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1- PLANTEAMIENTO.
2- EL NACIMIENTO DE LA HISTORIOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA: LA
HISTORIA BURGUESA DEL XIX.
3- EL MATERIALISMO HISTÓRICO.
4- LA DESTRUCCIÓN DE LA HISTORIA COMO CIENCIA.
5- LA RECONSTRUCCIÓN DESDE OTRAS CIENCIAS SOCIALES.
6- LA RECONSTRUCCIÓN DE HISTORIA DESDE SÍ MISMA: DE LA
ESCUELA DE LOS ANNALES AL MARXISMO.
A- LOS ANNALES.
B- LA RENOVACIÓN DEL MATERIALISMO HISTÓRICO.
C- ESTRUCTURALISMO.
7- LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA ACTUAL.
8- BIBLIOGRAFÍA
1- Planteamiento.
La historiografía atraviesa en la actualidad por una profunda crisis metodológica y formal,
propia de las coordenadas mentales de la posmodernidad. En síntesis podría decirse que la
ausencia de un horizonte histórico futuro (en cualquiera de los siglos pasados existía un ideal
de futuro como colectividad, del que hoy se carece en absoluto) produce una incapacidad de
proyectar el conocimiento histórico hacia el pasado. El hombre posmoderno se convierte de
esta forma casi inevitablemente en un producto homogéneo de la nueva sociedad industrial, en
ese "hombre cósmico" del que habla Wyndham Lewis habla, desnacionalizado, e incluso
habría que decir sin raíces, sujeto al ocaso de la historia. El occidente actual es una cultura sin
relato, y por tanto sin historia, especialmente una vez fracasado el última intento de constituir
un horizonte, el marxismo. Caído el comunismo como única otra alternativa, fracasados el
Mayo francés del 68 y la Primavera de Praga, occidente se debate en un tiempo sin historia.
En efecto, la caída del comunismo, la reducción de todos los modelos políticos al ya
hegemónico democracia-capitalismo (fin último del tortuoso camino de pruebas históricas
desarrolladas, podría interpretarse -y de hecho se interpreta desde posiciones conservadoras-)
anunciaría supuestamente el fin de la Historia: recientemente Francis Fukuyama ha titulado a
su obra precisamente así, El fin de la Historia, dando por sentado que el ciclo evolutivo
histórico llega a su anunciado fin, y en el futuro costará distinguir sistemas y etapas históricas,
características diferenciales: todo será un confuso caos de elementos heterogéneos y
sincréticos, autorrepetidos. Sin embargo, la situación en el Oriente Medio posterior a la
presidencia de Arafat, el auge de los movimientos antiglobalización, el 11-S y las guerras de
Afganistán e Irak (con sus secuelas directas e indirectas, llegándose a cuestionar el propio K.
Annan la organización de la ONU y su sistema de seguridad), y el nuevo orden mundial que se
atisba en el horizonte, son algunas señales inequívocas de que la Historia sigue abierta, y por
tanto por escribirse.
La Historia como ciencia pierde el sentido que venía poseyendo en cuanto los historiadores
dejan de percibirla como guiada por un fin. El azar, la consideración de la no perfectividad
como norma de la evolución, la dispersión e impredictibilidad actual, obligan a un
replanteamiento y relativización del sistema de falsas seguridades de que hasta hace poco
estaba dotado la Historia, tanto por la historiografía liberal como por el marxismo
catequístico.
Aún fuera de los más radicales postulados neoidealistas actuales, encarnados por ejemplo
por Fukuyama, la mayoría de los diagnósticos actuales sobre la Historia redundan en
expresiones como "Tiempos de incertidumbre", "crisis epistemológica"; los principios de
inferencia y relatividad son aplicados como concepción epistemológica a una ciencia que, en
tanto discursiva -capacidad de establecer niveles de lectura sobre un conjunto de datos y
hechos-, siempre estuvo amenazada por el talante "subjetivista" del historiador, por su
proyección intencionada o no sobre los hechos historiados. Pondremos un ejemplo: cuando
Menéndez Pidal y Sánchez Albornoz se enzarzaron en una férrea lucha sobre el talante que en
España había tenido la República romana, en realidad estaban sosteniendo un enfrentamiento
sobre unos postulados de fondo que no reproducían la situación bélica anterior a la guerra
civil de 1936: hablaban, vaya, de "otra" España republicana. Como en el conjunto de la
ciencias, en la Historiografía comenzó a incluirse las conclusiones finales del principio de
inferencia ("el observador influye sobre lo observado"), a descartarse la validez de los
anteriores paradigmas historiográficos (entre ellos aquellos con aspiraciones de mayor
"objetividad" esa visión neopositivista de la historia, que pretende contar los hechos sin
analizarlos, una historia "de tijera y cola"). Como afirma Fontana, tras cada producción
historiográfica existe una teoría de la historia, es decir, un pensamiento que sirve al historiador
para orientar su trabajo, con sus ideas sociales y políticas subyacentes y su proyecto social
para el futuro. Tal vez, como indicábamos antes, la ausencia de un proyecto social, colectivo,
para el futuro -¿qué queda fuera del estrecho margen de ese Estado capitalista neoliberal hoy
no debe ir más allá de las fuentes: en la práctica, resulta una historia "de cola y tijera", de
exposición supuestamente objetiva de documentos, datos y fuentes directas. Pero sin embargo
no se tiene en cuenta que la propia selección de unas u otras fuentes, de unos u otros datos,
constituye en sí misma una opción subjetiva: priorizar (pues es imposible poner todas las
fuentes documentales) equivale a aceptar qué debe ser resaltado, desde qué punto de vista,
etc.
. Obsesión erudita de las fuentes, utilizando unas completas técnicas de crítica textual que
aseguren la autenticidad de los testimonios manejados, y cuidado de presentación en los
resultados para crear un estilo por medio de una bella narración.
Tras estas pretensiones de neutralidad, cientificidad y asepsia, existe y subyace una teoría
social elitista -la historia es la narración de los grandes hechos, entre los que destacan los
bélicos, los que tengan una proyección territorial internacional...- y una filosofía finalista en la
que la historia aparece siempre como un largo camino que conduce inexorablemente al triunfo
de los valores del estado liberal-capitalista; bien entendido que aquí caben matizaciones según
las peculiaridades de cada proceso de gestación nacional.
La influencia del positivismo e historicismo traspasará las fronteras del siglo XX,
robusteciéndose con la incorporación de nuevas filosofías y teorías, y su impronta se dejará
sentir largo tiempo en la historia académica. La repercusión del acontecimiento y de lo
político que se está operando en la historiografía francesa de los últimos años (G. Duby y Le
Roy Ladurie) traslucen una forma de retornar al origen, tras la violenta reacción llevada a
cabo contra la historia evementacial por la escuela de los Annales desde los años treinta.
3- El Materialismo Histórico.
En el marco de las tensiones sociales de mediados del siglo XIX nace el materialismo
histórico de Marx y Engels (Las tesis sobre Feuerbach). En el materialismo histórico son
inseparables la visión de la historia y la interpretación que de ella se hace del proyecto social
antiburgués.
Entre las tomas de posición teórico-metodológicas que plantean Marx y Engels podríamos
destacar:
- El antihistoricimo y el primado del razonamiento estructural. El marxismo da prioridad al
estudio de las estructuras sobre el de su génesis y evolución. Un razonamiento anti-historicista
no significa, en absoluto, un tratamiento anti-histórico: para el marxismo la estructura es
inseparable de su génesis, evolución y superación. pero la "historia" considerada desde el
punto de vista empirista, no como simple sucesión lineal de eventos, separada de la teoría, o a
partir de una concepción idealista o filosófica, es insuficiente en el sentido de la percepción de
la estructura.
- La producción y reproducción de la vida real es su base económica-material. El factor
determinante en última instancia de la estructura global social es el modo de producción del a
vida material, la economía. La economía consiste en la articulación, en una totalidad
integrada, de diversos elementos: producción, distribución, intercambio, consumo; justamente
porque se trata de un sistema estructurado, sus elementos actúan los unos sobre los otros,
pero es la producción el elemento predominante y estructurante.
- La causalidad última del movimiento histórico está representada por la relación dialéctica
entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción: la concepción de la lucha de
clases como "motor" de la historia.
en el momento en que estas obras son formuladas, existe una especie de conciencia profética
generalizada, un afán de codificar el pasado en grandes estructuras ante la certeza de estar en
un mundo que se desmorona.
El desconcierto que producen estas filosofías neopositivistas sobre un importante sector de
la historiografía académica llega hasta nuestros días e impregna la práctica investigadoras de
muchos historiadores, escépticos sobre las posibilidades que le quedan a la historia de
"explicar algo" y defensores de la "vuelta a la narración" (Stone; se entiende: de una
"narración" como libre descripción, casi literaria, de los hechos reales del pasado)
las otras ciencias sociales. Esto ocurrió en dos campos distintos: la escuela francesa de
Annales y la renovación del materialismo histórico, dos campos que en más de una ocasión
han experimentado confluencias.
Frente al paradigma positivista, descontento con los resultados de su análisis, surge la
corriente humanista, "antipositivista". Pretende iluminar siempre aspectos que se consideran
propios del hombre y que se supone que quedan enmascarados en otras consideraciones. En
el fondo, se niega la unidad epistemológica postulada por los positivistas. Las consideraciones
psicología o de psicología social serán frecuentemente invocadas: es preciso estudiar al
hombre completo (no sólo racional, por ejemplo), sin las mutilaciones a que la determinación
y los deterministas someten al hombre en la imago por ellos presentada. Muchos de los rasgos
planteados vienen de geógrafos provenientes del campo de las ciencias humanas.
Historicismo y humanismo son la antítesis del naturalismo: Historia como especifica, como
suceso ideográfico, y por tanto no predeterminable. Hay una forma especial de conocimiento
científico propio de estas ciencias: los hechos encuentran gran parte de su explicación en sí
mismos y en su propio pasado, lo que debilita la búsqueda de factores ajenos y explicaciones
mecanicistas. No hay "explicaciones" generales, sino sólo "comprensiones", en las que entran,
además de la razón, la empatía, la intuición y la imaginación. Como antecedente Edmund
Husserl, continuado a través del vitalismo, existencialismo, y otras formas políticas
(marxismo, anarquismo y hasta las contraculturas...).
A- LOS ANNALES.
La práctica historiográfica de los historiadores académicos a comienzos del XX seguía
respondiendo a los parámetros del historicismo y positivismo: historia episodio o
evennemencial (los hechos singulares y únicos). En este ambiente aparecen las primeras
críticas desde la actividad de historiadores como P. Lacombe, P. Mantoux, H. Berr o H.
Pirenne, que ya no se conforman con "narrar", sino pretenden una visión explicativa y de
conjunto: estructurada.
El cambio decisivo con respecto a la historia tradicional se produce con la fundación en
1919 de la revista Annales de Histoire Economique et Sociale (L. Febvre y M. Bloch).
Generó cambios profundos en el trabajo de los historiadores, siendo evidente la inmensa
trascendencia de Annales en la ciencia histórica posterior; influencia que sin duda llega hasta
nuestros días. Algunas de sus principales aportaciones serían:
- Renovación del concepto de historia. Rechazo del historicismo y la erudición factual.
Reivindicación de una historia analítica de carácter fundamentalmente socioeconómicos,
frente la vieja e inútil historia positivista de hechos y relatos, principalmente de talante
político-bélico. Toman como objeto de estudio lo colectivo más que lo individual (frente a la
anterior historia, que atribuye un protagonismo desmedido a las voluntades individuales: si en
la concepción historicista América se descubre "gracias a" Colón, en la E. de los Annales el
descubrimiento de América se produce porque existe una coyuntura general favorable a dicha
circunstancia). Tienen una vocación de síntesis, de totalidad: mostrar la concomitancia entre la
organización económica, social y política. Bloch y Febvre bregaron incesantemente por una
historia total, es decir, una historia centrada en la actividad humana, en la vida de los grupos y
las sociedades: es historia aquello que afectó al mayor número de personas, por lo que surgen
nuevos campos, casi vírgenes, de investigación histórica: la historia de los comportamientos
íntimos, de las mentalidades, de la prensa, de la escuela...
- Plantearnos esencialmente una historia-problema, una historia que no debía caer en el
refugio positivista de la monografía exclusiva o la absurda pretensión de la filosofía de la
historia (a lo Spengler: síntesis a ultranza)
- Defensa de una historia abierta al resto de las ciencias sociales, como geografía, sociología,
antropología. Los Annales se convirtieron desde el principio en un lugar de diálogo entre las
distintas ciencias humanas; y su historia en un ejercicio lúcido de síntesis de las aportaciones
de distintas disciplinas que tienen al hombre, su conducta, su comportamiento, su
organización espacial, etc, como centros de su conocimiento.
sujeción a modelos de abstracción fructíferos como punto de partida) sobre la que estructuras,
y luego coyunturas creciente más concretas actúan en forma de ramificaciones. En definitiva,
supone la superación del determinismo histórico precedente, la aceptación de una sociedad no
biológica, donde el azar tiene cabida dentro del marco general de desarrollo de la sociedad
(infraestructural, diríamos), donde la complejidad de hombre-social es aceptada como un
hecho inherente (de ahí la importancia concedida a las mentalidades e ideologías: la
percepción del hombre como motor de su comportamiento, la creciente importancia otorgada
a los medios de formación de la opinión pública, incluso interpretaciones de corte
psicoanalítica y lacaniana que van ganando terreno dentro de la aceptación de la dificultad de
estudio de la mentalidad colectiva, etc.)
Las mayores críticas a la Escuela de Annales proceden de su eclecticismo teórico
-incrementado en el transcurso del tiempo- en cuanto a las normas, paradigmas y estilos, al
abandonar la ambición de historia total e integrada de sus inicios: la globalidad, la síntesis
-consecuencia de la ausencia de una teoría que diera soporte a la investigación- se han
transformado en un caos metodológico: las definiciones empleadas por unos historiadores
("sistema", "clase social") no siempre son seguidas por los restantes, no existe una visión clara
sobre cómo ha de enfocarse un problema histórico, sino un conjunto abigarrado de intentos
parciales. La variopinta adscripción ideológica de sus miembros también colabora a impedirlo.
Este eclecticismo es también síntoma de una extraordinaria capacidad de adaptación a las
modas intelectuales. Podríamos señalar que progresivamente se han ido acomodando a
postulados estructuralistas (las influencias de Claude Leví-Straus durante bastante tiempo han
sido evidentes), visiones neomarxistas, y un largo etcétera.
Esta carencia de bagaje teórico (por qué evolucionan las sociedades, cuál es su
comportamiento histórico) ha sido sustituida por una casi enfermizo síndrome de sofisticación
metodológica muchas veces estéril. Sólo hablan de métodos, instrumentos de análisis e
investigación, sin que queden inequívocamente definidos: "El punto esencial acerca de la
nueva historia, la característica que la hizo tan ampliamente aceptable, fue que no buscó dar
fuerza a un nuevo dogma o filosofía sino que suscitó una nueva actitud y nuevos métodos; no
ató al historiador a un rígido lecho de teoría, sino que abrió nuevos horizontes", según
Bracvlugh. Bloch y Febvre creían más en la práctica que en el discurso teórico como elemento
renovador de la historia, y la Escuela de los Annales estuvo más volcada a la realización
práctica de investigaciones históricas que a la definición coherente de la metodología
histórica.
Junto a ello, un frívolo diletantismo a la caza y captura de la última moda han hecho que la
Escuela se deslice en un tobogán ininterrumpido del fetichismo cuantitativista al morbo de la
historia de las mentalidades, pasando por el más espeso estructuralismo:
- Durante los años 50, recibiendo influencias de la geografía e historia neopositivistas
norteamericanas, vivió la vorágine cuantitativa: toda afirmación debía ser fruto de complejas
demostraciones seriales, de riadas de datos y su tratamiento matemático-estadístico (aquí
puede situarse a Rostow), elidiendo el peso de factores menos calibrables desde el punto de
vista numérico.
- El boom de la historia de las mentalidades (tras el surgimiento de un nuevo horizonte en la
historiografía: el surgimiento del lector no especializado, que derrotó parcialmente a esa
forma de concebir la historia academicista en favor de la difusión de la historia morbosa como
deflagración de lo que inicialmente fue la historia de los comportamientos esenciales), los
Annales evolucionaron peligrosamente hacia una historia simplista y basada en aspectos no
siempre sustanciales de la forma de vida íntima (historias del vestido, historias de la posición
de la mujer en la sociedad, etc.: más que por el tema en sí mismo -partimos de la base de que
todo ítem histórico tiene significado, puede ser estudiado, pero no como un fin en sí mismo
sino como muestra de un macrocosmos histórico más amplio-, son obra criticables por la
estrechez de sus miras, por la topificación en que se incurre -se incide en aquello que el lector
quiere leer-, por su talante de anecdotario superficial -precisamente aquello contra lo que
había nacido la Escuela de los Annales)
- El influjo del estructuralismo fue letal para los Annales, especialmente a partir de los años
70: las influencias tan dispares como las de Leví-Straus en antropología, Lacan en
psicoanálisis o Noam Chomski en psicolingüística supusieron que los Annales se situaran en
terreno quebradizo: al pairo de la nueva moda, intentaron sin una base teórica sólida imitar y
competir con los estructuralistas, dando paso al descrédito tanto de los Annales como del
estructuralismo, en medio de un caos conceptual (¿qué es clase social para muchos de los
historiadores de los Annales que lo emplean como aspecto central de su investigación?; ¿qué
es modo de producción?), complicado aún más por ese eclepticismo que operarán con los
préstamos de la historiografía marxista, la geografía de la desigualdad (Y. Lacoste), y otras
ramas historiográficas, sociológicas (introducción de la influencia de Dewey), etc.
C- ESTRUCTURALISMO.
El estructuralismo también supone una reacción contra los métodos cliométricos o
hipotéticos-deductivos. Como aclara Levi-Strauss, el estructuralismo no es tanto una doctrina
filosófica, sino un método para la fabricación de modelos: "toma los hechos sociales de la
experiencia, los lleva al laboratorio no tomando en consideración los términos sino las
relaciones de los términos". Es decir, busca entender la realidad profunda para explicarla de
"forma global", sacando a la luz las relaciones de interdependencia. Por otro lado, el modelo,
que nace aplicado a la etnografía y lingüística, no tiene en cuenta el tiempo como elemento
rígido.
Estructuralismo y marxismo aparecen vinculados al positivismo en parte, al humanismo en
otra: en ambas corrientes subsiste un intento de determinismo (especialmente en el marxismo)
sin renunciar por ello a la dimensión esencialmente humana del hombre (singular por lo demás
en el estructuralismo): el marxismo tal vez se aproxime más al positivismo en cuanto a intento
de explicación monofocal (económica), pero también apela a la historia, a la ideología (en
cierto modo recurrencia psicológica) y otros factores no mecanicistas.
horizonte hacia el cual caminar (caídos los anteriores marcos ideológicos que hacían sombra
al neoliberalismo productivista y socialmente aséptico), no brinda un buen punto de apoyo
para comparar el cómo ha sido con el qué debe ser: trayecto, éste, en el que sin duda, lo
queramos reconocer o no, se inscribe la producción de cualquier discurso histórico. Vivimos
en un momento en el que la historiografía se muestra especialmente angustiada: el historiador
vive debatiéndose entre el anhelo por la síntesis globalizadora y la atomización de la
realidad: entre una historia que busca una teoría global capaz de servir para explicar los
distintos aspectos de un período histórico (su economía, su sociedad, su política...) y otra que
intenta un nivel de superespecialización temática capaz de romper todas las críticas y
objeciones que habitualmente ocasiona toda afirmación histórica al poco tiempo.
Se ha renunciado, al menos en su vertiente simplista, a poner como motor de la historia, de
las relaciones sociales, de la ideología, de la "superestructura" política, al sistema productivo
(concepto, éste, por lo demás en crisis). Pero ninguna otra interpretación histórica ha venido a
llenar su hueco en tanto teoría capaz de articular el conocimiento histórico.
La proliferación de monografías, a modo de infinitas piezas de un puzzle, viene a complicar
aún más la necesidad de una visión sintética de la historia. So pretexto de no incurrir en el
dogmatismo, de no violar la libertad del historiador, o de argumentos al estilo de "todo es
historia", empiezan a ser demasiadas las voces que renuncian a explicar nada. Esta teoría,
definida como anti-teoría, tiene viejas raíces, y utiliza los mismos argumentos, camuflados
ligeramente, que los neopositivistas de comienzos de siglo.
La visión histórica de la actualidad se caracteriza por:
- Un cambio en las prioridades de la investigación: la historia de las estructuras y de los
grandes temas socioeconómicos ha sido sustituida por una "historia de ítems" (mentalidades,
sentimientos, muerte, salud, vida cotidiana, vestido, sexo, religiosidad, cultura material...),
ampliándose considerablemente el objeto de la investigación histórica, incluso sus prioridades.
- Una fragmentación del discurso histórico, compartimentalizada en multitud de opciones de
investigación, aunque sin ruptura entre ellas: Ecohistoria, (Ponting), Historia de l cultura
material (Pounds), vuelta al relato, a la narrativa, al acontecimiento (Duby), mircrohistoria
(Ginzburg), antropología histórica (Le Roy Ladurie), historia de las mentalidades
(Camporesi), de la vida privada (Ariès y Duby)...
- La aparición de revivals interpretativos (neopositivismo, neorromanticismo...) Teóricamente
se trata de rescatar la positiva y deseada objetividad total, para anclarse en la fiabilidad e
imparcialidad del documento. El viejo positivismo del siglo XIX vuelve por sus fueros,
sustituyendo ahora el misticismo objetivista del documento por la cifra, por lo cuantitativo
(neopositivismo). También ha vuelto a surgir con fuerza el Neorromanticismo, unido a los
principios del nacionalismo exacerbado. La aparición de estas corrientes no es de extrañar,
pues en toda de crisis se reacciona en dirección conservadora (se echa mano del baúl de los
recuerdos); así se vuelven a desempolvar obsoletas interpretaciones, aparentemente
remozadas, que se presentan como innovadoras, cuando en realidad son simples
restauraciones.
En sí mismo nada tiene de inoportuno la multiplicidad de temas nuevas o de enfoques que
están actualmente siendo objeto de las investigaciones de los historiadores. Esta variedad ha
realizado algunas interesantes aportaciones a la investigación histórica:
- Nueva temática: amplía la base del conocimiento de las sociedades del pasado. Explorar el
campo de las mentalidades, las ideologías o la cultura popular para enriquecer el marco de la
investigación histórica es válido. Plantearlo como alternativa es inaceptable
- Cambio en el concepto de documento: nueva relectura de los documentos (qué es lo que no
dicen, cómo se dice, atención a los aspectos formales, a la relación entre el documento y otras
fuentes -como la prensa-, etc.)
- Introducción de técnicas auxiliares, como la iconografía, arqueología, semiótica, etc.
No obstante, estas tendencias tienen algunos peligros: la vuelta a un discurso empírico,
descriptivo, abandonando el análisis y la explicación; la tendencia a presentar la historia como
algo inmóvil (el cambio y las resistencias son consustanciales a la Historia), la desvinculación
de estos temas y problemas de la realidad social en que se forjan (no debe olvidarse que todos
ellos, sentimientos, familia, juego, ocio, sexo, vivienda, etc, adquieren dimensión y relevancia
en cuanto se pueda relacionar en una totalidad que entienda y explique las determinaciones de
la vida de los hombres en la sociedad.
En todo caso, lo que cuenta no es la originalidad del tema ni la novedad del método, sino
la importancia del tema planteado y su utilidad para hacernos entender el mundo en que
vivimos. La temática y el método no bastan para caracterizar o definir el trabajo de un
historiador.
La historia también ha asumido (incluso a la fuerza, bien a su pesar) el indeterminismo
propio de nuestro tiempo. La percepción de la sociedad como una totalidad estructurada
(Escuela de los Annales, estructuralismo, incluso historiografía marxista) que había
evolucionado guiada por algún principio rector que dotaba así a esta evolución de un sentido,
empezará a ser cuestionada. El descubrimiento de las grandes leyes que rigen los destinos (así,
no ocultos) de las sociedades, convertía al historiador en un "oráculo, un profeta". Como
indica Santos Juliá: "Los historiadores [...] sufren una crisis de sentido: no saben con
seguridad para qué sirve su profesión. Donde antes existía una concepción de la historia, un
paradigma científico que unificaba la investigación y un claro objetivo del trabajo histórico,
hoy reina la dispersión de concepciones, el desmigajamiento de temas, la pluralidad de
métodos y caminos y la falta de un claro propósito."
La Historia como ciencia pierde el sentido que venía poseyendo en cuanto los historiadores
dejan de percibirla como guiada por un fin. El azar, la consideración de la no perfectividad
como norma de la evolución (al igual que en Darwin, existía una tendencia implícita a
considerar los modelos sucesivamente dominantes como los lógicos a las circunstancias
dadas), la dispersión e impredictibilidad actual, obligan a un replanteamiento y relativización
del sistema de falsas seguridades de que hasta hace poco estaba dotado la Historia. Por otro
lado, la caída del comunismo, la reducción de todos los modelos políticos al ya hegemónico
democracia-capitalismo (fin último del tortuoso camino de pruebas históricas desarrolladas,
podría interpretarse -y de hecho se interpreta desde posiciones conservadoras-) anunciaría
supuestamente el fin de la Historia: Recientemente Francis Fukuyama ha titulado a su obra
precisamente así, El fin de la Historia, dando por sentado que el ciclo evolutivo histórico
llega a su anunciado fin.
8- BIBLIOGRAFÍA
CARDOSO, C. Y PÉREZ BRIGNOLI, H.: Los métodos de la Historia. Barcelona, 1977.
BURKE, P: Formas de hacer historia. Madrid, Alianza, 1993.
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JULIÁ, S.: Historia social/Sociología histórica. Madrid, 1989.
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VÁZQUEZ DE PRADA et al. (eds.): La historiografía en Occidente desde 1945. Actitudes,
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