Resulta particularmente útil para someter a prueba o contrastar
hipótesis causales. ¿Por qué? Básicamente, por dos razones: El investigador modifica o manipula directamente la variable independiente o causa: por ejemplo, imaginémonos que un investigador quiere analizar la influencia del materialismo situacional en la agresividad en una situación de negociación. Por ello el investigador decide qué condición experimental va a aplicar a cada grupo, tanto experimentales como de control para observar su efecto. El investigador controla -o trata de controlar- todas las posibles variables que, sin ser la variable independiente o causa, pueden influir en la variable dependiente o efecto. Por ejemplo, controla la edad, género, valores materialistas y predisposición a la agresión de los sujetos; de no ser así, es posible que la agresividad de los sujetos se deba a variables propias y no al materialismo situacional inducido. Pero falta por introducir todavía un elemento decisivo en el proceso para caracterizar a la metodología experimental: la aleatorización. Siguiendo con el ejemplo anterior, imaginemos que como investigadores disponemos de un grupo de sujetos que se han ofrecido voluntarios para la investigación. Supongamos que se va a trabajar con tres diferentes condiciones experimentales, una en la que se induce el materialismo situacional, otra en la que se evoca valores trascendentales y otra en la que se induce una situación denominada neutra. La mejor opción sería asignar a los sujetos de manera aleatoria a cada condición. En resumen, éstas serían las tres características clave de la metodología experimental: La manipulación activa por parte del investigador de la variable independiente causa o de tratamiento. El control de las variables extrañas. La asignación aleatoria de los sujetos a los grupos definidos por los distintos niveles de la variable independiente. A pesar del enorme interés y de la conveniencia de asignar aleatoriamente a los distintos sujetos a los grupos de tratamiento, esto no siempre es posible o deseable. Supongamos ahora que se desea comparar los efectos de un nuevo fármaco -llamémosle X- y del fármaco Y con el que se trata habitualmente a los pacientes. Supongamos también que disponemos ya de datos relativos a un grupo de pacientes tratados con el fármaco Y y que éstos se encuentran en la misma fase de la enfermedad que los pacientes que van a recibir el nuevo fármaco X. En este caso, no tiene sentido asignar aleatoriamente los sujetos a los grupos de tratamiento, ya que la composición de los mismos está ya previamente definida. Cuando, por la razón que sea, el investigador no puede asignar aleatoriamente a los sujetos a los distintos grupos definidos por los niveles de la variable independiente y se ve abocado a realizar esta asignación atendiendo no al azar sino, por ejemplo, a las características de los sujetos, no se habla de experimento sino de cuasi experimento que, como acabamos de ver, sería sencillamente un experimento en el que la asignación de los sujetos a los grupos no se produce al azar. Es decir, la metodología cuasi experimental comparte las dos primeras características señaladas para la metodología experimental pero no la tercera, y la aleatorización constituye un elemento decisivo -no es el único, por supuesto- en el control de las fuentes extrañas de variación de la variable dependiente. Para someter a prueba una hipótesis causal es bastante más potente la metodología experimental que la cuasi experimental. De hecho, la función que cumple la asignación aleatoria es precisamente repartir aleatoriamente entre los distintos grupos los efectos que las variables extrañas pueden tener en nuestra variable dependiente. El azar sirve para homogeneizar, para eliminar diferencias no pertinentes entre grupos.