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Cuando Sarah apareció en la casa de Jedidah Morgan con los dos niños. La
bienvenida que éste les ofreció no fue demasiado agradable, y Jed les dejó bien
claro que no tenía ningún interés en ellos. Hasta que tuvo el accidente y una amnesia
lo convirtió en un hombre atento y encantador. ¿Pero qué pasaría cuando recobrara
la memoria y se enterase del secreto que Sarah escondía?
CAPITULO 1
¿Partía de allí? ¿O partía de otro sitio para llegar allí? Bien... el tiempo lo diría.
El microondas silbó y lo abrió para poner su cena y el vaso de leche en una
bandeja y llevarla al cuarto de estar. Hizo una pausa en la puerta de entrada. Sarah
estaba reclinada en uno de los sillones de pana, con los ojos cerrados.
Era tan joven. Sería una niña cuando tuvo el primer bebé. Y ahora tenía dos y un
tercero en camino. Demasiado para una madre sola.
Pero ya no se encontraba sola. Lo tenía a él, y él le iba a dar todo el apoyo que
necesitase. Aparte de que fuese su familia, le gustaba que estuviese allí.
Ella debió sentir su presencia porque abrió los ojos.
-Oh, hola -le dijo y se incorporó mientras él ponía la bandeja en la mesa.
-¿Qué fecha es?
Cuando ella le respondió, él sonrió.
-Eso quiere decir que Minerva se marcha la semana que viene.
-Ah, tu misteriosa Minerva -rio ella-. ¿Supongo que no sabes quién es?
-Ni idea -dijo él, alargándole el vaso de leche.
Mientras él comía su pastel de jamón y queso y ella bebía la leche, se hizo un
silencio amigable.
-Estaba buenísimo -le dijo cuando acabó-. ¿Dónde aprendiste a cocinar?
Sarah titubeó un instante.
-En casa -dijo luego.
-¿Te enseñó tu madre?
-Mi madre no cocinaba. Mi padre murió cuando yo tenía ocho años y ella se puso a
trabajar, así que teníamos una asistenta. A Mariah le gustaba que yo la ayudase en la
cocina, así que yo fui aprendiendo.
Sarah no añadió que su madre habría tenido un patatús si hubiese sabido que ella
se metía en la cocina con la sirvienta. Deidre Hallston era una esnob de primera clase y
no creía que uno debiese alternar con el servicio.
-¿Tu madre era una mujer dedicada al trabajo?
-Lo es. Sigue viva y trabajando.
-¿A qué se dedica?
-Tiene un puesto administrativo en una de las más importantes empresas
electrónicas de Vancouver -no tenía por qué decirle que su padre había fundado JD
Electronics, una empresa de gran éxito, ni que después de su muerte su madre había
tomado las riendas del negocio. Deidree Hallston era una de las mujeres más ricas de
la costa oeste.
-Perdona que me meta, pero con tu bebé tan cerca, ¿no sería el sitio donde
estar, con tu madre?
Sarah sintió que se envaraba al recordar.
-Mi madre me repudió cuando me casé con Chance.
-¿Te repudió? ¿Qué diablos hizo? ¿Te obligó a elegir? ¿Él o yo?
-Más o menos. Excepto que no había elección. Estaba enamorada de Chance. Y
además -dijo, jugueteando con su alianza-, estaba embarazada.
Jed lanzó un silencioso silbido.
-¿Qué edad tenías?
-Acababa de cumplir dieciocho.
-¿Y mi hermano?
-Casi veinticuatro.
-¡Infiernos! ¡Eras casi una niña! ¡Tendría que haber sido más responsable!
¿Estabas en el instituto?
-En el último año. Pero no se lo puede culpar a él. Era cosa de dos...
-¿Eres hija única?
-Sí.
-Mi imagino por qué tu madre estaría destrozada. Ha de haber sido una gran
desilusión para ella. Me imagino que tenía puestas sus esperanzas en ti...
-¡Hablas igual que ella! -dijo Sarah, poniéndose de pie con un esfuerzo, los ojos
relampagueantes-Si ese es el tipo de actitud de superioridad que tomabas con Chance,
no me extraña que os hayáis distanciado.
-No tengo ni idea de porqué mi hermano y yo nos distanciamos -dijo Jed,
levantándose también y mirándola con calma-. Y no estamos hablando de nosotros, sino
de ti y tu madre. Lo único que digo es, ¿no era lo más lógico que fueras con tu madre
cuando las cosas se te pusieron difíciles? ¿No tiene espacio para recibiros?
-Sí -dijo Sarah con rigidez-, tiene espacio.
-Puede que haya cedido, Sarah. La gente cambia.
Su madre no cambiaría nunca, pensó Sarah con tristeza. Deidre Hallston tenía un
bloque de hielo en lugar de corazón.
-Mi madre es la última persona del mundo a quien pediría ayuda. Y ahora, si me
perdonas, estoy cansada y me voy a dormir.
Tomó su vaso vacío e hizo ademán de pasar al lado de Jed, pero este la agarró
del brazo.
-No quiero que discutamos -le dijo-. En tu condición, no te conviene alterarte.
Cuando él la miró así, con la preocupación reflejada en los ojos, ella sintió que su
enfado se esfumaba.
-Lo siento -murmuró-. Yo tampoco quiero pelear. Supongo que lo que dijiste me
tocó un punto débil...
-No fue mi intención criticarte, sino que mirado objetivamente... Los padres
quieren lo mejor para sus hijos.
-¡Tenía dieciocho años! ¡Lo bastante mayor para... !
El le puso dos dedos sobre los labios y sonrió.
-Eh -dijo-, que aquí fue cuando comenzó todo.
Ella levantó la mano para retirarle los dedos y él le agarró la muñeca.
El aire entre los dos se puso tenso.
La respiración de ella se aceleró.
Su decisión de besarla surgió en exactamente el mismo momento en que ella se
acercó a él. Y al tomar posesión de sus labios sintió un leve gemido en su garganta.
Sus labios se unieron y buscaron, uniéndose otra vez. Se detuvieron. Ella sabía
dulcísimo. A miel, maná, cielo. Se apoyó contra él.
Y él sintió la presión de su vientre. La presión del bebé de su hermano.
El pensamiento fue como si le hubiesen echado un cubo de agua fría.
Chance se había aprovechado de ella cuando era apenas una adolescente, una niña
probablemente desesperada de amor, que aparentemente no tenía en casa. ¿Iba él a
aprovecharse ahora que ella era una invitada bajo su techo y además estaba
embarazada?
Enfadado consigo mismo, retrocedió mientras hacía una mueca de desagrado.
La expresión de ella era como si él la hubiese abofeteado. Se dio cuenta de que
ella pensaba que su enfado iba dirigido a ella.
-Lo siento -dijo ásperamente-. Fue un error. No volverá a suceder, te lo prometo.
-Como dije hace un momento, es cosa de dos -dijo Sarah, exhalando un suspiro
trémulo.
Se dio la vuelta y se dirigió a la cocina con las piernas temblorosas. Tenía las
mejillas arreboladas. Se tocó los labios. Su boca retenía la impronta de sus labios.
Era obvio que aunque él la encontraba lo bastante atractiva para besarla, no se
quería involucrar con ella. ¿Qué hombre querría hacerse cargo de una familia entera,
incluyendo a un bebé por nacer?
Recordó su fría respuesta la noche en que ella llegó. Había dejado bien claro que
se quería deshacer de los tres cuanto antes.
Lamentó profundamente haberlo convencido de que la dejara quedarse esa
primera noche en Morgan's Hope. Si se hubiese ido cuando él le había dicho, no se
encontraría en la imposible situación en la que se encontraba ahora.
-¡Cuánto has dormido! -dijo Emma, sentada comiendo cereales en la cocina con su
hermano-¡Hace horas que estamos levantados!
-¿Dónde está tu madre? -sonrió Jed.
-Fuera con Max.
Era un día soleado y ventoso, con blancas nubes que corrían por un cielo azul. No
vio a Sarah por ningún lado, pero oyó a Max ladrar y se guió por el sonido.
Sarah estaba de pie en la explanada delantera, tirándole a Max una pelota. El
pelo rubio le volaba al viento y parecía que tenía piernas kilométricas, enfundadas en
los ajustados vaqueros. Parecía una modelo y reía regocijada mientras Max corría tras
la pelota.
-Hola. Buenos días -dijo él, acercándose por detrás.
-¡Cielos! -dijo ella, dándose vuelta sobresaltada-. ¡Eso no se hace! ¡Me podrías
haber dado un paro cardíaco!
Cuando sus ojos se unieron, sintió una conexión con ella que iba más allá de la
atracción física. Una conexión emocional. Y tan intensa que lo dejó sin aliento.
Se dio cuenta por el arrebol de sus mejillas, la dilatación de sus pupilas y sus
labios entreabiertos que ella también lo había sentido.
-Sarah -le dijo con voz ronca- Yo...
Max saltó entre los dos, casi haciendo caer a Sarah mientras se aproximaba con
la pelota agarrada entre los dientes. Sarah se la quitó, riendo, pero fue un sonido
nervioso, no la relajada risa de antes.
El momento había pasado, por culpa de Max se había roto la conexión. Se dio
cuenta por el tono de voz de Sarah mientras se dirigían a la puerta trasera.
-¿Sigues queriendo ir al pueblo hoy?
-Sí. ¿Me dejas el coche?
-No. Yo te llevo. De todos modos, tengo que hacer algunas compras. Tienes mejor
aspecto esta mañana.
-Sí. Me siento mejor. De acuerdo, entonces iremos todos. Y cuando lleguemos
allí, nos separaremos un rato. Tú haz tus compras mientras yo encuentro un teléfono
público para llamar. ¿Tienes el teléfono de Izzio?
-Tengo el número de su teléfono móvil.
-Bien. Si me lo das y los demás detalles, lo llamaré y le preguntaré dónde quiere
que le mande el dinero. Luego quiero llamar a mi agente y desde luego a Brianna.
Quiero enterarme de Jeralyn. Y tengo curiosidad por saber por qué Chance y yo nos
distanciamos. Si hay alguien que pueda responder a esa pregunta, seguro que es
Brianna.
Le pareció ver ansiedad reflejada en los ojos de ella, pero ella se dio vuelta para
entrar a la cocina, así que no supo si eran imaginaciones suyas.
Lo que le pareció ansiedad probablemente sería impaciencia. La misma
impaciencia que lo embargaba a él. No podía esperar a llegar a la ciudad. No podía
esperar a tener las respuestas a sus preguntas.
CAPITULO 6
¡JED! -la melodiosa voz de Deborah Feigelman brotaba del teléfono como
chocolate derretido- ¿Has recibido mi carta? ¿Has cambiado de opinión y vendrás por
fin?
Jed intentó aislarse del ruido de la feria alimenticia dándole la espalda.
-Me lo estoy pensando, Deborah -sonrió al auricular-. Recuérdame por qué no
quería ir.
— ¡Jed! -le dijo su agente en tono de reproche-¡Como si necesitaras que te lo
recordase! Hace más de seis años que te has convertido en un recluso, desde que
murió Jeralyn...
Así que su mujer había muerto. Aunque ya había sospechado que podía ser una
posibilidad, esto no hizo que la noticia le resultase más fácil de aceptar. Ni lo protegió
del golpe. Y, por añadidura, había pena. Pena por no acordarse de ella.
-Pero es hora de que salgas de tu cueva y reinicies tu vida. El Señor sabe lo que
todos echamos de menos a Jer, pero ella no querría que te convirtieses en un
ermitaño. Vendrás, ¿verdad, querido?
-Deborah, con respecto a Phaedra...
-Ari Demetri está encantado con ella. Ya te mandaré la foto que me ha enviado.
La ha colocado en el atrium de su casa. ¡Desde luego que es la escultura más magnífica
de todas las que has hecho!
¿Conque era escultor? Jed se miró los callos de la mano.
-Tengo que irme, querido. Hoy cierro temprano porque tengo una cita muy
importante. Pero me alegro mucho de que me hayas llamado. Demuestra que hay una
rajita en la armadura, por lo que no pierdo las esperanzas. Ya insistiré. Ah, una cosita.
Recuerda que Mitch irá a buscar a Minerva a finales de semana según habíamos
quedado.
-Deborah...
-Lo siento, Jed, me tengo que cortar, en serio. Ya hablaremos.
Y colgó.
La volvió a llamar, pero ya no respondió.
Frustrado, llamó a la operadora para averiguar el teléfono de Brianna, pero este
no figuraba en el listín telefónico. Deborah le había aclarado algunas cosas, pero no
era suficiente. Aún no sabía por qué se había peleado con su hermano.
Había logrado ponerse en contacto con Izzio sin problemas. Y también había
conseguido localizar su banco, donde habló con el gerente, un hombre agradable
llamado John Kincaid.
Le había pedido a Kincaid que le hiciese una transferencia a Roberto Izzio a la
cuenta que Izzio le había dado.
-Ha hecho un gran desembolso para pagar al constructor -le dijo el gerente,
alargándole por encima de la mesa un estado de cuenta-, pero su saldo sigue siendo
favorable.
Jed se había quedado de una pieza al ver la cantidad. Y seguía sorprendido
cuando había cruzado la calle para hablar por teléfono. Pero ahora, después de su
conversación con Deborah, su mente estaba en otro lado.
Salió de la feria. Había quedado con Sarah en el aparcamiento a las doce. Tenía
tiempo. Mirando a la distancia, vio el campanario de la iglesia. Munido de una súbita
decisión, caminó hacia allí. Tal como imaginaba, junto a la iglesia había un cementerio.
Cruzó la verja de hierro y comenzó a pasearse por los estrechos senderos,
buscando entre las tumbas una losa con el nombre de su mujer. Sabía que estaba
dando palos de ciego, pero valía la pena probar.
Había recorrido dos tercios del cementerio cuando se le acercó un hombre
mayor de enredada pelambrera y encorvada espalda.
-¿Busca a alguien? -preguntó sin preámbulos-Soy el cuidador.
-Oh... Hola, sí... estoy buscando a... Jeralyn Morgan.
-Ah, la pintora. Se murió en un incendio hace varios años. Oí que fue por las
inhalaciones de humo.
Otro golpe. Apenas si había asimilado la muerte de su mujer, de la que no
recordaba nada, cuando tenía ahora que...
-No la encontrará en este cementerio, muchacho -dijo el viejo. Dándose la
vuelta, señaló con un dedo artrítico las verdes laderas-. Según he oído, el marido
esparció las cenizas allí arriba, en Whispering Mountain.
Jed intentó recordar algo, pero... sin resultado. La desilusión lo invadió.
-Construyó una casa nueva donde estaba la otra -prosiguió el cuidador-. Al menos
eso he oído. Pero no se relaciona con nadie, La gente dice que se ha vuelto majara
-mascullando, se alejó-. Al menos, eso es lo que he oído.
Jed volvió lentamente al aparcamiento. Era increíble que semejante tragedia
pudiese habérsele borrado de la mente así como así. Una tragedia que lo había
afectado lo suficiente como para que la gente creyera que se había vuelto loco.
Según el viejo y Deborah, se había convertido en un recluso.
Pues bien, para algo le había servido la amnesia, porque lo había cambiado
totalmente. Ya no era un recluso. Ya no deseaba serlo. Le agradaba tener a Sarah y los
niños en Morgan's Hope.
Y agradecía especialmente tener a Sarah en ese momento para poderle contar lo
de Jeralyn. Sabía que ella le brindaría comprensión y cariño.
Y necesitaba ambas cosas.
Cuando iba a pagar las vitaminas y los tebeos que había comprado en la
droguería, Sarah se quedó mirando una fotografía en la pared, sobre la cabeza de la
cajera.
-Maravillosa, ¿verdad? -dijo la morena, notando su interés.
-Aja -era obvio que la empleada tenía ganas de charla, pero ella no.
-Era una lugareña. Casada con el tío ese escultor, Morgan, ¿sabe? El de
Whispering Mountain.
Jed era escultor, entonces. ¿Tendría el estudio escondido en el bosque aledaño a
la casa?
-Pobre hombre -los ojos maquillados de la morena brillaban-. Una tragedia, vea.
Perdió a su mujer cuando se le incendió la casa. Estaba en el estudio en ese momento...
no se enteró hasta que ya era demasiado tarde.
Una tragedia. ¿Lo habría sabido ya Jed a través de Brianna? Ella no quería
escuchar más.
-Pues, bien... -intentó despedirse- Será mejor que me vaya...
-Casados once años. Y ella, ¡uf! Era monísima, monísima, de verdad. Tenía un pelo
que le llegaba a la cintura. Y siempre iba vestida con faldas largas y collares. Y no se
crea que se daba aires, no señor. Un encanto de mujer. Igual que su marido, Jedidiah
Morgan. Se lo aprecia mucho en la zona. Pero ese hermano... se esfumó, y nunca mejor
dicho -la mujer susurró en tono confidencial- después del incendio.
Sarah, que estaba ansiosa por irse, se quedó petrificada a la mención de Chance.
¿Qué tenía él que ver? Sin poder evitarlo, esperó que la otra mujer prosiguiese.
-Por supuesto que quisieron silenciar el tema -dijo la cajera, inclinándose
adelante-, pero todos sabíamos que fue él quien inició el fuego. En incendio comenzó en
el sótano, con un cigarrillo en el sofá. Y él era el único fumador de la casa, ya me dirá
usted. Consiguió salir, pero no logró salvar a su cuñada. Y puso pies en polvorosa tan
rápido... como le decía, intentaron que no trascendiera, pero él fue el culpable.
¿Chance era responsable de la tragedia del pasado de Jed? Sarah tuvo que
apoyarse en el mostrador, presa de unas súbitas náuseas. Durante su matrimonio se
había dado cuenta de que su esposo era un irresponsable, pero jamás se había
imaginado que escondiese semejante secreto.
-Emma -dijo con voz trémula-, agarra a Jamie de la mano, que nos vamos.
-Cuídese -dijo la cajera al despedirse-. Y que pase un buen día.
Las palabras le daban vueltas en la cabeza al salir de la tienda. Que pase un buen
día. Como si ello fuese posible, después de lo que sabía.
Ni se dio cuenta de las nubes negras que se cernían sobre su cabeza cuando
metió los niños en el coche. Tenía la cabeza hecha un lío. Con razón Jed la había
recibido con un palo en cada mano esa noche cuando se enteró de quién era. Debía de
odiar a Chance por haber causado el incendio fatal, y a todos los relacionados con él.
La desesperación la invadió al darse cuenta de lo que significaba lo que acababa
de descubrir. Era impensable ahora quedarse en Morgan's Hope ni un instante más. Se
tenía que ir. Enseguida.
Pero primero tenía que contarle a Jed lo que se había enterado. Su conciencia se
lo exigía.
El alma se le estrujó con solo pensarlo.
Miró el reloj. Habían quedado a mediodía y faltaban unos minutos.
Aferrada al picaporte de la puerta del conductor, oteó el aparcamiento y el
corazón le dio un vuelco al verlo acercarse. Era evidente por su expresión que había
hablado con Brianna y esta le había contado todo. Rogó que él no montara una escena
frente a los niños.
Salió corriendo del coche para interceptarlo antes |de que se acercara, así los
niños no oían lo que le tenía que decir.
-Ya sé que tenemos que hablar, Jed, pero por favor, ¿no puede esperar a que
lleguemos a Morgan's lope?
-Por supuesto. Este no es ni el momento ni el sitio... -un violento trueno que
retumbó sobre sus cabezas lo interrumpió-. Dame las llaves que yo conduzco. Pareces
exhausta.
Jed se esforzaba por ver a través de la cortina de lluvia que arreciaba contra el
parabrisas mientras guiaba al Cutlass ascendiendo la montaña. El cielo se había
desplomado cuando salieron de la ciudad y el camino de tierra se había convertido en
un lodazal.
Miró a Sarah de soslayo. Tenía el cuerpo rígido, la mirada fija en el parabrisas.
¡Infiernos, lo último que necesitaba en su delicado estado era ansiedad!
Por su izquierda vio acercarse un torrente henchido por la lluvia. Un muro de
piedra lo detuvo un instante, pero las embravecidas aguas comenzaron a arremolinarse
y saltar por encima.
No iba a se fácil.
Agarró el volante más fuerte y pisó con fuerza el acelerador. El coche se
tambaleó y ascendió más rápido, a la vez que con horror veía cómo la corriente
arrasaba el muro e inundaba el camino.
-¡Jed! -la alarma se reflejaba en la voz de Sarah-¡Mira!
-¡Agarraos! -las ruedas giraron en falso un instante en las aguas tumultuosas,
pero luego consiguieron aferrarse a la huella y salir adelante- ¡Lo conseguiremos! -dijo,
rogando al cielo lograr cumplir su palabra.
-¿Qué pasa? -oyó que Emma preguntaba, pero estaba demasiado concentrado en
salir de las traicioneras aguas, luchando por lograr que el coche siguiera subiendo a
pesar de la poderosa corriente que amenazaba con arrojarlos a la cuneta.
Conteniendo el aliento, se esforzó por dominar al vehículo, sintiendo un instante
de pánico cuando creyó perder el control.
Pero luego, se acabó. ¡Aleluya! Lo habían vadeado.
-Sarah -preguntó con voz áspera-. ¿Te encuentras bien?
-Sí... estoy bien -dijo ella, lanzando el aire temblorosamente.
Emma se quitó el cinturón de seguridad y se arrodilló en el asiento mirando hacia
atrás.
-¡Mira mami! ¡El río ha arrasado el camino!
Jed miró por el espejo retrovisor y casi lanzó un improperio al ver el agua
furiosa que arrastraba ramas, piedras y arbustos arrancados. Habían logrado pasar
justo a tiempo.
Sintió un enorme alivio al pensar en la preciosa carga que llevaba. No se habría
perdonado nunca si algo les hubiese pasado a Sarah o los niños.
Notó con inquietud que Sarah estaba lívida, peor todavía que cuando se había
reunido con ella en el aparcamiento.
Decidió no contarle los detalles de la muerte de Jeladyn, solo decirle que era
viudo. Solo conseguiría entristecerla y bastante había pasado ya, pobrecilla.
Quería protegerla.
-¿Ya es hora de comer? -preguntó Emma-Tengo hambre.
-Sí, señorita -respondió Jed-, ya es hora. Y yo voy a cocinar mientras vuestra
madre descansa un poco.
-¡Qué bueno estaba! -suspiró Emma, cuando tragó el último bocado- ¿Es verdad
que te has olvidado hasta tu nombre, tío Jed?
-Cierto. Y un montón más de cosas.
-Dijiste que ibas a llamar por teléfono en el pueblo para averiguar un poco. ¿Lo
has hecho, tío Jed? ¿Qué has averiguado?
Sarah sintió un estremecimiento de pánico. Se levantó de la mesa.
-Perdonad -dijo-, voy a llevar a Jamie a dormir. Se está cayendo de sueño -y no
era una mentira. Se le cerraban los ojos, tanto que ni protestó cuando lo sacó de la
silla-. Emma, vente arriba también.
-¡No quiero dormir siesta! -protestó Emma, poniendo un puchero.
-No es necesario. Te puedes echar en mi cama a leer los tebeos que hemos
comprado.
-¡Me había olvidado! -dijo la niña alegremente-¡Hasta luego, tío Jed!
Al llegar al rellano después de acostar a los niños, el corazón le dio un vuelco al
ver a Jed en el recibidor. Estaba concentrado mirando uno de los cuadros y no la oyó
bajar. Se estremeció a verlo pasar el dedo por la firma. Seguro que ya sabía que esos
óleos eran de Jeralyn. Seguro que ya sabía todo. Se detuvo al pie de la escalera y
carraspeó con nerviosismo.
-Ah, ahí estabas. Adivina qué descubrí hoy -hizo un amplio gesto que abarcó las
tres pinturas-. Las hizo mi mujer.
¿Dónde estaba la animosidad que ella esperaba? Desconcertada ante su tono
afable, se quedó mirándolo sin comprender.
-Yo también me sorprendí -dijo, interpretando erróneamente su silencio-. Nos
equivocamos al pensar que la firma era mía. Mira un poco más cerca. Es Jer Morgan, no
Jed.
-Tienes razón.
¿Por qué se comportaba como si no pasase nada? ¿Estaría jugando al gato y al
ratón? Si quería averiguarlo, sería ella quien tendría que sacar el tema.
-Entonces -dijo, mirándolo a la vez que intentaba ocultar sus nervios-. ¿Qué más
has descubierto en el pueblo?
-Que tengo más que suficiente para cancelar la deuda con Izzio. Ya está
solucionado, Sarah.
-No sé cómo agradecértelo...
-No te preocupes -la interrumpió-. ¿Ya están acostados los niños?
-Sí.
-Hablemos en el cuarto de estar.
Su tono era más duro y ella sintió que el valor la abandonaba.
-Yo... tengo que lavar los platos...
-Ya lo he hecho.
Con el estómago hecho un nudo, lo siguió al cuarto de estar.
-¿Tardarán mucho en arreglar el camino? -preguntó, mirando la lluvia por la
ventana.
-Nuestro camino no será el único que el agua ha arrasado, y como somos pocos
los vecinos, darán prioridad a otros.
-Así que podemos estar aislados indefinidamente -dijo ella, envarándose al
sentirlo acercarse por detrás-. ¿No hay otra forma de salir de aquí?
-En coche, no. ¿A pie? Seguro, pero llevaría días atravesar el bosque. Imposible
con esta lluvia. Será un lodazal.
¿Por qué no iba al grano de una vez? ¿Por qué no se enfadaba con ella si había
averiguado que ella lo había engañado desde el principio? La tensión se acentuó más
todavía cuando el la tomó de los brazos y la hizo mirarlo.
-Sarah, cuando llamé a Deborah a la agencia me enteré de que soy escultor.
-¿Mmm? -logró articular y que sonase medianamente interesado.
-También me he enterado que soy viudo, aunque ya lo sospechaba -dijo con un
suspiro.
-Lo mismo tiene que haber resultado un golpe para ti -no valía la pena decirle que
ella también se había enterado.
-Sí. Y no me dijo nada más porque estaba con prisa. No tuve suerte con Brianna.
-¿Por qué?
-Su teléfono no figura en la guía. Así que me quedaron miles de preguntas sin
responder -se interrumpió- ¡Sarah, parece que te vas a desmayar! ¿Estás bien?
Sentía que se iba a desmayar, pero de alivio. Jed no había hablado con Brianna,
así que no sabía los detalles de la muerte de su mujer.
Una risa histérica le subió a la garganta y logró contenerla a duras penas.
-Es que... me da tanta pena enterarme de tu pérdida...
Al decirlo, la culpa la invadió. Era sincera al expresarle sus condolencias, pero en
lo que se refería a todo lo demás, lo estaba engañando y odiaba cada minuto que lo
hacía.
Seguía pensando en decirle lo de Chance, pero esperaría hasta irse. ¿De qué valía
decírselo en ese momento? Si lo hacía, solo verla le causaría dolor. Y tendría que
sufrir su presencia hasta que arreglaran el camino. Para qué causarle daño innecesario.
Suspiró.
-Parece que tienes angustias que no quieres compartir conmigo. Sea cual fuere el
problema, no será tan grave si hablas de él. Déjame que te ayude si puedo.
Su amabilidad casi la ahogó. ¡Qué distinto si supiese la verdad!
-Solo es cansancio -¡cómo odiaba tener que engañarlo!-. Será mejor que me
acueste un rato.
-Buena idea. Y ya que está amainando, sacaré a Max a dar un paseo. Tendría que
haberlo pensado antes, pero mi estudio tiene que estar en algún sitio de este bosque.
Seguro que Max sabe dónde y me podrá guiar hasta él.
CAPITULO 7
¿DONDE habéis estado, tío Jed?
Emma bajaba las escaleras, seguida de Jamie, que lo hacía sentado, deslizándose
escalón por escalón.
-Hemos dado un paseo -dijo Jed, colgando el anorak en el armario de la entrada.
Max se dirigió al pie de la escalera y esperó que los niños bajasen meneando el rabo.
-Mami duerme -anunció Jamie, dándole a Max un cariñoso abrazo.
-Pero pronto se despertará.
-Le haré una taza de té.
Se fueron a la cocina y los niños le indicaron dónde estaban los bizcochos de
chocolate que había hecho su madre. Cuando terminaron de comerse unas cuantas, el
té estaba listo. Jed lo sirvió y puso nata y azúcar en la bandeja, además de unos
cuantos bizcochos en un plato.
-¡Vamos a jugar, Jamie! -dijo Emma y los dos se fueron corriendo al cuarto de
estar. Mientras subía la escalera, oyó sus voces.
La puerta del dormitorio de Sarah estaba entreabierta. En la semioscuridad se
acercó a la cama, viendo que tenía los ojos cerrados. Al poner la bandeja sobre la
mesilla, las tazas tintinearon y ella se movió.
-Hola, ¿te apetece una taza de té?
-Aja -respondió ella adormilada.
Jed encendió la luz de la mesilla y ella se apoyó en el codo, haciendo un
movimiento que tiró del escote de su camisón, dejando al descubierto sus blancos
senos.
Erótico. Provocativo.
Prohibido.
Retiró los ojos rápidamente, pero su cuerpo ya había reaccionado. Se sintió
exasperado consigo mismo. ¿Qué clase de hombre era que sentía deseos por una mujer
embarazada? Y además, embarazada de otro hombre. ¡Qué falta de tacto!
No podía borrarse la imagen de la mente mientras servía la nata y revolvía. El
valle entre los senos, los dos montes donde los pechos rozaban la fina tela...
¿Cuántos años hacía desde que no le hacía el amor a una mujer? ¿Había
permanecido célibe desde la muerte de su esposa? Aun así, era ridículo tener esa
reacción al ver un poco del cuerpo femenino. Era lo suficientemente adulto como para
ejercer un poco de control sobre sí mismo, desde luego.
-Aquí tienes -dijo, alcanzándole la taza.
Ella se sentó y se acomodó el pelo detrás de las orejas. Al hacerlo, su perfume a
rosas y clavel, mezclado con el embriagador aroma de su cuerpo, le llegó a la nariz. Un
olor repleto de feromonas.
La mano le temblaba mientras le entregó la taza.
-Qué servicio más esmerado -murmuró ella-. Gracias.
-Cuidado que está caliente -le dijo él.
Aunque no tan caliente como se sentía él.
Qué error había cometido al llevarle el té. Ni se había imaginado que desearía
tanto meterse en la cama con ella. Se levantó y se acercó a la ventana, alejándose de
la tentación.
-¿Me das un bizcocho?
-Sí... perdona -dijo, volviendo junto a la cama para alcanzarle el plato-. ¿En qué
estaría pensando?
Sabía perfectamente en lo que pensaba. En tomarle los pechos, abarcárselos con
las manos, besárselos...
-¿Por qué no lo haces? -le llegó su voz como en una nebulosa- Son tentadores,
¿no?
Él parpadeó mirándola. Sarah sonreía.
-Aprovecha. Me doy cuenta por el brillo de tus ojos que quieres. Verás que son la
perdición. Deliciosos.
Jed sintió que un músculo se le contraía en la ingle y una oleada de deseo lo
envolvía. ¿Su fantasía se había convertido en realidad? ¿Lo estaría realmente
invitando a...?
-Los hice ayer. Ya sé que no comes dulces habitualmente, pero tendrías que
hacer una excepción con mis bizcochos de chocolate.
-De acuerdo, por una vez... -aceptó, sintiéndose un redomado imbécil al haberla
malinterpretado. Mordió el bizcocho. Era verdaderamente delicioso, aunque no tan
maravilloso como su fantasía.
-¿Has dado el paseo? ¿Qué tal te ha ido? -le preguntó ella.
-Encontré el estudio -dijo, agradeciendo la oportunidad de sacarse al sexo de la
mente.
-¿En serio? -se le iluminaron los ojos- ¿Dónde?
-A unos minutos de aquí. Max se fue directamente allí en cuanto salimos.
-Cuéntame -le dijo ella, haciendo un gesto hacia la silla junto a su cama.
-Es una cabaña. Lo que antes sería el salón ha sido agrandado y allí está el
estudio. Luego tiene un dormitorio, el baño y la cocina.
-¿Sería allí donde «acampaste»?
-Sin duda. Había muchas cosas mías: papeles, libros. Supongo que ese sería mi
hogar los últimos seis años -tomó un trago de su té-. Da la impresión de que hacía poco
que me había mudado a esta casa y todavía no había traído todas mis cosas.
-No recordaste nada al estar allí.
-Nada en absoluto. Hay una estatua de una joven. Parece que es un encargo del
mismo griego que me encargó el último trabajo. Encontré un contrato en el archivo
-sonrió-. Y adivina cuál es su nombre.
-¿Minerva?
-¡Qué inteligente! Efectivamente. Y la pasan a buscar la semana que viene, tal
como dice en el calendario.
-Me gustaría verla. ¿Me muestras el estudio?
-Pues, claro. En cuanto te levantes.
Aunque ella no estaba tan pálida como antes de acostarse, se notaba que seguía
intranquila. Pero ella lo había negado. ¿Qué más podía hacer para tranquilizarla?
Quizás si lo intentara de nuevo, podría lograr que se lo dijese. Si lo hacía con
disimulo, ella no se daría cuenta de adonde quería llegar.
-Cuéntame -dijo, como sin darle importancia-de Chance. ¿Cómo era, aparte de su
obsesión por el juego?
Sarah sintió que el cuello se le ponía rígido. No quería hablar mal de él, pero al
mismo tiempo no quería que la mentira se hiciese más gorda. No podría soportar la
culpabilidad.
-Primero de todo, ¿dónde os conocisteis?
Eso era fácil de responder. Sarah se tranquilizó un poco.
-Estaba mirando coches usados en un concesionario con unas amigas y él
trabajaba allí. Empezamos a hablar y...
-¿Y tenías dieciocho años?
-Unos dieciocho años muy inmaduros. Me sentí halagada cuando me invitó a salir.
-¿Me hubiera gustado, Sarah? A veces, los problemas familiares se inician con
una tontería que después no se puede componer por orgullo.
-La verdad es que no lo sé -dijo, sabiendo que en esta ocasión no había sido una
tontería e intentando que no se notase que evadía la respuesta-. Quizás te habría
impacientado... era irresponsable en muchos aspectos, pero no tenía mal corazón,
aunque no siempre cumpliera sus promesas -se apresuró a añadir.
-Y después de que os casarais, ¿dónde os fuisteis a vivir?
-Pensamos que Vancouver sería muy caro, así que alquilamos un pisito en Quesnel.
Chance era un buen vendedor, así que consiguió trabajo enseguida, aunque al principio
el dinero era un poco justo, yo trabajé cuidando niños, lo cual ayudó un poco.
-¿Cuándo comenzó a jugar?
-Al poco tiempo de casarnos. Como había dejado de fumar antes de que nos
conociésemos... -se quedó cortada. ¿Habría dejado de fumar por lo del incendio?
-¿Y?
-Justificó el gasto diciendo que usaba el dinero que antes se gastaba en tabaco.
Pero pronto lo que se jugaba a los caballos excedió lo que se podría haber gastado en
cigarrillos.
-¿Cuándo decidiste que no querías seguir así?
-Pocos meses después de que naciese Jamie. No soportaba más la incertidumbre
de cómo llegar a fin de mes. Nos peleábamos mucho. Sabía que sería duro sola, pero al
menos estaría en control.
-Sarah... -titubeó él antes de proseguir- ¿Lo seguías amando?
-A veces me pregunto si alguna vez lo amé en realidad. Creo que al principio
estaba enamorada de la idea de estar enamorada. Nunca había tenido novio y me
sentía inmensamente halagada de que él que quisiera.
-¿Porque era mayor que tú, con más experiencia?
-Además era muy atractivo -asintió ella con la cabeza-. Me conquistó totalmente.
Me quedé embarazada a la semana de conocerlo. No nos dimos tiempo para
conocernos. Éramos amantes, pero no éramos amigos. Ahora me doy cuenta de que un
hombre y una mujer tienen que ser amigos antes de ser amantes. Si no, lo único que
hay entre ellos, es... sexo. Y fui tan estúpida de volverme a quedar embarazada cuando
volvió conmigo porque me juró que había dejado de jugar. Él nunca lo supo. Se murió
antes de que yo me hubiera enterado. Por supuesto-añadió presurosa-, que he querido
a este bebé desde el instante que supe que estaba embarazada.
-¿Cuándo te enteraste de las deudas de Chance?
-Unos tres meses después de su muerte. Le llevó ese tiempo a Izzio
encontrarme porque me había mudado a la casa de la amiga cuyos niños cuidaba. Al
principio le pagaba lo que podía, pero cuando me quedé sin trabajo y le dije que no
podía pagarle más, se puso muy desagradable...
-Y te viniste aquí. Ojalá lo hubieses hecho antes. Sarah. Pero ya estás en
Morgan's Hope, Sarah. Izzio ya ha cobrado y puedes dejar el pasado atrás.
-No sé cómo te lo podré agradecer algún día.
-No te vayas de mi vida -dijo él, esbozando una cálida sonrisa-. Quédate con los
niños. Ese es todo el agradecimiento que quiero -levantó la bandeja-. Ahora vístete
que iremos al estudio.
-¡Mirad, allí está! -señaló Emma.
Sarah miró con interés la cabaña de madera situada en el medio del claro. Tenía
amplias ventanas y tejado de piedra. Salía humo de la chimenea y se olía a fuego de
leña.
-Encendí la chimenea para que se calentara un poco. Estaba muy húmedo.
Al entrar, se quitaron las chaquetas y luego Jed los hizo entrar a una habitación
amplia e iluminada.
-¡Mirad la señora! ¿La has hecho tú? -preguntó Emma, mientras Jamie
encontraba unas piedras debajo de la ventana y se sentó a jugar.
-Sí, encanto.
-¡Si estuvieses en mi clase en el colé, la señorita te daría un sobresaliente!
-anunció Emma.
A Jed le relucieron los ojos.
-Sí, eso es lo que me han dicho -dijo, sin reírse. Pasó una mano lentamente por
los hombros de alabastro de la estatua, con los ojos pensativos.
¿Cómo resultarían esos dedos en su piel? Sarah le miró las manos. Sintió un
estremecimiento de excitación.
-¿Sarah?
Arrancó: la mirada de sus manos. Jed la miraba con una expresión interrogante
en los ojos.
-Perdona -esperaba que él creyera que el arrebol de sus mejillas era debido a la
estufa de leña-, me distraje un momento. ¿Qué tal si me muestras el resto?
-Claro -se encogió de hombros-. Aunque no hay demasiado que ver.
El cuarto de baño era pequeñísimo y la cocina otro tanto. El dormitorio estaba
amueblado muy espartanamente con una cama estrecha, una cómoda de roble
americano y una mesilla haciendo juego.
A Sarah le llamó la atención una foto de boda en un marco de plata.
-¿Puedo mirarla?
-Por supuesto. No me ha hecho recordar nada. Muy frustrante.
Al alargar la mano para alcanzarle la foto, Jed le rozó con el pulgar la muñeca, y
una corriente de electricidad le corrió por el brazo. Nunca le había sucedido con nadie
antes, ni siquiera con Chance. Pero aunque fuese lo bastante idiota de enamorarse de
él, ese hombre le estaba vedado. Por el pasado.
Intentó concentrarse en la foto, pero mientras sus ojos miraban a la feliz
pareja, Jed con esmoquin elegante y Jeralyn monísima con un vestido de encaje
blanco, no podía dejar de pensar en el hombre a su lado, su aliento en su pelo, su aroma
masculino turbándole los sentidos, destruyendo su equilibrio.
-Al mirar a Jeralyn, sin embargo, sentí una tristeza muy profunda.
-Ya verás que recobrarás la memoria -le dijo, sintiéndose ella también muy
triste. Esperaba que fuese después de que ella se hubiese ido de Morgan's Hope-. Y
seguro que cuando menos te lo esperes.
Ella se alejó de él y estirándose por encima de una caja de cartón, puso la foto
en la mesilla. Al enderezarse, sintió un dolor sordo en la base de la columna. Con un
suspiro, se pasó la mano.
-¿Qué te pasa?
-Nada, un pequeño dolor.
-¿Te vendría bien un masaje? Siéntate en el borde de la cama -le dijo en un tono
que no aceptaba réplica.
Ella se sentó y él se sentó a su lado, dándole la vuelta para que ella le diese la
espalda.
-Relájate -le dijo, y sintió cómo apartaba su melena para echársela hacia delante.
Luego sus dedos se apropiaron de sus hombros, masajeando, amasando,
acariciando, recorriéndole los músculos con destreza. Se dejó llevar por la sensación.
Era irresistible, el lujo de manos expertas quitándole todas las tensiones, todas las
contracturas.
Le masajeó la espalda durante cinco minutos, al cabo de los cuales se sentía tan
relajada que estaba casi dormida.
-¿Mejor?
-Mucho -dijo ella, levantando los brazos para echarse el cabello a la espalda.
Se dio la vuelta y le sonrió.
Una sonrisa que lo fascinó, al igual que su dorado pelo lo fascinaba.
Había logrado ignorar la atracción antes, cuando le rozó la mano, pero ahora le
resultaba imposible de ignorar, imposible de negar.
-Voy a besarte -le dijo, sin despejar sus ojos de los de ella.
-Ya lo sé -dijo ella y sus labios se mantuvieron entreabiertos, húmedos,
tentadores.
Su boca tomó la de ella en un beso abierto y cálido. Le hundió la mano en el
cabello para sujetársela y su beso se hizo más y más íntimo.
La deseaba y ella lo deseaba a él.
Ella le pasó los brazos por el cuello, atrayéndolo hacia sí con urgencia. Lo apretó
por la nuca y él le enterró la cara contra la piel, bebiendo su femenino aroma. Le tomó
los pechos con las manos y se le pusieron hinchados y rígidos.
Ella volvió su cara hacia la de ella y lo besó con ansia. Estaba perdido. Perdido en
su deseo y en su urgencia de poseerla. Perdía rápidamente el control.
-¿Mami? -llamó Jamie desde la puerta- Emma se ha ido.
Durante un segundo, el mundo se detuvo y ni Jed ni Sarah se movieron. Luego,
lentamente, se separaron y miraron a Jamie.
-Se ha ido con Max.
Jed se puso de pie y la tomó del brazo para ayudarla a levantarse. Se dio cuenta
de que el deseo de ella había sido suplantado por ansiedad. El suyo se había aplacado.
Un poco. Y solo por ahora.
-Seguro que está fuera.
Pero Emma no lo estaba.
-Será mejor que vayamos hacia la casa. Hay que hacer la cena.
-Se ha llevado la chaqueta -dijo Sarah.
-Seguro que los dos se han ido a la casa. Vamos a ver.
Pero no estaba en la casa ni en el jardín. Cuando acabaron de buscar, estaban de
nuevo en la puerta de entrada. Jed había llevado a Jamie sobre los hombros y lo bajó.
-¿Dónde estará?
-Toma Jamie y vete adentro. Yo los buscaré.
-¡Quiero ir también!
-Solo resultarías un inconveniente -le dijo con delicadeza-. Lo haré más rápido
por mi cuenta.
-Tienes razón -dijo Sarah, mordiéndose el labio-. Pero no me resultará fácil
esperar.
Le rodeó los hombros con el brazo y le dio un apretón tranquilizador.
-Volveremos antes de lo que crees, ya verás.
Pero la noche cayó antes de que volviese. Jamie estaba en la cama y Sarah había
pasado el tiempo paseándose por el salón y mirando por la ventana alternativamente,
mirando desesperadamente la oscuridad con el corazón contraído por la angustia.
De repente, se encendió la luz de la entrada y vio a Jed que se acercaba con
poderosas zancadas. Traía a Emma en los brazos.
CAPITULO 8
¿SE encuentra bien? -preguntó al acercarse a la carrera. Cuando vio que los ojos
de la niña estaban cerrados y la cara pálida bajo los churretes de las lágrimas, contuvo
el aliento.
-Tranquila, Sarah -Jed se hizo a un lado para que Max entrase renqueando-. Está
bien, no tiene hipotermia. No se ha enfriado tanto.
-¡Gracias al cielo!
-¿Dónde la encontraste?
Emma abrió los ojos.
-Me caí a una cuneta y Max intentó ayudarme -la voz le temblaba-. Pero luego él
se resbaló y se cayó debajo de un tronco. Se quedó enganchado y no podía salir. Fue
culpa mía - se le escapó un sollozo.
-Shh. No pasa nada. Ambos estaréis bien -abrazó a Emma apretadamente-. Hace
frío fuera. Suerte que tenías tu chaqueta.
-Y suerte que se cayó en un sitio seco -añadió Jed-, pero le vendría bien entrar
en calor.
-Voy a buscar una manta.
Max dio varias vueltas frente a la estufa del cuarto de estar y se echó a lamerse
la pata. No la tenía rota, solo era un raspón. Jed ya se había asegurado de ello. Luego
lo curaría. Pero Emma venía primero.
Se sentó con Emma en los brazos.
Cuánto la quería, se dio cuenta, reviviendo la euforia que sintió al encontrarla en
el bosque. Había tratado con ella solo unos días, pero le pasaba lo mismo que con
Sarah. Sentía como si fuese su propia hija.
Emma hizo una pausa en la puerta, mirando la ternura con que Jed observaba a la
niña. La emoción le hizo un nudo en la garganta.
La adoraba. Y la niña le retribuía de igual manera, pero ambos iban a sufrir. Y
ella también.
Porque al verlo llegar con la niña en los brazos, se había dado cuenta de que se
había enamorado perdidamente de él.
¡Qué tonta había sido al dejar que sucediera!
-¿Sarah?
Haciendo un esfuerzo, tragó y luego se acercó con la manta a Jed, que envolvió a
Emma en ella. Luego Sarah se sentó y se la puso en el regazo mientras él revisaba la
pata del perro nuevamente.
-¿Tienes que ponerle una escayola?
-No, no la tiene rota. ¿Qué pasó Emma? ¿Cómo fue que ambos acabasteis donde
acabasteis?
-Max salió a hacer sus cosas y se puso a perseguir a un conejo y yo quise ver
adonde iban, así que los seguí. Agarré mi chaqueta y corrí tras ellos.
-¿Encontraste al conejo?
-No pude. Traté y traté, más que Max, que me ladraba para que volviera a casa,
hasta que se vino conmigo.
-Porque te quería cuidar -dijo Jed.
-Cuando se le quedó la pata atrapada, me acurruqué a su lado para que me diese
calorcito. Es mi mascota preferida y lo voy a querer toda la vida.
-¡Me parece una idea magnífica! -sonrió Jed-¿Qué tal si comemos algo?
-No gracias, tío Jed. No tengo hambre.
-¿Qué tal un plato de sopa y un sándwich?
-¿Qué tal una taza de chocolate caliente? -contestó Emma.
-Yo te la traigo -se levantó Jed.
-Después de que te lo tomes, te daré un baño y...
-¡Mami! -la expresión de Emma era de desesperación- ¡Se me ha perdido Niña!
-Está en el estudio -recordó Jed-, sentada en el pie de la estatua.
-¿No puedes esperar hasta mañana? -mientras lo decía, Sarah sabía que la
respuesta iba a ser no. Emma no podía pasar una noche sin Niña.
-No, mamá, sabes bien que la necesito. ¿Me la traes, tío Jed? ¿Por fi ?
Él lanzó una risita y se dirigió a la puerta.
-Iré en cuanto te traiga el chocolate caliente
Sarah retiró la silla y se puso de pie.
-En cuanto ordene esto, me iré a la cama. Pero primero, quiero agradecerte otra
vez encontrar a Emma. Me sentía descompuesta de miedo. No podía dejar de pensar
en el arroyo y...
-Ya sé. Yo también. Pero ya estamos en casa sanos y salvos, así que puedes dejar
de sufrir.
Sarah lanzó un gemido, llevándose ambas manos a los ríñones.
-¿Qué pasa? -dio Jed un paso hacia ella.
-Me dio un dolor. Supongo que el bebé habrá apretado un nervio.
-¿No estarás, ya sabes...?
-¿De parto? -se rio ella.
-¿Qué gracia tiene? -dijo él con petulancia-. ¿Y si tienes el bebé aquí, sin doctor
o enfermera?
-No te preocupes. Siempre me retraso. Créeme, tengo experiencia.
-Tendrás toda la experiencia que quieras, pero eres tan joven.
-No soy tan joven, Jed. Quizás te lo parezca porque tú eres un viejo.
-¿Un viejo? ¿Te parezco un viejo a los treinta y cuatro?
-Por supuesto. El macho de nuestra especie llega a su cúspide a los dieciocho y
comienza a descender a partir de entonces. Las mujeres somos distintas, por
supuesto. Llegamos a nuestra cúspide a los treinta y cinco.
-¿Estás insinuando que...? -dijo entrecerrando los ojos- ¿un hombre de mi edad
no le podría seguir el tren a una mujer más joven en... ejem... el dormitorio?
-No insinúo nada -dijo Sarah mirándolo inocentemente-. Solo te doy las
estadísticas.
-¡Al diablo con las estadísticas! Si no estuvieses en estado, te enseñaría que toda
regla tiene su excepción.
-¡Qué pena que no podamos ponerte a prueba!
-No recuerdo como me sentía a los dieciocho, pero sí que puedo decir cómo me
siento en este momento. Al diablo con las estadísticas -insistió, besándola.
Durante seis latidos de su corazón, no respondió.
Al séptimo, le echó los brazos al cuello y lo besó con una pasión que le llevó la
sangre a las ingles. La abrazó y la acercó a sí. Sintió su voluminoso vientre, pero ya no
le molestaba que fuese el bebé de su hermano. Lo consideraba el de Sarah y le tenía
tanto afecto como a Jamie o Emma.
Familia. Eran familia. Y saberlo hizo sentirse ebrio de deseo de hacerla suya.
Gimió e intensificó su beso. Le deslizó las manos por debajo de la camisa,
siguiendo el contorno del sujetador hasta que llegó a los extremos de sus senos. Y, de
repente, sintió algo pequeño y duro golpearle el estómago. Un puño, o una rodilla, o un
pequeñísimo pie.
-¿Has sentido eso? -preguntó, sacando las manos y pasándoselas por la espalda-.
El bebé no aprueba lo que hacemos.
-¡Gracias a Dios que alguien en esta familia sabe poner los límites! -dijo ella,
riendo.
-Pues no estarás embarazada eternamente -dijo él con una sonrisa maliciosa- Y
ahí sí que no habrá barreras.
-Jed, para entonces no estaré aquí -dijo ella en voz baja-. Sabes que me marcho
en cuanto arregles el camino.
-Ya lo sé. Os voy a echar de menos. A ti y a los niños. Estará todo muy solo
cuando os vayáis. Muy triste -dijo, alejándose de ella para ir a la ventana, donde se
quedó mirando la oscuridad.
Jed miró a Sarah desde la puerta del despacho. Habían pasado tres días desde
su beso en la cocina, y durante ese tiempo ella lo había tratado como a un mueble. No,
la verdad es que trataba a los muebles mejor que a él. En ese momento le daba brillo a
su escritorio de caoba como si su vida dependiese de ello.
Estaba tan guapa con sus vaqueros claros y la camisa celeste, que le dieron
deseos de...
Y sabía que lo que quería era totalmente inapropiado dada su condición.
-¿No te parece que se te está yendo la mano? -le preguntó
-Me siento bien -dijo ella, sacudiendo el trapo amarillo. Motas de polvo brillaron
en los rayos del sol.
-¿Entonces, por qué no has venido con nosotros? Cuando te invité a que vinieras a
dar un paseo, dijiste que te sentías un poco cansada.
Ella enrojeció.
-Quería estar...
-¿Querías estar sola, o mejor dicho no querías estar conmigo?
-No, por supuesto que no -dijo ella, mirándolo a los ojos.
-Fue el beso, ¿no?
Pareció que ella quería salir corriendo
-Fue... un error -dijo después de un largo rato, en voz tan baja que casi no se oía.
-¿No habría sido más sincero decirlo desde el principio?
-Quizás más sincero -bajó la vista al trapo-, pero más difícil.
-Sí, supongo que no será fácil para una mujer decir que encuentra un beso...
repulsivo.
-¡Oh! Yo no he dicho que...- reaccionó ella, cerrando los labios de golpe al darse
cuenta. Y si antes estaba arrebolada, ahora su cara estaba como un tomate.
-¡Aja! -exclamó Jed, sin poder contener una risita- ¡Te he pillado! -se acercó a
ella y le quitó el trapo de las manos- Ahora que hemos aclarado que no me encuentras
repulsivo, ¿qué tienen de malo unos pocos besos?
-Los besos pueden llevar a otras cosas -carraspeó ella.
-Sarah, no soy un animal. Por el amor de Dios, que estás en el octavo mes de
embarazo.
-No pensaba en eso -su suspiro pareció surgirle desde el fondo del alma-.
Pensaba más en el compromiso emocional. . -Te refieres a... enamorarse -dijo
suavemente.
-¡No he dicho nada de eso! -dijo ella y pareció que le resultaba difícil llenarse los
pulmones de aire- Lo que quería decir...
-Sarah, reconozcámoslo. Sentimos una atracción mutua. Y nos gustamos.
Enamorarse es una clara posibilidad, así que ¿por qué luchar contra ella? Y si no pasa
nada, nos contentaremos con ser amigos.
-No es tan sencillo.
-¿Porque sigues enamorada de mi hermano?
-Ya te he dicho que no.
-¿Entonces?
-Alguien -dijo- podría salir malparado.
-Estoy dispuesto a correr ese riesgo. ¿Tú no?
-No sé nada sobre mí misma. ¿Y si cuando recuperes la memoria hay algo... -tragó
convulsivamente y luego lo dijo todo a la carrerilla, para decirlo de una vez por todas-
algo que no recuerdas, algo de tu pasado que haría que no quisieras tenerme cerca?
Él la tomó de la mano e impidió que ella siguiese dándole vuelta a la alianza.
-Somos amigos, ¿verdad? Pues sigamos siendo amigos y veamos lo que nos depara
el destino, ¿quieres? Te prometo que no intentaré besarte de nuevo. Pero... -dijo con
malicia en los ojos-, si alguna vez sientes una necesidad imperiosa de besarme, no haré
nada por detenerte. En realidad, te prestaré toda mi colaboración, ¿de acuerdo?
Ella se mordió el labio, inmersa en sus pensamientos.
Pero, por favor no me culpes si eres tú quien sale malparado.
¿Cómo había accedido a un plan de ese tipo?
Pero, ¿qué otra opción tenía? ¿Cómo podía negarse a ser amigos?
Además, funcionaba bien hasta ahora. Habían jugado a las cartas en el cuarto de
estar mientras los niños dormían la siesta después de comer, y se habían divertido.
Luego habían ido a pasear con los niños y también lo habían pasado estupendamente.
Jed la había sujetado de la mano para que no se escurriese en el lodo, pero su apretón
había sido amistoso, no íntimo. Sí... todo había salido bien.
Hasta que llegaron al sitio donde la comente había arrasado con el camino y se
encontraron con dos obreros del otro lado, evaluando los daños.
-Mañana empezamos -gritó uno, respondiendo a la pregunta de Jed-. A primera
hora. Tendría que estar listo el viernes.
Sarah sintió que el corazón se le iba a los pies. Tres días más y pasaría por allí
por última vez.
-Tres días -dijo Jed, aferrándole la mano mientras volvían a subir por el camino-.
Pensé... tenía la esperanza de que tendríamos más.
-Pero sabías que me iría.
-Sí. Pero habría sido mucho más conveniente que te quedaras.
-¿Conveniente para qué?
-Para conocernos mejor -le dijo-. En fin... antes de que te vayas quiero darte
dinero...
-No gracias, Jed. Ya me has prestado lo suficiente.
-Pero eso fue para pagar las deudas de Chance.
-Era mi esposo. Sus deudas eran las mías. Y algún día te lo devolveré. Pero ni se
me ocurriría aceptar dinero para mi propio uso.
No es para ti, cuernos,¡ es para los niños! ¡Para tu familia, Sarah!
-Nada de lo que digas me persuadirá a aceptar más dinero de ti. Y no te
preocupes, Jed. Soy de las personas que siempre salen ilesas.
Cuando llegaron a la casa, le apoyó la mano en el brazo.
-Vete poniendo el agua. Iré al estudio. Cuando fui esta mañana, me encontré una
caja de cartón llena de documentos. Probablemente es todo el correo que llegó cuando
me mudé aquí. Me la traeré para echarle una mirada.
Sin esperar su respuesta, salió hacia la explanada.
Ella lo miró alejarse, con los ojos llenos de inquietud.
¿Qué pasaría si en la caja había una carta que tuviese la información que ella
trataba desesperadamente de ocultarle?
CAPITULO 9
PUES bien, esto lo explica. Sarah levantó los ojos del recibo que estudiaba y
miró a Jed. Se habían dividido el contenido de la caja de cartón entre los dos. Ella se
sentaba de un lado de la mesa con una pila y él del otro con la otra mitad.
-¿Explica qué?
-Me preguntaba de dónde habrían salido los cuadros de la entrada -dijo,
mostrándole una carta-. Es de Deborah Feigelman. Me manda el pésame por la muerte
de mi esposa y luego me dice que le quedan tres cuadros de Jer en la galería y si
quiere que los venda o que me los mande de vuelta a Morgan's Hope.
-Estarías encantado de recuperarlos. Seguro que los que había en la casa
durante el incendio se arruinaron.
-Sí... Yo... -las cejas de Jed se unieron en un gesto de extrañeza- ¿Cómo te
enteraste del incendio?
-¿No me lo dijiste tú? -preguntó Sarah, deseando que la tierra la tragase. Sabía
perfectamente que él nunca había mencionado el incendio.
Jed siguió mirándola.
-¿No? -se movió incómoda en su asiento-. Oh,ahora recuerdo. La cajera de la
tienda... el día en que fuimos al pueblo... fue ella quien me lo dijo. Me pilló mirando una
copia de uno de los cuadros de tu esposa que tenían colgado allí... y ella...
-Ya que yo no mencioné nunca la cuestión -dijo Jed, arrojando la carta sobre la
mesa-, ¿supusiste que yo no lo sabía?
-No -dijo Sarán-. Supuse que tú sí que lo sabías.
Se hizo un silencio incómodo entre los dos.
-¿De qué más te enteraste ese día?
Sarah deslizó una mano entre los pliegues de su falda y subrepticiamente cruzó
los dedos.
-Nada.
-¿Nada?
-La mujer quería cotillear -logró Sarah mirarlo a los ojos sin pestañear-. Yo no.
-Incluso a pesar de saber que yo estaba ansioso por saber...
-Sabía que estabas ansioso, sí, pero no quería averiguarlo de ese modo. Me
parecía... poco limpio -dijo Sarah y levantó la barbilla-. Cuando nos volvimos a
encontrar parecías alterado, así que supuse que ya habías descubierto lo que había
sucedido. Y luego, cuando no lo mencionaste, pensé que no querías hablar de ello. Creí
que lo encontrabas demasiado... turbador.
-El motivo por el que no quería hablar de ello fue porque no te quería turbar a ti.
Su consideración hizo que su propio engaño le resultase aun más intolerable.
-¿Y a ti, quién te lo dijo? -preguntó.
-En encargado del cementerio del pueblo. Y me enteré por él -añadió, burlándose
con una sonrisa de sí mismo- de que me había convertido en un ermitaño.
-Puede que eso haya sido verdad en el pasado -dijo Sarah-, pero has sido muy
hospitalario con nosotros.
-Quizás he cambiado. O quizás es porque sois mi familia. Sarah -prosiguió
después de un instante-, por motivos que desconozco, ambos nos callamos lo del fuego,
pero de ahora en adelante mantengamos las líneas de comunicación abiertas y no
arriesgarnos a tener más malentendidos. Seamos totalmente sinceros el uno con el
otro, ¿de acuerdo?
Evitando su directa mirada, Sarah levantó el siguiente sobre y se vio invadida
por la alarma cuando se dio cuenta de que el remitente era Brianna.
-¿Sarah?
Levantó la cabeza de golpe y vio con alivio que su atención estaba fija en ella, no
en el papel que tenía entre las manos.
-De acuerdo -dijo-. Hagamos eso -y mientras mantenía la mirada fija en la de él,
deslizó el sobre a la parte de abajo de la pila-. Ahora, si no te importa, me voy a la
cama. Llevamos más de dos horas con esto y estoy un poco cansada.
-Sí -dijo Jed, desperezándose-. Se está haciendo tarde. Terminaremos mañana.
Vete arriba, que yo haré un poco de chocolate caliente y te lo llevaré a tu cuarto.
Se dirigieron al vestíbulo juntos.
-Venga, arriba -dijo él palmeándole el hombro cuando llegaron al pie de la
escalera.
Sarah controló su frustración. Había tenido la esperanza de que él se fuera
directamente a la cocina y le diese tiempo de volver a buscar la carta de Brianna. Pero
él se quedó al pie de las escaleras con la mano en el poste, esperando que subiese.
No le quedó otra opción que hacerlo, y él se quedó mirándola hasta que ella llegó
al rellano antes de ir a la cocina.
Podría haber vuelto en ese momento, pero le dio miedo correr el riesgo. ¿Y si él
la oía y la pillaba entrando como una ladrona en el estudio? ¿Qué excusa podría dar
para satisfacerlo? No, lo mejor era que se fuese a la cama y volviese más tarde,
cuando él estuviese dormido. Así podría leer la carta sin que él la interrumpiese. Y si
había algo en ella que no quería que Jed viese, la escondería hasta el día de su partida.
El ronco grito de un cuervo despertó a Sarah con un sobresalto. La luz del
amanecer se filtraba en la habitación, revelando la taza de chocolate ya frío.
Se dio cuenta de que se debió de quedar dormida en cuanto se metió en la cama.
Y el pánico se llevó el letargo de la mañana al recordar su plan de bajar a escondidas y
leer la carta de Brianna.
Distraída, se pasó la mano por el vientre mientras el bebé cambiaba de posición.
Tenía que bajar ahora y leer la carta, cerciorarse de su contenido, esconderla si era
necesario.
Retiró las sábanas en un rápido movimiento y se levantó. Después de ir deprisa al
cuarto de baño, se puso unas zapatillas y una bata y salió sigilosamente al pasillo.
Una madera crujió bajo su pie al pasar junto a la habitación de Jed. Se quedó
helada, escuchado un largo rato si se oía algo detrás de la puerta. No oyó nada y siguió
con los nervios de punta;
No se relajó hasta tener el sobre entre las manos. Luego se hundió en el sillón
detrás del escritorio y sacó la carta de Brianna, comenzando a leer.
-¿Y? ¿Te ha ayudado Dios?
Sarah creyó que el corazón se le detenía en el pecho cuando oyó la voz de Jed.
Controlando el impulso de tapar la carta con la mano, levantó la vista.
-¿Qué quieres decir?
-«Al que madruga...» -bromeó él, mientras se metía la camiseta negra en la
cinturilla de los vaqueros.
-Oh -de alguna forma, logró ella sonreír-. Me desperté temprano y como sabía
que no me volvería a dormir, decidí bajar.
-Sí. Te oí pasar frente a mi puerta. Me puse algo encima y me levanté pensando
que sería Emma o...
Un exigente ladrido de Max desde la puerta ahogó sus palabras.
-Tengo que ir a abrirle -dijo, alejándose-. Enseguida vuelvo. Luego podemos
desayunar juntos. ¡Quizás dispongamos de media hora de paz antes de que los niños se
despierten!
Mientras se alejaba, Sarah lanzó un suspiro de alivio. Por un pelo. ¿Y si le hubiese
pedido ver la carta?
Ella la había acabado antes de que él apareciese y le había confirmado lo que se
temía. Brianna la había escrito poco después de la muerte de Jeralyn y en ella se
lamentaba que hubiese sido la falta de cuidado de Chance la que causase el fatal
incendio. Brianna concluía diciendo que comprendía porqué Jed no quería saber nada
de Chance en su vida. Ella también quería olvidarse de la existencia de su hermano.
Cuando Sarah oyó que la puerta principal se cerraba, dobló la carta
presurosamente, la volvió a meter en el sobre y la introdujo en las profundidades del
bolsillo de la bata.
-Estabas dormida anoche -dijo Jed mientras cargaba los platos del desayuno en
el lavavajillas-cuando te llevé el chocolate caliente.
-Me excedí un poco ayer -dijo Sarah, sacando una píldora de vitaminas del
frasco-. Me dormí como un tronco en cuanto me metí en la cama. -¿Cómo te sientes
hoy?
-Bien. Quizás un poco cansada -dijo ella, echando la cabeza hacia atrás para
tomarse la pastilla con un trago de leche.
Jed comprimió los labios mientras la miraba. Parecía mucho más que «un poco
cansada». Tenía mal aspecto. Era intolerable que el camino siguiese intransitable. Ni
siquiera la podía llevar a ver a un médico.
Sorteando a Max que se terminaba la comida de su cuenco, se acercó al teléfono
de la pared y se puso el auricular en la oreja. Ningún sonido. Colgó varias veces. Nada.
Lanzó una maldición por lo bajo.
-¿No hay suerte?
-No -respondió colgando finalmente.
Al darse la vuelta, se tropezó con Max, que acababa de terminar la comida y se
había levantado para dirigirse al salón. Perdió el equilibrio y se cayó hacia delante,
golpeándose la sien contra el borde de la encimera antes de aterrizar en el suelo en
cuatro patas.
Atontado, se puso de pie, frotándose la sien con la mano.
-¡Ay! -dijo- Ese...
Parpadeó y se tambaleó, apenas consciente de que Sarah se acercaba a él y lo
sujetaba del brazo. En una nebulosa, se dio cuenta de que ella le hablaba, pero no oía lo
que le decía. Su mente había explorado en un montón de imágenes confusas. Imágenes
de una mujer morena con luminosos ojos castaños y una melena maravillosa. Le sonreía,
le tendía los brazos. Se dirigía hacia él en un campo de campánulas azules...
-Mi memoria -dijo con voz trémula-... la estoy recobrando. Veo...
-¿Qué ves? -preguntó Sarah apretándole el brazo.
-Jeralyn. Y una casa. Una casa antigua de tejado rojo... y...
-¿Qué más ves, Jed, qué más? Sintió que ella contenía el aliento de la misma
forma en que él lo hacía. Deseando que las imágenes no se fuesen, deseando ver más.
Pero al igual que fantasmas desapareciendo en la niebla, se desvanecieron, dejándole
una sensación desagradable de desilusión.
-Eso es todo -masculló desesperanzado-, solo Jeralyn y la casa...
-¿Mami? -se oyó la voz de Emma desde el vestíbulo.
Sarah miró titubeante a Jed. Luego, dejó caer la mano que apoyaba sobre su
brazo.
-Aquí, Emma, estamos en la cocina.
-Venga, Jamie, date prisa -dijo Emma. Se oyeron pisadas corriendo.
Con un profundo suspiro, Jed se acercó a la ventana y miró fuera. Qué raro
había sido ver a Jeralyn de ese modo... como una extraña, sin embargo alguien a quien
había amado una vez.
-Ya ha comenzado -dijo Sarah por detrás-. Ahora que has empezado a recordar,
recuperarás la memoria pronto.
Eso era, por supuesto, lo que ella se temía.
Con la esperanza de mantener a Jed alejado de los papeles que eran una bomba
de tiempo, le propuso que fuesen a dar un paseo después de desayunar.
-Vete tú delante -dijo Jed con un gesto distraído-. Me gustaría terminar de
revisar el contenido de la caja de cartas.
-¿Por qué no lo dejas para más tarde? Yo te ayudo.
-No, quiero seguir.
Parecía distante. Era como si su decisión de saber más sobre su pasado lo
hubiese arrastrado a otro mundo al que ella no pertenecía. Y no podía hacer nada al
respecto sin despertar sospechas.
Así que, ya que era un buen día, llevó a los niños y a Max a dar un largo paseo.
Pero todo el rato una pregunta se le repetía en la mente: ¿Qué encontraría Jed en la
caja mientras ella estaba fuera?
Cuando volvió a la casa, eran las once pasadas y entró al vestíbulo presa de la
ansiedad. Pero cuando Jed saló del estudio, era obvio por su expresión derrotada que
no había aprendido nada nuevo.
Se sintió ebria de alivio.
-Una pérdida de tiempo -dijo él, tomándole la chaqueta que llevaba para colgarla
en el armario.
-¿Has revisado todo?
-Sí. La mayoría era relacionado con trabajo. Cosas de negocios. Había unas
cartas particulares de Brianna, pero no logré sacar nada. La mayoría eran cotilleos
familiares. Mencionaba una invitación a que los visitara, que parece que yo había
rechazado.
-Así que parece que el cuidador de cementerio tenía razón. Era verdad que
estabas hecho un ermitaño.
-¿Qué es un ermitaño, mami? -preguntó Emma. Había dejado a Niña en la
alfombra para quitarse las zapatillas.
-Alguien a quien le gusta estar solo.
-El tito Jed no es un ermitaño -dijo Jamie, meneando la cabeza mientras su
madre le quitaba las botas- ¡Nos quiere a nosotros!
-Nos quieres, ¿verdad, tío Jed? -preguntó Emma alzando a Niña y poniéndose de
pie. Le lanzó a Jed una mirada ansiosa-. Te gusta que estemos aquí, ¿no? Nos
podríamos quedar aquí para siempre si quisiéramos, ¿verdad?
-Es verdad, cielo -respondió Jed, revolviéndole el pelo con cariño-. Os podríais
quedar aquí para siempre si quisierais. ¡Es lo que más desearía en el mundo!
-¿Podemos, mami? -preguntó Emma con cara de ilusión- El tío Jed nos podría
buscar una escuela a Jamie y a mí y tú te podrías quedar en casa todo el día y cuidad
al bebé.
-Emma -dijo Sarah con el entrecejo fruncido-, sabes perfectamente que es de
mala educación invitarte...
-No pasa nada, Sarah -dijo Jed-. No seas dura con ella. No está diciendo nada
que yo no haya pensado ya.
-Emma, llévate a Jamie al cuarto de estar a jugar -dijo Sara sin responder-. Y,
por favor, quedaos allí hasta que os llame a comer.
Emma hizo un mohín de disgusto, pero obedeció. Sarah esperó a que se fueran.
-Te rogaría que no alientes a Emma cuando habla de que nos quedemos -le dijo tensa a
Jed.
-Solo le he dicho la verdad -respondió él-. Me encantaría que todos os quedaseis
aquí...
-¡Una mentira piadosa no habría venido mal! -¡No estoy a favor de las mentiras!
-le espetó-¡Ni piadosas ni de ningún otro tipo! ¡Si hay algo que considero imperdonable
-añadió- es la mentira!
Imperdonable. El dardo hizo diana en el corazón de Sarah. Al pensar en su propia
farsa, lágrimas de desesperación le inundaron los ojos, lágrimas que no quería que Jed
viese. Se dio la vuelta y se dirigió ciegamente hacia el cuarto de estar, pero no había
dado ni tres pasos antes de que él la agarrase del brazo para detenerla.
-Sarah -tiró de su brazo para que ella se diese vuelta-, lo último que quiero
hacer es ponerte triste -le dijo, secándole una lágrima con el dedo-. No llores, por
favor.
-No estoy llorando, en serio. Es que esta es una época en que las hormonas están
desatadas...
Le pasó el brazo por los hombros y le dio un abrazo reconfortante.
-Te comprendo. Y perdona que apoyase a Emma... fui injusto. Sé que estás
decidida a irte y tendría que haber encontrado la forma de no responder a su
pregunta. Supongo que... -dijo con ironía-era la última intentona para intentar hacerte
cambiar de opinión.
-Pierdes el tiempo -respondió ella con un nudo en la garganta-. Tengo intención
de irme en cuanto arreglen el camino.
Jed miraba a Sarah acostar a los niños desde la puerta del dormitorio.
-Buenas noches, tío Jed -recostada en la almohada, Emma se metió el pulgar en
la boca y saludó a Jed sacudiendo a Niña.
-Otro abrazo, tito Jed -dijo Jamie, extendiendo los brazos.
Jed miró a Sarah y por la expresión de sus ojos de dio cuenta de que ella sabía
que Jamie lo hacía para retrasar el momento de ir a dormir. Con una risita, se acercó a
la cama.
-¡Marchando el abrazo número cinco para uno! -bromeó, inclinándose para darle a
Jamie un abrazo y un leve beso en la rubia coronilla.
-¿Y yo? -preguntó Emma.
Besó a la niña también, y ella se echó hacia atrás con un suspiro de satisfacción.
-Te echaré de menos -murmuró, apretándose a Niña contra el pecho-. Pero será
taaaaan fantástico cuando vengas de visita.
Salieron juntos de la habitación.
-Ese enano está para comérselo, es adorable -comentó Jed-. Pero, después de
todo -añadió, agarrándola de la mano-. ¡Lo heredado no es robado!
Tenía intención de pasar el resto de la velada juntos, hablando. Quería saber
más de Sarah, de la relación con su madre, y con su padre antes de que él muriese.
Quería enterarse de dónde había crecido, qué sueños había tenido antes de que
Chance apareciese en su vida y se la arruinase. Quería saber qué planes tenía ahora
para el futuro.
Pero ella parecía decidida a coartarle todas las posibilidades de hacerlo. Cuando
se había ofrecido a ayudarla con la cocina después de comer, pensando que les
ofrecería una buena oportunidad para charlar, ella se había rehusado.
-¿Te importaría hacerla solo hoy? Tengo un montón de plancha que hacer -sin
esperar respuesta, se había ido al lavadero.
Cuando él acabó la cocina, fue a buscarla. La encontró saliendo del lavadero.
Tenía la cara sofocada y el cabello húmedo pegado al rostro.
-¿Has acabado? -le preguntó, mientras se dirigían al vestíbulo.
-Enseguida termino -se dirigió a la escalera y mientras subía dijo-: Quiero
ordenar el cuarto de baño de los niños primero.
Cuando volvió a bajar, con un hato de toallas húmedas en los brazos, eran casi las
nueve. La interceptó al pie de la escalera.
-¿Por qué has tardado tanto?
-Mientras estaba arriba se me ocurrió preparar las cosas para hacer las maletas
-le lanzó una sonrisa radiante-. Ya sabes que no soy la mujer más ordenada del mundo.
Me quería asegurar de que no me dejaba nada por ahí.
-Me resultará raro vivir sin ti y los niños. La casa parecerá un cementerio -dijo,
sintiendo que su ánimo se hundía-. ¿Sabes, Sarah? Apenas puedo creer que hace nada
más que unos días que estás aquí. Siento que nos conocemos de toda la vida.
A Jed le pareció ver el brillo lágrimas en sus ojos, pero antes de que se
cerciorara de ello, ella parpadeó y había desaparecido.
-¿Me disculpas? -le dijo- Todavía me quedan unas cosas por planchar.
Lo esquivó y se dirigió al lavadero. ¡Otra vez lo estaba evitando, diablos! Pero esa
vez no dejaría que se saliese con la suya.
-Te haré compañía -le dijo y la vio titubear un momento antes de seguir
caminando sin responderle. La siguió al lavadero.
Ella encendió la plancha y sacó la ropa de la secadora, dejándola sobre la tabla
de planchar. Con diestros movimientos, comenzó a separar la ropa, doblando ciertas
prendas y dejando otras a un lado para planchar.
-Me recuerdas al conejito de las pilas -le dijo Jed.
Ella le lanzó una sonrisa que no le llegó a los ojos. Parecía nerviosa, tensa.
-¿Por qué no lo dejas para mañana? -le preguntó.
-No, quiero quitármelo del medio esta noche -dijo, y estirando una de sus
camisas, se puso a planchar.
La miró largo rato.
-Mmm -dijo enigmáticamente antes de salir de la habitación lentamente.
Ella lo miró irse. No quería añadir más mentiras a las que ya le había contado. Por
eso se había mantenido ocupada, con la intención de mantenerlo al margen. Con la
esperanza de que se diese cuenta. Y ahora, se dijo con una sonrisa de pena, había cap-
tado el mensaje.
Y mientras tanto, se había condenado a planchar una pila de ropa, cuando lo único
que quería hacer era sentarse.
Jed volvió a entrar pausadamente en la habitación. Balanceaba en cada mano una
silla de la cocina. Mientras ella lo miraba desconcertada, plantó una silla frente a la
otra con un espacio entremedio.
-Siéntate -le dijo.
-Pero quiero...
-Estás agotada. Pero ya que parece tan importante que hagas la plancha, siéntate
que yo lo haré.
Sarah se dio cuenta por el gesto de obcecación de su mandíbula que no iba a
aceptar un «no» por respuesta.
-Gracias -le dijo, forzándose a decirlo-. Supongo que si estás decidido a hacerlo,
no discutiré contigo por ello. Pero mejor me iré a sentar al cuarto de estar.
-No, no -dijo él suavemente y la hizo sentarse en una de las sillas. Luego le
levantó los pies y se los apoyó en la otra silla-. Te has pasado toda la tarde huyendo de
mí. Aquí se acaba la carrera, Sarah.
Ella sabía reconocer cuando darse por vencida.
Y tuvo que reconocer, muy a su pesar, que era un alivio sentarse un rato, aunque
no fuese en el cuarto de estar.
Pensar que cuando lo conoció era un hombre amargo, malhumorado y antipático. Y
luego, después del accidente, un hombre distinto había surgido: cariñoso, vulnerable,
tan fuerte y a la vez tan tierno que le había robado el corazón.
Apoyó la cabeza en el respaldo de la silla y cerró los ojos. La habitación estaba
silenciosa excepto por el ocasional ruido del vapor de la plancha. El sonido era rítmico,
tranquilizador, hipnótico...
Jed pasó la punta de la plancha alrededor los botoncitos de la camisa azul de
Jamie, la última prenda de la pila. Mordiéndose el labio, planchó con precisión la fina
tela, terminando con el cuello y asegurándose de que no le quedasen arrugas.
Había acabado.
Apoyó la plancha recta, la apagó, dobló la camisa y la puso en la pila con las otras
prendas.
Sarah se movió.
La miró con una sonrisa indulgente. Se había quedado dormida segundos después
de sentarse, así que había logrado evitar la conversación con él.
Pero no importaba. No quería que ella se sintiese presionada en absoluto.
Lo único que quería era amarla. ¿Amarla?
La sorpresa lo recorrió en oleadas mientras se quedaba mirando a esa mujer que
se había ido metiendo lentamente en su vida y, sin que él se diese cuenta también en
su corazón.
No solo se le había metido, sino que también se lo había robado.
Estaba enamorado de ella... ¡Enamorado de la viuda de su hermano!
En ese momento, Sarah abrió los ojos. Y después de parpadear dos veces, lo miró
con expresión desconcertada.
-Me debo de haber quedado dormida -dijo, disculpándose con una sonrisa
mientras se acomodaba los pliegues de la camisa rayada blanca y rosa-. No te he
servido de demasiada compañía.
Incapaz de quitarle los ojos de encima, la miró mientras su mente intentaba
absorber lo que acababa de darse cuenta.
-¿Has acabado? -preguntó ella, poniéndose de pie y ahogando un bostezo.
-Aja -dijo él y no se reconoció su propia voz.
-No me gusta nada que la gente me vea cuando estoy durmiendo -dijo ella,
cortada.
-Yo no soy «la gente», Sarah.
Debió de oír la intensidad de su tono porque su respuesta tuvo una ligereza poco
característica en ella que tenía como objetivo romper ese instante.
-¿Tenía la boca abierta? ¿Ronqué? ¿Parecía una ballena varada en la playa?
-Sarah -le dijo él con urgencia-, tengo algo que decirte.
La alarma se reflejó en sus ojos un instante antes de que ella se diese la vuelta
y, dándole la espalda, recogiese la ropa planchada.
-Si no te molesta, preferiría irme a la cama ahora -enderezó los hombros e
inspiró profundamente antes de volverse a mirarlo-. Estoy realmente exhausta -sujetó
la ropa contra su pecho como una coraza-. ¿No puede esperar hasta mañana?
-Claro -le pasó un cariñoso brazo por los hombros mientras la acompañaba a la
puerta-, por supuesto que puede esperar hasta mañana.
El también podía esperar, porque si todo salía como él deseaba, si ella podía ver
cómo lo amaba también, habría muchos mañanas. Y pasarían cada uno de ellos juntos.
La perspectiva le llenaba el corazón de gozo.
CAPITULO 10
SARAH se despertó la mañana siguiente con el sonido del teléfono. Gimió al
darse cuenta de que la línea con el mundo exterior se había restablecido y que se en-
contraba atrapada en Morgan's Hope en la misma situación que tan desesperadamente
quería evitar. Se apoyó en un codo y al hacerlo, el teléfono dejó de sonar. Jed lo debió
de haber contestado. ¿Estaría hablando con Brianna y enterándose en ese mismo ins-
tante de su engaño?
Con una sensación de mal presagio, se deslizó de la cama y se hallaba de camino
al baño cuando se abrió la puerta de golpe. El corazón se le detuvo en el pecho.
-¿Mami?
Solo Emma. El corazón reanudó sus latidos.
-¿Sí, cariño?
-Estaba abajo buscando a Niña cuando sonó el teléfono. Lo contesté porque el tío
Jed ha salido. Se ha ido de paseo con Max.
-¿Quién era? -contuvo el aliento. Por favor, que no fuese Brinna.
-Un hombre que me dijo que le dijera al señor Morgan que el camino ya está
arreglado y que lo puede usar cuando quiera.
Sarah respiró. Qué suerte.
-Gracias Emma, pero si oyes el teléfono otra vez, déjalo. Seguro que es para tu
tío y si es importante, la persona volverá a llamar.
-De acuerdo, mami.
-¿Duerme Jamie?
-No. El tío Jed nos dio el desayuno y luego nos dijo que jugásemos en nuestro
cuarto hasta que te levantases.
-Cuida a tu hermano mientras me doy una ducha, ¿quieres?
-Bueno.
Emma se fue y Sarah se dirigió al cuarto de baño. Ahora que el teléfono estaba
arreglado y habían reparado el camino, lo más probable era que se descubriera su
engaño muy pronto.
La noche anterior había logrado evitar la conversación que Jed quería, aunque no
se había quedado dormida en la lavandería a propósito. Pero la forma extasiada en que
él la miraba cuando se despertó la había conmovido. ¿Se estaría enamorando Jed de
ella, al igual que ella lo estaba de él? De ser así, era un amor que no tenía futuro. Un
amor que sabía que no debía alentar.
Así es que intencionadamente se había mantenido fría, actuando como si no se
diera cuenta de la urgencia e intensidad de su tono cuando le había dicho que tenía
algo que decirle. Pero todo el tiempo recordaba la mirada salvaje que él le había
lanzado la noche en que ella había llegado a Morgan's Hope y le había dicho que había
estado casada con Chance.
Bastante daño le había hecho entonces, que no lo conocía. Pero ahora, que lo
amaba, la posibilidad de que la mirase de esa misma forma se le hacía intolerable.
Tenía que irse antes de que él volviese. Si no lo hacía, ese día se convertiría en el
peor de su vida.
Jed silbó alegremente al surgir del sendero del bosque con Max pisándole los
talones. Qué día más perfecto. El cielo azul, las blancas nubes como copos de algodón,
el sol brillando. La primavera había llegado a Morgan's Hope por fin y todo iba bien.
Casi había llegado a la puerta de entrada cuando Sarah salió. Al verlo, se detuvo
en seco. Tenía una pequeña maleta en una mano, un bolso de viaje en la otra y una
mochila colgando del hombro.
-¡Jed! -dijo sin aliento- ¡Has vuelto!
-¿Qué diablos haces?
-Cargo el coche -se hizo a un lado para dejar pasar a Emma, que llevaba una pila
de libros en un carrito. Detrás de ella venía Jamie, bufando ante el esfuerzo de
arrastrar una bolsa rebosante de juguetes. Una pelota amarilla se le cayó y Max la
agarró y salió a la carrera.
-¡Max! -gritó Emma-. ¡Trae eso!
Jed se dio la vuelta y miró el Cutlass. Su cara se ensombreció al ver que el
asiento trasero ya estaba lleno de cosas.
-Sarah...
-Espera que ponga esto en el coche -le dirigió una sonrisa forzada al pasar a su
lado-. ¡Emma! -llamó- En el asiento no, los pondremos en el maletero -Jed la siguió. Ella
evitó mirarlo mientras abría el maletero. Empujó a un lado un gastado asiento de niño
para hacer sitio y apoyó la mochila en un rincón-. Emma, pon esos libros aquí.
-Sarah, ¿qué prisas tienes? No puedes usar el camino todavía -añadió con
impaciencia al ver que ella hacía caso omiso y seguía poniendo cosas en el maletero-.
Está intransitable.
-Sí, tío Jed -lo corrigió Emma, tirándole de la manga-. Un hombre telefoneó y
dijo que terminaron y que el camino ya está.
-¿Ya han restablecido la comunicación? -preguntó, mirando a Sarah.
-La comunicación está restablecida, el camino reparado -dio un golpe a la tapa
del maletero y lo cerró. Tenía las mejillas ruborizadas y una expresión defensiva en los
ojos-. Todo está listo para que nos vayamos.
Jamie y Emma habían seguido a Max. El sonido de un helicóptero casi ahogaba
sus risas mientras corrían a la explanada tratando de agarrar al labrador, que todavía
tenía la pelota amarilla en la boca.
Jed veía que la familia se le escapaba de las manos, pero no estaba dispuesto a
que ello sucediese.
-Sarah, espera -le puso una mano en el hombro antes de que ella se alejara-.
¡Infiernos, mujer, quiero hablarte!
-No cambiaré de opinión -la brisa le infló la falda y ella se la bajó con las manos-.
Me encanta estar en Morgan's Hope. Has sido tan amable con nosotros. Pero es hora
de irse. No quiero hacerme pesada.
-Eso no sucedería nunca -dijo Jed, tomándola de las manos-. Sarah, anoche...
Se interrumpió al ver que el sonido en aumento del helicóptero hacía sus
palabras inaudibles. Miró al cielo con frustración, esperando hasta que ella lo pudiese
oír. Lo que tenía que decir demandaba la total atención de Sarah.
El helicóptero descendía y su sonido era cada vez más ensordecedor. Cuando lo
vio descender en el claro donde tenía la cabaña se dio cuenta de que ese sería su
destino. En ese instante, recordó la anotación en el calendario de la cocina: SE
MARCHA MINERVA. Era el último día del mes. Mitch llegaba a buscar la escultura. Y
no lo podría haber hecho en peor momento.
Sarah soltó sus manos para ponérselas de visera sobre los ojos mientras seguía
el trayecto del helicóptero. El pelo rubio le volaba en el aire. Le dieron deseos de
enmarcarle el rostro con las manos y besarla hasta hacerla perder el sentido.
Le tocó el brazo y ella se dio vuelta a mirarlo.
-¡Ha venido a buscar la escultura! -gritó.
Lo miró sin comprender, pero un segundo más tarde sus ojos se aclararon.
Asintió.
-Minerva -moduló con los labios silenciosamente.
-¡Tengo que ayudarlos! -volvió a gritar.
Ella volvió a asentir.
-¡No te vayas! -hizo una mueca al darse cuenta de que había gritado en un súbito
silencio. El helicóptero había descendido y el piloto apagó el motor- No vayas a ningún
sitio -repitió en un tono normal, fijando una mirada de advertencia en Sarah-.
Hablaremos cuando vuelva, ¿de acuerdo?
-Estaré aquí -dijo ella.
-¿Me lo prometes? -Te lo prometo.
-Bien -se dio la vuelta y caminó por la explanada hasta desaparecer en el bosque.
Con el corazón destrozado, Sarah lo miró irse.
-¿Por qué no esperamos hasta despedirnos del tío Jed, mami?
Los ojos de Sarah estaban velados por las lágrimas. ¡Ojalá pudiese dejar de
llorar! Se pasó una mano temblorosa por los ojos y sujetó el volante con la otra
mientras conducía el Cutlass por la autopista hacia Vancouver.
-Emma...
Se quedó sin aliento cuando un dolor la atravesó durante unos segundos en que
creyó morir. Luego, para alivio suyo, desapareció.
Luchó contra una sensación de aprensión. Seguro que era indigestión. Con las
prisas, se había tomado la leche demasiado rápido. No estaba de parto todavía.
Imposible. Era solo una falsa alarma. Tenía que serlo.
-¿Mami? -la queja de Emma volvió a oírse desde el asiento trasero- Dije que por
qué...
-Tengo mis motivos, motivos que eres muy joven para entender -se forzó Sarah a
concentrarse en la conducción mientras un enorme camión la adelantaba-. Quiero que
te quedes sentada en silencio con Jamie...
A la mención de su nombre, Jamie comenzó a llorar con el llanto agudo y
desesperado que adoptaba solo cuando estaba realmente alterado.
Sarah sintió que el agudo sonido le alteraba los de por sí alterados nervios.
-Tranquilo, Jamie, que todo va a salir bien.
-¡Quiero con Max! -se intensificó el llanto.
-¡Quiero saber dónde vamos! -exigió Emma con su tono más agresivo- ¿Por qué
tuvimos que dejar al tío Jed? ¡No quiero dejarlo, y tampoco quiero dejar a Max!
Además -añadió-, le prometiste al tío Jed que te quedarías para hablar con él. Y me
has dicho que hay que cumplir las promesas.
Sarah tragó el nudo que le agarrotaba la garganta.
-Por favor Emma, no quiero discutir eso ahora.
El dolor llegó otra vez. Mucho más fuerte todavía, como si una mano gigantesca
le retorciera las vísceras. Se envaró, intentando no ceder ante sus temores.
Gradualmente, el dolor cedió, dejándola temblorosa.
Después de un rato, los aullidos de Jamie se hicieron menos estridentes, hasta
que finalmente se convirtieron en un llanto bajo e intermitente. Emma se había
quedado silenciosa.
Al mirarla a través del espejo retrovisor, vio que su hija estaba ruborizada y se
había metido el dedo en la boca mientras sujetaba a Niña contra su cuello. Miraba por
la ventanilla con ojos sombríos.
Sarah suspiró. Emma preguntaba dónde iban pero ella no podía responderle
porque ni ella misma lo sabía. Cuando se fueron de Morgan's Hope, no lo había
considerado. Lo único que quería era irse antes de que Jed volviese.
Sintió un escalofrío. De repente, sintió frío y el temor la invadió. La sensación
que podría haber tenido al entrar a un oscuro sótano frío y húmedo. O al cruzar la
puerta de entrada de Winthoip. La hermosa mansión que se hallaba a una hora de
distancia donde había nacido y crecido. La casa donde a no era bienvenida. Winthorp
era el último sitio mundo donde llevaría a Emma y Jamie... si tuviese elección.
Pero se dio cuenta de que no tenía otra opción. Aunque quisiera convencerse de
lo contrario, sabía que al fin y al cabo solo tenía un sitio dónde ir. Tenía que volver a
casa. Tenía que pedirle a su madre que la dejara quedarse con los niños hasta que
naciese el bebé.
El Cutlass no estaba.
Jed frenó en seco y se quedó mirando con incredulidad la explanada desierta. Se
quedó quieto un momento interminable, en el que solo oía los latidos de su corazón.
Luego recobró el movimiento de golpe y corrió a la casa. Al llegar a la puerta de
entrada, como un rayo se dio cuenta de que no corría así desde la noche del incendio...
Recuerdos. Se quedó petrificado con la mano sobre el picaporte mientras lo
asaltaban los recuerdos que aparecieron como piezas de un rompecabezas,
acomodándose por separado, sin conciencia de la existencia de las demás. Se sintió
mareado, sin tiempo para ordenarlos.
Llamas, que se elevaban a un cielo oscuro. El penetrante sonido de una sirena. El
olor a madera ardiendo...
Y tan abruptamente como comenzaron, los recuerdos se detuvieron, dejándolo
tembloroso y descompuesto.
Intentó controlarse y abrió la puerta.
-¿Sarah?
Pero cuando su voz resonó en la planta superior, supo que ella se había ido.
Sin embargo, se negó a aceptarlo y subió a registrar los dormitorios.
Nadie. Nada.
Acabó en el cuarto de baño de Sarah. Allí, por fin, encontró un rastro de ella. Su
perfume. Humedad de su ducha en los azulejos.
Apretó los puños y se miró en el espejo.
-La encontraré -se dijo-. Aunque sea lo último que haga en el mundo.
Con las mandíbulas apretadas, se dio la vuelta para irse. Y en ese momento vio la
bata colgada en un gancho en la puerta. Con las prisas por irse, se le había olvidado.
Agarró la prenda de franela rosada y apretándola entre sus manos, hundió la cara en la
suave tela con perfume a Sarah. Así se quedó un largo instante, inspirando su esencia,
con el corazón lleno de angustia.
Finalmente se enderezó. ¡Dios santo, estaba actuando como un adolescente! Si
quería encontrar la mujer que amaba, sería mejor que se pusiera en marcha en vez de
hundirse en la auto conmiseración! Irritado consigo mismo, alargó la mano para colgar
la bata en el gancho y sintió un papel crujir en un bolsillo. Metió una mano y sacó un
sobre. Perplejo, vio que estaba dirigido a él y que lo remitía Bianna.
Leyó la carta una y otra vez. Mientras se enteraba de la verdad, le comenzó a
latir la cabeza. Los recuerdos retornaron, recuerdos vividos y poderosos, trozos del
rompecabezas. Pero esa vez no se detuvieron. Y antes de mucho, supo que estaba en
posesión de todos ellos.
El rompecabezas de su pasado estaba completo. Wynthrop parecía más
imponente de lo que lo recordaba.
Pero, a pesar de sus temores, reconoció al conducir al Cutlass deprisa por la
avenida de rododendros que era una imagen tranquilizadora.
Durante las últimas millas del viaje, las contracciones habían sido tan fuertes
que casi tuvo que detener el coche. Pero recurriendo a todas sus fuerzas había
logrado seguir con un solo objetivo en la mente: llegar a Winthrop antes de perder el
control.
Frenó de golpe en el frente, sintiendo una oleada de alivio, que fue seguida de
otro ramalazo de dolor. Gimió cuando fue presa de él, agradeciendo que los niños se
hubiesen dormido. La contracción pareció durar una eternidad y cuando comenzó a
remitir, vio abrirse la puerta.
El miedo la paralizó un instante, pero después de todo, no fue su madre quien
salió a abrirle, sino Mariah, el ama de llaves. La mujer, de cabello gris y sólida figura,
se había asomado al desconocer el vehículo.
Sarah abrió la puerta del coche y se bajó mientras otra contracción la hacía
doblarse en dos.
-¡Sarah! Sarah, querida, ¿qué pasa? -exclamó Mariah corriendo hacia ella.
-Ocúpate de Jamie y Emma, ¿quieres, Mariah? -se quedó Sarah sin aliento
mientras era presa de otra contracción y se aferró a las manos de la mujer- Pero
primero ayúdame a entrar y llama a una ambulancia.
Las siguientes horas pasaron en una nebulosa.
Solo un recuerdo no se le olvidaría nunca. Fue el instante en que el doctor le puso
el bebé en los brazos.
-Buen trabajo, Sarah Morgan. Tiene una hermosa niñita -le dijo con alegre voz.
Jed se paseaba por la cocina una y otra vez.
Con que Chance era responsable de la muerte de Jeralyn. No se lo podía creer.
¿Cuánto haría que Sarah lo sabía?
¿Se habría enterado al leer la carta de Brianna o antes?
¿Y dónde había encontrado esa carta?
Eso sí que podía responder esa pregunta. Seguro que la había encontrado la
noche en que trabajaron juntos revisando la caja de papeles que encontraron en la
cabaña. Recordaba su cara de culpabilidad cuando la había encontrado a la mañana
siguiente inmersa en la lectura de la carta. Debió de volver a meterla en la caja y la
sacó después.
Necesitaba encontrarla. Quizás le llevase largo tiempo, considerando la poca
información que tenía.
Pero primero tenía que conseguirse un coche.
Llamó a un taxi para que lo llevara a Kentonville y subió a empacar un bolso de
viaje.
Donde quiera que estés, Sarah Morgan, se dijo con cara seria, te encontraré.
Tenemos que solucionar una cuestión, tú y yo.
-Mami -llamó Sarah llorosa al entrar en el dormitorio de Sarah y correr hacia su
madre.
Sarah se hallaba en una silla baja junto a la ventana con su bebé de tres días en
los brazos. El bebé mamaba tranquilamente del pezón de Sarah. Era un milagro que no
se le hubiese secado la leche, considerando la tensión que había pasado desde el parto.
Alargó la mano para abrazar a Emma.
-La abuela ha sido muy buena en dejarnos quedar aquí. Ya sé que te es difícil
acostumbrarte a ella, pero para ella también es difícil, teneros a ti y Jamie corriendo
por su hermosa casa.
-Jamie le rompió su plato sin querer, mami.
-Claro que no, cielo, fue un accidente.
-¡Tú no nos mandas a la habitación cuando es un accidente! -durante un momento
la indignación suplantó la pena- ¡Tú no nos castigarías por romper un estúpido plato
viejo!
-Era un plato muy antiguo y muy valioso, preciosa -cuando el bebé le soltó el
pezón, la enderezó y le sacó el aire contra su hombro-. ¿Está Jamie dormido?
-Sí -dijo Emma y su labio inferior se alargó, tembloroso, en un mohín-, ¡Y no
tengo con quién jugar! Y la abuela dice que tengo que ir a la tienda con ella porque mi
ropa es fea...
-Emma -la voz autoritaria de Deidre Hallston la precedía-. Te he dicho que no
molestes a tu madre.
Sarah se preparó mientras su madre atravesaba el umbral. Deidre Hallston
siempre había tenido el cuerpo de una modelo y en ese momento llevaba un traje de
lino negro y zapatos a juego de finísima piel. Recogía su pelo platinado en un moño para
revelar las perfectas facciones de su patricio rostro. Y sus ojos grises, fijos en Emma,
reflejaban la más dura reprobación.
-Te he dicho, Emma, que te laves la cara y las manos -la boca se le puso tensa-.
Por favor, hazlo ahora.
Sarah besó a Emma y le dio un reconfortante abrazo.
-Vete con abuela, Emma. Ya verás que divertido, hacer compras con ella. ¡Qué
bonito comprarte unos vestidos!
Emma le lanzó una mirada de rencor que la hizo sentirse como una traidora.
Luego, soltándose de su abrazo, salió corriendo de la habitación.
Sarah creyó oír un sollozo contenido, y su rabia contra su madre se intensificó.
-Emma no necesita ropa nueva, madre. En el futuro, por favor dime tus planes
antes de quedar en nada con los niños.
-Mientras estéis en Winthorp, no permitiré que tus hijos vayan por ahí con ropa
barata. Seguro que recuerdas que cuando eras pequeña siempre llevaste lo mejor que
el dinero podía comprar. ¡No te faltó de nada! Y si no hubieses estado tan decidida en
casarte con el inútil chico de los Morgan, yo me habría ocupado de que Emma hubiese
tenido la misma infancia privilegiada...
-Por favor, no hables así de Chance. Él...
-Está muerto. ¡Lo sé perfectamente, ya que te ha dejado sin un céntimo! Si
hubiera servido para algo, no habrías tenido que volver arrastrándote a casa.
Su voz hizo que el bebé lanzase un gemido.
-Sí -se puso de pie Sarah-. Vine arrastrándome a casa -se acercó a la mesa para
cambiar al bebé-. Pero solo porque no tenía dónde ir. Ya sé que aquí no soy bienvenida
y en cuanto pueda me iré. Mientras tanto, lo único que te pido es un poco de amabi-
lidad con los niños. No lo han pasado demasiado bien estos últimos meses...
-¡Podrías habérselo hecho mucho más fácil -dijo su madre severamente- si te
hubieses venido aquí cuando murió tu marido, en vez de ir a su hermano! -arrugas
velaron su perfecta frente-. Te has negado a decirme nada de él, por lo que supongo
que lo encontraste tan irresponsable como su hermano ya que no te quedaste
demasiado tiempo con él.
-No es irresponsable -dijo Sarah, depositando suavemente al bebé sobre el
cambiador-. Es amable y digno de confianza y...
El ruido de desaprobación que salió de la nariz de su madre le hizo perder la
paciencia.
-Es un hombre maravilloso -dijo, agarrando un pañal del estante bajo la mesa-. Y
estoy enamorada de él -concluyó, mirando a su madre desafiante.
Deidre Hallston se la quedó mirando con expresión de horror.
-Dios santo -dijo luego, sacudiendo la cabeza lentamente con incredulidad-. No
aprenderás nunca, ¿verdad? Pues, señorita, dices que tienes planeado irte de aquí en
cuanto te sientas lo bastante fuerte -inspiró profundamente-. Pero te diré algo.
Cuando te vayas, lo harás sola. Acabas de reconocer que tus hijos lo han pasado
realmente mal. Pues bien, es hora de que comiencen a vivir en un entorno más estable.
No estaría cumpliendo con mi deber si te permitiese que te los llevases de aquí. ¡El
solo hecho de que te hayas involucrado nuevamente con uno de los Morgan es prueba
fehaciente de que no eres una mujer apta para ser madre!
-No te atrevas a decir...
-Sí que me atrevo -su madre se dio la vuelta y espetó por sobre su hombro-: Lo
llevaré a los tribunales si es necesario... ¡pero no estaría cumpliendo con mi deber de
abuela si no te quitara esos pobres niños de las manos!
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CAPÍTULO 11
JED miró desilusionado el edificio de JD Electronics al detener su recién
estrenado Nissan Pathfinder en el aparcamiento para visitantes. La compañía parecía
más grande que todas las que había visitado en los últimos tres días y seguramente
emplearía cientos de personas.
La búsqueda de la madre de Sarah se hacía más y más difícil, lo cual no era una
sorpresa. Lo único que sabía de ella era que era viuda y que tenía un puesto
administrativo en una de las empresas más importantes de electrónica de Vancouver.
No se permitía pensar que su búsqueda no diese resultados. La mujer había
desheredado a su hija y si la encontraba, quizás no lo recibiría. Pero valía la pena
intentarlo. Sarah le había dicho que pensaba ponerse en contacto con amigos después
de marcharse de Morgan's Hope. Tenía la esperanza de que su madre supiese quiénes
eran esos amigos y le pasase la información.
Entró en el edificio y le indicaron dónde se hallaba el Departamento de Personal,
donde una sonriente mujer con cabello canoso lo saludó amablemente.
-¿Qué puedo hacer por usted? -le preguntó.
Él se embarcó en la misma historia que había repetido una y otra vez en su
peregrinar por la empresas electrónicas de la ciudad.
-Estoy buscando una amiga a través de su madre. No sé mucho de su madre,
excepto que enviudó hace unos dieciséis años y que trabaja en electrónica... El nombre
de mi amiga es Sarah, Sarah Morgan.
-No, -dijo la mujer meneando la cabeza- no me suena. Es una empresa muy
grande, por supuesto, pero trabajo aquí desde que se montó y como estoy en Personal,
conozco a todo el mundo... ¡y los problemas familiares de todos también!
Otro callejón sin salida.
-Gracias -dijo Jed, forzando una sonrisa-. Sabía que podía no encontrar
resultados.
-¿Por qué necesita encontrar a esa mujer? No se lo pregunto por curiosidad, sino
que tengo muchos contactos en el medio y puedo hacer unas llamadas, intentar
localizarla. Cuanto más sepa, más posibilidades tendré.
-No es importante en realidad -dijo Jed, ocultando su reticencia a divulgar más-.
Sarah, su hija, y yo tenemos unos temas que resolver. Aun encontrando la madre,
puede que no me de la información que necesito -explicó-. Echó a su hija de la casa
hace unos seis años porque estaba embarazada y decidida a casarse con el padre del
bebé en contra de los deseos de su madre.
-¡Santo Dios! -exclamó la mujer con los ojos como platos- ¡Usted busca a la
pequeña Sarah!
-¿La conoce? -preguntó Jed, aferrándose al mostrador- ¿Sabe dónde puedo
encontrar a su madre?
-Su oficina está en el último piso, pero hoy no ha venido -le informó, porque Jed
hizo ademán de irse.
-¿Dónde la puedo encontrar?
-Vive en las afueras de la ciudad. 14 Pinetree Yail. Puedo decirle exactamente
cómo ir porque estuve allí en el funeral de su esposo. Siga por la carretera hasta que
llegue a Pinetree Malí, luego gire a la derecha y vaya recto unas dos millas. La casa es
la última a la izquierda.
Jed condujo lentamente por Pinetree Trail, lanzando un silbido de asombro al ver
las enormes casas a ambos lados, cada una rodeada de varios acres de terreno.
Inmaculados jardines circundaban casas enormes como castillos.
¿Cómo encajaba la madre de Sarah allí? ¿Alquilaría una cabaña, una suite en un
sótano o encima de un garaje?
Atravesó el portón del número 14 y no pudo ver la casa hasta emerger de la
avenida sorteada de rododendros. Cuando se presentó ante sus ojos, se dio cuenta de
que era la más suntuosa. Su parque también era magnífico. Una gloria en tecnicolor de
flores de primavera y arbustos.
Siguió por el camino hacia el costado de la casa, donde aparcó en un sitio
discreto. Mientras buscaba a la madre de Sarah, no quería meterla en líos con los
dueños de la «casa grande».
Cerró la puerta del Pathfinder silenciosamente y metiéndose las manos en los
bolsillos de los vaqueros, caminó cautelosamente hacia la parte trasera de la casa.
Mirando alrededor, no encontró una cabaña, y el garaje para cuatro coches era de una
sola planta, así que la madre de Sarah no podía vivir...
-¡No es irresponsable!
Una voz proveniente del piso de arriba le llegó a los oídos, petrificándolo.
-Es amable, de fiar y... es un hombre maravilloso -dijo Sarah desafiante y
enfadada-. Y yo estoy...
Su voz sonó más ahogada y no pudo comprender lo que decía. Pero el corazón le
comenzó a latir locamente cuando una profunda satisfacción lo invadió. La había
encontrado. ¡Infiernos, la había encontrado! Y mucho más fácilmente de lo que
pensaba.
Pero... ¿dónde exactamente estaba ella?
Miró hacia arriba y vio una ventana abierta. ¿Estaba allí? ¿Qué hacía en
semejante mansión?
Mientras se rascaba la cabeza, perplejo, oyó otra voz. Una voz que era tan fría y
desaprobadora que le dio escalofríos.
-... nunca aprendes, ¿verdad? Pues, señorita, dices... planeando irte... cuando lo
hagas... te marcharás de aquí sola... no cumpliría con mi deber si... ¡prueba de que no
eres una madre responsable!
Luego la voz de Sarah otra vez, protestando enfadada.
Jed sabía que no tenía que estar escuchando, pero no se podía mover. Y mientras
se apoyaba en la pared, oyó a la mujer, evidentemente la madre de Sarah, amenazarla
con hacer todo lo posible por conseguir la custodia de sus nietos.
Oyó un portazo y se enderezó. Juró que por encima de su cadáver conseguiría
esa bruja quedarse con los hijos de Sarah. Y no estaba dispuesto a perder ni un
segundo en decírselo.
Golpeó la puerta posterior y le abrió una mujer que llevaba un uniforme negro y
un blanquísimo delantal. Su expresión era tensa.
-Mi nombre es Jed Morgan -anunció sin preámbulos, dispuesto a meter el pie en
la puerta si era necesario-. Quiero ver a Sarah.
-Se lo diré a la señora Hallston -dudó la mujer.
-¿La señora Hallston? ¿Qué diablos tiene ella que ver con...?
-¿Usted es el hermano de Chance?
-En efecto -dijo Jed.
La mujer lanzó una nerviosa mirada por encima del hombro y cuando volvió a
hablar lo hizo en un susurro.
-No querrá que Sarah lo vea. No quiere que su hija tenga nada más que ver con
su familia.
Le llevó un momento, pero cuando finalmente comprendió lo que sucedía, se
quedó mirando a la empleada boquiabierto.
-¿Quiere decirme que Sarah es..., que Sarah es Hallston?
-Pues claro.
-¿Y su madre...?
-La señora Hallston es la dueña de JD Electronics.
Jed se quedó pasmado. Increíble. En ningún momento le había indicado Sarah que
proviniese de una familia tan rica.
-Ella, Sarah, ¿vivía aquí?
-Nació y creció aquí -la mujer se inclinó hacia él y dijo en voz baja-: La mimada
de su padre. Él era un hombre adorable, muy cariñoso. Después de su muerte, Sarah
cambió totalmente. Parecía que estaba constantemente buscando algo.
Buscando una familia.
La culpabilidad le golpeó la tripa como un puñetazo. Ella había ido a Morgan's
Hope con la esperanza de encontrar allí, finalmente, un hogar. El tipo de hogar que ella
soñaba. Y él la había echado, igual que su madre seis años antes.
-Señor Morgan, ¿por qué quiere ver a Sarah?
-Tengo intención de darle -dijo- lo que ella está buscando.
La mujer esbozó una sonrisa radiante. Dio un paso atrás y le indicó que pasase.
-Quizás pierda mi empleo por esto -susurró-, pero si puede hacer a Sarah feliz,
valdrá la pena.
Lo hizo atravesar la cocina y entrar en un lujoso vestíbulo. Una escalera de caoba
llevaba al piso de arriba.
-La habitación de Sarah está arriba -le dijo en el oído-. Al final del corredor -le
dio unas palmaditas en el hombro-. Buena suerte.
Jed no se cruzó con nadie mientras subía las escaleras, ni al caminar por la
galería alfombrada. Cuando llegó a la puerta del final, la encontró entreabierta.
Golpeó suavemente, pero al no tener respuesta, la abrió. Oyó el ruido de agua
corriendo proveniente de una puerta a su izquierda. Y luego... oyó otro sonido: el gemir
de un bebé.
En una esquina de la habitación había una cuna blanca, al lado de la cama. Oyó
otro leve ruidito que provenía de allí. El corazón le dio un vuelco. Dios santo, Sarah
había tenido al bebé.
Se quedó inmóvil un momento, preso de la alegría. Luego, conteniendo la
respiración, caminó en puntillas por la mullida alfombra para espiar en la cuna.
Las sábanas eran color rosa, la primera señal de que era una niña. Y cuando miró
al bebé vio que sus mejillas también eran sonrosadas, la carita redonda, la piel como de
seda. Los ojos oscuros lo miraban abiertos y parecía que lo observaban con franca cu-
riosidad.
Era como mirar un milagro. La boca perfecta, las uñas minúsculas, las pequeñas
orejas y los mechones de cabello dorado. Envuelta en las rosadas sábanas era una
visión maravillosa, gloriosa.
Mientras la miraba extasiado, un espasmo de incomodidad se le reflejó a ella en
el rostro. La boquita rosada hizo un mohín y comenzó a llorar. Un grito que a los dos
segundos se hizo agudo y exigente.
Jed retiró las sábanas y, conteniendo el aliento, la levantó en sus brazos. Era
ligera como una pluma y adorable. Mientras la miraba a través de una cortina de
lágrimas, se preguntó si sería posible que un corazón explotase de felicidad.
Una cosa que Sarah no podía soportar era la conmiseración. Enfadada, se frotó
el rostro con una toallita mojada para quitarse toda señal de las lágrimas que había
derramado cuando su madre salió dando un portazo.
No permitiría de ninguna manera que Deidree Hallston le quitase a sus hijos.
Todavía no sabía cómo hacerlo, pero en cuanto se recuperase, pensaría en alguna
forma de hacerlo. Era difícil pensar en el futuro cuando apenas podía pensar ahora,
que echaba en falta tanto a Jed.
Ahogó un sollozo y dejó la toallita para agarrar el cepillo de pelo. Después de
cepillarse, estaba a punto de recogerse el cabello en una coleta cuando oyó llorar al
bebé.
Se quedó quieta escuchando. ¿Estaría molesta con aire o sería que solo se
quejaba durante el sueño?
El grito fue agudo y exigente. Y luego se hizo un silencio abrupto.
Qué raro.
Rápidamente, Sarah dejó el cepillo y abrió la puerta del cuarto de baño...
Y se quedó helada. Azorada. Mareada. Incrédula.
Allí, en la esquina de la habitación se encontraba Jed.
Tenía al bebé en los brazos y la sujetaba con tanto cuidado como si fuese la cosa
más preciosa que había visto en el mundo.
-¿Jed? -dijo ella trémulamente.
El levantó la vista y a ella el corazón le dio un salto al verle las lágrimas en los
ojos.
-Hola -dijo él, acariciando suavemente el rubio cabello antes de volver a meter al
bebé en la cuna y cubrirla con la sábana.
-¿Qué qué haces aquí?
Él sonrió, y su sonrisa tuvo un extraño efecto en su corazón.
-He recuperada la memoria -le dijo-. Lo sé todo y he venido a llevarte a casa.
-¿Lle...llevarme a casa? -tartamudeó Sarah-Pe... pero pensé que no querrías
tenerme cerca para recordarte a Chance. Y pensé que me despreciarías porque te
mentí.
-Cielo, la única persona que desprecié fue a mí mismo cuando recordé la forma en
que te había tratado la noche en que llegaste a Morgan's Hope. Es cierto que
estuviste casada con Chance, pero no eras de ninguna forma responsable de la
tragedia. Y yo te traté como si lo fueras. Me hace sentir muy mal pensar que os iba a
echar a los tres...
-Oh, Jed, no te castigues. Todavía estabas atado al pasado, con tu pérdida, y con
la participación de Chance en ella.
-Pues ahora se ha acabado -dijo él, los ojos oscurecidos por la emoción-. Pero no
habría sucedido si tú no hubieses venido a Morgan's Hope. Mi rabia y amargura habían
hecho que me apartara de la vida. Jeralyn y yo habíamos sido tan felices juntos... y yo
la había perdido. Y no estaba dispuesto a pasar por lo mismo nuevamente. Pero cuando
el pasado se me borró de la mente y dejó de ser una barrera, me abrí y me volví a
enamorar. Cuando recobré la memoria, Sarah, me di cuenta de lo mucho que habría
perdido si no le hubiera dado al amor una segunda oportunidad -se acercó a ella y la
tomó en sus brazos-. Me siento tan agradecido de que aparecieras en mi vida cuando lo
hiciste.
-Oh, Jed -dijo ella. Una lágrima le temblaba en las pestañas.
Jed se la secó con ternura. Y luego, con una sonrisa, miró dentro de la cuna.
•-Veo que has estado ocupada -dijo- desde la última vez que nos vimos.
-¿No es adorable? -Sarah sintió una oleada de amor al seguir su mirada- ¡Llegó
unas horas después de que dejase la montaña!
-¿Ya le has puesto nombre?
-Pensé en ti cuando lo elegí -sonrió ella entre lágrimas-. La he llamado Hope.
-Hope. Esperanza -murmuró-. Me gusta -la apretó contra su corazón-. Te he
echado tanto de menos -dijo con pena.
Ella elevó los ojos hacia él y disfrutó de la felicidad que vio reflejada en sus
ojos. Alargó la mano y le echó hacia atrás el mechón de pelo negro que le había caído
sobre la frente.
-Tu buen tiempo te llevó llegar hasta aquí.
-¿Tienes idea -gruñó él- de lo que cuesta encontrar a una persona cuando lo único
que sabes es que su madre trabaja en una empresa de electrónica? Habría resultado
mucho más fácil si hubiese sabido que tu madre era la dueña de su empresa. Menudo
secreto, Sarah Morgan.
-De ahora en adelante, no habrá más secretos entre nosotros. Igual que tú, odio
la mentira -se mordió el labio-. Me olvidé la bata... supongo que la encontraste, con la
carta de Brianna en el bolsillo. ¿Te has puesto en contacto con ella por fin?
-Sí. La encontré a través de Nick y Allie Campbell, que ella mencionaba en su
primera carta. Gracias a Dios que su teléfono estaba en el listín telefónico. Cuando la
llamé me dijo que ella y su marido, Harry, habían hecho lo posible durante los últimos
años para sacarme de la depresión en la que estaba sumido. Le encantó saber que
estaba bien otra vez y persiguiendo a la mujer con la que me quería casar.
Sarah inspiró profundamente.
-Jedidiah Morgan, ¿estás declarándote?
Él simuló estar sorprendido.
-Ejem... bien... sí. ¡Supongo que sí!
-Entonces -dijo ella riendo-, supongo que acepto. Pero sabes que venimos en un
paquete completo... ¡te llevas a una y te llevas a todos!
-Me parece un buen trato. ¡La verdad es que me parece una ganga!
-Jed, ¿recuerdas que prometiste no besarme otra vez? -preguntó
ruborizándose-, ¿pero que si sentía necesidad de besarte tú colaborarías?
Él levantó una ceja en son de broma.
-¿Quieres decir que en este momento tienes esa necesidad perentoria?
-La verdad es que -dijo ella ruborizándose aún más- la he sentido casi
constantemente desde que me diste ese beso arrollador cuando volviste del hospital.
-¿Arrollador, eh? -dijo con una chispa de humor en los ojos.
-Pero pensé que me intentabas ablandar para que me quedara a cuidarte. Más
tarde decidí mantener las distancias porque cuando recobrases la memoria me odiarías
otra vez.
-Hemos perdido una barbaridad de tiempo, Sarah Morgan. Pero no estoy
dispuesto a quedarme aquí perdiéndolo más. Así que si va en serio eso de la necesidad
perentoria de besarme...
-Oh -dijo ella sin aliento-, va totalmente en serio.
-Entonces te ofrezco mi total cooperación.
Sus labios encontraron los de ella casi antes de que acabara de hablar. Y el beso
recuperó todo el tiempo que habían desperdiciado. Sarah sintió que se desmayaba de
gozo. Cuando se separaron, las piernas apenas si la soportaban.
-¡Cielos! -susurró-. Valió la pena esperar.
-Y eso -dijo él con una sonrisa sexy- fue solo una muestra de lo que está por
venir. No puedo esperar a tenerte en casa.
Sarah se recostó en sus brazos.
-Jamie y Emma estarán encantados cuando oigan la noticia. Lo han pasado tan
mal aquí, Jed. Mi madre...
-Ya la he oído -meneó Jed la cabeza- desde fuera, por la ventana abierta.
Comprendo por qué no querías venir aquí. Has de haber estado desesperada. Nunca me
perdonaré por...
-Jed, no hay nada que perdonar. Estamos juntos ahora y eso es lo que importa.
-Tienes razón -le dio un beso en la frente-. ¿Cuánto te llevará recoger tus
cosas?
-¡Sarah! -chilló Deidree Hallston con rabia-¿Qué hace ese hombre en tu
dormitorio?
La alegró tener el brazo de Jed apoyado en los hombros cuando se dio vuelta
hacia su madre, cuyas mejillas estaban rojas de furia. Pero al ver la cara de Jed, el
color desapareció inmediatamente y se llevó la mano a la garganta.
Era obvio que pensaba estar viendo el fantasma de Chance.
-Éste es Jed Morgan, madre -dijo, elevando la barbilla con determinación-. Jed
me acaba de pedir que me case con él.
Los ojos de su madre se tornaron duros como el granito.
-Vas a cometer un gran error, señorita, si tú...
-He aceptado.
En el silencio que siguió a la declaración de Sarah, sintió el brazo de Jed
apretarla más.
-Bien hecho -murmuró-. Es hora de irnos, cariño.
Se oyó el ruido de pisadas que corrían por el pasillo y luego Jamie y Emma
entraron de sopetón en el dormitorio. Cuando vieron a Jed, se detuvieron en seco.
Emma fue la primera de recuperarse de la sorpresa.
-¡Tío Jed! -exclamó, y corrió hacia él.
-¡Tito Jed! -gritó Jamie, siguiendo a su hermana.
Jed soltó a Sarah y con una sonrisa los levantó en los brazos. Ellos se le colgaron
del cuello y le llenaron la cara de besos.
Cuando finalmente los depositó en el suelo, se le colgaron de los brazos como si
nunca lo quisieran dejar ir.
-¿Cómo es que has venido? ¿Te vas a quedar? ¿Cómo está Max? -le preguntaron,
elevando los ojos a él con adoración.
-Max está bien -dijo, cuando logró meter baza-. Os ha echado mucho de menos,
así que he venido a llevaros a casa conmigo.
Los niños chillaron de alegría.
Cuando finalmente levantó la mirada a Deidree para ver cómo se tomaba lo que
sucedía, descubrió que ella se había ido. Miró a Sarah a los ojos.
-Recoge tus cosas -le dijo-. Y date toda la prisa que puedas. Quiero llevaros de
aquí cuanto antes.
Tardó quince minutos en recoger sus cosas y luego llevaron todo hasta su
vehículo.
-¿Lo has alquilado? -preguntó Sarah al ver al Pathfinder.
-Lo compré en Kentonville.
-Está genial, tío Jed -sonrió Emma al subirse-. Y el tamaño justo para una
familia.
-Por eso lo he comprado, cielito.
-Tendremos que pasar la sillita de Jamie de mi coche. ¿Qué vamos a hacer con
él?
-Arreglaré para que se lo lleven -dijo Jed-. ¡No permitiré que mi mujer conduzca
un trasto! ¿No vas a despedirte de tu madre? -preguntó Jed, después de guardar todo
y asegurarle los cinturones a los niños.
-No -negó con la cabeza tristemente Sarah-. No quiere verme.
Durante años había albergado la esperanza de que su madre en el fondo de su
corazón la amaba. Pero ya no albergaba más esa esperanza. Deidree Hallston era una
mujer fría que no tenía la capacidad de amar.
Esa certeza era como una ducha fría que le arruinaba la alegría. Jed debió
sentirlo, porque se inclinó y le rozó la mejilla con un beso.
-Tranquila. Esto también pasará.
Ella logró esbozar una sonrisa, pero sabía que aunque el dolor y el rechazo
podrían mitigarse, nunca acabarían por desaparecer del todo.
-¡Mami -gritó Emma-, me he olvidado a Niña!
-Corre y tráela, cariño, que te esperaremos -dijo Jed, dándose la vuelta.
-Creo que me la dejé en el solario. No quiero volver allí -dijo Emma poniendo un
puchero-. Seguro que está la abuela.
-Yo la traigo -dijo Sarah, conteniendo un suspiro.
-Iré yo -dijo Jed.
-No, iré yo -dijo ella, negando con la cabeza.
La casa estaba silenciosa cuando Sarah entró al vestíbulo. La puerta del solario
entreabierta no hizo ruido cuando ella la empujó.
Sí, su madre estaba allí. Pero la imagen que presentaba detuvo a Sarah
abruptamente.
Deidree Hallston se sentaba desmadejada en una silla, apretando la muñeca de
Emma contra su pecho. Una expresión de total desolación se le dibujaba en el rostro.
Aturdida, Sarah dejó escapar un leve grito de sorpresa.
Su madre se enderezó y al verla, los ojos se le abrieron un instante. Luego
controló sus facciones en una rígida máscara que cubrió sus expuestas emociones.
-Has vuelto por esto -dijo con voz ronca. Se levantó y como un robot le alcanzó la
muñeca.
Madre e hija se miraron y Sarah supo que su madre nunca reconocería la pena
que la había invadido mientras esperaba que su hija se fuese. No tenía ninguna
intención de humillarla haciéndoselo ver. Agarró la muñeca.
-Jed es un buen hombre, madre -dijo suavemente-. Y ahora, es de la familia.
Cuando quieras, ven a visitarnos.
Su madre abrió la boca, pero no dijo nada.
Si hubiese sido ficción, se habrían echado una en los brazos de la otra, pero
nunca había habido contacto físico entre las dos y ahora era muy tarde para
pretenderlo.
Se dio la vuelta y caminó por el vestíbulo envuelta en la pena.
-Quizás -la voz estaba tensa-, podrías mandarme una invitación a tu boda.
Sarah se dio la vuelta y a través de la puerta, vio a su madre parada en el medio
del vestíbulo. Se dio cuenta con sorpresa que Deidre Hallston parecía débil y vieja.
-Sí -dijo, con los ojos velados por las lágrimas-Lo haré.
Cuando volvió al coche, Jed estaba junto a la puerta del pasajero con la mano en
el techo. Alzó las cejas interrogantes.
-¿Por qué has tardado tanto? ¿Problemas?
-No -tiró a Niña a los ansiosos brazos de Emma-. Ya te contaré.
Se deslizó a su asiento y elevó los ojos hacia él, rebosante de felicidad.
-Mientras tanto -dijo con una radiante sonrisa-, vayamos a casa.