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Tema 23: Del Neolítico a las sociedades urbanas del Próximo Oriente. Fuentes arqueológicas.

TEMA 23: DEL NEOLÍTICO A LAS SOCIEDADES URBANAS DEL


PRÓXIMO ORIENTE. FUENTES ARQUEOLÓGICAS

1– INTRODUCCIÓN. CONCEPTO Y DESARROLLO DEL NEOLÍTICO.


2– ¿UNO O VARIOS "NEOLÍTICOS"? CARACTERIZACIÓN
DIACRÓNICA DEL NEOLÍTICO.
3– EL NEOLÍTICO EN LA PENÍNSULA IBÉRICA.
3.1- LOS MODELOS DE NEOLITIZACIÓN ESPAÑOLES.
4– EL MODELO SOCIOECONÓMICO NEOLÍTICO Y SU TRANSICIÓN A
LAS SOCIEDADES URBANAS DEL PRÓXIMO ORIENTE.
5– BIBLIOGRAFÍA.

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Tema 23: Del Neolítico a las sociedades urbanas del Próximo Oriente. Fuentes arqueológicas.

1– Introducción. Concepto y desarrollo del Neolítico.


"Neolítico" significa literalmente "nueva edad de piedra". El primer investigador que
utilizó el término fue Lubbock en 1865. En aquella época, era considerado como un período
de la historia de las sociedades, caracterizado por la presencia de instrumentos de piedra
pulida. Poco tiempo después la arqueología prehistórica, asimilando la influencia de
antropólogos como Morgan y Frazer, distinguió el Neolítico del Paleolítico a partir del
binomio depredación–producción. Porque la intención significativa del término va más allá
de la descripción del tipo de instrumentos: intenta designar a aquel proceso revolucionario
(junto con la revolución industrial, o las revoluciones atlánticas –francesa, de Independencia
de EE.UU– y soviética, la revolución neolítica constituye uno de los períodos evolutivos
más importantes de la Historia) a partir del cual el hombre pasa de una economía predativa a
otra productora de alimentos agrícolas y ganaderos, con el conjunto de cambios que el
mismo provoca. Pues, no cabe duda, debemos hablar de una "civilización neolítica", dado
que dicho período implica en su conjunto una nueva forma de vida: el sedentarismo
sustituirá a la vida nómada, la acumulación de excedentes propiciará su comercialización y
por tanto la liberación de mano de obra canalizada hacia otros sectores (es decir,
especialización productiva), la propiedad privada implica una organización social y política
más compleja (capacidad de dotarse de un cuerpo de defensa, de leyes e instituciones
capaces de subvenir a la defensa de un territorio concebido como particular, lo que implica
un primer despegue de la economía de autosubsistencia personal; y también la existencia de
excedentes estimula la producción de cerámica, con la incorporación del torno), rápido
incremento de la población por la intensificación productiva y por las nuevas condiciones de
seguridad (la vida sedentaria, de entrada, entraña mayores posibilidades de supervivencia
para las embarazadas y niños recién nacidos...; en segundo lugar, el uso de la piedra
pulimentada implica armas más eficaces para la caza –que ni mucho menos desaparece– o la
defensa), etc.
Los cambios abarcaron pues tanto la tecnología como el sistema de vida. En 1936
Gordon Childen acuñó el término Revolución Neolítica, en comparación con el de
Revolución Industrial, y porque consideraba que el período neolítico suponía además de
un cambio tecnológico una transformación social e ideológica. Es preciso tener en cuenta
el contexto en que dicho término se sitúa: el de una identificación entre Neolítico y
progreso, que conllevó una infravaloración de las sociedades cazadoras (el prehistoriador
Braidwood opinó entonces que "un hombre que pasa toda su vida persiguiendo a los
animales con el único objeto de matarlos para comerlos o recolectando frutos en el
bosque, vive en realidad como si él mismo fuera un animal"). Sin embargo, el concepto
peyorativo de la sociedades cazadoras en relación a las agrícolas–ganaderas debe ser
matizado, como hace Sahlins, para quien la población paleolítica "tenía escasas
provisiones, pero no era pobre": por datos arqueológicos referidos al Paleolítico Superior,
sabemos que podía obtenerse mediante la caza una ración media de 800 g. de carne por
día y persona en condiciones favorables, muy superior a la ración de una comunidad
sedentaria en períodos de sequía. En cambio, frente a esta visión de la prehistoria que
otorga un valor liberador del neolítico respecto a las condiciones de vida paleolíticas, con
la agricultura comienza lo que Meillassoux denomina el establecimiento definido de la
explotación de la mujer por el hombre (en contra de esta hipótesis inicial que suponía a las
sociedades neolítica matriarcados). El concepto de Neolítico estuvo tradicionalmente
ligado a los orígenes de la agricultura, al sedentarismo y al uso de la cerámica y de
instrumentos de piedra pulida. Pero, en la actualidad, sabemos que algunos de estos rasgos
son anteriores a esta etapa. La cerámica surgió en Japón hace 16.000 años y en Australia
se han encontrado útiles pulimentados con una antigüedad de 32.000 años. Durante el
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neolítico estas características no siempre aparecen de forma conjunta: en Oriente Próximo


la producción de alimentos fue anterior a la aparición de la cerámica.
En el neolítico se desarrolló la aparición de los primeros poblados con casas
edificadas con diferentes materiales, en diferentes partes del mundo: casas de adobe en el
Oriente Próximo y de grandes troncos de madera en Europa central y occidental por
ejemplo. En Jericó, el neolítico precerámico coincidió con la construcción de una
monumental muralla de piedra. En Skara Brae, en las islas Orcadas, sus casas y su
mobiliario están realizadas con losas. La cerámica, producto del desarrollo natural de
pueblos sedentarios, fue ampliamente utilizada. El cultivo de cereal y la domesticación de
animales, como vacas, ovejas, cabras y cerdos, fueron resultado no de un brillante
descubrimiento, sino de la necesidad causada por la presión demográfica. La minería
también hizo su aparición en el neolítico. Sus orígenes se pueden rastrear en el paleolítico,
al practicarse actividades mineras para obtener ocre en África y en Australia o al excavar
en cuevas para extraer nódulos de piedra. En el mesolítico se había obtenido obsidiana
(piedra volcánica) en las islas del Mediterráneo, pero fue en Europa septentrional durante
el neolítico cuando se explotaron ricas vetas de sílex de alta calidad mediante un enorme
sistema de pozos y galerías radiales, extrayendo los bloques con picos construidos con
astas de animales.
Sin embargo, es preciso tener en cuenta que el conjunto de elementos que hemos
descrito como propios de la cultura material y modelo social neolíticos no son uniformes
en el tiempo y en el espacio, y ni siquiera constituyen siempre un modelo unitario: no
todas las sociedades neolíticas contaron con un desarrollo tan complejo de dicho corpus
de cambios e innovaciones. La piedra pulimentada ya era practicada por los epipaleolíticos
de los bosques, que pulían el área de corte de sus hachas: y, sin embargo, no incorporan
ninguno de los restantes cambios aludidos. Por tanto, debe ser rechazado ese esquema
simplista según el cual la sociedad neolítica implicó siempre un desarrollo homólogo de
formas de vida y cambios productivos y sociales en las distintas áreas donde se desarrolló:
lo que hemos definido como "sociedad neolítica" es, como los ecosistemas, un modelo de
esquematización, y como tal difieren frecuentemente de la realidad.
Gordon Childen fue el primer prehistoriador que otorgó a dicho período la
consideración de "revolución", al constatar que entre los años 8000 y 2500 a.C. el modo de
vida anterior, con una vigencia de millones de años, fue transformado de forma brusca y
definitiva por otra forma de vida: el hombre se hizo productor, domesticó para asegurarse
una importante reserva de carne y fuerza de trabajo a varios animales (eliminando los
peligros de la actividad cazadora), etc. Sin embargo, en parte a diferencia de otros períodos
revolucionarios a escala histórica, la revolución neolítica no es producto de una invención
única y repentina, sino resultado de una serie de observaciones, intentos y descubrimientos
ínfimos, hasta cierto punto fortuitos: mal protegidos de la humedad, los últimos granos de la
cosecha mesolítica acabaron germinando y se hacen imposibles de consumir, siendo
arrojados tal vez junto a los detritus, y convirtiéndose sin intervención intencionada del
hombre en "cultivos".
Pero, independientemente del carácter contingentalista de esa evolución, subrayado
frecuentemente por Childen y otros autores, es preciso tener en cuenta (como lo hace M.
Pellicer) que estas mismas circunstancias se llevaban produciendo miles de años sin que
hubieran dado paso a una civilización agricultora. Dicho en otros términos, es preciso aludir
a un proceso de cambio en las condiciones globales de la civilización de los años previos al
8000 a.C. para entender que la revolución neolítica fue también producto de las nuevas
circunstancias ambientales y demográficas. Por una parte, es necesario recordar que la caza
mayor, la gran caza, se encontrará con limitaciones a su desarrollo provocadas por
cuestiones climáticas: el retroceso del frío glaciar anterior, provoca la migración de los
grandes mamíferos adaptados a él hacia latitudes más al Norte, tornándose progresivamente
más dificultosa su captura. El hombre debe por tanto buscar nuevas formas de paliar esta
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escasez, como la conservación de animales vivos en lugares de los que no puedan escapar
(cuevas primero), condiciones que indirectamente implican mantener vivos y alimentados a
los animales para que no mermen peso, posteriormente respetar a las hebras preñadas para
obtener más recursos futuros, alimentar a las crías recién nacidas hasta que culminen su
adultez, y, por último, dedicar animales a la tarea reproductora, especialmente entre aquellos
que muestran mayor adaptación a las condiciones de su nuevo hábitat. Por otra parte, el
clima (básicamente en lo que a las temperaturas se refiere) era menos apto globalmente para
la actividad agrícola durante el Mesolítico que durante el Neolítico. Sin embargo, esta teoría
de base climatológica no es suficiente para explicar el proceso de neolitización. Los cambios
en las condiciones ambientales del holoceno postglaciar no hubieran podido provocar este
proceso de adaptación si los cazadores–recolectores no hubieran poseído un repertorio
tecnológico que facilitara la transición a una economía productiva. Frente a la hipótesis de
determinismo tecnológico y ecológico, existen otras dos posturas. La primera da mayor
importancia al proceso de sedentarización, mientras que la segunda considera que el factor
inicial fue la presión demográfica y postula que sólo pasaron a producir alimentos aquello
grupos prehistóricos con escaso o nulo control de natalidad: el cambio climático, e incluso la
disminución de la cabaña de grandes mamíferos salvajes, son conceptos relativos a la
densidad de la población humana. Durante los períodos paleolítico y mesolítico no resultaría
preciso proceder a una intensificación del ciclo natural biológico (que es lo que constituye la
agricultura y ganadería respecto a la recolección y caza) porque la actividad predativa era
suficiente para subvenir a las necesidades de una población básicamente poco densa. La
arqueología ha demostrado que en algunas comunidades mesolíticas se asentaron, sin que
sin embargo llegaran a producir más alimentos.
Es posible calcular con bastante aproximación la densidad de población que permite una
economía natural predativa: un habitante por cada 10 Km2. En un medio determinado, hay
una relación entre la cantidad de herbívoros, carnívoros y omnívoros. Calculando la
proporción de fósiles de hombres que se encuentran en un yacimiento de un mismo período,
cuando las cifras son lo suficientemente importantes como para que la estadística resulte
significativa, se puede estimar la población: esto da una cifra de alrededor de un hombre por
cada 10 Km2, lo que corresponde, por ejemplo, a la densidad de aborígenes en algunas
regiones de Australia. Durante el Paleolítico y Mesolítico la población humana debió estar
por debajo de ese umbral crítico de densidad, por lo que la economía natural (en dichas
condiciones menos exigente en cuanto a intensidad del trabajo empleado, más "extensiva"
que la agricultura–ganadería) era viable.
Superado este límite de densidad tolerada (variables según las condiciones edafológicas
y climáticas de la región), la actividad predativa no es suficiente para la supervivencia, lo que
implica la necesidad de un cambio productivo. Desde este punto de vista, la revolución
neolítica responde a unas necesidades específicas, sería la adaptación del sistema de
obtención de alimentos y recursos a unas nuevas condiciones físicas y humanas: es
precisamente en regiones donde se detecta una mayor presión sobre el espacio donde
primero se inicia esta revolución neolítica: desde el actual Israel a Irak e Irán, Turquía, etc.
Sin embargo, es preciso advertir que los límites de dicha adaptación no son siempre
iguales, ni el proceso que pudiera parecer más lógico (introducción de la agricultura,
seguido del complemento de la ganadería) se produce de forma generalizada. La amplitud de
situaciones cuestiona en cierto sentido hablar de una "revolución neolítica", inclinando a
muchos autores a distinguir espacial y temporalmente los procesos y manifestaciones
idiosincráticas que la misma tiene en los distintos ámbitos geográficos, muchas veces con
relación a sus características climáticas y del terreno.
La presión sobre el suelo que se reproduce una vez que la comunidad neolítica asentada
en el área comienza a ver incrementada su población a un ritmo hasta entonces desconocido
(de los 150.000 homínidos de hace 3 millones de años ubicados en África, a los pocos más
de 5 millones de hombres de comienzos de Neolítico, se pasará a principios de nuestra era a
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unos 250 millones de habitantes), lo que se traduce en migraciones paulatinas y lentas hacia
regiones ocupadas aún por cazadores–recolectores, lo que provoca una difusión de las
nuevas técnicas. Por otro lado, también se produce cierto comercio regional e incluso de
mayor escala, que tendría como eje la navegación del Mediterráneo.
En las regiones del Cercano Oriente, donde crecen de forma natural los cereales, los
hombres siguen la natural tendencia a la trashumancia de las ovejas y cabras salvajes.
Probablemente, los rebaños llegarían a tolerar la presencia humana, bien que esto significara
una merma relativa del número de integrantes: la huida podía suponer renunciar a los
imprescindibles pastos naturales, por lo que el instinto de huida se iría aminorando hasta
llegar a tolerar la presencia continua de un hombre–ganadero, que sabe en qué período y
condiciones es más favorable sacrificar a las piezas. A partir de un momento determinado,
por el incremento de población parejo al desarrollo ganadero, el hombre se vería obligado a
incrementar sus fuentes de alimentación, plantando cereales para su consumo y para
alimentación de la cabaña ganadera, progresivamente "estabulada". En dicho ámbito
geográfico, parece más coherente pensar que fuera la ganadería la que precedió a la
agricultura.
En otras zonas de condiciones similares se produce este mismo esquema, mientras que
en el caso contrario es observable en regiones más húmedas. En cualquier caso, la
asociación de ambas actividades, ganadería y agricultura, es lo que da un carácter propio a la
revolución neolítica, y acabará por producirse allí donde ésta se desarrolla.
Los cambios en el régimen alimenticio y las nuevas condiciones de vida producirán
algunos cambios menores de tipo fisiológico en el hombre: existen algunas modificaciones
antropométricas parciales, como la pérdida de numerosos cráneos del carácter dolicocéfalo,
la redondez del cráneo o braquicefalia, así como una tendencia a la endogamia y por tanto
formaciones de tipos físicos bien diferenciados en cada región.

2– ¿Uno o varios "Neolíticos"? Caracterización diacrónica del Neolítico.


Por lo que hemos indicado, debemos aceptar la existencia de formas neolíticas dispares,
que, como podremos ver, no siempre responden a un mismo origen y proceso, como sugiere
la visión tradicional prehistórica. La heterogeneidad de situaciones neolíticas así lo sugiere:
existencia de técnicas "neolíticas" en sociedades anteriores, o la inexistencia de las mismas
en sociedades sin embargo neolíticas, sedentarizaciones mesolíticas que no suponen un
mayor rendimiento agrícola, zonas donde la ganadería precede a la agricultura y viceversa...
Tal vez debamos comenzar a cuestionar la idea de "un" sólo proceso de neolitización,
aunque mantengamos el concepto de Neolítico para designar a ese heterogéneo conjunto de
situaciones unificado por la base productiva y la sedentarización.
Dicha visión tradicional correspondería más bien al análisis de un núcleo primitivo del
Oriente Próximo, en el que la revolución neolítica acabará por extenderse a un área próxima,
pero sin que signifique una "mundialización" de este modelo neolítico.
La hipótesis tradición esgrimida por los prehistoriadores considera que probablemente a
partir de los centros más antiguos agrícolas del Cercano Oriente –del 8000 al 6500 a.C.– la
economía neolítica se extendió en forma de mancha de aceite sobre Europa, Asia Central y
África del Norte, cuyos suelos se prestaban al cultivo de los cereales y su fauna natural
comprendía especies domesticables (en principio son favorables las condiciones de aquellas
especies que tienen como respuesta a una amenaza instinto de agruparse en rebaños).
En los últimos años, se está produciendo un profundo debate sobre las causas
originarias de la neolitización y sus mecanismos de transmisión. La idea de un centro
neolítico nucleado alrededor de Egipto, Siria, Anatolia oriental y el occidente de Irán,
defendida por Gordon Childen de forma genérica y concretada espacialmente por otros
prehistoriadores, se basaba en la existencia en las llanuras, estepas y altitudes medias de
dichas áreas geográficas de gramíneas silvestres y animales susceptibles de ser domesticados.
La investigación arqueológica extendió luego estas zonas primígenas de la neolitización a
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Sudán, los montes Zagos, e incluso los Balcanes, desbancando más recientemente a Egipto
como cuna neolítica (la agricultura se habría desarrollado más tarde). La cronología se
especificó con mayor fiabilidad, y quedó establecido el fenómeno de la neolitización entre
los milenios IX y VII antes de nuestra era. Pero nuevos descubrimientos llevan a
replantearse esta cuestión: en Japón y China existían comunidades neolíticas hacia el 7000
a.C., y en América Central algo más tarde. La idea de la difusión ha ido perdiendo adeptos,
hasta el punto de que actualmente se piensa que las comunidades cazadoras variaron su
modo de vida desde una perspectiva de transformación socioeconómica autóctona. Dicha
hipótesis no descarta la difusión neolítica por algunas áreas, pero ya no se cree que ésta sea
un mecanismo básico para el proceso de neolitización. Las primeras noticias del trigo
cultivado proceden, sin embargo, del Próximo Oriente, y están datadas hacia el 7000 a.C. Al
cultivo del maíz en América (hacia el 5000 a.C.) le precede el de la calabaza, aguacate,
fenómeno sincrónico con el cultivo del arroz en el lejano Oriente. Por otra parte, la
domesticación de ovejas está atestiguado en 9000 a.C. en el norte de Irak, el de las cabras en
el 7000 a.C. en Irán, el de los cerdos en el 6000 a.C. en Anatolia, y el del perro en el 8400 en
Idaho, 7500 en Inglaterra, etc.
En general se constituyen poblados de 8 a 25 familias. Supone un cambio cuantitativo
pero también cualitativo respecto al Mesolítico y Paleolítico, en los que los agrupamientos
solían ser de grupos de menos de 50 personas: factor que tiene su importancia social, pues a
mayor número de individuos mayores son las posibilidades de diversificación de las
funciones productivas y adopción de formas colectivas de defensa (desde empalizadas a
castros). En general, el tamaño de los poblados depende de la fertilidad del suelo y la
proximidad al agua. Las casas se construyen ahora con mayor solidez: de piedra seca en el
Mediterráneo, de adobe o ladrillo en el Cercano Oriente, de arcilla seca sobre un armazón de
madera en el resto de Europa; y con una amplia variedad de estilos y dimensiones de las
construcciones: desde habitaciones únicas en poblados menos evolucionados a casas con una
división de habitáculos y funciones (que corresponden a sociedades más complejas), y
plantas circulares o cuadradas. Pero también se vuelve más compleja la propia articulación
funcional de la habitación: creación de silos, generalmente cabados en el suelo o existencia
de grandes tinajas de tierra cocida para el acúmulo de grano, rudimentarios aljibes o pozos
artificiales para la recogida del agua de lluvia, etc. En Nea Nicomedia aparece el yeso como
revestimento del suelo, a partir del 6000 a.C.
Pero tampoco debemos olvidar que se trata de un proceso dinámico, con sucesivas
etapas en las que se introducen cambios cualitativos: en principio, la división social de los
poblados es mínima, existiendo una economía escasamente diversificada, y en la que las
funciones productivas eran desempeñadas conjuntamente (no hay una marcada división del
trabajo). A comienzos del Neolítico las casas en el Creciente Fértil son prácticamente
iguales, no existe la propiedad privada, ni por tanto la desigualdad social, lo que concordaría
con una organización social en la que todas las decisiones son tomadas colectivamente, o al
menos no existen protagonismos de poder.
Pero las necesidades económicas irán haciendo evolucionar el estadio de la revolución
neolítica primitivo. En primer lugar, son precisos nuevos utillajes agrícolas: es necesario
contar con piedra pulimentada para roturar, escardar la tierra o cosechar, echar y moler el
grano, así como disponer de hachas y azadas en las que por efecto de la microabrasión o
pulido, la tierra o los granos o la resina no queden pegados a la piedra. La necesidad de
incrementar el utillaje y de dotarlo de mayor calidad que implica el crecimiento de la
población, está en la base de una primera e incompleta especialización del trabajo: una clase
artesanal de creadores de instrumento, o de ceramistas, aporta trabajos más cualificados, y
recibe a cambio alimentos. La industria ósea tendrá gran aplicación, en forma de punzones,
agujas, espátulas, mangos y matrices, cucharas, etc.
La cerámica no va unida automáticamente a la agricultura, aunque ya ha sido
considerada por los arqueólogos de forma casi automática como el rasgo esencial de un
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establecimiento neolítico: muchas civilizaciones acumulan el grano en oquedades escavadas


en rocas de cuevas (que no son incompatibles a la existencia de un poblado artificial basado
en la construcción con materiales como arcilla, ladrillos, etc.). Por otra parte, en Japón se
han encontrado en niveles mesolíticos restos de cerámica (hacia el 8000 a.C.), mientras que
en el Levante español la cerámica tardará mucho en llegar a una sociedad ya neolítica. Sólo
en un segundo momento de la revolución neolítica tendrá un desarrollo más generalizado
(pero sin ser un fenómeno generalizado). La cerámica más antigua fue fabricada hacia el
6000 a.C. en el emplazamiento de las actuales Turquía, Siria y Grecia.
Ni siquiera la piedra pulida aparece siempre como seña de identidad de las comunidades
neolíticas: en los estratos correspondientes a los primeros cultivos de muchas regiones, el
utillaje seguía siendo mesolítico, mientras que algunas sociedades cazadoras pulían sus
armas de piedra. Desde este punto de vista, si descartamos la incidencia de la cerámica y de
la piedra pulimentada, podría decirse que el factor de neolitización fundamental es la
domesticación.
La cerámica no tendrá sólo un talante utilitario (recipientes de almacenamiento de agua
y otros alimentos), sino que una de los principales usos será la representación de idolillos y
ajuar litúrgico: representaciones de la fertilidad en forma de la diosa madre preñada de
marcados atributos sexuales, símbolos fálicos de gran tamaño y otras representaciones de la
abundancia, que si bien proceden del Paleolítico y Mesolítico, ahora serán aplicados a un
nuevo campo de significado, como es el rito natural agrícola. Respecto a la cerámica, existen
factores de gran importancia como la pasta, la conformación, el tipo de cocción, la
coloración, los tratamientos, las formas y técnicas y motivos decorativos, que sirven como
auxiliar para identificar tipos culturales distintos.
También los enterramientos adquirirán una dimensión novedosa, propiciada por el
distinto carácter que la sedentariedad proporciona a la relación entre los muertos y la
comunidad. Si durante el Paleolítico y Mesolítico los enterramientos rituales constituían
básicamente una acción ritual aislada, sin un verdadero significado espacial–topológico ni
una relación perdurable entre el muerto y su "memoria" en la comunidad, por decirlo de
alguna forma, los rituales correspondientes a la comunidad neolítica son un acto más
complejo y lleno de significado simbólico. Hasta cierto punto, la existencia de una más densa
relación entre el fallecido y la comunidad propicia, como ha subrayado convenientemente la
antropología social, una auténtica revolución en la dimensión social del individuo: que,
ahora, puede "perdurar" como nombre, como punto de referencia, como imago sagrada,
para la colectividad, con todo lo que implica: mayor reflexión sobre la trascendencia (ligada
a la aparición de una clase sacerdotal), mayores aspiraciones de pervivir en la memoria
(asunción de protagonismo social, deseo de plasmar el poder y consideración adquiridos en
vida en los enterramientos y ritos postmortem), etc. Según los grupos neolíticos, los
enterramientos tienen lugar alargados, encogidos o acostados en posición de dormir
(simbólicamente correspondientes a la aspiración de pervivencia, a la recepción en el
claustro materno, y a la muerte concebida como tránsito onírico), o son inhumados
directamente en la tierra o envueltos en lienzos, esteras o pieles de animales, u otras formas
de prolongar la conservación del cadáver. En ciertas tumbas la presencia de ocre rojo como
color simbólico ligado a la muerte denota la persistencia de ritos paleolíticos, si bien con la
diferencia de que existe un cementerio topológicamente localizado y cuidado, que en
ocasiones consiste en la existencia de una gran tumba colectiva. La presencia de ajuar, de
ofrendas y armas (herramientas, joyas, vasos) es señal de la creencia en cada vez más
complejas formas de inmortalidad. Por otro lado, existe un culto a los antepasados,
provistos según la concepción religiosa neolítica de poderes sobrehumanos. El cráneo
sobremodelado de Jericó (los ojos son sustituidos por conchas de cauri, y se modelan los
rasgos y se pintan con color rojo) es un ejemplo de la progresiva complejidad ritual ligada a
los óbitos y nacimientos.
El enterramiento neolítico inicial no suponía una marcada ruptura con respecto al de
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finales del Mesolítico: un enterramiento individual, en posición generalmente encogida, y


rodeando al cadáver de piedras y con presencia abundante del ocre, junto con un escaso y
dudoso ajuar. En una fase posterior las formas de enterramiento se tornan crecientemente
complejas y heterogéneas (presencia de ritos en los que interviene el fuego), en virtud de la
evolución hacia campos más complejos de las creencias mágico–religiosas. Sin embargo,
este factor depende del grado de complejidad que en cada ámbito espacial adquiera la
cultura neolítica: en España, casi hasta finales del Neolítico, pervive esa forma primitiva de
enterramiento individual, con cadáveres que se disponen sin una orientación definida en
posición encogida, rodeados de pierdas y en ocasiones cubiertos por una losa.
Los aspectos espirituales se detectan a partir del sentido decorativo de sus materiales
ergológicos o puramente ornamentales, así como las formas de enterramiento y datos que
suministra el arte rupestre, tanto en la vida espiritual como social. Existe un progresivo afán
de decoración de la cerámicas, concebidas como un producto estético y no sólo funcional.
Es muy posible que los hombres neolíticos (como otros tipos anteriores) se tatuasen,
pintasen sus cuerpos y practicasen automutilaciones rituales (muescas con objetos cortantes
sobre distintas partes del cuerpo, perforación de labios o membranas nasales, etc.), como
una forma de simbolizar su paso de un estadio natural–salvaje a otro espacio "humanizado",
de autocontrol (y, por tanto, en el que los cuerpos aparecen "artificializados". Los brazaletes
son uno de los objetos más espectaculares y frecuentes entre los adornos corporales. Se
fabrican en mármol, en pizarra y en concha. Los anillos se fabrican generalmente en hueso y
en concha, siendo comunes en todo el Neolítico mediterráneo. Los colgantes de mayor
tamaño suelen ser de un tipo de piedra llamado calcita (fosfato de aluminio hidratado) y
otras variedades verdosas.
Los estudios prehistóricos han desvelado la importancia de los cultos neolíticos, entre
los que destaca el que tributa cada poblado a sus muertos. Este culto ha dejado su huella en
los más antiguos monumentos conservados, los megalitos (literalmente, construcciones de
grandes piedras). Así, en el Neolítico, además de la agricultura, el pastoreo, la elaboración
de tejidos con recurso al telar, carpintería y cerámica, nace también la arquitectura de
espacios colectivos. En su mayoría, los megalitos son monumentos funerarios, tumbas,
construidos por enormes bloques de piedra desbastada, a los que se intenta dar una forma
más o menos geométrica –alargada o cúbica– Su existencia implica unas vivencias religiosas
avanzadas, pero además una estructura social de alguna complejidad, ya que exigen trabajo
coordinado y una autoridad adora de la vida colectiva.
El más sencillo de los megalitos es el menhir, simple pieza pétrea hincada verticalmente,
de mayor o menor tamaño. El de Locmariarques (Francia) alcanza los 20 metros. Es
frecuente disponerlos de manera alineada, en hilera, en los cromlesch en círculo (como el de
Stonehenge, en Inglaterra). El más complejo megalito es el dolmen, sepultura colectiva que
en bastante casos consta de un corredor y una cámara cubierta por falsa cúpula (es decir, su
estructura se monta sobre hiladas de piedras que se van aproximando hacia el centro). De
esta forma son en el Sur de España los de las cuevas de Mega y del Romeral, en Antequera
(Málaga). Sobre el sentido simbólico de dichas construcciones, existen varias
interpretaciones. En ocasiones, cumplen la función de calendario lunar, por lo que puede
deducirse que existe un intento de ganar el favor astral. Pero también resulta evidente ese
intento de simular columnas o casas gigantescas que protegiesen a los habitantes de dicho
poblado de un "derrumbamiento" celeste. Así sucede con las taulas, megalitos en forma de T
que se utilizan en las Baleares en época posterior (edad del Bronce).
Los megalitos piden un estudio más detenido del que hasta ahora han merecido. Aparte
del interés de los ajuares funerarios y de las posibilidades de indagar en las concepciones
religiosas del Neolítico y Edad del Bronce, esta construcción desprovista de adornos, que se
impone por su masas, y que con frecuente se desea resaltar al situar en llanuras o lugares
llanos, exigió a los constructores el desbastamiento de la piedra, el levantamiento de los
primeros muros, la invención de los primeros sistemas de techumbre, la creación de
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mecanismos de movilización y erección de grandes bloques pétreos (planos inclinados,


palancas, etc.), el nacimiento en fin de la estructura arquitectónica.

3– El Neolítico en la Península Ibérica.


En la Península Ibérica se detecta una falta de uniformidad manifiesta en el desarrollo
espacial del Neolítico. Al menos, podrían distinguirse dos culturas distintas:
– La ubicada en el Levante español, con una cerámica caracterizada por la huella impresa en
sus inicios, que evolucionó hacia impresión cardial
– El foco de Andalucía occidental se caracteriza por la cerámica incisa.
Lo cierto es que en el caso español, el estudio del Neolítico choca con algunas
deficiencias de base, la principal de las cuales tal vez sea la ausencia de un estudio en
profundidad sobre el clima del período. Al menos, se sabe que puede hablar de dos
momentos climáticos diferenciados: el primero consiste en la transición del clima boreal al
atlántico, hacia mediados del VI milenio a.C., prosiguiendo durante todo el período dicho
clima atlántico, hasta los inicios del III milenio a.C. El período atlántico se inicia con una
oscilación fresca, para concluir con un clima progresivamente más caluroso y húmedo, que
se corresponde con una vegetación en la que al predominio del haya le sucede en el
momento del cambio climático el de la encima y el abeto blanco. A nivel faunístico, en la
cueva de Los Murciélagos de Zuheros se han encontrado abundantes restos de ciervos,
jabalíes de tamaño inferior al actual, zorros, linces, conejos, erizos y gatos montés, lo que
corresponde con el tipo general faunístico del período; en tanto, en la cosa son abundantes
los ejemplos de restos de mejillón, múrex, etc. Sin embargo, no estamos hablando de un
territorio homogéneo, sino muy dependiente de las latitudes: por ejemplo, en Huesca se
constata la existencia de un nutrido poblamiento de osos.
Tampoco en el caso español se ha procedido a un estudio antropométrico de los restos
tan profundo como sería deseable. Los datos disponibles al respecto apuntan a la existencia
en el Sur y Levante de una tipología dolicocéfala, tipo mediterráneo robusto o euroafricano,
que se mezclará en momentos posteriores con los mediterráneos gráciles. En la zona vasca
se detecta el grupo llamado de Santimamié, raza adscribible a la denominada raza pirinaica, y
que no se mezclará con la anterior.
El papel que en la Península desempeña la caza es fundamental (como también sucede
en otros ámbitos donde se desarrolla el Neolítico: la ganadería y agricultura no sustituyen
del todo, ni mucho menos, el papel de la caza y recolección de frutos silvestres). La caza se
conjuga en distintas proporciones con la domesticación de animales: resulta fundamental en
zonas retardadas de la evolución neolítica, como puede ser la Meseta y en general todo el
Norte de España, donde la domesticación llega con retraso. Puede afirmarse que la
domesticación de animales (buey, oveja, cabra, cerdo, perro y conejo, y, con muchas dudas,
tal vez el caballo) es anterior al desarrollo de la agricultura. Se desconoce el agriotipo (o
especie primitiva a partir de la cual evolucionan) de algunas especies, como la oveja o el
asno, por lo que existe la duda de si en el caso de la Península estas especies ganaderas
fueron importadas.
En la zona de Levante predominan los óvidos y bóvidos, mientras en Asturias tienen un
papel crucial los malacológicos como el mejillón, en menor medida la lapa, etc. En el Sur
predominan los ovicápridos (especie mezcla de oveja y cabra).
El utillaje encontrado muestra un desarrollo algo tardío de la agricultura. Se hallan
varios instrumentos de cultivo, molinos rudimentarios (que, por aparecer manchados de
color ocre, se supone que tal vez sólo fueran empleados para moler colorantes), materiales
líticos como hoces, y silos para guardar tanto el cereal como los alimentos depredados. Los
elementos de hoz o laminitas con el brillo o lustre de cereal que se han hallado han podido
utilizarse para cortar alimentos no cultivados. Los cereales que fundamentalmente se han
encontrado en los silos son la esprilla, escanda, espleta, cebada de la variedad denominada
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Tema 23: Del Neolítico a las sociedades urbanas del Próximo Oriente. Fuentes arqueológicas.

"vestida". Todos estos factores, el utillaje tardío y rudimentario, su adscripción a actividades


depredativas, y la baja productividad de los cereales acumulados, son rasgos de cierto
primitivismo. En el caso de los cereales, se trata de especies con bajos rendimientos, que
hablan de la escasa selección de semillas. Son, fundamentalmente, las mismas variedades que
se encuentran en los yacimientos del Próximo Oriente desde el VII milenio a.C., en tanto
que algunos como la esprilla no existen de forma natural en el Norte de África, lo que
desautorizaría la teoría de un Neolítico español de origen africano. En la Cueva de los
Murciélagos aparece trigo común en el nivel correspondiente al V milenio y a partir de ese
momento, por mor de la selección de especies, ya no se encuentra esprilla. En la cueva de
Nerga, además del trigo hexapolido aparecen bellotas y olivas. En Aragón, en cambio, no se
conocen probablemente los cereales, como tampoco en la zona vasca, y sólo en momentos
tardíos en la Meseta.
Sobre el comercio poco decirse, dado que carecemos de análisis petrográficos con los
que establecer relaciones de origen de ciertos materiales encontrados.
Los yacimientos españoles se sitúan generalmente en cuevas: el 90% de los detectados
están en cuevas, si bien es porque en dicho emplazamiento se conservan mejor los restos.
Las cuevas de gran tamaño son más adecuadas para albergar comunidades neolíticas, por las
condiciones de sequedad, temperatura adecuada, presencia de agua en su interior o en sus
proximidades. Además, la cueva, que normalmente se abre en los macizos cálidos
meridionales y levantinos, presenta un medio ecológico muy apto para la economía
autárquica, como la caza, la recolección vegetal en medios boscosos, la pesca marítima o
fluvial e, incluso, aparecen situadas en los valles o en zonas llanas, propicias para la
agricultura cerealística. El hábitat en abrigo y superficie debió ser más frecuente de lo que
hoy conocemos, según los yacimientos detectados: su descubrimiento es difícil por estar
cubiertos de depósitos de aluvión si se sitúan en zonas bajas, o por la falta de prospecciones
realizadas. Sí abundan en cambio en las zonas que por su geología sedentaria, eruptiva o
metamórfica, no hay posibilidades de yacimientos en cueva: en la España occidental y en el
Valle del Ebro. Un ejemplo sería el Cerro de la Chinchilla en Almería, meseta de unas dos
hectáreas con viviendas de planta indeterminada y construidas con adobes y materiales
vegetales, cuyas improntas se han conservado en el barro de los revocos.
La ergología resulta fundamental para delimitar los círculos culturales, mediante el
análisis de los elementos líticos pulimentados, así como los óseos y cerámicos. La
importancia que los arqueólogos han otorgado a la cerámica es determinante: es tal que se
habla de horizontes de cerámicas impresas, cardiales, incisas, grabadas, a la almagra, lisas,
etc., olvidando pese a su gran transcendencia la industria lítica tallada.

3.1- Los modelos de neolitización españoles.


Podemos establecer una división entre tres áreas culturales distintas:
– El círculo levantino, con extensión hacia Andalucía oriental y hacia Cataluña y Bajo
Aragón.
– El círculo de Andalucía occidental, con extensiones por la cornisa cantábrica
– El círculo central de la Meseta.
Sin embargo, la industria lítica no está suficientemente estudiada, así como los orígenes
de la neolitización de los diferentes círculos. La clave del estudio del material lítico está en el
Levante, por haber sido esta zona la más intensamente tratada por las investigaciones. En
algunos puntos como el yacimiento de Mallaetes (en Gandía, Valencia) muestra cómo a fines
del VIII milenio a.C. y durante el VII prosigue conservando facies microlaminares derivadas
del Pelolítico, mientras que en otros hacinamientos como el del área de Sant Gregori de
Falset (Tarragona) se deja sentir un impacto ultrapirinaico con las primeras facies
geométricas. En general, los tipos encontrados están presentes en el Epipaleolítico, con
crecientes variaciones en cuanto a las funciones, y que poco a poco dejan paso a un utillaje
más específicamente neolítico. En el extremo opuesto, gran parte de estos instrumentos
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siguen siendo empleados no sólo en el Calcolítico, sino también en la Edad de Bronce,


muestra de un retraso material evidente. Por otra parte, casi toda la cerámica está
confeccionada a mano sin intervención del torno, y su cocción es efectuada en simples
hornos, a veces un agujero en el suelo cubierto de barro y leña, con un orificio para la salida
del humo. De esta forma, su cocción es irregular, alcanzando difícilmente los 600ºC. La
coloración es oscura, con colores del negro al gris más o menos claros. Predominan las
formas redondeadas, como la de tendencia cilíndrica, siempre con base convexa o
redondeada así como las globulares, con cuello o gollete.
Se ha sostenido insistentemente en el origen alóctono del Neolítico español, según un
postulado difusionista que cree que las influencias culturales y materiales provendrían de
Oriente, o, más recientemente, considerándolo como una "koiné" o variedad específica del
Mediterráneo occidental, sin tendencia a buscar un foco originario concreto en un punto de
esta geografía. Es evidente que sobre la base de unas poblaciones epipaleolíticas se van
introduciendo elementos nuevos, que sirven para detectar fenómenos de aculturación. En
todo caso, el período hasta la adquisición de un estadio neolítico pleno es en muchos casos
lento, gradual: en áreas levantinas sólo a partir del V milenio a.C. dicho proceso es
incuestionable. La agricultura cerealística parece haberse introducido en la Península desde
el Sur de Francia, por Levante, hasta Andalucía, mientras que la ganadería pudo surgir
partiendo de agrotipos locales con la introducción de especies foráneas más rentables. En
cualquier caso, el estudio del Neolítico español es un buen ejemplo de cómo los procesos de
generación y difusión de dichas prácticas y modelos de vida distan de ser inmediatas y
homogéneas. En cada ámbito geográfico, según sus condiciones naturales, accesibilidad,
tipos humanos y culturales preexistentes, el Neolítico adquiere un carácter particular, un
ritmo de desarrollo e introducción de sus aspectos fundamentales (agricultura, ganadería,
cerámica, utillaje agrícola y de caza o defensa, complejidad en la organización social, etc.)
dispar.

4– El modelo socioeconómico neolítico y su transición a las sociedades urbanas del Próximo


Oriente.
Las sociedades neolíticas se caracterizan por diversos factores comunes en los planos
socioeconómico e ideológico. En un principio eran comunidades basadas en la cooperación
en el trabajo y la inexistencia de la propiedad privada, ya que carecían de sobreproducto
social. Probablemente desarrollaron algún tipo de mecanismo institucional para evitar la
acumulación individual y asegurar la distribución igualitaria del producto, en forma de
cambio ceremonial de trabajos, festejos o intercambio equilibrador.
El nivel tecnológico elemental y la producción no sobrepasaban la esfera doméstica.
Esto implica la ausencia de excedente no alimentario y, en consecuencia, de artesanos
profesionales. Eran tribus organizadas bajo la base del parentesco, con estructura de clanes o
familias extensas.
Las contradicciones del modelo empiezan a evidenciarse especialmente en el V milenio,
momento en el cual esta situación autárquica e igualitaria comienza a desarticularse. Los
cambios se inician en el Próximo Oriente, y llegan al subcontinente indio y África en el IV
milenio y en América en el III milenio.
Este proceso de desarticulación de l aldea neolítica autárquica recibe en arqueología el
nombre de Neolítico Pleno, y se halla muy documentado en el Próximo Oriente. Durante
gran parte del V milenio, se desarrolla allí la cultura de Tell Halaf, que se expande por un
área extensísima, desde Irán, al este del Tigris, hasta el Mediterráneo y Anatolia. Se
caracteriza por una desarrollada tecnología de piedra, una incipiente metalurgia en sus fases
media y final y unas industrias textiles y cerámicas plenamente desarrolladas. El comercio
está confirmado por la presencia de bienes de lujos (vasos de plata), la amplia distribución de
su cerámica y la presencia de útiles de obsidiana muy alejados de su zona de extracción.
El trabajo de artesanos especializados (alfareros, tejedores, metalúrgicos) está
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atestiguado por la aparición de sellos, probables indicadores de una distribución desigual, y


de la existencia de propiedad privada. Se observa una religiosidad desarrolladas, confirmada
por ritos ideológicos representativos de cultos comunes en toda el área cultural.
Probablemente estemos asistiendo en Tell Halaf a la oposición entre propiedad comunal,
cuyo producto no se distribuía igualitariamente, y propiedad privada, generada por
acumulación segmentaria, cuya base económica se centraba en la explotación de los campos
particulares. Tell Halaf representa la culminación del proceso neolítico en el Próximo
Oriente: supone el eslabón inicial la civilización y constituye un estadio de unificación
cultura, religiosa y política.
Después de Tel Halaf, el foco de desarrollo se desplaza hacia el sur de Mesopotamia,
donde aparecen las sociedades urbanas, y se efectúa la transición hacia el período histórico.
Durante los milenios IV, III y II se gestan en el Próximo Oriente y Egipto, la India
Europa y América las primeras sociedades urbanas. Este fenómeno asociado al proceso de
formación del estado, por lo que ambos elementos resultan inseparables y corresponden al
período conocido arqueológicamente como Edad de los Metales. En Mesopotamia, durante
el IV milenio, las poblaciones del Neolítico Pleno colonizan la zona meridional y ocupan las
llanuras aluviales del Tigris y del Éufrates. El sur de Mesopotamia no fue habitado durante el
Neolítico, dado que era una zona desiértica y poco propicia, cubierta de pantanos y lagunas.
Aunque el suelo era potencialmente fértil, debido a la acumulación regular de limos
aluviales, carecía de materias primas aptas para la construcción de asentamientos. Para
ocupar el país se exigió un gran esfuerzo de drenaje. La sociedad debía poseer un elevado
desarrollo tecnológico, que hiciera posible la "domesticación" del agua. Sólo a base de obras
hidráulicas a gran escala, producto de un esfuerzo organizado, se pudieron controlar las
avenidas de los ríos con el fin de evitar inundaciones y canalizar las aguas para obtener la
rentabilidad necesaria.
El proceso puede ser estudiado en diversos asentamientos de la Baja Mesopotamia,
como Eridú, el más antiguo, que muestra claramente las bases de esta nueva y compleja
sociedad: desde comienzos del IV milenio, contaba con 4.000 habitantes, obras hidráulicas
confirmadas y un templo que es el prototipo de los zigurats y que se encontró en el nivel
inferior del gran zigurat de Amar–Sin (III dinastía de Ur). Es una ciudad de tipo oriental,
con un poder configurado que expresa claramente la ruptura con el viejo modelo neolítico.
Estas fases iniciales de Eridú pertenecen a la cultura de El Obeid, período que se desarrolla
después de Tell Halaf hasta el 3500 a.C. A esta etapa le sucede la fase de Uruk, en la que
tiene lugar la verdadera revolución urbana, se establece totalmente la metalurgia y se asiste
al más importante desarrollo tecnológico constatado en el Próximo Oriente. Se construyen
grandes templos con ornamentaciones de gran valor artístico y, aunque se sigue el mismo
esquema que en los de Eridú, la plataforma sobre la que se orientan se convierte en una
verdadera montaña artificial. Se calcula que debieron trabajar 1.5000 hombres a lo largo de
cinco años. A pesar de que la mayoría de la población continuaba viviendo en casas de adobe
limitadas por calles estrechas, se ha constatando una arquitectura residencial del lujo, que
corrobora las diferencias económicas y sociales iniciadas en el período anterior.
Tanto estas construcciones residenciales (palacios) como los templos presuponen una
sofisticado división del trabajo. Había artesanos ceramistas que trabajaban según modelos
estándares mediante el empleo de un torno rápido, metalúrgicos que trataban el cobre, oro y
plata, pintores que enlucían y diseñaban las decoraciones de los grandes edificios,
carpinteros y toda clase de artesanos especializados, necesarios para la reproducción del
sistema.
El hallazgo de cilindros–sellos demuestra que se regían por una economía especializada
con élites administrativas que la gestionaban y además denotan la existencia de una guerra
organizada.
Es a finales del período Uruk, la fase de Djemdet Nasr, cuando Mesopotamia se
encuentra ya organizada en forma de ciudades–estado perfectamente constituidas, en las
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cuales se utiliza la escritura como elemento de control y gestión. Existe una clase sacerdotal
que cuenta con grandes ingresos y propiedades hacia el 3100 a.C. y a partir del 3000 se
puede hablar ya de una monarquía como sistema político. Durante este período cristalizan
las bases de la civilización sumeria.
Un proceso similar y casi sincrónico se produjo en Egipto. La fertilidad del país se
reducía a una estrecha faja de tierra que enmarca el Nilo. Cada primavera caen lluvias
torrenciales en África Central, lo que provoca grandes riadas en el Nilo, que deposita limos
fértiles en sus aledaños, que no requieren fertilizantes. Además, es una cuenca rica en pesca,
lino, papiro y gran variedad de aves y animales de caza, y permite comunicar con el resto de
la región las extracciones auríferas de Arabia y Nubia.
En Egipto se desarrolla, durante el IV milenio, el período predinástico. Al principio sólo
se conocen asentamientos de cabañas circulares, construidas con materiales que no
sobrepasan los niveles tecnológicos del Neolítico Pleno mesopotámico, sin que haya indicios
de la existencia de jefes o reyezuelos. Pero hacia 3700 a.C. se percibe la existencia de
algunos elementos desequilibradores de esta sociedad igualitaria: la existencia de esclavos, la
propiedad priva o acumulación diferenciada de bienes y el comercio de productos como la
obsidiana, cobre del Sinaí, conchas de adorno del mar Rojo, cedro del Líbano, etc.,
coincidentes con la aparición de los primeros signos jeroglíficos.
A finales del IV milenio, contemporáneamente a la fase de Dejmdet Nars del período Ur
de Mesopotomia, se forman las grandes ciudades, casi ciudades–Estado, como
Hieracómpolis, con casas de ladrillo de desigual riqueza, cámaras funerarias para reyezuelos,
irrigación artificial o desecación de zonas del valle del Nilo: todo ello avala la existencia de
un poder central en manos de un jefe o rey–faraón. Entre el 3000 y 2800 a.C. se constituye
la primera dinastía del estado egipcio.
La tercera civilización del Viejo Mundo es la surgida en el valle del río Indo, y es la
menos conocida de todas, pese a que dos de sus ciudades, Harapa en el Norte y Mohenjo
Daro en el sur, fueron las más grandes del III milenio y su influencia se extendió desde
Afganistán al golfo de Arabia. En contra de lo que se sostenía, se trata de una cultura
autóctona que evoluciona hacia el urbanismos y el estado, con ciudades centro de
importantes redes comerciales con Irán y el sur de Turquestán.
El primer estado de Europa responde básicamente al modelo asiático. Se trata del
minoico, que se forma a comienzos del II milenio en Creta y es sincrónico al estado hitita de
Asia Menor. Su origen hay que buscarlo en el desarrollo de la civilización egea del II
milenio. Durante el mismo, en las Cíclades y en las costas de Asia Menor, se detectan
procesos paralelos de diferenciación de la riqueza e incremento del comercio. Será Creta la
que elevará estos indicios evolutivos a la categoría de civilización, ordenando sus esquemas
de asentamientos en ciudades, controlando las redes comerciales, estableciendo contactos e
intercambios con los imperios egipcios y mesopotámico e influyendo sobre el continente
europeo para la formación del primer estado griego, el estado micénico (1600 a.C.)
Todas las civilizaciones del Viejo Mundo corresponden a lo que arqueológicamente se
conoce como la Edad del Bronce; pero durante este período la civilización se concentra sólo
en el Próximo Oriente, Oriente Medio, norte de África y sudeste de Europa. Las
comunidades del Occidente europeo continúan viviendo bajo el régimen de jefaturas y no se
integrarán en la civilización hasta bien entrado el I milenio (Edad del Hierro), gracias a los
contactos iniciados por fenicios y griegos.
En América, la aparición del estado y del urbanismo son cronológicamente diversos y
sólo se alcanza la plenitud hacia el 500 a.C. con la civilización maya. Sin embargo, ya desde
el 1350 a.C., en el período olteca, se conocen trabajo de irrigación artificial y terrazas
agrícolas, así como la existencia de artesanos y el acceso diferenciado por parte de la
población a los bienes materiales, construcción de pirámides macizas y escultura
monumental. La civilización olmeca es un pueblo del sur del golfo de México, cuyo
esplendor se fecha desde aproximadamente el 1500 hasta el 900 a.C. Ocupó las selvas
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pantanosas de las cuencas ribereñas de los actuales estados mexicanos de Veracruz y


Tabasco. Los olmecas (literalmente “país de hule”, en alusión al caucho) iniciaron su
andadura, durante el denominado periodo olmeca I (1500-1200 a.C.), con pequeñas aldeas
costeras que practicaban una agricultura incipiente y mantenían el importante aporte de la
caza y la recolección. El periodo olmeca II (1200-400 a.C.) comprende San Lorenzo, su
centro más antiguo conocido, que fue destruido en torno al año 900 a.C. y sustituido por
La Venta, una ciudad creada según un patrón axial que influyó en el desarrollo urbanístico
de América Central durante siglos. Una pirámide de tierra apisonada de 30 m de altura,
una de las más antiguas de Mesoamérica, estaba situada en el centro de un complejo de
templos y patios abiertos. El periodo olmeca III (400-100 a.C.) se caracteriza por su
marcada decadencia, ubicado en los centros de Tres Zapotes y Cerro de las Mesas y que
reflejan ya las influencias de las culturas de Teotihuacán y maya.

5– BIBLIOGRAFÍA.
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1971.
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LEORI–GOURHAN, A.: Arte y grafismo en la Europa prehistórica. Madrid, 1984.
MORGAN, L.: La sociedad primitiva. Madrid, 1975.

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