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Mensaje No. 01
14 de Marzo 1999
Introducción:
Leer el texto.
Y para esto, quisiera considerar con uds. cuatro cosas: en primer lugar, el origen
teológico e histórico del diaconado; en segundo lugar, la tarea que estos hermanos
desempeñan en la Iglesia; en tercer lugar, los principios que regulan el desempeño
de esta labor; la manera como esta tarea debe ser hecha. Veamos, entonces, en
primer lugar…
La existencia de este ministerio en la Iglesia nos revela algo acerca del carácter
de nuestro Dios, de la condición menesterosa y necesitada del hombre, y de la
provisión abundante de Cristo para las necesidades de Su pueblo. Y si vamos a
apreciar el ministerio diaconal en toda su extensión, debemos contemplarlo a la
luz de estas tres realidades reveladas en las Escrituras.
debemos buscarlo primariamente en las necesidades del pueblo, sino mas bien
en el carácter compasivo y misericordioso de Dios. Sal. 34:8-10. Dios se
deleita en hacer bien a Su creación, pero de manera especial a Su pueblo.
Fil. 4:19. Una vez más cito a este hombre de Dios: “La existencia de este oficio
en la iglesia es ante todo una manifestación tangible del carácter amoroso y
benigno de Dios en acción”. Hermanos, la existencia misma de este oficio debe
ser un recordatorio constante que nuestro Dios es el Dios del necesitado y del
afligido.
Cuando vemos al diácono sirviendo como diácono debemos ver más allá del
hombre que está realizando la labor. Y aún el diácono en el ejercicio de su
función debe verse a sí mismo bajo esa perspectiva. No se trata de algo que él
está haciendo por su propia bondad, o la bondad de la iglesia; es la bondad de
Dios la que él está manifestando a través de su servicio.
Hermanos, es por falta de una visión teocéntrica que muchas personas ven el
diaconado como un oficio que se ocupa de cosas terrenales, en contraposición a
la obra pastoral que sí se ocupa de cosas espirituales.
Pero este oficio no sólo encuentra su origen en el carácter de Dios, sino también
en la condición menesterosa y necesitada del hombre, y de manera particular,
del pueblo de Dios. La Palabra de Dios usa en ocasiones la palabra “pobre” no
para señalar únicamente a los que carecen de bienes materiales, sino también a
los que reconocen su miseria espiritual delante de Dios.
David dice en el Sal. 34:6: “Este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de
todas sus angustias”. Por causa del pecado que hay en el mundo y en nuestro
propio corazón somos una raza de personas necesitadas.
De Cristo dice Pedro en Hch. 10:39 que anduvo haciendo bienes y sanando a
todos los oprimidos por el diablo. El Señor Jesucristo se ocupó de ministrar a la
totalidad del hombre. Predicó el evangelio para la salvación del alma, pero no
puso a un lado la realidad de aquellas necesidades físicas que oprimían a las
personas a las que ministró.
“Id y haced saber a Juan las cosas que ois y veis. Los ciegos ven, los cojos
andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son
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Noten algo importante aquí. El texto dice que el Mesías habría de ser enviado,
no a establecer simplemente una agencia de beneficiencia, sino mas bien a dar
buenas nuevas a los pobres. Si bien el Señor se ocupó de las necesidades
temporales de aquellos a quienes ministró, nunca perdió la perspectiva correcta
en cuanto la necesidad más profunda del ser humano.
Por encima de todas las cosas estos hombres y mujeres poseían un alma eterna
que salvar, y no se salvarían si no se les predicaba el evangelio. Eso lo vemos
aún más claramente en Mt. 9:35-36. ¿Qué hacía Cristo? Enseñar en las
sinagogas, predicar el evangelio, y sanar “toda enfermedad y dolencia en el
pueblo”. Una cosa era necesaria hacer, pero sin dejar de hacer la otra.
Pero hay algo más. No sólo debemos buscar el origen de este ministerio en el
ejemplo de Cristo, sino también en Su provisión. En Ef. 5:29 dice el apóstol
Pablo: “Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la
sustenta y la cuida, como también Cristo a la Iglesia”. Cristo se ha
comprometido a suplir para todas las necesidades de la iglesia.
Hch. 6:1-7. No podemos decir que en este momento se estableció en una forma
acabada el oficio diaconal, tal como luego fue desarrollado en las iglesias
nuevotestamentarias; pero podemos decir con confianza que Hch. 6 marca el
inicio histórico de este oficio, que luego fue desarrollándose con las
subsecuentes directrices apostólicas, teniendo su expresión más completa en
1Tim. 3:8-13.
¿Cuál fue el evento histórico que Dios usó para dar inicio a este ministerio
dentro de la iglesia en Jerusalén? Lucas nos dice que el número de los
discípulos continuó multiplicándose, y que en esa misma medida surgieron
situaciones complejas que no habían sido contempladas anteriormente. Ya no
se trataba de un pequeño grupo de hermanos a los cuales los apóstoles podían
atender directamente.
Es muy probable que esta iglesia sobrepasara el número de cinco o seis mil
miembros, y aunque eso era una bendición de Dios, era necesario que se
buscase otras alternativas para suplir las diversas necesidades que comenzaron a
surgir en medio de ellos. Si los apóstoles continuaban manejando la iglesia
como lo hacían al principio, cuando eran un grupo pequeño, corrían el riezgo de
descuidar la ministración de la Palabra de Dios.
¿Qué hicieron los apóstoles? Que guiados por Cristo, la Cabeza de la iglesia,
llamaron a la multitud de los discípulos y buscaron una solución al problema
que les permitiera continuar dedicados al ministerio esencial al cual habían sido
llamados, pero sin descuidar al mismo tiempo a los pobres y necesitados (vers.
2-4).
No se debía descuidar a los pobres, pero tampoco podían los apóstoles dejar a
un lado su ministerio esencial para ocuparse de cosas que otros podían hacer. Y
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noten, hermanos, como Cristo bendijo a esta iglesia que no estuvo dispuesta a
dejarse manejar por las necesidades de la gente, sino que en todo momento se
guió por principios (vers. 7).
Los diáconos no surgieron únicamente como una ayuda para las viudas o a los
pobres en general; de hecho, ni siquiera podemos decir que esa fue la razón
principal por la que este ministerio fue establecido. La motivación principal de
la creación de este ministerio fue la de mantener a los apóstoles ocupados en lo
que ellos debían estar ocupados: la oración y el ministerio de la palabra.
¿Fue esta medida temporal, algo que sirvió únicamente para la iglesia en
Jerusalén? ¿O se trataba de un ministerio que debía permanecer en la iglesia a
lo largo de los siglos? El testimonio bíblico es conclusivo en el sentido de que
se trataba de algo permanente para la iglesia de Cristo hasta Su segunda venida
(comp. Fil. 1:1; 1Tim. 3:8).
Una iglesia establecida según el patrón del NT ha de ser gobernada por pastores
bíblicamente constituidos, y cuidada al mismo tiempo por los diáconos. Esa es
la voluntad de Dios para Su iglesia hasta el fin del siglo.
Conclusión:
Dios cuida ambas cosas, y nosotros debemos hacer lo mismo (comp. Sant. 1:27).
Misericordia y santidad; he ahí, según Santiago, las dos marcas preponderantes de
todo verdadero hijo de Dios.
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Sabemos que la salvación no es por obras; que somos salvos únicamente por
medio de la fe. Pero esa fe por medio de la cual participamos de la salvación, es
una fe que da frutos. ¿Cuáles frutos? Misericordia y santidad (Ef. 2:8-10; 1Ts.
1:2-3; Mt. 25:34-35). Estos son los frutos que se esperan, no de los diáconos
únicamente, sino de todos aquellos que portan consigo el nombre de cristianos.
Hermanos, Dios cuida del pobre y del necesitado, y El espera de Su iglesia que
haga exactamente lo mismo; no sólo en su involucración en ayudar a los que
necesitan ser ayudados, sino también en el trato que dispensamos hacia tales
personas (comp. Sant. 2:1-5).
Ese ministerio es esencial para que una iglesia pueda ser preservada, de lo
contrario tendremos una especie de club social, donde las personas manifiestan tal
vez una fuerte inclinación humanitaria, pero no tendremos una iglesia en todo el
sentido del término.
Que Dios nos ayude a guardar el balance correcto, hermanos, para que no
descuidemos la Palabra de Dios, pero tampoco descuidemos al pobre y al
necesitado.