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Mensaje No. 01
14 de Marzo 1999

LA DOCTRINA BIBLICA DEL DIACONADO


(Hch. 6:1-7):

Introducción:

Leer el texto.

En estos momentos nos encontramos como Iglesia evaluando la vida de algunos


hermanos que han sido propuestos para el ministerio diaconal, razón por la cual
hemos juzgado pertinente traer enseñanza bíblica acerca de este tema, de modo que
podamos involucrarnos en este proceso con entendimiento.

Y para esto, quisiera considerar con uds. cuatro cosas: en primer lugar, el origen
teológico e histórico del diaconado; en segundo lugar, la tarea que estos hermanos
desempeñan en la Iglesia; en tercer lugar, los principios que regulan el desempeño
de esta labor; la manera como esta tarea debe ser hecha. Veamos, entonces, en
primer lugar…

I. EL ORIGEN TEOLOGICO E HISTORICO DEL DIACONADO:

¿Cómo surgió este oficio en la iglesia? Veamos esto primeramente…

A. Desde un punto de vista teológico:

Si vamos a contemplar el ministerio de los diáconos apropiadamente, no


debemos limitarnos al evento histórico que dió origen a este ministerio.
Debemos ir más lejos para tratar de desentrañar algunos aspectos teológicos que
están detrás de esta labor.

La existencia de este ministerio en la Iglesia nos revela algo acerca del carácter
de nuestro Dios, de la condición menesterosa y necesitada del hombre, y de la
provisión abundante de Cristo para las necesidades de Su pueblo. Y si vamos a
apreciar el ministerio diaconal en toda su extensión, debemos contemplarlo a la
luz de estas tres realidades reveladas en las Escrituras.

Veamos, primeramente, la relación que guarda la existencia de este ministerio


en la Iglesia con el carácter de Dios. Al considerar el origen del diaconado no
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debemos buscarlo primariamente en las necesidades del pueblo, sino mas bien
en el carácter compasivo y misericordioso de Dios. Sal. 34:8-10. Dios se
deleita en hacer bien a Su creación, pero de manera especial a Su pueblo.

Dios no se preocupa únicamente de las necesidades del alma, sino también de


las necesidades del cuerpo. La bondad de Dios cubre la totalidad de nuestras
necesidades como seres humanos (Sal. 34:10 y 22; 68:5-6, 10).

El diácono es aquel que en el nombre de Cristo, con propósitos y metas


bíblicas, hace bien al necesitado y al afligido. El diaconado es mucho más que
una agencia de beneficiencia humanitaria. El diaconado, como bien ha
señalado el pastor Piñero en una ocasión, “es una expresión tangible del amor y
la bondad de Dios que nos asegura que El nos ama, y que El está comprometido
en proveer para todas nuestras necesidades”.

Fil. 4:19. Una vez más cito a este hombre de Dios: “La existencia de este oficio
en la iglesia es ante todo una manifestación tangible del carácter amoroso y
benigno de Dios en acción”. Hermanos, la existencia misma de este oficio debe
ser un recordatorio constante que nuestro Dios es el Dios del necesitado y del
afligido.

Cuando vemos al diácono sirviendo como diácono debemos ver más allá del
hombre que está realizando la labor. Y aún el diácono en el ejercicio de su
función debe verse a sí mismo bajo esa perspectiva. No se trata de algo que él
está haciendo por su propia bondad, o la bondad de la iglesia; es la bondad de
Dios la que él está manifestando a través de su servicio.

Cuando una iglesia se involucra en ayudar al necesitado no debe alabarse a sí


misma, debe mas bien alabar la misericordia y el amor de Dios (comp. Rom.
11:36; Mt. 5:16). Todo lo que el mundo hace es para la gloria del hombre; todo
lo que el cristiano hace ha de ser para la gloria de Dios.

Hermanos, es por falta de una visión teocéntrica que muchas personas ven el
diaconado como un oficio que se ocupa de cosas terrenales, en contraposición a
la obra pastoral que sí se ocupa de cosas espirituales.

No, hermanos; cuando vemos estas obras de misericordia desde un punto de


vista teológico correcto entendemos que se trata de algo completamente
espiritual, aun cuando los diáconos se vean envueltos en asuntos prácticos y
temporales.
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Pero este oficio no sólo encuentra su origen en el carácter de Dios, sino también
en la condición menesterosa y necesitada del hombre, y de manera particular,
del pueblo de Dios. La Palabra de Dios usa en ocasiones la palabra “pobre” no
para señalar únicamente a los que carecen de bienes materiales, sino también a
los que reconocen su miseria espiritual delante de Dios.

David dice en el Sal. 34:6: “Este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de
todas sus angustias”. Por causa del pecado que hay en el mundo y en nuestro
propio corazón somos una raza de personas necesitadas.

Tenemos necesidades en el alma, así como tenemos necesidades físicas y


temporales. Pero Dios es el Dios del necesitado, y El ha instituido el ministerio
diaconal como un medio de socorrer a Su pueblo en su condición menesterosa.
¿Por qué existe el ministerio diaconal? Porque somos una raza de personas
necesitadas y nuestro Dios no pasa por alto esta realidad, ni quiere que Su
iglesia la pase por alto.

Una iglesia que no se ocupa debidamente de los pobres está representando a


nuestro Dios en una forma inadecuada. Pero hay algo más. Este ministerio no
sólo encuentra su origen en el carácter de Dios y en la condición menesterosa
de Su pueblo, sino también…

C. En el ejemplo y abundante provisión de Cristo:

De Cristo dice Pedro en Hch. 10:39 que anduvo haciendo bienes y sanando a
todos los oprimidos por el diablo. El Señor Jesucristo se ocupó de ministrar a la
totalidad del hombre. Predicó el evangelio para la salvación del alma, pero no
puso a un lado la realidad de aquellas necesidades físicas que oprimían a las
personas a las que ministró.

En todo momento supo mantener un balance en su vida y ministerio. Cristo se


encargó de consolar al afligido, de sanar a los enfermos, de ocuparse de los
pobres.
Cuando Juan el Bautista envió a algunos de sus discípulos a preguntar si era El
el que había de venir o si tenían que esperar a algún otro, el Señor envió a Juan
la siguiente respuesta:

“Id y haced saber a Juan las cosas que ois y veis. Los ciegos ven, los cojos
andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son
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resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio” (Mt. 11:4-5). Esa era


una característica esencial de Su ministerio (comp. Lc. 4:16-21).

Noten algo importante aquí. El texto dice que el Mesías habría de ser enviado,
no a establecer simplemente una agencia de beneficiencia, sino mas bien a dar
buenas nuevas a los pobres. Si bien el Señor se ocupó de las necesidades
temporales de aquellos a quienes ministró, nunca perdió la perspectiva correcta
en cuanto la necesidad más profunda del ser humano.

Por encima de todas las cosas estos hombres y mujeres poseían un alma eterna
que salvar, y no se salvarían si no se les predicaba el evangelio. Eso lo vemos
aún más claramente en Mt. 9:35-36. ¿Qué hacía Cristo? Enseñar en las
sinagogas, predicar el evangelio, y sanar “toda enfermedad y dolencia en el
pueblo”. Una cosa era necesaria hacer, pero sin dejar de hacer la otra.

Algunos ministerios cristianos han perdido la visión en ese sentido. La iglesia


no es simplemente una agencia de beneficiencia humanitaria. La iglesia está
llamada por encima de todas las cosas a llevar el mensaje de salvación en Cristo
a todo el mundo: pobres y ricos, porque tanto pobres y ricos necesitan de ese
evangelio para la salvación de sus almas.

Cuando Cristo contempló la multitud aquel día no vió únicamente un grupo de


personas enfermas y empobrecidas. El estaba contemplando a un grupo de
ovejas desamparadas y dispersas, necesitadas urgentemente de un Pastor.
Hermanos, el ministerio de la iglesia de Cristo debe ser un reflejo y una
imitación del ministerio de Cristo. El ministró a la totalidad del hombre.

Pero hay algo más. No sólo debemos buscar el origen de este ministerio en el
ejemplo de Cristo, sino también en Su provisión. En Ef. 5:29 dice el apóstol
Pablo: “Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la
sustenta y la cuida, como también Cristo a la Iglesia”. Cristo se ha
comprometido a suplir para todas las necesidades de la iglesia.

El no es un Esposo irresponsable. Y precísamente por esa razón en un


momento histórico guió a Sus apóstoles a establecer el ministerio diaconal
como parte de Su provisión. Cristo quería que las necesidades de los pobres
fuesen atendidas. Por eso proveyó este ministerio.

Alguien dijo al respecto: “Al considerar el oficio del diácono la iglesia no


necesita ir al pasado para ver qué concilio eclesiástico formuló una doctrina del
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diaconado que le diera principio u origen…; tampoco debe mirar a la tradición,


sino a la actividad del Cristo exaltado, no sólo dando sabiduría a los apóstoles,
sino también equipando a hombres con los dones necesarios para ejercer esta
labor y este oficio”.

He aquí, entonces, hermanos, el origen teológico del diaconado. Se origina en


el carácter de Dios, en la condición menestorosa de Su pueblo, y en el ejemplo
y abundante provisión de Cristo. Veamos ahora, en este mismo punto…

B. El origen histórico de este oficio:

Hch. 6:1-7. No podemos decir que en este momento se estableció en una forma
acabada el oficio diaconal, tal como luego fue desarrollado en las iglesias
nuevotestamentarias; pero podemos decir con confianza que Hch. 6 marca el
inicio histórico de este oficio, que luego fue desarrollándose con las
subsecuentes directrices apostólicas, teniendo su expresión más completa en
1Tim. 3:8-13.

¿Cuál fue el evento histórico que Dios usó para dar inicio a este ministerio
dentro de la iglesia en Jerusalén? Lucas nos dice que el número de los
discípulos continuó multiplicándose, y que en esa misma medida surgieron
situaciones complejas que no habían sido contempladas anteriormente. Ya no
se trataba de un pequeño grupo de hermanos a los cuales los apóstoles podían
atender directamente.

Es muy probable que esta iglesia sobrepasara el número de cinco o seis mil
miembros, y aunque eso era una bendición de Dios, era necesario que se
buscase otras alternativas para suplir las diversas necesidades que comenzaron a
surgir en medio de ellos. Si los apóstoles continuaban manejando la iglesia
como lo hacían al principio, cuando eran un grupo pequeño, corrían el riezgo de
descuidar la ministración de la Palabra de Dios.

¿Qué hicieron los apóstoles? Que guiados por Cristo, la Cabeza de la iglesia,
llamaron a la multitud de los discípulos y buscaron una solución al problema
que les permitiera continuar dedicados al ministerio esencial al cual habían sido
llamados, pero sin descuidar al mismo tiempo a los pobres y necesitados (vers.
2-4).

No se debía descuidar a los pobres, pero tampoco podían los apóstoles dejar a
un lado su ministerio esencial para ocuparse de cosas que otros podían hacer. Y
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noten, hermanos, como Cristo bendijo a esta iglesia que no estuvo dispuesta a
dejarse manejar por las necesidades de la gente, sino que en todo momento se
guió por principios (vers. 7).

Los diáconos no surgieron únicamente como una ayuda para las viudas o a los
pobres en general; de hecho, ni siquiera podemos decir que esa fue la razón
principal por la que este ministerio fue establecido. La motivación principal de
la creación de este ministerio fue la de mantener a los apóstoles ocupados en lo
que ellos debían estar ocupados: la oración y el ministerio de la palabra.

Y en la misma medida en que estos hombres se ocupaban de estas cosas Cristo


bendecía a la iglesia. La predicación de la Palabra de Dios no debía ser
descuidada por cuanto se trata de un asunto vital para la preservación,
crecimiento y fortalecimiento de la iglesia.

¿Fue esta medida temporal, algo que sirvió únicamente para la iglesia en
Jerusalén? ¿O se trataba de un ministerio que debía permanecer en la iglesia a
lo largo de los siglos? El testimonio bíblico es conclusivo en el sentido de que
se trataba de algo permanente para la iglesia de Cristo hasta Su segunda venida
(comp. Fil. 1:1; 1Tim. 3:8).

Una iglesia establecida según el patrón del NT ha de ser gobernada por pastores
bíblicamente constituidos, y cuidada al mismo tiempo por los diáconos. Esa es
la voluntad de Dios para Su iglesia hasta el fin del siglo.

Conclusión:

¿Cuáles aplicaciones prácticas podemos derivar de estas enseñanzas acerca del


ministerio diaconal?

En primer lugar, la presencia de este oficio en la iglesia es una expresión


tangible del interés de Dios por todo el hombre. Los cristianos hablamos mucho de
la salvación del alma, y eso está bien, siempre y cuando no perdamos de
perspectiva que Dios está comprometido en salvar a todo el hombre, su alma y su
cuerpo (comp. 1Cor. 6:19-20).

Dios cuida ambas cosas, y nosotros debemos hacer lo mismo (comp. Sant. 1:27).
Misericordia y santidad; he ahí, según Santiago, las dos marcas preponderantes de
todo verdadero hijo de Dios.
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Sabemos que la salvación no es por obras; que somos salvos únicamente por
medio de la fe. Pero esa fe por medio de la cual participamos de la salvación, es
una fe que da frutos. ¿Cuáles frutos? Misericordia y santidad (Ef. 2:8-10; 1Ts.
1:2-3; Mt. 25:34-35). Estos son los frutos que se esperan, no de los diáconos
únicamente, sino de todos aquellos que portan consigo el nombre de cristianos.

Hermanos, Dios cuida del pobre y del necesitado, y El espera de Su iglesia que
haga exactamente lo mismo; no sólo en su involucración en ayudar a los que
necesitan ser ayudados, sino también en el trato que dispensamos hacia tales
personas (comp. Sant. 2:1-5).

En segundo lugar, esta doctrina nos muestra la centralidad del ministerio de


predicación de la Palabra de Dios para la existencia y santidad de la iglesia. El
ministerio diaconal surgió, entre otras cosas, para que los apóstoles pudiesen
continuar ministrando la Palabra de Dios al pueblo de Dios.

Si queremos que nuestra iglesia continúe siendo fortalecida no podemos permitir


de ninguna manera que ninguna cosa nos aparte de esa labor.

Ese ministerio es esencial para que una iglesia pueda ser preservada, de lo
contrario tendremos una especie de club social, donde las personas manifiestan tal
vez una fuerte inclinación humanitaria, pero no tendremos una iglesia en todo el
sentido del término.

Que Dios nos ayude a guardar el balance correcto, hermanos, para que no
descuidemos la Palabra de Dios, pero tampoco descuidemos al pobre y al
necesitado.

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