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Dentro de la ética, el juicio de valor se formula siempre en relación a los fines que devienen

tras la acción. Aquello que es malo lo es porque tiene consecuencias perjudiciales desde un
punto de vista humanista. Las acciones son juzgadas por su lugar en la red de causas y efectos
que envuelve la vida humana. El juicio moral asigna un valor subjetivo a los bienes que el acto
es capaz de producir. “La jerarquía de los bienes decide del carácter de la moralidad e
inmoralidad” (Nietzsche).

¿Por qué debería ser importante reflexionar sobre la relación entre el marxismo y la filosofía
ética? Porque la concepción marxista de la sociedad expresa el ‘espíritu’ que gobierna el
accionar de una gama amplia de movimientos sociales que intervienen en la escena pública y
la trastornan. “Los totalitarismos han constituido un fenómeno que no se podrá soslayar
siempre que se quiera hacer una caracterización de nuestro siglo (Arendt). Los marxistas son
una corporación social que no puede ser ignorada al momento de interpretar la problemática
del siglo XX y XXI. Su violencia política es la violencia que determinado discurso pretende
legitimar, sea cual sea su objetivo final, conjurando el nombre de la ciencia y la historia para
ello.

En general, toda condena de la violencia necesariamente tiene como fundamento la


aceptación del principio de no agresión. “Sea lo que sea que esté sujeto a discusión, hay un
acto de maldad que no puede estarlo, el acto que ningún hombre puede cometer contra otros
y que ningún hombre puede sancionar o perdonar. Mientras los hombres deseen vivir juntos,
ningún hombre puede iniciar – ¿me oís? ningún hombre puede iniciar – el uso de la fuerza
física contra otros” (Rand). Sólo es posible criticar una ética que consiente la violencia si se
acepta que la relación con el Otro puede ser llevada a un límite sin la mediación de la fuerza, o
lo que es lo mismo, que la violencia no es la frontera final del diálogo.

Los adversarios del marxismo siempre se sienten tentados a afirmar que el marxismo es
inmoral a priori, y que el genocidio comunista (Europa del Este, Camboya, China) es suficiente
razón para llegar al convencimiento de que el socialismo no tiene redención posible. Las
críticas religiosas apuntan a que la negación de la espiritualidad condena al materialismo a una
orfandad moral insuperable. “Materialismo o secularización que no es otra cosa que el olvido
de Dios.” Tal idea conduce a una comprensión sumamente incompleta de la compleja relación
entre el socialismo y la filosofía moral.

Marx rechazaba de forma explícita toda posibilidad de poner en práctica una transformación
moral del mundo. En la Ideología Alemana, escribía: “los comunistas no predican ninguna
moral”. Lenin escribía en Materialismo y empiriocriticismo: “La materia es lo primario; el
pensamiento, la conciencia, la sensación son el producto de un alto desarrollo“. La crítica del
desviacionismo Machista, el cual creía haber superado la contradicción entre idea y materia,
en última instancia buscaba mantener puro al marxismo de todo moralismo. La identificación
de la moral como un elemento más de esa masa idealista de la superestructura que siempre es
precedida por la materia, es el sustento de una desconfianza fundamental respecto a las
potencialidades de la filosofía moral tal como fue evolucionando desde la antigüedad. Tal
rechazo es la razón de ser de la crítica al socialismo utópico (‘un moralismo aplicado a la
economía política’) y la interpretación que éste hace del fenómeno de la pobreza. Para el
socialismo científico, la distribución inequitativa de la riqueza no es un problema que deba ser
resuelto mediante un cambio de mentalidad o un perfeccionamiento de la conducta moral de
los hombres, sino mediante la acción política organizada sobre la base de una concepción
científica de la sociedad. En cierto modo, el materialismo histórico aboga por una suerte de
paroxismo científico en desmedro de aquello que se descalifica como espiritual o idealista. El
leninismo original exigía que el individuo busque soluciones al problema de la opresión no en
la moral sino en el partido revolucionario, el cual es tratado como una especie de agente de la
transformación científica de la sociedad.

El marxismo se esfuerza por presentarse a sí mismo como una teoría científica totalizante, una
salida definitiva al oscurantismo que ha permitido develar de una vez y para siempre las leyes
naturales que rigen el cambio histórico y la evolución de la humanidad. A diferencia de
contemporáneos suyos como Proudhon, Marx no se pronunciaba a favor del socialismo ni
dedicaba sus obras a verter elogios sobre las bondades de éste, para de ese modo convencer a
su público de tomar acciones a su favor. Simplemente lo consideraba una fatalidad histórica,
un destino inexorable que se habría de alcanzar sea cuales fueren las circunstancias futuras. El
materialismo histórico niega el valor de la ética y la moral precisamente porque está
convencido del poder del devenir histórico de imponerse a sí mismo, y de la capacidad de la
ciencia histórica para descifrar el curso del progreso humano. Lo que la vida material decide, la
moral no puede deshacerlo.

Pese a la aversión que el cuerpo del marxismo siente por el conjunto del campo de la ética, ese
rechazo antiidealista a la filosofía del acto, no se puede negar que los marxistas piensan y
actúan gobernados por determinada concepción de la moralidad humana. Hay en la filosofía
de la praxis del marxismo, ‘la actividad real orientada a fines revolucionarios’, una ética
normativa que establece cómo es que se actúa cuando se lo hace de un modo deseable, y hay
también un sistema de fines y valores que si bien nunca fue cabalmente formulado por Marx o
Engels, es inseparable de la práctica política de los movimientos que promueven el
anticapitalismo.

“Ética y ciencia se articulan, para Marx, en una unidad indisoluble: la expresión de esta unidad
es la noción de praxis.” La filosofía de la praxis del marxismo pretende resolver el problema de
la separación entre conocimiento y acto mediante la moralización de la rebelión. Al mismo
tiempo, intenta convertir a la ciencia en el juez definitivo acerca de la moralidad del sistema
social. “La explicación sociológica y la reflexión ética van a la par y, juntas, fundan una teoría
operativa de las causas, las condiciones y los objetivos de la revolución social moderna“.

A un nivel elemental, el movimiento marxista se caracteriza por tener bastante confianza en la


idea de que una organización social basada en la democracia radical es más justa y más
eficiente en términos económicos que una organización basada en las desigualdades que
proceden del orden liberal. El capitalismo es visto como inmoral por categoría, y solo la
primacía de lo colectivo puede enmendar su inmoralidad. Para las variantes racionalistas del
socialismo, la tendencia histórica de la economía se encamina a una organización de la
producción en la que lo social se impone por sobre la concepción de lo individual del
liberalismo económico. Para las variantes moralistas del socialismo, por otro lado, el sistema
debe ser deliberadamente transformado sobre la base de una reforma moral de la humanidad
(más solidaridad, menos egoísmo, menos avaricia).
La creencia en la superioridad moral del socialismo se sirve de las contradicciones entre la
moral moderna y la economía moderna para formular su crítica socioeconómica. El sistema de
producción capitalista se caracteriza por arrojar resultados socioeconómicos que son laudables
solo desde el punto de vista de la racionalidad técnica-administrativa (más riqueza, más
crecimiento, más tecnología), mas no desde el punto de vista de las variantes de la ética
moderna inspiradas en el colectivismo pre moderno (menos desigualdad, más solidaridad). La
evolución histórica del capitalismo parece evidenciar que la economía moderna no tiene
ninguna relación intrínseca con aquello que los sentimientos morales del hombre moderno
reconocen como más justo o más ético. En cierto modo, el choque entre el liberalismo
económico y la concepción cristiana de la ética económica se debe también a esa negación del
colectivismo pre moderno. La civilización moderna abomina el comunitarismo porque éste
impone importantes restricciones a la libertad económica que es el fundamento de la
producción capitalista.

Para el marxismo existe una contradicción irresoluble entre interés y deber. “El interés
estratégico a largo plazo de la clase dominante es perpetuar su dominación de clase, el de la
clase dominada es destruir el sistema de dominación.” Su rechazo al utilitarismo burgués (‘es
ético actuar guiado por el propio interés’) tiene raíz en la idea de que perseguir el propio
interés en desmedro del ‘deber histórico’ de destruir el sistema constituye un delito en contra
de lo social. Es más ético plegarse al deber histórico de la masa, del partido revolucionario, y
en última instancia, de la clase social consciente de sí misma, que trabajar en favor del interés
personal, aun cuando esto último pueda generar más beneficios sociales que lo primero. La
solidaridad de clase es definitivamente superior a la avaricia que gobierna la esfera privada.
Los fines sociales de la colectividad son compatibles con los fines privados del individuo sólo en
la medida en que éste reconozca mediante sus actos la supremacía del destino histórico. No es
admisible que cada quien quiera vivir a su manera, porque el individualismo moral perjudica la
realización del proyecto histórico de la clase social.

En el campo político, el leninismo es la encarnación del marxismo que le da forma definitiva a


la filosofía de la praxis. Para la doctrina leninista, la verdadera liberación necesariamente es
una consecuencia de la lucha de clases. “Libertades y democracia no para todos, sino para las
masas trabajadoras y explotadas a fin de emanciparlas de la explotación, represión implacable
a los explotadores” (Lenin). La idea de que la violencia de clase, la opresión a los opresores,
puede conducir a la libertad, que en nombre de los derechos económicos es aceptable inmolar
los derechos políticos del ciudadano, es una idea que se desprende directamente del
Manifiesto Comunista: “el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, implanta su
dominación”. En la lógica de la concepción marxista de la sociedad, la explotación económica y
la pobreza son problemas que hacen justificable y necesaria la canalización de la ‘ira social de
los oprimidos’ hacia la destrucción de la clase dominante y las reglas que sostienen el modo de
producción. ‘Está bien ser violento si es en nombre de la pobreza’. La violencia divina o
revolucionaria es heroica y liberadora, mientras que la violencia mítica es condenable y
opresiva. En la creencia de que la violencia de los pobres es más noble que la de los amos, es
fácil reconocer los rastros de aquello a lo que Nietzsche llamaba el alma de los oprimidos, de
los impotentes. “En ésta, cualquier otro hombre es considerado hostil, sin escrúpulos,
explotador, cruel, pérfido, así sea noble o villano; malo es epíteto característico del hombre y
aun de todo ser viviente, cuya existencia se supone recibida de un dios; por humano, divino,
son equivalentes a diabólico, malo.”

En cuanto a la cuestión de la voluntad, el marxismo trata a ésta no como un ‘motor ciego’, sino
como una fuerza históricamente determinada. La voluntad es la voluntad del ser social. “El
hombre hace de su actividad vital misma objeto de su voluntad y de su conciencia”, dice Marx
en los Manuscritos económicos filosóficos. El trabajo, en tanto actividad física consciente,
realiza la voluntad del hombre y al mismo tiempo lo realiza a él. La elaboración del mundo
objetivo es la principal forma en que el ser se halla a sí mismo, y es consecuencia de ello que el
trabajo enajenado deshumanice al hombre.

Dado que la voluntad del hombre socializado debe transformar el mundo objetivo para realizar
al ser humano, el marxismo considera plausible la idea de que la realidad material puede ser
arbitrariamente transformada a través de la conciencia. El Otro de la enajenación es el agente
último de la deshumanización bajo el capitalismo, y es por eso que la pobreza inevitablemente
conduce a la revolución.

“Para Marx, el ámbito político está completamente dominado por la división entre gobernar y
ser gobernado, entre oprimir y ser oprimido, que a su turno está basada en la división entre
explotar y ser explotado” (Arendt). El rechazo a toda posibilidad de que la política pueda
practicarse más allá de la enajenación es lo que lleva a los marxistas a creer que el estatismo es
la única actitud viable sobre el problema del Estado. Si bien Marx no es un adepto ingenuo del
hegelianismo y discrepa con la noción de que el Estado es la voluntad divina, su culto al
hombre socializado es lo que lo lleva a caer en esa misma veneración ingenua de los poderes
de la estatalidad. La superación de la religión por el hombre autoconsciente desemboca
inevitablemente en la veneración del trabajador facultado de usar el Estado para su
revolución. El optimismo antropológico radicalizado lleva a creer que la dictadura del
proletariado puede conducir a una sociedad sin Estado, y que la sentencia de Lord Acton (“El
poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”) no tiene ningún
significado.

La conducta ascética de algunos militantes del socialismo crítico-utópico pareciera contradecir


la desconfianza materialista en la espiritualidad. “En su origen, el evangelio socialista se
mostró hostil a todas las concepciones ascéticas. El abandono del mundo y la negación de la
vida no aparecen, incluso desde un punto de vista religioso, como un fin último que se deba
perseguir por sí mismo, sino como medios para obtener ciertos bienes supraterrenales. No
quiere oír hablar del más allá ni de las otras promesas de la religión. Se propone sólo un fin:
asegurar a cada uno el mayor bienestar posible” (Mises). La religión es acusada de ser un opio
de los pueblos para dejar sentada la idea de que el camino a la salvación terrenal es opuesto al
de la fe cristiana y que la felicidad se logra mediante actuaciones que se dan en el mundo
objetivo.

“La miseria religiosa es, al mismo tiempo, la expresión de la miseria real y la protesta contra


ella. La religión es el sollozo de la criatura oprimida, es el significado real del mundo sin
corazón, así como es el espíritu de una época privada de espíritu. Es el opio del pueblo. La
eliminación de la religión como ilusoria felicidad del pueblo, es la condición para su
felicidad real. El estímulo para disipar las ilusiones de la propia condición, es el impulso que ha
de eliminar un estado que tiene necesidad de las ilusiones. La crítica de la religión, por lo tanto,
significa en germen, la crítica del valle de lágrimas del cual la religión es el reflejo sagrado.” Si
de algo está convencido el materialismo es de que la felicidad no-ilusoria llega por medio de
una praxis materialista para la cual ninguna idea ni creencia tiene valor intrínseco. La felicidad
marxista consiste en la des-enajenación del hombre y el trabajo libre socializado, sin que
importe cuanta violencia es necesaria para llegar a esa situación.

Las revoluciones socialistas siempre asumen que la propiedad privada es el demonio que se
debe sacrificar en el altar del hombre libre. Los marxistas odian la propiedad privada porque
están convencidos de que la enajenación es opuesta a la naturaleza humana, pese a que no
hay manera de demostrar eso de forma concluyente. Por otro lado, la evidencia histórica
apunta a que, en el socialismo real, la expropiación violenta tuvo que ponerse en práctica por
medios totalitarios, sin éxito duradero, porque la propiedad privada es una institución más
difícil de deshacer de lo que los marxistas piensan. El carácter dogmático del socialismo
científico impide revisar la creencia de que la explotación basada en la propiedad privada es el
origen de la opresión y la desigualdad, y es por eso que el revisionismo es acusado de traición.

La ética del marxismo es una ética de la moralización de la violencia. El materialismo niega la


religión y la moral burguesa para desembarazarse de las trabas morales que podrían ponerle
freno a la violencia revolucionaria irrestricta. La ciencia, el destino histórico y la emancipación
del trabajador socializado son los axiomas que se invoca para justificar racionalmente la praxis
política dirigida a la opresión de los opresores. El instrumentalismo estatista tiene como
fundamento un optimismo antropológico radical que cree que es posible engendrar libertad
mediante la dictadura. Para el marxismo, la resolución de la pobreza tiene al totalitarismo
como paso intermedio.

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