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General VI
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UNIDAD 1
La naturaleza de la historia contemporánea.
Problemas teóricos, epistemológicos y metodológicos de las vinculaciones entre la Historia
y la contemporaneidad: relación entre pasado, presente y futuro. Sus caracterizaciones: largo, corto,
derivado, original, no-eurocéntrico.
HOBSBAWM, Eric. La era del Imperio (1875-1914). Barcelona, Labor, 1989.
Introducción:
La era del Imperio constituye el tercer volumen sobre el XIX largo (1776-1914).
Agosto del 14 constituye uno de los puntos de inflexión en la historia. Fue considerado el
final de una época por los contemporáneos y esa conclusión sigue vigente hoy. Muchos pensaron
que señalaba el final de una época por y para la burguesía. Indica el final del XIX largo, con que los
historiadores operan.
Este periodo no solo es fundamental para el desarrollo de la cultura moderna sino que
además constituye un marco para una serie de debates, iniciados antes del 14, sobre el imperialismo,
sobre el movimiento obrero y socialista, sobre la naturaleza y orígenes de la Revolución Rusa. Al
mismo tiempo muchos de los aspectos característicos del XX tienen su origen en los 30 años
anteriores a la primera guerra.
Dentro de los historiadores al estudiar este periodo hay dos tendencias, los que miran hacia
atrás y los que dirigen su mirada hacia delante. Los primeros intentan revivir los atractivos de una
época que en la memoria de las clases medias y altas, apareció rodeada de una aureola dorada, la
belle époque. Esta es la versión del periodo más familiar para el público en general, a través del cine
y la televisión. Otros historiadores adoptan un punto de vista distinto a la discontinuidad,
destacando el hecho que gran parte de los aspectos más característicos de nuestra época se
originaron en los decenios anteriores al 14. En la política los partidos socialistas, son producto del
periodo 75-14, al igual que los PC. Otro tanto ocurre con el sistema de elección de los gobiernos
mediante la elección democrática, los modernos partidos de masa, los sindicatos obreros
organizados a nivel nacional y la legislación social.
Bajo el nombre de modernismo la vanguardia de ese periodo protagonizo una elevada
producción cultural. Mientras la cultura cotidiana está dominada por tres innovaciones de ese
periodo, la industria de la publicidad moderna, los periódicos o revistas modernos de circulación
masiva y el cine.
El eje central de la historia del s. XIX largo es el triunfo y la transformación del capitalismo
en forma específica de la sociedad burguesa en su versión liberal. La historia comienza con el doble
hito de la Revolución Industrial en Inglaterra, que estableció la capacidad ilimitada del sistema
productivo, iniciado por el capital, para el desarrollo económico y la penetración global, y la
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revolución política franconorteamericana, que estableció los modelos de las instituciones públicas
de la sociedad burguesa, complementados con la aparición de sistemas teóricos, la economía
política clásica y la filosofía utilitaria (tema de la era de la revolución). Esto llevo a la confiada
conquista del mundo por la economía capi conducida por su clase característica, la burguesía, bajo
la bandera de su expresión intelectual característica, la ideología liberal (tema de la era del capital).
Las dificultades de la industrialización y un desarrollo económico limitado por la estrechez de su
base de partida fueron superadas por la difusión de la transformación industrial y la ampliación de
los mercados. Las contradicciones de la industrialización no eran tan agudas como los serian.
La era del imperio está dominada por contradicciones. Fue una época de paz sin precedentes
en el mundo occidental, que al mismo tiempo genero una época de guerras mundiales también sin
precedentes. Fue una época de creciente estabilidad de las economías industriales desarrolladas,
pero genero las fuerzas combinadas de la rebelión y la revolución que acabarían con esa estabilidad.
En este periodo aparecieron los movimientos de masas organizados de los trabajadores,
características del capitalismo industrial y originados por él, que exigieron el derrocamiento del
capital. Pero surgieron en el seno de economías florecientes y en expansión. En este periodo las
instituciones políticas y culturales del liberalismo burgués se ampliaron alas masa trabajadoras de
las sociedades burguesas, pero esa extensión se realizó al precio de forzar a la clase fundamental, la
burguesía liberal, a situarse en los márgenes del poder político. Así las democracias liberales,
producto de este progreso liberal, liquidaron el liberalismo burgués como fuerza política en la
mayor parte de los países. Fue un periodo de crisis de identidad y de transformación para la
burguesía. Su misma existencia como clase dominadora se vio socavada por la transformación
económica. Las grandes organizaciones o compañías, propiedad de accionistas y que empleaban a
administradores y ejecutivos, comenzaron a sustituir a las personas reales y sus familias, que
poseían y administraban sus propias empresas.
El sistema básico de este periodo, la sociedad del mundo del liberalismo burgués avanzando
hacia su muerte, conforme alcanzaba su apogeo, víctima de las contradicciones inherentes del
progreso. Este libro estudia el momento histórico en que se hizo evidente que la sociedad y las
civilizaciones creadas por y para la burguesía liberal occidental representaban no la forma
permanente del mundo industrial moderno, sino solo una fase de su desarrollo inicial. La era del
imperio o del Imperialismo, no era la última etapa del capitalismo, pero Lenin nunca pensó que lo
era, solo afirmo que era la más reciente fase del capital.
Epilogo
I La lechuza de minerva solo despliega sus alas a la caída de la tarde – Hegel
Plantea que la idea de catástrofe tiene un significado antes y después de 1914. El cambio se
entiende por las sacudidas violentas que pueden tomar ejemplo en: dos estallidos revolucionarios
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globales luego de las 2 guerras mundiales, periodo de descolonización general, dos expulsiones de
pueblos que terminaron en genocidio y una crisis económica que despertó serias dudas entre la
burguesía (sobreviviente a la revolución) sobre el destino del capitalismo.
Las hecatombes dejaron de ser parte del mundo periférico, sino que se dieron en el seno de
La civilización (queda pendiente en el imaginario colectivo la idea de progreso, al trastocarse los
métodos que lo justificaban, los lugares de barbarie-progreso ya no quedan en la antinomia Europa
vs resto del mundo.
Los adelantos materiales, en términos de producción y también de conocimiento diferencian
claramente al s. XIX del XX. Fue una etapa de progreso en esos términos, pero no ya con la vieja
expectativa de evolución positiva continuada, sino que deberemos matizarlo con épocas de
catástrofes. Esto además lleva a convivir con el riesgo inminente de un apocalipsis.
Las clases altas y su burguesía ven en estas convulsiones la crisis de su sistema de dominio
(el liberalismo). La revolución social de masa se plantea como opción y toma cuerpo en la
revolución bolchevique. La combinación de guerra, colapso y Revolución Rusa convirtieron al
riesgo en un peligro inmediato y abrumador.
Post 1917 el peligro del bolchevismo domina toda la historia por venir (prestando letra para
que los conflictos en diversos lugares sean leídos como guerra civil ideológica). El fantasma del
“poder marxista” sobrevive en el imaginario político hasta la década de 1980.
Las convulsiones de fines de la década del 20 plantearon a las burguesías dirigentes de
Europa un serio debate en tanto el movimiento obrero que las acechaba era de los más organizados,
y la Rev. Rusa seguía a paso firme. La realidad demostró que los cambios para la supuesta
supervivencia (teóricamente basados en la socialización de la producción) no fueron necesarios.
Según el autor la alarma que se agitaba era exagerada, solo hubo revolución en un país
atrasado (pero claro: con grandes recursos que luego lo convertirían en una superpotencia). Pero
deja el legado de la posibilidad de una revolución antiimperialista, modernizadora y campesina, que
luego será retomada por China.
También reconoce la fortaleza de las sociedades con economía de mercado desarrolladas, en
tanto ellas han logrado mantenerse en pie en un mar de revoluciones sociales.
El viejo orden supero los ataques del socialismo pero sobrevivió convirtiéndose en algo
distinto a lo que planeaba ser en 1914, el liberalismo podía desaparecer o volverse irreconocible
pero nunca sobrevivir indemne.
Ejemplifica con ITALIA: tras la guerra la política de negociación y consenso desde el
liberalismo fue inútil para apaciguar las demandas del movimiento obrero (levemente organizado),
lo que dio lugar a que bandas nacionalistas de clase media (fascistas) se hagan cargo de la represión.
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Los liberales los apoyaron con el objetivo de sumarlos a sus filas, pero su política ya era obsoleta y
con la toma del poder por los fascistas en 1922 la política parlamentaria fue anulada.
Entre el 20 y el 39 desaparecen los sistemas democráticos parlamentarios europeos.
J.M. Keynes representa un ejemplo de la 2da alternativa. Reconocido integrante de “la
burguesía educada”. Defensor a rajatabla del liberalismo, crítico de la PGM y del tratado de
Versalles impuesto a Alemania. Viendo desaparecer la belle époque enfoco sus fuerzas e intelecto
para salvar al capitalismo de sí mismo. Es por eso que revoluciona la economía. Pensó la crisis
política y la económica para luego replantearlas, esto devino en una economía planeada y
controlada por el estado (previamente considerada una “antesala del socialismo”). Keynes es
relevante pues fue él quien propuso la forma más influyente desde el punto intelectual y político de
afirmar que la salida estaba en el modelo de estado interventor con política económica mixta. Para
1944 queda aceptado mundialmente que el liberalismo previo a 1914 no existe más, siendo el
Keynesianismo la fórmula de consenso.
La lección debía ser aprendida, la crisis del 30 no fue el hundimiento total, pero si fue un
serio momento de replanteo para un sistema basado en fluctuaciones cíclicas.
El periodo de entreguerras fue momento de crisis y convulsiones extraordinarias.
Desaparece el modelo mundial de la Era del Imperio bajo la explosión de lo que antes se acallaba
bajo el manto de la prosperidad. Lo que se hunde es el Sistema Mundial Liberal y la sociedad
decimonónica que lo acompañaba y sostenía. El proyecto de futuro se pone en serio
cuestionamiento, y pasando los mediados del s. XX aparecerán nuevas líneas a seguir para la
humanidad.
II Entiende al periodo que sigue a este colapso-transición como el período más
revolucionario de la historia del hombre. Los campesinos dejan de ser mayoría, se internacionaliza
la industrialización. Se trastocan estructuras sociales tradicionales, familia, concepto de individuo.
El XIX ha sido ampliamente superado y radicalmente transformado, pero sigue siendo parte
del mismo período revolucionario. El periodo de consolidación de esa revolución se da 100 años
después de la revolución del s. XIX (1850-1840 y 1950-1970) esto solo es una coincidencia, no se
remite a explicaciones de índole cíclico. No obstante el mundo de fines del s. XX está moldeado por
la herencia de la Era del Imperio. Moldeado en tanto los hombres que configuraron la política
económica de 1940 eran adultos en 1914, o sea, una misma generación de individuos ha sido parte
de todos los revolucionarios cambios. Parte de ese molde es la división que se establece entre países
socialistas y el resto. Herederos de la tradición iniciada por Marx, y continuada por los incipientes
movimientos de masas de principios del s. XX.
Otro legado es la globalización del modelo político mundial. La presencia en la ONU de
países considerados del 3er mundo, es una reliquia de la antigua división del mundo por parte de las
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potencias imperialistas durante la Era del Imperio. Estos estados reproducen en la actualidad las
fronteras establecidas por la conquista y por la negociación antiimperialista.
Otra herencia es que estos estados producto de la descolonización se hacen llamar
“naciones”. Ello se liga en 1ra instancia a que la ideología de la elite occidental fue utilizada por los
nativos para dar nombre a su rebelión, y en 2do lugar que su aplicación deja de ser sobre “pueblos
grandes” sino que se la piensa para cualquier minoría con búsqueda de autodeterminación.
La transformación de las relaciones familiares tradicionales occidentales toma otro ejemplo
al pensarse en la emancipación de la mujer. Tiene auge a mediados de siglo XX, pero la irrupción
de esta transformación se da durante el Imperio. Será luego en 1960 cuando los movimientos
feministas dinamicen más la cuestión y den sentido histórico al “nuevo rol de la mujer”.
La misma cultura de masas urbana tiene raigambre en el fin del Imperio. Los medios de
comunicación se adaptan a esta característica de la mano de la reproducción mecánica de sonido y
la fotografía en movimiento.
III El legado del s. XIX es amplio. Desde el vamos creo la historia mundial al crear la
economía capitalista mundial moderna. Fue cuando Europa se constituyó como La Historia mundial
y Gran Bretaña fue hegemónica. Luego claro continúa el período dominante pero del otro lado del
Atlántico: los EEUU.
Fue una centuria tan revolucionaria como la del S XX, pero se destaca que su ruptura con el
pasado fue ampliamente mayor. Su población (masas y burguesía) formaron parte de un nuevo
imaginario: verdaderas utopías en boca del individuo común. Ciencia como método, liberación
sexual, emancipación de la mujer, sociedad de abundancia donde cada hombre realizaría sus
necesidades sin obstáculo alguno. Era pensar la utopía a través del ideal de progreso. El burgués y
el proletario erguían sus utopías (progreso indefinido y revolución), pero no esperando, no desde el
automatismo, sino mediante el esfuerzo y la lucha. Para liberales y para revolucionarios en su
mayoría fue un siglo cargado de esperanzas, solo pocas voces se expresaron desde el temor y el
peligro al futuro.
HOBSBAWM, Eric. “El día más largo del fin de un siglo” en La Ciudad Futura,
Buenos Aires, N° 28, Abril-Mayo de 1991.
¿Cuál es el significado histórico de 1989? Los diagnósticos inmediatos son un juego
peligroso, tan peligroso como las profecías inmediatas. Por otra parte, hay momentos en los
actuales acontecimientos que se conservan en un breve lapso y cualquiera sea la evaluación posible
que de ellos se hace, estos son simplemente históricos e inmediatamente visibles.
Es mucho más simple ver a 1989 como una conclusión que como un inicio. Ha sido el fin de
una era en la cual la historia mundial estuvo dominada por la revolución de octubre.
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Por más de 70 años la política fue entendida como una cruzada de una guerra fría religiosa.
Otro lado es evidente desde hace mucho tiempo que no se trata de nada semejante. Es cierto que
Lenin y los bolcheviques vieron la revolución de octubre como la primera fase de algo mundial que
habría abatido al K.
Sin embargo es claro que, desde los primeros 20 años en adelante, la táctica seguida por la
URSS ya no era concebida para alcanzar una revolución mundial, aunque si la hubiera recibido con
felicidad. La era de Stalin, desalentó activamente el ascenso al poder de cualquier partido comunista
y desconfió de aquellos partidos comunistas que hicieron la revolución sin haber consultado. La
política rusa fue cauta y esencialmente defensiva, aún después de las sensacionales victorias de la
segunda guerra.
Después de 1956 cuando el movimiento comunista internacional comenzó a desintegrarse de
manera visible, varios grupos fuera de la órbita de Moscú reivindicaron la herencia marxista
leninista originaria o al menos la revolucionaria mundial. Pero ni todas sus variantes ni la campaña
de exportación de la revolución cubana pudieron dar los primeros pasos. A la tercera oleada
revolucionaria, en los 79, le faltó una tradición ideológica unificadora y un polo de atracción. El
más importante sacudimiento social de este período, la revolución iraní, miraba a Mahoma y no a
Marx.
El mundo estaba todavía divido en dos campos y cualquier nación o movimiento que rompía
con el K tendía a gravitar o a ser absorbida políticamente por la esfera socialista. En síntesis, las
políticas mundiales podían ser vistas también por la izquierda como cristalización de las
consecuencias de la revolución de octubre.
Ahora, todo esto ha concluido. El comunismo en Europa del Este se ha disuelto o está
próximo a hacerlo. Fuera de aquellas que constituían las regiones del socialismo real, hoy
probablemente no existen más de tres partidos comunistas con un genuino sostén de masa (Italia,
Sudáfrica y el PC-marxista hindú).
No estamos asistiendo a la crisis de un movimiento, de un régimen o de una economía, sino
a su fin.
Cómo puede ocurrir que el miedo, o el simple evento de 1917 hayan dominado por tanto
tiempo la historia que nadie se habría podido imaginar a 1989? Es imposible comprender todo esto
si no se recuerda que el viejo mundo del K global y de la sociedad burguesa, en su versión liberal,
se derrumbó en 1914 y que en los 40 años sucesivos el K pasó de una catástrofe a otra. El simple
elenco de los temblores que sacudieron al mundo durante este periodo es suficiente para arribar a
una conclusión: mientras la crisis económica ponía de rodillas a las más fuertes economías K la
URSS se hacía cada vez más fuerte.
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Entre 1922 y 1942 cuando se afirmó el fascismo y surgieron regímenes autoritarios satélites,
las instituciones de democracia liberal desaparecieron en la práctica en todas partes. Pero sin la
presión de la URSS las posibilidades de aplastar al Eje hubieran sido imposibles.
Por 40 años el K ha pasado a través de una era catastrófica, de vulnerabilidad y constante
inestabilidad, con un futuro incierto. Sin embargo, en algún momento de los 60 aparece claro que el
K había superado su era de catástrofe, aunque todavía no fuera evidente que las economías
socialistas iban al encuentro de graves problemas. Una vez derrocado el autoritarismo, los
regímenes liberales se convierten en los normales regímenes políticos. Los imperios coloniales
fueron políticamente descolonizados.
Pero lo más importante fue que el K aprendió sus lecciones nacionales de su período de
crisis, tanto económicas como políticas. Renunció a esa especie de liberalismo exasperado que la
América regienana y la GB tatcheriana, las únicas entre las naciones occidentales avanzadas,
intentaron restaurar en los 80.
Después de 1945 la enorme expansión del campo socialista y la amenaza potencial que
representó atrajeron totalmente las mentes de gobiernos occidentales y señalaron la importancia de
la asistencia social.
La expansión y la prosperidad tornaron posible al K asistencial, que alcanzaba su vértice en
los 60, o aún en los 70, después de que una nueva crisis mundial provocó un congelamiento fiscal.
Por eso, desde el punto de vista económico el cambio hacia la economía keynesiana mixta triunfó
de un modo aplastante. Políticamente se basó en la asociación del K con el trabajo organizado bajo
los benevolentes auspicios del gobierno, asociación que hoy es conocida como corporativismo. Por
esta razón la edad de las catástrofes ha revelado tres cosas:
1- que el movimiento organizado de los trabajadores constituyó una presencia relevante
e indispensable en las sociedades liberales.
2- El movimiento de los trabajadores no era bolchevique.
3- Una alternativa distinta a la de conquistar la lealtad de la clase trabajadora mediante
(costosas) concesiones económicas hubiera puesto en riesgo la democracia, por eso no se pudo
desmantelar el estado asistencial y de cortar los gastos.
El K mundial que emergió en “los 30 años gloriosos” y que navegó a través de los 70 y 80
sorprendentemente y con poca dificultad parece no tener más problemas. Ha entrado en una nueva
fase tecnológica.
De todos modos, un signo y un producto notable de aquella era sobrevivieron por largo
tiempo: un tercio del mundo bajo el “socialismo realmente existente”. Probablemente la gente en la
URSS y en la mayor parte de Europa del Este ha sido más rica en los 70 de cuanto lo había sido
antes. Pero tres cosas se han vuelto claras:
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1- El socialismo mostró ser incapaz de avanzar de un modo completo, y menos aún de
innovar en el camino de una nueva economía tecnológica, y por eso pareció precipitarse cada vez
más abajo.
2- En la sociedad de las comunicaciones globales, de los media, de los viajes y de la
economía transnacional, no era ya posible aislar las poblaciones socialistas de la información sobre
el mundo no-socialista, es decir de saber hasta qué punto estaban en condiciones peores en términos
materiales y desde el punto de vista de la libertad de elección.
3- Con la caída de la tasa de crecimiento y retraso creciente derivada de aquella, la
URSS se volvió demasiado débil económicamente para sostener su rol de superpotencia y para
mantener su control sobre Europa del Este.
¿Quien venció? ¿Quién ganó? El vencedor no es el K, sino el viejo mundo avanzado de las
naciones de la CE que forman una minoría cada vez más decreciente de la población mundial.
Diversamente de lo que era el “campo socialista” el mundo no-socialista comprende
regiones que en realidad han pasado a una economía de subsidios locales y de carestías.
Sin embargo, es indiscutible que el K, del modo en que se ha reformado y reestructurado
durante décadas de crisis, sigue demostrando que permanece siendo la fuerza más dinámica en el
desarrollo mundial.
Todo aquello que empujo a que la democracia occidental mejorase las condiciones de vida
de su pueblo ha sido por el efecto del miedo, miedo a los más grandes y mejor organizados: los
trabajadores, miedo a la propia inestabilidad del sistema.
El miedo ocupaba las mentes de los K occidentales en los 30. El miedo al campo socialista
en el 45 y luego también. No era casual que el modo de Keynes o de Roosevelt de salvar al K se
concentrara sobre la asistencia y la previsión social, dando a los pobres dinero para gastar.
Hoy ese miedo, ya reducido por el redimensionamiento de la clase trabajadora industrial, la
declinación de su movimiento y la recuperación de la confianza en sí mismo, en un K floreciente,
ha desaparecido. Por el momento no hay ninguna parte en el mundo que represente de manera
creíble un sistema alternativo al K, aunque debería quedar en claro que el K occidental no presenta
soluciones a los problemas de gran parte de lo q era el segundo mundo, y que ahora están por ser
asimilado en gran parte a las condiciones del tercer mundo.
Todo lo que se puede decir del siglo XXI es que deberá afrontar al menos tres problemas,
que se van agravando: la amplitud de la fractura entre mundo rico y pobre, el crecimiento del
racismo y la xenofobia y la crisis ecológica del globo. Los modos en que son afrontados no son
claros, pero entre ellos no figura la privatización y el libre mercado.
Entre los problemas a breve término aparecen tres: La inestabilidad de Europa, como entre
las dos guerras mundiales. Por otro lado hay un proceso que refuerza la inestabilidad social. Porque
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Europa central y oriental está recayendo en algo similar a la zona de rivalidad y conflictos
nacionalistas creados después de la PGM. En efecto todos los acuciantes problemas de este tipo se
remontan a los años de anteguerras.
Los peligros de guerra en una situación como estas son graves. Los demagogos del
nacionalismo de la Gran Rusia están hablando ya con delicadeza de una posible “guerra civil en la
cual nuestra situación podría ser la nuclear”.
Por último, está la inestabilidad de los sistemas políticos en los que se precipitaron los
estados excomunistas: la liberal democracia.
Por lo tanto, déjense de augurar buena fortuna a la Europa del Este y al mundo mientras concluye
una era y se está por entrar al siglo XXI. Tendremos necesidad de mucha suerte. Y dejen la
conmiseración para Fukuyama, quien ha sostenido que 1989 significó el “fin de la historia” y que,
desde ahora en adelante, todo debería ser simplemente liberal, navegando hacia el libre mercado,
pocas profecías como esta parecen tener una vida muy breve.
AMIN, Samir. El eurocentrismo. Crítica a una ideología. México, Siglo XXI, 1989.
Cap. 4 “Por una visión no eurocéntrica del mundo contemporáneo”.
I- El K realmente existente y la mundialización del valor
1-El K en la opinión común es la América del Norte y la Europa Occidental, los desnutridos
en Brasil, la esclavitud en Sudáfrica, etc no lo son, sino que son los vestigios de las sociedades
anteriores. A lo sumo son las formas no europeas del K, y depende de los pueblos involucrados
desembarazarse de ellos para disfrutar a su vez de las mismas ventajas que los occidentales.
El K mundial se manifiesta bajo formas que en apariencia todo el mundo conoce, pero en las
que hay que insistir, aunque sea brevemente, para formular su naturaleza verdadera y revelar las
deformaciones que la visión eurocéntrica les hace sufrir.
La primera de estas características es la desigualdad a escala mundial, caracterizada por las
diferencia de ingresos de un país a otro. La segunda es que la desigualdad en el reparto interno del
ingreso es considerablemente más marcadas en las sociedades de la periferia que en las del centro.
¿Cómo se interpretan y explican estos hechos en las corrientes dominantes del pensamiento
social?
En primer lugar se pretende que la diferencia de ingresos es el reflejo de una diferencia en
las productividades del trabajo, o mejor dicho que la productividad del trabajo es en los países
desarrollados 15 veces superior a lo que es en el promedio del Tercer Mundo.
En segundo lugar se afirma que las diferencias aparentes en la estructura global del reparto
interno del ingreso ocultan en realidad niveles de explotación de trabajo investidos. Es decir que la
desigualdad en el reparto del ingreso provendría de una serie de razones diferentes, entre otras la
jerarquía más fuerte en los salarios, el reparto desigual de la propiedad agraria, la diferencia entre la
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ciudad y el campo más marcada, la proporción más elevada de las masas miserables marginadas
amontonadas en la megalópolis del Tercer Mundo, etc.
En tercer lugar las más de las veces se pretende que la tendencia general de la evolución es
hacia la reducción progresiva de la desigualdad. En este sentido la situación de la periferia
contemporánea sería sencillamente la de una transición todavía inacabada hacia el desarrollo
capitalista.
2- El concepto de valor mundializado permitirá comprender por qué la idea de que las
diferencias de la productividad del trabajo explican las diferencias en el reparto del ingreso a escala
mundial no solo es ingenua, sino que elude sencillamente el verdadero problema, que es el de las
transferencias de valor ocultas en la estructura de los precios.
En realidad, detrás del conocimiento inmediato e ingenuo de los datos empíricos, existe una
hipótesis metodológica que por cierto es ignorada en la imagen popular del mundo contemporáneo,
pero que es posible esclarecer en las teorías económicas dominantes. Esta hipótesis es que la
estructura social de cada formación nacional constitutiva del sistema mundial explica a la vez el
nivel de las productividades del trabajo en esa formación y la repartición del ingreso producido
entre las diferentes clases sociales que componen la sociedad. Así, el mundo es conceptualizado
ante todo, como un conjunto de formaciones nacionales yuxtapuestas, mientras que su
interpretación y su influencia recíproca es introducida después, en el mejor de los casos.
El concepto de valor mundializado relativiza el sentido de los elementos empíricos
inmediatos, explica por qué y cómo la polarización centros-periferias es inmanente al K.
El libro II de El Capital nos propone lo que puede parecer una demostración económica
pura. Marx intenta demostrar allí que la acumulación es posible en un sistema K puro y determinar
las condiciones técnicas del equilibrio dinámico. En este marco formal, se establece que el
equilibrio dinámico exige un crecimiento del salario, que esté determinado en una proporción que
es una combinación de los índices del crecimiento sectorial de la productividad. El valor de la
fuerza de trabajo debe elevarse conforme al de las fuerzas productivas.
Hasta ahora se ha abordado la lucha de clases ¿Cómo tomarla en consideración e insertarla
en el mecanismo de las determinaciones sociales?
Primera actitud: la lucha de clases por el reparto del producto está subordinada a las leyes
económicas (reduccionismo economicista del marxismo). Segunda actitud: en reacción contra este
tipo de análisis se proclama la supremacía de la lucha de clases. El salario no se desprende de las
leyes objetivas de la reproducción ampliada, sino que resulta en forma directa de la confrontación
de las clases.
Tenemos pues que comprender esa relación dialéctica entre la necesidad económica objetiva
y la intervención de las luchas sociales ¿Pero en qué marco?
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Se puede conducir el análisis de tres maneras diferentes: primera, en el marco del discurso
abstracto sobre el MPK, segunda, en el marco concreto de una formación social nacional, tercera
operando directamente a nivel del sistema mundial, considerando como la unidad fundamental real
cuyas formaciones nacionales no son sino un componente. El discurso marxista se sitúa en el primer
marco, el del eurocentrismo en el segundo y el que propone Amín en el tercero. Este último da la
preeminencia a los valores mundializados sobre las formaciones nacionales de éstos, así como las
alianzas y conflictos de clases mundializados, subordinando las alianzas y conflictos nacionales a
las presiones definidas por los primeros.
La mundialización del valor, expresión del sistema productivo, implica pues que la fuerza de
trabajo solo tenga un único valor para el conjunto del sistema mundial. Sin embargo, la fuerza de
trabajo tiene precios diferentes, sobre todo de un país a otros. Así, el concepto de valor
mundializados da cuenta de la explotación diferencial del trabajo por el K en el centro y en la
periferia del sistema y le da un sentido político.
Ahora si se compara a las industrias periféricas con las ramas de las industrias centro, se
puede ver una transferencia de valor invisible (muchos millones), que está oculta en la estructura
misma de los precios. Esta transferencia de valor acrecienta los ingresos reales de las capas medias
y de la burguesía de los países imperialistas.
El eurocentrismo rechaza la idea misma de que pudiera haber transferencia de valor de una
formación social a otra ¿Cómo funciona la sobreexplotación que permite la producción de este valor
transferido? ¿Cuáles son sus consecuencias? Para responder a estas preguntas hay que tomar al
sistema mundial en su conjunto como unidad de análisis decisivo. Las clases sociales son los sujetos
históricos cuyas confrontaciones y alianzas a escala mundial determinan: la tasa de plusvalor a
escala mundial y las tasas respectivas en el centro y periferia, el trabajo excedentario extraído en
los modos no K sometidos, la estructura de los precios y de mercancías mundiales, el salario real a
nivel de su media mundial y de sus medias en el centro y periferia, el volumen de las rentas de las
clases no K, el equilibrio de los intercambios centro-periferia, flujo de mercancías y capitales.
3- El concepto de mundialización del valor nos permite, igualmente, volver sobre la
cuestión de la tendencia dominante en la evolución histórica del reparto del ingreso en el seno del
sistema K. Para justificar su hipótesis optimista de que la periferia está en vías de alcanzar al centro
(o puede hacerlo) el eurocentrismo se ve obligado a suponer que las mismas alianzas sociales que
permitieron en el centro la difusión de los beneficios del progreso y la homogeneización social se
reproducen en el desarrollo de la periferia. Así, la desigualdad es el precio de la pobreza. La
hipótesis subyacente es que el factor externo, la integración en el sistema económico mundializado,
es fundamentalmente favorable. Si bien los hechos desmienten este optimismo artificial, es que la
ley de la acumulación del K a escala mundial rige esta posición complementaria de las estructuras.
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4- El increíble meollo del prejuicio eurocéntrico se manifestó en todo su vigor con motivo
del debate sobre el “intercambio desigual”. El análisis del sistema sobre la base del valor
mundializado permite colocar el intercambio en su justo lugar. Lo esencial de la desigualdad está
oculto en la estructura misma de los precios.
El ajuste de las periferias a las exigencias de la acumulación global se opera pues en la
pluralidad: no solo las funciones realizadas por la periferia cambian de una fase a otra de la
evolución del sistema global, sino que a cada una de éstas corresponden funciones diversas
desempeñadas por diferentes periferias. Existen también en cada etapa de esta evolución
interlocutores inútiles para el sistema, pues el sistema K sigue siendo – y es lo que el eurocentrismo
no puede aceptar- un sistema destructivo cuyo programa comprende necesariamente la marginación
de las regiones de la periferia que se vuelven inútiles para la explotación del K en un estadio dado
de su despliegue.
6- En oposición a estas diferentes escapatorias (reorganización de la periferia o su
marginalización) el análisis de la polarización que caracteriza al sistema capitalista mundial coloca
el E en el centro de su preocupación.
Las economías del K central son autocentradas. Por oposición, la acumulación en la periferia
está modelada desde el principio por las exigencias del centro. Ahora bien, la construcción de una
economía autocentrada en un polo, el ajuste a la economía mundial en el otro, no son producto del
funcionamiento de simples “leyes económicas” que operan en un espacio políticamente vacío. Por
el contrario, el papel del Estado es decisivo. El criterio cualitativo decisivo que permite clasificar
las sociedades del sistema K mundial en centros y periferias es el de la naturaleza de su E. Las
sociedades del K central se caracterizan por la cristalización de un E nacional burgués, cuya
función esencial, además del simple mantenimiento de la dominación del K es precisamente la de
controlar las condiciones de acumulación. Por el contrario, el E periférico cumple la función del
mantenimiento de la dominación interna de clases, no controla la acumulación local.
Puede decirse entonces que el subdesarrollo de unos es producto del desarrollo de los otros.
Pero debemos precisar que esta proposición no es simétrica y reversible: pues no se ha dicho que su
contrario (el desarrollo de unos sería producto del subdesarrollo de otros) fuera verdadero.
En los centros, la cristalización del nuevo poder burgués hegemónico ha implicado amplias
alianzas entre esta nueva clase dominante y las demás clases. Las burguesías aparecidas tardíamente
se encuentran con dificultades mayores cuando intentan ampliar sus alianzas internas de clases. En
un primer momento la dicotomía centro- periferia se asienta en una alianza entre el K central
dominante y las clases rurales dominantes de antiguo tipo en las periferias (Ej: América del Sud, la
alianza entre K británico y oligarquía latifundista). Si bien el sistema K esta movido por una
tendencia a la polaridad, la cristalización de los centros en un polo y la periferia en el otro polo no
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excluye el surgimiento de las semiperiferias. Aunque en realidad no se ha establecido que las
semiperiferias en cuestión construyan efectivamente un E burgués capaz de controlar la
acumulación interna. En estas condiciones es preferible calificar lo que algunos llaman
semiperiferias de periferias verdaderas correspondientes al estado actual de la expansión K.
El problema podría ser resuelto en efecto a condición de abrir todas las fronteras a la
inmigración ilimitada de trabajadores! El viejo internacionalismo del movimiento obrero se basaba
en la ilusión de una homogeneización rápida de las condiciones del mundo del trabajo por la
expansión mundial de K.
II- La crisis del imperialismo contemporáneo.
1-El eurocentrismo se niega a analizar la crisis del K que vivimos desde hace más de 15
años, como si en lo esencial se tratara de una crisis del imperialismo, es decir un momento
caracterizado principalmente por el agravamiento de las contradicciones centros/periferias
resultantes de su acumulación en el curso de la expansión K mundializada.
Cualquier crisis en el sistema K es la expresión de un mal funcionamiento de la ley bajo el
efecto de la luchas de clases.
Esta observación no implica de ninguna manera una simplificación que ignore los diferentes
aspectos de la crisis: la competencia con el Oeste, la crisis del fordismo como modo de explotación
del trabajo industrial, la crisis del E providencia, la articulación de la crisis con el conflicto Este-
Oeste, el atlantismo y la crisis de la hegemonía de EEUU. Desde el momento en que uno se sitúa en
este marco, se comprende que el factor en juego de la crisis no es directamente la opción entre el K
y el S sino la elección entre la sumisión a la lógica del capital o la desconexión, medio para ampliar
los márgenes de la autonomía de los pueblos, las naciones y las clases trabajadoras en el Oeste, el
Sur y el Este. El acento se pondrá entonces en demostrar que los análisis dominantes atraen la
mirada hacia la crisis del K bajo sus diferentes aspectos. La hipótesis subyacente es sin duda que el
Este y el Sur, atrasados, están condenados a integrarse más al sistema mundial.
2-La frase “en el Oeste no hay nada nuevo” parece demostrar que Occidente es el centro de
numerosas evoluciones decisivas para el porvenir global del mundo.
El fordismo, actualmente está en crisis (la productividad del trabajo ya no puede progresar
bajo esta base y tecnologías se imponen) pero sin embargo no se llega a pensar que se produzcan
rupturas políticas de envergadura. El europeismo tal como se expresa en el momento actual, no se
propone más que un solo objetivo, el de alcanzar a EEUU y Japón en términos de competitividad K.
En lo inmediato, la búsqueda de este objetivo entraña más un realineamiento político atlantista y un
frente común contra el Tercer Mundo que un no alineamiento europeo. Otra perspectiva es sin duda
deseable y no necesariamente imposible. Pero implica una ruptura con la tradición eurocéntrica de
la visión política de Occidente.
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3- La crisis del Sur en su totalidad se sitúa precisamente en esta contradicción principal del
K, que se manifiesta por el aborto repetido de las tentativas de surgimiento de un proyecto nacional
burgués a partir de la condición periferizada.
Se cita el proyecto de la conferencia de Bandung (1955) en el que se pensaba q era posible
el desarrollo en la interdependencia y en donde no se proponía de ninguna manera “salir del
sistema”. Las circunstancias de la expansión K de los años 55-70 alimentaron hasta cierto punto la
ilusión de la posibilidad histórica de ese proyecto, ello a pesar del hecho de que Occidente se opuso
a él por todos los medios, económicos y políticos, posibles. Posteriormente la crisis general en la
que entró el sistema K a partir de los 70 dio la ocasión para una contraofensiva de Occidente, cuyo
objetivo era volver a convertir a las sociedades del Tercer Mundo en economías compradoras y
someter su desarrollo ulterior a la lógica de la reorganización del K transnacionalizado.
Así pues la cuestión es saber si la burguesía en el Tercer Mundo es capaz de dominar
alianzas sociales internas que puedan hacer frente al desafío. Nosotros decimos que las condiciones
históricas modeladas por el sistema global le son totalmente desfavorables.
4- La imposibilidad del proyecto nacional burgués en la periferia se manifiesta con una
violencia particular en la cuestión de la democracia en la periferia del sistema K pero en vez de la
burguesía, ¿pueden las clases populares tomar la iniciativa y dominar otra estrategia que la de
integración subalternizada al sistema K mundial? ¿Cuál es la naturaleza de esa estrategia de
desconexión? ¿En qué medida se sitúa en la problemática de la transición socialista?
III- La desconexión y el Estado nacional popular
Abordamos ahora el tema tabú de la desconexión, pues la desconexión, que se asimila
rápidamente a la autarquía pura y simple, implicaría una austeridad inaceptable, despotismo
primitivo, etc. Se entiende que no hay salvación por fuera de la integración al sistema mundial,
único medio por el cual los pueblos bárbaros pueden, si lo desean, salir de su barbarie
europeizándose. Prescindir de nosotros ¿Cómo atreverse a pensarlo?
La desconexión no es una receta sino una elección de principio, la de desconectar los
criterios de racionalidad de las decisiones económicas internas de las que gobiernan el sistema
mundial, es decir de liberarse del valor mundializado sustituyendo por una ley del valor de alcance
nacional y popular. Si la burguesía es incapaz de desconectar y si solo una alianza popular debe
convencerse de que ésa es una necesidad insoslayable de cualquier proyecto de desarrollo digno de
ese nombre, la dinámica social debe conducir a inscribir este proyecto popular en una perspectiva
para la cual no hallamos otro calificativo que el de socialista.
¿Tiene el Tercer Mundo otra opción posible? A decir verdad las alternativas parecen hoy en
día dramáticas. La desconexión al inscribirse en la perspectiva socialista, sigue siendo pues la única
respuesta aceptable a los desafíos de nuestra época.
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2-esta forma de poner en tela de juicio el orden K a partir de las revueltas de su periferia
obliga a repensar seriamente la cuestión de la transición socialista a la abolición de clases. Dígase lo
que se diga, y no obstante los matices que se agreguen, la tradición marxista ha quedado en
desventaja por la visión teórica inicial de revoluciones obreras que comienzan sobre la base de
fuerzas productivas avanzadas, una transición relativamente rápida, caracterizada por un poder
democrático de las masas populares que es teóricamente más democrático que el más democrático
de los estados burgueses.
Las contradicciones más violentas que entraña a la acumulación capitalista en su propio
movimiento real operan en la periferia del sistema antes que en los centros. Sin embargo esta
revolución antiK no por ello es simplemente socialista. Las circunstancias le han dado una
naturaleza compleja.
Todas las revoluciones de nuestra época que se califican de socialistas, son en realidad
complejas revoluciones antiK de este tipo porque se hicieron en regiones subdesarrolladas del
sistema mundial, por eso no iniciaron la era de una construcción socialista que respondiera a los
criterios definidos originalmente por el marxismo.
Las sociedades poscapitalistas se enfrentan a la exigencia de un desarrollo sustancial de las
fuerzas productivas. En efecto resulta ilusorio pensar en fundar “otro desarrollo” sobre la
indigencia. Aceptada por la burguesía local, la expansión K que implica un desarrollo abierto sobre
el sistema mundial es aquí puesta en tela de juicio por las masas populares que aplasta. La
expresión de esta contradicción específica da a los regímenes posK su contenido real, el de una
construcción nacional y popular en la cual se combinan conflictivamente tres tendencias:
socialismo, K y estatismo.
Por el contrario en las revoluciones antiK la nueva clase no es anterior al movimiento
popular, más bien es el resultado de ella. En la medida en que esta nueva clase intenta cristalizarse
en forma autónoma ante el pueblo, opera precisamente mediante el control del E. Esta cristalización
avanza a través de una relación compleja, a la vez de alianza y conflicto, entre la nueva clase y el
pueblo ¿por qué entonces la inferioridad aparente de la economía del estado? (o la superioridad
aparente de las formas K sobre las economías del E).
El desarrollo K periférico descompone a las naciones que son sus víctimas, mientras que en
lado opuesto, la cristalización K en los centro del sistema ha dado su contenido moderno a las
naciones que lo componen.
La sociedad nacional popular posK no es el lugar solo del conflicto entre formas y fuerzas K
y socialistas. También es el marco surgimiento de un tercer componente. El estatismo no es algo
novedoso y su reducción a un simple K de E no resuelve las cosas. (Ver propuesta Gramsci pag
221-222)
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La situación en la periferia es totalmente diferente. Aquí las clases populares nada tienen que
esperar del desarrollo K tal como lo es para ellas. Son potencialmente antiK y no están en
condiciones de elaborar por si solas un proyecto de sociedad sin clases. El lugar que queda vació lo
ocupará la inteligentsia q es anti K, abiertas a la dimensión universal de la cultura de nuestra época
y por esto, capaces de situarse en ese mundo.
4- el nuevo E nacional popular es una necesidad por múltiples razones. En principio porque
inscrito en un sistema mundial de estados, la sociedad nacional popular que se constituye
rompiendo con la mundialización K se enfrenta a los E K cuya agresividad para con el jamás ha
dejado de manifestarse. Luego porque la sociedad nacional popular es una alianza de clases con
intereses en parte convergentes, en parte conflictivos. En estas condiciones se origina un fetichismo
del poder que se nutre de ilusiones graves, entre otras la de que sería posible controlar las
tendencias K y S que operan en la sociedad.
5-La experiencia del movimiento de liberación nacional plantea las mismas cuestiones,
porque no es de una naturaleza diferente del que condujo a las revoluciones socialista. No difiere
más que en grado, pero no es una naturaleza. Ambos son respuestas al desafío de la expansión K, la
expresión del rechazo de la periferización.
Se podría decir entonces que las revoluciones socialistas son revoluciones nacionales
populares que han logrado su objetivo por medio de una desconexión basada en un poder no
burgués, mientras que los movimientos de liberación nacional, dado que han quedado bajo la
dirección de la burguesía, no han realizado todavía su objetivo. Norte y Sur constituirán en el
futuro, el elemento más dinámico fundamental en la evolución global de nuestro mundo.
6- sin embargo, muchos dudan que tales revoluciones sean todavía posibles, tomando en
cuenta el estadio alcanzado por la transnacionalización que, ya irreversible, hará caduca por el
mismo torvo cualquier estrategia de rompimiento.
La expansión K ha creado ciertamente en la periferia condiciones cada vez más difíciles
desde el punto de vista de la constitución de E-naciones semejantes como lo son en Occidente. La
revolución nación al popular es por ello una necesidad objetiva cada vez más importante y la
exclusión de la burguesía da una responsabilidad histórica creciente a las clases populares y a la
inteligentsia susceptible a organizarla.
Necesidad objetiva creciente significa que la contradicción principal por la cual la
acumulación del K se ha manifestado durante siglos y se sigue manifestando no hace más que
agravarse de etapa en etapa y el conflicto Norte- Sur lejos de atenuarse progresivamente, se
agudiza.
Pero mientras se había imaginado que las luchas victoriosas de las clases obreras de
Occidente iniciarían el camino al socialismo, es precioso comprobar hoy en día que el camino será
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más largo y tortuoso, un camino que pasará por la revolución nacional popular de la periferia en
espera de que, por sus propios avances, los pueblos de Occidente contribuyan a crear las
condiciones indispensables para una renovación internacionalista.
ARRIGHI, Giovanni. El largo siglo XX. Madrid, Akal, 1999.
Introducción
Los cambios que se han producido alrededor de los 70 en el modo de funcionamiento local y
global del K se han examinado prolijamente, aunque todavía sea objeto de debate la naturaleza de
tales cambios. El carácter fundamental de los mismos constituye, no obstante, el tema recurrente de
una literatura que está creciendo rápidamente.
Durante la década de los 70 la tendencia predominante pareció apuntar a la reubicación de
estos procesos desde los países de renta elevada a los países y regiones de renta baja. Durante los 80
por el contrario, la tendencia dominante pareció apuntar a la recentralización del K en los países y
regiones de renta elevada. En todo caso la tendencia observable desde 1970 indica una mayor
movilidad geográfica del K.
Estas tendencias se han hallado estrechamente vinculadas con los cambios producidos en la
organización de los procesos de producción e intercambio. Algunos autores han afirmado que la
crisis de la producción en masa, otros autores han puesto de relieve la regulación legal de las
actividades generadoras de renta y han observado la formalización de la vida económica. Que ha
dado lugar a la tendencia opuesta, es decir a la informatización, es decir, a la proliferación de
actividades generadoras de renta que eluden la regulación legal.
Otros han seguido los pasos de la escuela de regulación francesa e interpretaron los cambios
actuales como una crisis estructural de lo que ellos denominan régimen de acumulación fordista-
keynesiano (K fijo que crean el potencial para obtener incrementos regulares de productividad y
generan el consumo de masas correspondiente).
Siguiendo a David Harvey, éste dice que en realidad el K puede hallarse en el centro de una
transición histórica del fordismo-keynesianismo a un régimen de acumulación que él denomina
provisoriamente “régimen de acumulación flexible”.
Los intentos efectuados por los gobiernos EEUU y GB para conservar el ímpetu de la
expansión económica de postguerra mediante una política monetaria extraordinariamente laxa
tuvieron cierto éxito a finales de la década de 1960, pero desplegaron sus efectos perversos a
principios de la década de 1970. Desde entonces, los E quedaron a la merced de la disciplina
financiera, bien mediante los efectos de la huida de K o en virtud de presiones institucionales
directas.
De modo más específico el punto de partida de nuestra investigación ha sido la afirmación
efectuada por Braudel de que la característica esencial del K histórico en su longue durée, es decir, a
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lo largo de toda su existencia, ha sido la flexibilidad y el eclecticismo del K y no las formas
concretas asumidas por este en diferentes lugares y momentos.
Creo que estos fragmentos pueden leerse como una afirmación de la fórmula general de
Marx: DMD´. K=dinero significa liquidez, flexibilidad, libertad de elección. K-Mercancía significa
capital invertido en una combinación en función de un beneficio.
Ahora… M´ significa liquidez, flexibilidad y libertad de elección expandidas.
Tras la igualmente fantástica aventura del denominado fordismo-keynesianismo, el K
estadounidense siguió una pauta similar en los 70 y 80. No obstante podemos reconocer fácilmente
en este último un renacimiento del K financiero otro ejemplo de ese eclecticismo que ha estado
asociada en el pasado con la madurez de los modelos fundamentales del desarrollo K.
La fórmula de Marx puede interpretarse como la descripción no únicamente de la lógica de
las inversiones de los K individuales, sino también como la pauta de comportamiento recurrente de
K histórico como sistema-mundo.
Nuestra investigación consiste esencialmente en un análisis comparativo de los sucesivos
ciclos sistemáticos de acumulación para identificar 1- las pautas de recurrencia y evolución que se
están reproduciendo en la actual fase de expansión financiera y reestructuración sistémica 2- las
anomalías de esta actual fase de expansión financiera que pueden conducir a una ruptura con las
pautas anteriores de recurrencia y evolución. Pueden identificarse cuatro ciclos: el genovés,
holandés, británico y americano (hasta la actual).
Hemos optado por los ciclos sistémicos porque constituyen indicadores mucho más válidos
y fiables del núcleo específicamente K del moderno sistema-mundo que los ciclos seculares. En
resumen, la conexión existente entre los ciclos seculares de Braudel y la acumulación histórica. La
noción de ciclos sistémicos de acumulación, por el contrario, deriva directamente de la noción de K
elaborada por Braudel como el estrato superior no especializado en la jerarquía del mundo del
comercio.
Una agencia es K siempre que su dinero esté dotado del “poder de reproducirse” de modo
sistemático y persistente, con independencia de la naturaleza de las mercancías y actividades
particulares que sean, incidentalmente, el medio para ello en un momento dado.
Los ciclos sistémicos de acumulación, a diferencia de la logística de precios y de los ciclos
de Kondratiegg, constituyen por lo tanto un fenómeno inherentemente K. Apuntan a la continuidad
fundamental de los procesos de acumulación de K a escala mundial en tiempos modernos. Pero
constituyen también rupturas fundamentales en las estrategias y estructuras que han conformado
estos procesos a lo largo de siglos. En estos ciclos se destacan la alternancia de fases de cambio
continuo con fases de cambio discontinuo.
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Mensch abandona la noción de que la economía se ha desarrollado en ondas, optando por la
teoría de que ha evolucionado a través de series de impulsos innovadores intermitentes que asumen
la forma de ciclos sucesivos entre sí. Sin embargo la idea de que ciclos consistentes en fases de
cambio continúo en virtud de una senda única que se alternan con fases de cambio discontinuo que
explican el desplazamiento de una senda a otra apoya nuestra secuencia de ciclos sistémicos de
acumulación.
El objetivo principal del concepto de ciclos sistémicos es describir y elucidar la formación,
consolidación y desintegración de los sucesivos regímenes mediante los que la economía mundo K
se ha expandido desde su embrión medieval subsistémico a su actual dimensión global. Toda la
construcción reposa sobre la opinión poco convencional de Braudel sobre la relación que vincula la
formación y la reproducción ampliada del K histórico como sistema mundo a los procesos de
formación de E por un lado y a la formación de mercados, por otro. Braudel piensa que el K es
dependiente del poder del E en su emergencia y expansión y como antitético a la economía de
mercado. Así, Braudel concibe al K como el estrato superior de una estructura de tres niveles.
En ninguna otra parte, excepto en Europa los elementos constitutivos del K se fusionaron en
la poderosa amalgama que impulsó a los E europeos hacia la conquista territorial del mundo y la
formación de una poderosa economía mundo K verdaderamente global. Así, la transición que
importa no es la del feudalismo al K, sino la que se produjo desde un poder K disperso a un poder K
concentrado. El aspecto esencial de esto es la fusión única del E y el K, que en ningún otro lugar se
realizó de modo más favorable que en Europa.
En anverso de este proceso fue la competencia interestatal por el K en búsqueda de
inversión.
Si bien en la edad media la pérdida de autonomía significo el fin del K político, en el inicio
de los tiempos modernos significó la expansión del K como un nuevo tipo de sistema mundo.
Nuestro análisis dotará de contenido a estas observaciones, mostrando que la competencia
interestatal fue un factor clave de todas y cada una de las expansiones financieras y en los bloques
políticos y económicos que dirigieron la economía durante sus expansiones materiales. Nuestro
análisis también mostrará que la concentración del poder en manos de bloques particulares de
agencias gubernamentales y económicas fue tan esencial para las expansiones materiales
recurrentes de la E-M-K como la competencia que ha tenido lugar entre estructuras políticas
aproximadamente iguales.
La idea de un continuo crecimiento de la concentración del poder K en el moderno sistema
mundo se halla implícito en una observación efectuada por Marx, ya que concede demasiada
importancia al papel desempeñado por el sistema de deudas nacionales. Sin embargo, no logró
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percibir que la secuencia de Estado K prestamistas mencionadas en este texto se halla formada por
unidades de creciente tamaño, recursos y poder mundial.
Así pues, puede afirmarse que la expansión del poder K durante los últimos quinientos años
está vinculado no solo a la competencia interestatal por el K en busca de inversión, sino también a
la formación de estructuras políticas dotadas de recursos organizativos cada vez mayores y más
complejos para controlar el entorno sociales y políticos de la acumulación de K. Como regla, la
adquisición de estos recursos organizativos era en mayor medida resultado de ventajas posicionales
generadas por la cambiante configuración espacial de la economía mundo K que producto de
innovaciones propiamente dichas. Los flujos de K trasvasados desde los centros de acumulación
declinantes a los centros emergentes, que Marx observó, constituyeron el instrumento mediante el
cual aquellos intentaron reclamar parte de los enormes excedentes que obtenían los nuevos centros.
Este tipo de flujo ha caracterizado todas las anteriores expansiones financieras.
Como se documentará en el epílogo la actual expansión financiera fue testigo del explosivo
crecimiento de Japón y otros E menores del este de Asia como nuevo centro del proceso de
acumulación de K a escala mundial.
El flujo de K de Japón a EEUU debe contemplarse bajo el argumento de que el poder
interestatal es básicamente una cuestión de tamaño relativo, autosuficiencia y recursos militares.
La principal diferencia entre la asistencia de EEUU a GB en las dos guerras mundiales y la
asistencia prestada por Japón a EEUU en la segunda guerra fría radica en los resultados. Mientras
EEUU cosechó beneficio, Japón no. Las pérdidas mayores las sufrió como consecuencia de la caída
del valor del dólar estadounidense después de 1985. Ello significó que el dinero prestado en dólares
tremendamente sobrevalorados fue remunerado y reembolsado en dólares devaluados.
Si los medios de comunicación fueron los principales protagonistas de la erección de
barreras culturales a la transferencia de activos estadounidenses al K japonés, por otra parte también
lo fue la estructura del K corporativo estadounidense. La anomalía radica en que el K japonés se
benefició realmente poco de la asistencia económica prestada a los EEUU en la escalada final de la
guerra fría.
Estos mecanismos tienen un límite intrínseco evidente. El poder K en el sistema mundo no
puede expandirse indefinidamente sin erosionar la competencia interestatal por el K en busca de
inversión sobre el que reposa esta expansión. Tarde o temprano, se alcanzará un punto en el que las
alianzas entre los poderes del E y el K, que se forman en respuesta a esta competencia lleguen a
ser formidables que eliminen la competencia misma, y por consiguiente, la posibilidad de que
emerja un orden superior para los nuevos poderes K.
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Las concepciones de la relación entre la economía de mercado y su antítesis K construida
por Braudel y Smith difieren, sin embargo, en un aspecto importante. Para el primero es una
relación estática, para el otro una relación dialéctica.
La exitosa resistencia del pueblo vietnamita constituyó el apogeo de un proceso iniciado por
la Revolución Rusa de 1917, mediante el cual el mundo occidental y el no se redefinieron en tres
agrupamientos: Primer, Segundo y Tercer mundo.
Esta reacción violenta no se restauró, sin embargo, el statu quo anterior. Por un lado, la
superioridad de la fuerza del mundo occidental K parecía haber alcanzado mayores cotas que nunca.
La URSS desorientada y desorganizada fue excluida del negocio de las superpotencias. En lugar de
contar con dos superpotencias mutuamente contrapuestas los países del tercer mundo tenían ahora
que competir con los fragmentos del imperio soviético. Y este, bajo su liderazgo de los EEUU,
actuó rápidamente para aprovecharse de la situación y reforzar su monopolio global de facto del uso
legítimo de la violencia.
Por otro lado, la superioridad en términos de fuerza y la acumulación parecen divergir
geopolíticamente como nunca antes (desarrolla la primacía de Japón entre las islas K).
Nuestra conclusión es tanto parcial como indeterminada en cierto sentido. Parcial porque
intenta comprender la lógica de la actual expansión financiera haciendo abstracción de los
movimientos que continúan produciéndose en virtud de su propia dinámica y de sus leyes
específicas en los estratos de las economías de mercado y de las civilizaciones materiales del
mundo. Es en cierto sentido indeterminada por la misma razón. La lógica del estrato superior es tan
solo relativamente autónoma respecto a la lógica de los estratos inferiores, y puede comprenderse
únicamente tan solo en relación con estas otras lógicas.
Hacia una nueva agenda de investigación
Hopkins ha sugerido que la hegemonía holandesa, británica y estadounidense deberían
interpretarse como momento sucesivos en la formación del sistema-mundo K.
Este proceso evolutivo de simultánea expansión y sustitución del moderno sistema
interestatal avanzó un paso más gracias a su reconstitución ampliada bajo la hegemonía
estadounidense.
El moderno sistema interestatal ha adquirido, por consiguiente su actual dimensión global
mediante hegemonías sucesivas de alcance cada vez mayor, que han reducido en consecuencia la
exclusividad de los derechos de soberanía realmente disfrutados por sus E miembros. Si este
proceso continuase, nada excepto un verdadero gobierno mundial tal y como lo contemplaba
Roosevelt satisfaría la condición de que la próxima hegemonía mundial tuviera un alcance
territorial y funcional mayor que la precedente.
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Hay ciertamente indicios que de esta hipótesis se halla entre las posibilidades históricas
como resultado de la crisis de hegemonía de las décadas de 1970 y 1980.
El anverso de este proceso de formación de un gobierno mundial es la crisis de los E
territoriales como instrumentos eficaces de dominio.
El sistema parece estar moviéndose hacia delante y hacia atrás, movimiento que parece
caracterizar la coyuntura actual. La diferencia con períodos anteriores de transiciones hegemónicas
es que la escala y la complejidad del moderno sistema-mundo ha llegado a ser tan enormes que
dejan poco espacio para un crecimiento ulterior. Este movimiento puede estar generando no una
nueva reconstitución del moderno sistema de dominio de acuerdo con fundamentos más
ambiciosos, sino su metamorfosis en un sistema globalmente diferente que revitalice un aspecto u
otro de los modos de dominio protomodernos o premodernos.
Todo lo dicho se corresponde con nuestra hipótesis inicial de que el crecimiento explosivo
del número de las corporaciones transnacionales, y de las transacciones que se producen dentro de
su perímetro y entre las mismas se ha convertido en el factor esencial del proceso de erosión del
moderno sistema de Estado territoriales como sede primaria del poder mundial.
Realmente interesante, este sueño de absoluta no-territorialidad evoca el sistema de las ferias
sin lugar puestas en marcha por la diáspora de la clase K genovesa cuatrocientos años antes. Pero
los genoveses no fueron los únicos que controlaban redes no territoriales de este tipo. Las naciones
florentina, luquesa, alemana e inglesa, comunidades en diáspora de banqueros bien conocidas en el
siglo XVI, también las controlaron. Esta poderosa red no-territorial de acumulación de K fue
esencialmente K en su estructura y orientación (refiriéndose a la genovesa).
En la genealogía bosquejada en este capítulo, el K moderno tiene su origen en el prototipo
de E K líder, cuyo modelo de toda época posteriori fue la ciudad Estado de Venecia. En la
genealogía que exploraremos en el resto del libro, el K moderno tiene su origen en el prototipo de
organización empresarial líder no-territorial y de alcance mundial, cuyo modelo para toda época
posterior fue la nación diáspora genovesa. La primera genealogía describe el desarrollo del K como
una sucesión de hegemonías mundiales. La segunda genealogía describe ese mismo desarrollo
como una sucesión de ciclos sistemáticos de acumulación.
BARRACLOUGH, Geoffrey. Introducción a la historia contemporánea. Madrid,
Gredos, 1985.
Cap. I “Naturaleza de la historia contemporánea. Cambio estructural y diferencia
cualitativa”.
¿Cuáles son las influencias formativas y cualitativas que constituyen la nota característica de
la edad contemporánea? No se trata de una introducción en el sentido corriente de que pretenda
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proporcionarnos una narración elemental de los acontecimientos ocurridos en Europa y fuera de ella
en los últimos 60 años.
Muchos historiadores han reducido el análisis a relatar las dos Guerras Mundiales, el tratado
de paz del ’18, la aparición del fascismo y del nacionalsocialismo y, a partir del ’45, la aparición del
comunismo y su conflicto con el capitalismo.
Esta visión poco acertada, se aleja del objetivo de este trabajo; se trata de revisar a fondo
toda la estructura de postulados y prejuicios en que estaba basada nuestra visión del mundo. El
propósito será mostrar que la historia contemporánea difiere en calidad y en contenido de lo que
nosotros conocemos como “historia moderna”.
Entre 1890, en que Bismarck se retiró del escenario político, y 1961, en que Kennedy ocupó
la presidencia de los EEUU, constituyeron una vertiente entre 2 edades. Este libro pretende estudiar
ambas vertientes, porque ahí es donde cristalizaron las fuerzas q han moldeado el mundo
contemporáneo.
1. Críticas posibles a esta línea divisoria que plantea:
- el carácter vago y nebuloso del concepto “contemporáneo”.
- La tendencia de los historiadores actuales a acentuar los elementos de continuidad
que unen las diversas etapas de la historia.
El siglo XX no puede considerarse como la continuidad del siglo XIX. Los patrones que
aplicamos a la historia contemporánea deben ser distintos de los q aplicamos a las edades anteriores.
Lo que deberíamos buscar como más significativo son las diferencias que los parecidos y los
elementos de discontinuidad más bien que los de continuidad. Es decir, la historia contemporánea
debiera considerarse como una época distinta con sus características propias, que la distinguen del
periodo precedente.
El término contemporáneo es ambiguo y elástico. Para algunos, la historia contemporánea
arranca de 1945, y si acaso se permiten echar una mirada retrospectiva hasta 1939; para otros
representa el periodo comprendido entre las dos guerras o la época transcurrida entre 1914 y 1945.
Si se dice q la idea de Historia contemporánea es una noción de nuevo cuña introducida
después del ’18 para satisfacer la demanda de cierto publico desilusionado, ávido de conocer lo que
había fallado en aquella “guerra que se propuso terminar con todas las guerras”, no estaría mal
responder que lo que se fabricó de nuevo cuño no fue el concepto de historia, sino la noción de
historia tal como la entendía el siglo XIX, es decir, como algo relacionado con el pasado.
La historia de tipo tradición arranca desde un punto dado del pasado y a partir de ese punto
va avanzando sistemáticamente, trazando una trayectoria continúa y siguiendo la corriente de los
acontecimientos desde el manantial que tomó como fuente original. Pero la historia contemporánea
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sigue casi un procedimiento opuesto. La historia contemporánea araña la superficie de los
acontecimientos recientes y desfigurados interpretándolos a la luz de las ideologías actuales.
2. Lo posmoderno: podemos ver como un proceso completo, con su principio y con su fin,
ese periodo que aun llamamos “historia moderna”.
El mero hecho de que podamos formarnos una idea de la estructura y del carácter de este
primer periodo nos autoriza a establecer, por contraste y por comparación, por lo menos algunos de
los rasgos diferenciales del periodo siguiente.
3. Es verdad q no hay ningún trazo firme y claro que separe el periodo “contemporáneo” del
llamado “moderno”. En los años que precedieron y siguieron a 1890 fue cuando empezaron a
hacerse visibles por primera vez la mayoría de los acontecimientos que diferencian la historia
contemporánea de la moderna.
Antes de finalizar el s XIX surgieron nuevas fuerzas desencadenando cambios
fundamentales que afectaban a todos los planos de la vida y a todo el mundo.
Ninguno de los cambios que vamos a estudiar en las páginas siguientes fue decisivo por sí
mismo. Lo decisivo fue su confluencia:
- La guerra de 1914-1918: soltó la válvula a las tensiones ocultas que habían ido
exacerbándose desde los últimos años del s XIX y que aún estaban pendientes de solución. Esta
guerra debilitó las estructuras sociales y facilitó el desencadenamiento de fuerzas nuevas.
- 1919-1939: pocas cosas habrá tan notables como la rapidez con que se esfumó ésta
después del 19. La urgencia por volver a la “normalidad” fue uno de los rasgos sobre salientes entre
1919-1939. Hoy resulta lógico que este afán por volver a las condiciones previas a 1914 y la
creencia general por los años 25-29 de q se había logrado la deseada restauración.
Aunque hacia 1925 casi todos los factores económicos habían alcanzado el nivel de 1913, la
guerra había producido cambios sustanciales e irreversibles en el equilibrio de las fuerzas
económicas y los países que habían llevado la iniciativa en el mundo de la preguerra, se
encontraban en baja en su desarrollo general.
- Los hombres encargados de la política inglesa por los años 30 estaban obsesionados
con Hitler y Mussolini, sin preocuparse por Hinota y Konoye, cuando en 1937 desencadenaron los
japoneses la SGM que derrumbó los imperios europeos ni se dieron cuenta de que había empezado.
Hay que pensar esto con el espíritu conservador de los 30.
Nadie que estudio el post 1918 puede ignorar la persistencia de la mentalidad antigua y la
reacia q se mostraba al cambio la tendencia conservadora. A todo lo largo del periodo de transición,
las fuerzas retardatarias del viejo mundo contuvieron la irrupción del nuevo.
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Pero a la larga era aún más importante el hecho de que los problemas que agitaban al mundo
eran nuevo y reflejaban una situación que no se había dado hasta el momento en 1960 había pasado
ya el largo periodo de transición: el nuevo mundo había entrado en órbita.
Términos como soberanía, nacionalidad, democracia, propietarios, clase media en la
estructura, aunque ampliada con la absorción de amplio sectores de la clase obrera, han entrado en
la composición de una sociedad diferente a la de 1914. Un mundo nuevo con raíces en el viejo.
4. Entre 1890 y 1960 nos enfrentan con dos procesos imbricados:
- El fin de una época.
- El principio de otra.
Cabe preguntarse si los historiadores no se fijaron demasiado en el viejo mundo, ya
agonizante, y demasiado poco en el que nacía.
Los conflictos europeos de la primera mitad del s XX fueron algo más que una continuación
de sus contiendas anteriores. Desde fines del XIX, Europa se vio envuelta en los problemas
heredados de su propio pasado y en un proceso de adaptación a la nueva situación del mundo. Por
ello es difícil separar esto del proceso q se inicia en 1915, particularmente el desarrollo del
nacionalismo alemán.
Fuerzas de cristalización: representan un subproducto característico del viejo mundo en
decadencia. En 1914 eran todavía más débiles que las fuerzas arraigadas en el pasado,
particularmente la fuerza del nacionalismo europeo. Pero cuando más avanzaba el proceso de
desintegración, más crecía su fuerza.
Dentro de Europa, Hitler encontró menos resistencia en 1939 que Alemania en 1914. La
razón es q el espíritu nacional q había sostenido a Europa entre 1914 y 1918 había perdido su
empuje y las ideas fascistas habían ganado partidarios en la mayor parte de los países europeos.
Situación mundial:
- División de las fuerzas q combatían por defender el antiguo orden y con ello
debilitaron la acción retardataria que había sido tan efectiva en frenar el cambio durante 10 años
anteriores a 1929.
- Durante los 30 años surgió el desafío contra el statu quo, con el resultado de q
forzaron la alianza provisional entre los dos otros partidos, la derecha conservadora y la izquierda
socialista (y comunista).
- Al desviar la atención de otros problemas para centrarla en la “amenaza fascista” en
Europa, contribuyeron a acelerar el cambio en otras partes el mundo. Así, la larga serie de
concesiones que tuvo que hacer Inglaterra en el Extremo Oriente debido a la preocupación que le
causaban Mussolini en el Mediterráneo y Hitler en Europa, alentaron y facilitaron la política
japonesa.
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Por todos estos motivos el fascismo y el nacionalsocialismo que pretendían ser los
instrumentos efectivos para salvar al viejo mundo por una curiosa ironía de la historia se
convirtieron en instrumentos de su ruina. Aceleraron el proceso de transición al forzar la marcha de
los acontecimientos.
No cabe duda que hasta 1945 el aspecto más destacado de la historia reciente era el fin del
antiguo mundo; éste acaparaba la atención de los contemporáneos y les impedía ver la importancia
de los aspectos.
Aquí intentaremos olvidarnos que el fin de una época y el comienzo de otra fueron
acontecimientos que ocurrieron simultáneamente en el seno del mismo mundo en fase de evolución;
nos concentraremos en la nueva época que va madurando a la sombra de la antigua.
5. Si se quiere emplear la expresión “historia contemporánea”, debe restringirse al nuevo
periodo inaugurada hacia 1960:
- Se desmoronaron los valores de la época de los nacionalismos europeos.
- Se imponía nueva relación entre Europa, Asia y África.
- Muerte del comunismo: para 1939, éste se había confinado a un solo país, el 8% de
la población mundial. Luego se convirtió en un sistema político de la casi 1/3 de la población.
El nuevo periodo fue el resultado de unos cambios básicos en la estructura de las sociedades
nacionales e internacionales y en el equilibrio de las fuerzas mundiales. Estos cambios básicos son
los que vamos a estudiar.
- La lealtad a la patria y a la clase pierde su magia.
- Reajuste continental.
- Aumento poblacional y de producción, aparece la automatización y el fin de los
trabajos largos y pesados, del escaso tiempo del ocio.
- Derrumbe de las formas tradicionales del arte.
- Se abre la brecha del conocimiento y las realizaciones científicas.
(nota: creo que para entender este texto, es necesaria la lectura del libro entero, o de su
mayor parte)
GARTON ASH, Timothy. Historia del presente. Barcelona, Tusquet, 2000.
Introducción
Este libro viene a ser una colección de lo que se denominan acertadamente piezas o retazos
que reflejan los intereses, experiencias y viajes del autor.
Primero, el autor va a reflexionar sobre lo que significa escribir “la H del presente”. La
expresión no es de él, sino que la acuño el diplomático Kennanen una reseña de un libro de Gaton.
Es la mejor definición posible entonces de lo que intenta hacer Garton, combinando el oficio de
historiador y de periodista.
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Sin embargo “la Historia del presente” son términos contradictorios. La historia, por
definición consiste en descubrimientos y documentos.
Dejemos aparte la objeción de que el presente no es más que una fina línea, de apenas
milisegundos entre el pasado y el futuro. Sabemos a qué nos referimos cuando decimos el presente
aunque los límites cronológicos sean siempre objeto de discusión. Se lo puede llamar pasado muy
reciente o acontecimientos actuales.
Pero no siempre fue así. Fue solo con la aparición de la idea de progreso, la expansión de la
filología crítica y la obra de Leopold von Ranke cuando los historiadores empezaron a pensar que
los acontecimientos se entendían mejor cuanto más alejado estuviera uno de ellos. Si nos paramos a
pensarlo, la verdad es que esta es una idea muy rara: supone afirmar que la persona que no estuvo
allí sabe más que la que estuvo.
Por consiguiente es preferible contar con un testigo que también tenga interés por encontrar
respuestas a las preguntas del historiador sobre los orígenes, las causas, las estructuras, los procesos,
el individuo y la masa.
En tiempos de Ranke, la política se plasmaba sobre el papel, también entonces la mayoría de
la experiencia humana no se anotaba jamás, pero la política sí.
Hoy, por el contrario, la alta política se desarrolla cada vez más por medio de encuentros
personales, teléfono o mails. Por otro lado, nunca como ahora han estado los políticos,
diplomáticos, militares y empresarios tan ávidos de ofrecer su propia versión de lo que acaban de
ocurrir (como en la CNN, etc). En otras palabras ahora ha aumentado lo que es posible saber poco
después de los hechos y ha disminuido lo que se puede saber mucho después. Gran parte de la
historia reciente ha desaparecido de este modo y no podrá recobrarse jamás, por falta de un testigo q
dejara constancia.
Aun así, siguen existiendo dos poderosas objeciones: primero que lo que se intenta mantener
en secreto son las cosas más importantes y por otro lado es que no se conocen las consecuencias de
los hechos actuales, de forma que la comprensión de su importancia histórica es mucho más
especulativa y susceptible de revisión.
No obstante, eso puede ser también una ventaja: quien escribe mientras ocurren los hechos
deja documentado lo que la gente no sabía entonces, por ejemplo, que el muro estaba por caer. Cada
generación tiene su propio Cromwell, su propio Napoleón.
Los periodistas norteamericanos que escriben libros sobre la historia reciente suelen referirse
a ellos con modestia, como borradores.
“la Historia del presente” está en un punto de encuentro entre la historia, el periodismo y la
literatura, áreas que son fronterizas pero que están en continua tensión.
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El reportaje o la narración histórica es siempre un relato escrito por un autor concreto,
impregnado por su percepción individual y su estilo propio al colocar las palabras sobre la página.
En ese sentido, el historiador y el periodista trabajan como los novelistas.
Algunos postmodernos están en desacuerdo. Sugieren que la labor de los historiadores debe
juzgarse como la de los autores de ficción por su fuerza retórica y su capacidad de convicción
imaginativa, no por su ilusoria verdad objetiva.
Lo mismo ocurre con el periodismo. Todos sabemos que, en los niveles más bajos en la
prensa amarilla, se inventan historias. El docudrama, es por así decirlo, medio tramposo. Pero en la
mayoría de las ocasiones, esa trampa se hace bajo una máscara de sobria autenticidad.
Los precedentes son notables, como por ejemplo el relato de John Reed.
Desde luego, la mejor historia contemporánea se ha hecho en televisión, ya que también se
puede hacer que una cámara mienta mediante una selección tendenciosa y un montaje manipulador.
Por el contrario, para el escritor, la grabadora y la cámara convencionales, visibles y de uso manual
tienen grandes inconvenientes. Es decir, estos aparatos cuya función es registrar la realidad, de
hecho, la alteran con su mera presencia. Pero eso es algo que solo ocurre con que se vea una libreta
de notas.
La frontera entre periodismo e historia es la más larga en nuestro punto de encuentro.
Si bien las características de un mal periodismo y una mala historiografía son muy
diferentes (teorías populistas – tesis que nadie lee), cuando tienen virtudes son muy parecidas la
investigación exhaustiva, la crítica a las fuentes, la prosa clara y llena de vida.
Cada profesión tiene su defecto característico. En una palabra la del periodismo es la
superficialidad y el del trabajo académico la irrealidad (yo le agregaría la falta de relevancia)
Hoy en día, los periódicos más famosos están ocupados no por noticias sino por diversas
secciones más populares, por lo que cada vez es menos frecuente que la historia del presente se
escriba en su medio natural, los periódicos. Pero también en la historia hay problemas, según
Garton, casi todos los historiadores académicos siguen siendo reacios a aproximarse a la actualidad
por debajo de los habituales treinta años que tardan en hacerse públicos los documentos oficiales de
la mayoría de las democracias.
Por eso Garton sostiene, que pese a todos los inconvenientes la aventura literaria de escribir
“la H del presente” siempre ha merecido la pena, y ahora más todavía, por la forma de hacer y
documentar H en nuestros días, y porque la ha perjudicado la evolución habida en las profesiones
del periodismo y la historia académica.
ROMERO, José Luís. La crisis del mundo burgués. Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 1993.
“Introducción al mundo actual”.
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Objetivo: tatar de introducir al hipotético lector en su propio mundo familiar y cotidiano. La
imagen que me he hecho de nuestro mundo se basa en:
El hombre está inmerso en la atmosfera de su propia época. Contemplarla como si le fuera
ajena constituye un ejercicio intelectual para el que no suele estar preparado quien no se lo ha
propuesto deliberadamente
La opinión que podamos formarnos acerca del mundo actual no tiene por qué ser de inferior
valor que la que hacemos respecto a cualquier otra época. Este ensayo es una suerte de
interpretación histórica.
El historiador, aun sin poseer más experiencia personal y mejor información que otros,
puede tener mejores recursos para examinar los testimonios que estén a su alcance.
Los testimonios contemporáneos y la conciencia histórica.
La realidad se nos ofrece a través de testimonios. El problema está en el acceso a éstos.
Actualmente, la democrática costumbre de discutir públicamente ciertos problemas con los
cuerpos colegiados y en las asambleas públicas ofrece la posibilidad de seguir los debates de las
crónicas periodísticas y en los diarios de sesiones parlamentarias. Se agrega a esto los testimonios
personales, las crónicas periodísticas, los noticiosos cinematográficos, etc. Se nos ofrece en
abundancia publicaciones estadísticas, informes sobre problemas económicos, alegatos sobre
cuestiones sociales.
Nuestro mundo actual parece ser extrañamente introspectivo. Se admite que el hombre tiene
secretos estratos de la conciencia (siguiendo a Freud) a los que es posible descender para indagar las
oscuras raíces del comportamiento y de las ideas; y se admite también que el conjunto social está
movido por impulsos secretos que residen en los que antes se llamaba Volksgeist (“Espíritu del
pueblo”) y ahora se prefiere llamar el inconsciente colectivo.
En mi opinión, nuestro tiempo acusa una marcada debilidad de la conciencia histórica. Nos
resistimos a situarnos en un punto de la parábola. Cuando se ha pensado acerca del mundo actual,
está caracterizado por cierta íntima certidumbre de la excepcional importancia de la contingencia
historia en q nos encontramos. Se da por admitido q nos hallamos en una crisis trascendental de la
historia, y parece creerse que el curioso fenómeno que protagonizamos data de un brevísimo
pasado, de un pasado no bien delimitado, pero más de una vez parece corresponder al ámbito de la
experiencia personal de quien hace el diagnóstico. Se nos sobreestiman los síntomas de nuestro mal
con una pertinaz ligereza y se estimula un narcisismo plañidero, que suele desembocar en un
escepticismo q se supone aristocrático y otras en una especie de desesperación por hallar algo que
justifique la existencia, algo por qué morir.
Tal es el fruto del acentuado debilitamiento de la conciencia histórica q nos caracteriza, a
causa del cual nos resistimos a situar la contingencia histórica en q nos hallamos en el punto debido
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de la parábola. Nos proponemos pensar históricamente sobre el mundo q nos rodea, comenzando
por situarlo en una línea de desarrollo q puede proveerlo de un sentido; acercándonos así al
problema de cuál es el sentido contemporáneo de la existencia.
Los límites del mundo actual.
Lo que nos preocupa parece ser una etapa de la historia del mundo q caracterizamos con un
bajo adjetivo a su inmediatez. Lo q nos proponemos es fijar un periodo histórico, acotar en la
constante secuencia del tiempo un lapso circunscripto con mayor o menor exactitud, del q
presuponemos q posee un sentido peculiar, distinto y diferenciador.
Para situar correctamente el “mundo actual”, debemos comenzar por precisar el sentido de lo
q se llama “historia contemporánea”:
Época en q confluyen las variadas derivaciones de la Revolución Industrial, por una parte, y
las derivaciones políticas q se produjeron en EEUU y en Francia en el s XVIII (Revolución
Francesa).
Pero es innegable q dentro de la “época contemporánea” hay matices, vistos en 1848, así
como en la PGM, pareciendo ser un ciclo abierto.
Puede admitirse q comenzó entonces un nuevo período cuya fisonomía se mantiene hasta
hoy. “mundo actual” se refiere entonces al q comenzó con la PGM y llega hasta la segunda
posguerra sin haberse cerrado.
“Las guerras mundiales” se extendieron donde se habían extendido los intereses de las partes
en conflicto, q durante las 5 décadas anteriores habían ejercido influencia por todo el mundo a
través de vastas empresas imperialistas y coloniales. El desarrollo técnico había disminuido la
significación de las distancias y acrecentando las interdependencias entre las áreas económicas y
políticas. La universalidad del conflicto militar debe considerarse, pues como un síntoma de la
unidad y la universalidad de los problemas fundamentales q conmueven el “mundo actual”.
El mundo inteligible.
Parece haberse difundido la convicción de q vivimos en un mundo ininteligible, esto es, un
mundo del q sería imposible obtener una imagen intelectual fielmente representativa. Es ilustrativo
interpretar dos testimonios de nuestro tiempo: Chaplin y Kafka. El personaje no consigue ponerse
de acuerdo con la realidad. Es un inadaptado pertinaz q está en perpetuo conflicto con las ideas
vigentes, con los valores convencionales, con las cosas q pueblan su mundo civilizado. Un mundo
sin sentido, un mundo sin sentido aunque civilizado, o sin sentido a causa de la civilización.
Esta imagen de mundo oscuro e ininteligible es la primera q encontrará a su alcance el
incauto observador contemporáneo del período de las guerras mundiales. La omnipresente idea de
Dios del hombre medieval o el racionalismo del hombre dieciochesco.
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Las masas en ascenso.
Este fenómeno es el mismo q se prolonga y nos impresiona en el periodo de las guerras
mundiales. La única novedad es q es más intenso y q se opera con un ritmo más acelerado: hasta el
punto en q la diferencia de ritmo parecería introducir una diferencia cualitativa.
Con la Revolución Industrial, se da un alto crecimiento poblacional. Se abandonan las zonas
rurales y se radican en las urbanas, lo q implica tomar nuevas formas culturales de vida.
Si la democracia liberal aceptaba el principio de las mayorías, las clases asalariadas debían
imponer sus puntos de vista, puesto q constituían en cada país el más numeroso sector. En vísperas
de la PGM, las masas no solo habían ascendido considerablemente y mejorado sus condiciones
socio-económicas de vida en Europa y América, sino q además habían comenzado a organizarse
hasta el punto de constituir en varios países una poderosa fuerza política con la q habría q contar en
el futuro.
La PGM dejó como diabólico legado un pavoroso problema social q adquirió en algunos
países caracteres dramáticos y exigió soluciones de urgencia q no siempre se acertó a hallar. El
hambre y la desocupación fueron los hechos más visibles, pero no los únicos. Y el proyecto
triunfante de la revolución soviética en Rusia proyectaba la utopía de una sociedad de obreros,
campesinos y soldados. La esperanza se convirtió en un fuerte incentivo para la acción en quienes
sufrían las consecuencias de la guerra.
El fenómeno económico social no se limitó a los países europeos. También repercutió en
EEUU produciendo trastornos económicos importantes (1929).
El fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán, el New Deal americano, trabajaron
apoyándose en estos anhelos de masas insatisfechas q aspiraban a no interrumpir el proceso de su
ascenso, y a través de ciertos grupos organizados, acelerándolo por vías revolucionarias.
El fenómeno apareció en todas partes. Los grupos revolución progresaban tanto en México
como en China. Los espíritus avizores se dieron a la tarea de despertar a las minorías q todavía no
comprendían el alcance de esta “rebelión de las masas”. Pero no era una rebelión: era la toma de
posesión de un derecho incontrastable. Quienes jugaban a la política comprendieron q con el apoyo
de las masas podían conquistar el poder.
La renovación de la conciencia social.
Para quienes creen en el valor radical del hombre no puede haber aspiración más alta q ésta
de dignificar al “hombre desconocido”, el q no ha sido sino carne de cañón o carne de trabajo y
acaso oculta la buena manera con q se hace un Shakespeare o un Galileo. Esta aspiración movió a la
conciencia burguesa a fines de la Edad Media y mueve hoy a la conciencia revolucionaria; lo q la
sustenta y la justifica es una nueva conciencia social, pero ésta ya no es a su vez sino una nueva
idea del hombre. Ésta es la q ha adquirido una nueva dimensión, porque ha crecido el valor del
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hombre, del “hombre desconocido”, del hombre sin determinaciones, sin la acentuación o la
atenuación; q atañe a la azarosa contingencia de la condición social, y más aún, hasta sin la
atenuación q supone la capacidad cuando se trata del derecho elemental al mantenimiento de la
dignidad humana.
Las formas de poder.
El mundo de masas en ascenso, nutrido por una renovada conciencia social, y alentado por
una altísima idea del hombre, ha dado origen a un tipo de poder político q, paradójicamente, tiende
a absorber al individuo, introduciéndose en todas las esferas de su actividad, y hasta en su
conciencia misma, y atribuyéndose todas las funciones q habían sido antes propias de la sociedad y
no del Estado.
VIRNO, Paolo. El recuerdo del presente. Ensayo sobre el tiempo histórico. Buenos
Aires, Paidós, 2003.
Cap. 1 “El fenómeno déjà vu y el fin de la historia”.
El objetivo de estas páginas es probar la relación entre la teoría de la memoria y la filosofía
de la historia. No se trata de equiparar el pasado colectivo a lo Combray de Proust, ni de reducir la
empresa historiográfica a una degustación de petitis madeleines.
¿En qué consiste el significado suprapersonal de los procesos mnésicos? Su nombre es
“memoria historia”. Con esta fórmula se designa la conciencia de los eventos ocurridos y su
duradera influencia sobre la situación actual. Pero más q de memoria, deberíamos hablar de
conocimiento o de cultura histórica. La memoria no es “histórica” en virtud del contenido particular
de los recuerdos. Lo es, en cambio, en cuanto facultad q distingue la existencia singular. La
memoria constituye una especie de “recapitulación ontogenética” de los diversos modos del ser
histórico, como también la matriz formal de la categorías historiográficas.
¿No se relaciona, tal vez, el núcleo esencial de todo pensamiento histórico con la antigua
pregunta, postulada por Agustín, de qué cosa es el “recuerdo del recuerdo” sino el “recuerdo de un
olvido”? Las paginas siguientes están dedicadas a un único fenómeno mnésico: el deja vu. Con la
convicción de q esta patología específica de la memoria arroja una luz imprevista sobre un tema
canónico de la reflexión histórico-filosófica, como también sobre un estado de ánimo extendido y
prepotentes q caracteriza las formas de vida contemporáneas: el tema del final de la historia.
Mirarse vivir.
Con la expresión deja vu, lo que está en juego es una repetición solo aparente, ilusoria. Se
cree haber vivido algo q, en cambio, está sucediendo en este momento por primera vez.
Entre el evento actual (ahora), considerado como mera replica, y el fantasmal prototipo
anterior, no subsiste una simple analogía, sino la más completa identidad. El estado de ánimo
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asociado al deja vu es el típico de quien se prepara para mirarse vivir: apatía, fatalismo, indiferencia
por un devenir q parece prescrito hasta en los detalles.
En fenómeno del “falso reconocimiento” permite descifrar críticamente la idea de cada
filosofía de la historia: el final o el agotamiento o la implosión de la propia Historia. Sobre todo
permite ajustar la cuenta con la versión contemporánea, “posmoderna” de esta idea del noble linaje
y del completo árbol genealógico. La historia se reducía hasta desvanecerse, en cuando la aspiración
de anular la duración, parece satisfecha por la instantaneidad de la información, por las técnicas de
comunicación en tiempo real, por la disposición a “tomar los hechos antes de q hayan acontecido”.
La idea de q “no hay nada nuevo, y cada momento es una repetición del pasado”, este falso
reconocimiento nos lleva a preguntarnos, ¿de qué paño está hecho un recuerdo del presente? ¿Cómo
se forma?
El recuerdo del presente.
Se podría decir q el deja vu es un momento de la verdad respecto del funcionamiento de la
memoria; hace su aparición en cuanto dicho funcionamiento se manifiesta como realmente es, con
una pureza no adulterada.
La huella mnésica constituye el indefectible correlato de la experiencia inmediata. El típico
síntoma del deja vu, es decir, la revocación de cuanto está sucediendo ahora, es también la
condición de posibilidad del recuerdo en general. No habría memoria si ella no fuese memoria del
presente.
El recuerdo del presente se yuxtapone a su percepción. Recuerdo y percepción muestra su
heterogeneidad esencial. Hay un presente percibido un presente del cual se tiene memoria.
El presente actual y virtual.
La percepción fija el presente en cuanto real, acabado, resultado en unívocos datos de hecho;
el recuerdo lo retiene, en cambio, en el ámbito de la simple potencialidad, lo guarda como algo
virtual. La diferencia entre las dos formas con las que pretendemos tomar posesión de nuestro
“ahora” es una diferencia modal: modalidad de lo posible o modalidad de lo real, memoria de la
potencia o percepción del acto. El deja vu opera al unísono en ambas modalidades. La vigencia
sincrónica de ambas puede provocar un efecto hipnótico, dilatado. ¿Por qué lo posible debería
manifestarse en forma de recuerdo?
El q un hecho-sea-posible, si bien pertenece al presente, se ve como ser-sido-posible,
mediante un anacronismo sistemático. Lo posible no es otra cosa q lo real, con el agregado de un
acto del espíritu q relanza la imagen al pasado. El dispositivo q lo permite es el recuerdo. El
recuerdo del presente: aun el que pertenece al pasado en cuando a la forma y al presente en cuando
a la materia.
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El punto crítico está en la transformación de un “recuerdo del presente” en un 2falso
reconocimiento”:
En el primero, lo virtual sale a la luz, haciendo ver junto a lo actual
En el segundo, lo virtual es anulado, del modo más drástico, ya q toma el aspecto de algo q
ya ha sido real, de un acto sucedido anteriormente.
El deja vu surge cuando se cambia la forma-pasado, aplicada al presente, por un contenido-
pasado, q el presente repetiría con obsesiva finalidad. O cuando se cambia el presente-posible por
un pasado-real.
La patología mnéstica e histórica consiste en disimular aquella coexistencia q se ha
entrevisto en disimular aquella coexistencia q se ha entrevisto, en velar o exorcizar la dificultad e
involucra.
La temporalidad de lo posible.
El porvenir parece ya fluido y archivado cada vez q adoptamos el tiempo verbal del futuro
perfecto. Éste es “memoria del porvenir”.
Parafraseando a Agustín, deberíamos hablar de un pasado del pasado (el antiguo “recuerdo
del presente” q se afianzó en esa percepción); de un pasado del presente (tal como emerge en el
fenómeno del deja vu); de un pasado del futuro (la memoria del porvenir, instituida por el “habré
sido”)
Dos tipos de anacronismos.
El “recuerdo del presente” lejos de coincidir con el “falso reconocimiento” encuentra en él a
su auténtico opuesto. Mientras el primero provoca la experiencia de lo posible, el segundo la
disimula o la bloquea. En ambos casos opera un anacronismo: tanto en la manifestación como en el
ocultamiento de lo virtual se sirve de un procedimiento contratemporal, o sea, postulan la
transposición del hic te nunc en el pasado:
Anacronismo formal, aquel q instituye el recuerdo del presente. Este consiste en aplicar la
forma pasado al presente en curso, lo q significa entender la palabra q se está profiriendo como
indicio de la competencia lingüística.
No existiría historia si el instante q estoy viviendo fuese solamente percibido, antes q ser
recordado mientras lo vivo. El anacronismo formal cuya prerrogativa es ostentar el entrelazamiento
como el hiato entre lo posible y lo real, no es antihistórico ni suprehistorico, sino historizante.
Anacronismo real, el tipo opuesto, q se corresponde con el falso reconocimiento. Este
distorsiona, invierto, oculta los procedimientos y resultados del anacronismo formal. Es una
reacción de éste último.
La historia se detiene cuando la facultad es reducida a un guión meticuloso y forzado, a un
cúmulo de acciones q se reiteran hasta el infinito.
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El esnobismo del recuerdo.
El sentimiento del deja vu, suscitado por un “falso reconocimiento” puede expresarse así:
aunque asista a un cambio continuo, todo es igual, todo se repite. Es evidente, sin embargo, q no
sería un “falso reconocimiento” si no fuese un “recuerdo del presente”.
El fin de la Historia es una idea, o un estado de ánimo, q surge precisamente cuando se
vislumbra la misma condición de posibilidad de la Historia, cuando la raíz de toda acción histórica
es arrojada a la superficie del devenir, ganando una evidencia fenoménica; cuando la historicidad de
la experiencia se manifiesta también históricamente.
El final de la historia se perfila también como esnobismo: de un comportamiento artificioso
q rehúe todo automatismo utilitario y contradice el “dato natural o animal”.
Pone al desnudo el fundamento de los conflictos históricos, ya q se empeña en representar,
mediante una serie de gestos determinados, el contraste q subsiste entre el gesto humano y el “ser-
dado”.
Acerca de la utilidad y el perjuicio de la memoria para la historia.
La tesis del análisis del deja vu, reza: el “fin de la historia” es un estado de ánimo q arraiga
solo ahí donde se pone de relieve la misma historicidad de la experiencia, allí donde se une con la
génesis del tiempo histórico.
La tesis se encamina a refutar un texto q imputa directamente a la facultad mnésica el
desastre de la praxis histórica. La tesis adquiere un tono autoreflexivo: el funcionamiento de la
memoria figura como explican y como explican un modelo profundo y fenómeno de superficie, hilo
conductor, eje de solución y causa del problema.
Modernariato.
El recuerdo del presente se revela sin recato porque la experiencia de lo posible ha venido
asumiendo una importancia crucial en el cumplimiento de las tareas vitales.
En nuestra época la raíz del actuar histórico ha adquirido una relevancia fenoménica,
empírica, hasta pragmática.
La historia anticuaria del presente, es decir, el modernariato, se identifica con la sociedad del
espectáculo. Es decir, el sujeto se vuelve espectador de sí mismo. ¿Por qué el presente se duplica sin
pausa en el espectáculo del presente? El presente se duplica a causa del deja vu. Es en ocasión de un
falso reconocimiento q nos hace sentir actores y espectadores de nuestra vida. El espectáculo es la
forma q asume el deja vu a pensar deviene fenómeno suprapersonal, publico. Ofrece al hombre la
“exposición universal” de su propio poder-hacer, poder-decir, poder-ser, reducido, sin embargo, a
hechos realizados, palabras dichas, actos ya efectuados. Reducidos a objetos del modernariato.
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EL LARGO SIGLO XX (1870- )
UNIDAD 2
La era imperial (c.1875-1914).
2.1. La Europa imperial. Lo nuevo, lo viejo, las transformaciones y las resistencias. Las
formas de la política: conservadurismo, liberalismo, nacionalismo, socialismo, marxismo,
anarquismo.
HOBSBAWM, Eric. La era del Imperio (1875-1914). Barcelona, Labor, 1989.
Cap. 4 “La política de la democracia”.
El período histórico que estudiamos en esta obra comenzó con una crisis de histeria
internacional entre los gobernantes europeos y las aterrorizadas clases medias, provocadas por la
Comuna de París en 1871, cuya supresión fue seguida de masacres de parisinos. El terror ciego en
el sector respetable de la sociedad, reflejaba un problema fundamental de la política de la sociedad
burguesa: su democratización. Evidentemente los intereses de los ricos y los pobres no son los
mismos. Este era el dilema fundamental del liberalismo del siglo XIX, que propugnaba la existencia
de constituciones y asambleas soberanas elegidas, que, sin embargo, luego trataba por todos los
medios de esquivar actuando de formar antidemocrática, es decir, excluyendo del derecho de votar
y de ser elegido a la mayor parte de los ciudadanos varones y a la totalidad de las mujeres.
Contraponiendo el país legal del país real.
Pese a todo esto, se hizo inevitable cada vez más evidente que la democratización de la vida
política de los estados era absolutamente inevitable. Las masas harían su aparición en la política, les
guste o no a la clase gobernante. De aquí en adelante, el problema era cómo conseguir manipularla.
La consecuencia lógica de ese sistema era la movilización política de las masas para y por
las elecciones. Ello implicaba la organización de movimientos y partidos de masas, la política de
propaganda de masas y el desarrollo de los medios de comunicación de masas y otros aspectos que
plantearon nuevos problemas y de nueva envergadura a los gobiernos y clases políticas dirigentes.
Así, la era de la democratización se convirtió en la de la hipocresía política pública.
Si los grupos sociales se movilizaban como tales, también lo hacían los cuerpos de
ciudadanos unidos por lealtades sectoriales como la religión o la nacionalidad. Sectoriales porque
las movilizaciones políticas de masas sobre una base confesional, incluso en países de una sola
religión, eran siempre bloques opuestos a otros bloques, ya fueran confesionales o seculares. No
obstante, la aparición de movimientos de masas político-confesionales como fenómeno general se
vio dificultada por el ultra conservadurismo que la institución poseía, con mucho, la mayor
capacidad para movilizar y organizar a sus fieles, la Iglesia católica. Esta se opuso a la formación de
partidos políticos católicos apoyados formalmente por ella, aunque desde la década de 1890
reconoció la conveniencia de apartar a las clases trabajadoras de la revolución atea socialista y, por
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supuesto, la necesidad de velar por su más importante circunscripción, la que formaban los
campesinos. Así, apoyó a los partidos conservadores o reaccionarios de diversos tipos.
Si la religión tenía un enorme potencial político, la identificación nacional era un agente
movilizador igualmente extraordinario y en la práctica más efectivo. Los movimientos de masas
eran ideológicos, algo más que simples grupos de presión y de acción. Así, la religión, el
nacionalismo, la democracia, el socialismo y las ideas precursoras del fascismo de entreguerras
constituían el nexo de unión de las nuevas masas movilizadas, cualesquiera que sean los intereses
materiales que representaban también esos movimientos.
Los movimientos de masas superaron los localismos y regionalismos y se integraron en
frentes mucho más amplios. En contraste con la vieja política electoral de la sociedad burguesa, la
nueva política de masas se hizo cada vez más incompatible con el viejo sistema político, basado en
una serie de individuos poderosos e influyentes en la vida local, conocidos como notables. Si bien el
jefe no desapareció en la política democrática, ahora era el partido el que hacía al notable, o al
menos, el que le salvaba del aislamiento y de la impotencia política, y no al contrario.
En resumen, los movimientos estructurados de masas no eran, de ningún modo, repúblicas
de iguales. Pero el binomio organización y apoyo de masas les otorgaba una gran capacidad: eran
estados potenciales.
La democratización aunque estaba progresando, apenas había comenzado a transformar la
política. Pero sus implicaciones explícitas plantearon grandes problemas a los gobernantes de los
estados y a las clases en cuyo interés gobernaban. De otra manera más genérica, se planteaba por
encima de todo, el problema de garantizar la legitimidad, tal vez incluso la supervivencia, de la
sociedad tal como estaba constituida, frente a la amenaza de los movimientos de masas deseosos de
realizar la revolución social.
De ningún modo podían ignorarse esos dos fenómenos. En los estados democráticos donde
existía la división de poderes, como en los EEUU, el gobierno era en cierta forma independiente del
Parlamento elegido, aunque corría cierto peligro de verse paralizado por este último.
Los contemporáneos pertenecientes a las clases más altas de la sociedad eran perfectamente
conscientes de los peligros que planteaba la democratización política, y en un sentido más general,
de la creciente importancia de las masas. En realidad, el único desafío real al sistema procedía de
los medios extraparlamentarios, y la insurrección desde abajo no sería tomada en consideración de
fuerzas aparentemente irreconciliables en la política, su primer instinto fue, muchas veces, la
coalición. Bismark, maestro en la manipulación de la política de sufragio, se sintió perplejo cuando
en el decenio de 1870 se tuvo que enfrentar con lo que consideraba una masa organizada de
católicos que se mostraban leales al Vaticano reaccionario y les declaró la guerra anticlerical.
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Enfrentando al auge de los socialdemócratas, proscribió a este partido en 1879. Antes o después los
gobiernos tenían que convivir con los nuevos movimientos de masas.
En efecto, con posterioridad a 1918, el constitucionalismo liberal y la democracia
representativa comenzarían una retirada en un amplio frente, aunque fueron restablecidos
parcialmente después de 1945. La sociedad burguesa tal vez se sentía incómoda por su futuro, pero
conservaba la confianza suficiente, en gran parte porque el avance de la economía mundial no
favorecía el pesimismo.
Así pues, las clases dirigentes optaron por las nuevas estrategias, aunque hicieron todo tipo
de esfuerzos para limitar el impacto de la opinión y del electorado de masa sobre sus intereses y
sobre los del estado, así como definición y continuidad de la alta política. Su objetivo básico era el
movimiento obrero y socialista, que apareció de pronto en el escenario internacional como un
fenómeno de masas en torno a 1890.
No fue fácil conseguir que los movimientos obreros se integraran en el juego
institucionalizado de la política, por cuanto los empresarios, enfrentados con huelgas y sindicatos,
tardaron mucho más tiempo que los políticos en abandonar la política de mano dura, incluso la
pacífica Escandinavia.
Lo cierto es que la democracia sería más fácilmente maleable cuanto menos agudos fueran
los descontentos. Así pues, la nueva estrategia implicaba la disposición a poner en marcha
programas de reforma y asistencia social, que socavó la posición clásica de mediados de siglo de
apoyar gobiernos que se mantuvieran al margen del campo reservado a la empresa privada y a la
iniciativa individual. Dice y estaba en lo cierto cuando hacía hincapié en el incremento inevitable de
la importancia y el peso del aparato del estado, una vez que se abandonó el concepto del estado
ideal no intervencionista. De acuerdo con los parámetros actuales, la burocracia todavía era
modesta, aunque creció con gran rapidez, especialmente en el Reino Unido, donde el número de
trabajadores al servicio del gobierno se triplicó entre 1891 y 1911.
Sin embargo, el problema era más complejo ¿era posible dar una legitimidad a los regímenes
de los estados y a las clases dirigentes a los ojos de las masas movilizadas democráticamente? En
cierto sentido el período que analizamos consiste en una serie de intentos de responder a este
interrogante.
Al igual que la horticultura, ese sistema era una mezcla de plantación desde arriba y
crecimiento desde abajo (se puso metafórico el viejo). Los gobiernos y las elites gobernantes sabían
perfectamente lo que hacían cuando crearon nuevas fiestas nacionales o impulsaron la ritualización
de la monarquía británica.
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Naturalmente, las iniciativas oficiales alcanzaban un éxito mayor cuando explotaban y
manipulaban las emociones populares espontáneas e indefinidas o cuando integraban temas de la
política de masas no oficial.
Así pues, los regímenes políticos llevaron a cabo, dentro de sus fronteras, una guerra
silenciosa por el control de los símbolo, y ritos de la pertenencia a la especie humana, especialmente
mediante el control de la escuela pública, y por lo general cuando las iglesias eran poco fiables
políticamente, mediante el intento de controlar las grandes ceremonias del nacimiento, el
matrimonio y la muerte. De todos estos símbolos, tal vez el más poderoso era la música, en sus
formas políticas, el himno nacional y la marcha militar y sobre todo la bandera nacional.
Los estados y los gobiernos competían por los símbolos de unidad y de lealtad emocional
con los movimientos de masas no oficiales, que muchas veces creaban sus propios contra
simbolismos, como la Internacional socialista cuando el estado se apropió del anterior himno de la
revolución, la Marsellesa.
¿Consiguieron las sociedades políticas y las clases dirigentes de la Europa Occidental
controlar esas movilizaciones de masas, potencial o realmente subversivas? Así ocurrió en general
el período anterior a 1914, con la excepción de Austria, ese conglomerado de nacionalidades que
buscaban en otras partes su perspectiva de futuro y que sólo se mantenían unidas gracias a la
longevidad de su anciano emperador. El período transcurrido entre 1875-1914 y, desde luego, el que
se extiende entre 1900 y 1914 fue de estabilidad política, a pesar de las alarmas y los problemas.
Los movimientos que rechazaban el sistema, como el socialismo, eran engullidos por éste o
podían ser utilizados como catalizadores de un consenso mayoritario.
Lo que destruyó la estabilidad de la belle époque, incluyendo la paz de ese período, fue la
situación en Rusia, el imperio de los Habsburgo y los Balcanes, y no la que reinaba en la Europa
Occidental y Alemania.
De cualquier forma, el período que transcurre entre 1880 y 1914, las clases dirigentes
descubrieron que la democracia parlamentaria, a pesar de sus temores, fue perfectamente
compatible con la estabilidad política y económica de los regímenes capitalistas. Ese
descubrimiento como el propio sistema, era nuevo, al menos en Europa. Para Marx y Engels, la
república democrática, aunque totalmente burguesa, había sido siempre como la antesala del
socialismo por cuanto permitía, e incluso impulsaba, la movilización política del proletariado como
clase y de las masas oprimidas, bajo el liderazgo del proletariado. Con anterioridad a 1880, los
argumentos de Lenin habrían parecido poco plausibles a los partidos y a los enemigos del
capitalismo, inmersos en la acción política. Incluso en las filas de la izquierda política, un juicio tan
negativo sobre la “república democrática” habría resultado casi inconcebible. Las afirmaciones de
Lenin en 1917 hay que considerarlas desde una perspectiva de la experiencia de una generación de
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democratización occidental, y, especialmente, de la de los últimos quince años anteriores a la
guerra.
En 1919, toda la Europa que se extendía al oeste de Rusia y Hungría fue reorganizada
sistemáticamente en estados según el modelo democrático. Inevitablemente, el capitalismo tenía
que abandonar la democracia burguesa. Pero eso también era erróneo. La democracia burguesa
renació de sus cenizas en 1945 y dese ese entonces ha sido el sistema preferido de las sociedades
capitalistas.
DUROSELLE, Jean-Baptiste. Europa de 1815 a nuestros días. Barcelona, Labor,
1991.
Cap. V “La democratización de los Estados (1871-1914)”.
A lo largo del S XIX, por medio de un lento pero irresistible movimiento, un número cada
vez mayor de hombres participaron en los asuntos públicos, se interesaron por ellos y contribuyeron
a ejercer cierta presión. Un poco por todas partes, se entrevé el “fin de los notables” y el ascenso de
capas sociales nuevas. Esto no significa que los ciudadanos fuesen realmente iguales. De todas
formas hubo progresos en la instrucción, se constituyeron partidos socialistas o radicales, se
reclutaron para los ministerios gente fuera de la aristocracia, etc.
Esta revolución se operó dentro de un relativa tranquilidad (salvo en Rusia), la era romántica
de las revoluciones llegaba a su fin. Los revolucionaron se organizaron como no lo habían hecho
antes, alrededor de partidos socialistas que se proclamaron en extremo internacionalistas (la II
internacional data de 1889). La crisis de julio de 1914 demostraría con claridad que el nacionalismo
triunfaba por doquier.
1-Las reformas democráticas y los progresos de la “izquierda”
Existía entre las elecciones y las reformas un estrecho vínculo. Ya que según qué mayoría se
iba a conservar o innovar, se harían las reformas y siempre se tendió a elegir la innovación. Pero
una vez en el poder, los reformadores se moderaban, el contacto con la realidad embotaba su celo
reformador (Ej Francia: se votaban a los partidos de izquierda pero estos iban cada vez más al
centro).
Tomemos entonces, el ejemplo de Francia. En 1871 disponía ya del sufragio universal, pero
eligió a monárquicos porque quería la paz y los republicanos parecían ser los hombres de guerra a
ultranza. Una vez que vieron cómo se destruía a la izquierda el país optó de modo visible por una
República moderada. Como es natural, al tener monárquicos, éstos iban a querer restaurar la
monarquía (chambord quería subir el trono por derecho divino, haciendo fracasar todo).
El monarquismo estaba condenado desde entonces. En las elecciones de 1876 se votaron
360 republicanos por 155 monárquicos.
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Se entra entonces en la era de las reformas. Tan solo la agitación nacionalista amenazó,
durante un breve período de tiempo, los fundamentos de la República.
Ahora, el ejemplo de Inglaterra es a la vez diferente en sus modalidades y simétrico en su
esquema. En primer lugar, porque solo consiguieron de modo progresivo el sufragio universal. No
obstante, las reformas no constituyeron el monopolio de los liberales. Ya que existían dos partidos,
ambos tomaban reformas para satisfacer al pueblo.
Alemania no era, antes de 1914 una democracia en el pleno sentido del término. Prusia
seguía eligiendo a sus diputados según el sistema de tres clases, dando predominancia a los ricos.
No obstante en tanto que confederación poseía un Reichstag, elegido por sufragio universal. Pero
éste era solo competente en los asuntos federales y con poco presupuesto. El canciller del Imperio
(Bismarck hasta 1890) era siempre al mismo tiempo ministro-presidente de Prusia. Había pues,
reformas federales y otras reformas en Prusia o en los diversos E alemanes. Hasta Bismarck
ejecutaba reformas para luchar contra los socialistas. Pero lo que impidió que Alemania se
convirtiese en un país realmente democrático fue por una parte la independencia total del poder
ejecutivo con respecto al pueblo y por otra la preponderante influencia de los militares.
Rusia es un caso particular. Hasta 1905 el gobierno fue puramente autocrático, los
funcionarios y policía también tenían un poder ilimitado. Los miserables campesinos estaban más
afectados que los demás por la administración del país y por todas partes empezaban a insinuarse
rebeldías. E 1905 las resultas (sumado a la derrota con Japón) se tornaron más violentas. El Zar
Nicolás II se resignó y proclamó que las leyes serían elegidas por una Duma elegida, en apariencia
se estaba dando un aspo hacia el liberalismo y la democracia. En resumen, con anterioridad a 1917,
Rusia solo conoció ciertas apariencias de democracia y escapaba al movimiento general que le
llevaba a toda Europa. Allí radica la explicación del fenómeno esencial: que Rusia sea el único país
en donde la facción más revolucionaria del socialismo haya conseguido finalmente tomar el poder.
2- El socialismo
Mientras que la sociedad europea, exceptuando Rusia, evolucionaba no sin vacilaciones
hacia la democracia, llevaba en sí misma un fermento de destrucción: el socialismo revolucionario e
internacionalista.
El socialismo utópico dejó paso a tendencias más ásperas, violentas, duras y realistas. El
socialismo de Marx rechazaba cualquier dogma, las leyes históricas llevarían a derrocar a la
burguesía K a tomar el poder. A contramano de esto Proudhpin y Bakunin querían la desaparición
del E.
Lo que contribuyó de gran manera fue el hecho de que por primera vez el socialismo dejase
de ser un asunto de teóricos para encarnarse en la masa obrera.
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Si tratamos de descubrir las líneas directrices del desarrollo de este socialismo nuevo,
podremos constatar ante todo que se crearon partidos socialistas por todas partes. Alemania fue el
primero, Francia, Italia. El caso de GB es distinto, la tradición de los dos partidos hizo que fuera
siempre difícil la introducción de un tercero. Así, los obreros votaban por liberales o conservadores,
según los apoyos que éstos prometían a sus trades unions. En los 80 éstos plantearon el problema de
una representación especial. Se creó la Independent Party y en 1892 se sentaron por primera vez dos
socialistas en una cámara inglesa, aunque su influencia siguió siendo escasa al no estar ligada con la
trade union. Puesto que los liberales emprendían amplias reformas económicas en detrimento de los
grandes propietarios, los laboristas evitaron en 1910 el fracaso de sus candidatos y los sacaron.
El hecho de que el socialismo progresase por doquier no basta para explicar todos los
aspectos del problema, ya que todavía dicha palabra encubría numerosas y diversas ideologías. La
tendencia reformista quería conquistar el poder mediante métodos legales y cambiar en provecho de
los trabajadores la legislación burguesa existente, por lo que aprovechaban a otros partidos cuando
proponían leyes sociales aprovechables. Por esto aceptaba que sus miembros participasen en
gobiernos de izquierda, suavizando los reclamaos de los obreros. Pero esta revolución estructural
era necesario que el partido socialista tomase la totalidad del poder.
El marxismo triunfó en primer lugar en Alemania, ya que los dos partidos socialistas se
fundieron en 1874 para constituir un solo partido que se convirtió en social-demócrata, aunque
también tenía sus propios revisionistas, como Bernstein.
En Francia tardó en realizarse la unificación entre la tendencia marxista y reformista.
Obtuvo su mayor éxito en Rusia. Allí también existían diversas tendencias: los socialistas
revolucionarios, favorables a los atentados terroristas desordenados, y los social demócratas
marxistas. Lo que se produjo en 1903 fue una escisión y no una fusión como en Francia. La minoría
de s-d eran mencheviques y la mayoría bolcheviques, unos precavidos y otros directos a la
revolución.
En el caso británico, ocurrió a la inversa. Hubo sin duda alguna una Federación social-
demócrata de tendencia marxista, pero nunca agrupó más que a unos millares de partidos y no
entorpeció en absoluto a las trades unions.
Entre reformistas y revolucionarios se interponía la noción de patria. Los primeros la
aceptaban, los segundos como Marx pretendían sustituir la solidaridad en el marco geográfico de la
nación por la solidaridad de clase. Por solo los más fervientes tenían en cuenta esta teoría y
preconizaban la huelga contra la movilización. En julio de 1914, pese al asesinato de Jaures, los
socialistas franceses se levantaron como los demás para defender a la patria amenazada. En cuanto a
Alemania, Bebel y Liebknecht anunciaron que la clase obrera “seguirá a un solo hombre” la orden
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de movilización. Y es lo que pasó. “En tiempo de guerra, todo el mundo es nacionalista” decía
Kautsky.
ELEY, Geof. Un mundo por ganar. Historia de la izquierda en Europa, 1850-2000.
Barcelona, Crítica, 2003.
Capítulo 4. La ascensión de los movimientos obreros. El avance de la historia.
La década de 1860 fue decisiva para la izquierda. Las tradiciones antiguas se eclipsaron al
tiempo que otras como el anarquismo se desplazaban hacia los márgenes del movimiento
internacional. Apareció un ideal nuevo de partidos obreros, con una organización nacional, y
centrados en la palestra parlamentaria. Este constitucionalismo socialista surgió de las
liberalizaciones de 1867-1871, que permitieron a muchos movimientos obreros llevar a cabo su
primera agitación legal en una escala superior a la agitación local. También fue fomentado
activamente por la I Internacional, cuya influencia sobrepasaba con mucho el modesto número de
afiliados a los partidos que la integraban. Sus perspectivas eran las de Marx y Engels, que durante
estos años asumieron su papel duradero como asesores principales de los movimientos socialistas
de Europa. Estos movimientos constituyeron un desvío novedoso para la izquierda europea. Fueron
los primeros partidos socialistas con una organización nacional y una existencia continuada.
La geografía del socialismo La importancia de los nuevos partidos variaba enormemente.
Los más fuertes estaban en Escandinavia y en la Europa central de habla alemana (incluidos los
territorios checos del imperio Habsburgo); los más débiles, en el mediterráneo. Donde la industria
hizo pocos progresos, lo mismo ocurrió al socialismo, como en el sudeste de Europa, pero la
industrialización no era una guía infalible. La legalidad, una constitución parlamentaria que
funcionara bien y el democrático derecho al voto eran tan capacitadores como la industrialización.
A la inversa, la autocracia rusa frenó la expresión democrática de la militancia popular y un sufragio
discriminatorio disminuyó las posibilidades de los socialistas en Bélgica. Así pues, los primitivos
marcos políticos democráticos de signo liberal podían compensar la falta de industria capitalista, del
mismo modo que la falta de liberalización podía obstaculizar el avance de un movimiento obrero
hacia un modelo “alemán” o “escandinavo” de éxito socialdemócrata en las economías industriales.
En este sentido, el factor constitucional podía anticipar o impedir las consecuencias de la formación
de clases industriales. Hay dos complicaciones más en esta geografía de apoyo a los socialistas. En
primer lugar, en el Mediterráneo occidental el panorama se veía enturbiado por el anarquismo y,
después de 1900, por un movimiento afín, antiparlamentario, anticentralista y partidario de la acción
directa al que normalmente se llamaba sindicalismo revolucionario. Esto ocurría de manera especial
en España, donde los partidarios de Bakunin se adelantaron a los de Marx a finales del decenio de
1860 y donde el atraso económico y la fragilidad del liberalismo eran obstáculos para los
socialistas. Pero también ocurría en Italia, donde el PSI no logró suplantar la vigorosa tradición
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anarquista. La segunda complicación antes de 1914 era Gran Bretaña. En ella se daba una paradoja,
puesto que la nación con el capitalismo más avanzado y la sociedad más proletaria era la que menos
votos daba a los socialistas.
Con esta única excepción, había tres geografías socialistas antes de 1914: el “núcleo”
socialdemócrata de Escandinavia y Europa central, donde el nuevo modelo parlamentarismo
socialista y sindicalismo asociado a él dominaba los movimientos obreros; el Mediterráneo
occidental, donde el anarcosindicalismo debilitó los partidos socialistas e hizo que la política obrera
fuese más inestable; y el borde oriental de Europa formado por Rusia, los Balcanes y gran parte de
Austria-Hungría, donde el atraso económico y político demoró los partidos socialistas o los obligó a
pasar a la clandestinidad. Los partidos socialistas llegaron en dos fases: la primera ocupó el lapso
entre la I Internacional y la II Internacional y terminó con el partido italiano en 1892; la otra
empezó con la fundación de partidos socialistas en los Balcanes y Polonia a principios del decenio
de 1890 y acabó en 1905 con la revolución rusa.
Socialismo, gobierno parlamentario y derecho al voto Desde las agitaciones
constitucionales de 1867-1871 hasta 1914, en el norte y en el centro de Europa imperó una
sorprendente estabilidad. A lo largo de estos decenios, la estabilidad requirió importantes hazañas
de concertación, como en la Tercera Ley de Reforma británica (1884), la constitución belga (1893),
el sufragio universal masculino en Austria (1907) e Italia (1912) y las liberalizaciones en Noruega
(1898), Dinamarca (1901), Finlandia (1905) y Suecia (1907). Pero estos ordenamientos se
negociaron precisamente a través de los medios constitucionales disponibles. Las aspiraciones se
encauzaron hacia el marco constitucional liberal. La estabilidad se aseguró mediante las formas
parlamentarias que existían. El decenio de 1860 instauró las duraderas normas parlamentarias y
constitucionales para la vida política de Europa que tanto la izquierda como sus oponentes
aceptaron. Después de 1905, inspirados por el soviet de San Petersburgo y las agitaciones
huelguísticas europeas, los radicales socialistas empezaron a criticar estas perspectivas
parlamentarias. Pero sus críticas no fructificaron hasta 1917-1923. Antes, la mayoría de los
socialistas observaban las normas parlamentarias; y allí donde no existían, el objetivo de la
agitación extraparlamentaria era crearlas.
Para los nuevos partidos socialistas, un principio era axiomático: las ideas políticas del
trabajo necesitaban los sistemas parlamentarios existentes. Estos sistemas podían utilizarse en parte
como tribuna para incitar a las masas y en parte para obtener reformas a corto plazo. Además, las
nuevas luchas por el derecho democrático al voto afectaron directamente a las relaciones de la
izquierda con el liberalismo, porque mientras los antiguos regímenes se resistieron a las reformas,
los liberales solían formar parte de los frentes de oposición junto a los socialistas y otros radicales.
Pero una vez los obreros obtuvieron el derecho al voto, se produjeron escisiones. La
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democratización de la constitución, por modesta que fuera, abría el camino a otros conflictos.
Después de conseguir que se democratizara más el sufragio, los socialistas obtuvieron su
independencia política. Gran Bretaña era un caso extremo en el que los socialistas fueron socios
subalternos de una coalición liberal durante más tiempo que en cualquier otra parte. Alemania
representaba el extremo opuesto y en ella la ruptura entre el trabajo y el liberalismo se produjo
excepcionalmente pronto en el decenio de 18601. Escandinavia y los Países Bajos ocupaban un
lugar entre estos extremos: una vez resuelta la cuestión constitucional, el incremento de la fuerza
parlamentaria de los socialistas fomentó la independencia y fue posible un realineamiento.
La cuestión constitucional dio un nuevo giro. El derecho a voto era una cosa. El marco más
amplio de responsabilidad parlamentaria, que podía llevar a los socialistas al gobierno, era otra.
También en este caso hubo grandes diferencias. La relación de los partidos con el estado y la
respuesta de éste a la ascensión de aquellos influyeron en sus tendencias radicales. Allí donde las
tradiciones parlamentarias eran antiguas y la ideología popular identificaba la democracia con la
fuerza de tales tradiciones, como en Gran Bretaña, o donde el estado respaldaba las libertades
civiles y el arbitraje laboral, como en Suecia y Dinamarca, los movimientos obreros estaban a favor
del gradualismo o reformismo. Donde los socialistas carecían de representación parlamentaria y el
estado se comportaba de forma represiva -como en la Península Ibérica, Italia antes de 1912, la
mitad húngara del imperio Habsburgo o la Rusia imperial-, la militancia obrera se volvía
intransigente. La Ley Antisocialista, el acoso policial, la exclusión de los socialistas de los empleos
públicos, su demonización como “antinacionales”: estas condiciones que existían en Alemania
vincularon fuertemente la lealtad del SPD al marxismo revolucionario. Ver el estado como
instrumento de la clase gobernante, un instrumento que no había que reformar sino que destruir,
nació del maltrato que el movimiento recibía a diario, entre otras razones porque su fuerza electoral
creciente se veía invalidada por el hecho de que el gobierno no estuviera sometido al control del
parlamento. En un ejemplo de lo contrario, Dinamarca demostró cómo el acuerdo temprano entre el
estado, el capital y el trabajo podía dar a la política del movimiento un molde reformista. Sin
embargo, los partidos socialistas no dependían exclusivamente de las instituciones parlamentarias
para florecer. La rápida ascensión de los partidos ruso, judío, ucraniano y letón en el imperio ruso
demostró la capacidad de los socialistas para adaptarse a las condiciones de ilegalidad.
Sindicalismo Casi todos los partidos socialistas mantenían relaciones estrechas con
federaciones sindicales organizadas nacionalmente. De hecho, colaboraron en la creación de dichas
organizaciones nacionales, las cuales, con la excepción de Gran Bretaña, fueron posteriores a la
fundación del partido socialista mismo. En términos generales, el sindicalismo era cuestión de
1
La inclusión del sufragio universal en las constituciones de Alemania del Norte y del Imperio de 1867-1871 liberaron
al joven Partido Socialista de la dependencia de los liberales. Los socialdemócratas alemanes tardaron dos decenios en
convertirse en un partido de masas, pero se establecieron las condiciones políticas de la independencia.
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economía y se extendía junto con las tasas y las formas de industrialización. Hubo tres tipos de
experiencia antes de 1914, empezando por Gran Bretaña y Bélgica, pioneras de la industrialización
a comienzos del siglo XIX. Vino luego la industrialización de Escandinavia y Alemania en la
segunda mitad del siglo, con una aceleración a gran escala después de la década de 1890.
Finalmente, la industrialización fue más débil en otras partes, aunque a partir del decenio de 1890
Francia, Italia y Rusia crearon sectores industriales muy avanzados y lo mismo hicieron Bohemia,
Viena y Budapest en el imperio Habsburgo y Barcelona en España. En todos los casos, los pequeños
y exclusivos sindicatos de artesanos cedieron ante el sindicalismo masivo que la industria hizo
posible.
En todas partes, los forjadores de los movimientos obreros no fueron los obreros de las
fábricas, sino más bien los hombres especializados que trabajaban en talleres pequeños. Los
primeros sindicatos nacieron de sociedades de socorro mutuo, sociedades de oficiales y
asociaciones educativas que llenaban el espacio dejado por los gremios. Estos artesanos poseían un
conocimiento especializado de la producción y la capacidad de regular los mercados de trabajo por
medio de la costumbre y el aprendizaje. Se escapaban de la “explotación”· que se encontraba en los
mercados de trabajo más dominados por los patronos, los cuales mataron oficios como los de sastre
y el de zapatero. A diferencia de los artesanos rurales o los obreros de las fábricas, contaban con
organizaciones colectivas. En la tradición desde este sindicalismo gremial Gran Bretaña fue un caso
único. En ella los sindicatos crecieron dentro de un marco gremial cuya fuerza era excepcional, los
sindicatos de artesanos se convirtieron en el modelo incluso de los obreros especializados creados
por la propia industrialización, como los hilanderos del algodón, que luego excluyeron a los menos
especializados. Esta dominación también hizo posible otro efecto británico distintivo después de
1889, los sindicatos generales polimorfos, que penetraron en todas las industrias de las que los
sindicatos de artesanos hicieron caso omiso debido a su tradicionalismo. Estos sindicatos generales
diferían de otros modelos del continente: los sindicatos industriales, que reclutaban a todos los
trabajadores de una misma industria, prescindiendo de su especialización e incluso de la “línea del
cuello”; y los sindicatos de peones en general, que reunían a todos los especializados que quedaban,
ya fuera debido al exclusivismo de los sindicatos gremiales o porque sus empleos eran
inclasificables de acuerdo con los criterios tradicionales; cuando se había reunido un número
suficiente de obreros no especializados, se les reasignaba al sindicato industrial apropiado en el que
idealmente se fundían con los oficios pertinentes.
Si Gran Bretaña contaba con una mezcla de sindicatos gremiales y generales con
organización nacional, mientras Francia, España e Italia produjeron coaliciones con base local,
descentralizadas y heterogéneas, Alemania mostraba la progresión evolutiva más clara, con las
tradiciones de los artesanos sucumbiendo ante el sindicalismo industrial de masas. El movimiento
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obrero alemán también creció a partir de asociaciones de artesanos locales que abarcaban ciudades
enteras. Pero los sindicatos gremiales alemanes nunca ampliaron su base como los británicos.
Expansión de los movimientos obreros El ritmo de avance del sindicalismo estuvo
vinculado tanto a los altibajos del ciclo económico como a la política. Una dialéctica de
liberalización política y economía en expansión había influido en la primera oleada paneuropea de
huelgas en 1868-1873, durante la cual la militancia penetró mucho en la periferia subdesarrollada,
desde España hasta Galitzia. La liberalización actuó entonces con el final de la depresión en 1895-
1896 y contribuyó a la transición al sindicalismo de masas. La política también impuso la explosión
obrera continental en 1904-1907, y durante estos años los afiliados a los sindicatos austríacos se
triplicaron; los alemanes, noruegos y suecos aumentaron más del doble y los húngaros casi hicieron
lo propio, por no hablar de la militancia localizada en Francia, Italia y España y la turbulencia
revolucionaria en Rusia, donde los sindicatos fueron legalizados por primera vez. Las cuestiones
relacionadas con el sufragio y la inspiración revolucionaria de Rusia fueron el ímpetu, aunque no
cabe duda de que el incremento de la actividad económica también contribuyera a ello.
Un efecto de la depresión fue decisivo. Fuera de Gran Bretaña, el período 1873-1896 trocó
el libre comercio por el proteccionismo y metió al gobierno en la economía. En la industria pesada y
en los nuevos sectores químicos y de ingeniería eléctrica, este hecho también impulsó a la
concentración, con imponentes niveles de concentración vertical y horizontal en los sectores y entre
sectores, implacable regulación del mercado por medio de cárteles y nuevos grupos de presión
corporativa que influían en el gobierno. Donde más acentuado sucedía esto era en Alemania. Pero
ocurría en los sectores dinámicos en todas partes y creó una pauta nueva para las economías en vías
de industrialización en Italia, Rusia y Escandinavia. El capitalismo estaba mucho más organizado: a
mayor escala, más interrelacionado con la economía nacional, más politizado y más integrado
corporativamente con el estado. Esto reconfiguró el entorno en el que tenían que actuar los
sindicatos, con grandes consecuencias para sus probabilidades de éxito. El avance hasta el
sindicalismo de masas fue impresionante.
Los sindicatos invadieron finalmente las fábricas, en contraposición a las obras de
construcción, las minas de carbón y los talleres pequeños, donde ya estaban presentes. Estos nuevos
reclutas no tenían una formación profesional, sino habilidades específicas de la industria que
trabajaban: productos químicos, elaboración de alimentos y nuevas ramas de la ingeniería como la
producción de bicicletas y automóviles, donde el sindicato era débil. En ramas más antiguas de la
ingeniería, las reivindicaciones sindicales tomaban formas profesionales conocidas y se centraban
en el aprendizaje, la demarcación y el personal encargado de las máquinas, así como cuestiones
generales más relativas al trabajo a destajo, las horas extras y la jornada de ocho horas. Pero la
debilidad del sindicalismo gremial en los sectores nuevos permitió a los organizadores centrarse en
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los maquinistas semiespecializados y especializados que la mecanización empezaba a crear. Por otra
parte, si en Gran Bretaña esta expansión ocurrió más allá de los sindicatos gremiales existentes, que
eran reacios a organizar a los obreros menos especializados, en el continente el sindicalismo de la
industria del metal se adaptó exactamente para el mismo fin. Pero en ambos casos estaba
apareciendo una vanguardia nueva: el obrero mundial semiespecializado que se había formado
mientras trabajaba. La negociación localizada se volvió cada vez más difícil. Campañas como la
relativa a la jornada de ocho horas exigían coordinación nacional. Los patronos también forzaban
agresivamente la marcha. Con el crecimiento de una esfera pública nacional y la ascensión de los
partidos socialistas de masas, el sindicalismo cristalizó esperanzas y temores mayores. Los
conflictos laborales simbolizaban principios más amplios. A medida que creció la escala de las
luchas sindicales, aumentó también esa dimensión política nacional.
Socialismo, política nacional y vida cotidiana A mediados del decenio de 1890, los
movimientos obreros europeos habían llegado a un primer punto decisivo. Un ciclo de fundación de
partidos había terminado y abarcaba el norte y el oeste de Europa; y la segunda fase estaba en
marcha, empezando por los partidos de Polonia y los Balcanes a comienzos del decenio,
continuando en todo el imperio ruso hasta su culminación en 1905. Los estados parlamentarios
creados por los ordenamientos constitucionales del decenio de 1860 se habían estabilizado, con
ampliaciones del derecho al voto en los Países Bajos y Escandinavia. El auge económico posterior a
1895-1896 trajo el primer período de sindicación sostenida. Los partidos socialistas del primer ciclo
obtuvieron mejores resultados electorales ininterrumpidos, instauraron una presencia parlamentaria,
impregnaron la esfera pública y ahondaron sus raíces. Estos procesos generaron conjuntamente el
“núcleo socialdemócrata” del norte y el centro de Europa.
Sólo una minoría de obreros se afilió a los partidos socialistas y sus sindicatos, y todavía
eran menos los que conocían las sutilezas de la teoría socialista. Pero la experiencia de la vida
cotidiana, donde las relaciones abstractas de poder se experimentaban en la práctica, generó
actitudes de independencia con un potencial político obvio. En circunstancias de crisis social y
política general, como las insurgencias europeas de 1904-1907, el período revolucionario de 1917-
1921, o movilizaciones concretas de índole nacional y local, las culturas de resistencia podían
adquirir un significado político más completo. Entonces el mundo de la política y el cotidiano
podían actuar conjuntamente.
Conclusión Así pues, el impresionante crecimiento de los partidos socialistas antes de 1914
contenía algunos límites claros. No sólo alcanzaron un tope de apoyo electoral -entre un cuarto y un
tercio del electorado en el mejor de los casos-, sino que se encontraban estructuralmente fuera del
orden gobernante y permanecían allí tanto a causa de su propia oposición rotunda al sistema como
por el deseo de éste de excluirlos. En los pocos casos en que el sufragio universal y el gobierno
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parlamentario en toda regla llegaron aparte de la primera guerra mundial, estos límites se aflojaron.
Pero en otros sitios los partidos conservaron su condición de elementos ajenos al sistema y
confiaron en que la lógica a largo plazo del desarrollo y las crisis capitalistas les llevarían al poder.
Cuando aparecían reformistas, como los posibilistas franceses de la década de 1880 o los
moderados del SPD en los estados del sudoeste de Alemania, que eran más liberales, después del
decenio de 1890, fueron rechazados. La no participación en “gobiernos burgueses” continuó siendo
la norma de la II Internacional. En 1913, el SDAP holandés de basó en ello para rechazar un puesto
en el gobierno.
A partir de la década de 1890, las condiciones económicas favorables, las acrecencias de la
legislación social y el derecho laboral nacional y el fortalecimiento de los sistemas parlamentarios
permitieron la expansión de los partidos. Ya fuera por medio del nuevo sindicalismo de masas, la
recién creada maquinaria de los partidos y las actividades culturales o los primeros logros del
socialismo municipal, se convirtieron en poderosas partes integrantes de sus sistemas políticos. Sin
embargo, nunca estuvieron cerca de contar con el apoyo universal de la clase obrera. La capacidad
del socialismo para armonizar intereses heterogéneos fue siempre insuficiente.
Capítulo 5. Retos más allá del socialismo. Otros frentes de la democracia.
La socialdemocracia se convirtió en la principal fuerza de la voz en la mayor parte de
Europa entre 1870 y 1914. El ímpetu colectivista de los nuevos partidos socialistas nació de una
experiencia obrera compartida que las críticas al capitalismo como sistema de desigualdad
describieron de manera convincente. Pero igualmente fundamental fue la hostilidad de los
gobiernos europeos a las masas, a las que excluyeron de la ciudadanía.
El clima político previo a 1914 requería la postura revolucionaria de la izquierda, porque la
intransigencia de sus oponentes no ofrecía otra opción.
Los movimientos más fuertes presentaban una pauta común: partido único que estaban
unidos organizativamente pero eran diversos desde el punto de vista ideológico, sin rivales dignos
de tenerse en cuenta, y reunían una mezcla de intereses alrededor de valores que en línea generales
cabía calificar de socialdemócratas. Pero este modelo se instauro inequívocamente en el norte y
centro de Europa. En otras áreas, la política de izquierda resulto más polémica (Gran Bretaña:
socialismo con pocos progresos frente al liberalismo; Italia y España: conflictos violentos internos;
Francia: socialismo divido).
Estos primeros partidos socialistas no fueron los únicos propugnadores de la democracia
antes de 1914:
Las desavenencias internas de los partidos fueron semilleros de otras ideas, y entre 1905-13,
la ortodoxia se vino abajo.
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Los rivales contemporáneos del socialismo también marcaron un espacio para otras
posibilidades.
Las feministas
Las tensiones aumentaron entre 1905-1914, cuando los marcos políticos creados durante los
esfuerzos constituyentes del decenio de 1860 se tambalearon, amenazaron con derrumbarse y
cayeron.
La II Internacional y sus divisiones En 1889, centenario de la Revolución Francesa, se
celebran dos congresos internacionales rivales:
Moderados.
SPD: vertiente marxista de los nacientes partidos socialistas. 1) Jornada de 8 hs y
condiciones de trabajo; 2) la paz, la guerra y las virtudes de las milicias nacionales en comparación
con los ejércitos permanentes; 3) el sufragio universal; 4) y la propuesta del 1° de Mayo como
solidaridad de la clase obrera internacional.
Al Congreso Marxista asistieron delegados de 20 países, e inauguró la II Internacional.
Los debates iniciales siguieron a la I Internacional, y sirvieron para distanciarse del
anarquismo y de la “democracia burguesa”, por igual. La conclusión del congreso de 1893 equilibró
los principios revolucionarios con una serie de mejores prácticas y permitió que los objetivos
maximalistas y la mejora a corto plazo habilitaran un lenguaje político común. Se rechazaron las
posturas violentas del anarquismo, pero también la colaboración directa con los reformadores no
socialistas. Se trazó un amplio programa de democracia y reforma social para la acción
parlamentaria en el que se hacía hincapié en el sufragio universal, la emancipación de las mujeres,
jornadas de 8 hs y la oposición a la guerra. Pero esto solo podían alcanzarlo los partidos obreros
independientes y liberados de la tutela burguesa que Marx propugnara durante la I Internacional.
Pero, en lugar del derrumbamiento, se produjo una inclusión progresiva. En 1900 los
partidos socialistas ya estaban entrando en la constelación política “burguesa” y ganaban en las
elecciones nacionales, participaban de la cultura parlamentaria y hacían campaña a favor de la
reforma.
El primer gran escándalo fue el de Millerand, en Francia. Sus reformas, aunque importantes,
tenían detrás el simbolismo de entrar en un gobierno en el que estaba el general Gallifer, el
carnicero de la comuna de París en 1871, algo que para Vaillant era intolerable.
Desde 1860, los socialdemócratas habían considerado que los parlamentos eran de suma
importancia para su eficacia, tanto con el fin de obtener beneficios para la clase obrera por medio de
la legislación como para recibir apoyo popular en las elecciones. Sin embargo, los críticos de Jaurés
veían las cosas con ojos menos favorables. Vaillant opinaba que el Estado no era un marco neutral
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que pudiera utilizarse para la “penetración” obrera, sino que lo definía la maquinaria represiva que
formaba el ejército, la policía y la judicatura.
En vez de ello, los obreros avanzaban por medio de su propia combatividad y arrancaban
concesiones de los gobiernos o hacían la guerra de clase en la independencia. El principal valor de
la república consistía en haber liberado la política de la lucha “real” del trabajo y del capital. Según
ésta idea, los socialistas debían utilizar al Parlamento y las elecciones y debían defender la república
y sus libertades, pero sin hacerse ilusiones. Los objetivos más amplios de la revolución debían
prevalecer siempre.
Guesde veía las cosas de forma aún más desfavorable: la republica era una farsa. “Un
socialista que entra en un ministerio burgués o bien se pasa al enemigo o se rinde ante el enemigo”.
Pero esta postura cedió ante el pragmatismo revolucionario de Kautsky, que defendía los derechos
democráticos por su valor intrínseco y aprobaba las alianzas tácticas. Ver a los no socialistas como
una “masa reaccionaria” era un grave error. La clave residía en la claridad y la independencia
socialistas.
El caso más claro a favor de la coalición era una emergencia nacional, cuando “las
instituciones democráticas fundamentales” de una sociedad corrían peligro. La respuesta de los
liberales fue formar un frente común con la extrema izquierda.
Estos experimentos con el reformismo provocaron algunas recriminaciones. Inmovilizaron
al PSI durante gran parte del periodo previo a la guerra. El escándalo a causa del “ministerialismo”
reveló dos modelos de política socialista cuyas tensiones volverían a aparecer:
La orgullosa defensa del objetivo revolucionario del socialismo – la destrucción del capital y
la construcción de una sociedad diferente – que exigía oposición decidida, total renuncia a una
cooperación con partidos “burgueses” y no participan en las instituciones existentes. Kautsky, el
“papa” del socialismo, era el más célebre representante de esta idea. La victoria final sería fruto del
funcionamiento de la historia a medida que el movimiento obrero ganara en organización y fuese
más popular.
Imaginaba un resultado parecido, en términos menos utópicos. Hacía hincapié en la
búsqueda de principios y un humanismo ético y democrático y trataba los valores socialistas como
el punto que llevaba a coaliciones mayores, basadas en la democracia y la justicia social.
Los representantes eran Jaures en Francia, Vandervelde en Bélgica, Víctor Adler en Austria,
Turati en Italia.
Al aumento la fuerza parlamentaria del SPD, la preservación de su pureza revolucionaria se
convirtió en un problema. Cooperaba con progresistas ajenos al socialismo en elecciones y
maniobras políticas, formaba parte de comisiones parlamentarias, apoyaba o se oponía a las leyes.
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En este hueco entre la teoría revolucionaria y la práctica inmediata se introdujo una serie de
artículos de Bernstein, importante intelectual del SPD.
Contra la teoría catastrófica de la transición revolucionaria, Bernstein proponía un modelo
continuo de mejora o “socialismo evolutivo”. Sus argumentos provocaron un gran escándalo entre
los marxistas ortodoxos, como, Bebel, Kautsky.
La derrota del revisionismo inspiró una importante recuperación de la ortodoxia en el SPD
que restringió mucho la formación de colaciones en el futuro. Kautsky trato este hecho como un
juego de suma cero: la primacía de la lucha de clase impedía cooperar con partidos burgueses y
viceversa. También este asunto fue trasladado a la Internacional.
La resolución del SPD que prohibía las alianzas reformistas por considerarlas una
distracción de lucha de clases fue aprobada por mayoría de votos. Los que votaron en contra y los
que se abstuvieron procedían de países con constituciones parlamentarias más fuertes; los que la
aprobaron, eran países del Este con democracias débiles.
Hecho presagió la constelación de 1914-1917, porque entre los enemigos declarados del
revisionismo había varios miembros de la oposición revolucionaria durante la guerra.
Las cuestiones relacionadas con el imperialismo y el nacionalismo produjeron divisiones
parecidas.
Los socialistas encontraban varios motivos para aceptar al imperialismo. Creaba puestos de
trabajo, especialmente astilleros, los muelles, las fábricas de armas y las industrias que dependencia
del comercio colonial. A pesar de que el asunto de la guerra había sido eludido, a partir de 1904 los
llamamientos a huelga general contra la fuera nunca dejaron de figurar al orden del día.
Si bien los socialistas resultaron vulnerables a las lealtades nacionales de orden superior
antes de 1914, habituándose a los ritmos hegemónicos del interés nacional, en cambio
desatendieron en la misma medida a las minorías nacionales. Esto no ocurrió de manera invariable
en todo el mundo.
Cuando el estallido de la guerra en agosto de 1914 sumió a la II internacional en el caos, no
sólo el antimilitarismo resultó perjudicado, sino también el enfoque clásico de la cuestión nacional
por parte de los socialistas. Los teóricos marxistas, de Kautsky a Luxemburgo, de Trotsky a Lenin,
creían que una mayor conciencia de clase permitiría que la identidad nacional de los obreros se
extinguiera gradualmente.
Populistas, anarquistas y sindicalistas revolucionarios Si el nacionalismo planteaba
problemas a la izquierda, más aún los planteaba el campo. Los socialdemócratas contaba con que
sus votantes obreros se convirtiesen en “la gran mayoría de la población”, cuyo inmenso numero
prometía una legitimidad democrática a toda prueba. Sin embargo, incluso en Alemania, la
agricultura representaba el 28,4% del empleo en 1907. La sociedad comprendía otras clases
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populares: campesinos, trabajadores autónomos, funcionarios y profesionales modestos,
administrativos. Para ganar elecciones, los socialistas necesitaban a estos grupos, con los pequeños
agricultores en la cabeza de la lista.
A veces los socialistas podían proteger la ortodoxia tratando a los habitantes del campo
como una clase obrera rural. Pero era difícil atraer así a los campesinos pequeños y medianos con
poca mano de obra asalariada. Kautsky reafirmó la ortodoxia: el apoyo al campesinado solo servía
para salvar una forma arcaica de agricultura que estaba condenada a desaparecer con la expansión
del capitalismo; la verdadera prioridad del partido eran los peones agrícolas de las grandes
propiedades. Aunque la político bávara no experimento ningún cambio, la intervención de Kautsky
acalló el debate nacional.
La anterior tradición revolucionaria en Rusia, el populismo, seguía una estrategia de orden
de los campesinos combinada con la insurrección incluida el terror ejemplar contra el zar y altos
cargos de gobierno. Contra estas perspectivas, los primeros marxistas rusos hicieron hincapié en la
necesidad de desarrollo del capital. Este rechazo del campesinado reflejó la rigidez que se apoderó
del marxismo después de Marx.
Esta confianza en un modelo K uniforme estaba fuera de lugar: el propio campesinado
europeo tardo un siglo en desaparecer; la polarización de las clases no se produjo; y los obreros
industriales se convirtieron en una parte de la sociedad que era cada vez menos en lugar de mayor.
En 1917-1923, el campo pasó a ser una reserva contrarrevolucionaria en Italia y Alemania, y una
poderosa fuente de inercia contra el bolchevismo en la URSS. El desarrollo desigual del K europeo,
el destacado papel económico del coactivo Estado ruso, la primacía del campesinado ruso como
fuerza revolucionaria y el potencial democrático de la organización comunal campesina: fue un
error tremendo no tener todo eso en cuenta al formar un movimiento socialista.
De nuevo Kautsky fue quien fijó los debates en torno a las posiciones doctrinarias. Lo
trágico es que donde más se le siguió fue en sociedades agrarias en las que eran más necesarias las
estrategias campesinas: Rusia imperial, Los Balcanes, El Este de Europa, y El Mediterráneo.
La filo izquierda más fuerte contraria al socialismo después del decenio de 1860, el
anarquismo, condensaba los dilemas de la democracia con especial agudeza:
Los anarquistas condenaban la idealización marxista de la organización centralizada, ya
fuera en la economía o en el Estado. Rechazaban la atención que la socialdemocracia prestaba al
Parlamento y las elecciones. Rechazan la atención que la socialdemocracia prestaba al Parlamento y
las elecciones.
En su lugar, defendía valores democráticos que socialistas como Kautsky tendían a olvidar:
el control local, la participación directa, la comunidad a pequeña escala y la cooperación federativa.
Sus conspiraciones revolucionarias prescindían de todo el proceso democrático.
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Hasta 1890, los anarquistas rivalizaron con los socialistas en toda Europa.
Algunas creencias anarquistas eran homologas a las culturas socialistas que se consolidaron
después de 1870 – una ética de sociedad cooperativista, ideales de perfeccionamiento humano,
secularismo combativo, colectivismo básico – y durante algún tiempo las dos continuaron siendo
porosas. Se dividieron a causa de cuestiones relativas al Estado, la estrategia organizativa y la
naturaleza del cambio revolucionario. Los anarquistas rechazaban la autoridad del Estado. Eran
contrarios a los partidos y a los sindicatos por considerarlos prefiguraciones burocráticas del poder
coactivo y en su lugar valoraban la dialéctica de la organización conspirativa y la espontaneidad
popular; insurrección violenta.
Al faltar el procedimiento púbico de los socialistas, los individuos exaltados no tenían freno.
El anarquismo quedo identificado para siempre con la desesperación política de jóvenes
apasionados pero desquiciados.
A pesar de sus afinidades con el anarquismo, el sindicalismo revolucionaria en los primeros
años del siglo XX fue un fenómeno nuevo que se identificaba con un aumento de la combatividad
obrera en Francia.
En vez del proceso parlamentario, los sindicalistas revolucionarios celebraran la acción
directa del sabotaje y las huelgas; en lugar de burocracias centrales, exigían iniciativa de las bases;
contra las elecciones, propugnaban el valor revolucionario de la huelga general.
El impulso saldría de las fábricas, de los sindicatos industriales en lugar de los gremiales o
faccionales, y por medio de la acción directa, que incluiría sabotaje y huelgas no autorizadas. Esto
era contrario a los rasgos principales de la socialdemocracia: electoralismo y política parlamentaria,
primacía del partido sobre los sindicatos, organiza centralizada y socialización de la economía por
medio del estado.
La energía principal acabó trasladándose al sindicalismo nacional de tipo convencional. La
agitación laboral de antes de 1914 introdujo categorías nuevas de obreros semiespecializados en los
sindicatos, como en el caso de la Unión Obrera Británica, pero la huelga general revolucionaria, la
panacea del sindicalismo revolucionario, no llegó nunca.
Al final, el sindicalismo revolucionario organizado retrocedió ante la radicalización más
general de 1905-1914, que contribuyó a dinamizar. La retórica sindicalista revolucionaria resonaba
con temperamento revolucionaria de una nueva izquierda marxista, inspirada por 1905, que discutía
las ortodoxias kautskyanas de la II Internacional en el resurgir extraparlamentario. Lo irónico del
caso es que las ideas sindicalistas revolucionarias reforzaron las agitaciones políticas socialistas a
favor del sufragio universal.
Las agitaciones revolucionarias apelaban a los deseos de autonomía y control en el lugar de
trabajo, lo cual alejaba la estrategia revolucionaria de la insistencia de Kautsky en el Estado. Los
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sindicalistas revolucionarios albergaban la esperanza de que los sindicatos pudieran convertirse en
las “organizaciones fundamentales para la producción y la distribución” después de la revolución,
basando el socialismo “no en el Estado centralizado opresivo, sino en los grupos funcionales y
autónomos de productores”. La huelga se convirtió en una panacea universal, el muy necesario
disolvente de la prudencia del partido y la burocracia del sindicato, que estaban debilitando la
conciencia de clase espontánea del proletariado. Así, el sindicalismo revolucionario volvió a
conectar con los ideales anarquistas de 1870. Pero también fue un anticipo de los comunismos de
los consejos de 1917-1923.
Feministas, socialistas y la emancipación de la mujer En teoría, los socialistas eran
defensores de la igualdad sexual. Las mujeres estaban doblemente oprimidas:
Por la dependencia económica y social respecto al hombre
Por la explotación capitalista.
La emancipación jurídica y política no podía ser suficiente. Las mujeres solo serían
liberadas de verdad por el socialismo, gracias a la independencia económica que significaba trabajar
fuera de casa.
Los socialistas compaginaban los derecho políticos con exigencias más amplias de índole
socioeconómica, entre ellas el cuidado socializado de los hijos de madres trabajadoras, la igualdad
de salario, la igualdad de educación, unidades domesticas igualitarias, reforma de las leyes sobre el
aborto, y los medios anticonceptivos. Pero la cuestión social ocupaba el primer lugar.
La práctica socialista era más ambigua. Muchos socialistas veían a las mujeres como una
“fuerza atrasada” a favor del conservadurismo.
El feminismo del movimiento obrero previo a 1914 tenía límites claros: las obreras no eran
prioridad para los sindicatos.
El abismo entre la retórica socialista y la práctica sindical resultaba especialmente penoso en
la única industria en la que las mujeres siempre tuvieron fuerza: la textil. Pero la militancia
femenina provocaba quejas de los líderes sindicales: huelgas no autorizadas interrumpían la toma de
decisiones de arriba abajo, y la participación de mujeres en la huelga sobrepasaba su disposición a
afiliarse al sindicato. La burocracia masculina del sindicato negaba a las mujeres puestos oficiales,
se resistía a la igualdad salarial y hacía caso omiso de la carga extra para las mujeres representaban
las obligaciones familiares, las reglas discriminatorias en el lugar de trabajo y el acoso sexual.
Este antifeminismo negaba legitimidad al trabajo de las mujeres. Aunque las mujeres
socialistas se unían con frecuencia a otras feministas para oponerse a las leyes protectoras basadas
en el sexo, los partidos socialistas adoptaron la actitud paternalista. La protección de las
trabajadoras llevaba aparejadas reformas auténticas, especialmente cuando se integraba con objetivo
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como la jornada de 8 hs, y la igualdad salarial. Sin embargo, los socialistas daban a entender otra
cosa: que las mujeres no debían trabajar. Su lugar estaba en la casa.
El movimiento feminista del SPD comienza y se expande entre 1904 y 1905, bajo bandera
de precios de los alimentos, el bienestar familiar y coste de la vida. El SPD convirtió la “familia
socialdemócrata” en su ideal, en el sostén de la respetabilidad obrera.
La mujer socialista ideal se convirtió en la arquitecta de un hogar socialista que criaba niños
socialistas y proporcionaba socorro a un esposo socialista.
Este programa se tradujo en política pública. Pero, a pesar del desarrollo de políticas de
lucha, la emancipación de la mujer quedo subsumida en los programa de bienestar basados en la
familia.
El empeño socialista en eludir la cuestión de la mujer fue especialmente grave en el asunto
central: el sufragio. Donde los obreros tenían derecho a votar, los partidos socialistas no daban
prioridad al sufragio femenino. Allí donde partidos socialistas de masas monopolizaban los
argumentos a favor de la democracia, el abismo entre ellos y las defensoras de los derechos
femeninos se ensanchó, estigmatizando el “feminismo” como exigencia interesada de la clase
media. Dada la cultura machista de los movimientos obreros y su ideología centrada en la familia, el
espacio para el feminismo democrático en los partidos socialistas era pequeño.
En 1914, las campañas a favor de los derechos de las mujeres se bifurcaron entre los
partidos socialistas, que daban preeminencia a los objetivos de política de clase y sindicalismo
masculino, y los movimientos de mujeres “burguesas”, que se agrupaban alrededor de la
emancipación individual o igualdad con los hombres de clase media.
Las feministas no socialistas también aspiraban a la organización internacional, de la
efímera Asociación Internacional de Mujeres de Goegg. Sin embargo, la mayoría de los grupos
femeninos, desde las socialistas a las sufragistas, secundaron las solidaridades nacionalistas de la
PGM; y su creencia en la misión cultural de la mujer hizo que asumieran las ideologías
nacionalistas y etnocentricas, que imperaban a la sazón.
Conclusión Al igual que los anarquistas, los sindicalistas revolucionarios y los radicales
agrarios, las feministas de antes de 1914 señalaron posibilidades democráticas más allá de los
límites del socialismo parlamentario. Estos retos no salieron solo del sufragio organizado, ni de las
campañas a favor de los derechos de la mujer ni de las activistas capacitadas por los propios
partidos de la II Internacional, sino también de las vidas ejemplares de las pioneras, que la PGM
aplacaría. El sufragio femenino no se lograría por medio del socialismo, sino por la
democratización.
El sindicalismo revolucionario de la preguerra se reprodujo y la combatividad sobrepasó los
marcos sindicales existentes. Los movimientos de base se fijaron como objetivo el lugar de trabajo
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en vez de acuerdos o leyes nacionales, y exigieron consejos de fábrica y control obrero. Estos
movimientos fracasaron, pero cambiaron el equilibrio del poder industrial en los corporativismos
nacientes que los movimientos obreros esperaban controlar.
Los radicalismos no socialistas de antes de 1914 siguieron siendo una serie de estímulos y
reproches de los que durante los decenios siguientes la izquierda solo se ocupó parcialmente,
suponiendo que se ocupara de ellos de algún modo.
2.2. El mundo imperial. Un orden multipolar y homogéneo: las conferencias de Berlín. La
crisis de 1873 y la expansión imperial: sus efectos sobre la política en Europa y en el resto del
mundo. Las potencias periféricas: Estados Unidos y Japón. La pentarquía y la cuestión de la sexta
potencia. El surgimiento de la periferia.
HOBSBAWM, Eric. La era del Imperio (1875-1914). Barcelona, Labor, 1989.
Cap. 3 “La era del Imperio”.
El período transcurrido entre 1875 y 1914: se lo puede clasificar como era del imperio no
solo porque en él se desarrolló un nuevo tipo de imperialismo, sino también por otro motivo
anacrónico. Probablemente fue el, período de la historia moderna en que hubo mayor número de
gobernantes que se autodenominaban oficialmente “emperadores”.
Desde una perspectiva menos trivial del período estudiado, es una era en que aparece un
nuevo tipo de imperio, el imperio colonial. La supremacía económica y militar de los países
capitalistas no había sufrido un desafío serio desde hacía mucho tiempo, pero entre finales del s
XVIII y el último cuarto del XIX no se había llevado a cabo ningún intento por convertir esa
supremacía en una conquista. Entre 1800 y 1914 (largo siglo XIX), ese intento se realizó y la mayor
parte del mundo ajeno a Europa y al continente Americano fue divido en territorios, que quedaron
bajo el gobierno formal o bajo el dominio político informal de uno u otro de una serie de estados:
Reino Unido; Francia; Alemania; Italia; Países Bajos; Bélgica; EEUU o Japón.
Nominalmente, la mayor parte de los grandes imperios tradicionales de Asia se mantuvieron
independientes, aunque las potencias occidentales establecieron en ellos “zonas de influencia”. El
único estado no europeo que resistió con éxito a la conquista colonial formal fue Etiopía, que pudo
mantener a raya a Italia, la más débil de las potencias imperiales. En Asia, existía una parte
nominalmente independiente aunque los imperios más antiguos ampliaron y rodearon sus
posesiones.
Dos grandes zonas fueron divididas por razones prácticas:
África. En 1914, pertenecía en su totalidad a los imperios británico, francés, alemán, belga,
portugués, español, exceptuando a Etiopía y una parte de Marruecos.
El pacífico. No quedó ningún estado independiente, totalmente dividido entre británicos,
franceses, alemanes, neerlandeses, norteamericanos y japoneses.
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Se crearon dos grandes imperios nuevos:
Por la conquista francesa de Indochina, iniciada en el reinado de Napoleón III.
Por parte de los japoneses, a expensas de China en Corea y Taiwán, y luego a expensas de
Rusia.
Solo una gran zona del mundo pudo sustraerse a ese proceso de reparto territorial: América,
para 1914 se hallaba en la misma situación que en 1875: era un conjunto de repúblicas soberanas,
con la excepción de Canadá, las Islas del Caribe y algunas zonas del litoral caribeño. Con excepción
de EEUU, su status político raramente impresionaba a sus vecinos. Eran dependientes
económicamente. Pero ni siquiera EEUU, con hegemonía política y militar, intentó conquistarla.
Fue la única región del planeta en la que no hubo una seria rivalidad entre las grandes potencias.
Este reparto del mundo entre un número reducido de Estados – era del imperio – era la
expresión más espectacular de la progresiva división del globo en fuertes y débiles. Era también un
fenómeno nuevo.
De los grandes imperios coloniales, sólo los Países Bajos no pudieron, o no quisieron,
anexionarse nuevos territorios, salvo ampliando su control sobre las islas indonesias que les
pertenecían formalmente desde hacía mucho tiempo.
Para los observadores ortodoxos se abría una nueva era de expansión nacional en la que era
imposible separar con claridad los elementos políticos y económicos y en la que el estado
desempeñaba un papel cada vez más activo y fundamental tanto en los asuntos domésticos como en
el exterior. Los observadores heterodoxos analizaban más específicamente esa nueva era como una
nueva fase del desarrollo K, que surgía de diversas tendencias que creían advertir en el proceso.
Constituyó el punto de partida para otros análisis más amplios, pues no hay duda de que el
término imperialismo se incorporó al vocabulario político y periodístico durante la década de 1890.
Los emperadores y los imperios eran instituciones antiguas, pero el imperialismo era algo nuevo. La
mayor parte de los debates se han centrado no en lo q sucedió en el mundo entre 1875 y 1914, sino
en el marxismo. El análisis del imperialismo, crítico, realizado por Lenin, se convertía en un
elemento central del marxismo revolucionario de los movimientos comunistas de 1917. A diferencia
de lo que ocurre con el término “democracia”, el imperialismo es una actividad que se desaprueba,
y que ha sido siempre practicada por otros.
Criticar esas teorías no revestiría un interés especial. Señalemos que los análisis no
marxistas del imperialismo establecían conclusiones opuestas a las dos de los marxistas y de esta
forma han añadido confusión al tema. Negaban la conexión específica entre el imperialismo de
fines del XIX y del s XX con el capitalismo en general y con la fase concreta del K. Negaban que el
imperialismo tuviera raíces económicas importantes, que beneficiara económicamente a los países
imperialistas, y que la explotación de las zonas atrasadas fuera fundamental para el K, y que hubiera
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tenido efectos negativos sobre las economías coloniales. Afirmaban que el imperialismo no
desembocó en rivalidades entre las potencias imperialistas y que no había tenido consecuencias
sobre la PGM. Rechazando el análisis económico, se centraban en explicaciones psicológicas,
ideológicas, culturales y políticos.
Dejando aparte el leninismo y el anti leninismo, lo primero que ha de hacer el historiador es
dejar sentado el hecho evidente, que nadie habría negado en 1890, de que la división del globo tenía
una dimensión económica.
El acontecimiento más importante en el s XIX es la creación de una economía global. La red
de transportes mucho más tupida posibilitó que incluso las zonas más atrasadas y hasta marginales
se incorporaran a la economía mundial. La civilización necesitaba de un elemento exótico: el
desarrollo tecnológico, que dependía de materias primas que por razones climáticas o por azares de
la geología se encontraban exclusivamente en lugares remotos. Se necesitaba petróleo y caucho.
Éste se encontraba en EEUU y en Europa, aunque los pozos de Oriente Medio eran punto de
enfrentamiento. También existía una constante demanda de metales preciosos, que convirtió a
Sudáfrica en el mayor productor de oro del mundo.
Aparte de las demandas de nuevas tecnologías, el crecimiento del consumo de masas en los
países metropolitanos significo la rápida expansión del mercado de producción alimentarios.
Estos acontecimientos no cambiaron la forma y las características de los países
industrializados o en proceso de industrialización, aunque crearon nuevas ramas de grandes
negocios.
Probablemente, para el europeo deseoso de emigrar en la época imperialista habría sido
mejor dirigirse a Australia, Nueva Zelanda, Argentina, o Uruguay. En estos países se formaron
partidos, gobiernos, obreros y radical democráticos y ambiciosos sistema de bienestar y seguridad
social. La función de las colonias y de las dependencias no formales era la de complementar las
economías de las metrópolis y no la de competir con ellas.
Los territorios dependientes que no pertenecían al “capitalismo colonizador”, no tuvieron
tanto éxito. Su interés económico residía en la combinación de recursos con una mano de obra que
por estar formada por “nativos” tenía un coste muy bajo. Hasta la caída vertical de los precios de las
materias primas durante el crash del 29’, esa vulnerabilidad no parecía tener mucha importancia a
largo plazo.
La mayor parte de las inversiones británicas en el exterior se dirigían a las colonias en rápida
expansión y por lo general de población blanca, que pronto serian reconocidas como territorios
independientes (Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica)
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El argumento general de más peso para la expansión colonial era la búsqueda de mercados.
La convicción de que el problema de “superproducción” del periodo de la gran depresión, podía
solucionarse a través de un gran impulso exportador, era compartida por muchos.
Pero el factor fundamental de la situación económica general era el hecho de que una serie
de economías desarrolladas experimentaban de forma simultánea la misma necesidad de encontrar
nuevos mercados. Cuando eran fuertes, su ideal era el de la “puerta abierta” en los mercados del
mundo subdesarrollado, pero cuando carecían de la fuerza necesaria, intentaban conseguir
territorios cuya propiedad situara a las empresas nacionales en la posición de monopolio o les diera
una ventaja sustancial.
En este punto resulta difícil separar los motivos económicos para adquirir territorios
coloniales de la acción política necesaria para conseguirlo, porque cuanto el proteccionismo de
cualquier tipo no es otra cosa que la operación de la economía con la ayuda de la política. La
motivación estratégica para la colonización era especialmente fuerte en el Reino Unido, con
colonias muy antiguas perfectamente situadas para controlar el acceso a diferentes regiones
terrestres y marítimas.
Una vez que el status de gran potencia se asoció con el hecho de hacer ondear la bandera
sobre una playa limitada por palmeras, la adquisición de colonias se convirtió en un símbolo de
status, con independencia de su valor real. Si las grandes potencias eran estados que tenían colonias,
los pequeños países “no tenían derecho a ellas”.
Algunos historiadores han intentado explicar el imperialismo teniendo en cuenta factores
estratégicos. Han pretendido explicar la expansión británica en África como consecuencia de la
necesidad de defender de posibles amenazas las rutas hacia la India. Es importante recordar que la
India era el núcleo central de la estrategia británica, y que esa estrategia exigía un control no solo
sobre las rutas marítimas cortas hacia el subcontinente, y las rutas marítimas altas, sino también
sobre todo el océano Índico.
Pero estos argumentos no eximen de un análisis económico del imperialismo:
Subestiman el incentivo económico presente en la ocupación de algunos territorios
africanos, siendo el caso más claro el de Sudáfrica.
Ignoran el hecho de que la India era la “joya de la corona imperial”, y la pieza esencial de la
estrategia británica global.
La desintegración de gobiernos indígenas locales, que en ocasiones llevo a los europeos a
establecer el control directo sobre unas zonas que no se habían ocupado antes, se debió al hecho de
que las estructuras locales se habían visto socavadas por la penetración económica.
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No se sostiene el intento de demostrar que no hay nada en el desarrollo interno del K
occidental en 1880 que explique la revisión territorial del mundo. Es imposible separar la política y
la economía en una sociedad K.
Es difícil precisar hasta qué punto era efectiva la variante específica de exaltación patriótica,
sobre todo en países donde el liberalismo y la izquierda radical habían desarrollado fuertes
sentimientos antiimperialistas, antimilitaristas y anticolonialistas. En algunos países, el
imperialismo alcanzo una gran popularidad entre las nuevas clases medias.
En muy raras ocasiones, los socialistas occidentales hicieron muy poco por organizar la
resistencia de los pueblos coloniales frente a sus dominadores hasta el momento en que surgió la
Internacional comunista.
En la esfera internacional, el socialismo fue hasta 1914 un movimiento de europeos e
inmigrantes blancos. El colonialismo era para ellos una cuestión marginal. Su análisis y su
definición de la nueva fase “imperialista” del K, que detectaron a finales de 1890, consideraba
correctamente la anexión y la explotación de colonias como un simple síntoma y una característica
de esa nueva fase. Eran pocos los socialistas que, como Lenin, centraban su atención en el material
inflamable de la periferia del K.
El análisis socialista del imperialismo que integraba el colonialismo en un concepto más
amplio de una “nueva fase” del K, era correcto en principio, aunque no necesariamente en los
detalles del modelo. Era un período en que las tarifas proteccionistas y la expansión eran la
exigencia que planteaban las clases dirigentes. Formaba parte de un proceso de alejamiento de un K
basado en la práctica privada y pública del laissez-faire, e implicaba la aparición de nuevos
oligopolios.
Todos los intentos de separar la explicación del imperialismo de los acontecimientos
específicos del K en las postrimerías del s XIX han de ser considerados como meros ejercicios
ideológicos.
Quedan todavía por responder las cuestiones sobre el impacto de la expansión occidental en
el resto del mundo y sobre el significado de los aspectos “imperialistas” del imperialismo para los
países metropolitanos.
Es más fácil considerar la primera de estas cuestiones que la segunda. El impacto económico
del imperialismo fue importante, pero lo más destacable es que resultó desigual por cuanto la
relación entre las metrópolis y sus colonias era asimétrica.
Cap. 12 “Hacia la revolución”.
I Solo en los países desarrollados desaparecieron las sombras de la gran depresión para
dejar paso a una gran expansión y prosperidad en el decenio de 1900. Allí los 15 años transcurridos
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entre 1899 y 1914 fueron la belle époque. Las sociedades y los regímenes parecían fácilmente
controlables.
Pero había extensas zonas del mundo donde la situación era muy diferente. En estas zonas
esos mismos años fueron un periodo de revolución posible, inminente o real. En algunos de ellos
(Imperio Otomano) 1914 no constituye una ruptura, ya que la PGM fue un episodio en una serie de
conflictos militares que ya habían comenzado antes. En otros (Rusia, Imperio Habsburgo) la PGM
fue la consecuencia de la imposibilidad de resolver los problemas del política interna. En un tercer
grupo de países (China, Irán, México) la guerra no tuvo ninguna importancia. Era la zona que Lenin
definió como “material combustible de la política mundial”. Y a partir del 17 quedo claro que los
países estables y prósperos de la sociedad burguesa occidental se verían inmersos en los
levantamientos revolucionarios globales que comenzaron en la periferia de ese mundo único e
interdependiente que esa sociedad había creado.
La centuria burguesa desestabilizo su periferia de dos formas: minando las viejas estructuras
de sus economías y el equilibrio de sus sociedades y destruyendo la viabilidad de sus regímenes e
instituciones políticas establecidas. Así según el parámetro de los estados-nación e imperio
burgueses occidentales esas estructuras políticas arcaicas eran obsoletas y condenadas a desaparecer
y fue su derrumbamiento lo que desencadeno las revoluciones de 1910-14, y en Europa la causa
inmediata de la inminente guerra mundial y de la Revolución Rusa. Los imperios que
desaparecieron eso años se contaban entre las fuerzas políticas más antiguas de la historia (China,
Persia, el Imperio Otomano). Este último estaba en retroceso desde el XVII, pero todavía seguía
siendo formidable con territorios en 3 continentes, además el sultán, su monarca absoluto, era
considerado por la mayoría de los musulmanes como su califa, la cabeza de su religión.
Los seis años que contemplaron la transformación de estos 3 imperios en monarquías
constitucionales o republicas según el modelo occidental marcan el final de una fase de la historia
del mundo.
Rusia y los Habsburgo, dos grandes imperios europeos multinacionales e inestables, que
estaban a punto de derrumbarse, no eran comparables ya que tanto en su condición de imperios
como en la de potencias eran recientes, además se hallaban situados en Europa, en la zona fronteriza
que separaba las áreas atrasadas de aquellas que habían alcanzado un desarrollo económico y desde
un principio se integraron parcialmente al mundo económicamente avanzado y como “grandes
potencias”. Ello explica las extraordinarias repercusiones de la Revolución Rusa y del hundimiento
del Imperio Austrohúngaro, en comparación con las repercusiones modestas de las revoluciones
china, mexicana y persa.
II Es improbable que sin la presión de la expansión imperialista hubiera estallado la
revolución en el antiguo imperio persa, ni tampoco en Marruecos donde el gobierno del sultán
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intento ampliar su territorio y establecer un control efectivo sobre el mundo anárquico de los clanes
beréberes.
Persia sufría la presión de Rusia y GB y en la política estaban ya presentes tres fuerzas de
cuya conjunción resultaría el estallido revolución de 1979: los intelectuales occidentalizados, los
comerciantes (muy conscientes de la competencia económica extranjera) y la colectividad del clero
musulmán (capaz de movilizar a las masas tradicionales). La alianza entre estos sectores demostró
su fuerza en 1890-92 y más tarde la guerra ruso-japonesa y la primera revolución rusa dieron a los
revolucionarios persas impulso y programa pero en la practica el acuerdo de 1907 entre GB y Rusia
para repartirse Persia dejaba pocas posibilidades a la política persa, así el primer periodo
revolucionario termino de facto en 1911 (aunque allí continuo vigente la constitución de 1907).
Marruecos situado en un lugar estratégico era una presa codiciada para Francia, GB,
Alemania, España y sumado a la debilidad de su monarquía lo hacía especialmente vulnerable a las
ambiciones extranjeras. Las crisis internacionales que surgieron como consecuencia de los
enfrentamientos entre los diferentes predadores (1906, 1911) tuvieron gran importancia en el
estallido de la PGM. Finalmente Francia y España se repartieron Marruecos y los intereses
internacionales británicos fueron tenidos en cuenta mediante el establecimiento del puerto de
Tánger.
III Las crisis internas de los imperios chino y otomano eran más antiguas y profundas.
En China los extranjeros habían creado enclaves extraterritoriales y ocupado la fuente
principal de las finanzas imperiales, la administración aduanera china. Rusia había penetrado en
Manchuria, los británicos ampliaron su colonia de Hong Kong y habían ocupado el Tíbet, Alemania
estableció bases en el norte de China, los franceses ejercían influencia en las proximidades de su
imperio indochino (arrebatado a China) e incluso los débiles portugueses obtuvieron la cesión de
Macao (1887). Así como en Marruecos esas rivalidades sobre el cuerpo decadente del imperio chino
contribuyeron al estallido de la PGM.
Tres grandes fuerzas de resistencia existían en China.
-La primera, el establishment imperial de la corte y los funcionarios confucianos que
reconocían que solo la modernización según el modelo occidental podía salvar a China (esta
reforma de los conservadores estaba condenada al fracaso, debilitada por la ignorancia técnica y
arruinada).
-La segunda, la antigua y poderosa tradición de rebelión popular y sociedades secretas
imbuidas de la ideología de oposición. La Revuelta de los Boxers de 1900 fue un movimiento de
masas, cuya vanguardia estaba formada por la agrupación Puños para la Justicia y la Concordia que
derivaba de la sociedad secreta budista Loto Blanco. Sin embargo el carácter de estas revueltas era
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xenófobo y antimoderno, estaban dirigidas contra los extranjeros, el cristianismo y la máquina.
Estas sociedades no podían ofrecer ni un programa ni una perspectiva clara.
-La tercera se daba en el sur donde los negocios y el comercio eran importantes y donde el
imperialismo extranjero había sentado bases para el desarrollo de cierta burguesía indígena. Solo
allí las sociedades secretas mostraron algún interés en un programa moderno para la renovación de
China. Allí se establecieron relaciones entre estas sociedades y el joven movimiento de
revolucionario republicanos entre los que surgía Sun Yat-sen como inspirador de la primera fase de
la revolución. Ambos compartían la oposición a la dinastía Manchu y el odio al imperialismo. Los
tres principios de Sun: el nacionalismo, el republicanismo y el socialismo agrario fueron formulados
en términos derivados de occidente.
Sin embargo las sociedades secretas no eran la base más adecuada para la creación de una
nueva China y los intelectuales occidentalizados de las zonas literales meridionales no eran todavía
lo bastante numerosos, influyentes y organizados para tomar el poder.
Finalmente el imperio cayó en 1911 como consecuencia de una revuelta que estallo en el sur
y centro del país y en la que se mezclaban elementos de rebelión militar, insurrección republicana,
la perdida de lealtad de la nobleza y la rebelión de las clases populares y de las sociedades secretas.
Pero en la práctica no fue sustituido por un nuevo régimen, sino por una serie de inestables y
cambiantes estructuras regionales deponer, bajo control militar (“señores de la guerra”). No
resurgiría un nuevo régimen nacional estable hasta 40 años depuse, hasta el triunfo del PC en 1949.
IV El imperio otomano había comenzado a desintegrarse hacia tiempo pero seguía siendo
una fuerza militar poderosa como para causar dificultades a los ejércitos de las grandes potencias.
Desde fines del XVII sus fronteras septentrionales habían retrocedido a la península balcánica y
Transcaucásica como consecuencia del avance de los imperios ruso y Austrohúngaro. La mayor
parte de las regiones más remotas del imperio (norte de África y Oriente medio) comenzaron a
pasar a manos de los imperialistas británicos y franceses. Así para 1914 Turquía había desaparecido
casi por completo de Europa, eliminada totalmente de África y solo conservaba un débil imperio en
el Oriente medio, donde su presencia no duro más allá de la PGM.
Pero a diferencia de Persia y China, Turquía contaba con una alternativa potencial inmediata
al imperio que se derrumbaba: un núcleo importante de población turca musulmana, desde el punto
de vista étnico y lingüístico, en el Asia menor, que podía constituir la base de un estado-nación
según el modelo occidental decimonónico.
Los tibios intentos del imperio por modernizarse (1870) habían fracasado. El Comité para la
Unión y el Progreso, más conocido como los Jóvenes Turcos que ocupo el poder en 1908 aspiraba a
establecer un patriotismo otomano que se situara por encima de las divisiones étnicas, lingüísticas y
religiosas, sobre la base de las verdades seculares de la ilustración francesa. Finalmente la
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revolución turca fracaso y la modernización pasó de un marco liberal-parlamentario a otro militar-
dictatorial y de la esperanza de una lealtad política secular-imperial a la realidad de un nacionalismo
turco, y a partir de 1915 Turquía optaría por un nación étnicamente homogénea, que implicaba la
asimilación forzosa de los grupos griegos, armenios, kurdos y otros que no fueron expulsados en
masa o masacrados.
Así a diferencia de Peris y China, Turquía no solo liquido un viejo régimen sino que
construyo uno nuevo. La revolución turca dio inicio al primero de los regímenes modernizadores
del 3M: defensor del progreso y la ilustración frente a la tradición, del desarrollo y de una especie
de populismo no perturbado por el debate liberal. En ausencia de una clase media revolucionaria el
protagonismo correspondería los intelectuales y especialmente a los militares. Pero la debilidad de
la revolución turca, muy notable en sus logros económicos, residía en la incapacidad para
imponerse sobre la gran masa de la población rural y para cambiar la estructura de la sociedad
agraria. Sin embargo las implicaciones históricas de esta revolución fueron de gran trascendencia.
V En 1910 estallo la Revolución Mexicana, pero a pesar de que este era un gran
levantamiento social, el primero de su clase en un país agrario del Tercer Mundo, el proceso
mexicano se vería también eclipsado por los acontecimientos ocurridos en Rusia.
Sin embargo la Revolución Mexicana es de gran importancia porque surgió directamente de
las contracciones existentes en el seno del mundo imperialista y porque fue la primera de las
grandes revoluciones ocurrida en el mundo colonial y dependiente en la que a masa de los
trabajadores desempeño un papel protagónico.
En cuanto al imperio británico no precia existir una amenaza inmediata en ningún lugar
(salvo los conflictos en Irlanda y Sudáfrica). No obstante, un auténtico movimiento de liberación
colonial estaba surgiendo en la más antigua y en la más reciente de sus colonias.
En Egipto su máximo dirigente, el jedive, y la clase dirigente local formada por grandes
terratenientes, cuya economía se había integrado en el mercado mundial, aceptaban la
administración británica de mala gana. El control británico seguía siendo firme (se mantendría hasta
1952), pero la impopularidad del control directo era tal, que tuvo que ser abandonada depuse de la
guerra (1922), siendo sustituido por una forma menos directa de administración. Así la
semiindependencia irlandesa (21) y la semiatonomia egipcia (22) constituyeron el primer retroceso
parcial del imperialismo.
En La India la influyente burguesía (comercial, financiera, industrial y profesional) y un
importante cuadro de funcionarios cultos que administraban para el GB rechazaban cada vez con
mayor fuerza la explotación económica, la impotencia política y la inferioridad social. Allí había
tomado forma un movimiento autonomista cuya principal organización, el Congreso Nacional
Indio, fundado en 1885, que se convertirla en el partido de liberación nacional, reflejaba el
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descontento de la clase media y el intento de unos administradores británicos inteligentes de
desarmar la agitaron escuchando las protestas moderadas. Sin embargo, en los comienzos del XX,
el Congreso comenzó a liberarse de la tutela británica, aunque el Congreso seguía siendo una
organización elitista.
Por otro lado los emigrantes indios de Sudáfrica habían comenzado a organizarse contra el
racismo y el principal portavoz de su exitoso movimiento de resistencia pasiva era Gandhi. El creo
en la política del tercer mundo la figura extraordinariamente poderosa del político moderno como
un santo. Al mismo tiempo una versión más radical de la política de liberación aprecia en bengala y
su poderosa clase media.
Frente a ello mientras que el control británico sobre la India seguía siendo firme, los
administradores inteligentes consideraban que era inevitable una serie de concesiones que
desembocaran en la autonomía.
Donde el imperialismo resultaba más vulnerable era donde imperaba el imperialismo
informal más que el formal. México era un país dependiente económica y políticamente de su gran
vecino, peor técnicamente era un país independiente que tomaba sus propias decisiones políticas.
Era un estado como Persia más que una colonia como la India. Sus clases dirigentes no tenían
inconvenientes en integrarse en el mercado mundial y en el mundo del progreso y la ciencia. El gran
obstáculo para la modernización era la gran masa de población rural, inmóvil e inamovible, negra o
india, sumergida en la ignorancia, la tradición y la superstición.
Finalmente la modernización mexicana dejo atrás los sueños biológicos y se concentró en el
beneficio, la ciencia y el progreso, a través de las inversiones extranjeras y la filosofía de Comte.
Este proyecto se concretó con el gobierno de Porfirio Díaz, y el desarrollo económico
extraordinario durante su presidencia.
Pero los intentos de Díaz por mantear la independencia de su país enfrentando a los
europeos con el capital yanqui le acarrearon gran impopularidad al norte de la frontera. Así los
revolucionarios mexicanos contaron con el apoyo yanqui y además Díaz era más vulnerable porque
tras conquistar el poder como jefe militar había permitido que el ejército se atrofiara, ya que se
consideraba que los golpes militares eran un peligro mayor que las insurrecciones populares. Así se
enfrentó con una gran revolución popular armada que su ejército no pudo sofocar.
El régimen favoreciendo a terratenientes y hacendados privo de tierras a las aldeas del centro
y sur del país, estas se convertirían en el núcleo central de la revolución agraria que encontró su
líder en Emiliano Zapata. La segunda zona rebelde se hallaba en el norte, transformado rápidamente
en una región fronteriza dinámica económicamente y que vivía enana especie de simbiosis
dependiente con las zonas próximas de USA. Finalmente había también grupos de hacendados,
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poderosos y ricos como los Madero que luchaban por el control de sus estados con el gobierno
central o con sus aliados entre los hacendados locales.
Muchos de los grupos potencialmente disidentes se beneficiaron de las masivas inversiones
extranjeras y del desarrollo económico que se produjo en el gobierno de Porfirio. Pero lo que los
convirtió en disidentes fue la cada vez mayor integración de la economía mexicana en al economía
mundial. La crisis de la economía norteamericana de 1907-08 tuvo efectos desastrosos en México,
de forma directa en el hundimiento del mercado mexicano y en las dificultades financieras de las
empresas, de forma indirecta en el regreso masivo de un ejército de trabajadores mexicanos.
Coincidían así la depresión económica cíclica y la perdida de las cosechas con la elevación de los
precios de los alimentos por encima de las posibilidades de los pobres.
En estas circunstancias la campaña electoral se transformó en un auténtico terremoto. Díaz
gano fácilmente las elecciones, pero la habitual insurrección del candidato perdedor, Madero, se
convirtió en una rebelión política social en las regiones fronterizas del norte y en la zona campesina
del centro, que no pudo ser controlada. Díaz cayó y ocupo el poder Madero, que no tardó en ser
asesinado. Zapata distribuyo tierras entre los campesinos, Vila expropio haciendas en el norte y
hasta la década del 30’ no se apreciaría con claridad el modelo que seguiría el México
posrevolucionario.
VI Ciertos historiadores afirmaban que Rusia, que tal vez fue la economía que
experimentaba un desarrollo más rápido en los últimos años del XX, habría continuado progresando
hasta convertirse en una floreciente sociedad liberal se ese progreso no se hubiera visto
ininterrumpido por una revolución que podía haberse evitado de no haber estallado la PGM (quien
se les ocurre?). Pero ningún pronóstico hubiera sorprendido más a sus contemporáneos. Si había un
estado en el que se creía que la revolución era no solo deseable sino inevitable, ese era el imperio de
los zares. Gigantesco, torpe e ineficaz, atrasado económica y tecnológicamente, con 80% de
población campesina y 1% de nobles hereditarios y una autocracia burocratizada. Todo ello hacia
que la revolución fuera el único método para cambiar la política del estado, y prácticamente todo el
mundo, desde los que en occidente habrían sido considerados como conservadores moderados hasta
la extrema izquierda, estaba obligado a ser revolucionario. La única cuestión era decidir qué tipo de
revolucionario.
Desde la guerra de Crimen (1854-56) los gobiernos del zar se imponían la modernización.
En el 61 se abolió la servidumbre pero esto no dio por resultado la aparición de un campesinado
satisfecho, ni la modernización de la agricultura. No obstante la roturación de importantes zonas del
país para la producción cerealista destinada a la exportación convirtió a Rusia en uno de los más
importantes productores de cereales del mundo. La cosecha neta se incrementó un 160% entre los
primeros años de la década del 60 y los inicios de la década de 1900, y las exportaciones se
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multiplicaron, pero a costa de incrementar la dependencia de los campesinos rusos del mercado
mundial de precios, precios que en el caso del trigo descendieron casi un 50% durante la depresión
agrícola mundial.
Entre los campesinos crecía el descontento, agudizado por la pobreza, el hambre de tierra,
los elevados impuestos y los bajos precios de los cereales y contaban con formas importantes de
organización potencial a través de las comunidades aldeanas colectivas, cuya posición como
instituciones reconocidas oficialmente se había visto reforzada por la liberación de los siervos y se
había fortalecido aún más en el decenio de 1880 cuando algunos burócratas consideraron que era un
bastión de la lealtad tradicional. Otros, en cambio, desde la posición opuesta del liberalismo
económico instaban a una rápida desaparición para convertir sus tierras en propiedad privada.
Entre los revolucionarios de daba un debate similar. Los narodniks o populistas
consideraban que una comuna campesina revolucionaria podía ser la base de la transformación
directa de Rusia, sin la necesidad de conocer los horrores del desarrollo capitalista, en cambio los
marxistas rusos creían que eso ya no era posible porque la comuna estaba escindiéndose en una
burguesía y un proletariado rural, hostiles entre sí. Además ellos habían depositado su fe en la clase
obrera.
Es verdad que la comuna se estaba desintegrando en las regiones más comerciales del sur,
pero más lentamente de lo que pensaban los marxistas, en el norte y centro aún conservaba su
fuerza. La lucha de clase en las aldeas aún no había avanzado lo suficiente como para impedir la
aparición de un movimiento campesino masivo de todos los campesinos, ricos y pobres, contra la
nobleza y el estado.
El mundo rural aportaba los ingresos más importantes de Rusia en concepto de impuestos y
los impuestos elevados, junto con un alto arancel y la importación masiva de capitales eran
fundamentales para realizar el proyecto de incrementar el poder de la Rusia zarista mediante la
modernización económica. Los resultados obtenidos de la mezcla de capi privado y estatal fueron
espectaculares. Entre 1890 y 1904 la línea férrea triplico su extensión mientras que la producción de
carbón, hierro y acero se duplico. Pero la otra cara de esto era que Rusia se encontraba un
proletariado industrial en rápido crecimiento, concentrado en unas fábricas desusadamente grandes
reunidas en unos pocos centros, y en consecuencia con el inicio del movimiento obrero que estaba
comprometido con la revolución social.
Otra consecuencia de la rápida industrialización fue su desarrollo desproporcionado en una
serie de regiones de las márgenes occidental y meridional del imperio como en Polonia, Ucrania y
Azerbaiyán. Las tensiones nacionales y sociales se agudizaron desde el momento en que el zarismo
intento reforzar su control político mediante una política sistemática de rusificación educativa a
partir de 1880.
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Así la inteligencia y los europeos liberales desde 1870 se acostumbraron a la idea de una
revolución inminente tanto porque el zarismo mostraba signos de debilidad interna y externa como
por la aparición de un importante movimiento revolucionario, alimentado por la inteligencia (hijos
de nobles, clase media, un sector importante de judíos).
Los miembros de la primera generación de revolucionarios era narodnikis que trataban de
atraerse al campesinado que no les prestaba la menor atención. Más éxito tuvieron en sus
actividades terroristas, y aunque este no consiguió debilitar al zarismo sirvió para dar al movimiento
revolucionario ruso un perfil internacional. Los narodnikis fueron destruidos y dispersados después
de 1881, aunque más tarde revivieron en forma del partido Socialrevolucionario en los primeros
años de 1900. Pero en Rusia incluso aquellos que en otras circunstancias habrían sido liberales eran
marxistas antes de 1900, ello por la imposibilidad de aplicar soluciones liberales occidentales.
Los movimientos revolucionarios que se desarrollaron sobre las ruinas del populismo eran
marxistas, aunque hasta los últimos años de la década de 1890 no se organizaron en un partido
socialdemócrata o en un complejo de organizaciones rivales. Más tarde los bolcheviques no eran
más que una de las tendencias de la socialdemocracia rusa y no se organizaron en un partido
independiente hasta 1912, cuando se convirtieron en la fuerza mayoritaria de la clase obrera
organizada. Pese a esto para los extranjeros o para los mismos trabajadores las distinciones entre las
diferentes tendencias socialistas eran incomprensibles o secundarias, pues todos eran merecedores
de apoyo como enemigos del zarismo. La principal diferencia entre los bolcheviques y los demás
grupos era que los camaradas de Lenin estaban mejor organizados y eran más eficaces y fiables.
Por otro lado el zarismo alentó al antisemitismo con numerosos progroms. Así los judíos
cada vez pero tratados y más discriminados se integraron progresivamente al movimiento
revolucionario. En respuesta al peligro socialista el régimen trato de utilizar como arma la
legislación laboral y durante un breve periodo organizo, en el primer decenio de 1900, sindicatos
bajo el auspicio de la policía. Fue la masacre de una manifestación, dirigida desde esos ambientes,
el hecho que desencadeno la revolución de 1905. No obstante a partir de 1900 era evidente la
creciente inquietud social, las rebeliones campesinas, casi inexistentes durante mucho tiempo
comenzaron a revivir a partir de 1902, al tiempo que los obreros organizaban huelgas generales (02-
02).
En esos años Rusia se enfrentó a la expansión japonesa en el Lejano oriente (ambas
expansiones realizadas a expensas de China). Y la guerra ruso-japonesa constituyó un desastre que
subrayo la debilidad zarista. El zar consciente de que subía la marea revolucionaria acelero las
negociaciones de paz. La revolución estallo en enero de 1905 antes de que hubieran concluido.
Lenin definió la revolución de 1905 como una revolución burguesa realizada con medios
proletarios. Estos fueron las huelgas masivas de capital y las ciudades industriales que forzaron al
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gobierno a iniciar la retirada y ejercieron la presión que condujo a la concesión de una especie de
Constitución el 17 de octubre. Además fueron los obreros quienes con la experiencia acumulada en
las aldeas constituyeron consejos (soviets en ruso) entre los cuales el de San Petersburgo actuó
como parlamento de los trabajadores y durante un breve periodo como a autoridad más eficaz de la
capital. En este contexto fueron cruciales también las revueltas campesinas.
Nadie puso en duda el carácter burgués de la revolución. Las clases medias apoyaron
abrumadoramente la revolución y los estudiantes se movilizaron masivamente, y liberales y
marxistas aceptaron unánimemente que si la revolución triunfaba solo podía desembocar en el
establecimiento de un sistema parlamentario burgués de corte occidental con libertades civiles y
políticas. Existía un consenso de que la construcción del socialismo no figuraba en la agenda
revolucionaria de proyectos inmediatos. Rusia no estaba ni económica ni políticamente preparada
para el socialismo.
Sin embargo Lenin veía, al igual que las autoridades zaristas, que la burguesía en Rusia era
demasiado débil, numérica y políticamente como para arrebatar el poder al zarismo, de la misma
forma que la empresa capi privada era demasiado débil para poder modernizar el país sin la
intervención extranjera y la iniciativa del estado. Incluso cuando la revolución estaba en su punto
álgido las autoridades solo hicieron concesiones modestas (un parlamento elegido de forma
indirecta (Duma) con poderes limitados. Así luego del 05 no se produjo el retorno a la autocracia,
pero en la práctica se restableció el zarismo
Pero el 05 demostró que el zarismo podía ser derrocado. Y frente a ello la novedad de la
posición de Lenin (a diferencia de los mencheviques) era que reconocía que dada la debilidad de la
burguesía la revolución burguesa tenía que realizarse sin la burguesía. Seria protagonizada por la
clase obrera, organizada y dirigida por un partido vanguardista de revolucionarios profesionales,
que se basaría en el apoyo del campesinado hambriento de tierra. Esa fue la posición de Lenin hasta
el 17, en ese momento rechazaba la idea de revolución permanente.
Para los años anteriores a 1914 Rusia inicio un nuevo proceso de industrialización masiva
por lo que el proletariado se desarrolló aún más. Y a partir de 1912 se dejó sentir una nueva marea
de insurrección proletaria.
La reacción del gobierno del zar ante los suceso del 05, bajo la dirección del ministro
Stolypin fue crear un campesinado conservador, al tiempo que incrementaba la productividad
agrícola iniciando decididamente una política similar a los “cercamiento” británicos. La comuna
campesina seria dividida en parcelas privada para beneficio de una clase de grandes campesinos de
mentalidad comercial, los kulaks. Esta reforma pudo haber prosperado a largo plazo, pero solo se
implementó en algunas provincias y en 1911 Stolypin fue cesado del gobierno y luego asesinado.
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Lo indudable es que la derrota del 05 no tuvo por resultado la aparición de una potencial
alternativa burguesa al zarismo. El estallido de la guerra sirvió para aglutinar el fervor político y
social. En 1914 la revolución ya había sacudido a todos los antiguos imperios desde Alemania hasta
China.
De todas las revoluciones la Revolución Rusa seria la que tendría una repercusión
internacional más importante. Rusia era una gran potencia, una de las 5 piedras angulares del
sistema internacional cuyo centro era Europa y el país más extenso, más poblado y con mayores
recursos. Una revolución social en ese estado produciría importantes consecuencias a escala global.
Las repercusiones de la Revolución Rusa serían incluso más amplias que la de la Revolución
Francesa y el hecho crucial era que Rusia formaba parte de los mundos de los conquistadores y las
victimas, de los avanzados y los atrasados, dio a su revolución una enorme resonancia en ambos.
Rusia era al mismo tiempo un gran país industrial y una economía agoraría. La Rusia zarista
ejemplificaba todas las contradicciones del mundo en la era imperialista.
ARENDT, Hannah. Los orígenes del totalitarismo. Segunda Parte El Imperialismo.
Madrid, Alianza, 1982.
Prólogo a la segunda parte: imperialismo.
El imperialismo, que surgió del colonialismo y tuvo su origen en la incompatibilidad del
sistema de N-E con el desarrollo económico e industrial del último tercio del S XIX comenzó su
política de la expansión por la expansión no antes de 1884, y esta nueva versión de la política de
poder era tan diferente de las conquistas nacionales en las guerras fronterizas como del estilo
romano de construcción imperial.
El hecho de que los británicos liquidaran voluntariamente su dominación colonial sigue
siendo uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia del S XX. De esa liquidación
resultó la imposibilidad de que ninguna N europea pudiera seguir con sus posesiones ultramarinas.
El proceso de construcción nacional en zonas atrasadas, donde la ausencia de todos lo
prerrequisitos para la independencia nacional corresponde a un chauvinismo creciente y estéril ha
determinado unos enorme vacíos de poder en los que la competición entre las superpotencias
resulta tanto más fiera cuanto que parece desechado con el desarrollo de las armas nucleares el
enfrentamiento directo de sus medios de violencia como último recurso para resolver todos los
conflictos.
Nada es tan característico de la política de poder en la era imperialista como este paso de
objetivos de interés nacional localizados, limitados y por eso predecibles, a la ilimitada prosecución
del poder por el poder que podía extenderse por todo el globo y devastarlo sin un seguro objetivo
nacional y territorialmente prescrito y por eso sin dirección previsible.
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Las políticas imperialistas han sido las que determinaron la decadencia de Europa y
parecen haberse cumplido ya las profecías de los políticos e historiadores que afirmaron que los dos
gigantes que flanqueaban a las naciones europeas por el Este y por el Oeste acabarían por surgir
como herederos de su poder. Nadie justifica la expansión ya mediante la misión del hombre blanco
por una parte, y una ensanchada conciencia tribal a unir pueblos de similar origen étnico por otra;
en vez de eso, se oye hablar de compromisos con E clientes, de las responsabilidades del poder y de
la solidaridad con los movimientos revolucionarios de liberación nacional. La misma palabra
expansión ha desaparecido de nuestro vocabulario político.
Por otra parte el móvil del beneficio ha desaparecido por completo, solo los países muy ricos
y muy poderosos pueden permitirse soportar las grandes pérdidas que supone el imperialismo
Cualesquiera que sean las causas de ascensión americana al poder mundial, la deliberada
prosecución exterior encaminada a ese poder o una aspiración al dominio global no figuran entre
ellas. El enorme foso entre los países occidentales y el resto del mundo no solo y no primariamente
en riquezas, sino en educación, dominio técnico y competencia en general, ha atormentado las
relaciones internacionales desde el comienzo incluso de una genuina política mundial.
Por lo que se refiere a las posibilidades del imperialismo, esta situación las consolida
temiblemente por la sencilla razón de que nunca han importado menos las puras cifras.
Este libro se refiere solamente al imperialismo colonial estrictamente europeo, cuyo final
sobrevino con la liquidación de la dominación británica en la India. Narra la historia de la
desintegración de los N-E que demostró contener casi todos los elementos necesarios para la
subsiguiente aparición de los movimientos y gobiernos totalitarios, antes de la era imperialista no
existía nada que fuera una política mundial y sin ella caria de sentido la reivindicación totalitaria de
dominación global.
Cap. 5 “La emancipación política de la burguesía”.
Las tres décadas que median entre 1884 y 1914 separan al siglo XIX, que acabó con la
apropiación por África y el nacimiento de los panmovimientos, del S XX que comenzó por la
primera guerra mundial. Pero por cercano que nos resulte este pasado, somos perfectamente
conscientes de que nuestra experiencia de los campos de concentración y de las fábricas de la
muerte resulta tan alejada de su atmósfera general como lo está de cualquier otro período de la
historia occidental.
La burguesía se había desarrollado dentro de y junto con la N- E que casi por definición
gobernaba sobre y más allá de una sociedad dividida en clases. Incluso cuando la burguesía estaba
ya establecida como clase dominante, dejaba al E las decisiones políticas. La burguesía logró
destruir a la N- E pero obtuvo una victoria pírrica; el populacho se reveló completamente capaz de
cuidar de la política por sí mismo y liquidó a la burguesía junto con las demás clases e instituciones.
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La expansión y la N- E.
La moderación y la confusión eran los únicos premios a la firme oposición de cualquier
político a la expansión imperialista. La nación- estado, basada en el activo asentimiento a su
Gobierno de una población homogénea carecía de semejante principio unificador y, en caso de
conquista, tenía que asimilar más que integrar, imponer el asentimiento que la justicia, es decir,
degenerar en tiranía. Robespierre se había mostrado ya consciente de esto cuando exclamó:
perrisent les colonies si elles nous en countent l´honneur, la liberté.
La expansión como el objetivo permanente y supremo de la política es la idea política
central del imperialismo (que a su vez no es solamente político sino comercial). Así, en la esfera
económica, la expansión era un concepto adecuado porque el desarrollo industrial era una realidad
actuante, la expansión significaba el aumento de producción de bienes para ser consumidos y
utilizados.
El imperialismo nació cuando la clase dominante en la producción K se alzó contra las
limitaciones nacionales a su expansión económica. Con el slogan “la expansión por la expansión” la
burguesía trató de, y en parte logró convencer a sus gobiernos nacionales de que tomaran el sendero
de la política mundial, hecho que hizo que varias naciones iniciaran su expansión al mismo tiempo.
En contraste con la estructura económica, la estructura política no puede ser entendida
indefinidamente, porque no está basada en la productividad del hombre, que es, desde luego,
ilimitada. De todas las formas de gobiernos y organizaciones del pueblo, la N- E es la menos
adecuada para el crecimiento ilimitado, porque el genuino asentimiento que constituye su base no
puede ser extendido indefinidamente y solo rara vez, y con dificultad, se obtiene de pueblos
conquistados. La nación concebía su ley como fruto de una singular sustancia nacional que no era
válida más allá de su propio pueblo y de las fronteras de su propio territorio.
Allí donde la N- E apareció como conquistara despertó la conciencia nacional y un deseo de
soberanía entre los pueblos conquistados, derrotando por eso todos los propósitos genuinos de
construir un imperio.
La estructura nacional de GB había hecho imposibles la asimilación rápida y la
incorporación de los pueblos conquistados; la Comenwealth británica nunca fue una Comunidad de
Naciones, sino la heredera de Reino Unido, una nación dispersa por todo el mundo. La dispersión y
la colonización no extendían sino que trasplantaban la estructura política con el resultado de que los
miembros del nuevo cuerpo federado permanecían estrechamente unidos a su común madre Patria
por profundas razones de un pasado común y una ley común. La nación británica demostró ser
adepta no al arte romano de construcción de imperios, sino seguidora del modelo griego de
colonización.
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La contradicción interna entre el cuerpo político de la nación y la conquista como medio
político resulta obvio desde el fracaso del sueño napoleónico. A esta experiencia se debe y no a
consideraciones humanitarias el que la conquista haya sido desde entonces condenada oficialmente
y haya desempeñado un papel de escasa importancia en los reajustes fronterizos.
Los franceses en contraste con los británicos y las demás naciones de Europa, trataron en
época reciente de combinar el derecho con el imperio, y de construir un imperio antiguo en el
sentido romano. Los ingleses intentaron escapar de lo peligroso de construir un imperio, dejando a
los pueblos conquistados entregados a sus propios medios por lo que a cultura, religión y leyes se
refería, manteniéndose distantes y absteniéndose de extender la ley y cultura británica
Pero el imperialismo no es la construcción de un imperio y la expansión no es conquista.
Los conquistadores británicos, los antiguos “violadores de la ley en la India” tenían poco en común
con los exportadores del dinero británico o con los administradores de los pueblos indios.
Es característico del imperialismo que las instituciones nacionales permanezcan separadas
de la administración colonial, aunque permite a aquellas ejercer un control de estas.
La única grandeza del imperialismo descansa en la batalla perdida que contra él libró la
nación. La tragedia de esta oposición a media no consistió en que los empresarios imperialistas
pudieran comprar a muchos representantes nacionales; peor que la corrupción fue el hecho de que
los incorruptibles se hallaron convencidos de que el imperialismo era la única forma de realizar una
política mundial. Como las estaciones marítimas y el acceso a las materias primas eran realmente
necesarias para todas las naciones, llegaron a creer que la anexión y la expansión obraban a favor de
la salvación de la nación. Sin desearlo, a veces incluso sin saberlo, no solo se tornaron cómplices de
la política imperialista sino que fueron los primeros en ser censurados y acusados por su
imperialismo.
La conciencia de la nación, representada por un Parlamento y por una prensa libre,
funcionaba y se granjeó las iras de los administradores coloniales en todos los países europeos con
posesiones coloniales, tanto si se trataba de Inglaterra como de Francia, Bélgica, Alemania u
Holanda. En todas partes los administradores imperialistas sentían que el control de la nación
constituía una carga insoportable y una amenaza a su dominación. Y los imperialistas tenían todo la
razón, conocían las condiciones de la dominación moderna sobre pueblos sometidos mejor que
aquellos que, por una parte, protestaban contra el gobierno por decreto y la burocracia arbitraria y
por otra esperaban retener siempre sus posesiones para mayor gloria de la nación. Los imperialistas
sabían mejor que los nacionalistas que el cuerpo político de la nación no es capaz de construir un
imperio.
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El poder y la burguesía
Lo que los imperialistas realmente deseaban era la expansión del poder político sin la
fundación del cuerpo político.
Los pioneros de este desarrollo preimperialistas fueron aquellos financieros judíos que
habían ganado su riqueza fuera del sistema K y a los que las N- E en crecimiento habían necesitado
para la obtención de empréstitos con garantía internacional.
Tan pronto como se hizo patente que la exportación de dinero tendría que ser seguida por la
exportación de poder gubernamental, la posición de los financieros en general y la de los
financieros judíos en particular, resultó considerablemente debilitada y la dirección de las
transacciones y de las empresas comerciales imperialistas pasó gradualmente a manos de la
burguesía nativa.
El E extendió su poder porque, teniendo que elegir entre pérdidas mayores que las que
cualquier cuerpo económico de cualquier país podía soportar y mayores ganancias que las que
cualquier pueblo abandonado a sus propios medios se hubiera atrevido a soñar, solo podía escoger
el último camino.
La primera consecuencia de la exportación de poder fue el hecho de que los instrumentos de
la violencia del E, la policía y el ejército, que en el marco de la N existían junto a otras instituciones
eran controladas por éstas, quedaron separados de este cuerpo y promovidos a la posición de
representantes nacionales en países incivilizados o débiles.
Las inversiones exteriores, la exportación de K, que había comenzado como una medida de
emergencia se tornó característica permanente de todos los sistemas económicos tan pronto como
fueron protegidas por la exportación de poder. El concepto imperialista de la expansión, según el
cual la expansión es un fin en sí mismo y no un medio temporal, hizo su aparición en el
pensamiento político cuando resultó obvio que una de las más importantes funciones permanentes
de la N- E sería la expansión del poder. Los administradores de la violencia empleados por el E
pronto tomaron una nueva clase dentro de las naciones y, aunque su campo de actividad se hallaba
muy alejado de la madre Patria, disfrutaron de una considerable influencia en el cuerpo político de
ésta. Cómo no eran más que funcionaron de la violencia solo podían pensar en términos de política
de poder. Fueron los primeros que, como clase y anclados en su experiencia cotidiana, afirmaron
que el poder es la esencia de cada estructura política.
La violencia fue siempre la última ratio de la acción política y el poder ha sido siempre la
expresión visible de la dominación y del gobierno. Porque el poder entregado a si mismo solo puede
lograr más poder y la violencia administrada en beneficio del poder (y no de la ley) se convierte en
un principio destructivo que no se detendrá hasta que no quede nada que violar.
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El concepto de expansión ilimitada, que solo puede colmar la esperanza de ilimitada
acumulación del K y que produce la acumulación del poder sin otros fines hizo casi imposible la
fundación de nuevos cuerpos políticos, tal como hasta la era del imperialismo había sido siempre
resultado de la conquista.
El poder se convierte en la esencia de la acción política y en el centro del pensamiento
político cuando es separado de la comunidad política a la que debería servir. La burguesía durante
largo tiempo excluida del Gobierno por la N- E y por su propia falta de interés por los asuntos
públicos, fue políticamente emancipada por el imperialismo.
El imperialismo debe ser considerado como primera fase de la dominación política de la
burguesía más que como última fase del K.
Cuando, en la era del imperialismo, los hombres de negocios se convirtieron en políticos y
fueron aclamados como hombres de E, mientras que a los hombres de E solo se les tomaba en serio
si hablaban el lenguaje de los empresarios con éxito y si pensaban en continentes, estas prácticas y
estos medios particulares fueron transformados gradualmente en normas y principios para la gestión
de los asuntos públicos.
Según Hobbes el poder es el control acumulado que permite al individuo fijar precios y
regular la oferta y demanda en tal forma que contribuyan a su propia ventaja. El individuo
considerará su ventaja en completo aislamiento, desde el punto de vista de una minoría absoluta.
Por eso, si el hombre es impulsado por sus intereses individuales, el deseo de poder debe ser su
pasión fundamental.
Hobbes señala también que en la lucha por el poder todos los hombres son iguales, porque la
igualdad de los hombres está basada en el hecho de que cada uno tiene por naturaleza poder
suficiente para matar a otro. La razón del E es la necesidad de obtener alguna seguridad para el
individuo, que se siente amenazado por todos sus semejantes.
La Comunidad está basada en la delegación de poder y no en la de derechos. Adquiere
monopolio del homicidio y proporciona a cambio una garantía condicional contra el ser víctima de
un homicidio. Respecto de la ley de E (el poder acumulado de la sociedad y monopolizado por el E)
no cabe la absoluta obediencia, el ciego conformismo de la sociedad burguesa.
Privado de todos los derechos políticos el individuo a quien la vida pública y oficial se
presenta con una apariencia de necesidad, adquiere un nuevo y crecido interés en su vida privada y
en su destino personal.
Según las normas burguesas, aquellos que son completamente desafortunados y los que
quedan derrotados son automáticamente eliminados de la competición, que es la vida de la
sociedad. La buena fortuna es identificada con el honor y la mala suerte con la ignominia.
Atribuyendo sus derechos políticos al E, el individuo también delega en éste sus responsabilidades
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sociales: pide al E que le libre de la carga de cuidar de los pobres precisamente cuando él solicita
protección contra los delincuentes.
Como el poder es esencialmente solo un medio para un fin, una comunidad basada en el
poder debe de caer en la tranquilidad del orden y la estabilidad; su completa seguridad revela que
está construida sobre arena.
El proceso ilimitado de acumulación de K necesita la estructura política de un “poder tan
ilimitado” que pueda proteger a la propiedad creciente, tornándose cada vez más poderoso. Este
proceso de inacabable acumulación de poder necesario para la protección de una inacabable
acumulación de K determinó la ideología progresista de finales del S XIX y anticipó la aparición
del imperialismo. Lo que hizo al progreso irresistible no fue la ingenua ilusión de un ilimitado
crecimiento de la propiedad sino el advertir que la acumulación de poder era la única garantía para
la estabilidad de las llamadas leyes económicas. La noción de progreso del S XVIII, tal como fue
concebida en la Francia prerrevolucionaria, consideraba que del pasado era un medio de dominar el
presente y controlar el futuro; el progreso culminaba con la emancipación del hombre.
En la época imperialista una filosofía del poder se convirtió en la filosofía de la elite, que
rápidamente descubrió y estaba dispuesta a reconocer que la sed del poder solo podía apagarse
mediante la destrucción (esta fue la causa esencial de su nihilismo que sustituyó la superstición del
progreso con la superstición igualmente vulgar de la rutina).
La propiedad por sí misma, sin embargo, está sujeta al uso y al consumo y por eso
disminuye constantemente. La forma más radical de posesión y la única segura es la destrucción,
porque solo lo que hemos destruido es segura y perpetuamente nuestro. La finitud de la vida
personal es un reto tan serio a la propiedad en calidad de base de la sociedad como los límites del
globo son un reto a la expansión en calidad de base del cuerpo político.
La vida pública adopta el engañoso aspecto de un total de intereses privados como si estos
intereses pudieran crear una nueva calidad mediante su simple adición; todos los llamados
conceptos liberales de la política tienen esto en común. Los conceptos liberales son solo un
compromiso temporal entre las antiguas normas de la cultura occidental y la fe de la nueva clase en
la propiedad como principio dinámico autopropulsor. Las antiguas normas ceden en el grado en el
que la riqueza automáticamente creciente sustituye a la acción política.
Hobbes fue el verdadero filósofo de la burguesía, aunque no llegara a ser nunca
completamente reconocido como tal, porque comprendió que la adquisición de riqueza concebida
como un proceso inacabable solo puede ser garantizada por la consecución del poder político,
porque el proceso acumulante más pronto o después debe forzar todos los límites del poder político.
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La Alianza entre el populacho y el K.
Tal como fueron las cosas, el imperialismo esfumó todos los males y produjo ese falso
sentimiento de seguridad, tan universal en la Europa de la preguerra.
La riqueza, tremendamente aumentada, lograda por la producción K bajo un sistema social
basado en la mala distribución, había determinado un “exceso de ahorro”, es decir, la acumulación
de K que estaba condenado a la ociosidad dentro de la existente capacidad nacional para la
producción y el consumo. Las crisis y las depresiones subsiguientes en las décadas precedentes a la
era del imperialismo habían impreso en los K la idea de que todo el sistema económico de
producción dependía de una oferta y de una demanda que, a partir de entonces, debía proceder “del
exterior de la sociedad K”.
Así, la primera reacción ante el saturado mercado interior, la falta de materias primas y las
crecientes crisis, fue la exportación de K. Pero ni la exportación de dinero ni las inversiones en el
exterior como tales no son imperialismo ni conducen necesariamente a la expansión como un medio
político.
La expansión, por eso, no fue solo un escape para el K superfluo, lo que era mucho más
importante es que protegía a sus propietarios contra la amenazante perspectiva de permanecer
superfluos y parásitos y revitalizó su concepto de propiedad en una época en donde la riqueza no
podía ser utilizada como un factor en la producción dentro del marco nacional.
La curiosa debilidad de la oposición popular al imperialismo, las numerosas inconsecuencias
y las promesas abiertamente rotas de los políticos liberales, frecuentemente atribuidas al
oportunismo o soborno, tenían causas más profundas.
Varias fueron las razones por las que el nacionalismo desarrolló una tendencia tan clara
hacia el imperialismo, pese a la contradicción interna de dos principios. Cuando peor preparadas se
hallaban las naciones para la incorporación de pueblos extranjeros, las tentadas se sentían a
oprimirlos. En teoría existe un abismo entre el imperialismo y el nacionalismo; en la práctica puede
ser salvado y lo ha sido por el nacionalismo tribal y por el racismo declarado. Desde el comienzo,
los imperialistas de todos los países afirmaron y se jactaron de hallarse más allá de los partidos y de
ser los únicos que hablaban en toda la nación. Esto fue especialmente cierto en los países de la
Europa central y oriental con escasas o nulas posesiones de ultramar. En ellos la alianza entre el
populacho y el K se desarrolló en el interior y afectó aún más gravemente a las instituciones
nacionales y a todos los partidos nacionales.
Los funcionarios gubernamentales se comprometieron más activamente que cualquier otro
grupo en el tipo nacionalista de impero y fueron los principales responsables de la confusión del
imperialismo con el nacionalismo.
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La verdad es que solo lejos de su patria podía un ciudadano de Inglaterra, Alemania o
Francia ser nada más que un inglés, alemán o francés. En su propio país estaba tan implicado en
intereses económicos o lealtades sociales que se hallaban más cerca de un miembro de su clase de
un país extranjero que de un hombre de otra clase en el propio país. Extranjero que de un hombre
de otra clase en el país propio.
La alianza entre el K y el populacho se encuentra en la génesis de toda política imperial
consecuente. En algunos países, especialmente en GB esta nueva alianza entre los ricos y los
demasiado pobres estuvo y siguió estando confinada a las posesiones de ultramar.
Si bien todos los grandes historiadores observaron y advirtieron ansiosamente la elevación
del populacho a partir de la organización K y su desarrollo. Lo que no lograron comprender fue que
el populacho no solamente es el desecho, sino también el subproducto de la sociedad burguesa,
directamente originado por ésta y por ello nunca completamente separable de ella.
La afinidad de la alta sociedad con el populacho emergió a la luz en Francia antes que en
Alemania, pero al final fue igualmente fuerte en ambos países. Francia empero, por obra de sus
tradiciones revolucionarias y de su relativa falta de industrialización, originó solo un populacho
relativamente reducido, de tal forma que la burguesía se vio obligada finalmente a buscar ayuda
más allá de las fronteras y aliarse con la Alemania de Hitler.
Cualesquiera que sea la naturaleza precisa de la larga evolución histórica de la burguesía en
los diferentes países europeos, los principios políticos del populacho, tal como se hallan en las
ideologías imperialistas y en los movimientos totalitarios, revelan una afinidad sorprendentemente
fuere con las actitudes políticas de la sociedad burguesa, si estas últimas se hallan libres de
hipocresía y no teñidas por concesiones a la tradición cristiana. Lo que en esta fecha hizo que las
actitudes nihilistas del populacho resultaran tan intelectualmente atractivas para la burguesía es una
relación de principio que va más allá del nacimiento del populacho.
Pese a lo que cultos científicos puedan afirmar, la raza no es, políticamente hablando, el
comienzo de la humanidad, sino su final, no es el origen de los pueblos, sino su declive; no el
nacimiento natural del hombre, sino su muerte antinatural.
Cap. 9 “La decadencia de la Nación-Estado y el final de los Derechos del hombre”.
La atmósfera de desintegración, aunque característica de toda Europa en el período
comprendido entre las dos guerras mundiales, era más visibles en los países derrotados que en los
victoriosos y se desarrolló por completo en todos los E recientemente establecidos tras la
liquidación de la Monarquía Dual y del Imperio zarista.
La desnacionalización se convirtió en arma poderosa de la política totalitaria y la
incapacidad constitucional de la N-E europeas para garantizar los DDHH a aquellos que habían
perdido los derechos nacionalmente garantizados, permitió a los Gobiernos perseguidores imponer
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su norma de valores incluso a sus oponentes. Aquellos a quienes el perseguidor había singularizado
como la escoria de la tierra (judíos, troskos, etc) fueron recibidos en todas partes como escoria de la
Tierra, aquellos a quienes la persecución había calificado de indeseables se convirtieron en los
indeseables de Europa.
El mismo término de derechos humanos se convirtió para todos los implicados, víctimas,
perseguidores y observadores en prueba de un idealismo sin esperanza o de hipocresía chapucera y
estúpida.
La “Nación de minorías” y los apátridas.
La imperfección de los tratados de paz fue explicada a menudo por el hecho de que quienes
lo elaboraron pertenecían a una generación formada por las experiencias de la era de la preguerra,
de forma tal que nunca comprendieron perfectamente todo el impacto de la guerra cuya paz tenían
que lograr. No hay mejor prueba de esto que su intento de regular el problema de la nacionalidad en
la Europa oriental y meridional mediante el establecimiento de Naciones- E y la introducción de los
tratados de minorías.
El resultado fue que aquellos pueblos a quienes no les fueron otorgados E, tanto si eran
minorías oficiales o solo nacionalidades, consideraron los tratados como un juego arbitrario que
entregaba a unos el mando y a otros la servidumbre. Por otra parte, los E recientemente creados, a
los que se le prometieron iguales derechos que las naciones occidentales en lo que se refería a su
soberanía nacional, consideraron a los tratados de minorías como un claro quebrantamiento de la
promesa y con una clara discriminación porque solo los nuevos E, y ni siquiera la derrotada
Alemania, se hallaban ligadas por tales tratados.
Era desde luego cierto que el papel del proletario de la Europa occidental y central, el grupo
históricamente oprimido y cuya emancipación fue una cuestión de vida o muerte para todo el
sistema social europeo estuvo desempeñado en el Este por los “pueblos sin historia”.
El hecho es que no pudo ser preservado el status quo europeo y que solo tras la caída de
resto de la autocracia europea se hizo evidente que Europa había estado gobernada por un sistema
que jamás había tenido en cuenta la necesidad de la totalidad de la población.
Al fin y al cabo la sociedad se hallaba integrada por políticos nacionales cuyas simpatías
solo podían ser para los desafortunados nuevos Gobiernos, que se veían obstaculizados y que
contaban en principio con la oposición de un 25 a 50 por 100 de sus habitantes.
Ni la Sociedad de Naciones ni los tratados de minorías habrían impedido a los E
recientemente establecidos asimilar más o menos a la fuerza a sus minorías. Las nacionalidades
amargadas, prescindiendo por completo de la Sociedad de Naciones, pronto decidieron hacer frente
al problema por sus propios medios.
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El Congreso de Grupos Nacionales no solo esquivó el principio el principio territorial de la
Sociedad, fue dominado naturalmente por las dos nacionalidades q estaba representadas en todos los
E sucesores y q se hallaban por eso, si lo deseaban, en posición de hacer sentir su peso en toda al
Europa oriental y meridional. Estos dos grupos eran los alemanes y judíos. Las minorías alemandas
de Rumania y de Checoslovaquia votaron, desde luego, con las minorías alemanas de Polonia y
Hungría, y nadie podía esperar que los judíos polacos, por ejemplo, permanecieran indiferentes
ante las medidas discriminatorias del Gobierno Rumano.
En otras palabras, los intereses nacionales y no los intereses comunes fueron los que
formaron la verdadera base de afiliación al Congreso, y solo los mantuvo unidos la relación
armoniosa entre judíos y alemanes. El verdadero significado de los tratados de minorías descansa
no en su aplicación práctica, sino en el hecho de que estuvieran garantizados por un organismo
internacional, la Sociedad de Naciones.
Las minorías eran solo medio apátridas, de iure pertenecían a un cuerpo político, aunque
necesitaran una protección adicional en forma de tratados y de garantías especiales; algunos
derechos secundarios, tales como el de hablar la lengua propia y el de permanecer en el propio
ambiente cultural y social se hallaban en peligro y eran protegidos de mala gana por un organismo
marginal; pero otros derechos más elementales, tales como el derecho de residencia y el derecho al
trabajo, jamás se vieron afectados. Las minorías podían seguir siendo consideradas como un
fenómeno excepcional, peculiar de ciertos territorios que se desviaban de la norma.
Mucho más tenaz fue el caso de los apátridas, el más nuevo fenómeno de masas en la
historia contemporánea, y la existencia de un nuevo pueblo integrado por apátridas, el grupo más
sintomático de la política contemporánea. Si bien no puede atribuirse su existencia a un solo factor,
se puede ver que todos surgen después de la primera guerra mundial, que vivían al margen de la ley.
(Ej: un grupo Heimaltlosem, originados por los tratados de paz de 1919 luego de la disolución
Austria – Hungría). El primer gran golpe asestado a las N- E con la llegada de centenares de miles
de apátridas fue que el derecho de asilo, único derecho que había llegado a figurar como símbolo de
los DDHH en la esfera de las relaciones internacionales, comenzó a ser abolido. Su larga y sagrada
H se remonta a los auténticos comienzos de la vida política regulada. Aunque dicho derecho siguió
existiendo se lo consideraba como un anacronismo, en conflicto con los derechos internacionales
del E (por eso no hay ley escrita). El segundo gran choque por obra de los refugiados fue la
comprensión de que era imposible desembarazarse de ellos o transformarles en nacionales del país
en el que se habían refugiado. Entre las minorías, judíos y armenios eran quienes corrían los
mayores riesgos y pronto revelaron constituir la más alta proporción entre los apátridas, pero
demostraron también que los no servían como protección, sino que podían servir también como un
instrumento para singularizar a ciertos grupos con objeto de expulsarlos eventualmente.
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El verdadero mal comenzó tan pronto como se probaron los dos remedios conocidos, la
repatriación y la nacionalización. Cada intento de las conferencias internacionales para establecer
algún estatuto legal para los apátridas fracasó porque ningún acuerdo podía sustituir al territorio
extranjero, dentro del marco de la ley existente, debía ser deportado. Por otra parte, la
nacionalización también demostró ser un fracaso, ya que se vinieron abajo cuando se enfrentaron
con los apátridas. Esencialmente la nacionalización era un apéndice de la legislación de la N-E que
solo tenía en cuenta a los nacionales, a las personas nacidas en su territorio y ciudadanos por
derechos de nacimiento.
Fue casi patético ver cuán desesperados se hallaban los Gobiernos europeos, a pesar de su
conciencia del peligro del E de apátrida para sus instituciones legales y políticas y a pesar de todos
sus esfuerzos para resistir a la marea, parecía que una vez que entraban el “estado de apátrida” se
extendía por todo el país. Mucho peor fue lo que el estado de apátrida hizo a las distinciones
necesarias y tradicionales entre nacionales y extranjeros y al derecho soberano de los E en
cuestiones de nacionalidad y de expulsión.
La N- E, incapaz de proporcionar una ley a aquellos que habían perdido la protección de un
gobierno Nacional, transfirió todo el problema a la policía. Esta fue la primera vez que la policía de
Europa occidental recibió autoridad para actuar por su cuenta, para gobernar directamente a las
personas, en una esfera de la vida pública ya no era un instrumento para afirmar el cumplimiento de
la ley, sino que se convirtió en una autoridad dominadora, independiente del gobierno y de los
ministerios.
Por otra parte, los crecientes grupos de apátridas en los países no totalitarios se vieron
conducidos a una forma de ilegalidad organizada por la policía que determinó prácticamente una
coordinación del mundo libre con la legislación de los países totalitarios.
Tanto en la H de la nación de minorías como en la formación del pueblo apátrida, los judíos
desempeñaron un papel significativo. Sus necesidades especiales eran el mejor pretexto para negar
que los Tratados fuesen un compromiso entre la forzosa tendencia de las nuevas tacones a asimilar a
los pueblos extranjeros y las nacionalidades que por razones de oportunidad no podían obtener el
derecho a la autodeterminación nacional. La noción de que el E de apátrida es primariamente un
problema judío fue un pretexto utilizado por todos los gobiernos que trataron de acabar el problema
ignorándolo.
Las perplejidades de los derechos del hombre.
La proclamación de los derechos del hombre (S XVIII) tenía que significar también una
protección muy necesitada en la nueva era, en la que los individuos ya no estaban afianzados en los
territorios en los que habían nacidos o seguros de su igualdad ante Dios como cristianos. Por eso a
lo largo del siglo XIX la opinión general era que los derechos humanos habían de ser invocados allí
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donde los individuos necesitan protección contra la nueva soberanía del E y la nueva arbitrariedad
de la sociedad.
Los apátridas estaban tan convencidos como las minorías de que la pérdida de los derechos
nacionales se identificaba con la pérdida de los derechos humanos como de que aquellos
garantizaban a estos. Desde entonces ni un solo grupo de desplazados pudo desarrollar una furiosa y
violenta conciencia de grupo y de clamar por sus derechos como pacos, judíos, etc.
La primera pérdida que sufrieron los fuera de la ley fue la pérdida de sus hogares, y esto
significaba de todo el entramado social. La segunda fue la pérdida de la protección del Gobierno, es
decir la pérdida del status legal en su propio país, sino en todos. Cuando más aumentaba el número
de los fuera de la ley, mayor se tornaba la tentación de conceder menos atención a los hechos de los
gobiernos perseguidores que al status de los perseguidos. Los refugiados políticos, necesariamente
pocos en número, todavía disfrutan del derecho de asilo en muchos países, y este derecho actúa de
una forma irregular, como sustitutivo genuino de la ley nacional.
Llegamos a ser conscientes de la existencia de un derecho a tener derechos (y esto significa
vivir dentro de un marco donde uno es juzgado por las acciones y las opiniones propias) y de un
derecho a pertenecer a algún tipo de comunidad organizada, solo cuando aparecieron millones de
personas que habían perdido y que no podían recobrar estos derechos por obra de la nueva situación
política global. Solo en una Humanidad completamente organizada podía llegar a identificarse la
pérdida del hogar y del status político con la expulsión de la Humanidad.
El hombre del siglo XX ha llegado a emanciparse de la Naturaleza hasta el mínimo grado
que el hombre del S XVIII se emancipó de la H. La historia y al naturaleza se han tornado
igualmente extrañas a nosotros, principalmente en el sentido de que la esencia del hombre ya no
puede ser comprendida en términos de una u otra categoría.
No nacemos iguales, llegamos a ser iguales como miembros de un grupo por la fuerza de
nuestra decisión de concedernos mutuamente derechos iguales. Nuestra vida política descansa en la
presunción de que podemos producir la igualdad a través de la organización, porque el hombre
puede actuar en un mundo común, cambiarlo y construirlo junto con sus iguales y solo con sus
iguales.
El peligro derivado de la existencia de personas obligadas a vivir al margen del mundo
corriente es entonces, el de que en medio de la civilización son devueltas a lo que se les otorgó
naturalmente, a su simple diferenciación. Su existencia atenta a “nuestro artificio político”
Todo esto apoya los argumentos que Burke expuso ante la declaración de los Derechos del
Hombre, ya que los veía como demasiado abstracto. El mundo no halló nada sagrado en al abstracta
desnudez del ser humano. Los supervivientes de los campos, los encerrados en campos de
concentración y de internamiento, e incluso los apátridas podrían ver sin los argumentos de Burke
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que la abstracta desnudez de ser nada más que humanos era su mayor peligro. Por eso las palabras
de Burke cobran un significado espacial si examinamos únicamente la condición general humana de
aquellos que han sido expulsados de todas las comunidades políticas.
El peligro estriba en que una civilización global e interrelacionada universalmente pueda
producir bárbaros en su propio medio, obligando a millones de personas a llegar a condiciones que,
a pesar de todas las apariencias, son las condiciones de los salvajes.
DAVIS, Mike. Los holocaustos de la era victoriana tardía. El Niño, las hambrunas y
la formación del Tercer Mundo. Valencia, Publicación de la Universitat de Valencia, 2006.
Cap. 9 “Los orígenes del Tercer Mundo”.
ENOS2: fuerza episódica potente en la historia de la humanidad tropical. La idea de que
millones de personas murieron debido al tiempo extremo y no al imperialismo, ¿es cierto?
Un clima malo contra un sistema malo
A diferencia de lo q sucedió a finales del siglo XIX, no hubo una mortandad generalizada ni
de hambre ni de enfermedades, ¿por qué no?
Mientras la dinastía Quing estaba cumpliendo su contrato social con los campesinos, los
europeos contemporáneos morían de hambres y enfermedades entre 1740 y 1743. La capacidad del
Estado chino durante el siglo XVIII es impresionante. Los elementos culminantes de la Época
Dorada de la seguridad alimenticia fueron la vigilancia del precio de los cereales y los métodos de
abastecimiento organizados por el mismo Emperador.
En contraste con los estereotipos occidentales posteriores de un Estado chino pasivo, el
gobierno, durante el apogeo de la dinastía Qing, estaba involucrado en la prevención de la
hambruna a través de un amplio programa de inversiones para mejorar la agricultura, la irrigación y
el transporte fluvial.
El campesinado del norte de China, durante el apogeo de la dinastía Qing, era más
autosuficiente con respecto a la nutrición y menos vulnerable a la ansiedad causada por el clima de
lo que sus descendientes lo serían un siglo después.
Es improbable q una sequía como esa se hubiese transformado en un verdadero holocausto q
consumiere a la mayoría de la población, como sí sucedió a fines del XIX. Mientras en 1876, el
2
El ENOS es un fenómeno oceánico-atmosférico que consiste en la interacción de las aguas superficiales del océano
Pacífico tropical con la atmósfera circundante y con la atmósfera global. Por otro lado, el ENOS está relacionado con
trastornos climáticos en muchas partes del mundo así como con alteraciones significativas en diversos tipos de
ecosistemas tanto terrestres como marinos.
El ENOS consta, entre otros, de dos fenómenos oceánicos principales: el calentamiento atípico de las aguas tropicales
del océano Pacífico conocido popularmente como fenómeno de El Niño y, por otro lado, el enfriamiento atípico de las
mismas aguas, fenómeno conocido como La Niña.
El ENOS tiene, además de la componente oceánica (El Niño, La Niña), una componente atmosférica, medida
cuantitativamente por el Índice de Oscilación del Sur (IOS), el cual es un reflejo del cambio relativo entre la presión
atmosférica a nivel del mar entre los sectores occidental (alrededores de Darwin, Australia) y central-oriental del
océano Pacífico (alrededores de la isla Tahití).
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Estado chino (debilitado y desmoralizado después del fracaso de las reformas domesticas de la
restauración de la dinastía Tongzhi) se vio reducido a repartir, desorganizadamente, dieron como
medida de socorro, una cantidad monetaria q fue aumentada por las donaciones privadas y la
humildes caridad internacional.
Las leyes de cuero y las otras leyes de hierro
¿Qué decir de la hambruna de la India antes a la colonización británica? De nuevo, no hay
ninguna prueba q conforme q la India había experimentado crisis de subsistencia en la misma
escala q la catástrofe de Bengala en 1770 bajo el dominio de las Indias Orientales, o el largo asedio
de enfermedades y hambre entre 1875 y 1920.
La india de la dinastía Mogol, q tal vez se benefició de un ciclo del ENOS más moderado,
en general no padeció hambrunas hasta 1770.
Al igual que sus coetáneos chinos, los gobernantes mogoles basaban su gobierno en un
cuarteto de alimentos, regulación de precios para evitar la especulación, condiciones impositivas y
distribución gratuita de alimentos sin pedir a cambio trabajos forzados.
En contraste con el dogmatismo y la rigidez de las colonias británicas cuyo propósito era
maximizar las rentas de la tierra, tanto los mogoles como los marathas diseñaron su dominio de
modo flexible para poder tener en cuenta las relaciones ecológicas clave y las fluctuaciones
climáticas impredecibles q suceden en las regiones del subcontinente indio más propensas a padecer
sequias.
India y China no entraron en el periodo histórico contemporáneo como las desvalidas
“tierras de hambrunas” q la imaginación occidental recrea. La intensidad del ciclo del ENOS a fines
del s XIX, probablemente igualdad en 3 o 4 ocasiones en el último mileno, determina en gran
medida cualquier explicación de las catástrofes de la década de 1870 y 1890. Igual peso causal debe
caer en el aumento de la vulnerabilidad social a la variabilidad climática q se hizo evidente en el sur
de Asia, norte de China y nordeste de Brasil y sureste de África a fines del periodo victoriano. Las
hambrunas son crisis sociales q encarnan el fracaso de determinados sistemas políticos y
económicos.
Perspectivas sobre la vulnerabilidad
Estereotipos orientalistas: q la pobreza inmutable y la superpoblación son las prerrequisitos
naturales de las grandes hambrunas del siglo XIX. Hay pruebas de q los campesinos y jornaleros
agrícolas, después de 1850, a medida q sus economías locales eran violentamente incorporadas al
mercado mundial, se vieron en una posición más vulnerable a los desastres naturales. Lo q los
administradores coloniales, misioneros y las elites criollas, como en Brasil, percibieron como la
permanencia de los ciclos de atraso inmemoriales eran, en cambio, estructuras imperialistas
formales o informales modernas.
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Desde la perspectiva de la ecológica política, la vulnerabilidad de los agricultores tropicales,
causada por los fenómenos climáticos externos posteriores a 1870, fue acrecentada por una
reestructuración simultánea q convirtió a los vínculos familiares y aldeanos en sistemas de
producción regional y en productos para el mercado mundial y el Estado colonial (o dependiente).
Tres cuestiones referentes a la articulación con estructuras socio-económicas mayores, eran
especialmente decisivas para la subsistencia rural en el “proto-Tercer Mundo” de la era victoriana
tardía:
1) La incorporación forzosa de la producción minifundista a los circuitos productivos y
financieros controlados desde el extranjero tendía a socavar la seguridad alimenticia tradicional.
2) La integración de millones de cultivadores tropicales en el mercado mundial a finales del
siglo XIX vino acompañada por un deterioro de las condiciones del comercio.
3) El imperialismo victoriano formal e informal, respaldado por el autoritarismo
supranacional del patrón oro, confiscó la autonomía fiscal local y limitó las respuestas desarrollistas
a escala nacional q podrían haber reducido la vulnerabilidad de la población frente a la inestabilidad
climática.
Antes de considerar los estudios de caso del empobrecimiento rural en las regiones clave
devastadas por los fenómenos El Niño en 1870-1890, o antes de observar la relación entre el
imperialismo, la capacidad estatal y la crisis ecológica a escala aldeana, es necesario discutir cómo
las posiciones estructurales de India y China (tercer mundo del futuro) en la economía mundial
cambiaron en el curso del s XIX. La comprensión de cómo la humanidad tropical perdió tanto
terreno económico a favor de los europeos occidentales después de 1850 sirve para explicar por qué
el hambre pudo cosechar tales hecatombes humanas durante los años El Niño.
La derrota de Asia
Debido a q la productividad de la tierra era mayor en el sur de la India, los tejedores y otros
artesanos disfrutaban de un régimen alimenticio mejor q el del europeo medio. Y todavía más
importante es q los índices de desempleo tendían a ser menores porque poseían derechos de
contratación superiores y tenían más poder económico.
(El PBI de china en 1700 era de 23,1%, y en 1952 de 5,2) Durante el siglo XVIII los chinos
disfrutaron de un estándar de consumo mayor q el de los europeos. El estereotipo habitual es q
durante el siglo XIX Asia se quedó quieta mientras q la Revolución Industrial empujaba a Europa
occidental.
¿Por qué Asia se quedó quieta? Porque estaba sobrecargada por las cadenas denla tradición y
la demografía malthusiana, es la respuesta común. La respuesta pertinente no es tanto por qué la
Revolución Industrial ocurrió primero en Inglaterra, Escocia y Bélgica, sino por qué otras regiones
del mundo económicamente avanzadas en el s XVIII fracasaron a la hora de adaptar sus
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manufacturas artesanales a las nuevas condiciones de producción y competición del s XIX. Los
telares de China no fueron derrotados por la competición del mercado, sino q fueron desmantelados
a la fuerza por las guerras, las invasiones, el opio y el sistema de aranceles en una sola dirección
impuesto por Lancashire.
Es indiscutible q, desde 1780 o 1800, cada intento serio de una sociedad no occidental de
introducirse en el carril de la vía rápida del desarrollo o de regular las condiciones de su comercio
recibía una respuesta militar y económica de Londres o de otra capital imperial competidora.
La rebelión Taiping (cuyos objetivos eran más revolucionarios q la Revolución Meiji) fue un
intento de revisar el veredicto y fue derrotado gracias a los recursos y a los mercenarios
proporcionados por parte de GB a la asediada dinastía Qing. Esto no es lo mismo q decir q la
Revolución Industrial dependía necesariamente de las conquistas coloniales o de la subyugación
económica de Asia. Al contrario, el tráfico de esclavos y las plantaciones del Nuevo Mundo eran
fuentes más estratégicas de capital líquido y de recursos naturales. Paradójicamente, el “momento”
más importante de Asia monzónica en la economía mundial victoriana no fue a principios de
década, sino a fines.
La economía mundial de la era victoriana tardía
En GB, durante el periodo prolongado de patrón de crecimiento “stop and go”, entre 1873 y
1896, el índice de formación de K y el crecimiento, tanto de la productividad de la mano de obra
como del K, empezaron a decaer. GB se mantuvo ligada a productos y tecnos anticuadas, mientras q
Alemana y EEUU hacia industrias químicas, eléctricas y petroleras.
Los hambrientos campesinos indio y chino fueron incorporados al sistema como salvadores
inverosímiles. El enorme superávit en la balanza de pagos india se convirtió en el elemento central
q permitió la reproducción amplificada de los procesos de acumulación de K a escala mundial por
parte del Reino Unido.
GB ganaba anualmente un enorme superávit en sus transacciones con India y China, q le
permitían sostener déficit igualmente grandes en sus transacciones con EEUU, Alemania y los
demás dominios poblados por los blancos.
La India fue el mercado cautivo más grande en la historia mundial. En el cuarto de siglo
posterior a 1870, saltó de la tercera a la primera posición en la lista de consumidores de las
exportaciones británicas
¿Cómo, en los tiempos de hambre, pudo el subcontinente indio permitirse subsidiar la
supremacía comercial, repentinamente precaria, de su conquistador? No pudo: India fue obligada a
incorporarse en el mercado mundial a marchas forzadas por las políticas hacendísticas e hidráulica q
obligaron a los campesinos a producir para el consumo en el extranjero al precio de su propia
seguridad alimenticia.
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Entre 1890 y 1900, el comercio permanente y los desequilibrios contables q el subcontinente
indio mantuvo con GB fueron financiados con los excedentes comerciales del opio, arroz e hilo de
algodón q éste mantenía con el resto de Asia.
Este comercio triangular entre India, China y GB tenía una importancia económica
estratégica en el sistema mundial victoriano q trascendía otro flujos comerciales de mayores
dimensiones. Al agrandar por la fuerza la demanda china de narcóticos y los impuestos q se
recaudaban de su exportación, las dos Guerras del Opio (1839-1842 y 1856-1858) y el punitivo
Tratado de Tianjin (1858) revolucionaron la base impositiva de la India británica.
La cadena funcionaba así: el Reino Unido pagaba el algodón de EEUU con billetes del
Banco de Inglaterra. Los yanquis llevaban algunos de esos billetes a Cantón, y los intercambiaban
por té. Los chinos cambiaban los billetes por opio indio. Una parte de los billetes se reenviaba a
Inglaterra en concepto de beneficios; otra parte se destinaba a la compra de más productos en la
India, a nutrir las remesas monterías de las fortunas privadas en la India y los fondos para mantener
el funcionamiento del Gobierno de la india en la metrópoli.
Después de 1880, cuando los chinos recurrieron al cultivo domestico de opio para reducir el
déficit comercial, la India británica encontró un nuevo negocio lucrativo en la exportación del hilo
de algodón hilado a máquina.
El mito de “maltusia”
Los déficit comerciales impuestos a la fuerza; los impulsos a las exportación q disminuían la
seguridad alimenticia; la imposición excesiva y el K mercante depredador; el control extranjero de
los ingresos clave y del desarrollo de los recursos; las guerras imperiales y civiles crónicas; el
patrón oro q vació los bolsillos de los campesinos asiáticos eran algunas de las modalidades clave
usadas en la economía mundial de fines de la era victoriana para transferir la carga del “ajusto
estructural” de Europa y Norteamérica a los agricultores de las recientemente acuñadas nuevas
“periferias”.
Según Malthus, la causa subyacente de las hambrunas en la India victoriana no era el
“drenaje de riqueza” sino “la gran cantidad de población q seguía viviendo en regímenes de
subsistencia, en tierras marginales regadas q no podía sembrar cultivos comerciales lucrativos.
Aunque la población creció rápidamente en 1850 y 1860, en parte por consecuencia del auge
del algodón, el ímpetu demográfico se frenó con la catástrofe de 1876.
Rechazar el determinismo demográfico no significa q el crecimiento demo no haya jugado
ningún papel en la crisis de China durante el s XIX. Al contrario, está claro q el éxito mismo de la
intensificación agrícola durante la Época Dorada alentó, en muchas regiones, una subdivisión
excesiva de la tierra y promovió q se ocupasen con desastrosas consecuencias ecológicas las zonas
montañosas y pantanosas q previamente no habían sido cultivadas. La relación entre la población
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local y los recursos deberá figurar en los estudios sobre las crisis de subsistencia y la vulnerabilidad
frente a los desastres naturales en el norte de China.
El déficit de la irrigación
A principios del XIX, Europa se enfrentaba a presiones demográficas y ecológicas incluso
más graves, pero fue capaz de solucionarlas con la ayuda de los recursos naturales del Nuevo
Mundo, de la emigración en masa a las colonias, y con la industrialización urbana. Lo relevante no
es tanto la presión demográfica per se, sino por qué Europa occidental pudo escapar de la incipiente
trampa del equilibrio en un nivel alto mientras que China no pudo.
Además de lo ya mencionado, hay otra variable: el abastecimiento de agua. El siglo XIX se
caracterizó por el casi total colapso de las mejoras hidráulicas.
El déficit hidráulico reforzó la ilusión maltusiana de una “involución” sin remedio en China
y en otras partes. Bien fuera como efecto de la presión demográfica o del desplazamiento causado
por los cultivos de exportación, en los tres países campesinos, frecuentemente menos productivos,
altamente vulnerables a los ciclos del ENOS, sin q hubiese mejoras paralelas en los sistemas de
riego, drenaje o deforestación para asegurar la sostenibilidad.
La pobreza ecológica, la pobreza de la unidad familiar y la incapacitación del Estado,
constituyeron un triángulo causal q explica tanto el surgimiento del “tercer mundo” como su
vulnerabilidad a los fenómenos climáticos externos.
HALLIDAY, Fred. Las relaciones internacionales en un mundo en transformación.
Madrid, Catarata, 2002.
“La sexta gran potencia: las revoluciones y el sistema internacional”
Un caso mutuo de interés
La relación q la disciplina de las relaciones internacionales ha mantenido desde hace mucho
tiempo, con la revolución ha sido una relación incómoda. Suele citarse el comentario de Arendt de
que el siglo XX fue moldeado por las guerras y las revoluciones, pero resulta llamativo como estos
dos procesos históricamente formativos reciben un tratamiento diferenciado. El estudio de la guerra
es fundamental para el estudio académico de las relaciones internacionales. Las revoluciones en
cambio, han tenido una existencia marginal.
Las propias relaciones internacionales empezaron como una estudio de la guerra y de la
causas de la guerra y siguen estando centradas en la creencia de que la guerra entre los E debe
concebirse como una agresión decidida racionalmente y no como la internacionalización del
conflicto social. El desarrollo subsiguiente de las relaciones internacionales (y de las disciplinas que
la estudian) ha confirmado esta situación.
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Otros factores tiene que ver con el ambiente de las Cs. Sociales en general, en especial el
estudio de la revolución no encuentra acomodo en ningún lado. En estas disciplinas se ha tendido a
estudiarlas haciendo pocas referencias a las dimensiones internacionales del fenómeno.
Las obras sociológicas trataron a las revoluciones como si hubieran tenido lugar dentro de
unas entidades nacional- políticas discretas. La otra gran contribución reciente al estudio
comparativo y teórico de las revoluciones fue la obra de Goldstone.
Dentro de los enfoques teóricos de las relaciones internacionales el realismo si trata de las
revoluciones, pero en general hace referencia a ellas no como objetos de estudio en sí mismos sino
para demostrar las presiones de la conformidad, de la socialización impuesta por las constricciones
del sistema hasta la más desviacionista o revisionista de los E:
La reflexión más completa sobre las revoluciones desde una perspectiva realista es la obra
de Armstrong. Se trata, en el mejor de los casos, de un ajuste parcial: por un lado evita la cuestión
de que hay en la constitución interna de los E que pueda considerarse como constituyente de la
norma, por otro lado, no presta atención al funcionamiento de la sociedad internacional en el
sentido general, q va más allá de las acciones de los gobiernos.
Otras tendencias de las relaciones internacionales de los años setenta y ochenta dejan
también poco espacio a la acción revolucionaria. Se olvida el papel que tuvo la guerra de Vietnam
en la toma de conciencia sobre la interdependencia. Los estudios estratégicos del periodo de la
guerra fría consideraron la carrera de armamentos Este-Oeste haciendo la más completa abstracción
de las configuraciones socioeconómicas en dicho conflicto. Se prestó muy poca atención a los
conflictos sociales y políticos del 3er mundo, y menos aún a la guerra de guerrillas
Hay no obstante tres aspectos en el que este mutuo desinterés no ha sido absoluto y en el que
pueden identificarse elementos de interacción entre las relaciones internacionales y las
revoluciones. Antes que nada tenemos el conjunto de obras de relaciones internacionales centradas
en las cuestiones analíticas y comparativas puestas de manifiesto por las revoluciones.
En segundo lugar las revoluciones han estado presentes en las relaciones internacionales de
una forma solapada, irrelevante.
En tercer lugar hay algunas obras en ciencias sociales afines que resultan accesibles y
relevantes para construir un debate sobre las revoluciones dentro de las relaciones internacionales.
El examen del lugar que ocupan las revoluciones en las relaciones internacionales parece
comprender tres grandes áreas de indagación: la primera es la histórica; la segunda es descriptiva, se
trata del examen de las dimensiones internacionales de las propias revoluciones; la tercera y
principal área de indagación tiene que ver con la teoría, es decir que cuestiones teóricas plantea el
estudio de las revoluciones a las relaciones internacionales. Así, este aspecto involucra un doble
proceso y que debería considerar no solo la cuestión de cómo afectan las revoluciones a las
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relaciones internacionales sino en qué medida una consideración apropiada del contexto
internacional puede suponer un cuestionamiento a las explicaciones sociológicas o políticas
establecidas en la revolución.
Las revoluciones y sus consecuencias
El uso de los conceptos que se hace en las relaciones internacionales depende, en un grado
que la disciplina no reconoce, de unas definiciones importadas de otras áreas. Si esto ocurre con
conceptos tales como E, poder y sistema, la revolución no es una excepción.
La primera de las contribuciones es la de Skocpol en Estados y Revoluciones sociales, en
donde sobre la base del grado de transformación de la sociedad y de destrucción del antiguo E que
las revoluciones suponen se las identifica con una categoría diferenciada del acontecimiento: las
revoluciones son transformaciones rápidas y básicas del E y de la estructura de clases de una
sociedad y son llevadas a cabo por revueltas de clases inferiores. Skocpol se centró en la relación
de las revoluciones con los E: las revoluciones intentaban a la vez derribar E existentes y consolidar
E nuevos, al hacerlo puso de relieve la medida de la competencia interestatal.
La segunda fue la de Barrington-Moore en Los orígenes sociales de la dictadura y la
democracia, en donde desarrollo dos argumentos que contradicen profundamente las ideas de gran
parte del pensamiento convencional sobre la revolución. Contra la idea predominante de que GB y
EEUU habían seguido una senda pacífica y no revolucionaria señala que si tuvo capítulos
revolucionarios. En resumen propone que tanto la vía revolucionaria como la no suponen costes
humanos.
El tercer elemento es la obra de Griwank titulada El concepto moderno de revolución, origen
y desarrollo. Trató así de discernir con mayor claridad los elementos constitutivos de ese uso
moderno: que las revoluciones involucraban no solo un cambio político o constitucional sino
también la partición de las masas en el proceso; que el objetivo principal de las revoluciones era el
control del E y por consiguiente el concepto de revolución no pudo desarrollarse antes del
surgimiento del E moderno
Las cuestiones de la definición y el papel histórico desempeñado por las revoluciones son
fundamentales, evidentemente en toda discusión sobre la agitación política en el contexto
internacional. La mayor parte de la literatura de las relaciones internacionales asume también que
las revoluciones son momentos de ruptura y no de transición, y que estos momentos se distinguen
por la violencia, contrariamente a unos regímenes represivos pero estables, que no son violentos.
Cada uno de los trabajo usa un concepto diferente de revolución, por lo que existen tres
paradigmas.
Los realistas suelen considerar a las revoluciones en relación a los cambiantes estilos de la
política exterior y de las prioridades de los E, entendiéndolas como un factor revisionista,
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insatisfecho o desequilibrante. Las revoluciones suponen una ruptura en un mundo que sin ellas
sería ordenado. En sí mismas no requieren ni explicación ni contextualización histórica.
Para los behavoristas, las revoluciones forman parte del espectro de la violencia y como los
virus pueden difundir la transnacionalidad, pero esta violencia se concibe en términos psicológicos,
abstraídos de las causas sociales o del contexto internacional, y otra vez, contrasta implícitamente
con una supuesta alternativa no violenta debido a su estabilidad.
El materialismo histórico presente en las relaciones internacionales en su variante
estructuralista domesticada, presta mucha mayor atención a las revoluciones y las considera
precisamente como configuradoras del papel formativo y transicional identificado por Skocpol y
Barrington Moore y como responsables de un cambio social y político sustancial. Así consideran a
las revoluciones bajo una luz positiva y también empiezan considerando los factores
internacionales, definidos por el K y el imperialismo.
Sin embargo, el materialismo histórico está tan centrado en la dimensión internacional de las
revoluciones que tiene dificultades para explicar por qué las revoluciones parecen estar confinadas a
unos E específicos y presentan unas características tan específicamente nacionales y nacionalistas.
Además, poseen una concepción de revolución que se inserta en la concepción de la historia que
avanza hacia una meta histórica determinada, es decir es teleológica.
La formación del sistema internacional
Según Wight durante gran parte de la historia del sistema internacional, las relaciones entre
los E no han estado determinadas por factores “normales”, sino por factores anormales,
revolucionarios.
La importancia de la revolución en el S XX fue inmensa. La revolución bolchevique del 17
estableció una fractura fundamental de las relaciones internacionales. La cuestión de en qué medida
fue el antagonismo a la revolución bolchevique y el temor a su impacto en Europa central lo que le
dio el impulso al surgimiento del nazismo es una cuestión abierta.
La división ya constituida entre E K y comunistas, fue agravada por el torrente de las
revoluciones en el tercer mundo cuya propia enumeración coincide con las de las principales crisis
de postguerra.
Por otra parte la guerra fría fue un conflicto intersistémico. Entre 1945 y 1989 fueron sobre
todo los conflictos en el tercer mundo los que alimentaron las tensiones internacionales. Un
indicador de ello es que fuera la política a seguir en relación a las revoluciones del tercer mundo lo
que llevó a los presidentes de los EEUU a dar sus nombres a sus respectivas “doctrinas”. De la
misma manera, los desafíos del tercer mundo fueron los principales retos a los que se enfrentaron
los presidentes de los EEUU como bien entendieron Truman, Johnson y especialmente Garter. En
las cuatro décadas que transcurrieron hasta fines de los años ochenta, la revolución proporcionó el
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fundamento histórico del sistema bipolar, alimentado por la carrera de armamentos nucleares,
proporcionando caso tras caso de competición entre las grandes potencias y amenazando la
estabilidad política interna de las principales potencias.
El conflicto intersistémico de la guerra fría fue seguido por los episodios de agitación
política de Europa oriental de 1989 que asestaron un golpe mortal al mundo bipolar existente desde
el 45. En cierto sentido estas revoluciones tenían poca violencia y fueron llevadas a cabo no en
nombre de alguna alternativa heterogénea sino para alinear a estos países a las normas occidentales
predominantes.
Tal como se argumentará más adelante, estas revoluciones fueron revoluciones en varios
sentidos. Su importancia para la política internacional es indudable. Fueron también estas
revoluciones las que pusieron en marcha una serie de conflictos, dentro y entre los E. estos
conflictos llevaron al borde de la guerra a E que se disputaban territorios y en algunos casos
condujeron a la guerra.
Modelos históricos
Las revoluciones son acontecimientos internacionales por sus causas y efectos y, con la
excepción parcial de las revoluciones del 89, presentan un grado llamativo de uniformidad. En el
caso de las revoluciones, hay al menos cuatro áreas en las que esas generalizaciones pueden
examinarse: las cusas, la política exterior, las respuestas y la posterior adaptación.
Como ya se ha observado, las revoluciones tiene lugar cuando se cumplen dos condiciones
generales: que los dominados se rebelen y que los gobernantes no puedan seguir gobernando. Sin
embargo, como demostraron las obras de Skocpol, Goldstone y otros autores pertenecientes a la
tercera ola, los factores internacionales promueven la revolución principalmente a partir de la otra
dimensión. En otras palabras, aunque los E pueden usar la dimensión internacional y los recursos
que ésta proporciona para consolidar su posición interna, pueden también debilitarse internamente
como resultado de sus actividades y alianzas internacionales.
El otro tipo de causa, el apoyo a los revolucionarios es evidentemente importante. Pero sin el
debilitamiento concomitante de los E, ese estímulo externo tiene efectos limitados.
La política exterior de los E revolucionarios del períodos anterior a 1989 es un área de
estudio muy amplia que ha recibido, curiosamente, mucha menos atención de la que merece. Parte
de la literatura se centra en la cuestión de la “nueva diplomacia” o sea el papel de la ideología
revolucionaria y de la acción no convencional en la política exterior de los E revolucionarios.
Esta última cuestión es importante porque en gran parte de la literatura realista y liberal se
parte de la base de que las metas de los E revolucionarios no son muy diferentes de las otros E. los
liberales por su parte, sostienen que si tan solo se tratara mejor a los E revolucionarios, estos no
intentarían exportar la revolución. La historia nos demuestra que esto no es así, y que el reto que
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plantean aparte de promover la revolución es que hagan un cambio en las relaciones sociales y
políticas.
La discusión sobre qué es lo que provoca que, la revolución internacional o la
contrarrevolución internacional, esté mal situada en perspectiva histórica. Ambos procesos pueden
empezar de manera autónoma por razones internas y sistémicas, y alimentándose mutuamente,
llevar la confrontación. Si el internacionalismo revolucionario es un resultado casi universal de las
revoluciones, también lo es su opuesto, el internacionalismo contrarrevolucionario.
Esta interacción plantea otras dos cuestiones que quizás sean más interesantes y que nos
llevan al núcleo del sistema internacional. Por un lado está la tendencia del sistema internacional a
la homogeneidad es decir hacia la organización similar. Tanto el internacionalismo revolucionario
como el contrarrevolucionario se derivan de esta tendencia a la homogeneidad.
La segunda cuestión ilustrada por los antecedentes históricos de ambas formas de
internacionalismo es que, pese a la voluntad de intervención, el sistema de E es perdurable. Todos
los E revolucionarios trataron de promover la revolución en el exterior para exportarla. En el
sentido del término, ninguna lo ha logrado. En la misma tónica las contrarrevolucionarias dirigidas
por los E casi siempre fracasan.
Este corto plazo, es sin embargo, significativo, en el sentido de que la mayor parte del
debate realista sobre la socialización de los E se centra en el periodo inmediatamente post-
revolucionario y en la aparente domesticación de los E.
Un breve repaso al historial completo de los E revolucionarios demuestra que, mientras los
órdenes internos postrevolucionarios permanezcan intactos, estos E siguen representando un desafío
para los sistemas de otros E.
Esta perspectiva a largo plazo sugiere que la socialización de la revolución es menos sencilla
de lo que la ortodoxia resulta pretende hacernos creer, y también sugiere que este desafío recurrente,
aunque generalmente frustrado, es un producto tanto de factores internos como externos. La
conclusión de esto es que hasta que haya un reimposición de la homogeneidad, es decir hasta q los
órdenes internos de los E revolucionarios divergentes vuelvan a los órdenes convencionales de otras
potencias, las potencias revolucionarias y las no revolucionarias estarán en conflicto.
La interacción entre las revoluciones y el sistema internacional plantea, por lo tanto, unas
cuestiones que no solo están vinculadas al estudio de la revolución, sino también al de las propias
relaciones internacionales. A partir de esas implicaciones es posible delinear cinco áreas en las que
se sitúan las revoluciones.
Vínculos internacionales e internos.
Las revoluciones no obligan a cuestionarnos el supuesto realista fundamental de que las
estructuras internas/domésticas pueden excluirse del estudio de las relaciones internacionales: el
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más breve examen de cómo han contribuido las evoluciones al conflicto internacional, o a la guerra
en sentido estricto, demuestra como la cadena interactiva es un elemento fundamental de la
explicación de cómo surgieron estas guerras.
Hay algunas implicaciones del concepto de E para el estudio de las revoluciones. Las
revoluciones se hacen en los E y sin embargo, las relaciones internacionales trabajan con un
concepto problemático y cada vez más cuestionado del propio E.
El concepto de E que se usa convencionalmente en relaciones internacionales impide
examinar precisamente esos procesos que hacen que las revoluciones sean internacionales.
El segundo concepto de E más restringido nos permite concebir a los E en su doble carácter,
como entidades de dos caras que miran a la vez hacia dentro, hacia la sociedad que intentan
dominar, y hacia fuera, hacia los otros E con los q interactúan con la meta de reforzar su propia
posición interna. A partir de ese doble concepto resulta también posible reexaminar un rasgo del
sistema internacional. Los factores internos en la actividad internacional nos conducen a la cuestión
de la homogeneidad y heterogeneidad. Después de todo, los E con regímenes diferentes pueden
comerciar e intercambiar embajadores. Si respetan la no injerencia y aceptan la diversidad de los
sistemas internos, entonces la heterogeneidad no debería ser causa de conflicto.
Además, cierto elemento de heterogeneidad podría considerarse beneficioso para los E, ya
que proporciona otro, un objeto extraño y amenazador en el mundo externos, a partir del cual los E
pueden movilizar apoyo social y político internos.
El problema de la homogeneidad va más allá, en el sentido de que oscurece la que es quizás
la cuestión fundamental, a saber, la del papel de la homogeneidad en sentido positivo, en el
reforzamiento de los E, es decir, en el reforzamiento de la estabilidad de los E a partir de una
interacción normal.
Esto apunta a la idea de que la dimensión internacional es fundamental no solo para
explicar la desestabilización de los E cuando hay heterogeneidad sino también para explicar la
estabilidad de los órdenes políticos y sociales cuando hay homogeneidad.
En otras palabras, la clave para entender el desafío ideológico de la heterogeneidad reside en
identificar el papel ideológico preexistente de la homogeneidad y el reforzamiento.
Revoluciones y guerra
No es necesario decir que tanto las guerras causas revoluciones como viceversa.
Para seguir con esto hace falta traer a colación un rasgo difícil pero recurrente en el debate
sobre las relaciones internacionales, a saber, el de la relación de la seguridad entre los E y la
seguridad dentro de los E (o seguridad vertical vs seguridad horizontal).
Quienes establecen un vínculo estrecho entre los dos tipos de seguridad están inclinados
bien a ser coherentes y unos perfectos contrarrevolucionarios o a defender un permanente proceso
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revolucionario mundial sobre la base de que el conflicto entre E revolucionarios y
contrarrevolucionarios es inevitable.
El consenso no ha consistido en evitar el problema y negar que las revoluciones conduzcan a
la guerra; a resueltas de ello, la comunidad internacional no estaba preparada para el estallido de las
guerras que siguió a las revoluciones del tercer mundo.
Estas cuatro cuestiones, presentes en la teoría de las relaciones internacionales en general,
llevan a una quinta que subyace a la manera en la que cada uno de los principales paradigmas de
las relaciones internacionales trata la cuestión de las dimensiones internacionales de la revolución, o
sea, el propio carácter del sistema internacional.
Para los realistas el sistema está constituido por E en interacción, para los pluralistas y
behavoristas, los E mantiene su importancia pero el sistema permite otras interacciones que no
operan a través de los E; y para los materialistas el sistema internacional está constituido por un
sistema socioeconómico global, el K, superpuesto a unas estructuras políticas.
Por un lado los teóricos realistas y transnacionales subestiman el grado en el que E y
sociedades aparentemente separadlos se han formado y siguen existiendo dentro de un contexto
internacional definido por rasgos sociales, económicos e ideológicos comunes.
El modelo convencional marxista sufre del problema opuesto, o sea la exageración en base a
factores socioeconómicos.
Puede argumentarse, a partir del colapso del comunismo y del fin, o al menos la atenuación
de la perspectiva revolucionaria heredada de la revolución francesa, que la cuestión de la revolución
perderá su centralidad ene. Funcionamiento de las relaciones internacionales. Aun si fuera así, ello
no anularía la necesidad de reconsiderar la historia del sistema internacional de los últimos 500 años
y de examinar las posibles consecuencias teóricas e históricas.
En primer lugar, si aceptamos que es improbable o imposible que tenga lugar revoluciones
en E democrático, solo nos estamos refiriendo a tres docenas de los casi 200 E del mundo.
Los sociólogos históricos, los economistas políticos internacionales y los analistas de la
revolución se enfrentan todos a la cuestión de que es lo que constituye el sistema, que es también la
cuestión fundamental de las TI. Lo menos que podemos decir es que no se ha llegado a ninguna
respuesta adecuada enmarcada en términos históricos y teóricos. El estudio de las evoluciones como
fenómenos internacionales puede brindar un medio de aproximarse a esta cuestión y a otras.
KENNEDY, Paul. Auge y caída de las grandes potencias. Madrid, Plaza y Janés,
1990.
Cap. V “El advenimiento de un mundo bipolar y la crisis de las “potencias medianas”:
1885-1914.
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En el invierno de 1884-1885, las grandes potencias del mundo y unos pocos Estados
menores se reunieron en Berlín, en un intento de llegar a un acuerdo sobre comercio, navegación y
fronteras, en África occidental y el Congo, y en general, sobre los principios de una ocupación
efectiva en África.
Japón no fue miembro de la Conferencia: aunque se modernizaba rápidamente, todavía era
considerando por Occidente como un Estado pintoresco y atrasados.
EEUU estuvo en la Conferencia de Berlín. También Rusia; pero aunque sus intereses en Asia
eran considerables, tenía pocos en África q fuesen importantes.
La relación triangular entre Londres, Paris y Berlín y Bismarck ocupaba la importantísima
posición del centro. El destino del planeta parecía descansar en Cancillerías de Europa. Por
supuesto, si la Conferencia hubiese tenido q decidir el futuro del impero Otomano en lugar del de la
cuenca del Congo, países como Austria-Hungría y Rusia habrían desempeñado un papel importante.
A lo largo de 3 decenios gran parte del continente seria económicamente devastado, y su
futuro estaría en manos de los q tomaban decisiones en Washington y Moscú.
Aunque es obvio q nadie podía prever en 1885 la ruina y la desolación q prevalecían en
Europa 60 años tarde, lo cierto fue q algunos observadores percibieron la dirección de la dinámica
del poder mundial a fines de siglo. Lo más notable de estos pronósticos fue el renacimiento de la
idea de Tocqueville acerca de q los EEUU y Rusia serían las dos grandes potencias del futuro.
¿Quién acompañaba a estos países? La teoría de los Tres Imperios Mundiales, es decir, la
creencia popular de q únicamente las tres Naciones-estado más grandes y poderosas seguirían
siendo independientes, preocupó a muchos estadistas mundiales. Se referían a Rusia, Inglaterra,
Estados Unidos y Alemania.
Para las antiguas potencias, GB, Francia y Austria-Hungría, el problema era si podrían
mantenerse ante los nuevos desafíos al statu quo internacional.
Para las nuevas potencias, Alemania, Italia y Japón, el problema estaba en si podrían
atravesar lo q Berlín llamaba una “libertad política mundial”, antes de q fuese tarde.
Existían entre las elites gobernantes, los círculos militares y las organizaciones imperialistas
una visión predominante del orden mundial, q hacía hincapié en la lucha, el cambio, la
competencia, el empleo de la fuerza y la organización de los recursos nacionales para incrementar el
poder del Estado. Las regiones menos desarrolladas del Globo serían rápidamente divididas.
Incluso un Estado moderno sería también eclipsó si no se apoyara en unos cimientos
industriales y productivos sólidos. Las potencias triunfales serán aquellas q tengan la mayor base
industrial.
Gran parte de la historia de las cuestiones internacionales durante el siguiente medio siglo
resultó ser la confirmación de las predicciones: se produjeron cambios en el equilibrio del poder; se
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derrumbaron los viejos imperios y surgieron nuevos. Así, el mundo multipolar de 1885 fue
sustituido por uno bipolar.
La actividad industrial y la ciencia se fueron convirtiendo en los pilares de fuerza de las
naciones. Los individuos contaban en la política de poder solo porque podían controlar y
reorganizar las fuerzas productivas de los grandes Estados.
La política de alianzas y de toma de decisiones darán cuenta de:
Los cambios en la base productiva militar-industrial.
Los factores geopolíticos, estratégicos y socioculturales q influyeron en las respuestas de los
Estados, y de los grandes cambios políticos y diplomáticos.
El equilibrio cambiante de las fuerzas mundiales.
El comercio mundial y la red de comunicaciones, implicó más q un cambio en las
respectivas participaciones nacionales en la producción de acero, un cambio en el potencial militar.
A potencia militar no es sinónimo, en una era de guerra moderna, de fuerza militar.
El volumen de la población no es nunca un indicador seguro de poder. Sí lo es un indicador
significativo de modernización industrial-comercial.
Las importantes diferencias entre las grandes potencias se ponen de manifiesto cuando se
examinan los datos de la productividad industrial.
También la mejor medida de industrialización de una nación reside en su consumo de
energía, ya q indica la capacidad técnica.
La posición de las potencias, 1885-1914.
Países con una producción industrial idénticas pueden merecer calificaciones distintas en
términos de efectividad de gran potencia. Tal vez la mejor forma de ilustrar la diversidad de la
efectividad estratégica es observando a los 3 recién llegados al sistema internacional: Italia,
Alemania y Japón.
Los dos primeros se convirtieron en Estados unificados en 1870.-1871. El tercero empezó a
salir del aislamiento autoimpuesto tras la Revolución Meiji de 1868.
Entre 1880 y 1890, cada una iba adquiriendo territorios de ultramar y empezó a construir su
propia flota moderna como complemento de los territorios que tenía,
Cada uno tenía elementos de cálculos diplomáticos de la época.
Sin embargo, todas estas similitudes no pueden compensar sus diferencias de fuerza real.
Italia.
El advenimiento de la nación italiana significó un cambio en el equilibrio europeo. Su auge
impresionó a Francia y Austria-Hungría, y si su entrada a la Triple Alianza “resolvió” la rivalidad
ítalo-austríaca, por otro confirmó q una Francia aislada se enfrentaba a dos enemigos fuertes.
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Pero el aspecto de gran potencia de Italia encubría algunas grandes debilidades: su atraso
económico, su analfabetismo del 40%, fincas pequeñas, suelo pobre, poca inversión, transportes
inadecuados, carbón británico q perjudicaba la balanza de pagos.
Esto no implica q no haya habido modernización. El crecimiento industrial se produjo más
de prisa q en cualquier otra parte de Europa. Se intensificó las migraciones a las ciudades, se
reajustaron los créditos industriales desde los bancos, y se elevó la renta nacional. Italia “creó” una
industria de hierro y acero, pero para 1913 equivalía a 1/8 de la de GB, 1/10 de la Alemania y 2/5 de
la Bélgica.
Otro problema eran las fidelidades q existían en la política eran familiares y regionales, pero
no nacionales. El distanciamiento entre Norte-Sur, exacerbado por la industrialización del primero y
la falta de contacto con el mundo exterior por parte del segundo, no eran mitigados por la hostilidad
entre el gobierno italiano y la Iglesia católica, q prohibía a sus miembros servir al Estado.
Las consecuencias de esto sobre la posición estratégica y diplomática fueron deprimentes. El
Estado Mayor italiano no sólo tenía plena conciencia de su inferioridad numérica y técnica en
comparación con los franceses, y con los austro-húngaros, sino q sabía también q la inadecuada red
de ferrocarriles y el arraigo del regionalismo hacían imposible los despliegues flexibles al estilo
prusiano.
El pacto de Alianza q firmó Italia con Berlín en 1882 fue alentador, cuando pareció q
Bismarck paralizaba a los franceses; pero entonces el gobierno italiano siguió presionando para
obtener lazos más estrechos con GB. Así, en 1900 Francia y GB se acercaron.
En 1914 Italia ocupaba una posición parecida a la de 1871: fue la última de las grandes
potencias, imprevisible y nada escrupulosa a los ojos de los vecinos, y poseía ambiciones
comerciales y expansionistas en los Alpes, los Balcanes, el norte de África y más lejos, q chocaban
con los intereses de amigos y rivales.
Japón.
Italia era un miembro marginal del sistema de las grandes potencias en 1890, pero Japón ni
siquiera formaba parte del club. Durante siglos había sido gobernado por una oligarquía feudal
compuesta por señores territoriales (daymyo), y una casta aristocrática de guerreros (samuráis).
Japón carecía de todos los q consideraban requisitos previos al desarrollo económico;
aislado del resto del mundo por su lenguaje, y por una fuerte conciencia de unicidad cultural, el
pueblo japonés permaneció encerrado en sí mismo.
Parecía destinado a permanecer políticamente inmaduro, económicamente atrasado y
militarmente impotente en términos de potencia mundial. Sin embargo, en dos generaciones se
había convertido en un elemento principal en la política internacional de Extremo Oriente.
3
La Triple Entente fue una coalición conformada por la alianza de Gran Bretaña, Francia y Rusia.
La nueva potencia mundial, Alemania, gobernada por Guillermo II, en 1890 consiguió que tres potencias que tenían
importantes diferencias entre sí, Francia, Reino Unido y el Imperio ruso, se aproximaran y terminaran por coaligarse
como la Aliada Mayor Nacionalista para hacer frente a la Triple Alianza del Imperio alemán, Imperio
austrohúngaro e Italia.
4.2. La guerra Fría. El liderazgo norteamericano y sus tres frentes de conflicto. El Bloque
soviético: sovietización y desestalinización. La distensión, reorganización de los bloques y nuevas
tensiones. La descolonización y la aparición del Tercer Mundo como polo de poder. La aparición de
Subsistemas: los conflictos árabe-israelí, indo-paquistaní y chino-soviético.
ARON, Raymond. La república imperial. Madrid, Alianza, 1976.
“Entre la diplomacia imperial y el aislacionismo”
El autor escribe esto en el 25° aniversario del famoso artículo de Kenna, de que rescata el
concepto de “contención del comunismo”, concepto que otros estadounidenses subrayaron
agregándolo el “rechazo activo”. A lo largo del libro admitirá que la conducta efectiva de los EEUU
durante los 25 años se adecuó a la fórmula de la contención del comunismo con una sola excepción:
la tentativa de unificar Corea por medio de las armas.
Otros dos especialistas expusieron dos objeciones: primero que había que tener en cuenta las
ilimitadas implicaciones de esta doctrina y por otro que se suplantaría la diplomacia de un E por los
definidos intereses y los recursos de una misión universal y planetaria: detener la expansión del
poderío o de la influencia soviética. Más precisamente esa doctrina se prestaba a objeciones de
derecha e izquierda.
En la medida en que los EEUU, tras la SGM se propusieron un objetivo o se adjudicaron
cierta misión ¿Qué otra fórmula que la de la contención del comunismo se les ofrecía a partir del
momento en que se revelaba imposible cooperar con Stalin?
Esa contención visibilizaba la versión defensiva de la inevitable rivalidad establecida frente
a la URSS.
La extensión al África de la doctrina presentaba exactamente la misma racionalidad que la
sustitución de GB por parte de EEUU en la función de garante del equilibrio europeo de protector.
Japón no habría tolerado que se reconstruyera la unidad coreana bajo un régimen hostil, y los
EEUU que se habían asumido la carga de la soberanía japonesa, actuaban como cualquier gobierno
del Imperio del Sol Naciente.
También la militarización de la contención del comunismo en Europa siguió la campaña
Coreana.
5
Se constituye CENTO, anterior pacto de Bagdad de 1955, GB, Turquía, Irán, Iraq, y Pakistán vs. Los comunistas.
6.2. Los Estados Unidos ante el desafío de su hegemonía. Del momento unipolar al
multilateralismo económico y la “doctrina Clinton”. El atentado y la redefinición de la agenda
internacional (?). En busca de un nuevo enemigo: los oponentes potencialmente comparables, los
Estados Rebeldes y el nuevo terrorismo.
FUKUYAMA, Francis. “¿El fin de la Historia?” en: Babel. Revista de libros.
Buenos Aires, Enero de 1990, Año II, Nº 14.
Lo observado: El triunfo de Occidente es evidente primariamente en el total agotamiento de
las alternativas sistémicas viables al liberalismo occidental. Esto se ve en los cambios en el clima
intelectual de los dos países comunistas más grandes y en la omnipresencia de la cultura de
consumo.
La tesis: Lo que estamos presenciando puede ser no sólo el fin de la Guerra Fría, sino el fin
de la historia como tal: esto es, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la
universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano. Esto
no quiere decir que no vayan a ocurrir más acontecimientos: la victoria del liberalismo ha ocurrido
primariamente en el reino de las ideas o de la conciencia, pero todavía está incompleta en el mundo
Esa es la victoria del totalitarismo: no solo fusilar a los supuestos enemigos sino quebrar los
pocos restos de humanidad que le quedan a las personas, transformarlas en sujetos vacíos,
manipulables, obedientes.
Esa es la lección del Gran Terror: el peligro de acostumbrarnos al mal.
Villani: “De la prosperidad a la crisis económica”
Para Europa los años 20 son los de la reconstrucción y experimentación de nuevos
regímenes. Para USA son los de prosperidad. La difusión masiva de bienes durables como
automóviles, electrodomésticos. Productividad alta, y mayor capacidad de compra del consumidor.
Henry Ford puede ser considerado el más convencido y coherente partidario y
experimentador de los nuevos procedimientos. El modelo taylorista, organización y ejecución del
trabajo deben estar a cargo de personas diferentes. El perfeccionamiento de las máquinas de
herramientas y la racionalización de los procedimientos permitían no solo el aumento de la
producción sino también la reducción del horario laboral y más remuneraciones
Desarrollo de la prensa popular, radio, cine y tv. Tiempo libre para la práctica del deporte.
En nueva york la facilidad del crédito atraía la especulación. Luego la confianza tambaleo
las cosas, lo cual termino la época de la prosperidad de Wall Street. El quiebre causo una drástica
reducción del crédito que había alimentado el mecanismo del mercado de la nueva sociedad de
consumo. Los bancos tenían dificultades; el círculo producción-consumo se rompía; automóviles y
neveras quedaban sin vender; las fábricas cerraban o reducían el trabajo; los obreros quedaban en el
paro.
A partir de 1931 ningún país pudo sustraerse de las repercusiones.
La restricción al crédito se impuso como forma de controlar la especulación. El gran boom
industrial había descansado en las facilidades de crédito y en la confianza de cumplir con los
vencimientos de cuotas a largo plazo para adquirir casa, auto, etc.
La experiencia de USA sirvió para que Keynes reformule su teoría y formular al trabajo y
las rentas como factores esenciales del desarrollo.
El sistema k se veía amenazado en sus raíces y desafiado por las nuevas ideologías y los
nuevos regímenes; el fascismo y el comunismo... las consecuencias políticas inmediatas fue la
derrota del partido republicano y la propuesta del New Deal de Roosevelt. Keynes apoyaría al presi.
El economista ingles dio forma científica y teórica a las ideas para regular la economía
capitalista y recuperar el equilibrio económico con elevados niveles de empleo y beneficios,