Sunteți pe pagina 1din 17

www.interletras.com.br – v.1, n. 5 – jul./dez.

2006

Borges y las magias del Quijote

Biagio D’Angelo
Universidad Católica Sedes Sapientiae

El hombre se despierta de un incierto


Sueño de alfanjes y de campo llano
Y se toca la barba con la mano
Y se pregunta si está herido o muerto.
¿No lo perseguirán los hechiceros
que han jurado su mal bajo la luna?
Nada. Apenas el frío. Apenas una
Dolencia de sus años postrimeros.
El hidalgo fue un sueño de Cervantes
Y don Quijote un sueño del hidalgo.
El doble sueño los confunde y algo
está pasando que pasó mucho antes.
Quijano duerme y sueña. Una batalla:
Los mares de Lepanto y la metralla.

(J.L. Borges, Sueña Alonso Quijano)

El sinólogo Stephen Albert, en El jardín de los senderos que se


bifurcan, refiere que un ilustre hombre de letras, Ts’ui Pên, nunca se
creyó novelista, porque era consciente de que “en su país la novela
es un género subalterno”1, hasta haber sido, en los tiempos pasados
de su producción creativa, un género despreciable. Tal afirmación
podría ser del mismo Borges, que, al no escribir nunca una novela, se
consideraba ajeno a una forma, como la novelesca, que desconoce la
síntesis, que acepta sólo un modelo cerrado y cuya extensión
amenaza seriamente la emoción estética textual. Sin embargo, hay
excepciones: los relatos abiertos de Las mil y una noches, que se
nutren de la forma misma del libro, para superar la tentación de la
oralidad y el terror de lo infinito, y las aventuras del paladín furioso

1
Jorge Luis Borges, Ficciones, en Obras completas en cuatro volúmenes, Buenos
Aires, Emecé, 2005, vol. I, p. 513.
www.interletras.com.br – v.1, n. 5 – jul./dez. 2006

de Ariosto, ejemplo de imaginación libre de especulaciones


ideológicas, recorren las páginas de las ficciones borgianas, como las
pocas, únicas “novelas” apreciadas por el escritor argentino.

Si bien se señala la oscura decisión de Borges de nunca escribir


novelas, de una cierta manera, podríamos atrevernos a pensar que el
Quijote cervantino sea una conspicua excepción. Maestro absoluto del
palimpsesto, Borges transforma sus cuentos en apariencia de
ensayos, y el lector no sabe con certeza a qué atenerse: es lo que
ocurre, por ejemplo, con Pierre Menard, autor del Quijote. El mundo
clasificatorio parece, en una atenta investigación, eliminar las
barreras entre un género y otro, entre una forma y otra, hasta la
realización de un nuevo Quijote, en todo similar a la edición primaria
de 1605. Entre palimpsestos, revisiones y alteraciones de los códigos
literarios, Borges cambia definitivamente las estructuras mentales del
lector, subvierte las categorías de la comunicación escrita, adopta
una postura casi marginal, pero en esta marginalidad construye una
propia epistemología.

El Quijote borgiano, de hecho, simboliza el paradigma de la reflexión


sobre los géneros literarios y la creación literaria, donde campean
victoriosos el protagonismo del lector y la figura indispensable,
aunque a veces esquiva, del autor. Un lector y un autor que operan,
ambos, como “traductores”, identificando así, de forma
extraordinaria, las diferentes actividades de la literatura, en un único
eje generador, fundamental en la estética borgiana. Lisa Block de
Behar recuerda que, entrevistando a Borges y preguntándole si Pierre
Menard era, “más que el autor, un lector de Don Quijote”, el autor de
www.interletras.com.br – v.1, n. 5 – jul./dez. 2006

Ficciones le había respondido “sin vacilar: lector o autor, es lo mismo,


¿no es cierto?”.2

Al hablar del Don Quijote en la obra de Borges, resulta casi imposible


distanciarlo de la figura ya igualmente mítica de Pierre Menard, sobre
el que se han derramado ríos de palabras y comentarios. Sin
embargo, el breve ensayo crítico sobre las “magias parciales” del
Quijote, insertado en Otras inquisiciones, se abre a una discusión
sobre la “posible verdad” de nuevas observaciones sobre la obra
cervantina. Se trata de un apasionado homenaje no solo a Cervantes
sino a la lectura, como capacidad imaginativa de recreación de
mundos ficcionales, como posibilidad interpretativa de la realidad y,
finalmente, como función pedagógica ineludible, aunque arriesgada,
demoledora, cuando no guiada, no acompañada, no sostenida.

Los libros de caballerías hacen perder el seso a Alonso Quijano:


careciendo de un guía que le ayude a descubrir el sentido unitario de
las cosas, don Quijote reconstruye el mundo a su manera; es por eso,
que él constituye el primer ejemplo moderno de separación y
contradicción de la realidad. Para Borges, el Quijote es una obra
“realista”, no en el sentido que siempre se le otorga a esta
taxonomía: Cervantes “le hizo contraponer a un mundo imaginario
poético, un mundo real prosaico”. […] Para Cervantes son antinomias
lo real y lo poético”3. Cervantes, en la lectura borgiana, observa la
realidad entera como novela, es decir como posible argumento
novelesco, puesto que indirectamente poética. La intuición de
Borges/Cervantes -porque el crítico mismo se coloca en un plan de

2
Lisa Block de Behar, Una retórica del silencio. Funciones del lector y
procedimientos de la lectura literaria, México-Buenos Aires-Madrid, Siglo XXI, 1994,
p. 73.
3
Jorge Luis Borges, Otras inquisiciones, en Obras completas en cuatro volúmenes,
op. cit., vol. II, p. 48.
www.interletras.com.br – v.1, n. 5 – jul./dez. 2006

traducción e interpretación de la obra-, consiste, entonces, en el


hecho de que la exclusión de lo sobrenatural desde el Don Quijote
refuerza paradójicamente la percepción maravillosa de lo cotidiano4.

El plan de su obra le vedaba lo maravilloso; este, sin


embargo, tenía que figurar, siquiera de manera indirecta,
como los crímenes y el misterio en una parodia de la novela
policial. Cervantes no podía recurrir a talismanes o a
sortilegios, pero insinuó lo sobrenatural de un modo sutil, y,
por ello mismo, más eficaz. Íntimamente, Cervantes amaba
lo sobrenatural5.

Alguien ha escrito que las oscilaciones de engaños y desengaños


construyen el Don Quijote como una máquina de sueños, un artificio
narrativo que muestra situaciones, circunstancias que carecerían de
realidad o fundamento; sin embargo, si nos fiamos de las palabras de
Borges, Cervantes debía amar aquella realidad que trasciende la
realidad física, natural; más bien, crea, penetrando en los abismos
metafísicos barrocos, una nueva estratificación y significación del
“sueño”: no ya como ausencia o irrealización de proyectos, sino como
“aventura”, es decir como un acontecimiento tal vez inexplicable,
sobrenatural, que se alimenta de la misma realidad y, al mismo
tiempo, la excede para buscarle sentido.

Para Borges, Don Quijote es una ingeniosa construcción ficcional de


aventuras que procuran empujar la razón, a través de riesgos,
peligros y acaecimientos felices, a la búsqueda de la verdad, que,
según las palabras de C. S. Lewis, compendia la aventura más

4
Es notorio que en la época cervantina, la poética al uso exigía la narración de
hechos extraordinarios, de forma que el escritor no tenía en principio ningún tipo de
compromiso realista. Cervantes encontró en la contraposición de "realidad" y
"fantasía" el espacio de la parodia que permitía la inversión de los órdenes: ver la
realidad como algo "maravilloso" (como en el caso del debate sobre el yelmo de
Mambrino) y, al revés, lo fantástico, lo literario, como algo del día a día (de aquí se
mueven la banalización y el comentario sobre los libros a lo largo de la novela
cervantina).
5
Jorge Luis Borges, Otras inquisiciones, en Obras completas en cuatro volúmenes,
op. cit., vol. II, p. 48.
www.interletras.com.br – v.1, n. 5 – jul./dez. 2006

apasionante de lo cotidiano. Se trata, asimismo, de aventuras que


cuestionan la realidad y la imaginación, transformando el libro
cervantino en una narración-pretexto, que enlaza viajes concretos y
viajes intangibles, y la lectura en acto de conocimiento que se
estructura a través de palabras y ficciones. Fernando del Paso
observa que cada aventura del Quijote desvía, con frecuencia, hacia
el desencanto: la realidad no linda con las aspiraciones fantásticas del
hombre, y más bien, aumenta el intervalo entre ellas: “El libro de
Cervantes es asimismo, quizás, un viaje que tiene como punto de
partida la ilusión y como punto de llegada la desolación”6.

***

De aquí se bifurcan dos aspectos íntimos de la poética borgiana: por


un lado, la aventura como hilo conductor de sus preferencias
estéticas (piénsese en su predilección hacia Stevenson o hacia la
ciencia ficción); por el otro, la superación de la monotonía de la
realidad a través de los libros, legítimos “amigos” que acompañan la
experiencia de la lectura.

La conferencia que Borges pronunció en la Universidad de Texas en


1968 es reveladora de algunos de estos aspectos que estamos
tratando, de la aventura al sueño, de lo sobrenatural a la amistad, en
una feliz mezcla que sublima el libro en cuanto experiencia de
apertura de la razón y de la imaginación.

Borges admiraba la capacidad imaginativa de Cervantes, y loaba,


sobre todo, su habilidad de insertar, en una realidad aparentemente
seca, árida, despojada de cualquier realismo que presuma copiar lo

6
Fernando del Paso, Viaje alrededor del Quijote, México, Fondo de Cultura
Económica, 2004, p. 67.
www.interletras.com.br – v.1, n. 5 – jul./dez. 2006

que se observa, sueños, aventuras, fantasías, que ennoblecen la


percepción de lo visible (en unas significativas líneas de El otro, el
mismo se lee: “Para borrar o mitigar la saña / de lo real, buscaba lo
soñado/ Y le dieron un mágico pasado/ Los ciclos de Rolando y de
Bretaña”7). Esta magia es, a la vez, efecto y artificio de la literatura.
Como nos recuerda en “Un problema” (El Hacedor), donde afirma,
con un paradójico ejemplo, que don Quijote, —el cual “no logró
jamás olvidar que era una proyección de Alonso Quijano, lector de
historias fabulosas”— intuye que “matar y engendrar son actos
divinos o mágicos que notoriamente trascienden la condición
humana”8. Borges sabe que la literatura (en su acto de aceptación
reconocida, la lectura) trasciende justamente la condición humana
porque “en el principio de la literatura está el mito, y asimismo en el
fin”9. Sin la literatura, la realidad, para don Quijote y para Cervantes,
vencería el impulso imaginativo y creativo (“le temps mange la vie”,
nos advierte Baudelaire): “Para el soñador y el soñado, toda esa
trama fue la oposición de dos mundos: el mundo irreal de los libros
de caballerías, y el mundo cotidiano y común del siglo XVII”10. Sin
embargo, el Quijote, paradigma del destino de la verdadera
literatura, que sobrepasa la intención del autor, “pobre cosa humana,
falible”11, perdura por la “pasión del tema tratado”12, que dominaba
Cervantes: “Le interesaban demasiado los destinos de Quijote y
Sancho para dejarse distraer por su propia voz”13. Como Borges,
también Ortega y Gasset, décadas antes, había problematizado la
realidad del personaje-Quijote, delineando su ontología y sus

7
Jorge Luis Borges, El otro el mismo, en Obras completas en cuatro volúmenes, op.
cit., vol. II, p. 272.
8
Ibidem, p. 183.
9
Ibidem, p. 188.
10
Ibidem, p. 188.
11
Ibidem, vol. IV, p. 180.
12
Ibidem, vol. I, p. 216.
13
Ibidem, vol. I, p. 215.
www.interletras.com.br – v.1, n. 5 – jul./dez. 2006

aventuras dentro una “naturaleza fronteriza”, una naturaleza


totalmente humana, que permite un milagro laico: “Tal vez no
sospechábamos hace un momento lo que ahora nos ocurre: que la
realidad entre en la poesía para elevar a una potencia estética más
alta la aventura”14.

Borges descubre que, a pesar de sus debilidades estilísticas, de estas


patéticas vanidades que creen en la perfección humana, la propuesta
cervantina puede sobrevivir al fuego de la inmortalidad: son el
diálogo sincero y la tierna amistad que vinculan a Cervantes con su
Quijote que, fuera de psicologismos presuntuosos y jadeantes,
permiten que el autor “padezca” (en su sentido etimológico y
evangélico de “pasión”) con su personaje, y el lector, gracias a una
callada complicidad, reviva eternamente las aventuras del héroe,
como si soñador y soñado se unieran en la función capital del lector,
es decir, la magia de hacer “experiencia” de la ficción. El poema
“Lectores”, extraído de El otro, el mismo, permite adentrarse hasta
en la misma experiencia de Borges autor y lector cervantino.

De aquel hidalgo de cetrina y seca


tez y de heroico afán se conjetura
que, en víspera perpetua de aventura,
no salió nunca de su biblioteca.
La crónica puntual que sus empeños
narra y sus tragicómicos desplantes
fue soñada por él, no por Cervantes,
y no es más que una crónica de sueños.
Tal es también mi suerte. Sé que hay algo
inmortal y esencial que he sepultado
en esa biblioteca del pasado
en que leí la historia del hidalgo.
Las lentas hojas vuelve un niño y grave
sueña con vagas cosas que no sabe15.

14
José Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote. Ideas sobre la novela, Madrid, Espasa-Calpe, 1969, p.
127.
15
Ibidem, vol. II, p. 287.
www.interletras.com.br – v.1, n. 5 – jul./dez. 2006

El yo poético (es fácil, en este caso, identificar Borges con Alonso


Quijano) percibe la fuerza de los libros en lo inmortal y esencial que
ellos ocultan: como los volúmenes quemados en la biblioteca de
Alejandría y en la biblioteca quijotesca de libros de caballería,
censurada por el barbero y el cura, en un fuego grotescamente
depurador, las “vagas cosas que no sabe(mos)” pertenecen a la
memoria de la humanidad y en los libros leemos y releemos –
operación fundamental en la estética borgiana – líneas, palabras,
frases para escudriñar la felicidad que conllevan y para satisfacer la
justa virtud del conocimiento. Borges hubiera, sin duda, subrayado el
comienzo del ensayo de Montaigne sobre las experiencias, que
recuerda que “ningún deseo más natural que el deseo de conocer.
Todos los medios que a él pueden conducirnos los ensayamos, y,
cuando la razón nos falta, echamos mano de la experiencia”16. Para
Borges los libros son sendas y crónicas de sueños, enciclopedias
infinitas y posibilidades de felicidad: Montaigne, borgiano ante
litteram, asegura que “la verdad es cosa tan grande que no debemos
desdeñar ninguna senda que a ella nos conduzca”17. Así, la literatura
se convierte en signo y alegoría de la auténtica amistad: al recibir en
obsequio una edición de la Enciclopedia de Brokhause Borges
afirmaba haber sentido “como una gravitación amistosa del libro”18.

Un libro, como el Amadis de Gaula, encendió la mente de Alonso


Quijano de sueños y otras ilusiones: ¿podría, entonces, el libro ser
incluido dentro la lista de las relaciones “no peligrosas” que sustentan
al lector, si tamaño desastre ha causado por toda la Mancha? Si el
libro estropea, corroe, desfigura la realidad como signo cierto, ¿puede

16
Michel de Montaigne, Ensayos, Libro II, cap. XIII, “De la experiencia”, traducción
de Constantino Román y Salamero, en http://www.cervantesvirtual.com
17
Ibidem
18
Jorge Luis Borges, Borges, oral, en Obras completas en cuatro volúmenes, op.
cit., vol. IV, p. 183.
www.interletras.com.br – v.1, n. 5 – jul./dez. 2006

ser invocado como divino, sagrado, amigo? A Montaigne le fastidiaba


la conversación sobre los libros, y a su manera, tenía razón: “Da más
quehacer – glosaba él - interpretar las interpretaciones que dilucidar
las cosas; y más libros se compusieron sobre los libros que sobre
ningún otro asunto: no hacemos más que entreglosarnos unos a
otros. El mundo hormiguea en comentadores; de autores hay gran
carestía”19.

Aunque Montaigne, desde su escepticismo aniquilador, advierte del


peligro de las interpretaciones librescas, para Borges, el Quijote huye
del grupo de los textos que se nutren, como vampiros, de otros
textos. Más que un libro, o más que un autor, el Quijote representa el
milagro de la consubstanciación de un héroe de papel en “amigo”:
como pocos otros (Huckleberry Finn, Mr. Pickwick y Peer Gynt),
“todos podemos considerar a Don Quijote como un amigo. Esto no
ocurre con todos los personajes de ficción”20, declara Borges en la
célebre conferencia de 1968. Borges concuerda con Stevenson en
considerar al personaje como “tan sólo una ristra de palabras”21; sin
embargo, el Quijote, desde las miles páginas que se consignan al
lector, cobra vida y confunde, por la eternidad, dos sueños, el sueño
de la realidad y el de la matière de Bretagne.

Sin embargo, el problema, como afirma Carlos Fuentes, está en otra


dimensión: la lectura, ya que “el Hidalgo cree en lo que lee y su
sacrificio consiste en recobrar la razón. Debe, entonces, morir.
Cuando Alonso Quijano se vuelve razonable, Don Quijote ya no puede

19
Michel de Montaigne, Ensayos, Libro II, cap. XIII, “De la experiencia”, op. cit.
20
Jorge Luis Borges, “Mi entrañable señor Cervantes”, en Papel Literario de El
Nacional, 1 de agosto de 1999, recogido por Julio Ortega y Publicada en Inti.
Revista de literatura hispánica (Providence, U. S. A.), número 45, primavera de
1997. Se ha consultado, en este caso, la página web:
http://www.analitica.com/bitbiblioteca/jjborges/cervantes.asp
21
Ibidem.
www.interletras.com.br – v.1, n. 5 – jul./dez. 2006

imaginar”22. La lectura, por tanto, sugiere Borges, amenaza al lector


con un juego perverso: el lector puede volverse ser de ficción. Pierre
Menard es un caso típico que aquí solo se menciona.

Cervantes, además, entra y sale de su misma escritura, en un


divertido juego de fantasía y realidad, consciente que la misma
realidad que estaba ficcionalizando se componía, a su vez, de
imaginación, ensueños, utopías, los cuales constituyen la naturaleza
propia de cualquier relato y la posibilidad de configurar nuevos
mundos y nuevos paradigmas poéticos: pensemos en el capítulo IX
de la primera parte del Quijote, cuando, tras haberse suspendido la
batalla entre el vizcaíno y don Quijote, aparece el "autor" (léase
Cervantes u otro alter ego suyo) que encuentra el manuscrito arábigo
de Cide Hamete, o las charlas de los primeros capítulos de la segunda
parte con el simpático Sansón Carrasco, estudiante de Salamanca
que ha leído la novela. “Cervantes deja abierto un libro donde el
lector se sabe leído y el autor se sabe escrito”, bromea Fuentes.
Borges bien conoce este espacio fronterizo en el que la tragedia se
adentra en la historia y la burla se “burla” de su autor (no del
bonachón que la sufre). Por ello, Borges recuerda en su conferencia:

Cervantes, como él mismo dijo dos o tres veces, quería que


el mundo olvidara los romances de caballería que él
acostumbraba leer. Y sin embargo si hoy se recuerdan
nombres tales como Palmerín de Inglaterra, Tirant lo Blanc,
Amadís de Gaula y otros, es porque Cervantes se burló de
ellos. Y de algún modo esos nombres ahora son inmortales.
Entonces uno no debe quejarse si la gente se ríe de
nosotros, porque por lo que sabemos, esa gente puede
inmortalizarnos con su risa23.

Los lectores conocen los riesgos del olvido; sin embargo, comienzan a
desearlo después de haber leído la historia de Funes; saben que la

22
Carlos Fuentes, Dos fundadores de la modernidad. Shakespeare y Cervantes, en “Babelia. Suplemento
literario de El País”, 27 de octubre de 2001.
23
Jorge Luis Borges, “Mi entrañable señor Cervantes”, op. cit.
www.interletras.com.br – v.1, n. 5 – jul./dez. 2006

venganza es acto vilipendioso y cruel, pero simpatizan con Emma


Zunz; se dejan enredar en laberintos y espejos, donde, a veces, hay
un Borges multiplicado y un yo fragmentado. El lector acepta siempre
los héroes con los que familiariza in media res. Poco le importa la
vida que ellos han vivido antes del papel. Borges admira a Cervantes
porque, a la pregunta “¿Qué sabemos nosotros de Alonso Quijano?”,
el lector no duda de su realidad, y las ficciones se adentran en el
territorio de la posibilidad. Es una estrategia narrativa que Borges
perfeccionará, a tal punto que nunca el lector podrá enterarse si
George Bernard Shaw ha realmente expresado un cierto juicio o si el
traductor de las Miles y una noche ha existido o si es, en última
hipótesis, una transposición fiel de una invención del autor. Así,
Borges, siguiendo una opinión de Coleridge, afirma que Cervantes
quiso suspender el descreimiento en su historia del caballero errante,
por causa de una “irreverencia” hacia la realidad, que hubiera
frustrado la verosimilitud de las aventuras:

Creo que todos nosotros creemos en Alonso Quijano. Y, por


raro que parezca, creemos en él desde el primer momento
en que nos es presentado. Es decir, desde la primera página
del primer capítulo. Y sin embargo, cuando Cervantes lo
presentó ante nosotros, supongo que sabía muy poco de él.
Cervantes debe haber sabido tan poco como nosotros. Debe
haber pensado en él como héroe, o como el eje de una
novela de humor, pero no se ve ningún intento de entrar en
lo que podríamos llamar su psicología. Por ejemplo, si otro
escritor hubiera tomado el tema de Alonso Quijano, o de
cómo Alonso Quijano se volvió loco por leer demasiado,
hubiera entrado en detalles acerca de su locura. Nos hubiera
mostrado el lento oscurecimiento de su razón. Nos hubiera
mostrado cómo todo empezó con una alucinación, cómo al
principio jugó con la idea de ser un caballero errante, cómo
por fin se lo tomó en serio, y tal vez todo eso no le hubiera
servido de nada a ese escritor. Pero Cervantes meramente
nos dice que se volvió loco. Y nosotros le creemos24.

24
Ibidem.
www.interletras.com.br – v.1, n. 5 – jul./dez. 2006

Borges avisa que el lector cree en la realidad de la mente de don


Quijote, no en la verdad de los acontecimientos narrados. El lector se
comporta un poco como un Sancho Panza que ya no consigue
disuadir la testarudez de su amo del yelmo de Mambrino. De una
cierta forma, el lector se vuelve cómplice del malestar de Sancho, con
tal que pueda gozar, irreverentemente, de aventuras cómicas que
desesperan:
Las aventuras de don Quijote son meros adjetivos de don
Quijote. Es una argucia del autor para que conozcamos
profundamente al personaje. Es por eso que libros como La
ruta de don Quijote, de Azorín, o la Vida de don Quijote y
Sancho de Unamuno, nos parecen de algún modo
innecesarios. Porque toman las aventuras o la geografía de
las historias demasiado en serio. Mientras que nosotros
realmente creemos en don Quijote y sabemos que el autor
inventó las aventuras para que nosotros pudiéramos
conocerlo mejor25.

Borges insiste en este proceso de conocimiento que permite el


milagro de una amistad literaria entre el lector y don Quijote.
Cuando, por ejemplo, Alonso Quijano muere, el lector estaría
dispuesto a reencaminarse a las primeras líneas de la novela, por
“aquel lugar de la Mancha” donde había empezado su deleite, y
percibe, al mismo tiempo, que Cervantes también se ha entristecido:
“Cervantes debe haber sentido que se estaba despidiendo de un viejo
y querido amigo”26, a pesar de sus descubrimientos finales, de su
desilusiones de la segunda parte:
Cuando cuenta las extrañas cosas que vio en la cueva de
Montesinos […] yo siento que él es un personaje muy real.
Las historias no tienen nada especial, no se ve ninguna
ansiedad especial en la urdimbre que las une, pero son, en
cierto sentido, como espejos, como espejos en los que
podemos ver a don Quijote. Y sin embargo, al final, cuando
él vuelve, cuando vuelve a su pueblo natal para morir,
sentimos lástima de él porque tenemos que creer en esa
aventura. El siempre había sido un hombre valiente. Fue un
hombre valiente cuando le dijo estas palabras al caballero
enmascarado que lo derribó: «Dulcinea del Toboso es la

25
Ibidem.
26
Ibidem.
www.interletras.com.br – v.1, n. 5 – jul./dez. 2006

dama más bella del mundo, y yo el más miserable de los


caballeros». Y sin embargo, al final, descubrió que toda su
vida había sido una ilusión, una necedad, y murió de la
manera más triste del mundo, sabiendo que había estado
equivocado27.

Una de las magias que “encanta” (en el doble sentido de aprecio y


hechizo) al lector del Quijote es que, a diferencia de las situaciones
ariostescas, donde todo acaecimiento se presenta bajo el aspecto
irreal y sublime, los personajes de Cervantes son muy próximos del
hombre moderno, ambiguos a tal punto que si Sancho duda, le
parece al lector que don Quijote no ha todavía enloquecido. La magia,
en este caso, consiste en una hipnosis contemplativa de la propia
condición actual, siempre igual y siempre variada, que magnetiza el
lector y lo aproxima, amistosamente, a la locura quijotesca. Con
argucia Octavio Paz entrevé la absoluta modernidad cervantina:

Los más desaforados personajes de Cervantes poseen una


cierta dosis de conciencia de su situación; y esa conciencia
es crítica. Ante ella, la realidad vacila, aunque sin ceder del
todo: los molinos son gigantes un instante, para luego ser
molinos con mayor fuerza y aplomo. El humor vuelve
ambiguo lo que toca: es un implícito juicio sobre la realidad
y sus valores, una suerte de suspensión provisional, que los
hace oscilar entre el ser y el no ser28.

La ironía, además, funciona como mecanismo que frena los continuos


pasajes del realismo (ya tan contaminado por la conciencia alocada
de Don Quijote) a la tragedia (que esta misma perversión realista
genera en quien asiste a su falsa lectura). Entre Sancho y don Quijote
la ironía actúa como componente de la amistad que los une:
aceptando la diversidad manifiesta del otro, Sancho reconoce que no
podrá nunca entender las acciones controvertidas de su amo, pero, al

27
Ibidem.
28
Octavio Paz, El arco y la lira, México, Fondo de Cultural Económica, 1986, p. 227.
www.interletras.com.br – v.1, n. 5 – jul./dez. 2006

mismo tiempo, lo admira y lo consuela, sin abandonarlo en sus


ideales de transformación de la realidad.

Con razón Auerbach, a menudo muy criticado por su lectura


apaciguante del Quijote, admite la profundidad y veracidad del
sentimiento que mueve el Caballero de la Triste Figura, su devoción a
Dulcinea, como ideal de mujer, su sentido de la misión y del
sacrificio, su real inclinación al coraje y a la fidelidad. Sancho, que
con su amistad no siempre desinteresada, pero sincera y perspicaz,
discierne la duplicidad del alma de su amigo caballero, no sólo
otorgándole un apodo que lo describe plenamente, sino, y sobre todo,
percibiendo en él la participación de la idea de redención, nobleza,
pureza, unida a la locura, a un paso de la esquizofrenia.

Según el pensamiento del autor de Mimesis, entonces, el Quijote


carece de auténticas zonas de conflictividad, o de probada
contradicción, ya que en su relectura enfermiza de la realidad, don
Quijote mantiene una unidad de intenciones, nunca desmentida a lo
largo de la ficción. Y, de su parte, Sancho, que, como amigo sagaz y
verdadero, intenta, sin éxito, disuadirlo con frecuencia, busca en el
diálogo con él reconducirlo a una visión objetiva y unitaria de la
realidad.

La “alegría universal”, que Auerbach ve como el signo más poderoso


del estilo cervantino, puede, quizá, asimilarse a la concepción
borgiana según la cual “un libro no debe requerir un esfuerzo, la
felicidad no debe requerir un esfuerzo”29. El Quijote es -confiesa
Borges- el libro paradigmático, uno de sus textos de culto, que hay

29
Jorge Luis Borges, Borges, oral, en Obras completas en cuatro volúmenes, op.
cit., vol. IV, p. 182.
www.interletras.com.br – v.1, n. 5 – jul./dez. 2006

que releer, más que leer, para - siguiendo a Emerson - gozar de esa
“forma de felicidad” que es la lectura.

No sabríamos aducir si Borges estaría de acuerdo con esta hipótesis


de Auerbach. A Borges interesa limitadamente si las aventuras y
desventuras de don Quijote acaban por manifestar significados
trágicos o simbólicos. Dice Auerbach: “A Cervantes jamás se le habría
ocurrido pensar que el estilo de una novela, siquiera fuese la mejor
de todas, pudiera poner manifiesto el orden reinante en el
universo”30: más bien, Borges prefiere, a pesar de la sospecha de un
estilo cervantino incongruente y no refinado, leer en la obra maestra
de Cervantes la transmisión de un “destino” ficcional, que compite
con los destinos de la realidad, el del ingenioso Hidalgo de la Mancha.
Por ello, en La postulación de la realidad, afirma que se puede
perdonar las brutalidades y obviedades cervantinas porque la verdad
está en otros detalles, acaso imperceptibles: “La imprecisión es
tolerable o verosímil en la literatura, porque a ella propendemos
siempre en la realidad”31

El libro, como alegoría de la historia universal (“un infinito libro


sagrado que todos los hombres escriben y leen y tratan de entender,
y en el que también los escriben”32) y como objeto de trascendencia y
de sobrenaturalidad, representa la compañía educativa que Borges
señala, leyendo el Quijote. Y puede ser que no se trate tanto de
escribir o entender la realidad, como de participarla, compadecerla,
sufrirla: en este asunto, la magia más sorprendente del Quijote es su
milagrosa amistad libresca.
30
Erich Auerbach, “La Dulcinea encantada”, en Mimesis. La representación de la
realidad en la literatura occidental, México, Fondo de Cultura Económica, 1995, p.
338.
31
Jorge Luis Borges, Discusión, en Obras completas en cuatro volúmenes, op. cit.,
vol. I, p. 230.
32
Ibidem, Otras inquisiciones, vol. II, p. 50.
www.interletras.com.br – v.1, n. 5 – jul./dez. 2006

La gente habla todo el tiempo de libros en Don Quijote.


Cuando el párroco y el barbero revisan la biblioteca de Don
Quijote, descubrimos, para nuestro asombro, que uno de los
libros ha sido escrito por Cervantes, y sentimos que en
cualquier momento el barbero y el párroco pueden
encontrarse con un volumen del mismo libro que estamos
leyendo. En realidad eso es lo que pasa, tal vez lo
recuerden, en ese otro espléndido sueño de la humanidad,
el libro de Las mil y una noches33.

Entre sueños y amistades, se consuma, en Borges, hasta el infinito,


la percepción de la literatura (y, por ende, de la lectura) como
propuesta metodológica de trabajo y goce. Es justamente la amistad
fundamentada por Borges que permite que Pierre Menard re-escriba
exactamente el mismo Quijote, con las mismas características,
ensimismándose con Cervantes hasta volverse “uno”, una única
“persona”, una especie de trinidad laica formada por el lector, que es
también compilador, que es también traductor. El gesto creador se
magnifica, así, en una “causa de dicha”, como concluye Borges en su
discurso de Austin:

Creo que los hombres seguirán pensando en don Quijote


porque después de todo hay una cosa que no queremos
olvidar: una cosa que nos da vida de tanto en tanto, y que
tal vez nos la quita, y esa cosa es la felicidad. Y, a pesar de
los muchos infortunios de don Quijote, el libro nos da como
sentimiento final la felicidad. Y sé que seguirá dándoles
felicidad a los hombres34.

Si para Borges, haber conocido a don Quijote representa “una de las


cosas felices que [le] han ocurrido en la vida”, para el lector, que
celebra el cuarto centenario de la publicación del Quijote, la “cosa
más feliz” se resuelve en encontrar a alguien, como Borges, por el
cual la literatura y los libros sintetizan la metáfora de una amistad

33
Jorge Luis Borges, “Mi entrañable señor Cervantes”, op. cit.
34
Jorge Luis Borges, “Mi entrañable señor Cervantes”, op. cit.
www.interletras.com.br – v.1, n. 5 – jul./dez. 2006

que, como recientemente ha sugerido Milan Kúndera, constituye uno


de los “descubrimientos cervantinos de la nueva belleza prosaica”35.

Borges mismo aprendió de Cervantes, principalmente, dos


enseñanzas. La primera es haberle perdido el respeto
(creativamente) a los libros, es decir a su capacidad de glosarlos,
parodiarlos y desatar toda su vertiente lúdica. La segunda es su
identificación con Quijano y su soledad: es allí que Borges busca una
“amistad” que sostenga sus “venturas”. Naturalmente, todos
asociamos a don Quijote con Sancho Panza, pero Borges -que
siempre gustaba de ir contracorriente- renegaba de la composición de
personajes "contrapuestos". Decía que era una estrategia muy fácil.
Sin embargo, sería interesante revisar la obra borgiana y ver si se
encuentra a un Sancho Panza (quizás su amigo Bioy Casares
encajaría en este molde…).

Dejemos, entonces, concluir a Sancho: “Pero esta fue mi suerte y


ésta mi malandanza; no puedo más, seguirle tengo; somos de un
mismo lugar, he comido su pan, quiérole bien, es agradecido, diome
sus pollinos, y sobre todo, yo soy fiel, y, así, es imposible que nos
pueda apartar otro suceso que el de la pala y azadón”36.

35
Milan Kúndera, El Quijote y el arte nuevo, El Cultural, 1 de enero de 2005: véase
documento en la web: http://www.elcultural.es/html/20050106/letras/quijote.asp.
36
Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Edición del IV Centenario,
Madrid, Real Academia Española-Asociación de Academias de Lengua Española,
2005, p. 808 (II parte, XXXIII capítulo).

S-ar putea să vă placă și