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En primer lugar, mi agradecimiento a las entidades que han organizado estas jornadas,
especialmente a mi amigo Eduardo MOLINA QUIROGA, quien -modificando el
programa original- me ha permitido compartir estas jornadas con todos ustedes. Me
siento muy honrada de ser uno de los jueces de Supremos Tribunales que diserta
durante la jornada de apertura, por lo que también agradezco a la Junta Federal de
Cortes y Superiores Tribunales de Justicia de las Provincias Argentinas el haber creído
que mi voz debía ser escuchada en una reunión tan significativa.
Estas jornadas tenían que haber empezado con la conferencia de mi querido amigo
Daniel SABSAY. Hubiéramos tenido así el marco constitucional y yo luego explicaría
como ese marco constitucional desciende al derecho privado. Pero, por las razones que
ha explicado Eduardo Molina, a mí imputables, el orden ha sido alterado.
Para poder entender por qué hoy puede hablarse de derecho de daños y Constitución
Nacional, empezaré con algunas frases “disparadoras” o “motivadoras”. Se ha dicho que
la historia de un pueblo no es sino la historia de sus generaciones. Y éstas no consisten
en una mera cuestión de la sangre fluyendo en el tiempo como las olas en el cauce del
río. Se dice que una nueva generación ha llegado cuando cambia el tono de la
sensibilidad, la línea de la actitud, el ritmo de la marcha. Creo, sinceramente, que en
esta materia una nueva generación ha llegado. Ha cambiado el ritmo, ha cambiado la
sensibilidad. Y por eso, podemos hablar de algo de lo que antes no se hablaba: el
vínculo entre el derecho de daños y la Constitución Nacional.
Con este punto de partida, podemos empezar a visualizar algunos vínculos que existen
entre el derecho de daños y las normas fundamentales. Piénsese, además, que el
operador jurídico debe armonizar tres pilares en los que se soporta el ordenamiento
jurídico: la seguridad, la legalidad y la razonabilidad. Lamentablemente, no son pocas
las ocasiones en que leemos una sentencia relativa a daños y perjuicios y encontramos
falta de seguridad, de legalidad o de razonabilidad, especialmente, esta última.
Dichas estas frases disparadoras, veamos qué vínculos pueden existir entre el Código
Civil y la Constitución Nacional. En una visión muy tradicional, ambos ordenamientos
se miraban con “majestuosa indeferencia”. ¿Por qué lo digo? Porque parecía que el
orden constitucional y el derecho civil no tenían ningún punto de contacto. El derecho
constitucional, en su versión decimonónica, miraba sólo las relaciones del hombre
contra el Estado. El Estado era visto como el personaje que perturbaba al hombre en su
individualidad. No lo protegía, sino que lo agredía. Por eso, las constituciones
decimonónicas tradicionales se preocuparon en poner límites al Estado. En esta visión,
la garantía constitucional básica, la más tradicional, es el hábeas corpus. El hombre
tiene derecho a su libertad, a que el Estado no lo detenga sin causa prevista por una ley
anterior. ¿Quién lo detiene? Lo detiene el Estado, las autoridades. La Constitución,
pues, viene a reglar esos vínculos.
El derecho civil tradicional, en cambio, fue el derecho de las relaciones entre los
particulares. Juan contrata con Pedro, José con Luis. En apariencia, pues, eran dos
órdenes que andaban por caminos paralelos, que nunca tenían por qué encontrarse.
En esta visión tradicional, para el derecho civil, y especialmente para el derecho civil en
que fuimos formados, o sea, el derecho civil francés, la ley es el metro supremo. El
poder más importante es el legislativo, que es supremo, no se equivoca, expresa “la voz
del pueblo”. Por eso, en el derecho constitucional francés tradicional nadie ni siquiera
insinuó que un órgano judicial podía declarar la inconstitucionalidad de una ley. Quien
expresa la voluntad popular, quien expresa la soberanía, es el Poder Legislativo y, por
ende, su poder no puede ser restringido, ni mucho menos por los jueces.
Más aún, cuando en el siglo XX los franceses crearon el Tribunal Constitucional, en sus
primeros años de vida, no faltaron autores que afirmaran que ese tribunal no ejercía
actividad verdaderamente jurisdiccional. Consideraban que el Tribunal Constitucional
francés integraba el proceso de formación de las leyes. La explicación no deja de tener
fundamentación si se piensa que, en Francia, el control constitucional es previo, anterior
a que la ley entre en vigencia. Pues bien, los legisladores que votaron en contra, el
Presidente de la República y otros sujetos expresamente determinados pueden peticionar
al tribunal que declare la inconstitucionalidad de una ley, antes que ella entre comience
a regir. Por eso, con un sistema de este tipo, algunos franceses entendieron que el
Tribunal Constitucional no pertenecía a la jurisdicción sino que completaba la actividad
legislativa.
¿Por qué hago referencia a esta historia? Porque en la concepción que vengo
describiendo, por ser la ley el metro supremo, es casi inconcebible que el camino del
Código Civil se cruce con el de la Constitución. Piénsese que en Francia, el “Code”
Napoleón (que el año que viene cumplirá 200 años de vigencia) era prácticamente la
Constitución de los franceses. Era, por decirlo de algún modo, la “Constitución Civil”.
Mientras la Constitución cambiaba al ritmo de los avatares políticos, que eran
tumultuosos, el Código Civil permanecía firme y majestuoso. De alguna manera, es una
visión opuesta a la nuestra: para nosotros, las leyes van cambiando y la Constitución
permanece. En el espíritu francés decimonónico, en cambio, el Código Civil era la
columna fundamental, firme, que da seguridad y que no cambia, mientras tanto, en un
período algo mayor a una década, Francia había modificado nueve veces la
Constitución.
¿Qué ha pasado con esa visión tradicional? Ha cambiado totalmente. ¿Cuáles son las
causas de ese cambio? En primer lugar, podríamos decir que “el poder público se
privatiza y el poder privado adquiere connotaciones públicas”. Esta frase no requiere
demasiadas explicaciones en la Argentina: el proceso de privatización casi salvaje
muestra hasta dónde el poder público se ha privatizado y cómo el poder privado ha
adquirido connotaciones públicas. Hemos visto como algunas leyes y decisiones
judiciales han venido impuestas desde el poder privado. Los dos caminos que nunca se
cruzaban, ahora intercambian su rumbo.
Por otro lado, en razón del proceso de descodificación, el Código francés inmutable que,
trasmitió su imagen al Código Civil de Vélez, empezó a perder su valor “constitucional”
o “fundacional”. El que parecía el monumento básico, donde se sostenía todo el sistema
normativo, comenzó a desgajarse. En la Argentina no hemos sancionado códigos de
familia pero, en muchos países, hasta esa materia básica del derecho civil se ha
desmembrado. Además, este proceso de descodificación puede llegar a producir una
“contaminación” de la ley especial sobre la general. Es lo que, de alguna manera, puede
llegar a suceder con la Ley de Defensa del Consumidor (24.240), que es fruto de este
proceso de descodificación. A medida que va siendo conocida por los abogados, la ley
está dejando su puesto: ya no permanece “arrinconada” como ley especial, sino que
intenta contaminar la teoría general del contrato del Código Civil. Este proceso es
inconcebible en la visión tradicional que no comprende cómo la ley especial pueda
influir sobre la ley general.
Además, los civilistas empezamos a darnos cuenta que la Constitución y los Tratados
tienen primacía sobre las leyes que manejamos cotidianamente. Tenemos que aplicar la
pirámide jurídica que nos enseñaron en la facultad. Leemos artículos del Código Civil y
se nos ocurre pensar: ¿no será inconstitucional este artículo? Por ejemplo, ¿no será
inconstitucional, a la luz de la Convención Internacional de No Discriminación contra la
Mujer, el artículo 1276 del Código Civil que dispone que, si no se puede determinar el
origen de los bienes o la prueba fuere dudosa, la administración y disposición
corresponde al marido?
El típico caso es el de derecho de los consumidores, que en nuestro país adquiere rango
constitucional después de la reforma del año 1994. ¿Que regula sustancialmente este
derecho? La relación de consumo, o sea las relaciones consumidor-empresa. Dos
particulares, pero de esos particulares, uno está adquiriendo poderes que se parecen a
los públicos. En suma, el paso está dado y comenzamos a hablar de los efectos
horizontales de las garantías constitucionales.
Sin embargo, tal paso no deja de generar inconvenientes para la jurisdicción. Piénsese
en lo siguiente: si las garantías constitucionales también tienen efectos horizontales, los
instrumentos procesales que protegen esas garantías también deben estar al servicio de
las garantías individuales que los particulares tienen unos frente a los otros. Abrimos la
vía del amparo no sólo contra actos del gobierno, sino también contra actos de los
particulares. En este aspecto de la cuestión, la Provincia de Mendoza ha sido pionera.
Nuestra ley de amparo siempre admitió que el amparo procede también contra los actos
de los particulares.
En algunos países, como España, este nuevo modo de ver las cosas ha generado serios
problemas entre Tribunales “Supremos”. ¿Qué quiero decir? En España, quien dice la
última palabra en el nivel de la “legalidad” es el Tribunal Supremo (equivaldría a lo que
en Francia es la Casación). Junto a ese órgano jurisdiccional, existe el Tribunal
Constitucional español, que es quien interviene en las cuestiones constitucionales. En
Francia, la coexistencia no ha generado mayores problemas porque, como decía, el
control constitucional es anterior, previo a la entrada en vigencia de la ley. En España,
en cambio, el Tribunal Constitucional puede entrar a revisar sentencias atacadas de
inconstitucionales a través del amparo. Las relaciones entre ambos tribunales no
siempre han sido fáciles; el Supremo dice: “¿qué hace el Tribunal Constitucional
revisando esta sentencia donde se está discutiendo el valor de un medio probatorio en
un juicio de filiación? La prueba en un juicio de filiación es un problema de la
legalidad; por lo tanto, el Tribunal Constitucional nada tiene que revisar en la sentencia
que he dictado”. Y el Tribunal Constitucional responde: “lo resuelto sobre la prueba
hace al derecho a la identidad y el derecho a la identidad es un derecho
constitucionalmente garantido; de modo que voy a revisar si lo decidido sobre cómo se
valora la omisión o la negativa a someterse a la prueba biológica es correcto. Usted dice
que es un indicio, pero yo digo que es más que un indicio y que la negativa debe
valorarse a la luz del principio constitucional de proporcionalidad”.
En esta línea, señalo que, en el año 1997, la Corte Suprema de la Nación dijo: “si la
sentencia apelada se basa en disposiciones de derecho común, con la expresa exclusión
de argumentos de naturaleza constitucional, y la cuestión ha sido resuelta en forma
contraria a las pretensiones que el recurrente fundó en disposiciones de la Ley
Fundamental, ha quedado acreditado, prima facie, la cuestión federal”. Es decir, si la
parte invocó la Constitución, pero la Corte Provincial resolvió con la Ley, omitiendo
tratar la cuestión constitucional planteada, entonces, se abre el recurso extraordinario
federal y la sentencia puede ser revisada por la Corte de la Nación. En suma: primero la
Constitución, después las leyes, aunque el contenido del pleito parezca que pertenece
exclusivamente al derecho privado.
Esta nueva visión puede llevar a otro “peligro” que he denominado la “democratización
de la interpretación”. Los desafío a esta prueba: detengan en la calle a cualquier persona
y pregúntenle que piensa del artículo 1323 del Código Civil argentino, cuando define a
la compraventa como el contrato por el cual una de las partes se obliga a transferir a otra
la propiedad de una cosa y ésta se obliga a recibirla y a pagar por ella un precio cierto
en dinero”. La persona dirá: “disculpe, yo de esa materia no sé nada”. Pero, si le
preguntamos: “a usted qué le parece, ¿es inconstitucional o justo que el padre biológico
no pueda iniciar un juicio para que la justicia declare que ese niño es hijo de él, porque
la madre del chico está casada con otro que no ha impugnado la paternidad?”. Con un
poquito de explicación, seguro que se animará a opinar y dirá: “¿es constitucional o es
inconstitucional? ¿Es justo o injusto? , etc.. Aunque no sepa nada las leyes o quizás de
nada, seguramente él se animará a opinar.
Esta actitud, por un lado, encierra un peligro; todos sabemos que el Derecho es una
ciencia, una técnica, que incluso tiene su propio lenguaje. No obstante, no hay que tener
miedo a esa “democratización”. Las leyes son para el destinatario, son para la gente. Y
la gente tiene que conocer y entender sus leyes. Por lo tanto, también hay que escuchar
al lego cuando dice “esta ley es justa, esta otra es injusta”. Tengo claro que esta actitud
del hombre común está fundada en valores constitucionales, no en valores de la mera
legalidad.
Pido disculpas por esta primera parte tan extensa. En efecto, todavía no entré en los
daños, pero como no ha hablado SABSAY tengo que dar este marco teórico previo.
Ahora me interesa subrayar algunos aspectos de lo que los alemanes llaman
“drittwirkung”, que es el efecto horizontal o entre particulares de las garantías
constitucionales. Por ejemplo, la patronal ubica visores en la fábrica para controlar los
denominados “robo hormiga” de sus dependientes. El empleado podrá decir: “ubique
los visores donde quiera, pero no viole mi intimidad; por ejemplo, no admito que se
coloquen en el baño”. ¿A quien invoca su derecho fundamental? Al empleador, que es
otro particular.
¿Dónde tiene origen esta nueva visión? Dicen los que saben que nace en Alemania, en
el año 1958, con el caso "Luth c/ Urteil” llegado al Tribunal Supremo. Un diario
acusaba a un director de cine de haber sido colaboracionista nazi por lo que
recomendaba a sus lectores que no fueran a ver la película que se estrenaba. Desde el
diario se hacía un verdadero boicot a la nueva película del cineasta. El afectado pidió,
como medida cautelar, que cesara la publicación que le era adversa. Invocó la norma del
Código Civil alemán que establece que todo aquel que cause un daño intencionalmente
debe repararlo. Y como el daño se estaba produciendo, para evitar su extensión, pedía
que se impidiese nuevas publicaciones en el mismo sentido. El demandado respondió
que esa medida cautelar violaba el derecho a la libre expresión garantido
constitucionalmente y el actor replicaba que esa garantía constitucional, como el resto
de las garantías, tiene efecto vertical, se oponen al Estado, no a él que es un particular.
A esa argumentación, el tribunal contestó: el derecho a la libre expresión es un derecho
bi-direccional, tiene efecto con relación al Estado, pero también entre particulares. Con
el estudio de esta sentencia empieza la teorización de los efectos horizontales de las
garantías constitucionales.
Entre nosotros, podríamos invocar que la ley interna, el artículo 4 de la ley 18.248,
contraría la Convención internacional de No Discriminación contra la Mujer y,
consecuentemente, es inconstitucional. Si se pretendiese defender la solución legal
invocando “la costumbre”, podríamos contestar, con argumentos alguna vez usados por
el Tribunal Constitucional italiano, que también la costumbre puede ser
inconstitucional, si la conducta reiterada, constante y generalizada es discriminatoria.
¿Cómo reaccionó Estados Unidos frente a la teoría de los efectos horizontales de las
garantías constitucionales? Nos interesa la respuesta norteamericana porque así como el
Código Civil reconoce fuente francesa, nuestro sistema constitucional tiene origen en
los Estados Unidos. Recuérdese, además, que ese país, como el nuestro, tiene control
difuso de declaración de inconstitucionalidad. Pues bien, la teoría de los efectos
horizontales no convenció demasiado a los norteamericanos. No les gustó mucho
porque genera algunas consecuencias impredecibles en el ámbito de las relaciones
privadas. Tomemos la pareja “principio de igualdad- autonomía de la voluntad
contractual”. ¿Qué quiere decir el drittvirkung? Si un comerciante vendió a una persona
una determinada mercadería en $ 5, ¿no le puede vender a otra persona una mercancía
igual a $ 4 porque debe mantener la igualdad de todos sus clientes? ¿Dónde queda el
principio de la autonomía de la voluntad? Esta fue una de las causas, entre tantas otras,
por la que la teoría de los efectos horizontales fue tomada con muchísimo recelo.
Ahora bien, dije que esta visión constitucional del derecho de daños exige una relectura
de los textos. Así, por ejemplo, en materia de responsabilidad profesional, varios votos
del juez FAYT dicen que los médicos deben tener especial cuidado, porque tienen en
sus manos un valor fundamental del ser humano, constitucionalmente amparado, que es
la salud.
Otro tanto ocurre con la noción de daño. En el año 1997, la Corte Federal sostuvo que
hay que indemnizar el valor económico que implica la muerte del ama de casa. Dicho en
otros términos, no se puede afirmar, sin arbitrariedad constitucional, que como regla el
trabajo del ama de casa no tiene ningún valor patrimonial. ¿De dónde surge que sí tiene
valor? ¿De los textos legales? ¿Del Código Civil? ¡No! La afirmación tiene base en los
principios constitucionales: el principio de igualdad, el derecho a la vida familiar, etc..
Los montos de condena también deben ser valorados a la luz de esos principios. En
“Santa Coloma”, la Corte Federal repudió una indemnización bajísima, pero también las
“súper altas” pueden significar violar el derecho de propiedad del obligado a reparar.
Por todo lo expuesto, parece que el principio del alterum non ledere es un principio
ínsito en la Constitución. Pero el tema no termina aquí. El artículo 1109 del Código
Civil argentino, al igual que el artículo 1382 del Código francés, dispone que “todo el
que por su culpa o negligencia ocasiona un daño, está obligado a la reparación del
perjuicio”.
La pregunta es: ¿constitucionalmente es válida una ley que dispone que el autor culposo
de un daño no lo repare? Vayan pensando en la Ley de Riesgos del Trabajo, que
restringe la obligación de la patronal a indemnizar los daños causados con dolo.
¿Qué respondieron los franceses frente a una ley que decía que no se reparaban los
daños y perjuicios producidos por las huelgas, salvo que hubiese delito del derecho
criminal o que la conducta ocasionada por la huelga fuese separable del ejercicio de la
huelga en sí mismo? Veamos: Una ley de 1984 establecía que ninguna acción por
reparación por daños y perjuicios ocasionada por un conflicto colectivo de trabajo, o en
ocasión de él, puede ser intentada contra los asalariados, los representantes del personal
elegido o designado, ni contra las organizaciones sindicales. La regla tiene amplia
justificación: el derecho de huelga es un derecho constitucionalmente amparado y es un
derecho cuyo ejercicio, se sabe, causará un daño, porque si no causa daño a la patronal,
ésta no tendrá ningún interés en que la huelga se levante.
La ley exceptuaba las acciones de reparación de daños causadas por una infracción
penal (o sea, si con independencia de la huelga, se cometía un delito) o daños causados
por hechos manifiestamente no susceptibles de ser vinculados al derecho de huelga o al
derecho sindical (por ejemplo, los obreros entran al establecimiento y destrozan las
máquinas).
Esta ley se dicta en los tiempos de las grandes huelgas contra las empresas
automotrices, sobre todo contra la Renault. Dado que al momento del dictado de la ley
existían muchos pleitos pendientes, resueltos de muy diversa manera, incorporaron una
última parte que decía: “estas disposiciones son aplicables a los procedimientos en
curso y comprende a los que se encuentran en la Corte de Casación”.
Esta cláusula de derecho transitorio fue necesaria porque la Casación francesa venía
resolviendo del mismo modo como lo hacemos los superiores tribunales. Por ejemplo, si
la sentencia de cámara había condenado el sindicato, la casación se negaba a revisar la
sentencia invocando que estaba en juego una cuestión de hecho (la relación de
causalidad adecuada). Si, por el contrario, el sindicato había sido absuelto, la casación
invocaba la misma razón: se trata de una cuestión de hecho, no revisable por vía
casatoria. De este modo, todas las sentencias quedaban firmes (las que condenaban y las
que absolvían), generándose un verdadero caos.
¿Qué dijo el Tribunal Constitucional cuando se le planteó la inconstitucionalidad de la
ley a la que he hecho referencia? Los autores no coinciden a la hora de interpretar esta
decisión. Mi querido amigo, el profesor CHABAS, afirma que el tribunal quiso decir lo
siguiente: “desde la perspectiva del autor del daño culposamente causado, la ley puede
prever la irresponsabilidad del autor, pero para no violar el derecho constitucional de la
víctima a ser reparada de un daño sufrido que fue causado culposamente; la ley debe
determinar otro sujeto responsable”. Según esta interpretación, lo que el Tribunal
Constitucional francés dijo fue que aunque el daño haya sido culposamente causado, la
ley puede disponer que el que lo causó no responda, pero para que la ley sea
constitucional, tiene que señalar, o determinar, otro sujeto responsable. No podría haber
un daño culposamente causado por el que nadie responda. O responde la aseguradora, o
responde el Estado, alguien debe responder.
Desde esa perspectiva, el artículo 1109 tendría rango constitucional: no puede haber un
daño culposamente causado por el que nadie responda. En mi opinión, este aserto es
perfectamente trasladable al derecho argentino.
Con todo respeto, creo que la respuesta de la Corte de la Nación a esta pregunta es
ciertamente vacilante. Todos los autores que abordan el tema citan los casos “Gunther”
y “Luján”, del año 1986. En ambos, estaba en discusión si una persona que pertenece a
las Fuerzas Armadas, que ha sufrido un daño, además de la indemnización que fija la
ley especial para las Fuerzas Armadas, tiene abierto el sistema de la responsabilidad
civil. Se debatía si la ley de las Fuerzas Armadas creó un sistema cerrado o tiene
aperturas al sistema de la responsabilidad civil del Código Civil.
En general, los autores interpretan esas decisiones diciendo que la Corte sostuvo que el
sistema no era cerrado y que podía abrirse al régimen general. Me permito aclarar esa
interpretación, pues sin esa aclaración, creo que se desinterpreta lo que dijo el Superior
Tribunal de la Nación. La Corte dijo que “la circunstancia que el conscripto se
encuentre en una relación de derecho público, no invalida el funcionamiento de las
reglas propias de la responsabilidad extra contractual”. Hasta aquí, tiene razón la
doctrina cuando dice que la Corte no cerró el sistema y que lo abrió al Código Civil.
Pero (siempre hay un pero), la Corte también dijo que eso era así en tanto y en cuanto
“la ley específica no contenga disposición prohibitiva o limitativa que impida la
aplicación del régimen general”.
En mi opinión, lo que la Corte dijo es: si la ley especial no dice nada, no hay ningún
problema en abrirnos al sistema general de responsabilidad civil; sin embargo, per se,
no es inconstitucional una ley especial que cierra la barrera de entrada al régimen de la
responsabilidad general. Veo clara esta solución porque la Corte dice: “cuando la ley
específica no contiene disposición prohibitiva o limitativa que impida su aplicación”.
Por eso, si la ley contiene tal prohibición o limitación, hay que analizar si esa
prohibición, en el caso, resulta irrazonable. Pero insisto, como regla, la Corte admite
que haya regímenes especiales que tengan indemnizaciones diferentes a las que tiene el
Código Civil. Esto es lo que dijo en los dos casos de 1986. En su jurisprudencia
posterior, la Corte se va moviendo en diferentes aguas: a veces, otorga la indemnización
del derecho común; otras, no la concede. Ulteriormente, empezó a distinguir según que
la incapacidad superara o no el 70%, etc..
Por otro lado, en cambio, hay una responsabilidad disminuida, también fundada en
principios constitucionales: la responsabilidad de los medios de prensa. Esa disminución
opera, frente a los funcionarios públicos, a través de la teoría de la real malicia, que
nuestra Corte viene aplicando desde hace varios años.
¿Qué dijo el Supremo español? Que la ley era inconstitucional en razón de las siguientes
violaciones constitucionales: La ley viola la independencia del Poder Judicial, porque la
ley puede decir qué daños se indemnizan, pero es el juez quien tiene que fijar el daño en
concreto, especialmente, si se trata de un daño a un bien constitucionalmente amparado
como es, por ejemplo, la salud. Viola también el principio de la igualdad, porque la
igualdad es la igualdad de los iguales, no la de los desiguales, y la ley marca con
igualdad abstracta, siendo que las víctimas son desiguales.
También viola la igualdad de los dañadores, porque algunos son tratados de una manera
y otros de otra. Viola el principio que todo que por su culpa o negligencia ocasione un
daño a otro está obligado a la reparación del perjuicio. Atenta contra la libertad de los
pactos, porque en España los montos de los baremos rigen tanto para el seguro
obligatorio cuanto para el seguro voluntario.
Las aseveraciones del Supremo impulsaron a las aseguradoras a recurrir por ante el
Tribunal Constitucional. El Tribunal Constitucional respetó los baremos, dijo que en sí
mismos no son inconstitucionales, salvo que los montos sean irritantes, lo que deberá
verificarse en cada caso concreto.
¿Qué conclusiones podemos sacar de esta charla en la que hemos intentado mostrar
cómo se ha constitucionalizado el derecho de la responsabilidad civil? La
constitucionalización del derecho privado puede generar inseguridad. El riesgo se corre
por el modo de interpretación. La interpretación de la Constitución asienta sobre bases
más flexibles que la interpretación de las leyes. Las leyes son más casuistas y, por ello,
tienen otro lenguaje.
Por lo tanto, debo terminar con la misma reflexión: todo depende de los jueces que
aplicamos las leyes y de los abogados que plantean los pleitos. Como dice MORELLO,
son los abogados quienes deben plantear bien las cuestiones, porque a los jueces sólo
nos compete darles respuesta. Necesitamos jueces activos, despiertos, que detecten
dónde está el enemigo común. Necesitamos, como lo dijo el Dr. GERMANO en su
discurso inaugural, jueces y abogados luchando juntos contra la corrupción.
Necesitamos luchar siempre: cuando se ataca a un abogado, cuando se ataca a un juez,
cuando se ataca a cualquier ser humano que va por la calle, aunque sea el más pequeño
de todos.
Creo que vale la pena mirar qué ha pasado en otros países con la responsabilidad civil
de los jueces. En este campo, la experiencia italiana vale mucho. En Italia, no hay dudas
que el “poder político-económico” se reveló contra los jueces integrantes del
movimiento llamado “mani puliti”. La reacción política fue modificar las leyes que
regulaban la responsabilidad civil de los jueces, que realmente eran excesivamente
restrictivas. Alguna vez se dijo que para poder demandar a un juez había que ir tres
veces a Roma: por la autorización previa, con la demanda interpuesta, etc.. Se hizo un
referéndum popular, se derogaron esas leyes y el Congreso tuvo la obligación de dictar
una nueva ley. Sin embargo, la nueva ley reiteró la “inmunidad” relativa judicial. En
definitiva, la ley estableció la responsabilidad del Estado, pero el juez sólo responde en
caso de delito.
En mi opinión, los jueces respondemos, no sólo en los supuestos de delito, sino también
frente a la conducta culposa. Sin embargo, se trata de un factor de atribución calificado:
la culpa debe ser grave, porque la función judicial supone, en muchos casos, actividad
no reglada, discrecional. De allí que en mi opinión no es errada la forma en la que esta
responsabilidad fue regulada en el proyecto de reformas del año 1998, que estableció la
responsabilidad de los jueces cuando ha existido culpa grave y sin necesidad de
desafuero. Coincido con la solución, aunque es contraria a la jurisprudencia de la Corte
Federal en el caso “Irurzún”. Estimo que no debe requerirse el desafuero pues hay casos
que justifican la reparación del daño, pero no la destitución del magistrado. Aclaro que
esta es la solución del Código Procesal Civil de la Provincia de Mendoza, uno de los
pocos que regula sobre la responsabilidad de los magistrados. La norma ha sido
mantenida en el proyecto de reformas del Código Procesal para la Provincia de
Mendoza.
Hay, pues, responsabilidad sin desafuero previo, pero con un factor de atribución
calificado por la especial naturaleza de la función. Creo que de esta manera se produce
un interesante equilibrio entre independencia judicial y responsabilidad. No hay que
creer que la responsabilidad priva al juez de independencia. Al contrario, somos
independientes porque somos responsables. Pero no todas las responsabilidades son
iguales. Hemos visto que hay responsabilidades agudizadas o profundizadas, como en
materia ambiental, y otras disminuidas, como en el caso de los medios de prensa donde
decimos hay derecho a la libertad de expresión y de allí que la responsabilidad se
sustenta en factores especiales de atribución. Por eso, entiendo que en la propia
Constitución puede encontrarse respuesta: este funcionario, el juez, es responsable, pero
para ello se requiere un factor calificado de atribución.
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