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ANTONIO MARÍA CLARET, UN MÍSTICO DE LA ACCIÓN

Por: Mg. Jhon Fredy Mayor Tamayo


ID: 000315352
Doctorando en Teología – UPB
Curso: MAESTROS DE LA MISTICA. Horizontes trenzados: la espiritualidad
medieval y la mística colonial

Mística en el medioevo y el giro teológico.

La vida mística en la fe cristiana se remonta a los padres del desierto, cuando entre los siglos
III y IV, un grupo de hombres y mujeres abandonó la vida en las ciudades para cultivar una
vida interior fuera de las grandes urbes. Así nacieron los primeros monasterios, donde se
establecieron algunos métodos para alcanzar la vida interior, la vida mística. Sin embargo,
aunque estas personas querían alejarse de la vida urbana, para entregarse a la comprensión
del misterio (Dios), no sólo asumieron una vida de oración y contemplación, también
incluyeron el trabajo como parte de la nueva vida. La expresión “ora et labora” de uno de
los grandes monjes de este tiempo, recoge la doble vocación del místico.

La expansión de los monasterios por los países de la cuenca del mediterráneo, consolidó el
cultivo de la vida interior a través de la vivencia mística, como una práctica a la que las
personas podían acceder. Entre los siglos V y X se dio lugar a monjes que a partir del estudio
de la teología y la filosofía también cultivaban la vida interior. La oración, la contemplación
y algunas labores realizadas dentro de los monasterios era la regla común de quienes vivían
en la comprensión del misterio. Meditar y orar al parecer era lo indispensable en la vida de
un o una mística, pues como dijo Bernardo de Claraval, “sólo estás permiten subir la escalera
que conduce a Dios” (Génicot, 1959, pág. 66).

En efecto, la vida mística del periodo medieval se fue consolidando a partir de cuatro pasos
fundamentales: “Lectura, meditación, oración y contemplación” (Génicot, 1959, pág. 67). A
través de ellos quien buscaba cultivar la vida interior, podía llegar a la unión inefable con
Dios. Los cuatro pasos se ponían en práctica con la lectura de la Sagrada Escritura, observar
el libro abierto de la creación, algunas devociones como la Trinidad, la crucifixión, la
Resurrección, la Natividad, María y la Eucaristía. Sin embargo, a principios del siglo XI se
suscitó una nueva comprensión de la vida mística contemplativa. Al parecer se comprendió
que “misterio no equivale a enigma que, una vez descifrado, desaparece. Misterio designa la
dimensión de profundidad que se inscribe en cada persona, en cada ser y en la totalidad de la
realidad y que posee un carácter definitivamente indescifrable” (Boff, 1996, pág. 14).
De ahí entonces, que de la vida contemplativa se pasó a una vida de la acción, donde no se
perdía lo primero. Si bien es cierto que “Cristo se entregó para expiar los pecados del mundo.
No sólo vivió en obediencia y pobreza, sino que también consagró al apostolado” (Génicot,
1959, pág. 75). Fue esa lectura de la vida de Cristo que suscitó que “a partir del siglo XI
muchos de los espíritus mejores de todos los medios respondieron con una negativa”, y
dijeran que “para ser ´imitator Christi` o ´imitator Apostolorum` no basta con quedarse en la
contemplación” (pág. 75). Creyeron que “hay que salir de sí y de la soledad para instruir al
prójimo y asistirle en sus dificultades” (pág. 75).

Del nuevo giro teológico de la vida mística surgieron cinco obras al servicio de los más
necesitados que exigían la vida de acción. Entre ellas se destaca la Obra de san Bernardo
(1050), los hospitalarios de san Juan de Jerusalén (1070), la Orden del Espíritu Santo (1150),
los lazaristas (1200) y la cofradía de la Caridad (1188) (p. 78). La apuesta por una vida de la
acción no significó para los místicos suprimir la vida contemplativa, por el contrario, allí
residía la inspiración para salir en pos del prójimo. Respondiendo a la naturaleza del
cristianismo la vida mística supo combinar “la meditación y la acción” (Génicot, 1959, pág.
80), propiciando así una nueva comprensión del ora et labora. Es a partir de aquí que es
posible hablar de una mística de la acción.

Mística de la acción.

La comprensión del misterio implicó para los místicos dos vías contemplativas. La vía de la
purificación (cátafasis), medio por el cual el alma se purifica y se prepara para el encuentro
con la divinidad, el símbolo de la escalera era el recurso empleado por los místicos para
describir este proceso. La vía de la negación (apófasis), consistía en el vaciamiento de sí para
llegar al misterio, aquí no habían imágenes para llegar a tal experiencia. Ambos caminos
ayudaban al místico para llegar a la unión con lo inefable, para sellar la unión nupcial con el
misterio. El corazón era el símbolo para describir esta unión.

El corazón no solo era utilizado para describir la unión con el misterio, también era empleado
para indicar el grado de sensibilidad al que había llegado el místico. Gracias a esa experiencia
el místico no solo era capaz del misterio, también es capaz de sentir a los demás en su
situación concreta. De ahí que para Boff “la experiencia del misterio no se da únicamente en
el éxtasis, sino también, cotidianamente, en la experiencia del respeto ante la realidad y la
vida” (1996, pág. 16). Experimentar el misterio en la realidad y la vida era lo mismo que
habían dicho los místicos medievales sobre el libro abierto de la creación.

Teniendo en cuenta que “la mística bíblica es una mística de ojos abiertos y manos laboriosas.
Piadoso y servidor de Dios histórico es aquel que se compromete con la justicia, toma partido
por el débil y tiene valor de denunciar la religión de pura alabanza sin la mediación del amor
al prójimo” (Boff, 1996, pág. 18). Y que “la mística cristiana, por ser histórica, ha de
orientarse hacia el seguimiento de Jesús” (pág. 19); y dado que Jesús hizo la opción por los
pobres, la mística cristina es también una mística de la acción.

Antonio María Claret, un místico de la acción.

Claret fue un sacerdote catalán de principios del siglo XIX, proveniente de una familia de
comerciantes. Después de abandonar el mundo de los negocios, donde tenía un futuro
próspero, ingresó al seminario jesuita de Vic y fue ordenado sacerdote a los 25 años. Tras
sentir un fuerte deseo por la vida misionera, pidió no estar en una parroquia pues sintió que
su corazón es para todo el mundo. Tras vivir en un siglo de grandes cambios y el nacimiento
de grandes figuras como Max y Nietzsche, opta por una vida de pobreza y sencillez, la cual
eleva a un nivel místico. Si bien es cierto que funda la Congregación de los hijos del corazón
de María, es nombrado arzobispo de Cuba y luego confesor personal de la reina Isabel II de
España, no renuncia nunca a su vida de pobreza y humildad pues el camino ascético y místico
que ha recorrido ha marcado su vida.

Para autores como Atilano Alaiz, Claret es un asceta y místico de la acción pues no “se puede
decir que sean dos tramos distintos y continuados de la vida cristiana” (1995, pág. 577). A
través de la ascesis Claret se prepara para la cristificación, “la plenitud de su comunión con
el Señor redundará en experiencia mística” (pág. 578). Claret utiliza los medios y las
imágenes de la ascesis para alcanzar la comprensión del misterio y poder llegar al matrimonio
espiritual como lo describirá en su autobiografía: “Yo os amo, fortaleza mía, refugio mío y
consuelo mío. Sí, vos sois mi Padre, mi hermano, mi esposo, mi amigo, mi todo” (Bermejo,
2008, pág. 465).

Quienes han estudiado la vida espiritual de Claret a través de su hagiografía, los testimonios
de quienes lo conocieron y su obra apostólica, afirman que en ella hay “una altísima
experiencia mística en medio de la acción más absorbente” (Lozano, 1993, pág. 383).
Durante su vida Claret ha logrado combinar la ascesis y la mística, allí radica la fuerza de su
intenso apostolado. A los místicos, por el matrimonio espiritual “Dios los posee
habitualmente y eleva desde lo interior todas sus actividades apostólicas, concediéndoles una
eficacia extraordinaria (1993, pág. 382).

En Claret la experiencia mística se da con tanta fuerza que llega a decir “haré frente a todos
los males de España, como así me lo ha dicho el Señor” (Nral. 694). De esa afirmación se
deben indicar dos cosas: La primera que eso lo diga el santo mientras se encuentra en oración;
la segunda, que a los males de España les hará frente por medio de un intenso apostolado. En
Claret, místico de la acción se observa como la experiencia de Dios en el seguimiento de
Jesús, exigió un compromiso de transformación personal y social. Y tal compromiso se
enmarca dentro de la utopía del reino de Dios, “que comienza a realizarse en la justicia con
los pobres y, a partir de ahí, con todos y con toda la creación” (Boff, 1996, pág. 19). En
efecto, la vida mística de Claret se debe leer a partir de la renuncia que él hizo del dinero y
el abrazo nupcial que le dio la pobreza.

La pobreza como experiencia mística.

El capítulo XXIV de la autobiografía de Antonio María Claret, entre los numerales 357 y
371, describe la experiencia mística del santo con la pobreza y la manera como esta virtud
(así la llama Claret) marcó su abnegado apostolado.

“(Nral 357) Al ver que Dios Nuestro Señor, sin ningún mérito mío sino y
únicamente por su beneplácito, me llamaba para hacer frente al torrente de
corrupción y me escogía para curar de sus dolencias al cuerpo medio muerto y
corrompido de la sociedad, pensé que me debía dedicar a estudiar y conocer bien
las enfermedades de este cuerpo social. En efecto, lo hice, y hallé que todo lo que
hay en el mundo es amor a las riquezas, amor a los honores y amor a los goces
sensuales. Siempre el género humano ha tenido inclinación a esa triple
concupiscencia, pero en el día (de hoy), la sed de bienes materiales está secando el
corazón y las entrañas de las sociedades modernas”.

Si bien se presenta tan solo este numeral, en este apartado se describen otros elementos de
los demás numerales del capítulo XXIV. El texto no solo describe una apuesta personal de
Claret que está en pos de comprender el misterio. En efecto aquí hay ya una experiencia del
místico frente a la vida de pobreza que se enmarca en la tradición mística pues así como
Jesús, María y los apóstoles abrazaron la pobreza (Nral 363), también lo hará Claret. Este
abrazo (experiencia nupcial) responde a un llamado de Dios, con quien se sella la unión. Es
Dios quien le ha pedido esto sin ningún mérito del santo, lo que da cuenta de su experiencia
de vaciamiento. Aunque la opción por la pobreza se enmarca dentro de una experiencia
mística, Claret no ve en esto un llamado para alejarse del mundo, por el contrario, la llamada
es para vivir en medio de la sociedad y procurar con su testimonio la sanación de dicho
cuerpo.

La mística de Claret se hace con los pies en la tierra y con la plena conciencia de los grandes
males que afronta su tiempo, el amor al dinero, el cual la gente ve como un ídolo de oro (Nral
370) y un dios omnipotente (Nral 359) al que todos quieren servir. Observa el santo en esta
conducta un grave peligro pues el amor al dinero y la sed de bienes materiales seca el corazón
y las entrañas de las sociedades modernas (Nral 357). La referencia a que ese amor al dinero
seca el corazón indica la degradación que hay de la vida espiritual y lo alejada que están las
personas de Dios pues para la tradición mística, es en el corazón donde tiene lugar la
experiencia del misterio.
Claret ve en el amor a la riqueza una enfermedad que se puede curar. El antídoto para esa
enfermedad, que es natural, es la virtud de la pobreza (Nral 364). El santo no ve la pobreza
como algo que tan solo se puede decidir y ya, en efecto la ve más bien como algo que se
puede recibir por gracia. En esta gracia ve un camino que ayuda a disponer el corazón para
recibir nuevas gracias y subir de un modo admirable a la perfección (Nral 371). Como místico
Claret está preocupado por los males que afronta la sociedad de su tiempo y como ha
detectado la causa de esa enfermedad, quiere ayudar a sanarla. Y para logarlo no podrá
quedarse solamente en la vida contemplativa, tendrá también que estar en movimiento.

El desprendimiento y la renuncia que ha hecho el santo de la riqueza le ha permitido abrazar


la pobreza y vivir con fidelidad la unión nupcial con Dios, por eso evitará tener cualquier
tipo de vínculo con el dinero pues sabe que este enferma y aleja de Dios. De ahí que tome la
decisión de nunca llevar dinero (Nral 360) y confíe plenamente en la providencia de Dios
(Nral 364).

En la pobreza de Claret también ha de verse como “espiritualidad y mística forman parte de


la vida en su integridad y en su sacralidad. De ahí nacen el dinamismo de la resistencia y la
permanente voluntad de liberación” (Boff, 1996, pág. 13). La pobreza es para el místico de
la acción una forma de combatir los graves males que aquejan su tiempo. Para el santo la
pobreza es un llamado y una gracia pero también una forma de resistencia a rendir culto al
dios dinero y una firme convicción de que Dios es la mayor riqueza. Como misionero
ambulante, Claret vive una verdadera mística de la pobreza y una experiencia de liberación
que no lo lleva a depender del dinero sino única y exclusivamente de Dios.

En la vida mística de Claret están presentes las características que definen a un auténtico
místico: vida espiritual, ascesis, vaciamiento, gracia, unión nupcial, tradiciones y personajes
bíblicos como ejemplo a seguir; y como místico de la acción también está el conocimiento
de la realidad y las acciones concretas para hacer frente a las realidades que allí se viven y
deben ser intervenidas. En efecto, solo quien ha tenido una experiencia profunda de Dios
(misterio) podría entender que el amor a la riqueza se supera con el amor a la pobreza.

La experiencia mística de Claret que lo mueve a la acción, se enmarca dentro de “una mística
del servicio” (Bilbao, 2017, pág. 178), la misma que identificó a Jesús y su preocupación por
anunciar al reino de Dios. “Así como la mística de Jesús no sigue los derroteros del silencio
ante Dios, el apofatismo ni la quietud pasmada” (2017, pág. 179), Claret tampoco se queda
anclado en el método, éste sólo es el medio para llegar al misterio. La necesaria caída de la
experiencia mística lo regresa a la realidad, esa que le preocupa y lo urge a dejarlo todo para
ayudarla a sanar.

Bibliografía
Alaiz, A. (1995). No puedo callar. San Antonio María Claret. Madrid: San Pablo.

Bermejo, J. M. (2008). San Antonio María Claret. Buenos Aires: Editorial Claretiana.

Bilbao, G. U. (2017). La mística de Jesús. Desafío y propuesta. Cantabria: Sal Terrae.

Boff, F. B. (1996). Mística y Espiritualidad. Madrid: Trotta.

Génicot, L. (1959). La Espiritualidad Medieval. Andorra: Casal.

Lozano, J. M. (1993). Un místico de la acción. San Antonio María Claret. Barcelona:


Editorial Claret.

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