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La Eucaristía en el Nuevo Testamento

ROMÁN LLAMAS MARTÍNEZ


(Valladolid)

En frases felices, el Vaticano II resume lo que es la Eucaristía:


es la fuente y el culmen de toda la vida cristiana (LG11). Lo ha sido
en toda la larga existencia de la Iglesia que «vive y crece constan-
temente mediante la Eucaristía (LG 26). La Eucaristía es «la raíz y
quicio de toda comunidad cristiana» (PO 6) y en la Eucaristía «se
contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, Cristo mismo, nuestra
Pascua y Pan vivo por su carne que da la vida a los hombres,
vivificada y vivificante por el Espíritu Santo» (PO 5). «La Santísi-
ma Eucaristía es centro y cima de los sacramentos (AdG 9).
Recientemente el Papa Juan Pablo II, especialmente en su encí-
clica Ecclesia de Eucharistia, citando al Vaticano II, reafirma: «La
Iglesia vive de la Eucaristía» (n. 1). «Del misterio pascual nace la
Iglesia, y, precisamente por eso, la Eucaristía, que es el sacramento
por excelencia del misterio pascual, está en el centro de la vida
eclesial» (n. 3). «La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de él se
alimenta y por él es iluminada» (n. 6). «De ella vive la Iglesia. De
este “pan vivo” se alimenta» (n. 7). «La Eucaristía, presencia salva-
dora de Jesús en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual,
es de lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por
la historia» (n. 9).
El Papa Benedicto XVI, en la misa del 11 de agosto de 2005 en
Colonia, en la Jornada mundial de la juventud, recordando las pa-
labras de la consagración de Jesús por las que «anticipa su muerte,

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 65 (2006), 41-76


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la acepta en lo más íntimo y la transforma en una acción de amor»,


dijo: «Lo que desde el exterior es violencia brutal —la crucifixión—
desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega
totalmente. Esta es la transformación sustancial que se realiza en el
Cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de transfor-
maciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que
Dios sea todo en todos (cfr 1Cor 15,26)»… «Esta es, por usar una
imagen muy conocida para nosotros, la fusión nuclear llevada en lo
más íntimo del ser; la victoria del amor sobre el odio, la victoria del
amor sobre la muerte»
Hubo un tiempo, el de las persecuciones de la Iglesia, en el que
se consideraba la cima de la vida cristiana el martirio. Es clásico el
caso de San Ignacio de Antioquía, camino de Roma para ser echado
a las fieras, que escribe a los fieles de la ciudad eterna que, por
amor de Dios y si le quieren bien, no lo estorben. Pues bien, los
mártires sacan su fuerza en su debilidad de la Eucaristía, como
expresamente lo afirma de San Lorenzo San Agustín. Y como lo
testifican las Actas de los mártires de Abitinia en el África procon-
sular durante la persecución de Diocleciano, una de las más crueles,
en 304. Saturnino, sacerdote y mártir, acusado de haber celebrado
la Eucaristía para su comunidad, responde: «Sí, porque sin la Euca-
ristía no podemos vivir. Y así lo confirman los demás compañeros
mártires. La Eucaristía es el Sacramento de nuestra fe».
Todo esto se explica porque la Eucaristía es el Sacramento del
Señor, la obra maravillosa de Cristo, tal como nos la relata el Nuevo
Testamento. Este no es un trabajo de investigación, sino sencilla-
mente de exposición de la enseñanza del Nuevo Testamento sobre
la Eucaristía, teniendo en cuenta lo que los investigadores han ido
descubriendo en él a la luz de la ciencia y de la fe de tan maravi-
lloso y esencial sacramento 1.
1
La bibliografía sobre el tema es muy amplia. Puede verse en JOSÉ MANUEL
SÁNCHEZ CARO, Eucaristía e historia de la salvación, BAC, Madrid,1963, p. 9-
46; DIONISIO BOROBIO, Eucaristía Sapientia fidei. Serie de manuales de teología.
BAC, Madrid, 2000, p. 3-49; en los diccionarios de la especialidad, como
Nuovo dizionario di teología biblica, Edizioni paoline, Milano 1988, en la
palabra Eucaristía, y especialmente en la Enciclopedia de la Eucaristía, CHAR-
LES PERROT, La Eucaristía en el Nuevo Testamento, Desclée de Brouwer, Bil-
bao, 2004, p. 87-126 con amplia bibliografía Y en los lugares respectivos de
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No son muchas las cosas que nos dice de la Eucaristía, pero son
de tal calado que es muchísimo lo que se encierra en las pocas
frases sobre la misma. Algunos, al hablar de la Eucaristía en el
Nuevo Testamento, dicen que no hay que proyectar en los relatos
bíblicos que hablan de ella todas las certezas teológicas de hoy, que
al exégeta le basta refrendar una realidad histórica, sin pretender
recrearla enteramente.
De hecho, para entender correctamente lo que el Nuevo Testa-
mento nos dice de la Eucaristía tenemos que desprendernos, en al-
gún sentido, de todo el bagaje teológico, espiritual que en la larga
vida de los 20 siglos de la Iglesia ha ido descubriendo el Espíritu
Santo acerca de ella. Tenemos que insertarnos en los primeros años
de aquella comunidad o Iglesia fundada por Jesús, formada por
hombres de cultura y religión judía, algunos de los cuales no aca-
baron de liberarse totalmente de ellas. Recordemos el Concilio de
Jerusalén (Act 15). Son ellos los que nos trasmiten las enseñanzas
de Jesús, y concretamente las relativas a la Eucaristía en su institu-
ción y vida primera. Son hombres que están vinculados a las estruc-
turas sociales y religiosas judías y a los intereses de sus propias
comunidades y tiempos.
Tenemos que ceñirnos a lo que dicen los textos, no hacerles
decir ni menos de lo que dicen, ni más de lo que afirman, aunque
no hay que perder de vista que en estos textos eucarísticos, como
depósito de la fe, están encerradas riquezas inmensas e inagotables
que luego el Espíritu Santo ha ido descubriendo por la voz de los
pastores de la Iglesia, por la experiencia de los místicos y por el
sentido de la fe de los simples fieles y estudiosos, a lo largo de la
historia de la Iglesia. Ya que Jesús, al prometer a los apóstoles el
Espíritu Santo, les dice que se lo dará para que les introduzca en la
plenitud de la verdad que es él mismo (Jn 16,13-14): la Eucaristía
es Cristo Jesús; todo cuanto la Iglesia ha ido descubriendo y ahon-
los distintos Comentarios a los lugares del Nuevo Testamento que hablan de la
Eucaristía.
Como libros más recientes: J. L. ESPINEL, La Eucaristía del Nuevo Testa-
mento, San Esteban, Salamanca, Madrid, 2005. Se trata de una reedición. No
aduce ninguna nota bibliográfica. Equipo «Facultad teológica de Toulouse», La
Eucaristía en la Biblia, Verbo divino, Estella, 2002, Cuadernos bíblicos, 37, p.
30-60.
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dando en el misterio de Cristo Eucaristía es obra del Espíritu Santo


y lo ha sacado de los textos eucarísticos. Y es que Cristo, en frase
de San Juan de la Cruz, es como una mina en la que están encerra-
dos todos lo tesoros de la ciencia, sabiduría y gracia y por mucho
que se ahonde en ella nunca se la agota 2.

LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA

Jesús, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin (Jn 13,1).
Y la expresión de este amor supremo es la Eucaristía, memorial de su
muerte y resurrección, instituida en su última Cena con sus discípu-
los, horas antes de morir. De la institución de la Eucaristía tenemos
cuatro relatos (Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,15-20; 1Cor 11,23-
25). Y, habiendo nacido todos de una fuente original, han ido toman-
do matices y aspectos particulares en las distintas comunidades cris-
tianas. Cronológicamente, el primero que se redacta es el de Pablo
hacia el año 55-57, pocos años después de la institución de la Euca-
ristía. Para algunos, el de Marcos, unos veinte más tardío, representa
una tradición más antigua, como lo probaría el número de semitismos
que se encuentran en él. Aunque, si tenemos en cuenta que un texto
litúrgico estilísticamente es más conciso y simétrico y es posterior al
relato histórico, por ser más libre y rico de elementos que pertenecen
al contexto primitivo, podemos decir que el de Pablo es más antiguo.
A través de estos textos, según los autores, dada las pocas variantes
entre ellos, estaríamos a un paso del relato original de la cena y, con-
siguientemente, de las mismísimas palabras de Jesús.
El hecho es que cada evangelista, al igual que Pablo, al describir
la institución de la Eucaristía por Jesús, recoge y redacta cuanto
considera útil para la vida de los fieles, como es natural, y cada uno
lo hace a su manera, de ahí esa diferencia material en la redacción,
aunque es idéntica en la sustancia (y aun materialmente se diferen-
cian poco).
Pablo dice expresamente que va a explicar lo que ha recibido
del Señor a través de la tradición viviente de la Iglesia (1Cor
2
C 37,4.
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11,23), que se guarda en las distintas comunidades en las que se


ha ido configurando la redacción de las palabras que Jesús pronun-
ció. Y cuando escribe Pablo solamente existen las comunidades de
Jerusalén y de Antioquía. La tradición de la comunidad de Jeru-
salén está representada por los textos de Marcos y Mateo, que
presentan como particular y característico el identificar el cáliz con
la sangre: «esta es mi sangre, la derramada por muchos» (Mc
14,24; Mt 26,28) y Mateo añade a la redacción de Marcos el
motivo de la sangre derramada de Cristo: para el perdón de los
pecados, finalidad de la muerte de Cristo anticipada en la Euca-
ristía, y el convencimiento filial de Jesús expresado en que no
beberá más vino hasta que lo beba con vosotros «en el reino de
mi Padre» (Mt 26,29).
Los textos de Pablo y Lucas representan la tradición de la co-
munidad cristiana de Antioquía, en la que por primera vez se llama-
ron a los discípulos de Jesús cristianos (Act 11,26) En Lucas, que
conoce a Marcos, la cena adquiere una fuerte resonancia pascual en
la comida mesiánica (Lc 22,18-19). Lucas, como Pablo, añade: mi
cuerpo que se entrega por vosotros y haced esto en memoria mía,
después de cenar (Lc 22,19b-20).
Un análisis de los relatos de Pablo y Lucas nos descubre estos
elementos comunes que caracterizan la comunidad antioquena, y no
encontramos en la tradición de la comunidad de Jerusalén:

a) El mandato o invitación de Jesús a hacer su gesto y palabras


institucionales de la Eucaristía en memoria de él: haced esto en
memoria mía (1Cor 11,24.25: del cuerpo y de la sangre; Lc 22,19:
sólo del cuerpo)
b) La alianza de que hablan Mateo y Marcos es presentada
como nueva (1Cor 11,25; Lc 22,20)
c) Tanto Pablo como Lucas señalan que la consagración del
pan y del vino fue «después de la cena» (Lc 22,20; 1Cor 11,25), lo
cual reconstruye mejor el fondo histórico, a diferencia de Mateo y
Marcos que han liturgizado más el relato y no resaltan la separación
entre los gestos de Jesús.
d) A propósito del cuerpo los dos dicen que se ha entregado a
la muerte «por vosotros», como dialogando con los presentes.
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De ahí las cuatro formulaciones, materialmente distintas, idén-


ticas en la sustancia. El texto primero y más antiguo, referente a la
institución de la Eucaristía, es el de san Pablo en su carta a los fieles
de Corinto hacia el año 55-57, como dijimos. El apóstol se ha en-
terado de los abusos que se han introducido en los ágapes que pre-
ceden a la Eucaristía, en los que los que tienen bienes se hartan y
emborrachan y los que tienen poco o nada pasan hambre, siendo
ágapes de fraternidad y caridad. El Apóstol los reprueba y les dice
que para eso es mejor que cada uno coma su comida en su casa. Y
la razón es precisamente la Eucaristía. «Porque yo he recibido del
Señor lo que os he trasmitido: que el Señor Jesús la noche en que
fue entregado tomó pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo:
Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en memoria
mía. Así mismo también la copa, después de cenar, diciendo: Esta
copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis,
hacedlo en memoria mía» (1Cor 11,23-25).
Semejante a la formulación de Pablo es la de Lucas (Lc 22,
14-20), y ambas parecen reflejar la tradición de la comunidad
cristiana de Antioquía En una y otra la llamada de Jesús a hacer
esto en memoria mía. Uno y otro colocan la consagración de la
sangre después de la cena y uno y otro hablan del cáliz de la nueva
alianza.
Podemos calificar los textos de Marcos y Mateo, relativos a la
Institución de la Eucaristía, como tradición ‘marciana‘, otros la lla-
man jerosolimitana por proceder, según dicen, da liturgia de la
comunidad cristiana de Jerusalén. Dice San Marcos: «Y estando
comiendo, tomó pan, bendiciéndolo lo partió y se lo dio y dijo:
Tomad, esto es mi cuerpo. Tomó luego una copa, y, habiendo dado
gracias, se la dio y bebieron todos de ella. Y les dijo: Esta es mi
sangre de la Alianza, que es derramada por muchos (Mc 14,22-24;
cfr Mt 26,26-29).
Entre las diferencias accidentales que saltan a la vista, está que
Marcos y Mateo identifican la copa con la sangre de Cristo: esta es
mi sangre de la Alianza y que es derramada por muchos, frase que
recuerda instintivamente al Siervo de Yahvé, de quien profetiza el
profeta deutero Isaías en el cuarto himno: «Él ha llevado los peca-
dos de muchos y ha pedido por los malvados» (Is 53,12).
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San Mateo añade por su cuenta la interpretación teológica: para


la remisión de los pecados (Mt 26,28), finalidad de la entrega de
Jesús a muerte, anticipada en la Eucaristía.

Aspecto sacrificial

La dimensión sacrificial es, sin duda, la más destacada en el


relato de la Institución de la Eucaristía: el cuerpo que es entregado
y partido y la sangre que es derramada y participada significan el
sacrificio de Jesús Son expresiones que aluden claramente al sacri-
ficio que horas más tarde va a ofrecer Jesús en su Pasión y muerte
de cruz, en la que derrama hasta la última gota de su sangre para la
remisión de los pecados de muchos, para la redención de todos. Es
el sacrificio anticipado en la institución de la Eucaristía y que, si-
guiendo las palabras de Jesús: haced esto en memoria mía, se renue-
va constante e ininterrumpidamente en la vida de la Iglesia cada vez
que se celebra el misterio eucarístico. Como dirá más tarde el Va-
ticano II: «Nuestro Salvador…instituyó el sacrificio eucarístico de
su cuerpo y su sangre, con el que perpetuara el sacrificio de la cruz,
hasta que él venga» 3.
Jesús tiene el poder de dar la vida y de tomarla, la da libremente
(Jn 10,18) y de una vez para siempre (Heb 9,28). No se ofrece en
sacrificio para sí mismo porque es inocente (Heb 7,26-27): se ofrece
a sí mismo como cordero inmaculado (Heb 9,14), dando la vida en
rescate por todos (Mc 10,45; Mt 20,28). Con sus gestos y palabra
de la institución de la Eucaristía y mandato de que se haga en
memoria suya, Jesús anticipa el sacrificio que está para llevar a
cabo con su muerte de cruz.
Uno y otro elemento: cuerpo y sangre, significan la misma rea-
lidad: la donación libre y sacrificial que Cristo hace de sí mismo, de
su vida, de su persona. Y es tan claro el carácter sacrificial de Cristo
por la humanidad en la Eucaristía que se realizará en la muerte de
cruz, cuando derrame su sangre y su cuerpo sea entregado, que se
puede decir que en la última cena, la Eucaristía presenta el papel
3
SC 47
48 ROMÁN LLAMAS MARTÍNEZ

insustituible para la comprensión del mismo sacrificio de Jesús en


el calvario. La llave para entender el sacrificio de Jesús en la cruz
es la institución de la Eucaristía.
A la vista del lenguaje sacrificial de la última Cena podemos
afirmar que Jesús se compara al cordero pascual y ha designado su
muerte como la muerte de la víctima sacrificial, como sacrificio.
El sacrificio de la cruz y el sacrificio de la Eucaristía es el
mismo y único sacrificio, el oferente y la víctima es la misma, solo
difiere el modo de ofrecerlo. Como dice San Juan Crisóstomo: «no-
sotros ofrecemos siempre el mismo Cordero y no uno hoy y otro
mañana, sino siempre el mismo. Por esta razón el sacrificio es siem-
pre uno y solo. También nosotros ofrecemos ahora aquella víctima
que se ofreció entonces y que jamás se consumirá» 4.
El hecho de encuadrar la institución de la Eucaristía en el marco
de los relatos de la Pasión y muerte de Jesús, los primeros de todos
los relatos evangélicos y quizás surgidos en el ambiente litúrgico de
las más primitivas comunidades cristianas, acentúa el carácter sacri-
ficial de la Eucaristía. Jesús instituye la Eucaristía en el marco de
su Pasión y muerte como un sacrificio único y perpetuo.

La Eucaristía memorial del sacrificio de Cristo

Según los testimonios de Lucas y Pablo sobre la institución de


la Eucaristía, esta es el memorial del sacrificio de Cristo: Haced
esto en memoria mía. San Pablo usa este término solamente en esta
ocasión. Y podemos decir que este mandato del señor constituye la
clave más fiel del misterio eucarístico, ya que cada aspecto particu-
lar del mismo (sacrificio, alianza, banquete) se apoya sobre el con-
cepto y realidad del memorial.
Con estas palabras: Haced esto en memoria mía, Jesús entregó
la Eucaristía a su Iglesia. Y si la entrega como memorial suyo, es
que la Eucaristía en su misma esencia, en los gestos y palabras de
Jesús es ya ese memorial. No es la fórmula de mandato lo que la
hace memorial de Jesús, es la estructura y naturaleza misma de la
4
Hom. Carta a los hebreos, 17,3, PG 63,131
LA EUCARISTÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO 49

Cena lo que la constituye en memorial. Y lo que manda hacer en su


memoria es todo el rito, palabras y gestos, y todo su contenido y
significado. De ahí que la celebración de la Eucaristía en memoria
de Jesús hace presente la persona de Jesús con todas las connotacio-
nes de sacrificio, banquete, acción de gracias… El cuerpo que se
entrega, la sangre que se derrama de la nueva alianza para la remi-
sión de los pecados de todos es el memorial del sacrificio de Cristo
y, como tal, hay que repetirlo y hacerlo, en memoria de Jesús
El término memorial traduce la anámnesis griega y el azkarât
hebreo. No es una simple memoria o recuerdo de algo pasado, es
mucho más: manifiesta y actualiza realmente el hecho o suceso
maravilloso del que hay que hacer memoria, como un suceso activo
y operante. «No es solamente el recuerdo de los acontecimientos del
pasado, sino la proclamación de las maravillas que Dios ha realiza-
do a favor de los hombres. En la celebración litúrgica estos acon-
tecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales» 5. Es
una verdadera actualización. Así cuando se suplica a Dios que «se
acuerde» de sus fieles o de Israel, se intenta invitarle a que interven-
ga para repetir sus gestas salvíficas. Así suplican y piden los salmis-
tas en las lamentaciones tanto individuales (Sal 25,7, etc.), como
colectivas (Sal 74,2; 106,4).
Quiere decir que cuando la Iglesia hace la memoria eucarística
no se limita a recordar lo que Jesús hizo cuando la instituyó, sino
que hace presente al Señor Jesús en su sacrificio salvador, actualiza
a Jesús fundando el banquete eucarístico, el que con su misterio
pascual ha dado vida a la nueva alianza.
En el memorial de la Eucaristía resuena de manera especial el
memorial de la Pascua judía. De hecho, los gestos de Jesús de partir
el pan y derramar la sangre se inscriben en el cuadro ritual ya
existente en el judaísmo, precisamente en la celebración del banque-
te pascual, la bendición antes de la comida (con el pan), y la ben-
dición al final de la misma (con el vino). El banquete pascual es un
memorial de la Pascua celebrada al salir de Egipto (Éx 12,14). Para
los hebreos la celebración de la Pascua no era solamente un recuer-
do de un suceso pasado, sino una actualización en el sentido de que
5
Catecismo de la Iglesia católica, n. 1263
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Dios esta dispuesto a dar a su pueblo la salvación que le dio un día


cuando le sacó de Egipto. Dios está pronto a repetir las gestas sal-
víficas. Así el pasado irrumpe en el presente llenándolo de su fuerza
salvadora. No en vano la Eucaristía se celebra en un ambiente fes-
tivo pascual, de gozo y liberación, independientemente de que de
que esta fuera o no una cena pascual.
En el mandato de repetir la Eucaristía no se trata sólo de hacer
vivir el recuerdo del sacrificio de Jesús, sino de actualizarlo y hacer
presente a Cristo en el mundo a través de los frutos de su sacrificio.
Es un memorial de lo que pasó a lo que se realiza en el presente o,
si queremos, es un memorial en un eterno hoy. Jesús no habla de
haréis, sino de haced, lo que hacéis hacedlo en memoria de mí, en
memoria mía
La Eucaristía es el memorial del sacrificio total de Cristo, no
sólo de su muerte, sino de su resurrección y ascensión y de la
parusía: hasta que él retorne (1Cor 11,26). Que en la última Cena
están presentes los motivos del gozo, la liberación y bienaventuran-
za anticipada del reino de Dios (Mc 14,25). Un memorial que actua-
liza el sacrificio único de Cristo en sus elementos constitutivos y
salvadores: la misma víctima, el mismo oferente y la misma acción
sacrificial, aunque realizado de un modo incruento.

La nueva alianza

Entre las palabras de Cristo en la institución de la Eucaristía


encontramos esta expresión: esta es mi sangre de la alianza (Mc
14,24; Mt 26,28). Lucas y Pablo precisan más: Este cáliz es la
nueva alianza en mi sangre (Lc 22,20; 1Cor 11,25). Jesús es la
Novedad y todo lo hace nuevo, y así hace nueva la alianza antigua
de Dios con los hombres a través de su sacrificio.
La nueva alianza alude, bajo el trasfondo de la vieja, a las pro-
fecías, especialmente de Jeremías 31,31, recordada también por el
autor de la epístola a los hebreos (Heb 8,6s) que prometen una
alianza nueva, distinta de la hecha con los padres en el desierto. Con
estas palabras da a entender que la Iglesia nacía como la alianza que
él crea e instituye y la crea e instituye en la Eucaristía. La Iglesia,
LA EUCARISTÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO 51

la comunidad de la nueva alianza encuentra su origen y fundamento


en la Eucaristía. Con la Eucaristía Jesús acaba con la antigua alianza
con los Padres e instaura la nueva, con la que se inicia el cumpli-
miento de las promesas mesiánicas escatológicas (Jer 31,31)
Una alianza nueva que es sellada con la sangre de Cristo, San
Lucas y Pablo dicen que esa sangre de Cristo es la alianza nueva,
como la antigua, y abolida por Jesús, lo fue con sangre de toros y
carneros. «Ni la primera alianza fue inaugurada sin sangre». Con la
sangre de los animales sacrificados «asperjó Moisés el libro y al
pueblo diciendo: Esta es la sangre de la alianza que Dios ha esta-
blecido con su pueblo» (Heb 9,19.20; Éx 24,6-8).
Jesucristo es la nueva alianza, escrita en el corazón de los cre-
yentes. La nueva alianza es la misma sangre de Cristo. La alianza
antigua, que el pueblo de Israel no supo mantener ni cumplir fiel-
mente, se realiza ahora con el gesto de Cristo que expresa la total
fidelidad a Dios hasta la muerte, hasta el derramamiento de la san-
gre y la exige de los que se unen a él en la repetición de su gesto
en el gesto litúrgico.
En este sentido la Eucaristía se convierte en el núcleo central de
la vida cristiana —alianza nueva con Dios— donde la fe y la fide-
lidad alimentan la vida y la vida profundiza en la fe y la estimula.
Cuando celebran la Eucaristía, los fieles se saben colectivamente
como rescatados, como formando el nuevo pueblo de la alianza
nueva.

La Eucaristía convite

Jesús en la predicación del Reino de los cielos se sirve y utiliza


generosamente los elementos más esenciales de la vida del hombre
para explicar sus enseñanzas: el pan, el vino, la luz, el banquete, el
amigo, la boda… Pues ese mismo proceder observa cuando institu-
ye la Eucaristía. El pan y el vino, ingredientes básicos en un ban-
quete, juegan un papel esencial en la Eucaristía de Jesús y, al ser
transformados en su cuerpo y su sangre, sin perder sus accidentes,
dan a la Cena un carácter distintivo de comida, de convite. De una
comida y convite de comunión nace la Eucaristía.
52 ROMÁN LLAMAS MARTÍNEZ

De hecho la participación de distintas personas en una comida


era considerada en la antigüedad como un signo importante de co-
munión y de pertenencia mutua (Ex 18,12). Con la comida se expre-
saba en algún modo el perdón (2Sam 9,7; 2Re 25,27-30), la hospi-
talidad (Jue 19,20.21), la amistad (Gn 43,25.34). Hacer mal a una
persona, con la que habías condividido la comida, era considerado
como crimen especialmente detestable (Sal 42,10; Jer 42,1-2). Y
todo esto se trasladó al campo estrictamente religioso.
Jesús, siguiendo la tradición de que las comidas de comunión
estaban asociadas a las fiestas judías, especialmente a la de la Pas-
cua, quiso hacer de la Eucaristía una comida de comunión en la que
se le comiera a él mismo. De igual modo que el cordero pascual era
sacrificado y comido luego en familia, él, el verdadero cordero
pascual —él es nuestra Pascua—, quiso ser sacrificado —el pan
partido y la sangre derramada— y darse en comida a sus discípulos,
a su familia.
En la tradición sapiencial, el banquete de la sabiduría parece
como un principio de restauración del hombre y de la restauración
de la alianza (Sal 118,103; Prov 9,1-6; Eclo 24,19-21).Y, según una
tradición antigua, la alianza sinaítica fue ratificada con un banquete
festivo (Éx 24,9-11) que Moisés mando repetir, cuando el pueblo
entrase en la tierra de promisión que mana leche y miel (Deut 27,6-
7); del mismo modo, Jesús quiso que la Eucaristía, que es la Nueva
Alianza en su sangre, fuese un banquete de comunión.
Jesús, en su predicación, describe el Reino que el proclama
como un banquete escatológico, semejante a un banquete de bodas
(Mt 22,1-14), en el que se sentarán todos los pueblos (Mt 8,11);
banquete que los contemporáneos de Jesús esperaban con viveza
(cfr Lc 14,15-24). En la multiplicación de los panes, Jesús aparece
como el que prepara para el pueblo el banquete de los tiempos
nuevos, de los últimos tiempos, al colocar el evangelista el milagro
dentro de una sección que por las muchas menciones del pan se la
ha llamado «sección de los panes» (Mc 6,33-8,26). El pan aparece
como el símbolo de la salvación traída por Jesús (Mc 7,27-28),
tanto para judíos (Mc 6,37-44), como para paganos (Mc 8,1-9). En
esta perspectiva el milagro de la multiplicación de los panes está
estructuralmente unido a la Cena del Señor, a la que aluden y re-
LA EUCARISTÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO 53

cuerdan las palabras pronunciadas y los gestos realizados por Jesús


antes de distribuir el pan a las multitudes. Además el evangelista
quiere señalar que el verdadero pan, el único pan que habían llevado
en la barca (Mc 8,14), era Jesús.
Ya dentro del contexto de la institución de la Eucaristía tenemos
las palabras claras y precisas y los gestos significativos de Jesús por
los cuales el pan y el vino se convierten, sin perder su realidad
accidental, en su cuerpo y en su sangre. Son palabras sustanciales
que hacen y realizan lo que dicen. No sólo palabras y signos sim-
bólicos para significar otra realidad, sino palabras y gestos que
producen lo que dicen y significan. Las palabras y gestos de Cristo
crean una situación nueva en los elementos comunes de la comida:
el pan y el vino, transformándolos y convirtiéndolos en su cuerpo y
sangre, en una presencia real suya, viviente y dando la vida por
todos y comida para sus discípulos y fieles.
En la mentalidad bíblica, el pan designa el elemento esencial
para el alimento del hombre: danos hoy el pan nuestro de cada día.
El pan es un don de la omnipotencia del Creador y lo da a quien se
lo pide (Ex 23,25; Sal 78,20; 104,15; 146,7, etc.). El pan hay que
compartirlo, sobre todo, con el hambriento: es el gesto del hombre
justo (Is 58,7; Ez 18,7, etc.). Precisamente por su relación esencial
con la vida viene a significar el banquete escatológico: Bienaventu-
rado quien comerá el pan del reino de Dios (Lc 14,15).
El vino, que alegra el corazón del hombre (Sal 14,15), significa
más bien la plenitud de la vida en la alegría. Simboliza el lado
alegre de la vida, la amistad, el amor, el gozo; se lo toma hasta para
simbolizar la alegría mesiánica (Am 9,14; Os 2,24; Jer 31,12)
El simbolismo del pan partido y de la sangre derramada se re-
fieren no solamente a la muerte de Cristo sino también a la dona-
ción de sí mismo como comida: comed y bebed; la celebración con
sus discípulos de un banquete con los dos elementos, el pan y el
vino, son el símbolo y el instrumento. Jesús se ofrece a sí mismo
como comida que restablece las relaciones con Dios Padre, rotas por
el pecado. Su entrega es la prueba y la expresión más radical del
amor de Dios por el hombre y éste, a su vez, comiendo el cuerpo
de Cristo y bebiendo su sangre se adhiere plenamente a él y queda
atrapado en una relación de amor al Padre.
54 ROMÁN LLAMAS MARTÍNEZ

Por la comida eucarística el cristiano aprende a ver en su comi-


da de cada día un don de Dios que anticipa en el hoy de su vida el
don total de los últimos tiempos y que, por consiguiente, debe com-
partir con sus hermanos.
En esta perspectiva la petición el Padre nuestro: Danos hoy
nuestro pan de cada día (Mt 6,11; Lc 11,3) no se queda en la súplica
del pan material sino que expresa el deseo de poder gustar ya hoy
el pan del reino en la comida de la Eucaristía y en otros momentos
en los que los hermanos comparten el mismo pan.
Todo esto significa que la Eucaristía al mismo tiempo que pro-
clamación de la muerte de Jesús, es un banquete festivo porque
celebra la presencia del Resucitado en medio de los suyos en el
momento de darse a sí mismo en elementos básicos que significan
la exaltación de la vida. No se trata de la conmemoración de un
muerto sino de un muerto Viviente y exaltado que prepara y abas-
tece la mesa del banquete para los suyos que culminará en la mesa
riquísima y abundantísima de la eternidad gloriosa.
Jesús presenta la Eucaristía como un banquete que se inaugura
en virtud de sus palabras. Es el banquete del Reino que si bien se
ha inaugurado y comenzado ya, todavía no está plenamente consu-
mado, lo que sucederá solamente en la parusía.

EL TESTIMONIO DE PABLO

Pablo es uno de los testigos más cualificados de la vida y de-


sarrollo de la Iglesia en sus orígenes y de los más primitivos. Fundó
varias comunidades eclesiales. El libro de los Hechos nos lo recuer-
da celebrando una Eucaristía en Tróade (Act 20,7.12). Y solucio-
nando problemas que éstas le planteaban, como la de Corinto (1Cor
7-15) y corrigiendo abusos que en ellas iban surgiendo (1Cor 5-6),
nos ofrece testimonios preciosos sobre aspectos de la vida y desa-
rrollo de la Iglesia. Con relación a la Eucaristía se caracteriza por
su enseñanza sobre la misma, siendo el testigo más temprano, como
Juan es el último.
LA EUCARISTÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO 55

La Eucaristía comunión con Cristo

El primer testimonio sobre la Eucaristía lo encontramos en el


capítulo 10,16s de la primera carta a los fieles de Corinto. En él
habla de los sacrificios ofrecidos a los dioses y de los banquetes
sacrificiales paganos en los cuales, según la concepción de los cul-
tos mistéricos, se realizaba una especia de identidad mágica entre el
dios en cuyo honor se celebraba el banquete y el que lo comía.
Con este trasfondo, la intención del apóstol adquiere un claro
sentido: la Eucaristía establece una verdadera communicatio in sa-
cris entre Cristo y el que le come: la comida de la Cena del Señor,
del cuerpo de Jesús, establece una unión real con él. Les dice que
les habla como a personas inteligentes. «Juzgad vosotros mismos lo
que os digo. El cáliz de la bendición que bendecimos ¿no es acaso
comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es
acaso comunión con el cuerpo de Cristo? Y porque no hay más que
un solo pan, aun siendo muchos, formamos un solo cuerpo, porque
todos participamos de un solo pan» 1Cor 10,15-17).
La razón de la inversión de los términos, primero el cáliz y
luego el pan, al revés de lo que se hacía en las comunidades, como
dice el mismo Pablo (1Cor 11,24-27), siguiendo la enseñanza de
Jesús, es porque Pablo intenta expresar su idea del cuerpo eclesial
(v.17) y no puede hacerlo más que a través del pan-cuerpo.
San Pablo nos dice que la celebración de la Eucaristía nos pone
en comunión, koinonía, con el cuerpo y con la sangre de Jesús, que
es una participación real del cuerpo y sangre del Señor, tan real
como la que se verifica mediante la ingestión de un alimento. Una
koinonía, y con este término supera cualquier inteligencia de sus
palabras en sentido mágico, con su propia persona, una compenetra-
ción con Cristo, una participación real de sus sentimientos, actitudes
y disposiciones. El que come el cuerpo de Cristo y bebe su sangre
se hace una cosa con él, se hace un espíritu con él.
En 1Cor 1,9 nos dice Pablo que «fiel es Dios y él os llamó a
entrar en koinonía con su Hijo Jesús, el Mesías, Señor nuestro» para
indicarnos que la salvación consiste en entrar en comunión, en re-
lación personal íntima con Cristo Jesús para venir a ser, gracias a
otra comunión, la del Espíritu (2Cor 13,3) hijos adoptivos y llegar,
56 ROMÁN LLAMAS MARTÍNEZ

de esta manera, a unirse a Dios (Gal 4,6-7; Rom 8,14-17). Pues


bien, esta comunión con Cristo se realiza de una manera especial,
propia y característica, única mediante la Eucaristía
Y es verdad que el cuerpo de Cristo es un cuerpo pneumático,
como lo es él mismo, pero no por eso menos real y la unión sacra-
mental con el cuerpo de Cristo, con Cristo crucificado y glorificado
es también pneumática y mística pero no menos real y corporal.

La Eucaristía y la Iglesia

Nos enseña, además, que por ser un solo pan, los cristianos, aun
siendo muchos, por participar todos de un mismo y único pan for-
man un solo cuerpo, (v. 17) es decir, una sola Iglesia. La Eucaristía
crea una única Iglesia, en la que todos están estrechamente unidos
a Cristo y entre sí hasta formar un solo cuerpo. Una Iglesia como
cuerpo articulado, formado de diversos miembros con sus funciones
ministeriales y carismáticas, del que habla en el capítulo 12 de la
primera carta.
La comunión real y pneumática con Cristo que se da en la
Eucaristía es el fundamento y la causa de la comunión social y
espiritual del único cuerpo de la comunidad, de todos los miembros
que la componen. La Iglesia antigua hasta San Agustín empleaba la
expresión cuerpo místico para designar unitariamente y sin separa-
ción alguna el cuerpo eucarístico y el cuerpo eclesiológico.
El cuerpo sacramentalmente presente del Señor crucificado y
glorificado es el medio corporal de los que se reúnen en comunidad
para participar de un solo pan. El c uerpo de Jesús es el que funda-
menta la unión, la unidad, y da cohesión a todos haciéndolos uno.
Y si bien el apóstol atribuye la incorporación a Cristo especial-
mente al bautismo (1Cor 12,12.27), pero no olvida la virtud de la
Eucaristía en orden a crear y mantener la koinonía, la comunión con
él. Si el v. 13, en conexión con el bautismo, habla de que todos
«hemos bebido de un solo Espíritu» hay que tener en cuenta que
junto a los demás ritos de la incorporación está la Eucaristía. El
apóstol lo da por supuesto, dado lo que dice en el capítulo 10,16s.
Vosotros sois cuerpo de Cristo, miembros cada uno por su parte
LA EUCARISTÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO 57

(1Cor 12,27). Cuerpo de Cristo sin artículo, con artículo aparecerá


luego en las cartas pastorales, es decir, una pertenencia de todos y
cada uno a Cristo producida por el bautismo y la Eucaristía y siem-
pre activa por el Espíritu. Con anterioridad había dicho que «nues-
tros miembros son miembros de Cristo» (1Cor 6,15), y añade: «vues-
tro cuerpo es templo del Espíritu Santo» (6,19). Ahora va más lejos
y por primera vez en un contexto eucarístico dice que la comunidad
de los cristianos son el cuerpo de Cristo (1Cor 10,17), la comunidad
forma un solo cuerpo porque se alimenta de una misma y sola co-
mida sagrada que es el pan-cuerpo de Jesús.
Hay que aguardar a las cartas a los colosenses (1,18.24) y a los
efesios (1,23; 5,23.29.30), para encontrar la identificación de la
Iglesia universal con el cuerpo de Cristo.
El Apóstol Pablo destaca que esta unidad debe traducirse en una
actitud concreta de solidaridad y caridad entre todos los miembros
de la comunidad, solidaridad y caridad que encuentra su expresión
más significativa en el compartir el mismo pan con ocasión del
banquete que acompaña a la celebración de la Eucaristía sin distin-
ción entre pobres y ricos (1Cor 11,17-34).

¿Cómo celebrar la Eucaristía?

San Pablo ha descubierto abusos en la celebración de la Euca-


ristía en la comunidad de Corinto. Indica que la Eucaristía se cele-
braba después de una comida ordinaria y común. Cada uno llevaba
de casa lo necesario para comer; lo malo era que se observaban
diferencias entre las familias ya que cada una comía y bebía por su
cuenta (1Cor 11,21). San Pablo reprocha a los corintios la costum-
bre de reunirse para celebrar la Eucaristía y en lo que acaba esa
celebración es en una comida corriente y discriminada, ya que no se
espera la llegada de todos y así avergüenza y humilla a los que no
tienen, que es la mayoría, pues en la comunidad de Corinto abun-
daba la gente sencilla y pobre (1Cor 1,26-29) y pasan hambre, y el
que tiene para comer lo come para sí mismo, y hasta llegan a em-
briagarse. Hay cismas y divisiones entre ellos debido a las desigual-
dades fácilmente perceptibles. Todo lo contrario de una Eucaristía
58 ROMÁN LLAMAS MARTÍNEZ

que es comunión mutua, Koinonía en Cristo y desde Cristo con los


hermanos. Pablo corta por lo sano y les dice que separen las dos
comidas. ¿No tenéis casas para comer y beber? (11,22). Si uno está
hambriento que coma en casa (11,34).
Pablo no comprende el abandono o rechazo de los pobres de una
comida común previa para la celebración de la Eucaristía. Los que
no aceptan o aguardan a los otros, a los pobres para la cena, se
reúnen para el juicio: krima (v 32). Y los que comen y beben sin
discernir y reconocer el cuerpo, es decir, la comunidad constituida
por la fracción misma del pan (cfr 1Cor 10,10.17; Rom 12,5), co-
men o beben su propia sentencia: krima (v. 29).
El símbolo central de la comunidad cristiana, de la koinonía,
no es un código de normas, ni un lugar sagrado o de culto, ni una
fórmula o acción, sino el compartir concretamente una comida en
amor, vivificada por Jesús Eucaristía. La comunidad unida en torno
a la mesa del Señor debe superar las diferencias y discriminacio-
nes sociales de pobres y ricos, de poderosos y débiles para no
hacerse culpables y responsables de profanar la muerte resurrec-
ción de Jesús.
Con esta ocasión, de una manera pasajera y circunstancial, habla
el apóstol de las disposiciones que hay que llevar para celebrar la
Eucaristía, la cena del Señor y que es principalmente la caridad
fraterna. La falta de caridad hace indigna la comunión eucarística y
comer la Eucaristía sin caridad y amor fraterno es comerse su pro-
pia condenación (1Cor 11,27-29). Así, pues, quien come el cuerpo
de Cristo y bebe el cáliz del Señor indignamente, se hace reo del
cuerpo y de la sangre del Señor (1Cor 11,27).
La unidad de la comunidad, la koinonía debe ser conservada a
cualquier precio, porque al comer de un mismo y único pan los
cristianos forman un solo cuerpo, como vimos en 1Cor 10,16s, Y
proceder sin caridad en la celebración eucarística rompe la unidad.
Como dice en otra parte, en un contexto no eucarístico, la fuerza
y levadura del cuerpo de Cristo es la caridad (Ef 4,15-16). El amor
es la ley que preside la vida y desarrollo de este cuerpo. El ensam-
blaje y la compenetración de los distintos miembros del cuerpo
místico han de explicarse a partir del amor. La falta de amor rompe
la comunidad, rompe la unidad del cuerpo de Cristo que es la esen-
LA EUCARISTÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO 59

cia misma de la Eucaristía. Por eso querer celebrarla sin amor es


celebrarla indignamente.
La comida a que se refiere el apóstol no es una comida añadida
a la Eucaristía sino convertir la Eucaristía en una simple comida
tomada en casa (v. 22). Quiere que la reunión eucarística sea exclu-
sivamente eucarística, nada de comidas que la acompañen. La re-
unión eucarística que celebran los corintios va en contra de los dos
gestos de Jesús que dan sentido a la Eucaristía. De ahí el recuerdo
de la tradición que ha recibido sobre la Eucaristía. Es ésta y es así
como hay que celebrarla (v. 23-28).

Proclamar la muerte del Señor hasta que vuelva

«De hecho, cada vez que coméis de ese pan y bebéis de ese
cáliz proclamáis la muerte del Señor, hasta que él vuelva» (1Cor
11,26).
Son las palabras con que Pablo explica un aspecto de la Euca-
ristía. Pone a la Eucaristía en relación estrecha con la muerte de
Jesucristo. El discernimiento de la presencia de Jesús en la Eucaris-
tía va ligado, además, esencialmente a la cruz, a la muerte de cruz.
No se trata sólo de creer en la presencia de Jesús en el pan y en el
vino sino de discernir que su presencia está estrechamente unida a
la muerte en cruz. La atención de Pablo recae sobre el hecho de su
presencia y el modo de la misma.
La cruz constituye para el apóstol la medida de la verdad de la
presencia y encuentro con Cristo tanto para el bautismo (Rom 6,4),
como para la Eucaristía o cena del Señor. «La unión tangible con el
Resucitado no es auténtica sino en la medida de una continua anám-
nesis de su crucifixión» 6.
Pablo ante la tentación de los corintios y otros de relegar la
muerte de cruz de Jesús al olvido, insiste en ella. La dificultad por
antonomasia de judíos y gentiles es la cruz (1Cor 1,17.18.23; 2,2.8).
Por eso recalca que la piedra de toque de una auténtica celebración

6
CHARLES PERROT, La Eucaristía en el Nuevo Testamento, en Enciclopedia
de la Eucaristía, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2004, p. 113
60 ROMÁN LLAMAS MARTÍNEZ

de la Eucaristía es el misterio de la cruz y la anámnesis continua de


la misma. Pablo recuerda la noche en que Jesús fue entregado, el
pan que es él mismo, que es partido, como lo fue su cuerpo; por
vosotros que evoca el sacrificio del Siervo de Yahvé de Isaías 53,12
y expresa el sacrificio de Jesús por todos los hombres; y que la
memoria, la anámnesis que hay que hacer es del crucificado, del pan
partido, no para lamentarse del muerto sino para expresar la verdad
gozosa del Resucitado, siempre vivo.
Lo mismo afirma con relación al cáliz: «Este cáliz es la nueva
alianza en mi sangre» (v. 25). En mi sangre evoca la alianza del
Antiguo Testamento hecha y confirmada con la aspersión de sangre
sacrificada. (Ex 24,5-9). Y así cada vez que comáis este pan y bebáis
de este cáliz anunciáis la muerte del Señor hasta que venga (v. 26).
Se trata de un anuncio, una proclamación que realiza la salvación.
Para Pablo la presencia de Jesús muerto y resucitado en la
Eucaristía, intensamente vivida por los fieles en la comida eucarís-
tica es verdadera si sigue siendo la anámnesis de una cruz siempre
viva y vivificadora.

EL DISCURSO DEL PAN DE LA VIDA

San Juan no habla de la institución de la Eucaristía, aunque hay


alusiones claras a ella, como en el relato del lavatorio de los pies a
sus discípulos después de haber comenzado la cena (Jn 13,2). En él
tenemos el gesto de servicio de tomar el delantal de siervo (cfr Lc
22,27) y lavarles los pies a sus discípulos, gesto que deben repetir
ellos, «hacedlo vosotros también» (v. 15), como su Maestro, en
sustitución de la anámnesis de Lucas y Pablo en la Cena; junto a la
humillación y el servicio fraterno, con la expresión «amar hasta el
extremo» como amó él (v 1), acentúa el amor, condiciones indis-
pensables y exigencias necesarias de la Eucaristía; y, particularmen-
te, el bocado dado a Judas con el que sale del Cenáculo y era de
noche dando a entender que para comer el bocado que da Jesús hay
que estar limpio interiormente.
En los largos capítulos de la última comida (Jn 13-18), Juan no
menciona la institución de la Eucaristía, pero es, sin duda, el evan-
LA EUCARISTÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO 61

gelista que más habla de ella. Además del relato del lavatorio de los
pies (Jn 13,1-15), se refiere a ella, sin duda, en el relato de la boda
de Caná (Jn 2,1-12), en el que es difícil no ver una referencia a la
práctica eucarística de la Iglesia de Juan, como lo vieron algunos
santos Padres y en el relato de la lanzada en el costado (Jn 19,34),
al que el evangelista concede una importancia especial (19,35), del
que manó agua y sangre, y que además de significar la muerte física
—entregó el espíritu—, expresa la donación del Espíritu Santo que
se comunica, como don supremo, en el bautismo, agua y en la
Eucaristía sangre, los dos sacramentos por los que el creyente entra
en la comunidad de los salvados y participa plenamente de ella; y,
de manera más abundosa, habla de la Eucaristía en el discurso del
Pan de vida.
El discurso del pan de la vida (Jn 6,22-66), tal como lo tenemos,
es un discurso de Jesús en el que el evangelista ha explicitado de
una manera clara y terminante la presencia eucarística de Jesús de
la que sin duda no habló en la sinagoga de Cafarnaún, sino velada-
mente 7. No olvidemos que los evangelios no son libros de historia
en nuestro sentido crítico, sino testimonios de la fe de la Iglesia, de
la vivencia de Jesús en las comunidades cristianas primitivas para
alimento de esa misma fe de sus lectores.
Algunos ven en este discurso una doble perspectiva. Con rela-
ción a los escuchadores inmediatos de Jesús el discurso mira sólo a
la fe en la persona de Jesús, verdadero pan bajado del cielo, verda-
dero maná. Los términos comer la carne y beber la sangre designan
la persona completa de Jesús encarnado, entregado a la muerte, si
los leemos a la luz el verso 35: venid a mí, que significa sencilla-
mente la adhesión desde la fe a la persona de Jesús.
Perspectiva que de hecho nunca existió, porque el evangelio se
redactó desde el principio tal como hoy lo tenemos, en su definitiva
redacción, la que hoy leemos. La única perspectiva es la de los
lectores inmediatos del evangelio y en esta perspectiva la primera
parte del discurso (35-47) se refiere claramente a la fe en la persona

7
Para todo el discurso del pan de vida puede verse JOSÉ CABA, Cristo, Pan
de vida. Teología eucarística del IV Evangelio, BAC Madrid, 1993, p. 671, con
amplia bibliografía
62 ROMÁN LLAMAS MARTÍNEZ

de Cristo y la segunda (48-58) a la fe en Jesús presente en la Eu-


caristía. Y el cristiano cuando leía estos versos no podía por menos
de ver en ellos el cuerpo y la sangre de Cristo, la persona de Cristo
en la Eucaristía. Y de igual manera, aún la primera parte que habla
de alimento, del pan y de la bebida, presenta un carácter nuevo,
original y preciso, y lo es por el sacramento de la Eucaristía por el
que se da a los fieles el Pan del cielo que es la Palabra de Dios
hecha carne. Es en esta perspectiva en la que lo leían los primeros
lectores y lo leemos hoy nosotros. Como dice A. Feuillet: «Por
nuestra parte nos inclinamos a pensar que la sustancia del discurso
remonta, cierto, a Jesús, pero que el pensamiento del Maestro se nos
ha entregado con las explicaciones que el mismo evangelista ha
creído deber añadir, partiendo de la práctica de la Iglesia» 8. Yo
diría que más que explicaciones, el evangelista ha recogido la fe de
la Iglesia, enseñada por el Espíritu Santo, y ha interpretado este
discurso, explicitando lo que de alguna manera estaba encerrado en
él y se descubrió con la institución de la Eucaristía por Jesús y se
vivía en la Iglesia. Porque no es probable que Jesús en su vida
pública haya hablado con tanta precisión y claridad a las multitudes
de la Eucaristía, de no haber sucedido antes la institución de la
misma y la realidad de la muerte en el Calvario, en la que derrama
realmente su sangre, y su resurrección.
Se trata, sin duda, de un discurso unitario a partir de su forma
literaria, que en su primera parte habla del pan del cielo, enviado
por el Padre para que se salve todo el que crea en él, tema corriente
en los relatos de Juan; y en la segunda precisa desde el Espíritu y
la vida de la Iglesia que esa fe en el Pan bajado del cielo es la fe
en la persona de Cristo presente en la Eucaristía, comida y bebida
para la vida del cristiano.
Aún más. Podemos decir que el autor dio a todo el conjunto del
capítulo una tonalidad eucarística, como aparece en el relato de la
multiplicación de los panes (Jn 6,1-15), donde a diferencia de los
sinópticos es Jesús quien toma la iniciativa. Y entre otras razones,
la formulación «tomó los panes, pronunció la acción de gracias y
los repartió» (v. 11) reproduce un formulario eucarístico que encon-
8
Le discours sur le pain de vie, Desclée de Brouwer, 1987, p. 114.
LA EUCARISTÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO 63

tramos en San Justino, en Ignacio de Antioquía y en la Didaché. Y


el respeto con que manda tratar las sobras (v. 12). El comienzo del
relato (la multiplicación de los panes) y su terminación (la sección
propiamente eucarística 51c-58) constituyen por tanto un gran in-
clusión que abraza el discurso de Jesús y le da sin discusión un
colorido eucarístico 9. Se puede ver en este relato una cierta polémi-
ca o llamada a los que no creen en la Eucaristía, simbolizados en el
grupo de discípulos que no aceptaron el discurso por su fuerte rea-
lismo; era duro este lenguaje (Jn 6, 60.64.66).
Aunque la terminología no cambia en la segunda parte del dis-
curso con relación a la primera, con todo, la manera de expresarse,
la insistencia sobre el comer el pan y beber la sangre indican que
algo especial ha entrado en juego y ese algo especial es la presencia
real de Jesús en la Eucaristía. En el pan de vida, el pan vivo —yo
soy el Pan vivo— se reconoce plenamente el Hijo de Dios, tal como
se revela en Jesús de Nazaret y tal como el sacramento lo hace
presente a la comunidad. «El cristiano difícilmente puede prescindir
de la Eucaristía, al leer un texto en el que suenan no pocas armonías
del sacramento; pero su práctica sería vana si no estuviese impreg-
nada de la fe» 10. El cristiano, que es para quien está escrito el
evangelio, ve en la interpretación de Juan una llamada a acercarse
a la Eucaristía, para vivir en ella la relación personal con Jesús que
la ha hecho comida de sí mismo y por la que el discípulo participa
de su misma vida.

¿Fórmula de la institución?

En la sección en la que sostenemos que Juan habla de Jesús


Eucaristía, el evangelista usa la expresión de que la carne de Cristo
es dada por la vida del mundo. Si vemos en estas palabras una clara
alusión o referencia a la fórmula de la institución eucarística, como
se trasmite en las comunidades de Asia, tal como parece en Pablo

9
Cfr A. MARCHADOUR, La Eucaristía en la Biblia, Cuadernos bíblicos 37,
Verbo divino, Estella, p. 57-58.
10
X LEON DUFOUR, Lectura del Evangelio de Juan, Sígueme, Salamanca,
1992, TII, p. 140
64 ROMÁN LLAMAS MARTÍNEZ

y Lucas, tendríamos una prueba clara de que en esta sección del


discurso se habla de Jesús Eucaristía.
Es cierto que Juan, en vez de cuerpo usa carne, expresión típica
suya: y el Verbo se hizo carne (Jn 1,14). Cuerpo es una palabra
desconocida en hebreo y arameo. Se ha dicho que puede tratarse de
una tradición independiente de la de los sinópticos y Pablo. Pero
parece lo más razonable que se refiera a la fórmula de la institución,
matizada por el evangelista según ciertas características de su evan-
gelio. La carne que se da en la Eucaristía es el Verbo hecho carne
(Jn 1,14). Más que entregarse, se da en un acto de amor sumo: así
amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único (Jn 3,16). Más que
en el carácter de ofrenda Juan se fija en el don de sí mismo por
amor, por la vida del mundo. «Nos inclinamos a pensar que, pese
a algunos retoques típicamente joánicos —para la vida del mun-
do—, tenemos aquí una alusión clarísima de la fórmula de la insti-
tución. De donde se sigue que, no obstante la ausencia de un relato
en el marco de la última Cena, Juan conocía el hecho y consideraba
la Eucaristía como el memorial del acontecimiento pascual»11.

Fe en Jesús Eucaristía

¿Fe o Eucaristía? Muchas veces se ha planteado en este capítulo


6 el dilema en términos de exclusión: hasta el verso 51 se hablaría
únicamente de la fe en el Pan de la vida; a partir de este verso se
hablaría solo de la Eucaristía. El dilema hay que plantearlo en plan
de integración. Eucaristía y fe van esencialmente unidas en la mente
de Juan. Hay que resaltar que Juan, en la exposición de este discur-
so, insiste en la fe en Jesús, Pan bajado del cielo, más que en el
hecho mismo de la manducación material de ese pan. Las mismas
palabras: el que come mi carne y bebe mi sangre, que se utilizan
con frecuencia para expresar la realidad de la presencia de Jesús en
la Eucaristía, tienen un alto valor simbólico de alimento. Simboli-
zan a Cristo, al Hijo del hombre celestial, muerto y resucitado,

11
J. GIBLET, La Eucaristía en el evangelio de Juan, Concilium, 40 (1969)
576
LA EUCARISTÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO 65

alimento del hombre, que hay que comer, sí, pero con fe, acogerle
con fe viva, como dice poco después: el que me come.
Parte del contacto corporal para llegar a una presencia espiri-
tual, lo más profunda que pueda existir. Lo real no es, ante todo, lo
corporal que en Cristo muerto y resucitado es ya espiritual —se
siembra un cuerpo animal y se levanta un cuerpo espiritual (1Cor
15,44)— lo real es, sobre todo, la presencia real de Jesús que se
realiza esencialmente en un encuentro real del creyente con su Se-
ñor Resucitado y esto es fruto de la fe viva. Lo que vale no es la
carne sino el Espíritu que da vida, la carne no vale nada (Jn 6,63).
Por la fe inhabita Cristo en vuestros corazones (Ef 3,17). Por la fe
permanece Cristo en nosotros. El que cuenta es Cristo, el Hijo de
Dios al que nos unimos íntimamente por la fe.
La teología eucarística posterior ha desarrollado, sobre todo, la
fuerza santificadora y transformadora del sacramento. Los teólogos
hablan del valor santificativo del sacramento ex opere operato, por sí
mismo, pero lo cierto es que, en la práctica, toda la fuerza santifica-
dora del sacramento en la persona que lo recibe no se realiza sino en
la medida en que lo acoge y hace suyo por la fe, ex opere operantis.
San Juan acentúa, sobre todo, la fe del que come a Cristo, del que
comulga. San Juan destaca que el que come a Cristo no recibe real-
mente la vida que dan el cuerpo y la sangre de Cristo más que cuando
experimenta por el Espíritu Santo quién es Jesús. Sin la fe personal,
animada por el Espíritu, no puede haber vida sacramental que actua-
lice el encuentro vital con el Señor Jesús vivo y vivificante.
San Pablo decía ya en su tiempo que hasta se puede recibir a
Cristo en el sacramento indignamente ¿Qué encuentro puede haber
con Cristo resucitado en una comunión indigna?

La Eucaristía fuente de vida

Una de las realidades que más destaca San Juan en este discurso
del Pan de vida es que Jesús y Jesús Eucaristía es una fuente de
vida.
Lo que Jesús dice de sí mismo es que el que no cree en él no
tiene la vida (Jn 11,25-26), que el que cree en él tiene la vida eterna
66 ROMÁN LLAMAS MARTÍNEZ

(Jn 3,15), que esta es la vida eterna que te conozcan a ti, Padre, y
a tu enviado Jesucristo (Jn 17,3); que él es la Vida (Jn 14, 6) es el
tema de la primera parte del discurso, en la segunda parte se lo
aplica a sí mismo en la Eucaristía.
Si en la primera parte del discurso Jesús ha dicho: Yo soy el Pan
de vida (Jn 6,35) para que todos crean en él, en la segunda parte re-
pite las mismas palabras: Yo soy el Pan de vida (Jn 6,48), yo soy el
Pan vivo, bajado del cielo (Jn 6,51), Pan que hay que comer, que es
el tema de esta parte del discurso. La fe en Jesús, en la persona de
Jesús de la primera parte se convierte en comida, fe en la persona de
Jesús en la Eucaristía. Si en la primera parte es Dios Padre quien da
el pan del cielo, en la segunda es el mismo Jesús, Pan vivo, quien se
da. Y la fe del cristiano se hace permanencia en Jesús y vida de este
en él. Su vida se comunica a los suyos, a los que lo reciben con fe.
Bajo diversas fórmulas nos enseña que recibir a Jesús con fe en
la Eucaristía es tener la vida: «Yo soy el pan de la vida, vuestros
padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan
para que el que me coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del
cielo, si alguno come de este pan vivirá para siempre y el pan que
yo le daré es mi carne, vida del mundo» (Jn 6,48-51). «En verdad,
en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del hombre y
no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi
carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo lo resucitaré en el
último día… El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y
yo en él. Así como me envió mi Padre viviente y vivo yo por mi
Padre, así también el que come mi carne vivirá por mí» (Jn 6,53-57)
La palabra vida aparece trece veces en Juan 6.
Juan presenta la Eucaristía fuertemente ligada a la vida. El que
come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él (Jn
6,56). La Eucaristía nos pone en intimidad de vida con Jesús, él
permanece en el que lo recibe, con toda la carga de intimidad que
encierra este verbo característico de Juan. Realiza la alianza nueva,
de que hablan los sinópticos, del fiel con Jesús. Juan, dejando un
poco aparte el aspecto cultual, destaca la incidencia que tiene Jesús
en la Eucaristía en la vida de los cristianos.
En este discurso del Pan de la vida aparece claramente que la
Eucaristía es pan que da vida, pan que transforma, alimento del
LA EUCARISTÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO 67

peregrino, que es fuerza de los débiles, «en efecto cuando comemos


su carne inmolada por nosotros, quedamos fortalecidos» (Pref. de la
Euc.); es consuelo de los enfermos, viático de los moribundos; en
ella Jesús se hace comida y bebida espiritual para alimentarnos en
nuestro viaje a la Pascua eterna (Pref. de la Euc.); es el alimento
sustancial que fortalece, anima y sostiene a tantos cristianos que en
las más diversas circunstancias, y en ocasiones adversas, tienen que
dar el testimonio del Evangelio.
En esta línea Juan presenta la Eucaristía como un hecho más bien
festivo; domina el cuadro el Resucitado: Yo soy. Ya en la presenta-
ción que hace de la muerte de Jesús domina este aspecto festivo: la
muerte de Jesús es la exaltación, la glorificación de Jesús. En la mis-
ma muerte entrega su Espíritu a la Iglesia. El Cristo que, comido en
la Eucaristía da la vida eterna, es el mismo que por la muerte en la
cruz ha entrado en la gloria de la resurrección. La Eucaristía es el
sacramento del Resucitado. El sacramento de la vida.
Es esta perspectiva de la Eucaristía como fuente de vida del
cristiano, tan fuertemente destacada por Juan, la que ha predomina-
do siempre en la Iglesia y Juan Pablo II la ha recogido en su encí-
clica Ecclesia de Eucharistia y que resume en esta breve sentencia.
La Iglesia vive de la Eucaristía (n. 6; cfr n. 3).
La Eucaristía, al mismo tiempo que sacrificio, es sacramento, es
decir signo y causa de la gracia, de la vida de Dios; sin ella no hay
vida eterna, en la terminología joánica. Es el mensaje de este dis-
curso del Pan de la vida de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún.
Sacramento, e imprescindible para vivir la vida de Jesús en Dios.
Los teólogos más tarde dirán que el que no haya comulgado no
podrá resucitar porque le falta la semilla de la resurrección que es
la Eucaristía.
Este discurso esta escrito ya a finales del siglo I; supone una
vida de la Iglesia pujante y una vivencia rica de la Eucaristía y una
fe en ella muy viva. En él, el apóstol San Juan habla con tanta
fuerza y claridad, con tanto realismo, de la Eucaristía que algunos
se decían: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?» Jesús no
sólo no se retracta ni suaviza el lenguaje sino que se reafirma en lo
que dice: «En verdad, en verdad os digo, que si no coméis la carne
del Hijo del hombre y bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros.
68 ROMÁN LLAMAS MARTÍNEZ

El que como mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo


resucitaré el último día» (Jn 6,53-54). Estas palabras, como le dice
San Pedro (Jn 6, 68), son palabras de vida eterna. San Juan de la
Cruz dice que cuanto más altas palabras decía el Hijo de Dios, tanto
más algunos se desabrían por su impureza, como fue cuando predi-
có aquella tan sabrosa y amorosa doctrina de la Sagrada Eucaristía,
que muchos de ellos se volvieron atrás 12. No acogerlas, no creer en
ellas es perder la vida.
Hay quien opina que este realismo con que habla Jesús de co-
mer su carne y beber su sangre, en la pluma de Juan, es un modo
de luchar contra los docetas que negaban la realidad de la Encarna-
ción. La Eucaristía es el santo y seña de la verdadera humanidad de
Cristo.
Este realismo con que habla Jesús de su presencia real y perso-
nal en la Eucaristía es una de las notas que más resaltan en este
discurso. La Eucaristía no es una parábola o un símbolo de su pre-
sencia. Para el creyente del primer siglo el realismo eucarístico es
total, hasta en la crudeza aparente de las palabras de Jesús de una
carne que hay que comer y una sangre que hay que beber para tener
la vida. Jesús pide una fe grande y muy viva para verle y recibirle
en las más tarde llamadas especies sacramentales y para alegarse de
que en una forma tan chica quepa una Majestad infinita, como le
pasaba a Santa Teresa 13.
Realismo, que vimos ya en los otros textos eucarísticos, y que en
el plano histórico es uno de los puntos más sólidos de la tradición
eucarística por encima de diferencia accidentales de las diversas tra-
diciones de las que son testigos los evangelistas y San Pablo. Todos
hablan de ese realismo fundamental, que arranca del mismo Jesús.
Pan de vida que, por ser comunión con el cuerpo y la sangre de
Cristo y tratarse de un único pan, hace nacer a la Iglesia, la cohe-
siona y la une (1Cor 15-17). El que come al Señor se hace una cosa
con él, asumiendo y viviendo sus sentimientos y disposiciones y al
participar todos los que comulgan de un mismo y único pan, aunque
sean muchos, forman un solo cuerpo, es decir una sola Iglesia. La
Eucaristía hace a la Iglesia, el Cuerpo de Cristo (cfr 1Cor 12).
12
Ll 1,6.
13
Vida 38,21.
LA EUCARISTÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO 69

LA PRAXIS EUCARÍSTICA EN LA PRIMITIVA IGLESIA

En los evangelios no hay constancia de la celebración de la


Eucaristía por parte de la más primitiva comunidad cristiana. Sólo
en el libro de los Hechos y en san Pablo hay referencias a ella,
especialmente en el primero. Y esto es lo notable, que el libro de los
Hechos de los apóstoles nos ofrece noticias de que los apóstoles y
los fieles celebraban la Eucaristía desde los orígenes; desde el prin-
cipio la comunidad más primitiva con los apóstoles tomaron en
consideración las palabras de Jesús: Haced esto en memoria mía, y
comenzaron a celebrar la Eucaristía, aunque no la llamasen con este
nombre, sino la fracción del pan. El nombre de Eucaristía, aplicado
al gesto de Jesús en la última Cena, lo usa por primera vez San
Ignacio de Antioquía (Ef. 3,11; Filad. 4,1; Esm. 7,1 y 8,1). San
Justino del siglo II dice. «Este alimento se llama entre nosotros
Eucaristía»14.
La Eucaristía aparece desde los orígenes como un elemento
básico de la vida religiosa y espiritual de la nueva comunidad de
Jesús. San Lucas, en el bellísimo retrato que hace de la vida de la
primitiva comunidad cristiana, la ve significada y centrada en cuatro
actitudes o prácticas que describe con estas palabras. «Eran asiduos
a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión fraterna, a la fracción
del pan y a las oraciones» (Act 2,42). La fracción del pan vuelve a
repetirla en el verso 46 para dar a entender que se trata de un
elemento vital. El verso 46 es como una explicación o ampliación
del mismo San Lucas, en un breve sumario: el pan que se parte y
el alimento que se toma con sencillez de corazón y con alegría.
Limitándonos a la fracción del pan, se trata de un gesto litúrgico
que repite y actualiza el que realizó Jesús en la institución de la Eu-
caristía y que mandó que se hiciese en memoria suya y que expresa el
compartir y repartir que implica el gesto de Jesús. Repetición y ac-
tualización de un gesto de Jesús que se lleva a cabo no en el templo,
sino en las casas para significar que se rompe con la religión judía.
La Eucaristía de Jesús es una Novedad. Unas líneas más adelante
añade Lucas: «Diariamente acudían juntos al templo; y partiendo el
14
Primera apología, 1,66, PG 6,428.
70 ROMÁN LLAMAS MARTÍNEZ

pan en la casa, tomaban la comida con alegría y sencillez de corazón,


alabando a Dios en medio del general favor del pueblo» (Act 2,46).
Distingue claramente entre el templo y la casa: el diariamente, que
falta en el texto occidental, se refiere solamente al acudir al templo.
En casa, la partición del pan. De hecho el texto ordinario claramente
distingue entre el culto oficial realizado en el templo y la fracción de
pan eucarístico celebrada en la casa; Y en el texto occidental, que no
relaciona directamente la fracción del pan con el reunirse en las ca-
sas, esta aparece completamente desligada del culto judío celebrado
en el templo y en las casas. La fracción de pan se celebraba sólo el
domingo (Act 20,7), el día del Señor (Ap 1,10). San Justino, origina-
rio de Palestina, a mediados del siglo II, atestigua que los cristianos
se juntan para celebrar la Eucaristía el día del Sol, el domingo, el día
de la Resurrección del Señor.
Junto a elementos judíos, como el acudir a diario al templo —
no olvidemos que la inmensa mayoría de los convertidos al nuevo
Camino al principio son judíos «y numerosa muchedumbre de sa-
cerdotes se sometía a la fe» (Act 6,7)—, encontramos otros elemen-
tos específicamente nuevos como la fracción de pan, comida y ala-
bar a Dios con alegría y sencillez de corazón, especialmente la
fracción del pan. Hay que tener en cuenta que el verbo klao, partir
el pan, en el N. T. se usa generalmente en actos ceremoniales o
religiosos al comienzo de una cena y más particularmente referido
a la Eucaristía o hechos descritos con terminología eucarística, como
los milagros de la multiplicación del pan. Se hace para distinguirla
de cualquier otra comida profana. Se celebraba la fracción del pan,
la Eucaristía y en esta celebración entraba como elemento esencial
la comida. Una Eucaristía sin comida era incompleta. Se comía con
alegría y sencillez de corazón. No se comprende una comida euca-
rística, expresión y vivencia suprema de caridad, sin alegría: el fruto
del Espíritu Santo es caridad, alegría… (Gal 5,22)

Un ejemplo de celebración eucarística

San Lucas nos ofrece, además, la narración de una celebración


especial de la fracción del pan, en la que nos confirma que la ce-
LA EUCARISTÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO 71

lebración se hacía en la casa y, además, que se celebraba en domin-


go. En el tercer viaje misionero, volviendo a Jerusalén, se detuvo en
Tróade siete días (Act 20,6) y en estos diste días del único acto de
que hace mención San Lucas es de la celebración de la fracción del
pan para significar la importancia que le da. Nos dice: «En el primer
día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del
pan, Pablo que debía partir al día siguiente, nos hablaba, y se alargó
la charla hasta media noche» (Act 20,7).
La celebración tenía lugar en la sala superior y como había
bastantes lámparas, al prolongar Pablo su charla, el joven Eutiquio
que estaba sentado en la ventana se durmió, cayó del tercer piso y
se mató. Pablo bajó rápidamente y lo resucito. «Subió luego, partió
el pan, comió, prolongó la charla hasta el amanecer y así se fue»
(Act 20,11). San Lucas da a entender que a la fracción del pan
precedía algo parecido a lo que hoy llamamos liturgia de la palabra,
como parte de la misma (Act 20,7-12).
No parece que hubiese al principio un formulario preciso para
la celebración de la fracción del pan. Más bien se atendrían y aco-
modarían a lo que hizo Jesús cuando instituyó la Eucaristía. El
relato es parco en detalles. De cualquier manera dos datos aparecen
en esta celebración: la charla larga de Pablo y el hecho de la pari-
ción del pan. La charla o conversación habrá que inscribirla en lo
que dice Lucas en el sumario de los Hechos que los discípulos
perseveraban en la enseñanza de los apóstoles. Parece que esta
enseñanza se impartía en la celebración de la Eucaristía, como for-
mando parte de la misma celebración. De hecho las lecturas bíblicas
y doctrina apostólica y la homilía siempre han formado parte de la
celebración de la Eucaristía. Y la partición del pan siempre lleva
consigo, como parte esencial, la comida.
Es también de notar el hecho de la muerte y resurrección del jo-
ven Eutiquio que Lucas introduce dentro de la celebración de la frac-
ción del pan. Eutiquio significa buena suerte. Es sin duda un nombre
simbólico para dar a entender que es buena suerte participar en la
Eucaristía porque, aunque te mates, resucitas, ya que la Eucaristía es
fuente de vida, tiene fuerza para resucitar a los muertos. No temáis,
esta vivo, dice Pablo después de echarse sobre él y de abrazarle (v.
10). A continuación inmediata la escena de la fracción del pan y la
72 ROMÁN LLAMAS MARTÍNEZ

comunión e inmediatamente la notación de que el joven volvió a la


sala vivo y todos se alegraron de ello (v. 12). La resurrección tempo-
ral del joven Eutiquio es símbolo de la fuerza vivificante del pan
eucarístico. El que coma mi carne vivirá para siempre.
San Lucas narra sencillamente el hecho o gesto eucarístico sin
decir nada de ritos o ceremonias que lo acompañan, ateniéndose a
lo que Jesús había hecho, y es que en ese tiempo quizás todavía no
habían sido reglados, o mejor, porque Lucas va a la sustancia del
hecho

OTRAS REFERENCIAS EUCARÍSTICAS

Camino de Emaús (Lc 24,15-37)

La calidad literaria de este relato es exquisita, un prodigio lite-


rario de narración que encontramos en otros relatos lucanos. Presen-
ta lazos con otras narraciones, como la de la multiplicación de los
panes (Lc 9,10-17), con la del eunuco etíope (Act 8,26-40), en la
cual, entre otros elementos, encontramos las referencias al sacra-
mento del bautismo-eucaristía.
El relato está escrito teniendo en el trasfondo la vivencia de la
Eucaristía y esto por esta razón: en él encontramos la explicación
que Jesús hace a los dos discípulos de las Escrituras sobre sí mismo,
como parte de la celebración asamblearia de la fracción del pan (cfr
Act 20,7-9.11) y el rito de la misma en las palabras y gestos de
Jesús.
La prolongada conversación a lo largo del camino del peregrino
con los dos discípulos es para Lucas una conversación en la asam-
blea (v. 14 omileo) y al mismo tiempo una disputa teológica (v.15
lyzeteo). La comunidad que busca a Jesús no es abandonada sí
misma; él la acompaña y guía invisiblemente al caminar con ellos,
aunque ellos no se den cuenta. La lectura y su comentario son el
primer acto del programa de la asamblea, el primer momento de la
celebración litúrgica que precede a la fracción del pan (v. 15-27). El
tema de la homilía o discusión era en torno a la resurrección de
Jesús.
LA EUCARISTÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO 73

El reclamo cronológico —es tarde, la puesta del sol— es real y


simbólico. Recuerda la tarde del convite pascual de Jesús con los
suyos y, al presente, la hora de las celebraciones comunitarias que
se celebraban después de la puesta del sol.
Emaús es donde la comunidad esta recogida y reunida. Siempre
tienen a Jesús consigo en la mesa, como la han tenido a lo largo del
camino. Jesús jamás está ausente (Mt 28,20); es lo que dice Lucas
de distinta manera.
La cena de Emaús es el prototipo de la cena cristiana que se
celebra en cualquier parte de la Iglesia. La tarde que se echa encima
al marchar Jesús es un reclamo parenético. Cuando no está Jesús, es
siempre tarde, se está a la puerta de la noche.
El segundo momento es el de la partición del pan. El rito de la
Eucaristía está redactado sobre el esquema habitual que aparece en
la multiplicación de los panes (Lc 9,10-17) y en la institución de la
Eucaristía (Lc 22,19ss). Los gestos son los mismos aunque falten
las palabras. Partir el pan en la Iglesia primitiva es el término téc-
nico para significar la Eucaristía. Si en la literatura rabínica el partir
el pan, paras lehem, es un rito con el que se designaba el comienzo
de la comida, después de haber recitado la bendición o acción de
gracias, en la literatura cristiana, los sinópticos y San Pablo, la
fracción de pan designa la Eucaristía, toda la comida. Así lo enten-
dieron los padres apostólicos y la literatura apócrifa de los siglos I
y II; la fractio panis de la catacumba de Priscila es un símbolo de
la Eucaristía. Es un término propio de San Lucas (Lc 24,30.35; Act
2,42...46; 20,7.11; 27,35; cfr 1Cor 10,16; 11,24). Lucas usa un tér-
mino viejo, dándole un sentido nuevo, siempre dentro del contexto
de la comida, una comida nueva, la de la cena del Señor, la Euca-
ristía. Si tenemos en cuenta que Lucas escribe para los convertidos
del paganismo que desconocen la expresión y el rito de la comida
judía, el sentido nuevo eucarístico es aún más evidente.
El reconocerlo al partir el pan, cuando desaparece, significa que
al tener a Jesús eucarísticamente no necesitan de su presencia visi-
ble. La Eucaristía es un encuentro con Cristo en intimidad de fe y
amor. Por la fe inhabita Cristo en nuestros corazones (Ef 3,17).
Jesús ha preparado a los discípulos al banquete eucarístico por
medio de la palabra, con la que caldeó sus corazones (v. 32). Sin la
74 ROMÁN LLAMAS MARTÍNEZ

palabra no hubieran gozado del encuentro con Cristo, justamente


cuando desapareció visiblemente. La palabra ha preparado el mo-
mento final. La Eucaristía no se puede improvisar; es la culmina-
ción de lo que se ha buscado, comprendido y vivido con anteriori-
dad. No es un rito mágico; compromete a toda la persona,
inteligencia y voluntad desde la fe y la caridad.
No está claro si se trata de una celebración de la Eucaristía,
como parece indicarlo San Agustín «Y que, el que fuese reconocido
por los dos en la fracción del pan, es el sacramento que nos congre-
ga en su conocimiento, nadie debe dudarlo» 15. Y parece indicarlo
San Jerónimo cuando, describiendo los viajes-peregrinación de Pau-
la por lugares de tierra santa, llega a Emaús y escribe: «y repetido
el viaje, llegó a Neápolis, que antes se llamaba Emaús, en la que en
la partición del pan fue reconocido el Señor» (Lc 24,30) y dedicó
en iglesia la casa de Cleofás 16. Aunque ya el hecho de plantear la
cuestión de si Jesús celebró la Eucaristía realmente con los discípu-
los de Emaús es una proposición equivocada si se tiene en cuenta
que lo real del relato es otra cosa: el reconocimiento de Cristo, el
tener a Cristo, tanto en la explicación de la Escritura como en el
partir el pan. Un autor señala el paralelismo entre las dos escenas,
la de la inteligencia de las Escrituras y la del reconocimiento en la
partición del pan:
a) Jesús les sale al camino y camina con ellos, pero no lo
reconocen;
b) sus ojos están cegados;
c) para reconocerlo;
c) lo reconocen;
b) sus ojos se abrieron;
a) Jesús se hace invisible 17.

San Lucas quiere responder a la situación real de la Iglesia de


su tiempo, lejos ya del Jesús histórico y lo hace aprovechándose del
hecho de la aparición de Jesús a dos discípulos. Propone a los cris-
15
Carta 149, a Paulino, PL 33,644.
16
Carta a la virgen Eustoquia, PL 108,883.
17
A. MARCHADOUR, A.C., p. 53.
LA EUCARISTÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO 75

tianos los dos medios para conjurar la ausencia física de Jesús: la


Escritura iluminada por Cristo que da la explicación de quien es
realmente Jesús y la de la Eucaristía, que reproduce la última cena
de Jesús; en ella se celebra, se hace memoria del ausente presente.
Más que ante un relato histórico estamos aquí ante una reflexión
muy elaborada sobre la función de la Eucaristía en la vida de la
Iglesia. Si tenemos en cuenta el uso del término fracción del pan; si
tenemos en cuenta que estamos ante una bellísima parábola relato o
un hecho histórico parabolado; que a Lucas le interesa más el hecho
del reconocimiento de Jesús que el de la aparición (v 30.35); que
usa mucho el simbolismo y escribe para los fieles, para decirles y
enseñarles que a Jesús se le reconoce en la partición del pan, cuando
el corazón ha sido caldeado por la palabra de Dios, celebrada en las
distintas comunidades; que le interesa más que la historicidad ma-
terial del hecho la enseñanza que se deduce de él para las comuni-
dades; que los gestos utilizados son los mismos de la institución
eucarística, creo que hay que admitir que el recuerdo de la Eucaris-
tía es esencial a la concepción del relato y que Lucas hace una
mención expresa de la Eucaristía, lugar teológico donde está y se
reconoce al Señor

Camino de Roma

En el viaje de Pablo a Roma al acercarse a la isla de Malta van


extenuados por la larga tormenta que les azotó, catorce días ayunos
sin haber tomado cosa alguna. Pablo animó a comer el alimento
necesario para su salud. Y «diciendo esto, tomó pan, dio gracias a
Dios delante de todos, lo partió y comenzó a comer» (Act 27,35).
Animados con las palabras y el ejemplo de Pablo todos tomaron
alimento (Act 27,36). Por las expresiones usadas, de corte eucarís-
tico, hay un paralelismo entre este hecho y el de Tróade y la escena
de Emaús. Con Pablo iban algunos hermanos cristianos que partici-
parían de la fracción del pan.
Que hay una clara referencia a la Eucaristía es evidente. Lucas
quiere dar a entender que la Eucaristía es salvación también en los
momentos difíciles de la vida, que la Eucaristía es salvación y salud
76 ROMÁN LLAMAS MARTÍNEZ

para los cuerpos extenuados por el hambre, directamente para los


fieles e indirectamente para los paganos. Más tarde Santa Teresa de
Jesús escribirá, desde su propia experiencia, que la Eucaristía es
también salud para el cuerpo, como lo experimentó en varias oca-
siones. «¿Pensáis que no es mantenimiento aun para estos cuerpos
este santísimo Manjar y gran medicina para los males corporales?
Yo sé que lo es y conozco una persona [ella misma] de grandes
enfermedades que estando muchas veces con graves dolores como
con la mano se le quitaban y quedaba buena del todo» 18.

CONCLUSIÓN

Esto es lo que encontramos sobre la Eucaristía en el Nuevo


Testamento y no mucho más. Es poco materialmente, pero de una
riqueza inmensa. Podemos decir que toda la riquísima doctrina so-
bre la Eucaristía y toda la copiosa y variada experiencia sobre la
misma de la Iglesia hasta el día de hoy están sacadas de estos textos.
Y en este sentido los textos eucarísticos del Nuevo Testamento son
de una riqueza inmensa. En ellos está la vida de la Iglesia, la vida
riquísima y abundantísima de la Iglesia de Jesús.

18
C 34,5; cfr CC 1,30.

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