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Reseña de La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica

La sociedad contemporánea, basada en el sistema capitalista, se centra en producir


constantemente; las diferentes instituciones existentes crean un imaginario en el cual nos
hacen creer que trabajar es un medio para llegar a nuestros sueños, pero poco a poco nos
vamos dando cuenta que trabajar es el fin mismo de nuestra vida. Al final, la vida misma se
resume en producir indefinidamente, dejando nuestra humanidad a un lado, casi en el
olvido. En este sentido, surge la siguiente pregunta ¿Qué lugar tiene el arte en esta situación
tan característica de la contemporaneidad? En el texto La obra de arte en la era de su
reproductibilidad técnica, del filósofo alemán Walter Benjamín, se reflexiona en torno a
esta pregunta, puesto que gracias a la capacidad que la obra adquiere de reproducirse, la
noción de obra de arte y de artista empiezan a tener la necesidad de reconfigurarse de una
manera jamás pensada en la historia del arte. Por lo anterior, este texto tiene como objetivo
ahondar en ciertas ideas que este autor plantea, con el fin de entender el arte actual y su
relación con nuestro presente, nuestro entorno.

Según Benjamin, el arte a lo largo de casi toda la historia fue visto bajo ciertos
conceptos, como el ritual, el culto y el aura. Desde las obras griegas hasta el romanticismo
podemos ver que el concepto de obra está directamente relacionado con la idea de
divinidad, de algo superior al mundo terrenal y, en consecuencia, el artista fue visto ante la
sociedad como un ser divino, un profeta y, en algunos casos, casi un dios. La obra se
convertía en objeto artístico en la medida de su unicidad y exclusividad, pero también en la
medida en que era oculta al mundo, puesto que todo su proceso de elaboración se
asemejaba a un ritual, es decir, el arte no era elaborado para el mundo, sino para los dioses.
Esta noción de arte, como menciona el autor, también estaba ligada con el concepto de
perfección, una perfección que no dejaba espacio para el cambio, sino que buscaba una
simetría, una pureza que solo se encontraba en la divinidad.

Además, el texto explica que con la llegada de la fotografía todo lo anterior se fue
cayendo, debido a la capacidad de reproducción que la obra de arte había adquirido hizo
que esta perdiera su carácter único y hasta mágico. En cambio, el arte empezó a adquirir un
valor de exhibición que nunca había tenido, pues como la obra estaba a la disponibilidad de
cualquier persona, el arte empezó a estar dirigido al mundo, no a un dios; dejó de estar
oculto y de tener un carácter exclusivo a estar hecho por y para el mundo. El texto explica
que con la aparición del cine (un arte creado en este contexto) se pudo ver que la noción de
arte empezaba a reconfigurarse de una manera impactante, ya que el cine no busca una
perfección quieta e inamovible, por el contrario, busca una mejora cambiante; el cine ya no
se dirige a un dios o a algún elemento supremo, sino a las masas, se dirige a ese sujeto
común; ya no es hecho en singular, por el contrario está creado en conjunto. En resumen, el
cine refleja que el arte de ahora está hecho según las necesidades de las masas, de las
personas comunes. Esta expresión artística se convierte en una forma de reflejar la vida y la
humanidad, una humanidad que, como nos dice Benjamin, se ha perdido a causa del nuevo
estilo de vida que el capitalismo ha implantado, que solo busca un beneficio económico e
individualista. Para el autor, esta humanidad se logra cuando las personas comunes a través
del cine se ven reflejadas, lo que, según el autor, crea un pensamiento crítico en ellas, crea
una conciencia y una sensibilidad hacia su entorno y su contexto cultural, social, político y
económico. Se puede empezar a ver un arte que se preocupa por todo lo que le rodea, que
no es indiferente a su presente.

A partir de todo lo anterior el autor plantea dos términos que surgen gracias a la
reconfiguración de “arte” y “artista”, los cuales son: politización del arte y estetización de
la política. Son dos opuestos a los que se puede llegar en el arte; según el autor, uno puede
ser más utilizado por las instituciones y otro por las masas. La estetización de la política se
puede definir como el momento en que el arte comienza a responder a cierta ideología
política (empieza a ser un elemento a favor de las instituciones opresoras), lo cual lo único
que causa es deshumanizar a los individuos, ser un elemento de manipulación, y, de esta
manera, se pierde todo su carácter estético y sensorial. Mientras que la politización del arte
es todo lo contrario, puesto que esta plantea un arte que humaniza en el sentido en que hace
sentir al espectador (las masas) una experiencia en la cual se vuelve consciente de sí mismo
y de su entorno, una experiencia que vuelve crítica a las masas y que la saca de su estado de
deshumanización (maquina).
Aunque la posición de Benjamín puede llegar a ser idealista y utópica pienso que
hay que rescatar que el arte (y el artista), en su contemporaneidad, tiene una
responsabilidad frente a una realidad, pues, a mi modo de ver, el arte debe tener la
capacidad de visibilizar eso que, por consecuencia de la inmediatez, hemos olvidado.
Trayéndolo más al contexto colombiano, pienso que el arte en Colombia tiene la
responsabilidad de visibilizar aquello que, como sociedad, hemos olvidado gracias a la
rutina que nos deshumaniza cada día; el arte trae de vuelta esa sensibilidad casi perdida,
trae a nosotros la capacidad de conmovernos, esa capacidad que los medios nos han
arrebatado con los años. A la vez siento que nos debe hacer conscientes de nuestro
contexto, de sucesos como el dolor de las victimas del conflicto, sucesos que por ser un país
centralizado no vivimos y que por eso somos indiferentes al respecto. Finalmente siento
que el arte debe ser una herramienta visibilizadora, que nos cree una empatía con el otro,
una empatía que en un mundo tan individualista y deshumanizado se va perdiendo cada día.

BIBLIOGRAFIA:

 Benjamin, Walter. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica.


México, D.F: Itaca, 2003.

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