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I. EL DERECHO AMBIENTAL
1. — El art. 41 prescribe:
“Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el
desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes
sin comprometer las de las generaciones futuras, y tienen el deber de preservarlo. El daño
ambiental generará prioritariamente la obligación de recomponer, según lo establezca la ley.
Las autoridades proveerán a la protección de este derecho, a la utilización racional de los
recursos naturales, a la preservación del patrimonio natural y cultural y de la diversidad
biológica, y a la información y educación ambientales.
Corresponde a la Nación dictar las normas que contengan los presupuestos mínimos de
protección, y a las provincias, las necesarias para complementarlas, sin que aquéllas alteren
las jurisdicciones locales.
Se prohíbe el ingreso al territorio nacional de residuos actual o potencialmente peligrosos,
y de los radiactivos.”
(La bastardilla es nuestra).
Es una norma nueva que da acogimiento a una materia que antes de la reforma era susceptible de
ubicarse por igual en dos ámbitos: en el de los derechos de la tercera generación, y en el de los
llamados intereses difusos, o intereses colectivos, o intereses de pertenencia difusa. El art. 33 sobre
derechos implícitos les servía de base.
Ahora, bien se lo puede ubicar entre los derechos humanos fundamentales.
2. — Cuando el art. 41 alude al derecho al ambiente sano como “derecho de todos los
habitantes” lo personaliza subjetivamente en cada uno, de modo análogo a como lo hacía ya
el art. 14 con los derechos allí enumerados.
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Ambiente y ecología.
El deber de preservación.
El párrafo alusivo a la cuestión que comentamos podría inducir a equivocación o confusión cuando
parece dividir dos aspectos: por un lado, y primero, el deber de proteger este derecho; por el otro,
después, proveer a la utilización racional de los recursos naturales, la preservación del patrimonio
natural y cultural y de la diversidad biológica, la información y educación ambientales.
Pensamos que esa enumeración —ejemplificativa y no taxativa, de diversos aspectos— compone
una unidad dentro del ambiente en su doble faz: el derecho al ambiente sano, y la obligación —estatal
y de los particulares— de preservarlo. Los recursos naturales, el patrimonio cultural —más sus
especies: histórica, artística, con identidad y pluralidad (conforme al art. 75 inc. 19 in fine)—, integran
el ambiente.
Luego, instrumentalmente, vienen como medios idóneos para el derecho y el deber, la información
y la educación ambientales.
Todo ello, además, con un engarce indisoluble respecto de las pautas que ha señalado el primer
párrafo del art. 41: la aptitud del ambiente sano y equilibrado para el desarrollo humano, para las
actividades productivas, y para las generaciones futuras.
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La operatividad de la norma
Se observa, entonces, que hay una indisoluble relación con el derecho a la información y a la
libertad de expresión, y con el derecho a la educación y a la cultura.
Una vía indirecta, que no excluye la obligación estatal directa, ha de ser el auxilio que el estado
preste a las asociaciones y entidades que tengan como finalidad la protección ambiental en todos los
contenidos que, elásticamente, hemos dado por incluidos en el ambiente.
11. — “Los derechos que protegen al ambiente” cuentan —según el texto del art. 43— con la vía
del amparo para esa protección. El supuesto bien merece calificarse como amparo ecológico o
amparo ambiental.
12. — Ya antes de 1994, el derecho ambiental planteó novedades en razón de nuestro régimen
federal con su división de competencias entre el estado federal y las provincias.
Los dos principios a conjugar, que son difíciles en su coordinación, se enuncian así: a) cuidar el
ambiente es responsabilidad del poder que tiene jurisdicción sobre él; pero b) no todos los problemas
ambientales son juridisccionalmente divisibles, ya que hay interdependencia en el ambiente y hay
movilidad de factores nocivos para él, por lo que si bien un factor degradante puede localizarse, suele
irradiar perjuicio difuso y movedizo más allá del lugar de origen.
La distribución de competencias que ahora diseña el art. 41 no obstruye lo que, desde antes de la
reforma de 1994, dimos por cierto en el sentido de que el derecho ambiental ofrecía ámbito para
aplicar el federalismo concertado entre el estado federal y las provincias, sin excluir dentro de las
últimas a sus municipios. No pensamos que después de la reforma haya quedado excluida la viabilidad
de una concertación interjurisdiccional porque, en definitiva, el citado art. 41 nos propone
competencias concurrentes.
También desde antes de la reforma Guillermo Cano había efectuado un desglose cuatripartito de
índole competencial: a) federal, b) provincial, c) municipal, d) interprovincial. Habría que añadir el
internacional.
Veamos el reparto actual.
13. — La cláusula tercera del art. 41 es una norma que corresponde a la parte orgánica de
la constitución, porque define el reparto de competencias entre el estado federal y las
provincias.
Al estado federal le incumbe dictar las “normas de presupuestos mínimos”, y a las
provincias las normas “necesarias para complementarlas”. Se trata de una categoría especial
de competencias concurrentes.
En efecto:
a) Los contenidos mínimos escapan a la competencia provincial, porque son propios del
estado federal;
b) Las normas complementarias de competencia provincial son la añadidura para
maximizar lo mínimo.
No se trata, por ende, de que toda la materia ambiental caiga íntegramente en las dos
jurisdicciones. La concurrencia está repartida entre lo mínimo y lo máximo complementario.
16. — Todo ello demuestra que la reforma ha reconocido, implícitamente, que cuidar el ambiente
es responsabilidad prioritaria del poder que tiene jurisdicción sobre él, lo que equivale a asumir la
regla de que la jurisdicción es, como principio, local —provincial y municipal—. No obstante, el
perjuicio al ambiente no suele detenerse localmente, porque es movedizo y transferible más allá del
lugar de origen; la interdependencia del ambiente es, entonces, un parámetro que sirve de guía, y que
convoca al estado federal a fijar los presupuestos mínimos de protección. Estos rigen tanto para el
ámbito local, donde acaso quede circunscripto el perjuicio sin difusión extrajurisdiccional, como más
allá de él en el supuesto habitual de que el problema ambiental no sea jurisdiccionalmente divisible.
17. — Cuando el ex art. 108, que se mantiene después de la reforma como art. 126, prohíbe a las
provincias legislar en materia de derecho común una vez que el congreso ha dictado los códigos o
leyes de esa naturaleza enunciados en el art. 75 inc. 12 (ex art. 67 inc. 11), parece posible entender,
analógicamente, que hasta tanto se sancionen las normas de presupuestos mínimos por el estado
federal, las provincias disponen de margen elástico para dictar leyes amplias en orden al derecho
ambiental.
No obstante la reserva de las jurisdiccionales provinciales para aplicar las normas ambientales,
creemos viable que:
a) determinados delitos ecológicos puedan revestir la naturaleza de delitos federales (y no de
derecho penal común) y, por ende, las respectivas causas judiciales deban tramitar ante tribunales
federales;
b) fuera del ámbito penal, el estado federal también invista excepcionalmente jurisdicción judicial
federal para aplicar y ejecutar algunas políticas y medidas protectoras del ambiente, si acaso la unidad
ambiental lo reclame sin lugar a duda.
Tales tratados no sólo prevalecen siempre sobre la legislación sino también pueden
exceder lo que, en y para la ley de presupuestos mínimos, es materia de competencia del
estado federal.
De todos modos, si aceptamos que estos tratados tienen, al menos parcialmente, carácter de
tratados de derechos humanos (porque hay derecho al ambiente sano) podemos recordar que el
derecho interno también dispone de margen para ampliar el dispositivo internacional.
20. — En el campo de las competencias provinciales hay que agregar que: a) los
convenios de regionalización para el desarrollo económico y social del art. 124 pueden prever
la protección al ambiente que se vincula con dicho desarrollo; b) los tradicionales “tratados”
interprovinciales del art. 125 también, incluso con participación del estado federal; c) los
convenios internacionales que según el art. 124 pueden celebrar las provincias admiten recaer
en materia ambiental.
22. — La norma del art. 42 traza alguna dirección al sistema económico, que no puede
desconectarse de todo el techo principista-valorativo, en especial con sus reiteradas
apelaciones al sistema democrático.
Las alusiones que aparecen en el art. 42 —por ejemplo: a la competencia, al control de los
monopolios, al consumo, etc.— presuponen la existencia del mercado, lo que no significa
—sin más— que la libertad y la competencia en el mercado retraigan la presencia razonable
del estado en este ámbito económico del consumo, de los bienes y de los servicios. Para nada
ha de alentarse ni verse aquí una postura abstencionista del estado propiciada por el art. 42,
sino todo lo contrario.
En efecto, todas las menciones que bajo la cobertura del “derecho de los consumidores y usuarios”
se hacen en el párrafo primero, más las puntualizaciones que siguen en los párrafos segundo y tercero,
demuestran que el sistema democrático con su plexo de derechos apuntala la presencia del estado para
evitar desigualdades injustas y para mantener —o recuperar, si es preciso— el equilibrio en las
relaciones de consumidores y usuarios.
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Vigilar al mercado, frenar abusos en las prácticas comerciales, y tutelar derechos, hacen de
eje a la interpretación que asignamos al art. 42. Ha de presidir esta interpretación la
convicción de que se ha querido proteger como interés jurídico relevante todo lo que tiene
relación con las necesidades primarias y fundamentales que el consumo, los bienes y los
servicios deben satisfacer en favor de las personas.
23. — Hemos adelantado que hay que hacer intersección entre las desigualdades y el equilibrio.
Desigualdades, porque nadie duda de que los consumidores y usuarios —por más libertad de mercado
que se pregone— son vulnerables frente a quienes les proveen los bienes y servicios básicos para una
vida decorosa y digna, y que tal vulnerabilidad frente a eventuales abusos, engaños, prácticas
desleales, etc., reclama el equilibrio que el estado democrático está obligado a dispensar. (Por su
relación con el tema, ver cap. XIV, nº 15, 17, 39 y 40).
Cuando echamos mano de la expresión “necesidades primarias, fundamentales, o básicas” estamos
pensando en los alimentos; en el suministro de agua; en la corriente eléctrica; en las redes cloacales;
en el gas; en el teléfono, y en muchas cosas más. El acceso a todo ese conjunto de bienes y servicios
es un derecho del consumidor y del usuario, que no se abastece ni se hace efectivo de cualquier
manera por virtud mágica del mercado libre ni de la supuesta “mano invisible” que siempre pone
orden y rinde beneficio para todos. Aquí subyace la desigualdad, y es indispensable el equilibrio. Y el
estado debe lograrlo con la participación de la sociedad —es decir, de los consumidores y de los
usuarios, más las asociaciones constituidas para defender sus intereses y sus derechos—.
27. — Vamos a recorrer en el primer párrafo del art. 42 el enunciado de los derechos de
los consumidores y usuarios “en la relación de consumo” (y de uso):
a) derecho a la protección de su salud (que incluye el derecho a la vida y a la integridad);
b) derecho a la protección de su seguridad (personal, en cuanto se halla en juego por la
naturaleza y calidad de bienes y servicios);
c) derecho a la protección de sus intereses económicos (conforme a sus recursos de igual
índole);
d) derecho a información veraz y adecuada por parte de quienes proveen los bienes en el
mercado de consumo y de servicios;
e) derecho a la libertad de elección (en la misma relación);
f) derecho a condiciones de trato equitativo y digno (en la misma relación).
28. — En el segundo párrafo se atisba la defensa del consumidor y del usuario por parte
del estado. Al igual que en el art. 41 en materia de derecho ambiental, aquí se dice que “las
autoridades proveerán a la protección de esos derechos” (los enunciados en el párrafo
antecedente), para en seguida extender idéntica obligación de proveer a:
a) la educación para el consumo;
b) la defensa de la competencia en el mercado;
c) el control de los monopolios;
d) el control de la calidad y eficiencia de los servicios públicos;
e) la formación y participación de asociaciones de consumidores y usuarios.
29. — No cabe duda de que los derechos que menciona expresamente el art. 42 proyectan
implícitamente otra serie, en la que a título de ejemplo podemos incluir:
a) el derecho a acceder al consumo;
b) el derecho a trato no discriminatorio sino en igualdad de oportunidades;
c) el derecho a satisfacer, mediante el consumo y el uso de servicios, las necesidades básicas o
primarias de la persona;
d) el derecho a la lealtad comercial.
Si ahora buscamos la bisagra con el plexo de valores, reaparecen muchos; así:
a) el valor solidaridad;
b) el valor cooperación;
c) el valor seguridad;
d) el valor participación;
e) el valor igualdad;
f) el valor justicia.
30. — No dudamos en considerar que cada uno de los aspectos a cuya protección deben
proveer las autoridades, también tiene como recíprocos —del lado del consumidor y del
usuario— los correlativos derechos.
Son derechos “frente” al estado, porque “autoridades” son todos los órganos de poder
gravados con la obligación de proveer la protección. Al vocablo “autoridades” le asignamos
alcance amplio y, por supuesto, al igual que en el caso del art. 41, involucrando a los “jueces”.
No en vano el art. 43, al reglar la acción de amparo, lo hace viable en su segundo párrafo en lo
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31. — Muchos de estos derechos muestran parentesco con los del art. 41 sobre el ambiente. Así, a
título de ejemplo, los prestadores del servicio de agua deben cuidar que el agua no se polucione; las
industrias que procesan productos para la alimentación y la bebida no deben contaminar el ambiente,
como tampoco los proveedores de carnes y vegetales para el consumo han de incurrir en depredación,
ni los cultivos han de arrasar el suelo volviéndolo improductivo a cierto plazo, etcétera.
La legislación prevista.
32. — El último párrafo del art. 42 remite a la legislación para que establezca
procedimientos eficaces en orden a prevenir y solucionar conflictos en la triple relación de
“consumidores y usuarios-prestadores de bienes y servicios - estado”. La ley ha de discernir
también los marcos regulatorios de los servicios públicos de competencia “nacional” y, tanto
para esto como para la prevención y arreglo de conflictos, la ley debe además prever la
necesaria participación de las asociaciones de consumidores y usuarios, y de las provincias
interesadas. Añade, en alusión a esta participación: “en los organismos de control”.
Entendemos que estos organismos controladores han de tener facultad en el doble ámbito ya
señalado: para prevenir y solucionar conflictos, y para fiscalizar —y exigir— que las prestaciones de
bienes y servicios se encuadren en el marco regulatorio fijado por la ley.
El derecho de asociación.
33. — El derecho de asociación, que con solamente el art. 14 queda bien abastecido en
una posible pluralidad de áreas, encuentra en el art. 42 su especificación. Hay en él dos
menciones: a) la primera, cuando el párrafo segundo alude al deber estatal de proveer a la
protección del derecho a constituir asociaciones de consumidores y usuarios; b) la segunda, a
la necesaria participación de las mismas en los organismos de control.
No cabe duda de que las leyes tienen que dar desarrollo a este derecho de asociación; no resulta
facultativo hacerlo o no hacerlo, porque entendemos que existe la obligación de legislar. Sin embargo,
hasta tanto tal legislación esté completa, el art. 42 —como todos los demás de la constitución— tiene
como mínimo un contenido esencial en virtud de la fuerza normativa de la misma constitución, y en
mérito al mismo los jueces han de dar andamiento aplicativo a aquel contenido. Nos refuerza en este
punto la circunstancia de que el ya citado art. 43 prevea la acción de amparo en orden a los derechos
relativos a la competencia, al usuario y al consumidor.
lo contrario, es predisponer adecuadamente a las gentes para que sepan ejercer el derecho a la
libre elección en el acceso y el tráfico del mercado. Este “saber” implica —en primer lugar—
la previa educación para discernir lo que puede o debe consumirse, lo que tiene calidad para
la opción, lo que está destinado a las necesidades básicas de lo que no es imprescindible o es
superfluo. Es una educación informativa que tiene que llegar hasta provocar e inducir la
capacidad del consumidor para reconocer el engaño y la seducción, y para preservarse de
ellos.
Si explayamos más el sentido de la educación para el consumo, podemos sostener que,
globalmente, es una educación que coloque a consumidores y usuarios en situación suficiente para
conocer, ejercer y exigir todos los derechos que emergen del art. 42.
La educación para el consumo en el correcto sentido que le atribuimos es un deber del estado,
porque figura en el párrafo donde la norma dice que las autoridades proveerán a esa educación; pero es
compartidamente un deber de las asociaciones de consumidores y usuarios.
35. — “Los derechos que protegen a la competencia, al usuario y al consumidor” disponen por el
art. 43 de la vía del amparo para su defensa judicial.
36. — Los derechos del art. 41 y del art. 42 han solido incardinarse doctrinaria y
cronológicamente en los que se llaman de la tercera generación, porque son los de aparición
más reciente, a continuación de los civiles, políticos y sociales. Muestran algunos rasgos
importantes y novedosos, entre los que traemos a colación los siguientes:
a) a más de la titularidad personal e individual, alojan una dimensión colectiva y
transindividual que los afilia a la categoría de los intereses difusos, o de los derechos de
incidencia colectiva mencionados por el art. 43;
b) exhiben una intersección —sobre todo en cuanto a su desarrollo reglamentario— entre
el derecho público y el derecho privado;
c) se relacionan con muchísimos otros derechos, como el derecho a la seguridad; a la
calidad de vida; a la igualdad de oportunidades y de trato; a la educación; a la información; a
la libertad de expresión; a comerciar y ejercer industria; a la propiedad; a la tutela judicial
eficaz; a asociarse; a participar; a la salud; a la vida; al desarrollo; a no sufrir daño; a la
reparación del daño; a la integridad; a la libertad de contratar; a reunirse; al tráfico negocial
leal, etc.
En este enjambre del inc. c) aparece también:
d) el ensamble con derechos que están declarados en la constitución, con derechos
implícitos, y con derechos por analogado.
No es ocioso reiterar que todo viene atravesado por un eje fuerte de constitucionalismo
social, y por el contenido del sistema axiológico de la constitución.
37. — No obstante que los derechos referidos al ambiente, y al consumo y uso de bienes y
servicios no son “derechos por analogado”, porque los arts. 41 y 42 los perfilan con naturaleza de
derechos en su más pleno sentido, la proyección que irradian en cuanto derechos de incidencia
colectiva en la mayor parte de los casos nos permite avizorar que el sujeto pasivo “estado” (o
autoridad pública) asume frente a tales derechos una obligación activamente universal de naturaleza
similar a la que explicamos cuando habíamos abordado los mencionados derechos por analogado. De
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ser así, tal obligación existe frente a todo el conjunto social que comparte esos mismos derechos al
ambiente y al consumo y uso de bienes y servicios.