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Profesor: Nicolás Alvarado

Cesar Felipe Vargas Villabona


Seminario: Rancière
Protocolo de la sesión del 10/04/2019
24/04/2019

La contradicción constitutiva de la literatura como paradigma


democrático
El presente escrito dará cuenta de dos momentos de la sesión pasada: 1) La conclusión de la
discusión acerca del libro La Palabra Muda, en donde se explicita la puesta en acto de la
contradicción que representa el nuevo régimen literario, el cual emerge en Europa
occidental desde el siglo XVIII hasta la actualidad. Se señalaran entonces dos
consecuencias o efectos políticos y de saber que se siguieron del surgimiento de este nuevo
paradigma, que constituyó lo que para la cultura occidental se entiende comúnmente por
literatura, y se mostraran brevemente los intentos y fracasos que autores como Flaubert y
Mallarmé emprendieron para darle solución a la contradicción. 2) En este segundo
momento se establecerán las relaciones entre los tres tipos de políticas de la literatura y las
correspondientes formas democráticas a la que dan lugar. Lo anterior se trató en torno a los
ensayos “Política de la literatura” y “El malentendido literario”.
Un nuevo régimen de la palabra
La forma de inteligibilidad que surgió a finales del siglo XVIII y que se consolido en el
siglo XIX europeo, marca una nueva relación entre las prácticas literarias, el leguaje y la
escritura. Rancière describe en la Palabra Muda los sistemas de reconocimiento sensible
que estructuran esta nueva relación en torno a la idea de una revolución literaria en cierto
sentido silenciosa, pero que puso en duda y en tensión la jerarquía que estructuraba hasta
entonces el vínculo entre las palabras y las cosas, entre los sujetos y sus acciones. La nueva
literatura entonces, en su oposición al régimen representativo de las Bellas Letras 1, da lugar
en sus mismas operaciones a un régimen diferenciado y exclusivo de la cultura: el régimen
de la literatura. Esto significa que, antes del siglo XVIII, no había algo que se llamara
propiamente literatura, es decir algo que nos permitiera señalar una obra escrita como algo
literario en sí mismo, sino que solo había ficciones en el sentido aristotélico del término
que, teniendo el mismo valor que otras prácticas cotidianas (p.e. la carpintería), eran la
expresión o representación de ser y del deber ser de la conciencia de un mundo que no
diferenciaba entre poesía y prosa, ni establecía una escisión entre naturaleza y cultura: a
esto Schiller lo llamó “poesía ingenua” (cfr. Rancière, 2009, p. 79).
Pues bien, el orden pretendidamente armónico y jerárquico del régimen de las Bellas Letras
fue desestabilizado por el pensamiento romántico, el cual sí constataba una escisión
constitutiva en el mundo moderno. Sin embargo, el carácter silencioso de esta revolución
literaria se lo da el hecho de que este nuevo régimen produjo efectos políticos desde su
1
Recuérdense los cuatro principios de este régimen: Ficción; genericidad; decoro; y actualidad. Rancière
periodiza este régimen desde Aristóteles hasta Voltaire, sin embargo, durante la sesión se puso en duda que
dicho régimen haya sido tan consistente durante tan extenso periodo de tiempo.

1
misma composición que no siempre fueron vistos (y en esto consiste el trabajo de Rancière
al respecto, en visibilizarlos), pero que plantearon problemas que se verían en paralelo
manifestados durante las revoluciones políticas de la modernidad. La desjerarquización del
paradigma representativo por parte del paradigma literario implico una dimensión política
que puso en el centro de la discusión el problema de la “democracia de la letra errante” (es
decir de una escritura que ya no tenía como modelo la retórica y la oralidad como
paradigmas de las practicas literarias); el de la “escritura política sobre el cuerpo de la
sociedad” (¿los objetos nos hablan mejor del mundo humano que las personas mismas?); y
la pregunta por el sujeto de la escritura (¿Quién es digno de escribir cuando todos pueden
hacerlo?). Así, la constitución misma de la literatura tiene que ver con la constitución
misma de la política moderna y con la construcción de nuevos escenarios del reparto de lo
común.
La primera consecuencia que se sigue de la desjerarquización del régimen representativo es
la constatación de que la literatura, como régimen 2 moderno, se mantiene en una constante
contradicción, que al mismo tiempo es su condición de inteligibilidad. La contradicción se
da entre la indiferencia de los temas (ningún tema en superior o inferior a otro) y la
necesidad de expresar dichos temas de una manera determinada y diferenciada. Flaubert
trata de solucionar este problema, y sin embargo su fracaso señala lo estructural de la
contradicción, puesto que al postular su idea del “el libro sobre nada” marca la
indiscernibilidad entre el arte del estilo absoluto (que da primacía a la materialidad misma
de la escritura, más que a su contenido, viendo la especificidad intima de la práctica
literaria), y la prosa del mundo. Su narración, llena de descripciones “realistas” de los
detalles que rodean los sucesos que les suceden a sus personajes, hace que se borre la línea
divisoria entre la literatura en sí misma y la realidad cotidiana, análogo a lo que ocurrirá
tiempo después en el campo de las artes plásticas con Duchamp y su readymade “La
fuente” (1917) donde hay una indiferencia que no permite decir que un simple orinal no sea
una obra de arte. Flaubert fracasa al no poder instituir propiamente una especificidad
literaria en sí, y no obstante, lo que sostiene Rancière es que precisamente esa tensión, entre
los dos polos de la contradicción, es lo específico de la literatura
De igual forma, Mallarmé fracasa en su intento de salvar la contradicción entre el estado
prosaico (que también llama “el universal reportaje”) y el estado poético del lenguaje. Para
este poeta simbolista3 narrar, describir y comunicar no basta para mostrar lo que
esencialmente puede el lenguaje, pues estas funciones lo reducen a una mera moneda de
cambio. Para Mallarmé la sugestión es lo propio del lenguaje, es decir, hacer desaparecer el
objeto muerto por el peso de la percepción y revivificar la percepción de la realidad por
medios de la manifestación de las intensidades que la componen. Ver lo que vibra en el
objeto haciendo que el objeto mismo desaparezca por medio del artificio literario es para el
poeta una especie de composición musical, y es este el uso específico que tiene el lenguaje
2
Valga aclarar que cuando hablamos de régimen se habla de una forma histórica determinada de hacer
sensible y pensable ciertas relaciones, es decir que un régimen es la manera de nombrar la consistencia
histórica de cierta forma de inteligibilidad de una práctica o de un conjunto de prácticas.
3
Durante la sesión se señala el carácter problemático de identificar a Mallarme con en movimiento
simbolista, como parece hacer Rancière.

2
literario, y la tarea del poema es producir una distancia absoluta entre el estado poético del
lenguaje y el prosaico. No obstante, el fracaso en esa tentativa de separación se muestra en
la obra misma de Mallarmé con su reputado poema visual “Un golpe de dados no puede
eliminar el azar”. En él se busca, por medio de la composición grafica del poema (que
según algunas interpretaciones, dibuja o sugiere el dibujo de las mismas cosas que dice por
medio de la materialidad misma de la letra), producir una nueva forma de manchar la
unidad de la página (o en el proyecto mallaermeano “la doble página”) que se distancie de
la manera usual de diagramación de los periódicos. Esta otra forma de mancha es lo que el
poeta llama la estampa: la repetición visual de lo que dice la palabra escrita. Pero, nos dice
Rancière, esta imitación radical entre lo que se muestra y lo que se dice termina
pareciéndose mucho al ejercicio del diseño gráfico y del afiche publicitario, dos formas que
son (incluso para el paradigma de la Bellas Artes, si es posible establecer una analogía)
demasiado prosaicas y, en principio, totalmente funcionales al uso comunicativo del
lenguaje. Lo que Mallarmé pretendía que fuera la literatura, en su propia practica poética se
volvió lo contrario, y sin embargo esa contradicción insalvable es la condición de
posibilidad de su producción literaria.
La segunda consecuencia de esta irrupción democrática de la revolución literaria, que
introduce un paradigma igualitario frente a la antigua poética jerárquica, es una
consecuencia política que tiene impacto en las formas de visibilidad y organización de las
sociedades humanas, pero también tiene un impacto en la esfera del saber. En este punto se
hace de nuevo evidente el “triple pacto”, o la anudación de tres conceptos claves del
pensamiento de Rancière: el problema de lo político (¿Quién puede actuar?), el problema
del saber (¿Quién puede saber?) y el problema de la literatura (¿Quién puede decir?). La
composición de estos elementos cambia según el problema que se trate, así, en el caso de la
Noche de los Proletarios, lo que parecía sobredeterminar la composición es el modo de
subjetivación política que lo obreros se daban a sí mismos por medio de operaciones
literarias y escriturales, las cuales pretendían crear formas de inteligibilidad desde ellos
mismos. En los Nombres de la Historia la pregunta central era cómo se constituye el saber
de la nueva ciencia histórica, qué estilo se dio a sí misma para constituirse como un saber
especifico no subsumido a la mera recopilación de datos sociológicos, y cómo lidio con la
irrupción democrática de la palabra indistinta y herética que empezó a llenar los estantes de
archivos desde la Revolución Francesa. De igual forma, en la Palabra Muda y en los
ensayos “Política de la literatura” y “El malentendido literario”, Rancière se dedicará a
mostrar el vínculo intrínseco que existe entre literatura, política y saber, anudándolos a
través del concepto de ficción, entendiendo esta como los modos de composicionalidad,
operación y visibilidad de las partes en determinado reparto de lo sensible.
Tres políticas de la literatura y tres democracias en tensión
En los dos ensayos ya mencionados, Rancière se concentra en hacer más explícito los
efectos de la revolución literaria en el campo de la política y el saber, pero también se
encargará de mostrar la diferencia que existe entre el malentendido literario y el
desacuerdo político. Así, Rancière afirma que el problema de la literatura es el de la
distribución de las carnes, es decir, el malentendido entre dos maneras de distribuir los
3
cuerpos, entre dos lógicas de encarnación: como ya vimos, entre el régimen representativo
y el régimen literario en sí. De este último se desprenden tres políticas de la literatura y tres
formas de democracia. No obstante, cabe aclarar, que por democracia no se debe entender
inmediatamente un sistema de gobierno determinado. Estas políticas de la literatura están
en constante tensión, y es su relación y composición lo que le da cierta forma a las practicas
literarias.
1) La primera política versa sobre distribución errante de la letra escrita, que tiene que ver
con la igualdad de los temas y la disponibilidad de toda palabra para cualquier persona.
Esta lleva a decir que la letra errante se encarna en la novela como un género impropio, es
decir que no es propiedad de nadie, que pasa de cuerpo en cuerpo porque se ha desprendido
del cuerpo subjetivo que le dio existencia. En esta impropiedad reside la condición de
posibilidad de la especificidad de la literatura, pues instaura a la literalidad del lenguaje
como un modo de elaboración del paisaje de lo visible. Vemos a Flaubert como la figura
representativa de esta política, aunque él trate de distanciarse de sus efectos. 2) La segunda
política tiene que ver esta vez con un desciframiento de lo visible, y por lo tanto se
constituye más como una metapolitica, que ve los signos inscritos en el cuerpo social. Esta
metapolitica entonces quiere descifrar lo que está más allá de los cuerpos visibles, quiere
saber lo que esconden las voces mudas de los objetos que contienen para sí la verdad de un
pueblo. En este sentido la literatura es una petrificación de la palabra, una forma de leer
arqueológicamente los síntomas sociales. Balzac o Hugo podrían ser representantes de esta
forma de la democracia literaria. Esta metapolitica, paradójicamente, (y es una de las tesis
novedosas de Rancière) es el fundamento de la forma de interpretación de la ciencias
sociales (como la que dio pie el marxismo, o la nueva ciencia histórica de los Annales) y de
la psicología (específicamente el psicoanálisis), quienes suelen preciarse de develar la
verdadera constitución de la literatura.
3) La tercera política tiene que ver con la captura de las intensidades que instituye una
política de lo molar y no de lo molecular (y aquí Rancière se vale de categorías
propiamente deleuzeanas). Se trata entonces de capturar, como se sugirió en la otra sección,
la vibración vital de las partes heterogéneas que por sí mismas se condensan y le dan forma
a un individuo, pero que jamás se subordinan al todo de ese cuerpo orgánico o animal. Las
intensidades pueden ser entendidas como cuerpos vegetales que no siguen una racionalidad
de composición y de relación establecida, sino que precisamente establece relaciones
inorgánicas (no organizadas) que están en constante apertura a nuevas composiciones y
formas de visibilidad. Cada individuo entonces es el producto de múltiples intensidades o
líneas de fuga, que definen su consistencia siempre inacabada como una potencia de
diferenciación. Las tres igualdades que instaura la literatura componen una contingente
pero consistente política de la literatura en contradicción constante. Pero de nuevo, debe
recordarse que la democracia que instaura la literatura no es la de una forma política de
gobierno, sino que la democracia (y esto más allá de la literatura en específico) es para
Rancière una capacidad de manejo del exceso de las palabras sobre los cuerpos para
significar lo común. En este sentido la propuesta democrática de Rancière tiene que ver con
una distribución anárquica de los cuerpos que redistribuyen los espacios y los tiempos de

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un determinado reparto sensible. La democracia, tanto en literatura como en política, es un
acontecimiento igualitario, que genera una ruptura simbólica entre las palabras, los cuerpos
y el saber. Tal parece que Rancière establece una identidad entre democracia, igualdad y
política. Pero queda aún abierta, para esta sesión, la pregunta por cuál es la relación y la
tensión entre malentendido literario y el desacuerdo político.

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