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utorregulación Organísmica y Terapia Gestalt: Ser lo que Somos

La autorregulación organísmica es sin duda, uno de los conceptos más importantes que inspiran la
práctica de la psicoterapia Gestalt. Todos los seres vivos, para mantenerse vivos, necesitan
satisfacer sus necesidades; beber agua, comer alimento, tener protección, etc. La autorregulación
organísmica es el proceso a través del cual los seres vivos se adaptan a su ambiente y satisfacen
sus necesidades –fisiológicas, afectivas, espirituales, etc.-. Las necesidades que tenga un
organismo van a depender de la interacción entre las condiciones del ambiente y la estructura del
organismo.

Por ejemplo, un ser humano que camina bajo el rojo sol del desierto, necesitará mucha más agua
que uno que camina por la ciudad en invierno. En este ejemplo cambia la situación ambiental y
cambia por lo tanto, la cantidad de agua necesaria. La estructura del organismo es la misma en los
dos casos. Del mismo modo, un ser humano necesitará mucha menos agua para subsistir en el
desierto que una flor. Aquí tenemos un ejemplo de la importancia de la estructura. La urgencia y la
naturaleza de las necesidades de un organismo, dependerán de esas dos variables; condiciones
ambientales y estructura.

Podría decirse que el proceso de autorregulación organísmica tiene básicamente dos fases.
Primero, darse cuenta de la necesidad y, segundo, hacer algo para satisfacerla. En el caso de la
deshidratación, el organismo vivo tomará consciencia de la sensación sed y luego, buscará agua.
En caso de que el organismo esté sano y sus mecanismos de autorregulación estén funcionando
libremente, podrá volver a hidratarse y de este modo seguir vivo. Por lo tanto, la posibilidad de
que los seres vivos se mantengan vivos depende, de forma muy sintetizada, de dos elementos
básicos; de su capacidad de darse cuenta y de su capacidad de actuar sobre el medio ambiente de
forma efectiva.

En Gestalt se dice que las necesidades son como una figura que se destaca sobre un fondo. Por
ejemplo, en el momento en que aparece la sed, si ésta es lo suficientemente importante, todas las
demás cosas que pudieran resultar interesantes al organismo van a pasar al fondo y en el primer
plano de la consciencia del organismo estará la sed y las posibles fuentes de satisfacción de ésta, la
llave de agua, una bebida, etc. Es decir, mientras sentimos sed es más importante para nosotros
un vaso de agua que cualquier otra cosa que pudiera haber alrededor nuestro.

Esto es muy evidente. Supongamos que estuviésemos leyendo un libro. Mientras leo, lo más
relevante para mi “darme cuenta” será lo que el libro dice. Sin embargo, si mis niveles de
deshidratación aumentan demasiado, resultará difícil mantener la concentración en la lectura ya
que mi atención, de forma espontánea, se dirigirá hacia la sensación de sed. Esto es a lo que se le
llama la formación de una figura –que viene siendo casi lo mismo que la aparición de una
necesidad-. Una vez que una nueva figura “se abre”, ella misma “pide” ser cerrada.

En el ejemplo, una vez que se abre la figura de la sed, será misma sed la que nos motivará a cerrar
el capítulo de la deshidratación. Lo más probable que suceda es que interrumpamos la lectura,
bebamos algo y, una vez que la figura de la sed se ha cerrado, nuestra atención volverá de forma
espontánea a la siguiente cosa que es relevante en ese momento. Tal vez podamos volver a la
lectura a menos que surja otra figura más importante que el leer.

He destacado en el párrafo anterior la palabra “espontánea”. La formación de figuras no es un


evento que los organismos crean deliberadamente, sino que es un fenómeno que simplemente
ocurre. Y todo el proceso que implica satisfacer una figura que se ha abierto es un proceso natural
y relativamente sencillo a menos que el proceso de autorregulación esté dañado. Por ejemplo,
nadie elige entristecerse cuando alguien cercano muere, simplemente nos entristecemos y luego
buscamos la forma de que esa figura que se abrió, se cierre. Así como la fuerza de gravedad nos
acerca al piso, constantemente se nos abren figuras y, si estamos sanos en nuestra capacidad de
autorregularnos, las vamos cerrando o concluyendo.

Esta es la naturaleza de los seres vivos; sus procesos son un fluir permanente que va desde el
organismo al ambiente y del ambiente al organismo. El mismo proceso de la vida es un fluir
espontáneo de ciclos que se abren y luego terminan, una y otra vez, jamás se detiene. El proceso
de autorregulación organísmica sólo termina con la muerte.

También, los seres humanos, gracias a que somos mucho más complejos que la mayoría de los
seres vivos, tenemos la posibilidad de resistirnos de formas muy complejas a este proceso
espontáneo y natural. En todo caso, esto puede ser adaptativo y bueno. Por ejemplo, si me dan
ganas de golpear a mi jefe, gracias a una operación cognitiva puedo llegar a la conclusión de que
hacer eso me puede perjudicar y entonces puedo detener el impulso a golpear. En el fondo esto
corresponde a una capacidad de autorregulación más compleja que la de otros seres vivos. Si
aguanto el impulso a golpear, seguramente lo he hecho porque eso también amenaza a mi
necesidad de supervivencia –podría perder mi trabajo y no tener para subsistir-.

Sin embargo, esta capacidad para resistirnos al proceso de autorregulación también puede ser
patológica.
¿Cuándo es patológica la interrupción del proceso de autorregulación del organismo?

Cuando, a pesar de que dar curso a una figura abierta que no traerá consecuencias desastrosas
para la integridad del organismo, nos resistimos de todos modos a hacerlo. Un ejemplo muy
común podría ser el de la persona que siente la necesidad de llorar y no puede, a pesar de que
hacerlo sería beneficioso y probablemente no traería ninguna consecuencia negativa para nadie.

¿A qué se debe que alguien, aún pudiendo satisfacer una necesidad, no lo hace?

Siguiendo el mismo ejemplo, podría suceder que esta persona haya tenido malas experiencias
cuando expresó su tristeza. Tal vez su padre cada vez que lo vio llorar le dijo “eso no es de
hombres”, haciéndolo sentir humillado y avergonzado de sí mismo. Esta persona podría haber
optado por no llorar nunca más debido a que consideró que era más importante el afecto de su
padre que desahogar su tristeza.

En el funcionamiento sano, la decisión de interrumpir una figura no va nunca en contra de la


integridad del organismo y siempre se adapta de manera creativa a las circunstancias. En el
funcionamiento patológico esto no es así y con frecuencia este tipo de decisiones se mantienen a
pesar de las consecuencias catastróficas que esto trae. Además, estas decisiones rígidas y
patológicas dejan de ser conscientes para la persona. Es por esto que con tanta frecuencia no
sabemos muy bien porqué hacemos lo que hacemos a pesar de que esto no nos hace bien. Una
parte de nosotros se da cuenta que nuestro modo de proceder es completamente irracional, pero
la otra parte, a pesar de todas las advertencias y buenos consejos, sigue actuando de forma
perjudicial.

El proceso de autorregulación se ve interrumpido por consideraciones que no son relevantes para


la situación actual y presente. Supongamos que el hombre de nuestro ejemplo ya no vive con su
padre, es adulto, y alguien muy cercano a él muere. Es incapaz de llorar porque aún actúa como un
niño frente a un padre que no acepta sus sentimientos. A pesar de que su padre no está presente,
es incapaz de dar curso a sus sentimientos. Esta incapacidad de llorar se ha convertido en una
característica de su personalidad, es decir en un patrón rígido y repetitivo de conducta que
interfiere con el mecanismo de autorregulación.

Una vez que se nos rigidizamos, evitamos el contacto con diversos aspectos de nuestro ser.
Tenemos temor de enojarnos, entristecernos, asustarnos, ser asertivos, ser pasivos, ser
descarados, ser vergonzosos, etc, debido a que mantenemos fantasías catastróficas acerca de lo
que nos podría suceder si nos permitiéramos el contacto con algunas figuras que se nos abren
durante el proceso de vivir. Tenemos temor de ser íntegramente quienes somos.

Si sistemáticamente evitamos el contacto con diversas figuras, no es de extrañar que con


frecuencia nos sintamos insatisfechos, desdichados y bastante confundidos respecto qué es lo que
nos sucede.

La evitación de contacto puede operar en las dos fases del proceso de autorregulación que he
descrito. Puede suceder que simplemente no nos demos cuenta de nuestras sensaciones
corporales que nos alertan de nuestras necesidades. Esto equivaldría a no darme cuenta de que
estoy triste cuando lo estoy, no darme cuenta de que estoy cansado cuando estoy cansado, no
darme cuenta de que tengo miedo cuando lo tengo.

Imaginemos algunas de las consecuencias fatales que esto puede traer y que con frecuencia trae.
Si no me doy cuenta de mi cansancio –esto suele sucederle a las personas que creen que tienen
que mantener todo bajo control y que deben ser productivas a toda costa- puedo agotar a tal
punto mi cuerpo que luego colapsa enfermando. Si no me doy cuenta del miedo –porque creo que
debo ser valiente y erróneamente considero al miedo como un signo de cobardía- podría ir directo
a enfrentarme a una manada de leones y morir. Si no puedo entristecerme por una relación de
pareja que ha terminado –porque me parece que si estoy triste eso significa que soy una persona
patética-, entonces arrastraré un duelo no resuelto y será difícil recuperar la confianza para
comenzar una nueva relación. Los ejemplos que podría dar aquí son interminables.

Si el proceso se interrumpe en la siguiente fase, lo más probable es que experimentemos bastante


angustia y ansiedad. Por ejemplo, podría ser que me doy cuenta de que estoy muy molesto con mi
mujer, pero no se lo expreso –tal vez porque expresar el enojo choca con la idea que tengo de mi
mismo, o porque tengo la idea de que si se produjese un conflicto yo no tendría los recursos para
enfrentarlo, o quizás, porque no me quiero parecer a mi padre que era muy violento-. En este caso
sentiré una gran activación fisiológica pero sin la posibilidad de alivio. Todos sabemos que esto es
muy desagradable y puede traer también consecuencias nefastas.

La evitación de contacto patológica, al igual que la sana, está al servicio de preservar al organismo
y protegerlo. Sin embargo, lo protege de peligros irreales, que sólo están en nuestra imaginación o
en nuestra memoria que ha almacenado nuestras experiencias pasadas.

Los rasgos patológicos de nuestra personalidad tienen el objetivo de protegernos, sin embargo,
debido a que se han vuelto automáticos y han perdido su capacidad plástica de deliberación con
arreglo a las circunstancias actuales y reales, acaban convirtiéndose en una prisión que nos
dificulta la vida. Son una especie de software caduco que se resiste con garras y dientes a la
actualización.

¿Porqué los rasgos patológicos de nuestra personalidad se resisten al cambio si resulta tan obvio
que no nos ayudan?

Debido a que evitan que seamos y actuemos de modos que creemos que amenazan nuestra
integridad. Supongamos que cada vez que expresaba el enojo de niño, recibía un golpe. Hoy en
día, es tal la importancia que le doy a evitar golpes, que incluso en situaciones en las que resulta
completamente inverosímil recibir un castigo por la expresión del enojo, sigo optando por no
expresarlo porque aún creo y siento que es mejor no expresarse que recibir un castigo. Sobretodo
mantengo esta actitud porque tengo la idea de que no podría sobrevivir a ésa consecuencia.

Y no sólo protegemos nuestro cuerpo de los golpes y peligros, también protegemos, como si en
eso se nos fuera la vida, la idea que tenemos acerca de quienes somos. Queremos mantener
nuestro autoconcepto sin manchas, a pesar de que eso nos traiga dolor e insatisfacción.

Es así como acabamos teniendo una especie de fe fanática en nuestras creencias caducas –aunque
no lo sepamos, ya que todas estas creencias no son necesariamente conscientes-. Estamos llenos
de normas artificiales que entorpecen el proceso espontáneo de vivir. Es así como acabamos
sintiendo que la vida es una lucha en la que tenemos que ganar y mantener el control… ganarnos a
nosotros mismos, dominarnos… y por supuesto que sufrimos debido a que la voluntad del ser
humano es muy frágil en comparación a las leyes del universo. Si pudiésemos controlarlo todo, tal
vez esta forma de actuar daría finalmente frutos, pero no es posible. No es posible decirle a la vida
cuáles son las necesidades que tenemos que tener y cuáles no. No somos los dueños del proceso
de la vida. Podemos aprender a apoyar el proceso espontáneo de la vida –lo cual simplifica las
cosas- o seguir luchando en contra –y sufrir innecesariamente una y otra vez-.

El proceso de autorregulación, las figuras o necesidades que vamos experimentando en la vida,


son un hecho que sucede sólo y espontáneamente independiente de lo que nosotros queramos
que nos suceda. El proceso patológico de interrupción de la autorregulación es un artificio que
hemos creado debido a nuestra desconfianza profunda en que nosotros estaremos bien a pesar de
que relajemos nuestra constante supervisión y control.

Estamos llenos de conductas rígidas y artificiales enraizadas en creencias que toman la forma de
debeísmos; “Yo debo ser amable”, “Yo debo ser fuerte”, “Yo debo ser generoso”, “Yo no debo
tener miedo”, “Yo debo tener mucha energía”, “Yo tengo que hacer todo lo posible para que nada
dañe mi autoestima”, etc.

¿Cuál es el objetivo de la Terapia Gestalt?

Es establecer la capacidad del organismo de darse cuenta y actuar sobre el ambiente para
devolver la capacidad de autorregulación en esos ámbitos en que la ha perdido. Este proceso
implica una reactualización de las creencias caducas y esto se realiza siempre a través de vivencias
que nos permiten recuperar todo el potencial que hemos perdido. Es decir, la terapia establ no es
una en donde el terapeuta ponga sus esfuerzos en convencer a la persona de actualizar sus
creencias patológicas. Más bien, el terapeuta getáltico invita, a través de diversas técnicas, a que
la persona retome el contacto con su autenticidad, su cuerpo, sus sentimientos, en fin, su ser. En
Gestalt se plantea que si la persona logra establecer el contacto con aquellas partes de si misma
que tenía negadas, podrá por sí misma ir descubriendo qué creencias y actitudes necesita dejar
atrás y actualizar. Al mismo tiempo comenzará a recuperar el potencial que ha perdido para
enfrentarse a los retos de su vida y para disfrutar y sentirse plenamente viva. Es así como también
la persona podrá desarrollar el coraje de ser lo que es y actuar de forma íntegra.
Tal vez, una frase que pueda describir muy bien la actitud del terapeuta gestáltico es “sé lo que
eres y actúa de acuerdo a eso”. Suena sencillo y desde cierto punto de vista lo es, siempre y
cuando estemos dispuestos a dejar atrás algunos de los artificios que nos hemos creado.

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