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¿A quién se le ocurrió que la contención salarial y el menor gasto público podían contribuir a mejorar los niveles de vida?
JOSEPH E. STIGLITZ premio Nobel de Economía, es profesor distinguido de la Universidad de Columbia y economista
principal en el Roosevelt Institute.
17 NOV 2019 - 00:16 CET
En todos los países (ricos o pobres) las élites prometieron que las políticas neoliberales
llevarían a más crecimiento económico, y que los beneficios se derramarían de modo que
todos, incluidos los más pobres, estarían mejor que antes. Pero hasta que eso sucediera, los
trabajadores debían conformarse con salarios más bajos, y todos los ciudadanos tendrían
que aceptar recortes en importantes programas estatales.
40 años después, las cifras están a la vista: el crecimiento se desaceleró, y sus frutos fueron
a parar en su gran mayoría a unos pocos en la cima de la pirámide. Con salarios estancados y
Bolsas en alza, los ingresos y la riqueza fluyeron hacia arriba en vez de derramarse hacia abajo.
Si no bastó la crisis financiera de 2008 para darnos cuenta de que la desregulación de los
mercados no funciona, debería bastarnos la crisis climática: el neoliberalismo provocará
literalmente el fin de la civilización . Pero también está claro que los demagogos que quieren que
demos la espalda a la ciencia y a la tolerancia sólo empeorarán las cosas.
Las reglas fiscales europeas y la metodología de las agencias de rating deberían cambiar sus
conceptos de sostenibilidad, otro argumento más para adoptar la llamada “regla de oro” fiscal (por
la cual el presupuesto de inversión tendría que financiarse con deuda, no con impuestos o
reducción de gastos). ¿Qué sucede si no hay coordinación internacional en la transición ecológica?
¿Habría que adoptar aranceles ecológicos para evitar comportamientos oportunistas?
Muchas preguntas aún sin respuesta, y que dependerán de cada país. Resolver estos aspectos
macroeconómicos y fiscales de la transición ecológica es fundamental para que se mantenga el
equilibrio político necesario para llevarla a cabo. En cierta medida, es una transformación similar a
la globalización, necesaria y positiva, pero que genera ganadores y perdedores. Recuerda al afán
liberalizador de los años noventa, cuando se quería incluir en el mandato del FMI la liberalización
de los mercados de capitales sin plantearse las medidas compensatorias necesarias. Por una serie
de razones que solo se han entendido con la perspectiva histórica, se quiso hacer la globalización
de manera neutral para las finanzas públicas. Y el resultado ha sido una rebelión popular contra
ella. No cometamos el mismo error. Toda guerra necesita una fuerte inversión económica. No
queramos combatir el calentamiento de manera fiscalmente neutra, sin dedicarle los recursos
presupuestarios para que sea un éxito, no solo medioambiental, sino también económico y político.