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ABEL CLEMENTE VÁZQUEZ: VIDA Y OBRA

Leopoldo Cervantes-Ortiz
Iglesia Presbiteriana Jesús de Nazareth
18 de mayo de 2008

Nacido en el estado de Veracruz, creció en Matamoros, Tamaulipas,


adonde fue un militante entusiasta del Esfuerzo Cristiano en sus años
gloriosos, acerca del cual ofreció un emotivo testimonio en el número
conmemorativo de El Faro del centenario de esa organización juvenil,
en febrero de 1981. Allí habla de esa época con un sano y sólido
mezclando por su formación eclesiástica. Hizo estudios normalistas
para luego ingresar al Seminario Teológico Presbiteriano de la Ciudad
de México (STPM) adonde fue discípulo de la pléyade de profesores
que consolidaron esta institución. Se graduó en 1951. Su interés por la
teología lo llevó a cursar estudios de posgrado en Escocia, donde
escribió una tesis sobre la eclesiología de John A. Mackay, de quien se
volvió un ferviente seguidor para consolidar su identidad reformada, y
en Princeton, Estados Unidos. De Mackay tradujo en 1970 el libro El
sentido presbiteriano de la vida, una obra clásica que resume el
desarrollo de la tradición calvinista, aunque sobre todo para el
ambiente anglosajón. En los años marcados por una fuerte polarización
eclesiástica ejerció el pastorado en multitud de iglesias dentro y fuera
del Distrito Federal, sobresaliendo su ministerio en las iglesias
Príncipe de Paz, en los años cincuenta, y El Divino Salvador, en los
años ochenta. Su estilo homilético expositivo e inferencial ha dejado
escuela, particularmente a la hora en que acometía la predicación
sobre el mensaje de libros completos de la Biblia. Además, ha
desarrollado una amplísima tarea institucional en la estructura de la
Iglesia Nacional Presbiteriana de México (INPM), de la cual fue
moderador entre 1984 y 1986 y, más tarde, secretario. Asimismo, en el
departamento de Educación Teológica y en la Comisión de Puntos
Constitucionales, por citar sólo dos espacios organizativos, además de
haber ocupado todos los cargos en los escalafones presbiteriales y
sinódicos. Su labor como canonista, valga la expresión, se ha
manifestado, sobre todo, en la revisión de la Constitución, cuya última
versión se ha publicado recientemente.
Junto con otros pastores y líderes, fundó en 1969 el Presbiterio
Azteca, vanguardia teológica y eclesial en un ambiente marcado por las
disputas entre corrientes teológicas, y 20 años más tarde el Presbiterio
Juan Calvino, constituyéndose ambas iniciativas en proyectos
renovadores, pues en el caso del primer cuerpo eclesiástico, se
realizaban, por ejemplo, encuentros teológicos denominados “liceos”,
que intentaban acercar la teología a las iglesias y congregaciones y así
contribuir a superar el lamentable existente entre las instituciones de
formación y las comunidades. En este punto es obligado señalar la
forma tan singular en que ha promovido a estudiantes y pastores
jóvenes para ubicarlos en iglesias y congregaciones, así como su apoyo
irrestricto para la superación teológica. Un excelente resumen de su
experiencia pastoral y de su perspectiva sobre el arte de delegar
responsabilidades fue publicado en la revista Continente Nuevo, en
1982. Entre 1991 y 1992 dirigió la revista Encuentro del Presbiterio
Juan Calvino, un esfuerzo notable de difusión y comunicación. Sobra
decir que la orientación teológica de estos dos cuerpos en gran medida
ha dependido de su visión profética y de la forma en que concibe la
labor ministerial, pastoral y teológica. De no ser así, estos organismos
habrían sucumbido a los embates y acusaciones gratuitas acerca de su
supuesto liberalismo y laxitud doctrinal. Tampoco debe olvidarse que
ser vanguardia implica el pago de un alto precio en términos
institucionales y de política interna. En ese sentido, ha sido irrestricto
su apoyo a los ministerios femeninos y a la praxis de una teología
reformada siempre dispuesta a dialogar y transformarse para ser más
eficaz.
Ha participado en diversos congresos, coloquios y consultas
internacionales, entre los que es preciso citar el ya legendario
Congreso Presbiteriano Latinoamericano de 1963 sobre La naturaleza
y misión de la Iglesia, de 1963, en Bogotá, Colombia, organizado por la
Comisión de Cooperación Presbiteriana de América Latina (CCPAL),
antecedente inmediato de la Alianza de Iglesias Presbiterianas y
Reformadas de América Latina (AIPRAL), de la cual fue presidente a
fines de los años 90, logrando que en la reunión ordinaria de 1997, en
Debrecen, Hungría, fuera recibida como el capítulo latinoamericano de
la Alianza Reformada Mundial (ARM). El congreso de 1963 fue un
evento pionero, un verdadero parteaguas, en el surgimiento de la
teología protestante latinoamericano, llevado a cabo justamente en los
años del Concilio Vaticano II y de los albores de las teologías
contextuales. Su colaboración con la ARM fue intensa, pues participó
en varias reuniones y consultas patrocinadas por este organismo. Un
ejemplo de ello fue la reunión de AIPRAL con el tema Teología y
culturas, llevada a cabo en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, en
1995.
Su pasión por la Biblia, demostrada mediante su enorme
capacidad oratoria y creatividad homilética, como ya se ha
mencionado, lo llevó a colaborar en la Sociedad Bíblica de México, que
dirigió por varios años y le permitió realizar diversas iniciativas de
traducción y difusión de las Sagradas Escrituras, dentro y fuera de
México. Es particularmente memorable el proyecto que desarrolló
durante la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano, en Puebla,
en enero de 1979. Nunca dejó de apoyar cuanta solicitud se le
presentaba para aportar materiales bíblicos gratuitos para la
evangelización. Por supuesto, no faltó la oposición que enfrentó, por
ejemplo, cuando una iglesia quiso enjuiciarlo oficialmente en el
Presbiterio Azteca porque las Sociedades Bíblicas Unidas publicaron la
Biblia con los libros deuterocanónicos, olvidando (si es que lo sabían
sus acusadores) ¡que la primera edición de la Biblia de Casiodoro de
Reina, en 1569, los incluye!
Pueden mencionarse varias de sus iniciativas teológicas, como fue
el caso, en el ámbito institucional, una infinidad de congresos
teológicos y de estudio (muchos de los cuales se echan de menos en la
actualidad), la Academia Mexicana de Teología Reformada (su sueño
dorado), más recientemente el Centro de Estudios Teológicos y de
Ciencias de la religión “Karl Barth”, en el seno del STPM, y en el
campo ecuménico, la Facultad Latinoamericana de Teología
Reformada, en la cual participó al lado de otros insignes presbiterianos
como los doctores Alfonso Lloreda y Benjamín Briseño, en los años 60.
Además, fue el impulsor de la revista Pensamiento Reformado Hoy, en
sus dos etapas.
Entre 1994 y 1998 fue rector del STPM, siendo su periodo uno de
los más fructíferos de la historia, debido a que, por mencionar un par
de casos, se instituyeron varias cátedras con los nombres de insignes
dirigentes presbiterianos, a las cuales se invitaron a teólogos y teólogas
de renombre mundial. Más tarde se hizo cargo de la división de
estudios de posgrado y del Centro de Estudios ya mencionado.
En resumen, sus tareas pastorales, teológicas e institucionales han
dejado y siguen dejando una profunda huella en la vida del
presbiterianismo mexicano, en medio de momentos difíciles, porque
vaya que los ha habido, prácticamente en cada década de su ministerio,
y han creado toda una línea de acción que debe ser recuperada y
seguida por las nuevas generaciones de creyentes, estudiantes,
pastores y teólogos, hombres y mujeres, que deseen, verdaderamente,
aplicar en su vida cotidiana los principios y valores de una teología
genuinamente reformada.
Si se me permite una nota personal, puedo decir que, sin haber
estado nunca en alguna de sus clases formales, aprendí más de la fe, la
Biblia y la teología reformada en sus inolvidables sermones,
particularmente aquel que dedicó a exponer íntegramente el contenido
del libro de Josué, ¡en escasos 45 minutos! A él le debemos, varias
generaciones, la pasión por reencontrar, valorar, practicar y divulgar
las virtudes de la teología reformada, aquella que se gestó de diversas
formas y con matices propios en Francia, Suiza, Alemania, Holanda,
Escocia y Estados Unidos, hasta llegar a ser parte integral de nuestra
fe calvinista, ahora ya autóctona, propia, latinoamericana y mexicana.
Sigamos pues en el camino hacia ser un auténtico pueblo con
mentalidad teológica.
Enhorabuena, doctor Clemente, ¡y muchos más días de éstos!

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