Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Carina Cortassa
Para mi familia
ÍNDICE
RECONOCIMIENTOS
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1. Del déficit al diálogo
1.Medio siglo de modelo de déficit: los clásicos nunca mueren
2. La tranquilidad y el malestar que provoca el déficit
3. Las deficiencias del déficit
4. El enfoque etnográfico-contextual
5. Consolidación e impacto de las nuevas perspectivas
6. Del monólogo alfabetizador al diálogo y sus condicionantes
CAPÍTULO 2. El reparto del saber en el marco de la epistemología social
1. El malestar del déficit radicalizado
2. Deferencia a la autoridad epistémica
3. Deferencia epistémica y adquisición de conceptos
4. La interacción testimonial
5. La interfaz en la interacción epistémica
CAPÍTULO 3. La articulación de los condicionantes epistémicos y culturales
1. Prejuicios y confianza epistémica
2. El fenómeno de las Representaciones Sociales
3. Representaciones sociales y comprensión pública de la ciencia
4. El papel de las representaciones en la interacción epistémica
CAPÍTULO 4. En el principio fue la brecha
1. Hacia un lado de la brecha
2. Hacia el otro lado de la brecha
3. En medio de la brecha
4. La heterogeneidad de las imágenes de la brecha
CAPÍTULO 5. ¿Qué es la ciencia?
1. Conocimiento, método (y algunas cosas más)
2. Luces y sombras de la imagen pública de la ciencia
3. La ciencia para quien la hace
4. La ciencia para quien la cuenta
5. La heterogeneidad de las representaciones sociales de la ciencia
CAPÍTULO 6. Las representaciones sociales como sistemas de expectativas
1. Lo que espera el público
2. Lo que esperan los científicos
3. Lo que esperan los mediadores
4. La heterogeneidad de las expectativas de los agentes
CAPÍTULO 7. Representaciones, actitudes y recepción del conocimiento
1. Alfabetización científica y deferencia epistémica
2. Deferencia en acción
3. Del principio de confianza al principio de la duda
4. Representaciones, actitudes y reparto del saber
ANEXO. Metodología
BIBLIOGRAFÍA
ÍNDICE DE TABLAS Y FIGURAS
1
Sin ir más lejos, es contradictoria con lo que afirmaba poco antes la propia autora de ese
editorial, Edna Einsiedel, cuando reconocía que “ambos modelos [el de déficit cognitivo y
el de interacción] tienen mucho que aportar a las discusiones sobre público y ciencia.”
(Einsiedel, 2000: 209).
abordando el problema de la percepción de la ciencia en relación con el
nivel de conocimiento del que disponen los sujetos. Finalmente, las
estrategias de intervención destinadas a superar la brecha con la sociedad se
perciben plenamente orientadas por la voluntad alfabetizadora que sustenta:
la importancia -y los recursos- que las políticas públicas asignan a la
divulgación, a la creación y fomento de agencias y actividades de interfaz,
es un buen indicador del valor que se le confiere. Visto de ese modo,
entonar el réquiem por el programa fundacional del campo de CPC podría
resultar, como mínimo, un tanto apresurado.
¿En qué consiste, pues, ese modelo que algunos consideran un lastre
superado mientras otros persisten en debatir con más ardor que originalidad,
y para muchos -voluntaria o involuntariamente- informa aún sus modos de
abordar la relación entre ciencia y públicos? La primera parte de este
capítulo expone un breve repaso por la evolución del programa del déficit
desde sus orígenes a mediados del siglo XX y la consolidación de las
encuestas de percepción social hasta el declive de su influencia a partir de
los años ‘90. El objetivo es mostrar que el enfoque deficitario constituye un
modo tranquilizador, terapéutico, de caracterizar la naturaleza de las
relaciones entre ciencia y sociedad; y por esa razón -a despecho de las
críticas que afronta- resulta funcional como sustento de las prácticas
destinadas a promoverlas y mejorarlas. A continuación nos centraremos en
los principales aportes de los estudios etnográfico-contextuales,
considerados habitualmente un punto de inflexión en el panorama
disciplinar. No obstante destacar su valor, veremos que la perspectiva no ha
logrado hasta el momento articular una alternativa teórica sólida y
abarcativa para la investigación. Finalizando, argumentaré que las
principales limitaciones que enfrentan en la actualidad los estudios de
comprensión pública provienen, en un sentido amplio, de continuar
asignando al déficit entidad de problema -práctico o teórico-, prolongando
improductivamente los debates alrededor de la idea.
“Algunas cosas son estudiadas científicamente, otras son estudiadas de otras maneras.
Desde su punto de vista, ¿qué significa estudiar algo científicamente?” (Encuesta
dirigida por Robert Davis para National Association of Science Writers, 1958)
“Algunas cosas son estudiadas científicamente, otras son estudiadas de otras maneras.
¿Usted diría que entiende claramente lo que significa estudiar algo científicamente, que
tiene una idea general al respecto, o que no entiende lo que eso significa? Desde su
punto de vista, ¿qué significa estudiar algo científicamente? (en sus propias palabras)”
(Encuesta conjunta en EE.UU. y el Reino Unido, 1988)
“QA8. Por favor dígame, en sus propias palabras, ¿qué significa estudiar algo
científicamente?” (Special Eurobarometer 63.1 Europeans, Science & Technology,
2005)
3
Según Meinholf Dierkes y Claudia von Grote (2000), la encuesta de 1988 influyó de
manera decisiva en la medición y análisis de la cultura científica en el contexto europeo, a
partir de la edición de 1991 de los Eurobarómetros Especiales “Europeans, Science and
Technology”. Por su parte, Jon Miller (1988) refiere estudios realizados sobre sus premisas
en Canadá, China, Japón, Corea, Nueva Zelanda, España, entre otros.
deseo de Miller de generar una serie perdurable de indicadores que
permitiera la comparación de datos en el tiempo como el de sus colegas
europeos, de que futuras encuestas incorporaran esta forma de medición,
podrían considerarse ampliamente satisfechos.
La tranquilidad
… Y el malestar
4
En 1948, Lasswell produjo el primer modelo para el estudio de la propaganda política
sintetizado en sus célebres preguntas de “¿Quién dice qué, a quién, a través de qué canal, y
con qué efecto?”, el cual fue considerado por años el ejemplar para el análisis de los efectos
de la comunicación de masas. Al mismo tiempo, desde la electrónica, Shannon y Weaver
representaban en términos similares el pasaje de información de un artefacto emisor de
particular de entender a la comunicación como un proceso instrumental, en
el cual se distingue, por un lado, un emisor que concentra el poder de
decisión acerca del tipo y modalidad de aplicación de un estímulo-mensaje;
por el otro, un receptor concebido como un sujeto pasivo, que reacciona de
la manera esperada y actúa en consecuencia. En ese marco, la determinación
empírica del efecto de los mensajes mediante las encuestas de audiencia se
constituye en el núcleo de la investigación comunicacional, con el interés
práctico de mejorar su capacidad de persuasión o influencia. Visto desde ese
ángulo no es aventurado afirmar que, en sus orígenes y evolución temprana,
el estudio de la percepción pública de la ciencia participó de los supuestos
epistémicos del análisis más amplio de las opiniones, comportamientos y
actitudes de los públicos desde la perspectiva empirista por entonces
dominante en la sociología norteamericana
El modelo de déficit cognitivo reproduce grosso modo el esquema
unidireccional o vertical5 del proceso de comunicación entendido como la
transmisión de información desde alguien que dispone de determinado
conocimiento -el científico- hacia otro que carece de él -el lego-. Al mismo
tiempo supone que, minimizadas las interferencias para una transmisión
efectiva, es posible modificar las percepciones y actitudes de los receptores
sobre ciertos temas. Esto es, que instrumentalizar de manera adecuada los
mensajes y canales conducirá a mejorar la imagen y valoración de la ciencia
en el público. No en vano los debates en torno de la comunicación pública
de la ciencia -estrechamente ligadas con los estudios de comprensión- llevan
años enfocados sobre la mejor manera de superar el problema de la
inconmensurabilidad de los códigos entre científicos y legos, o el rol del
mediador como un traductor que elimina los obstáculos para la
comunicación entre ambos. Finalmente, subyace a ambas perspectivas la
concepción de que es posible observar y evaluar los efectos del proceso,
medir en la población la evolución de ciertas variables -por caso, el nivel de
conocimientos, interés y actitudes hacia la ciencia- para determinar la
eficacia e impacto de las estrategias alfabetizadoras.
Se trata por cierto de una interpretación optimista y alentadora, si no
fuera porque los resultados de sucesivas encuestas se empeñaron tenazmente
en refutarla, sembrando una sensación creciente de malestar y frustración.
“El nivel de comprensión del sistema solar entre los adultos muestra escasos
cambios en la última década”, se lamentaba Jon Miller hacia 2004. A pesar
de las inversiones millonarias realizadas para mejorar la cultura científica de
La crítica holística
7
Además de las referencias mencionadas, Montaña Cámara y José López Cerezo (2007)
reproducen veinte años después la crítica de Layton al objetar la inclusión de un quiz
basado en la Escala Oxford en la Tercera Encuesta Española de Percepción Social de la
Ciencia. Por su parte, analizando el tipo de conocimientos que los ciudadanos europeos
valoran al momento de decidir sobre la continuidad de la investigación en células madre
embrionarias, los responsables del Eurobarómetro Europeans and Biotechnology in 2005
concluyen que éstos demandan menos detalles científicos, “esoterismos de la ciencia” y
más información sobre sus riesgos y beneficios, regulaciones y controles éticos (European
Commision, 2006). El artículo ya citado de Bauer y Schoon desarrolla una crítica penetrante
a los supuestos epistemológicos que subyacen al concepto de alfabetización. Las fallas en
los procedimientos y escalas de medición de conocimientos empleados en los
Eurobarómetros son discutidas en profundidad en Pardo y Calvo (2004).
nuevos problemas y se refinan sus estrategias metodológicas. Nada, sin
embargo, que haga tambalear la lógica más profunda que lo sostiene.
Un embate radical, por el contrario, es el que se inicia a partir de la
década de 1990. La perspectiva conocida como “giro etnográfico”, “enfoque
contextual” o “constructivista” introduce aportes propios de las corrientes de
estudios sociales de la ciencia y la tecnología8 y, con su irrupción,
inauguraría una etapa de renovación que impacta sobre todos los planos de
la estructura y agenda de la CPC. La investigación marcada por fines
prácticos se verá progresivamente matizada con la superposición de
intereses epistémicos y reflexivos propios de tradiciones académicas, en
beneficio de un ámbito hasta entonces más preocupado por el tenor de los
sucesivos resultados empíricos que por ampliar su base conceptual. Por otra
parte, la apertura hacia nuevos interrogantes generó un intercambio fluido
con otras miradas teóricas, que contribuyó a confirmar el valor de una
mirada multidisciplinar para los estudios de cultura científica.
El enfoque, que llamaré etnográfico-contextual, pone en tela de juicio al
programa deficitario como un todo: cuestiona a la vez sus supuestos
epistemológicos, sus conceptos básicos y el método de investigación. Desde
su óptica, el modelo no permite describir ni interpretar adecuadamente el
modo en que se vinculan ciencia y ciudadanos; de hecho, postular la
existencia de una brecha cognitiva ha sido la gran falacia sobre la cual se
construyó el campo. La demarcación entre los conocimientos científico y
popular es lábil, por tanto las mismas categorías de experto y lego deben ser
reexaminadas, como así también la tensión comprensión / incomprensión
cognitivamente orientada y las propias concepciones de ciencia -su método,
prácticas y valores- tomadas hasta entonces como unívocas y exentas de
problemas. Por otra parte, dado que todo saber se produce, circula y es
apropiado en contextos particulares mediante procesos complejos de
negociación entre los agentes, se requiere un abordaje metodológico que
permita dar cuenta de esas interacciones, del modo en que los sujetos
construyen sentidos para la ciencia por referencia a cuestiones específicas en
escenarios concretos. Aquello que los estudios de generalización omiten, los
análisis cualitativos, situados y en profundidad permiten poner de relieve: la
historicidad de las formas de circulación y recepción social del
conocimiento y de lo que significa para los individuos en cada oportunidad.
Esta línea crítica ha logrado conformar una poderosa mirada alternativa
frente a las notorias deficiencias del déficit. A tal punto que, para algunos,
los días del programa clásico habrían quedado definitivamente atrás.
8
Brian Wynne menciona a la Teoría del Actor-Red y al Programa Empírico del
Relativismo como sustentos del giro constructivista en CPC. Steven Shapin (1992) amplía
el abanico de referencias a la obra de Barry Barnes y David Bloor, John Law, Donald
MacKenzie, Andrew Pickering, Thomas Pinch y Leigh Star.
4. El enfoque etnográfico-contextual
9
La percepción de los granjeros fue que podía tratarse de una maniobra político-científica
tendente a encubrir el verdadero origen de la radiación en la zona, que no provendría de
Chernobyl sino de la planta nuclear de Sellafield ubicada en las inmediaciones.
10
La posición de Wynne se endurece en un artículo posterior, adonde afirma que lo que el
estudio permite comprobar no es sino la “neurosis de la ciencia sobre su pérdida de
autoridad y legitimación pública” que ha estructurado la investigación en CPC y su
articulación con lo político (1992a: 42).
Sucesivas investigaciones fueron articulando el enfoque etnográfico en
torno al estudio de casos centrados en las interacciones, en algún punto
conflictivas, entre públicos y expertos. Entre otros, estudios como los de
Steven Epstein (1996) o Mike Michael (1992) son representativos de la
aproximación gestada a partir del giro constructivista pues permiten
observar cómo se ponen en juego los nuevos intereses epistémicos,
conceptos y metodologías, trasladando al plano de la investigación empírica
las redefiniciones en el plano conceptual. Ambos muestran cómo se aborda
desde los nuevos marcos el problema de la vinculación con el conocimiento
científico que establecen diferentes públicos marcados por preocupaciones,
motivaciones y necesidades particulares, propios del contexto objetivo y de
su situación subjetiva; y de qué modo, en ese movimiento, construyen su
identidad como agentes y negocian su posición frente a la ciencia.
El estudio de Epstein explora la influencia de un movimiento de
activistas afectados por el virus HIV -pacientes y familiares- en el desarrollo
temprano de la investigación terapéutica sobre la enfermedad. Su objetivo es
demostrar que, en circunstancias de implicación extrema, el público es
capaz de alcanzar cierto dominio sobre disciplinas complejas -virología e
inmunología- que lo acerca a los expertos, como así también en lo que
respecta a métodos y procedimientos clínicos de prueba de nuevos
tratamientos y medicamentos. A despecho de lo que se considerarían
dificultades inherentes a los legos para intervenir en las discusiones
especializadas, éstas no serían tales desde el momento en que se superan
cuando existe una motivación suficientemente fuerte para hacerlo. Por el
contrario, los miembros del grupo se procuraron acceso a la información y a
una serie de competencias científicas no para convertirse en espectadores
informados de los avances que les involucraban sino para influir
activamente en ellos; por ejemplo en la modificación de los protocolos de
investigación clínica, en los criterios para la selección de los sujetos
experimentales, en el tipo de controles y pruebas a realizar, o hasta qué
punto extender las fases de ensayo. Asimismo, el estudio muestra cómo se
desenvuelven alianzas, enfrentamientos y cooptaciones en el debate entre
numerosos agentes -activistas, especialistas de distinta extracción disciplinar
e institucional, organismos públicos-, cómo mutan sus intereses y posiciones
y se modifican e intercambian las identidades de en la evolución de la
situación. En suma, Epstein aborda la complejidad de dimensiones y
procesos que constituyen para el enfoque etnográfico el interés más genuino
de las relaciones entre ciencia y sociedad.
Las competencias adquiridas por los sujetos, en ese caso, les permitieron
no sólo constituirse como interlocutores legítimos de la comunidad de
especialistas sino también intervenir sobre ella, controlarla, justamente
porque el conocimiento en disputa tenía un valor superior para su propia
vida. Pero esa actitud no es uniforme en otros contextos y circunstancias,
como se desprende de las entrevistas mantenidas por Michael con operarios
de una planta nuclear inglesa. Éstos no sólo demostraba un bajo nivel de
información acerca de los procesos radioactivos con los cuales convivían
cotidianamente -las propiedades de los distintos tipos de radiación, sus
efectos sobre la salud o el entorno-, sino que tampoco manifestaban interés
alguno por conocerlos. Eso no representaba un motivo de intranquilidad o
malestar, pues el grupo descansaba en la confianza en los especialistas y en
la institución, a los cuales hacían depositarios del saber requerido para
garantizar su seguridad: los obreros justificaban la ausencia de
conocimientos en un esquema de división del trabajo según el cual el saber
específico no forma parte de sus funciones y responsabilidades -técnicas-
sino de las competencias de los físicos e ingenieros de la planta, sin que ello
implicara la exaltación de unos y la minusvaloración de otros.
La actitud refleja una percepción de complementariedad, según la cual es
la conjunción de conocimientos y capacidades de ambos grupos -expertos y
trabajadores- lo que hace que la planta funcione de manera eficiente y
segura; la misma que no existió entre el saber de peritos y granjeros en la
controversia de Cumbria. El resultado se repitió de manera similar en un
estudio sobre el nivel de gas radón presente en una comunidad. Junto con el
dispositivo medidor para sus hogares, los voluntarios recibían dos folletos
informativos: uno contenía las instrucciones para una participación segura;
el otro, especificaciones sobre el gas y detalles técnicos sobre el sondeo del
que formaban parte. Si bien todos los entrevistados manifestaban haber
leído el primero con atención, lo recordaban perfectamente y ponían en
práctica las sugerencias, casi ninguno había leído el segundo ni demostraba
mayor curiosidad por saber más acerca del radón. No obstante, la falta de
conocimientos y el desinterés por adquirirlos no generaban temores o
reticencias frente al estudio sino que las actitudes dejan traslucir la misma
percepción de división del trabajo e integración complementaria de roles
con los expertos que en el caso de la planta nuclear (Michael, ob. cit.: 322).
A diferencia de los activista del SIDA, los voluntarios de la medición del
radón y los técnicos de la planta nuclear no percibían necesidad alguna de
disponer de conceptos básicos de Física para desenvolverse en un entorno
que los suponía en alto grado. En contextos estructurados por la percepción
de una división colaborativa del trabajo, asignar funciones específicas y
depositar confianza en la idoneidad y responsabilidad de quien las cumple
supone que no hay necesidad de ejercer control ni intervenir en el espacio de
los otros. Más que conocimientos, “es probable que otras consideraciones
sean más significativas -particularmente aquellas sobre qué instituciones son
a la vez confiables y competentes. (…) Los trabajadores simplemente
aprendieron los procedimientos organizacionales, no la ciencia (lo que
podría haber hecho más difícil su vida) y depositaron su confianza en la
institución.” (Wynne, 1991: 116).
5. Consolidación e impacto de las nuevas perspectivas
11
Este interés por lograr cierto grado de unificación no es compartido. Para Simon Locke
(1999), por ejemplo, los conflictos sólo representan una preocupación para una visión
idealizada de la investigación como armónica y autoconsistente. No obstante, lo que señalo
es previo a cualquier conflicto: supone algunos acuerdos mínimos respecto de aquello sobre
lo cual tiene interés entablarlo. En otras palabras: mientras Locke aborde el problema de la
comprensión pública de la ciencia en términos de la retórica de Billig y Michael (2002)
como el proceso de prehension rizomática que realizan los híbridos post-humanos, cada
cual seguirá su camino con su particular definición del objeto. El problema no es el
conflicto sino, precisamente, que en esas condiciones es imposible que el conflicto exista.
De hecho, no es casual que Locke introduzca en su artículo la pregunta retórica “¿Qué tiene
que ver todo esto con la comprensión pública de la ciencia?” (ob.cit.: 82) para que el lector
recuerde a cuento de qué venía todo el asunto. O que, de igual modo, Michael acaba por
reconocer en determinado momento que “En este punto, ya no estamos tratando en absoluto
de CPC.” (ob.cit.: 363). Lo que se dice, a confesión de partes…
generalizaciones sólidas y de gran validez externa que ésta aporta tienen
como contrapartida necesaria del procedimiento la profundidad de sus datos:
el nivel de las percepciones o actitudes rápidamente verbalizables, de nivel
superficial, pero no el plano más hondo en que éstas se construyen y se
articulan en una totalidad con sentido. La perspectiva situada que
proporcionan los estudios de caso, la observación participante, las
entrevistas en profundidad o los grupos de discusión, aporta al investigador
una clase de comprensión del fenómeno que difícilmente puede lograrse
mediante las encuestas de percepción. No obstante, también es menester
admitir que esa mirada -restringida a circunstancias puntuales y, por ende,
dependiente de ellas- limita la posibilidad de extender estadísticamente sus
hallazgos más allá de los escenarios analizados. De ahí que el reclamo
explícito y persistente de promover la complementación entre ambas
metodologías es reconocido actualmente como uno de los retos perentorios
que debe afrontar la investigación.
Entre deficiencias ajenas y fortalezas propias, el enfoque etnográfico-
contextual se extendió velozmente en el campo de CPC de manera paralela
al desplazamiento -que no reemplazo- de la influencia del programa clásico
o, más precisamente, como una de sus causas visibles. Sin necesidad de
afirmar una hegemonía sin fisuras, es innegable el afianzamiento de lo que
Steve Miller (2001) denomina el “Triángulo de las Tres D” –de diálogo,
discusión y debate- como la base que sostiene en la actualidad buena parte
de la producción disciplinar. La atención sobre las condiciones y formas en
que se entabla la comunicación entre científicos y públicos ha superado con
creces a la que concitara durante décadas la tríada interés, conocimientos y
actitudes, no sólo en el ámbito de la investigación académica sino también
en el marco de las políticas públicas sobre cultura científica. El informe
Science and Society (House of Lords, 2000) es un buen ejemplo de ello:
12
Algunos autores constructivistas como Alan Irwin y Mike Michael (2003) reconocen esa
limitación como una falencia persistente, y avanzan explícitamente en dirección de insertar
a los estudios de comprensión en el marco de una teoría amplia sobre la relación entre
ciencia, sociedad y gobernanza.
mágico efecto de promover entre ellos no sólo actitudes más positivas sino,
asimismo, el interés y la capacidad reflexiva para integrarse activamente en
las discusiones públicas. Por su parte, el principal obstáculo al que se
expone el enfoque alternativo es aquel que con perspicacia señala Miller:
negar la evidente desigualdad entre expertos y públicos por lo que respecta a
la disposición de cierto tipo de conocimiento; y considerar, al mismo
tiempo, que es posible implementar el “Modelo de las Tres D” cuando los
agentes no cuentan con un caudal de conceptos y experiencias mínimamente
compartidos acerca del objeto sobre el cual se procura dialogar, discutir y
debatir. Al excluir del análisis el condicionamiento básico que la asimetría
epistémica impone al diálogo entre los agentes, la perspectiva se limita en su
capacidad de comprender cabalmente la naturaleza de esos vínculos. Dicho
de otro modo, coarta su potencial renovador por omisión de un aspecto
clave que subyace y, en buena medida, determina el intercambio que puede
establecerse entre expertos y ciudadanos. Bajo los supuestos contextualistas
tampoco es posible pensar una interacción efectiva entre ambas partes.
Despojada de la connotación minusvalorativa, en ocasiones inculpadora,
que implica la referencia a un déficit qua carencia de los legos, asumir la
asimetría de los agentes como un supuesto del intercambio - y no como
entidad problemática- permite empezar pensar de un modo diferente cómo
circula y se comparte el conocimiento por fuera de las comunidades
especializadas. Reconocer la existencia de una desigualdad de base por lo
que respecta a cierto tipo de conocimiento es una actitud realista, tan exenta
de prejuicios descalificadores como de pretensiones reivindicativas, a partir
de la cual explorar nuevas formas de aproximarnos al problema e intentar
superar el inmovilismo. Entre ellas, algunas propuestas vigentes de
renovación de la agenda disciplinar plantean interrogantes clave para
comprender cómo se entablan esas relaciones entre agentes en condiciones
heterogéneas, en las cuales las dimensiones de credibilidad y confianza
mutuas adquieren un papel central. De hecho, diversas aproximaciones
conceptuales y metodológicas coinciden, no obstante sus diferencias, en que
esta línea debe considerarse una de las más significativas para el futuro de la
investigación (Dierkes y von Grote, ob.cit.). Eso no es de extrañar si se
percibe en qué medida ambas dimensiones permean en muy distintos planos
la interacción entre científicos y legos.
Para Wynne, por ejemplo, el interés pasa por las instancias de
negociación mediante las cuales se legitima o revoca la autoridad de la
experticia en su vinculación con la experiencia y el conocimiento cotidiano
de los sujetos, y en la confianza que éstos depositan en las instituciones que
la desarrollan y controlan -cabe recordar, en este sentido, los resultados
obtenidos con los trabajadores de la planta nuclear de Sellafield-. Desde esa
perspectiva, su conclusión es que “el fundamento social de la confianza y
credibilidad es la cuestión crucial (y largamente negada) que influye en la
respuesta del público frente a la ciencia” (Wynne, 1991: 120) y, por ende, el
análisis que de manera más genuina puede dar cuenta del modo en que se
relacionan ciencia y sociedad. También para Jane Gregory y Steve Miller
(1998) la clave de la relación entre ciencia y públicos se cifra en el plano de
la confianza ya que es su ausencia -y no la de conocimiento- la que abre la
brecha entre ambos. Los sujetos, afirman, han desarrollado un mecanismo
de “desatención civil” respecto de la ciencia: debido a su opacidad
intrínseca, en circunstancias normales los ciudadanos tienden a confiar y
dejar hacer a los expertos; sólo cuando esas circunstancias se alteran y la
confianza se quiebra, el público demanda publicidad, acceso al
conocimiento, y hace el esfuerzo necesario para comprender y no
meramente aceptar aquello que se les presenta.
Este libro se inserta precisamente en ese marco de inquietudes renovadas
que atraviesa a los estudios de cultura científica, e intenta aportar una
mirada singular sobre ellas. En el transcurso de los próximos capítulos
abordaremos un núcleo de cuestiones vinculadas directamente con las
dimensiones de credibilidad y confianza públicas en la ciencia, en particular
de qué manera éstas condicionan la interacción entre expertos, públicos e
interfaces y cuál es su impacto y consecuencias para la circulación y
apropiación social del conocimiento científico. Eso nos permitirá
adentrarnos en una extensa serie de nuevos interrogantes que se abre apenas
superados los límites de la discusión sobre si déficit sí o déficit no. La
propuesta en lo que sigue es avanzar en esa dirección.
CAPÍTULO 2
1
Esa conclusión explicaría por qué su obra no ha tenido un eco más destacado entre las
principales corrientes del campo de CPC: para el enfoque contextualista, el énfasis en la
existencia del déficit cognitivo es inaceptable; para el programa tradicional, lo inadmisible
es que no pueda ser solventado mediante las prácticas alfabetizadoras adecuadas.
constitutiva del saber especializado, es en modo alguno transmisible bajo la
forma necesariamente discursiva con que éste circula más allá de su
contexto de producción, el ámbito en el cual se desenvuelven los agentes
que tienen incorporada la significación concreta que implica ese hacer.
El público, por su parte, carece de esa vivencia articuladora de la práctica
teórica y experimental mediante la cual se produce conocimiento. Fuera de
la comunidad científica sólo es posible el acceso limitado al producto
contenido en una representación -relato, diagrama, imagen- desnaturalizada,
de la que se han borrado las condiciones de producción que la vinculan con
sus referentes, y que los sujetos no están en condiciones de reconstruir.
Como consecuencia, no se trata ya de que se les pueda explicar con mayor o
menor profundidad el contenido proposicional necesario para que logren
interpretar esa representación: la distancia que no se puede colmar no se
restringe al orden de la información no compartida -como supone el modelo
de déficit- sino que se extiende en una dirección mucho más profunda, hacia
el orden de las prácticas no compartidas. La ruptura radical planteada en El
reparto del saber consiste en mostrar que la imposibilidad de su distribución
no es un problema metodológico y contingente sino epistemológico y
estructural: la forma de la práctica, constitutiva de la generación de
conocimiento científico, no resiste sin pérdida el paso a la forma del
discurso, que es constitutiva de su circulación2.
En la versión roquepliana, la brecha cognitiva es un determinante a priori
de la relación entre expertos y públicos. Esa conclusión da en el corazón del
optimismo intervencionista del modelo clásico, pues toda acción orientada a
la circulación y apropiación social del saber estaría condenada de antemano
al fracaso. Las prácticas alfabetizadoras no tienen más efecto que el de
ofrecer un sucedáneo pobre y trivial de entidades y procesos cuya densidad
rebasa de manera insuperable los límites de lo que efectivamente puede ser
comunicado; más aún, la imagen misma de ciencia que trasciende a la
sociedad sería una completa entelequia. En palabras de Roqueplo, “si esa es
la forma en que, por fuerza, el profano ve la ciencia, entonces podemos
preguntarnos si no hay, en el seno de nuestra cultura, un equívoco
fundamental sobre lo que significa el propio término de ciencia.” (ob.cit.:
82, la cursiva es del autor)
Este planteo conduce aparentemente a un callejón sin salida a cualquier
esfuerzo por promover la cultura científica, pues presenta a la asimetría
epistémica como un hecho en cierto punto insalvable: no se trata de un
déficit subjetivo en la información y la capacidad de asimilación del público
2
En este sentido, Roqueplo se distancia de otras visiones críticas como, por ejemplo, la que
sostiene Morris Shamos en El mito de la alfabetización científica. Si bien éste también
afirma que se trata de poco más que una idea romántica, “un sueño sin ninguna relación con
la realidad” (Shamos, 1995: 215), atribuye esa condición al carácter impracticable de las
soluciones -las fallas en las estrategias de alfabetización- y, sobre todo, al desinterés natural
del público por la ciencia -lo que he llamado una visión inculpadora del déficit cognitivo-.
sino de una condición objetiva. Pero si la ciencia no puede ser compartida
fuera de los ámbitos en que se la produce, eso también impacta en la
viabilidad de las propuestas orientadas a fomentar una discusión más amplia
y plural sobre ella. ¿Sobre qué bases podría entablarse un diálogo entre
expertos y ciudadanos cuando no existe un umbral de comunicabilidad
mínimo entre ambos?
En el marco contextualista, la respuesta apuntaría que la discusión es
posible cuando se admite que el conocimiento científico no es lo único ni lo
más importante que allí se juega; y que, por tanto, el fundamento para la
comunicación entre los agentes debe buscarse en otro lado, en la inclusión
de los códigos, saberes y valores no científicos que toman parte en ella.
Todo eso es indudable, pero insuficiente. La solución satisface la exigencia
de que los expertos se esfuercen en comprender y evaluar los argumentos y
valores que aportan los legos, pero sigue quedando pendiente la contraparte
de cómo los legos pueden comprender y evaluar los argumentos y valores
que aportan los expertos. En el propio caso paradigmático de Cumbria hay
un núcleo de conceptos, prácticas y valores científicos involucrados en la
controversia entre técnicos y lugareños: lluvia ácida, radioactividad,
toxicidad, contaminación, instrumentos de medición, precisión, fiabilidad.
Para que exista una disputa acerca de cuáles son los mejores sitios para
medir los efectos de la radiación, si los dispositivos son adecuados o no, si
proviene de Chernobyl o de la planta nuclear cercana, el público debe tener
algún tipo de acceso a qué significa que los elementos naturales tienen
propiedades radioactivas, que cuando se superan determinados niveles
pueden ser perjudiciales para el entorno, y que existe un modo de generar
datos confiables sobre ellos empleando un tipo apropiado de instrumentos.
Discutir razonablemente acerca de algo requiere que las partes acuerden
previamente sobre qué se discute para, en función de eso, examinar los
argumentos y perspectivas que aportan una y otra. De otro modo, por una
parte, nada asegura que estén hablando de la misma cosa y disputando el
mismo objeto. Si cada uno de los participantes encara el tema en sus propios
términos, entonces difícilmente pueda existir entre ellos un diálogo
productivo o siquiera un diálogo: lo que resulta es más bien un monólogo a
dos voces, cercano a “un mero modus vivendi, en el que tanto los grupos
sociales como las comunidades científicas simplemente se aguanten unos a
otros.” (Broncano, 2006: 223). O peor aún, a juzgar por las conclusiones de
Wynne sobre la controversia de Cumbria, que no se aguanten en absoluto.
La segunda consecuencia de la incomprensión mutua resulta todavía más
grave. Cuando el umbral de comunicabilidad mínimo que he mencionado no
existe, quien no está al tanto de los términos en que se plantea el debate
queda por completo excluido de la posibilidad de participar de él3. Eso torna
3
Una analogía puede resultar útil para comprender esta idea. Cuestionar el juicio de un
árbitro de fútbol que invalidó un gol por posición adelantada requiere necesariamente
conocer el significado de “posición adelantada” para, a partir de eso, formular y sustentar
más severa la objeción al programa etnográfico, pues su hincapié en que las
prácticas, conceptos y valores científicos no desempeñan un papel relevante
en los debates públicos sobre la ciencia -y que, por tanto, es irrelevante que
los legos dispongan de ellos en alguna forma- deja a la sociedad fuera del
juego. Simplemente porque la primera parte del argumento es un error, o
una falacia. Negociar con expertos la duración de la etapa de prueba clínica
de una droga supone saber qué comportan las distintas fases de un protocolo
y las consecuencias de acortarlas o alargarlas, del mismo modo que
intervenir en el debate sobre una ley que regule la investigación con células
madre embrionarias implica comprender qué son células madre y
embriones, entre otros. Y participar de una audiencia pública acerca de la
viabilidad o deseabilidad de una política energética basada en la promoción
de centrales nucleares demanda -además de superar pánicos atávicos o
recientes- compartir un mínimo de conocimientos acerca del proceso de
fusión nuclear, el modo de funcionamiento de un reactor y las medidas
técnicas de control y seguridad. No es verdad que en la relación entre
ciencia y sociedad el conocimiento de contenidos, valores y procedimientos
científicos no tenga importancia, del mismo modo que tampoco es verdad
que éstos sean los únicos argumentos relevantes para la discusión.
La sensación en este punto es que estaríamos ante un nuevo callejón sin
salida. Si el diálogo entre científicos y ciudadanos supone compartir un
núcleo básico de conceptos, pero esos conceptos -según la versión de
Roqueplo de la asimetría- son intransferibles stricto sensu, entonces lo único
que resta es resignarse a que el intercambio no sea posible y abandonar, por
consiguiente, el reclamo de una esfera pública de discusión de la ciencia que
integre a ambos grupos de actores. No obstante, otro fragmento de Broncano
aporta una serie de claves para superar la situación, entendiendo que la
comunicación entre agentes en esas condiciones supone:
los argumentos acerca de la actuación del colegiado. Entre ellos intervendrán sin duda
intereses y motivaciones de muy diversa índole: quien sienta que su equipo fue perjudicado
difícilmente podrá desprenderse de esa carga al momento de fundar su aporte; si hay una
historia de mala predisposición del hombre de negro, más todavía; si el club beneficiado es
uno de los más fuertes de la liga se incluirán en el debate las relaciones de poder y las
implicaciones económicas de la decisión. Lo que no se puede es discutir la validez o no del
gol y del juicio del árbitro cuando no se dispone del concepto de “fuera de juego” pues eso
es lo que está en el origen de la disputa. Quien no sabe de qué se trata y qué consecuencias
tiene para el juego, queda fuera de los términos en los que se mantiene el debate.
forma de discusión que en su propio desarrollo entrecruce el conocimiento experto con
la discusión abierta de los valores compartidos por todos, de un lado, en tanto que
ciudadanos, de otro, en tanto que una comunidad epistémica que es capaz de asumir
colectivamente sus proyectos y compromisos.” (ibíd., 223)
“[la inferioridad y dependencia epistémica de los legos puede considerarse aún más
radical pues] (1) no ha llevado adelante la investigación que provee de evidencia para su
creencia de que p, (2) no es competente, y posiblemente no llegue a serlo, para llevar
adelante esa investigación, (3) no está en condiciones de juzgar los méritos de la
evidencia aportada por la investigación de los expertos, (4) puede que no esté en
condiciones de comprender la evidencia y en qué medida sostiene la creencia de que p.”
(Hardwig, ob.cit.: 338)
Pero entonces, vista la debilidad de su situación, ¿qué habilita pensar que un
lego conoce o puede conocer, pongamos por caso, que la Tierra se encuentra
en un estado de movimiento permanente y combinado de rotación,
traslación, precesión y nutación? En primer lugar, no lo ha determinado por
sus propios medios -más aún, si se guiara por sus facultades perceptivas lo
racional sería, por el contrario, sostener que la Tierra está inmóvil-. En
segundo lugar, no es competente y probablemente nunca lo sea para hacerlo
-porque no es ni desea ser físico o astrónomo-. En tercer lugar, no puede
juzgar si las pruebas que ofrecen los expertos son buenas pruebas de los
movimientos terrestres4 -en otras palabras, no puede juzgar la calidad de la
relación entre las premisas y la conclusión de que el eje de la Tierra oscila
periódicamente-.
Aún en esas condiciones sería un despropósito, suponer que el único
conocimiento válido es el que se obtiene y justifica de manera
independiente. Cualquier individuo que carece de otras razones puede
conocer algo sobre los movimientos terrestres si adopta una actitud
deferente respecto de quien lo conoce por sus propias razones y comunica a
la vez una cosa y la otra. En otras palabras, si se admite que una buena
razón para afirmar que se conoce algo es confiar en la palabra de una
autoridad epistémica que lo afirma con buenas razones. Antes de avanzar
sobre las consecuencias de esta afirmación para la comprensión pública de
la ciencia, es preciso abordar las alternativas al individualismo
epistemológico que permiten sostener ese desplazamiento.
4
Por ejemplo, no tiene forma de evaluar si una serie de medidas de la oscilación errática de
ciertas estrellas, articuladas con la observación de la fuerza gravitacional que ejerce la Luna
sobre el abultamiento ecuatorial del planeta, resultan evidencia suficiente y necesaria para
aceptar que los polo terrestres se desplazan nueve segundos de arco cada 18,6 años.
punto de partida, las versiones difieren en lo que respecta a sus intereses -
descriptivos o normativos-; a lo que se entiende por conocimiento y lo
social en sus respectivos marcos; y, sobre todo, en que grado de injerencia
de factores extra-epistémicos en la actividad cognitiva estén dispuestos a
considerar. La ruptura con las vertientes tradicionales cubre un rango que
media entre los enfoques que mantienen la dicotomía entre ambos planos -
en cuyos casos la dimensión colectiva del conocimiento es complemento y
refuerzo de sus dimensiones epistémicas distintivas-, y otros que rechazan la
posibilidad de cualquier distinción ontológica entre unos y otros factores5.
Como mencioné en el capítulo anterior, una versión constructivista de la
epistemología social ha inspirado buena parte de los argumentos del
enfoque etnográfico-contextual. El interés por captar la complejidad de las
relaciones que se establecen entre expertos y legos -disputas de poder,
resistencia y negociación, cooptaciones y alianzas- refleja la extrapolación
al entorno social del interés por desentrañar los mismos tópicos en las
relaciones que se entablan al interior de la propia comunidad científica. Al
mismo tiempo, el énfasis en que el conocimiento no es sino producto de esa
trama de intereses, prácticas y valores extra-epistémicos impacta
directamente sobre el modo de concebir la relación entre expertos y
públicos. El reclamo del enfoque etnográfico de equiparar en las discusiones
públicas los saberes popular y especializado es un reflejo del movimiento
epistemológico que despoja al último de toda pretensión de un estatus
diferencial entre las distintas fuentes de saber.
Sin embargo, existen otras formas de entender las prácticas de
producción e intercambio de conocimiento científico que atribuyen a las
relaciones sociales un papel central entre sus fundamentos sin renegar de su
especificidad epistémica, Esas líneas ofrecen, asimismo, una perspectiva
para entender los mecanismos de su circulación y apropiación social. En ese
marco, las posibilidades del público para adquirir ciertos conocimientos
sobre el mundo descansan en delegar en los expertos las propias facultades
cognitivas, adoptando una actitud deferente sintetizada en el Principio
General del Testimonio: “Si A [el público] tiene buenas razones para creer
5
Por ejemplo, respectivamente, la concepción “veritística” de Alvin Goldman (1999, 2006)
y la postura radical de Steve Woolgar en Science, the very idea (1988). En ocasiones, las
discrepancias son tan notorias que los diversos proyectos se distancian más entre sí que de
los enfoques tradicionales, generando demarcaciones entre “clásicos” y “anti-clásicos” o
“preservacionistas-expansionistas” y “revisionistas” (Goldman, 2006 y 2010); modelos
“dialécticos” y “geométricos” (Fuller, 1988); “conservadores” y “radicales” (Kitcher,
1991). En esos pares el primer calificativo diferencia a la propia posición, la buena práctica
de la epistemología social, de las demás, o directamente niega a las otras la índole
“epistemológica” de su mirada. En Why Social Epistemology is Real Epistemology,
Goldman (2010) rechaza de manera furibunda la inclusión de las corrientes posmodernas,
deconstruccionistas, socio-constructivistas y de los estudios sociales de la ciencia -las que
conforman el polo “revisionista”- del campo de la epistemología social.
que B [el científico] tiene buenas razones para creer p [un hecho fáctico]
entonces A tiene buenas razones para creer p.” (Hardwig, 1991: 697) 6.
Es claro que entre dos agentes con desigualdad de recursos cognitivos, la
apelación a una autoridad que se juzga competente como fuente de
conocimientos aparece en su máxima expresión, como si el modelo hubiese
sido pensado estrictamente para explicar ese escenario. Sin embargo,
aunque dominante en la interacción entre expertos y legos, no es privativa
de ella sino que la deferencia epistémica también es constitutiva de la propia
empresa científica. Desde un modo no constructivista de concebir lo social
en la ciencia, otras corrientes epistemológicas han enfatizado la naturaleza
colectiva de sus prácticas y la interdependencia de sus agentes, generando
un marco en el que la confianza mutua y la aceptación de la palabra de otros
sujetos se consideran inherentes a la producción de saber7.
Esa afirmación supone una revisión de las nociones de conocimiento,
racionalidad o agencia cognitiva similar a la que fue descrita en apartados
anteriores. Sin embargo, es evidente que el arraigo de la imagen clásica del
individualismo epistémico hace más difícil admitir su pertinencia cuando se
lo sitúa en el ámbito de la propia ciencia. En otras palabras: la apelación a la
autoridad puede sonar sensata para describir de qué modo accede el público
al conocimiento fáctico; después de todo, confiar en los expertos podría ser
su única alternativa para saber algo sobre cuestiones que exceden la
experiencia inmediata. Pero, ¿no es eso exactamente lo opuesto al espíritu
científico, basado en la duda sistemática respecto de la evidencia indirecta,
la demanda de la propia comprobación, la replicación concienzuda de las
observaciones o experimentos como requisito previo a su aceptación?
Ciencia y deferencia ¿no serían, por definición, prácticas antitéticas de
obtención y fundamentación del conocimiento? Una, basada en el ejercicio
de las propias facultades y, por tanto, racional; la otra, en la concesión
deliberada a las facultades de otros y, consecuentemente, ¿irracional?
Al parecer no es el caso. Kitcher (1992) señala por lo menos tres modos
en que la deferencia a la autoridad es constitutiva de la actividad cognitiva
de una comunidad científica. Se observa, por ejemplo, en la dependencia
que cada uno de sus miembros mantiene respecto del conocimiento
adquirido en el pasado, que permea su ontogenia intelectual. En segundo
lugar, cuando el científico novel se incorpora a la comunidad y adhiere a
criterios, valores y modos de hacer establecidos por las voces autorizadas. Y
en tercer lugar, cuando se involucra en las prácticas de cooperación
6
La naturaleza del vínculo testimonial entre los agentes de la CPC, y en qué consisten esas
“buenas razones” será retomada en detalle más adelante.
7
A un punto tal que para algunos, si la “metáfora de los fundamentos” aún resulta válida
para la epistemología, la fiabilidad de los miembros de las comunidades científicas es el
fundamento último de buena parte del conocimiento que producen, en un nivel tan básico
como la evidencia empírica o los argumentos lógicos (Hardwig, 1991: 694).
interpares mediante las cuales circula el saber, se adoptan ciertas
proposiciones y se indaga o se rechaza sin más la plausibilidad de otras
dependiendo del crédito asignado a quien las expone. En ese escenario, la
deferencia al juicio de las autoridades reconocidas incide directamente en la
investigación de todos, sin que eso signifique minimizar el valor de la
racionalidad. En todo caso, lo que debe ponerse bajo la lupa es el criterio de
racionalidad propio de la tradición individualista, que resulta estéril para dar
cuenta del modo en que funciona la ciencia contemporánea estructurada en
torno de la división del trabajo cognitivo. El dilema es claro: o bien se revisa
una epistemología inapropiada, o bien se la mantiene a costa de renegar de
la legitimidad del conocimiento tal y como es producido en la actualidad.
En su práctica corriente los científicos no replican indefectiblemente los
ensayos de los colegas a menos que existan dudas intensas y fundadas
acerca de ellos, y emplean todo el tiempo instrumentos e hipótesis
adicionales en cuya calidad y validez establecidas por otros descansan sin
pruritos. No están en condiciones de generar evidencias exhaustivas para
juzgar por sí mismos cada una de las creencias admitidas en un campo pero
tampoco lo necesitan porque admiten como tal los resultados de sus pares a
quienes reconocen como informantes fiables -competentes y responsables
para producirlos y sinceros para comunicarlos. Afirmar en un sentido no
trivial que la ciencia es una construcción social supone aceptar que la
interdependencia de sus agentes la define a un nivel tan profundo que, en
todo caso, lo irracional sería mantener un modelo del proceso científico que
la omitiera de sus presupuestos. Desde este punto de vista, la deferencia a
una autoridad epistémica no está reñida con el espíritu científico; antes bien,
constituye una dimensión epistémica insoslayable, justificada en la red de
relaciones de confianza que vincula a los miembros de la comunidad.
La inquietud planteada al comienzo de esta sección aludía a si es posible
para el público conocer algo relevante acerca del mundo a pesar de la
debilidad de su condición epistémica. Llegado este punto puede advertirse
que la respuesta, afirmativa, involucra un mecanismo semejante al que
opera en las relaciones entre agentes horizontales -o, por lo menos, en
disposición más equilibrada de recursos cognitivos-. En ambos casos, bajo
ciertas circunstancias, un sujeto puede afirmar que conoce cuando acepta
como tal el conocimiento de otro a quien estima fiable, digno de crédito. Esa
interacción le permite acceder a un saber del que carecía, a costa de delegar
sus competencias en las competencias ajenas. Sin embargo, afirmar que el
mecanismo de deferencia interviene de manera semejante en los dos
contextos -el de los intercambios en la comunidad científica y los que se
entablan entre sus miembros y el público- no significa que el proceso tenga
exactamente las mismas características en cada uno de ellos.
El primer contraste es que las interacciones del primer tipo suponen un
grado de comprensión mutua que no existen en el contexto social. Salvo
cuando se trata de disciplinas por completo ajenas, en general el científico
que confía en sus pares maneja los términos y conceptos en juego y puede
juzgar de manera autónoma la calidad de razones y procedimientos. Por su
parte, es claro que la dependencia del público cala en una dirección mucho
más profunda: no sólo está obligado a asumir una actitud deferente debido a
su imposibilidad de acceder a la evidencia epistémica sino que, muchas
veces, tampoco entiende el lenguaje de los expertos ni domina los conceptos
aludidos. En esas ocasiones, veremos en la siguiente sección, es preciso
distinguir los procesos deferenciales de diversa naturaleza que operan
simultáneamente en la aceptación social de las creencias científicas.
El segundo aspecto que varía es la dirección del intercambio. Los
miembros de la comunidad científica alternan entre posiciones de autoridad
y delegación que reflejan la división cooperativa del trabajo cognitivo. Pero
en el escenario público la interdependencia entre los agentes resulta a simple
vista menos inter y más dependencia a secas, más unilateral que recíproca,
pues los legos no asumirían ninguna responsabilidad retributiva en la
interacción. Sin embargo, aún en esas condiciones sería posible afirmar que
la apropiación de la ciencia es producto de una práctica colaborativa: no ya
en el plano de los contenidos compartidos sino en el plano de las actitudes
con que los interlocutores se impliquen en el intercambio. El éxito del
proceso depende de que tanto legos como expertos comprometan su
contribución específica para entablar un diálogo genuino, apropiado para
examinar razones y argumentos a pesar de la heterogeneidad de posiciones.
Como mínimo, es preciso que cada uno pueda reconocerse a sí mismo y al
otro como un agente legítimo en una instancia de debate, que se acepten el
disenso y la crítica como aspectos consustanciales con el diálogo, y que el
público sea capaz de admitir que -en ocasiones- la deferencia a la autoridad
epistémica es su mejor alternativa, quizás la única, para adquirir
conocimiento. Mientras que los contenidos efectivamente circulan de modo
unidireccional, las actitudes imprescindibles para que la interacción culmine
con buenos resultados revisten un carácter recíproco y cooperativo8.
Con todo, los matices entre ambos contextos no invalidan el planteo
sustantivo. Esto es, que es factible interpretar lo que ocurre en el plano de la
circulación y apropiación social del conocimiento científico tomando como
base un modelo de lo que ocurre en el plano de su circulación y apropiación
inter-pares. Eso permite situar el problema del reparto del saber en nuevas
coordenadas, atendiendo al modo en que las interacciones sociales, la
confianza en los otros, y estructuras particulares como las de autoridad y
deferencia enmarcan el proceso de formación de la cultura científica. Como
puede advertirse, poco que recuerde a las dificultades intrínsecas o
extrínsecas para alfabetizar convenientemente al público.
8
Esta cuestión será profundizada en lo sucesivo en numerosas oportunidades. En particular,
en el capítulo seis se observará de qué manera ciertas actitudes conspiran contra ese
objetivo de co-implicación con el vínculo, obstaculizando la interacción epistémica.
3. Deferencia epistémica y adquisición de conceptos
10
El artículo homónimo de Recanati (1997) forma parte del intercambio entablado con
Sperber en las páginas de la revista Mind & Language acerca de la naturaleza de ciertas
creencias que sostienen los individuos aún cuando carecen de acceso pleno a los conceptos
que constituyen su contenido.
11
La afirmación original proviene de “Comprehension, Apprehension, Prehension:
Heterogeneity and the Public Understanding of Science” (Michael, 2002).
b. “André Breton es el fundador del surrealismo” -en boca de un estudiante
que lo escuchó de su profesor pero no sabe qué es el surrealismo-.
c. “La atracción gravitatoria ejercida por la Luna es la causa principal de la
nutación del polo de la Tierra” -reafirmado por alguien que lo leyó en
una entrevista a un científico-.
12
El pronombre refiere a “el discípulo”; del autor no me atrevería a afirmar lo uno o lo otro.
“El operador deferencia Rx( ) se aplica a un símbolo σ y produce una expresión
compleja Rx (σ) cuyo carácter es diferente del de σ (si σ lo tiene). El carácter de Rx (σ)
nos conduce de un contexto en el cual el hablante tácitamente refiere a cierto agente
cognitivo x (un individuo o una comunidad de usuarios) un cierto contenido, el
contenido que tiene σ para x.” (Recanati, ob.cit.: 91-92)
4. La interacción testimonial
13
La percepción social del cambio climático y el modo en que es reflejado por los medios
masivos de comunicación constituye en la actualidad una línea de investigación en ascenso
entre los estudios de CPC. Entre los temas que más interés concitan se encuentra,
precisamente, el modo en que las interfaces reflejan la disputa entre quienes afirman y
quienes niegan el impacto de las causas antropogénicas, los encuadres discursivos que
enfatizan las certidumbres y consenso de la comunidad científica versus aquellos que ponen
el acento sobre las aparentes incertezas y el carácter controversial de las interpretaciones
(e.g. Olausson, 2009; Boykoff y Boykoff, 2004 y 2007; Zehr, 2009; McComas y Shanahan,
1999), y de qué manera esto se traduce en la percepción y las actitudes del público (e.g.
Antilla, 2010; Ryghaug, Sørensen y Næss, 2010; Kahan, Braman y Jenkins-Smith, 2011).
Sobre el tema volveremos en páginas subsiguientes
sentido, la pregunta que cabe formularse es, mejor, de qué modo se sostiene
razonablemente la adopción de una creencia formada a partir de la palabra
de otro agente al que se confiere autoridad epistémica. La cuestión está
estrechamente ligada a un debate central en este vertiente de la
epistemología social acerca de la legitimidad de las creencias adquiridas a
partir del relato de otros14.
Para los enfoques no reduccionistas, el testimonio en sí es una fuente
básica de justificación del conocimiento en el mismo nivel que otras como
la percepción, la memoria o la inferencia. Bajo condiciones mínimas -que
no existan razones poderosas para dudar-, los receptores están autorizados
para aceptar las afirmaciones ofrecidas sobre la base del testimonio del
informante, sin necesidad de un esfuerzo epistémico positivo de su parte.
Desde esa perspectiva, la creencia se justifica mediante una suerte de
principio a priori según el cual el oyente está, en términos de Thomas Reid,
constitutivamente dispuesto a creer en la palabra de otros quienes, a su vez,
están constitutivamente dispuestos a ser sinceros. La complementariedad de
los preceptos reidianos de credulidad y veracidad hace que el testimonio -
por lo menos el que es sincero- sea creíble prima facie. Si no hay indicios
para desconfiar -por ejemplo, que el contenido de la afirmación sea
notoriamente improbable, o que el receptor disponga de evidencias fundadas
sobre la escasa reputación de fiabilidad del emisor-, la aceptación sería la
actitud por defecto: “si el hablante S asevera p al oyente H, bajo condiciones
normales, entonces es correcto que H acepte la aseveración de S, a menos
que H tenga razones especiales que oponer.” (Adler, 2006).
Desde ese punto de vista, la actividad crítica del público aparece no
eliminada pero sí limitada a una mínima expresión; a lo sumo, lo que hace
es filtrar lo que recibe de los expertos de una manera automática y en
función de requerimientos bastante laxos. Sin embargo, aunque leve, esa
actividad aparece condicionada en dos sentidos: en primer lugar, está
atravesada por una serie de presupuestos, mediaciones simbólicas
inevitables que -como se verá en el siguiente capítulo- se activan de forma
espontánea al momento de adoptar una actitud. Asimismo, también estará
influida por la relevancia que adquiera para el receptor aceptar o no
determinadas afirmaciones. Por ejemplo: si un especialista asegura que los
radioisótopos liberados luego de un accidente nuclear representan un riesgo
inminente para las poblaciones aledañas, sus habitantes se exponen a un alto
costo si el informante está equivocado o no es sincero -porque podrían
abandonar sus hogares y ciudades innecesariamente-. Por lo tanto es de
esperar que en circunstancias como esas se extremen los recaudos en la
aceptación por defecto de la creencia -con independencia de que exista o no
algo tal como el principio a priori.
14
Dado que el debate reduccionismo/no reduccionismo ha sido objeto de diversas
formulaciones, esta revisión se basa en los argumentos desarrollados por Goldman (2011),
Adler (2006) y Jennifer Lackey (2006, 2011).
Por su parte, las corrientes reduccionistas demandan condiciones más
estrictas que la ausencia de motivos de sospecha: además de eso, el receptor
debe realizar un esfuerzo en orden a disponer de razones positivas que
justifiquen la adopción de la creencia. En este caso, la legitimidad del
conocimiento obtenido de otro agente no se basa en algún principio de
aceptación por defecto sino que es reductible a otras fuentes que aportan
razones para aceptarlo. Volviendo al ejemplo, para creer que sus vidas
efectivamente están en peligro los pobladores deberían tener otro tipo de
pruebas además de la palabra del experto. Si observan, por ejemplo, que
luego de la explosión las mascotas mueren rápidamente y los vegetales se
pudren en pocas horas, pueden concluir que existe alguna conexión entre
ambos tipos de sucesos; o quizás la situación por la que atraviesan les haga
evocar las consecuencias bien sabidas de la catástrofe de Chernobyl. La
concordancia entre los hechos percibidos y la advertencia del especialista,
sumada al ejercicio de la memoria, habilitarían a los receptores para pensar
que dice la verdad. Si, para más, se enteran de que esa persona ostenta una
experiencia reconocida a nivel mundial en intervención en emergencias
nucleares -es decir, que se trata de una autoridad epistémica acreditada-, los
vecinos ya pueden salir corriendo con todo derecho. Sus facultades de
percepción, memoria e inferencia permiten a los agentes disponer de
razones no basadas en el testimonio para juzgar en distintas circunstancias si
ciertos hablantes, contextos o tipos de reportes constituyen fuentes de
información fiables y, en función de eso, aceptar -o no- justificadamente las
afirmaciones en juego.
Tomados en sentido estricto, tanto los enfoques no reduccionistas como
reduccionistas son objetables. En el primer caso, la crítica básica es que esa
interpretación legitimaría una forma de credulidad ingenua rayana en la
irracionalidad. Si la única condición para adoptar una creencia testimonial
es no tener motivos sólidos para dudar de la fuente, dado el caso un oyente
estaría autorizado en depositar confianza en cualquier clase de relato al azar
sin preocuparse en absoluto por disponer de alguna garantía extra sobre su
veracidad. La versión no reduccionista del testimonio convalidaría una
actitud de irresponsabilidad epistémica normativamente inaceptable
(Fricker, M. 2006)-; por no hablar de los riesgos que la confianza por
defecto conlleva en la práctica. Por su parte, quienes cuestionan la posición
reduccionista aducen que, en ocasiones, las personas no cuentan con razones
adicionales para dar crédito al testimonio de un hablante -ni tienen forma de
obtenerlas-, y eso no es obstáculo para que puedan adquirir conocimiento
genuino de la relación.
Con matices, esas posturas no resultan completamente irreconciliables o
incompatibles; por el contrario, las apuestas más recientes tienden,
precisamente, a desarrollar una visión “híbrida” o “dualista” entre ambas,
según la cual la justificación del conocimiento testimonial requiere
aportaciones epistémicas específicas tanto de parte del hablante como del
oyente. En esas perspectivas “equidistantes” de la oposición entre
reduccionismo y no reduccionismo, como las califican Broncano y Vega
(2008), la contribución específica del testimonio al estatus de las creencias
adquiridas a partir de él aparece sopesada por la consideración de evidencias
y razones formadas a partir de otras fuentes, admitiendo que la palabra del
otro no es en todos los casos la única garantía de aceptabilidad. Para el caso
de la interacción entre expertos y legos se requeriría, como mínimo, que
éstos pudieran acceder a ciertos indicadores acerca de la fiabilidad de los
primeros, sobre sus competencias y sinceridad, en orden a disponer de
razones adicionales para decidir si se trata de informantes dignos de crédito
o no. De este modo, la meta de fortalecer el juicio crítico del público se
preserva, sólo que en un sentido ligeramente diferente: en este marco, se
trata de que los ciudadanos sean capaces de reconocer y discriminar
reflexivamente, en función de ciertos rasgos, en qué testimonios pueden
legítimamente confiar.
15
Estos mecanismos de evaluación de la fiabilidad son semejantes a los que Kitcher (1992)
reconoce en el contexto de la comunidad científica. En ese ámbito, la confianza inter-pares
también puede ser producto de una “calibración” directa o indirecta -cuando se realiza
recurriendo a la opinión de terceros- de los méritos propios del experto en cuestión o de
otros indicadores de autoridad valiosos para el grupo -como la posición que ocupa el
informante en la comunidad o en la sociedad, su pertenencia a una institución prestigiosa o
los vínculos que mantiene con otros expertos acreditados.
del consenso generalizado en torno de las afirmaciones del IPCC. En medio
de todo, un público desorientado. ¿Cuál es la postura a adoptar como guía
de las propias creencias y acciones? ¿La de Al Gore en Una verdad
incómoda o la que recoge La gran estafa del calentamiento global, el
contradocumental que expone el testimonio de los auto-denominados
“verdaderos científicos del clima16?
Si la asignación de crédito no es tarea sencilla cuando se trata de valorar
a un único informante, queda claro que decidir entre dos relatos opuestos
agudiza sensiblemente las condiciones. El caso del lego / 2 expertos reviste
especial interés en el proceso de apropiación social de la ciencia, pues
remite a un escenario en el cual el público se enfrenta de lleno con la
vulnerabilidad de su posición epistémica. Por una parte, las personas
comprenden que no puede juzgar por sí mismo los méritos relativos de las
hipótesis y evidencias en pugna; por otra, se resisten a la actitud de
dependencia radical que, como vimos, Hardwig les asigna en tanto legos.
Con todo, el problema no es insalvable. Según Goldman (2001), distintas
fuentes pueden aportar información valiosa al momento de evaluar
afirmaciones rivales y decidir cuál de ellas resulta más aceptable. La
opinión de otros expertos acreditados en el tema, por ejemplo, permitiría
contrastar cuál de las versiones reúne más y/o mejores pruebas o tiene
mayor consenso en los círculos especializados. Su intervención también
resultaría útil para conocer detalles sobre la reputación de los antagonistas
entre los miembros de la comunidad; es decir, para saber cómo evalúan los
propios pares su respectiva experticia y honestidad intelectual, la trayectoria
y antecedentes de éxito cognitivo de cada uno en el tema en cuestión.
Apelar a esta suerte de arbitraje independiente mejoraría las condiciones del
público frente al dilema de los dos expertos, pues le aportaría una serie de
premisas a partir de las cuales reflexionar e inferir en cuál de ellos se
justifica depositar confianza. Otro argumento de peso a tener en cuenta sería
la ausencia de intereses o alguna clase de sesgo subyacente a las respectivas
afirmaciones. Si es posible comprobar de algún modo que una de las partes
tiene motivo para mentir, deformar u ocultar información -o, por lo menos,
16
La expresión pertenece a Fred Singer (2007), físico atmósferico de reconocida trayectoria
en las ciencias del ambiente que expone los argumentos de la posición escéptica en su libro
Hot Talk, Cold Science: Global Warming’s Unfinished Debate (Singer, 1998). Según
Singer, los “verdaderos científicos del clima” -entre los que se incluye- no son los que
asesoran al ex presidente norteamericano en An Inconvenient Truth (2006) sino los que
ofrecen su testimonio en The Great Global Warming Swindle (Channel 4, UK, 2007), cuya
tesis principal consiste en que “No existe absolutamente ninguna prueba de que el
calentamiento actual sea causado por el crecimiento de los gases de efecto invernadero de
las actividades humanas, tal como la generación de energía de la combustión de
carburantes. (…) La mejor evidencia que tenemos apoya a las causas naturales. Así, el
calentamiento actual es probablemente parte de un ciclo natural de calentamiento y
enfriamiento climático que se remonta a casi un millón de años.” (Singer, 2007, el
destacado es del autor)
existen indicios sólidos para suponerlo-, eso implica que su credibilidad
puede ser razonablemente disminuida o cuestionada.
Claro que la pregunta inmediata es de qué manera podría acceder el
público a este tipo de información dado que, normalmente, el ciudadano
medio no tiene a mano un elenco de expertos de cabecera para apoyar su
decisión en el juicio de otras autoridades epistémicas competentes, ni
tampoco tiene acceso a los entresijos de intereses y filiaciones -económicas,
políticas, o de cualquier índole- que pudieran inducir a alguna de las partes a
distorsionar intencionalmente sus afirmaciones. Como afirmé previamente,
entre los principales encargados de proporcionar esos datos se encuentran
los agentes de interfaz que intervienen en la relación con las fuentes
científicas. Más aún, el periodista de ciencia es, en algún punto, responsable
de obtener y poner a disposición del público los elementos necesarios para
sostener una elección razonable. Además de relatar los últimos avances o
descubrimientos, explicar adecuadamente qué son los gases de efecto
invernadero o reflejar las distintas posiciones frente a su impacto sobre el
cambio climático, una función básica de los mediadores en la interacción
epistémica es la de suministrar a los receptores información útil y relevante
para valorar la fiabilidad de los expertos. Por supuesto que eso no resuelve
definitivamente la cuestión pero puede fortalecer, llegado el caso, la
posición del público frente a dos hipótesis en disputa. Como se verá en el
siguiente apartado, el agente de interfaz es una pieza esencial en el proceso
de atribución de crédito y adopción crítica del conocimiento científico.
1
Naturalmente, no es norma que en todos los casos se alcance el objetivo pues también hay
procesos que por diferentes motivos quedan truncos. Como veremos en la segunda parte de
este trabajo, en ocasiones el conocimiento puede quedar atascado en algún punto de la
circulación, no ser compartido inicialmente con la interfaz, no superar su intervención
mediadora para llegar al público o no ser aceptado por éste.
permite a los legos discriminar entre autoridades más y menos fiables y, en
función de eso, decidir en cuál de ellas se justifica depositar la confianza.
Un argumento tradicionalmente vinculado con el tema es la demanda de
que el examen crítico del público logre sobreponerse a sus recelos respecto
de la ciencia y la tecnología, a la vez que se espera que una actitud cada vez
más reflexiva contribuya progresivamente a disminuir su incidencia. De
hecho, combatir prejuicios es otro cliché paralelo y complementario al del
espíritu crítico. Sin pretensiones belicosas, es posible expresar el problema
en otros términos: ¿cómo intervienen los prejuicios en el modo en que
científicos, interfaces y públicos se involucran en el diálogo epistémico?
Esta reformulación supone, para empezar, admitir que éstos no afectan
exclusivamente a los legos sino que todos los participantes de la interacción
los traen consigo, por el simple hecho de que no pueden desprenderse de
ellos y relacionarse a modo de tabulas rasas. Por lo tanto, determinar el
contenido de esas imágenes preconcebidas y establecer qué impacto tienen
en el vínculo es crucial para comprender el curso y los resultados del
proceso. ¿Cuál es la fuente en que se forman los prejuicios? ¿Es posible
controlar su influencia a fin de generar condiciones más apropiadas para la
comunicación de los agentes y, por consiguiente, para el reparto del saber?
Esas inquietudes constituyen el hilo de este capítulo y, como veremos, la
clave para anudar la dimensión epistémica de la comprensión pública de la
ciencia con su dimensión cultural. Lo que intentaré mostrar en primer lugar
es que las actitudes que los agentes despliegan durante su interacción -
confianza o desconfianza, recelo o apertura, compromiso o reticencia frente
al vínculo- enlazan directa o indirectamente con un conjunto de prejuicios,
ideas previas que las condicionan en diversos sentidos. Por la importancia
que adquiere en el proceso, el resto de este tramo está dedicado a examinar
en profundidad la fuente en la que se forman esos presupuestos de la
percepción mutua: la imaginación colectiva, la atmósfera significativa que
rodea a los interlocutores e informa sus juicios y actitudes. En este punto, el
aporte de la Teoría de las Representaciones Sociales nos permitirá acceder
al trasfondo de significados socioculturales que enmarca las relaciones entre
científicos, interfaces y públicos e incide sobre su desarrollo;
específicamente, porque guían la percepción de cuestiones clave como el
propio sentido de la ciencia o la cientificidad, las imágenes recíprocas que
construyen los agentes, las cualidades que se atribuyen y las mutuas
expectativas que ellas generan.
2
La huella del pensamiento foucaultiano que trasluce esta expresión es persistente a lo
largo de la obra de Fricker.
están la actitud con que se involucra en la interacción cognitiva, la
evaluación de la fiabilidad de su interlocutor y -mediante ella- la actitud de
confianza o desconfianza con que se enfrenta al conocimiento en juego. El
prejuicio distorsiona en el oyente su imagen del emisor, disminuyendo o
negando su legitimidad como agente cognitivo. Por contraste, el oyente
actúa con justicia cuando adopta una actitud virtuosa, minimizando el nivel
de influencia de sus prejuicios en su valoración de la calidad del informante.
En ocasiones, cierto tipo de injusticia epistémica afecta a la comprensión
pública de la ciencia cuando la confianza depositada en los expertos aparece
distorsionada negativamente sobre la base de un prejuicio. Por ejemplo, esa
situación aparece claramente reflejada en el transcurso de polémicas
científicas y tecnológicas proyectadas a la esfera pública, sobre todo cuando
el conocimiento y sus agentes son percibidos en la vereda opuesta de los
intereses e inquietudes de los ciudadanos. En esos casos, el proceso de
confianza se encuentra claramente alterado por la coyuntura social y es
posible que los prejuicios negativos se manifiesten exacerbados -aún cuando
en condiciones normales resulten mucho menos notorios o determinantes de
la actitud del público-, afectando de antemano la credibilidad de los
expertos y la consecuente reacción frente a su palabra.
Sin embargo, con independencia de que el problema sea más visible en
escenarios conflictivos, el enfoque también abre paso a examinar el contexto
habitual en que se desenvuelven las relaciones entre científicos, legos e
interfaces; es decir, en condiciones normales, no alteradas por
acontecimientos externos. Pero para eso es preciso matizar el planteamiento
original y extender su alcance para abarcar la articulación entre prejuicios y
valoraciones mutuas entre todos los participantes, y no sólo en lo que
respecta a la actitud del público ante los expertos. De ese modo es posible
dar cuenta de los presupuestos sobre los cuales se construye, o no, la
confianza necesaria para que la interacción resulte éticamente justa y, sobre
esa base, cognitivamente eficaz -esto es, apropiada para que el conocimiento
circule con fluidez y pueda ser compartido como corolario del proceso-.
Para Fricker, el interés se circunscribe al modo en que una percepción
prejuiciada del informante repercute sobre su condición de agente en un
intercambio testimonial. Pero en el análisis de la comprensión pública de la
ciencia es igualmente relevante determinar si la situación inversa registra
algún efecto sobre la relación y sus resultados. Es decir: si un justo
reconocimiento de sus virtudes epistémicas y morales hacen del experto una
autoridad fiable respecto del conocimiento que afirma, y lo contrario
perjudica infundadamente esa condición, ¿qué papel cumpliría su propia
imagen de los legos en favorecer u obstaculizar el proceso? El científico,
¿percibe al público como un agente cognitivo pleno, con el cual tiene razón
y valor entablar un diálogo, hacer el esfuerzo de intentar compartir
conceptos y embarcarse en una discusión sobre ellos? Visto de ese modo,
los prejuicios no sólo influyen en la actitud del público hacia los expertos
sino que intervienen asimismo en dirección inversa; y, más aún, también se
extienden desde y hacia las instancias de interfaz que median en la
comunicación entre ambos. Lejos de ser un problema limitado a la imagen
de la fuente original, en el capítulo 5 se podrá advertir que lo que se pone en
funcionamiento durante la circulación y apropiación social del conocimiento
es una compleja red de presupuestos y expectativas que mantienen los
participantes sobre sí y sobre el resto, que inciden directamente sobre las
actitudes y valores con que se involucran en las prácticas de diálogo,
discusión y debate.
6
Debido a la disposición a la resistencia que caracteriza a las RS, es improbable que la
propia categoría se modifique frente a un ejemplar anómalo: justamente el hecho de buscar
lo familiar en lo extraño permite entrever el carácter conservador de las representaciones,
su tendencia a la confirmación más que al cambio de los contenidos significativos vigentes.
De más está decir que, cuando eso ocurre, jamás es producto de un caso no tipificable -o
aun de la acumulación de ellos-, sino de un proceso de transformación que afecta al núcleo
Pero la reducción de lo desconocido a lo conocido no se limita al
procedimiento clasificatorio y denotativo del anclaje sino que en ocasiones
requiere, asimismo, materializar una abstracción, hacerla tangible y cercana
a la experiencia cotidiana. La objetivación consiste en sustituir el objeto de
la representación por un icono, metáfora o tropo próximo a la imaginería del
grupo que es inmediatamente evocado cuando se alude al primero. Por
ejemplo, en un estudio sobre las representaciones de la enfermedad mental
entre habitantes rurales, Jodelet (1991) observó la referencia reiterada a
imágenes como marchitarse, cuajarse como manteca, agriarse o cortarse
como leche; mediante ellas, los sujetos asociaban la transformación
orgánica que conlleva caer enfermo con otros procesos de degradación
visibles en su entorno. La elección de los tropos no es arbitraria sino que
mantiene una fuerte relación con las circunstancias del grupo -históricas,
socioeconómicas, educativas, etáreas-, que delimitan el conjunto de
experiencias familiares para sus miembros y, por ende el repertorio de
imágenes para la sustitución -es claro que un urbanita difícilmente asociaría
la enfermedad mental con la descomposición de la leche. El mecanismo
permite advertir claramente cómo operan las condiciones contextuales de un
grupo en la construcción de una representación configurando el espacio de
posibilidades de la función objetivadora, proporcionando y limitando los
objetos concretos y conocidos mediante los cuales materializar los objetos
abstractos y desconocidos. Las representaciones grupales se diferencian
entre sí porque en virtud de las circunstancias del grupo cambian los
espacios de posibilidades que contienen las alternativas para la objetivación.
El carácter fuertemente contextual de la función objetivadora se advertirá
con claridad en el siguiente capítulo, cuando se describa la materialización
de la abstracción ciencia que el público realiza por recurso a los artefactos
tecnológicos que conforman su entorno más inmediato. Entonces se podrá
observar de qué modo la referencia a objetos que la presentifican está
supeditada a las experiencias alternativas que diferentes grupos mantienen
con diferentes tipos de tecnologías. Mientras que para los grupos de jóvenes
y adultos jóvenes la ciencia es o está en la informática o en las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación con las que experimentan
continuamente, entre los adultos mayores la imagen más recurrente para la
objetivación del conocimiento científico se encuentra en todo tipo de
prótesis físicas -anteojos, muelas postizas, marcapasos cardíacos, audífonos-
con los cuales no sólo conviven sino que forman parte de su propio cuerpo.
Ahora bien, si la asociación entre imagen y objeto es arbitraria, una
construcción ligada al campo de experiencias del grupo, cabría aún
preguntarse: la leche cortada, ¿es una metáfora correcta o adecuada de la
locura?; un teléfono celular o un marcapasos, ¿son objetivaciones
8
He optado por mantener en este caso la expresión en lengua inglesa para preservar el
juego de palabras que establece entre ciencia y sentido común, que se pierde en la
traducción al español. La afirmación completa es: Science was formerly based on common
sense and made common sense less common; but now common sense is science made
common (Moscovici, 2000: 41).
ciencia. El objetivo de este apartado es, pues, reinsertar la noción de RS en
su contexto teórico original antes de reflejar a continuación el modo en que
ha sido aplicada en estudios recientes del campo. La siguiente reflexión es
significativa de cómo se concibió en sus inicios el proyecto disciplinar9:
9
En una entrevista con Marková (1998), Moscovici afirma que su intención original no fue
introducir un concepto derivado de los planteamientos de Durkheim y Lévy-Bruhl y
adaptarlo a la psicología social, sino que el problema de la transformación de la ciencia en
su difusión pública le condujo al concepto: ninguna otra perspectiva permitía abordar la
articulación de creencias, conocimiento y realidad social como esa. La psicología social
enfocada sobre las RS debía recorrer en sentido opuesto el camino de la psicología del
desarrollo: mientras ésta indaga cómo las representaciones infantiles espontáneas devienen
representaciones científicas y racionales, aquella debía atender al proceso inverso de cómo
las representaciones científicas se convierten en pensamiento ordinario, la metamorfosis
mediante la cual se integran al saber que se gesta y se usa en la vida diaria.
10
Esta posición aparece claramente en la obra de G. Bachelard, quien considera al saber
cotidiano como uno de los principales obstáculos epistemológicos a superar para acceder al
conocimiento de la realidad mediante el desarrollo del espíritu científico. En su
elaboración, recordemos, la doxa es precisamente lo opuesto a la epistêmê y no es
suficiente rectificarla o mantenerla como conocimiento vulgar sino que “ante todo es
necesario destruirla” (Bachelard, 1994: 16)
de las mentalidades y las prácticas individuales y sociales. La presunción de
que el conocimiento científico no consigue permear la capa de ignorancia
del sentido común parte de la premisa errónea de que la única vinculación
posible es la reducción de uno al otro, reflejada en la medida en que los
sujetos asimilen ciertos contenidos y formas de razonamiento y los pongan
de manifiesto en sus formas de entender el mundo y de conducirse en él.
Esta idea no en vano recuerda los presupuestos del modelo del déficit
cognitivo y alimenta la frustración generada por el fracaso sistemático de las
estrategias de alfabetización. Sobre la factibilidad de sustituir el saber
popular por el científico, Moscovici es taxativo: si ese es el objetivo de la
comunicación pública de la ciencia, entonces no es de extrañar que no se
haya logrado. El éxito de la diseminación debería medirse por el modo en
que la ciencia se inserta entre otras formas de creencias colectivas,
articulándose en su marco más que pretendiendo eliminarlas (2001: 12).
Vista de ese modo, la ciencia no se incorpora en estado puro al sentido
común, de allí que cuando se la busca como tal no se la encuentra: no
porque no esté sino porque no se es capaz de advertirla bajo otras formas
que no sean las que asume en su contexto original. Se pretende un reflejo en
una superficie sólida y pulida cuando lo que hay es más bien una refracción
a través de un medio líquido y viscoso. Aquí también, como sostuve en
reiteradas oportunidades a lo largo de estas páginas, el problema no es tanto
que el público no comprende a la ciencia como que la teoría no es capaz de
comprender el modo en que el público comprende. ¿Cuál sería, pues, un
enfoque que sí lo hiciera, más sensible a la apropiación del conocimiento
científico entre los sujetos que la imagen ofrecida por la batería de
interrogantes escolares de una encuesta, y menos facilista que la opción de
subsumir todo conocimiento en el mismo saco? A estas alturas mi respuesta
es evidente: en principio, debería ser una aproximación que permitiera
articular en un mismo marco conceptual los dos planos indiscernibles en los
que se juega la relación entre ciencia y sociedad, las dimensiones epistémica
y cultural del problema. Que pudiera abordar la incidencia de los factores
contextuales en la vinculación entre expertos y legos sin negar u omitir las
constricciones producto de su asimetría cognitiva; y que, a la vez, allanara el
camino para comprender de qué manera el conocimiento que circula en su
interacción se transforma, se re-presenta, al integrarse en el entorno de
recepción con otras fuentes de creencias -experiencias, prácticas, lenguaje,
tradiciones- en la construcción del saber cotidiano.
Es evidente que esa perspectiva no es la piedra filosofal del campo de
CPC ni proporciona la solución fácil a un fenómeno complejo -y mejor así,
después de todo, porque de sobra hemos visto que esas no han funcionado-;
pero, por lo menos, constituye una alternativa sólida para encarar algunos de
sus principales problemas. En el capítulo anterior propuse situar los estudios
de cultura científica en un marco de epistemología social, como un caso
particular de las relaciones interpersonales que permiten compartir
conocimiento, y profundizar el análisis en dirección de los numerosos
interrogantes que surgen a partir de enfocar cuestiones como la deferencia a
la autoridad o las razones para confiar o no en lo que afirman los expertos.
Pero eso no es suficiente: también es preciso interpretar la metamorfosis por
la que atraviesan esas afirmaciones en el contexto de su diseminación y
apropiación social. En este sentido, el aporte de la TRS es fundamental para
abordar ese tipo de cuestiones: ¿qué procesos se ponen en marcha cuando el
conocimiento así adquirido por el público se incorpora al sistema de
significaciones más amplio del grupo al que pertenece? ¿Qué resulta de eso?
Lo que resulta es que el conocimiento deferencial cambia, se refunde en
esquemas clasificatorios, denotativos e icónicos propios de la comunidad en
que se propaga; y no sólo eso, sino que cambia también en su movimiento
de un grupo social a otro, cuando penetra diferentes mundos de la vida,
horizontes, identidades y proyectos. Al mismo tiempo, incorporándose a
ellos, los transforma al ritmo de su propia dinámica: el sentido común se
renueva constantemente en esa batalla por la integración de lo nuevo y lo
extraño -términos, objetos, explicaciones, aplicaciones- con que el vértigo
del cambio científico enfrenta al sujeto contemporáneo. Tan operativas en el
momento en que se entabla la interacción que permite compartir el
conocimiento como en el momento en que su inserción efectiva en la cultura
marca la culminación del proceso, las representaciones atraviesan el
problema de la comprensión pública de la ciencia de comienzo a fin.
La TRS fue construida para dar respuesta a una cuestión muy puntual:
cómo se modifica el conocimiento experto al tomar contacto con otros
sistemas significativos vigentes en una cultura y de qué manera reaparece,
así modificado, en el sentido común. Ese interés epistémico inicial aparece
en la actualidad bastante diluido. El uso progresivamente instrumental del
concepto de RS para abordar fenómenos provenientes de los dominios
sociales más diversos separó la noción del marco general en que fue
propuesta, y su fecundidad heurística terminó por autonomizarla de la
teoría11. En ese proceso se produjo un vaciamiento del interés fundante que
interesa recuperar brevemente, repasando cuáles son en la actualidad sus
principales aplicaciones en la investigación de la cultura científica.
11
Actualmente los estudios que emplean el concepto de RS abarcan objetos tan dispares
como la imagen empresarial, los vikingos, los derechos humanos, las identificaciones
raciales, la comida, el género, el acoso sexual laboral, la maternidad y la paternidad, la
donación de órganos, el envejecimiento humano, enfermedades varias, los recursos
hídricos, las profesiones, y así cabría seguir enumerando extensamente. Para no abundar en
referencias, el desarrollo de esas temáticas puede ser consultado en las compilaciones de
Deaux y Philogéne (2001); Breakwell y Canter (1993); Doise, Clémence y Lorenzi-Cioldi
(1993); Kornblit (2004); y Lago Martínez (2003).
Si la revista Public Understanding of Science hubiera existido en los ‘60,
el estudio sobre la inserción del psicoanálisis en el conocimiento popular
bien podría haber aparecido en sus páginas. Con esa afirmación Robert Farr
encabeza un artículo incluido en el segundo número de la publicación que
ha marcado desde sus orígenes el pulso del campo de CPC, y a continuación
lanza un desafío: “la teoría de las representaciones sociales es perfectamente
apropiada para la investigación empírica de la comprensión pública de la
ciencia.” (Farr, 1993: 189).
Algunos de sus argumentos ya han sido discutidos en estas páginas. Por
ejemplo, la necesidad de evitar la simplificación que comporta interpretar
los resultados de las encuestas de percepción exclusivamente en términos de
la ignorancia del público, sin reconocer valor a las respuestas que no se
adecuan a los parámetros de una imagen de ciencia asumida previamente
como correcta. Esto es, omitiendo que quizás algunas de ellas reflejarían no
ya desconocimiento sino representaciones que se apartan de las exigencias
normativas de esos criterios12. Asimismo, Farr destaca el valor interpretativo
de los procesos de anclaje y objetivación para dar cuenta de cómo y por qué
pueden generarse esas formas, anómalas desde un punto de vista pero
explicables en su génesis y su constitución desde la TRS. Por último,
enfatiza un aporte sustancial: para poder explicar y predecir las actitudes y
comportamientos de los sujetos hacia la ciencia es necesario conocer el
contenido sustantivo de sus representaciones, el “conocimiento para la
acción” sobre el cual se fundamentan. Si se comprenden las RS sobre
ciencia es posible comprender por qué la gente actúa -usa, opina, o toma
decisiones- como lo hace respecto de ella.
A pesar de lo convincente que pueda resultarnos a algunos, hay que
reconocer que el reclamo de Farr pasó desapercibido entre los programas
predominantes en la disciplina. Entre los numerosos estudios cuantitativos
de percepción en el contexto europeo se halla una única referencia al marco
conceptual de las RS, en la Introducción al Informe Final del Eurobarómetro
Europeans and Biotechnology in 2005 (ob.cit.); aunque en el subsiguiente
tratamiento y análisis de los datos no se refleje en absoluto esa asunción
inicial. Otro grupo de la vertiente de las surveys que ha recurrido
lateralmente a la TRS es el de Durant, Evans y Thomas (1992), quienes
concluyen que la medicina constituye la representación paradigmática del
objeto ciencia para el público inglés. Un panorama similar presenta la
investigación en el marco etnográfico-contextual: sólo una tibia alusión de
Wynne (1995) a que el planteo de Moscovici resulta “cercano” a los
intereses constructivistas. Por el énfasis que ambas perspectivas ponen en la
contextualidad del proceso de apropiación pública de la ciencia, las
12
Esta observación fue reflejada en el capítulo 1, cuando referimos la crítica de Bauer y
Schoon (ob.cit.) a los parámetros empleados por las encuestas de percepción para medir el
nivel de grado de alfabetización científica de los ciudadanos
negociaciones de sentido entre los agentes y la rehabilitación del
conocimiento cotidiano o de sentido común, podía preverse un mayor grado
de diálogo que, contrariamente, no ha sido posible constatar.
Sin embargo, aunque su influencia conceptual ha sido escasa, la TRS
tampoco es una “completa desconocida” para la investigación de la cultura
científica, como reflejan un puñado de aproximaciones teóricas y empíricas
que la cuentan entre sus fundamentos. Entre las primeras, distintos trabajos
de Torres Albero ponen de relieve de qué manera el concepto de RS permite
sustentar un modelo alternativo al del déficit cognitivo mediante el cual
explicar las relaciones no lineales entre conocimientos y actitudes y vincular
las representaciones del público con los contextos en los cuales se
despliegan. Especialmente interesante es su tratamiento del carácter
ambivalente de las imágenes públicas de la ciencia -otro de los problemas
clásicos del campo-, que concibe anclado en la propia naturaleza dual de la
actividad tecnocientífica.
En el plano de las investigaciones empíricas, como ya he mencionado,
los enfoques se concentran sobre áreas científicas y tecnológicas que
revisten un carácter de novedad, incertidumbre y aprensión, y que, por esta
razón, se han proyectado densamente a las discusiones en la esfera pública.
En ámbitos como la biología molecular, la ingeniería genética, las
biotecnologías o, más recientemente, las ciencias medioambientales
vinculadas con el cambio climático, el concepto de RS y sus mecanismos
generativos y funcionales han sido empleados con frecuencia para explicar
cómo los individuos procuran captar lo desconocido en términos familiares
y adoptar una postura frente a ellos. Es el caso de Benjamin Bates (2005),
quien explora el modo en que los ciudadanos norteamericanos construyen
sus representaciones sobre la genética a partir de la influencia de la industria
cultural. Su estudio abarcó a grupos de diversas etnias a fin de detectar
diferencias en las representaciones en función de dos factores: el uso
histórico dado en los EE.UU. a argumentos seudo-genéticos para promover
la discriminación racial, y la preocupación porque los avances en el área
contribuyeran a revitalizar la cuestión más que a sepultarla definitivamente.
La biotecnología, por su parte, constituye actualmente una de las áreas
más significativas de los debates sociales generados por el desarrollo
científico-tecnológico. Aplicaciones tan diversas como las técnicas de
clonación celular, las terapias y diagnósticos génicos, los xenotrasplantes o
la producción de alimentos modificados, originan una extensa lista de
interrogantes acerca de sus posibles riesgos para la salud, sus consecuencias
reales o potenciales, su alcance y límites morales. Los individuos no sólo se
enfrentan en esos casos a términos, entidades y situaciones desconocidos
sino que, simultáneamente, son confrontados por su carácter controversial.
En esas circunstancias, batallan a la vez por el acceso a un conocimiento
complejo, por la posibilidad de formarse una opinión al respecto, y por ser
tenidos en cuenta en el desarrollo de su discusión y regulación públicas. La
biotecnología se ha convertido en un fenómeno que supera ampliamente su
condición de desarrollo tecnológico para convertirse en un tema candente de
las sociedades contemporáneas, cuyas dimensiones científica, técnica,
económica, política, ética y cultural interpelan en conjunto a los individuos.
Eso permite explicar por qué constituye un tópico reiterado en las
investigaciones de la comprensión pública de la ciencia que abrevan en el
marco teórico de las RS. Entre ellas pueden distinguirse dos vertientes: por
una parte, las que se enfocan en las interfaces de la comunicación de masas
como mecanismos privilegiados en la generación y puesta en circulación de
las representaciones públicas; por otra, aquellas que indagan directamente
en las representaciones de los individuos.
Por mencionar sólo algunos, entre los más densamente documentados se
encuentra el análisis de Liakopoulos (2002) de la evolución de las
representaciones sobre biotecnología en la prensa gráfica británica durante
las últimas tres décadas del siglo XX. Entre sus hallazgos más significativos
destaca el visible desplazamiento de las imágenes fuertemente negativas
predominantes durante los años ‘70 -asociadas con atributos como miedo,
desnaturalización, deshumanización, y con la figura tan conocida del
científico fuera de quicio- hacia otras bien diferentes en el decenio posterior,
cuando la biotecnología pasa a ser reconstruida en términos de promesa de
un futuro mejor. Un procedimiento similar es aplicado a la prensa griega,
aunque con un objetivo ligeramente diferente, a fin de establecer el
contenido de las representaciones sobre un conjunto de disciplinas
científicas -entre ellas también la genética y biotecnologías- a través de las
metáforas empleadas en periódicos y revistas de divulgación populares
(Christidou, Dimopoulos y Koulaidis, 2004).
Un estudio que merece una mención algo más detallada es el ya citado de
Wagner y Kronberger sobre representaciones de alimentos genéticamente
modificados entre los ciudadanos austríacos a fines del siglo pasado. Se
trata de un período especial, pues corresponde al momento en que el
problema comenzaba a adquirir relevancia pública en ese contexto y, por
tanto, los sujetos se veían en la necesidad de generar recursos simbólicos
para hacerle frente. El trabajo tiene la gran ventaja que da la oportunidad de
captar la emergencia de una representación, de asistir en tiempo real al
proceso por el cual una idea en principio difusa y poco organizada cristalizó
rápidamente en la imagen mental de los tomates asesinos13, peligrosos por
la intervención a la que son sometidos y cuyo consumo representaría un
riesgo para la salud. La investigación muestra, asimismo, cómo se
consolidaba paralelamente un activo movimiento social anti-biotecnología
bajo lemas como Contra los tomates genéticos o Por una Austria libre de
genes, que amplificaban masivamente el tropo de algo extraño y
13
El artículo en el que se presentan los resultados del trabajo se titula, precisamente, Killer
tomatoes! Collective symbolic coping with biotechnology.
amenazador que es introducido de modo artificial en organismos, individuos
y, figuradamente, también en las naciones. Eso permite observar otra de las
características ya mencionadas de las RS: que su componente actitudinal -en
este caso, de rechazo tenaz- puede existir aun cuando la información acerca
del objeto sea errónea, escasa o ninguna -como si los tomates no
transgénicos no estuvieran constituidos por genes14, o fuera posible postular
un país libre de esos añadidos tan indeseables.
Los ejemplos mencionados abordan escenarios especialmente apropiados
para observar la génesis y el funcionamiento de las RS, pues se trata de
áreas del desarrollo científico y tecnológico que conllevan una sensación de
incertidumbre y cuestionamiento a la que debe hacerse frente. En este
mismo momento, los estudios sobre representaciones sociales del cambio
climático vienen ganando terreno en las principales publicaciones del campo
de CPC15; y no es casual que esto se produzca paralelamente al ascenso del
tema en la agenda de las preocupaciones colectivas y personales. En esas
circunstancias, el discurrir de la sociedad pensante se acrecienta, los
individuos necesitan reflexionar colectivamente, obtener información,
confrontar opiniones. En tiempos de cambio, el fenómeno de las
representaciones que dan forma al sentido común es más perceptible: su
carácter se revela particularmente en momentos de crisis y agitación, cuando
las personas están más dispuestas a la discusión y sus intercambios se hacen
más intensos y urgentes.
Es evidente que los problemas relativos al calentamiento global, la
clonación o los alimentos genéticamente modificados interpelan al público
desde un lugar diferente al de disciplinas menos apremiantes, por decirlo de
algún modo, como la radioastronomía o la geomorfología. Como ya se
indicó, la presión a la inferencia aumenta cuando se intuye que ciertas
cuestiones pueden afectar en algún sentido los valores, los intereses, la
calidad de vida o la propia existencia: los sujetos se sienten obligados a
obtener información más precisa, a esforzarse por entender las afirmaciones
de los expertos, a tomar posición y actuar en algún sentido. De ahí que sea
comprensible el recurso a una teoría explicativa diseñada, precisamente,
para dar cuenta de este tipo de procesos. Sin embargo, en lo que sigue
veremos que el aporte de la TRS al análisis de la apropiación social de la
ciencia puede ser más abarcativo, e integrarse productivamente en el marco
epistemológico y conceptual que comenzó a delinearse en el capítulo dos.
14
Esa situación no debería sorprendernos. En nuestro país, por ejemplo, en el contexto de la
Primera Encuesta Nacional de Percepción Pública de la Ciencia se solicitó a los
participantes que evaluaran como verdadera o falsa la siguiente afirmación: “Un cultivo
genéticamente modificado tiene genes, los otros no”. Sólo el 35% respondió,
correctamente, que es falsa; casi un cuarto de la población afirmó que es verdadera, en
consonancia con el público austríaco, y el restante 40% optó por abstenerse de responder
(SECyT, 2004).
15
Véanse, entre los más relevantes, los aportes de Höijer (2010) y O’Neill y Nicholson-
Cole (2009)
4. El papel de las representaciones en la interacción epistémica
16
Las manifestaciones citadas en este párrafo y el siguiente fueron registradas durante
largas horas de charlas que serán reflejadas en detalle a partir del siguiente capítulo. Este
comentario fue recogido durante una serie de grupos focales de discusión con el público y
alude a la intervención de los expertos en la controversia por la instalación de la empresa
Botnia en las márgenes del Río Uruguay; el siguiente, en el mismo contexto, refleja la
reticencia del participante frente al tema planteado para la discusión grupal. Las
afirmaciones vertidas en los siguientes párrafos corresponden a las entrevistas mantenidas
con científicos y periodistas de ciencia.
entienden de qué se habla ni los periodistas comunican convenientemente”,
esa tampoco es una representación demasiado favorable de los otros
involucrados en la interacción ni mucho menos, como puede anticiparse,
alentadora de una actitud de implicación. Más bien sustenta la alternativa
opuesta: “Uno se cansa y ya no se toma el trabajo de dar detalles de lo que
hace. (…) Por eso yo ya no intento explicarle al vecino para qué sirve el
wolframio, porque no tiene sentido.”
Párrafos atrás se describió una situación casi idéntica, la de los
ciudadanos que optan por retraerse al constatar lo que, a su juicio,
constituyen dificultades personales insalvables para acceder a la
comprensión de lo que ese diálogo tendría por objeto. Sumada a la actitud
que se acaba de describir, ambas configuran un escenario bastante poco
alentador: a un lado, un experto que no encuentra sentido en procurar
compartir conocimiento con quien no reuniría las condiciones epistémicas
necesarias para comprenderlo, al otro, un ciudadano que coincide en la
pobre opinión sobre sus facultades y, por esa razón, tiende asimismo a restar
valor a su participación en el intercambio. Ninguno demuestra demasiado
interés o motivación para entablar contacto. Visto de ese modo, los
márgenes para un vínculo productivo se estrechan: lo más probable, como
puede notarse, es que ni siquiera llegue a concretarse.
Es ocasión, pues, de afinar y completar el planteamiento que quedó
pendiente en la primera sección de este capítulo respecto de los diferentes
modos de comprender la relación entre prejuicios, actitudes y distribución
del conocimiento, reflejados sintéticamente de la siguiente manera:
a) Distribución de conocimiento Prejuicios del público Actitud de aprobación
1
Desde diferentes perspectivas, sendos artículos de Lèvy-Leblond (1992) y Bensaude-
Vincent (2001) abordan la idea de la separación en sí misma, más allá del uso no
problemático que habitualmente se hace de ella. El primero consiste en una breve pero
penetrante crítica a dos aspectos de la noción de brecha que subyacen a las encuestas de
percepción: la restricción que supone limitarla a la carencia o pobreza de los conocimientos
del público, el presupuesto del modelo deficitario; y el modo en que, por consecuencia, eso
impide captar la pluralidad de “distancias” que existirían entre ciencia y sociedad. Entre sus
conclusiones destaca el hecho de que la brecha que separa a las personas de ciertos saberes
no es particular ni privativa de su relación con el conocimiento científico sino parte del
extrañamiento más profundo y amplio de la cultura en la que viven. Diez años más tarde,
Bernardette Bensaude propone historizar la idea a partir del proceso de alienación acaecido
durante el siglo pasado, que reemplazó la figura de un público aún participante de la
producción científica durante la modernidad incipiente y hasta entrado el siglo XIX, por la
de un consumidor pasivo de información y bienes científicos y tecnológicos. Esa evolución
fue acompañada por un descenso gradual en la estima del conocimiento dóxico -incierto,
prejuicioso, que debe ser evitado y corregido- y un desmedro de las posibilidades del
público de acceder al saber que acabaría por considerarse el único válido.
de comprensión pública se obsesionan con el problema de la separación
entre ciencia y sociedad pero ¿qué importancia tiene para sus protagonistas
y presuntos directos afectados? ¿En qué aspectos encuentran los ciudadanos
que la ciencia se acerca o aparta de ellos? ¿Cómo afronta el divulgador la
responsabilidad con que, desde fuera, se carga a su trabajo? Traspuesto el
umbral de la comunidad de pares expertos, ¿se considera el científico poco
más que un extraño entre el resto de pares ciudadanos?
Ese tipo de cuestiones fueron emergiendo de manera espontánea y bajo
diferentes formas en el curso de las charlas mantenidas con los tres grupos
de actores. A partir de sus relatos e intercambios es posible reconstruir una
instantánea bastante ajustada de la visión de cada uno sobre los aspectos que
hacen a la separación de todos: adónde radica el origen de la brecha, en qué
sienten que les afecta -si acaso en algo-, y a quién o quiénes se adjudica la
responsabilidad de su existencia y solución. Es especialmente interesante
atender al juego de alusiones cruzadas entre los agentes al momento de
expresar el significado que adquieren esas dimensiones para cada uno de
ellos: se refieren mutuamente como en un prisma triangular, donde lo que se
refleja en uno de los espejos rebota sobre el resto y reproduce nuevamente
las imágenes, de manera más o menos fiel o distorsionada. La fractura entre
ciencia y sociedad tiene un espesor simbólico diferente según el cristal con
que se mire, y con que se presuma que la ven los otros.
2
Por cuestiones de espacio y fluidez del discurso, las intervenciones de los sujetos o
extractos de las charlas que se incluyen en esta segunda parte se reducen a alguna/s
seleccionadas como significativas a los fines del argumento en curso y representativas de
ideas compartidas al nivel más general del grupo. Las afirmaciones de los miembros del
público, de los científicos y periodistas -registradas respectivamente durante grupos de
opinión era presumiblemente distinta de la del resto; de hecho había sido
caracterizado por los demás integrantes del grupo como portador de “un
pensamiento más puro, menos contaminado”, y su postura como “ideal” por
contraposición a “una vulgar como la del común de la gente”. Un lego que
no se siente ajeno a la ciencia vendría a ser, para sí y para los demás, un
idealista, alguien fuera de lo común, casi un excéntrico. Salvo esa excepción
anecdótica, la sensación de ajenidad y extrañamiento fue una constante a lo
largo de las charlas.
Sin embargo, también es preciso atenuar algunas preocupaciones, pues el
hecho de que se la conciba como algo más distante o más cercano no reviste
en general una connotación intrínseca negativa y positiva respectivamente.
En otras palabras, reconocer que existe una separación no debe identificarse
sin más como indiferencia o motivo de rechazo. Expresiones del tipo “uno
ve a la ciencia como algo maravilloso, inalcanzable, por eso yo la admiro” o
“personas como los científicos deben ser puestas bien arriba, deben estar a
otro nivel, por todo lo que hacen por la humanidad”, mostrarían en todo
caso lo contrario: lo bueno, lo admirable, es lo que se aleja a un punto casi
insalvable. A la inversa, entre quienes afirman que “vivimos rodeados de
ciencia y tecnología” tampoco se las aprecia más ni, paradójicamente, se las
percibe más cercanas. Aun así no habría contradicción en sentir que “en
realidad, por más que estamos inmersos en ellas, hay una barrera que es
imposible cruzar.”
De ello se desprende que, si se trata de comprender mejor el modo en que
las personas interpretan la brecha con la ciencia, es menester previamente
despojar al par de opuestos distancia/cercanía de una carga valorativa
automática: ni lo extraño se corresponde por fuerza con lo negativo ni lo
familiar con lo estimado. Esta observación es de interés, por ejemplo, para
matizar la interpretación de ciertos datos provenientes de las encuestas de
percepción; en particular, cuando se requiere de los entrevistados determinar
qué atributos del tipo próximo/lejano, interesante/aburrido, cálido/frío
asocian con sus imágenes de la ciencia o de la tecnología, presumiendo que
el valor positivo se ubica de manera uniforme a la izquierda de la dicotomía.
- Aunque quizás no sea así, uno lo relaciona con cosas que estarían completamente
separadas de la realidad. Ese mito colabora para alejar a la ciencia de la masa (1-5).
- La educación básica limita la idea de la ciencia a lo genial o lo aburrido y eso es lo
que, de entrada, nos aparta de la ciencia. (1-7)
- Lo que pasa es que es un rama de la realidad que no está abordado en los medios,
como lo político o lo económico, por ejemplo. Uno no se entera de la ciencia con la
misma facilidad y eso hace que se sienta como algo extraño, muy lejos (4-4)
- Yo soy adicta a la tecnología, pero a la ciencia como tal, como un elemento
abstracto, no la asocio con todas esas cosas: para mí es el conocimiento abstracto, y
está separada de mí y de todos, creo. (5-3)
- Es lo que nos toca cada día: en las cosas que usamos, en todo lo que hacemos. Abrís
la heladera y te encontrás con comida científica. De hecho, si te ponés a pensar,
cuando usás preservativos estás usando ciencia... (1-7, el énfasis es propio)
- Sí, la verdad es que él tiene razón: todo lo que consumimos son productos hechos
científicamente, todo es artificial. (1-4)
4
Una asistente reflexionaba sobre la sesión en estos términos: “cuando escuches esta
conversación vas a decir ‘esta gente necesita un psiquiatra’. Porque fuimos diciendo tantas
cosas y nos contradecimos, y volvemos al principio...” (7-1). Y otra: “Yo me doy cuenta de
que las cosas que dije yo misma, y al escuchar a los demás, fueron contradictorias, pero no
me molesta, me genera apertura.” (2-1)
5
Además de los trabajos pioneros de Merton (1980) y Handlin (1980), enfoques más
recientes pueden encontrarse en Blanco e Iranzo, 2000; Blanco, 2003; Torres Albero, 2005a
y 2005b. En el siguiente capítulo se presenta un enfoque original sobre el problema a partir
de la hipótesis de la doble estructuración de las representaciones sociales -en componentes
centrales y periféricos-. Argumentaré entonces que la ambivalencia de las actitudes está
inscrita en la propia forma dual que adoptan las imágenes de la ciencia y que, por tanto, es
posible comprender el fenómeno sin necesidad de considerar que esas actitudes son
incoherentes, inconsistentes o irreflexivas.
enfoque clásico y, consecuentemente, para restar gravedad al asunto. No
obstante, el planteo es interesante pero limitado. Requeriría, al mismo
tiempo, dar cuenta de otro escenario que Lévy-Leblond no menciona: ¿qué
ocurre cuando ese conocimiento operativo tampoco existe, o es débil o
inadecuado para desempeñarse en determinados contextos? Porque es
precisamente entonces, cuando falta, cuando las personas se sienten
directamente afectadas por una brecha cognitiva: si ésta inquieta no es tanto
al nivel de la falta de un saber conceptual acerca del mundo natural -lo que
enerva al modelo deficitario- sino en las dificultades para acceder a los
saberes prácticos imprescindibles para manejarse en el mundo artificial -
algo que no todos adquieren ni desarrollan en igual medida-.
En ese punto estalla en toda su magnitud el problema de la separación.
Sin distinguir condiciones, entre los grupos se reiteran en términos similares
la sensación de exclusión, los temores y presiones que alimenta: cuando la
ciencia se identifica con una serie de artefactos y éstos son inaprehensibles
porque se carece de las competencias que exige su uso, entonces la potencial
segregación se percibe con crudeza. Como reflexiona una participante:
“hoy, si no estás al tanto de la ciencia y la tecnología perdés el control de las
cosas. O te subís al carro, o te quedás fuera”. Para algunos, el riesgo se cifra
en no poder satisfacer las demandas crecientes del mercado laboral:
- Hoy ves que chicos de 12 años saben mucho más de computadoras que una, y eso te
hace sentir que si no conocés los avances de la ciencia en poco tiempo quedás
obsoleta. Los chicos saben tanto que, cuando empiecen a trabajar, cualquiera puede
quedarse fuera (7-1).
- La ciencia así... mediante la tecnología, pone presión en todos los los niveles. (...)
Yo escucho hablar a los chicos y no tengo la menor idea de lo que es el MP3, el
MP4 y el MP5 que ya apareció. A mí me asusta que esas cosas avancen mucho más
rápido de lo que yo puedo entender y acompañarlos. ¡Ya parezco mi mamá! (7-2).
Y los adultos mayores, más allá de sus afinidades forzosas con prótesis o
marcapasos, temen quedar definitivamente fuera de una realidad tecnificada
hasta en sus más mínimos detalles:
- Nosotros tenemos que entrar a este mundo, porque si no lo hacemos vamos a quedar
muy lejos de todo. En los años que tenemos por delante estaríamos aislados, muy
solos, porque ahora todo, hasta lo más simple, tiene que ver con la ciencia. (3-4).
- Temor, puede ser indiferencia... todo viene por el desconocimiento, ¿no? (C-3).
Porque hay miedos basados en la desinformación, por eso la gente se aleja (C-5). El
problema es que la sociedad no entiende qué es lo que uno hace (...) Entonces a
veces piensan que lo que estamos haciendo es, en el fondo, divirtiéndonos con algo
6
Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria.
que no le sirve a nadie para nada (C-9). Uno de los motivos es la manera en que se
enseña la ciencia en las escuelas, ahí hay una falencia terrible. (C-8). Yo estoy
convencida de que hay que combatir la ignorancia, y nosotros tenemos que
contribuir un poco con eso: la gente merece una explicación, por lo menos [aquellos]
a quienes les interesa (C-1). El ciudadano no puede discernir, entonces lo más
importante es el nexo con el científico, y ahí entra la tarea de los medios (C-11).
Sin embargo, no todos confían en que esas falencias sean reversibles aun
con la implementación de mejoras en el sistema educativo y en las
estrategias de divulgación y comunicación. En este punto la percepción se
aparta del optimismo de las recetas previstas para el déficit por el enfoque
clásico, lo cual es bastante comprensible: estos sujetos conocen desde dentro
la complejidad de las prácticas de producción de conocimiento y desde esa
posición intuyen que el problema no admite soluciones esquemáticas como
las que supone la hipótesis lineal, ni a nivel de la transmisión de
conocimientos ni a nivel actitudinal. Se cuelan insistentemente en el
discurso los calificativos de “insuperable”, “insalvable” y la ya reiterativa
imagen de la barrera difícil de atravesar; actitudes personales de “no sé
cómo pelear contra eso”; o dudas profundas a nivel de “no sé si será posible
alguna vez lograr un acercamiento, no sé si podremos darle una solución”.
Hay asimismo matices gestuales, emocionales, difícilmente transmisibles en
este contexto que trasuntan un pesimismo irrefutable: el frío desencanto del
tono de voz de un químico, la vehemencia con que una paleontóloga se
pregunta si sería necesario ir a la plaza principal a contar y explicar sus
descubrimientos más recientes “todo para que la gente no nos desconozca,
no nos desvalorice...”. En otras intervenciones, sin embargo, la fuerza del
discurso es de por sí contundente:
- Más que separación, que parece algo intencionado, yo creo que es peor: es...
ignorancia. No sé cómo expresarlo, no es desinterés, tiene que haber una palabra
mejor... Yo siento que la ciencia no existe para la gente, no pasa de ser un
condimento más del espectáculo cotidiano. No tiene un rol social, nada. Es peor que
si pensaran que es algo malo: por lo menos ahí pensarían algo... Es que directamente
no existe la figura social de la ciencia. Qué pesimista, ¿no? (C-3)
7
El mismo que fue descrito en el capítulo inicial como uno de los principales motivos del
interés de la comunidad científica británica por la comprensión pública de la ciencia.
ese afán institucional está presente entre los entrevistados, quienes expresan
con llaneza la relación que establecen entre el nivel de conocimiento del
público y la posibilidad de obtener su respaldo de cara a los ámbitos de
poder político, sobre todo en lo que concierne al financiamiento de la
investigación. Queda claro, en este sentido, que “si la gente no nos apoya va
a ser difícil poder revertir esa situación [de escasa valoración] en el Estado”.
Pero como “a la gran mayoría ni se le cruza por la cabeza la idea de que por
la ciencia pasa el futuro del país” eso conduce a que “obviamente los
gobernantes, que son hijos ¡de la opinión pública!, creen que siempre
pueden acortar un poco más el presupuesto para la ciencia.”
La impresión de que el distanciamiento repercute negativamente en la
ciencia vía la falta de comprensión y apoyo de los ciudadanos es una
interpretación claramente articulada y compartida entre los miembros de la
comunidad científica; sin embargo, no es su única preocupación ni la que
más impacta. Apenas la conversación avanza y la confianza empieza a
desvanecer las reservas iniciales, la cuestión va tiñéndose de subjetividad y
adopta una impronta de malestar personal que supera en mucho la demanda
de reconocimiento de la práctica profesional. Es el punto en el cual la
representación de la brecha abreva en esa lectura especular mencionado al
comienzo de este capítulo, según la cual la imagen del problema involucra
no sólo la propia percepción sino una anticipación de la percepción de los
otros. Desde esa perspectiva, los expertos sienten que son vistos por el resto
de la sociedad como “ratas de laboratorio”, “bichos raros que vivimos fuera
de la realidad”, “gente que hace cosas difíciles e incomprensibles” o “esos
locos que están con cosas raras, que trabajan cuando quieren… a veces creo
que nos ven como algo parecido a Indiana Jones”.
El problema no es sólo qué tan ajustadas sean esas proyecciones -es
decir, hasta qué punto se corresponden con el imaginario de los legos8- sino
que ellas, a su vez, acaban configurando otra imagen, la del público en la
percepción de los expertos. Si las representaciones modelan las actitudes
adoptadas por los agentes en el curso de sus relaciones, resulta evidente que
no es tarea sencilla mantener un diálogo con alguien que uno cree que cree
de uno que es una rata, un bicho raro o un loco que trabaja cuando quiere.
Allí radica para los científicos un aspecto central de la significación
subjetiva de la distancia: alguien que se concibe a sí mismo como “parte de
todo”, que tiene “los pies bien puestos sobre la tierra” y que "trabaja para el
beneficio de todos” y que, por tanto, se siente personalmente afectado por
una percepción que -está convencido- es bien diferente hacia el otro lado de
la línea. En ese juego de anticipaciones y expectativas cruzadas que empieza
a delinearse, y se profundizará a medida que avancen los capítulos, no es
casual que la separación con la sociedad se advierta como “algo que los
8
De hecho, en los siguientes capítulos se podrá notar que estos elementos constituyen un
aspecto secundario de la percepción del público y sus connotaciones, mucho menos
desvalorizadoras de lo que sus destinatarios suponen.
otros me hacen sentir, una distancia que me molesta y contra la que no sé
cómo pelear”, una situación refractaria a cualquier intento de acercamiento
y que “fastidia, fastidia mucho en lo personal, sobre todo cuando intentás
que alguien entienda lo que hacés”.
Las actitudes frente a ese panorama varían: mientras a algunos les genera
malestar e impotencia, no faltan quienes prefieren afrontarlo con cierto
humor. Y un químico, coherente con el lúcido pesimismo exhibido durante
todo el transcurso del diálogo, dará la batalla por perdida:
- Cuando digo que mi profesión es ser científica, las reacciones pueden causarte desde
depresión hasta hilaridad. Una vez, completando un formulario, puse como
profesión investigador y me preguntaron si era de la SIDE9 o detective. ¡Yo me
sentía una Chica Bond! Te quedás helada, te da bronca, o te reís. Esas reacciones
tienen que ver con lo que hablábamos antes, con que la gente a veces no sabe muy
bien qué es lo que hacemos. (C-10)
- Si voy a una reunión con amigos y me preguntan qué hago, yo digo una palabra y
cuando contesté dicen ah… y se van a otra cosa, porque sé que no me entienden y
creo que a la mayoría tampoco les interesa. Entonces últimamente opto por callarme,
porque sé que desde el vamos la palabra polisacáridos es para salir corriendo. (C-9)
Hasta el momento, del tenor de esos fragmentos podría inferirse que los
científicos hacen recaer todo el peso de la brecha en el público: en las
dificultades de comprensión que conducen al desinterés y la falta de
valoración, algo que afecta a la ciencia en general -a su posicionamiento
institucional- y a ellos en particular - menoscabados en su trabajo e
identidad profesional y, por esa vía, en su propia subjetividad. Sin embargo,
esa conclusión no hace justicia a la posición más amplia de la mayoría, que
involucra en paralelo una mirada reflexiva acerca de las responsabilidades
compartidas -o exclusivamente propias- por la situación. Esta interpretación
no se contradice con la anterior, más bien la complementa o complejiza: si
la gente tiene una representación de la ciencia y los científicos que disgusta
por distorsionada o negativa -una anticipación quizás excesiva-, esa imagen
tiene un origen y unas razones. Como afirma una entrevistada, no es lógico
suponer que esa representación es producto de una construcción unilateral
infundada, basada simplemente en cierta predisposición social oscurantista:
“el oscurantismo y la ignorancia la alimentan [a la imagen], y junto con eso
la brecha” pero no la han generado.
Más allá de la elusividad de ingenieros o científicos aplicados, el resto de
sus pares siente que el peso por la gestación de esa imagen es en buena
medida un asunto de la comunidad científica y, por ese motivo, una cuestión
que les cabe afrontar en lo personal. Hay un nosotros colectivo que asume
una responsabilidad por el apartamiento con la sociedad y algunos yo
individuales que se sienten compelidos a hacerse cargo de la situación; por
ejemplo, tomando iniciativas concretas de vinculación con el público o
9
Servicio de Inteligencia del Estado.
participando activamente de ellas. En este sentido, si bien hay acuerdo en
que los medios de comunicación tienen un papel prioritario en esa función,
también es cierto que aparecen reticencias respecto de la capacidad de los
agentes de interfaz para cumplirla. Ya sea fundada en experiencias
desafortunadas, o bien en una convicción personal menos corroborada que
argumentada, esta percepción mueve a algunos científicos a encarar las
funciones de divulgación por sí mismos; en otros casos, menos dispuestos
para la labor, a sostener que alguno de sus colegas debe hacerlo. Si bien
reconocen sus limitaciones para hacerse comprensibles, para ponerse a la
altura del ciudadano común -donde dar la talla implica “bajar de acá
[señalando el techo] hasta acá [el suelo]”-, también consideran que “la
difusión es una tarea tan importante que no la puede hacer otro, porque los
únicos que podemos explicar lo que hacemos somos nosotros”. O, por lo
menos, que se requiere que algún par se dedique a eso: si algo queda claro
es que “para no decir tonterías, mejor que lo diga quien sabe”.
A simple vista, esa actitud de implicación es coherente con el matiz
personal que adquiere para algunos el problema de la distancia con la
sociedad. Sin embargo, la motivación individual puede ser una explicación
plausible pero insuficiente. Hay todo un discurso oficial en boga cuya
influencia no puede ser ignorada, que enfatiza la necesidad de que la
comunidad científica desarrolle un sentido de compromiso más intenso con
las prácticas de vinculación, tal como reclamaba el Informe Bodmer hace
casi treinta años. En el marco de las políticas públicas se multiplican las
iniciativas destinadas a promover la apertura de las instituciones de
investigación hacia el medio e impulsar a sus integrantes a cruzar los
umbrales en dirección del espacio público: abundan en la actualidad las
llamadas Semanas de la Ciencia o Jornadas de Puertas Abiertas, las acciones
dirigidas a fortalecer las instancias de interacción con la comunidad -o a
crearlas- y los programas de capacitación para mejorar las destrezas
comunicativas de los teóricos de las supercuerdas. Cada vez en mayor
medida los científicos se ven interpelados no sólo en cuanto productores de
conocimiento sino también por la responsabilidad que les corresponde en el
proceso de su legitimación y apropiación social. Esa demanda creciente
ejerce una suerte de presión, explícita o sutil, que contribuye a explicar el
progresivo interés de los expertos por mejorar las vías de contacto con la
sociedad -además, naturalmente, de lo que sus propias inquietudes puedan
aportar al respecto.
Sin embargo, aún queda un largo trecho por recorrer. “Si no puedes
explicar a todo el mundo lo que has hecho, tu trabajo ha sido en vano”,
afirmaba Erwin Schrödinger y sus herederos todavía no han logrado
responder cabalmente al desafío. Por lo pronto, les resta recoger el guante
más allá del plano de las intenciones retóricas y detenerse por un momento a
reflexionar sobre sus concepciones y prácticas más arraigadas; preguntarse,
por ejemplo, qué hace o qué podría hacer concretamente cada uno para
evitar que el resto del mundo salga corriendo al escucharle hablar de
polisacáridos, wolframio o modelos cognitivos. Quizás lleguen a la
conclusión -un poco incómoda- de que es más fácil ser pesimistas y pensar
que al otro no le interesa ni les entendería, que hacer un esfuerzo añadido
por intentar modificar la situación.
En cualquier caso, ya sea producto de una motivación personal o
inducido por exigencias externas, los científicos tienen muy claro que el
interés por la práctica divulgativa no debe interferir en el desarrollo de sus
funciones básicas. Como afirma una de las entrevistadas más inquietas por
el tema, cualquiera “puede dedicarse sólo a la difusión, pero ya dejaría de
ser científico”. Cuando eso ocurre, cuando se percibe que la competitividad
profesional puede verse afectada por el tiempo destinado a las actividades
de vinculación, la elección cae de madura y éstas se interrumpen: “la
transferencia demanda mucho esfuerzo y no se tiene en cuenta, no se valora,
no puntúa… lamentablemente, para seguir en carrera llega un momento en
que tenés que parar y dejarla de lado”.
Como pudo observarse, la forma en que los científicos construyen el
sentido de la brecha con la sociedad está atravesada por representaciones y
expectativas acerca del resto de los agentes involucrados: por una parte, por
su imagen de los legos como aquellos que marcan y hacen sentir la
distancia; por otra parte, por su imagen dual de los agentes de interfaz, a
quienes consideran al mismo tiempo necesarios para facilitar la interacción
pero no del todo confiables en el cumplimiento de esa función. Esta
percepción provoca, a su vez, una alteración en la división del trabajo
implicada en el intercambio epistémico: quien produce conocimiento asume,
o es inducido a asumir, que su función ya no puede reducirse a ello sino que
también debe adquirir un grado de experticia para su transmisión social. No
es sencillo discernir hasta qué punto ese compromiso es consecuencia de
una predisposición personal al contacto con la sociedad, o producto del
mandato creciente sobre la comunidad científica de hacerse cargo en parte
de ello. En cualquier caso, como se mostrará en el siguiente apartado, ese
modo de concebir la separación entre un lado y otro del foso tiene
repercusión entre quienes se encuentran en medio de ambos.
3. En medio de la brecha
- Si pensás que es un conocimiento más, si sos coherente con la idea de que la ciencia
es una parte más de la cultura, entonces saber de ciencia es tan imperativo como
saber de ópera, de los autores del neorrealismo italiano o de los novelistas franceses
del siglo XIX. (PC-3, el énfasis es propio)
¿QUÉ ES LA CIENCIA?
1
En este sentido cabe recordar la crítica de Bauer a las encuestas de percepción, citada en
el capítulo 1, que valoran la concepción de ciencia del público como correcta o incorrecta
por referencia a cierta reconstrucción paradigmática -definida en función de términos tales
como teoría, deducción, falsación experimental, observación y similares-.
Al hilo del razonamiento la respuesta es previsible -bien o mal, la gente
comprende como comprende- pero no evasiva. Si el objetivo es acceder al
contexto significativo de la interacción entre científicos, públicos e
interfaces, y de qué manera sus presupuestos condicionan el diálogo
epistémico, entonces lo relevante es conocer esas representaciones tal cual
son, tal como los agentes las expresan, reflexionan acerca de ellas y orientan
sus actitudes y prácticas -colectivas o individuales- sobre su base.
Evaluarlas como correctas o incorrectas no aporta ni resta a la cuestión, ni
es el caso de detectar las percepciones erróneas para refutarlas y combatirlas
-como sostienen aguerridamente Bodmer y Wilkins (1992). La comparación
valiosa no es la que apunta a comprobar su grado de fidelidad o alteración
respecto de un escurridizo objeto externo, algo así como la ciencia real, sino
la que pone frente a frente a las propias imágenes que los sujetos traen a la
interacción. Ese cotejo, que se mantiene en el plano de las construcciones
simbólicas, es la clave para determinar en qué sentido éstas confluyen o se
desvían, promoviendo u obstaculizando la fluidez de la comunicación,
generando condiciones más o menos apropiadas para el reparto del saber.
2
En el Anexo “Metodología” se detalla el modo en que fue construida la figura a partir del
análisis de los testimonios de nuestras fuentes y otros registros recabados durante las
sesiones de discusión focal.
Figura 1. ¿Qué es [para usted] la ciencia?
La cara luminosa
Como la luna de las mejores noches, la ciencia campea sin mácula -y sin
sorpresas- en el núcleo del imaginario social. El perfil común a todos los
grupos que la asocia inmediatamente con el tándem conocimiento/método se
completa entre los legos con el atributo inequívoco de progreso. También
expresada en términos de avance y mejora, la idea engloba dos aspectos: el
de adelanto cognitivo en cantidad y calidad -la evolución del conocimiento
es percibida uniformemente como acumulativa y meliorativa3-, y el modo en
que ese incremento sostenido impacta positivamente tanto en la experiencia
subjetiva -con la consabida referencia a los adelantos en la calidad de vida-
como en los beneficios que ha traído aparejados para un escenario más
vagamente definido como la Humanidad.
La inclusión de la idea de progreso como uno de sus elementos
definitorios explica la presencia del valor de utilidad en el centro de la
representación popular. Las condiciones epistémicas de rigurosidad de los
procedimientos y verificabilidad de las afirmaciones son tan consustanciales
con la ciencia como el carácter instrumental que su producto reviste para el
público. El conocimiento científico es un saber al servicio o en beneficio de,
3
La impresión general, sintetizada en las citas del apartado anterior, es que siempre se
termina “sabiendo algo más sobre la realidad”.
cuya razón de ser se cifra en los aportes concretos, aprovechables, que
pueda deparar: tanto sea la penicilina “que salvó miles de millones de vidas”
como “la luz eléctrica, que es todo”, la astronomía “que nos permitió
conquistar el espacio”, “los satélites meteorológicos, que hoy son
fundamentales” y la electrónica “que inventó los lavarropas automáticos”
(para las amas de casa, tanto o más imprescindibles que los satélites).
Desde ese punto de vista es coherente que un valor pragmático ocupe un
lugar privilegiado entre aquellos que se consideran distintivos de los
objetivos y la práctica científica porque, para este grupo, la aplicabilidad
directa o indirecta es el norte de la ciencia. A nivel del sentido común, la
convicción es que prácticamente no existirían conocimientos que no fueran
tarde o temprano aprovechables. En este contexto se sitúan las discusiones
acerca de la habitual tensión entre el valor pragmático y la legitimidad de
ciertas áreas de investigación adonde éste resulta en principio menos visible.
Por ejemplo, el conjunto de disciplinas que los participantes denominan
ciencias espaciales: frente a los cuestionamientos de los que pudieran ser
objeto, se las reivindica no ya -o no sólo- por los beneficios cognitivos que
reportarían sino por las aplicaciones que habrían generado. Por esa razón
“es retrógado criticar la carrera espacial, porque revierte en cosas tangibles
destinadas a todos. Te digo una que no me olvido jamás: los pañales
descartables. Los astronautas tenían que hacerlo en algún lado, y a raíz de
eso se inventaron los pañales. Es decir: ahí ves que esas cosas tan alejadas,
que a simple vista parecen... inútiles, hacen al avance de cada día.”
Los rasgos nucleares de avance y utilidad asociados al conocimiento
conectan con el tipo de emociones que los sujetos incluyen en este plano.
Porque, queda claro, los que concitan la admiración, el respeto o la
expectativa raramente son los componentes cognitivos de la imagen por sí
mismos sino por lo que sus aplicaciones puedan reportar a los fines del
progreso. La cura o el alivio de enfermedades son las referencias obligadas
en este sentido, pero también la aceleración de procesos de trabajo, la
diversificación de alternativas de ocio y comunicación, la minimización de
riesgos en ciertas actividades o el facilitamiento de las más cotidianas o
habituales. Todos esos aspectos conforman un extenso listado de temas
recurrentes que contrastan con las escasas manifestaciones que enfatizan el
placer o la admiración suscitados por el hecho de conocer más o mejor una
faceta de la realidad, ni mucho menos por el modo en que se persigue o
alcanza ese objetivo. De hecho, la asociación de la ciencia con cierta
concepción del método dificulta a algunos individuos detectar un contenido
emocional en su relación con ella; en este sentido, como sintetiza una
participante, “es más fácil ponerle emociones si pensás en la faz
tecnológica, porque en sí lo científico, el método, es algo depurado,
racional, ¿no?”.
Anclaje y demarcación de disciplinas: ciencias y “ciencias hippies”
4
Estos resultados son consistentes con los obtenidos en el contexto europeo mediante la
técnica de encuesta empleada para el Eurobarómetro 63.1 (European Commision, 2005): 1)
Medicina. 2) Fisica. 3) Biología. 4) Astronomía. 5) Matemática. 6) Psicología. 7)
Economía. 8) Astrología. 9) Historia. Y también con muy cercanos a los que se registraron
se reconoce a cierto grupo de disciplinas -mientras otras quedan relegadas a
un segundo plano-, lo que destaca es el modo en que el mecanismo de
anclaje se hace patente en cuanto los sujetos justifican sus elecciones. Es
decir, cuando evalúan en qué medida ciertas áreas de conocimiento califican
plenamente para ser integradas en la categoría de ciencia -porque se ajustan
a la imagen de conocimiento metódico, útil, riguroso y verificable, que
evoluciona y hace progresar-, otras aparecen como dudosas o
controversiales y otras son descartadas sin más:
- La imagen de ciencia que uno tiene siempre está referida a las ciencias duras. Esas
[psicología, sociología] son ciencias... ¡hippies! (1-3)
- Digamos: hay que dividir entre las que usan el método científico y las que no.
Crudamente es así. La historia, ¿es ciencia? Y... ciencia ciencia… no es. (1-5, el
énfasis es del entrevistado)
- Lo que pasa es que la psicología, la sociología, no tienen un objeto de estudio
determinado. El estudio del hombre es más subjetivo, puede tener muchas más
variaciones, pero al estudiar las plantas o una roca no tenés muchas chances: las
cosas son o no son. Se puede ser muy preciso, y en las otras no. (1-3)
- Las ciencias exactas son más… eso: exactas, certeras. Si se resuelve bien una
ecuación, el resultado es verdadero. En la psicología pueden variar las respuestas,
pero en las ciencias naturales hay una teoría verificada y punto. (1-2)
- Es que para ser ciencia tiene que ser como la matemática, o la física…. Lo que
cuentan de la historia... no está comprobado, cada uno da su versión. (8-4)
- Es que ahí hay más incertidumbres. Es decir, a mí me encantaría que fuera verdad,
que determinaran científicamente que San Martín cruzó los Andes con - 20º... ¡Pero
nadie me da la certeza de que haya pasado! Es como… un cuento… (8-4)
- Pero volvemos a lo de antes: hay ciencias exactas y otras no. El método no es
siempre el mismo: las ciencias se plantean problemas y buscan la solución, aunque
los caminos pueden ser distintos. Ni de la medicina se puede decir que sea del todo
exacta.... y no por eso vamos a decir que no es ciencia. (8-3)
- ¿¡Cómo que la medicina no es exacta!? (8-1)
- La ciencia no tiene por qué ser la oficina de reclamos del Universo. El conocimiento
no es culpable, es generoso: le da la posibilidad al hombre de usarlo para bien o para
mal. (1-1)
- Sí, está bien: depende de la intención del hombre, pero no de cualquier hombre sino
del científico. Una vez que el conocimiento está, quizás viene otro, menos ético que
el que lo descubrió, y hace con eso lo que quiere o lo que le piden. (1-2)
- Pero, además, el que hace ciencia aplicada sabe de antemano lo que está buscando,
cómo lo van a usar y para qué. No puede negar que lo sabe, lo planifica… (1-5)
- Pero entonces volvemos a lo que yo decía antes: el problema ¿es la ciencia, o es el
hombre con sus vicios? (1-1)
5
Con todo, las dificultades para aclarar la naturaleza del nexo entre ciencia y técnica no son
privativas del sentido común. Años de debate filosófico no han logrado superar el problema
pertinaz de la coextensividad o no de la racionalidad del conocimiento a la racionalidad de
su aplicación, y los cuestionamientos a la dualidad razón teórica / razón práctica que lo
resguardaría de evaluaciones éticas. Frente a semejante controversia, ¿se puede enrostrar a
la gente que naufrague en diferenciarlas taxativamente, que transforme su estrecha
interdependencia en lisa y llana identificación? En otras palabras, ¿es ignorante quien
comprende que, muchas veces, la búsqueda del saber tiene el objetivo de un hacer concreto
y anticipado? No parece sufrir un déficit cognitivo quien reconoce que, en ocasiones, los
científicos determinan previamente consecuencias y aplicaciones como parte de su
búsqueda teórica y que, por ende, no están eximidos de responsabilidad moral sobre ellas.
requirió de una serie de decisiones, elecciones y acciones externas a su
dimensión cognoscitiva; pero también tiene muy claro que estas jamás
habrían prosperado de no contarse con la participación activa de científicos
en el proceso. De ahí la consecuente exigencia de valores morales en el
ejercicio de su profesión reflejada en los rasgos de responsabilidad y
honestidad que son aludidas en la periferia de la representación con una
fuerte connotación de deseo y demanda. Es decir, no se afirma que sean
características fácticas de la práctica científica sino que se las postula como
ideal normativo del comportamiento de sus agentes6.
La otra cara de la inquietud sobre las responsabilidades concierne a quién
debe hacerse cargo de la inequidad en el acceso a los bienes científicos y
tecnológicos, un debate que pone sobre tablas el problema de los intereses
no cognitivos involucrados en su producción y distribución. En ese marco,
la idea de progreso es confrontada con los factores que, se intuye, no
permiten que los beneficios se extiendan de manera equilibrada entre todos
los miembros de una comunidad, un país o a nivel de la población mundial.
“A la ciencia le debemos muchos avances y mejoras, pero ¿quién tiene la
culpa de que sean para unos pocos?”. El reparto de cargas e incumbencias
abarca desde las asimetrías de orden económico y político entre países
desarrollados y subdesarrollados hasta las disputas entre los sectores público
y privado de investigación y desarrollo o la incapacidad de los Estados para
controlar a ciertas corporaciones “como los laboratorios farmacéuticos, que
siempre van a terminar quedándose con todo”.
Es significativa la disociación que se establece entre la naturaleza a la
vez ética y política de ambos problemas: la responsabilidad por las
consecuencias del uso del conocimiento se identifica principalmente como
una cuestión ética que atañe a los científicos, mientras que la falta de
justicia en la distribución es considerada un problema político y, en tanto
tal, imputable a unos agentes identificados de manera algo más difusa como
los políticos, los gobernantes o el Estado. Como consecuencia de esa
distinción, la institución científica sale mucho mejor parada en el debate
sobre la desigualdad de su distribución social que, como hemos visto, en lo
que concierne a los efectos negativos de sus aplicaciones.
El progreso, un atributo central, choca en esta polémica con los límites
que la gente entiende que diversos intereses imponen al reparto equitativo
del saber y de los beneficios de las técnicas. La identificación nuclear en
términos de avances y mejoras no se altera sino que se matiza con el ingreso
de contenidos ubicados en el cinturón externo: la ciencia de por sí es un
sinónimo de progreso, cognitivo y técnico, pero restringido en cuanto a su
6
La imagen pública de los expertos es otra de las claves para comprender las actitudes y
expectativas con que los ciudadanos se involucran en la interacción epistémica. Aunque,
como puede advertirse, se encuentra ligada estrechamente a la propia representación de
ciencia, por su relevancia particular será abordada específicamente en el siguiente capítulo.
alcance por los intereses extra-científicos involucrados en su producción y
circulación. En este punto, el espacio periférico hace notar su papel
protector de los componentes innegociables de la representación,
absorbiendo el impacto de la información y cuestionamientos provenientes
del entorno. En otras palabras: si se afirma que el avance del conocimiento
científico es inherente a las mejoras registradas en las condiciones de vida
subjetivas y objetivas, pero al mismo tiempo es evidente que esto es así sólo
para una parte de individuos y sociedades, se puede explicar lo segundo sin
renunciar a lo primero derivando el problema hacia aspectos secundarios de
la representación. De este modo, es posible mantener la opinión más
favorable en el balance de beneficios y perjuicios que la ciencia ha
significado para la humanidad sin que eso sea incoherente con admitir que
los mismos se encuentran desigualmente distribuidos.
Con escasos matices, la opinión unánime es que “el progreso está, pero
es para el que lo puede pagar”, que “cada vez hay más ciencia y tecnología
pero no llegan a una grandísima mayoría que vive en la pobreza”, y también
hay acuerdos en que “no es un problema de la ciencia, sino de una política
antisocial” -tanto sea que la inequidad se constate entre clases sociales como
entre naciones con diferentes niveles de desarrollo. Si bien el conflicto se
proyecta sobre diversos escenarios, buena parte de los tópicos que articulan
la polémica se concentran en el área de las ciencias de la salud,
especialmente sensibles a la implicación ciudadana por su cercanía e
impacto. No es de extrañar, por tanto, que las discusiones en torno de la
medicina reproduzcan un muestrario condensado, a escala, de la dualidad de
la imagen pública de la ciencia y su incidencia en las actitudes de los
ciudadanos. En primer lugar, allí aparecen claramente reflejados tanto el
reconocimiento por los logros y las expectativas como la convicción de que
su distribución reproduce mecanismos de exclusión social, porque “las
vacunas, o el aumento de las perspectivas de vida, no son algo masivo sino
para quienes pueden acceder a esos beneficios.” Muestra también la
certidumbre de que las prioridades de investigación muchas veces no
contemplan las necesidades de los sectores más desfavorecidos, porque eso
no constituye una inversión rentable: “el Chagas7, por ejemplo: ahí se ve
que se investiga sólo lo que reditúa… Que las enfermedades de los pobres
no se curan porque a nadie le interesa. Entonces: un mejor estándar de vida
sólo para algunos, otros viven menos años y peor.” Finalmente, al igual que
en otras áreas científicas, en el imaginario social sobre la medicina también
campean teorías conspirativas, como la producción deliberada de agentes
patógenos -tanto para ser utilizados como armas biológicas como para
generar la demanda de nuevos medicamentos-, o la convicción de que los
7
Enfermedad de Chagas-Mazza, o tripanosomiasis americana.
descubrimientos relativos a la prevención o cura de ciertas enfermedades
son ocultados para evitar la pérdida de negocios millonarios8.
Cuando la discusión en abstracto se enfoca sobre temas tan concretos
como la salud y la enfermedad, la tensión entre los contenidos más y menos
favorables de la representación social de la ciencia se despliega en toda su
magnitud. En ese campo se perciben algunos de sus logros más concretos y
espectaculares y, al mismo tiempo, se palpan sus limitaciones -propias o
impuestas-; allí se cifran esperanzas, admiración y gratitud y se suscitan las
frustraciones e incertidumbres más acuciantes. Es el escenario arquetípico
en el cual se enfrentan a los ojos del público la cara luminosa del
conocimiento al servicio a la humanidad con la cara oscura de múltiples
intereses que lo atraviesan en todos sus niveles; intereses responsables,
justamente, de que esa naturaleza intrínsecamente positiva -sin perderse- no
siempre logre manifestarse.
9
Uno de los objetivos al momento de planificar las entrevistas con los expertos era
comparar la imagen de ciencia que recordaban tener al comienzo de sus carreras con
aquella que -presumiblemente- habrían reconstruido durante los años de desarrollo
profesional. La reiteración uniforme de la idea de búsqueda como el elemento invariable
entre ambos momentos permite suponer que se trata de un contenido simbólico constitutivo
de la representación de este grupo.
- Más allá de lo que aprendés, de lo que la ciencia es y no era… Cuando tenés premio
y encontrás algo que te sorprende, algo que justifica los meses de búsqueda, ahí te
reencontrás con lo mejor… con lo mejor de todo eso. (C-6)
10
Por fuera de los atributos de rigurosidad, precisión y originalidad, parecería que el resto
sí podría ser objeto de opinión individual. Pero lo interesante es lo cercanas que son esas
opiniones, aunque cada quien las considere propias y dude en hacerlas extensibles al resto
de sus colegas. Un caso muy evidente son las reflexiones acerca del valor estético de las
teorías, las técnicas y procedimientos. “Yo asocio a la ciencia con la belleza” sostiene un
bioingeniero, “porque me gusta la música, el arte en general y siento que la ciencia sigue un
patrón semejante, pero creo que la mayoría ni se lo plantea.” Pero resulta que en el
despacho contiguo hay alguien que, además de planteárselo, le asigna un rango privilegiado
en su campo: “La belleza… es muy de la física. De hecho ha llevado a desarrollar teorías
importantísimas”. Y también el químico especialista en polisacáridos, para quien “la belleza
es un valor intrínseco de la ciencia, aunque hoy día nadie se preocupe de eso”, y la geóloga
que afirma que la micro-termometría de inclusiones fluidas es una técnica “que encierra
gran belleza, aunque si lo digo se me reirían en la cara.”
creativa.” Mientras que “la gran masa trabajamos y contribuimos al
conocimiento en escaloncitos, cada tanto hay un salto cuántico en
originalidad, en contribución…” y aunque no siempre se lo logre “ para los
corredores de fondo, la originalidad es inseparable de la carrera, es la meta a
la que nunca dejás de aspirar.”
La creatividad, el desafío y la libertad de acción y producción articulados
en torno de la búsqueda como idea-fuerza condensan la propia cara amable
de la ciencia para sus protagonistas; una imagen que, como ya se afirmó,
resulta arduamente separable de la percepción de sí mismos, de sus
experiencias y rutinas. Sin embargo, tal como se observa en la Figura 1,
para que esa significación sea completa es preciso incorporar los contenidos
que pueblan la periferia de la representación. En este plano se opaca toda
distinción entre objeto y agente: la ciencia es la práctica científica y la
práctica científica es mi trabajo, identificación transitiva que hace aflorar
una serie de ambigüedades y conduce a matizar las connotaciones idílicas
descritas hasta el momento con atribuciones valorativas y emocionales
visiblemente diferentes de las registradas en el núcleo central.
11
Esta no es la única oportunidad en que aparece el recurso a la autocomparación con un
religioso. Otro de los entrevistados lo expresaba en estos términos: “[para ser científico]
hay que tener una especie de entrega… la misma entrega del sacerdote, digamos. Para mí
tiene un valor superior, fundamental, es algo muy personal.”
estructurado: no es un trabajo en el que puedas hacer lo que ya está escrito,
todo el tiempo estás poniéndote a prueba”.
Mientras algunos científicos se empeñan en acompañar el afán
desmitificador con que los divulgadores procuran naturalizar su figura frente
al público, la tendencia hacia la diferenciación reaparece en la mayoría de
los casos en algún momento de la charla -de manera similar a lo que, a la
postre, vimos que acaba prevaleciendo también entre las interfaces-. Por
más que se intente despojar a la práctica científica de particularidades, éstas
terminan emergiendo indefectiblemente en los relatos. Así, cuestiones en
principio tan prosaicas como la duración de la jornada laboral o el descanso
escaso terminan enlazando con referencias a pasiones y obsesiones
inseparables de la producción de conocimiento; el profesional que encara su
día “como cualquier otro” es, en realidad, un artista; y las decepciones, que
las hay como en todo trabajo, en éste no son aptas para cualquier talante:
- Durante 20 años yo no tuve vacaciones como cualquier persona: daba clases durante
el año y en el verano iba a la cordillera a hacer mis recolecciones. ¡Una constancia a
prueba de balas! Pero estar ahí compensa todos los sacrificios. (C-6)
- Esto es mucho más que un trabajo de tiempo completo, es una pasión que va más
allá de las 10 o 12 horas diarias, es una obsesión: si uno no lo hace es difícil llegar a
algo en esta profesión. ¡Estamos más acá [el laboratorio] que en casa! (C-12)
- Hacer ciencia es levantarse a la mañana como todos los demás, pero en vez de
sentarte y hacer lo que te dicen, estás trabajando en tus propias ideas, con la libertad
de hacerlo como quieras. El científico es un pequeño artista: es el arte de diseñar un
experimento, de aprender de los errores… (C-15)
- Es un trabajo que te somete continuamente a la frustración, al fracaso: a veces no se
puede, o la hipótesis está errada, o qué se yo… Quiero decir, hay que tener una
fortaleza de carácter muy especial para sobrevivir. Cuando fracasás hay que ser
constante, no tener altibajos. Eso, caracterialmente, no lo tiene cualquiera. (C-1)
- En cualquier otra actividad social eso [que ganar más dinero por un proyecto podía
torcer las investigaciones] hubiera sido una verdad de perogrullo: si uno puede ganar
económicamente más con algo, es obvio que lo va a hacer; porque además, por más
que pongan muchas barreras éticas, se va a ver inclinado hacia algún lado. En fútbol
se incentiva a los jugadores para que ganen o pierdan; en política es clásico hablar
de corrupción, endogamia, tráfico de favores. ¿Por qué un científico que puede
ganar con su descubrimiento, patentarlo, no va a tratar que esos resultados sean los
que espera? Eso es una obviedad en cualquier actividad social, pero en ciencia hubo
que demostrarlo, y se demostró: hay innumerables publicaciones que muestran cómo
los conflictos de interés afectan los resultados de investigación. (PC-6)
- Cuando uno muestra distintas perspectivas, y pone en evidencia las cosas que están
en juego, no creo que al público le complique el panorama. Al contrario, se lo
simplifica, porque le muestra que la ciencia no está recortada del resto de las
prácticas que observa en la sociedad. (PC-6).
Otros mantienen una posición matizada: por un lado, destacan el valor que
adquiere cierta información para el escrutinio examen público, pero al
mismo tiempo reconocen que el efecto puede ser inverso al que se procura.
Esto es, que hacer evidente la intervención de factores extraepistémicos en
la ciencia podría contribuir más a profundizar los resquemores que a
promover un juicio razonable:
- Yo quisiera que la gente sospechara mucho más. Por ejemplo, ahora se sabe cada
vez más el dineral que invierten los laboratorios que manejan la investigación, y
entonces la gente está aprendiendo a desconfiar. Eso es bueno, siempre que no se
transforme en… en la crítica porque sí. Ya de por sí la gente tiene suficiente miedo a
la ciencia en muchas cosas como para, encima, cargarle las tintas… (PC-3)
1
Capítulo 3, apartado Las representaciones como sistemas de expectativas.
predisposiciones ideológicas hasta tipos físicos, registros lingüísticos, gustos
o aún condiciones socioeconómicas. Cada sujeto será evaluado en función
de su ajuste a la imagen previa que proporciona la categoría, y cuanto diga o
haga pasará por el tamiz que imponen esos presupuestos. Por ejemplo,
veremos que entre el público el paradigma del científico confiable es aquel
que -entre otras cualidades- es pobre, ya que eso demostraría la ausencia de
intereses o ambiciones económicas que pudieran sesgar el curso de su
investigación, inducirle a distorsionar resultados, a mentir u ocultar
información. Es evidente que esa imagen no contribuye a evaluar con
ecuanimidad el crédito que puede conferirse al tipo opuesto de informante -
un científico rico-, pues todo aquello que afirme será recibido con
suspicacia, tenga ésta un asidero razonable o sea simplemente producto del
prejuicio. Cuanto más elaborada la representación y socialmente afianzado
el estereotipo, más precisa se torna la definición y articulación de las
propiedades de la clase, y más complejas las relaciones entre ellas, las
anticipaciones que promueven y el juicio dedicado a los casos individuales.
Este es precisamente el nudo de cuestiones que es menester desentrañar.
Sobre todo teniendo en cuenta que la red de representaciones-expectativas
que sostiene el público no es la única que se pone en juego en este
escenario. Si, como propongo, todos los individuos se incorporan a la
interacción portando un conjunto de representaciones y presupuestos, nos
encontramos frente a una trama densa, plagada de intersecciones y
solapamientos entre lo que cada uno ve, lo que cree ver, lo que espera y lo
que desea de sí mismo y de los demás, tal como se refleja en la siguiente
tabla2.
2
Sin contar con que la red puede ser todavía mucho más intrincada si añadimos que alguno
de los agentes tendría asimismo una representación de la representación del otro sobre él. El
papel que cumple este tipo de anticipación ya fue introducido en el capítulo cuatro
(apartado Hacia el otro lado de la brecha)cuando se describió el modo en que los
científicos creen que son percibidos por los miembros del público, y cómo esa imagen se
expresa entre los fundamentos de su percepción general de la brecha con la sociedad.
Tabla Nº 2. ¿Qué ves cuando me ves?
3
La mayoría de esas posiciones fueron reflejadas en los capítulos dos y tres: Hardwig
(1991), Adler (1994 y 2006), Goldman (1999). Véanse también, entre otros, Williams
(2002), Baier (1986) y Holton (1994).
método apropiado, resistencia al auto-engaño, persistencia y esfuerzo, entre
otras. Pero, además, se espera de él que sea sincero al comunicar la
información, sin retacearla ni mucho menos tergiversarla o falsarla.
Competencia intelectual y honestidad moral, por tanto, es lo que distingue a
una autoridad cognitiva en quien se justifica depositar confianza: las
garantías de que está en buenas condiciones para obtener el conocimiento
que ofrece y que no miente al expresarlo.
El objetivo en lo que sigue es mostrar cómo se traduce ese modelo
normativo en la práctica concreta de evaluar a un agente en particular, o a
una clase de agentes, con independencia de su rol en el intercambio. Es
decir, sin limitarnos al modo en que son juzgados los informantes sino
extendiendo el análisis para abarcar en su totalidad la red de atributos y
presupuestos que sostiene las autovaloraciones y valoraciones recíprocas de
todos los participantes. De ese modo podemos comprender lo que subyace a
las actitudes de confianza o desconfianza mutuas, de predisposición o
reticencia frente al diálogo, de legitimación de impugnación del otro como
agente habilitado para la discusión. Lo que interesa es determinar cuáles,
entre los diversos atributos que conforman la representación que cada quien
tiene del otro, son considerados indicadores valiosos para calibrar su
condición como interlocutor en el proceso. Para la gente, la pobreza del
científico es un indicio significativo que permite presumir su fiabilidad,
¿qué otras propiedades completan el estereotipo? Los divulgadores ¿juzgan
su calidad como informante con los mismos criterios que el público? ¿Por
qué, bajo la mirada de los expertos, no habría diferencias significativas en la
posición que ocupan el público y los periodistas en el plano de la relación?
En el capítulo tres nos asomamos a algunas situaciones cotidianas, en las
cuales un nudo de anticipaciones y expectativas recíprocas condicionaban
las perspectivas de diálogo entre entre los individuos, y nos preguntamos
qué ocurriría al situar esos contactos en el escenario promovido por el
Modelo de las Tres D. Retomemos ahora esa propuesta y supongamos que
en una situación no tan cotidiana coinciden muy cortésmente tres vecinos. A
considera que B y C tienen pocas luces. B coincide en su opinión sobre C, y
a la vez está convencido de que A es algo pedante y nunca está del todo
dispuesto a contar lo que sabe. C, por su parte, oscila entre creer que los
otros son personas intachables y pensar que habría motivos para recelar de
ellos. De lo que no le caben dudas es de que entiende bien poco de lo que
hablan. Supongamos que la conversación gira en torno del trabajo de A en
una empresa llamada Acelerador de Partículas… ¿Sería posible que, bajo
esas condiciones la conversación trascendiera el mero intercambio de
palabras de ocasión?
4
Eso es consistente con una interpretación detectada por Mike Michael (1992) en una serie
de entrevistas en profundidad, durante las cuales los sujetos expresaban la misma sensación
de no estar “mentalmente equipados para entender a la ciencia”, la percepción de que el
conocimiento científico es un espacio vedado al acceso de individuos “constitutivamente
carecientes” de las competencias necesarias.
sí mismos como integrantes genuinos de un espacio en el cual, retomando la
expresión de Broncano, todos los participantes “hablen la voz y la cabeza
alta”. Por el contrario, cuando se expresan lo hacen en voz baja, casi
disculpándose por intentar intervenir desde su limitado lugar de ciudadanos:
- Uno tendría que pensar que todos podemos opinar desde lo que somos. No como
científicos, pero sí como... no sé... como una persona cualquiera, de nuestros
problemas, con la capacidad que cada uno tenga. Ellos dirán lo suyo, pero nosotros
también tendríamos que poder decir algo... (4-2)
… y apenas cargar las tintas, como veremos, también mártir como René
Favaloro o físicamente impedido como Stephen Hawking. El estereotipo del
buen científico puede ser tan exigente que es difícil imaginar cómo haría
una persona normal para satisfacer el nivel de expectativas depositadas en
estos superhéroes del conocimiento que, reemplazando la capa por la bata,
poco tendrían que envidiarle a sus colegas del comic. Densa en contenidos y
relaciones, la imagen oscila entre las asociaciones más trilladas -los
consabidos clisés visuales del hombre entrado en años, poco agraciado,
vestido de blanco y manipulando jeringas y tubos de ensayo- hasta
presunciones más elaboradas acerca de un talante excéntrico, hábitos, gustos
y reacciones emocionales. Merced a esa representación, “nadie imagina a
Madame Curie perdiendo tiempo en un salón de baile”, y Alfred Nobel “es
el prototipo del científico que no puede con su conciencia: inventó la
pólvora y después, como se sintió culpable, creó el Premio Nobel para que
lo recuerden mejor”. Darwin o Einstein, por su parte, son los paradigmas del
“genio que no le tiene miedo a la transgresión, que entiende que todo lo que
creemos es un error y él solo puede crear algo completamente distinto”.
Las formas idealizadas -también ambivalentes- que asumen las imágenes
públicas de los científicos han sido analizadas en numerosas oportunidades5.
5
El tema aparece en clásicos de la sociología de la ciencia, como el de Derek de Solla Price
(1963), en Mahoney (1976) y en Mulkay (1979), con un afán de crítica del carácter cuasi
mítico de la representación. Investigaciones como la de Petková y Boyadjieva (1994) hacen
hincapié en las funciones que cumplirían esas idealizaciones tanto respecto de la propia
comunidad científica como en su relación con el resto de la sociedad. Otros estudios
enfocan la cuestion desde la perspectiva de las imágenes generadas por la comunicación
pública de la ciencia y la industria cultural. Entre ellos cabe mencionar los trabajos de
Weart (1988), acerca del estereotipo del científico loco en la literatura, el cine y los medios,
y de Schnabel (2003), sobre la ambigüedad de las imágenes periodísticas que los presentan
alternativamente como ángeles o demonios. Dorothy Nelkin (ob.cit) señala la paradoja de
los abordajes de divulgación con pretensiones naturalizadoras que excepcionalmente los
representan como seres humanos, elevando esa condición a nivel de rasgo destacable. Los
científicos/as también duermen, tienen familia, saben cocinar (ellas) y quizás juegan al
fútbol (ellos); pero el hecho de que exhiban secundariamente características humanas
Sin embargo, lo que nos interesa en este contexto es un aspecto muy preciso
de esas representaciones: los atributos que caracterizan en el imaginario
popular a un agente en quien es posible depositar confianza, aquellos que se
perciben como indicios de las aptitudes epistémicas y morales que certifican
su autoridad. Y lo primero que se advierte al enfocar ese plano es que no
escapa del carácter hiperbólico que define a sus contenidos en general. Para
empezar, un experto creíble no es meramente competente sino genial, un
rasgo de excelencia que en muchas oportunidades se liga de manera casi
inmediata con el Primer Mundo. Porque, al parecer, “si es realmente tan
bueno no se va a quedar trabajando acá, por nada y para nada ¿no?”. Eso
conduce a que, independientemente de su origen, los informantes que
inspiran un alto nivel de confianza sean aquellos que se desempeñan en una
institución norteamericana o europea, cuyo crédito se transfiere a los
descubrimientos de un físico latinoamericano, africano, o asiático, que
difícilmente hubieran pasado la prueba de ser obtenidos en otro sitio que no
fuera el MIT o similares. Por otra parte, a la par del genio superlativo, para
ser completamente creíble no bastaría con ser además honesto y sincero sino
demostrar unas virtudes morales cercanas a la beatitud y, en la medida de lo
posible, una modestia y despojamiento semejantes a las de un asceta. Desde
ese punto de vista, no es de extrañar que una estampa de la histórica
precariedad presupuestaria de la ciencia argentina -la que ofrece un Premio
Nobel sentado en una silla desvencijada6- devenga símbolo extendido de la
humildad inherente al genio “que realmente no tiene un interés personal”
sino que lo deja todo por la ciencia”; una virtud que, por consiguiente,
“debería ser lo primero que se le inculque a alguien con vocación de
científico que quiere ser respetable”.
A la par de la pobreza como signo del carácter incorruptible y la
honradez exacerbada, otro valor que al parecer cotiza alto en el examen de
credibilidad es algún tipo de fatalidad imbricada en la relación del sujeto
con la ciencia, un rasgo que eleva el estereotipo a su máxima potencia y
expresión. Ejemplo de ello en toda regla es la percepción uniforme del
suicidio del médico René Favaloro como una inmolación en aras del ideal
frustrado del conocimiento al servicio del bien común, por la cual pasa de
- Lo más importante para que [un científico] sea confiable son las limitaciones éticas.
Inteligencia, constancia y disciplina tendrá sí o sí, porque si no no puede ser
investigador, el mismo trabajo lo requiere, pero la ética hay que exigírsela. Y ser
sincero es básico, porque uno no tiene forma de saber si lo que dice es cierto más
que confiar en que no miente. (…) Uno lo identifica con alguien entregado casi
monacalmente, humilde, renegando encerrado en el laboratorio, ciego de estudiar,
pobre. Un científico que es humilde da más confianza que uno lleno de plata, porque
eso da la pauta de que no transa. El que no es ambicioso no lo hace por una cuestión
económica, sino porque es un sentimiento, una necesidad y la gran retribución la
encuentra en el placer de hacer lo que le gusta. De los que trabajan por la
rentabilidad o por el beneficio, de esos es de los que hay que desconfiar. (…)
Resumiendo, para mí lo fundamental es el altruismo, la honestidad, la
responsabilidad, manejar utopías, buscar el beneficio de todos antes que el propio…
7
Una situación idéntica fue descrita en el capítulo anterior respecto de la representación del
híbrido tecnociencia, donde los valores nucleares de utilidad, rigurosidad y verificabilidad
del conocimiento se presumen pero los de responsabilidad y honestidad en sus aplicaciones
tecnológicas se exigen.
dicho que las fuentes de información son responsables de proporcionar al
público elementos de juicio para que éste pueda decidir de manera razonable
a quién se justifica creer o no; o, dicho de otra manera, para evaluar qué
creencias o afirmaciones son más aceptables en virtud de donde provienen.
Pero, además, también señalamos que el desdoblamiento de la relación
testimonial supone que los propios mediadores asuman el papel de
informantes frente al público. Eso hace que ellos mismos sean percibidos
también como portavoces de la ciencia y que, como resultado, en muchos
casos se torne difícil distinguir la confianza depositada en la fuente original
de una afirmación de la que inspira la interfaz que la comunica.
Eso no es una novedad. El 30 de octubre de 1938, el pánico se apoderó
de los habitantes de Nueva York mientras los locutores de la Columbia
Broadcasting System relataban en vivo una invasión marciana y un
científico, el profesor Pierson, iba explicando los hechos a medida que
avanzaban los alienígenas. Claro que Pierson era el actor Orson Welles y el
supuesto noticiero, una adaptación de la novela de H. G. Wells La Guerra
de los Mundos, pero la credibilidad de la cadena de radio más importante de
la época fue suficiente para que algo tan inverosímil fuera tomado muy en
serio y se desatara la histeria colectiva. En la actualidad, las cosas no
parecen haber cambiado demasiado. “Si leo en un diario, en un diario serio,
que clonaron a un ser humano, lo creo”, afirma una joven, aludiendo a cierto
pacto tácito con los medios de comunicación, un contrato de lectura
claramente diferente al que establece, por ejemplo, con la literatura, y que
sitúa a los hechos o afirmaciones científicas referidos en un marco no
digamos de verdad pero sí como mínimo de no-ficción. La diferencia entre
la clonación que vemos en tantas películas de ciencia ficción, la que narra
Adolfo Bioy Casares en su cuento Máscaras Venecianas y la que podría
aparecer en una noticia periodística es la misma que existe entre la novela
de H.G. Wells y su dramatización radiofónica, más precisamente “el
soporte: se cree por el soporte”.
Sin embargo, como se desprende del énfasis en el requisito de seriedad
que se exige del periódico, el voto de confianza no se extiende de manera
indiscriminada. El público juzga la confiabilidad de las instancias
mediadoras del mismo modo que evalúa a las fuentes expertas, en función
de una serie de representaciones y expectativas previas, en un proceso en el
que con frecuencia ambas acaban solapándose y no es posible discernir con
claridad quién resulta finalmente el garante de la información. El mismo
hecho fáctico puede ser más o menos aceptable en función del contexto de
publicación, y ese criterio resulta asimismo valioso para determinar si el
contenido de una afirmación puede considerarse conocimiento científico
una patraña. En ese sentido, por ejemplo, el estatus epistemológico de la
proposición “existe agua en un planeta extrasolar” estaría sujeto al medio
que la recoja y difunda:
- Yo creo que es el contexto en el que se dice lo que le da legitimidad. Si tal cosa yo
la leo en una revista… de ovnis, o en internet, no la voy a creer, pero si aparece en
televisión o en La Nación no voy a tener problema en darlo como cierto8. (5-1)
- Ojo: en la tele, en programas que se pueden creer, porque si lo del agua lo ves en
Infinito no te da certeza de nada, al contrario. (5-2)
- Sí, claro, digo en los programas o en los canales científicos, o en un noticiero.
Llegan de un medio al que le das una importancia, una seriedad. Pero si lo leo en
internet o lo veo en Infinito sé que lo más probable es que sean macanas9. (5-4)
8
Durante las sesiones focales se propuso a los asistentes la lectura de dos artículos de
divulgación como motivadores de la discusión grupal: “Hay agua en un planeta extrasolar”
y “Superlente: un nuevo mecanismo ‘reduce’ las ondas de luz” (Sección Ciencia/Salud del
Diario La Nación, Argentina, ambos de julio de 2007), que serán referidos con frecuencia
en este capítulo y el siguiente.
9
Infinito es un canal de televisión por cable, cuya programación se orientó desde su origen
en 1994 a un amplio espectro de pseudociencias, fenómenos paranormales, “realidades
alternativas”, mística y astrología. A partir de 2009 se aleja progresivamente de los
contenidos esotéricos y se convierte en una señal generalista.
“Claro: si un documental de
Infinito te muestra a uno de esos
locos de los raelianos diciendo
Negativa Negativa (d) Rechazo que clonó a alguien, quedáte
tranquilo porque seguro que no
pasó nada.”10
10
Los técnicos y empresas mencionados en la tercera fila aluden a los involucrados en el
“conflicto de las papeleras” que enfrentó a Argentina y Uruguay por la instalación de una
planta productora de pasta de celulosa sobre la margen oriental del río Uruguay. TN (Todo
Noticias) es un canal de televisión de noticias por cable. Infinito: ver nota anterior. La
última cita refiere al anuncio del nacimiento de un bebé clónico formulado en 2003 por una
empresa biotecnológica vinculada con la secta raeliana.
diálogo; éstas, por adelantar, no resultan precisamente alentadoras para su
legitimación como agentes en el intercambio epistémico.
- La gente no tiene forma de penetrar en los detalles técnicos, pero tampoco está
obligada a creernos porque sí. Porque hay muchas cosas otras cosas que sí podría
11
Un editorial de Nature (2008) afirma que .éstas son actualmente más comunes de lo que
la mayoría de investigadores estaría dispuesta a admitir. La cuestión de cómo y por qué
engañan los científicos, las formas y grados de las conductas dolosas -entre las cuales la
mentira lisa y llana es sólo una de las posibilidades-, es analizada por Federico di Trocchio
(1995), para quien “la engañología es la ciencia que enseña a los científicos cómo engañar a
otros científicos. Estos, a su vez, convencen a los periodistas, quienes finalmente se
encargan de seducir a las masas.” (ibíd., 7-9). El tema también es abordado en un dossier
especial de la revista Science Communication (vol. 14, 1992). Desde un enfoque
epistemológico, es interesante la polémica acerca de los mecanismos de control y sanción
que ejerce la comunidad científica frente a los miembros que desertan de la confianza
mutua y el proceso cooperativo, castigando con la exclusión ejemplificadora a los
tramposos (Blais, 1987; Hardwig, 1991; Adler, 1994).
saber: cómo se evalúan las publicaciones, los congresos. Saber cómo se manejan los
estándares generaría confiabilidad: saber que hay un colega que revisa siempre, que
su misión es encontrar las fallas, que no se publica cualquier cosa… El problema es
que todos esos mecanismos internos la gente ni siquiera se los imagina. (C-3)
- El desinterés no pasa por restarle valor a la ciencia, sino por el esfuerzo que le
demanda a la gente entender una información de ese tipo. Por eso muchos se retraen.
Y ahí entraríamos nosotros, en facilitar el proceso: esa es nuestra función (PC-4).
- Si la persona no tiene una motivación, si no percibe que la ciencia le afecta en algo,
la reacción más normal es ‘¿para qué perder el tiempo con algo que no entiendo ni
me importa?’ Pasa página, a otra cosa. La divulgación tiene que resolver las dos
cosas: lograr que entienda y que le interese. (PC-5)
“Los científicos son gente tan… ¿Cómo decirlo? Tan especial. Algunos
piden las notas para leerlas previamente, otros -me pasó- te pueden
cuestionar las traducciones del inglés, porque es erróneo decir que las ratas
están ‘embarazadas’ en vez de ‘preñadas’...” Sumado a otros ejemplos que
recuerda con detalle, el desacuerdo en torno del mejor modo de expresar la
gravidez de un roedor -o roedora, como recomendaría la corrección política
vigente- conduce al divulgador a concluir que entre los expertos “hay
distintos niveles de sensibilidad, de susceptibilidad”, atributos que aportan a
ese carácter “especial” con que los distinguiera previamente. Como él, sus
colegas no escatiman relatos y anécdotas cosechadas en el transcurso de sus
relaciones con la comunidad científica, que rondan en torno de usos más o
menos laxos o restrictivos del lenguaje, la validez de las metáforas o
analogías que emplean unos y cuestionan otros, o el énfasis en determinados
aspectos de un tema que ellos defienden y los científicos deploran. El
historial de experiencias deja en los agentes de interfaz marcas simétricas a
las ya descritas en sentido inverso, que refuerzan tanto la imagen sobre sus
interlocutores como la forma de entender el vínculo y sus constricciones.
No obstante, el prejuicio de los divulgadores sobre los científicos se
percibe menos virulento, menos “batallador” que el recíproco. Sobre todo
entre quienes forman parte del staff de un organismo de investigación,
cuando ambos se encuentran integrados en un mismo ámbito laboral y el
contacto -aunque trabajoso- no deja de ser cotidiano y, hasta cierto punto,
fluido. Los comunicadores institucionales saben que su posición aventaja a
la de otros colegas, por ejemplo en la predisposición de las fuentes a
compartir información sin mayores trabas ni retaceos, o en la posibilidad de
entablar un diálogo que habilite cuantas aclaraciones y repreguntas sean
necesarias. Esas expectativas son menos firmes entre los periodistas que se
desempeñan en medios o de manera independiente, si bien estos reconocen
una tendencia positiva hacia una mayor apertura de parte de la comunidad
científica. Aunque la relación todavía dista de ser ideal, porque “sigue sin
gustarles mucho hablar con nosotros”, por lo menos debido a un criterio de
conveniencia “algunos entienden que es necesario y puede beneficiarles.”
Más allá de matices particulares, la evaluación de la fiabilidad de las
fuentes es un problema clásico del periodista de cualquier especialidad que
ha generado extensas discusiones acerca de los pormenores de la relación: el
nivel de dependencia que se establece entre ambos, la exigencia de
corroborar la información o la necesidad constante de evaluar la naturaleza
del vínculo. Expresiones como aseguran fuentes acreditadas / autorizadas,
el relato de testigos permite afirmar que o de acuerdo con los testimonios
obtenidos son fórmulas incorporadas al lenguaje de la prensa, y el periodista
tiene casi automatizado el proceso mediante el cual las reconoce como más
o menos fiables. Pues si bien no se equipara con las dificultades de los
legos, el divulgador reconoce juzgar el contenido del mensaje escapa a sus
competencias y por, tanto, la decisión pasa por el crédito que merezca la
fuente. Es decir, como lo expresará luego en la nota, si puede considerarla
autorizada en el proceso de producción del conocimiento. Pero la
evaluación, al parecer, no constituye un problema: “eso no toma ni un
minuto”, “no lo analizás”, “es algo evidente”, “está internalizado”, ni
tampoco “hay un modo de explicarlo”. Estas expresiones reflejan el carácter
inmediato e irreflexivo de la función clasificatoria del anclaje que cumplen
las representaciones sociales: hay una serie de atributos que conforman una
categoría bien definida -la de científico fiable- y el caso que los demuestra
pasa inmediatamente a formar parte de ella.
Para los periodistas de ciencia, la calidad de un informante se distingue
de manera automática porque existen criterios objetivos que permiten al ojo
entrenado reconocerla sin más. Sobre los rasgos que la definen no existen
discrepancias: el prestigio de la institución a la que pertenece el científico o
grupo de investigación, su inserción en el sistema de publicaciones y el
reconocimiento de sus pares son los atributos uniformemente citados a partir
de los cuales opera la función de anclaje de la representación. Aún quien
valora críticamente la situación como “lamentable” -pues implicaría “cargar
a la divulgación de principio de autoridad”- coincide en que esos elementos
fundamentan la imagen de credibilidad. Cada nuevo caso será analizado en
función de su ajuste a ellos, y de antemano puede asegurarse cuáles serán
las fuentes desechadas:
- Si el científico está en una institución que me parece fiable, tiendo a creerle aunque
lo que diga no sea ortodoxo. Me pasó en el tema de terapias alternativas, cuando
encontré un médico destacado de la Fundación Favaloro que recurría a ellas para el
manejo del dolor. A mí esa fuente me parecía muy fiable y por eso opté por contarlo,
a pesar de que la ortodoxia médica no reconoce nada de lo alternativo. (PC-7)
- Frente a algo que suena demasiado raro no podés creer automáticamente, por más
que lo diga un científico de un super laboratorio. Primero tenés que sospechar, tenés
que ser muy cauto, por más que te puedas perder la nota de tu vida. (PC-3)
- En general hay resistencia a creer un resultado revolucionario, que se aleje por
completo de la norma. Puede ser cierto, un gran trabajo, pero de entrada es difícil
creerle a la persona, aún cuando esté publicado. (PC-2)
- Dicen que encontraron agua a 64 años luz del planeta, o a 64 millones… (vamos a
ser sinceros: a esa altura tanto da). No la voy a usar, no la voy a tomar, es probable
que en miles de años nadie vaya a ver si es cierto. Pero bueno, como sea, lo creo
porque me es imposible refutarlo, o porque hasta ahora nadie dijo lo contrario. (1-3)
- Yo entiendo que encontraron algo parecido a agua en el planeta ‘H...’ ¿cuánto?,
aunque no tengo idea adónde está. Pero eso no lo tengo que saber yo, lo tienen que
saber ellos. Además, acá hay datos, como ser una temperatura: eso quiere decir que
hay alguien que tiene esos datos y que está seguro de lo que encontraron. (3-6)
1
Ver nota 8 al pie de página en el capítulo 6.
En el capítulo dos se planteó la necesidad de distinguir entre deferencia
epistémica, lingüística y conceptual, señalando que se trataba de fenómenos
independientes entre sí. Decíamos entonces que la primera es la que ejercen
los sujetos cuando adoptan las razones o evidencias aportadas por otros
como justificación de sus propios juicios y creencias, y que los legos se ven
de algún modo forzados a ella cuando se trata del acceso al conocimiento
experto; aún cuando eso no necesariamente implique -como en las
referencias previas- que desconozcan el significado de los términos o
conceptos involucrados. Puede captarse o no la diferencia entre sesenta y
cuatro y sesenta y cuatro millones de años luz, entender qué es un planeta y
lo que se encontró allí, pero eso no quita ni agrega a la cuestión de que
afirmar que se conoce que hay agua en algún lugar remoto de universo exige
aceptar que “ellos” lo conocen y que los “datos” que se ofrecen son buenas
pruebas, aunque más no sea porque hasta ahora “nadie dijo lo contrario”.
Por su parte, los obstáculos que presentaba el artículo sobre la difracción
de la luz aparecían de inmediato como un contraste sustancial. Mientras
algunos participantes realizaban una lectura superficial, sin intentar siquiera
adquirir una idea general de lo que allí se relataba, otros ponían mayor
compromiso y continuaban hasta el final con esfuerzo o expreso desagrado,
pero el sentido básico de la noticia permanecía oculto por las restricciones
de las competencias necesarias para su decodificación:
- “Nada que sea más chico que su longitud de onda”... (Risa) ¡Pero yo no sé qué es la
longitud de onda! (2-3)
- La longitud de onda es la distancia entre cresta y cresta... (2-4)
- “Cresta y cresta”... ¿La cresta ilíaca? (Risas) (2-3)
- “Límite de difracción, nanómetro”... ¡Dios, qué es eso! (2-1)
- Acá es distinto [del agua en un planeta extrasolar] porque no tenemos evidencia ni
tampoco entendemos qué nos dice. La comunicabilidad no se da, no hay feedback.
Pero, igual, en los dos tenés que confiar, ¿no? Por más que lo entiendas, uno no tiene
pruebas ni del agua ni del nano-eso tampoco. (2-5)
- Y sí, al final es un poco creer o morir, ¿no?... (2-3)
2
Por ejemplo, los conceptos que establece la Escala Oxford de Conocimiento Científico
empleada en las encuestas de percepción, que fueron referidos en el capítulo uno.
3
Que no debe confundirse con medir su distribución en una población, el mecanismo de las
encuestas de percepción.
cognitivas que lo conducen a retraerse frente a una información; también
puede generar satisfacción personal, o brindar seguridad e impulsarle a
intervenir en una discusión sobre el tema. El problema es que todo un
modelo explicativo y de intervención se ha construido sobre la presunción
normativa de que efectivamente existe una diferencia sustancial entre los
recursos intelectivos de quienes calificarían respectivamente como alfabetos
o analfabetos científico, que unos son epistémicamente más ricos que otros
frente al saber especializado; y que, consecuentemente, el grueso de los
esfuerzos por disminuir la brecha entre ciencia y sociedad debe concentrarse
en esa dirección. Pero, pace Miller, la posibilidad de que el público adquiera
cierto conocimiento acerca de los desarrollos en genómica o proteómica
relativos a la Enfermedad de Alzheimer no pasa por ahí.
Saber qué es el ácido desoxirribonucleico y qué papel desempeña en la
transmisión de la herencia genética puede ser muy valioso por distintos
motivos, pero no modifica la asimetría de base entre expertos y públicos. La
deferencia a la autoridad epistémica es un requisito sine qua non de la
apropiación del conocimiento científico, un presupuesto del modelo y no
una variable susceptible de ser modificada -aumentar o disminuir- en
función del nivel de cultura científica de un individuo. En todo caso, lo que
puede variar es la motivación que sientan los agentes para adoptar una
actitud en uno u otro sentido; es decir, que sean más o menos proclives, por
diferentes causas, a aceptar o no una afirmación y los argumentos que la
sostienen. Como se observa a continuación, las consideraciones en ese
sentido prácticamente no tocan el problema de las carencias conceptuales
más que para darlas por sentadas como las condiciones iniciales a partir de -
y no en torno de- las cuales el público reflexiona sobre los mecanismos que
conducen a la aceptación o el rechazo de las creencias científicas.
2. Deferencia en acción
“En la vida cotidiana simplemente creés o no creés, por lo que sea. Pero
no podés hacer un esfuerzo: lo sentís, lo asumís como cierto, o no”. La
intervención sintetiza el carácter involuntario de la disposición a la creencia
-algo que se siente o no como verdadero, que es inmotivado e improcedente
proponerse lograr-, aludiendo de manera espontánea al rasgo que según
Jonathan Cohen (1992) constituye una diferencia básica entre los estados
mentales de creer -pasiva, involuntariamente- y aceptar -de manera activa,
intencional- una proposición. La tensión entre la disposición a creer y la
actitud intencional de aceptar las afirmaciones científicas reaparece de
continuo implícita en las reflexiones del público. Aún cuando en general se
emplea de forma indistinta el término creer para referirse a una y otra, en el
contexto conversacional es posible detectar las diferencias que se establecen
entre ambas, en algunas oportunidades no exentas de dificultades. El
ejemplo más claro lo aportan los diálogos que involucran a la creencia
religiosa y la creencia en la ciencia:
- O creés en lo que dice un científico, o sos un ignorante. Digo, podés ser escéptico,
pero no podés pretender comprobar todo por vos mismo. Yo creo que acá también
entra en juego una cuestión de fe , de fe en la ciencia. (8-1)
- No sé… En la religión creés o no creés, pero acá hay otras cosas. Quiero decir: para
creer en Dios no pedís comprobación de que existe Dios, pero para creer en la
ciencia tenés otra base, pedís credenciales... (8-3)
- Sí, pero fijate en [el tema d]el agua. El planeta está a 64 millones de años luz y nadie
fue a verlo. Te muestran una foto que no sabemos si no hay photoshop de por medio,
pero igual le creés porque salió en el diario. Yo no sé si es tan distinto... (8-5)
- Pero uno presupone cosas: que la gente que lo dice lo comprobó de alguna forma,
que hay un estudio, que tienen elementos para determinarlo. (8-3)
- Igual, no puedo asegurar que sea cierto. Antes de creer siempre dudás un poco. (8-4)
4
A lo que podría inferirse aludiría el término innato empleado por el participante.
- A mí me parece que es distinto algo nuevo, un descubrimiento, de un conocimiento
más antiguo del que ya nadie duda. Pero, sin ir más lejos, el otro día leía que la
corteza terrestre también se mueve y que… (2-2)
- Lo que pasa es que que la Tierra es redonda, que tiene un eje, ya nadie lo sigue
investigando: lo das por hecho Pero cuando hay un descubrimiento nuevo como ése,
primero tiene que pasar un tiempo, tener más pruebas, más investigación, antes de
que uno lo pueda creer del todo... (2-3)
♦
Instituto Nacional de Estadísticas y Censos.
público a poner un juego una serie de mecanismos alternativos que le
permiten respaldar el tipo de actitud adoptada y que operan de manera
simultánea en tres planos: práctico, epistemológico y psicológico. En primer
lugar, se trata de criterios para decidir en la práctica si aceptar o no
determinadas afirmaciones, apropiarse de ellas, rechazarlas o suspender el
juicio. En segundo lugar, le aportan fundamentos para justificar esa actitud
en ausencia de la posibilidad de juzgar de forma independiente la calidad
epistémica de la afirmación. Y, finalmente, esos mecanismos proporcionan
argumentos para sobrellevar la sensación de vulnerabilidad percibida en la
relación con los expertos, la desazón que supone pensar que “al final, es un
poco creer o morir”. Si, al parecer, la gente se resigna a su incapacidad para
comprender a la ciencia, aun así la mayoría no se resigna a sentirse por ello
bajo la lluvia y sin paraguas, totalmente inerme frente a la dependencia
epistémica o irracional en sus decisiones. Basta escarbar un poco por debajo
de la autoimagen fatalista para observar qué estrategias despliegan los legos
para sobreponerse a esas circunstancias en principio tan poco favorables.
- Más que todo es eso: delegamos en los científicos porque si ellos están para eso,
bueno, entonces confiemos. Después habrá tiempo para desconfiar si surge algo que
te genera duda. Qué se yo… (…) quizás yo sea ingenua… pero a mí no me parece
tan mal creerle al que sabe más, al contrario: te predispone a tener una actitud
positiva, te hace bien. (6-4)
5
La discusión giraba en torno de diversas circunstancias en las cuales el público no puede
“ver” aquello sobre lo cual debe adoptar una posición más que de forma mediada por
imágenes: televisivas -la destrucción de las Torres Gemelas de Manhattan, el alunizaje- u
otro tipo de representaciones -los gráficos de la estructura helicoidal de la cadena de ADN.
6
Nótese en la afirmación recogida en la Tabla 5, que califica a la incredulidad como
“genética”, término con el que se alude en numerosas ocasiones a lo más determinante que
el público puede concebir.
de que no te engañen, en cualquier ámbito”. Estas afirmaciones, no obstante,
presentan una diferencia importante respecto de las alusiones a la confianza
por defecto: en general, el escepticismo no es percibido como una actitud
hacia la ciencia en particular sino como un posicionamiento personal más
generalizado o abarcativo. Se trataría de “una actitud ante la vida”, como
sintetiza un participante. De todos modos, también queda claro que, en
ocasiones, hasta el más ferviente partidario del principio de la duda a priori
se ve en situación de matizar y conceder cierto crédito a la ciencia:
7
Recordemos, por ejemplo, al participante para quien la disyuntiva se restringe a “creer o
morir”.
imaginario social. La influencia de la dimensión simbólica sobre el diálogo
epistémico reaparece en las diversas motivaciones que sustentan las
actitudes de los sujetos: no ya en el plano social de la interacción -
condicionando, como se observó en el capítulo anterior, el modo en que se
entabla el vínculo entre los agentes-, sino en este caso en el plano cognitivo
de los resultados del intercambio.
8
Véase la Tabla Nº 3. Actitud frente a la credibilidad diferencial de expertos e interfaces.
Como se describió entonces, la percepción convergente de fiabilidad -tanto del experto
como de la interfaz- aparece invariablemente asociada con la adopción de una actitud
deferente; mientras que la percepción inversa conduciría al rechazo del conocimiento en
cuestión. Por su parte, cuando ambas razones se interfieren mutuamente la actitud se
matiza: si se presume un bajo nivel de fiabilidad de la fuente original o de la interfaz, la
motivación para adoptar la proposición disminuye. Las afirmaciones no son rechazadas
automáticamente pero sí adquieren, como mínimo, un estatus dudoso.
- ¿Cuándo dudo? Y… Por ejemplo, si viene un ingeniero de un laboratorio de Coca
Cola y me dice que es buena para mi estómago, obviamente no le voy a creer. O…
No sé, que un científico de la Morris Tobacco me diga “yo, como su científico de
cabecera, le digo que fumar no es perjudicial para la salud”. (1-6)
- Es eso, obvio. Mirá lo que pasa con las estadísticas: los científicos del INDEC se
quejan de que no se las cree nadie, pero ¿por qué? Porque durante años manipularon
los datos y construyeron los índices para que al gobierno de turno le cerraran los
números. Y ahora, que se destapó todo, se quejan de que la gente no confía en sus
mediciones. Pero, ¿cómo les vas a creer? Una vez que... que te enterás de las cosas,
cuando te defraudan la confianza, es muy difícil volver a confiar (1-4)
- ¿Pero quién se cree que las estadísticas son verdad? Acordáte el caso de la científica
de la UBA, que hizo un estudio con resultados distintos a los del INDEC... (1-1)
- Sí, la socióloga… ¡La que Cavallo mandó a lavar los platos! (1-5)
- Exacto: la mandaron a lavar los platos porque sus datos no coincidían con los del
INDEC. Vos podés no entender nada de estadística, pero si una es investigadora de
la Universidad y los otros están pagados por el gobierno, ¿a cuál vas a creer? (1-1)
- Bueno, pero si es por eso a ella también le paga el gobierno. Es cierto que por estar
en la Universidad quizás tendría menos presiones, pero… (1-3) 9
El último tramo del diálogo contiene dos argumentos a partir de los cuales
un participante deriva una conclusión bastante poco alentadora. El primero
muestra cómo ciertas percepciones de sentido común ofrecen motivos
adicionales para no deferir a las afirmaciones expertas consideradas ya
directamente engañosas10; el segundo apunta al hecho de la manipulación
malintencionada de procedimientos y metodologías que cabe esperar
indefectiblemente de ciertas fuentes. El remate es categórico, no sólo por
sus connotaciones negativas sino por la generalización que supone:
9
El diálogo alude al hecho acaecido en 1994, cuando el por entonces Ministro de Economía
Domingo Cavallo, respondió “Que esa mujer se vaya a lavar los platos” a las proyecciones
sobre la evolución a corto plazo de la tasa de desocupación en Argentina desarrolladas por
la socióloga y demógrafa Susana Torrado. Como puede advertirse, tanto el suceso como el
improperio persisten en la cultura popular como un ícono del desprecio del gobierno de la
época hacia la investigación.
10
El sujeto experimenta cotidiamente un alza del costo de vida que estima contradictorio
con el que arrojan los índices estadísticos. Basado en la experiencia, una de las fuentes
habituales del sentido común, el argumento es evidentemente erróneo.
- Lo del INDEC es muy evidente. Vas a comprar lo que sea y aumentó 5$ pero ellos
dicen que la inflación fue 0,8%. Es muy fácil darte cuenta de que te están mintiendo:
ahí, lo que cuenta la ciencia, la estadística, se cae a pedazos con la realidad. (1-3)
- Yo me acuerdo de haber leído: ‘Los científicos del INDEC cambiaron el sistema de
mediciones para lograr valores más confiables’. Y yo pensé: ¿había dos métodos
entonces? ¿Uno tiraba el índice para abajo y otro lo tiraba para arriba? (1-5)
- ¡Es que nos engañaron tantas veces! Los científicos son mercenarios… (1-4)
- Sí, sí. La ciencia se vende al mejor postor... Yo no digo todos los científicos. Pero la
ciencia en sí, sí. (1-3)
- El artículo dice que en un CD común tenés 200 canciones, y que con esto podrán
ponerle 6 veces más. Entonces, cuando me traigan el CD lo voy a creer. Yo estoy
mentalizado: confío en los nuevos descubrimientos cuando aparece el aparato. (1-3)
- Como uno no tiene forma de saber si es cierto, entonces proyecta su creencia en un
futuro demostrable de esas cosas: en que aparezca… no sé… la linterna que use el
nuevo conocimiento. (4-1)
- Es que a veces una mala experiencia crea desconfianza. Hace unos años una
cantidad de personas se infectó de HIV porque eran hemofílicos, y los trataron con
sangre infectada. ¡Pero cuando pasó eso todavía no se sabía que había que analizar
la sangre! Uno puede tomarlo como que la ciencia erró, y ser más desconfiado, pero
lo que en realidad te muestra es que la ciencia corrige sus propios errores. (8-1)
- Además, cuando algo fue falso terminó saliendo a la luz. Me acuerdo de la biopsia al
marcianito: durante un tiempo se pensó que era verdad, pero después se supo que
todo fue un fraude. Entonces podés pensár que si durante tanto tiempo se supo esto y
hasta ahora no se descubrió que sea mentira, entonces tiene que ser verdad. (8-2)
- (Risa) ¡Cualquier día te vas a enterar! No sé, a mí me parece que es muy ingenuo
creer que todo se sabe. Por eso yo más bien dudo, dudo mucho, ya lo dije... (8-4)
11
La intervención alude a una de las tantas patrañas que pueblan el campo de las seudo-
medicinas. La “Coleoterapia”, está destinada a combatir el cáncer -y otras dolencias como
diabetes, asma, artritis, soriasis, etc- en base a la ingesta del coleóptero Palembus
Ulomoides Demestoides, tipo de escarabajo vulgarmente conocido como gorgojo. Red
Oficial de Coleoterapia, disponible en http://www.dieminger.com/gorgojo/index2.html.
“es una cuestión humana: uno tiene un background del que no puede salir
para tomar una decisión”-, las convicciones se activan visiblemente en
circunstancias que revisten un cariz conflictivo para los sujetos; por
ejemplo, cuando lo que proponen los expertos entra abiertamente en colisión
con ellas. Ese tipo de situaciones fue detectado por Evans y Durant (1995):
en su análisis de la asociación entre conocimientos y actitudes, encuentran
que las posturas respecto de ciertas áreas de investigación no guardan
relación con el nivel de información de los sujetos sino con juicios basadas
en valores previos, relación que tiende a profundizarse cuanto más
moralmente polémico se perciba el tema. En la actualidad, por caso, la
disputa en torno del cambio climático suscita una actitud de esas
características, como han podido establecer Kahan et al. (ob.cit.)
En ese marco se suceden las discusiones grupales respecto de asuntos tan
sensibles como la interrupción voluntaria del embarazo, la eutanasia, la
fertilización asistida o la investigación en células madre, pero también sobre
otros temas sólo en apariencia menos delicados como los organismos
genéticamente modificados u otras ramas de la biotecnología. Lo que queda
claro es que, apremiante o no, “una convicción filosófica, no religiosa, de la
esencia de la naturaleza te impide aceptar que las papas injertadas
[transgénicas] son iguales a una papa natural”. Y eso, independientemente
de “que sepas mucho o nada sobre los genes”. Del mismo modo que
“alguien con una idea sólida acerca de la condición humana jamás aceptaría
que un hígado de cerdo o de lo que sea no vaya a alterarla.”12 Ahora bien, la
pregunta que se impone en este punto es qué tan legítimo sería adoptar una
posición respecto de aseveraciones fácticas en base a un sistema de valores
o creencias. Los individuos asumen lo objetable que esto puede resultar, si
bien no eluden el problema y en muchos casos se reconocen responsables de
la arbitrariedad de la decisión. Situaciones de esta naturaleza podrían derivar
en interacciones epistémicas fallidas, en las cuales el intercambio cognitivo
fracasa y la posibilidad de una discusión razonable se desvanece, pues el
propósito de compartir el conocimiento se estrella contra los muros que
imponen las convicciones religiosas o morales, las tradiciones, o cualquier
tipo de posicionamiento ideológico en sentido amplio, como queda de
manifiesto en el siguiente diálogo:
- Eso es muy propio del ser humano creo yo: confiar en que es verdad lo que te dicen
que está de acuerdo con tus... no sé... con lo que ya tenés una idea formada, con tus
convicciones. (4-6)
- Lo que pasa es que vos no hacés un juicio de lo que dicen los estudios, lo dijimos
antes: nosotros no tenemos cómo. Pero sí podés juzgar en base a lo moral, hacer un
juicio moral, ideológico, y rechazar con ese fundamento. Mirá lo del aborto… (4-5)
- Sí, bueno, pero ahí mezclás todo: lo científico con lo moral, con lo que vos creés que
es bueno, y eso es subjetivo. En cambio, lo que dice la ciencia es objetivo. (4-1)
12
El último tramo de la cita alude a la posibilidad, discutida previamente en el grupo, de los
xenotrasplantes -el trasplantes de órganos, tejidos o células entre especies animales.
- Y sí, yo me hago cargo, pero para mí es una cuestión humana: uno tiene un
background del que no puede salir para tomar una decisión sobre cualquier cosa. Yo
soy católico practicante, y el aborto... Yo veo todas las posiciones pero no me puedo
despejar de mis creencias: digan lo que digan, para mí un embrión es un ser humano.
Yo también tengo una posición, no puedo abstraerme de mi pensamiento... (4-5)
- ¿Cómo hacés? A veces somos cómodos, y creemos la versión que más nos conviene:
como no tengo medios para verificarlo, me quedo con la que para mí es buena
porque está de acuerdo con lo que pienso, con mis valores... (8-2)
- ¡Pero eso es muy… limitado! A veces sí tenés más elementos para decidir en quién
confiar. Cuando está claro que uno responde a ciertos intereses, eso te da la pauta de
que puede estar diciendo lo que le conviene a esos intereses. Pero cuando se trata de
un científico que no tiene eso por detrás, seguramente confiaré mucho más en sus
resultados y en sus descubrimientos, porque sé que no lo anima nada raro. (8-3)
13
Ese tipo de conclusión refleja un problema anticipado por S. Shapin (ob.cit.) pues, en su
opinión, es producto de una imagen de ciencia que omite la posibilidad de que existan
honestas discrepancias en la interpretación de la evidencia, contingencias e incertidumbres
de los cuales las prácticas de producción de conocimiento no están exentas. El
desconocimiento de esos factores es lo que conduciría a la angustia, el cinismo o la
desilusión de los ciudadanos frente a situaciones de esta naturaleza.
- Es que es muy difícil pensar que puedan llegar a resultados distintos si los dos
grupos son honestos. Si los procedimientos son parecidos y están hablando de lo
mismo… ¡No puede ser que los resultados sean tan diferentes! En ese caso tengo
que pensar que unos están equivocados, o que hay algún interés de por medio. (6-2)
- Bueno, pero si los estudios son parecidos y uno no sospecha mala voluntad... Si
tenés creencias elegís lo que te parece mejor, y el margen de dudas lo dejás en
manos de Dios porque... (6-4)
- Ah, no: para mí la ciencia prima. ¡Yo lo dejo en manos del que sabe más! Pienso yo
que alguno tendrá mejores equipamientos, o más experiencia... Yo tengo muy
internalizado eso de que en ciencia siempre hay una opinión que está más cerca de la
verdad que otra. (6-5)
- Yo, la verdad, no puedo decir cuál estudio es mejor ni que los uruguayos mienten.
Entonces elijo creer lo que primero tiende a proteger, después con el tiempo se verá.
Como digo siempre: mejor prevenir que curar. Si hay un riesgo, y el riesgo puede
ser destructivo, aunque no esté comprobado... ¡no te podés encomendar a nadie! Si
yo tuviera que votar, aceptaría lo que aconseje el grupo que afirma el riesgo. (6-3)
- Yo acudiría a un tercero neutral, que no esté con unos ni con otros. Y le creería
dependiendo del resultado: si [éste] sale con otro resultado diferente, entonces no le
creería a ninguno. Serviría, por lo menos, para no tener confianza en ninguno. (7-3)
- Lo que pasa es que, en estas cosas, a veces uno actúa por los sentimientos. Por
ejemplo, como el tema de las papeleras perjudica al país, uno se involucra desde otro
lado, menos... no sé, menos racional. (7-1)
- Sin llegar a los sentimientos, yo creo que encargar otro estudio puede tardar mucho
en decidir quién tiene razón y el daño ya está hecho. Yo, por las dudas, me opongo,
porque quizás, si no es hoy, mañana sí puede tener efectos negativos. Al final,
terminás decidiendo en función de lo que creés que puede ser bueno o malo... (7-2)
Abric, J-C. (1993): “Central system, peripheral system: their function and
roles in the dynamics of social representation”. Papers on Social
Representations, 2 (2), 75-78.
Abric, J-C. (2001): “A structural approach to social representations”. En
Deaux, K. y Philogéne, G. (eds.), ob.cit., 42-47.
Adler, J. (1994): “Testimony, trust, knowing”. The Journal of Philosophy,
Vol. 91, 5, 264-275.
Adler, J. (2006): “Epistemological problems of testimony”. Stanford
Encyclopedia of Philosophy. Disponible en http://plato.stanford.edu/
Último acceso: junio de 2011.
American Association for the Advancement of Science (1993): Benchmarks
for Scientific Literacy. Oxford: Oxford University Press.
Antilla, L. (2010): “Self-censorship and science: a geographical review of
media coverage of climate tipping points”. Public Understanding of
Science 19, 2, 240-256
Bachelard, G. (1994): La formación del espíritu científico. Siglo XXI:
Buenos Aires.
Baier, A. (1986): “Trust and Antitrust”. Ethics, 96, 2, 231-260.
Barnes, B. (comp.) (1980): Estudios sobre sociología de la ciencia. Madrid:
Alianza.
Bates, B. (2005): “Public culture and public understanding of genetics: a
focus group study”. Public Understanding of Science, 14, 47–65.
Batty, D. (2011): “Italy earthquake experts charged with manslaughter”. The
Guardian, 26 de mayo de 2011
Bauer, M. y Schoon, I. (1993): “Mapping variety in public understanding of
science”. Public Understanding of Science 2, 141-155.
Bauer, M., Allum, N. y Miller, S. (2007): “What can we learn from 25 years
of PUS survey research? Liberating and expanding the agenda”. Public
Understanding of Science 16, 79-95.
Bauer, M. y Bucchi, M. (eds.): Journalism, science and society. Londres y
Nueva York: Routledge.
Bensaude-Vincent, B. (2001): “A genealogy of the increasing gap between
science and the public”. Public Understanding of Science 10, 99-113.
Blais, M. (1987): “Epistemic TIT for TAT”. The Journal of Philosophy, 84,
7, 363-375.
Blanco, J. Rubén (2003): “Confianza social en la ciencia”, en FECYT
(2003), ob.cit., 65-74.
Blanco, J.R. e Iranzo, J.M. (2000): “Ambivalencia e incertidumbre en las
relaciones entre ciencia y sociedad”. Papers, 61, 89-112.
Bodmer, W. y Wilkins, J. (1992): “Research to improve public
understanding of science”. Public Understanding of Science 1, 7-10.
Boykoff, M. y Boykoff, J. (2004): “Balance as bias: global warming and the
US prestige press”. Global Environmental Change 14 (2), 125–36.
Boykoff, M. y Boykoff, J. (2007): “Climate change and journalistic norms:
A case study of US mass-media coverage”. Geoforum, 38, 190–204.
Breakwell, G. y Canter, D. (eds.) (1993): Empirical approaches to social
representations. Oxford: Clarendon Press.
Broncano, F. (2006): Entre ingenieros y ciudadanos. Filosofía de la técnica
para días de democracia. Barcelona: Montesinos.
Broncano, F. y Vega Encabo, J. (2008): “Introduction. Testimony and trust
in contemporary epistemology”. Theoria, 61, vol. 23/1, 5-9.
Calvo Hernando, M. (1997): Manual de Periodismo Científico. Barcelona:
Bosch
Cámara Hurtado, M. y López Cerezo, J. A. (2007): “Dimensiones de la
cultura científica”. En FECYT (2007), ob.cit, 39-64.
Christidou, V., Dimopoulos, K. y Koulaidis, V. (2004): “Constructing social
representations of science and technology: the role of the metaphors in
the press and the popular scientific magazines”. Public Understanding of
Science, 13, 347-362.
Clémence, A. (2001): “Social positioning and social representations”. En
Deaux, K. y Philogéne, G. (eds.) ob.cit., 83-95.
Cohen, J. (1992): An essay of belief and acceptance. Oxford: Clarendon
Press.
Conant, J. B. (1952): “Foreword”. En Cohen I. B. y Watson, F. (eds.)
General Education in Science. Cambridge: Harvard University Press
Davis, R. (1958): The public impact of science in the mass media. Ann
Arbor, Michigan: University of Michigan, Survey Research Center.
de Brabanter, P., Nicolas, D., Stojanovic, I., Villanueva, N. (2007): “Les
usages deferentiels” en Bouvier, A y Conein, B. (comps.) (2007)
L'épistemologie sociale. Une théorie sociale de la connaissance. París:
Ed. Ecole des Hautes Études en Sciences Sociales. 139-162
de Solla Price, D. (1963): Little science, big science. Nueva York y
Londres: Columbia University Press.
Deaux, K. y Philogéne, G. (eds) (2001): Representations of the social.
Oxford y Massachusets: Blackwell Publishers.
Dierkes, M. y von Grote, C. (eds) (2000): Between Understanding and
Trust. The Public, Science and Technology. Londres: Routledge.
Di Trocchio, F. (1995): Las mentiras de la ciencia. ¿Por qué y cómo
engañan los científicos? Madrid: Alianza.
Doise, W., Clémence, A. y Lorenzi-Cioldi, F. (1993): The quantitative
analysis of social representations. Londres: Harvester Wheatsheaf.
Durant, J. et al. (2000): “Two cultures of public understanding of science
and technology in Europe”. En Dierkes, M. y von Grote, C. (eds) ob.cit.,
131-156.
Durant, J., Evans, G. y Thomas, G. (1989): “The public understanding of
science”. Nature, Vol. 340, 6, 11-14.
Durant, J., Evans, G. y Thomas, G. (1992): “Public understanding in
Britain: the role of medicine in the popular representation of science”.
Public Understanding of Science 1, 161-182.
Einsiedel, E. (2000): “Understanding ‘Publics’ in the public understanding
of science”. En Dierkes, M. y von Grote, C. (eds), ob.cit., 205-216.
Einsiedel, E. (2007): “Editorial: Of publics and science”. Public
Understanding of Science 16, 5-6.
Epstein, S. (1996): “The construction of lay expertise: AIDS activism and
the forging of credibility in the reform of clinical trials”. Science,
Technology and Human Values, vol. 20, 408-437.
European Commision (2001): Special Eurobarometer 55.2. Europeans,
science and Technology. Research Directorate-General. Directorate-
General for Communication.
European Commision (2005): Special Eurobarometer 63.1. Europeans,
science and Technology. Research Directorate-General.
European Commision (2006): Special Eurobarometer 64.3. Europeans, and
biotechnology. Research Directorate-General.
European Commision (2010): Special Eurobarometer 73.1. Science and
Technology. Research Directorate-General.
Evans, G. y Durant, J. (1995): “The relationship between knowledge and
attitudes in the public understanding of science in Britain”. Public
Understanding of Science, 4, 57-74.
Farr, R (1993): “Common sense, science and social representations”. Public
Understanding of Science, 2, 189-204
Farr, R. y Moscovici, S. (eds) (1984): Social representations. Cambridge:
Cambridge University Press.
FECYT (2003): Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología en España.
Madrid: FECYT.
FECYT (2005) Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología en España
- 2004. Madrid: FECYT.
FECYT (2007): Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología en España
- 2006. Madrid: FECYT.
Fricker, E. (2002): “Trusting others in the sciences: a priori or empirical
warrant?”. Studies in History and Philosophy of Science, 33, 373–383.
Fricker, E. (2006): “Testimony and epistemic autonomy”. En Lackey, J. y
Sosa, E. (eds.), ob.cit., 225-250
Fricker, M. (2007): Epistemic Injustice. Power and the ethics of knowing.
Oxford: Oxford University Press.
Fuller, S. (1988): Social Epistemology. Bloomington: Indiana University
Press.
Goldman, A. (1999): Knowledge in a social world. Oxford: Clarendon
Press.
Goldman, A. (2001): “Experts: which one should you trust?” Philosophy
and phenomenological research, LXIII, 1, 85-110.
Goldman, A. (2006): “Social Epistemology”. Stanford Encyclopedia of
Philosophy. Disponible en http://plato.stanford.edu Último acceso: junio
de 2011
Goldman, A. (2010): “Why social epistemology is real epistemology”. En
Haddock, A., Millar, A. y Pritchard, D. (eds.) Social Epistemology.
Oxford: Oxford University Press, 1-28.
Goldman, A. (2011): “A Guide to Social Epistemology”. En Goldman, A. y
Whitcomb, D. (eds.) Social Epistemology. Oxford: Oxford University
Press, 11-37.
Gregory, J. y Miller, S. (1998): Science in Public. Communication, Culture
and Credibility. Nueva York: Plenum.
Handlin, O. (1980): “La ambivalencia de la reacción popular ante la
ciencia”. En Barnes, B. (comp.), ob.cit., 247-261.
Hardwig, J. (1985): “Epistemic dependence”. The Journal of Philosophy,
vol. 82, 7, 335-349.
Hardwig, J. (1991): “The role of trust in knowledge”. The Journal of
Philosophy, vol. 88, 12, 693-708.
Holton, R. (1994): “Deciding to trust, coming to believe”. Australasian
Journal of Philosophy, vol 72, 1, 63-76.
Höijer, B. (2010): “Emotional anchoring and objectification in the media
reporting of climate change”. Public Understanding of Science, first
published online, 1-15.
House of Lords (2000) Science and Society. Third Report. Londres: Her
Majesty’s Stationery Office.
Ibáñez García, T. (1988): Ideologías de la vida cotidiana. Psicología de las
representaciones sociales. Barcelona: Sendai.
Irwin, A. y Michael, M. (2003): Science, social theory and public
knowledge. Maidenhead, Philadelphia: Open University Press.
Jasanoff, S. (2005): Designs on Nature: science and democracy in Europe
and the United States, Princeton: Princeton University Press.
Jasanoff, S., Markle, G., Peterson, J. y Pinch, T. (eds) (1995): Handbook of
Science and Technology Studies. Thousand Oaks: Sage.
Jodelet, D. (1986): “La representación social: fenómenos, concepto y
teoría”. En Moscovici, S. (comp) (1986), ob.cit., 469-494
Jodelet, D. (1991): Madness and social representations. Londres: Harvester
Wheatsheaf.
Kahan, D., Braman, D. y Jenkins-Smith, H. (2011): “Cultural cognition of
scientific consensus”. Journal of Risk Research, 14, 2, 147-174.
Kitcher. P. (1991): “Socializing knowledge”. The Journal of Philosophy, 88,
11, 675-676.
Kitcher, P. (1992): “Authority, deference and the role of individual reason”.
En McMullin, E. (ed), ob.cit., 244-271.
Kitcher, P. (2001): Science, truth and democracy. Oxford: Oxford
University Press.
Kornblit, A. L. (coord.) (2004): Metodologías cualitativas en ciencias
sociales. Bs. As: Biblos.
Kusch, M. (2002): “Testimony in communitarian epistemology”. Studies in
History and Philosophy of Science, 33, 335-354.
Lackey, J. (2006): “Introduction” y “It takes two to tango: beyond
reductionism and non-reductionism in the epistemology of testimony”.
En Lackey, J. y Sosa, E. (eds.), ob.cit., 1-21 y 160-189.
Lackey, J. (2011): “Testimony: acquiring knowledge from others”. En
Goldman, A. y Whitcomb, D. (eds.) Social Epistemology. Oxford:
Oxford University Press, 71-91.
Lackey, J. y Sosa, E. (eds.) (2006): The epistemology of testimony. Oxford:
Oxford University Press.
Lago Martínez, S. et al (coords.) (2003): En torno de las metodologías:
abordajes cualitativos y cuantitativos. Buenos Aires: Editorial Proa XXI.
Layton, D. (1986): “Empowerment of people: the educational challenge of
science for specific social purposes (SSSP)”. Bulletin of Science,
Technology and Society, 6, 210-218.
Lévy-Leblond, J-M. (1992): “About misunderstandings about
misunderstandings”. Public Understanding of Science 2, 17-21.
Lewenstein, B. (ed.) (1991): When Science Meets the Public. Proceedings of
a workshop organized by the AAAS. Washington: AAAS.
Lewenstein, B. (2003): “Models of public communication of science and
technology”. Public Understanding of Science, 96, 3, 288-293
Liakopoulos, M. (2002): “Pandora’s box or panacea? Using metaphors to
create public representations of biotechnology”. Public Understanding of
Science, 11, 5-32
Locke, S. (1999): “Golem science and the public understanding of science:
From deficit to dilemma”. Public Understanding of Science 8, 75-92.
Locke, S. (2002): “The public understanding of science: a rethorical
invention”. Science, Technology and Human Values, vol. 27, 87-111.
López Cerezo, J. A. (2008): “Condicionantes subjetivos de la credibilidad”.
Revista CTS, 10, 4, 159-170.
Mahoney, M. (1976): Scientist as Subjects. The psychological imperative.
Cambridge: Ballinger
Marková, I. (1998): “Presenting social representations: a conversation”.
Culture and Psychology, 4, 349-410.
Marková, I. y Wilkie, P. (1987): “Representations, concepts, and social
change: the phenomenon of AIDS”. Journal for the Theory of Social
Behaviour, 17, 389-410.
Mc. Comas, K. y Shanahan, J. (1999): “Telling stories about global climate
change”. Communication Research, 26, 1, 30-57.
McMullin, E. (ed.) (1992): The social dimensions of science. Indiana: Notre
Dame University.
Merton, R. (1980): La ambivalencia sociológica y otros ensayos. Madrid:
Espasa Calpe.
Michael, M. (1992): “Lay discourse of science: science-in-general, science-
in-particular, and self”. Science, Technology and Human Values, 17, 313-
333.
Michael, M. (2002): “Comprehension, apprehension, prehension:
heterogeneity and the public understanding of science”. Science,
Technology and Human Values, vol. 27, 357-378.
Miller, J. (1992): “Toward a scientific understanding of the public
understanding of science and technology”. Public Understanding of
Science, 1, 23-26.
Miller, J. (1998): “The measurement of civic scientific literacy”. Public
Understanding of Science 7, 203-223.
Miller, J. (2004): “Public understanding of, and attitudes toward, scientific
research: what we know and what we need to know”. Public
Understanding of Science 13, 273-294.
Miller, S. (2001): “Public understanding of science at the crossroads”.
Public Understanding of Science 10, 115-120.
Moscovici. S. (1961): La psychanalyse, son image et son public. París:
Presses Universitaires de France.
Moscovici, S. (1984): “The phenomena of social representations”. En: Farr,
R. y Moscovici, S. (eds.) ob.cit., 3-69.
Moscovici, S. (comp.) (1986): Psicología Social II. Barcelona: Paidós.
Moscovici, S. (2000): Social representations. Explorations in social
psychology. Edición a cargo de G. Duveen. Cambridge: Polity Press.
Moscovici, S. (2001): “Why a Theory of Social Representations?” En:
Deaux, K. y Philogéne, G. (eds.) ob.cit., 8-35
Mulkay, M. (1979): Science and the sociology of knowledge. Londres: Allen
y Unwin.
Nature (2008): “Editorial. Solutions, not scapegoats”. Nº 453, 957.
Nelkin, D. (1990): La ciencia en el escaparate. Madrid: Fundesco.
Olausson, U. (2009): “Global warming - global responsibility? Media
frames of collective action and scientific certainty”. Public
Understanding of Science 18, 4, 421-436.
O’Neill, S. y Nicholson-Cole, S. (2009): “Fear won’t do it: promoting
positive engagement with climate change through visual and iconic
representations”. Science Communication, 30, 3, 355-379.
Palmerini, C. (2007): “Science reporting as negotiation”. En Bauer, M. y
Bucchi, M. (eds.) ob.cit., pp. 113-122.
Pardo, R. y Calvo, F. (2002): “Attitudes toward science among the
European public: a methodological analysis”. Public Understanding of
Science 11, 155-195.
Pardo, R. y Calvo, F. (2004): “The cognitive dimension for public
perceptions of science: methodological issues”. Public Understanding of
Science 13, 203-227.
Pardo, R. y Calvo, F. (2006): “Mapping perceptions of science in end-of-
century Europe”. Science Communication, vol 28, 3-46.
Peters Peters, H. (2000): “From information to attitudes? Thoughts on the
relationship between knowledge about science and technology and
attitudes toward technologies”. En Dierkes, M. y von Grote, C. (eds.),
ob.cit., 265-286.
Petková, K. y Boyadjieva, P. (1994): “The image of the scientist and its
functions”. Public Understanding of Science 3, 215-224.
Realising our potential: a strategy for science, engineering and technology
(1993) Londres: Her Majesty’s Stationery Office.
Radford, T. (2007): “Scheherezade: telling stories, not educating people”.
En Bauer, M. y Bucchi, M. (eds.) ob.cit., pp. 95-99.
Recanati, F. (1997): “Can we believe what we don’t understand?” Mind &
Language, vol. 12, 1, 84-100.
Roqueplo, P. (1983): El reparto del saber. Barcelona: Gedisa.
Rutherford, J. y Ahlgren, A. (1991): Science for All Americans. Oxford:
Oxford University Press.
Ryghaug, M., Sørensen, K. y Næss, R. (2010): “Making sense of global
warming: Norwegians appropriating knowledge of anthropogenic climate
change”, Public Understanding of Science, first published online, mayo
2010, p. 1 a 18.
SECYT (2004): Los argentinos y su visión de la ciencia y la tecnología.
Primera encuesta nacional de percepción pública de la ciencia. Buenos
Aires: SECYT / Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología.
Schnabel, U. (2003): “God’s formula and Devil’s contribution: science in
the press”. Public Understanding of Science 12, 255-259.
Shamos, M. (1995): The myth of scientific literacy. New Brunswick, New
Jersey: Rutgers University Press.
Shapin, S. (1992): “Why the public ought to understand science-in-the-
making”. Public Understanding of Science 1, 27-30.
Singer, F. (1998): Hot talk, cold science: global warming’s unfinished
debate. Oakland: The Independent Institute.
Singer, F. (2007): “The great global warming swindle”. Disponible en:
http://www.independent.org/newsroom/article.asp?id=1945. Último
acceso: junio de 2011.
Sperber, D. (1997): “Intuitive and reflective beliefs”. Mind & Language,
vol. 12, 1, 67-83
Sturgis, P. y Allum, N. (2004): “Science in society: re-evaluating the deficit
model of public attitudes”. Understanding of Science, 13, 55-74.
The Royal Society (1985): The Public Understanding of Science. Londres:
The Royal Society.
Thomas, G. y Durant, J. (1987): “Why should we promote the Public
Understanding of Science?”. Scientific Literacy Papers, Summer 1987,
1-14
Torres Albero, C. (2005a): “Representaciones sociales de la ciencia y la
tecnología” Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 111, 9-43.
Torres Albero, C. (2005b): “La ambivalencia ante la ciencia y la
tecnología”. Revista Internacional de Sociología, tercera época, 42, 9-38.
Torres Albero, C. (2007): “Estructuras y representaciones de la
tecnociencia: el declive de la imagen ilustrada” En FECYT (2007) ob.cit.
Vega Encabo, J. (2008): “Epistemic merit, autonomy and testimony”.
Theoria, 61, vol. 23/1, 45-56
Vega Encabo, J. (en prensa): “Estudios (sociales) de la ciencia (y la
tecnología)”. En Quintanilla, M. A. y Aibar, E. (eds.) Ciencia,
Tecnología y Sociedad. Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía.
Madrid: Trotta.
von Grote, C. y Dierkes, M. (2003): “Public Understanding of Science and
Technology: State of the Art and Consecuences for Future Research”. En
Dierkes, M. y von Grote, C. (eds.), ob.cit., 341-360.
Wagner, W. y Kronberger, N. (2001): “Killer tomatoes! Collective symbolic
coping with biotechnology”. En Deaux, K. y Philogéne, G. (eds.) ob.cit.,
147-164.
Weart, S. (1988): “The physicist as Mad Scientist”. Physics Today, 41, 6,
28-37.
Williams, B. (2002): Truth and truthfulness. Nueva Jersey: Princeton
University Press.
Windh, J. (2011): “Scientists and the public need to talk”. The Guardian, 24
de junio de 2011.
Wolfendale, A. (1995): Report of the Comitee to review the contribution of
scientists and engineers to Public Understanding of Science. Londres:
Her Majesty’s Stationary Office.
Woolgar, S. (1988): Science, the very idea. Londres, Routledge, 2ª edición
Wynne, B. (1991): “Knowledges in contexts”. Science, Technology and
Human Values, vol. 16, 111-121.
Wynne, B. (1992a): “Public understanding of science research: new
horizons or hall of mirrors?” Public Understanding of Science 1, 37-43.
Wynne, B. (1992b): “Misunderstood misunderstanding: social identities and
public uptake of science”. Public Understanding of Science 1, 281-304.
Wynne, B. (1995): “The public understanding of science”. En Jasanoff, S.,
Markle, G., Peterson, J. y Pinch, T. (eds), ob.cit., 361-388.
Zehr, S. (2000): “Public representations of scientific uncertainty about
global climate change”. Public Understanding of Science, 9, 85-103.
Ziman, J. (1991): “Public Understanding of Science”. Science, Technology
and Human Values, vol. 16, 99-105