Sunteți pe pagina 1din 12

Foro sobre la colonización emocional.

Sociedad Forum de
Psicoterapia
Publicado en la revista nº057
Autores: Casas Dorado, Ana Isabel - Pedano, Miguel Martín - Espeleta, Susana

Para citar este artículo: Casas, A., Pedano, M., Espeleta, S. (Febrero, 2018) Debate sobre la colonización emocional. Foro de
Psicoterapia de la Sociedad Forum de Psicoterapia. Aperturas Psicoanalíticas, 57. Recuperado
de: http://www.aperturas.org/articulos.php?id=0001007&a=Foro-sobre-la-colonizacion-emocional-Sociedad-Forum-de-Psicoterapia

Para vincular a este artículo: http://www.aperturas.org/articulos.php?id=0001007&a=Foro-sobre-la-colonizacion-emocional-


Sociedad-Forum-de-Psicoterapia

_____________________________________

En este trabajo se presentan los aportes del Foro de Psicoterapia, organizado por


la Sociedad Forum de Psicoterapia Psicoanalítica, sobre el tema de
la Colonización Emocional, tomando como punto de partida el artículo “Teoría y
técnica de la descolonización emocional: una introducción”. Bleichmar, Hugo y
Espeleta, Susana. Aperturas Nº54

Los interesados en el tema pueden consultar la página


Web www.colonizacionemocional.com

Jeanette Dryzun abre el debate haciendo hincapié en la intención que está en el


fondo del desarrollo de la Teoría de la Colonización Emocional: liberar al sujeto.
Tan utópico como imprescindible, nuestra misión como psicoterapéutas es ayudar
a que el paciente, a través del conocimiento de su propia subjetividad, su historia
constituyente y las nuevas vivencias que procuramos facilitarle, alcance un mayor
grado de libertad. Es precisamente en ello en lo que quiere profundizar esta nueva
teoría para elaborar una técnica que se enfoque al máximo en su consecución.

La palabra “colonización” no está libre de controversias, desde el grupo Espacio


Bleichmar en Buenos Aires nos planteaban en qué medida es necesario emplear
este término, cuando tenemos otros que cumplen muy bien su función:
dependencia, sumisión, esclavitud… Hugo Bleichmar responde señalando
diferencias fundamentales:

La razón es que dependencia, sumisión, esclavitud…, pueden ser conscientes,


aceptadas con resentimiento interno o expresando ese desagrado/odio, aunque
sin poder superar el estado de subordinación. Colonización alude a algo que va
más allá, se trata de que se reemplaza el pensamiento o la emocionalidad del
Colonizado por la del Colonizador. Es semejante a un “lavado de cerebro” pero
que trasciende las creencias porque puede ser emocional, en ese sentido se
injertan estados de ánimo, temores, etc. No es simplemente identificación
proyectiva (me desprendo de algo mío para colocarlo en el otro, lo que siente el
otro ya no lo siento yo), Colonización es crear una especie de “clon” emocional,
cognitivo y conductual. Los esclavos se pueden rebelar, los dependientes
establecen una relación de complementariedad con aquél del que dependen, los
sumisos se adaptan por miedo o por otras necesidades, pero también hay relación
de complementariedad. El Colonizado puede o no tener esa relación de
complementariedad y a la vez no es consciente de su estado, es ante todo un ser
“invadido” y “sustituido” por el otro.

Itziar Bilbao recalca en ese sentido el hecho de que en la Colonización Emocional


hay una pérdida de la percepción de sí mismo como sujeto intencional.

Efectivamente este es el “corazón” del postulado, la rotunda pérdida de la agencia


y de la propia subjetividad. Lo que caracteriza a la Colonización Externa
anteriormente ejemplificada por Bleichmar, como a la Colonización Interna (que es
la que tiene, tal y como se describe en el artículo, su origen en los propios
“mandatos” y automatismos), es la ausencia total del sujeto agente y consciente
de sí mismo. Podríamos pensar que el sujeto propiamente dicho nunca
desaparece y que cualquier acto, fantasía, creencia…, nos habla de su presencia
y de unas características que le son propias, es decir, de un aspecto de su
identidad. Pero la teoría nos invita a no olvidar una pregunta fundamental, que fue
ampliamente desarrollada por Winnicott con su teoría del “verdadero y falso self”:
¿Son todas las “identidades” del sujeto igualmente “válidas” y “veraces”?
Pensamos que en ocasiones se produce un condicionamiento especialmente
“violento” que aboca al individuo a incorporar determinadas identificaciones,
creencias, comportamientos y valores que al no haber sido procesados en
absoluto por él y estar desvinculados de sus auténticas necesidades y deseos,
quedan “enquistados” actuando a modo de “parásitos” del psiquismo. Vemos esto
en Peter Fonagy y Bateman bajo conceptos como “alien self” y la observación del
modo “parasitario” de actuar de determinados introyectos. Consideramos que la
intervención terapéutica se clarifica al plantearnos qué aspectos de la identidad del
paciente le son verdaderamente útiles, por representar algo que le es propio, y
qué otros en cambio son fruto de una “hiperadaptación” que coarta su desarrollo.

Al hilo de lo anteriormente citado podemos pensar en las dificultades de padres


colonizadores a la hora de relacionarse con sus hijos como sujetos autónomos y
en la problemática narcisista que subyace a esto. Quizá estos padres hayan sido
esos niños que, como Winnicott señalaba, han carecido del “reflejo materno”
adecuado. Así nos encontramos con padres colonizadores, siguiendo a Shaw, que
solamente admitirán sus propias necesidades como válidas, avergonzando y
humillando al niño cuando este expresa las suyas. Autores como Johnson
reflexionan acerca de estas figuras paternas y el modo en que no pueden validar
en el niño aquello que les fue vetado en su infancia. Entender la profunda
incapacidad del Colonizador va a ser fundamental para poder intervenir en estos
casos, así como tener en cuenta que los procesos de Colonización Emocional
configuran un modo de estar y de proceder con el otro aprendido, que afectará a
toda la modularidad y complejidad psíquica de un modo singular en cada
casuística.

Jose Antonio Méndez, continúa el debate haciendo especial hincapié en el hecho


de que el proceso de Colonización Emocional puede ser consciente pero la
persona no poder explicar o modificar el fenómeno y, en ocasiones, puede ser
completamente inconsciente, no siendo por lo tanto en sí mismo motivo de
consulta, sino más bien sus derivadas sintomatológicas y conductuales. Estas,
continúa, pueden llegar a la extrema gravedad, como en un caso que estuvo a su
cargo en el que se llevó a cabo un intento de suicidio. Considera que el
componente fuertemente procedimental en el que se desarrolla el proceso, el
hecho de que esté muy inscrito en el vínculo (además de la participación del
lenguaje), provoca que las intervenciones deban darse en el ámbito de lo hablado
(señalamientos, confrontaciones, interpretaciones etc.), pero posiblemente el
cambio no sea posible sin tener muy en cuenta el campo de lo procedimental
(trabajo en el vínculo terapéutico).

Psicoanalistas de diversas orientaciones han realizado investigaciones


prospectivas del desarrollo centrándose en la díada temprana, mostrando el
carácter interactivo e intersubjetivo de la comunicación entre la madre y el infante
como han expuesto Stern, Beebe & Lachmann, Beebe, Tronick, Lyons-Ruth,
Harrinson & Tronick, o Schejtman. A su vez, contamos con estudios longitudinales
sobre la transmisión intergeneracional de modalidades de comunicación temprana
como el de Lyons-Ruth. Trabajos de gran importancia que tienen muchos puntos
en común, además de la enorme cantidad de datos que tenemos de otras
investigaciones sobre apego, como las realizadas por Fonagy y colaboradores o
Main y Hesse. Estos estudios ponen de relieve que, en las fases tempranas del
desarrollo, la comunicación precede a la simbolización y que el mundo interno se
construye por medio de representaciones de la interacción y es inscrito a modo de
memoria procedimental. Los trabajos del Grupo de Boston para el estudio de los
Procesos de Cambio Psíquico (BCPSG) y los últimos hallazgos en neurociencia
corroboran la importancia de este tipo de memoria en la dimensión relacional, que
constituye lo que Stern denominó “conocimiento relacional implícito”, el cual opera
al margen del lenguaje, los símbolos y la consciencia.

Imaginemos una madre con una historia vincular de abandono que le ha llevado a
defenderse procediendo de un modo aparentemente autosuficiente (apego
evitativo) y muy desconectado a nivel emocional. Cuando interacciona con su hija
desaprueba que esta se aleje de su característico modo de pensar: “hay que ser
autosuficiente”. ¿Esta madre es consciente de que está “Colonizando” a su hija?,
no, ella motivada por su necesidad de protegerla le inculca un modo de evitar
sentimientos que fueron penosos para ella, pero al no poder reconocer su
subjetividad el proceso de individuación queda anulado. Por su parte la parte
Colonizada no es consciente de este proceso ni de su propia experiencia
subjetiva, y por supuesto cree que lo que dice el otro es adecuado.

El Colonizado puede consultar por falta de atención, desmotivación o un estado


ansioso/depresivo. Al Colonizador le puede mover, como veíamos, el deseo de
proteger al otro (motivación para la heteroconservación), pero también la
necesidad de consolidar un self grandioso que no admite cuestionamientos, y la
urgencia de defenderse ante angustias originadas en un apego inseguro.

Méndez, concordando con todos los participantes del Foro, considera que el
objetivo es conseguir que el paciente alcance una mayor libertad de ser, y por lo
tanto de pensar, sentir y actuar. En ese sentido Carlos Habif desde su grupo de
trabajo en Córdoba (Argentina) está investigando los modos deconstruir con los
pacientes Colonizados un vínculo terapéutico que cree un espacio intersubjetivo
diferente, donde su individualidad tenga lugar. Para él es evidente que la actitud
del terapeuta tiene un papel fundamental y que el proceso se juega no sólo en
mostrar lo que sucede, sino fundamentalmente en propiciar experiencias
vinculares diferentes por liberadoras. Ahondando en esta
idea Jeanette Dryzun considera que para ello el terapeuta debe permitir y
fomentar una posición protagonista y activa en el paciente como parte de ese
clima de libertad que debe caracterizar al encuentro.

Dryzun reflexiona en torno a algo fundamental, que es el contexto dentro del que


se desarrolla la teoría:

(…) hoy, más que nunca, el plano de lo relacional ubica el objetivo


psicoterapéutico en ampliar y expandir la capacidad de pensamiento subjetivo y
posibilitar estados emocionales y mentales más libres. En toda la teorización más
actualizada la tendencia se dirige a comprender los estados de dominación, sean
estos como formas explícitas de producción de vasallaje o formas implícitas y
naturalizadas de ser y estar en relación al otro y con el otro, formas en que la
dominación del semejante resguarda el orden jerárquico.

En cuanto a las intervenciones psicoterapéuticas, para Dryzun, dos ejes serían


especialmente relevantes:

a) Hacer oscilar la relación terapéutica entre formas de asimetría y de


“horizontalización instrumental”, mostrándole al paciente que somos iguales
también en la diferencia que nos une.

b) Mostrarle al paciente que no asimilamos directamente lo que nos dice o lo que


se relata de un tercero, sino que “la pregunta sobre la cosa en sí misma” es
condición de posibilidad, este sería el plano del conocimiento relacional implícito
de la relación terapéutica que trabaja para el cambio psíquico.

Sonia Schick por su parte comparte lo que es una experiencia clínica repetida,


consistente en las descompensaciones que suelen producirse en el Colonizador a
raíz de los cambios logrados por el Colonizado: desde cuadros depresivos hasta
alteraciones psicosomáticas muy importantes. En su ejercicio profesional ha
constatado que uno de los aspectos más dolorosos para el Colonizador es la
pérdida del Colonizado como depositario de emociones y fantasías, ya que esto
cumplía una función reguladora. En este sentido comparte una breve viñeta
clínica:

Era el caso de una paciente que consultaba, entre otros motivos, por la frustración
que sentía al no haber podido "tener la misma cantidad de hijos que su madre".
Vimos que presentaba ya en su infancia cuadros febriles muy intensos que
aparecían y desaparecían abruptamente, al irse y retornar su madre del trabajo. El
hecho de conectar con ese rol, que entre otras cosas mostraba un gran trastorno
en el apego, (la madre logró ir a trabajar sólo una vez al mes), le permitió
constatar la fuerza de esas proyecciones, así como la relevancia que habían
tenido en sus dificultades. También el trabajo con los sueños fue de mucha
utilidad, ya que en ellos afloraban contenidos que le permitían acceder
paulatinamente a una versión más compleja de su historia vincular, cuestionando
la visión idealizada de la misma (imágenes con mucha carga de agresividad,
asociaciones con historias de niños muertos, maltratados...). Dejó de necesitar ir
todos los días a la casa de sus padres y de “subirse a la falda de su madre” ("tú lo
necesitas", era la expresión de ésta). La fibromialgia de la madre se agravó
mucho, y le diagnosticaron cáncer. La paciente no pudo menos que sentir que uno
de los factores desencadenantes había sido el cambio en la relación, tanto interno
como externo. El punto crucial para mí fue poder mantener la identificación
consigo misma, mantenerla - digamos- en su propia piel, “en sus propios zapatos”,
a pesar del dolor y la culpa que le producía ese "abandono".   

Dryzun también reflexiona en torno a cómo la ruptura del vínculo y de la


modalidad patológica y unidireccional fija que lo mantiene, conlleva que el
paciente Colonizado se enfrente a intensos sentimientos de culpa por el supuesto
“abandono” cometido. En ese sentido plantea la existencia de un “segundo tiempo”
en el proceso terapéutico, marcado por la necesidad de generar recursos para que
este pueda vivir sin ese vínculo Colonizador y afrontar las profundas angustias que
le genera. Es un tiempo en el que la persona necesita aprender a relacionarse con
los demás desde otro lugar, ya que, podríamos pensar, el mayor peligro es
sustituir a un Colonizador por otro. Consideramos que este “segundo tiempo” al
que alude Dryzun es un tiempo terapéutico “creativo”, en el sentido de que el
objetivo es que el paciente descubra aspectos de sí mismo que le lleven a
vincularse desde la libertad y posibiliten la alteridad. 

Schick señala a continuación que en el caso expuesto anteriormente fue clave


contar con el potencial sublimatorio de su paciente, el cual le permitió fortalecer su
interés por la actividad profesional, un espacio en el que tuvo la experiencia de ser
considerada de otra manera, algo que hasta entonces tan sólo había sido un
anhelo. En este punto queremos hacer hincapié en lo crucial que resulta para el
proceso terapéutico que el paciente ensaye, tanto dentro como fuera de consulta,
nuevos comportamientos. Como sabemos el insight por sí mismo no lleva al
cambio, sino más bien la decisión y el atrevimiento de romper con patrones
conductuales limitantes. Descubrirse a sí mismo es descubrirse actuando de otra
manera, o si se quiere, en este proceso de ser, crear un nuevo “yo” que
anteriormente sólo existía en potencia.

Carlos Habif abre otro foco muy interesante en este debate, las propias
Colonizaciones del terapeuta en relación a sus creencias y teorías. Así, se
pregunta qué nos sucede cuando vivimos las mismas como “la verdad” y de qué
manera esto nos impide dar al paciente derecho a la duda o la réplica. Como ya se
menciona en el artículo que es objeto de nuestra discusión, los terapeutas
fácilmente podemos Colonizar a nuestros pacientes con nuestras propias
opiniones y valores, algo que por supuesto buscamos prevenir:
A veces hay intervenciones en las que el terapeuta desvela sus valores y
opiniones personales, pues entiende que de una manera u otra el paciente los va
a captar o porque decide no ocultarlos. Siendo así, lo más conveniente es que se
plantee una especie de debate en el que tanto el paciente como el terapeuta sean
meros participantes, habiendo por lo tanto muchas posiciones legítimas y ninguna
ideal. (Teoría y técnica de la colonización emocional: una introducción. Hugo
Bleichmar y Susana Espeleta. Aperturas Nº 54)

Habif así mismo señala que el problema no estaría entonces en desvelar


cuestiones propias del terapeuta, sino en el modo en el que esto se lleva a cabo.
Por ello subraya la necesidad de reflexionar en torno a la actitud, el tono y la
flexibilidad con la que el terapeuta debería realizar sus intervenciones con este
tipo de pacientes Colonizados. Considera que pueden plantearse dosnivelesde
acción terapéutica:

1)    El nivel procedimental o relacional implícito: que apunta a la creación de un


espacio intersubjetivo donde se permita que la individualidad del paciente tenga
lugar. La pregunta que el terapeuta debe tener de fondo es cómo lograr generar
experiencias vinculares diferentes. Habif considera:

La mente del terapeuta debe ser puesta constantemente en revisión, no solo sus
contenidos sino su forma de interpretar el mundo, sus propios modos implícitos de
relacionarse, no solamente con el otro sino también con sus propias teorías –
creencias. Preguntas útiles que un terapeuta podría hacerse serían: Más allá de
creer en mis ideas, ¿cuál es el nivel de adhesión a las mismas?, ¿lo hago como si
fueran verdades irrefutables o como una manera personal de entender un
fenómeno?, ¿cuánta seguridad me brinda el aferrarme dogmáticamente a ellas?,
¿puedo darme cuenta del poder que tienen sobre mí las teorías que he ido
incorporando o yo mismo estoy Colonizado por ellas?, ¿puedo tolerar la
incertidumbre?, ¿cómo transmito a mi paciente lo que le estoy diciendo?, ¿permito
que pueda disentir conmigo?”. Es decir, más allá del contenido de mi intervención,
¿mi tono y mi manera de transmitirlo es acorde a un objetivo terapéutico de
Descolonización?

2)    El contenido de lo que se le transmite al paciente: señalamientos e


interpretaciones que favorecen la consciencia tanto de sus grados y modos de
Colonización como de sus motivaciones subyacentes.

Francisco Sánchez también remarca la importancia de tener en cuenta la


Colonización dentro del proceso terapéutico. Teniendo como referencia a David
W. Ballin, nos llama la atención sobre el riesgo de confundir nuestra resonancia
empática con la proyección de nuestros estados anímicos. Etiquetar al paciente de
“Colonizado” sin tener en cuenta un diagnóstico diferencial y los matices de cada
caso, nos puede hacer incurrir en un nuevo proceso de Colonización (esta vez en
la propia terapia) que aunque “amable y cuidador” en apariencia resulta
iatrogénico. Sánchez también plantea, siguiendo el enfoque de la psicoterapia
psicomotriz de Patt Odgen, incluir el seguimiento de la narrativa somática en el
análisis de nuestros pacientes.
Para Nurieta González la Colonización Emocional implica un aplastamiento de la
diferencia en numerosos casos asociado a una angustia de abandono reprimida.
Considera que el Colonizado puede haber desarrollado miedo ante el menor
disenso, con lo que ocuparían un lugar preferente las angustias de
autoconservación y el sistema motivacional narcisista (al estar este al servicio del
Colonizador). También reflexiona sobre el medio o contexto social que posibilita la
Colonización Emocional, que es al fin y al cabo cómplice del uso de la violencia
física/psíquica que esta requiere. Menciona, entre otros ejemplos, el pensamiento
político y como este se reproduce de forma irreflexiva por parte del sujeto, que
está en simbiosis con las consignas de su entorno.

González también señala un punto del artículo que le resulta especialmente


interesante:

Detrás de nuestras intervenciones, ya sean Descolonizadoras o interpretaciones


clásicas, debemos sostener mentalmente una imagen o un concepto que
represente al paciente libre de toda Colonización.  (Teoría y técnica de la
colonización emocional: una introducción. Hugo Bleichmar y Susana Espeleta.
Aperturas Nº 54)

A su modo de ver tener abierta la imagen del paciente como alguien capaz de
hacer cambios nos posibilita la transmisión de una “esperanza razonable”, tan
fundamental como la empatía y la aceptación incondicional a la que estamos
acostumbrados.

Por otro lado, Nurieta González reflexiona en torno a las motivaciones del


Colonizador en este proceso. El narcisismo que exige una valoración continua y
que con su crónica falta de empatía conduce a la explotación del otro como un
simple objeto. La motivación sensual/sexual que se activa ante el placer de la
simbiosis y la incorporación “caníbal” del otro, o que a través de la seducción
edípica busca satisfacer con el propio hijo un arcaico deseo infantil incestuoso.
Las angustias persecutorias y de autoconservación que avocan la aniquilación de
la diferencia y a la necesidad de una identificación extrema con un “igual” o grupo
de “iguales”, …

Sonia Schick señala a su vez que, aunque el nivel de padecimiento del


Colonizado suele ser mayor y es a quien a su modo de ver habría que atender en
primer término, el daño que se da en la persona del Colonizador no sería menor,
dada su incapacidad relacional y su atrapamiento (a modo de Narciso) en su
propia mismidad, una suerte de muerte psíquica y deshumanización.

Continúa Ana-Isabel Galve recalcando el apego inseguro y el déficit narcisista


que puede sufrir el Colonizador, y comparte una viñeta que consideramos
ejemplifica algo que es frecuente encontrar de una u otra manera en la práctica
clínica:

Un padre o una madre que no se sintió querido/a, reconocida/o en su infancia,


encuentra una pareja amorosa, y desea inconscientemente tener la familia que no
tuvo. Proyecta en el bebé toda su necesidad de amor, la idealiza, le quiere dar
todo aquello que no recibió en su infancia, le va inculcando sus valores desde una
actitud amorosa y comprensiva, en la que no se dan discusiones acaloradas y
aparentemente se permiten expresar pensamientos diferentes; pero en la práctica
no es posible apartarse de la sagrada norma familiar: “ser una familia unida”
(desde un “amoroso chantaje” familiar por supuesto inconsciente). El resultado es
una hija “hipernarcisizada”, a veces “sobreexigida”, que se siente querida, pero
que no ha podido desarrollar una identidad propia.

Como ejemplo, Ana Isabel Galve ilustra lo expuesto anteriormente con un caso


que está a su cargo, es el de una chica de 17 años que consulta por ansiedad
frente a los exámenes en bachillerato, a raíz de plantearse hacer una carrera en la
que necesita tener una nota alta. Cuando habla de su familia repite varias veces lo
fabulosa que es, y lo maravilloso que es poder pensar libremente y sin tabús, pero
a la vez, no es capaz de describir a su padre y a su madre, y sólo habla de “lo bien
que se lleva con ambos” y “lo buena que es la relación entre ellos”. En una sesión
vincular madre/hija, la madre describe a esta como un “portento” que desde que
tenía año y medio hacía cuatro puzzles a la vez, a la que sólo le gustaban los
“juegos de pensar”, siempre “muy madura” y con una inteligencia por encima de su
edad. La madre llega a decir a su hija que la considera “la jefa”. Galve ve en esto
una inversión de roles, una hija “parentalizada”. Prosige con su exploración y
describe cómo se reprimen los sentimientos “negativos” como los celos, la envidia,
etc. La madre tiene un déficit de mentalización, quiere de forma genuina a su hija y
desea ayudarla, no hay en ella intencionalidad de ocupación del espacio psíquico
de esta, pero en la práctica lo ha ocupado. Cuando escucha a su paciente hablar,
las ideas que expresa resultan una réplica exacta de las ideas de sus padres. Este
tipo de dinámicas familiares se podrían haber nombrado como: familias
aglutinadas, simbióticas, relaciones fusionales, etc. Cumplen los requisitos de la
Colonización Emocional: falta de conciencia, malestar en relación a algo que el/la
paciente está muy lejos de identificar, y un elenco de actitudes, creencias y
comportamientos que han sido inoculados por el otro.

Vemos en el caso de Galve que el Colonizador no tiene necesariamente la


intención de invadir ni suplantar la identidad de la persona. Las angustias
heteroconservativas que empujan a la sobreprotección, la necesidad de llevar a
cabo una idealización extrema en compensación a una herida narcisista, la
urgencia de generar un vínculo inquebrantable que compense un apego inseguro,
son motivaciones para Colonizar de una manera que no podríamos considerar en
absoluto “malvada”.

Un caso que Nurieta González asocia a otro que ella misma atendió en consulta:

Era una familia que exigía total identificación entre sus miembros y, en el caso de
mi paciente, sumisión a sus necesidades, incluso a las más personales de
cuidado. La paciente iba desde su casa a la de su madre para, por ejemplo,
“arreglarle la cara”. No se había casado con quien quería sino con quien a la
familia le parecía bien y ninguna de estas cosas se las había cuestionado. Vino
por dificultades graves en la relación con su marido y porque se sentía mal en el
ámbito laboral, como una niña, a pesar de una formación y titulación
excelentes. Fue un proceso muy lento. Recuerdo el primer día que pudimos
hablar de la posibilidad de pensar (en este caso de hacer) las cosas de forma
diferente a su familia. Mi paciente estaba hablando de que ella no hacía la tortilla
exactamente igual que su madre y yo lo enfatice: “Claro, tú haces la tortilla así, tu
madre hace la tortilla de otra manera”. Esto quedó como ejemplo y años más
tarde seguíamos hablando de la “tortilla” cuando había alguna diferenciación
conquistada. Pensar en esta paciente también me ha llevado a recordar las
enormes dificultades por las que pasamos. En un momento en que ella tomó una
decisión rompedora para la familia y para sí misma, cayó en depresión. Tuvo que
ser tratada con medicamentos (aunque poco tiempo), felizmente salió reforzada
de todo aquello.

En este caso podemos intuir sin embargo la necesidad de control por parte del
Colonizado para satisfacer sus propios deseos egoístas. Es la posesividad, el uso
del otro y el egocentrismo extremo que venimos comentando. Podríamos entonces
pensar que la agresividad es un elemento nuclear del proceso de Colonización y
por lo tanto considerar que la violencia de género es su más extendida
variante. José Antonio Méndez, sin embargo, considera que la agresividad no es
lo más representativo del proceso de Colonización ni se refiere este
primordialmente a la violencia de género. Apunta, que si bien siempre hay un daño
psicológico para el Colonizado, que ve limitada su capacidad de reflexión
autónoma y por consiguiente su independencia, la agresividad puede llegar a estar
completamente ausente. Por parte del Colonizador, Méndez recalca más bien su
necesidad de control, arraigada en peculiares motivaciones inconscientes según el
caso.

Dolores Díaz Benjumea, siguiendo estos planteamientos, reflexiona que la


influencia del Colonizador sobre el Colonizado es una cuestión de grados: en un
extremo nos encontraríamos con procesos de Colonización donde la persona
Colonizada estaría tan influida por el Colonizador que quedaría muy poco o nada
de su propio criterio, percepción , idiosincrasia, valores…; y en un grado
moderado, benigno, Benjumea recupera el concepto de superyó auxiliar de
Stratchey, donde el terapeuta como un nuevo (y buen) Colonizador ayuda a
contrarrestar el superyó punitivo del paciente. Podríamos considerarlo como una
“Colonización terapéutica” siempre momentánea y previa al desarrollo de la
autonomía del paciente, ya que no deja de fomentar la dependencia y de obturar
la creación del propio sistema de valores de este.

Como contrapartida Ángela Soler nos apunta lo que podría ser un ejemplo


extremo de Colonización Emocional: el delirio compartido (folie a deux). En este la
convicción del paciente delirante se implanta a modo de “contagio” en el psiquismo
del otro, que a menudo resulta ser un familiar muy cercano. Soler asegura que la
“contaminación” del pensamiento, la emoción y la conducta del otro es tan
extrema, que llega a ser complicado diferenciar en quién se desarrolló inicialmente
el delirio. Así mismo señala la manera abrupta y sorprendente en la que el
“contagiado” se recupera del delirio, bastan unos días sin contacto con el paciente
psicótico.

Es importante diferenciar una “Colonización necesaria”, estructurante del


psiquismo, donde el otro posibilita la identificación, de un proceso de Colonización
Emocional como el que estamos describiendo en este artículo. A este último lo
caracteriza un plus de violencia psíquica que impone una subjetividad y anula
completamente otra. La afirmación, el reconocimiento del otro como sujeto con
existencia propia, sus deseos y necesidades, sus criterios, quedan aplastados. La
consecuencia es que no hay existencia propia, nada hay más devastador.

Por otra parte, Nurieta González reflexiona en torno al juego de poder entre


paciente y terapeuta. El poder de “curar” y ayudar cae del lado del terapeuta, pero
no debemos olvidar que este a su vez depende en su subsistencia material y
narcisista del reconocimiento del paciente. Lo importante es ofrecer al paciente
algo radicalmente diferente a lo que le marcó negativamente en su pasado,
además de ayudarle a entrar en contacto y entender su mundo interno de modo
que también pueda empatizar y comprender la mente del otro. Esto puede
procurarse, por poner un ejemplo, con intervenciones orientadas a que el paciente
tome consciencia de los estados emocionales que subyacen a sus vivencias.
Veamos una breve viñeta clínica: una madre que podríamos considerar como
Colonizadora de su hija nos dice de esta que es muy exagerada.

Terapeuta - ¿Qué sientes cuando ella expresa lo mal que se siente?

Paciente – Es demasiado, exagerada, no tiene motivos para ponerse así… No sé


qué hacer…

T - ¿Cómo te sientes al no saber qué hacer?

P – Preocupada, cuando ella me dice esas cosas…, cosas que no son verdad…
después no me lo quito de la cabeza, le doy vueltas…, no puedo ni dormir…

T  - ¿Quizás cuándo no sabes qué hacer, qué solución dar, o no entiendes por qué
dice esas cosas…, te preocupas mucho, tanto que casi que te sientes asustada o
empiezas a tener algún miedo?

P – Claro, yo no quisiera que mi hija sufriera, que no pudiera valerse por sí


misma… La vida es muy dura y si es débil le va a ir muy mal.

T – Pienso que cuando te sientes asustada por ella y por que le vaya mal en la
vida…, quizás en esos momentos tú misma temes que te esté yendo mal como
madre, no estar haciéndolo lo bastante bien…, casi todas las madres nos
exigimos mucho… Pienso, que así preocupada por ella, sin dormir bien a veces,
quizá tú misma te sientas frágil, y lo frágil que tú te sientes es la misma fragilidad
que no quisieras que tuviera ella, pero que ves en ella.

P – Me siento fatal, yo le doy lo mejor de mí misma y nada parece ser bastante.


Creo que lo hago mal.
T- No creo que sea necesariamente que tú lo haces mal ni que ella sea muy débil,
sino que tú en ocasiones, como cualquier madre, te sientes preocupada e
impotente: no puedes ayudarla en todo, entenderla del todo, controlar lo que
pueda sucederle… Pero no sé si ella cuando te dice estas cosas se siente tan
frágil, si es un momento de “debilidad” suyo o todo lo contrario… Me pregunto si tu
miedo a que ella sufra pudiera estar impidiendo que veamos algo importante en
esos momentos en los que se pone como tú dices “exagerada”, alguna necesidad
o razón, algún mensaje razonable…

Es real que no podemos evitar lo sucedido en la vida de nuestros pacientes, pero


sí podemos devolverles una imagen de sí mismos y del otro diferente, enfatizando
que todos hacemos lo mejor que podemos, que es muy complicado
entendernos…, legitimando así lo que de momento es su única respuesta, a la vez
que vamos explorando una ruta alternativa.

Pongamos como ejemplo el caso de un muchacho de 13 años. El paciente, que


fue un niño desorganizado, presentaba en esos momentos una conducta agresiva
y controladora, cada vez más desafiante e imposible de “dominar” (palabras
textuales de sus padres). A medida que avanzaba el proceso, se evidenció que la
rabia de este muchacho era provocada por unos padres Colonizadores, y salió a la
luz una gran negligencia frente a las necesidades y estados mentales del chico. La
falta de reconocimiento de su individualidad transformaba su rabia en violencia. A
los 5 años se quedaba tardes enteras solo en casa, y cuando los padres llegaban
de trabajar le reñían si no había hecho los deberes. Cuando la terapeuta le
preguntaba por qué creía que sus padres habían pedido consulta, él contestaba
muy rígido: ”Tú sabrás, tú eres la psicóloga”. Su modo de estar en consulta era
desconfiado y desafiante. Conforme iba relatando sus vivencias se manifestó que
los padres no habían podido relacionarse con él como con un niño con mente
propia, y eso explicaba por qué él a su vez no había desarrollado interés por el
comportamiento de los demás y por lo que sucedía en la mente del otro. En su
lugar juzgaba de plano y lo traducía inmediatamente en conducta: se iba del
colegio, pegaba a su hermana, rompía con algunos amigos y se mimetizaba con el
grupo que consideraba ideal. Lo que el terapeuta pudo ir trabajando fue que el
chico había internalizado los aspectos más desorganizados de la relación con sus
padres, de modo que ahora estos funcionaban como partes de sí mismo (esto se
reflejaba en sus reacciones de rabia y en su desconfianza). Cuando en alguna
situación se sentía solo, abandonado o no escuchado, se activaban situaciones
del pasado insoportables que proyectaba en otros buscando mantener cierta
integridad. Su violencia era un modo de reestablecer el equilibrio emocional. Los
padres, al ir comprendiendo el sentido de la violencia, pudieron conectar con la
suya propia, esto provocó momentos de mucho dolor y tristeza que felizmente
pudieron sostenerse en el encuentro psicoterapéutico. Ser conscientes de que
hubo una negligencia muy profunda y del abandono, y de los efectos de no tener
una relación interpersonal entre ellos como progenitores, fue muy doloroso, pero
conectar con sus propias escenas traumáticas les ayudó a entenderse y
perdonarse a sí mismos. Esto generó que pudieran relacionarse con su hijo de
una manera más empática y comprensiva, lo cual hizo que remitiera la
impulsividad del chico.

Si consideramos que Colonizar es un “acting”, mentalizar es uno de sus más


grandes remedios. Sólo podemos reconocer y respetar al otro si en primera
instancia este se ha constituido como sujeto y hay un yo que “se basta
suficientemente” a sí mismo.

S-ar putea să vă placă și