La novelística sufre en el siglo XX una múltiple transformación.
Se emancipa de las fórmulas
tradicionales; deja de ser puro entretenimiento, distracción del ocio, para convertirse en testimonio de conocimiento, preocupación intelectual, reflejo de profundos problemas humanos. En contacto con las teorías filosóficas, con el progreso científico y tecnológico, con las estructuras económicas, sociales y políticas, adquiere el relato nuevas dimensiones internas. Pero, además del enriquecimiento temático, tiene una especial significación la renovación técnica, el cambio radical de la estructura: desplazamiento del punto de vista narrativo, enfoque de una acción desde distintos ángulos ópticos, ruptura de la secuencia temporal, contrapunto, monólogo interior.
Crisis de la novela ochocentista:
La novela sufre una serie de profundas transformaciones a través del siglo XIX, desde la proyección sentimental, desde la impetuosa mentalidad romántica, hasta el objetivo testimonio naturalista. Para Goethe: «La novela es una epopeya subjetiva en la cual el escritor se toma la libertad de pintar el universo a su manera». Pero la creación novelesca del «romanticismo de la desilusión», como le llama Georges Lukacs1, corresponde preferentemente a un Inundo soñado, a una realidad problemática; está ambientado en una realidad enteramente pasada y se caracteriza por una disconformidad entre la interioridad y el mundo en torno.