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Es posible establecer un mínimo al que deben llegar los sistemas políticos para que puedan
llamarse democráticos. Jáuregui plantea las siguientes condiciones:
La existencia de unas libertades sustanciales (libertad de expresión, libertad de
asociación, libertad e igualdad de información).
La selección del poder político (elecciones libres y frecuentes, derecho a sufragio
universal activo y pasivo, igualdad de voto, igualdad de representación).
Una distribución horizontal y vertical del poder, equilibrio y separación de poderes.
A un Estado democrático se le exige la garantía del respeto de los Derechos Humanos. Jáuregui
distingue los siguientes modelos:
Modelo competitivo: se lleva a cabo por una élite preparada, por expertos; debe darse
una despreocupación por parte de la sociedad. La élite gobierna con un aparato
burocrático y tecnológico fuerte.
Modelo pluralista: las sociedades están basadas en el principio del pluralismo,
respetando la igualdad de posibilidades de participar y decidir en el poder.
Modelo participativo: se basa en la importancia del desarrollo de la actitud cívica del
ciudadano como factor esencial para el interés común. Poner el interés público por
encima del interés privado.
Beetham y Boyle fijan cuatro componentes necesarios para que una democracia funcione: un
gobierno abierto y responsable; un conjunto de derechos civiles y políticos; unas elecciones
libres y limpias; un determinado tipo de intervención educativa que transmita los valores
democráticos en toda su amplitud, atendiendo a los ámbitos formal y no formal. Estos autores
destacan la necesidad de un factor social y cultural que sostenga el desarrollo de la democracia.
Este componente “inmaterial” de la democracia es lo que, en general, se conoce como “cultura
democrática”. No es posible hablar de democracia sin hacer referencia a ella. Se sustenta en dos
pilares interrelacionados: la vivencia de unos determinados valores y la transmisión de esos
valores.
Por lo que se refiere a la transmisión de una cultura democrática, el pluralismo constituye un
valor básico. Esto implica que en las sociedades democráticas no exista una única forma de
realizarse cívica y moralmente.
Además del pluralismo hay otros valores que conforman esa cultura democrática:
Libertad; Tiene distintos significados:
- Libertad como participación: el poder tomar parte en las decisiones comunes después
de haber deliberado conjuntamente sobre todas las opciones.
- Libertad como independencia: garantizar un ámbito en el que nadie puede interferir,
que se llamó “libertad de los modernos” y es la que nos permite disfrutar de la vida
privada.
- Libertad como autonomía: será libre aquella persona capaz de darse sus propias leyes.
Igualdad; Todas las personas tienen la misma dignidad por ser humanas, hecho por el
que todas merecen consideración y respeto. Se fundamenta también el principio de no
discriminación.
Respeto activo y tolerancia; Dos valores sin los que no hay convivencia posible y se
fundamentan sobre el interés por comprender a otros y por ayudarles a llevar adelante
sus planes de vida.
- Tolerancia es la voluntad de vivir con el otro; la verdadera riqueza de una nación
radica en la capacidad de sus ciudadanos de coincidir en ciertos ideales y principios que
les permiten convivir.
- El respeto activo por los otros desemboca en la solidaridad.
Diálogo; Se orienta al consenso sobre los temas que afectan a la comunidad. Hay que
estar dispuesto a escuchar, porque el diálogo es bilateral. Mantener su posición sino le
convencen los argumentos o modificar su postura si le convencen; quien está
preocupado por una solución correcta del problema quiere entenderse con su
interlocutor.
Justicia y solidaridad;
- La justicia es un valor que articula los restantes.
- La solidaridad se puede entender como la versión secular de la fraternidad, de la
obligación natural que tienen los individuos y grupos humanos de contribuir al bienestar
de los demás.
Formación del carácter moral; pone de manifiesto que el juicio individual del sujeto
sobre la bondad o justicia de una realidad no es suficiente por sí mismo para merecer el
calificativo de moral. No basta saber razonar correctamente o realizar una valoración
adecuada, sino que es necesario acompañarla de una acción recta y ahí es donde cobra
sentido la adquisición de virtudes, la formación del carácter y de los hábitos.
Según este modelo la naturaleza humana y sus propios fines constituyen el contenido de
la moralidad. La educación habrá de fomentar la adquisición de las disposiciones
morales que permitan decidir y actuar rectamente, de acuerdo con unos determinados
valores.
Se recupera así el sentido de la educación vinculada al logro de una vida buena,
lograda. Este logro supone la posesión de hábitos que el sujeto adquiere mediante la
repetición de acciones virtuosas.
La educación de la ciudadanía
La transmisión de una cultura democrática está íntimamente relacionada con la tradición
jurídica de cada Estado (en nuestro caso la constitución de 1978) que definen una imagen
concreta de ciudadanía.
La educación cívica tendría un referente local, mientras que la educación para los Derechos
Humanos puede entenderse desde una vertiente más universalista. Mientras la noción de
“ciudadanía” evoca lo local, los Derechos Humano amplían el horizonte de humanización y de
pertenencia hasta llegar a una “ciudadanía cosmopolita”.
La educación cívica aquí se considera como la intervención educativa dirigida a analizar cuáles
son las mejores configuraciones de la sociedad civil y los modos de colaboración en la gran
tarea colectiva de conseguir que tales configuraciones se implanten.
Puede entenderse la educación cívica como formación de los miembros de una comunidad
humana en una conciencia viva de pertenencia a la misma, en un conjunto de habilidades y
actitudes para participar autónoma, crítica y activamente en su dinámica.
Puig Rovira sostiene que la ciudadanía se construye en dos fases: la primera coincide con la
socialización que se produce en el seno de los grupos primarios, mientras que la segunda tiene
que ver con la apertura e integración en el conjunto de la realidad social, cultural y política en
un sentido más amplio y universal.
La necesidad de una educación cívica viene determinada principalmente por tres razones:
Es necesaria para conseguir la armonía.
Es necesario enseñar a los jóvenes tanto las razones de la dignidad humana como las
acciones que de ellas se deducen.
Es imposible construir una sociedad auténticamente democrática contando únicamente
con individuos técnicamente diestros.
Se destaca la estrecha vinculación que existe entre derechos y deberes, y por tanto la
importancia de la noción de responsabilidad, tal y como se recoge en algunos artículos de la
Declaración Universal de Derechos Humanos.
“La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el
fortalecimiento del respeto a los Derechos Humanos y a las libertades fundamentales”.
“Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede
desarrollar libre y plenamente su personalidad”.
Una de las más recientes aplicaciones, en metodología educativa, puestas en marcha para
desarrollar la idea de responsabilidad en relación a la comunidad es el Aprendizaje Servicio
Solidario (ApS).
Rasgos más significativos que caracterizan el ApS:
- El lugar central que tienen los estudiantes en todas las fases del proyecto (planteamiento,
desarrollo y evaluación), ya que se trata de una propuesta de aprendizaje activo.
- El desarrollo de actividades se orienta a colaborar eficazmente en la solución de problemáticas
comunitarias concretas. Un “hacer con” más que un “hacer para”
- La vinculación intencionada de las prácticas solidarias con los contenidos de aprendizaje y/o
investigación incluidos en el curriculum.