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Jéssica Zambrano Alvarado - 22 de octubre de 2017 - 00:00 La obra del autor peruano
dialoga con un fragmento del poema ‘Más allá del amor’, del mexicano Octavio Paz, quien
fue uno de sus amigos. Foto: Miguel Castro / El Telégrafo En 2008 construyó el reloj
incaico, una escultura sobre el Estero Salado.
Fernando de Szyszlo pensaba Perú como un desierto interminable, atravesado por unos
cuantos ríos que bajaban de los Andes y formaban pequeños valles. De Szyszlo
consideraba al Sol como un elemento de transformación, como el dios ritual de sus
ancestros. En Colombia, Perú y Ecuador construyó una serie de esculturas con las que
pretendía medir el tiempo y representar la luz, que en el pasado fue motivo de ritos, para
que en medio de lo urbano puedan convertirse en elementos vivos.
César Vallejo, ese compatriota suyo, al que admiró desde siempre, escribió en uno de sus
poemas del famoso libro Trilce “serpea el sol en tu mano fresca, y se derrama cauteloso
en tu curiosidad”. De Szyszlo serpea al sol en sus monumentos levantados como tótems
que imitan la tradición indígena con la que tan cercano se sintió hasta el final de sus días.
En 2008, una parte de Guayaquil, como ya es costumbre desde la era de los incendios, se
estaba reconstruyendo. A través de Fundación Siglo XXI, el Municipio de la ciudad
trabajaba en la regeneración urbana de la calle Víctor Emilio Estrada. Además de los
adoquines y un puente decorativo, la autoridad local aceptó una propuesta del escultor y
pintor peruano Fernando de Szyszlo para colocar en el estero Salado una de sus
esculturas. Se trata del reloj incaico, una serie de cuatro columnas, una en cada punto
cardinal. Están hechas de hormigón que tal y como están ubicadas se cierran en una
circunferencia, como protegiéndose la una de la otra.
Cada tarde cae la luz del día en el oeste de la ciudad y se filtra por las circunferencias del
reloj incaico. La luz de la tarde ilumina la escultura de De Szyszlo en el Salado, aunque
poca gente sepa a quién pertenece y resulte extraño que exista allí donde se ennegrece
con el color del agua.
La escultura de Szyszlo en el Salado se mira con ‘Más allá del amor’, un poema de
Octavio Paz. Szyszlo no dejó una placa sobre su obra, ni su nombre. Dejó una invitación
abierta a la gente que recorre la ciudad. “Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma, de
tanta vida que se ignora y se entrega: tú también perteneces a la noche. Extiéndete,
blancura que respira, late, oh estrella repartida, copa, pan que inclinas la balanza del lado
de la aurora, pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida”.
El autor del reloj incaico dejó marcado el camino para entender la obra y mirarla desde una
cierta perspectiva cuando la luz se filtre sobre ella. Solo hay que dejarse llevar por las
señales del camino. De Szyszlo dio las instrucciones precisas para que la obra quedara
sobre el Salado de la manera en que la concebía. Llegó a su inauguración, pero hay pocos
registros de ella (casi nulos) en la prensa.
Fue profesor; enseñó durante 20 años en la Escuela de Bellas Artes de Lima; fue docente
también en la Universidad de Cornell y en la de Austin, Texas. Desde que empezó su
carrera se dedicó a pintar cada día, al menos un rato. El Intihuatana es un complejo
sistema de mediciones astronómicas que permitían a los incas definir el calendario de
actividades sociales y religiosas para todo el imperio. Los incas construyeron varios
monumentos de este tipo con piedra. Uno de ellos sobrevive en Machu Picchu. A través de
una serie de escalinatas de uno de los complejos arqueológicos más antiguos del imperio
inca, se llega a una roca tallada en forma de polígono, una plataforma de piedra
ceremonial de 2,20 metros de diámetro. Hacia el este, los muros alcanzan una altura de 60
centímetros. En su cima de ubicación la conocen como “la roca que irradia energía”.
Intihuatana está en lengua quechua. Inti se traduce como sol, y watana como atar. El
nombre invita a amarrar al Sol.
En la costa peruana necesitamos amarrar al Sol muchas veces”, dijo De Szyszlo en una
entrevista. La obra se levanta en el centro del parque Mariano Necochea, barrio limeño de
Miraflores. Se trata de dos columnas con formas distintas, donde una parece sostener a la
otra. Una de ellas tiene en su interior tres rectángulos y la otra, con forma de martillo, tiene
en la parte superior un círculo forrado en pan de oro que le da un tono de luz.
En 2014, en la víspera del solsticio, esa fecha en la que el sol alcanza su mayor altura en
el cielo y a la que los indígenas celebraban, un grupo de artistas y universitarios
intervinieron la escultura de De Szyszlo como una manera de recalcar el significado de la
obra bajo el cielo gris de Lima. El monumento dedicado a la tradición indígena de amarrar
al Sol tiene una versión distinta en la calle 26 con carrera 78, en el occidente de Bogotá.
Allí, De Szyszlo repite su estrategia al trabajar con el concreto, esta vez en dos secciones:
la primera columna se asemeja a una H con tres círculos en el centro (uno de estos aros
está atravesado por una franja horizontal). La segunda sección es un rectángulo con un
círculo en la parte media superior que permite visualizar el oriente de la ciudad. En gran
parte de la obra de De Szyszlo se evidencia ese interés suyo por crear un clima o situación
en la cual las formas se vean habitadas. Ninguno de sus trazos parece gratuitos.
Fue un seguidor del arte nativo y de la posibilidad de encontrar en cada una de sus formas
un significado. “El único arte original que conocía era el arte precolombino. Yo me he
nutrido tanto del arte occidental como del peruano, colombiano, del arte primitivo. Toda la
costa peruana es un desierto interminable atravesado por unos cuantos ríos que bajan de
los Andes y forman unos pequeños valles. Hay cuadros que nacen de otros cuadros”, dijo
el autor en una entrevista.
La muerte
En 1948, cuando inició su carrera artística, viajó a París, junto con su primera esposa, la
poeta Blanca Varela. Quería vivir en medio de la vanguardia. Conoció a personas muy
influyentes en el arte y la literatura. A su casa llegaba André Breton, escritor y fundador del
surrealismo; Henri Michaux, el autor belga al que Jorge Luis Borges traduciría al español; o
el escritor mexicano Octavio Paz. Pero no le duró demasiado, en 1951 decidió volver a
Perú. “Vivir en una ciudad del tercer mundo, agobiada por la miseria pero al mismo tiempo
alimentada por la sensación de que eso podría cambiar y que nosotros podríamos
participar en ese cambio, ha sido un motor durante toda mi vida”, dijo en 2016, en una
entrevista con la BBC. En ese retorno se involucró con el arte precolombino.
En 1966 señaló que pensaba que en América Latina los artistas trataban de hacer arte
abstracto con la ayuda de los descubrimientos de los artistas europeos, “cuando en siglos
pasados los artistas peruanos habían producido un arte altamente desarrollado, sin duda
autónomo y poderoso”.
Fernando de Szyszlo decía, según su amigo Vargas Llosa, que no sobreviviría a la muerte
de su esposa, Liliana Yábar. El lunes 9 de octubre los encontraron a ambos muertos,
caídos de las escaleras de su casa en Lima, con una fractura en el cráneo, casi idéntica.
Tras su muerte, la importancia de De Szyszlo en el lenguaje latinoamericano sigue en
estudio, así como las señales que dejó en el espacio público. Sus obras están en el Museo
de Arte Moderno de España; en el Museo de las Américas en Washington D.C.; en el
Museo de Arte Moderno de México; en el Guggenheim Museum en Nueva York; Museo de
Bellas Artes de Caracas; Museo de Arte de Lima, entre otros.
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