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Tus valores mienten

por Ana Lydia Vega

Hasta las horquetillas me tiene la cantaleta de los dichosos valores. Tres obviedades apunto aquí. La teoría
de la salvación social por la vía de la machaca ética no convence. La decencia no se adquiere ni en la
escuela ni en la iglesia. Y la práctica de la integridad se predica con el ejemplo. Lo demás es demagogia y
santurronería.

Durante el cuatrienio fortuñesco, se implantó el programa “Tus valores cuentan”. La gran novedad
pedagógica era una idea bastante trillada: que “ajocicarles” principios a los jóvenes en clase es la fórmula
mágica para el desarrollo de ciudadanos ejemplares. Los entusiastas de ese virtuoso credo probablemente
ven al alumno de extracción popular como una criatura de carencias, un ser primario sin formación previa
en normas de conducta y convivencia.

Para refinar esa supuesta naturaleza silvestre, la administración de turno optó por la receta rehabilitadora
del Instituto Josephson. Contratado en dos ocasiones por administraciones del Partido Nuevo Progresista,
dicho organismo americano se ha pegado ahora en el Powerball de los fondos federales. Al son de casi
diecisiete millones, catequizarán a maestros y estudiantes en los “seis pilares del carácter”, base filosófica
de la doctrina importada. No en balde la malicia boricua les ha cambiado el lema por uno mucho más
realista: “Tus valores cuestan”.

El gobierno patrocinador de nuestra redención espiritual nos prepara otro remedio milagroso para la
erradicación de la barbarie criolla: el dispositivo civilizador del “abilinguamiento”. Ese perro ya nos ha
mordido y lo reconocemos a distancia. La flamante plataforma didáctica que combina la autoayuda moral
con la manipulación ideológica del idioma trae ingratos recuerdos de la americanización a la trágala que
aquí marcó las primeras décadas de dominio estadounidense. Sólo falta que llegue el primer embarque de
misioneros lingüísticos.

En el entretanto, se erosiona el concepto de educación pública con la imposición de una especie de


privatización “lite”. Las escuelas fletadas y los vales cambalachistas reestrenan un viejo experimento
administrativo que, sin reformulación de políticas educativas ni revisión curricular profunda, pasa por
reforma. El cierre de más de tres cientos planteles culmina la gloriosa conversión del sistema escolar en
pasto para el aventurerismo inversionista.

Y, hablando de amagos de reformas, ¿qué tal la que propuso y canceló el Gobernador en cuestión de una
semana? Sí, hombre, la rebautizada “deforma” laboral del sector privado que pretendía seguir metiéndoles
machete a los flacos beneficios conquistados por los trabajadores puertorriqueños. Con el pueblo y la
legislatura en contra, don Ricky no se atrevió a complacer a la Junta en ese infame ítem de su gestión
recaudadora. Bendito, no se resignó a la sentencia de un término que la Ley 7 le infligió a Fortuño. Pero
prohibido bajar la guardia: la Junta, como el imperio, nunca duerme.

Por ahí se asoma la próxima masacre de los sistemas de retiro. La liquidación de la Autoridad de Energía
Eléctrica está a la vuelta de la esquina. Ya deben estar diseñando el “billboard” gigantesco del “For Sale”
para la isla entera. La lista preliminar de las instituciones culturales en veremos eriza la piel del alma:
WIPR, Centro de Bellas Artes, Conservatorio de Música, Escuela de Artes Plásticas y sigan temblando. ¿Y
qué de la UPR? Con su presupuesto amputado, la matrícula disparada y los recintos encogidos, nuestra
única universidad estatal podría ir camino a la sala de subastas.

Mientras se dan tajos a ciegas y se les regatean las migajas a los menos solventes, la casta de los intocables
continúa guisando como en su mejor momento. Los salarios exorbitantes de los recién aterrizados
funcionarios de “afuera” han sacado por el techo a los felices que todavía lo tienen. A esas escandalosas
sumas se añaden el reclutamiento millonario de compañías consultoras, las facturas legales de la quiebra y
el festín permanente de los amigotes de la casa. Hoy rabian aquellos ilusos que contaban con los buenos
oficios de los “Magnificent Seven” para acabar con el robo y el despilfarro. No existe mejor manera de
calibrar el agobio colectivo ante tanto desmadre que darse una vuelta por los pasillos del aeropuerto Muñoz
Aerostar.

A la luz de semejante panorámica, el sonsonete moralista suena hueco y huele feo. Y es que los
procónsules del Congreso y los politipillos del patio se han combinado para encajarnos un fulminante taller
de “antivalores”. Por un lado, se nos edifica con los mentados seis pilares del carácter. Y, por otro, se nos
aplasta con un operativo continuo de choque y destrucción.

Tamaña contradicción entre los piadosos preceptos del salón de clases y las realidades opresivas del País.
Los niños y los adolescentes recibirán su dosis diaria de “confiabilidad, respeto, responsabilidad, justicia,
bondad y civismo”. Sus padres tendrán que vivir en la calle las consecuencias devastadoras de los seis
pilares de la corrupción.

A ver, muchachos, repitan conmigo: egoísmo, codicia, deshonestidad, cinismo, arrogancia, impunidad.
Vamos, más fuerte, otra vez…

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