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ENCOPRESIS Y ENURESIS

Beatriz Janin

Control de esfínteres

Uno de los problemas existentes es la hostilidad que tanto la enuresis como la encopresis
despierta en los adultos. Es habitual que se suponga que los niños “lo hacen a propósito”
para atacar a los padres. También, suele suceder que el niño resuelva durante el tratamiento
muchos conflictos, pero que síntoma sea reacio a desaparecer.

En el caso de la enuresis y encopresis primaria, una renuncia no se ha establecido de


entrada y lo habitual es que haya reorganizaciones a lo largo de la vida que lleva a que el
mismo síntoma vaya cobrando diferentes sentidos. El control de esfínteres presupone una
oposición al puro empuje pulsional y marca un hito importante en la aceptación de normas
culturales por parte del niño. Implica la tolerancia de urgencias internas y la incorporación
de normas culturales.

Es necesaria la construcción del yo de placer como articulación de las zonas erógenas y


dominio del propio cuerpo. Esto yo se constituye a partir de la ligazón de sensaciones y que
tiene como condición que otro brinde, como un espejo, una representación unificada de si.
A su vez, es indispensable la disponibilidad a inscribir mandatos, aunque estos sean
acatados en principio por temor y por amor al otro y no por una prohibición interna.
También presupone dominar al objeto, pero tolerar renunciar a él y aceptar ser dominado
por reglas impuestas por otro.

Así, el control de esfínteres supone la renuncia a un placer por sometimiento a la voluntad


materna, renuncia que implica un logro cultural. Los berrinches que acompañan
generalmente el control de esfínteres muestran el intento de dominar a otro doblegando su
autoridad. El acto de evacuar implica una demarcación de un territorio, territorio de lo
propio – ajeno. Se pone en juego la tolerancia a postergar un placer, así como también a
perder algo propio y valioso. Sin embargo, el control esfínteriano puede no ser vivido como
un logro, como una adquisición cultural que refuerza la valoración de sí, sino como una
doble pérdida, tanto en relación al erotismo como al narcisismo.

NOTA DE CLASE: Son evacuaciones repentinas de las heces y orina. Se producen en


lugares inesperados. Los padres describen que el niño tiene mas de 5 años, es decir, que
ya es una edad en la que se adquiere la capacidad de control. Las evacuaciones suceden
en forma frecuente en un periodo de 3 o 4 meses. Son síntomas a partir de los cuales luego
se plantean hipótesis de trabajo. No dice por si mismo a que estructura psíquica pertenece.
No son secundarias al consumo de determinadas sustancias.
Según el DSM V, debe cumplirse los 5 años para que se diagnostique como trastorno de
eliminación porque hoy en día el control de esfínteres ocurre mas tardíamente.

Hay una serie de posibles hipótesis de trabajo: la primera es ¿Se trata de un síntoma
neurótico? Es lo que trabaja Freud en el segundo de los tres ensayos. La enuresis son por
lo general nocturnas. Las características seria: la angustia es de castración, la conflictiva
es edipica y la organización del aparato psíquico es genital-falica porque es un síntoma de
manifestación histérica.

La segunda hipótesis es si es una manifestación psicosomática. La tercera hipótesis es que


es un chivo expiatorio de una conflictiva parental y por eso produce el síntoma. La cuarta
hipótesis es que se trata de una comorbilidad de otra organización (es comorbido a un
trastorno distinto que presenta el niño pero que esta tapado – el síntoma convive con otro
pero lo que molesta es la enuresis porque es muy manifiesta).

Para hacer el diagnostico hay que saber:

 La descripción del síntoma,


 Las características del niño (las características de un psicosomático, de un
posible neurótico, etc)
 Lo psicodinamico (la enuresis es retentiva, por eso se le escapa en
cualquier lugar – la pregunta es que no quiere perder – que simbolización
tiene la orina, si es por causa de la masturbación, etc),
 Conocer las comorbilidades (un trastorno es mas comorbido con otro,
ejemplo: trastorno de alimentación y trastorno de aprendizaje) y la
diferenciación diagnostica (ejemplo si no hay lesión, no encaja el
diagnostico psicosomático).

La hora clave para citar a un enuretico es a las 17.30, después del colegio.

Se piensa a través de 3 tipos de niños:

Niño A: impecable, pide permiso para entrar, pide permiso para hacer cada cosa, incluso
a la madre para entrar al consultorio, copia en la hora de juego el mismo dibujo que hay
en la habitacion. Hay una relación objetal de dependencia, una sobreadaptacion y no hay
iniciativa en la hora de juego. Se presenta la hipótesis de la psicosomática. Hay una
autoagresión.

Niño B: pide llamar al padre para que avise que esta en la consulta. Tipo de relación
objetal: triangular edipica (el padre esta presente en el discurso – necesidad de relación
triangular). En el dibujo grafica dos dinosaurios que comen a x cosa. Se presenta la
hipótesis de manifestación neurótica (la agresión sublimada en el juego). Suele
desaparecer a los 8 o 9 años y puede derivar en una neurosis obsesiva.
Niño C: no hay normas ni limites, agresividad manifiesta. Hipotesis de comorbilidad de
trastorno antisocial de la conducta (DSM IV) o negativista desafiante en el (DSM V) – la
falla en el control de los impulsos necesita de una descarga. Relacion objetal narcisista
(solo que el desea con yo placer purificado). Puede derivar en una personalidad
psicopática.

Conflictiva parental: se percibe en la entrevista que no se trata de una afeccion del niño
sino de los padres. Hay una frustración sexual en la relación (ejemplo, el niño es llevado a
la habitación con ellos cuando moja la cama como excusa para no tener intimidad – el
síntoma se sostiene).

Las agresiones de las tres hipotesis son manifestaciones de la etapa anal. Marta Berkhei
toma a los trastornos de eliminación como una posible manifestación psicosomática.

Janin hace énfasis a que no pertenece a algo determinado sino que hay que dejar que se
manifieste la psicodinamica (es lo escrito antes). Hay que preguntarse:

 ¿Por que retiene? ¿Para no perder, para mantener el control?


 ¿Por qué se está perdiendo en ese momento?

Si hay perdida hay depresión. Puede no encontrarse solo una alteración de la conducta
sino una depresión de fondo, puede haber una confusión entre el adentro y afuera
(empobrecimiento en la constitución del aparato psíquico), puede haber una desestimación
o no decodificación adecuada de sus necesidades biológicas.

Encopresis

La encopresis puede ser un trastorno en la estructuración psíquica o un síntoma que puede


encontrarse en diferentes estructuras psíquicas y que no define un cuadro psicopatológico.
Janin toma a la encopresis abarcando todas las perturbaciones en que la defecación se
produce en lugares inapropiados, exceptuando los casos en los que hay causa orgánica.

La organización anal y sus perturbaciones

La organización anal aparece en la teoría psicoanalítica como una encrucijada importante,


como un punto crucial en la organización psíquica, en tanto liga pulsiones, narcisismo y
defensas, constitución del yo e interiorización de normas. El niño trata a las heces como
una parte de su cuerpo. En “De la historia de una neurosis infantil” (El hombre de los
lobos) Freud liga la renuncia de las heces a la castración y establece la ecuación simbólica
heces-niño-pene. Sostiene que: “La entrega de la caca a favor de otra persona se convierte a
su vez en el arquetipo de la castración. Es el primer caso de renuncia a una parte del cuerpo
propio para obtener el favor de otro amado. La caca, el hijo y el pene dan así por resultado
una unidad, un concepto inconsciente: el de lo pequeño separable del cuerpo”. La entrega
de las heces sería el arquetipo de la castración.
Abraham distingue dos fases en el interior del estadio sádico-anal: en la primera, el
erotismo anal está ligado a la evacuación y la pulsión sádica a la destrucción de objeto. En
la segunda, el erotismo anal se liga a la retención y la pulsión sádica al control posesivo. A.
Green, por su parte, considera que la regresión anal conduce a la desestructuración del
pensamiento, porque la excitación insuficientemente ligada ataca a los pensamientos y es
proyectada al exterior de un modo tan violento que no puede ser reintroyectada ni
metabolizada.

Los dos aspectos salientes de la organización anal son el sadismo procedente de la pulsión
de dominio y el erotismo de la mucosa anal. Amor y odio van juntos en la organización
anal, marcada por la ambivalencia. El erotismo sádico-anal puede resolverse a través de dos
procesos convergentes: la posibilidad de nominar al mundo con la apropiación del símbolo
de la negación como posibilitador de traducción de lo inconsciente y de freno al otro y la
incorporación de normas ligadas al cuidado de sí.

Al nombrar el mundo, el niño va delimitando un afuera diferente de sí y un universo en el


que los objetos perdidos se recuperan simbólicamente al nombrarlos. La palabra implica así
la posibilidad de desprendimiento y de posesión simbólica del objeto, posibilidad que suele
estar dificultada en niños encopréticos. A su vez, al enunciar el “no” como preconsciente, el
niño va estableciendo un límite a la voluntad del otro y a sus propios deseos. Además, si la
norma no es un sometimiento furioso a los ritmos de otro, permitirá identificarse con los
mayores (padres y hermanos) y formar parte de la comunidad cultural.

Las heces

Las heces son un primer producto, una primera creación. Pasan a ser mediadoras de la
relación con el adulto y son instrumento de intercambio a la vez que espacio de
identificación. Los niños que no aceptan defecar en el inodoro y exigen que se les ponga el
pañal para hacerlo están hablando de cómo les cuesta desprenderse de un objeto valioso y
cómo se identifican con ese objeto. Schaeffer y Goldstein sostienen que el trabajo de
simbolización consistirá en pasar de una lógica de pensamiento binaria, que funciona en
pares de opuestos, a una lógica ternaria que va hacia la ligazón, desligazón y religazón de
representaciones antagónicas, parecidas y opuestas.

En “El niño y su cuerpo” Fain plantea que erotizar la retención permite al niño ligar la
sensación de placer con el aumento de tensión y, por consiguiente, tolerar esta última, lo
que permite la producción de fantasías no acompañadas de descarga inmediata. Esta no
descarga inmediata y la elaboración fantasmática son un modelo para el proceso del pensar.
Se puede hablar entonces de fallas en la constitución de los procesos mentales durante la
etapa anal cuando no se puede erotizar la retención. Pero también se puede hablar de
dificultades para arribar a la acción, cuando la retención está excesivamente erotizada. Se
puede quedar sujeto a un ser mirado por otro y suponer que el propio producto se constituye
en esa mirada, es decir, ser ajeno.
Se puede observar en la clínica que muchos niños son ubicados por sus padres como
productos-heces y valorados en tanto dominables, y denigrados en tanto se ha perdido todo
poder sobre ellos. La ligazón entre defecar y atacar aparece clara en las palabras de una
niña de cuatro años que para contar una escena de mucha violencia de la que había sido
testigo dice “El señor le hizo caca encima”.

Tipos de encopresis

Todos los autores reconocen la diferencia entre encopresis primaria (cuando no se ha


adquirido nunca el control de esfínteres) y la secundaria (cuando el control se ha adquirido
durante un período mayor de un año). La encopresis primaria es un trastorno en la
estructuración psíquica. La norma de control no se instauró como norma interna y hay una
falla en la represión del erotismo anal y en la constitución de los esbozos del superyó como
sistema de normas. La encopresis secundaria supone que ha habido un control esfinteriano
que después de un tiempo fracasó. La diferencia es, entonces, entre un aprendizaje que no
se adquirió nunca y un proceso de regresión.

En el DSM IV, se establece la diferencia entre:

a) Con estreñimiento e incontinencia por rebosamiento

b) Sin estreñimiento ni incontinencia por rebosamiento

En el manual se plantea que este trastorno suele estar asociado a un trastorno negativista
desafiante o a un trastorno disocial. Por otra parte, Kreisler, Fair y Souleé hablan de cuatro
tipo de encopréticos: el vagabundo o pasivo, dependiente; el delincuente, activo,
transgresor y el perverso, que realiza un juego autoerótico con sus heces; diferenciándolos
de el niño cuya perturbación para defecar tiene origen orgánico.

NOTA DE CLASE:

Encopresis vagabunda: es la pasiva, dependiente y no hay registro. No hay preocupación y


su ambiente también es asi. Hace referencia a la organización psicosomática y puede no
haber diferenciación adentro y afuera

Encopresis delincuente: es el transgresor. Hace en un lugar determinado en un momento


determindo (ejemplo, después de que la madre lo cambia). Hace refencia a lo comorbido.

Perverso: hace referencia a partir del placer que se puede tener a partir de la retención.
Hay un juego de las pulsiones autoeroticas. Es una actividad onanistica.

Marta Bekei diferencia la encopresis continua (el niño que nunca logró el control) de la
discontinua (el niño que pierde el control en un momento crítico, cuando su relación con su
madre peligra). Ubica la encopresis retentiva como un subgrupo de la discontinua y la
define como una manera diferente y más grave de protesta contra el abandono materno por
parte de un niño sumiso y entrenado con severidad.

Ciertos autores afirman que la encopresis del niño sugiere un disfuncionamiento en tres
dimensiones: relacional, parental e infantil.

Abandonos y duelos: el niño que pierde (expulsivos)

Entre los expulsivos hay dos grupos:

a) El de los niños que pierden indiscriminadamente, que no tienen registro de sensaciones y


en los que el cuerpo es un extraño no registrado y

b) El de aquellos que se pueden denominar “tira bombas”, que anuncian de diferentes


formas que van a defecar, que hacen heces “bien moldeadas” y que parecen estar en pugna
con las normas.

Los que pierden indiscriminadamente

Con relación a los primeros, constituyen con esa expulsión un afuera confuso, que se les
puede tornar persecutorio cuando comienzan a diferenciar adentro y afuera. La tensión no
solo no es procesada, sino que ni siquiera es sentida y lo que se repite es un intento de
desembarazarse de ella. La angustia como señal de alarma fracasa y el niño queda expuesto
a una invasión de estímulos de los que trata de vaciarse utilizando el cuerpo. La cuestión es
echar todo, despojarse de toda tensión y de todo dolor en un intento de no sentir. En sus
fantasías, el que maneja el cuerpo es otro (suele aparecer la figura madre-padre no
discriminada que extrae sus heces). A su vez, hay a menudo situaciones de abandono a las
que el niño quedó expuesto. Hay predominio de estas situaciones.

Cuando este tipo de encopresis es primaria, puede pensarse que no hay un registro de los
esfínteres como zona de pasaje y diferencia. El esfínter anal no se constituyó como pasible
de ser regulado, sino como “lugar del otro”. En otros niños, este tipo de encopresis aparece
secundariamente a situaciones de abandono y pérdida que actualizan pérdidas anteriores.
Son niños que quedan pasivos, sujetos a otro que se va, los abandona. Cuando esto ocurre
después de varios años en los que el niño tuvo el control de esfínteres puede preguntarse si
ese control no era en sí mismo frágil y montado en la dependencia de la mirada del otro.
Puede afirmarse que se da una falla en al simbolización y en la elaboración del duelo y el
niño queda inundado de sentimientos de abandono frente a los que pierde dominio de sus
esfínteres.
La defensa predominante en estos niños parece ser la desestimación. Desestimación de sus
propias sensaciones, de sus urgencias y también de los límites de su cuerpo. Se trata
generalmente de madres que repiten sin saberlo abandonos sufridos y que tienen mucha
dificultad en transmitir una norma cultural. El niño que limita a expulsar no puede trabajar
sus producciones y hace un permanente pasaje al acto.

Los que bombardean

Registran la necesidad de evacuar y eligen un lugar y un modo para satisfacerla. Predomina


la hostilidad, la agresión manifestada con el cuerpo. Cuando es posterior a situaciones de
pérdida, el duelo se transforma en ataque al mundo. El niño se ubica con relación a una
madre todo poderosa que quiere apoderarse de sus excrementos y al que el ataca
ensuciándola. A su vez ese “ensuciar” es una expresión de amor incestuoso.

Es frecuente que en estos niños haya historias de violencia. Generalmente son hiperactivos,
oposicionistas, que desafían toda norma. Las defensas que predominan son la
desestimación y/o la desmentida de los imperativos categóricos. Hay un desafío a aquello
que supone una imposición arbitraria de una madre-padre poderoso y exigente. Así, la
prohibición del incesto y todas normas derivadas de ella pueden ser desestimadas o
desmentidas. En estos niños predomina la motricidad por momentos descontrolada con
episodios de estallido (pataletas).

En los casos en que la encopresis es primaria, nos encontramos con que la pulsión ha
quedado poco simbolizada, sin pasaje de excrementos a regalo. Cuando la encopresis es
secundaria, es una transacción que expresa los deseos y ruptura del sistema defensivo
armado hasta el momento, con desmentida de la norma. Hay predominio de situaciones de
violencia.

Los encopréticos por rebosamiento

Son los que son fundamentalmente constipados y a los que “se les escapa”. Prima el placer
en la retención y la investidura de las heces como objeto hipervalioso al que no se puede
renunciar. Así como hay niños en los que la constipación es equivalente a un embarazo, hay
otros en los que el bolo fecal figura más bien un muerto-vivo y hay niños que parecen tener
un pesado paquete que los excede totalmente y del cual lo único que pueden registrar son
sensaciones no ligadas que los invaden y que deben ser guardadas-expulsadas. Hay
predominio de situaciones relacionadas a decepciones y humillaciones.

A su vez, si el vínculo con los objetos amados falla, las heces pasarán a ser el objeto
privilegiado y su pérdida será vivida como pérdida narcisista.

Conclusiones sobre la encopresis


Mientras que las encopresis primarias siempre son trastornos en la estructuración psíquica,
las secundarias pueden ser tanto síntomas neuróticos (que implican funcionamiento
simbólico) como trastornos en la constitución subjetiva. El control de esfínteres implica un
pasaje del cuerpo a la palabra. Está ligado a la posibilidad de nombrar. En la encopresis, en
lugar de la palabra, aparece la cosa.

El yo hace un borramiento de sí en el encoprético expulsivo pasivo (es el caso de los niños


que no distinguen arriba y abajo, adentro y afuera, propio y extraño) y aparece rígido en su
oposición en el encoprético activo (ya sea expulsivo o retentivo). En muchos casos y en los
tres tipos de perturbaciones, hay secretos familiares que están incidiendo. A su vez, las
diferencias no siempre son nítidas y los niños pueden fluctuar entre los distintos tipos de
encopresis. Sin embargo, hay situaciones que se reiteran con matices diferentes: abandonos,
violencias, secretos, decepciones, humillaciones, duelos no tramitados sufridos por el niño
o por las generaciones precedentes que indicen en el aquí y ahora.

Enuresis

Ocurre sobre todo de noche y muchas veces se considera un ataque personal y un desafío a
la omnipotencia parental. El control de esfínteres uretral parece difícil sobre todo en los
varones y si bien son más frecuentes las enuresis nocturnas, algunos presentan nocturnas y
diurnas y muy pocos solo diurnas. Puede pensarse que el niño que se orina se está
procurando un placer autoerótico y esto ¿Es en reemplazo de otros placeres que no le
resultan posibles? ¿Es es placer el que promueve actitudes de hostilidad de los otros?

La enuresis puede aparecer en diferentes estructuras psíquicas y no determina de por sí


ningún cuadro patológico. El control de esfínteres supone la sujeción a normas culturales y
la posibilidad inhibitoria de un yo que debe oponerse al principio de placer.

En la enuresis primaria, el desconocimiento de la norma materna (por rebelión o


desmentida) abre un camino que permite que esa vía sea nuevamente utilizada. Así, queda
como vía privilegiada de descarga y, frente a la angustia desatada en diferentes momentos,
este camino puede volver a transitarse. Es un síntoma que delata una falla en la represión de
una moción pulsional, que se va anundando a diferentes fantasías y que puede tomar el
carácter de un síntoma conversivo a partir de su entramado con la conflictiva edipica.

Las enuresis secundarias suelen tener un factor desencadenante y suelen ser el equivalente a
un síntoma histérico, en tanto suele haber un deseo que insiste frente a la represión ya
lograda, que fracasa. Aquí, la pelea entre el deseo y la cultura se hace evidente. El orinar
suele ligarse a la masturbación, en tanto es el modo en que puede aparecer la descarga de la
excitación.
Una cuestión fundamental a tener en cuenta es que en el acto de orinar las diferencias
sexuales se hacen evidentes. Generalmente, el primer modo de registro se da por
observación del modo en que orinan varones y mujeres. Los juegos infantiles de
competencia por ver quién llega más lejos con la orina muestra la ligazón entra esta y la
potencia sexual. La oposición parecería ser entre castrado o triunfar venciendo a los rivales,
lo que lleva a pensar la ligazón del hijo varón con el padre. Pasividad y actividad se
entraman: en sus fantasías puede ser el héroe que vence al padre, que lo posee pero también
aquel que es poseído por él en una posición pasiva.

En la niña, el recorrido es diferente y la enuresis suele estar ligada a la envidia del pene y la
desmentida de las diferencias sexuales opera muchas veces como determinación de la
enuresis. Es así habitual que las niñas pequeñas traten de orinar como los varones. También
muchas veces el tener que ubicarse en el rol de “niña buena” lleva a una represión precoz
de los deseos hostiles y esto se expresa en la enuresis. A su vez, es común que las niñas
logren el control de esfínteres antes que los varones, mostrando allí la temprana sujeción a
las normas maternas, por temor a la pérdida de amor.

El enurético “se quema” por aquello que es efecto de una excitación proveniente de sus
fantasías. Sostiene la autora (en un caso que cita) que aquí la enuresis cedió en tanto los
afectos se podían demostrar de otro modo y otros placeres se hacían posibles. Freud afirma
que los niños enuréticos pasan a ser adultos ambiciosos y en la clínica puede verse que los
deseos ambiciosos pueden prevalecer en los hijos tanto como en los padres. Así, hay
muchas veces ambiciones excesivas proyectadas en ese hijo, lo que conlleva mucha presión
en relación a sus logros. Estos deseos se despliegan en el orinar (lejos en el caso de los
varones o como los varones en el caso de las niñas).

Hay niños enuréticos en los que se expresa de ese modo la ambición desmedida y el intento
de sostener el narcisismo a toda costa pero también niños que se pasivizan, en los que la
orina pasa a ser algo que se pierde al estilo de pérdidas incontrolable e irreparables.

Mecanismos de defensa frente a la enuresis

 Desestimacion de la necesidad (psicosomático).


 Hay una desmentida de la necesidad (transgresor)
 Hay una represión fallida (síntoma neurótico).

La enuresis por amenaza de castración aparece como manifestación de que todavía no lo ha


perdido. Cuando llega el periodo prepuberal, con la aparición de productos genésicos se
comprueba que no lo ha perdido y ya no hay necesidad de orinarse en la cama. Se encuentra
una armonía cuando puede exteriorizarse y la pulsión aparece representada desde otras
problematicas y psicodinamicas.

El trabajo psicoanalítico en niños que presentan dificultades en el control esfintereano


Una de las primeras cuestiones es reubicar el síntoma como manifestación del sufrimiento
del niño, devolverle el carácter de mensaje, de algo que expresa un malestar. Esto es
importante debido a la hostilidad que suelen suscitar en el medio parental y por la tendencia
a considerarla como ataque a los padres. Al ubicar al síntoma como expresión de aquello
que el niño desconoce, se puede correr la mirada de la perturbación al niño.

Trabajar con el niño psicoanalíticamente será necesario para que se vayan encontrando
otras vías de placer y de manifestación, tanto del erotismo como de la agresión. Una de las
intervenciones a considerar es la de facilitar el armado fantasmático, en tanto muchas veces
la enuresis y encopresis funcionan como vía de rápida descarga. A su vez, es fundamental
el trabajo psicoanalítico con los padres para ir desarmando repeticiones, en tanto el control
esfintereano es una adquisición social. En especial en el caso de la enuresis primaria es
necesario trabajar como si se fuera desarmando una cebolla, en tanto podemos encontrar
diferentes problemáticas que se han ido ligando al síntoma.

Abrir las posibilidades de hablar, dibujar, jugar, modelar, sin centrarse en el síntoma,
permite que se vaya dando el despliegue de la sexualidad infantil y que se construyan
nuevos recorridos de satisfacción pulsional.

Para entender los rasgos de carácter en la pubertad tenemos que remitirnos a los
conceptos de Identificación de Freud. Él nos habla de la transformación de la libido objetal
a la libido narcisista, que trae consigo el abandono del objeto externo y sus fines
sexuales. Va a afirmar que estas identificaciones entran dentro del proceso de las fases
del desarrollo y forman el carácter.

Estos rasgos los vamos a pensar como transicionales y con una doble finalidad: Elaborar
una pérdida y permitir una espera. Por medio del rasgo de carácter se expresaría en el yo
las identificaciones del objeto perdido y, simultáneamente, las del esperado. Los objetos
son diferentes para mujer y hombre por influencia de los factores culturales y biológicos.

La pubertad femenina: al tener su primera menstruación (12 años) percibe externamente


sangre como confirmación externa de una perdida, la del pene, aceptado en la fantasía
icc bisexual. Simultáneamente percibe una serie de impulsos que tiene que ver con la
expresión de su feminidad. Está ante dos procesos de identificación: uno ligado a la
ansiedad de pérdida, el otro, ligado a la ansiedad de lo nuevo de carácter persecutorio, y
los dos procesos ligados a objetos sexuales: el padre y la madre.
Ante esta situación de identifica con un objeto parcial, el pene del padre, y lo ofrece a sí
misma (por identificación) como falo, adquiriendo ciertos rasgos masculinos ligados al
padre. Esta posibilidad calma ambas ansiedades: al ser poseedora de un falo no percibe
la perdida de la bisexualidad como algo que la expone a una angustia intolerable ligada al
conflicto edipico, y a la vez, se identifica con la madre pero en grado menos intenso
porque lo prioritario para ella es calmar la pérdida. Lo nuevo, que son sus deseos
genitales, son controlados por la identificación fálica; así evita la percepción interna de sus
deseos edipicos pregenitales y genitales.
La bisexualidad detiene el enfrentamiento de la propia identidad con lo nuevo que se
percibe. A los 15 años se invierte la situación, lo fálico le cede el lugar a lo femenino.
Esto va a tener una importancia psicopatológica enorme, la existencia de una buena
identificación infantil femenina (madre internalizada) debilita la identificación masculina
(fálica o del padre internalizado), la cual adquiere una importancia transitoria que debería
terminar su primacía a los 15 años.

La importancia de la cultura en esta situación es enorme, pues la exigencia de asumir la


identidad sexual también esta postergada en la mujer, ya que los rituales de iniciación se
dan alrededor de los 15 años. Esta modalidad cultural también se ve en la atribución de
roles, normas y actitudes. A los 15 años, la formación del yo y las normas sociales
coincidirán en la necesidad de afrontar la heterosexualidad femenina. De no coincidir, los
rasgos de carácter no servirían como defensas apropiadas, dando paso a los síntomas.

En la pubertad femenina el conflicto estaría dado entre la emergencia de los instintos, con
sus fantasías concomitantes, y el Yo apoyado por la presión cultural (superyó).
Esto se puede resolver a nivel de rasgo de carácter, porque la ansiedad de una pérdida –
que es fundamental a esta edad- tiene, con la identificación masculina la posibilidad de
expresión de un rasgo de carácter aprobado por la cultura. El ello lo aprobara
transitoriamente si al mismo tiempo le ofrece algún grado de satisfacción de sexual
femenina. Por este motivo, la pubertad femenina es una etapa libre de las enfermedades
típicas de la edad (expresión del conflicto edipico), cuando la enfermedad aparece, es de
características más serias (pre-edipicas).

La pubertad masculina: La pérdida del puber varón es la de la feminidad (madre), a la cual


tiene que recuperar por identificación, como objeto ahora desexualizado (expresado en el
carácter pasivo). Simultáneamente descubre lo nuevo: su desarrollo físico y genital y sus
impulsos libidinosos genitales, que necesita posponer. Así le ofrece a su ello, por
identificación, aspectos parciales de una imagen masculina (el padre interno), no
asimilados al Yo, que le permitirán esperar. Aquí también como en las mujeres, la
identificación tiene un carácter defensivo, primando las defensas pasivo-femeninas.
También el rasgo de carácter adquiere el valor de objeto transicional, involucrando lo
perdido y lo esperado y manteniendo la bisexualidad como defensa ante la angustia de
castración.

El puber varón, con su carácter pasivo, se autocastra transitoriamente, esperando una


mayor tolerancia a sus impulsos sexuales, todavía teñidos de sadismo y perversión. Pero
simultáneamente se identifica con “su novedad” (aspectos de la masculinidad en pleno
desarrollo) para poder esperar.

La adquisición de los rasgos de carácter, tanto en varones como en mujeres, por un lado
expresarán la posibilidad de elaborar un duelo (frente a la identificación con el sexo
perdido), adquiriendo características transitorias de los dos sexos, y por otro lado la
paulatina aceptación de su identidad sexual. Ambas identificaciones, masculina y
femenina, aparecen en su rasgo de carácter, pasivo-compulsivo, (inhibiciones,
irresponsabilidad, machismo, fanfarronería, formalismos, masturbación, etc.)

A diferencia de las mujeres este rasgo no esta tan fuertemente consolidado y está
propenso a defensas más regresivas, tales como los síntomas. El motivo es doble: por un
lado la presión social en contra de sus rasgos de carácter y por otro lado la
externalización de sus genitales que le impiden toda negación al estar expuestos tanto a
percepción y estimulación como a la castración.

A estas dos presiones (biológica y social) se le suma la modalidad masculina del Yo de


expresar sus impulsos sexuales, que Erikson va a llamar Intrusiva, es la externalización
de los deseos. Todo está afuera en él: sus genitales, el rol social que la cultura le asigna y
su modalidad psicológica de expresar los impulsos (intrusión), por esto mismo, la defensa
contra la angustia de castración sea un rasgo de carácter que trate de mantener todo
adentro y muy controlado (pasivo-compulsivo), así como también destacar que la fobia es
la neurosis predilecta de los varones púberes. Los rituales de iniciación en los jóvenes se
dan entre los 12-13 años, forzándolo a que acepte su identidad sexual masculina,
poniéndose en contra los rasgos defensivos femeninos que anteriormente mencionamos.

Esta es la razón para definir la pubertad como el período psicopatológico típico de los
púberes varones, que caen con mucha mayor frecuencia que las mujeres en defensas
sintomáticas. (Neurosis y psicosis)

¿Por qué esta relación psicopatológica se invierte a los 15 años?

La pubertad es un período de preparación para la adolescencia, donde hay que tramitar la


espera antes de afrontar un conflicto edipico genital que marca el comienzo de la
adolescencia. Hay dos razones importantes en ésta espera: la primera es que durante la
pubertad los impulsos son de características polimorfo-perversas, dando al conflicto
edipico la característica pre-genital, en segundo lugar, la necesidad de restaurar la
identidad del Yo y el pensamiento lógico-formal propio del adulto, que le permitirá elaborar
simbólicamente.

Las chicas durante la pubertad han afianzado sus identificaciones femeninas y debilitando
las fálicas, por otra parte, la presión social que apoyaba la moratoria (el retraso) en
aceptar la identidad sexual, ha cesado, lo que les crea una situación difícil al tener que
enfrentar el conflicto edipico genital. Por esto decimos que este período, entre los 15 y los
18 años, es el período psicopatológico por excelencia en las mujeres.

Los rasgos de carácter a esta edad ya no son tan necesarios, ya que las mujeres tienen
más conformado intelectual y sexualmente su rol, por tener una identidad más afianzada.

¿Con qué se reemplazan los rasgos de carácter?


En ambos sexos son reemplazados por “la barra”, es el último baluarte(*) de la
sexualidad, la última posibilidad de sentir los impulsos sexuales individuales todavía
confundidos con los del otro sexo, no formando ya parte de sí como en el carácter, sino
como miembro del grupo. Esto sucede por el fenómeno de identificación proyectiva.
La barra se vive como una unidad por el monto de identificación proyectiva: cada uno vive
al otro como parte de sí y al mismo tiempo como distinto. En la pubertad esta
identificación se había hecho en el rasgo de carácter que expresaba el otro sexo.

Es un grado mayor de individuación y sociabilización y un segundo tiempo de espera para


que la identidad se vaya consolidando. También permite un aprendizaje del pensamiento
adulto. Podemos pensar esta barra como un objeto transicional, porque contiene
elementos infantiles (bisexualidad, roles y juegos infantiles) y también elementos del
mundo adulto (heterosexualidad, normas colectivas, autonomía).

Los varones llegan más preparados para adaptarse socialmente. Ambos sexos a los 15
años se sienten más identificados con su propio sexo, pero tienen que aprender a
instrumentarlo y aceptar la bisexualidad real como un elemento enriquecedor que no
requiere ser proyectado afuera. En esta edad se ponen al descubierto las ansiedades
vinculadas con la homosexualidad que se encuentran en este momento latentes.

Esta aceptación de la bisexualidad real es la base para la futura aceptación de una pareja
en términos de unión objetal en vez de unión narcisística. La psicopatología depende
directamente de la falla de dos defensas (rasgos de carácter y barra) para elaborar el
duelo normal en la adolescencia: la pérdida de la bisexualidad fantaseada y la aceptación
de la bisexualidad real.

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