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Beatriz Janin
Control de esfínteres
Uno de los problemas existentes es la hostilidad que tanto la enuresis como la encopresis
despierta en los adultos. Es habitual que se suponga que los niños “lo hacen a propósito”
para atacar a los padres. También, suele suceder que el niño resuelva durante el tratamiento
muchos conflictos, pero que síntoma sea reacio a desaparecer.
Hay una serie de posibles hipótesis de trabajo: la primera es ¿Se trata de un síntoma
neurótico? Es lo que trabaja Freud en el segundo de los tres ensayos. La enuresis son por
lo general nocturnas. Las características seria: la angustia es de castración, la conflictiva
es edipica y la organización del aparato psíquico es genital-falica porque es un síntoma de
manifestación histérica.
La hora clave para citar a un enuretico es a las 17.30, después del colegio.
Niño A: impecable, pide permiso para entrar, pide permiso para hacer cada cosa, incluso
a la madre para entrar al consultorio, copia en la hora de juego el mismo dibujo que hay
en la habitacion. Hay una relación objetal de dependencia, una sobreadaptacion y no hay
iniciativa en la hora de juego. Se presenta la hipótesis de la psicosomática. Hay una
autoagresión.
Niño B: pide llamar al padre para que avise que esta en la consulta. Tipo de relación
objetal: triangular edipica (el padre esta presente en el discurso – necesidad de relación
triangular). En el dibujo grafica dos dinosaurios que comen a x cosa. Se presenta la
hipótesis de manifestación neurótica (la agresión sublimada en el juego). Suele
desaparecer a los 8 o 9 años y puede derivar en una neurosis obsesiva.
Niño C: no hay normas ni limites, agresividad manifiesta. Hipotesis de comorbilidad de
trastorno antisocial de la conducta (DSM IV) o negativista desafiante en el (DSM V) – la
falla en el control de los impulsos necesita de una descarga. Relacion objetal narcisista
(solo que el desea con yo placer purificado). Puede derivar en una personalidad
psicopática.
Conflictiva parental: se percibe en la entrevista que no se trata de una afeccion del niño
sino de los padres. Hay una frustración sexual en la relación (ejemplo, el niño es llevado a
la habitación con ellos cuando moja la cama como excusa para no tener intimidad – el
síntoma se sostiene).
Las agresiones de las tres hipotesis son manifestaciones de la etapa anal. Marta Berkhei
toma a los trastornos de eliminación como una posible manifestación psicosomática.
Janin hace énfasis a que no pertenece a algo determinado sino que hay que dejar que se
manifieste la psicodinamica (es lo escrito antes). Hay que preguntarse:
Si hay perdida hay depresión. Puede no encontrarse solo una alteración de la conducta
sino una depresión de fondo, puede haber una confusión entre el adentro y afuera
(empobrecimiento en la constitución del aparato psíquico), puede haber una desestimación
o no decodificación adecuada de sus necesidades biológicas.
Encopresis
Los dos aspectos salientes de la organización anal son el sadismo procedente de la pulsión
de dominio y el erotismo de la mucosa anal. Amor y odio van juntos en la organización
anal, marcada por la ambivalencia. El erotismo sádico-anal puede resolverse a través de dos
procesos convergentes: la posibilidad de nominar al mundo con la apropiación del símbolo
de la negación como posibilitador de traducción de lo inconsciente y de freno al otro y la
incorporación de normas ligadas al cuidado de sí.
Las heces
Las heces son un primer producto, una primera creación. Pasan a ser mediadoras de la
relación con el adulto y son instrumento de intercambio a la vez que espacio de
identificación. Los niños que no aceptan defecar en el inodoro y exigen que se les ponga el
pañal para hacerlo están hablando de cómo les cuesta desprenderse de un objeto valioso y
cómo se identifican con ese objeto. Schaeffer y Goldstein sostienen que el trabajo de
simbolización consistirá en pasar de una lógica de pensamiento binaria, que funciona en
pares de opuestos, a una lógica ternaria que va hacia la ligazón, desligazón y religazón de
representaciones antagónicas, parecidas y opuestas.
En “El niño y su cuerpo” Fain plantea que erotizar la retención permite al niño ligar la
sensación de placer con el aumento de tensión y, por consiguiente, tolerar esta última, lo
que permite la producción de fantasías no acompañadas de descarga inmediata. Esta no
descarga inmediata y la elaboración fantasmática son un modelo para el proceso del pensar.
Se puede hablar entonces de fallas en la constitución de los procesos mentales durante la
etapa anal cuando no se puede erotizar la retención. Pero también se puede hablar de
dificultades para arribar a la acción, cuando la retención está excesivamente erotizada. Se
puede quedar sujeto a un ser mirado por otro y suponer que el propio producto se constituye
en esa mirada, es decir, ser ajeno.
Se puede observar en la clínica que muchos niños son ubicados por sus padres como
productos-heces y valorados en tanto dominables, y denigrados en tanto se ha perdido todo
poder sobre ellos. La ligazón entre defecar y atacar aparece clara en las palabras de una
niña de cuatro años que para contar una escena de mucha violencia de la que había sido
testigo dice “El señor le hizo caca encima”.
Tipos de encopresis
En el manual se plantea que este trastorno suele estar asociado a un trastorno negativista
desafiante o a un trastorno disocial. Por otra parte, Kreisler, Fair y Souleé hablan de cuatro
tipo de encopréticos: el vagabundo o pasivo, dependiente; el delincuente, activo,
transgresor y el perverso, que realiza un juego autoerótico con sus heces; diferenciándolos
de el niño cuya perturbación para defecar tiene origen orgánico.
NOTA DE CLASE:
Perverso: hace referencia a partir del placer que se puede tener a partir de la retención.
Hay un juego de las pulsiones autoeroticas. Es una actividad onanistica.
Marta Bekei diferencia la encopresis continua (el niño que nunca logró el control) de la
discontinua (el niño que pierde el control en un momento crítico, cuando su relación con su
madre peligra). Ubica la encopresis retentiva como un subgrupo de la discontinua y la
define como una manera diferente y más grave de protesta contra el abandono materno por
parte de un niño sumiso y entrenado con severidad.
Ciertos autores afirman que la encopresis del niño sugiere un disfuncionamiento en tres
dimensiones: relacional, parental e infantil.
Con relación a los primeros, constituyen con esa expulsión un afuera confuso, que se les
puede tornar persecutorio cuando comienzan a diferenciar adentro y afuera. La tensión no
solo no es procesada, sino que ni siquiera es sentida y lo que se repite es un intento de
desembarazarse de ella. La angustia como señal de alarma fracasa y el niño queda expuesto
a una invasión de estímulos de los que trata de vaciarse utilizando el cuerpo. La cuestión es
echar todo, despojarse de toda tensión y de todo dolor en un intento de no sentir. En sus
fantasías, el que maneja el cuerpo es otro (suele aparecer la figura madre-padre no
discriminada que extrae sus heces). A su vez, hay a menudo situaciones de abandono a las
que el niño quedó expuesto. Hay predominio de estas situaciones.
Cuando este tipo de encopresis es primaria, puede pensarse que no hay un registro de los
esfínteres como zona de pasaje y diferencia. El esfínter anal no se constituyó como pasible
de ser regulado, sino como “lugar del otro”. En otros niños, este tipo de encopresis aparece
secundariamente a situaciones de abandono y pérdida que actualizan pérdidas anteriores.
Son niños que quedan pasivos, sujetos a otro que se va, los abandona. Cuando esto ocurre
después de varios años en los que el niño tuvo el control de esfínteres puede preguntarse si
ese control no era en sí mismo frágil y montado en la dependencia de la mirada del otro.
Puede afirmarse que se da una falla en al simbolización y en la elaboración del duelo y el
niño queda inundado de sentimientos de abandono frente a los que pierde dominio de sus
esfínteres.
La defensa predominante en estos niños parece ser la desestimación. Desestimación de sus
propias sensaciones, de sus urgencias y también de los límites de su cuerpo. Se trata
generalmente de madres que repiten sin saberlo abandonos sufridos y que tienen mucha
dificultad en transmitir una norma cultural. El niño que limita a expulsar no puede trabajar
sus producciones y hace un permanente pasaje al acto.
Es frecuente que en estos niños haya historias de violencia. Generalmente son hiperactivos,
oposicionistas, que desafían toda norma. Las defensas que predominan son la
desestimación y/o la desmentida de los imperativos categóricos. Hay un desafío a aquello
que supone una imposición arbitraria de una madre-padre poderoso y exigente. Así, la
prohibición del incesto y todas normas derivadas de ella pueden ser desestimadas o
desmentidas. En estos niños predomina la motricidad por momentos descontrolada con
episodios de estallido (pataletas).
En los casos en que la encopresis es primaria, nos encontramos con que la pulsión ha
quedado poco simbolizada, sin pasaje de excrementos a regalo. Cuando la encopresis es
secundaria, es una transacción que expresa los deseos y ruptura del sistema defensivo
armado hasta el momento, con desmentida de la norma. Hay predominio de situaciones de
violencia.
Son los que son fundamentalmente constipados y a los que “se les escapa”. Prima el placer
en la retención y la investidura de las heces como objeto hipervalioso al que no se puede
renunciar. Así como hay niños en los que la constipación es equivalente a un embarazo, hay
otros en los que el bolo fecal figura más bien un muerto-vivo y hay niños que parecen tener
un pesado paquete que los excede totalmente y del cual lo único que pueden registrar son
sensaciones no ligadas que los invaden y que deben ser guardadas-expulsadas. Hay
predominio de situaciones relacionadas a decepciones y humillaciones.
A su vez, si el vínculo con los objetos amados falla, las heces pasarán a ser el objeto
privilegiado y su pérdida será vivida como pérdida narcisista.
Enuresis
Ocurre sobre todo de noche y muchas veces se considera un ataque personal y un desafío a
la omnipotencia parental. El control de esfínteres uretral parece difícil sobre todo en los
varones y si bien son más frecuentes las enuresis nocturnas, algunos presentan nocturnas y
diurnas y muy pocos solo diurnas. Puede pensarse que el niño que se orina se está
procurando un placer autoerótico y esto ¿Es en reemplazo de otros placeres que no le
resultan posibles? ¿Es es placer el que promueve actitudes de hostilidad de los otros?
Las enuresis secundarias suelen tener un factor desencadenante y suelen ser el equivalente a
un síntoma histérico, en tanto suele haber un deseo que insiste frente a la represión ya
lograda, que fracasa. Aquí, la pelea entre el deseo y la cultura se hace evidente. El orinar
suele ligarse a la masturbación, en tanto es el modo en que puede aparecer la descarga de la
excitación.
Una cuestión fundamental a tener en cuenta es que en el acto de orinar las diferencias
sexuales se hacen evidentes. Generalmente, el primer modo de registro se da por
observación del modo en que orinan varones y mujeres. Los juegos infantiles de
competencia por ver quién llega más lejos con la orina muestra la ligazón entra esta y la
potencia sexual. La oposición parecería ser entre castrado o triunfar venciendo a los rivales,
lo que lleva a pensar la ligazón del hijo varón con el padre. Pasividad y actividad se
entraman: en sus fantasías puede ser el héroe que vence al padre, que lo posee pero también
aquel que es poseído por él en una posición pasiva.
En la niña, el recorrido es diferente y la enuresis suele estar ligada a la envidia del pene y la
desmentida de las diferencias sexuales opera muchas veces como determinación de la
enuresis. Es así habitual que las niñas pequeñas traten de orinar como los varones. También
muchas veces el tener que ubicarse en el rol de “niña buena” lleva a una represión precoz
de los deseos hostiles y esto se expresa en la enuresis. A su vez, es común que las niñas
logren el control de esfínteres antes que los varones, mostrando allí la temprana sujeción a
las normas maternas, por temor a la pérdida de amor.
El enurético “se quema” por aquello que es efecto de una excitación proveniente de sus
fantasías. Sostiene la autora (en un caso que cita) que aquí la enuresis cedió en tanto los
afectos se podían demostrar de otro modo y otros placeres se hacían posibles. Freud afirma
que los niños enuréticos pasan a ser adultos ambiciosos y en la clínica puede verse que los
deseos ambiciosos pueden prevalecer en los hijos tanto como en los padres. Así, hay
muchas veces ambiciones excesivas proyectadas en ese hijo, lo que conlleva mucha presión
en relación a sus logros. Estos deseos se despliegan en el orinar (lejos en el caso de los
varones o como los varones en el caso de las niñas).
Hay niños enuréticos en los que se expresa de ese modo la ambición desmedida y el intento
de sostener el narcisismo a toda costa pero también niños que se pasivizan, en los que la
orina pasa a ser algo que se pierde al estilo de pérdidas incontrolable e irreparables.
Trabajar con el niño psicoanalíticamente será necesario para que se vayan encontrando
otras vías de placer y de manifestación, tanto del erotismo como de la agresión. Una de las
intervenciones a considerar es la de facilitar el armado fantasmático, en tanto muchas veces
la enuresis y encopresis funcionan como vía de rápida descarga. A su vez, es fundamental
el trabajo psicoanalítico con los padres para ir desarmando repeticiones, en tanto el control
esfintereano es una adquisición social. En especial en el caso de la enuresis primaria es
necesario trabajar como si se fuera desarmando una cebolla, en tanto podemos encontrar
diferentes problemáticas que se han ido ligando al síntoma.
Abrir las posibilidades de hablar, dibujar, jugar, modelar, sin centrarse en el síntoma,
permite que se vaya dando el despliegue de la sexualidad infantil y que se construyan
nuevos recorridos de satisfacción pulsional.
Para entender los rasgos de carácter en la pubertad tenemos que remitirnos a los
conceptos de Identificación de Freud. Él nos habla de la transformación de la libido objetal
a la libido narcisista, que trae consigo el abandono del objeto externo y sus fines
sexuales. Va a afirmar que estas identificaciones entran dentro del proceso de las fases
del desarrollo y forman el carácter.
Estos rasgos los vamos a pensar como transicionales y con una doble finalidad: Elaborar
una pérdida y permitir una espera. Por medio del rasgo de carácter se expresaría en el yo
las identificaciones del objeto perdido y, simultáneamente, las del esperado. Los objetos
son diferentes para mujer y hombre por influencia de los factores culturales y biológicos.
En la pubertad femenina el conflicto estaría dado entre la emergencia de los instintos, con
sus fantasías concomitantes, y el Yo apoyado por la presión cultural (superyó).
Esto se puede resolver a nivel de rasgo de carácter, porque la ansiedad de una pérdida –
que es fundamental a esta edad- tiene, con la identificación masculina la posibilidad de
expresión de un rasgo de carácter aprobado por la cultura. El ello lo aprobara
transitoriamente si al mismo tiempo le ofrece algún grado de satisfacción de sexual
femenina. Por este motivo, la pubertad femenina es una etapa libre de las enfermedades
típicas de la edad (expresión del conflicto edipico), cuando la enfermedad aparece, es de
características más serias (pre-edipicas).
La adquisición de los rasgos de carácter, tanto en varones como en mujeres, por un lado
expresarán la posibilidad de elaborar un duelo (frente a la identificación con el sexo
perdido), adquiriendo características transitorias de los dos sexos, y por otro lado la
paulatina aceptación de su identidad sexual. Ambas identificaciones, masculina y
femenina, aparecen en su rasgo de carácter, pasivo-compulsivo, (inhibiciones,
irresponsabilidad, machismo, fanfarronería, formalismos, masturbación, etc.)
A diferencia de las mujeres este rasgo no esta tan fuertemente consolidado y está
propenso a defensas más regresivas, tales como los síntomas. El motivo es doble: por un
lado la presión social en contra de sus rasgos de carácter y por otro lado la
externalización de sus genitales que le impiden toda negación al estar expuestos tanto a
percepción y estimulación como a la castración.
Esta es la razón para definir la pubertad como el período psicopatológico típico de los
púberes varones, que caen con mucha mayor frecuencia que las mujeres en defensas
sintomáticas. (Neurosis y psicosis)
Las chicas durante la pubertad han afianzado sus identificaciones femeninas y debilitando
las fálicas, por otra parte, la presión social que apoyaba la moratoria (el retraso) en
aceptar la identidad sexual, ha cesado, lo que les crea una situación difícil al tener que
enfrentar el conflicto edipico genital. Por esto decimos que este período, entre los 15 y los
18 años, es el período psicopatológico por excelencia en las mujeres.
Los rasgos de carácter a esta edad ya no son tan necesarios, ya que las mujeres tienen
más conformado intelectual y sexualmente su rol, por tener una identidad más afianzada.
Los varones llegan más preparados para adaptarse socialmente. Ambos sexos a los 15
años se sienten más identificados con su propio sexo, pero tienen que aprender a
instrumentarlo y aceptar la bisexualidad real como un elemento enriquecedor que no
requiere ser proyectado afuera. En esta edad se ponen al descubierto las ansiedades
vinculadas con la homosexualidad que se encuentran en este momento latentes.
Esta aceptación de la bisexualidad real es la base para la futura aceptación de una pareja
en términos de unión objetal en vez de unión narcisística. La psicopatología depende
directamente de la falla de dos defensas (rasgos de carácter y barra) para elaborar el
duelo normal en la adolescencia: la pérdida de la bisexualidad fantaseada y la aceptación
de la bisexualidad real.