Sunteți pe pagina 1din 10

Yurman, Fernando; “Exilio y Migración” en Fernando Yurman, página del autor,

http://feryurman.tumblr.com/ARTICULOS%20DE%20CULTURA Acceso el 21-11-2016

Cuando Leo Senkman, haciendo gala de su generosa amistad me aproximó la gentil invitación de
una puesta en relato de mi elíptica experiencia migrante, lo primero que atine fue un chiste banal.
Quise definir con pretensión humorística y dije que mi caso en Venezuela había sido inverso al de
Cortazar, porque este había convertido su migración en exilio, y yo había pasado del exilio a la
migración. Lo interesante de esa humorada, más allá de su dosis de verdad, es que pone en el
tablero dos conceptos que están implicados en un recorrido sinuoso, unas veces antinómico y otras
paralelo, que ocasionalmente cruza sus líneas, y vuelve a destrenzarse más adelante. Quizás esta
interacción sucede porque más allá de su sentido histórico o social, exilio y migración conciernen a
características generales de la condición humana, modos de relacionarnos con lo nuevo y lo viejo
que tenemos y somos.
Cuando yo me fui de la Argentina, en aquel maremágnum represivo de la dictadura militar,
sucedía una vertiginosa y violenta trasmutación de todos los valores públicos, un extrañamiento
siniestro que todavía tiene aspectos enigmáticos, pero volcaba y excitaba los impulsos más oscuros
que se habían debatido en esa sociedad. El exilio, que era una alternativa de sobrevivencia, también
ofertaba la protección de una libertad cultural y reflexiva que en el país se estaba acorralando
violentamente. Tenía un estatuto relativamente claro. Era un gesto prestigioso, y su tradición solía
ennoblecer la historia del país. Exilados habían sido Sarmiento y Marmol, pero también Jose
Hernandez y Felipe Varela, de manera que esas suspensiones biográficas tenían en su ausencia
cierto resplandor para cualquier perspectiva revisionista. Permitía un tiempo reflexivo que no era
ajeno a los impulsos creativos. Sarmiento, Alberdi, Jose Hernandez, escribieron desde esa
atmosfera. Mas allá de Argentina, también el exilio de los románticos, como Victor Hugo con la
Tercera República, Garibaldi en aquella Italia o Jose Martí en America, habían incorporado ese lustre
que para los griegos era una simple privación que no siempre dejaba experiencia, y a veces solo
remordimiento o equivoco. Más cerca nuestro, los republicanos españoles crearon una frondosa
cultura del exilio, con un ámbito folklórico propio, a veces muy desprendido de sus orígenes;
también los exilados alemanes cuya esplendida vicisitud no se puede separar de la historia creativa
de Hollywood o los renovados departamentos teóricos de arte y filosofía social de Nueva York en
las décadas del treinta y cuarenta. Esta recapitulación viene al caso porque más allá de la inmediatez
política, ese pasado palpitaba también en la experiencia de los exilados argentinos, y del sur en
general. Eran cuentas que volvían a enhebrarse en aquellos setenta que otorgaron identidad a una
larguísima generación. Un balance de las lecturas usuales de los exilados de esa época daría cierta
luz de lo que se trataba de descifrar en esa suspensión que asolaba a todos. Fue un periodo de
recapitulación, de encuentro de exilados, y solían intercambiarse mutuamente las perplejidades, lo
que generaba nuevas semblanzas sobre la propia experiencia. Encuentros en el espacio y el tiempo,
porque no era casual que tantos releyesen a Stefan Zweig o las biografías de exilados españoles,
como Buñuel o Semprun. Era una insistencia de saber la propia experiencia. También esa vivencia
atravesaba el exilio en Venezuela, que guardaba en su memoria histórica los exilios de la dictadura
de Gómez (una de las mas largas del siglo XX) y de Pérez Jiménez. Era una de las pocas republicas
que desde Pérez Jiménez había tenido una democracia formal continuada, sin la presencia militar
que infamaba el resto del continente, y además ahora resultaba cercana geográficamente a
procesos nuevos de la época, como los del Salvador o Nicaragua, el sur de Mexico,etc. En aquellos
encuentros se leia febrilmente la política y la historia del continente, y era la referencia de una
continuidad biográfica. Se procuraba una suerte de unidad histórica, puesto que en el diario vivir la
experiencia del exilado es de fragmentación. La superficie áspera de lo cotidiano interpela la
identidad y suscita extrañeza al extranjero. Para el exilado, releer la abstracta unidad histórica le
permitía recuperar una mismidad pasajera, sobrevolar lo concreto desde una identidad ideológica
que sentía desvanecerse cada día en sus referencias originales. La reconfiguración de una identidad
latinoamericana le permitía una integración, un ejercicio de síntesis que volvía a corporizarlo, ya
que su materialidad, sobre el abismo de tantas perdidas, solamente podía ejercitarse desde la
política general de la región. Las fuentes más íntimas de la identidad circulaban por estas nuevas
insignias de la sensibilidad regional. Como mi trabajo concernía a la clínica en salud mental pude
asistir a esos procesos complejos, tramas donde la ideología, la transculturación, los duelos y la
política se mezclaban.
Exilios y migraciones
Hoy, a casi cuarenta años, hay demasiados cambios para contabilizar, pero respecto al tema que
tratamos, lo más notorio en esos procesos adaptativos fue quizás un cambio sensible en lo que
consideramos exilio o migración. En parte ocurre como un registro de la elaboración ideológica, de
la revisión histórica y personal, en parte porque el insidioso oficio del tiempo cambia en silencio los
lugares de lo familiar y lo extraño, y terminamos mezclando los estantes de la memoria. Nos
fusionamos hasta que en algún momento no sabemos “si esa pelicula o ese libro lo leímos aquí o
allá “ , si el giro de “ese pensamiento” era anterior o posterior a la salida, etc. Existieron para toda
esa generación que me incluye transformaciones íntimas no homogéneas, pero con desenlaces
subjetivos similares. Los exilios se hicieron de ese modo migración en un sentido profundo que cabe
precisar. Estos términos se solapan y deslizan uno sobre el otro, ya que también hubo migraciones
que se tornaron exilios. Ocurrió en muchos migrantes argentinos de años anteriores que se
solidarizaron con los exilados de la dictadura, por ejemplo el importante biólogo Osvaldo Reig o la
escritora Marta Mosquera. Este proceso ya había ocurrido antes: Amado Alonso fue un insigne
lingüista que emigro a la Argentina en la década del veinte, y se convirtió en exilado en la del treinta
para el resto de su vida. Su más distinguido discípulo, Angel Rosemblat, vino a su vez como
inmigrante judío polaco a la Argentina, donde se formó con Alonso, luego fue expulsado de sus
estudios en la Alemania de Hitler y de la España franquista, volvió para Argentina y emigro a
Venezuela, donde años antes de morir pudo solidarizarse incluyéndose en el exilio de los sureños.
Angel Rosemblat, que se consideraba intelectualmente hijo de Amado Alonso y nieto de Menendez
Pidal, fundo los estudios dialectológicos de Venezuela y Sudamerica, y continuó minuciosamente el
estudio del español americano, que había observado Alonso constituye el 80% del español. Es
importante citarlo por su férrea conciencia de que la lengua es migrante, y no solamente porque la
metonimia, la metáfora, la sinedoque son ejercicios de migración de sentido de los significantes,
sino por los traslados concretos de los hablantes. Su vasto estudio de dialectos platenses y del Caribe
que realizó desde los años cincuenta, su notable ensayo sobre buenas y malas palabras, la enorme
cantidad de artículos sobre dialectos, dan testimonio de su fervor por esta geografía nómada del
habla. Cabe recordar aquí que aquella extraordinaria polémica sobre la lengua realizada en el
mercurio de Chile en 1845 por un exilado y un eterno migrante, Sarmiento y Andres Bello, sigue
resultando central para entender los desvelos identificatorios de nuestro continente. También un
siglo después Alonso y Rosemblat fueron grandes cultores del exilio en vida y silenciosos cultores
de la migración en sus obras, ya que la filología siempre trabaja sobre la estofa de las migraciones
en la lengua. ¿No fueron también migraciones y exilios coautores silenciosos que maceraron el
esplendor castellano de Alfonso Reyes o la agudeza de Pedro Henríquez Ureña ?. Son casos que
testimonian cuanto de la patria es la misma lengua.
Hubo también, a la inversa de esta vocación sostenida por el viaje y los cruces de la lengua,
argentinos, chilenos o uruguayos que volvieron de nuestro exilio político al país de origen en
procura de una vida posible en su hábitat familiar. Muchos de ellos habían salido como exilados
pero volvieron como migrantes. Ellos y el país habían cambiado y eso pesaba sobre el modo de
pensarse. También ha ocurrido que los contornos de esos conceptos se han diluido en la superficie
de la globalización. Grandes movimientos humanos, remociones de escala demográfica,
transformaciones ideológicas vertiginosas, han modificado esas referencias. En aquel entonces, por
ejemplo, España no era solo un lugar de refugio, también iniciaba un desarrollo económico que
demandaba migración, y planteaba asimismo una inédita apertura cultural. Muchos exilados en
Venezuela, desencantados de Argentina, encontraron nuevos nichos para el teatro, la música o el
periodismo, en España, donde la caída del franquismo oxigenaba de vanguardias y aperturas una
cultura que en el Sur del continente se había ensombrecido.
Raíces sin raíces
También sucedió que las migraciones económicas crecieron, la crisis en la Argentina era cíclica,
pero además atravesada por crecientes dimensiones políticas, y a su vez las políticas modificaron su
tiempo ideológico, y las fusiones y asimilaciones culturales fueron parte de este fenómeno que
unifico las tragedias colectivas. El exilio era antes un arco despejado entre lo propio y lo ajeno, y
solía tener un lugar de origen y un lugar del afuera, dialéctica que ha cambiado porque casi nada
está hoy afuera, los adentros son más públicos y los orígenes se mueven más rápido que la memoria.
Los medios de comunicación han codificado mucho la interioridad, el adentro, el ámbito íntimo,
donde anidaba el universo del exilado, ha perdido prestancia en estas décadas vertiginosas de
exterioridad. Aquello que Marc Augie denominó no lugares, para destacar la despersonalización de
ámbitos urbanos, como la pérdida de identidad de la vida colectiva, y la disminución del localismo
que alienta la globalización, también promueven el desarraigo, y una tendencia a la movilidad
migratoria. Las raíces ya no tienen raíces. En aquel entonces, muchos exilados argentinos
desdeñaban volver como migrantes a su país, que sentían degradado política y económicamente.
Muchos decidieron amplificar su red diaspórica en la misma región. Actualmente, sobre esas
colectividades de argentinos en Panama, Costa Rica, Santo Domingo, Mexico, se inserta también
una enorme población migrante venezolana. El termino diáspora, que muchos siguen hoy
empleando para definir esos archipiélagos grupales, quizás deba redefinirse, ya que la diáspora se
describía mediante un centro de origen, pero aquí es mas bien por una época, una etapa cultural o
política. Chilenos, uruguayos, argentinos formaban una misma diáspora, pero sus orígenes
geográficos eran distintos.
En aquellos tiempos iniciales, mi vínculo con Venezuela pasaba por la mirada colectiva de los
otros exilados. Lo nuevo nos igualaba, mezclaba las memorias, suscitaba la complicidad de una
incomodidad compartida. Las diferencias ideológicas, aplanaban mucho sus relieves, y las
biográficas tendían a simplificarse en este giro vital que recomponía los sentidos y tiraba los dados
sobre un paño desconocido. Era una experiencia profunda de extrañeza que no siempre podía
conceptualizarse. Recuerdo que un amigo, Leon Rozitchner, solía decir acerca de esta perplejidad
¨ahora somos todos judíos¨. Sentíamos intensamente la descolocación y esos primeros años eran,
en su rareza, afectivamente bilingües. Una especie de traducción constante de Venezuela a la
Argentina y de Argentina a Venezuela, dejando filtrarse mucho de esa experiencia local de primera
mano que a la larga teje la memoria. La vida vivida estaba muy separada de la vida pensada. Éramos
identidades pensadas, sostenidas mas allá de la experiencia concreta que crecía por su cuenta en
una cotidianidad sin nombre. En ese entonces, el presente no dejaba de procesar un pasado
candente y todo eso otorgaba una vivencia de exilio, una épica que simultáneamente permitía e
impedía un vínculo con el lugar. Por una parte la inserción en una nueva sociedad, con otro sentido
del tiempo, otro de la trascendencia y los ideales, que alejaba a todos de aquella referencia previa
que, por su parte, también cambiaba.
No es fácil trasmitir este complejísimo proceso que junta las aguas de dos identidades, y que seguí
muy de cerca, no solamente en mi persona, también en otros. En mi trabajo de salud mental fui de
los terapeutas que mas exilados había tratado, no solamente argentinos, también chilenos y
uruguayos. La tensión que existía entre el vinculo con el lugar nuevo y el anterior solía expresarse
en las estructuras familiares, en parejas donde uno de sus miembros permanecía de manera
melancólica y firme como argentino mientras el otro se venezolanizaba vertiginosamente. Era una
suerte de división, de disociación operativa que afectaba los vínculos. En mi mismo había notado
ese debate: durante años no podía hablar con el tu, siempre con el vos, al menos mientras estaba
en Venezuela, pero usaba el tu cuando viajaba a la Argentina, es decir cuando sabia preservada mi
identidad. Con el tiempo, estos fragmentos separados y opuestos se integran, pero ese trance suele
generar dislocamientos en muchos casos.
Desexilio y migracion
Pude asistir por años a ese extraño pasaje que incorpora otra manera de ver las cosas y rediseña
¨la otredad¨ en toda su magnitud. Y como el vínculo con el otro nos define a contraluz, nosotros
cambiábamos en sordina, y sin saberlo. Recuerdo claramente haber recordado en esa época textos
literarios que aludían a una metamorfosis larvada, insidiosa, desde el ¨Corazón en las tinieblas¨ de
Conrad hasta aquel cuento de Ray Bradbury en que unos terrestres se volvían marcianos y lo
advertían en los ojos de sus hijos, o el relato de Borges sobre el antropólogo que deja su misión y
se integra a la tribu, o el otro de Borges que comparaba la cautiva inglesa de la Pampa con el bárbaro
frente a Ravena. Eran maneras, pienso ahora, de procurar entender lo que nos pasaba. Lo cierto es
que cuando finalizo la dictadura, esa población flotante había cambiado, y lo testimoniaba la
diversidad de destinos. Los que volvían a la Argentina ya habían tenido una historia afuera, que a
veces rebotaba en la orbita de entrada en su propio país y los impelía a retornar, volvían a volverse,
porque toleraban mal ese proceso dolorosísimo que se llamo el desexilio; otros extendían el exilio
hacia otros horizontes y se mudaban a España o México, a Brasil o Estados Unidos, con un renovado
impulso cosmopolita que ya había excedido las raíces políticas del exilio; estaban los que se
quedaban en Venezuela algunos años más, o con el proyecto de para siempre, que no adivinaba las
nuevas vueltas de la historia. En esa etapa, el exilio había ya dejado de ser lo que era antes. La
Argentina de la que se había partido estaba hondamente cambiada, y aunque la política y la
ideología suelen contemplar con otros ojos su criatura, la mayoría podía parafrasear a Borges en
aquello de ¨ Yo nací en una ciudad que también se llamaba Buenos Aires¨. Lo que había cambiado
era sentido muy malo, y lo que no había cambiado, ciertos hábitos y costumbres y maneras, también
terminaban sintiéndose malas, porque no reconocían en su permanencia la barbarie que había
ocurrido atravesando esas mismas maneras. La invitación al olvido, ese aluvión de nuevos nombres,
dejo a muchos en un paréntesis central, sin poder unir el país que habían preservado en su memoria
con el que encontraban. Estaban obligados a un doble duelo, que los que no habían vuelto, excepto
como visita, retomaban de otra manera.
En mi caso, por muchas circunstancias personales me hice inmigrante, lo que implica que
también me hice emigrante, mezclando mucho ambas experiencias, y agregando quizás otras
nuevas en esa soldadura inesperada. Venezuela tiene por su condición hispanoamericana muchas
afinidades con Argentina, paralelismos y diferencias que nunca dejaban de resonar. Era
fundamental el eco igualador de la lengua, y también de algunos imaginarios políticos, y sobre todo
de muchas micro experiencias sociales similares, aunque en distintos tiempos, como el
provincianismo de algunas regiones, las creencias conservadoras, el caudillismo, etc. Recuerdo un
amigo, que ya tenía más de dos décadas en Venezuela, y estaba muy implantado, que me decía en
los comienzos del chavismo que eso le hacía recordar el peronismo, y estaba algo mareado por la
experiencia. El había vivido el peronismo de izquierda, posterior a la caída de Perón, fue militante
de los sesenta y setenta, pero ahora podía ver asombrado una repetición de la escena de octubre
de 1945, aquel episodio mítico de masas, donde no había estado pero que seguía irradiando sentido
para su orbe ideológico. Esa extraña sincronía, que merece un estudio especial, también fue la
manera en que un exilado, hecho migrante, metabolizaba lo nuevo que le tocaba vivir.
El pasaje de exilado a inmigrante es muy difícil de precisar. Sin duda la inserción laboral, el
contexto social, la información, la familiaridad creciente, determinan gran parte de ese pasaje, pero
siempre sucede con movimientos personales muy diversos. El tránsito es un duelo de muchas capas.
Hay un momento que el exilado comienza a hablar el idioma del inmigrante, pero nada previene ese
giro subjetivo por el que muchos fragmentos se unifican en un sentido nuevo y la experiencia
dispersa se transforma en memoria homogénea. El exilio sucede en otra temporalidad, es por
definición parte exaltada de una historia mayor, que tiene sus narradores y su épica, mientras que
la migración tiene una crónica mas distante e implica pasar de esa historia mayor y particular a una
menor y general. El exilado se esfuerza para traer la historia consigo, mientras que el inmigrante se
esfuerza por iniciar una nueva. Finalmente el exilado, por el peso de su reflexión o por la implacable
erosión del tiempo, abandona la dimensión hiperbólica. Usualmente el sujeto descubre que para
estas gestas dispone de una sola vida, y que como en el poema de Cavafis ¨. Ese tiempo que pierdes
en este remoto lugar del mundo se pierde en todo el universo¨. Esa revelación íntima de las
presencias reales, el rigor de los límites, la escasez real del espacio y el tiempo que tiene una vida,
es un descubrimiento costoso, un ejercicio de reducción. Hay que aceptar un giro que otorga otro
tamaño a la realidad, ya que la condición inmigrante, que por un lado adapta y facilita, por otra
parte empequeñece el exaltado mundo del exilado. Aquello que trascurría en una temporalidad
especial, que sumaba la propia vida a la elipse de una historia intangible, debe retornar a su cauce
cotidiano, a la inmediatez que exige devanar el tiempo con los otros.
Con el cambio deviene entonces una colectividad real, separada para siempre de la eternidad
imaginaria que a veces suscitan los paisajes ideológicos. Emerge el tiempo y el lugar real para un
nuevo comienzo, lo que implica una doble perdida, la de la referencia anterior, el origen y fin del
exilio, y la dimensión imaginaria que sostenía. Son muchas las personas que al volver de su exilio
descubren por primera vez, y con asombro, el paso del tiempo. Habían vivido sin saberlo dos vidas
paralelas, la que sucedía donde estaban, y la otra, la vida fantasma que no habían tenido en su lugar
de partida. Como sucede en la percepción sensorial luego de una mutilación, seguían relacionados
con una especie de doble que seguía ocupando un lugar. Esta fantasía, que de un modo u otro
ocurría en muchos, generaba la sensación de amplitud. Solamente al volver del todo, o quedarse
del todo, el sujeto de ese dilema descubre que una de las dos vidas no sucedió nunca, o que una
disminuyó por la otra.
Ese pasaje de exilio a migración tiene puentes diversos como el trabajo, los amigos, la familia.
Quizás el más importante está vinculado a los hijos, cuyas experiencias ya no son de exilio, sino de
migrantes. Lo próximo y lo nuevo se va mezclando con sus amigos en la escuela, en los juegos,
diversiones, etc. En muchos casos el proyecto de los hijos o su educación, su entorno, modificaba la
visión del exilado imponiendo los mandatos de su generación biológica sobre su generación
histórica, el rol paterno sobre la ideología. La paternidad es una sustancia trasmisora del sentido del
tiempo. El tema migratorio, en aquellos exilados que a su vez eran hijos de inmigrantes, volvía
usualmente como revisión de su condición, y la identidad de la trashumancia retornaba entonces a
la mesa. Hubo muchísimos inmigrantes, y exilados en el pasaje a migrante, que redescubrían
identidades perdidas, como la vasca, la italiana, la gallega o la judía. Las instituciones judías en
Venezuela, escuela, centros de cultura, ámbitos deportivos o sociales les permitía a muchos un
encuentro o continuidad con una experiencia casi desvanecida o ausente. Esto sucedía a pesar de
diferencias fundamentales, porque la identidad judía local era muy distinta a la de Argentina. Las
vicisitudes de esos encuentros y desencuentros confirmaban aquella aseveración de Poliakov
cuando hacia depender casi toda la identidad judía del lugar y de la época. Conocí casos de
periodistas, intelectuales, artistas, que estaban muy vinculados al tema judío en la Argentina, pero
se mantenían alejados del mismo en Caracas, y también al revés. Había rasgos, índices y modales
casi inconcientes que configuraban un reconocimiento y otros que lo alejaban. Aunque los judíos en
Venezuela tenían una larga historia ( que arrancaba en el siglo XVIII y atravesaba airosamente la
independencia), la comunidad judía actual estaba configurada en su mayoría por poblaciones
recientes, del norte de Africa o de la Europa de Post.guerra. Era de modo predominante religiosa,
tradicional, ligada al comercio de manera central, y con una joven generación profesional. Aquellos
exilados que vinculaban la identidad judía con una afinidad evanescente, como el humor, las
películas de Woody Allen y comer guefilte fish, tropezaban con una identidad desconocida. Una red
de habitos y creencias que no los rechazaba pero tampoco los podía incorporar con fluidez. No
obstante, se gestaron vínculos. Hubo quienes pese al ensanchamiento conceptual de su herencia
que habían ejercido en Argentina, y que proyectaba una gran libertad interpretativa sobre el
entorno social y político, lograban encontrar en la comunidad un ámbito propio, ecos y rastros de
su infancia o del pasado remoto de sus abuelos; eso les permitía una cercanía. Otros se cruzaron
hacia aquellos intelectuales derivados de esta comunidad, que la describieron íntimamente pero
desde fuera, como Alicia Freilich, Isaac Chocron, Elisa Lerner, Miriam Rotker, Jackeline
Goldberg, etc., porque recorrían un camino inverso, hacia el exterior cosmopolita. En todos los
casos, los exilados judíos reformulaban algo de encuentro inesperado, quizás sobre esa aguda
percepción de Rozitchner: ahora somos todos judíos. Creo que esa vivencia captaba el corrimiento,
la perdida de centralidad, la referencia oblicua por la que paradójicamente los grupos políticos
distintos y las diversas historias encontraban una identidad en la anomalía compartida.
El ensanchamiento de la memoria
Mi relación con Venezuela fue en los comienzos en el área de la salud mental, donde fui recibido
muy generosamente. Pude desempeñarme en el area institucional, pero retome asimismo la
escritura, ya que había hecho periodismo en Argentina,y publique muchos artículos en diversos
periódicos y revistas, como también libros que excedían la profesión y se interesaban en arte,
cultura o historia. Es decir que me asimile hondamente a la cultura Venezolana, ya que esos temas
retomaban la Argentina y Venezuela como referencias cercanas. También el tema judío se me hizo
importante, y un libro testimonia una curiosidad que debo agradecer a Venezuela porque en
Argentina resultaba incipiente y abstracta, como la historia de los marranos del Caribe, tema que
es parte de la historia regional.
La diferente temporalidad del Caribe y el Rio de la Plata, que me había sugerido un estudio y un
libro, ¨La temporalidad y el duelo¨, fue también disparador de una indagación sobre la influencia de
los judíos en la independencia de Venezuela. Su material, mas allá de los conceptos, surgió de la
clínica misma, del trato con una memoria distinta a la que había tratado en Argentina. Era
frecuente, y siempre asombroso, encontrar entre los pacientes descendientes directos de la guerra
de independencia, incluso de Bolivar y Sucre, con testimonios y cartas de abuelos. Esa memoria, en
Argentina era mítica, no tenia encarnación real, excepto en algunos pocos nombres que repujaban
y daban lustre algunas familias. En Venezuela latía la posibilidad de memorias que derivasen de los
marranos o de inmigrantes de curazao derivados de marranos; esa invitación emergía en los relatos,
aparte de la sugerente cercanía geográfica de Curazao o Coro. El apoyo del Centro de Estudios
Sefaradi permitió que pudiera desarrollar una investigación sobre la influencia marrana en la
independencia que finalmente fue publicada con el titulo de “Fantasmas precursores¨. El libro fue
valorado con generosidad por historiadores y antropólogos venezolanos. Conocían la presencia
judía en la gesta de la independencia, pero aquí se planteaba en el orbe de las ideas, y además
enfatizaba el trauma como movilizador histórico, el peso de la secuela inquisitorial en los conflictos
coloniales. Cito este episodio para ilustrar que la condición migratoria fue creadora, y más que
desarraigarme me revinculó con el pasado, multiplicó sus raíces y le dio amplitud, y otorgó nuevas
luces también a la historia argentina. Ensancho mi memoria. Uno no ve igual la generación del
noventa o la guerra federal, después de haber conocido otros positivismos del siglo XIX o las guerras
federales de otros países del continente; ciertas figuras, como Sarmiento, ciertos episodios, como
las invasiones inglesas, se transfiguran en esos cotejos de historias paralelas y dispares.
El psicoanálisis, que era uno de los núcleos del ¨mal¨, para la dictadura argentina, había sido
bienvenido en Venezuela por los sectores cultos, pero era al principio prejuiciado en las creencias
generales. El escenario cultural transformaba la interioridad, la amoblaba con otros contenidos.
Recientemente, en una presentación en Tel Aviv sobre modelos comparativos de Duelo en el Caribe
y en el Plata, señale lo importante que fue esa experiencia para mí y para todos los psicoanalistas
exilados que pudieron trabajar en el trópico, y la riqueza reflexiva que había suscitado para ellos en
su práctica posterior. Era al principio pensado como una experiencia cultural o ideológica, y por
ello se analizaban de manera predominante figuras de la cultura avanzada. He tenido la suerte de
atender muchísimos artistas, escritores, poetas y pensadores, que probablemente me aportaron
mucho más que yo a ellos. A través de sus palabras fui conociendo desde una sensibilidad delicada
y un saber complejo esa realidad que me era ajena y sin matices. No fui el único con ese privilegio,
ni el primero. Recuerdo al notable psiquiatra Jose Solanes, que atendía en una institución
manicomial cercana a Valencia. Era un exilado español que había atendido en Francia a Antonin
Artaud, y además era poeta,critico y estaba vinculado a los surrealistas. Había llevado esa inquietud
creativa a los llanos venezolanos, donde compartió sus vivencias con muchos artistas. Uno de sus
libros ¨Los nombres del exilio¨ es un testimonio de alguien que convirtió el exilio en un afinado
nomadismo, una delicada sensibilidad para lo nuevo y disperso. El había llegado en los cuarenta,
nosotros en los setenta, y por aquel tiempo Caracas era una fiesta. Era un tiempo de apertura para
los museos, las salas de opera, los festivales de teatro, el cine, y en todos esos ámbitos había exilados
sureños. En el Diario de Caracas estaba Tomas Eloy Martinez,el reciente fallecido Pepe Eliaschev,
Terragno, y en el teatro Carlos Gimenez y Juan Carlos Gene, en la critica de arte Marta Traba y Angel
Rama, en el cine el documentalista Mario Handler y eran muchísimas las cátedras de diversas
disciplinas que contaban con ilustres exilados, algunos aventados en la noche de los bastones, aquel
primer arresto autoritario de Onganía. El encuentro estaba plagado de polémicas, debates, algunos
muy ricos, otros rencorosos y también hubo intrigas y envidias, como lo reseña el puntilloso diario
de Angel Rama sobre sus años en Caracas. Otros, como Sergio Chefjec, un joven escritor argentino
que paso más de una década en Caracas antes de mudarse hace unos años a Nueva York,
observaban en cambio que era la mejor ciudad para el extranjero, la más holgada, porque no exigía
una identidad. Muchos de ellos se fueron, algunos volvieron, otros entraron al club de los
muertos, y en los últimos años yo era el último de los psicoanalistas que se quedaba de aquella
primera hornada del 76, y ahora soy el ultimo que se fue.
Otra vuelta de tuerca
Sobre el orbe Chavista, que ocupa los últimos 15 años de la historia venezolana, dudaba mucho
en reseñar algo, para evitar derivarme del tema central. También porque su talante controversial y
el remolino ideológico enrevesado que ha girado en su eje no facilita una clara semblanza. No hay
que olvidar que la diferencia entre verdades de opinión y verdades de hecho alcanza en Venezuela
proporciones enormes, y esta disonancia crece con la lejanía. La inevitable refracción del relativismo
cultural permite la mayor arbitrariedad de las creencias. Hay por ejemplo un plexo informativo que
supone una expansión del antisemitismo en Venezuela, tesis sin justificación ya que es uno de los
pueblos no mancillado por ese mal. Las observaciones antiisraelíes y anti sionistas de los voceros
oficiales y oficiosos no suscitaron en los ciudadanos una animosidad antisemita. No hay fenómenos
populares antisemitas en Venezuela como en Francia, España o Argentina. No conozco
personalmente un solo judío venezolano que haya emigrado por antisemitismo ( como si conocí
de argentinos cuando la dictadura militar, y ahora de franceses). La disminución severa de la
comunidad se debe a razones políticas y económicas, no étnicas o religiosas. Por otra parte, en otra
distorsión óptica, hay quienes ilusionan en Venezuela una suerte de socialismo edulcorado o
un movimiento antiimperialista de reivindicación popular con una oposición blanca conservadora,
y desconocen la nueva clase corrupta que se formo y los vastos y lucidos sectores de la izquierda
histórica venezolana que considera este régimen como recesivo, antidemocrático, degradante, que
dilapida las reservas ideológicas de la izquierda. La gente de izquierda, con un pasado de exilio,
como fue mi caso, y que seguíamos en Venezuela, no sentíamos obviamente simpatía por los
militares que sostenían ese proceso. Estábamos vacunados por los discursos de salvadores de la
patria que hicieron por décadas la desgracia argentina. Lamentablemente, la polarización tendió a
simplificar los espectros oficiales y de la oposición, que guardaban muchísimos matices. Lo que al
principio se había considerado ventajosamente como una gran politización popular, devino una gran
ideologización popular, y el resultado fue una real despolitización. La vida del que vive de su trabajo
se hizo progresivamente difícil y el autoritarismo hace tiempo esta desbocado de manera mortífera.
En lo que a mí respecta, basta decir que las pulsiones de exilio y migración volvieron a empujar otra
vuelta de tuerca.
En todas esas historias hay términos que se solapan, exilio, destierro, trastierro expatriación,
pero apuntan a un desplazamiento que resulta una condición general. La diferencia esencial entre
exilio y migración es un énfasis en la partida o la llegada, en lo dejado o lo arribado. Las vicisitudes
de toda vida, si las pasamos de gran angular a teleobjetivo, podrían descifrarse sobre esas claves.
Son posiciones básicas del ser humano en todo vínculo, y por lo mismo el eje central de casi todos
los duelos. De cualquier modo, presentarme como Ole Jadash es solo una figura retorica al borde
los setenta, y aunque las motivaciones sionistas existen, resultan endebles como formulas
generales. Las razones solidas residen en aquella subjetividad que es mi auténtica objetividad, la
que permite pensar mi vida inventándola en lo que es posible, y llevando de mi lo que quiera
llevarme porque como dicen en Venezuela ¨ Mas pa¨lante también hay gente ¨. No es que uno se
haya transformado en ciudadano del mundo en el viejo sentido, sino que lo que se llamaba mundo
ha cambiado mucho, cumplió fielmente con Mc Luhan y se hizo aldea, y todos somos en cierto
modo algo migrantes y algo exilados según donde nos paremos. En todo caso, como se desprendía
de aquel psiquiatra Jose Solanes que había escrito ¨los nombres del exilio¨, hay afinidades,
continuidades y persistencias que suceden en los mismos exilios y migraciones. Más aun, se podría
concluir que las continuaciones importantes no ocurren sobre la estabilidad sedentaria sino sobre
los tránsitos que la transforman y permiten arrojar otra vez los dados.
Mis padres pertenecían a ese orbe que Gerchunoff había mitificado como los gauchos
judíos. Crecieron en dos Colonias entrerrianas, Clara y Basavilbaso, como hijos de inmigrantes de
finales del siglo XIX y comienzos del XX; en verdad sus padres eran también exilados porque
escapaban de la opresora Rusia Zarista. En esas colonias, perdieron también mucho de su
patrimonio judio, y fueron acriollándose como chacareros, y desvanecieron gradualmente su
acervo original. Mi padre trabajaba en el campo que colonizaba, pero luego, y sin saber que
contradecía la teoría de Borojov sobre la ubicación social de los judíos, pego un salto atrás y se hizo
cazador: en los esteros ponía trampas para nutrias, lobos, iguanas, carpinchos, yacarés , y vendia los
cueros a los porteños. En ese hábitat bucólico conservó el idisch, pero en castellano podía decir de
un caballo arisco que era un zaino capaz de desmontar a cualquier cristiano ( usando cristiano como
representación de lo humano). Mi madre preservo algo del Hebreo que pudo estudiar en su
infancia, y aquel resto, que eran proverbios, saludos y cantos infantiles, atravesaron esa
inclemencia. Dichos vocablos de infancia son los que ahora encuentro cada tanto en el Ulpan que
inicie hace dos meses, señas que indican esos canales no visibles de la continuidad, redes difusas
como la de los marranos del Caribe y que advertí en tantas memorias. Son pasados sin nombre que
nunca cesan de no emerger. De cualquier modo, como dijo un exilado uruguayo que conmovido
retornaba a Montevideo, ¨ uno nunca vuelve, uno siempre va¨.

S-ar putea să vă placă și