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La corrupción y la ética

La lacra de la corrupción, es un mal que ahora se extiende por toda la estructura


del Estado. Hay medidas estructurales y normativas que serían muy útiles a la hora
de combatirla.

Pero los corruptos le seguirán buscando la comba al palo y encontrando maneras


de continuar el desfalco del erario público si no hacemos un trabajo profundo de
reconstrucción ética de la sociedad colombiana.

Para empezar, es indispensable que los ciudadanos asimilemos y apropiemos la


idea de que el Estado no es un ente etéreo, en las nubes, ajeno a nosotros. El
Estado no se justifica a sí mismo. El Estado encuentra su origen, su fin, su razón de
ser, en construir condiciones que permitan la convivencia pacífica y civilizada y en
ofrecer al pueblo bienes y servicios con cobertura y calidad que permitan mejorar
su nivel y la calidad de vida. No hay Estado sin pueblo y el Estado no tiene sentido
sino por y para el pueblo.

Así, los bienes y dineros del Estado son nuestros bienes y dineros. El Estado no
genera riqueza. La gasta. Bien, si el gasto se dirige a proveer justicia y seguridad y
bienes y servicios con calidad y cobertura, mal si se derrocha, se despilfarra, se
gasta inadecuadamente o de forma ineficiente, o se va por los desagües hediondos
de la corrupción. En realidad quienes generamos riqueza somos los ciudadanos,
con nuestro esfuerzo y trabajo, y somos nosotros quienes transferimos nuestra
riqueza al Estado, por vía de impuestos. Entender que los bienes y dineros del
Estado son nuestros, son los que hemos transferido al Estado al pagar impuestos,
es fundamental. Las personas tendemos por naturaleza a cuidar mejor lo que es
propio. La “apropiación” mental de los recursos del Estado, el sentirlos como
propios, es fundamental en la lucha contra la corrupción. Cuando roban al Estado
nos roban a nosotros, nos meten la mano en nuestro bolsillo.

Por otro lado, hay que recuperar la enseñanza de los valores, de la ética, tanto en
las escuelas como en las universidades. En este punto la responsabilidad básica es
de la familia, pero la escuela cumple un papel complementario fundamental.
Cívica, historia, urbanidad, las reglas mínimas de convivencia.

Finalmente, debemos trabajar sin pausa ni descanso en reconstruir en nuestra


sociedad los principios básicos sin los cuales no hay sociedad civilizada: el respeto
profundo por la ley y por la autoridad y el premio al ciudadano que se comporta
bien y la sanción a quien lo hace mal. Si seguimos tratando mejor al delincuente, al
criminal, al violento, que al ciudadano de bien, estamos condenados al fracaso. Eso
es, de todo lo malo que tiene ese pacto con las Farc, lo peor y lo intolerable: la
ruptura del principio de igualdad frente a la ley para darle mejores derechos, más
beneficios y privilegios, al violento y criminal que al ciudadano de bien. Ese
mensaje, antiético y antipedagógico, es la semilla de las nuevas violencias.

No se salva ningún sector; empresarios, políticos, gobierno, jueces, magistrados,


docentes, medios de comunicación, entidades de control fiscal y administrativo, en
fin todo el estamento y la sociedad. Por eso existe la sensación y percepción
generalizada que la situación es preocupante y caótica, queda muy poco margen
para que se arregle el mal que nos aqueja porque cada vez se profundiza más y los
escándalos son diarios; como dicen algunos, “por donde se toca sale pus”. Razón
que invita a plantear reformas profundas que ayuden a recomponer el rumbo. 

Sin embargo hay que decir que las reformas tendrán validez, servirán y se podrán
aplicar, siempre y cuando se recuperen los valores éticos y valores morales que
necesita toda sociedad para comportarse de manera civilizada y respetuosa de los
derechos y deberes que se deben observar tener como referente para vivir en paz y
construir un tejido social basado en la tolerancia, la solidaridad y el interés general
como lo plantea el artículo primero de nuestra constitución. 

Los valores éticos, como los antivalores de la corrupción, son rasgos de carácter, o modos
de ser que se manifiestan en el hogar, en el trabajo y en la vida social. La familia es el
crisol más importante en la formación del carácter. Los valores, como los antivalores, se
aprenden en los primeros años de la vida, tomando principalmente como modelo el
ejemplo personal de los padres. El niño practica más lo que ve que aquello que le dicen
que haga. Si los padres son honestos, trabajadores y educados, el niño desarrolla esos
valores. Si los padres son deshonestos, perezosos y violentos, el niño tiende a reproducir
ese modelo de antivalores.

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