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Clase 2

La infancia marginal entre 1900 y 1930 ¿Protección


o control social?

Evolución del concepto de infancia en Argentina

En el módulo anterior se ha analizado el concepto de “infancias” en forma


general y a través del tiempo, a partir del aporte de las numerosas
disciplinas, que hoy han tomado este tema en múltiples investigaciones.

Se ha podido transitar así, desde la antigüedad hasta la actualidad un


concepto que como se dijo en un comienzo, resulta:

Una expresión cultural sujeta a cambios donde los adultos actuaron


y actúan respecto a los niños en forma no inocua.

Este proceso también se dio y da en la Argentina. De allí que en este


módulo y el siguiente nos proponemos abordar el tema tomando en cuenta
lo ya visto, pero trasladado a nuestro país.

Se tendrán en cuenta, lógicamente, nuestros propios tiempos y


particularidades, pero siempre en el marco de las dos características
señaladas:

 Infancia como expresión cultural, particular, histórica y


política, sujeta a cambios y
 donde la acción adulta sobre ella, siempre ha tenido
intencionalidad de la sociedad en que se encontraba
inserta.acorde a los momentos históricos, sociales, políticos y
económicos

Curso: Infancia de ayer y de hoy


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A partir de lo enunciado – y teniendo en cuenta las características del curso
– se ha optado por seleccionar solamente algunos períodos de la historia de
la infancia en Buenos Aires, a fin de profundizar su análisis.

Se partirá desde los comienzos del Siglo XX, llegando hasta la actualidad;
rescatando sobre todo aquéllos períodos de fuerte injerencia de los adultos
– en forma no inocua – en las improntas dadas a las políticas y destino de
las infancias, y que aún repercuten en los niños de hoy.

La infancia marginal entre 1900 y 1930 ¿Protección o control


social?

El periodo que va de 1900 a 1930, denominado por Carlos Eroles como de


“Desarrollo del sistema público” provoca en particular, ciertos interrogantes
desde las políticas generacionales:

- ¿Estos cambios respondieron a un nuevo sentimiento social caritativo


de defensa y protección para con los niños, o la sociedad pretendió
ejercer un control más ajustado sobre la infancia marginal como
respuesta ante posibles desórdenes sociales, a través de la
formulación de leyes más represivas y la creación de más asilos y
reformatorios?

- ¿Qué pujas hubo entre los diferentes sectores sociales involucrados?

La “escolarización”: ¿Una propuesta insuficiente para la infancia


marginal?

El proceso de escolarización obligatoria de la infancia a nivel nacional


quedó plasmado en nuestro país con la promulgación en 1884 de la ley
1420 de educación común. De esta manera la infancia en Buenos Aires a
principios del siglo xx ya se encontraba reconocida por el estado a través de
fuertes políticas de escolarización, pero el proyecto educativo propuesto por
la ley 1420 y el control ejercido desde el Consejo Nacional de Educación no
resultaron suficientemente contenedores ante el aumento continuo de

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población infantil, sobre todo la ingresada a
partir del gran caudal inmigratorio.

El primer proyecto tendiente a encauzar esta


situación estuvo plasmado en una propuesta
presentada en 1908 por el presidente del
Consejo Nacional de Educación, José María
Ramos Mejía, en la que propuso una solución
escolarizadora para la gran masa de niños – sobre todo inmigrantes o hijos
de inmigrantes – a través de la exaltación del patriotismo, como el camino
más adecuado para el futuro de la infancia argentina.

En junio de 1910, el Monitor publicaba las instrucciones al personal docente


que Pizzurno había elaborado por expresa disposición de Ramos Mejia,
algunas de las cuales expresaba:

"Lectura y escritura - En los grados inferiores, léanse y escríbanse con


frecuencia (...) palabras y frases de carácter patriótico (...)."

"Castellano - Es sabido que el conocimiento perfecto de la lengua que se


habla en un pueblo puede ser de por si un medio de hacer que este sea
amado y de vincular entre sí a los hombres que lo habitan. La composición
se presta particularmente (...) a multiplicidad de ejercicios relacionados con
la educación cívica y patriótica (...). Fórmense cuadernos de recortes de
carácter patriótico."

(...). Hasta la higiene puede prestarse para observaciones de carácter


nacional y patriótico. Al referirse, por ejemplo, a las obras de salubridad de
Buenos Aires, haríamos resaltar que figura por ellas nuestra capital entre
las primeras del mundo."

"Geografía e historia (...). Y de más está decir que al estudiar nuestra


cordillera, por ejemplo, será oportuno hacer resaltar el honor que refleja
sobre nuestros héroes el hecho de haber sido capaces de trasponer los

Andes para asegurar nuestra libertad y para llevarla también a países


hermanos”;

Durante la gestión de Ramos Mejía y continuando con su propuesta de


“Educación patriótica” Bavio será el autor de los planes de enseñanza
primaria que se aprobaron en 1910 y permanecieron vigentes hasta 1939.
Estos programas agudizaron fuertemente el carácter "nacionalizante" de los

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programas anteriores, que como ya se ha visto, no estaban para nada
desprovistos de esa dimensión.

El programa de historia pasó a ser exclusivamente de "historia patria",


enfatizándose sus "aspectos dramáticos".Naturalmente, se multiplicaron y
pautaron rigurosamente las efemérides patrias. Así a principios de 1908 se
instituyó La "Semana de Mayo".

En julio de ese año se estableció el 2 de noviembre como "Día de los


muertos por La Patria". En noviembre se estandarizó el Himno Nacional
Argentino según arreglos de

Leopoldo Corretier

Y en febrero de 1909 se pautó rigurosamente La "Jura de la Bandera"


aprobándose en abril de ese año La "Formula de Juramento de La Bandera".

Por otra parte, en marzo de 1908 se estableció que solo el Consejo podía
autorizar retratos de monarcas y próceres extranjeros o el uso de nombres
de personas para la designación de aulas. Una atmósfera autoritaria
comenzaba a cernirse lentamente sobre la enseñanza primaria argentina,
argumentándosela desde el sentimiento patriótico. Ese mismo año se
estableció que los niños de 3er grado en adelante deberían saber el Himno
de memoria para pasar de grado en grado.

No sorprenden entonces las instrucciones de Bavio a los directores y


maestros en ocasión de La Semana de Mayo de 1909. Bajo el rubro
"cálculo y aritmética", por ejemplo, ordenaba:

"Problemas referentes a los años en que vivieron San Martín, Belgrano,


Rivadavia, Moreno, Vicente López y Planes, etc. Determinar la fecha del
nacimiento de esos prohombres y decir

cuántos años tenían en 1810. Tiempo que media entre el 25 de

mayo de 1810 y las principales acciones de guerra de la Revolución.

Problemas concretos en los que se haga mención a fechas de batallas, al


número de patriotas antes y después de entrar en combate, al nacimiento y
muerte de prohombres, a las fechas en que se reunieron las
distintas asambleas, a los recursos, etc., de aquellos tiempos
comparados con el presente”.

Y agregaba:

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"Pido a Los directores y maestros que, así como han enseñado a los niños
que deben ponerse de pie y descubrirse cuando se toca el himno nacional,
les enseñen también a descubrirse con igual respeto cuando pasa la
bandera en un desfile de nuestras tropas; porque cuando pasa la bandera,
parece que nos va cantando sus glorias y sentimos como si de sus pliegues
brotaran dianas o himnos triunfales. No se ha generalizado esta práctica
entre nosotros, y corresponde a la escuela el honor de difundirla: es de
inmenso poder educador (...)."

Este intento continuaba de todos modos siendo escolarizador y no llegaba a


los sectores no escolarizados, que también preocupaban a las autoridades.
Se propuso así averiguar dónde estaban esos niños, para luego captarlos e
incorporarlos a la educación patriótica propuesta. Con este propósito el 23
de mayo de 1909 se llevó a cabo un Censo General de Educación, dirigido
sólo a niños en edad escolar (cinco a catorce años). El censo abarcó a la
mayor cantidad de niños, ya que incluyó también a los que por “casualidad
estuvieran ausentes”, a los externos y medios pupilos de colegios
particulares, a los que trabajaban o vivían en fábricas y talleres y a los
internados, detenidos o presos (lo que indica la existencia de niños en estas
últimas condiciones para la década del diez).

Los datos resultaron difíciles de recoger, particularmente en la Ciudad de


Buenos Aires por la resistencia de muchos padres temerosos de ser
sancionados al no cumplir con lo normado en la Ley de Educación, que
obligaba a los padres a enviar sus hijos a la escuela o al menos
responsabilizarse de la alfabetización de los mismos.

A pesar de las dificultades expuestas, surgieron de este censo valiosos


datos en relación con la infancia en Buenos Aires. La población era de
182.750 niños de entre siete y catorce años, de los cuales, por declaración
de sus padres resultó que el 84,9% eran alfabetizados, concurrieran o no a
la escuela; el 4,0% eran semianalfabetos, es decir habían cursado aunque
fuera un grado de la escuela primaria, y el 11% resultaron analfabetos.
Según estos datos resultaría que más de 27.000 niños (sin contar los
menores de siete años) se encontraban en la Ciudad de Buenos Aires fuera

del proyecto de escolarización, observándose, además, que había indicado


la existencia de 117.388 niños, un crecimiento del sesenta y cuatro por
ciento en la población infantil en edad escolar en la Ciudad de Buenos Aires
en relación con el censo de 1895.

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En 1910 se realizó también - esta vez sólo en Buenos Aires - un censo
general de población que incluyó comentarios especialmente referidos a la
infancia marginal. Roberto Levillier, autor de uno de estos comentarios
titulado “La delincuencia de menores”, hizo mención a que en la ciudad de
Buenos Aires era habitual entonces ver chicos por todas partes harapientos
y barulleros; muchos de
ellos menores de siete
años.

Levillier agrega que era


frecuente que muchos de
esos niños arrojaran
piedras a los transeúntes o
fueran protagonistas de
hurtos por los cuales eran
detenidos y enviados al
Departamento de Policía.
Algunos de ellos quedaban
detenidos y eran enviados a
la Prisión Nacional donde no
se los separaba de la
población carcelaria adulta
y otros, según el grado del
delito y si éste era
considerado menor, eran
enviados a asilos
reformatorios donde, según las autoridades, se los orientaba hacia el
trabajo y se les brindaba cierta educación.

Respecto al trabajo de los niños, el Censo Nacional de Población de 1914


indica que se empleaban en Buenos Aires 4.842 menores, pero dado que el
desarrollo industrial del período no tenía la suficiente envergadura como
para ocuparlos a todos, resultaría que muchos niños, incluidos en esa
estadística censal, desarrollarían ocupaciones laborales a través de diversos
oficios no vinculados a la actividad industrial, tales como: vendedores de
diarios, lustrabotas, mensajeros, repartidores; ocupando la calle como lugar
de trabajo y permanencia.

La situación laboral y la ausencia de un espacio familiar contenedor trasladó


a la calle el espacio vital de la niñez, donde otras reglas -que la educación
patriótica no contaba entre sus contenidos- eran necesarias para sobrevivir.

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Ese espacio no era entonces el lugar de encuentro con los amigos del
barrio, como complemento de la casa a la que siempre se podía volver
como refugio, sino que la “calle” representaba justamente la ausencia de
refugio y de privacidad, donde todo estaba a la vista, donde el espacio era
de todos y de nadie a la vez. Niños huérfanos, abandonados, hijos de
padres ausentes o enfermos, niños trabajadores, lustrabotas, vendedores
ambulantes, diarieros, vagos, mendigos, delincuentes, tuvieron que elegir
ese espacio, terminando todos bajo una misma representación que los
abarcaba y los incluía dentro de la inmoralidad, el riesgo y la peligrosidad.

El proyecto de escolarización resultaba insuficiente en relación con sus


objetivos, ya que no todos los niños
concurrían a la escuela; se hizo
necesario así, entre 1900 y 1930, que
el sentimiento de infantilización de la
sociedadtuviera que intervenir desde
su carácter paralelo,
complementario y protector, pero
desde dos vertientes ya casi
definidas: para algunos estos niños
eran víctimas y para otros victimarios
de la sociedad; las propuestas eran
entonces: protección o control.

“Infantilización” protectora.

Los intelectuales reformistas ante la marginalidad de la infancia.

Los resultados insuficientes de la solución “escolarizadora” respecto a los


niños marginales tuvieron como efecto que, a principios del siglo XX,
ciertos sectores de la sociedad experimentaran una incipiente preocupación
por ellos, comenzando a verlos como un sector social con un alto grado de
desamparo asistencial y un elevado nivel de vulnerabilidad, orientando este
sentimiento de “infantilización” a la puesta en marcha de acciones
protectoras, aunque con sentidos y propósitos diversos.

Disminuir la alta tasa de mortalidad infantil, que para 1910 alcanzaba un


16,8%, resultó un objetivo prioritario para algunos sectores interesados en
la infancia. El impulso inicial fue dado en Buenos Aires en 1890, durante la

gestión del Intendente Francisco Bollini, a través de creación de una


comisión de médicos y demógrafos para investigar las causas de la alta
mortalidad infantil y sugerir medidas para su disminución.

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El Dr. Emilio Coni, presidente de dicha comisión, destacó entre los factores
de la morbi-natalidad infantil, las condiciones de vida y de trabajo de las
madres obreras. El primer intento para evitar la muerte de los niños fue a
través de la protección a las madres en estado de embarazo desde el
Servicio de Protección a la Mujer Embarazada,
dependiente de la Asistencia Pública de Buenos
Aires y la creación de casas cunas para recoger y
alimentar a los niños menores de dos años,
mientras sus madres trabajaban.

La Ciudad de Buenos Aires continuó avanzando en


sus iniciativas y así en 1908 la Asistencia Pública
de la Ciudad de Buenos Aires, creada en 1883,
incorporó una sección de Protección a la Primera
Infancia, teniendo a su cargo servicios oficiales
que compartió con la Sociedad de Beneficencia.
Se ocupó prioritariamente de los intereses
sanitarios de la niñez proletaria, a través de
dispensarios de lactantes, cinco instituciones de puericultura y una oficina
de inspección de nodrizas que practicaban la lactancia mercenaria. De esta
forma las políticas de salud en relación con la primera infancia apuntaron
específicamente a la reducción de la mortalidad, dirigiendo la atención no
sólo a los niños sino también a la mujer embarazada, parturienta y a las
que se encontraran en el período de lactancia.

En cuanto a los niños comprendidos desde la segunda infancia en adelante,


el problema era otro. Había sectores que no quedaban
comprendidos en Ley de Educación, a la que se suponía
el elemento fundamental de contención y orientación, y
otros que, aunque comprendidos en ella, vagaban por
las calles sin ningún tipo de protección. Estos sectores
de la infancia marginal fueron motivo de análisis por
parte de médicos higienistas, políticos e intelectuales
que pusieron en juego sus propias ideologías según los
sectores que representaran. Algunos intelectuales
positivistas como José Ingenieros, interpretaron desde su ideología
particular, a la infancia de principios de siglo. Así, por ejemplo, éste,
inscribió sus notas sobre la infancia dentro del esquema que colocaba a la

herencia como principal decadencia de la raza apoyando su hipótesis en la


encuesta sobre los canillitas como fuente de la delincuencia precoz.

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El médico Augusto Bunge, intelectual de origen socialista, en sus
conferencias sobre el alcoholismo también buscó la huella de este hábito en
todos los males sociales, ya que consideraba que los hijos de alcohólicos
llevaban en su fisonomía física y moral la marca de la herencia. Muchos de
ellos resultaban epilépticos, idiotas o impulsivos, otros podían adquirir
deformaciones, debilidad mental u otros tipos de degeneraciones; muchos
de ellos también heredaban la misma adicción al
alcohol.

Otros intelectuales, también de origen socialista


como Oscar Petrarca o Juan B. Justo, que analizaban
la sociedad en términos clasistas, desconfiaban de
las explicaciones biologicistas para los problemas de
la infancia, explicándolos a través de las miserias
sociales, denunciando que esas condiciones eran las
que llevaban a los niños al delito y que la elevada mortalidad infantil de las
clases humildes era consecuencia de la mala alimentación y de la falta de
higiene y cuidados.

El trabajo infantil, en la perspectiva socialista, era una lacra social, pero


una vez aceptada su inevitabilidad se buscaba captar las contradictorias
influencias sociales que la infancia trabajadora experimentaba. Así, junto
a las terribles consecuencias en materia de salud y de deserción escolar,
debía medirse la experiencia que el niño adquiriría prematuramente y que
podía fructificar en una temprana muestra de conciencia social. La crítica
socialista destacaba con más fuerza la existencia de alternativas peores,
como la mano de obra gratuita en instituciones religiosas y asilos, donde
solían aprovecharse de los niños y mujeres.

Como resultado de estas acciones se concretaron dos leyes fundamentales:


la ley de Patronato de Menores de 1919 y la ley sobre Trabajo de Menores y
Mujeres de 1925. La ley de Patronato de Menores se originó en un
proyecto presentado en la Cámara de Diputados por el Dr. Luis Agote. El
mismo fue discutido y aprobado en la sesión del 28 de agosto de 1919 y la
Cámara de Senadores lo consideró y aprobó en sesión del 27 de setiembre
de 1919.

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Esta nueva legislación atendió casi exclusivamente a tratar de solucionar el
problema que ocasionaban los niños en las calles, responsabilizando a sus
padres de esa situación de abandono y estableciendo una base legítima
para su detención o ubicación fuera de su ámbito familiar, ya que también
esta ley se refirió ampliamente a las formas de ubicar a los niños una vez
suspendida la patria potestad de sus padres o tutores. Varios artículos
hicieron referencia a instituciones que se ocuparían de los niños
abandonados, tales como la Sociedad de Beneficencia o similares, tanto
públicas como privadas.
La situación creada sobre todo en la Ciudad de Buenos Aires, donde el
número de niños abandonados o vagando por las calles resultaba
preocupante, y las presiones que la Sociedad de Beneficencia ejercía desde
ese espacio de poder que la propia sociedad le había otorgado, quedó
plasmada en esta ley que aunque cuestionable, incluso para sus
contemporáneos, llevó a la discusión la situación de la infancia.
La Sociedad de Beneficencia que en forma “definitiva” se haría cargo de la
tutela de los menores confiados a ella, quedaba a su vez controlada por los
defensores de menores que debían controlar sus acciones y atender los
reclamos, tanto de los menores involucrados como de las denuncias que
cualquier persona podía realizar ante los jueces cuando consideraran que
existía alguna anormalidad.

La ley establecía también que el Poder Ejecutivo debería presentar un plan


de construcción de escuelas para menores abandonados y para la detención
preventiva de menores delincuentes o de mala conducta. Estas escuelas y
reformatorios deberían organizar talleres o explotación agrícola como
elemento educativo y de trabajo, ya que los menores allí internados
recibirían parte del beneficio pecuniario de esos trabajos. La infancia
marginal fue de esta manera objeto ya no sólo de la crítica y la
desconfianza social, sino que su problemática quedó plasmada en una ley
que abriría un debate aún no concluido.

Se advierten así, a principios del siglo XX, una serie de propuestas


protectoras surgidas de ciertos sentimientos de infantilización instalados
en algunos sectores de la sociedad, a través de variados discursos,
intenciones diversas, diferentes ideologías, proyectos sanitaristas e
incursiones legislativas que adquirieron cierta relevancia, pero que no
solucionaron el problema disparador de la alarma social: los niños en las
calles.

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Estas propuestas, nacidas en general de los reformistas liberales-
conservadores, confiaron demasiado en que la sanción de leyes sería
suficiente para solucionar los conflictos sociales que se avecinaban. El
origen diverso de las posturas e ideologías, a veces irreconciliables, que
estos grupos sustentaban, al no responder a una reelaboración de un
cuerpo doctrinario teóricamente consistente, produjeron cambios que no
resultaron – en el caso particular de la infancia marginal – del todo
“protectores”.

De hecho la Ley de Patronato – aunque resultó un avance en relación con el


problema de los niños en las calles - respondía al paradigma de la y
ubicaba al sector de niños marginales, “situación irregular” que era el
que precisamente preocupaba a la sociedad, en “situación de peligro
moral y material” – presuponiendo una relación entre su condición y la
posibilidad presunta de delinquir - lo cual avalaba intervenciones legales
para “protegerlos” arrancándolos en forma violenta de la vía pública y
encerrándolos en institutos de menores. Se completaba así una doble
exclusión: separarlos de su familia y expulsarlos del espacio callejero que
habían encontrado y aprehendido para desarrollar sus vidas.

Esta forma de abordar el problema generó la consolidación legal de un ciclo


de captura, encierro y aislamiento, que no superó la situación de calle, pues
no abordó los factores que provocaban tales situaciones.

La ley de Patronato creo así el marco legal, que apoyado en un enfoque


criminológico positivista, legitimó prácticas jurídicas basadas en la teoría
del “estado peligroso sin delito”, creando un derecho penal extendido que
no sancionó a los menores por la comisión de delitos sino por la “situación
irregular” en que se encontraban, generalmente asociada a la pertenencia a
sectores sociales desfavorecidos económica y socialmente. De esta forma la
judicialización de situaciones sociales se convirtió en el principal método de
control social dirigido a niños y adolescentes pobres, a partir del cual la
Sociedad de Beneficencia legitimó con más fuerza sus sentimientos de
“infantilización” controladora.

“Infantilización controladora”. La Sociedad de Beneficencia.

Los niños vagando por las calles de la ciudad representaban ciertamente, a


principios del siglo XX, una gran preocupación para la sociedad porteña.
Algunos sectores que identificaban a estos niños marginales como

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peligrosos y en ocasiones como criminales en potencia, aportaron otras
soluciones bajo una apariencia protectora: su control y asilamiento.
Las instituciones, en las que amplios sectores de la sociedad parecieron
encontrar respuestas a sus temores, fueron precisamente los asilos
privados, que, desde la última década del siglo XIX, se visualizaron como
ideales para llevar a cabo la moralización y disciplinamiento de los niños
abandonados o marginales.

Las clases dirigentes, medias y altas consideraban a partir de


razonamientos bastante sencillos, que las familias obreras descuidaban la
enseñanza moral y las buenas costumbres de sus hijos, otras veces los
abandonaban y en ocasiones los castigaban brutalmente. Por lo tanto la
única forma de cambiar ese estado de cosas era sustraer a los menores de
ese ambiente perjudicial para su salud física y moral, internándolos en
asilos.

Otra fuente de legitimación, que en menor grado pudo haber sido un punto
de apoyo para este tipo de prácticas de encierro, fue la teoría de la
“delincuencia natural”, apoyada por intelectuales positivistas, médicos
higienistas y profesionales en general, como José Ingenieros o César
Lombroso, quien afirmaba que las instituciones más eficaces para luchar
contra la criminalidad eran precisamente los asilos, ya que al albergar a los
niños “ los guardan, los protegen y los acostumbran al trabajo que
representa para mí la forma más eficaz contra el crimen”.

El ejemplo emblemático de este tipo de trabajos sociales protectores-


controladores defendidos por gran parte de la sociedad porteña, fue la
institución “benefactora” por excelencia: la Sociedad de Beneficencia creada
por Bernardino Rivadavia, que para el 1900 era la de mayor trascendencia
en Buenos Aires, por el número de niños que asilaba y por los aportes
estatales que distribuía entre los establecimientos que dependían de ella.
El análisis de las tareas desarrolladas por esta institución, a través de una
amplia red de asilos, reformatorios, granjas, talleres, escuelas y hospicios,
por ella coordinados, puede ayudar a interpretar las formas de protección o
de control, que se llevaron a cabo – con la infancia marginal - durante los
treinta primeros años del siglo XX.

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La Sociedad de Beneficencia funcionaba principalmente con el aporte de
donaciones y legados de particulares, ingresos provenientes de la Lotería
Nacional, de colectas públicas anuales, de corsos, bailes benéficos y de
aportes que la Ley de Presupuesto Nacional fijaba cada año.
Sociedad de Beneficencia, que eran siempre menores a las que se lograban
con el aporte de particulares, evitando al mismo tiempo establecer órganos
de control sobre los montos otorgados. A partir de 1912 un anexo del
presupuesto de la Nación se ocupó del destino de estos subsidios,
denominados de Asistencia Social, pero la ausencia de organismos
centralizadores y coordinadores contribuyó a dispersar y debilitar esta
iniciativa.

Recién en 1932 este Fondo de Subsidios fue reemplazado por el Fondo de


Asistencia Social que ordenó y centralizó algunos aspectos técnico-
administrativos, con cierta fiscalización y asesoramiento a través de
Comisiones Auxiliares de Señoras, que en forma de comisión ad-honorem,
iniciaron el camino de la acción social controlada desde el propio Estado.
Con esta forma especial de financiamiento, la Sociedad de Beneficencia
desplegó durante el período 1900-1930 significativas influencias sobre el
presente y el futuro de una gran cantidad de niños y adolescentes
marginales porteños, desde su nacimiento hasta más allá de los 22 años, a
través de una importante red de instituciones ya existentes y otras creadas
durante este período.

La Casa de Expósitos era la más antigua de las instituciones y para el 1900


ya había dejado de emplear el “torno libre” ante el abandono de los niños,
siendo reemplazado éste por la Oficina de Recepción, donde se hacía la
admisión pública de niños, tratando así de
conservar el vínculo con los padres sin que
éstos perdieran la patria potestad, a pesar de
entregarlos temporaria o definitivamente a la
Sociedad.

Esta institución, dada la edad de los niños


recogidos, contaba con funciones y personal
para su atención de características
especiales. Empleaba amas de leche internas
y externas, amas secas, cuidadoras externas, ayudantes de crianza y
médicos.

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La Casa de Expósitos, a la que se está haciendo referencia en particular,
desde 1923 albergó a niños de hasta cinco años únicamente, pero en años
anteriores atendió a niños también mayores, a los que después se los
colocaba en casas de familias.

Esta ubicación se realizaba en aquéllos casos de abandono total del menor


u orfandad. En esta cesión de menores intervenía el Defensor de Menores
quien autorizaba o no la misma. El niño o niña era visitado periódicamente
por visitadores de la Casa de Expósitos, velando de esta manera por un
contrato que cubría al menor hasta los quince años, en que podía optar
libremente, quedándose con esa familia o volviendo a las instituciones de la
Sociedad. Por su parte la familia que recibía al menor tenía la obligación de
educarlo moral y religiosamente, solventar los gastos de su mantenimiento
y pagarle un sueldo de diez pesos, libre de gastos, que tenía que depositar
en el Banco Nación a nombre del menor y a la orden de la Sociedad de
Beneficencia.

A partir de 1923 se propuso y pudo concretarse, que las madres solteras,


en lugar de dejar a sus hijos y quedar libre de responsabilidades, se
alojaran en la Casa de Expósitos con sus niños y trabajaran como amas de
leche mientras pudieran, para luego buscar ubicación como mucamas sin
abandonarlos.

A la edad de seis años las niñas eran separadas de los varones, quedando
en manos de religiosas y los niños a cargo de sacerdotes, bajo la
supervisión de la Sociedad. En el caso de las niñas, las instituciones
trataban de aparecer como modelos de orden, higiene y disciplina,
procurando además que la mayoría de las internas pudieran acceder a
vacaciones, tanto en Mar del Plata como en Córdoba, bajo la vigilancia de
religiosas y celadoras que las acompañaban en todos sus desplazamientos y
tareas. En las diferentes instituciones para mujeres recibían la educación

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primaria común y sobre todo se las instruía respecto a tareas domésticas:
cocina, costura, tejidos, bordados. Para la década del veinte se amplió la
posibilidad de permanencia de las niñas en las instituciones hasta los
dieciocho años y también las actividades de los talleres semi-industriales de
confecciones, lencería, abrigos, vendas, producidos por las internas para los
asilos dependientes de la sociedad y una pequeña parte comercializadas al
público en general.

La permanencia de las niñas quedó garantizada a través del Hogar de Ex-


Alumnas donde las mayores de dieciocho años, y hasta los veinticinco,
podían ser admitidas como pensionistas, siempre que fueran huérfanas y no
tuvieran familiar alguno que las amparara. Con el producto de sus tareas
de costuras solventaban sus gastos de manutención, siendo obligatorio
contar con una libreta de ahorros donde debían depositar una tercera parte
de sus ingresos.

Respecto a los varones, el Asilo “Martín Rodríguez” albergaba a niños de


seis a diez años y el Asilo de Huérfanos a niños de diez a dieciocho años.
Resulta destacable la cantidad de niños que aparecen como “fugados”; esta
actitud podría estar relacionada con los castigos de que eran objeto, sobre
todo los adolescentes que no mostraran buen comportamiento. Así algunos
resultaban separados del grupo y otros incluso eran recluidos en “piezas de
encierro”´, según constan en planos que muestran la construcción de este
tipo de habitaciones, con puertas reforzadas con herrajes y dinteles;
contando cada puerta con una abertura de veinte por treinta centímetros
“para inspeccionar los locales desde fuera, a pedido de las inspectoras.

Otra situación que surgía como preocupante para la Sociedad de


Beneficencia era la capacitación laboral de los internos y su ubicación
futura. En todos los asilos para varones de
esta sociedad, además de la instrucción
primaria, los niños realizaban distintas
prácticas de talleres: telares, jardinería,
carpintería, zapatería, panadería,
imprenta, mecánica y encuadernación.

Respecto a la atención de los niños,


mientras las mayores críticas fueron
ejercidas desde profesionales de la salud, quienes veían en el hacinamiento
la causa de enfermedades y muertes prematuras de los niños, el Estado
alababa la tarea de la Sociedad de Beneficencia y la apoyaba en tanto

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calmaban en cierta forma, los temores sociales hacia la delincuencia precoz
que crecía en algunos sectores de la sociedad.

De esta forma y en el marco de una situación de protección controlada


creció una buena parte de la infancia marginal, bajo una fuerte vigilancia
de ciertos sectores de la sociedad. Durante el período 1900-1930, las
Instituciones de la Sociedad de Beneficencia, formaron mujeres aptas para
el servicio doméstico y hombres preparados para trabajos poco calificados,
con un alto nivel de sumisión y disciplinamiento; calmaron los reclamos de
la sociedad y encauzaron de manera controlada y sumamente articulada a
amplios sectores niños marginales, alejándolos – según sus propias
expresiones – de los males que aquejaban a la sociedad como el
anarquismo o el socialismo.

Estos niños y jóvenes resultaron pues, los receptores de la gran


cruzada de moralización y control emprendida desde la Sociedad de
Beneficencia, con el incondicional apoyo del Estado. Significó
además, en cierta forma, controlar parte importante del futuro
argentino. La escuela fue sin duda uno de los medios de
disciplinamiento e integración de la inmigración, pero la idea de
porvenir antes depositada en el inmigrante idealizado, era ahora
trasladada a los niños marginales, a los que si se los encerraba,
moralizaba y disciplinaba podrían reemplazar la ilusión de futuro
antes puesta en los inmigrantes. Este motivo parecía, al menos para
la sociedad de principios de siglo, justificativo suficiente para la
proliferación de instituciones de asilamiento para menores
marginales

Como síntesis de este período podemos decir entonces que:

La infancia marginal de Buenos Aires entre 1900 y 1930 ocupó un lugar


destacado y principal en la preocupación, sobre todo, de los sectores
dominantes - pertenecientes a la elite política, social y económica porteña
- que a través de diferentes manifestaciones, iniciativas, actitudes y
posturas, generaron diversas políticas de infancia, resultando así en
ciertas ocasiones, organizadores y protectores, en otras controladores y a
veces hasta represores, según los sectores e ideologías que representaran.
Esta búsqueda de las actitudes adultas hacia la infancia, resulta significativa
en la medida que da cuenta del sentido de generatividad, que las clases

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dominantes imprimieron en su medio, para construir la sociedad futura. Se
advierte así que durante el período analizado se produjeron cambios
significativos en el sentido de esta generatividad ante las nuevas
problemáticas sociales, políticas y económicas que modificaron la relación
entre los grupos adultos hegemónicos y la infancia de los sectores
marginales. En esta relación, y dadas las circunstancias particulares que la
infancia había tomado a principios del siglo XX en Buenos Aires, las
opciones resultaron ser las de invertir, proteger, controlar o asilar.

Hasta fines del siglo XIX, las políticas de protección y control se habían
centrado en el gran proyecto educativo de Sarmiento – que implicaba
también importantes inversiones - pero los cambios operados a principios
de siglo, tanto en la situación social como en el pensamiento filosófico y
político, provocaron una modificación en los vínculos generativos.

Los detonantes principales fueron el ocio y la calle invadiendo la infancia de


los sectores populares y acompañándolos con miseria, abandono, pobreza,
vagancia, enfermedad y delincuencia. De esta forma la élite dirigente
imbuida hasta ese momento de un sentimiento de escolarización,
comenzó a manifestar un nuevo sentimiento: el de infantilización, por el
cual la sociedad tiende a amar, proteger o al menos considerar a los niños
como agentes heterónomos.

Este sentimiento incipiente, generó actitudes diversas en la sociedad: por


un lado, sentimientos caritativos de defensa al niño, pobre o huérfano,
acompañados de deseos de tutela y resguardo, y por otro, actitudes de
reacción ante el desorden social que los niños de los sectores marginales
provocaban, y ante el peligro de la delincuencia precoz.

Quedaron así inaugurados dos caminos de políticas hacia la infancia


marginal, que aunque diferentes, se entrecruzaron en ciertos momentos
tejiendo una trama social particular, en la que el estado desde una postura
no intervencionista se involucraba también, aunque de manera tangencial,
estimulando tanto la protección como el control.

Estos dos caminos, surgidos especialmente de los sectores dominantes de la


sociedad, fueron por un lado el de las políticas de protección,
apoyadas por algunos científicos, ciertos políticos y legisladores que desde
diferentes posturas priorizaron las problemáticas del desamparo social y la
vulnerabilidad infantiles y por el otro el de las políticas de control ,
impulsadas especialmente por las diferentes sociedades de beneficencia que
detectaron prontamente la maleabilidad infantil, instalando una red
institucional de asistencia a los niños marginales que les permitiría
organizar diversos disciplinamientos. Desde lo religioso, inculcaron el

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catolicismo y la moral cristiana; desde lo económico, procuraron incitar al
trabajo poco calificado y desde lo político, el control de la infancia les
permitía alejarla del anarquismo, el socialismo y las consecuentes
agitaciones sociales.

El proyecto escolarizador inauguró políticas educadoras y también


controladoras al imprimir un sentido patriótico, obligatorio y centralizado a
la educación, que se consideró necesario ante el aumento de la población
y su heterogeneidad resultante del gran caudal inmigratorio, pero que
resultó insuficiente ya que no todos los niños concurrían a las escuelas, y
los numerosos censos dieron cuenta de sus carencias, especialmente en
relación con la infancia marginal.

La actividad de la Sociedad de Beneficencia es la que aparece con una


actitud ciertamente más controladora y eficiente, ya que su acción abarca a
una franja más amplia de niños marginales, desde su nacimiento e
incluyendo a sus madres, a quiénes se los “protege” en situaciones casi de
encierro, se los educa y prepara para futuros trabajos, domésticos para las
niñas y no calificados para los varones. Este avance controlador se advierte
además a través de los numerosos establecimientos, que durante este
período, fueron fundados con el fin de ampliar la edad de los protegidos
hasta los veinticinco años y ejercer cierto control posterior a través de la
ubicación en determinados empleos ya establecidos.
No hay datos ni seguimientos puntuales sobre los egresados de estas
instituciones de beneficencia, pero resulta posible que su disciplinamiento,
vuelto acatamiento o rebeldía, se haya confundido con el resto de los
sectores sociales que en última instancia habían recibido una educación
similar dentro del gran proyecto de Educación Patriótica que desde
diferentes lugares afectó a toda la infancia entre 1900 y 1930.

Durante este período los diferentes actores sociales tejieron, así, un


entramado de relaciones muy particulares. Los niños marginales o
“beneficiados” habían aumentado en número, y su situación social y
familiar se había agravado. Los “benefactores” tradicionales insistían en
la necesidad de controlar a los niños marginales, aunque el nuevo contexto
social los obligaba a modificar y adecuar sus acciones, sin abandonar su
idea controladora. Los nuevos “benefactores”, de variado origen:
positivistas, juristas, socialistas, anarquistas, higienistas, optaron por
nuevas propuestas, más actualizadas y científicas, encontrando al mismo
tiempo en la infancia marginal un nuevo campo de acción para insertar sus
ideologías. Mientras tanto, el Estado, el otro gran “benefactor”, se
encontraba en el centro de esta puja y obligado a tomar decisiones que

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iban desde incrementar ayudas muy similares a la caridad, impulsando a la
población a sumarse a ellas de diversas maneras, o decisiones legislativas
que sin presupuesto o implementación adecuada, no lograban satisfacer ni
a los “beneficiados” ni a sus “benefactores”.

Como resultado de esta puja la infancia marginal a principios de


siglo resultó así un grupo de “beneficiarios” que recibió protección,
ordenamiento, moralización y control de diferentes “benefactores”
que, aparentemente y desde una mirada superficial, proponían de
esta forma acabar con la miseria, el abandono y la pobreza de los
niños. En este aspecto y así considerada, los resultados de los
“benefactores” fueron ciertamente muy limitados. Pero si desde una
mirada más crítica se piensa que sus objetivos fueron otros, tales
como mantener su papel hegemónico y lanzarse a la caza de
espacios territoriales para moralizar y disciplinar a una generación
en formación, el éxito de los “benefactores” - que mostraron
coherencia y funcionalidad con el proyecto dominante - fue sin
duda total.

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