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23-11-2019
EL ALMA DE LA
TOGA
AUTOR ÁNGEL OSORIO

PRÓLOGO
ROBERTO IBÁÑEZ MARIEL

MARTHA MÁRQUEZ HERNÁNDEZ


LIC. MARILÚ SÁNCHEZ HERNÁNDEZ
INTRODUCCIÓN
Este libro ha tenido múltiples ediciones, ya que es un gran libro que muestra
calidad y originalidad. Pues narra vivencias habidas en la práctica profesional de
un abogado de enorme cultura jurídica, quien muestra que es un estupendo
litigante, buen observador de fenómenos sociales y con un elevado concepto de
justicia.
En efecto el autor nos sorprende cuando afirma que el derecho no es una ciencia
ya que se consideraba como una ciencia tanto en su elaboración legislativa, como
una aplicación a los negocios jurídicos y en las resoluciones judiciales, ciencia que
se traducía en un esquema muy sencillo para su aplicación, que garantizaba, por
su misma sencillez, un gran rigor demostrativo. Esto no significa que el autor
abrace una postura relativista, sin valores objetivos, lo que quiere decir es que hay
muchas formas de encarnarlos. Por ello un bogado experimentado puede preferir
un buen arreglo a un dilatado juicio, que, aunque obtenga sentencia favorable,
resulte desgastante y caro, o bien actuar con rapidez y audacia en otro caso.
En esto como muchos temas, se adelantó el autor a su época con gran visión y
sentido histórico. En este trabajo se podrá apreciar una breve síntesis de cada
capítulo del libro el alma de La Toga de Ángel Ossorio. Libro que trata sobre
realzar los valores de los abogados y de quitar algunos estereotipos que se le han
puesto pero también encontrara valiosas experiencias sobre la importancia de
percibir con claridad en una causa, los hechos que la motivan y el esfuerzo
constante en el que es imposible no sacrificar la comodidad. El mensaje del autor
ha sido una constante lucha por la justicia. En otras palabras, el autor trata de
reflejar no solo los aspectos técnicos del derecho si no pretende ilustrar todo
aquello que da dignidad al ejercicio del mismo, como las ilusiones de un abogado
practicante, que vienen a ser él.
INDICE
CAPITULO I QUIEN ES EL ABOGADO
 En este capítulo el autor hace referencia al concepto de “abogado” Pues nos dice
que ser abogado va más allá de haber recibido un título de Licenciado en
Derecho, que autoriza para ejercer la profesión de abogado, ya que afirma que los
alumnos solo su bagaje cultural no pasa del concepto de derecho, la idea del
estado, la importancia de la asignatura, la razón del plan, y la razón del método.
Y nos hace un realce sobre la rectitud de la conciencia del abogado. Primero es
ser bueno, luego ser firme, después, ser prudente y por último la pericia.
Afirmándonos que el verdadero abogado vendría siendo aquel que ejerce la
profesión dando consejos jurídicos y pidiendo justicia. Pues menciona que los
abogados no se hacen con el título de licenciado, sino con las disposiciones
psicológicas, adquiridas a costa de trozos de sangrantes de la vida.
CAPITULO II LA FUERZA INTERIOR
En este capítulo nos habla sobre como ser un abogado ya que en muchas
ocasiones se nos presenta la duda, el sensualismo, para perturbar nuestra moral,
la crítica para desorientarnos, el adversario para desconcertarnos, la injustica para
enfurecernos.
Todo esto nos induce a perder el sentido propio, pues a veces se plantea más
cuanto podemos ganar por el asunto y no tomamos en cuenta la ética ni donde
reside el sentido común. Frente a tan multiplicadas agresiones, la receta es única:
fiar en sí, vivir la propia vida, seguir los dictados que uno mismo se imponga.
El autor nos dice que en la abogacía actúa el alma sola, porque cuanto se hace
es obra de la conciencia y nada más que de ella. Para el autor la definición de
justicia, es el aliento para sostenerla, el noble estímulo para anteponerla al interés
propio, el sentimiento lirico para templar las armas del combate.
De modo que no puede haber abogado que empiece a titubear sobre lo justo y lo
correcto ya que cuanto le asalten dudas en este punto debe cambiar de oficio
primordialmente porque debe mantener siempre la serenidad y la firmeza de la
justicia.
CAPITULO III LA SENSACION DE LA JUSTICIA
En este capítulo el autor se pregunta qué ¿Dónde ha de buscar el abogado la
orientación de su juicio? Porque son consistentes los cimientos morales del
mismo, que la sociedad elige y determina. Los atributos de usar y disponer las
leyes. El derecho no establece la realidad, sino que la sirve, y por esto camina
mansamente tras ella, consiguiendo rara vez marchar a su paso.
Por eso para al abogado importa no es saber el derecho, si no conocer la vida. Y
que quien tenga previsión, serenidad amplitud de miras y de sentimientos para
advertirlo, será abogado. Quien no tenga más inspiración ni más guía que las
leyes será un hombre sin principios ni ética moral.
Por eso el autor señala que la “Justicia no es fruto de un estudio, sino de una
sensación". Y es totalmente cierto pues la justicia no es algo que se pueda
aprender en libros, es algo que solo se aprende ejerciéndola en la vida con
acciones que vamos realizando cotidianamente.
Actualmente la justicia de los que ejercen la profesión se ha visto corrompido,
porque se deja o ha dejado enviciar, pervertir, corromper y de sobornar por que
sea dejado llevar por la avaricia y olvida lo que en realidad es justo, equitativo, y
legal. Entonces lo que hace es dar una interpretación errónea o falsa a algo, a
menudo con voluntad de ello. Nosotros como abogados o como estudiantes
debemos encontrar un equilibrio de las cosas materiales y ejercer el derecho a
como dicta la ley.
CAPITULO IV LA MORAL DEL ABOGADO
De acuerdo al autor del libro cuando un abogado acepta un caso, es porque está
defendiendo una causa justa, y éste deberá hacer todo lo moralmente y todo lo
que dentro de lo justo cabe, para defenderlo. la moral y la ética deben ser la
principal bandera que nos identifique en la realización de nuestra profesión, ya que
de por si nuestra profesión es ligada a términos de corrupción, malas mañas, a
ganar dinero fácil o sangrando al cliente y porque no decirlo en palabras
coloquiales un “ratero”, pues hace más difícil que las personas y los clientes
confíen en un abogado, y sobre todo los recién egresados de las facultades de
derecho que van surgiendo con el paso del tiempo.
Los abogados buscamos solucionar los problemas legales de las personas o
defendemos sus derechos o intereses ante los tribunales. Pero, ante todo,
debemos ser buenas personas, nuestro cliente confía en nosotros, primero es
perseguir su interés por encima del nuestro, así como actuar con ética frente a los
colegas en un litigio. Se presume que la misión de un abogado es defender con
igual desenfado el pro que el contra y a fuerza de agilidad mental, hacer ver lo
blanco y lo negro. La abogacía no se cimenta en la lucidez del ingenio, si no en la
rectitud de la conciencia.
Esa es la piedra angular: lo demás, con ser muy interesante, tiene caracteres
adjetivos y secundarios. Despréndese de ahí que el momento crítico para la ética
abogacía es el aceptar o repelar el asunto. Como profesionistas debemos ser el
reflejo de nuestros valores, pero sobre todo como personas al menos es lo que
nos da entender el autor.
CAPITULO V EL SECRETO PROFESIONAL
En este capítulo nos hace referencia al secreto profesional que como abogados
debemos guardar información muy valiosa que afecta a nuestros clientes. Dicha
información no tiene que estar necesariamente relacionada con la vida íntima y
privada de las personas, basta con que sea información que nos haya transmitido
el cliente y punto. Nuestra obligación es guardar la más absoluta discreción al
respecto, no revelando ni difundiendo ningún dato que nos haya trasladado el
cliente en virtud de la relación de confianza existente, y resulta indiferente que esa
información sea de carácter secreto o conocida ya por terceros.

Los Abogados, depositarios de las confidencias de los clientes, debemos guardar


el secreto profesional, asunto que constituye un deber y un derecho fundamental
de nuestra profesión. Este derecho y deber, permanecen incluso después de
haber cesado la prestación de nuestros servicios. El derecho y la obligación del
secreto profesional comprenderá las confidencias del cliente, las del adversario,
las de los compañeros de profesión, y todos los hechos y documentos de que
hayamos podido tener noticia por razón de cualquiera de las modalidades de
nuestra actuación profesional.
CAPITULO VI LA CHICANA
El autor nos habla acerca de la chicana que significa triquiñuela, enredo, arteria,
mentira, embuste y es usada por los abogados, para dilatar los procesos, para
obtener una ventaja cierta sobre alguna causa, demorar un pleito lo más posible,
ya sea para la obtención de alguna prueba o la presentación de algún cliente.
El abogado que acude a una chicana sabe que usándola se juega su prestigio y
puede incurrir en el desprecio de la opinión. Si a pesar de todo la recomienda o
practica habrá dado un ejemplo de abnegación. Todo el secreto está en
determinar para que se usa la chicana. En mi opinión la chicana no debe ser
utilizada por el abogado honesto. Esto deja mucho que decir de su profesionalidad
y honradez, pero el autor nos deja ciertos casos en los cuales sí se puede usar.
Para un buen abogado, los valores son fundamentales, son los que nos indican
nuestra carrera profesional, como nos conducirá en nuestra vida, tanto personal
como social.
Para ser abogado se requiere moral, ética, valores y sobre todo perseguir la
justicia ya que deberemos resolver muchos casos en los que a veces implica la
moralidad que tenemos como abogados. Pues deberá decidir entre lo correcto
según los libros y lo correcto según su conciencia, y es en base a esta última que
deberá decidir.
El cliente, quien deposita su confianza en el abogado espera que este lo defienda
con todos los recursos que tenga a su alcance y que defienda sus derechos
conforme lo marca la ley. Para ello defiendo la postura del autor de no permitir la
chicana y no dejarnos llevar por ella ya que es una maldad y constituye para el
abogado un deshonor. Y me quedo con esta gran frase del autor del libro que dice;
“todo en la vida depende del hombre, de su pensamiento, de su conciencia.”
CAPITULO VII LA SENCIBILIDAD
El autor aquí nos hace un realce sobre la sensibilidad que el abogado presenta en
los casos que se les presentan en su vida pues la abogacía es una constante
lucha de emociones, pero está en nosotros no sucumbir a ellos. Pues no es
conveniente tomar los bienes ajenos como propios porque entonces no
estaríamos ejerciendo el derecho como dicta la ley.
Esto no quiere decir que debamos ser totalmente fríos e insensibles, sino que no
podemos involucrarnos mucho o no involucrarnos en lo absoluto y simplemente
que sea una cuestión de profesionalismo, tampoco quiere decir que lo sea
por dinero, porque el que sabe que ganara más o menos según la solución que
obtenga, tiene ya anublada la vista por la codicia, pierde su serena austeridad,
participa de la ofuscación de su defendido y lejos de ser un medio, es una
corriente impetuosa porque como nos dice el autor esto nubla nuestro buen juicio.
CAPITULO VIII EL DESDOBLAMIENTO PSIQUICO
El autor del libro aborda el desdoblamiento psíquico como el fenómeno por virtud
del cual “el abogado se compenetra con el cliente de tal manera, que pierde toda
postura personal.” Nos dice que el abogado no es un proteo, sino que es un
hombre que ha de seguir su trayectoria a través del tiempo y que ha de poseer y
mantener una ideología, una tendencia, un sistema como todos los demás
hombres, no tantas fórmulas de pensamiento y de afección como clientes le
dispersen confianza.
Pero sin olvidar que debe existir una separación de entre uno y otro en virtud de la
separación de actuares y pensares entre ambos. Sin tener que renunciar a
nuestros propios intereses, al bienestar, al goce, para entregar el bien de otro.
CAPITULO IX LA INDEPENDENCIA
La independencia a la que se refiere el autor en este capítulo es la que lleva un
abogado pues supone instrumentos y medios para alcanzar la excelencia en su
profesión. Esta independencia es un principio del abogado, que le otorga cierto
respeto respecto del cliente y la sociedad.
El abogado, al que corresponde decidir, organizar y dirigir la defensa según su
libre criterio y sin más sometimiento que a las reglas de su profesión y los dictados
de su experiencia, debe impedir que el cliente sea el que decida el modo de
efectuar la defensa o pretenda dirigirla según sus intereses. Esto supone que el
abogado debe ser respetado en sus decisiones jurídicas por el cliente
En este sentido, es un derecho y un deber para el abogado, asesorar y defender
los intereses de sus clientes manteniendo su independencia respecto de toda
clase de injerencias y frente a los intereses propios y ajenos. Esta independencia
le faculta al abogado para rechazar los asuntos que considere que no podrá
hacerse cargo de ellos preservando su independencia.
CAPITULO X EL TRABAJO
En este capítulo nos habla acerca del trabajo que realizan los abogados
ejerciendo la abogacía pues dice que en ninguna otra profesión se debe tener
tanta inteligencia, porque esa es insustituible, pero más insustituibles a un son la
conciencia y el carácter. Que en unas ocasiones los clientes no valoran su trabajo
pues menciona que rarísima vez se les elogia por a ver ganado un caso o por
mostrar honradez o conocimientos.
De estas innegables realidades se desprende que debemos esforzarnos en hacer
por nosotros mismos los trabajos, ya que el cliente toma en cuenta, al buscarnos,
todas nuestras condiciones, desde la intimidad ética hasta el estilo literario.
Como fin de estas confesiones sobre el trabajo diré que, a mi entender, todas las
horas son buenas para trabajar. Pues la consulta, las conferencias con otros
colegas, las diligencias y vistas, las atenciones familiares, la vida de relación y las
necesarias expansiones.
En fin, todas las reglas de trabajo pueden reducirse a esta hay que trabajar con
gusto. Logrando acertar en la vocación y viendo en el trabajo no solo un modo de
ganarse la vida, sino la válvula para la expansión de los anhelos espirituales, el
trabajo es liberación, exaltación, engrandecimiento. De otro modo es insoportable
esclavitud.
CAPITULO XI LA PALABRA
El autor de este capítulo nos habla de acerca de la importancia de la palabra pues
nos dice que los hechos tienen, si, más fuerza que las palabras; pero si las
palabras previas los hechos no se producirían. Es decir, la palabra es la
convicción de las armas del razonamiento. Los abogados tenemos un lenguaje
propio que responde al sentido práctico de derecho.
Tenemos propiedad al hablar jurídicamente, es por ello que, en ocasiones, puede
resultar complicado para nuestros clientes seguirnos y entendernos cuando
debatimos cuestiones de derecho. Las palabras del abogado, pronunciadas o
escritas, no están destinadas a comunicar sino a convencer, persuadir y disuadir.
A crear una realidad que encaje con sus objetivos.
El lenguaje oral, tiene un peso enorme la comunicación no verbal: la entonación,
los gestos. Los abogados, por difícil que sea la postura que defendemos, hemos
de transmitir seguridad, que los que nos escuchan perciban que estamos
convencidos de lo que decimos.
Ese será el primer paso para convencer; primero, por deber, a nuestro cliente, de
que le estamos dando la mejor defensa posible y, después, al tribunal de que
tenemos razón en nuestros argumentos. La solución jurídica viene sola y con
parquedad de dialogo. Las opiniones que han asentado al tratar de la sensación
de la justicia excusan de una repetición; la cortesía desenfadada o el desenfado
cortés, la policía del léxico y la amenidad.
CAPITULO XII EL ESTILO FORENSE
El autor de este libro como ya ha mencionado en otros capítulos anteriores la
profesión de abogado no es algo que se deba tomar como algo insignificante,
trivial, anodina como menciona el autor. Pues nos dice que el abogado debe sentir
orgullo de su profesión y ante todo amar a la justicia. Ya que sin justicia no se
puede vivir. Si no tenemos la libertad para andar por la calle o para guarecernos
en nuestra casa, si no hay quien nos proteja para exigir el cumplimiento de un
contrato, si no hallamos amparo para el buen orden de nuestra familia, si nadie
nos tutela en el uso de nuestra propiedad y en la remuneración de nuestro trabajo.
Sin un abogado que persiga la justicia seria sencillamente un tejido de crímenes y
de odios, un régimen de venganzas, una cadena de expoliaciones, un imperio de
la ley del más fuerte.
 La justicia es la expresión material de la libertad. Es, por consiguiente, para el
hombre, algo tan esencial como el aire respirable. Una norma de justicia inspira y
preside todas nuestras acciones, hasta las más ínfimas, nuestros pensamientos,
nuestros deseos. Una de las demostraciones de lo poco que los abogados nos a
preciamos a nosotros mismos está en la poca atención que prestamos a la
herramienta de nuestro oficio que es la palabra, escrita o hablada. Nos producimos
con desaliño, con descuido.
Redactamos nuestros trabajos como en cumplimiento de mera necesidad ritual.
Así se ha creado una literatura judicial lamentable, en que jueces y abogados,
usan frases impropias, barbarismos, palabras equivocadas. Tal abandono nos
desprestigia, pues si vamos hace abogados hay que serlo bien y si no hay otra
manera de ser abogado sino usando de la palabra, empleémosla bien como
corresponde, con dignidad y con eficacia.
CAPITULO XIII ELOGIO DE LA CORDIALIDAD
En este capítulo el autor nos da entender que abogados y magistrados suelen vivir
en un estilo parecido al que la ley de orden público llama “de prevención y alarma”.
Pues describe lo que el juez piensa del abogado y lo que el abogado piensa del
magistrado. Dando entender que no existe una conexión de complicidad laboral,
ya que en ambas partes no se muestra un afecto en el trato, ni tampoco un
reconocimiento de los méritos o cualidades.
Para ello las acciones todas y más especialmente las que implican un hábito y un
sistema, como las profesionales han de cimentarse en la fe, en la estimación de
nuestros semejantes, en la ilusión de la virtud, en los móviles levantados y
generosos.
Es por eso que el autor nos dice que lo recomendable es una previa aceptación de
todas las maldades posibles, sin preocuparse de personificarlas. Más claro basta
con saber que el hombre es igualmente capaz de todo lo bueno y de todo lo malo.
Hoy tiene un macado sabor a pugna. Cada vocero choca con el otro y el tribunal
con los dos. Se respira en un pretorio un ambiente como de recelo orgánico.
La redención estaría en considerar que todos magistrados y abogados trabajamos
en una oficina de investigación y vamos unidos y con buena fe a averiguar donde
esta lo más justo; a falta de ello, lo menos malo, y en defecto de todo lo
meramente posible. Tan compleja es la vida que, con igual rectitud de intención,
se puede patrocinar par un mismo conflicto la solución blanca y la negra y la azul.
Haría falta par esto perder un poco la afectación hierática con que las funciones
judiciales se producen y abrir la compuerta al cambio de opiniones indispensable
para el hallazgo de la verdad.
CAPITULO XIV CONCEPTOS ARCAICOS
El autor del libro menciona que todavía cunde y es invocado el viejo aforismo
judicial lo que no está en los autos no está en el mundo. A su amparo se ahorran
muchos juristas la funesta manía de pensar. se comprendía tan brutal
encadenamiento del juicio cuando los contratos tenían formulas sacramentales y
era tasada la prueba.
Esto presupone la existencia de una controversia o conflicto de interés, es decir, la
sustentación de derechos e intereses contradictorios o contrapuestos a lo
defendido por la parte contraria, y que la perjudican. Toda esta gran cantidad de
información acerca de procedimientos judiciales es propia de la sociedad
moderna, que solo asocia la palabra juicio a sangre y cuatro señores con toga. El
juicio es un elemento epistemológico, es decir, es parte de la teoría filosófica que
explica cómo conoce el hombre el ser en tanto que es. El juicio es una asociación
de conceptos a través de los cuales el sujeto afirma o niega un determinado
hecho. El juicio es entonces una manifestación del sujeto, y es un caso claro de
súper suma. La afirmación o negación que se hace supera los límites de los
conceptos involucrados, ya que el sujeto, a través de él, pasa a modificar la
realidad que conoce.
CAPITULO XV EL ARTE Y LA ABOGACIA
En este capítulo el autor aborda el tema sobre la diferenciación del arte y la
abogacía por parte Ángel Ganivet en el que nos dice que hay abogados bestias
nocivas para el arte y para otras muchas otras cosas, pero que es indiscutible;
como también que hay artistas nocivos para el sentido común. Pero que el
abogado tiene tan lamentable distintivo por el hecho de serlo.
Pues ya que él se fundamenta en la naturaleza de la función no será. Pero la
verdad es que la abogacía, más que intereses rige pasiones y aun podría
totalizarse la regla haciéndola absoluta porque detrás de cada interés hay también
una pasión; y sus armas se hallan mejor acomodadas en el arsenal de la
psicología que en de los códigos.
El amor el odio, los celos, la avaricia, la quimera, el desenfreno, el ansia de
autoridad, la flaqueza, la preocupación o el desenfado, la resignación o la protesta,
la variedad infinita de los caracteres, el alma humana, en fin, es lo que el abogado
trae y lleva. Nosotros los abogados usamos la palabra escrita y hablada, es decir,
la más noble, la más elevada y artística manifestación del pensamiento.
Por eso el autor nos hace mención que debemos reaccionar contra esos
conceptos, que son más bien hijos de la barbarie y la pereza que de la necesidad.
Y que debemos leer, estudiar, hay que apreciar el pensamiento ajeno, que es
tanto como amar la vida, ya que la discurrimos e iluminamos entre todos; o
resignarnos a la crítica e insulto de Ganivet.
CAPITULO XVI LA CLASE
En este capítulo el autor nos habla de la clase una positiva manifestación de la
ferocidad humana, el odio entre artistas. Esos seres escogidos que viven, según
ellos mismos en las regiones purísimas del ideal, se muerden, se desuellan, se
despedazan y se trituran de manera encarnizada y constante. Ya que no gozan
con el triunfo propio como en el descredito ajeno.
Los abogados tenemos la distintiva contraria. Por lo mismo que nuestra misión es
contender, cuando cesamos en ella buscamos la paz y el olvido. No hay
campañas de grupo contra grupo, ni ataque en la prensa, ni siquiera pandillas
profesionales. Al terminar la vista o poner punto a la conferencia, nos despedimos
cortésmente y no nos volvemos a ocupar el uno del otro. Apenas si de vez en
cuando nos dedicamos un comentario irónico. Nadie cae en la fácil y grosera
tentación de decir al contrario “¿Ve usted como tenía razón?”. Es el vencido quien
suele suscitar el tema felicitando a su adversario, incluso públicamente y
ponderando sus cualidades de talento, elocuencia y sugestión, a la que, y no a la
justicia de su causa, atribuye el éxito logrado.
Lo que el autor nos da entender es que existen personas que van por la vida
pisando fuerte, tan fuerte que pisan a otros. En cambio, hay otras que se dejan
pisar y se rebajan como alfombras para que otros les pisen. Ambos
comportamientos son disfuncionales y ambos se buscan entre sí. Unos porque
necesitan sentirse superiores y sometiendo a alguien creen que lo lograrán, y los
otros porque se sienten realmente inferiores y consideran que lo normal es que les
sometan. 
Hay clases, o, mejor dicho, debe haberlas, y es lamentable que caigan en el
olvido. No en el sentido que las conciben algunos aristócratas, suponiendo que a
ellos les corresponde una superioridad sobre el resto de los mortales. Las clases
no implican desnivel personal sino diferenciación en el cumplimiento de los
deberes sociales.
CAPITULO XVII CÓMO SE HACE UN DESPACHO
De acuerdo al autor del libro la condición inexcusable para triunfar en una
profesión es saber ejercerla. Para ello nos da unos medios que un letrado tiene
para darse a conocer el primero es la asociación; Se intenta imitar la costumbre
extranjera de trabajar en colaboración, estableciéndose bajo una razón social dos
o más compañeros o creando entre varios un consultorio. Lo que el autor reprueba
porque dice que más que una salida, constituyen un despeñadero profesional.
Huyendo de censuras que resultarían demasiado acerbas y elevando el
razonamiento. El segundo seria el anuncio. Aunque
CAPITULO XVIII ESPECIALISTAS

En este capítulo el autor Ángel Osorio, nos dice que un abogado debe de saber de
todo. Simplemente, sería algo inconcebible que se le preguntara a un abogado
que trabaja como asesor legal en un banco sobre algún problema penal y no sepa
que decir. En la abogacía, la especialización toca los límites de del absurdo.
Nuestro campo de acción es el alma, y esta no tiene casilleros.
Es decir ¿se concibe un confesor para la lujuria, otro para la avaricia y otro para la
gula? Pues igual es nuestro caso. El fenómeno jurídico es uno en su sustancia y
constituye un caso de conciencia; que el tratamiento caiga en la terapéutica penal
o en la civil, es secundario.
El abogado debe buscarla donde este y aplicarla donde proceda. Convenzámonos
de que el foro, como en las funciones de gobierno, no hay barreras doctrinales, ni
campos acotados, ni limitaciones de estudio. Par el abogado no debe haber más
que dos clases de asunto: unos que hay razón y otros en no hay.
A lo que el autor nos quiere decir que debemos tener conocimiento de todos los
aspectos que constituyen el campo de la abogacía es lo que nos lleva a ser
abogados completos y no solo a una especialización por el que se centra en una
actividad concreta o en un ámbito intelectual restringido en vez de abarcar la
totalidad de las actividades posibles o la totalidad del conocimiento.
CAPITULO XIX LA HIPERBOLE
El autor nos hace referencia al uso de la hipérbole en muchos abogados el prurito
de ponderar la gravedad de los litigios en que intervienen, hasta las más absurdas
exaltaciones. La vida dentro de su gran complejidad, suele ser de una vulgaridad
gris. A veces, efectivamente, brotan la tragedia o el escándalo, y resultan
ajustadas las imprecaciones, la indignación, el terror y el llanto.
La hipérbole es una figura literaria que consiste en exagerar, aumentando o
disminuyendo de manera excesiva, las cualidades o características de aquello de
lo que se habla. Su principal función es enfatizar el mensaje que se quiere
transmitir, para lo cual se busca captar la atención del lector a través de la fuerza
expresiva que la hipérbole aporta al texto.
Así, este recurso logra que todo el protagonismo recaiga sobre una acción o
hecho concreto, exagerándolo de manera intencionada y alejándolo de la realidad
inmediata. Este cultivo desatinado de la hipérbole no suele ser si no una
manifestación del perverso sentido estético que tanto abunda entre nosotros.
Para ello un abogado debe guardar su recato y ocupar su puesto, de fijo no
fraternizara con sus clientes en lo criminal ni los divinizara en los civil. Signo
espiritual de nuestra profesión e tener una comprensión mayor que la común para
todas las cosas humanas y una percepción sutil de todas las grandezas y de todas
las miserias.
CAPITULO XX LA ABOGACIA Y LA POLITICA
Las relaciones entre los ámbitos respectivos del Derecho (los jueces) y la Política
(la discusión) no son fáciles de trazar. Basta observar, como prueba de ello, la
rapidez con que, ante una situación conflictiva particular se instauran rápidamente
en la opinión pública dos tesis contrapuestas: la de que las normas deben
aplicarse incluso contra la voluntad de los actores políticos, o la de que en ciertos
casos las normas deben ceder ante la política.
En este capítulo el autor hace referencia sobre que se habla de que los abogados
han acaparado y acaparan una influencia nefasta sobre la política. Pero según el
punto de vista del autor ocurre todo lo contrario, pues dice que la abogacía no ha
trazado rumbo a l política; es la política la que marco el rumbo de la abogacía.
Pues nos hace mención que los puestos que han ocupado gobernantes como
Carlos I, Felipe II, Felipe III y IV. Por mencionar algunos que no se dedicaron a la
abogacía si no a diferentes profesiones de varios ordenes: militares, ingenieros,
médicos, periodistas y abogados, más no estos exclusivamente, ni siquiera con
predominio.
El abogado ve lo social reflejado en lo individual y guía esto con el ánimo inspirado
por aquello. Al intervenir en las desavenencias conyugales o en el retracto o en la
concesión hidráulica, toca el abogado, no solo el fulanismo determinante del litigio,
sino también las ideas más altas y genéricas que gravitan sobre la familia, el
estado, la riqueza pública, la libertad individual.
El abogado que interviene en la vida política aporta a ella más que el labrador, el
fabricante o el obrero, que solo conocen su caso y viven influidos por él y más
también que el teorizante, pues este se pasa por la doctrina y excusa las minucias
importantísimas de la realidad.
Aunque como menciona el autor es una ventaja en el que el jurista sea político;
tiene como es lógico el jurista un sentido de la realidad jurídica, de los casos y de
las circunstancias, que no posee un hombre ajeno a esos estudios. Y la
gobernación de un país, es decir la elaboración continua e ininterrumpida del
derecho, elaboración practica y diaria, no es más que casuismo, sentido
instantáneo de la realidad.
CAPITULO XXI LIBERTAD DE DEFENSA
En este capítulo el autor nos da su punto de vista concierne a la libertad de
defensa en el que el abogado tiene el derecho y el deber de defender y asesorar
libremente a sus clientes, sin utilizar medios ilícitos o injustos, ni el fraude como
forma de eludir las leyes.
El abogado está obligado a ejercer su libertad de defensa y expresión conforme al
principio de buena fe y a las normas de la correcta práctica profesional. Me quiero
referir al papel fundamental que corresponde a los abogados para ejercitar uno de
los derechos fundamentales de toda persona: a la libertad de Defensa. Y es este:
el particular debe ser libre para defenderse por sí mismo.
Efectivamente, hay que subrayar que ni la imputación ni la detención implican la
culpabilidad de la persona, ni desvirtúan la presunción de inocencia que la
Constitución española garantiza, como otra vertiente añadida para la correcta
aplicación del derecho constitucional a la defensa.
Por tanto, la intervención del abogado en un procedimiento judicial no es sólo el
ejercicio de su profesión, la cual, según su propio Estatuto, debe ejercerla de
manera libre e independiente, sino la manifestación de un derecho de rango
constitucional: la libertad de Defensa.
Este derecho a la defensa y a la asistencia letrada viene recogido en convenios
internacionales ratificados por España señaladas en el artículo 10 de la ley de
enjuiciamiento civil.
Baste en el día de hoy con laborar para que se abra camino la idea de que el
interesado pueda defenderse personalmente, convirtiéndonos todos de que los
abogados existen para la justicia y no la justicia para los abogados.
CAPITULO XXII EL AMIANTO
En este capítulo el autor nos dice que una de las nuevas especies que la guerra
ha producido en la fauna profesional es la del abogado financiero.
Pues a pesar que a los financieros les tiene mucha consideración porque sin su
capacidad de iniciativa, sin su sed de oro, sin su acometividad y sin su ética
maleable, muchas cosas buenas quedarían inéditas y el progreso material sería
mucho más lento. Mas no concibe al Abogado Financiero, por la sencilla razón de
que si es financiero no puede ser Abogado.
Si un abogado es Financiero, porque al serlo, estarían mezclando el interés propio
con el ajeno y poniendo en cada asunto el albur de hacerse poderosos, vienen a
consagrar inmensos pactos de cuota-bilis; una Cuota-Litis hipertrofiada.
El abogado debe sentirse superior a ese apetito y saber que su palabra es en
medio del vértigo, la serenidad, la prudencia, la justicia. Poder y riqueza, fuerza y
hermosura, todas las incitaciones, todos los fuegos de la pasión han de andar
entre nuestras manos de abogados sin que nos quememos. El mundo nos utiliza y
respeta en tanto en cuanto tengamos la condición del amianto.
CAPITULO XXIII LOS PASANTES
En este capítulo el autor nos da una lección de la enseñanza del bufete hacia los
pasantes que según él no tiene otra asignatura sino la de mostrarse al Abogado tal
cual es y facilitar que le vean sus pasantes.
No hay lecciones orales, ni tácticas de dómine, ni obligaciones exigibles, ni
sanción. Si bien se mira, existe una fiscalización del pasante hacia su maestro,
pues, en puridad, este se limita a decir al otro. "entérese usted de lo que hago yo,
y si lo encuentra bien, haga usted lo mismo". Por eso el procedimiento de la
singular enseñanza consiste en establecer una comunicación tan frecuente y
cordial cuanto sea posible.
Por donde se llega a la conclusión de que los abogados tal vez no logran formar la
mente de los pasantes, pero involuntariamente, influimos sobre la orientación de
su conciencia.
CAPITULO XXIV LA DEFENSA DE LOS POBRES
La defensa de los pobres constituye una función de asistencia pública, como el
cuidado de los enfermos menesterosos. El estado no puede abandonar a quien,
necesitado de pedir justicia, carece de los elementos pecuniarios indispensables
para sufragar los gastos del litigio. Más para llenar esa atención no hace falta,
como algunos escritores sostienen, crear cuerpos especiales, ni siquiera
encomendarla al ministerio fiscal.
Otro aspecto tiene la defensa de los pobres, más profundo y grave: el de la
abundante inmoralidad y los punibles fines con que se utiliza el beneficio de
pobreza, degenerando frecuentemente en ganzúa para forzar las cajas de los
ricos o en llave inglesa con que amenazar la tranquilidad de los pacíficos.
El abuso de las pobrezas ha llegado a ser, efectivamente motivo de positiva
alarma para todo el que tenga algún interés que guardar. No es por desdicha,
menos cierto que, pareja a la inmoralidad del litigante, suele ir a la profesional de
su defensor, sin la cual no encontraría aquel medio eficaz de prevalecer.
Bastante decir que no cabe negar un elemental derecho a todos los ciudadanos
pobres, solo para prevenir un mal que algunos positivamente hacen. Lo pertinente
es respetar el derecho general y establecer una sanción rigurosa para quienes
abusen de él; llevando la firmeza hasta hacer solidarios del daño causado, al
litigante, a su abogado ya su procurador, si bien fiando al arbitrio de los tribunales
la aplicación de esas medidas que, por desgracia, serán precisas no pocas veces,
ya que no faltan los profesionales que hacen de su oficio granjería y se convierten
en sistemáticos perturbadores del derecho ajeno.
CAPITULO XXV LA TOGA
En este capítulo habla de lo importante que es portar la toga ya que es una vestimenta
propia de la profesión de abogado, es la prenda profesional de los juristas. Pues la
toga no es por si sola ninguna calidad y cuando no hay calidades verdaderas
debajo de ella, se reduce a un disfraz irrisorio.
Pero después de esta salvedad, en honor al concepto fundamental de las cosas,
conviene reconocer que la toga como todos los atributos profesionales, tiene, para
el que la lleva, dos significaos: freno e ilusión y para el que la contempla otros dos:
diferenciación y respeto.
La toga es ilusión pues nos recuerda la carrera estudiada, lo elevado de nuestro
ministerio en la sociedad, la confianza que en nosotros se ha puesto, la índole
científica y artística del torneo en que vamos a entrar, la curiosidad, más o menos
admirativa que el público nos rinde. Aparece la necesidad de ser más justo, más
sabio y más elocuente que los que nos rodean.
La toga obra sobre nuestra fantasía y haciéndonos limpiamente orgullosos, nos
lleva por el sendero de la imaginación, a la contemplación de las más serias
realidades y de las responsabilidades más abrumadoras. La ilusión es un
estimulante espiritual y potencia creadora de mil facultades ignotas, y alegría en el
trabajo y recompensa del esfuerzo todo eso significa la toga.
CAPITULO XXVI LA MUJER EN EL BUFETE
En este capítulo el autor destaca las virtudes de todas las mujeres que se
encuentras detrás de la toga pues nos dice que hay dos mujeres que requieren
especial consideración para el abogado refiriéndose a la mujer propia y la mujer
cliente. La dulce tiranía femenina, que gravita sobre el hombre e influye en él por
manera decisiva pese a los alardes de soberanía tiene mayor interés en las
profesiones que el varón ejerce entro del hogar.
El bufete es un hogar con independencia de oficina y una oficina con matiz de
hogar hallar el punto preciso para este condimento no es cosa sencilla y suele
estar reservada a seres delicados.
Esto en cuanto a la exterioridad que, en punto a lo interno, por lo mismo que el
abogado actúa en su casa, la mujer ha de hacérsela singularmente apetecible,
para que no corra a buscar fuera de ella el esparcimiento, reputándola lugar de
cautiverio en vez de remanso de placidez.
Los abogados se encargan de los diferentes ámbitos donde pueden poner en
práctica el derecho, pero hacerlo con justicia ya sea para nosotros mismos o para
nuestros semejantes, por eso es vital importancia que detrás de cada abogado
siempre exista una gran mujer. Pues hace que las virtudes a estudiar o al trabajar
sean las ganas de hacer las cosas bien.
CAPITULO XXVII HACIA UNA JUSTICIA PATRIARCAL
En este capítulo el autor nos lleva hacia una justicia patriarcal pues según él para
un buen procedimiento judicial son cuatro; oralidad, publicidad, sencillez y eficacia.
Como primer método para el procedimiento es la oralidad esta nos dice que la
justicia debe ser sustanciada por medio de la palabra. Esto por las siguientes
razones: Primera: por ley natural. Al hombre le fue dada la palabra para que
mediante a ella, se entendiera con sus semejantes.
La palabra hablada consiente el dialogo, la réplica instantánea, la interrupción, la
pregunta y la respuesta. En el curso de informe de un letrado, al juez se le puede
ocurrir numerosas dudas o aclaraciones que cabe plantear y esclarecer en el acto
dirigiéndose al informante.
La publicidad como consiguiente es una de las cosas que más nos sorprenden, no
solo a los juristas sino a todos los españoles cuando se ponen en relación con
américa. Con esto se refiere a que si el público en general no tuviera la seguridad
de poder leer en los periódicos como se sustancian las causas criminales
interesantes y aun apasionantes, que declara cada testigo, como han dado
dictamen los peritos, que argumentos han expuesto en sus informes el ministerio
fiscal y los abogados y cuáles son los contenidos veredictos y sentencias,
desconfiaría de todos los órganos del poder. Porque en efecto las leyes, los
reglamentos de gobierno y la conducta de los funcionarios, significan bien por
poca cosa si cuando llegan a establecer contacto con la realidad en los choques
concretos de la vida, la opinión publica ignora la virtualidad de las aplicaciones y la
sanción de los errores.
Por ultimo tenemos la sencillez y la eficacia por un lado tenemos la sencillez que
es una técnica que quiere decir modo adecuado de hacer una cosa. Todo cuando
realizamos en la vida, desde ponernos los zapatos hasta construir un ferrocarril,
requiere un conjunto de reglas encaminadas al buen fin de la obra y el que
prescinde de ellas no hace lo que se propone o lo hace mal.
Aparte de esto las principales fuentes de la eficacia son de orden moral. El tema
empalma con toda la organización del estado.
CONCLUSIONES
Para mi este libro de Ángel Ossorio y gallardo me ha dejado una gran enseñanza
y grandes principios jurídicos y sobre todo valores fundamentales que no debemos
olvidar como estudiantes de derecho o bien como amantes de la abogacía.
También representa un atisbo notable, el sostener que las soluciones a los casos
concretos suelen no estar ni en las leyes ni en los libros, porque la riqueza de la
vida es tal que muchos caos son inéditos y requieren de laborar un planteamiento
a su medida. Pues un buen abogado aconseja ante las desgracias y sufrimientos
de sus clientes, pero tampoco puede tomar los males ajenos si fueran propios.
En conclusión, la inteligencia de una causa requiere primero entender la justicia o
injusticia de la misma. El mensaje del autor ha sido el de una constante lucha por
la justicia pues el creyó en el derecho, pero cuando el derecho estorbaba a la
justicia él se colocaba a lado de la justicia.
Son admirables los consejos que da para que la palabra, en cada bogado, revista
claridad, transparencia, sencillez y brevedad, también recomienda la cortesía y la
amenidad. Especialmente interesante son los conceptos que vierte al explicar que
el abogado ha de ser escribiendo; historiador, novelista y dialectico.
Poniendo su experiencia de muchos años en el litigio, ossorio recomienda
ampliamente la oralidad. Pues nosotros como estudiantes podremos encontrar
diversos argumentos útiles para enjuiciar debidamente la cuestión tan en boga en
nuestros días.
Por estas y muchas razones más todo profesional o estudiantes de derecho
debería leer este libro pues es una gran obra.
BIBLIOGRAFÍA

Ossorio, Ángel
2008, El alma de la toga, 175 paginas
Ciudad de México – México

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