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II.-
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Véase al respecto Trías, E.; en La Filosofía y su Sombra Madrid, Seix Barral, 1969 y Morey, M.; El
Hombre como argumento Barcelona, Anagrama, 1987.
produce un cambio puesto que una experiencia es algo de donde se abre la posibilidad
de una modificación” [Foucault, M.; 1980 (46)]
Un ser comprometido hasta lo infinito en un proceso que, en la medida que
define un campo de objetos, es susceptible al mismo tiempo de ser modificado,
cambiado de forma, transformado y transformado como objeto. [Cfr. Idem]
En especial interesa esa reflexión como inquietud por hacer de la Antropología
Filosófica una Filosofía de la Cultura puesto que la pregunta por el ser del hombre, en
tanto pregunta filosófica obliga a distinguir aquello que está en juego en cada tiempo en
torno de lo humano en tanto se inquiere por lo que se concibe como tal bajo ciertas
determinaciones en una cultura dada. Si bien se recuerda, la pretensión de una Filosofía
de la Cultura está ya enunciada por Cassirer y no sólo a modo de subtítulo, en su
Antropología Filosófica en 1967. Y lo mismo cabe para el sentido de Bildung y no de
Kultur que toma Scheler en El Saber de la Cultura.
Cassirer sostiene que: “cuestiones psicológicas, ontológicas, epistemológicas y
cuestiones referidas al mito, la religión, el lenguaje y el arte, la ciencia y la historia no
constituyen más que un solo tema. Representan caminos diferentes que llevan a un
centro común y corresponde a una Filosofía de la Cultura el concentrar y fijar ese
centro” [Cassirer, 1967 (10)] Para Scheler “la misión de una Antropología Filosófica es
mostrar exactamente cómo la estructura fundamental del ser humano, explica todos los
monopolios, todas las funciones y obras específicas del hombre: el lenguaje, la
conciencia moral, las herramientas, las armas, las ideas de justicia y de injusticia, el
Estado, la administración, las funciones representativas de las artes, el mito, la religión
y la ciencia, la historicidad y la sociabilidad” [Scheler, M.; 1928 (108)] El mismo Scheler
distingue entre sociología real y sociología de la cultura la primera como teoría de los
impulsos y la segunda como teoría del espíritu, como ámbitos de la sociología cuyo
objeto es el análisis del contenido subjetivo y objetivo, de la vida humana.
Para ambos pensadores el problema del hombre deriva o bien, como lo es para
Scheler, por resaltar la dirección fundamental de creciente exaltación de la conciencia
de sí mismo en virtud de la razón –que desde los griegos es el agente específico del
hombre- O bien en la postulación de Cassirer, por la descripción de la cultura “como el
proceso de la progresiva auto liberación del hombre [Cassirer, E.; 1967 (333)] En todo caso
también para ambos, “la filosofía no puede renunciar a la búsqueda de una unidad
fundamental” [Idem (334)] o al rol de “ciencia fundamental de la esencia y de la
estructura esencial del hombre” [Scheler, M.; 1928 (108)]
De igual modo puede seguirse la preocupación por una Filosofía de la Cultura a
lo largo del siglo XX (Wilhelm Windelband, Heinrich Rickert, Georg Simmel, Arnold
Ghelen, Jesús Mosterín, Leopoldo Zea, Augusto Salazar Bondy) [Cfr. Sobrerilla, D.; 1998
(13-34)]
III.-
Filosofía y Cultura
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He tratado esto en Tiempo de Incertidumbre Bs. As., Biblos, 2005
que de cultural tiene la existencia humana (todo lo que de humana tiene la existencia)
está contenido en el imperativo divino de someter el mundo. Dios es la figura máxima
del criterio, y el hombre ha de realizar el plan de Dios: la voluntad de Dios es la ley
que somete la dispersión del acontecer, autentifica acontecimientos significativos y
desautoriza otros. Es en contacto con esta radical heteronomía de la voluntad divina
como los acontecimientos se configuran, cobran sentido, son susceptibles de
evaluación. Como grado sumo de la ley, la voluntad de Dios, es el modelo ejemplar del
código. Diseña un plan para la historia, enuncia un propósito, señala una meta,
distribuye el espacio de lo permitido y lo prohibido. No hay acontecimiento que se
escape a la mirada panóptica de Dios, que no reinscriba en su registro, que no reciba
su sanción, su aprobación o su repulsa”. [Lanceros, P.; (1997 (161)] El modelo moderno de
la ciencia y el Sujeto o bien, la Razón, -extendido a todas las figuras en que se sostiene,
se expresa, se extiende y somete: derecho, ley, institución, ciudadano, pueblo,
humanidad, raza, soberanía, fronteras, identidad, voluntad general, bien común, razón
de Estado, secreto de Estado etc.- es el discurso secularizado –sustituto- del mismo gran
relato. “Los atributos del Dios destituido se depositan sobre el sujeto humano, si bien
la consecución definitiva de la identidad del hombre consigo mismo, dotado de los
atributos que legítimamente le pertenecen, se hace depender del progreso de la historia
entendida como compleción y perfeccionamiento” [Idem (169)]
Sin embargo, hablamos aquí de cultura significando bien otra cosa, puesto que
como planteamos desde el inicio nos remitimos a la experiencia de la cultura lo que
implica que cultura, no es un objeto, no es un exterior, no es un invariante. Y antes que
un conjunto de “valores” a defender o de ideas a promover, la cultura connota un trabajo
a emprender en toda la extensión de la vida social.
Por ello es que Nietzsche concibe que “hay que desmontar el edificio de la
cultura apolínea, hasta ver los fundamentos sobre los que se asienta” [Nietzsche, F.; 1872
(51)] ante la maravillosa expectativa que genera el hecho de que “en todos los lugares
donde penetró lo dionisiaco quedó abolido y aniquilado lo apolíneo” [Idem (59)]
La destitución de Dios, no es para Nietzsche motivo de euforias y entusiasmos
que pueden centrarse, sino “pérdida del horizonte” [Nietzsche, F.; 1882 § 125] que no instala
representación alguna sino el exilio, la discontinuidad, el descentramiento, la
multiplicidad y proliferación de acontecimientos expresados en la metáfora del silencio
trágico que desvanece el dogma de la autonomía de la subjetividad, puesto que, al hilo
de estos presupuestos, la completa enunciación de la verdad deviene quimera. Con algo
como esto, dice Sloterdijk:“ resulta evidente porqué, al lado de la crítica nietzscheana,
todas las restantes formas de crítica ideológica resultan miopes y revelan una falta de
lucidez autocrítica casi vergonzosa. En cierto modo, su realismo piensa, por así
decirlo, por delante de toda una época”. [Sloterdijk, P.; 1986 (84)]
En El Nacimiento de la Tragedia -obra que Nietzsche termina en 1871 y se
publica en 1872- puede encontrarse la clave para el análisis de una propuesta de una
Filosofía de la Cultura que intente avocarse a la problematización del presente si lo que
se intenta es el planteo de indagación de la cuestión de la subjetivación en una cultura
como la que habitamos.
Sobre el terreno del desierto divino denuncia Nietzsche la constitución de una
cultura que ha pretendido ilusamente representar la calma por antonomasia, buscar la
serenidad del espíritu y vivir únicamente en el reino superior de las ideas” [Idem (115)]
cuyo verdadero nombre desde hace dos mil años es: filosofía, para la que hay un único
remedio: el vacío dionisiaco.
No ha sido casual, entonces, el silencio con que se acompañó la aparición de la
obra en la que Nietzsche expone el pensamiento trágico 3 –es decir, su intuición y su
experiencia de la vida y de la muerte- y con la que se convierte decisivamente, en un
“intempestivo”.
Este libro no estaba dedicado al público que a través del optimismo de la
superficialidad, se esfuerza por olvidar el pensamiento trágico. El destinatario no es el
3
“La vida es como una fuente eterna que constantemente produce individuaciones y que, produciéndolas, se
desgarra a sí misma. Por ello es la vida dolor y sufrimiento: el dolor y el sufrimiento de quedar despedazado lo Uno
primordial. Pero a la vez la vida tiende a reintegrarse, a salir de su dolor y reconcentrarse en su unidad primera. Y
esa reunificación se produce con la muerte, con la aniquilación de las individualidades. Por eso es la muerte el
placer supremo, en cuanto que significa el reencuentro con el origen. Morir no es, sin embargo, desaparecer, sino
sólo sumergirse en el origen, que incansablemente produce nueva vida. La vida es, pues, el comienzo de la muerte,
pero la muerte es la condición de nueva vida. La ley eterna de las cosas se cumple en el devenir constante. No hay
culpa, ni en consecuencia redención, sino la inocencia del devenir. Darse cuenta de esto es pensar trágicamente”
[Sánchez, Pascual .(1973) “Introducción” a: El nacimiento de la Tragedia Madrid, Alianza, 1995 (18-19)]
“público culto”. No se dirige entonces, al público para el que, la Ilustración descubre las
nociones de propiedad, autonomía, pertenencia en torno de las que se instaura la
Filosofía política del estado la Filosofía económica del capitalismo, la Filosofía de la
subjetividad emancipada y dictamina contra la contradicción y el conflicto en aras de la
superación y el consenso. No habla allí para quienes no adviertan que el relato oficial,
significaba en fin, pasar del sometimiento de los dioses a estar cómodamente instalados
en la finitud Más al contrario habla “inmoral, extramoralmente, más allá del bien y del
mal” [Nietzsche, F.; 1878 (1492)] Se dirige a ese nivel ciertamente elevado de cultura que se
alcanza cuando el hombre se libera de las ideas y temores supersticiosos y religiosos.
Contra la moral “se levantó, en este libro problemático, mi instinto, como un
instinto defensor de la vida, y se inventó una doctrina y una valoración radicalmente
opuestas de la vida, una doctrina y una valoración puramente artísticas, anticristianas.
¿Cómo denominarlas? En cuanto filólogo y hombre de palabras las bauticé, no sin
cierta libertad –¿pues quien conocería el verdadero nombre del Anticristo?- con el
nombre de un dios griego: las llamé dionisíacas.- [Nietzsche, F.; 1872 (33)]
Nietzsche anuncia en El Nacimiento de la Tragedia la tarea de disolución,
provocada por Sócrates (antiguo ideal de sabiduría de Aletheia a saber racional).
Denuncia en el socratismo un doble presupuesto que es justamente el centro de esta
operación y se constituye en la mítica raíz de nuestra modernidad. En primer lugar, el
presupuesto de que el fondo del Ser puede ser conocido y, a la par, el convencimiento
de que este conocimiento nos permitirá corregirlo.
Y éste “¡es el presupuesto optimista que quiebra la cultura trágica y su
vocación de sabiduría y conduce directamente al nihilismo contemporáneo!” [Idem
(48)] Por un lado la filosofía pretende que sólo existe lo que puede ser conocido y a ello
se agrega que ese “todo” –que se puede conocer- puede ser corregido o sea que sólo es
auténtico el conocimiento que permite modificar el objeto que conoce. En esto anida
para Nietzsche, el Nihilismo.
En síntesis este es el platonismo del que acusa Nietzsche a la cultura occidental,
por el que entiende:
-posición de la cultura al servicio de los fines del Estado
-emergencia del optimismo positivo o racionalista y de su correlato: el pensar
moralizado y la consecuencia de ambos: la conciencia, la máscara de una sola expresión
-división del filosofar en beneficio del argumentar –muerte del pensar a manos
de la retórica
En ello consiste el desarrollo de Occidente: en el haber ido dando a la idea del
Estado el sentido de culminación de toda vida social, y en la concepción de que el
Estado debe ser asumido como “mistagogo” (iniciador en los misterios) de toda la
cultura.
De modo que lo que ha dado en llamarse “cultura” es esa “moralidad de las
costumbres” [Nietzsche, F.; 1881 §9] que ha necesitado “criar un animal al que le sea lícito
hacer promesas” [Nietzsche, F.; 1887 II 1 (65)] lo que se hace posible sólo en la camisa de
fuerza social, a través de los medios más terribles. –“Ay, la razón, la seriedad, el
dominio de los afectos, todo ese sombrío asunto que se llama reflexión, todos esos
privilegios y adornos del hombre: ¡qué caros se ha hecho pagar!, ¡cuánta sangre y
horror hay en el fondo de todas las “cosas buenas”!” [Idem (71)] A ese largo aprendizaje
de la “responsabilidad” a través del adiestramiento y la selección, se ha llamado
“cultura”, en consonancia con la idea de que la cultura, en tanto marco y sustento de
toda vida espiritual, pueda trasmitirse del modo laico, masivo y abstracto como lo hace
el Estado, mediante la instrucción general obligatoria y la escolarización forzosa, -modo
moderno de transmisión de cultura como sistema de coagulación- cuyo producto es el
hombre débil “el animal manso y civilizado, un animal doméstico [Cfr. I 11 (48)] “Bajo la
óptica nietzscheana, el mundo de las instituciones morales y políticas se presenta como
la esfera de la apariencia necesaria para la vida, como una forma de autocreación de
la vida colectiva, que, a fin de ser soportada, tiene que expresarse en símbolos y
someterse a valores. Estos sometimientos forman, por así decirlo, la columna vertebral
apolínea de las culturas. … después de Nietzsche, no cabe ya pensar en una teoría de la
cultura que no sea consciente de la existencia de ironías fundamentales. [Sloterdijk, P.;
1986 (162)]
Precisamente toda esta violencia a través de la que se produce ese ser dócil y
enfermizo en la historia del movimiento de desnaturalización por el que la actividad de
la cultura se propone adiestrar al hombre, es “lo que Nietzsche quiere criminalizar con
la denuncia de la muerte de la tragedia arcaica como principio de la decadencia de la
cultura occidental, es decir, lo que denuncia, es la formación de un modelo de cultura
que no puede sostenerse como tal sino en tanto que orden disciplinario” [Morey, M.;
1990 (32)]
De hecho, Nietzsche criminaliza la cultura de sus contemporáneos, haciendo ver
que “la idea de que el fondo del ser puede ser conocido y que ese conocimiento
permitirá corregirlo es el presupuesto optimista que quiebra la cultura trágica y su
vocación de sabiduría y conduce directamente al nihilismo contemporáneo” [Idem (48)]
Cuidado de Sí
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“Tres ámbitos de genealogía son posibles. En primer lugar una ontología histórica de nosotros mismos en relación
a la verdad a través de la cual nos constituimos en sujetos de conocimiento; en segundo lugar una ontología
histórica de nosotros mismos en relación al campo deponer a través del cual nos constituimos en sujetos que actúan
sobre los otros; en tercer lugar una ontología histórica en relación a la ética a través de la cual nos constituimos en
agentes morales. Existen pues tres ejes posibles de genealogía. Los tres estaban presentes, aunque de un modo un
tanto confuso, en mien mi libro Historia de la locura en la época clásica. He estudiado el eje de la verdad en El
nacimiento de la clínica: una arqueología de laminada médica y en El Orden del discurso. He estudiado la praxis
del poder en Vigilar y castigar, y la relación ética en la Historia de la sexualidad” Foucault, M.; (1982) “El sexo
como moral” en: Saber y Verdad. Madrid, la Piqueta, 1991 p.p. 185-195 en: Dreyfus, H. y Rabinow,P.; Michel
Foucault, más allá del estructuralismo y la hermenéutica. Bs. As., Nueva Visión, 2002
el pensar de Foucault y encuentra su clave de bóveda un andar que no escapó nunca a la
indagación de la constitución de los sujetos en una cultura como la nuestra. Por ese
derrotero entonces, llegaría a plantearse necesariamente el problema del conocimiento
del sujeto y el de la objetivación del sujeto en un cuerpo de conocimientos, el del
sometimiento del sujeto al orden de la ley a diferencia de la espiritualidad del saber y la
práctica y ejercicio de la verdad del pensamiento y la cultura antiguos. [Foucault, M.; 1982
Herm(304)]
La pregunta por los procesos de subjetivación en Foucault y la aspiración al
superhombre de Nietzsche coinciden en la búsqueda de modos de existencia que nos
liberen de los modos que nos vienen siendo impuestos desde largo tiempo.
“Hay cultura –dice Foucault- cuando tenemos: un conjunto de valores que
tienen entre sí un mínimo de coordinación, subordinación y jerarquía
-que esos se den como universales pero, a la vez, accesibles para
algunos
-para que los individuos puedan alcanzar esos valores, se requiere una
serie de conductas precisas y regulares, esfuerzos y sacrificios (hay que poder
consagrar la vida entera a esos valores para poder tener acceso a ellos)
-el acceso a esos valores está condicionado por procedimientos y
técnicas más o menos regulados, que hayan sido elaborados, convalidados,
transmitidos, enseñados, y que también se asocien a todo un conjunto de nociones,
conceptos, teorías, etc., a todo un campo de saber”. [Foucault, M.; 1982 (179)]
Cabe a partir de ello ver en y para cada experiencia de la cultura el modo de
determinar ese conjunto de valores, su accesibilidad, las técnicas conforme las cuales se
alcanzan y el campo de saber que los condiciona.
Si se toman estas consideraciones para la modernidad pronto se comprenderá
que la constitución de sí ha perdido en ella, el registro del otro, en aquel modo
específico, de “preocupación por los otros”. De hecho, en la modernidad decimonónica
se hace posible el gobierno de los otros sin la previa condición que ello había tenido en
la tradición helenística-romana, a saber: el gobierno de sí. Lo que va de la mano de la
instauración de un saber de conocimiento que significa un comportamiento respecto del
mundo en torno, bien otro que el posibilitado por un saber de espiritualidad que
inspiraba al mundo antiguo.
Si bien el espacio disponible para este texto impide el desarrollo exhaustivo que
requiere esta conversión, y hace que quede por ahora pendiente su tratamiento, cabe no
obstante, considerar aquí que esa pérdida se produce a partir del mismo momento en
que en Occidente dejó de ser cierto que sin una profunda modificación del sujeto no
puede haber saber. Es decir, a partir de que se hizo posible la disociación entre acceso a
la verdad y la necesidad espiritual de un trabajo del sujeto sobre sí mismo, y si bien se
trata de un largo proceso, se evidencia totalmente cuando se hace suficiente que el
sujeto sea lo que es para tener, en el conocimiento, un acceso a la verdad que está
abierto para él, por su estructura propia de sujeto: “la liquidación de lo que podríamos
llamar la condición de espiritualidad para el acceso a la verdad se hace entonces con
Descartes y con Kant” [ Foucault, M.; 1982 (190)]
Las consecuencias de esto generan también la emergencia de la noción de
cultura, y una comprensión de la misma, que dista radicalmente de lo que pudo llamarse
“cultura de sí” puesto que, “es indudable que el saber de conocimiento terminó por
recubrir íntegramente el saber de espiritualidad entre los siglos XVI y XVII” [Foucault,
M.; 1882 1 (299)] para desaparecer completamente con la Aufklärung.
En Humano demasiado Humano, Nietzsche, preocupado por la decadencia que
la sociedad occidental ha ido gestando y la pobreza del hombre moderno debido a su
avidez de expansión, (sobre lo que piensa que la cultura europea –bárbara y grosera- no
conduce sino hacia la debilidad) plantea el ideal de cultura superior. Describe allí,
cuáles son los elementos y características de ese ideal. En principio, define a la cultura
superior como la unidad del estilo artístico en todas las manifestaciones vitales de un
pueblo. “Un pueblo que se atribuye una cultura debe ser en toda su realidad algo vivo
y armónico y no dividir aquella en interior y exterior, en contenido y forma, sino que ha
de alcanzar esa unidad superior que supera la destrucción del caos. Y ¡dónde comienza
esta labor? En el conocimiento de si mismo. Es preciso que cada pueblo organice el
caos que lleva en el fondo de si, haciendo de sus necesidades dispersas un carácter
serio que no se contente con repetir e imitar. Así la cultura dejará de ser un mero
decorado de la vida, una simulación e hipocresía, para revelarse como una naturaleza
mejorada, como una síntesis entre vida y pensamiento, entre apariencia y voluntad”
[Suances Marcos, M.; 1993 (142)]
De modo que, tanto para Nietzsche como para Foucault, “cultura” remite a
“modos de existencia” y en ambos se hace evidente la azorada crítica frente a la
decadencia de una cultura que no ha desarrollado los espíritus libres sino que ha
exaltado los códigos, imponiendo su aprendizaje y observancia, de lo que resulta el
hombre calculable, regular, necesario: “Ay, la razón, la seriedad, el dominio de los
afectos, todo ese sombrío asunto que se llama reflexión, todos esos privilegios y
adornos del hombre: ¡qué caros se han hecho pagar!”[Nietzsche, F.; 1887 II (70)]
La cuestión a la que se refiere Foucault en la clase 3 de febrero de 1982 es la del
desarrollo de la cultura de sí a partir de la época helenística y romana que si bien
conocerá en los siglos subsiguientes toda una serie de avatares y transformaciones
significa que sea “casi imposible hacer la historia de la subjetividad, la historia de las
relaciones entre el sujeto y la verdad, sin inscribirla en el marco de esta cultura de sí”
[Foucault, M.; 19822 (179)] Con esto delimita Foucault el rasgo distintivo de su trabajo
respecto del cuidado de sí, de la existencia como obra de arte, de la ética como estética
de la vida, “tratar de resituar dentro de un campo histórico articulado con la mayor
precisión posible, el conjunto de las prácticas del sujeto que se desarrollaron desde la
época helenística y romana hasta la actualidad” [Idem (188)] Esta tarea es la que Deleuze
considera el legado de Foucault: “el estudio de las variaciones de los procesos de
subjetivación parece ser una de esas tareas fundamentales que Foucault dejó a quienes
habrían de seguirlo[Deleuze 1988 (157)]
El mismo Foucault considera sobre su trabajo que su “objetivo ha sido crear
una historia de los diferentes modos a través de los cuales, en nuestra cultura, los seres
humanos se ha convertido en sujetos” [Fouc. 19822 (241)]
De hecho la indagación por los modos de subjetivación es lo que desentrama
Foucault, desde la Arqueología a la Genealogía, siguiendo esa larga ontología de
nosotros mismos que tras la pregunta: ¿qué es esto que somos? ¿Qué somos hoy en la
contingencia histórica que nos hace ser lo que somos?, que, del modo: ¿qué sé?, ¿qué
puedo?, ¿qué soy? se desenvuelve desde Las Palabras y las Cosas hasta La Inquietud
de Sí.
Si la Arqueología le ha servido para interrogar al saber y al sujeto que se
constituye a través del saber, y la genealogía para investigar las prácticas (también los
procedimientos de verdad) a través de las cuales los sujetos han sido sometidos en el
curso de la historia, en la trama de las relaciones de poder; -ya sea como tecnologías
disciplinarias o como regulación de la población- por último, la preocupación por la
vida como obra de arte indaga la autoconstitución del sujeto, es decir, la relación entre
el sujeto, la verdad y la constitución de la experiencia.
“Hacer del hombre actual algo tan problemático como lo ha sido la metafísica
desde Kant. No sé exactamente lo que los eruditos piensan o pensarán acerca de este
brusco viaje propiciado por la “revolución” kantiana. Pero me parece bien que existan
de vez en cuando en el pensamiento de una época estos profundos cambios de
respiración –a saber, estos movimientos extremadamente “elementales” que propician
la posibilidad de pensar de otro modo. Es en este punto donde reside la praxis de la
libertad: en el ejercicio de lo que subvierte, en el hombre, al propio hombre” [Foucault,
M.; 1979 (787)]
Es esto mismo la razón por la cual sostiene que “Hemos de promover nuevas
formas de subjetividad que se enfrente al tipo de individualidad que nos ha sido
impuesta durante muchos siglos” [Idem] Sin duda el objetivo principal hoy no es
descubrir sino rechazar lo que somos. Nos es preciso inaugurar y construir lo que
podríamos ser para desembarazarnos de esta especie de “doble coerción” política que es
la individualización y la totalización simultáneas de las estructuras del poder moderno.
Foucault define a la cultura tal lo dicho como: una organización jerárquica de
valores, accesibles a todos pero al mismo tiempo oportunidad de plantear un
mecanismo de selección y exclusión que exige en el individuo conductas reguladas,
costosas, sacrificiales, que polaricen toda la vida que tiene como condición que tanto
la organización del campo de valores como el acceso a ellos sólo puede darse a través
de las técnicas reguladas, meditadas, y un conjunto de elementos constituyentes de un
saber”. [Foucault, M.; 19821 (179)] Describe con esto, un andamiaje en cuyos intersticios se
nos hace posible interrogar de otra manera los modos de experiencia en los relieves de
una sociedad en la que todo se precipita sobre el hombre y por tanto, es necesario pensar
por fuera del pensamiento implícito que nos viene dado de largo tiempo. De lo que se
trata más bien, es de la reapertura de un campo de experiencia para el hombre.
Pero para ello es preciso que “el investigador asuma una tensión física y mental
que implica estar dentro del sistema sin estarlo del todo, es decir, pensar en el límite”
[Alarez Uría, F. y Varela, J.; 1999 13] ya que hay que producir –no un hombre idéntico a sí
mismo- sino algo que no sabemos qué y cómo será.
Palabras Finales