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[I]
Los cambios sociales rápidos afectaron a las distintas capas de la sociedad de diferentes
maneras, múltiples oportunidades se abrieron con la formación del capital. Una creencia
en el progreso dominaba la ideología de la próspera clase capitalista de modo que incluso
los empresarios capitalistas más despiadados estaban, de alguna manera, convencidos
de que la acumulación interminable de capital beneficiaría finalmente al conjunto de la
humanidad. Las innegables miserias que fueron en paralelo a la creciente riqueza eran
vistas como lamentables imperfecciones, en parte heredadas del pasado, que se limarían
para satisfacción de todos en el curso del desarrollo ulterior. Incluso desde Auguste
Comte, pensadores burgueses interesados en las cuestiones sociales han estado
completamente convencidos de que, con el ascenso del sistema capitalista de producción
y su estructura política liberal, se ha establecido finalmente una sociedad en la que todos
los problemas existentes y posibles pueden resolverse pacíficamente a través de la
“moralización del capital”.
La idea de que el progreso serviría tanto a los capitalistas como a sus oponentes, e
incluso a los últimos más que a los primeros, era un reflejo de la unidad práctica entre
trabajo y capital, de la continua interacción de fuerzas de clase que excluía el desarrollo
de una conciencia de clase “pura” y de una práctica revolucionaria verdaderamente
consistente y que estaba, además, profundamente enraizada en el pasado. Debido a que
la historia no puede volver atrás, no había alternativa para las capas proletarias de la
sociedad a respecto de su apoyo a la revolución burguesa. Aunque los trabajadores
simplemente tenían que luchar del lado de la burguesía ascendente, se les hizo pensar, y
les gustaba creer, que al luchar por la causa del capitalismo estaban también preparando
su propia emancipación.
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a ganar importancia con el paso del tiempo. El socialismo moderno, no queriendo frenar
un desarrollo que consideraba históricamente necesario, intentó ayudar a su avance
permaneciendo progresista cuando la burguesía misma ya se había vuelto conservadora.
Reconociendo la continuidad de los procesos históricos, que interpreta como una serie de
luchas de clases, el proletariado iba a seguir donde los capitalistas lo dejaron. Mientras la
burguesía estuvo satisfecha con un movimiento dialéctico que se retiró con la creación
del Estado burgués, Marx continuó mirando dialécticamente la sociedad, esto es, trabajó
en la dirección y con la expectativa de una revolución proletaria.
Sin embargo, la reacción fomentada por la burguesía exitosa no podía ser combatida
por mucho tiempo con reminiscencias de un pasado revolucionario. Cuanto más se
alejaba el movimiento obrero del capitalismo del período del Sturm and Drang, menos se
sentía inclinado a volver a representar el drama histórico de la revolución burguesa con
un maquillaje proletario. Marx mismo se volvió notablemente más científico cuanto más
viejo se hacía y “el General” Engels se vio forzado a rechazar por anticuada la una vez
amada estrategia de la barricada. La creciente posibilidad de incrementar,
aparentemente, los beneficios y los salarios, integró al movimiento obrero más
seguramente en la estructura capitalista. Políticamente, también, la clase laboriosa se
convirtió en un factor importante en apariencia dentro de la democracia burguesa, al
menos en Europa occidental. “Hacia adelante y hacia arriba” era la consigna de todas las
clases y ninguna ciencia o propaganda revolucionarias podían contrarrestar el nuevo
espíritu. El movimiento obrero, como un todo, adoptó las ideologías de aquellos
reformadores tan propiamente burgueses que Marx había considerado indignos de una
estimación crítica seria. Finalmente, la Sociedad Fabiana y el “revisionismo” de Bernstein
añadieron tristes estadísticas a la ya rancia ideología de colaboración de clases de John
Stuart Mill, y acabaron el día.
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comunismo primitivo perdido hacía mucho. Marx mismo se preguntó si las comunas
rurales precapitalistas rusas podían ser de utilidad y jugar un papel en una
reconstrucción socialista de la sociedad. Ideologías ligadas a las condiciones tempranas,
e incluso precapitalistas, también encontraron un resurgimiento tardío en las teorías del
anarquismo. Las ideas de la pequeña burguesía, ligeramente alteradas, reaparecieron en
programas diseñados para acabar con todo gobierno monopolista gracias a poner fin al
gobierno del Estado. La descentralización, los créditos sociales, los intercambios en
trabajo, las agrupaciones sindicales y otras propuestas fueron, por decirlo así, no sólo
resultados de un reconocimiento intuitivo de que la tendencia del desarrollo capitalista
apuntaba hacia el Estado totalitario, sino que estaban conectados también con las teorías
y la práctica del pasado remoto. Después de todo, Hobbes escribió su Leviatán a
mediados del siglo diecisiete, y el terror jacobino había demostrado bastante temprano
los posibles poderes absolutistas de un régimen democrático-capitalista.
[ II ]
Las concepciones vagas del socialismo fueron tan desorientadoras como útiles. Como el
profesor Pigou enfatizó una vez, si “estamos colocando una figura desnuda, con todos
sus defectos patentes a la vista, frente a una figura que está velada, estamos inclinando
el equilibrio en detrimento de la desnuda” –o sea, en detrimento del capitalismo–. Sin
embargo, es entendible que lo que el desnudo revele influenciará, con fuerza, cualquier
suposición acerca lo que el velo podría ocultar.
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poder del Estado y, por medio de ello, el del capital. El concepto del Estado obrero no se
derivaba de una hipótesis sobre la gestión social que se alcanzaría en el futuro, sino que
era el reconocimiento de una necesidad ineludible que estaba determinada por el
desarrollo precedente del capitalismo.
Cuando Engels pronunció que el proletariado toma el poder del Estado y cambia la
propiedad de los medios de producción en propiedad estatal, está claro que suponía que
no había habido antes un cambio de la propiedad en propiedad estatal. De otro modo
sólo habría dicho que el monopolio estatal capitalista debía ser reemplazado por un
monopolio estatal socialista. Así Lenin procedió del todo “a la manera marxista” al tomar
el Estado, nacionalizar toda la propiedad productiva, y regular la economía de acuerdo
con un plan. Para cumplir por completo el programa marxiano quedaba sólo que el
Estado se “marchitase”. Lo que debe tenerse en cuenta, sin embargo, es que donde Marx
y Engels trataban de la reconstrucción socialista de la sociedad de una manera
extremadamente vaga, principalmente esbozando unos pocos principios generales como
los que pueden encontrarse en la Crítica del programa de Gotha, Lenin tenía un concepto
específico y concreto de la estructura y carácter del socialismo que los bolcheviques iban
a instituir. Su modelo –por decirlo así– se podía encontrar en el servicio de correos
alemán, su “socialismo” era casi idéntico al “socialismo” de la economía de guerra
alemana. Tomar el capitalismo cuando éste alcanzase su más elevada concentración y
centralización significaba, para Lenin, completar el proceso de socialización que el
capitalismo mismo había iniciado y fomentado a través de sus peculiares leyes de
desarrollo. En las naciones monopolistas avanzadas, el derrocamiento político del Estado
sería hoy suficiente para convertir en socialismo lo que ayer operaba bajo el falso nombre
de capitalismo. En Rusia era más complicado, porque allí el proletariado tenía tanto que
hacer, como que deshacer, la revolución burguesa, ya que la burguesía propiamente
dicha ya no era capaz de cumplir su misión histórica, esto es, preparar el terreno para la
sociedad socialista.
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[ III ]
Marx y Engels eran científicos, no profetas. Ellos analizaron el sistema capitalista tal y
como lo conocían y trazaron algunas conclusiones a respecto de sus tendencias de
desarrollo; pero no predijeron el futuro en todos sus detalles. No previeron los actuales
regímenes totalitarios. Para ellos el Estado era esencialmente un instrumento para
asegurar la dominación de la clase capitalista. Si, con la concentración de capital, el
cuerpo dominante se volvía más pequeño, el Estado serviría a los intereses de menos y
se opondría a masas mayores. Pero Marx y Engels nunca siguieron sus propias líneas de
pensamiento hasta el final, ya que estaban convencidos de que el capitalismo no sería
capaz de alcanzar un punto de desarrollo tal que permitiera la fusión completa del Estado
y el capital, y algún tipo de economía planificada. Ambos sabían que la trustificación y el
proteccionismo eran intentos de introducir alguna clase de regulación en los mercados
nacionales e internacionales; pero les parecía seguro, como Engels señaló en una nota a
pie en el tercer volumen de El Capital, que tales “experimentos son practicables sólo
mientras el clima económico es relativamente favorable... aunque la producción está
claro que necesita regulación, no es ciertamente la clase capitalista la adecuada para
esta tarea; los trusts no tienen otra misión que velar porque a los peces pequeños se los
trague el pez grande todavía más rápido que antes.” Para Marx, el proceso de la
expropiación capitalista no acabaría en un super-trust gigantesco fusionado con el
Estado. Confiando en las crecientes fuerzas de la clase obrera, su concepto de la
acumulación capitalista acababa, como una vez escribió a Engels, “en la lucha de clases
como un final en que se encuentra la solución a todo el meollo”.
Durante el largo tiempo siguiente, sin embargo, las luchas de clases efectivas
meramente servirían como incentivos para una acumulación de capital más rápida. El
capitalismo probó ser muy adaptable a las circunstancias cambiantes. Las crisis
periódicamente recurrentes lo fortalecieron en lugar de debilitarlo. La lucha de clases
perdió por completo su importancia. El tema dominante era el carácter cambiante del
propio capitalismo. La trustificación, cartelización, monopolización, a menudo
sobrepasando las fronteras nacionales, apuntaban en dirección a regulaciones del
mercado, producción planificada y control de las crisis. Una nueva era había comenzado
en apariencia. El capitalismo, al menos ese capitalismo sobre el que Marx había escrito,
se acercaba a su fin. El teórico socialista Hilferding destacó que cada capitalista no sólo
debe hacer beneficios, sino que debe acumular, para seguir siendo un capitalista. Pero la
acumulación es la concentración de capital en menos manos. Así, al perseguir su
finalidad capitalista, cada capitalista destruye progresivamente las oportunidades de
perseguir finalidades capitalistas. Con la concentración de todo el capital en "una mano",
el capitalismo habría alcanzado su "meta". No habría entonces ya finalidad capitalista que
poder perseguir. La acumulación de capital, en el sentido anterior del término, ya no sería
posible, porque donde todo está concentrado la concentración se detiene. Kautsky, un
poco más tímidamente, aplicó el mismo razonamiento a los problemas de las relaciones
internacionales en su teoría del "ultraimperialismo".
A primera vista todo esto parece totalmente acorde con el marxismo, pues Marx mismo
estaba convencido de que, tanto nacional como internacionalmente, "todo lo que la
burguesía centraliza favorece a la clase obrera". Aun así, esto no ahorraría a la clase
obrera el arduo problema de la revolución. Para Marx el desarrollo desde el laissez faire a
la trustificación no seguía una línea recta. Este desarrollo era un proceso contradictorio,
de prosperidad y depresión, creación y destrucción, centralización y descentralización,
progreso y reacción. La contradicción inherente a las relaciones de producción nunca
podría ser superada por la vía de la centralización, esto es, mediante un mero principio
organizativo. Se reproduciría a una escala más amplia según se ampliase la producción
misma y se ensanchase el alcance de la actividad capitalista. El fin del laissez faire no era
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el fin de la competición; sólo conducía a la competición, más potente, de los monopolios.
La centralización nacional indicaba una tendencia no hacia la pacificación, sino hacia las
guerras imperialistas. Había, sin duda, cambios cualitativos; un cambio cualitativo, sin
embargo, implica acción de clase. Mientras hubiera propietarios o gestores de los medios
de producción por un lado, y una clase trabajadora con las manos vacías por el otro, toda
reproducción implicaría la reproducción de la relación de explotación. Sólo la clase que no
poseía nada podía estar interesada en acabar con tal relación y podía, así, detener un
proceso de reproducción continua que implicaba la reproducción de todas las condiciones
ligadas a, y determinadas por, las relaciones de clase existentes. A falta de la abolición
de las relaciones de clase toda transformación consistiría sólo en nuevas expresiones de
la misma vieja sociedad capitalista.
La aplicación de estos principios en Rusia intentaba realizar, haciéndolo mejor, lo que los
capitalistas no habían conseguido. Era una tarea enorme. No hay duda de que Lenin y
Trotsky aplicaron los términos "traidor" e "hipócrita" a los Hilferdings y los Kautsky no
sólo con propósitos competitivos, sino porque estaban realmente convencidos de que esa
gente traicionaba sus propios principios. Después de todo, las diferencias esenciales
entre reformistas y revolucionarios se encontrarían en sus políticas de lucha por el poder,
no en sus métodos de construcción del socialismo. Es cierto, Rusia no estaba "madura",
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pero ¿no se le podía ayudar haciendo conscientemente lo que en las naciones capitalistas
se llevaba adelante a espaldas de la gente? Los socialistas no tenían respuesta. Para
hallar argumentos antibolcheviques, cualesquiera, tenían que tomárselos prestados a la
contrarrevolución blanca.
[ IV ]
En su libro Terrorismo y Comunismo, Trotsky escribió que "sin la militarización del
trabajo y la coerción estatal... el socialismo seguiría siendo un término hueco... No hay
vía al socialismo salvo mediante la regulación autoritaria de las fuerzas y recursos
económicos... ...y la distribución centralizada del trabajo en armonía con el plan estatal
general." Esto estaba plenamente de acuerdo con las ideas nutridas por todos los
socialistas de la época, pero la mayoría de los socialdemócratas rehusaban aceptar el
régimen bolchevique como socialista. Bajo este régimen los socialistas y sus seguidores
fueron a Siberia al igual que bajo el Zar. Pero los socialistas no podían clamar que se
estaban oponiendo a un régimen capitalista, ni podían admitir que estaban dispuestos a
aplastar el socialismo. ¿A qué se oponían entonces?
A nivel teórico los oponentes socialistas no podían reconocer el carácter capitalista del
sistema social ruso, porque éste aplicaba la teoría de la socialización que ellos defendían.
Incapaces, como socialistas, de combatir a un Estado socialista, fueron forzados a
inventar nuevas definiciones que no se ajustasen ni a los ideales capitalistas ni a los
socialistas. Al principio Rusia fue denunciada como una nueva variedad del eterno
barbarismo asiático. La fascistización de Europa occidental llevó a refinar la descripción.
Muy recientemente Hilferding escribía en el Sotsialistichesky Viestnik que la economía
rusa no es ni capitalista ni socialista, sino una "economía totalitaria de Estado", una
"dictadura personal", el Estado de Stalin, en donde "la economía ya no tiene sus propias
leyes, sino que es dirigida desde arriba". En resumen, la centralización de todo el capital
en "una mano" se ha cumplido literalmente. Para el Hilferding de hoy esto va demasiado
lejos. Anteriormente estaba del todo dispuesto a aceptar una economía regulada
conscientemente por una autoridad central civilizada, bienintencionada y, si fuera posible,
socialdemócrata. Pero una dictadura personal, especialmente la de un Stalin, la rechaza.
Así que ahora está convencido de que la soñada "administración de las cosas" puede
convertirse en una "dominación ilimitada sobre el hombre" y dice que "debemos cambiar
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nuestras ideas, excesivamente simplificadas y esquemáticas, sobre las relaciones entre
economía y Estado".
El Estado fascista, y aún más el Estado bolchevique, son tan viejos como nuevos, al
igual que todas las ideas anticapitalistas han sido tan viejas como nuevas. Por eso
algunos observadores pueden ver en el ascenso del bolchevismo y del fascismo el
comienzo de una revolución social mundial, y otros pueden hablar deprimentemente de
un retorno a la Edad Oscura. De hecho, parece que las ideas de la fase mercantilista del
capitalismo temprano reaparecen en conceptos nacional-socialistas, que la economía
monetaria vuelve a anteriores esquemas de canje, que la internacionalidad del comercio
capitalista deja paso a la autarquía, que los trabajadores asalariados se encuentran una
vez más en una situación de servidumbre. Y no obstante, la Blitzkrieg [guerra
relámpago] cambia el mapa del mundo, más rápido incluso que el imperialismo del
liberalismo; la producción, para el propósito que sea, sobrepasa todos los registros
previos; el capital se extiende hasta todos los rincones del mundo; las poblaciones son
desplazadas a una escala que hace parecer, a las emigraciones masivas del pasado,
alegres excursiones de fin de semana. Plantas de municiones en las junglas de las Indias
holandesas, fábricas de aviones en los bosques de la China más profunda, "liberadores"
portadores de muerte cruzando el Atlántico en siete horas y media, refugios subterráneos
que son proezas de ingeniería a prueba de bombas para 46 divisiones que esperan El día
de la invasión, tropas de choque entusiastas en el campo, en la fábrica y el territorio del
enemigo –ciertamente esto no puede significar que el reloj da vueltas hacia atrás–.
¿Puede esto ser capitalismo? ¿No llevaba mucho tiempo decayendo el capitalismo? ¿No
había padecido de crisis permanente, recursos sin utilizar, detención de la exportación de
capital, millones de desempleados y, lo peor de todo, del declinio de los beneficios? ¿Y
entonces cuál era el significado del coup d'etat bolchevique, de la Marcha sobre Roma,
del incendio del Reichstag? ¿Qué es lo que explica la variedad de procedimientos del
Estado corporativo organizado de Mussolini, o en la Rusia que abolió todos los derechos
de propiedad individual, o en la economía alemana dirigida por el Estado? ¿Qué significan
estas diferencias respecto a los intereses de los capitalistas, los trabajadores, los
granjeros y la clase media? ¿Qué debe aceptarse, qué rechazarse? Y así en adelante, sin
fin.
[V]
Permítasenos volver, por un momento, sobre el comentario de Hilferding acerca de que
en la Rusia de Stalin "la economía ya no tiene sus propias leyes". Ya sabemos que, de
acuerdo con Hilferding, las leyes económicas concentran el capital en menos manos y,
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finalmente, en "una mano". Conectadas con estas leyes están otras "leyes" referidas al
mecanismo capitalista tal como opera en cualquier momento durante el proceso general
de desarrollo. Con el capital social reunido en "una mano", estas categorías capitalistas
perderían su fuerza y su significación. Hasta entonces el desarrollo del capital sería
determinado por la "ley del valor", el regulador automático de la producción y
distribución capitalistas.
La "ley del valor" fue descubierta por los precursores de Marx, los exponentes de la
economía política. Servía para mostrar que el meanismo de mercado capitalista
beneficiaba al conjunto de la sociedad; una "mano invisible" guiaba toda la actividad de
los individuos dispersos hacia la meta común de un equilibrio económico en el que cada
uno recibe su propia participación en forma de beneficios, intereses o salarios. Para Marx
la definición del valor en términos de trabajo significaba algo distinto que para la
economía clásica. "En las fortuitas y continuamente fluctuantes relaciones de intercambio
entre los diversos productos del trabajo", decía él, "el tiempo de trabajo socialmente
necesario para su producción se impone como una ley natural reguladora, al igual que la
ley de la gravedad lo hace cuando la casa se derrumba sobre nuestras cabezas." Es sólo
en su forma conceptual que la "ley del valor" de Marx está conectada con la de los
clasicistas. Se distingue de esa última por su íntima conexión con las condiciones sociales
subyacentes a la economía capitalista. En 1868, en una carta al Dr. Kugelmann, Marx
escribía que "Incluso si no hubiera ningún capítulo sobre el «valor» en mi libro, el análisis
de las relaciones reales que proporciono contendría la prueba y la demostración de las
relaciones reales del valor. Cualquier niño sabe que un país que deja de trabajar, no digo
durante un año sino durante unas pocas semanas, se moriría. Cualquier niño sabe,
también, que la masa de productos que corresponden a diferentes necesidades requieren
masas diferentes y cuantitativamente determinadas del trabajo total de la sociedad. Que
esta necesidad de distribuir el trabajo social en proporciones determinadas no puede
dejarse a un lado por la forma particular de la producción social, sino que sólo puede
cambiar la forma que asume, es evidente por sí mismo. No podemos deshacernos de las
leyes naturales. Lo que puede cambiar, al cambiar las circunstancias históricas, es la
forma en que estas leyes operan."
En otras palabras, la división social del trabajo conlleva alguna forma de coordinación de
todas las operaciones individuales para satisfacer las necesidades humanas. Pero el
capitalismo de propiedad privada no tiene una agencia de coordinación. Esa función se
cumple supuestamente mediante el proceso de cambio. Las necesidades humanas deben,
primero, convertirse en relaciones de valor antes de poder ser realizadas. Las relaciones
de valor se presentan como "leyes económicas" sólo en virtud del hecho de que los
capitalistas persiguen fines individuales en una sociedad basada en el trabajo social. Pero
la actividad atomizada de los productores capitalistas es sólo un hecho histórico, no una
necesidad económica. El capitalismo emergió, como una nueva sociedad de clases, a
partir de otra sociedad de clases. Desarrolló, por tanto, aún más el proceso del trabajo
social, pero sin ser capaz de hacerlo realmente social, o sea, sin ser capaz de coordinar
todas las funciones parciales de tal manera que el conjunto de la sociedad pudiera
participar en el progreso asociado a una productividad creciente.
Marx razonó dentro del marco conceptual de la economía clásica con el propósito de
combatir a los economistas burgueses en su propio terreno, para mostrar que sus ideas
no eran convincentes incluso en su peculiar configuración fetichista. Pero, al hacerlo, sólo
tradujo a términos económicos burgueses las relaciones sociales exisentes, esto es, la
lucha efectiva entre los seres humanos y entre las clases por conseguir sus fines
separados, que tiene lugar sin tener en cuenta ninguna ley económica o necesidad social.
Mostró que ninguna "mano invisible" misteriosa estaba guiando a la sociedad, sino que
era "regulada" por los fracasos y éxitos de los grupos e individuos en esa implacable, y
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permanente, guerra social. Esta guerra se presenta como la actividad económica
ordinaria a la que la gente se dedica; sin embargo, es una guerra. Las "leyes
económicas" fueron expuestas como las relaciones entre personas y clases en el proceso
productivo y en la vida social en general.
Las "leyes económicas" del capitalismo, que ahora supuestamente han culminado en la
"economía dirigida", eran de naturaleza fetichista. Su final sólo puede poner al
descubierto la relación real que encubrían. En otras palabras, el fin de estas "leyes
económicas" no prueba la existencia de un nuevo tipo de sociedad, sino que sólo deja a
la sociedad capitalista sin sus disfraces. Detrás de todas las categorías capitalistas no
está, al final, nada más que la explotación de los muchos por los pocos. Debido a que,
por razones históricas, la sociedad capitalista se inició como un agregado de numerosas
unidades grandes o pequeñas, la acumulación de capital resultaba de una actividad
cuasi-independiente de capitalistas individuales, y los beneficios y los salarios parecían
estar regulados por leyes del mercado. Por razones históricas, también, el Estado
comenzó siendo un órgano ejecutivo para el conjunto de intereses capitalistas y no era,
por tanto, propiedad de ninguno.
Para la mente capitalista, para la que su propia sociedad era la cúlmine de todo el
desarrollo social y las relaciones de clase eran necesidades naturales, las relaciones
capitalistas en la producción y el intercambio se presentaban como auténticas leyes
económicas que determinaban y limitaban el comportamiento de los hombres. Para
mejorar la sociedad sólo era necesario entender mejor estas leyes. Sin embargo, toda
teoría económica "científica" seguía siendo mera idelogía; aunque como ideología fuera
contundente y sirviera bien a los fines capitalistas. Como una ideología penetró incluso
en las teorías anticapitalistas y mistificó todas las cuestiones sociales sin importar lo
simples que se volvieran. El ascenso del Estado totalitario no puede entenderse, ni
captarse su carácter, por parte de personas incapaces de liberarse ellas mismas de esta
ideología que habla de "leyes económicas" cuando no está describiendo más que la
explotación del hombre por el hombre dentro de una configuración histórica particular y
en una cierta fase del desarrollo de la producción social y de la técnica. No obstante, la
"supresión" de las supuestas "leyes económicas" por el fascismo –que ahora son
expuestas como nada más que una forma especial en que, dentro de la sociedad
capitalista atomizada, ciertas necesidades naturales se afirman a pesar de las clases y de
las necesidades de beneficios– no prueba que no haya leyes económicas en absoluto;
sólo muestra que tales leyes no pueden tener nada en común con esas relaciones que los
economistas burgueses describen como leyes económicas. La afirmación de que el
fascismo ha puesto fin a las "leyes económicas" que "regulan" la sociedad capitalista no
puede tomarse en serio, pues no se puede acabar con algo que no existe.
[ VI ]
Lo que los fascistas están haciendo es reaccionar de modo diferente ante la ineludible
necesidad de distribuir el trabajo social en proporciones tales que permitan a la sociedad
existir de algún modo. O sea, han desarrollado, en el marco de territorios dados,
métodos para hacer conscientemente lo que hasta ahora se dejaba al azar. Los resultados
de la lucha de todos contra todos y clase contra clase, librada en la esfera del
intercambio, disfrazaba estas luchas reales como pacíficas y automáticas relaciones de
intercambio. Lo que los fascistas han hecho es sacar a la luz lo que había estado
escondido detrás de los términos económicos. No podían ayudar a desenmascarar las
relaciones de intercambio como la relación entre las clases –una que dirige, la otra
dirigida–, porque ellos mismos se elevaron al poder por medio de luchas políticas, no por
la gracia de una ley económica.
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La ley del valor, en el sentido marxiano, se afirma por medio de la crisis y la revolución.
Bajo condiciones de producción e intercambio a cargo de un gran número de
empresarios, relativamente pequeños, y con la existencia de una diversidad de intereses
de clase y de intereses grupales dentro de las clases –o sea, en el llamado período de
laissez faire del capitalismo-, cada clase, cada grupo, cada capitalista tenía sólo un poder
limitado para violar los intereses de los otros. En términos económicos burgueses esta
situación era vista, o podía expresarse, como que los precios tendían a corresponderse
con su valor. El desarrollo desigual de los poderes en manos de los capitalistas y de las
clases, debido a la desigualdad de los puntos de partida y de las oportunidades y a la
inequidad de la posición social, significaba que el desarrollo tenía lugar como
concentración de capital y centralización del poder político. El fuerte podía violar al débil
en cada vez mayor medida. La distribución del trabajo social en proporciones
determinadas devino, todavía más, una distribución de acuerdo con las necesidades de
los grupos capitalistas decisivos. Si las contradicciones entre el capital y las necesidades
sociales se volvían demasiado grandes, se producía una crisis. La crisis imponía
reorganizaciones en la estructura del capital, de modo que los capitalistas podían
continuar sirviendo exclusivamente a sus propias necesidades sin temer un castigo. El día
del juicio se posponía, y se había pospuesto hasta ahora. En este mismo proceso, sin
embargo, el rostro de la sociedad capitalista ha cambiado continuamente.
Todo esto puede expresarse en términos económicos, o sea, puede ser descrito como la
"ley de la acumulación", la "cambiante composición orgánica del capital", la "tendencia
descendente de las tasas de ganancia", y de muchas otras maneras, como se hace de
hecho en diversas teorías de la crisis. Pero todas estas formulaciones sólo dicen, con
diferentes palabras, que sobre la base de las divisiones del trabajo existentes, de la
técnica moderna y de la estructura de clases prevaleciente, se les da cada vez más poder
a los grupos exitosos para que impongan su voluntad a la sociedad. Esto llevó a la
conclusión de que, si un solo grupo ha de usurpar el control completo de todo el capital,
dependerá del carácter de ese grupo el que use sus fuerzas para distribuir el trabajo
social con miras a satisfacer a todos, o que las use para satisfacer sus propios deseos,
cualquiera que sea el coste para la sociedad. No se esperaba, sin embargo, que los
monopolistas cartelizados fuesen, por su cuenta, a utilizar su poder para armonizar las
necesidades sociales con la división social del trabajo. Tendrían que ser forzados a ello
por grupos de mayor inclinación social, o tendrían que ser reemplazados por un régimen
socialista. De tal modo que no se pensaba en la clase obrera, sino en organizaciones
separadas, partidos como los que se habían desarrollado dentro de la estructura liberal,
como los realizadores del socialismo.
Cada partido político, no sirviendo a los intereses limitados de uno u otro grupo dentro
del marco reconocido del capitalismo, sino aspirando a dirigir la sociedad por completo
para realizar una u otra teoría social, tenía por tanto que desarrollarse como un partido
de inclinación dictatorial. Cualquier partido que reclamase favorecer la democracia -o
sea, la democracia que existía- estaba destinado a desaparecer, porque el proceso de
concentración en la sociedad le privaba de la base de su existencia. Pero la cuestión de
cuál de tales organizaciones conquistará finalmente el poder depende de circunstancias
de gran complejidad. No hay ninguna fórmula general para conquistar el poder, excepto
la que dice que has de tomarlo. La composición del grupo que se convierte en la única
autoridad y su camino al poder pueden ser completamente distintos en cada caso. Es un
sinsentido señalar a un grupo particular como el que, debido a su posición o función
especial en la sociedad, está programado que gobierne. Aquí ninguna generalización
puede acercarse a los hechos. Se necesita un estudio específico para explicar el ascenso
del bolchevismo en Rusia y se necesita otro para explicar el ascenso del fascismo
alemán. Pero para entender por qué el desarrollo capitalista tiende a acabar en la
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dictadura de un grupo sobre el conjunto de la sociedad únicamente es necesario
reconocer el carácter de clase de la sociedad y entender cómo esta naturaleza de clase
determina el carácter peculiar del desarrollo económico y de la estructura política del
capitalismo como un sistema que concentra, en manos de unos pocos, lo que es creado y
pertenece al trabajo de todos.
El partido triunfante dirige tanto el Estado como el capital. Pero un Estado puede, bajo
ciertas circunstancias, transformarse en un "partido" y combinar el poder político y
económico en su dictadura. Muchos caminos conducen a Roma. La vieja idea de que el
capital monopolista asumiría, para sus propósitos, el mando del aparato estatal, ha
probado ser una ilusión. Esto está claro. Esa vieja idea era el resultado de la creencia,
generalmente aceptada, de que el progreso capitalista está determinado por sus "leyes
económicas" de movimiento. No había tales leyes económicas, por lo que el "progreso"
podía tomar otro curso. Pero la terca insistencia en que las viejas teorías son más
verdaderas que los nuevos hechos, una insistencia vinculada tanto a intereses materiales
de grupo como a la dificultad psicológica de admitir la derrota, todavía permite
discusiones de amplio espectro en relación a qué es lo que constituye la diferencia entre,
digamos, Rusia, Alemania y los Estados Unidos. Quienes siguen sometidos a las leyes
fetichistas del capital ciertamente han perdido un mundo con el establecimiento de los
Estados totalitarios. Quienes se adhieren a la ideología congelada del bolchevismo ven,
de hecho, diferencias entre el fascismo y el bolchevismo tan grandes como entre el día y
la noche. Y cualquier niño puede ver que ni Rusia ni Alemania pueden compararse con los
Estados Unidos. Las diferencias entre estas naciones no pueden negarse, pero sólo un
fanatismo ciego podría insistir en que Hitler sirve a un grupo de monopolistas
independiente, que Stalin planea o fomenta la resurrección de la propiedad privada en el
viejo sentido del laissez faire, que las políticas de Roosevelt tienen por base los deseos
de los grupos dominantes de capitalistas. También es un sinsentido encontrar un
diferencia decisiva entre dos sistemas en el hecho de que, en Rusia, un partido haya
llegado al poder ilegalmente y en Alemania legalmente, o distinguirlos porque en uno el
capital fue expropiado de una vez y en el otro sólo gradualmente. Tampoco tiene ningún
sentido distinguir entre un fascismo ascendente y un régimen fascista existente, o sea,
entre el último y las "democracias", a menos que se tenga el poder para dar un giro a los
acontecimientos lejos de su dirección presente. Llamar a un sistema económico
capitalista, a otro socialista y al tercero nada por falta de términos, no resuelve ninguna
cuestión. En lugar de discutir sobre nombres se deben describir, en términos concretos,
las relaciones efectivas entre los hombres en el proceso productivo y su posición en
relación a las fuentes de poder extraeconómicas. Cuando se hace eso todas las
diferencias se vuelven carentes de toda importancia. En lo esencial, todos estos sistemas
son similares. En cada uno un grupo separado dirige todas las fuentes de poder y, por
tanto, manda sobre el resto de la sociedad.
[ VII ]
La dominación de un partido como Estado, o de un Estado como partido, y su control
sobre la sociedad, resulta de los acontecimientos previos. El avance de la capitalización
desplaza a los capitalistas individuales por grupos capitalistas autónomos, a los
trabajadores individuales por organizaciones sindicales y políticas. Con ello surgen -por
así decirlo- dentro del Estado una serie de "Estados" menores, que interfieren con el
buen funcionamiento del Estado igual que los monopolios interfieren con el gobierno
concurrencial del mercado. A las condiciones de crisis económica las acompañó la crisis
de la democracia. Para "solucionar" lo primero había que ocuparse de lo segundo. Pero
igual que la burguesía era incapaz de superar la crisis económica, asimismo era incapaz
de resolver la crisis política. Si un partido pudiera tomar el poder estatal, o un Estado
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abolir todos los partidos, podría "eliminar" la crisis política. Así podría intentar
reorganizar, sin trabas, la estructura económica. En las naciones capitalistas plenamente
desarrolladas un partido puede no necesitar de una auténtica revolución para cumplir
esta tarea, ni un Estado tiene que esperar por tal partido. Sólo en las naciones atrasadas
las revoluciones son necesarias para este propósito.
Desde este punto de vista, el gobierno del Estado sobre la economía, y con ello el
totalitarismo, no es más que otro paso en el proceso de concentración que acompaña al
desarrollo del capital como un todo. Es una nueva fase en la historia de la división social
e internacional del trabajo en su forma capitalista, basada en el divorcio entre los
productores y los medios de producción. Como cualquier reorganización anterior de la
estructura capitalista en la estela de una crisis, esta nueva reorganización, expresada en
una "planificación" limitada, tiene éxito al principio en superar el estancamiento
existente. Estos éxitos iniciales, sin embargo, sólo oscurecen el verdadero carácter de su
"planificación", al igual que anteriormente una nueva prosperidad, basada en procesos de
reorganización que tuvieron lugar durante la crisis, había dado pie a esperanzas de que
ahora, al fin, se hubiera encontrado la piedra filosofal. En realidad, como la propagación
de la guerra muestra, solo que con una claridad excesiva, la anarquía del mercado ha
sido reemplazada por la anarquía de la "planificación". Al orientar el conjunto de la
economía al servicio de las necesidades de la guerra todos los síntomas de crisis
desaparecen, igual que desaparecían bajo condiciones de guerra en la era liberal. Pero la
existencia misma de esta guerra indica que los intereses separados de los distintos
aparatos estatales –cada uno de los cuales se compone de un grupo de gente
privilegiada– choca con las necesidades reales del mundo social, tan violentamente, si no
más, como lo hicieron los intereses de la propiedad privada de tiempos pasados. Todas
las categorías capitalistas son hoy reproducidas no en su forma fetichista, sino en su
carácter efectivo; son reproducidas a una escala aún más grande, violando más que
nunca las necesidades de la humanidad.
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