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CAPITULO 6 | 1.

Coexistencia de la Confederación y Buenos Aires

Sumario: Coexistencia de la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires. Cepeda. Pacto de San José de Flores.

Urquiza, que había asumido como presidente constitucional de la Confederación en marzo de


1854, no pudo gobernar todo el territorio de la República durante su período. Su poder llegó hasta el
arroyo del Medio, pues la provincia de Buenos Aires se manejó con independencia del resto de la
Confederación. Las autoridades de ésta residieron en Paraná, aunque se federalizó toda la provincia de
Entre Ríos, aparentemente porque Urquiza no toleró que nadie gobernara su feudo.
Buenos Aires, que en julio de 1853 designara como gobernador provisorio a Pastor Obligado, se
manejó como un Estado soberano, con administración, ejército, tesoro y diplomacia propios. Sólo le
faltaba una Constitución que reglara su vida política, y esto lo obtuvo en abril de 1854. Por ella, se
atribuyó casi la mitad del territorio argentino como jurisdicción propia, pues incluía dentro de sus
límites la actual provincia de La Pampa y toda la Patagonia. Su disposición más importante, el artículo
1^, adjudicaba a la Provincia soberanía exterior e interior, hasta tanto no la delegara en un gobierno
federal.

Con la sanción de esta carta. Buenos Aires, que por ella se autotitulaba «Estado», en los hechos
proclamaba prácticamente su independencia, aunque afirmara que no era su propósito segregarse. El
país estaba ante una nueva posible amputación, circunstancia ésta que, al parecer, el mismo Mitre temió;
por ello se opuso a la redacción del artículo mencionado 374.

Mientras tanto acontecen hechos bélicos. Hilario Lagos, a pesar de su primer fracaso 375, y
Jerónimo Costa, incursionan en la provincia de Buenos Aires. Derrotados en El Tala por el general
Hornos, se retiran. Esto ocurre en noviembre de 1854. Se duda que detrás de Lagos y Costa estuviera
Urquiza, pero existía una conjura, al menos de hecho, entre Paraná, dirigentes federales expatriados en
Rosario, Gualeguay y Montevideo, como Antonio Reyes, y adictos federales de la campaña y ciudad de
Buenos Aires, contra los autores del movimiento del 11 de septiembre de 1852.

La posibilidad de un grave y decisivo enfrentamiento entre la Confederación y el ahora Estado de


Buenos Aires, fue aventado por la intervención de Daniel Gowland y José María Cullen, que
representaban a intereses comerciales afectados. Apoyados por el vicecónsul inglés Parish, lograron la
firma de un armisticio o «statu quo» entre ambos Estados, el 20 de diciembre de 1854, por el cual: 1)
Interrumpían los preparativos militares que se hacían por ambos lados, y continuaban las actividades
comerciales normalmente; 2) Dejarían la provincia de Santa Fe, por dos años, los jefes y oficiales que
habían protagonizado la invasión de Lagos y Costa, conjuntamente con los civiles que la apoyaron; 3) Se
proponían zanjar en el futuro sus diferencias por medios amistosos y pacíficos.

En virtud de la última cláusula, el Estado de Buenos Aires y la Confederación, en Paraná, el 8 de


enero de 1855, firmaron un tratado conocido como «de convivencia», por el cual acordaron: 1) Ambos
firmantes manifestaron que se aliarían en caso de ataque exterior, y que no admitirían cercenamientos
del territorio que denominaban nacional; 2) Lo mismo harían en caso de que se produjeran malones de
indios; 3) El estado de secesión interina en que se hallaban, declararon, no alteraría las leyes generales
de la Nación en materia de procedimientos judiciales; 4) Los buques mercantes de ambos contratantes
usarían la bandera nacional, podrían arribar libremente a los puertos de uno y otro Estado, y no
pagarían derechos diferenciales; 5) No habría aduanas entre la Confederación y Buenos Aires, ni
dificultades para el correo y el tránsito de pasajeros.

Poco duraría la vigencia de este Tratado de convivencia. A fines de 1855, el general José María
Flores invadió la provincia de Buenos Aires; Mitre le salió al encuentro, utilizando para ello, entre otras,
una división de indios, con las que penetró en territorio santafesino.

Un grupo de federales, al mando del general Jerónimo Costa, emigrados de Buenos Aires, en
connivencia con la operación fallida de Flores, preparaba desde la costa uruguaya una invasión.
Desembarcada la expedición en Zárate, Mitre y Conesa la coparon y deshicieron el cuerpo compuesto por
140 hombres, fusilando a casi todos los prisioneros, sin distinción de jerarquías, inclusive al general
Costa, que dieciocho años atrás se había batido bizarramente contra los franceses, defendiendo la
soberanía argentina sobre la isla Martín García.

Este hecho conocido con el nombre de matanza de Villamayor, se produjo a pesar de haberse
abolido desde 1852 la pena de muerte por causas políticas. Tan poco edificante acontecimiento era
saludado con alborozo por Sarmiento desde la prensa porteña 376, y por su deplorable actuación, Mitre se
hizo acreedor a un banquete en el Club del Progreso 377. Las relaciones entre la Confederación y Buenos
Aires quedaron tan tirantes que el gobierno de la primera denunció el «statu quo» de 1854 y el Tratado
de 1855.

La élite porteña comenzó a dar muestras de impaciencia dada la imposibilidad transitoria de


eliminar a Urquiza del escenario político nacional. La postergación que sufrían las pretensiones de
imponer su hegemonía sobre el resto del país, la llevó a caer en actitudes reprochables. Fue así cómo en
un artículo aparecido el 9 de diciembre de 1856 en «El Nacional», diario dirigido por Sarmiento, el
entonces coronel Mitre proponía segregar a Buenos Aires y formar con ella un ente independiente, «la
República del Plata»: «Constitúyase Buenos Aires en nación, proclamando para el futuro el principio de
la libre nación»378, decía Mitre. Y Sarmiento, que comentaba el escrito, así se expresaba: «La República
del Plata. ¿Cuál es esa misteriosa revelación? Es un secreto a voces, es un hecho que todo lo ilumina
como el sol y que, por lo mismo, nadie se ha detenido a contemplar: es la nacionalización del Estado de
Buenos Aires, es la República del Río de la Plata con la antigua bandera de la República Argentina» 379.
Mitre lo volvió a proponer en el diario «Los Debates», el 9 de julio de 1857. Triste situación que debemos
computar como una de las desgraciadas secuelas de Caseros.

Las circunstancias empeoraron más aún, cuando fue elegido gobernador de Buenos Aires, en
mayo de 1857, el duro ex-unitario rivadaviano Valentín Alsina, después de un proceso electoral
bochornoso. Los «progresistas» o «pandilleros» de Mitre, Sarmiento, Vélez Sarsfield, Rufino de Elizalde,
etc., le hicieron un fraude escandaloso a los «conservadores» o «chupandinos» de Félix Frías, Irineo
Portela, Carlos Tejedor, Miguel Navarro Viola, etc. 380.

Y mientras sucedían estos acontecimientos en el orden político, ¿qué pasaba en el campo


económico financiero? Buenos Aires permitió la salida del oro y la plata, con lo que comenzó a escasear
el metálico y el peso papel se desvalorizó notoriamente. El metal acumulado durante quince años salió
del país absorbido por el comercio exterior. También estableció el librecambio en 1853, a pesar de que en
la Legislatura provincial el diputado Estévez Seguí advirtiera: «Este país ha sido primero pastor, y
después agricultor y juntamente fabril. Sería conveniente la colmada aplicación de los principios, y no
destruir enteramente lo uno por participar en lo otro»; tesitura a la que adhirieron el propio Valentín
Alsina y el ministro de hacienda Juan Bautista Peña. El ingeniero Carlos Enrique Pellegrini volcaba su
prédica proteccionista en las páginas de la «Revista del Plata». Pero todo fue en vano, con el grave
detrimento del artesanado, que es de presumir.

Como la aduana recaudaba ingentes sumas que se invertían exclusivamente en el Estado de


Buenos Aires, la situación financiera de éste fue próspera, a pesar de que se erogaban fuertes cantidades
en la compra de armamentos en previsión de una guerra con la Confederación. Se reanudó el pago del
empréstito Baring con el objeto de hacerse simpáticos a Inglaterra; inauguraron el primer ferrocarril
argentino en 1857, que llegaba a San José de Flores; se construyó un muelle de pasajeros en el puerto y el
edificio de la aduana, y se le comenzó a dar aguas corrientes y gas a la ciudad.

Urquiza, mientras tanto, en la Confederación, seguía contrayendo empréstitos con el exterior al


no contar con los recursos que a Buenos Aires le proporcionaba su aduana. Gondra califica como
«extraña operación de crédito», la que aquél realizó en 1853 con José Buschental, banquero alsaciano,
un aventurero de pocos escrúpulos morales. La Confederación emitía 300.000 pesos fuertes en billetes
al portador, que Buschental tomaba al 75% y 1% de interés mensual. Los billetes serían admitidos en las
aduanas de la Confederación por su valor escrito. En una palabra: quien poseyera esos billetes pagaría
por sus importaciones en la Confederación, $75 fuertes por cada $100 fuertes que le correspondiera
pagar en concepto de derechos aduaneros. Una operación, para su época, netamente usuaria 381.

Se intentó recurrir al expediente de Buenos Aires, creando un banco emisor de papel moneda,
cosa que se realizó según vimos en el capítulo anterior, a fines de 1853. El nuevo instituto bancario,
denominado de la Confederación Argentina, tenía un capital de 2 millones de pesos fuertes y podía llegar
a emitir hasta 4 millones. Pero las emisiones de esta entidad no fueron aceptadas ni utilizadas por los
habitantes de la Confederación 382. El papel moneda se utilizó para pagar deudas impositivas atrasadas,
estableciéndose una diferencia muy marcada entre la cotización del mismo y la de la moneda metálica. El
fracaso de la experiencia fue completo, teniendo la Confederación que retirar el papel moneda de la
circulación 383. En el caso de Buenos Aires las emisiones estaban avaladas por las entradas aduaneras,
mientras que las de la confederación no tenían ese respaldo 384.

El derrumbe de la iniciativa oficial, le hizo optar a Urquiza por conceder a un particular la


fundación de una casa bancaria. Recurrió al Barón de Mauá, famoso capitalista brasileño que ya poseía
un banco en Montevideo y que había jugado un papel financiero de relevancia en el proceso de la caída
de Rosas 385.

En 1857 se decidió la instalación de una sucursal del Banco Mauá en Rosario; tendría un capital
de 800.000 pesos que podía ser aumentado a 2.000.000; estaba facultado para emitir billetes
convertibles hasta el triple del encaje efectivo, gozaba de exención impositiva total, monopolio bancario
absoluto por 15 años, y por ende facultad excluyente para conceder créditos, pudiendo acuñar monedas
metálicas y establecer sucursales. Hansen considera que éstos derechos eran exorbitantes 386. El Banco
fue otro fracaso para la Confederación, pues su dinero fue absorbido por la plaza de Buenos Aires que
podía pagar mejores intereses por él.

La situación mientras tanto hace crisis. Los presupuestos de Urquiza dan déficit y sigue apelando
al crédito. El catalán Esteban Rams y Rubert le facilitó $250.000 plata boliviana a cambio de $300.000
en bonos 387. Lanzando bonos y billetes de tesorería dotados de intereses usuarios no se hacía sino
empeorar la situación financiera de la Confederación.

Por otra parte, los gastos militares absorbían el 40% de las entradas del presupuesto 388.

Hubo cosas aun más graves. Coetáneamente con la fundación del Banco Mauá en Rosario, Brasil
otorgó un préstamo de 300.000 patacones más, que se sumaban a los 400.000 ya otorgados con motivo
de la coalición que urdió la caída del Dictador. A cambio de este nuevo préstamo, el emisario brasileño
José María de Silva Paranhos, obtuvo para su país varias concesiones. En primer término, la más
contundente libertad de navegación de los ríos argentinos, incluso por buques de guerra brasileños.
Luego se firmó un tratado de límites por el que la Confederación comprometía su soberanía sobre cuatro
mil quinientas leguas de territorio misionero, según la denuncia del diputado cordobés Bouquet en el
diario «El Imparcial». Finalmente se firmó un convenio de extradición, por el cual la Confederación se
comprometía a devolver los esclavos brasileños que huyeran a nuestro país, con lo que se violaba
flagrantemente el artículo 15^ de la Constitución recién sancionada que abolía la esclavitud. Este
compromiso, que nos transformaba en agentes de policía del Imperio para tan triste cometido, mereció
del diputado mencionado estas palabras: «El tratado de límites nos despoja de una gran porción de
territorio. El de extradición nos infama» 389.

Urquiza había creído que los puertos ubicados a orillas de los río Paraná y Uruguay producirían
en concepto de derechos aduaneros, lo necesario para sostener el erario; a este efecto se habían
habilitado catorce puertos sobre el Paraná y cinco sobre el Uruguay. Mas lo real resultó ser que los
buques de ultramar llegaron hasta ellos en ínfima proporción. Entonces, los diputados Lucero y Rueda,
propusieron que se sancionara una ley, que luego se haría famosa con el nombre de ley de derechos
diferenciales y cuyo principal sostenedor fue Alberdi.

Luego de dos años de debate se sancionó, pues el Congreso resistió mucho el proyecto. Corría el
año 1856. Por ella, si los buques que traían mercaderías del exterior las descargaban directamente en
puertos de la Confederación, pagarían menos derechos que si ellas se introducían después de haber
pasado por la aduana de Buenos Aires. El objetivo perseguido resulta claro: se pretendía desviar hacia los
puertos de la Confederación el tráfico comercial con el exterior, para elevar el monto de sus
recaudaciones en desmedro del tesoro porteño.

El sistema no dio todos los resultados esperados; los puertos de la Confederación eran
desconocidos para muchos de los marinos extranjeros o no tenían práctica en la navegación de nuestros
ríos interiores. Además, las zonas de influencia de dichos puertos no presentaban posibilidades de
consumo considerables; él comercio internacional estaba declinando debido a la crisis de 1857. Los
buques de gran calado no podían navegar los ríos Paraná y Uruguay, que no estaban dragados
convenientemente. Inglaterra vio con malos ojos esta ley, pues casi el total de los comerciantes británicos
estaba en Buenos Aires 390.

La ley produjo efectos contrarios: paralizó el cabotaje, pues no se fue a buscar más el trasbordo de
los productos desembarcados en el puerto de Buenos Aires con el objeto de introducirlos en la
Confederación. El gobernador de la provincia disidente, Valentín Alsina, contestó a esta medida de
hostilidad disponiendo que los frutos del interior no pudieran pasar por el puerto de Buenos Aires hacia
el exterior. La guerra económica hizo encarecer los productos con perjuicio para los consumidores 391.
Pero el puerto de Rosario comenzó a ver buques de ultramar y las entradas aduaneras aumentaron,
siendo éste el comienzo de su creciente progreso 392. En 1859 la Confederación estableció derechos
diferenciales también para la exportación.

El socorrido expediente de las emisiones de papel moneda y las entradas de su aduana, le


permitieron a Buenos Aires proveerse del medio indispensable para enfrentar a Urquiza. éste recurrió
nuevamente al crédito. Buschental compró un millón y medio de pesos fuertes en bonos al 75% y 1 y
1/2% de interés mensual, los que serían de recibo en las aduanas en pago de derechos. Poco después se
emitieron bonos al 2% mensual. Pero no se pararía aquí, en 1859 se arrendaron las aduanas de la
provincia de Santa Fe a Buschental, por dos años. El arrendatario debía pagar, por la aduana de Rosario
$90.000 mensuales, y por las otras en proporción de su producto. Todos los empleados pasaron a
depender del contratista 393.

Al endeudamiento financiero le sucedió un intento que podría haber costado muy caro a la
integridad de la República. Durante su presidencia, Urquiza otorgó a Buschental una concesión para la
construcción de un ferrocarril trasandino, cuya primera etapa uniría Rosario y Córdoba. El artículo 7 ^
de la disposición que otorgaba la franquicia, rezaba así: «Si el gobierno inglés o francés quiere patrocinar
la construcción de este camino, el gobierno está dispuesto a extender las cláusulas del tratado de libre
navegación a toda la extensión del camino en el territorio argentino, y considerarlo como... una vía de
comunicación internacional cuya protección pertenecerá a las fuerzas de todas las partes
contratantes»394. Es decir, la República quedaría dividida en dos por el trazado del ferrocarril, cuya
custodia policíaca habríamos de compartir con Francia o Inglaterra.

El argumento de que estas enormidades se justificaban por no haber capitales en la República,


debe afrontar la contradicción de que el Estado de Buenos Aires estaba construyendo su ferrocarril hacia
el oeste, inaugurado en 1857, con capitales totalmente nacionales. En efecto, los 6.900.000 pesos fuertes
necesarios para la construcción fueron aportados por capitalistas argentinos 395.

La política internacional durante la presidencia de Urquiza fue un retroceso constante. Se ha visto


que por su colaboración para derrocar a Rosas, Brasil obtuvo ventajas indudables. Recibió el apoyo del
Encargado de las Relaciones Exteriores, para obligar al gobierno oriental de Giró a cumplir con los
leoninos tratados del 12 de octubre de 1851, los que significaban avances territoriales del imperio con la
consiguiente pérdida de nuestras Misiones Orientales.

Se reconoció la independencia del Paraguay como resultado de la misión de Derqui a Asunción,


en 1852, por la que el diplomático firmó un tratado de límites con ese país que establecía al río Bermejo
como linde entre ambos Estados, con la consiguiente pérdida de la actual provincia de Formosa.
Argentina finalmente se salvó de esta pérdida porque el Congreso de la Confederación no ratificó el
compromiso.

Se concedió la libertad de navegación de nuestros ríos interiores a buques de todas las banderas,
remachada con una disposición constitucional y la firma de tratados internacionales con Francia,
Inglaterra y Estados Unidos, en 1853.
Se permitió la intromisión de Brasil en la política interna uruguaya, país al que contribuyó a
anarquizar apoyando ora a blancos contra colorados, ora a colorados contra blancos, con lo que
intentaría justificar ante la comunidad europea, en especial Inglaterra, que el estado Oriental era
ingobernable y que lo mejor que le podía ocurrir era incorporarse al Imperio.

A partir de la asunción de Urquiza como presidente constitucional, en 1854, la política


internacional no cambió.

En 1856 se firmó un tratado con el propio Brasil, otorgándole la libre navegación de nuestros ríos
interiores no solamente a buques mercantes de su bandera, sino también a buques de guerra. Por el
artículo 18° se neutralizó la isla Martín García, llave del dominio de la cuenca del Plata; esto significaba
la pérdida del derecho que le competía a Argentina, como dueña de dicha isla, de fortificarla y hacerla
servir a sus intereses en caso de guerra. Esta inicua neutralización, ya había sido concedida a Inglaterra,
Francia y Estados Unidos en los tratados de 1853.

En 1857, Urquiza firmó tratados con Brasil, ratificando la libertad de navegación de los ríos
Paraná y Uruguay aun por buques de guerra, y concediéndole la extradición de los esclavos que huyeran
de su territorio al nuestro. Pero hubo más: por un tercer tratado de límites, en Misiones se consignaban
como tales los ríos Pepirí Guazú y San Antonio, nombres con que los brasileños designaban a dos ríos
situados al oeste de donde en realidad se hallaban. Vicente G. Quesada expresó: «Temo que el tratado...
haya cedido parte del territorio argentino de Misiones. No sé que ideas cerradas hacen que celebremos
tratados de límites cuando se ignora todo y no se tienen conocimientos especiales, geográficos e
históricos». Y el diputado Bouquet denunció que se nos despojaba de «cuatro mil quinientas leguas de
territorio»396.

Efectivamente; al establecerse en el artículo 2^ del tratado que «los ríos Pepirí Guazú y San
Antonio... son los que fueron reconocidos en 1759 por los demarcadores del tratado del 13 de enero de
1750 celebrado entre Portugal y España», se le daba así pie a Brasil para que, como lo hizo
victoriosamente a fines de ese siglo, engrosara su dilatado haber territorial con un área de una
dimensión análoga a la de la provincia de Tucumán 397.

Debemos aclarar que este país no esperó se le concediera la libertad de navegación del río Paraná
por buques de guerra, pues su escuadra lo utilizó con fines bélicos antes. Planteado un conflicto con
Paraguay, a principios de 1855, veinte buques de guerra brasileños se dirigieron por el Plata y el Paraná,
sin encontrar obstáculos ni pedir autorización a los gobiernos de Paraná y Buenos Aires, a imponer
condiciones a López. La Confederación no protestó siquiera. Sí lo hizo Buenos Aires, pero sin conmover a
Río de Janeiro. Con este motivo, Guido le escribía en enero de 1855 a Olazábal: «Cuatro años hace
¿creería usted que el Brasil se lanzase a estas expediciones marítimas, buscando camorras en el Río de la
Plata y sus afluentes? Me parece un sueño lo que estoy presenciando y todo debido a nuestros
errores»398. Carlos Pereyra escribió: «Se veía lo que era aquélla libre navegación: un libre atropello; los
ríos franqueados a quien tuviera escuadras para su antojo aguas arriba» 399.

Este antecedente servirá para que, años más tarde, el Paraguay exigiera el paso de sus tropas por
territorio argentino para atacar a Brasil, hecho que posteriormente nos llevó a la guerra con aquel Estado
400.

Nuestras relaciones con Hispanoamérica fueron de indiferencia. Cuando Chile, Ecuador y Perú,
con la adhesión de Bolivia, Costa Rica, Honduras, México, Nicaragua y Paraguay, firmaron el Pacto
Continental de ayuda mutua frente a cualquier agresión, Argentina estuvo ausente, argumentando
Urquiza que «los países americanos no están lo suficientemente maduros para emprender tan ardua
empresa»401.

Otro episodio revelador de la falta de firmeza en las relaciones exteriores, fue la concesión de
indemnizaciones a los franceses, ingleses y sardos por los perjuicios sufridos en nuestras guerras civiles, según
ley de septiembre de 1859. Ninguna norma de derecho internacional estipulaba este tipo de reparaciones,
llegando las cortes europeas a exigir intereses. Como Alberdi solicitara en Francia e Inglaterra ciertas
franquicias para el pago, ésta «rechazó bruscamente toda modificación» 402. El momento abierto para el país
con Caseros daba para todo.

Como fondo de toda esta blandura, estaba la lucha diplomática entre la Confederación y Buenos
Aires, tratando de obtener ventajas ante las cancillerías europeas. Así describe esta contienda Scalabrini
Ortiz: «Los agentes de la Confederación recorrían las cortes europeas tratando de obtener su
reconocimiento en competencia con los agentes de la provincia de Buenos Aires. Alberdi mismo, nos
confiesa la índole económica de las gestiones. La Confederación ofrecía la libre navegación de los ríos,
instrumento incomparable para el dominio comercial de los países de la cuenca del Plata e
independencia ilimitada para residir, mercar y explotar. Buenos Aires proponía reanudar la vieja deuda
de la casa Baring, reconocer los intereses atrasados y libertades no menos amplias que la
Confederación»403. Si Urquiza contaba con Alberdi, Buenos Aires se apresuró a nombrar como ministro
en Europa a Mariano Balcarce 404, mientras Francia, Uruguay, Estados Unidos y Cerdeña acreditaban
representación diplomática en Buenos Aires, dándole un cariz dramático a la secesión porteña.

Brasil acreditó un encargado de negocios en Buenos Aires hacia abril de 1855, y asistía expectante
al proceso de la división argentina, al que favorecía bajo cuerda 405.

La situación de Alberdi está signada por sus reiterados consejos para que se concediera a capitales
europeos la construcción de ferrocarriles y el transporte fluvial, a obtener empréstitos en aquellas plazas
y a implantar la libertad absoluta de inmigración. Hace también lo que en su momento hiciera Florencio
Várela: solicitar la intervención de Francia e Inglaterra, ahora contra el Estado de Buenos Aires, lo dice él
mismo en carta a Urquiza: «He puesto en manos de Lord Clarendon un memorándum de mucha
trascendencia, sobre la urgencia, la necesidad y los medios de intervenir en la reinstalación de la unión
argentina, de parte del gobierno nacional argentino y de parte de la Francia e Inglaterra» 406.

Cepeda

El general Nazario Benavídez, caudillo federal, había gobernado San Juan por largo espacio de
tiempo. Hacia 1857 se desempeñaba como jefe militar de la zona oeste de la Confederación, siendo
gobernador Manuel José Gómez y ministro Saturnino M. Laspiur, quienes simpatizaban abiertamente
con los hombres y la línea política de Buenos Aires. Benavídez fue tomado preso, acusado de promover
una revolución; los soldados que lo custodiaban lo ultimaron a balazos en la misma cárcel; sus despojos
fueron arrojados a la calle, salivados, pisoteados y sableados. La noticia del asesinato fue
«estruendosamente celebrada en Buenos Aires»407. El diario «El Nacional» de Sarmiento y «La Tribuna»
de los Varela, que habían sostenido la necesidad de eliminar a Benavídez, fueron los que con mayor
regocijo recibieron la noticia. Urquiza montó en cólera y las provincias pidieron que se procediera contra
los responsables.

Al asesinato de Benavídez uníase un nuevo factor que acrecía las discordias. La proximidad de la
expiración del mandato presidencial de Urquiza, hacía que los aspirantes a la primera magistratura
fueran preparando su camino. Estos candidatos eran Salvador M. del Carril, muchas veces vicepresidente
en ejercicio de la presidencia, y Santiago Derqui, ministro del Interior. Ellos dificultaron cuanto pudieron
un posible acuerdo con Buenos Aires, teniendo en cuenta que el arreglo podía dar por tierra con sus
ambiciones si surgía un candidato porteño 408.

En mayo de 1858, el gobierno de Paraná organizó un monumental desfile militar, con lo que trató
de intimidar al gobierno rebelde de Buenos Aires 409. Pero todo fue inútil, pues los porteños no se
amedrentaron, mientras Urquiza no se sentía seguro de triunfar. Por ello buscó la alianza con Brasil y
Paraguay, y hasta con Uruguay, mezclando a los países limítrofes, en el caso de Brasil una potencia
claramente expansionista, en nuestros problemas domésticos. Estas coaliciones con las potencias
extranjeras, al uso de las llevadas a cabo contra Rosas, no podían sino significar mayores desgracias para
el patrimonio y la soberanía nacionales, como lo pone de relieve Cárcano 410. Afortunadamente, ni Brasil
ni Paraguay ayudaron a Urquiza.

En estas circunstancias, intervino como mediador el ministro de los Estados Unidos, Benjamín
Yancey. Buenos Aires puso como condiciones para llegar a un acuerdo, el abandono de la vida pública
por parte de Urquiza durante 6 años, la disolución del Congreso de Paraná y el dictado de una nueva
Constitución. El propio Yancey consideró inaceptables estas exigencias, en especial la primera. También
se frustraron mediaciones de Brasil, Inglaterra, Francia y Paraguay.

Las tropas de la Confederación y de Buenos Aires chocaron, finalmente, en los campos de Cepeda
en octubre de 1859. La dudosa capacidad militar de Mitre cedió ante la pericia y experiencia del
entrerriano. Luego del triunfo, Urquiza proclamó generosamente al pueblo porteño: «Vengo a arrebatar
a vuestros mandones el poder con que os conducen por una senda extraviada, para devolvéroslo». Era lo
menos que se esperaba: un cambio total del elenco gobernante de Buenos Aires, a quien se le imputaba
conspirar contra la unidad nacional; y acatamiento a la Constitución de 1853. Pero Urquiza, valido de la
mediación del hijo del presidente paraguayo, Francisco Solano López, aceptó discutir la paz con el
gobierno del recalcitrante Valentín Alsina, y sólo exigió, finalmente, la separación de éste, dejando
intacto el círculo liberal de hombres que, según el propio Urquiza, «ejercía el poder en su provecho» 411.

Pacto de San José de Flores

Así se llegó al Pacto de San José de Flores, rubricado el 11 de noviembre de 1859, y cuyas
cláusulas fundamentales pueden sintetizarse así: a) Buenos Aires se reintegraba al seno de la
Confederación; b) Una convención provincial bonaerense examinaría la Constitución de 1853 y
propondría las reformas que considerase menester, o bien aceptaría lisa y llanamente el texto de Santa
Fe sin modificaciones; c) Las eventuales propuestas de reformas serían sometidas en su oportunidad a la
consideración de una convención nacional ad-hoc, debiendo la provincia de Buenos Aires acatar lo que
ésta resolviese; d) La provincia de Buenos Aires enviaría diputados a esa convención nacional ad-hoc
«con arreglo a su población»; e) el gobierno federal tomaba a su cargo la Aduana de Buenos Aires, y a
cambio de ello, aseguraba a esa Provincia el mantenimiento de su presupuesto por cinco años; f) Se
garantizaba la integridad del territorio de esa provincia, que no podía ser dividido sin consentimiento de
su Legislatura; g) Todas las propiedades de la provincia de Buenos Aires, como sus establecimientos
públicos, seguirían correspondiendo a ella y serían gobernados por sus autoridades; h) Se convenía un
perpetuo olvido de todas las causas que habían producido la desunión; ningún ciudadano sería
molestado por sus opiniones durante la separación, ni confiscados sus bienes por la misma causa; i) El
ejército de la Confederación evacuaría el territorio de Buenos Aires, dentro de quince días de ratificado
este Pacto; j) Habiéndose hecho ya en las demás provincias la elección de electores de presidente, la
Provincia de Buenos Aires podía proceder inmediatamente al nombramiento de electores para que
verificaran la elección de presidente, hasta el 1^ de enero de 1860, siempre y cuando aceptara sin
reservas la Constitución Nacional; k) Los oficiales porteños, que habían sido dados de baja desde 1852 y
habían servido en la Confederación, debían ser restituidos al goce de su situación militar y residir donde
lo creyeran conveniente.

Inexplicable resultaba el respeto que Urquiza hacía de sus enemigos liberales, más
incomprensible resultó para sus aliados los federales porteños, que le habían acompañado en Cepeda y
que aspiraban a una mutación total de la situación política de Buenos Aires.

2. Reformas de 1860

Sumario: Reformas de 1860. Análisis de las reformas. Nueva ruptura. Pavón y sus consecuencias.

En cumplimiento de lo pactado en San José de Flores, debía reunirse la Convención provincial de


Buenos Aires a fin de proponer, o no, reformas a introducirse en la Constitución de 1853. La elección de
convencionales provinciales se realizó el 25 de diciembre de 1859.
Se presentaron dos grupos: el Club de la Paz, cuyos más conspicuos representantes fueron Vicente
Fidel López, Marcelino Ugarte, Bernardo de Irigoyen, Lorenzo Torres, el general Escalada, José Manuel
Estrada, Miguel Cané y Miguel Navarro Viola; y el Club Libertad, donde entre otros militaban Vélez
Sarsfield, Mitre, Pastor Obligado y Sarmiento. Los primeros anhelaban que la Constitución de 1853 no
fuera discutida, con el objeto de evitar un debate que podría acarrear nuevas disensiones y perturbar la
marcha hacia la unidad nacional. El Club Libertad, en cambio, quería debate, resistiéndose a aprobar una
carta constitucional de origen provinciano. Prevaleció el parecer de esta facción, pues obtuvo mayoría en
las elecciones 412, con fuerte presión del ejército cuya jefatura tenía Mitre. Primera ocasión en que los
amigos de Urquiza en Buenos Aires, soportarían las derivaciones de la actitud inconsecuente del
triunfador de Cepeda después de su victoria 413.

La Convención provincial inició sus deliberaciones el 5 de enero de 1860, y finalizó su labor el 12


de mayo del mismo año. Rivarola afirma que la lentitud con que se trabajó 414 se debía a que los
convencionales trataron de lograr que la Constitución rigiera en todo el país sólo después que Urquiza
terminara su mandato constitucional 415. En cambio, Rosa opina que los móviles eran más prácticos:
tratar de demorar la reunión de la subsiguiente convención nacional ad-hoc para dilatar la
reincorporación de Buenos Aires, y con ello retener para ésta la aduana y el ejército, lo que posibilitaba
rehacer las fuerzas de guerra provinciales con vistas a un ulterior enfrentamiento con la Confederación,
de más alentador resultado que el de Cepeda 416.

Análisis de las reformas

Luego de sesionar más de cuatro meses, se proyectó un conjunto de reformas a la Constitución


Nacional en general meramente accidentales, en cuanto que las mismas respetaban lo sustancial de la
Constitución sancionada en Santa Fe, especialmente todo aquello que significaba un calco perfecto de la
vigente en los Estados Unidos. A este respecto dijo Vélez Sarsfield durante las sesiones: «La Constitución
(la de los Estados Unidos) ha hecho en sesenta años la felicidad de un inmenso continente. Los
legisladores argentinos la tomaron por modelo y sobre ella construyeron la Constitución que
examinamos; pero no respetaron ese texto sagrado, y una mano ignorante (la de Alberdi) hizo en ella
supresiones y alteraciones de grande importancia, pretendiendo mejorarla. La Comisión no ha hecho
sino restituir el derecho constitucional de los Estados Unidos en la parte que se veía alterado» 417.
Semejante iluminismo fue el que campeó en el seno de la Comisión examinadora de la Constitución
Federal, formada por la Convención con Mitre, Vélez Sarsfield, Mármol, Antonio Cruz Obligado y
Sarmiento.

El informe que produjo esta Comisión, contiene las ideas y tendencias, no solamente de sus
empinados firmantes, sino de la mayoría de la Convención. Leído el 25 de abril de 1860, contiene
afirmaciones como éstas: «la comisión ha partido de esta base, que es lo que constituye el derecho
general; que existía para los pueblos libres, un evangelio político, una moral política, principios fijos que
tenían el carácter de dogmas, los cuales, si bien pueden modificarse en su aplicación, no es posible
modificar en su esencia. Que por esto, los hombres libres reconocían cierta servidumbre moral, así
respecto de esos principios fundamentales, como respeto de los pueblos que más se habían acercado a
esa verdad absoluta. Que siendo hasta el presente, el gobierno democrático de los Estados Unidos, el
último resultado de la lógica humana, porque su Constitución es la única que ha sido hecha por el pueblo
y para el pueblo, sin tener en vista ningún interés bastardo, sin pactar con ningún hecho ilegítimo, habría
tanta presunción como ignorancia en pretender innovar en materia de derecho constitucional,
desconociendo las lecciones dadas por la experiencia, las verdades aceptadas por la conciencia del
género humano». Y agrega: «no teníamos títulos para enmendar o mutilar las leyes de la nación que han
fundado y consolidado prácticamente las instituciones federativas, apoyándose en esos mismos
principios, invocando nosotros el especioso pretexto de la originalidad o de las especialidades
nacionales, porque la verdad es una, y sus aplicaciones sólo tienen autoridad cuando cuentan con la
sanción del éxito».

Llama a la Constitución de 1853 «copia de la de los Estados Unidos», y especifica rotundamente


que «puede decirse con verdad, que la República Argentina no tiene un solo antecedente histórico vivaz
en materia de derecho público nacional» 418. Por lo que «la federación como partido militante, por causas
contrarias a las que esterilizaron las instituciones llamadas unitarias, tampoco dio origen a ningún
derecho público argentino». «Desde entonces el derecho nacional que representaba la Confederación,
calcado sobre la Constitución de los Estados Unidos, se ha ido consolidando, y mostrando sus
deficiencias en aquellas partes en que la Constitución federal se separó del modelo que tuvo en vista». En
consecuencia «Buenos Aires, al tiempo de incorporarse a la Confederación, puede y debe proponer como
fórmula general de una reforma, el restablecimiento del texto de la Constitución NorteAmericana, la
única que tiene autoridad en el mundo, y que no puede ser alterada en su esencia, sin que se violen los
principios de la asociación y se falseen las reglas constitutivas de la República Federal, que como se ha
dicho antes, es el hecho establecido que encuentra Buenos Aires desde 1853» 419.
En síntesis, de las palabras de Vélez y de la Comisión Examinadora, surge que siendo la carta
norteamericana el «evangelio político», un «último resultado de la lógica humana», el «texto sagrado»,
los argentinos, que habíamos de ser «siervos morales» de esa «verdad absoluta», entre otras razones por
no tener «un solo antecedente histórico vivaz en materia de derecho público nacional», no debíamos
tolerar que Alberdi hubiese pretendido alguna adaptación de ese «dogma» a la realidad nacional. Lo
único que cabía, pues, era «restablecer el texto de la Constitución Norteamericana», «restituir el derecho
constitucional de los Estados Unidos en la parte que se veía alterado» por la «mano ignorante» de
Alberdi. Tal parece que fue el programa de los reformadores de 1860: perfeccionar el calco
constitucional.

En realidad la tarea de estos graves enjuiciadores de Alberdi fue superficial y pedestre,


demostrando que no tenían divergencias de fondo con la labor de éste y de los congresales de 1853.
Como bien dice Vera y González, ninguna de las reformas proyectadas «era de carácter fundamental ni
se refería al sistema de organización adoptado ni a los principios proclamados como base de la ley
suprema. El plan de reformas propuesto era la más patente demostración de la falta de fundamento de
todas las declamaciones de los hombres de Buenos Aires contra la Constitución Nacional desde que se
había sancionado. Ahora que se les entregaba para que la depurasen de todos los graves errores que
habían sostenido la hacían inaceptable, no supieron hacer cosa de más entidad que si se hubiesen
entretenido en corregir los signos de puntuación». Y respecto de la discusión del proyecto de
modificaciones, el mismo autor opina: «Quien tenga la abnegación de seguir aquellos debates, no
encontrará en todos los discursos pronunciados sino vaguedades, superficialidades, palabrerío
hueco»420.

Si hubo algo concreto que como objetivo se propusieron los reformadores, esto consistió en
ahondar el federalismo votado en 1853. Cosa curiosa y sorprendente: la propuesta de reforma perseguía
afianzar el federalismo de la Constitución, predominando como predominaba en la Convención
provincial la influencia de notorios ex-unitarios como Mitre, Vélez Sarsfield, Valentín Alsina, Mármol,
Paunero, etc. Es que ahora se trataba de preservar la autonomía de la provincia de Buenos Aires, donde
el poder de los ex-emigrados prevalecía, frente al gobierno de la Confederación en Paraná, cuya cabeza y
predominio correspondía al vencedor de Cepeda. Lo que demuestra lo que ya se ha afirmado en este
trabajo, que la mayor o menor centralización del poder fue lo de menos en el duelo entre unitarios y
federales: el abismo estaba en la filosofía política, social, económica y hasta religiosa que los separaba.

Detallaremos, enumerándolas, las principales reformas propuestas por la Convención provincial


de Buenos Aires, a la Convención Nacional ad-hoc que debería reunirse a renglón seguido:

1) Artículo 3: Buenos Aires no sería capital de la República. Se establecería un procedimiento


para la determinación de la capital, esto es, una ley especial del Congreso previa sesión hecha por una o
más legislaturas provinciales del territorio que haya de federalizarse;

2) Artículo 4 y 64 inciso 1^: Los derechos aduaneros a la exportación sólo se mantendrían hasta
1866 como impuestos nacionales. En la redacción de la Constitución de 1853 dichos derechos eran
definitivamente nacionales;

3) Artículo 5: En primer lugar, en cuanto a la obligación de las provincias de dispensar


educación primaria gratuita, se eliminaría la gratuidad en atención a la pobreza de las provincias;
además, se suprimiría la revisión de las constituciones provinciales por el Congreso de la Nación,

4) Artículo 6: La Constitución de 1853 admitía la intervención a las provincias por el gobierno


federal, sin requerimiento de ellas, para restablecer el orden público en caso de sedición o para repeler
agresiones extranjeras. Se propuso que en caso de restablecimiento del orden público por sedición o por
invasión de otra provincia, era necesaria la requisición de las autoridades constituidas locales; en
cambio, podía intervenirse sin requerimiento cuando la causa fuera un ataque externo o para garantir la
forma republicana de gobierno;

5) Artículo 12: Se agregaría al final de este artículo «que en ningún caso puedan concederse
preferencias a un puerto respecto de otro, por medio de leyes o reglamentos de comercio». Se eliminaba
así toda posibilidad de establecer derechos aduaneros diferenciales;

6) Artículo 15: Al término de la disposición que abolía la esclavitud, se adicionarían estas


palabras: «y los esclavos que de cualquier modo se introduzcan quedan libres por el sólo hecho de pisar
el territorio de la República»;

7) Artículo 18: Se suprimirían las ejecuciones a lanza y cuchillo;

8) Artículo 30: Se dejaría sin efecto la prohibición de reformar la Constitución durante diez
años;

9) Artículo 31: La provincia de Buenos Aires no quedaría obligada por los tratados firmados por
la Confederación con potencias extranjeras, durante la etapa de secesión, a menos que la Legislatura de
esa provincia los aprobase. La oposición de Buenos Aires era fundamentalmente al tratado con España
firmado en 1859, el que hacía concesiones al principio del «jus sanguinis», esto es, al hecho de que los
hijos de españoles nacidos en nuestro territorio podrían optar por la nacionalidad de sus progenitores,
peligrosa prerrogativa para un país inmigratorio como era el nuestro;
10) Se propuso agregar los siguientes artículos a la Constitución:

Artículo 32: «El Congreso Federal no dictará leyes que restrinjan la libertad de imprenta o
establezcan sobre ella la jurisdicción federal» (perseguía como objetivo que el gobierno de Paraná no
pudiese restringir la libertad de prensa con que se manejaban los círculos liberales porteños);

Artículo 33: «Las declaraciones, derechos y garantías que enumera la Constitución, no serán
entendidos como negación de otros derechos y garantías no enumerados; pero que nacen del principio de
la soberanía del pueblo y de la forma republicana de gobierno»;

Artículo 34: «Los jueces de las cortes federales no podrán serlo al mismo tiempo de los tribunales
de provincia, ni el servicio federal, tanto en lo civil como en lo militar, da residencia en la provincia en
que se ejerza, y que no sea la del domicilio habitual del empleado, entendiéndose esto para los efectos de
optar empleos en la provincia en que accidentalmente se encuentre».

11) El nombre de la República no sería Confederación Argentina, sino Provincias Unidas del Río
de la Plata o República Argentina, indistintamente;

12) A los requisitos exigidos para ser diputado o senador, se adicionaría tener «residencia
inmediata de tres años en la provincia que lo elige». El objetivo era evitar que se produjera en el futuro el
fenómeno de los legisladores «alquilones», criticado por los porteños respecto de los integrantes del
Congreso de la Confederación en Paraná;

13) Se suprimiría el juicio político a los gobernadores de provincia que podía efectuar el
Congreso de la Nación;

14) Para la reforma de la Constitución la iniciativa la tenía el Senado en la Constitución de 1853:


se proponía que la tuvieran indistintamente las dos cámaras;

15) Se planteaba agregar al artículo 64, inciso 1$, que los derechos de importación así como las
evaluaciones sobre que recaigan fueran uniformes en toda la Nación. Cláusula dirigida también a evitar
la aplicación de derechos diferenciales;

16) No se podrían suprimir las aduanas exteriores que existieran en cada provincia al tiempo de
su incorporación (agregado al artículo 64 inciso 9$);

17) Se establecería la adopción del «jus soli» en materia de ciudadanía («ciudadanía natural»
decía la propuesta), en virtud del cual todos los nacidos en suelo argentino serían de nacionalidad
argentina (agregado al artículo 64 inciso 11$);

18) En la Constitución de 1853 el presidente podía arrestar o trasladar a personas aun estando
reunidas las cámaras, en casos de urgencia por causa de conmoción interior, dando cuenta al Congreso
dentro del término de 10 días, organismo que podía ratificar esas medidas declarando el estado de sitio;
en caso contrario esas personas debían ser liberadas. A esta disposición que se encontraba en el artículo
83 inciso 20^, se proponía dejarla sin efecto;

19) La Constitución de 1853 establecía que la Corte Suprema de Justicia se compondría de


nueve jueces y dos fiscales. Se propuso que solo fueran cuatro jueces y un fiscal;

20) Respecto de las atribuciones del poder judicial nacional del artículo 97,
se planteaba suprimir los siguientes casos en que podía conocer y decidir: «...de los conflictos entre los
diferentes poderes públicos de una misma provincia............................................................................... de
los recursos de fuerza...». Se reemplazaría la parte final del artículo, donde se hacía referencia a los
juicios que se produjeran «entre una provincia y sus propios vecinos, y entre una provincia y un Estado o
ciudadano extranjero», por la siguiente redacción: «...y entre una provincia o sus vecinos contra un
Estado o ciudadano extranjero».

Todas estas propuestas de reformas fueron aprobadas por la mayoría liberal o «progresista» de la
Convención provincial, mientras la bancada del Club de la Paz, minoritaria, muchos de cuyos integrantes
eran federales, se redujeron a sufragar silenciosamente en contra de ellas. Félix Frías propuso que el
artículo 2 de la Constitución quedara redactado así: «la religión católica, apostólica, romana, es la
religión de la República Argentina, cuyo gobierno costea su culto. El gobierno le debe la más eficaz
protección, y sus habitantes el mayor respeto y la más profunda veneración». Pero esta iniciativa fue
rechazada. Sarmiento fue el principal contradictor de Frías.

Alberdi recibió la noticia de las propuestas de reformas con gesto contrariado. Expresó que la
enmienda respecto a las intervenciones federales a las provincias no le permitiría al gobierno federal, sin
requerimiento de la respectiva provincia, «entrar en ella, aunque la guerra civil ardiese con peligro de la
Nación». La exigencia de tres años de residencia para ser elegido legislador de una provincia
determinada, no le admitiría tener bancas a «muchos argentinos de mérito, que están hoy en Chile y
Montevideo». La supresión del examen de las constituciones provinciales por el Congreso tenía como
objeto «sustraer la Constitución revoltosa de Buenos Aires a toda revisión». Y concluía: «El golpe de
Sarmiento y Cía. es a la institución, al gobierno, que ha tomado los poderes y rentas que ellos deseaban
restituir a la provincia que explotan»; se proponían «constituir a Buenos Aires independiente de la
autoridad de la Nación, aunque unida al territorio de la Nación» 421.

Como la Convención provincial, pues, había planteado numerosas reformas, fue necesario
convocar a la Convención nacional ad-hoc para que las considerara. Derqui, que había asumido la
presidencia en marzo de ese año 1860, y que ya empezaba a querer tomar distancias respecto de Urquiza,
vuelto a su reducto de Entre Ríos como gobernador, tironeó con este la designación de los
convencionales por las provincias del interior, logrando imponer los de San Juan, mientras que los
diputados correntinos Juan Pujol, su ministro del interior, y José María Rolón, gobernador de
Corrientes, aparecían como adictos a él. Pero la Convención no aprobó los diplomas de los
convencionales sanjuaninos Pedro Zavalla y Federico de la Barra, por no ser residentes en San Juan, y
entonces los derquistas en la Convención resultaron ser una minoría ínfima; esto a pesar que Pujol y
Rolón, primitivamente impugnados por los cargos que desempeñaban, lo mismo que el convencional
Manuel Sola, convencional por Salta, provincia de la que era gobernador, finalmente fueron
incorporados al cuerpo. Los sectores influyentes fueron entonces los urquicistas, que eran la mayoría de
los diputados del interior, y los liberales porteños, que representaban al Club Libertad, reformista como
hemos visto, que fue el único en presentar candidatos en las elecciones de convencionales por la
provincia de Buenos Aires, pues el Club de la Paz se abstuvo de hacerlo; pero ninguno de los dos grupos
tenía mayoría absoluta como para imponer criterios. En realidad, tanto derquistas como urquicistas
estaban contestes en aceptar la mayoría de las reformas propuestas; aunque había algunas resistencias
en cuanto a desechar el nombre de la Confederación para la República, o relativamente al cese de los
derechos de exportación como recurso nacional en 1866.

Cuando la labor de la Convención se hallaba empantanada por la cuestión de la impugnación de


los diplomas de los convencionales sanjuaninos, correntinos y del salteño Sola, los bloques llegaron a un
acuerdo sobre la base de la aprobación de los diplomas de los correntinos y del salteño Sola, pero
dejando sin la conformidad reglamentaria a los de San Juan, nombrados por influencia del gobernador
de esa provincia, José Antonio Virasoro, que era personaje repudiable para los liberales porteños. Este
acuerdo fue gestado por los amigos de Urquiza, Benjamín Victorica, Juan Francisco Seguí y Salvador
María del Carril, por un lado, y por Dalmacio Vélez Sarsfield, hombre de Buenos Aires, por el otro.

El acuerdo incluyó también la aprobación de todas las reformas propuestas por Buenos Aires, con
las siguientes excepciones: 1) La República se denominaría indistintamente Confederación Argentina,
Provincias Unidas del Río de la Plata y República Argentina, empleándose las palabras Nación Argentina
en la formación y sanción de las leyes; 2) La cuestión relativa a los derechos de exportación se transó
estableciéndose que ellos serían nacionales hasta 1866, pero agregándose que a partir de esta fecha ellos
tampoco podrían ser provinciales; 3)La última parte del artículo 31 establecería que la provincia de
Buenos Aires debería respetar los tratados celebrados en la época de la secesión, salvo los «ratificados
después del pacto de 11 de noviembre de 1859». De tal manera que el Tratado con España de 1859,
ratificado por el congreso de Paraná en febrero de 1860, no obligaba a Buenos Aires, a menos que el
Congreso Nacional, integrado por representantes de esa Provincia, lo ratificara nuevamente en el futuro.
Durante el gobierno de Mitre, en 1863, se celebró un nuevo Tratado con España, salvándose para
Argentina el principio de «jus soli»; 4) En materia de residencia exigida para legisladores nacionales,
tanto para diputados como para senadores, las respectivas disposiciones establecieron: «ser natural de la
provincia que lo elija, o con dos años de residencia inmediata en ella»; 5) No se estableció número de
jueces y fiscales de la Corte Suprema de Justicia que serían fijados por el Congreso Nacional.

El 24 de septiembre de 1860 se aprobaron las reformas, y el 1^ de octubre el presidente Derqui


procedió a promulgarlas. El 21 de octubre, Bartolomé Mitre, que hasta ese momento era disidente, juró
la Constitución de 1853 con las reformas que terminaban de introducírsele, como gobernador de la
provincia de Buenos Aires.

Nueva ruptura. Pavón y sus consecuencias

Santiago Derqui y Juan Esteban Pedernera asumieron como presidente y vicepresidente de la


Nación, el 5 de marzo de 1860. La lucha por el poder, al término de la presidencia de Urquiza, se libró
entre Alberdi, del Carril y Derqui. El primero quedó descartado por su deslucida actuación en el Tratado
con España. Entonces Alberdi le insinuó a Urquiza la reforma de la Constitución para que éste pudiera
ser reelecto422. Pero el entrerriano, en uno de los gestos recomendables de su vida, desechó esta
sugerencia. Del Carril, vicepresidente durante la gestión de Urquiza, quedó también desechado, culpado
por no actuar con presteza en resguardo de la vida de Benavídez, en momentos en que estaba en ejercicio
de la presidencia por ausencia de Urquiza. Ya sabemos que el caudillo sanjuanino fue inmolado por el
liberalismo, con el que simpatizaba del Carril. Quedaba Derqui, por el que Urquiza se decidió, y según
Coronado, recomendó a los gobernadores provinciales tal candidato 423. Se inicia así, con alguna
excepción, una larga serie de designaciones presidenciales, poco más o menos decididas por el
presidente saliente.

Mientras tanto, Mitre, que fue desde el 11 de septiembre de 1852 afirmando su liderazgo en la
provincia de Buenos Aires, con una astucia sin parangón -de la que fue buena muestra, en la etapa que
relatamos, su infiltración entre los poco cautos Derqui y Urquiza-, logró ser elegido gobernador titular de
esa provincia en mayo de 1860.

La República aparecía con tres cabezas: el presidente Derqui, residente en Paraná; Urquiza, aun
el hombre fuerte de la Confederación, gobernando a Entre Ríos desde Concepción del Uruguay, pues
previsoramente había desfederalizado a dicha Provincia al descender de la presidencia; y Mitre,
gobernador de lo que, a pesar de Cepeda y del Pacto de San José de Flores, aun continuaba llamándose
Estado de Buenos Aires.

En estas circunstancias, el gobierno de Derqui solicitó a Mitre que en cumplimiento del


mencionado Pacto procediese a entregar la aduana de Buenos Aires a la Confederación. Mitre envió a
Vélez Sarsfield a Paraná, quien con suma habilidad, obtuvo el 6 de junio de 1860 un convenio de todo
punto de vista favorable a Buenos Aires: 1) La Convención Nacional ad-hoc se reuniría en Santa Fe y no
en Paraná, y los convencionales serían naturales de las provincias o residentes en ellas, todo según quería
Buenos Aires; 2) El Congreso de Paraná prorrogaría sus sesiones para que pudiesen incorporarse los
senadores y diputados nacionales que representarían a Buenos Aires, una vez que se reformase la
Constitución; 3) La aduana de Buenos Aires y su ejército continuarían administrados por la Provincia,
hasta que, incorporados los legisladores nacionales porteños al Congreso, éste dispusiera sobre la
manera de hacer efectiva la garantía que el Pacto de San José de Flores otorgaba a dicha provincia, de
cubrir su presupuesto hasta cinco años después de su incorporación; 4) Buenos Aires adelantaría un
millón y medio de pesos mensuales para gastos de la Confederación; 5) Los productos porteños
quedaban libres de derechos de introducción en las aduanas provinciales, y viceversa. Por consiguiente,
el punto crucial del Pacto de San José de Flores, la nacionalización de la aduana de Buenos Aires, se
postergaba.

Con motivo de la celebración del 9 de julio, en 1860, Derqui y Urquiza visitaron Buenos Aires.
Desfiles, banquetes, tedeum, abrazos, funciones de gala en el teatro Colón, fuegos de artificio, jalonaron
dos semanas de confraternidad entre quienes no hacía un año habían dirimido supremacías en los
campos de Cepeda. La masonería adhirió jubilosa a los festejos. El 18 de julio, el Gran Oriente elevó a
Derqui, Mitre, Urquiza, Sarmiento y Gelly y Obes, los dos últimos, ministros de Mitre, al grado 33 de la
organización, el más alto al que se podía aspirar. El 27, en el Templo de la Logia Unión del Plata, se
realizó una tenida de proporciones, en la que los tres protagonistas máximos de nuestra política se
abrazaron y juraron «obligarse por todos los medios posibles a la pronta y pacífica constitución definitiva
de la unión nacional»424.

La política de conciliación inaugurada, se selló con el nombramiento que realizó Derqui, de


Norberto de la Riestra, hombre del entorno de Mitre, como su ministro de Hacienda (agosto de 1860).
En septiembre sesionó la Convención nacional ad-hoc con los resultados ya conocidos; parecía que la
República entraba por los carriles de su definitiva unión y pacificación. Pero desde aquí en más, diversos
sucesos que fueron aconteciendo, enfriaron primeramente, enturbiaron a renglón seguido y, finalmente,
disiparon, el clima de entendimiento existente entre los tres personajes.

Ya hemos visto que en la Convención nacional hubo un acuerdo entre urquicistas y mitristas,
admitido por Derqui, que zanjó los problemas existentes. Urquiza intentaba ganarse a los liberales
porteños, frente a un Derqui que comenzó a dar señales de querer manejarse con independencia del
entrerriano, y que parecía inclinarse a apoyarse en los liberales. Una carta de Derqui a Mitre del 17 de
octubre, es reveladora: «Ya comuniqué a Ud. en ésa mi resolución de gobernar con el partido liberal
donde están las inteligencias, y por eso tengo que trabajar en el sentido de darle mayoría parlamentaria,
sin lo que no podría hacerlo; y tengo seguridad de dársela» 425.

Darle mayoría parlamentaria en el congreso de Paraná a los liberales, significaba desalojar a los
afectos a Urquiza. Para ello Derqui apeló a la reforma constitucional sancionada; ahora se requería que
los diputados y senadores fueran naturales de las provincias que los elegían o con dos años de residencia
inmediata en ellas. Y había legisladores urquicistas en Paraná que no llenaban estas exigencias: eran los
«alquilones» de Urquiza, en la jerga despreciativa de los porteños. El 26 de octubre, Derqui decretó la
elección de diputados y senadores nacionales para reemplazar a los que estando en funciones, no
reunían los recaudos que ahora reclamaba la Constitución. En realidad, la pretensión de Derqui era una
enormidad jurídica: significaba aplicar con efecto retroactivo la reforma de la Constitución que no podía
regir sino para el futuro. Los legisladores «alquilones» en ejercicio, tenían derechos adquiridos que no
podían desconocerse.

Las provincias se negaron a aplicar este decreto y Derqui quedó burlado en sus propósitos, y por
supuesto, Urquiza se puso alerta y quedó resentido.

En noviembre, los tres influyentes políticos se encontraron nuevamente, esta vez en el Palacio
San José. Fue evidente el enfriamiento de las relaciones entre Derqui y Urquiza. En lo único en que se
pusieron de acuerdo los tres, fue en solicitarle la renuncia al gobernador sanjuanino José A. Virasoro. La
nota no le llegó a éste, pues el 16 de noviembre, mientras desayunaba rodeado por su familia, fue
bárbaramente ultimado por los liberales de esa provincia. Este asesinato tenía sus autores morales: en
un artículo de «El Nacional», periódico porteño, Sarmiento proclamó que los liberales sanjuaninos
tenían «el derecho a deshacerse de un tirano a todo trance». Pelliza afirma que este diario anunció seis
días antes, el asesinato de Virasoro. Los revolucionarios proclamaron gobernador a Antonio Aberastain.
Se presume documentalmente que el gobierno de Mitre los financió 426.

Derqui, de acuerdo con Mitre, envió a San Juan una comisión presidida por el federal Juan Saa y
los mitristas Paunero, Conesa y Lafuente. Los cuatro integrantes se encontraron en San Luis y decidieron
adoptar una actitud pacífica. Pero al llegar Saa a Mendoza, en viaje a San Juan, se encontró con cartas de
Urquiza, autorizadas por Derqui, que quería satisfacer al colérico gobernador de Entre Ríos, en las que se
le daban instrucciones en el sentido de desconocer al gobierno revolucionario y detener a los culpables
del homicidio de Virasoro; enterados Conesa, Paunero y Lafuente, se apartaron de la misión. Con tropas
mendocinas, Saa se dirigió a San Juan donde Aberastain decidió resistir, pero derrotado éste en la
Rinconada del Pocito, enero de 1861, fue fusilado por un subordinado de Saa.
Son ahora los liberales con Mitre a la cabeza, los que se rasgan las vestiduras. Ante los reclamos
de Mitre, Urquiza contesta: «Seguro estoy que si triunfan las fuerzas de Aberastain, se hubiesen
ensañado igualmente. Cierto es que es horrorosa la muerte de los hombres que se llaman decentes;
despreciable la de los pueblos, la de los pobres paisanos que se sacrifican sólo por respeto y decisión y
aquéllos por pasión y conveniencia. La muerte de los asesinados en Villamayor es despreciable, porque
era de mazorqueros; la de San Juan, el 16, lo mismo...» 427.

Otro hecho terminó de envenenar las relaciones ya deterioradas. Aprobadas las reformas de la
Constitución por la Convención Nacional, debía materializarse el ingreso de los legisladores porteños al
Congreso Nacional que sesionaba en Paraná. Los diputados fueron elegidos no por la ley nacional de
elecciones, que de acuerdo a la Constitución Nacional consideraba a cada provincia como un distrito
único, sino por la ley provincial en la materia, que dividía la provincia de Buenos Aires en siete distritos
electorales: uno comprendía a la ciudad de Buenos Aires y los otros seis dividían a la campaña. Esto así,
porque el gobierno de Mitre entendía que la Constitución Nacional y las leyes de la Confederación no
debían regir en Buenos Aires hasta tanto no se produjera precisamente la incorporación de los senadores
y diputados porteños al Congreso Nacional. Derqui, consultado por Mitre, había aprobado esta forma de
elección, pero Urquiza no quiso saber nada, cuando los doce diputados y dos senadores de Buenos Aires
van a Paraná, a los senadores les permitieron incorporarse a su Cámara respectiva, pero los diputados
fueron rechazados en el correspondiente cuerpo del Congreso.

Fue un acto inútil, que terminó de deteriorar las ya trabajosas relaciones. Hacia esta época, abril
de 1861, comenzaron los aprestos militares en Buenos Aires y en la Confederación. El temor mutuo y el
desánimo comenzaron a producir frutos amargos.

Urquiza, según el ministro inglés Thornton, en nota a su gobierno, «está muy deseoso de
separarse enteramente del resto de la República y formar una Nación independiente, que estaría
compuesta por las dos provincias de Entre Ríos y Corrientes», según le informaban «muchas personas
inteligentes y bien formadas». Hablando con Urquiza, Thornton advirtió que esa idea rondaba por la
mente del caudillo428. Por su parte, Norberto de la Riestra, ahora ministro de Mitre, le sugiere a éste la
independencia de la provincia de Buenos Aires. Mitre recoge la idea y se deciden tres misiones
diplomáticas: Lorenzo Torres a Asunción, José Mármol a Río de Janeiro y Francisco Pico a Montevideo,
cuyos objetivos eran escudriñar las opiniones de esos gobiernos para el caso de que Buenos Aires se
emancipara429.

A fin de evitar la guerra, mediaron los representantes diplomáticos peruano, inglés y francés,
quienes fracasaron a pesar de la entrevista entre Derqui, Mitre y Urquiza en el buque de guerra inglés
«Oberon» (agosto de 1861). Las relaciones entre Derqui y Urquiza, que había aceptado el comando
general de las fuerzas de la Confederación, terminaron de desquiciarse cuando aquél olvidó cartas que
cayeron en poder de Urquiza. Por esas notas, dirigidas por Mateo Luque y Eusebio Bedoya al presidente,
Urquiza se enteró de los proyectos de éste: independizarse de la tutela del entrerriano, trasladar la
capital de Paraná a Córdoba y otorgar el mando del ejército confederado a Juan Saa. Quizás este hecho,
que según expresiones de Urquiza significaba una traición de Derqui, contribuyó como ninguno para que
marchase desanimado a enfrentarse con las fuerzas porteñas comandadas otra vez por Mitre.

El nuevo encuentro fratricida se produjo en los campos de Pavón, el 17 de septiembre de 1861. La


caballería entrerriana arrolló completamente la caballería porteña, llevándola a cruzar el Arroyo del
Medio en su persecución. En el centro, la infantería y artillería porteñas prevalecieron un tanto; pero el
desastre de su caballería hacía presagiar, al llegar la noche, que al día siguiente, la brava caballería
entrerriana, ayudada por su infantería y artillería, terminaría con la resistencia mitrista. Pero durante
esa noche ocurrió algo totalmente imprevisto: Urquiza ordenó la retirada de sus tropas y emprendió la
vuelta a Entre Ríos. El aparente vencedor, Mitre, en vez de avanzar, retrocede, cruza el Arroyo del Medio
y acampa en las inmediaciones de San Nicolás, unos treinta kilómetros al sur del campo de batalla,
donde el 19 de septiembre recibe noticias de la retirada de Urquiza, y por ende, ¡oh sorpresa!, que es el
ganador de la batalla. ¿Ha habido un acuerdo con Urquiza? Este es un pasaje de nuestra historia no
suficientemente dilucidado. Lo concreto es que desde su campamento en San Nicolás no se mueve hasta
el 6 de octubre, cuando logra rehacer su caballería, 17 días después. El 11 de octubre ocupa Rosario.

Mientras tanto, Urquiza se instala en Concepción del Uruguay, y aquí recibe instancias de Derqui,
del gobernador de Santa Fe Pascual Rosas, y de otros personajes, a fin de lograr su retomo al frente de
guerra. Pero se niega. Entrevistado por enviados de Derqui, manifiesta, explicando de alguna manera su
misteriosa actitud: a una observación enérgica del diputado Aráoz haciéndole presente lo que debía a sus
glorias y a su responsabilidad como jefe del partido nacional, el general sin dejarlo terminar respondió
rápidamente: «En cuanto a jefe de partido, no lo soy, ni pesa sobre mí responsabilidad alguna; he sido
traicionado. No insistan ustedes, fueron sus últimas palabras. Yo no he querido la guerra, se ha podido
evitar y no se ha querido; se me ha considerado inútil al saber la derrota del enemigo. Mi resolución está
tomada. ¡Que me formen consejo de guerra!» 430.

El que no pierde el tiempo es Sarmiento, quien al enterarse de la retirada de Urquiza, le escribe a


Mitre, el 20 de septiembre: «Necesito ir a las provincias. Usted sabe de mi doctrina. Los candidatos están
hechos de antemano... ¿Valgo yo menos que cualquiera de los torpes que mandan un regimiento de
caballería?... No trate de economizar sangre de gauchos. Esto es un abono que es preciso ser útil al país.
La sangre es lo único que tienen de seres humanos... En la época grandiosa que atravesamos yo no me
quedaré maestro de escuela, pegado a un empleo, ni periodista. Me debo a algo más... No deje cicatrizar
la herida de Pavón. Urquiza debe desaparecer de la escena, cueste lo que cueste. Southampton o la
horca... Valgo más que todos esos compadres que me prefiere... Sobre Santa Fe tengo algo muy grave que
proponerle. Desde 1812 este pedazo de territorio sublevado es el azote de Buenos Aires. Sus campañas
desoladas por sus vándalos... Buenos Aires recobra su antiguo dominio y jurisdicción, el Rosario será
gobernado por sus jueces de paz... Puede darse a Córdoba Santa Fe como frente fluvial y resguardo de sus
campos de pastoreo, tomando el Carcarañá como línea divisoria... Estoy ya viejo y necesito hacer algo...
Puedo en las provincias, y deseo ser el heraldo autorizado de Buenos Aires... ¡Que golpe de teatro
embarcarse e ir al Paraná! Quien podría sugerirle la idea de quemar ordenadamente, los
establecimientos públicos, esos templos polutos. Un abrazo y resolución de acabar» 431.

Mientras tanto Derqui, que pretende continuar la lucha prescindiendo de Urquiza, pronto se
convence que sin éste y su invencible caballería, era imposible todo intento de revertir la situación, y el 5
de noviembre se embarca en una cañonera inglesa y se exilia en Montevideo. Asume el vicepresidente
Pedernera, quien envía nota tras nota a Urquiza para que éste abandone su actitud y hasta solicitándole
órdenes; el señor de San José contesta con un mutismo absoluto.

Finalmente, el 25 de noviembre, la esfinge habló para indicarle a la Legislatura de su provincia lo


que debía hacer, y que ella cumplió sumisamente: 1) La provincia de Entre Ríos reasumía su soberanía
hasta que en paz las provincias volviesen al imperio de la Constitución; 2) Entre Ríos se declaraba en paz
con todas las demás provincias, inclusive Buenos Aires; 3) Entre Ríos sería depositaría de todos los
bienes y pertenencias existentes en su territorio que fueran propiedad de la Confederación, incluso de las
aduanas, que de paso se constituirían en garantía de la deuda de la nación respecto de esa provincia.

Pedernera, que ha debido hipotecar la casa de gobierno de Paraná para sufragar algunos gastos
elementales -tal era la penuria del erario de la Confederación- enterado de la decisión de la Legislatura
de Entre Ríos, que significaba que Urquiza abandonaba la causa de la Confederación, de las doce
provincias restantes y hasta del partido federal, declara en receso el gobierno nacional entregando los
bienes de éste a personeros de la provincia de Entre Ríos, lamentándose haber conocido el nuevo
«pronunciamiento» de Urquiza por terceros y no por éste. En Paraná, los pobladores reciben con
espanto la noticia, según revela el coronel Santa Cruz 432.

El acuerdo entre Urquiza y Mitre, según parece, fue logrado después de largas gestiones de Juan
de la Cruz Ocampo, primero, y de Salvador María del Carril, posteriormente. Significaba la entrega de la
Confederación al mitrismo y la reclusión de Urquiza en su feudo donde no sería molestado.

Se abría para la República una etapa que en los cálculos debía resultar pacífica, pero que continuó
siendo sangrienta.

El primer episodio ocurrió en Cañada de Gómez, en cuyas inmediaciones acampaban unos 500
federales, efectivos que habían lidiado en Pavón. En la madrugada del 22 de noviembre, mientras en el
campamento se dormía, los soldados fueron rodeados sigilosamente por fuerzas de Mitre al mando de
Venancio Flores, oficial oriental, y masacrados vilmente. Para el ministro de guerra de aquél, Gelly y
Obes, los muertos federales ascienden a 300, mientras que el parte de Flores acusa 2 heridos leves entre
los mitristas. Gelly y Obes escribe: «El suceso de la Cañada de Gómez es uno de los hechos de armas muy
comunes, por desgracia, en nuestras guerras, que después de conocer sus resultados aterrorizan al
vencedor cuando éste no es de la escuela del terrorismo. Esto es lo que le pasa al general Flores, y es por
ello que no quiere decir detalladamente lo que ha pasado... Esto es la segunda edición de Villamayor,
corregida y aumentada»433. Mientras, Sarmiento se regocija con el suceso: Los gauchos «son animales
bípedos implumes de tan perversa condición que no sé que obtenga con tratarlos mejor» 434. Así
comenzaban las fuerzas de Mitre su tarea de copamiento del interior de la República.
3. Mitre encargado del Poder Ejecutivo Nacional

Sumario: La normalización constitucional. Liberales y federales.

La normalización constitucional

Fue Salvador María del Carril el que en enero de 1861 logró el acuerdo definitivo entre Urquiza y
Mitre: Entre Ríos delegaría en Mitre el poder ejecutivo nacional, licenciaría sus tropas, admitiría que el
gobernador de Buenos Aires reuniera el Congreso donde le pareciera mejor, y entregaría las aduanas
nacionales existentes en su territorio al nuevo detentador del poder ejecutivo. Ante la exigencia porteña
de abandonar el poder, promete hacerlo cuando pudiera alejarse dignamente, a lo que Mitre asiente,
bajo promesa del entrerriano que lo apoyaría en su gestión 434 bis.

Detrás de Entre Ríos, Córdoba delegó en Mitre el poder ejecutivo nacional, actitud que siguieron
Santiago del Estero, Tucumán, Catamarca, San Juan, Mendoza, Santa Fe y Jujuy. Curiosamente hubo
resistencias en la Legislatura porteña a conceder a Mitre plenamente ese poder ejecutivo nacional.
Solamente le otorgaron el título de «Gobernador de Buenos Aires, Encargado del Poder Ejecutivo
Nacional», con facultades en materia de relaciones exteriores, pero solamente las indispensables y
urgentes, y con obligación de mantener el orden público interno, hacer respetar por las provincias la
Constitución Nacional, atender la fronteras, percibir la renta nacional e invertirla equitativamente,
atender los asuntos urgentes que pudiesen sobrevenir, debiendo rendir cuenta al Congreso en su
oportunidad. Es decir, Mitre ejercería limitadamente el poder ejecutivo, no con las atribuciones
generales que en tal materia le había conferido Córdoba. Corrientes, por su parte, delegó en Mitre la
prerrogativa de convocar al Congreso Nacional y manejar las relaciones exteriores, como La Rioja y San
Luis. Salta sólo expresó su aceptación de la situación que prevaleciera después de Pavón.

Durante abril hubo elección de diputados y senadores nacionales, bajo la influencia de los
gobernadores provinciales y de las fuerzas de ocupación mitrista en algunas provincias. Salvo en
Córdoba y en Buenos Aires, las elecciones fueron tranquilas. En Córdoba lucharon dos fracciones
liberales: la del gobernador Justiniano Posse y la de Félix de la Peña. El gobernador acusó al jefe militar
Wenceslao Paunero de favorecer a de la Peña. Posse maniobró y logró imponer a sus candidatos, pero los
diplomas de los diputados nacionales electos fueron impugnados por el Congreso Nacional. En la ciudad
de Buenos Aires, los llamados autonomistas, que se oponían a Mitre, porque quería federalizar la capital,
se negaron a votar los candidatos oficiales y sufragaron por candidatos propios.

El 25 de mayo, el Encargado del Poder Ejecutivo Nacional inauguró las sesiones del Congreso,
que provisoriamente se reunió en Buenos Aires. éste, el 12 de junio, convocó a elecciones de presidente y
vicepresidente de la República. El primer término de la fórmula lo tenía asegurado Mitre, nuevo árbitro
militar en la República; por el sitial de vicepresidente, disputaron Manuel Taboada y Marcos Paz,
obteniendo el último la mayoría suficiente de electores para quedar consagrado.

El 12 de octubre de 1862 asumían sus cargos los elegidos. Palacio describe así las expectativas que
rodearon el advenimiento de Mitre a la primera magistratura nacional: «Con poco más de cuarenta años,
es decir, en pleno vigor de su edad, se abría en esos momentos para el general Mitre la posibilidad de
hacer un gran gobierno. Recibía un país enfermo y extenuado, que se hallaba entregado a su merced. La
oposición interna estaba vencida; su jefe presunto, enclaustrado en su feudo, no quería sino obedecer.
Los testimonios de la época concuerdan en reconocer la expectativa simpática que rodeó el advenimiento
al gobierno del caudillo liberal, que venía con tanto ímpetu y profería tantas promesas. Todo el mundo
quería la paz y colaborar en ella, desde la oposición alsinista de Buenos Aires hasta Peñaloza y sus
hombres de los valles riojanos»435. Ya veremos cómo respondió el elegido a esas esperanzas.

Con respecto a la normalización constitucional del poder judicial, durante la gestión de Urquiza
no había podido organizarse el más alto organismo de esa especie, según el texto constitucional: la Corte
Suprema de Justicia; por lo que hizo sus veces la Cámara de Justicia de Entre Ríos. Derqui constituyó la
Corte bajo la presidencia de Facundo Zuviría, que no llegó a funcionar debido a que sobrevino el proceso
que llevó a Pavón. Ahora, el 10 de Octubre de 1862, fue erigido el alto organismo judicial, integrado por
los siguientes jueces nombrados por Mitre con acuerdo del Senado: Valentín Alsina, Francisco de las
Carreras, Salvador María del Carril, Francisco Delgado, José Barros Pazos y Francisco Pico. Al no
aceptar Alsina, lo sustituyó José Benjamín Gorostiaga. El cuerpo comenzó a funcionar el 15 de enero de
1863, y desde el primer momento su misión fundamental consistió en vigilar la constitucionalidad de las
leyes nacionales y provinciales, renunciando a la función política de controlar al poder ejecutivo como
sucede en Estados Unidos.

Liberales y federales

Como consecuencia de la batalla de Pavón, alrededor de Mitre se nuclearon los círculos que
habían sido unitarios, algunos exponentes del romanticismo de 1837, y hasta algunos federales atentos al
cambio de los vientos que soplaban sobre la República. Toda esta ancha franja de dirigentes políticos
constituyó el liberalismo, que se mantuvo unido por escaso tiempo, puesto que de su seno, en la
provincia de Buenos Aires, surgió una oposición cuya primera motivación más evidente fue su negativa a
admitir la federalización de Buenos Aires.

A Mitre, luego de asegurarse que Urquiza había decidido abandonar a su partido y cederle ancho
campo en el interior de la Confederación, se le presentó una grave disyuntiva. Por un lado, miembros de
su gabinete, en la gobernación de Buenos Aires, como Pastor Obligado y Norberto de la Riestra,
opinaban que ésta debía reconcentrarse en sí misma y prescindir de los «trece ranchos», como
despectivamente calificaban sectores de la dirigencia porteña, al resto de las provincias más allá del
Arroyo del Medio. Ya hemos visto que incluso Mitre apoyó la idea de la independencia bonaerense, y que
se produjeron los envíos de misiones diplomáticas para preparar el ambiente en los países del área
platense; en el caso de Brasil, es de imaginar con que expectativas alentadoras habrá recibido su
gobierno tal nueva, que le abría insospechadas posibilidades de tranquilo liderazgo de Río de Janeiro en
Sud América, ante la disolución territorial de su principal oponente 436.

Otros hombres cercanos a Mitre, en especial los de origen provinciano como Sarmiento, Vélez
Sarsfield, Marcos Paz, eran partidarios de imponer a sangre y fuego el liberalismo en el interior, que
según la expresión del gobernador santiagueño Manuel Taboada era uniformar los colores: «Yo salgo
mañana con una división sobre la línea de Catamarca, y Antonino lo hará pronto con otra sobre la
frontera de Salta. Colocados allí, veremos lo que más convenga hacer, para dejar esto de un color» 437.

Existía también otro problema: algunos liberales radicalizados, como de la Riestra por ejemplo,
querían la sustitución de la Constitución reformada en 1860 y vigente, por otra, que según este avieso
personaje, debía ser unitaria.

Afortunadamente para la suerte de la República, Mitre optó por conservar la unidad y mantener
la Constitución sin variaciones. En carta del 22 de octubre de 1861 explica: «Declarar por nuestra parte
caduca la Constitución... sería levantar una nueva bandera de guerra civil, una guerra constitucional que
hoy no asoma por ninguna parte, y a las profundas causas de desunión que nos dividen agregaríamos
pueblos que quisieran respetar la Constitución y pueblos que quisieran darla por nula. En definitiva tal
declaración no importaría otra cosa que romper los vínculos de la unión política volviendo al estado de
aislamiento o marchando hacia la independencia...». Y el 29 de octubre completa su pensamiento: «La
política de la guerra civil es que una vez lanzados a ella, nuestro destino está irrevocablemente ligado al
de la República Argentina. Tenemos que salvarnos o perecer con ella, haciendo predominar el espíritu
liberal sobre las influencias del caudillaje... La obra puede ser superior a las fuerzas de Buenos Aires
pero... debemos tomar a la República Argentina tal cual la han hecho Dios y los hombres, hasta que los
hombres con la ayuda de Dios la vayan mejorando» 438.

Lamentablemente, en vez de utilizar métodos conciliatorios con los caudillos provinciales


federales aun existentes en el interior, apeló, para sellar la unidad nacional, a una especie de guerra
santa contra ellos, de acuerdo a la prédica de Sarmiento, desde la carta del 20 de septiembre que hemos
trascripto en sus párrafos más duros. Que habría podido lograr alto objetivo por medio de la persuasión,
lo revelan conceptos del principal de esos caudillos. ángel Vicente Peñaloza, cuyo pacifismo lo denota la
carta del 8 de febrero de 1862 a Manuel Taboada, quien invadía Catamarca, y en la cual manifestaba:
«¿Por qué hacer una guerra a muerte entre hermanos contra hermanos? Las futuras generaciones
podrían imitar ese pernicioso ejemplo»439.

La República estaba harta del desencuentro fratricida y todo el mundo quería la paz. De allí la
favorable expectativa con que en general se recibió la asunción de Mitre al poder en octubre de 1862. La
actitud del liberalismo porteño, secundado por pequeños círculos del interior que habían venido
preparando el advenimiento de los nuevos tiempos, en especial en Córdoba, Santiago del Estero,
Tucumán, Salta y Jujuy, transformó a la presidencia de Mitre en un verdadero holocausto del
federalismo, arrinconado y perseguido. Nicasio Oroño, acérrimo liberal, en pleno Senado de la nación,
testimonió que en dicha presidencia se produjeron 117 revoluciones, 91 combates y la muerte de 4.728
hombres 440, sin contar las pérdidas de vidas provocadas por la guerra del Paraguay y las epidemias que
fueron su consecuencia. Este último evento bélico, que como veremos, pudo ser evitado, fue en alguna
medida también consecuencia de esa política de exterminio de todo lo que oliera a tradición o
federalismo.

Volviendo al desarrollo sucinto del plan de extirpación de los focos federales del interior, ocupado
Rosario, Mitre decidió en noviembre de 1861 la división de sus fuerzas en tres cuerpos de ejército: el
primero iría a Santa Fe, al mando de Venancio Flores, para derrocar al gobierno de esa provincia; el
segundo quedaría en Rosario, en previsión de un ataque de Urquiza; el tercero, con Paunero, se dirigiría
al interior a deponer gobiernos federales.

Venancio Flores, el 22 de noviembre, descalabraba las fuerzas federales en Cañada de Gómez,


episodio de salvaje represión ya comentado, y que preanunciaba la tónica del total de los operativos; esto
le allanó el camino a Santa Fe. Paunero va a Córdoba, donde Marcos Paz asumiría la gobernación. Una
columna, al mando de Ignacio Rivas, con quien va Sarmiento, desaloja a los Saa de San Luis haciendo
gobernador al liberal Justo Daract. Lo mismo logran en Mendoza, imponiendo a Luis Molina en calidad
de gobernador, que es favorecido por Sarmiento porque «tiene sangre en el ojo, y como otros no me
indican sino a un don Hilario Correas, excelente sujeto, me inclino por el primero, que me parece
adecuado»441.

En San Juan, el gobernador Francisco Díaz huye ante la proximidad de las tropas liberales, y se lo
hace gobernador a Sarmiento. Mientras, los Taboada se abalanzan sobre Tucumán, donde imponen otro
gobierno liberal, y sobre Catamarca, donde también opera Marcos Paz, provincia que recibe su condigna
solución liberal en la persona de José Luis Lobo. En Salta es relevado el gobernador Todd y suplantado
por el general Rojo.

El problema fue La Rioja, invadida desde San Juan por Sandes, desde Córdoba por Echegaray y
desde San Luis por Loyola. Cuando todo se estaba poniendo de un solo color, en la expresión de
Taboada, la provincia de Facundo se dispuso a resistir. Es que en ella se encontraba un peculiar caudillo,
el general ángel Vicente Peñaloza, el más pacífico y manso de los caudillos que tuvo el federalismo, ex-
soldado de Quiroga, de gran prestigio en los llanos riojanos por su generosidad, hidalguía y humanidad.
Durante la época de Rosas, luchó contra éste como elemento de la Coalición del Norte y compartió el pan
del destierro en Chile con algunos de los que ahora se constituirían en sus mortales enemigos, como
Sarmiento. El gobernador Nazario Benavidez, toleró el retorno del Chacho, tal era su mote popular, a
San Juan, bajo promesa de mantenerse tranquilo, lo que cumplió fielmente. Luego de Caseros fue vuelto
al servicio militar activo por Urquiza, quien no sólo lo hizo general, sino también comandante de la
región militar que comprendía las provincias de Catamarca y La Rioja. Pavón lo sorprende a Peñaloza en
Tucumán, y ya hemos visto que su propósito es colaborar en el logro de la pacificación de la República.
Pero no es la intención de Mitre, quien escribe a Marcos Paz el 10 de enero de 1862: «Mejor que
entenderse con el animal de Peñaloza, es voltearlo, aunque cueste un poco más. Aprovechemos la
oportunidad de los caudillos que quieren suicidarse, para ayudarlos a bien morir». En la postdata
remacha el concepto: «Al Chacho es preciso que se lo lleve el diablo barranca abajo» 442.

Aprovechando la ausencia de su caudillo, La Rioja se ha visto invadida por los cuatro costados. El
Chacho consigue, no obstante, entrar triunfalmente en la ciudad de La Rioja y aunque quiere la paz bajo
condición de la desocupación de su provincia por tropas mitristas, Paunero, jefe de la represión, no
acepta y adopta una postura durísima: degüello de prisioneros por Sandes después de la acción de
Aguadita de los Valdeses; incendio de los pueblos de Mazán y Aymogasta; fusilamiento de prisioneros
cuyos restos son expuestos, colgados; aplicación de tormentos mediante el «cepo colombiano» de
horrible efecto; mujeres de los montoneros federales llevadas a servir como prostitutas para escarmiento
de quienes no querían entregarse. A pesar de todo, Peñaloza resistió heroicamente entre febrero y mayo
de 1862.

Ante la evidencia de la dificultad de reducirlo, Paunero envía al rector de la Universidad de


Córdoba, Eusebio Bedoya, y al estanciero Manuel Recalde a buscar al caudillo para lograr la paz.
Encuentran bien dispuesto al Chacho, y el 29 de mayo llegan a un acuerdo con él conocido como paz de
«La Banderita». El caudillo sólo pide la evacuación de La Rioja, esto es, la devolución de la autonomía a
esa provincia. Llega el momento de facilitar las armas por parte de los montoneros a los jefes del ejército,
y hacerse mutua restitución de los prisioneros. La escena es narrada por José Hernández, quien
puntualiza que entregados los prisioneros por Peñaloza, quienes manifestaron de viva voz haber sido
bien tratados, no logró que los mudos, asombrados y avergonzados jefes mitristas le devolvieran los
propios, que habían sido prolijamente fusilados. Situación que mereció del caudillo riojano esta
reflexión, en medio de los sollozos del mediador Bedoya: «¿Cómo es, entonces, que yo soy el bandido, el
salteador, y ustedes los hombres de orden y principios?» 443. Pregunta que sigue haciendo Peñaloza a un
sector de nuestra crítica histórica.

La clase «decente» riojana no estaba conforme con esta solución del conflicto, como no lo estaba
en San Juan Sarmiento, y en Mendoza otro hombre de su hechura, Luis Molina, perseguidor del
paisanaje, para quien las hijas del pueblo humilde eran sólo «chinitas para regalar», según refiere el
teniente coronel Lino Almandos444, y que según Paunero quería que a los federales «se los demos
colgados en alguna de sus plazas» 445.

Ante la violación de lo convenido en «La Banderita», dada la persecución que sufrían sus
parciales, la montonera federal reaparece en San Juan, San Luis, Catamarca, La Rioja; en ésta derrocan
al gobernador Francisco S. Gómez. Mitre nombra como director de la guerra a Sarmiento, con estas
instrucciones: «...declarando ladrones a los montoneros, sin hacerles el honor de considerarlos como
partidarios políticos, ni elevar sus depredaciones al rango de reacción; lo que hay que hacer es muy
sencillo...»446.

En Punta del Agua, provincia de San Luis, Sandes e Iseas, después de un encuentro con los jefes
federales de Ontiveros y Puebla, fusilan prisioneros. El Chacho declara entonces la guerra el 16 de abril
de 1863, el grito de Guaja, esperando sacar a Urquiza de la inacción. Lo que sigue es homérico. La Rioja
queda en manos federales, y Catamarca, San Juan, Mendoza y San Luis se insurreccionan contra los
gobernadores y las armas mitristas. Peñaloza invade Córdoba y entra en su capital; antes de hacerlo ha
escrito a Urquiza invitándolo a ponerse al frente de lo que él llamaba la «reacción». Pero el entrerriano
lo alienta a través de Benjamín Victorica sin hacer absolutamente nada por Peñaloza. Tomada Córdoba,
la situación se torna tan grave, que debe acudir el propio Paunero con refuerzos para reducir al bravo
riojano. Sale campo afuera y en las proximidades de Córdoba da la batalla de Las Playas, donde la
inferioridad de sus armas rudimentarias le juega una mala pasada ante el mejor equipamiento bélico de
Paunero. Este admite que los 2.000 cordobeses y riojanos de Peñaloza han tenido 300 muertos, contra
14 bajas propias: aquello fue una incalificable matanza según lo da a entender Victorica 447.

Las Playas fue decisiva para Peñaloza. Ataca San Juan pero es nuevamente derrotado, y entonces
se refugia en los llanos riojanos, en el pueblito de Olta. Allí lo detiene una partida; llegado el comandante
Irrazábal, le atraviesa el vientre de un lanzazo en presencia de la esposa del caudillo. Le corta la cabeza,
que expone en la plaza de Olta, y una oreja que envía a Natal Luna en La Rioja como prueba de que el
Chacho ha caído. Sarmiento exulta escribiendo en estos términos a Mitre, el 18 de noviembre de ese año
1863: «...he aplaudido la medida, precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado
pícaro y ponerla en expectación, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses» 448.

En este año 1863 comienzan a producirse los pródromos de ese gran holocausto que fue la guerra
del Paraguay, desatada en 1865, causante de la muerte de alrededor de 25.000 jóvenes argentinos, de
cuyas causas ya daremos noticias. Convocadas las reservas del interior provinciano para acudir al frente
de esa contienda, buen número de paisanos se negó a concurrir a la lucha que no sentían como propia.

En Mendoza, en noviembre de 1866, se sublevaron milicianos llamados por el gobernador


Melitón Arroyo para ser conducidos a pelear en Paraguay, en lo que se denominó «revolución de los
colorados», por adoptar como distintivo el cintillo punzó; nombraron gobernador de Mendoza a Carlos
Juan Rodríguez, elevada figura del federalismo, que había estado preso hasta el estallido, quien le dio
fundamento a la rebelión manifestando que en Mendoza no existía la forma republicana de gobierno,
«porque la legislatura compuesta de veinticinco diputados, contaba con veintiuno de una misma
familia», llamándole a eso «oligarquía» 449.

Juan Saa, que retorna de Chile, toma el gobierno de San Luis, dando un manifiesto atacando «a
los hombres del Gobierno Federal, a sus agentes del interior, a la triple alianza y a los partidarios de la
guerra (contra el Paraguay), anunciando que la oscura revolución de presos iniciada en Mendoza
pondría término al poder oprobioso que se había enseñoreado del país desde la carnicería de Cañada de
Gómez»450. Carlos ángel, secuaz de Peñaloza, se encumbra en La Rioja, y Juan de Dios Videla en San
Juan. Todo el oeste es un incendio. Los revolucionarios reciben el invalorable apoyo del catamarqueño
Felipe Varela, subordinado de Peñaloza en las luchas de 1862 y 1863, quien llega desde el exilio en Chile
al frente de unos 200 hombres. Integra la «Unión Americana», organización que intenta la reacción
hispanoamericana contra atropellos de Estados Unidos en Nicaragua, de España en Santo Domingo, y de
Inglaterra, Francia y España en Méjico. Varela, en su proclama, ve la guerra del Paraguay como fruto de
la intervención mitrista y brasileña que lesiona la autodeterminación de ese país, y llama a Urquiza a
ponerse al frente del «gran movimiento nacional». Pero Urquiza no contesta, satisfecho con su papel
provechoso de proveedor del ejército argentino en el frente paraguayo, y con la posibilidad de suceder a
Mitre en la presidencia en 1868.

La situación se pone tan seria que Mitre debe desprender más de 3.000 hombres del ejército
nacional combatientes en los esteros paraguayos, y venirse a Rosario con ellos para iniciar la represión. Y
así, con la superioridad técnica que le dan sus modernos armamentos, Juan y Felipe Saa y Juan de Dios
Videla, se estrellan contra los cañones «Krupp» y la caballería de José Miguel Arredondo mandados por
Paunero: es la batalla de San Ignacio, en San Luis, en abril de 1867. Diez días después, Antonino
Taboada daba cuenta de Felipe Varela en otro histórico encuentro en las afueras de la ciudad de La
Rioja, el hecho de Pozo de Vargas, que inmortalizara una zamba famosa. Los Saa, Videla y Carlos Juan
Rodríguez, escapan a Chile. Varela continúa la lucha extenuante, llegando a tomar Salta, pero cayendo
inexorablemente en Pastos Grandes, en enero de 1869, a manos de un subordinado de Julio A. Roca.
Muere en Chile al año siguiente. Desaparece también toda resistencia federal en el oeste, salvo algún
atisbo de caudillejos de segundo orden. Sólo quedan federales en Entre Ríos, al amparo de Urquiza, que
fue respetado en su feudo y que se ha convertido en colaboracionista del régimen liberal, lo que le
acarrea ser cada vez más mal mirado por sus correligionarios.

4. La cuestión de la capital

Sumario: La cuestión de la capital. Reforma constitucional de 1866.

Se ha visto que los constituyentes de 1853 declararon en el artículo 3 de la Constitución, capital de


la República a la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores; que esto no fue aceptado por la provincia
separada y que Urquiza hubo de gobernar desde su provincia federalizada. Que al terminar su mandato
en 1860, la provincia de Entre Ríos fue desfederalizada, y que sólo Paraná fue sede de las autoridades
nacionales durante la presidencia de Derqui, mientras Urquiza volvía a la gobernación de su provincia.
Que la reforma de 1860 devolvió a la provincia de Buenos Aires su capital, estableciéndose que la capital
futura de la República sería designada por el Congreso de la Nación con acuerdo, de la o de las
legislaturas, a cuya jurisdicción perteneciera la ciudad o zona a federalizarse.

Encargado Mitre del poder ejecutivo nacional por las provincias, no admitió ir a gobernar la
República desde Paraná. La Legislatura de la provincia de Santa Fe había ofrecido su ciudad cabecera
como capital de la Nación. Otras voces hablaron de federalizar San Nicolás o San Femando. Pero el
ministro de Mitre en la provincia de Buenos Aires, Eduardo Costa, expone la opinión de aquél: Buenos
Aires debía federalizarse para asegurar el proselitismo liberal en toda la República 451. Ante esto, el
Congreso de la Nación, reunido desde mayo de 1862, en Buenos Aires, llegado el mes de agosto, en una
de sus primeras leyes, federalizó nada menos que toda la provincia de Buenos Aires. El argumento del
diputado nacional Zavaleta fue el predominante entre quienes votaron la federalización: la necesidad de
«extinguir radicalmente el caudillaje» 452. Era ir más allá de lo que había pretendido el mismísimo
Rivadavia: de un plumazo se pretendía hacer desaparecer la autonomía de toda la provincia de Buenos
Aires.
Hacía falta, de conformidad con el artículo 3 de la Constitución, el acuerdo de la legislatura
porteña. El Club Libertad, cuya alma era el hijo del prominente ex-unitario Valentín Alsina, llamado
Adolfo, se puso en acción para evitar que la Legislatura porteña admitiese la federalización de la
provincia, lo que significaba su desaparición como tal; de allí el nombre de «autonomismo» que tuvo su
fracción política de larga y trascendental actuación en los próximos años. Frente al autonomismo,
quedaron con Mitre quienes consideraron que la autonomía porteña debía sacrificarse en beneficio de la
Nación y que, por ende, recibirían el nombre de «nacionalistas». El enfrentamiento de estas dos
corrientes del partido liberal se profundizó de aquí en más, especialmente por las dotes de liderazgo que
demostró el jefe del autonomismo, Adolfo Alsina, proceso que ya analizaremos en el próximo capítulo.

Volviendo a la cuestión de la capital, la Legislatura porteña, animada por el Club Libertad,


rechazó la solución del Congreso Nacional, y se volvió a fojas cero. Entonces Mitre forzó un desenlace
conciliador, amenazando con su renuncia. Se llegó a la «ley de compromiso», que sancionó el Congreso a
principios de octubre, y a la que la Legislatura le prestó su acuerdo. Por ella, la ciudad de Buenos Aires
sería por cinco años residencia de las autoridades nacionales, las que tendrían jurisdicción sobre todo el
municipio, esto sin dejar de ser capital de la provincia de Buenos Aires. El municipio seguiría teniendo
su representación en la Legislatura de la provincia, y se dejaba a ésta la administración del Banco de la
Provincia de Buenos Aires, los demás establecimientos públicos radicados en la ciudad, y los juzgados y
tribunales de justicia.

Mientras se aproximaba el vencimiento del plazo de cinco años establecido, comenzó a crecer la
urgencia por resolver el problema. El primer parlamentario que afrontó la cuestión, fue el senador
nacional Martín Piñero, quien en junio de 1866, presentó en su Cámara un proyecto de ley declarando
capital de la República a Fraile Muerto, hoy Bell Ville, con excelente ubicación en el centro de la
República. El proyecto fue cruzado por otros legisladores, que consideraban debía ser aplazada la
solución de la cuestión, debido a la guerra del Paraguay en la que se estaba. En septiembre, el Congreso
devolvió a la provincia de Buenos Aires el gobierno del municipio de la ciudad, que le había conferido la
«ley de compromiso» a la Nación, debido a las tensiones entre los poderes nacionales y provinciales por
ese problema. Ahora sí que la potestad nacional era un mero «huésped» de Buenos Aires.

En julio de 1867, el diputado nacional Manuel Quintana, presentó en su Cámara una iniciativa
por la cual se declaraba capital de la República la ciudad de Rosario. Concomitantemente, la Legislatura
de la Provincia de Córdoba ofrecía su ciudad capital para serio de la República, y la Legislatura de la de
Santa Fe hacía otro tanto con Rosario, mientras algunos diputados presentaban otro proyecto pensando
que la capital debería estar en el trayecto del ferrocarril de Rosario a Córdoba. Quintana recomienda
Rosario por carecer de significación política, poseer comercio y población propios 453, independientes del
resto de la provincia, la que debía poner su acento en la colonización del Chaco, y ostentar buenas
comunicaciones con el resto de la República. Condena a los que quieren obtener la estabilidad de las
instituciones colocando la capital «a la par de los caciques de la pampa», escogiendo «un desierto» para
residencia de autoridades454. Diputados aprobó el proyecto de Quintana, pero el Senado lo rechazó por
apenas un voto.

Al vencer en octubre de 1867 el término de cinco años de la ley de compromiso, el poder ejecutivo
nacional, mediante un decreto, resolvió fijar su mera residencia en la ciudad de Buenos Aires, fundando
esta decisión, en el derecho de simple residencia que los poderes públicos nacionales tienen en cualquier
punto del territorio argentino, esperando que el Congreso le diera definitiva solución a la cuestión.

En mayo de 1868, el senador Joaquín Granel insiste con el proyecto de federalizar Rosario.
Después de intenso debate, el Senado lo aprueba y también lo hace Diputados, no obstante hay en ambas
cámaras votos para otras soluciones: Las Piedras, hoy Villa Constitución; Villa Nueva, frente a Villa
María en Córdoba; Buenos Aires; Córdoba. De tal manera que Rosario parece va a ser la capital de la
República. Pero el presidente Mitre veta la sanción del Congreso, y como en éste no se reúnen los dos
tercios de votos de sus cámaras para sobreponerse al veto, la capitalización de Rosario no se concreta.
Mitre argumenta que debía ser consultado su sucesor, Sarmiento, al respecto. En realidad, las
verdaderas razones las da el ministro Eduardo Costa en el debate en Diputados: «...porque se han
arraigado aquí grandes intereses que han de sentirse heridos si estas autoridades salieran del recinto de
la ciudad de Buenos Aires»455.

Durante la presidencia de Sarmiento, Granel vuelve, en mayo de 1869, con su proyecto de


federalización de Rosario, que es sancionado por ambas cámaras. La cosa está ahora en manos de un
presidente provinciano, y no porteño. Pero Sarmiento veta por segunda vez a Rosario, fundado en la
«difícil situación política y económica» por la que atravesaba la República; en la guerra del Paraguay,
que exigía conservar la capital en Buenos Aires, la más rica, inteligente y poblada de la República, para
«mantener el crédito interior y exterior en las ventajosas condiciones en que hoy se encuentra» 456.
Tampoco le fue posible al Congreso insistir con los dos tercios exigidos por la Constitución. Oroño, dice
en el Senado que el presidente no quería salir de Buenos aires para no desprenderse de los elementos de
fuerza, poder y opinión, para gobernar apartándose de las instituciones, no faltando más que se
mandaran intendentes a las provincias como en tiempos de los virreyes 457.

Entre 1870 y 1871 se presentaron proyectos en una u otra Cámara federalizando Rosario, Buenos
Aires, Córdoba, San Femando o Villa María. En el Senado, finalmente en 1871, la votación favoreció a
Villa María, en un área cuadrada de veintiséis kilómetros de lado. La capital se denominaría
«Rivadavia». Rawson, en diputados, encomió la excelente ubicación central del villorio elegido 458. Esta
pequeña población había adquirido relevancia en esos años, pues era estación importante del F. C.
Central Argentino y cabecera del F. C. Andino, que uniría Córdoba con Cuyo y Chile, además de estar
conectada por telégrafo y tener una población creciente. Lo mejor de Villa María era su envidiable
posición geográfica para ser capital de la República. Se creía que la inclinación del presidente hacia los
modelos yanquis facilitaría la concreción de la ley y Villa María habría de transformarse en la
Washington argentina.

Sarmiento, quien desde «Argirópolis» había preconizado en 1850 la instalación de la capital fuera
de Buenos Aires, en una zona equidistante de los centros de población e influencia del país, veta la
sanción de ambas cámaras. Es que ya «La Nación» alertaba en el sentido de que la capital en Villa María
«es una reacción contra la idea liberal»459. He aquí los argumentos de Sarmiento: llevar la capital al
«despoblado», era «alejar de la gestión de los negocios públicos a los hombres más prominentes, que por
su edad y situación están poco dispuestos a someterse a las privaciones de una residencia improvisada
en medio de los campos»; teme por el crédito interno y externo desde que se alejara la capital de los
centros comerciales; crear una ciudad nueva para la capital, podía ser posible en Estados Unidos, «tierra
tan prolífica» que en setenta años duplicó sus Estados y creó «cien ciudades y cuarenta mil villas que son
el asombro del mundo»; «el gobierno no puede decretar que se traslade a Villa María una sociedad
culta... Durante medio siglo los amigos de la libertad y de la civilización se parapetaron en las ciudades
para hacer frente al atraso de las campañas que minaban las instituciones libres; y cuando apenas cesa la
última tentativa que ha producido la tradición de los caudillos por conservar su predominio, sería tentar
a la providencia el poner por diez años el gobierno Nacional en los campos» 460.

La dogmática aseveración de que la barbarie era patrimonio del interior desértico, perseguía a
nuestros liberales hasta estos extremos. Las Cámaras no pudieron insistir con los dos tercios
reglamentarios, a pesar de que el senador Aráoz fustigó a quienes no podían hacer «el sacrificio de
patriotismo y civismo» yendo a gobernar la República desde «donde no hay palacios, donde no hay
hoteles». Insta a tener fe en la Nación, contestando a las dudas del presidente de poder construir una
capital en el desierto; faltaba «la voluntad del Poder Ejecutivo y un poco de actividad, un poco más de fe
en el porvenir del país, y un poco más de fe en la consolidación de la Nación Argentina» 461.

En 1872 y 1873, Granel insistió con su proyecto de federalización de Rosario. El primer año
fracasó, pero en 1873, nuevamente, las Cámaras votaron a la ciudad santafesina, a pesar de la opinión de
otros legisladores en favor de Villa Constitución, Villa María, o de una ciudad a levantarse entre San
Nicolás y Villa Constitución. Pero estaba Sarmiento, con sus prevenciones. Y nuevo veto, fundado en que
«disminuye el número de votos que apoyan esta idea», o en que el poder ejecutivo estaba «en medio de
las premiosas atenciones que reclama la rebelión» refiriéndose al segundo levantamiento de López
Jordán en Entre Ríos 462. Una vez más no se logró en el Congreso superar el veto presidencial.

En 1874, el diputado Villada Achával pugnó por federalizar la ciudad de Córdoba; su proyecto no
fue considerado.

Mientras gobierna Avellaneda, nuevos proyectos de distintos legisladores proponen otra vez a
Rosario, la federalización del territorio comprendido entre los arroyos Ramallo y Pavón, o Córdoba,
nuevamente. El ministro del interior de Avellaneda, Simón de Iriondo, en el debate de diputados,
propone que una convención reformadora del artículo 3 de la Constitución resolviera la cuestión, bonita
manera de aplazar la solución del acuciante problema 463. Clemente J. Villada, diputado cordobés,
contrario a la federalización de Buenos Aires, vaticinó, al oponerse a esta idea: «el cuerpo aun pequeño,
diremos así, como es la Nación Argentina, puesto que recién empieza a vivir, tendría una cabeza
demasiado grande, que absorbería todas las fuerzas vitales de aquél; y esta cabeza seguiría creciendo
desproporcionalmente con el resto del cuerpo; de manera que vendría a ser un monstruo la República
Argentina con la capital en Buenos Aires, por ser demasiado grande su cabeza» 464. Hoy comprobamos la
validez del aserto. En Diputados, triunfó la tesis de hacer de Rosario la capital de la República. En el
Senado, el proyecto durmió el sueño de los justos, pese a que en 1877 y 1878 el senador Argento insistió
en la sanción.

Ya veremos que la solución del problema llegaría en 1880 con la federalización de la ciudad de
Buenos Aires, tópico que abordaremos en el próximo capítulo.

Reforma constitucional de 1866

Este año los impuestos a la exportación cesaban como nacionales, no pudiendo ser provinciales.
Así lo disponía la reforma de 1860 que había enmendado las correspondientes disposiciones de los
artículos 4 y 64, inciso 1^, de la Constitución de 1853, para la que esos derechos serían nacionales sin
límite en el tiempo. Había sido una concesión a la provincia de Buenos Aires, cuyos hombres pensaron
que alguna vez podrían volver a pertenecerle, al menos, los derechos de exportación recaudados en su
poderosa aduana, que por el Pacto de San José de Flores había pasado a ser nacional, y esto a pesar de
que la cuestión se transó especificando que dichos derechos de exportación en 1866 no podrían ser
provinciales.

El partido liberal, que en 1859 había sido derrotado en Cepeda, y en 1860 debía soportar un
gobierno nacional con cierto matiz federal, en 1866 era el que gobernaba la República. El federalismo,
derrotado de la manera que vimos en Pavón, por la deserción de Urquiza, empezaba a ser un recuerdo.

En plena guerra con el Paraguay, el frente de guerra se tragaba fortunas en avituallamiento de la


tropa, sus sueldos, armas, etc. Hacía falta dinero. Fue por ello que Valentín Alsina presentó un proyecto
en el Senado, modificatorio de los mencionados artículos 4 y 64, inc. 1^, éste último, que desde la
reforma de 1860, era el 67, inciso 1^. También proponía la enmienda del artículo 88 respecto a
responsabilidad de los ministros del poder ejecutivo, y el artículo 100 relativo a la jurisdicción de la
Corte Suprema y de los tribunales inferiores de la Nación, que a juicio de Alsina había sido mal traducido
del texto constitucional norteamericano, cosa en la que tenía razón como hemos visto. El Congreso sólo
admitió la reforma del artículo 4, y del 67, en su inciso 1^.

Las elecciones de convencionales se realizaron el 22 de julio. El Club Libertad se abocó a una


intensa campaña contraria a la reforma, entendiendo que los derechos de exportación debían ser
provinciales, como en Estados Unidos, posición en la que coincidieron opiniones federales del interior.
Este juicio encontraba eco también en la opinión pública, que en forma cada vez más terminante se
oponía a la continuación de la presencia argentina en la guerra contra el Paraguay. Por ello, el gobierno
de Mitre tuvo que extremarse para poder imponer la reforma, que sólo obtuvo por 22 votos contra 19.

La enmienda consistió en la eliminación de la frase del artículo 4: «hasta 1866 con arreglo a lo
estatuido en el inciso 1^ del artículo 67», y en el artículo 67, inciso 1^, la supresión de las palabras:
«hasta 1866, en cuya fecha cesarán como impuesto nacional, no pudiendo serlo provincial». Con lo que,
en resumidas cuentas, los derechos de exportación pasaron a ser, definitivamente, recursos de la Nación.

5. La guerra con Paraguay


Sumario: Causas de la guerra. La Triple Alianza.

Causas de la guerra

El estudio de la etiología de esa verdadera hecatombe que fue la guerra del Paraguay, presenta
una bibliografía abundante, pero en los datos necesarios para la elaboración de una interpretación
correcta, hay lagunas considerables. Por otra parte, los hechos muchas veces se distorsionan para llevar
aguas hacia molinos políticos. Tal el caso apuntado por Miguel ángel Scenna sobre quienes afirman que
la causa de la guerra del Paraguay fue el algodón de este país, que buscaban los británicos para sus
hilanderías desprovistas del vital elemento, debido a que Estados Unidos no podía proveerlos dada su
guerra de Secesión, y al negarse Solano López a asociarse al pool algodonero británico, había provocado
la guerra, pues Inglaterra se valdría de los gobiernos títeres de Mitre y Brasil a tal efecto. Scenna
demuestra que en vez de carencia, en el mercado inglés había superabundancia de algodón, y afirma con
razón que la guerra del Paraguay comenzó cuando el Sur en Estados Unidos estaba vencido 465. De
fábulas como éstas se valen a menudo los marxistas autores de la interpretación materialista de la
historia, que cuando no encuentran la motivación económica, la inventan.

Francisco Solano López compraba manufactura y buques de guerra ingleses. El ministro inglés en
Montevideo, William Lettson miró con antipatía la política de Mitre en esta emergencia. López estaba
rodeado de colaboradores ingleses466, el constructor de su palacio, el constructor del ferrocarril y de la
fundición de Ibicuy, su médico, proveedores de armas, quienes comercializaban el tabaco paraguayo, el
farmacéutico del ejército, etc. Y la propia amante del presidente paraguayo era inglesa, madame Linch.
Dice Scenna: «¡Es curioso que un gobernante rodeado de consejeros, técnicos y asesores británicos,
fuera puesto en la mira del Foreign Office para su destrucción!» 467. El mismo autor cita a Oliver, quien
señala que «Gran Bretaña siempre favoreció al Paraguay, y que durante la guerra, al igual que Francia y
Estados Unidos, mostró simpatías por la causa guaraní, en contra de Argentina y Brasil» 468.

Protagonistas principales de esta contienda fueron Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay. Aunque
Argentina se presentaba con la variante Mitre- Urquiza. Brasil era la única potencia monárquica de Sud
América, con una fachada liberal y constitucional que se contradecía con el mantenimiento de la
esclavitud y el predominio de una oligarquía nativa que, aunque patriota, usufructuaba buena parte de la
renta nacional. Ese Brasil era ejemplo de estabilidad constitucional y convivencia pacífica, circunstancias
que había aprovechado para expandirse territorialmente hacia el norte, el oeste y el sur, por lo que, con
el correr del tiempo más que triplicaría su extensión geográfica primitiva: la señalada por el Tratado de
Tordesillas. Su Emperador, Pedro II, era todo un estadista, rodeado por una clase dirigente lúcida y
prudente, autora no solamente de una gesta emancipadora sin violencia, sino de la expansión que

señalamos, lograda en líneas generales, sin apelar a la fuerza, y como se ha visto en el capitulo anterior,
de la victoria sobre su principal escollo, Juan Manuel de Rosas, obtenida merced a su excelente manejo
del tablero diplomático. En Brasil había liberales y conservadores, y hasta socialistas, pero todos eran
concientes que primero había que ser brasileño.

Ya se ha visto lo que era la Argentina al comenzar el gobierno de Mitre: el partido custodio de la


dignidad y grandeza nacionales, fue sometido drásticamente después de Pavón por los personeros de la
mediatización nacional, que durante largos años habían deambulado por el extranjero buscando
combinaciones con él, ofreciendo y concretando alianzas que San Martín calificara de felonías. Estos
personeros predicaron la destrucción de sus antípodas ideológicos, y sumergieron otra vez a la República
en un mar de sangre. Sólo respetarían a Urquiza en Entre Ríos, al que temían, pero que supieron adular
y luego enfrascar en negocios provechosos. Urquiza, también temía a los porteños liberales, presintiendo
quizás «el Southampton o la horca» de la carta de Sarmiento a Mitre. Y ello explica algunas actitudes del
entrerriano en los meses previos a la guerra del Paraguay.

Uruguay, fruto de las miras de la diplomacia británica, también soportaba una puja mortal entre
blancos, el partido de Oribe, tradicionalmente simpatizante del federalismo de allende el Plata y pro-
argentino, y los colorados liberales, vinculados al unitarismo argentino, pero pro-brasileños y
europeístas. Después de Caseros, Brasil aprovecharía la secesión argentina para manejar la política
uruguaya a través de su representante diplomático y de sus fuerzas militares, ejército y marina, atizando
la guerra civil entre blancos y colorados, a fin de que Europa, en especial Inglaterra, comprendiera que
Uruguay era una republiqueta ingobernable, cuyo mejor destino debía ser convertirse en Provincia
Cisplatina del Imperio de Pedro II. En 1862 gobernaba a Uruguay Bernardo Prudencio Berro, un blanco
moderado que buscaba la conciliación nacional. El jefe del partido colorado, Venancio Flores, prestaba
servicios militares a Mitre, en la esperanza que éste le retribuyera, ayudándolo en su proyecto de retorno
triunfante a su patria.

Paraguay, encerrado durante la larga dictadura de Gaspar Rodríguez de Francia, ni siquiera


participó en las guerras de la independencia. Muerto en 1840 el dictador, lo sucedió Carlos Antonio
López, más dúctil, pero no menos autoritario. Antiliberal, estaba más cerca del federalismo que del
unitarismo y del propio Brasil. Sin embargo, ya hemos visto los problemas que con él tuvo Rosas, a
punto que, de alguna manera, acompañó a Urquiza y al Imperio en las alternativas de Caseros. Lo cegó la
independencia del Paraguay, sin comprender que el destino de éste debió haber sido una gran Argentina,
como país mediterráneo que era, de cultura e intereses análogos a los nuestros. Claro que esto no lo
comprendió Don Carlos, pero tampoco los mediocres políticos que tuvo Argentina después de Rosas.

Desde el punto de vista económico, en Paraguay, el Estado tenía el monopolio del comercio
exterior de sus principales productos: yerba mate, maderas, tabaco. Las explotaciones agrarias se
practicaban en las «estancias de la patria», de dominio estatal, aunque la propiedad privada estaba
permitida. No había miseria, ni desocupados. Su instrucción primaria era eficiente, mejor que la
argentina y la brasileña, pero no había nivel superior salvo la Escuela Normal y el Seminario. Existía un
solo diario, y era oficial. La posibilidad de una guerra con sus vecinos, Argentina y Brasil, especialmente
con éste, que quería avanzar sobre sus fronteras, llevó a López a construir la fortaleza de Humaitá para
cerrar el paso por el río Paraguay y Asunción. Tenía astilleros, una fundición, telégrafo, ferrocarril,
inaugurado en 1861, y arsenal. Los astilleros podían construir barcos mercantes hasta de mediano
tonelaje, pero no alto, y tampoco buques acorazados de guerra como los que tenía Brasil. Mientras que la
fundición de Ibicuy era eso, una modesta fundición de hierro, pero no una acería como las tenían por
entonces Inglaterra, Francia, Alemania o Estados Unidos. En cuanto al ejército eran numerosos sus
soldados, pero el armamento de que estaban dotados era antiguo y la oficialidad mediocre.

En 1862, al morir Carlos Antonio López, lo sucedió su hijo Francisco Solano López. Durante su
gestión, don Carlos había mantenido neutral a su país cuando Pavón, y lo mismo había hecho Berro en
Uruguay, por lo que Mitre bien podría haber agradecido a ambos personajes su actitud, pues ya se ha
dicho que paraguayos y blancos orientales simpatizaban con nuestro federalismo, debiendo descontarse
que en Pavón ambos mandatarios esperaban el triunfo de Urquiza y no de Mitre. El más preocupado de
los dos era Berro, pues Venancio Flores, el mismo autor de la matanza de Cañada de Gómez, colaboraba
con Mitre y esperaba, como hemos dicho, que se le retribuyera el gesto. Envalentonados por los éxitos de
Pavón y el ulterior sometimiento a sangre y fuego del interior federal, hombres próximos a Mitre, incluso
miembros claves del gabinete, como el ministro de Relaciones Exteriores, Rufino de Elizalde, y el
ministro de guerra Juan Andrés Gelly y Obes, veían con suma ojeriza al gobierno blanco del Uruguay,
como que se sentían hermanos de causa de los oficiales colorados orientales que cooperaban con Mitre,
como Flores, Arredondo, Iseas, Sandes, Rivas, etc.

Lo cierto es que el 16 de abril de 1863, Mitre, el vicepresidente Marcos Paz, Elizalde y el ministro
del interior Guillermo Rawson, se alejaron de Buenos Aires por distintos motivos. Hacia el mediodía, el
ministro de Guerra, Gelly y Obes, despedía a Flores, quien en un buque de guerra argentino se trasladó a
la costa uruguaya, y el 19 de abril iniciaba la invasión colorada a su país. Flores había sido calurosamente
apoyado por la prensa liberal porteña, y había armado y reclutado gente en comités abiertos en Buenos
Aires, a vista y paciencia del gobierno mitrista. Y aquí encontramos la primera inconsecuencia que llevó
a la conflagración: el gobierno de Mitre, y especialmente el propio presidente Mitre, a pesar de que
aparecieron como queriendo ser neutrales frente al conflicto uruguayo, permitieron y apoyaron la
sedición de Flores, esto es, se entrometieron en la política interior del Estado Oriental 468 bis. Y esto va
contra las normas elementales del derecho internacional público, a pesar de que Scenna parece disculpar
a Mitre quien habría hecho la vista gorda ante los preparativos de Flores, a fin de evitar la división de su
partido469, en el que se enfrentaban halcones y palomas, es decir, enemigos de Berro que deseaban
ayudar a Flores contra viento y marea, y amigos de la neutralidad y la moderación.

Al protestar el presidente uruguayo ante nuestro gobierno, se le contestó que Argentina había
sido absolutamente neutral. No era la opinión de Lettson, representante inglés en Montevideo, quien
escribía así a sus superiores en Londres: «No tengo duda que la conducta del gobierno de la
Confederación Argentina, en todo lo que concierne a la invasión de este país por el general Flores, es
desleal hasta el extremo». Opinión exactamente igual a la de Charles Washburn, ministro
norteamericano en Asunción470. Y tan era verdad esto, que el gobierno uruguayo encontró en el buque
mercante argentino «Salto», estacionado en el puerto uruguayo del mismo nombre, cajones ocultos
conteniendo armas pertenecientes al gobierno argentino y a Melchor Beláustegui, primo hermano de
nuestro ministro de Relaciones Exteriores Elizalde, que habían sido consignadas por la firma Daniel
Silva y Bustamante, perteneciente a persona que había sido comisario de guerra de Venancio Flores 470 bis.
Como el buque «Salto» fue apresado por las autoridades uruguayas, se produjo un fuerte incidente con
nuestra cancillería, superado a duras penas.

Pese a la ayuda argentina, y también brasileña, la gestión revolucionaría de Flores quedó varada,
puesto que la colaboración del Imperio, en conflicto en ese momento con Inglaterra por el problema de
comercio de esclavos, fue menguada. Berro envió una misión a Asunción para pedir el apoyo de López,
en la que se mencionaba la segregación de Entre Ríos y Corrientes de Argentina. El presidente paraguayo
se sintió tentado a jugar el papel de mediador, que ya había desempeñado cuando la firma del Pacto de
San José de Flores con todo éxito. En la nota que envió a Mitre, se acusaba al gobierno argentino de
haber intervenido en los asuntos internos uruguayos, cometiendo el error diplomático de dar a conocer
la nota públicamente antes que la conociera el gobierno argentino. Además, revelaba detalles de la
misión oriental, con lo que empeoró nuestras relaciones con Montevideo.

Mitre contestó negando las acusaciones del gobierno de Berro, y López, que veía burladas sus
intenciones de jugar un destacado papel como hábil componedor, volvió a escribir a Mitre quejándose
por haberse negado éste a darle las explicaciones que le había solicitado. Nuestro gobierno decidió no
contestar a una requisitoria que exigía explicaciones sobre hechos que consideraba no le concernían al
Paraguay. Enviado Andrés Lamas, por el gobierno oriental, a Buenos Aires, para hallar una solución al
entredicho, firmó con Elizalde un inexplicable protocolo por el cual aceptaba que Argentina había sido
neutral, y que en adelante las diferencias entre ambos Estados serian sometidas al arbitraje del
Emperador de Brasil. Esto provocó la ira de López, pues mientras se le pedía apoyo contra Buenos Aires
por un lado, por el otro se solucionaban los problemas con Mitre, reconociendo que el gobierno
argentino había actuado correctamente. Realmente fue desastrosa la diplomacia oriental durante el
conflicto. El Protocolo Lamas-Elizalde no arregló nada, los incidentes argentino-orientales continuaron,
y López, despechado, presentó una tercera nota al gobierno argentino, contestada altivamente por éste.

El intercambio de notas continuó hasta fines de febrero de 1864, pero ellas no hicieron sino
enfriar aun más las relaciones entre ambos países. En todos estos traspiés, incidía la falta de buen
servicio diplomático por parte de Asunción, tanto en el propio Paraguay como en Buenos Aires,
Montevideo y Río de Janeiro, capitales donde López no tenía acreditada misión alguna.

En tanto en Entre Ríos, Urquiza se preocupaba ante la posibilidad del triunfo de la revolución de
Flores, que pondría en su flanco del este un factor no confiable, como ya lo tenía en el oeste. Se puso en
contacto con López a través del consulado paraguayo en Paraná, y verbalmente le propuso una alianza de
la que también participarían los blancos orientales, contra Mitre y Flores, por la que la Confederación,
bajo su mando, se desligaría de Buenos Aires 471. López desconfió, y pidió al caudillo entrerriano que
primero se pronunciara públicamente, para luego conformar alianza.

El presidente paraguayo tenía sus planes, según parece, casarse con la hija menor de Pedro II y
transformar al Paraguay en una monarquía, con rango de Imperio. Mientras habría alentado la
esperanza de que se le concedería la mano de la princesa brasileña, su actitud con respecto a Río de
Janeiro fue cortés.

Al comenzar 1864, Mitre tenía un panorama platense complicado: en tensión con Montevideo,
enfriadas las relaciones con López, en guardia frente a Urquiza, y delante de la mirada expectante de
Brasil que observaba con recelo nuestra intervención en la reyerta uruguaya. Entonces Mitre mandó a
Río de Janeiro a José Mármol, para asegurar a ese gobierno su respeto por la soberanía uruguaya. En
este país, terminado el período de Berro, asumió la presidencia el presidente del Senado Atanasio de la
Cruz Aguirre, políticamente muy inferior a Berro. Como continuaban las incursiones de los fazendeiros
riograndenses, que al par de ayudar a Flores las organizaban para llevar ganado más o menos
ilícitamente al mercado brasileño, en connivencia con compatriotas residentes en Uruguay, el gobierno
de Montevideo los escarmentó duramente. Entonces, los fazendeiros acudieron a su gobierno pidiendo
una protección que en realidad no merecían. La misma cuestión que había llevado a la guerra con la
Confederación de Rosas. Inexplicablemente, el gobierno brasileño acogió la denuncia de sus súbditos y
decidió enviar un representante diplomático a Montevideo, José Antonio Saraiva, quien apoyado por una
escuadra, habría de reclamar por los daños ocasionados a los intereses de sus connacionales cuatreros
por las fuerzas de seguridad orientales, el castigo de los responsables que habían osado enfrentar los
actos de bandidaje brasileño, y la promesa de que esas represalias cesarían 472. Caso contrario se
procedería manu militari a hacerse justicia contra el débil Uruguay. Esta fue la contribución de
prepotencia con que Brasil colaboró para que la hoguera se encendiera.

Saraiva llegó con tales instrucciones a Montevideo en mayo de 1864. Por más que presentó los
reclamos con prudencia, el ministro de Relaciones Exteriores de Aguirre, Juan José Herrera, los rechazó
airado, denunciando a su vez los actos de atropello cometidos durante las «californias», así se llamaban
las operaciones de cuatrerismo, por los brasileños. Además protestó por la ayuda que los riograndenses
prestaban a Flores. Antes de emprenderla a los cañonazos, Saraiva, siempre cauto, por intermedio del
ministro del Imperio en Buenos Aires, Pereira Leal, auscultó al gobierno argentino. Elizalde propuso
mediar entre blancos y colorados, considerando que este conflicto era la madre de todos los demás,
sugiriendo acompañase en la mediación el ministro inglés en Buenos Aires, Edward Thornton. Aguirre
aceptó este temperamento: Thornton y Elizalde fueron a Montevideo, y en unión con Saraiva iniciaron la
tarea de avenir a Aguirre y Flores. Fueron a buscar a éste a su cuartel general en Puntas del Rosario, y le
propusieron las bases previamente aceptadas por Aguirre: amnistía general, reconocimiento de los
grados militares que Flores discerniera a sus secuaces, desarme generalizado y aceptación de las deudas
contraídas por los revolucionarios que pagaría el gobierno de Montevideo. Después de algunas
incidencias. Flores asintió, y se firmó un Protocolo que parecía poner fin a la guerra civil oriental, y por
reflejo, a los conflictos entre Montevideo, Río de Janeiro y Buenos Aires.
Ya en Montevideo, Saraiva y Aguirre, bajo la mediación de Elizalde, se pusieron de acuerdo en
soslayar el diferendo uruguayo-brasileño, por lo que parecía quedar todo encaminado hacia el
restablecimiento del clima de paz. Hubo algo más: de las reuniones entre Elizalde y Saraiva, salieron
fortalecidas las relaciones entre la Argentina de Mitre y el Brasil, se aventaron suspicacias y de allí en
más caminarían juntos para enfrentar los amagos de López, Urquiza y los propios blancos uruguayos. A
punto tal que algunos historiadores entienden que la Triple Alianza se gestó ahora, en junio de 1864, en
Puntas del Rosario, y no en mayo de 1865 473.

Cuando todo parecía arreglado, incluso las cuestiones entre Argentina y Uruguay, Saraiva y
Elizalde474, pretendieron que Aguirre cambiara su gabinete integrado por blancos de extrema llamados
«amapolas», por otros más moderados. He aquí otra actitud culpable del Imperio y Mitre. Después de
algunas dudas, Aguirre rechazó la exigencia, y lo trabajosamente logrado se vino al suelo, preparando el
ambiente para que soplaran nuevamente vientos de guerra.

Ya en Buenos Aires, si bien Saraiva no logró de Mitre una alianza para actuar contra el gobierno
de Aguirre, al menos obtuvo promesa de neutralidad. El 4 de agosto de 1864, Saraiva llegó a Montevideo
elevando a Aguirre un ultimátum: o se daban las satisfacciones exigidas por Río de Janeiro, en relación
con el tratamiento dado por las fuerzas uruguayas a los fazendeiros cuatreros, o se procedía a tomar
represalias violentas. Aguirre rechazó las exigencias brasileñas, y Saraiva, antes de dar órdenes de
proceder militarmente, firmó con el gobierno argentino un Protocolo por el que, so pretexto de
salvaguardia de la independencia oriental, se concertaban para auxiliarse mutuamente en las cuestiones
que tenían pendientes con la Banda Oriental (22 de agosto). Con las espaldas guardadas por este
Protocolo, Brasil comenzó las operaciones contra buques orientales.

En estas circunstancias llego a Asunción la noticia de que Pedro II había deferido la mano de sus
dos hijas a personajes europeos, ninguno de los cuales era Francisco Solano López 475. Se sospecha que el
radical cambio de actitud de éste frente a Brasil, se debió a tal hecho. Mediante un documento que se
conoce como la «Protesta», López puso en conocimiento de Brasil que su gobierno consideraría
«cualquier ocupación del territorio oriental por fuerzas imperiales... como atentatorio al equilibrio de los
estados del Plata que interesa a la República del Paraguay como garantía de su seguridad, paz y
prosperidad, y que protesta de la manera más solemne contra tal acto, descargándose desde luego de
toda responsabilidad de las ulterioridades de la presente declaración».

Aquel documento fue el desencadenante del drama, pues Saraiva ordenó el cruce de fronteras con
Uruguay por las tropas brasileñas al mando de Menna Barreto. Urquiza intentó mediar entre Flores y
Aguirre, pero el nuevo ministro de Relaciones Exteriores de éste, Antonio de las Carreras, un blanco
«amapola» de extrema, rechazó dicho intento y pidió la intervención de López. Con ello, Aguirre perdió
el apoyo de Urquiza, que quedó despechado. Permaneciendo de las Carreras como ministro, todo arreglo
con Flores, que estaba dispuesto a transar, se convirtió en imposible.

Antes de actuar, López se dirigió a Urquiza pidiéndole apoyo; éste lo prometió en caso de que
Mitre ayudara a Brasil en su ataque a Uruguay, o en caso de que el gobierno argentino negara el paso por
el territorio nacional a López, en guerra con Brasil. Asegurado así, aquél se decidió a cumplir con el reto
de la «Protesta». Brasil había invadido suelo uruguayo, entonces decidió ir contra aquél. Capturó un
buque brasileño en aguas del río Uruguay e invadió y anexó el Mato Grosso por el norte. Brasil
comprendió que la suerte del conflicto estaba en buena medida en manos de Urquiza, y sus hombres
decidieron neutralizarlo nuevamente. Como le conocían el lado flaco, enviaron al general Manuel Osorio
a comprarle 30.000 caballos al excelente precio de 13 patacones cada uno. Urquiza embolsó los 390.000
patacones, cifra impresionante, y así su caballería quedó casi a pie, cumpliéndose los objetivos de
Itamaratí 475 bis .

En diciembre de 1864 llegó la hora del heroísmo para Paysandú, puerto oriental sobre el río
Uruguay. Sitiado por tierra por las fuerzas de Flores y Menna Barreto, y bloqueado por agua por la flota
brasileña al mando de Tamandaré, el defensor de la plaza, Leandro Gómez, resistió cerca de un mes el
asedio, que dio por resultado la destrucción casi completa de la edificación y la muerte de casi todos sus
defensores. Río por medio, la indignada población de Entre Ríos, bramaba porque su gobernador se
decidiera por la ayuda a los hermanos blancos uruguayos. Pero Urquiza no estaba para los trotes
heroicos, y no se movió, como no se había inmutado cuando la patriada de Peñaloza, y como no lo haría
en 1867, instado por Felipe Varela.

El 2 de enero cayó la crucificada Paysandú y Gómez fue pasado por las armas. La capitulación de
Montevideo era cuestión de semanas, a pesar de la torpe actitud de Aguirre y de las Carreras, de resistir a
todo trance, lo que hubiese convertido a la capital uruguaya en otro Paysandú. Los jefes militares
uruguayos se opusieron, y sin derramamientos de sangre se le entregó el poder a Flores, el que concedió
una amplia amnistía.

López permaneció inactivo desde principios de noviembre, dejando que los orientales capitularan
ante Brasil y Flores, sin mover un solo soldado en favor de aquellos: la explicación la dan las varias
trastadas diplomáticas que López hubo de sufrir de Aguirre y del ultra de las Carreras, que sería algo
largo narrar. Pero perdió un tiempo precioso 476: recién en febrero de 1865, mes de la caída de
Montevideo, y cuando por ende uno de sus aliados, el partido blanco oriental, estaba completamente
vencido, solicitó a Mitre permiso para atravesar Corrientes a fin de atacar a Brasil, exponiendo como
antecedente el de 1855, cuando tanto la Confederación como el Estado de Buenos Aires, habían
consentido que la flota de guerra brasileña subiera por el Paraná para atacar al Paraguay.

Mitre contestó que la neutralidad estricta que se había propuesto, no le permitía acceder,
alegando, un tanto aviesamente, que Paraguay tenía largas fronteras con Brasil para atacarlo, cuando
bien sabía que ellas estaban ubicadas en medio de la selva, en terreno fragoso y sin medios de
comunicación. También argüía, que si daba permiso a Paraguay, Brasil asimismo lo solicitaría 477, con lo
que el territorio argentino se convertiría en campo de guerra. La razón no queda muy en paz con los
argumentos mitristas: invocar la neutralidad, cuando se lo había ayudado a Flores, causante de toda la
situación conflictiva, parece no ser lógico. Estar dispuesto a permitir el paso de las flotas de guerra
paraguaya y brasileña, como lo prometió Elizalde a López, sabiendo de la gran superioridad de la flota
del Imperio sobre la guaraní, nos parece una actitud cercana a la hipocresía.

Al negarse el permiso, debía salir a la palestra Urquiza en defensa de Paraguay, como lo había
prometido. Se limitó a pedirle a Mitre que concediera el permiso tanto a Paraguay como a Brasil sujeto a
determinadas condiciones, lo que parecía muy sensato y nos hubiera evitado el comprometemos en esa
guerra sin sentido, al menos para Argentina. Ante la negativa mitrista, Urquiza comunicó a López que no
intervendría en el conflicto, asegurándole que Mitre permanecería neutral: una nueva defección de
Urquiza en su larga carrera de defecciones.

El 18 de marzo de 1865 el Congreso paraguayo declaró la guerra a Argentina 477 bis. Y el 13 de abril
de ese año, naves paraguayas atacaron dos buques argentinos en el puerto de Corrientes, las
tripulaciones fueron asesinadas y los buques llevados al Paraguay. El 14, fuerzas paraguayas
desembarcaron en Corrientes y la ocuparon.

Entre los historiadores existe una discusión sobre si el gobierno argentino, al momento del ataque
paraguayo a Corrientes, conocía o no la declaración de guerra de Asunción. Rosa afirma que el gobierno
de Mitre ocultó el conocimiento de la declaración de guerra que poseía, para presentar el ataque a
Corrientes como una agresión solapada y traidora, que provocara la indignación de la opinión pública
argentina y creara un clima favorable a nuestra participación en el conflicto; no se olvide que el que se
consideraba principal indeciso era Urquiza. Scenna, en el trabajo ya citado, entiende que nuestro
gobierno no conocía la declaración de guerra del Congreso paraguayo, pues López había cerrado
herméticamente toda comunicación con el exterior. Se basa asimismo en la correspondencia de Thornton
con su gobierno en Londres, y en que Mitre no detuvo los cargamentos de armas destinados al Paraguay,
cuando Rosa afirma que el presidente argentino debería haber sabido la declaración de guerra, aporta
otros elementos que lo convencen de su aserción. Tjarks, opina distinto: sin la presunta maniobra de
Mitre ocultando la declaración de guerra, aliándose Mitre a Brasil contra Paraguay, se hubiera producido
en Argentina un enfrentamiento interno de gravísimos ribetes. Probablemente Urquiza se hubiera
pronunciado por Paraguay arrastrando a todo el interior, y la República se hubiera desmembrado. En
cambio, si se lograba convencer a la opinión pública argentina, que el ataque a Corrientes era producto
de la perfidia guaraní, se produciría una reacción unánime en favor de la guerra y de la unidad nacional
frente a la incalificable agresión. Tjarks piensa que los dos buques frente a orrientes fueron colocados por
Mitre para provocar el ataque de López y armar el tinglado favorable a la reacción emocional argentina
478.

Lo cierto es que caído Montevideo, nadie podía esperar que López cometiera la locura de
provocar a Argentina declarándole la guerra. Ya se había echado sobre las espaldas un enemigo del
calibre de Brasil y era imprevisible que lo hiciera con Argentina, lo que significaba darle al primero una
base de operaciones contra Paraguay. De tal manera que, desde este punto de vista, bien puede pensarse
que Mitre no llegó a prever que López iba a cometer la insensatez, como la califica el historiador
mejicano Carlos Pereyra, de pretender ir contra Argentina también. De lo que se va coligiendo que los
errores del líder paraguayo existieron, producto de su ensoberbecimiento. Como lo fueron de Brasil, por
su actitud provocativa ante el gobierno blanco uruguayo y sus apetencias respecto de la libre navegación
del río Paraguay, que le facilitara el acceso al Mato Grosso, y respecto de territorios en la frontera con
Paraguay.

Las equivocaciones argentinas ya se han señalado: la ayuda a Flores, factor desencadenante de la


tragedia, no tiene disculpas; la negación a López del paso por Corrientes, como le escribiera Urquiza a
Mitre el 8 de febrero de 1865, era peligrosa, y el asunto debería haberse manejado de otra manera. Según
Urquiza, hubiese convenido otorgarle el paso a ambos contendientes bajo determinadas condiciones,
como se hacía con los ríos. Si el fuerte paraguayo estaba en el ejército, ¿porqué negarle el paso por tierra
y dárselo por agua? ¿Esto no favorecía a Brasil, poseedor de una flota de guerra muy superior a la
paraguaya? Sobre la conducta de nuestro gobierno frente a la declaración de guerra paraguaya: ¿se
ocultó la misma? El asunto, no ha sido dilucidado definitivamente por la historiografía.

No hemos hablado de la responsabilidad uruguaya. El gobierno de Aguirre, con sus ministros de


Relaciones Exteriores sucesivos, Herrera y de las Carreras, también tuvo su cuota de culpa. Sus
conductas frente a Paraguay y Argentina, muchas veces fue dual, como por ejemplo, cuando aceptó la
mediación de Elizalde, Saraiva y Thornton ante Flores, al mismo tiempo que el enviado Vázquez
Sagastume le estaba ofreciendo a López, en nombre del gobierno de Montevideo, el carácter de mediador
entre este gobierno y Río de Janeiro. Desautorizado Vázquez Sagastume ante el presunto éxito de las
gestiones en Puntas del Rosario, como éstas fracasaron, Uruguay volvió a Asunción buscando apoyo.
Esto explica que el desairado López, no se preocupara demasiado por la suerte de Paysandú y
Montevideo.
El factor ideológico arrimó su porción de animosidad en el desencadenamiento del drama. En
Puntas del Rosario, Elizalde y Saraiva descubrieron las mutuas simpatías liberales que existían entre sus
dos gobiernos, frente a blancos, urquicistas y paraguayos. De allí en más, actuarían de consuno y con los
colorados de Flores, por ello es que algunos autores consideran que la Triple Alianza se gestó en Puntas
del Rosario479. Aunque esto no se acepte, puede afirmarse que a partir de este encuentro, pasando por el
Protocolo Elizalde- Saraiva, del 22 de agosto de 1864, la Triple Alianza contra Paraguay, el gobierno
blanco uruguayo y Urquiza, estaba destinada a mostrar una afinidad de intereses.

La Triple Alianza

Cuando se formalizó el Tratado de la Triple Alianza entre Argentina, Brasil y Uruguay, el 1^ de


mayo de 1865, en realidad los que trataban eran los liberalismos mitrista, imperial y colorado, frente a
López, pues los otros dos términos de la coalición antiliberal, Urquiza y los blancos orientales, estaban
convenientemente neutralizados.

El tratado especificaba en los aspectos trascendentes: 1) El acuerdo se formalizaba no para


guerrear al Paraguay, sino a Francisco Solano López; 2) El mando de los ejércitos aliados lo
desempeñaría Mitre, habida cuenta que las hostilidades se desarrollarían en territorio argentino,
invadido por Paraguay. La jefatura de las fuerzas marineras la ejercería Tamandaré, comandante de la
flota imperial; 3) Las partes contratantes no podrían firmar la paz con Paraguay separadamente; 4) La
guerra continuaría hasta que López fuera derrocado. Como la contienda no era contra Paraguay, se
admitiría la adhesión de una legión paraguaya que iría a combatir contra López; 5) Depuesto López, se
convenía respetar la soberanía, independencia e integridad del Paraguay; 6) Desmintiendo claramente
ese propósito, se convenía que se impondría al Paraguay vencido, la libre navegación de sus ríos y el
pago de los gastos provocados por la guerra. Lo más grave era que Brasil se anexaría todos los territorios
disputados con Asunción, hasta el río Apa por el norte y el río Igurey por el este. Argentina se quedaría
con todo el Chaco, hasta Bahía Negra, es decir, todo lo que es hoy el Paraguay al oeste del río Paraguay.
Debe decirse que Brasil ofreció a Argentina incorporarse todo el Paraguay, lo que para algunos fue una
trampa preparada por el Imperio para granjeamos la odiosa animadversión paraguaya; 7) El Tratado
permanecería secreto al menos hasta haberse obtenido los objetivos de la Triple Alianza.

Ese mismo día de mayo, se firmó un Protocolo adicional por el cual se convino: 1) Que la fortaleza
de Humaitá sería demolida, y que no le sería permitido a Paraguay levantar otras de similar naturaleza;
2) Los pertrechos de guerra que quedaran en Paraguay después de su eventual derrota, se repartirían por
partes semejantes entre los integrantes de la Alianza. Lo mismo se haría respecto de los trofeos y botín
de guerra. Después del conocimiento de estas cláusulas, puede exclamarse con los romanos: ¡ vae victis!,
¡ay de los vencidos!

Escapa a este trabajo el relato de la guerra del Paraguay, verdadera catástrofe continental 480.
Solamente consignaremos el alegre e irresponsable optimismo de Mitre al expresar: «En veinticuatro
horas en los cuarteles, en quince días en campaña, en tres meses en Asunción» 481. La guerra duró en
verdad cinco años largos. Ella significó el exterminio de la población masculina paraguaya; Sarmiento
diría en vísperas del término de la misma de los restos del ejército paraguayo: «...la mayor parte son
niños de diez o doce años, armados de lanza a su talla» 482. También escribió: «No creo que soy cruel. Es
providencial que un tirano haya echo morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de
toda esa excrecencia humana» 483.

Para Argentina las consecuencias fueron funestas: muerte de 25.000 jóvenes en los campos de
batalla; muerte de miles de habitantes en virtud del cólera y la fiebre amarilla que transportaron el
Paraná y el Paraguay que bajaban desde el frente de guerra, donde los cadáveres insepultos eran
arrojados a las aguas. Por fiebre amarilla en Buenos Aires, en 1871, perecieron 16.000 personas sobre un
total de 200.000 almas que era la población total de nuestra capital. Quedamos además fuertemente
endeudados a la banca brasileña y británica, de ésta obtuvimos un empréstito de 12.000.000 millones
dilapidados en la contienda, que engrosó nuestra deuda con el exterior. Además, la guerra civil desatada
en 1866, la revolución de los colorados ya expuesta, tuvo que ver con la resistencia del paisanaje del
interior renuente a pelear contra los paraguayos. Es clásica al respecto la carta del lugarteniente de
Urquiza, Ricardo López Jordán, a éste: «Usted nos llama a combatir al Paraguay. Nunca, general, ése
pueblo es nuestro amigo. Llámenos para pelear contra porteños y brasileños. Estamos prontos. Esos son
nuestros enemigos. Oímos todavía los cañones de Paysandú. Estoy seguro del verdadero sentimiento del
pueblo entrerriano»484.

El comportamiento de Brasil, luego de finalizada la guerra, al llegar el momento de hacer la paz,


fue desleal. Firmó la paz por separado con un gobierno paraguayo que intimidaba, asegurándose las
ventajas territoriales (unos 63.325 km2)485, y la libre navegación de los ríos guaraníes a tenor del Tratado
de la Triple Alianza. Y obstaculizó cuanto pudo a Argentina para lograse lo mismo 486. Y no se anexó al
Paraguay que quedaba, por la hábil y firme labor del ministro de Relaciones Exteriores de Avellaneda,
Bernardo de Irigoyen 487.
CAPITULO 7 | 1. Gobiernos de Mitre, Sarmiento y Avellaneda

Sumario:Gobierno de Mitre (1862-1868). Política interna. Economía y finanzas. Política internacional. Presidencia de
Sarmiento. Política interna. Economía y finanzas. Política internacional. Gobierno de Avellaneda. Política interna. La conciliación. La
economía y finanzas. La inserción argentina en la economía mundial. Política internacional.

Gobierno de Mitre (1862-1868)

Política interna

En el capítulo anterior se han analizado varios aspectos de la gestión presidencial mitrista, como
la cuestión de la capital, la reforma constitucional de 1866, la represión del federalismo provinciano, que
resistió con Peñaloza y Varela, y los antecedentes de la guerra con Paraguay.
Veamos ahora cuáles son las ideas políticas que Mitre esgrimió en el cumplimiento de su
cometido.
Mitre fue esencialmente un liberal a ultranza, pero no un liberal romántico, meramente ideólogo,
como para prescindir de la tierra sobre la que asienta los pies. Hombre de grandes ambiciones, discrepó
con Sarmiento, en cuanto éste, era partidario de los cambios súbitos usando hasta el despotismo. Para
llegar al mismo objetivo de encarrilar la República por la senda liberal, Mitre era proclive a usar la
evolución, que no dejara de tomar en cuenta la realidad social de la Nación, aunque sin desdeñar a veces
los medios violentos.

A pesar de ser de alma unitaria, no intentó reformar la Constitución, pues supo imponer el
centralismo apelando a la proverbial «elasticidad» de la carta constitucional alberdiana. Si no puede
negarse absolutamente que amó al país, debe achacársele, en sustancia, el no haber querido tanto el bien
común de toda la colectividad nacional, como el de su partido, clase social e ideas. La tendencia
centrípeta del gobierno mitrista comienza por querer federalizar toda la provincia de Buenos Aires,
aunque hubo de conformarse su administración con residir en la ciudad de Buenos Aires durante cinco
años. Las restantes provincias no fueron tratadas con tantos miramientos.

Puede decirse que Mitre fue el primer gran presidente elector. Impuso o permitió que se
impusieran como hombres claves o como gobernadores: en Santa Fe a Joaquín Granel, en San Luis a
Iseas y a Daract, en Santiago del Estero a Taboada, en Tucumán a Campos, en Salta a los Uriburu, en
Corrientes a Pampín- Cabral, en Jujuy a Bustamante y a Aráuz, en La Rioja a Igarzábal, en San Juan a
Sarmiento, en Catamarca a Navarro y a Molina, y en Mendoza a los Villanueva. Mitre los propició usando
la fuerza y ellos se mantuvieron en el poder, a veces rodeados de la más viva impopularidad 488. Si
respetó a Urquiza, fue porque le temía y porque al fin y al cabo había pactado con él. D'Amico señala que
no hubo un solo día de esta presidencia en el que no rigiera el estado de sitio en algún punto de la
República 489.

Ya se ha visto que el intento de federalizar a Buenos Aires escindió al partido liberal en dos
grandes fuerzas: el nacionalismo o mitrismo, que aparecía como propiciando la federalización, y el
autonomismo o alsinismo, que se oponía a ello. En realidad había discrepancias más profundas.

El autonomismo de alguna manera representó la continuación de la línea tradicionalista del viejo


partido federal, aunque en su ropaje, porque sustantivamente fue liberal. Su jefe, Adolfo Alsina, había
evolucionado de ferviente miembro de la logia Juan Juan -y encargado por la misma de dar muerte a
Urquiza- a caudillo popular con arraigo singular entre las masas de las orillas de Buenos Aires, pobladas
de guapos bravos y mecidas por sones de milongas. Fue Adolfo Alsina el caudillo sucesor de Rosas en la
adhesión popular porteña 490. A su lado se formaron otros dos grandes caudillos cívicos: Alem e Hipólito
Yrigoyen; junto a él militaron hombres del rosismo: Bernardo de Irigoyen, Anchorena, Lahitte, Pinedo,
Terrero, los Sáenz Peña, Luzuriaga, Torres, Unzué, etc. 491.

Pocos pintaron con tan pocas palabras lo que fue el nacionalismo de Mitre, como Roca en su carta
a su pariente Juárez Celman del 24 de julio de 1878: «Mitre será la ruina del país. Su partido es una
especie de casta o secta, que cree tener derechos divinos para gobernar a la República» 492. Su gente se
reclutó en sectores ilustrados y acaudalados de la burguesía porteña, y también siguieron al general
acomodados estancieros, aunque este estamento fue compartido con el autonomismo. No dejó el
mitrismo de tener, también, sus guapos; y buena parte de la inmigración italiana, por garibaldina,
simpatizó con él. Su distintivo fue su invariable odio a todo lo que oliera a federalismo, en lo que puso
distancias con el autonomismo.

El autonomismo se nucleó en el Club Libertad, mientras que los nacionalistas lo hicieron en el


Club del Pueblo; «La Tribuna», de los hermanos Varela, fue el vocero de los «crudos» o autonomistas;
«La Nación Argentina» el de los «cocidos» o nacionalistas, en época en que el periodismo escrito tenía
fundamental importancia para la acción política, por ser el único medio de comunicación masivo
existente.

En noviembre de 1863 el Congreso sancionaba la ley nacional de elecciones. Terminaba con la


irregularidad de la división de la provincia de Buenos Aires en circunscripciones electorales: de aquí en
más cada provincia sería un distrito único. Para votar los ciudadanos debían inscribirse previamente en
un Registro Cívico; el que no se anotaba, no votaba. El sufragio era facultativo y público, carácter al que
se opuso el alsinismo, pues facilitaba el fraude. Este se practicó sin reservas por ambas partes. El control
de las mesas electorales en las que se votaba y en las que se hacía el escrutinio era disputado
violentamente por las fracciones políticas, generalmente con un saldo de muertos y heridos. Quien
vencía manipulaba el escrutinio y las actas a su favor. En las zonas rurales tironeaban la elección los
jueces de paz con los comandantes del ejército. Los primeros eran alsinistas, pues el gobierno de la
provincia de Buenos Aires les pertenecía, y los últimos eran mitristas. En realidad los comicios
dependían de hombres dedicados profesionalmente a esa actividad pues la mayoría de los ciudadanos se
abstenía de votar dados los riesgos consiguientes.

Crudos y cocidos se reprochaban mutuamente el fraude cometido, pero las dos fuerzas eran
culpables del estado de cosas existente. «La Nación Argentina» decía en su edición del 5 de diciembre de
1863: «¿Quién no recuerda lo que pasó en las últimas elecciones? Todos saben que fueron practicadas en
casa de los escrutadores. Nadie negó el hecho». Al fraude autonomista, el mitrismo contesta con otro
fraude en las nuevas elecciones; entonces es «La Tribuna» la que expone entre el 21 y el 22 de diciembre:
«La sangre ha corrido... En La Piedad se trabó una lucha tenaz, primero a piedra y luego a puñal y
revólver. En La Merced se presentaron grupos pretendiendo adueñarse de la mesa. Empezó la lucha: las
piedras volaban hacia el atrio, y del atrio las devolvían a la calle; en medio de la lluvia de piedras los
revólveres jugaron su rol»493. Armesto recuerda: «Uno de los partidos era dueño de las mesas y con
semejante fuerza, no omitió medio por más fraudulento que él fuera, para ganar la elección. Hacer votar
en su favor a los vivos y a los muertos, rechazar el voto de los caballeros más conocidos de la sociedad,
dando como pretexto, que no justificaban su personería o que sus domicilios eran falsos, permitir en
cambio, que un negro votara con el respetado nombre de don Emilio Castro, y demorar la inscripción de
los votantes contrarios, para mantener la apariencia de elementos, hasta que llegara la hora de clausurar
los comicios, era el A, B, C, de la cartilla electoral de aquel tiempo» 494.

Cuando se aproximó el momento de decidir quién habría de suceder al general Mitre en la


presidencia, éste se hallaba en el Paraguay al frente de las fuerzas aliadas. Ejercía el mando el
vicepresidente Marcos Paz. Se delinearon desde el primer momento tres candidatos: Urquiza en el
interior, Alsina en Buenos Aires, como que era el líder del autonomismo, y Elizalde, apoyado por Mitre.
A Elizalde no se lo vio bien. Este, un obsecuente de Rosas 495, ahora al servicio, sin reticencias, de Mitre,
contaba con muy pocas simpatías, incluso dentro del propio mitrismo. No debe olvidarse que era
ministro de relaciones exteriores, y que cuando comenzaba la campaña presidencial la opinión pública
ya veía con ojeriza la tragedia que contribuyera a desatar: la guerra del Paraguay. Era señalado por
muchos como el candidato del Brasil; «La Tribuna» lo llamó «el yerno del Brasil», aludiendo a su
matrimonio con la hija de Pereira Leal, diplomático brasileño que actuara en esa época representando a
su país en Buenos Aires.

Fue entonces que el general Mansilla, según algunos, como mero vocero de la masonería 496,
levantó la candidatura presidencial del representante argentino en los Estados Unidos, Domingo F.
Sarmiento. Uno de los militares entusiastas de esta postulación, el coronel José Miguel Arredondo, que
manejaba las situaciones provinciales de Mendoza, San Luis y San Juan, despojó del poder al
gobernador Luque de Córdoba, distrito que como Entre Ríos y Corrientes, estaban dispuestos a apoyar la
candidatura de Urquiza. Sarmiento se aseguraba así también los electores de la provincia mediterránea.
Continuando Arredondo con su acometida, logró para Sarmiento los electores de la provincia de La
Rioja, haciendo deponer al gobernador Dávila. La candidatura del sanjuanino pareció terminar de
afirmarse cuando Adolfo Alsina, con gran clarividencia política, advirtió que su postulación, viable en
Buenos Aires, no poseía apoyos en el interior; decidió plegarse a la candidatura de Sarmiento, a cambio
del segundo término de la fórmula: Sarmiento-Alsina, pues.

Fue entonces cuando ante el peligro que entrañaba la alianza de Sarmiento, apoyado por
numerosos jefes del ejército de primera magnitud como Vedia, Gelly y Obes, Mansilla, y hasta su propio
hermano Emilio Mitre, con el autonomismo de Alsina, el presidente se decidió a interponer su ostensible
influencia en favor de Elizalde. Tal, el llamado «testamento político» de Mitre: una carta del general
enviada a José María Gutiérrez, en la que bajo apariencia de imparcialidad, en realidad toma partido.
Para empezar aclaraba: «Mi constante empeño ha sido preparar al país a una libre elección de presidente
en las mejores condiciones para el gran partido nacional de principios...» 497. Con esto era de presumir
que ninguna candidatura federal tendría posibilidades. Pero además, descalificaba expresamente a
Urquiza por ser candidatura «reaccionaria», como la de Alberdi, de quien se habló en algún momento.
Desecha, asimismo, «las candidaturas de contrabando como las de Adolfo Alsina», quien «es hoy una
falsificación de candidato», pues, «El candidato es el partido liberal». Muy suelto de cuerpo confirma:
«Eliminando candidaturas del calibre de la de Urquiza, es como yo entiendo que puede y debe hacerse
una elección libre». Quedaban, entonces, Sarmiento y Elizalde, y le da el golpe al primero, manifestando:
«la carta- programa de Sarmiento siendo una coz a nuestro partido...» 498. De tal forma, la media palabra
presidencial era para Elizalde.

Cuando la decisión de Alsina volcó las posibilidades a favor de Sarmiento, que contaba entonces
ahora con Buenos Aires y las cinco provincias bajo la férula de Arredondo, se produce lo sorprendente:
Elizalde se acerca a Urquiza para sumar electores, y se habla de la fórmula Elizalde-Urquiza. Al
producirse los comicios de electores, el 12 de abril de 1868, aparece esta posibilidad con fundamento
ganador, pues en Santa Fe ha habido una revolución federal que ha depuesto a Nicasio Oroño, llevando
al gobierno a Mariano Cabal, hombre de Urquiza, quien también dispondría de los electores de su
provincia y de Corrientes. Elizalde maneja Santiago del Estero, Tucumán y Catamarca a través de los
Taboada, y se espera asimismo que Paunero supere la influencia de Arredondo en las cinco provincias
mencionadas.

Finalmente, todo dependería de cómo votasen los electores, de acuerdo a las presiones que sobre
ellos ejercieran los distintos factores de poder. La elección indirecta da los frutos esperados por Alberdi:
el pueblo vota por electores, de la manera imperfecta que hemos visto, y los electores reciben la coacción
del presidente, o de un gobernador con suficiente poder como Urquiza, o Taboada, o de un comandante
militar.

La decisión de los colegios electorales se produciría en junio. Pero en mayo Alsina combina con
Urquiza una fórmula Urquiza-Alsina, que Rosa considera una treta del porteño para hacer fracasar la
alianza Elizalde-Urquiza. Bonifacio del Carril, en cambio, no es de este parecer, considera que ambos
personajes, Urquiza y Alsina, obran de buena fe, y que lo que busca éste es el apoyo del entrerriano para
llegar a la vicepresidencia 499. Sea como fuere, lo cierto es que la combinación Urquiza-Alsina, facilitó el
triunfo de Sarmiento, pues los electores de Entre Ríos, Salta y Santa Fe, en vez de votar a Elizalde, lo
hicieron por Urquiza, restándole los consiguientes votos al primero. En Córdoba, La Rioja, Mendoza,
San Luis y San Juan los sufragios fueron para Sarmiento, pues Arredondo impuso al final su influencia.
Y en Buenos Aires, de los 25 electores, 21 votaron por Sarmiento, en vez de hacerlo por Urquiza; Jujuy lo
hizo por Sarmiento también. Sólo votaron por Elizalde los electores de las provincias que regenteaban
los Taboada: Santiago del Estero, Tucumán y Catamarca; en Corrientes no hubo reunión del colegio
electoral. De resultas: Sarmiento obtuvo 79 electores, contra 28 de Urquiza y 22 de Elizalde. Así llegó
Sarmiento a la presidencia de la República, acompañado por Adolfo Alsina que ganó la vicepresidencia

Economía y finanzas

En lo económico-financiero, el Congreso sancionó en 1863 un proyecto presentado por el poder


ejecutivo, denominado «Organización del crédito público», por cuyo artículo 28 los tenedores de los
títulos públicos correspondientes a nuestra deuda interna, podían exigir el pago de la renta y
amortización de los mismos en la plaza de Londres; en una palabra, nuestra deuda interna se convertía
así en externa. Fue inútil que el diputado Gorostiaga hiciera notar en el seno de su Cámara, que esto
podía llevar a que si no pudiésemos pagar la deuda de la República en algún momento, «quizás
tuviéramos también la desgracia de ver amenazada su independencia»; ejemplificó con un caso de falta
de pago del Estado griego, circunstancia en la que «el gobierno inglés mandó todas sus escuadras, hizo el
mayor aparato de todas sus fuerzas, en el puerto del Pirco» 500.

Con la medida se buscaba satisfacer a los círculos financieros internacionales a fin de lograr
empréstitos. Es que durante el gobierno de Mitre, esta manera de proveerse de medios con que
sustanciar los presupuestos, fue habitual. Obligado prestamista fue el barón de Mauá, quien, sacando
jugoso partido de su participación financiera en el derrocamiento de Rosas, exigió fueran garantizados
sus préstamos con las entradas de la aduana porteña.

La guerra del Paraguay, obligó a acudir a la banca inglesa a fin de obtener un empréstito de 12
millones de pesos fuertes. La transacción se hizo al leonino tipo del 72,5%. Como los ingleses estuvieron
un poco remisos en otorgar su préstamo, hubo de acudirse a Brasil, que facilitó 2 millones de pesos
fuertes, y también a préstamos del Banco de la Provincia de Buenos Aires. En 1868 nuestra deuda era
impresionante: 40.145.000 pesos fuertes; y la deuda exigible sobrepasaba los 5 millones. El déficit
presupuestario fue la norma. El citado Banco de la Provincia, seguía emitiendo papel moneda. Si el
unitarismo político se lograría por el imperio de las armas, el unitarismo económico-financiero lo sería
por la imposición del papel moneda de ese Banco en las provincias, que durante largos años no habían
admitido. Ya había escrito Sarmiento en 1861: «Es preciso que el papel moneda de esta vez recorra toda
la República y se aclimate para compensar a su exageración con la mayor esfera, llevado por la victoria y
hecho cuestión de partido»501. Mientras se imponía el pago de los impuestos, sueldos y cuentas diversas,
utilizando el papel moneda porteño, se fue haciendo desaparecer el papel moneda correntino y la
moneda metálica del interior 502. Un papel moneda provincial se imponía en todo el país, por lo que el
gobierno nacional pensó nacionalizar dicho Banco, pero el intento del ministro de Hacienda, Vélez
Sarsfield, fracasó ante la obstinada resistencia de los hombres de Buenos Aires. Tampoco pudo
concretarse el intento de fundar un banco nacional.

Dos disposiciones consolidaron la situación del Banco de la Provincia de Buenos Aires. En 1864
se dictó una ley provincial de conversión, por la que la Provincia se comprometió a no realizar más
emisiones, fijando el valor del papel moneda en $25 por $1 fuerte oro. En 1867, la Legislatura
bonaerense creaba una Oficina de Cambio encargada de proceder al trueque de papel moneda por oro,
en la proporción de la citada ley de 1864. En 1863, a su vez, el Congreso Nacional había sancionado la ley
de bancos libres, por la cual las instituciones bancarias particulares podían emitir billetes, cosa que
hicieron el Banco Wanklyn y Cía. y el Banco de Londres y Río de la Plata, ambos de capital inglés, que
funcionaban entre nosotros haciéndole competencia al Banco de la Provincia de Buenos Aires.

La ley de aduanas, de 1862, fijaba derechos muy bajos 503, con criterio fiscal y no de fomento
industrial. Este librecambismo, continuador del inaugurado después de Caseros, al par que significaba la
liquidación de nuestra incipiente artesanía e industria regional, provocó fuerte déficit en la balanza
comercial durante los seis años de esta presidencia. Otro triste desacierto consistió en que el crédito
abierto por nuestras exportaciones se utilizó, en su mayor parte, para importar artículos de lujo.
Scalabrini Ortiz llega a afirmar que con lo que se gastó en bebidas en 1865, se hubieran pagado los
materiales extranjeros necesarios para construir la línea de ferrocarriles de Rosario a Córdoba 504. El
librecambismo produciría otra perniciosa consecuencia al país: la huida del metálico con la consiguiente
suba de la onza de oro 505.

En materia de ferrocarriles, la magnífica realidad del F.C.O., construido íntegramente con


capitales argentinos, que en 1862 había sido comprado por el gobierno de la provincia de Buenos Aires,
hacía presumir que el gobierno nacional seguiría la misma tendencia, extendiendo vías férreas apelando
a recursos argentinos. Cuando en 1866 este ferrocarril llegaba hasta Chivilcoy, a 159 km. de Buenos
Aires, una locomotora era denominada «Voy a Chile»... 506. Prestaba servicios eficientes, daba buenas
ganancias y sus tarifas eran bajas.

Durante el gobierno de Urquiza se proyectó la construcción del ferrocarril que uniría Rosario con
Córdoba. Mitre creyó llegado el momento de hacer realidad dicho plan. Campbell, autor de los planos del
proyecto de este ferrocarril, había anticipado que el mismo podía hacerse con capitales argentinos 507.
Un grupo de vecinos de la ciudad de Rosario, dirigidos por Aarón Castellanos, teniendo en cuenta que el
Estado garantizaba las ganancias, propuso al gobierno nacional encargarse de la empresa. Mas el poder
ejecutivo le opuso una valla: depositar ciertos fondos en caución; que no pudo ser satisfecha por los
propietarios y comerciantes rosarinos.

Aunque William Wheelright tampoco satisfizo este requisito, el poder ejecutivo le concedió la
construcción; el viejo apadrinado de Alberdi firmó un contrato leonino con la Nación: a) Cesión gratuita
de una legua de terreno a cada lado y en toda la extensión de la vía ferroviaria; b) Fijación de un capital
garantido de 7.480.000 pesos fuertes con una ganancia del 7% anual. El capital garantido era una
exorbitancia en cuanto Campbell había calculado el precio de la construcción en 4.522.000 pesos fuertes
508. Los propietarios de los terrenos linderos fueron expropiados. En total los terrenos cedidos
representaban 346.727 ha. Para pagar a los propietarios expropiados, se vendieron en la provincia de
Santa Fe 187 leguas cuadradas de terreno fiscal a $ 0,15 la ha., precio irrisorio para dichos terrenos, que
fueron comprados en gran medida por ingleses, lo mismo que los vendidos en la provincia de Córdoba, a
$ 0,60 la ha. de promedio 509.

Es interesante consignar la suma que, hasta 1870, pagará la Nación en concepto de garantía por
las ganancias del capital invertido en la construcción de este ferrocarril, expropiación de terrenos y
suscripción de acciones: algo más de 3 millones de pesos fuertes. Puede deducirse fácilmente que -si
Alian Campbell había tasado en 4 millones y medio lo que podía insumir esa construcción - bastaba la
inversión de solo 1 millón y medio más de pesos fuertes, sobre lo pagado como garantía y demás
conceptos, para que dicho ferrocarril hubiese sido enteramente nuestro 510.

Mientras tanto, un decreto de noviembre de 1867 declaraba que era necesario acercar la región
andina al Litoral. Una política ferrocarrilera con sentido nacional imponía extender el F.C.O. a Cuyo,
pero el gobierno nacional dispuso que se estudiase la factibilidad de trazar una línea que uniría el
Ferrocarril Central Argentino a esa región. Nada puede justificar medidas como éstas 511. Tampoco la de
conceder a capitales ingleses la construcción del F.C. Sur, garantido como el F.C.C.A., con el 7% de
ganancias sobre un capital invertido de $ 31.250 fuertes por kilómetro, más del doble de lo que había
costado el F.C.O. hasta Moreno. Esta línea se concedió hacia el sur de la provincia de Buenos Aires, en
vez de ser dedicada a la expansión del F.C.O.

Más tarde, ya durante la presidencia de Sarmiento, el gobierno provincial de Buenos Aires otorgó
al F.C. Sur una subvención de 500 libras por milla para construir un ramal de Chascomús a Azul, en vez
de prolongar el F.C.O. hasta esta ultima población 512.

En materia de política de tierras, una ley provincial bonaerense, de 1857, comenzó a ceder en
enfiteusis extensiones, que para 1862, ya llegaban a 1.500 leguas cuadradas. Y en 1867 se venden dichas
extensiones a los mismos arrendatarios a bajísimos precios, lo que produce una especulación
escandalosa con ellas 513. Las cifras resultan expresivas: durante ese año el gobierno de la provincia de
Buenos Aires vendió 12 millones de Ha. a sólo 333 personas 514. Se iba camino al latifundismo.

Política internacional

En materia de política internacional, la gestión de Mitre se empeñó en una tesitura europeísta,


que dio la espalda a Hispanoamérica. En 1861, Francia, Inglaterra y España decidieron proceder
violentamente contra Méjico, dado que este país había suspendido el pago de su deuda con la banca
europea. Méjico fue invadido, y tropas de Napoleón III entraron en la ciudad capital imponiendo una
solución monárquica a ese país, nominando como emperador al archiduque Maximiliano de Austria.
España, entre 1861 y 1865, se inmiscuyó en los problemas internos de Santo Domingo, y su escuadra se
apoderó de las islas guaneras Chinchas, pertenecientes a Perú, en 1864. Al año siguiente agredió a Chile
-que le declaró la guerra- bloqueando y bombardeando a Valparaíso.

Ante el ataque a Méjico y la intromisión en Santo Domingo, Perú solicitó a nuestro gobierno su
adhesión al Tratado Continental de 1856, que ya Urquiza había negado. Elizalde contestó reiterando la
negativa con argumentos como éste: que la acción de Europa en la Argentina fue siempre protectora y
civilizadora, y «si alguna vez hemos tenido desinteligencias con algunos gobiernos europeos, no siempre
ha podido decirse que los abusos de los poderes irregulares que han surgido de nuestras revoluciones no
hayan sido la causa», agregando más adelante, «...puede decirse que la República está identificada con la
Europa hasta lo más que es posible... No hay elemento europeo antagonista, hay más armonía entre las
repúblicas americanas con algunas naciones europeas que entre ellas mismas» 515.

Cuando se produjo la ocupación de las Chinchas, nuestro enviado ante el gobierno de Perú,
Domingo F. Sarmiento, adhirió a la protesta peruana ante el gobierno español, y sugirió a Mitre la
incorporación argentina al nuevo Congreso Continental a reunirse en Lima, destinado a defender a
Hispanoamérica de la agresión europea. Mitre desautorizó a Sarmiento y se negó a participar en el
Congreso. Sarmiento, sin embargo, se incorporó a él, actitud que Mitre condenó acremente. Cuando fue
Chile el acometido, este país solicitó la alianza argentina, que Mitre rehusó, fundado en este
pensamiento que expone en carta a Sarmiento: «Que la verdad era que las repúblicas americanas eran
naciones independientes, que vivían de su vida propia, y debían vivir y desenvolverse en las condiciones
de sus respectivas nacionalidades, salvándose por sí mismas, o pereciendo si no encontraban en sí
propias los medios de salvación... Que debíamos acostumbrarnos a vivir la vida de los pueblos libres e
independientes, tratándonos como tales, bastándonos a nosotros mismos, y auxiliándonos según las
circunstancias y los intereses de cada país, en vez de jugar a las muñecas de las hermanas, juego pueril
que no responde a ninguna verdad, que está en abierta contradicción con las instituciones y la soberanía
de cada pueblo independiente, ni responde a ningún propósito serio para el porvenir» 516. ¡Qué distantes
estamos hoy, después de la experiencia vivida en aquellas épocas, tras considerar que hacer
hispanoamericanismo es «jugar a las muñecas de las hermanas»!

En cambio, en materia de ciudadanía, la consolidación del principio del «jus soli» recibió un buen
servicio de la administración de Mitre. El tratado firmado con España en 1863, en contraposición a lo
estatuido en los anteriores, establecía ese principio que favorecía nuestros intereses en materia
poblacional, como que éramos un país de inmigración. Añádase la conducta firme de nuestra cancillería
ante una reclamación del encargado de negocios británico, Mr. William Doria, en 1863, que se refería a
un proyecto de ley de ciudadanía presentado al Congreso, en el que se adoptaba el mencionado principio
del «jus soli». Pretendía dicho representante, que los hijos de ingleses nacidos en la República
Argentina, fueran considerados de la nacionalidad de sus padres, lo que fue rechazado por Elizalde 517.

Presidencia de Sarmiento (1868-1874)

Política interna

Si Sarmiento, a pesar de sus muchas contradicciones, puede ser considerado como un liberal
extremado, como gobernante, fue autoritario, de mano bien dura. Mencionemos algunas de sus actitudes
al respecto: envía soldados al Congreso para mantener el orden; perdona, pasando por encima del
Consejo de Guerra, a su amigo el general Arredondo; no admite quejas contra las resoluciones de sus
ministros; suprime y crea oficinas sin anuencia del Congreso 518; no admite expresiones de entusiasmo
popular a su paso, sino que por el contrario se hace rodear de escolta, trasladándose siempre en carruaje
519; al ascender a la presidencia, despide empleados por el delito de ser mitristas 520; ordenó buen
número de fusilamientos 521; clausuró diarios como «La Nación» y «La Prensa»; puso a precio la cabeza
de ciertas personas 522, etc. Esto sin hacer referencias a la política que Sarmiento siguió con las
provincias y que ya analizaremos. Su admiración por los gobiernos de fuerza lo llevó a ser partidario de
Bismarck en la guerra franco-prusiana de 1870, de lo que da cuenta en su correspondencia 523. Por este, y
por varios motivos, Sarmiento no fue un gobernante popular. Si escaso fue el calor de pueblo que
acompañara su candidatura, durante el ejercicio de su poder hubo de soportar, en reiteradas
oportunidades, manifestaciones de desafecto, especialmente cuando se presentaba en público.

El gobierno de Sarmiento fue pródigo en hechos atentatorios contra las autonomías provinciales,
en lo que siguió la política represora de su antecesor. Intervenciones, fraude, incursiones armadas,
persecución, estado de sitio, fueron armas habituales de Sarmiento contra la «barbarie» provinciana. En
1869, estando el país en guerra con Paraguay, se gastaron $4.248.200 en la represión del federalismo
provinciano, mientras que la primera sólo insumió $3.647.952 524.

«La Prensa», en su edición del 1° de agosto de 1875, refiriéndose a la actuación de Sarmiento


como presidente, llegaría a estampar en sus columnas estas palabras: «El recuerdo de los hechos de sus
últimos tiempos, de esa sombría serie de matanzas ordenadas por él, que han hundido para siempre su
nombre en un charco de humeante sangre humana, nos llena de repugnancia y horror» 525.

Interviene Corrientes, donde impone como gobernador a José M. Guastavino 526; a San Juan
donde depone al gobernador Manuel J. Zavalla; a Salta donde Roca termina con Varela. En Loncog^é,
ochenta hombres enviados en castigo por Urquiza a la frontera con el indio en Buenos Aires, se
sublevaron. Fueron fusilados doce de ellos, y Sarmiento ordenó quintar al resto pasando por las armas a
los que les tocara por sorteo. Poco después es fusilado Zacarías Segura, hombre del caudillo federal
Santos Guayama. Sarmiento es inflexible con los restos del partido federal 527. Al mismo tiempo se
planea desde Buenos Aires derrocar a los Taboada, por el solo delito de estar sindicados como mitristas.
Pero Sarmiento no logra cumplir su anhelo pues el Norte amenaza levantarse 528.

En el transcurso del año 1868, Urquiza fue elegido nuevamente gobernador de Entre Ríos. Su
hegemonía en dicha provincia se había venido prolongando por cerca de treinta años. Perdido el
proverbial prestigio de que gozaba, el pueblo entrerriano miraba con muy malos ojos su
condescendencia con la dirigencia liberal porteña en Pavón, sus posturas con motivo de las
sublevaciones de Peñaloza y Varela, sus actitudes durante la guerra del Paraguay, el abandono en 1868
de la causa federal defendida en Corrientes por el gobernador Evaristo López, a quien dejó inerme ante
la intervención de las fuerzas nacionales al mando de Emilio Mitre, contribuyendo incluso al desarme de
los federales. Otros factores propios de Entre Ríos influyen en que se genere un clima de descontento:
fuerte presión impositiva, ocupantes de tierras baldías desalojados de ellas, ahogo de las autonomías
municipales de las poblaciones entrerrianas. Las cosas empeoraron con motivo de la visita de Sarmiento
a Urquiza en febrero de 1870: los dos se abrazaron y los festejos menudearon. Puede ser una causalidad,
pero en esos días Ricardo López Jordán accede ponerse al frente de quienes conspiraban.

La revolución estalló, y el 11 de abril de 1870 una partida de sublevados irrumpió en la residencia


de Urquiza en San José, según parece con el objeto de detenerlo, pues el propósito habría sido hacerlo
salir del país. Lo cierto es que se produjo un tiroteo y Urquiza cayó muerto 529. Sus hijos Justo Carmelo y
Waldino cayeron también asesinados en circunstancias confusas 530. José Hernández, el autor de
«Martín Fierro», interpretó así la eliminación de Urquiza del escenario político: «Urquiza era el
gobernador tirano de Entre Ríos, pero era más que todo, el jefe traidor del gran Partido Federal, y su
muerte, mil veces merecida, es una justicia tremenda y ejemplar del partido otras tantas veces sacrificado
y vendido por él. La reacción del partido debía por lo tanto iniciarse con un acto de moral política, como
era el justo castigo del jefe traidor»531.

López Jordán asumió la primera magistratura de la provincia, y Sarmiento, enfurecido, olvidando


que él había propiciado en reiteradas oportunidades la eliminación de su enemigo de otrora, se propone
reprimir a los revolucionarios sin miramientos, en lugar de investigar desapasionadamente los
acontecimientos 532.

Dieciséis mil hombres, en gran parte los que regresan del Paraguay, comandados por Emilio
Mitre, Conesa, Gelly y Obes, Vedia. Arredondo y Rivas, algunos de los mejores oficiales del ejército,
invaden la provincia 533. Los primeros triunfos correspondieron a López Jordán, quien con un ejército de
12.000 entrerrianos armados de lanzas, chuzas, trabucos, fusiles y tercerolas, debió enfrentar al ejército
nacional provisto de rémingtons y cañones Krupp. López Jordán, que ante la muerte de Urquiza había
sido elegido gobernador, al fin de cuentas legalmente por la Legislatura entrerriana, hizo en varias
oportunidades un llamado a la conciliación, que la soberbia de los hombres de Buenos Aires no
escucharon 534. La lucha fue áspera y encarnizada. Entre Ríos vendió cara su autonomía. Al final, la
famosa caballería jordanista cayó vencida ante la superioridad técnica adversaria, en los campos de
ñaembé, en la provincia de Corrientes, en enero de 1871.

El presidente parece no sentir la sangre y las lágrimas derramadas inútilmente en una refriega
que duró largos meses. Se queja porque esa guerra ha significado la dilapidación de seis millones de
pesos, guerra que con un poco de buena voluntad y menos pasión pudo haber evitado 535.

En 1873 Ricardo López Jordán vuelve a la lucha, que se transforma en una cacería humana.
Derrotado en Don Gonzalo, huye a la vecina República del Uruguay, y la provincia de Entre Ríos es
escarmentada 536. Desgraciadamente para la memoria de López Jordán, éste redactó notas al vizconde
Río Branco solicitando ayuda a Brasil, que aunque parece no fueron entregadas, prueban que al menos
estuvo en el pensamiento hacerlo 537.

Sarmiento hubo de luchar con un Congreso compuesto de brillantes expositores. Mitre, Nicasio
Oroño, Manuel Quintana, José Mármol, José Hernández, Carlos Guido Spano, etc., se constituyeron en
censores que fustigaron con vehemencia la política del poder ejecutivo. Con su proverbial actitud
combativa, el presidente aceptó el reto y sostuvo polémicas formidables durante sus años de gobierno.
Sin embargo, con una habilidad que pocos le reconocen, fue transformando un Congreso indócil a sus
miras, en otro adicto, pues la minoría inicial en ambas cámaras se fue transformando en mayoría,
especialmente en diputados; en este caso favorecido por el aumento de representantes, que de 50
ascendió a 86, debido al censo de 1869 538. Lo que luego le permitió imponer como sucesor a Avellaneda,
pues el escrutinio de electores presidenciales en 1874, lo hizo un Congreso con mayoría sarmientina.
También hay que puntualizar que con el censo de 1869, el interior perdió la mayoría neta de diputados
que tenía respecto del Litoral: 30 a 20; las cosas quedaron más parejas: 42 representantes del Litoral
contra 44 del interior. Como acota Vedoya: «Notoriamente, este crecimiento desigual señalaba con
mucha claridad el camino del futuro»539.

Dos fuerzas políticas se disputarían la preeminencia: el nacionalismo y el autonomismo. La


primera sigue siendo la corriente del patriciado oligárquico, y el autonomismo continúa agrupando a
negros y compadritos, sin desechar el apoyo de ciertos terratenientes y comerciantes de fortuna. El
mitrismo prosigue extranjerizante y burgués; el autonomismo se proyecta algo así como un partido
liberal y popular, teñido de cierto color autóctono, constituyéndose en el entronque del partido federal
con la Unión Cívica Radical 540.

Ambas no son agrupaciones políticas orgánicas, de programa definido. Sommi dice que se
presentan como una federación de clubes políticos, cada uno con sus jefes y accidentales postulaciones,
que ante las confrontaciones electorales coordinan sus potencialidades para imponer una lista 541.

Sarmiento, sin ser jefe del autonomismo, pero que pertenece a sus cuadros, trata de apoyar a esta
fuerza, pero a su manera. Nunca simpatizó con Alsina por su innata tendencia al aborrecimiento de los
caudillos populares, pero luchó a brazo partido contra el mitrismo, especialmente contra su líder. Es que
Mitre se constituyó en celoso fiscal de la labor presidencial desde las columnas del diario «La Nación
Argentina». Sarmiento le replicaba en «El Nacional». La contienda periodística llegó al insulto, la
procacidad y la calumnia, particularmente de parte de Sarmiento; pero también ese duelo sirvió para que
el país conociese detalles del operativo posterior a Pavón de destrucción del federalismo, que
protagonizaron ambos personajes; aviesamente, se culparon recíprocamente de lo que en realidad había
sido una innoble tarea compartida.

Tanto «crudos» como «cocidos» siguieron practicando el fraude. La farsa electoral en la ciudad
continuó siendo violenta: cada elección epilogaba en batallas campales, con balazos y manipuleo de
cuchillos 542. Se volcaban padrones y se obstruía la llegada de los contrarios al atrio. «El tipo de
democracia electoral de esa época puede apreciarse por el hecho de que en una ciudad de ciento ochenta
mil habitantes, sólo había dos mil quinientos ciudadanos empadronados y las elecciones otorgaban la
victoria a «la pura muñeca», al coraje personal de los matones de atrio, o al simple cohecho» 543. De esos
dos mil quinientos inscriptos, a veces votaban mucho menos que la mitad: en junio de 1871, por ejemplo,
Leandro N. Alem fue elegido diputado provincial con 555 votos 544.
Cuando se acercaba la expiración del mandato de Sarmiento, los clubes políticos y distintos
miembros de la dirigencia fueron perfilando sus aspiraciones. Los primeros candidatos fueron Alsina y
Mitre, como que eran los jefes de los partidos. Mas el primero, comprendiendo nuevamente que su
popularidad en las provincias era escasa, se alió a la candidatura de Nicolás Avellaneda, hombre de
acentuado prestigio entre las oligarquías de tierra adentro. Esto significaba la alianza del porteñismo
pueblero de Alsina con las fuerzas ilustradas del interior. Surgió otra candidatura, la de Manuel
Quintana, un independiente prestigioso, pero no cuajó. Tampoco la de Carlos Tejedor. Sarmiento en
tanto, apoya a Avellaneda 545, quien cuenta con diez provincias que le responden a carta cabal. Mitre
tiene cierto arrastre en ciudad y provincia de Buenos Aires, además de contar con San Juan, Santiago del
Estero y Corrientes 546.

Así se llega a febrero de 1874, fecha en que se realizan elecciones de diputados nacionales previas
a las presidenciales de abril. En ciudad y campaña de Buenos Aires ganan los mitristas. En la ciudad
predominó la violencia de siempre. Los mitristas celebran su triunfo, pero la junta electoral acomoda el
resultado adulterando las actas, y lo que fue un triunfo se transforma en una derrota del mitrismo. Burdo
amaño que no fue necesario en casi todo el interior, pues allí los gobernadores eran autonomistas.
Triquiñuela que preanunciaba lo que ocurriría en las elecciones presidenciales de abril, cuando sólo en
Buenos Aires, Santiago del Estero y San Juan pudo imponerse la fórmula Mitre-Torrent. En los demás
distritos impuso condiciones Avellaneda acompañado por Mariano Acosta para la vicepresidencia.
Gondra reconoce el fraude que el presidente permitió se cometiera para que su sucesor fuera Avellaneda,
opinión que es también la de Galvez y Sommi 547.

Mitre no se conformó con la derrota, especialmente por lo ocurrido en febrero en la elección


bonaerense de diputados nacionales. Se levantó en armas a fines de septiembre. Sus secuaces se
apoderaron de buques de guerra, mientras Rivas se insurreccionaba en Azul, Arredondo hacía lo propio
en Cuyo, el coronel Plácido Martínez en Corrientes y Antonino Taboada en Santiago del Estero.
Arredondo, que había contribuido como ninguno a hacer presidente a Sarmiento, ahora distanciado, en
las postrimerías de su mandato, se alza contra él. Mitre, que ha ido a Colonia, regresa de esta localidad
oriental y desembarca en la costa bonaerense a la altura del Tuyú, poniéndose al frente de las tropas
revolucionarias.

Gran parte del ejército permaneció fiel al gobierno y Sarmiento decretó el estado de sitio. El 12 de
octubre de ese año, Avellaneda asumió la presidencia pese a la convulsión existente. En noviembre, los
9.000 hombres de Mitre son derrotados por efectivos gubernistas muy inferiores en número, en La
Verde. Julio A. Roca dio cuenta de Arredondo en la segunda batalla de Santa Rosa, y Taboada se rindió
sin lucha.

Economía y finanzas

Como lo reconoce su propio panegirista Leopoldo Lugones, Sarmiento fue un mal administrador
548.

El gasto público crece: en 1869 llegaba a más de 9 millones de pesos, pero en 1872 está en los 25
millones; en 1874 desciende a 23 millones, «como una indicación de la crisis que comienza» 549. En
cambio las rentas, en 1872 sólo cubrieron 18 millones de pesos, y en 1874, 16 millones 550. ¿Como se
solventó el déficit? Mediante empréstitos, primero internos. Cuando la guerra del Paraguay terminó en
1870, la República se hallaba financieramente exhausta. Sarmiento pretendió solucionar el problema con
un nuevo empréstito interno al 70%, que no logró concretar.

Como había planeado un desenfrenado impulso a las obras públicas, cuando todo imponía
contención en las inversiones, Sarmiento recurrió al préstamo británico: 30 millones contratados con la
casa Murrieta y Cía. de Londres, al 88,5% y 6% de interés; como garantía del empréstito se establecieron
los derechos aduaneros 551. ¿Había imperiosa necesidad de seguir hipotecándonos al exterior? Sarmiento
contesta en 1872: «Está ya realizada la mitad de la suma emitida en Londres, 30 millones de pesos
fuertes. La otra mitad lo estará en el resto del corriente año. La realización gradual nos evitará el pago de
intereses sobre dinero a que no podemos dar de inmediato empleo» 552. La deuda externa,
consiguientemente, aumentó de 40 millones en 1869 a 68 millones de pesos fuertes en 1874 553.

Cuando Sarmiento dejó la presidencia, el servicio de la deuda pública absorbía el 34% de la renta
fiscal 554. Por otra parte, según pormenoriza Vedoya, la administración financiera fue lamentable:
autorización en acuerdo de ministros de gastos «urgentes» al margen del presupuesto; falta de
aprobación de las rendiciones de cuentas de las inversiones hechas por el poder ejecutivo, debían ser
controladas por el Congreso, según estrictas normas constitucionales que no se cumplían; tres cuartas
partes de las erogaciones destinadas al pago de la deuda y al rubro fuerzas armadas; sólo un 8% del gasto
público destinado a inversiones reproductivas 555.

Lo que Mitre no pudo llevar a cabo fue realizado por Sarmiento con la creación de una casa
bancaria nacional. Su móvil fue fortificar el poder financiero federal, hasta ese momento demasiado
dependiente del Banco Provincial. El Banco Nacional fue mixto. La prosperidad primigenia fue pronto
amenazada por el abuso del crédito que hizo el Estado nacional, principal prestatario del mismo. Intentó
sanear la moneda, pues se le obligó a emitir papel con reserva metálica que no podía bajar del 25%. Se
fundaron además el Banco de Italia y del Río de la Plata, y el Banco Alemán, ambos de capital extranjero.

Los pocos saludables resultados operados por el librecambio frenético - propugnado


especialmente por Alberdi, después de la caída de Rosas- llevaron a Sarmiento a establecer cierto
proteccionismo en la ley de aduanas del año 1870, con referencia especial a las industrias azucarera y
vitivinícola. Posteriormente, sucesivas normas llevaron la protección a otros ramos industriales: textil,
serícolo, salitrero, etc.556.

Nuestra balanza comercial continuaba siéndonos francamente desfavorable, dada la falta de


control estatal en el movimiento de las importaciones. Durante los seis años de esta presidencia, el déficit
en el comercio internacional llegó a la alta suma de cien millones de pesos fuertes 557. Del total de
216.000.000 de pesos fuertes importados, 15 millones eran artículos prescindibles (piedras preciosas,
perfumería y cosmética, cigarros de hoja, instrumentos musicales, etc.); 138 millones artículos que
competían con lo que nosotros producíamos (tejidos de algodón y de lana, ropa de confección y ropa
blanca, sombreros, calzados en general, talabartería y carruajes, muebles, fósforos, fideos y harinas,
carnes conservadas, etc.); sólo 49 millones eran productos necesarios (hilos de yute y cáñamo, materias
primas para la industria, armas de fuego, máquinas industriales, papel, instrumentos y máquinas
agrícolas, drogas industriales y medicinales, etc.); y 14 millones estaban libres de derechos (libros,
materiales y máquinas para ferrocarriles, útiles y materiales tipográficos, carbón ferroviario, elementos
para telégrafos y tranvías, etc.).

Mientras entre 1871 y 1874 se introdujeron 285.000 pesos fuertes en máquinas e instrumentos
agrícolas, en el mismo lapso la importación de instrumentos musicales llegó a 657.000 pesos fuertes.
Dice Vedoya: «Importar 1.000.000 de pesos fuertes en máquinas industriales y el doble en cigarros de
hoja, no era, precisamente, la mejor forma de hacer progresar la producción del país» 558.

En cuanto a las exportaciones, ellas eran casi íntegramente productos primarios ganaderos sin
transformación alguna: cueros, lana, sebo, crines, pieles y plumas de animales silvestres; sólo la carne se
salaba para que pudiese llegar a destino. La lana, en un 98%, se mandaba sucia, y los cueros de cabras y
cabritos, sin curtir. Lavando las lanas los belgas obtenían grasa suplementaria, y los cueros de cabritos
santiagueños servían a los franceses que los curtían, para hacer guantes que parecían un calco de los de
gamuza 559. No existía en nuestra dirigencia conciencia de desarrollo económico.

Lo que llevamos relatado explica que la crisis mundial de 1873 repercutiera con violencia en el
organismo económico-financiero del país. La gran cantidad de medio circulante proveniente de los
empréstitos negociados en el exterior, no sólo por la Nación sino también por las provincias,
especialmente la de Buenos Aires, provocó la facilidad en obtener dinero a bajo interés. Esto dio alas a la
especulación aumentando en forma ficticia los precios. La fiebre del enriquecimiento a cualquier costo se
vio entonces. Se importó sin coto ni control. Cuando llegó el momento de reembolsar al exterior lo que
un pueblo se había permitido importar sin mesura, en su mayoría bienes no reproductivos, se produjo el
inevitable malestar económico, herencia que imposibilitó a Avellaneda realizar una obra de gobierno
aceptable.

Cuando Sarmiento asumió la presidencia en 1868, el F.C.C.A. estaba casi terminado. En 1870
llega a Córdoba. Ese año la Nación hubo de pagarle 209.000 pesos fuertes en concepto de garantía, pues
sus ganancias no llegaron al 7% estipulado 560. La sangría continuó en los años siguientes. En 1873
Sarmiento otorga a esta empresa libertad de acción para operar con sus libros de contabilidad sin ningún
control estatal. El ministro que refrenda el decreto, Uladislao Frías, sería poco más tarde representante
legal de dicha compañía ferrocarrilera 561.

Las dos líneas de ferrocarriles que construyó el Estado por iniciativa de Sarmiento, partieron de
estaciones del F.C.C.A., naciendo así tributarias de éste. En efecto: el F.C. Andino, conectó las provincias
de Cuyo con Villa María, y el F.C. Central Norte, Córdoba con Salta y Jujuy. Se terminarían de construir
en las presidencias siguientes. Lo cierto es que el capital británico no tuvo interés en esas líneas, cuyo
trazado era una aventura. ¿Dónde estaba la carencia de capitales, argumento merced al cual se
concedieron las mejores líneas férreas al capital foráneo?

El F.C. Oeste, de capital íntegramente nacional, pidió ayuda al gobierno nacional para extenderse
hasta Cuyo. Lejos de auxiliar a esta noble empresa, se otorga a capitalistas británicos la construcción del
F.C. Pacífico, que uniría Buenos Aires y Cuyo, esto ocurría en 1872. No sólo se prefiere al capital
extranjero, sino que se le aparea un competidor temible al F.C.O. en sus primeros cien kilómetros.
Nuevamente refrenda el decreto de concesión Frías, que en tiempos futuros sería director del F.C.
Pacífico 562.

Los ingleses obtienen otras conquistas. Sarmiento subvenciona las mensajerías que unen Villa
María y Córdoba -estaciones del F.C.C.A.- con Cuyo, pero no lo hace con las que van de Cuyo
directamente a Buenos Aires y Rosario 563.

Pese al propósito de construir el F.C. Central Norte, que tenía el propio gobierno, instado en este
sentido por el Director del Departamento de Ingenieros, Lindmark, se llamó a licitación para conceder el
trazado del primer tramo Córdoba a Tucumán. Dos propuestas de capitalistas argentinos fueron
rechazadas, y Sarmiento se inclinó nuevamente por los ingleses. El contrato respectivo estuvo preñado,
como parecía ser habitual, de cláusulas abusivas 564.

Dos fueron las pasiones de Sarmiento como hombre publico: la instrucción pública y el progreso
material. Quizás se tenga parte de razón cuando se afirma que en momentos de precisar el país una
marcha decidida hacia su engrandecimiento material, Dios envió a Argentina un personaje como el
sanjuanino 565. Salvo su innata tendencia a lograrlo todo utilizando elementos metecos, su esfuerzo fue
denodado. Caminos, puentes, telégrafos, mejoramiento del correo, fundación de colonias agrícolas,
exposición industrial en Córdoba, fomento de la navegación de los ríos, creación de la Oficina de
Estadística Nacional, de la Oficina Meteorológica, del Asilo de Inmigrantes y del Departamento de
Inmigración, construcción de edificios públicos, canalización de ríos y construcción de muelles,
adquisición de unidades de guerra para la marina, realización de un censo, son obras que hablan claro
del celo sarmientino.

Hubo diversos proyectos para construir el puerto de la ciudad de Buenos Aires durante la
presidencia de Sarmiento, de todos ellos, el que pareció más viable fue el del ingeniero Luis A. Huergo en
el Riachuelo. Pero en el Senado, el proyecto de contrato enviado por el poder ejecutivo chocó con la
oposición de Mitre, por cuanto el directorio de la compañía inglesa que facilitaba los fondos, Murrieta y
Cía., fijaba su domicilio en Londres. Mitre argumentó: «el primer puerto de la República Argentina será
gobernado desde Inglaterra», y el puerto no se hizo. Patriótica intervención del líder del nacionalismo,
que olvidaba que siendo presidente había aprobado los estatutos del F.C. Sur cuyo directorio residiría en
Gran Bretaña. No era y no es lo mismo estar en el poder que estar en el llano 566.

Política internacional

La guerra con el Paraguay finalizó en 1870 con la muerte de Francisco Solano López. La firma de
la paz con el país vecino exigió del gobierno de Sarmiento un gran despliegue diplomático.

El canciller Mariano Varela, opuso la frase «la victoria no da derechos» a las pretensiones de
Brasil 567, que éste entendió era una renuncia argentina al Chaco. Argentina ocupó Villa Occidental, en la
margen derecha del río Paraguay, precisamente en lo que es hoy el Chaco paraguayo, para dejar en claro
que no era ese su propósito.

Brasil se enseñoreó de todo el Paraguay oriental, incluso Asunción, las Tres Bocas y la isla
argentina de Cerrito, dominando la navegación de los ríos Paraná y Paraguay. Con estas posiciones
tomadas, le dictaba su voluntad al nuevo gobierno paraguayo, logrando de éste la firma del tratado de
paz en enero de 1872, por separado 568, violando el Tratado de la Triple Alianza. Por ese convenio de paz,
Brasil se aseguró todas las ventajas territoriales previstas en la susodicha Triple Alianza, mantendría
ocupado Paraguay por cinco años y efectuaría el cobro de la deuda de guerra en forma benévola.

Las relaciones se pusieron muy tirantes con la cancillería argentina, desempeñada ahora por
Carlos Tejedor. Dice Palacio: «Las negociaciones habían llegado a un punto de tensión que hacía pensar
en la inminencia de la guerra con el Brasil. Un incidente se había planteado, acerca de una nota en que
Tejedor mencionaba la batalla de Ituzaingó. Tejedor alegaba que lo había hecho porque el ministro
brasileño había aludido a Caseros (lo que demuestra que los sentimientos no se hallaban embotados
todavía y que se sentía a Caseros como una derrota nacional)» 569.

Sarmiento hizo lo que las circunstancias indicaban: compró prácticamente una escuadra en
Inglaterra. Se mandó a Mitre a Río de Janeiro a negociar nuestros límites con Paraguay. En esa ciudad,
el enviado argentino se encontró con que los brasileños demoraron insolentemente las negociaciones. Al
final, el ex-presidente convino que el límite sería el río Pilcomayo, renunciando Argentina a todo el
Chaco, hoy paraguayo, salvo Villa Occidental. Reconoció, además, la validez del tratado Cotegipe-
Lóizaga que selló la paz brasileño- paraguaya. Como no se pone nada por escrito, al ir el propio Mitre a
Asunción, para formalizar el tratado de paz, se encuentra con que el vizconde de Araguaya,
representante brasileño, se niega a apoyar a Argentina en la posesión de Villa Occidental. Mitre intenta
convencer a Tejedor que nuestro país no tenía «título válido» para pretender esa zona. Y Tejedor comete
el grave error de publicar las notas de Mitre negando nuestros derechos sobre Villa Occidental,
documento que luego utilizarían los paraguayos para ganar el arbitraje sobre esa zona 570.

Durante esta presidencia comienzan a agudizarse los problemas limítrofes con Chile. El
presidente argentino que -durante su exilio en Santiago, en época de Rosas- había instado al gobierno
chileno, como ya se ha visto, a apoderarse del Estrecho de Magallanes y aun de la Patagonia, comunicó a
la cancillería trasandina estar dispuesto a discutir los límites. Sarmiento se desdijo de sus apreciaciones
de otrora y afirmó la soberanía argentina en esas zonas decretando la fundación de dos territorios
nacionales en ellas: uno llamado Patagonia, hasta el río Santa Cruz, y el otro Magallanes, desde este río
hasta Tierra del Fuego inclusive. Además, hizo concesiones de extensiones de terreno en esas regiones.

Chile, por su parte, ocupó el río Santa Cruz. Como Argentina protesta, el gobierno de Santiago le
recuerda a Sarmiento sus opiniones de años atrás. En Santiago, el populacho insultó nuestro pabellón y
atacó la legación argentina, en la sospecha de que Sarmiento apoyaba la entente peruano-boliviana
contra Chile. Era la época en que a estas dificultades con Chile se unían las provenientes de la firma del
tratado de paz con Paraguay relatadas y que nos indispusieron con Brasil. Por ello vimos que Sarmiento,
acertadamente, hizo preparativos bélicos.

En abril de 1874 Tejedor propuso un acuerdo transitorio: el Estrecho quedaría en poder de Chile,
y la Patagonia, hasta el río Santa Cruz, en manos de Argentina. La zona intermedia sería sometida a
arbitraje; Chile aceptó.

Inglaterra pretendió ante el gobierno argentino que sus súbditos fueran indemnizados por los
perjuicios sufridos durante la revolución de López Jordán, y con motivo de una invasión de indios a
Tandil y Bahía Blanca 571. Nuestro gobierno rechazó dichas demandas, y el canciller Tejedor emitió su
doctrina que sería aplicada a casos similares: los residentes extranjeros estaban sujetos a las leyes
locales, y si gozaban, de acuerdo a la Constitución, de iguales derechos y garantías que los nativos, no
podía admitirse que disfrutaran además del amparo diplomático y de la protección de las leyes de sus
países de origen. Para la defensa de sus derechos, en la parte que los consideraran afectados, debían
recurrir a la justicia argentina. Ante sucesivas reclamaciones de los ministros italianos, alemán y
uruguayo, Tejedor se mantuvo en esta tesitura.

Gobierno de Avellaneda (1874-1880)

Política interna

Cuando el tucumano Nicolás Avellaneda se hizo cargo de la presidencia el 12 de octubre de 1874,


el gobierno nacional afrontaba las dificultades emergentes de la rebelión mitrista. Recién en diciembre
Roca daba cuenta de Arredondo en la batalla de Santa Rosa, y se pudo decir que la sublevación estaba
sofocada.
La primera dificultad política que tuvo el presidente fue la conformación de su ministerio, pues
Adolfo Alsina no se conformaba con una de las carteras, sino que, como gran factor del triunfo de
Avellaneda sobre Mitre, quería intervenir en la digitación de los ministros, a lo que Avellaneda hubo de
someterse para no perder el apoyo del jefe del autonomismo. Alsina se reservó la cartera de guerra, desde
la cual pensaba influir sobre los comandantes militares del interior, y con ello el manejo de las
situaciones provinciales, esperando que en 1880 dieran como resultado su tan ansiado ascenso a la
presidencia.

La elección del gobernador de Buenos Aires que se haría cargo del poder en marzo de 1875,
provocó un serio problema generacional dentro del autonomismo. El candidato de la plana mayor del
partido, en general integrada por figuras ya maduras, era Antonino Cambaceres, industrial que había
hecho una excelente administración del F.C. Oeste. Los jóvenes disintieron. Agrupados en el club
«Guardia Nacional», deseaban una renovación de la dirigencia.

En este club militaban Aristóbulo del Valle, de ascendencia rosista, con dotes relevantes para la
política, orador de facundia, brillante, de recta conducta y que adquirió con los años gran prestigio
moral; Leandro N. Alem, hijo de un mazorquero fusilado, abogado como el anterior, de arrastre popular
en el barrio Balvanera, de las orillas de Buenos Aires; su sobrino Hipólito Yrigoyen, que hacía las
primeras armas en la política, a la sombra de su tío, comisario de la mencionada barriada desde la
presidencia de Sarmiento; Dardo Rocha, posterior fundador de La Plata, que si no tenía las dotes de Del
Valle y Alem, poseía una gran ambición política y posición económica desahogada. Finalmente, Alsina
conformó a los jóvenes llevando a la gobernación a Carlos Casares, quien se comprometió a designar
como ministro de gobierno a del Valle.

La conciliación

Pese a su derrota de 1874, el mitrismo conspiraba, alarmando al oficialismo con amagos de


revolución y absteniéndose de participar en las luchas cívicas. Para aliviar la tensión, en julio de 1875, el
gobierno nacional prohijó la sanción de una ley de amnistía a los militares complicados en la revolución
mitrista de 1874, lo que permitió la liberación de Mitre que estaba preso. Pero los adictos a éste
continuaron conspirando durante 1876, aprovechando el clima duro generado por la crisis económica, la
primera grave de nuestra historia, que golpeaba a la población, generaba descontento y ponía en aprietos
al gobierno.
En noviembre de 1876, López Jordán volvió a sublevarse, por tercera vez, en Entre Ríos,
suponiéndose en Buenos Aires que el mitrismo andaba en esto. Se establece el estado de sitio, se
clausuran periódicos mitristas. López Jordán es derrotado en Alcaracito y se entrega. Pero la tensión
continúa, incluso en el seno del autonomismo, donde los jóvenes se van sintiendo cada vez más
divorciados de Alsina. Entonces, éste y Avellaneda deciden pactar con el mitrismo.

En mayo de 1877 menudean las reuniones entre Avellaneda, Alsina, Mitre, Casares, Eduardo
Costa, Carlos Tejedor. Se llega a la conciliación, que no es un convenio escrito, sino un pacto verbal entre
caballeros. Avellaneda acepta reincorporar a las filas del ejército a Mitre y a los militares que lo habían
secundado en la revolución de 1874. Se ponen asimismo de acuerdo en prohijar, ambas fuerzas políticas,
la candidatura de Carlos Tejedor para la gobernación de la provincia de Buenos Aires, un hombre de
reconocido prestigio e independencia personal. Como se producen dos vacantes en el ministerio de
Avellaneda, éste ofrece la cartera de relaciones exteriores y de instrucción pública a dos mitristas: Rufino
de Elizalde y José María Gutiérrez, respectivamente, quienes aceptan. Esta operación armonizadora se
completaría en las provincias del interior, donde se le abrirían las puertas al mitrismo en materia de
ministerios, cargos legislativos, etc. Además se concurriría con listas mixtas a las elecciones de diputados
nacionales de 1878. ¿Qué recibía el autonomismo a cambio de todas estas concesiones? No se dijo
oficialmente, pero Alsina fue valor entendido para ser candidato de la conciliación a la presidencia en el
‘80.

Todos conformes, menos los jóvenes autonomistas, del Valle, Alem, Rocha, Juan José Romero,
quienes se rebelan contra el operativo conciliador, deciden separarse del autonomismo y formar un
nuevo partido que se llamó republicano. éste proclama fórmula para gobernador y vice-gobernador de la
provincia de Buenos Aires, integrada por del Valle y Alem, que enfrentaría a Tejedor-Moreno, la de la
conciliación. En el comicio del 2 de diciembre de 1877, se impone Tejedor por 3.315 votos de los
conciliados contra 1.187 de los republicanos.

El juvenil grupo animador del partido republicano ya actuaba, desde 1868, en el club 25 de mayo,
dentro del autonomismo, apoyando en ese entonces la fórmula Sarmiento-Alsina. Tenía algunas
connotaciones programáticas de avanzada: elección pública de los jueces de paz; imperio del sufragio
popular; abolición del servicio de fronteras que denigraba a nuestros gauchos; rebaja del precio de la
tierra pública y división de la misma; autonomía de los municipios 572. Militan en este club Alem,
Victorino de la Plaza, Carlos Pellegrini, Luis Sáenz Peña, del Valle, Pedro Goyena. En 1872 fundan el club
Electoral, incorporándose entre otros José Manuel Estrada, Dardo Rocha, Miguel Goyena. Cuando la
mayoría de estos dirigentes funda el partido republicano en 1877, la implantación del proteccionismo
industrial está entre sus objetivos 573. De tal manera, que bien puede decirse que dicha corriente política
es la primera programática de esta época, cuyos postulados mucho tenían que ver con las viejas
demandas del federalismo vernáculo. Algunos de estos principios, como el juego limpio electoral, se
incorporarían a la Unión Cívica en el ‘90 y a la Unión Cívica Radical en el '91. No es casual que Alem
fuera el animador de ambas.

Cuando la conciliación parecía haber allanado la solución de los ríspidos problemas políticos de la
segunda parte de la década del 70, sucedió un hecho que lo echaría todo por la borda. A fines de
diciembre de 1877 moría inesperadamente Adolfo Alsina, la solución presidencial para el ‘80. Este hecho
desataría una ola de ambiciones en la plana mayor de la dirigencia política argentina, por hacerse
acreedores a la herencia de la candidatura presidencial del ministro de guerra fallecido. Esto llevaría en
dos años, (1878-1880) a la República a un grave desencuentro, con su consiguiente cuota de
derramamiento de sangre. Complicado proceso político, conectado directamente con las causas de la
Revolución de 1880, que trataremos al abordar ese tópico, más adelante.

Economía y finanzas. La inserción argentina en la economía mundial

A partir de Caseros, pero más claramente desde Pavón, Argentina insertó su economía dentro del
esquema económico mundial, especialmente europeo. Esto significaba esencialmente, que Argentina
pagaría sus importaciones de manufacturas europeas, con productos primarios, casi exclusivamente
ganaderos, hasta 1880.

La balanza comercial, es decir, el cotejo entre los valores importados y los valores exportados, fue
negativa entre 1852 y 1862 por 20 millones de pesos fuertes -durante la presidencia de Mitre por 40
millones, y durante la de Sarmiento por 100 millones- hubo que apelar a los empréstitos para nivelar la
balanza de pagos. El gasto era galopante: guerras civiles, contienda con el Paraguay, derroche
administrativo, importaciones suntuarias, etc.

El sistema se mantuvo hasta 1873, porque Europa, particularmente Gran Bretaña, nos proveyó de
oro a través de esos préstamos, pero cuando ellas hubieron de soportar la crisis mundial a partir de ese
año, el flujo de oro europeo se paralizó, y nos encontramos que no teníamos salida para nuestro
endeudamiento, que las reservas metálicas se habían volatilizado, y que para mayor desgracia, nuestros
productos de exportación habían bajado de precio precisamente a raíz de la crisis mundial. Se produjo el
descenso del comercio exterior de la República, y con ello la disminución de la recaudación aduanera,
que constituía todavía entre el 80 y el 90% de los recursos del tesoro nacional. Tal disminución acarreó,
entonces, notables efectos negativos en las finanzas del Estado.

La escasez de entrada de oro vía empréstitos, provocó la falta de fondos de los bancos para
conceder créditos al comercio y a las explotaciones rurales, pues no debe olvidarse que la emisión de
billetes sólo podía efectuarse sobre la base del encaje metálico poseído. La falta de crédito bancario
ocasionó quiebras, desocupación. Este último factor golpeó a los sectores más débiles, como los afectó,
debido a la disminución de las importaciones, el encarecimiento de productos de primera necesidad,
alimenticios y de la vestimenta, que en aquel entonces se traían en buena cantidad del exterior. Nuestro
sector industrial, desprotegido en general, como estaba, era rudimentario, incipiente, una de las
consecuencias más notorias de esa inserción argentina en la economía mundial, que nos imponía aceptar
las reglas de juego consistentes en importar manufacturas y oro, en forma de empréstitos, y exportar
materia prima y alimentos.

Hemos dicho que la República se encontraba fuertemente endeudada. Se calcula que en 1875 los
servicios de los intereses y amortizaciones de la deuda pública absorbían el 25% del presupuesto. Al
pagarla, el oro desapareció prácticamente de las arcas fiscales. La Caja de Conversión, que en 1872 tenía
15 millones y medio de pesos oro, en 1877 sólo contaba con algo más de 158.000 pesos oro 574.

Se impuso entonces la frugalidad en las importaciones, lo que dio un natural impulso a algunas
industrias elementales. El monto de lo importado, que en 1873 había llegado a 73 millones de pesos, en
1876 bajó a 36 millones 575. Durante su mandato, obligado por las circunstancias, Avellaneda, logró un
superávit en la balanza comercial de 25 millones de pesos oro en total 576.

El presidente inició una política financiera de austeridad en los gastos dirigida con criterio de
clase. Como la renta fiscal bajaba, se pedía la suspensión de los pagos al exterior en concepto de
amortización e intereses de la deuda publica. Avellaneda se negó terminantemente a decretar la
moratoria internacional, lanzando aquella frase famosa: «Ahorraremos sobre el hambre y la sed de los
argentinos». Impuso una dura política de contención en los gastos; rebajó en un 25% los sueldos y
pensiones, atrasó el pago de los salarios de los empleados en 6 meses, dejó sin efecto la realización de
obras públicas y sin pago a los acreedores internos del Estado. Pero se satisfizo puntualmente a los
acreedores externos.

Para el año 1876, el presupuesto fue reducido en una tercera parte: seis mil empleados públicos
van a la calle 577. La especulación, una de las causas fundamentales de la crisis, decreció notoriamente; el
clima financiero artificial en que se había vivido, denotado por una fiebre de negocios avasallante, se
trocó en una frialdad trágica, síntoma de paralización en el mundo comercial. La elevación ficticia de los
precios se transformó en violenta depresión de los mismos. También se suspendió el pago de las
subvenciones a las provincias 578 con lo que la crisis repercutió en el interior. Las propiedades rurales se
depreciaron en un 50%, volviendo en muchos casos a su valor normal después de la hinchazón
provocada por la especulación 579.

La política seguida por Avellaneda, y que el ministro Bernardo de Irigoyen sintetizó expresando
que «la deuda extranjera debe servirse religiosamente, cueste lo que cueste» 580, hizo que el encaje
metálico existente en la Caja de Conversión, como vimos, huyera del país hacia el exterior. Fue necesario
entonces que se estableciera la inconversión de la moneda, medida que se concretó en mayo de 1876,
después de nueve años de regir la conversión dispuesta durante la administración del general Mitre 581.
El papel moneda se depreció notablemente, circunstancia que sufrieron más los sectores asalariados. Por
lo menos, durante su mandato, Avellaneda no aumentó la deuda con el exterior ya que no contrajo
empréstitos, quizás porque las circunstancias penosas por las que atravesaba el país no se lo
permitieron.

El descenso de las importaciones que se ha observado, contribuyó a que se fuese acelerando la


toma de conciencia industrial en los medios económicos. Durante 1875 nace en Buenos Aires el Club
Industrial Argentino, ente que agrupa a sectores del empresariado; su órgano de prensa, «El Industrial»,
hace prédica proteccionista. Tres años después, un núcleo disidente da origen al Centro Industrial
Argentino, que tiene su periódico en «La Industria Argentina». En 1877, el Club Industrial organiza una
exposición industrial argentina muy modesta. Al año siguiente, nuestro país está presente en la
Exposición de París 582.

Contribuye notoriamente a la formación de un clima proclive a fomentar la industrialización, un


grupo de hombres de extracción autonomista liderado por Vicente Fidel López, a quien siguen Carlos
Pellegrini, Dardo Rocha, Miguel Cané y otros. En el fondo, este núcleo ponía en duda si la inserción de
Argentina en la economía mundial, tal como se la practicaba, era el camino correcto para lograr el
desarrollo y progreso material a que se aspiraba. Observaban cómo, contemporáneamente, Estados
Unidos, inspirado en la prédica de Hamilton y Charles Henry Carey, y Alemania, en la de Friederich List,
en vez de trocar productos primarios por manufactura, habían decidido industrializar la materia prima
para lograr un mayor valor agregado que equilibrara su balanza comercial, y para adquirir cierta
independencia económica frente a los centros financieros ingleses o franceses.

En el debate en la Cámara de Diputados, de agosto de 1876, refiriéndose al proyecto de ley de


aduanas para el año siguiente, Vicente Fidel López expresaba refiriéndose al ministro de hacienda,
Norberto de la Riestra: «él cree que nosotros, limitándonos a la producción de materias primas,
podremos estar en el caso de hacer frente con nuestra exportación al valor de las importaciones ahora y
siempre... Y yo digo... que si nos limitamos a esta esfera, jamás saldremos de la pobreza, de la miseria, de
la barbarie y del retroceso». Carlos Pellegrini acotaba: «Es evidente... que hoy somos simplemente un
pueblo pastor, que nuestra única riqueza se reduce al pastoreo y en pequeñísima parte a la agricultura;
entonces en nombre de la experiencia les preguntaría a los librecambistas, ¿cuál es la nación del mundo
que ha sido grande y poderosa, siendo únicamente pastora? Creo que será muy difícil indicarla... Los
proteccionistas no atacan el principio del librecambio; reconocen que está fundado sobre bases sólidas;
en lo único que difieren, es en la cuestión de época y lugar. Declaran que a naciones nuevas, que recién
han nacido a la vida de la industria, no puede aplicárseles el sistema del librecambio, y que hay que
aplicarles el sistema proteccionista».

En otra intervención, López profetizaba: «Con el librecambio, el interior no estará poblado, y sólo
habrá una miseria progresiva... estamos en un país pobre que tiene que mandar sus materias primas sin
límite a los manufactureros extranjeros, que ellos son los que imponen el precio a nuestros productos,
que nosotros no somos dueños de nuestra producción, y que, como ha dicho el diputado Pellegrini,
somos una granja del extranjero, un pedazo del territorio extranjero, pero no tenemos independencia;
pues el día que un periódico extranjero nos quiera quitar el crédito, el señor Ministro se quedará (a pesar
de todo su comercio libre) en la situación en que se halla actualmente. Estas son las condiciones que ha
traído al Gobierno a la ruina económica que sufre; es imposible tener independencia cuando un pueblo
no se basta a si mismo, cuando no tiene para consumir todo aquello que necesita, cuando dependemos
de los trigos de Chile, cuando dependemos, aun en el caso de una guerra, de los fusiles extranjeros» 583.

Se estableció así, en el año 1877, una ley de aduanas que establecía derechos del 40% para el
calzado, ropa y confecciones, del 25% para los tejidos y cueros curtidos, y numerosos artículos
alimenticios abonaron el 35%, lo que favoreció el proceso industrial 584, encaminando actividades
manufactureras como la textil, del calzado, mueblera, vitivinícola, del vidrio, etc. 585, pues la carencia de
importación de ciertos productos hizo necesaria su producción en el país. Así obtuvieron también
difusión ciertos cultivos como el trigo, la caña de azúcar, el tabaco y la vid. Es con Avellaneda que se
vislumbra el porvenir argentino en materia de agricultura, y se comienza a exportar trigo como se había
hecho por primera vez en 1850, durante la fase final de la Dictadura de Rosas 586.

El descubrimiento de métodos de congelación de carnes, debido a Tellier, permitió entre 1876 y


1878 hacer las primeras experiencias exportadoras de ellas a los mercados europeos. En 1880 la
ganadería representaba el 89,5% de nuestras exportaciones, y la agricultura el 1,14%, lo que demuestra
que hasta ese año poco se había logrado en materia de agricultura 587.

Durante su mandato, en 1876, Avellaneda inauguró el ferrocarril de Córdoba a Tucumán. Las


líneas, que cubren 1.331 km., en 1874, llegan a 2.474 km., hacia 1880, de las cuales 1.198 son de capital
nacional y 1.276 de capital foráneo. Esto demuestra fehacientemente la capacidad argentina para encarar
con autonomía la construcción de redes ferroviarias.
En líneas generales, Avellaneda, no otorgó nuevas concesiones; mas pudo haber propiciado la
expropiación del F.C. Sud por el F.C. Oeste, adelantándose al objetivo británico de comprar esta última
línea férrea, que cumplió en 1889. En la opinión pública se hacía sentir una corriente hacia la
expropiación, pues se argumentaba con razón, que el país era suficientemente rico para hacerlo.
Avellaneda no se atrevió, y en cambio favoreció la concesión que había hecho Sarmiento al F.C. Pacífico
588. Ya comienza, por otro lado, a denotarse la tendencia al trazado radial de las líneas, desde los puertos
de Rosario y Buenos Aires al interior, lo que marca en materia de transportes las exigencias de la
inserción argentina en la economía mundial: ferrocarriles que van del interior hacia los puertos
transportando productos primarios, y que vuelven de los puertos al interior cargando manufacturas.

Mientras tanto, el F.C. Central Argentino organizaba una compañía, que se ocuparía de la
comercialización de las tierras obtenidas merced al contrato de concesión ferroviaria otorgado por Mitre.
Se constituye con forma de filial, aparentemente independiente del Ferrocarril, para evitar que sus
ganancias sean contabilizadas como pertenecientes a éste, de otra forma, abultando las utilidades totales
del Central Argentino, les hubiese complicado el cobro de las garantías estipuladas para el caso de que
las utilidades no llegaran al 7% anual. No obstante verse con claridad la maniobra, la ley 834 del 25 de
octubre de 1876 aprobó los estatutos de la Compañía de Tierras del F.C.C.A., y como si esto no fuera
suficiente, por un decreto del 6 de octubre de 1880 se solicitaba a los gobiernos provinciales de Santa Fe
y Córdoba, que los terrenos pertenecientes a la susodicha Compañía no fueran gravados con impuesto
alguno, a lo que esos gobiernos accedieron 589.

Política internacional

Durante la presidencia de Avellaneda se llegó a un acuerdo definitivo con Paraguay que


restableció la paz entre ambas naciones y arregló los problemas limítrofes, obra del ministro de
relaciones exteriores Bernardo de Irigoyen. Cuando éste se pone al frente de tales funciones, en agosto de
1875, el territorio paraguayo estaba ocupado, todavía, por fuerzas brasileñas. Río de Janeiro dificultaba
la firma de nuestro tratado de paz con Paraguay, y por ende postergaba la desocupación del territorio por
sus fuerzas militares, situación peligrosa para la independencia guaraní 590. Así lo comprendió Irigoyen,
quien puede ponerse de acuerdo subrepticiamente con el gobierno paraguayo, preocupado por la
presencia de las tropas brasileñas enseñoreadas en su tierra.
El acuerdo se logró sobre la base del establecimiento como límite al río Pilcomayo, defiriéndose la
posesión de Villa Occidental y de la zona aledaña entre los ríos Pilcomayo y Verde, al arbitraje del
presidente norteamericano Rutherford Hayes. Misiones y la isla del Cerrito serían argentinas.

Enterada la cancillería carioca que en algo andaba el gobierno paraguayo con Argentina, intentó
presionar al presidente Gill para que firmara un tratado de amistad con Brasil, el que significaba un
cuasi-protectorado del gobierno de Pedro II sobre la nación guaraní. Como Gill se negó, Brasil intentó
derrocarlo bajo la apariencia de una revolución nativa. Entonces Irigoyen se puso firme, amenazó con
reforzar nuestros contingentes en Villa Occidental y dificultó la llegada de armamentos a los
«revolucionarios» por el río Paraná. Consolidado en el gobierno el presidente Gill, firmó la paz con el
gobierno argentino pactando los límites consignados. Como con la firma del tratado se daba por
finiquitada la guerra con Paraguay, Irigoyen exigió la desocupación brasileña de ese país, cosa que
ocurrió en junio de 1876.

El fallo del presidente Hayes en 1878 nos fue desfavorable, y fijó definitivamente nuestro límite
con esa nación en el Río Pilcomayo.

Con Chile se produjeron incidentes. En 1876 el buque «Jeanne Amélie», de bandera francesa,
cargaba guano en la desembocadura del río Santa Cruz, con licencia argentina, cuando una nave de
guerra chilena lo capturó. Ante la protesta argentina, Chile arguyó que sus límites llegaban hasta el río
Santa Cruz, el problema se discutió largamente. En 1878, nuevo incidente similar con el buque
norteamericano «Devonshíre», que también con licencia argentina cargaba guano en la caleta Monte
León: fue capturado y llevado a Chile. Esta vez nuestro gobierno envió cuatro buques de guerra al mando
del comodoro Luis Py, con la orden de evacuar de chilenos la zona haciendo uso de la fuerza en caso
necesario. Chile dio orden a su escuadra de que actuase, por lo que se temió un grave enfrentamiento. Sin
embargo se llegó a un acuerdo por el cual se establecía un «statu quo», y Chile procedió a devolver el
buque «Devonshire».

Entre 1876 y 1879 Argentina y Chile firmaron varias transacciones en materia limítrofe, en época
en que sucesivamente nos representaron los ministros de relaciones exteriores Irigoyen, Elizalde y
Montes de Oca. No obstante, ninguno de los acuerdos logró perfeccionarse mediante la ratificación
correspondiente de ambos países. Hubo momentos en que se temió que Chile se apoyara en Brasil para
atacarnos, pero la situación económico-social de este país hacia 1878 diluyó la posible entente.

En 1879 Chile se enfrascó en una contienda contra una alianza peruano- boliviana, la llamada
guerra del Pacífico, y entonces los trasandinos temieron que Argentina aprovechara sus dificultades para
avanzar en el sur. Hidalgamente, Avellaneda contestó a Juan Manuel Balmaceda, que venía a pedir
nuestra neutralidad: «La Argentina no es país que aproveche las dificultades de un adversario, para
obtener ventajas; eso no sería caballeresco; vaya usted a Chile y lleve la seguridad de nuestra completa
neutralidad durante la guerra, que después de ésta, y cuando ustedes estén repuestos del magno
esfuerzo, entraremos a discutir nuestros derechos respectivos». Balmaceda, que iba dispuesto a firmar
cualquier cosa en materia de límites con tal de obtener la neutralidad argentina en la guerra del Pacífico,
expresó a Ernesto Quesada: «...mi sorpresa fue suma cuando conocí a los estadistas argentinos. ¡Qué
generosidad! ¡Qué desprendimiento! ¡Qué grandeza de alma!» 591.
La guerra del Pacífico, pues, y luego la grave crisis política argentina del ‘80, postergaron la
solución del diferendo limítrofe con Chile, que recién comenzaría a caminar en dirección a una solución a
partir de 1881, durante la presidencia de Roca.

En otro frente, entre 1875 y 1876, el gobierno de Santa Fe tomó diversas medidas contra la
sucursal del Banco de Londres y Río de la Plata en Rosario, en represalia por haber dicho Banco
presentado a la conversión buena cantidad de billetes del Banco Provincial de Santa Fe, sabedor de que
éste, debido a la crisis, no tenía metálico para entregar por ellos. Así se le suspendió el derecho de emitir
billetes, se le impuso un impuesto a sus operaciones, se le canceló la personería jurídica, se apresó a su
gerente, un alemán de apellido Behn, que retiraba fondos para ingresarlos en la sucursal de Buenos
Aires, y finalmente la Provincia se incautó de dichos fondos. Los ministros diplomáticos inglés y alemán
pusieron el grito en el cielo ante nuestro canciller Irigoyen, pretendiendo una solución del diferendo por
la vía diplomática. Una cañonera británica fondeó en el puerto de Rosario en tono intimidatorio.

Irigoyen puso las cosas en su lugar, sentando lo que se conoce como doctrina Bernardo de
Irigoyen, que significaba el rechazo de las pretensiones esgrimidas por el representante británico: «El
Banco de Londres es una sociedad anónima; es una persona jurídica... que debe su existencia
exclusivamente a la ley del país que la autoriza. En esas sociedades no hay nacionales ni extranjeros: ellas
constituyen una persona moral distinta de los individuos que concurren a establecerla; y aunque sean
fundadas por extranjeros, no tienen derecho a protección diplomática, porque no son las personas las
que en esas combinaciones se ligan. Asócianse simplemente en ellas los capitales, en forma anónima, es
decir, sin nombre, nacionalidad, ni individualidad comprometida» 592.

Al reclamo alemán, Irigoyen le señaló el camino de la justicia, que no se había intentado, para
plantear el reclamo. Entrevistado nuestro canciller por el ministro inglés Saint John y por el abogado del
Banco de Londres, Manuel Quintana, que en 1904 sería presidente de la República, apenas «el abogado
que acompañaba al encargado de negocios reclamante anunció por vía intimidatoria que una cañonera
inglesa se dirigía hacia el puerto de Rosario, el ministro con digna reacción, se puso de pie y se negó a
continuar hasta que Quintana se retirase del despacho, no aceptando que un argentino fuese portavoz de
una intimación extranjera»593.

El gobernador santafesino Servando Bayo, no admitió restituir la personería jurídica y liberar a


Behn, hasta que no se facilitase un crédito al Banco Provincial que solucionase sus problemas, y hasta
que el Banco de Londres, su fundamental competidor, aceptase sus billetes. Además, exigió que Behn
fuese trasladado de Rosario a otro lugar fuera de la Provincia, y que se retirase la cañonera «Beacon» de
Rosario. Obtenidos estos objetivos, Bayo devolvió la personería jurídica al Banco de Londres.

2. La organización nacional

Sumario: Los códigos. La organización de la justicia federal. La educación. La inmigración. La inserción argentina en la
economía mundial.

Los códigos

En época en que se dictaba la Constitución de 1853, estaba aun vigente, en materia de derecho
común, la legislación castellana, con algunas modificaciones introducidas por leyes de los sucesivos
gobiernos patrios, tales como la supresión de los mayorazgos y vinculados, la libertad de vientres,
normas que establecieron la igualdad de las personas, disposiciones sobre el régimen de familia
destinadas a resolver los problemas de matrimonios de personas con distinta religión, etc.
La Constitución de 1853, estableció como atribución del poder legislativo nacional, la sanción de
los códigos civil, comercial, penal y de minería (artículo 64, inciso 11). Durante la presidencia de Urquiza
no se pudo concretar nada, a pesar de que una ley de 1854 autorizaba al poder ejecutivo a formar una
comisión que redactase esos códigos.

En el Estado de Buenos Aires, por obra de Dalmacio Vélez Sarsfield y Eduardo Acevedo, se dictó
un código de comercio en 1854 que rigió en esa provincia. También se encomendó en ésta la redacción
de un código civil a los doctores Marcelo Gamboa y Marcelino Ugarte, pero el trabajo no se completó.

Luego de Pavón, una ley del año 1862, del Congreso Nacional reunido ya en Buenos Aires, adoptó
para la Nación el código de comercio vigente en Buenos Aires, el que estaba inspirado en los códigos
francés y español de 1807 y 1829 respectivamente, el de Holanda de 1838, el de Brasil de 1850, y en el
pensamiento de jurisconsultos alemanes. El principal objetivo de este código, dentro de la tónica
económica liberal, era brindarle confianza al comerciante británico, en especial.

En 1864, Mitre, designó al doctor Vélez Sarsfield para la redacción del código civil, y al doctor
Carlos Tejedor para la del código penal. Vélez trabajó cinco años su proyecto, el que fue convertido en ley
a libro cerrado en 1869 y entró a regir el 1° de enero de 1871. Hoy aun rige a pesar de numerosas
reformas. Las distintas instituciones fueron abordadas en 4.051 artículos que reglaron las personas
jurídicas y de existencia visible, el matrimonio y temas conexos como la filiación, la tutela y la curatela;
las obligaciones; los hechos y actos jurídicos; los contratos; los derechos reales; las sucesiones; la
preferencia de los créditos; la prescripción.
Es evidente la orientación liberal de sus cláusulas, que Borda morigeró. Sus cláusulas fueron
modernizadas por el doctor Guillermo Borda en 1968.

La principal fuente del código fue la obra «Esbozo», del brasileño Augusto Teixeira de Freitas,
escrita para ser código civil de su país; también influyeron el código civil francés y el chileno, los
proyectos de Acevedo para el Uruguay y de una comisión presidida por García Goyena para España,
además de la legislación castellana y las reformas de las leyes patrias que aludimos. En materia
doctrinaria influyeron los juristas franceses, anglosajones, romanistas y los antiguos comentadores
españoles. Chianelli hace notar que los derechos de los propietarios son defendidos a ultranza por el
código, dentro del concepto romano de la propiedad recogido por el código napoleónico que inspiró al
nuestro en esa materia, no notándose lo mismo respecto de los arrendatarios, más numerosos en las
explotaciones agrícolas que los propietarios 594.

A pesar de su liberalismo, Vélez intentó en muchos aspectos adecuar las disposiciones de su obra
a nuestra realidad y costumbres, como en materia de familia, por ejemplo. Zorraquín Becú expresa que
este código fue uno de los «más perfectos del mundo por su método, el acierto de sus disposiciones, la
riqueza de su contenido y la novedad de algunas construcciones jurídicas que hasta entonces no habían
llegado a tener estado legislativo»595.

Tejedor, que era profesor de la materia en la Facultad de Derecho, presentó su proyecto entre
1865 y 1868, utilizando como fuente principal el código penal de Baviera, pero se inspiró también en el
de Louisiana y el de España, además de la legislación romana. No convenció su trabajo y fue objeto de
retoques por diversos jurisconsultos. Por ello recién fue sancionado por el Congreso en 1886, siendo ya
presidente Juárez Celman, aunque varias provincias, antes de la sanción, ya habían puesto en vigencia el
proyecto de Tejedor. Rigió hasta 1921, fecha en la que lo sustituyó el actual, obra del doctor Rodolfo
Moreno.

La redacción del código de minería le fue encomendada al doctor Enrique Rodríguez,


sancionándoselo en 1886.

Algunas provincias habían dictado sus normas procesales. El dictado de los códigos de
procedimientos, esto es, la legislación adjetiva, la que establece la manera de hacer valer los derechos
ante la justicia, de acuerdo a la constitución nacional, corresponde a las provincias. éstas no sólo
organizan la justicia que ha de aplicar la legislación de fondo, sino que también a ellas compete el
dictado de las normas que hacen posible su aplicación. Fue a partir de 1870, que en ellas se aceleró la
predisposición de dictar sus códigos de procedimientos, tanto en lo civil, como en lo criminal. Declarada
capital la ciudad de Buenos Aires en 1880, el Congreso de la Nación le dictó sus códigos de
procedimientos también aplicables en los territorios nacionales.

La organización de la justicia federal

Según nuestro esquema institucional, la justicia ordinaria está en manos de los juzgados y
tribunales que cada una de las provincias estructura. Pero hay casos particulares por razón de la materia,
de las personas o del lugar, en los que entiende la justicia nacional o federal. Estos casos los especifica el
artículo 100 de la Constitución: a) por razón de la materia: causas que versen sobre temas regidos por la
Constitución de un modo particular, por leyes nacionales especiales (de aduanas, moneda, correos, etc.),
o por tratados con las naciones extranjeras; b) por razón de las personas: causas en que la Nación sea
parte, que se originen entre dos o más provincias, entre una provincia y los vecinos de otra, entre vecinos
de diferentes provincias, y entre una provincia o sus vecinos con un Estado o ciudadano extranjero; c)
por razón del lugar: causas de almirantazgo y de jurisdicción marítima.

El poder judicial nacional o federal se integra con una Corte Suprema de Justicia, con sede en la
capital de la República, con las cámaras de apelaciones, y jueces federales, que son varios en el territorio
de la República con jurisdicción sobre distintas zonas de él. Todos los integrantes del poder judicial son
designados por el presidente de la República con acuerdo del senado; conservan sus cargos mientras
dure su buena conducta. También son jueces y tribunales nacionales, los que ejercen la justicia ordinaria
en la Capital Federal y territorios nacionales.

Cuatro leyes organizaron la justicia federal, dictadas durante la presidencia de Mitre: la no 27, de
1862 y las números 48, 49 y 50, de 1863. La primera establece la naturaleza y funciones del poder
judicial de la Nación; organiza la Corte Suprema de Justicia con cinco jueces y un procurador general;
especifica dónde y cómo funcionarían los juzgados de sección y las cuestiones sobre las que dictarían
sentencias. La Corte Suprema, se estableció, ejercita la superintendencia de los jueces y cámaras
federales.

La Constitución Nacional, y las leyes n^ 27 y n^ 48, establecen que la Corte tiene la siguiente
competencia:

1°) Originaria y exclusiva: asuntos concernientes a embajadores, ministros y cónsules extranjeros,


y en los que alguna provincia fuese parte; 2°) Por apelación ordinaria: en causas tramitadas ante la
justicia federal según lo prescripto por el artículo 100 de la Constitución; 3°) Para dirimir cuestiones de
competencia entre magistrados que no tuviesen un tribunal superior común; 4°) Por apelación
extraordinaria, en estos casos: a) cuando se hubiera cuestionado la validez de un tratado, de una ley
nacional o de una autoridad ejercida en nombre de la Nación, y la decisión hubiese sido contra su
validez; b) cuando la validez de una ley, decreto o autoridad de provincia se pusiera en cuestión bajo la
pretensión de ser repugnante a la Constitución Nacional, a los tratados o leyes del Congreso, y la
decisión hubiera sido en favor de la validez de la ley o autoridad de provincia; c) cuando la inteligencia
de alguna cláusula constitucional, de un tratado, o ley nacional, o comisión ejercida en nombre de la
autoridad nacional, se hubiera cuestionado, y la decisión fuera contra la validez del título o derecho
fundado en los textos mencionados 596.

Este último caso es el que se conoce como recurso de inconstitucionalidad, que transforma a la
Corte en intérprete y custodia de la letra y del espíritu de la Constitución frente a cualquier ley, decreto o
acto administrativo que los viole. Excepto el caso de que esa violación involucre una cuestión política,
pues la Corte se ha negado sistemáticamente a convertirse en control de los otros dos poderes del
Estado, según se ha dicho. De acuerdo a esta tesitura, los actos políticos deben ser vigilados por los otros
dos poderes en lo que les compete. Así, por ejemplo, un recurso planteado contra la validez de un
comicio fraudulento, no sería admitido por la Corte para su tratamiento.

La ley n^ 49 establece los crímenes cuyo juzgamiento compete a la justicia federal; y la ley n^ 50
estableció el procedimiento a seguirse ante esa justicia federal en los casos civiles y comerciales.

La educación

La labor de Mitre en cuanto al nivel primario de la enseñanza, fue mezquina. Las subvenciones a
las provincias pobres alcanzaron durante sus 6 años de gobierno a un total de 56.739 pesos fuertes, o
sea, un promedio de 1.000 pesos fuertes por provincia cada año 597. El costo de la represión de las
montoneras, en ese periodo, alcanzó a 3.500.000 pesos fuertes. Se advierte una desproporción fue
enorme.

En el nivel medio se realizó una interesante labor con la creación de los seis primeros colegios
nacionales que tuvo el país, ubicados en los siguientes lugares: Buenos Aires, Catamarca, Tucumán,
Mendoza, San Juan y Salta. Los cursos duraban cinco años con formación en letras y humanidades,
ciencias morales y ciencias físicas y exactas. Se enseñaba en ellos de todo un poco: castellano, literatura,
latín, francés, inglés, alemán, filosofía, historia, geografía, matemáticas, física, química, cosmografía 598.
Estos colegios fueron en buena medida el origen de una enseñanza meramente erudita y enciclopédica,
poco formadora de la mente y del carácter, del uso acertado del idioma en lo escrito u oral.

El propósito de la creación de estos institutos secundarios, manifestado por el propio Mitre, en su


discurso pronunciado el 16 de julio de 1870 en el Senado de la Nación: «Si dada nuestra desproporción
alarmante entre el saber y la ignorancia no echásemos anualmente a la circulación en cada provincia una
cantidad de hombres educados para la vida pública, el nivel intelectual descendería rápidamente y no
tendríamos ciudadanos aptos para gobernar, legislar, juzgar ni enseñar, y hasta la aspiración hacia lo
mejor se perdería, porque desaparecerían de las cabezas de las columnas populares esos directores
inteligentes que con mayor caudal de luces las guían en su camino» 599. El objetivo era formar «una
minoría enérgica e ilustrada», en el decir de Solari 600, que parafrasea a Mitre. éste agrega para que no
queden dudas: «Lo urgente, lo vital, porque tenemos que educar a los ignorantes bajo pena de vida, es
robustecer la acción que ha obrar sobre la ignorancia que nos invade, velando de día y de noche, sin
perder un momento, sin desperdiciar un solo peso del tesoro cuya gestión nos está encomendada, para
aplicarla al mayor progreso y a la mayor felicidad de la sociedad, antes que la masa bruta predomine, y
se haga ingobernable y nos falte el aliento para dirigirla por los caminos de la salvación» 601.

Eran los propósitos de una especie de despotismo ilustrado, que una élite formada en esos
colegios nacionales se impusiera entre los que luego habrían de gobernar, legislar, juzgar, educar, «antes
que la masa bruta predomine». Esta convicción se afirma, al tenerse en cuenta que los colegios
nacionales eran un tránsito hacia la universidad, mero ciclo introductorio o preparatorio para el ingreso
a las casas de altos estudios, en cuyos claustros se intensificaría esa formación ideológica. Consecuente
con ello, en 1861, el ilustrado Juan María Gutiérrez, conspicuo miembro de la generación del ‘37, fue
nombrado rector de la Universidad de Buenos Aires, siéndolo hasta jubilarse. De él, puntualiza
Menéndez y Pelayo: «su aversión a España y empedernido volterianismo, que rayaba en fanática e
intolerante manía»602. Se veló, especialmente, porque los abogados recibieran la formación
individualista, que el credo alberdiano de la Constitución, exigía.

Durante la gestión de Sarmiento, en materia de nivel primario, la tarea se presentaba como


ímproba, en cuanto el primer censo nacional de 1869 reveló un 78% de analfabetismo en la población.

Como la educación primaria, de acuerdo al artículo 5° de la Constitución, debe ser sostenida por
las provincias, la ley 356 de 1869 estableció que el Congreso premiaría con 10.000 pesos a toda provincia
que tuviera un décimo de su población inscripta en sus registros escolares. Fue un completo fracaso,
primero porque la mayoría de las provincias no llevaban registros escolares o no los tenían al día, y
segundo porque exigir que un décimo de la población tuviera escolaridad primaria era sólo una ilusión.

Aquel fracaso motivó, en 1871, el dictado de una nueva ley de subvenciones, la n^ 463, por la cual
el gobierno nacional contribuiría a solventar los presupuestos educativos provinciales en esta
proporción: los tres cuartos de los mismos en La Rioja, San Luis y Jujuy; la mitad en Santiago del Estero,
Tucumán, Salta, Catamarca, San Juan, Mendoza y Corrientes; y la tercera parte en Córdoba, Entre Ríos,
Santa Fe y Buenos Aires. Para cumplir con este cometido, se dispondría de una octava parte del producto
de la venta de tierras públicas.
El aporte fue irrisorio: en 6 años se repartieron 935.778 pesos fuertes, lo que significaba el 0,79%
del presupuesto nacional, a un promedio de 928 $f. mensuales por provincia, esto es, más o menos lo
que ganaba mensualmente el gobernador de Buenos Aires 603. De acuerdo a los cálculos de Vedoya, la
subvención alcanzaba a 0,047 $f. por cada niño, de 6 a 14 años de edad 604. También indica que, en 1874,
existían en el país un tercio de las escuelas fiscales necesarias para el nivel primario 605. Durante los seis
años que van de 1869 a 1874, se cubrieron solamente el 10% de las escuelas primarias faltantes, y el
presupuesto para educación en la Nación en esos años fue del 2,89% del total, cifra que resulta más
exigua si se tiene en cuenta que, en 1868, último año de la presidencia de Mitre, fue del 3,29% 606.

Las cosas en el nivel medio anduvieron mejor. Cuando Sarmiento asumió el poder, no había
escuelas normales nacionales formadoras de maestros, a pesar de que la escasez de éstos era acuciante, y
que los que había, no recibían formación especial.

En 1870, en Paraná, se creó la primera escuela normal nacional, y en 1873 otra en Buenos Aires.
Desgraciadamente, «la Escuela Normal de Paraná tuvo como modelo la norteamericana, y en cierto
sentido fue una «escuela de Boston» transplantada a América del Sur. El proceso de institucionalización
se realizó con personal norteamericano, con textos traducidos del inglés y en algunos casos del francés, y
con doctrinas y procedimientos también norteamericanos»607. Dice Gálvez de este instituto, que «no
podemos saber hasta donde ha llegado la intención de Sarmiento. Pero es evidente que el espíritu laico
que se le ha dado, su plan de estudios, las personas elegidas para enseñar allí y los textos que comienzan
a ser utilizados, han contribuido a que ese instituto resultara lo que fue más tarde: un foco de ateísmo y
positivismo, de pedantería cientificista, de odio a todo lo español y aun a todo lo criollo y una incubadora
de anarquistas y enemigos del orden»608.

Los planes que el mismo Sarmiento elaborara para esta Escuela Normal y para el departamento
de aplicación anexo, según decreto de octubre de 1870, daban preferente espacio horario al estudio del
idioma inglés respecto de la lengua castellana 609. También se advierte en ellos la excesiva relevancia que
se otorga a asignaturas como matemáticas y geografía, y lo poco o nada que el alumno saldrá conociendo
de ética, idiomas clásicos, estética, lógica y metafísica, historia, etc.

Sarmiento es uno de los principales responsables de la orientación superficial y enciclopedista de


que adolece aún nuestra enseñanza media, y también de ese «normalismo verboso y poco rico en
sustancia» de que nos habla Franceschi. Es condenable, además, aquella actitud de inundar con
maestros y profesores protestantes las escuelas argentinas, así como su admiración, sin retaceos, de la
pedagogía yanqui, lo que le llevó a inaugurar en Córdoba una escuela norteamericana modelo, y a
subvencionar otra. Mandó traer útiles, libros y muebles escolares de los Estados Unidos, e hizo traducir
sus libros de texto para nuestros niños y jóvenes, etc. 610. Cuando decretó la creación de la cátedra de
Historia Argentina e Instrucción Cívica en 1869, impuso como texto la obra del profesor José Story, de la
Universidad de Harvard 611.

El número de educadoras norteamericanas que repartió por todo el país, fue de 65 612. Con la
misma tesitura liberal extranjerizante con que se formaban los futuros universitarios en los colegios
nacionales, se moldeaba a los maestros en las escuelas normales. Debe reconocerse, no obstante, que si
bien éstas no contribuyeron a formar educadores en todo el sentido de la palabra, con sentido
argentinista, de sus aulas salió una pléyade de gente que hizo disminuir el analfabetismo en forma
acusada como lo revelan los sucesivos censos: el 78% de 1869, baja al 54% en 1895, y al 35% en 1914. Y
esto en buena medida es mérito de Sarmiento.

Además de las escuelas normales, Sarmiento inaugura cinco colegios nacionales más: en Rosario,
Corrientes, Santiago del Estero, San Luis y Jujuy. Crea bibliotecas públicas, establece cursos nocturnos
para empleados y artesanos, abre un observatorio astronómico en Córdoba, inaugura el Colegio Militar
en 1870, para formar de los oficiales de nuestro ejército, y la Escuela Naval Militar, que capacitaría a los
futuros oficiales de nuestra marina de guerra. Creó la Academia de Ciencias, levantó el primer censo
escolar de la República y estableció la primera escuela de minas. A Tucumán, Salta y Mendoza, las dotó
de escuelas de agronomía, anexas a los colegios nacionales, aunque de corta vida. Toda esta labor fue, en
buena medida, desarrollada por el brillante ministro de Instrucción Pública Nicolás Avellaneda, a quien
muchas veces se olvida cuando se disciernen los méritos de la obra desarrollada en aquellos años:
«Sarmiento daba con su nombre y su autoridad prestigio moral a la obra; pero la iniciativa concreta y la
ejecución correspondía casi íntegramente al joven ministro» 613.

En el período de Avellaneda se creó la primera escuela normal nacional para mujeres, en


Tucumán. También se fundaron escuelas normales en las provincias de Entre Ríos, Catamarca, San
Juan, Santa Fe y Buenos Aires. En 1876, se realizó un censo escolar que arrojó como resultado la
existencia de 1.956 escuelas primarias, donde se educaban

120.000 alumnos con una edad entre 6 y 14 años. En cuanto a los colegios nacionales, se acusaba
la existencia de 14 colegios nacionales con 5.195 alumnos, cada provincia contaba con uno, a veces con
anexos donde se estudiaba agronomía, minería o técnicas comerciales. La supresión del régimen de
internado en los colegios nacionales, facilitó que se multiplicaran estos establecimientos. La calidad de la
enseñanza se vio comprometida por la falta de profesores, que en buena proporción eran extranjeros.

Muy importante fue la sanción de la ley nacional n^ 934, del año 1878, que admitió cierto
principio de libertad de enseñanza en el nivel medio. Se estableció que los alumnos que pertenecían a
institutos privados podían, llenando ciertos requisitos, rendir exámenes en los institutos secundarios
nacionales, con lo que los títulos que expedían estos establecimientos particulares, adquirían la validez
de los oficiales. Los recaudos eran: haber seguido cursos regulares y que los colegios privados llenaran
determinadas condiciones en materia de nóminas de alumnos, planes de estudio, programas, etc.
También se determinó que los alumnos libres podían presentarse a rendir examen en los institutos
oficiales, adecuándose a los programas y reglamentos respectivos. Los colegios secundarios de índole
provincial también podían incorporarse a los colegios de la Nación, exigiéndose solamente que los
programas concordaran con los de la Nación.

En la provincia de Buenos Aires, una ley de educación del año 1875, estableció en el nivel
primario el carácter de gratuidad y obligatoriedad de la enseñanza. El gobierno escolar central estaba a
cargo de un Consejo General de Educación y de un director general de escuelas; la administración local,
era desempeñada por una comisión vecinal elegida por el pueblo. Se formaba un fondo permanente para
el sostenimiento de la educación. El objetivo de ésta era proporcionarles a los niños «el mínimo de
instrucción... cuanto la necesidad esencial de formar el carácter de los hombres por la enseñanza de la
religión y de las instituciones republicanas».

La inmigración

Durante el período de la secesión (1852-1862), hubo poca entrada de inmigrantes, unos 30.000
en total. En cambio en el período 1862-1880, se produjo un preanuncio de lo que serían las grandes
oleadas inmigratorias a partir del ‘80. Durante la presidencia de Mitre entraron 100.000 inmigrantes, en
la de Sarmiento 280.000, y en la de Avellaneda 268.000. La crisis de 1873 en adelante, influyó para que
el crecimiento se paralizara un tanto.
Los que llegaron no eran ingleses, como había querido Alberdi, aquellos buscaron la comunidad
de lengua y religión que se les daba en Norteamérica, y no en Hispanoamérica. Ferns, señala «que el
Foreign Office deseaba desalentar las inmigraciones en masa (a la Argentina) para reducir de esta
manera el número de dificultades que pudieran surgir de conflictos sobre los derechos de súbditos
británicos en el extranjero», en zona donde los intereses económicos británicos empezaban a ser muy
importantes 614.

La mayoría de los inmigrantes eran italianos (70%), 15% de españoles y luego porcentajes
menores de franceses, alemanes, ingleses y suizos. Entre el 60 y el 70% eran agricultores, y de un 10 a un
20%, jornaleros 615.

El fenómeno emigratorio de Europa tenía que ver con el crecimiento demográfico notable de la
población de ese continente, debido al mejoramiento de las condiciones sanitarias y a lo prolífica de la
familia europea. Incidía también la desocupación producida por la maquinización de la producción, los
bajos salarios que el sistema capitalista pagaba, en época en que la legislación social brillaba por su
ausencia. También tuvieron incidencia el abaratamiento de los pasajes marítimos y la abundancia de
tierras vírgenes de primera calidad en América, que atraían al agricultor europeo carente de ellas.

La indiscriminación con que se introdujeron en nuestro país esos extranjeros, hizo que parte de lo
más indeseable que tenía Europa cruzara nuestras fronteras, sustituyendo cómo proletariado al gaucho
perseguido y que no tenía cónsul 616, según la expresión popular. Pero debe acotarse también que
mientras llegaban a raudales las masas de inmigrantes, los sucesivos gobiernos se interesaron muy poco
por su suerte dentro del país. Había interés en poblar, para que esos brazos produjeran ingente riqueza,
pero hubo escasa preocupación por las condiciones en que los humildes italianos habrían de contratar
sus fuerzas. Alguien ha comparado su arribada al país con la vieja introducción de esclavos 617.

Esas masas se radicaron en las ciudades principalmente, pues no se las orientó a ubicarse en
zonas rurales, salvo lo que se hizo en las provincias de Santa Fe, Entre Ríos y sur de Córdoba en materia
de colonización, especialmente a partir del ‘80, lo que contrasta con lo realizado en la provincia de
Buenos Aires. Lo más nutrido del aluvión inmigratorio se estableció en el Litoral, con lo que se fue
acentuando la antítesis entre la Argentina poblada, y más rica del este, en relación con la Argentina del
interior provinciano del oeste, pobre y con un nivel poblacional cada vez más escaso.

Durante la presidencia de Sarmiento, en 1869, se realizó el primer censo nacional. La República,


que a la caída de Rosas tenía cerca de un millón de habitantes, ahora en 1869, se aproxima a 1.800.000
almas, de las que viven en la ciudad de Buenos Aires una cifra cercana a las 200.000. Hay en total unos
200.000 extranjeros, de los cuales la mitad lo hace en la ciudad de Buenos Aires. El 50% de la población
reside en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes. El censo también revela que
Argentina es todavía un país de población predominantemente rural, con un 65% de la población
viviendo en el campo, mientras en las ciudades está establecido el otro 35%. Otro dato es el del
analfabetismo, que supera el 70% de la población.

Durante la gestión de Avellaneda, en 1876, se dictó una ley para promover la inmigración. Se
creaba y se organizaba el Departamento General de Inmigración; y para promover el crecimiento del
flujo inmigratorio, se concedía al inmigrante las siguientes franquicias: 1) Tenía derecho a ser alojado y
alimentado por el Estado Nacional, durante 5 días posteriores a su arribo al país; 2) Era trasladado
gratuitamente, a cargo del Estado, hasta el lugar donde habría de establecerse; 3) A opción del
inmigrante, una Oficina del Trabajo se ocupaba de encontrarle una ocupación dentro de esos 5 días
posteriores a su desembarco; 4) En el caso de que el inmigrante dispusiera trasladarse al interior, llegado
al punto de destino tenía derecho a ser alojado y alimentado durante otros diez días. Para los efectos
consignados, se creó un Hotel de Inmigrantes en Buenos Aires, y agencias propagandísticas, para atraer
inmigrantes posibles, en distintas ciudades europeas. Hubo compañías que financiaron los pasajes de los
inmigrantes.
3. La sucesión de Avellaneda

Sumario: Federales y autonomistas. La sublevación de 1880.

Federales y autonomistas

Cuando nos referimos a las gestiones de gobierno desarrolladas por Mitre, Sarmiento y
Avellaneda, abordamos los aspectos políticos de esas presidencias incluso los vinculados con las fuerzas
partidistas actuantes: federalismo, autonomismo y nacionalismo. También analizamos el fenómeno de la
conciliación hasta la muerte de Alsina en diciembre de 1877. Nos toca ahora tratar los pormenores del
proceso político que insumió dotar de sucesión presidencial a Avellaneda, el que culminó con la
revolución de junio de 1880. Esto es, haremos referencia, a renglón seguido, a la causalidad de ese
movimiento armado, desde la muerte de Alsina hasta el estallido de esa sublevación a mediados de 1880.
Al morir Alsina se abrió el enigma de quien lo sustituiría como candidato con posibilidades de
suceder a Avellaneda en 1880. Alsina, se recordará, su ministro de guerra. En enero de 1878, el
presidente nombró nuevo ministro en ese ramo al general Julio A. Roca, y seguramente no atisbó que le
estaba dando a la República la solución del ‘80.

Roca era tucumano, nacido en 1843, fue educado en el colegio establecido por Urquiza en
Concepción del Uruguay. Es uno de los pocos casos de un hombre que, a relevantes aptitudes para la
profesión militar, unió la capacidad de maniobra de los más consumados políticos. El mismo se calificó
como que tenía mucho del león y del zorro, y precisamente éste último sería su apodo.

Su carrera militar fue brillante y meteórica: el cuarto general invicto que tuvo la República,
siguiendo a San Martín, Paz y Urquiza. Todos sus ascensos los logró luego de resonantes actuaciones en
los campos de batalla, después de Cepeda, cuando sólo tenía 16 años, y de Pavón, peleando en ambos
casos en las filas de la Confederación. Combate contra el Chacho, en la guerra del Paraguay, también
contra Varela. Es el triunfador en ñaembé contra López Jordán, en 1871, y contra Arredondo en Santa
Rosa, en 1874. En esta oportunidad, Avellaneda lo hace general cuando apenas tiene 31 años.

Hombre de lecturas clásicas, se despierta en él, tempranamente, la vocación política. Salva de la


muerte a Arredondo, prisionero después de Santa Rosa, dejándolo escapar, y comienza a edificar en las
provincias su imperio político con Mendoza, San Juan y San Luis, que habían estado bajo la férula de
aquél. En Córdoba está su concuñado Miguel Juárez Celman. Al morir el gobernador electo Climaco de la
Peña, asume el vicegobernador Antonio del Viso, amigo de Roca y Juárez Celman. Sobre la base de esta
provincia y de las tres cuyanas, se da fundamento a la ‘'Liga de gobernadores», a la que se van
adhiriendo casi todas las otras provincias del interior. Esta Liga será cimiento, durante largos años, del
poder político de este joven y talentoso general de la Nación.

Asumido como ministro de guerra a principios de 1878, enferma gravemente. Se cura con
dificultad, y en 24 de julio de 1878, en carta a su concuñado, hombre prudente como era, le advierte que
no teniendo apoyo en Buenos Aires, sus aspiraciones presidenciales estaban en dificultad. Entonces le
anuncia a Juárez su propósito de adherir a la candidatura del gobernador de Buenos Aires, Carlos
Tejedor, opositor del mitrismo, aunque, por supuesto, negociando los términos de un acuerdo político
con él. Tejedor, soberbio, acepta el apoyo de Roca, pero da señales de no estar dispuesto a negociar nada.
Decepcionado, éste escribe a Juárez: «Tejedor no hace camino» 618.

Surgen otros candidatos como Bernardo de Irigoyen y Sarmiento, sostenidos por los
republicanos, quienes luego de la muerte de Alsina han vuelto al autonomismo. Con instinto alerta, otro
presidenciable, Dardo Rocha, lanza la candidatura de Roca. ¿Qué ocurre mientras tanto dentro del
autonomismo? Algunos, los llamados «líricos», como Martín de Gainza, José I. Arias, Hilario Lagos, el
vicepresidente Mariano Acosta, siguen sosteniendo la candidatura de Tejedor. En cambio, los llamados
«puros», entre los que predominan los republicanos, no comparten esa posición, y especialmente cuando
Mitre renuncia a su propia candidatura para apoyar a Tejedor, terminarán definiéndose en apoyo a Roca.

Entre tanto, mientras en ese febrero de 1879, Roca prepara su expedición al desierto -algo no
mirado con buenos ojos por Tejedor, pues considera que toda la Patagonia es de la provincia que
gobierna- la candidatura del tucumano comienza a recibir adhesiones en la ciudad de Buenos Aires. Esto
lo anima a jugarse la partida. No debe descartarse que sus lecturas de Julio César, que adquirió volumen
político con su conquista de las Galias para el imperio romano, estuvieran presentes en los cálculos
previos de Roca cuando prepara la conquista del desierto. Entre abril y julio de 1879 preside este evento,
mientras en Buenos Aires se proclamaba la fórmula Tejedor-Laspiur, el último ministro del interior de
Avellaneda y hombre de las simpatías de Mitre.

El ministro de guerra, Roca, armaba a las provincias del interior nucleadas en su «Liga de
gobernadores», a los efectos de que estuviesen preparadas para cualquier contingencia, ante la
proximidad de las elecciones presidenciales. Lo que disgusta a Laspiur, quien decide alejarse de su cargo
de ministro del interior, incluyendo en su renuncia los conceptos se leen: «Nunca le perdonaría la
República Argentina que Ud. no haya querido salvar sus libertades; y el país entero en medio de la lucha
a que Ud. lo lleva protegiendo una candidatura que no tiene otros sostenedores que las armas de la
Nación y Gobernadores de Provincia que se han alzado con el poder, echará sobre Ud. la responsabilidad
de los males que sobrevengan»619, aludiendo a las simpatías que al presidente le suscitaba la candidatura
de Roca. En Buenos Aires, la dimisión conmovió a la ciudad, que rodeó a Tejedor haciéndolo caudillo de
ella, y se dispuso a resistir la imposición presidencial del ministro de guerra. Era la vieja cuestión entre
porteños y provincianos, ahora enfrentados por una cuestión harto ríspida: un porteño o un provinciano,
Tejedor o Roca, en la presidencia de la República.
A fines de agosto, Avellaneda hizo ministro del interior a Sarmiento, quizás con el propósito de
que el sanjuanino lograra afirmar su propia candidatura como una solución transaccional. Sarmiento se
manejó mal, mostrando desde el primer momento su objetivo presidencial, cosa que, como es de
imaginar, tomaron con aprensión tanto Tejedor como Roca. Decidió desarmar las provincias, chocando
en primer lugar con el gobernador de Buenos Aires, quien se armaba aceleradamente. En Jujuy intentó
sustituir al gobernador Martín Torino, roquista, pero el Congreso de la Nación votó la intervención a esa
provincia para reponer a Torino. Sarmiento, entonces, renunció estentóreamente al ministerio, lo que
mereció este juicio de Roca, en carta a Juárez del 10 de octubre de 1879: «Rodó el coloso Sarmiento
como un muñeco. Creyó que todo el mundo se le iba a inclinar ante su soberbia... su rabia y despecho no
tienen límites, y está vomitando sapos y culebras contra la «liga de gobernadores», contra mí, contra el
diablo... Yo soy el blanco de sus iras; pero nada me importa. En un mes ha perdido toda la autoridad
convencional que, por espíritu de partido, todos hemos contribuido a crearle, y ya no corta su sable... se
retira, como una pantera herida e impotente vomitando espuma contra el mozuelo que, sin saber
Constituciones, leyes, historias y ni aun la O redonda, lo ha vencido, por viejo crápula y desagradecido,
en pocos días. Lleva el arpón bien enterrado en el lomo; démosle soga que va a muerte segura» 620.

Avellaneda consideró que Roca también debía irse, pero en su lugar nombró al joven Carlos
Pellegrini, quien desde el vital ministerio de guerra trabajaría por la candidatura del tucumano. Mientras
tanto, hemos dicho que el poderoso gobernador de Buenos Aires armaba a sus «rifleros», vigilantes,
bomberos y guardia-cárceles con fusiles y cañones que compra generosamente en el exterior.

El verano 1879-1880 fue en Buenos Aires de alta temperatura climática, política y bélica. En
febrero de 1880, a punto estuvieron los «rifleros» tejedoristas, esto es, milicianos porteños, y demás
fuerzas mencionadas, de chocar contra efectivos del ejército nacional, dentro del perímetro céntrico de la
ciudad 621. Para evitar la desgracia de la guerra civil, surgen nombres de personajes que son ofrecidos o
se ofrecen para ser candidatos de transacción: José B. Gorostiaga, presidente de la Corte Suprema,
Manuel Obligado, Vicente Fidel López, Manuel Quintana, Juan B. Alberdi, quien termina de regresar al
país después de un largo exilio que duró buena parte de su vida, Bernardo de Irigoyen, apoyado por
Alem, Sarmiento, que lo es por del Valle. Solamente Dardo Rocha y otros autonomistas «puros» como
Cambaceres, Francisco Madero, Torcuato de Alvear, insisten en Buenos Aires por Roca, pero no son
muchos.

Se llega así a las elecciones de electores presidenciales que se realizan el 11 de abril de 1880.
Tejedor sólo logra los electores de la provincia de Buenos Aires y de Corrientes, esta última en manos del
mitrismo. En las otras doce provincias triunfa Roca. No hay duda que ese día la máquina montada por
éste, la «Liga de gobernadores», ha funcionado admirablemente, aunque no debe desmerecerse la
simpatía que despertaba en el interior la joven figura de este general de 37 años, que había logrado
concitar al mismo tiempo la voluntad de los restos del federalismo provinciano y la influencia de los
círculos oligárquicos locales.

El Congreso de la Nación, que tendría a su cargo el escrutinio del voto de los electores y sería el
juez de las elecciones de éstos, era la última carta de Tejedor, quien pretendía que el Congreso
descalificara los comicios presidenciales. El 1° de febrero de 1880 se había renovado la mitad de la
Cámara de Diputados, y los resultados habían sido similares a los del 11 de abril. De tal manera que si los
diputados del interior se incorporaban a dicha Cámara, Roca tendría mayoría en ella, y se descontaba
que aprobaría los comicios de electores del 11 de abril.

Cuando el 7 de mayo, por una diferencia ínfima, la Cámara aprueba la incorporación de los
diputados roquistas elegidos en febrero, los «rifleros», que estaban instalados en los palcos destinados a
la barra, apuntaron con sus armas a los diputados que habían votado la aprobación de los diplomas de
los legisladores cuestionados. Mitre detiene con un «¡No es tiempo todavía!» a los enardecidos
partidarios de Tejedor, y los diputados roquistas se diluyen como pueden. Este episodio, la casa del
presidente Avellaneda, baleada, las agresiones callejeras a los diputados del interior, especialmente a los
cordobeses, dan cuenta del estado de ánimo de Buenos Aires. Menudean los intentos de arreglos; incluso
Tejedor y Roca se entrevistan en una cañonera. Pero todo es inútil. Un encuentro entre Roca y el
ministro de guerra, Pellegrini, en Campana, el 11 de mayo, parece haber decidido precipitar el desenlace
armado. Roca sabía que tenía la partida casi ganada, por ello se negaba a los requerimientos de Tejedor
que estaba dispuesto a desistir de su candidatura si Roca también lo hacía.

La sublevación de 1880

Un incidente, ocurrido el 2 de junio de 1880 en el barrio de la Boca, desencadenó los


acontecimientos. Allí, un navío desembarcó un cargamento de fusiles para las fuerzas tejedoristas, a
pesar de que efectivos nacionales pretendieron impedirlo. No corrió sangre, pero Pellegrini convenció a
Avellaneda que la contienda había comenzado, e instó al presidente a abandonar la hostil ciudad. Este se
instaló en el cuartel de la Chacarita, y de aquí se trasladó a Belgrano, hoy barrio de la Capital Federal,
pero en aquel entonces un pueblito muy cercano al ejido urbano porteño.

El 4 de junio, Avellaneda, mediante un simple decreto, declaró a Belgrano capital provisoria de la


República 622. Y entonces se dio una situación curiosa: el presidente, con cuatro de sus cinco ministros, la
mayoría de los integrantes del Senado de la Nación, y algo así como la mitad de los integrantes de la
Cámara de Diputados, se establecieron en esa localidad. La otra mitad de los diputados, el vicepresidente
Mariano Acosta y los miembros de la Corte Suprema de Justicia, éstos porque se proponían intentar
mediar entre ambos contendores, se quedaron en Buenos Aires. Salvo los jueces de la Corte, los demás
no se movieron de Buenos Aires porque estaban con Tejedor, en contra de Roca.
El tejedorismo sacó a relucir todos sus efectivos a la calle: miles y miles de hombres dotados de
los modernísimos fusiles «Schneider» y artillería montada con poderosos cañones «Krupp». La
movilización de las milicias porteñas, fue contestada por Avellaneda calificando como rebeldes a esas
fuerzas y convocando a los regimientos del ejército nacional de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y
Córdoba. Tejedor perdió un tiempo precioso sin atacar, esperando que Roca negociase la cuestión,
mientras se concentraban fuertes efectivos nacionales en los suburbios de Buenos Aires.

Roca demostró que estaba dispuesto a todo menos a renunciar a su candidatura en favor de
Gorostiaga, que había sido el último candidato de transacción. En medio de este clima, el 13 de junio se
reunieron los colegios electorales en todas las provincias: sólo los electores de Buenos Aires y Corrientes,
y uno de Jujuy, votaron la fórmula Tejedor-Laspiur; los otros lo hicieron por Roca-Francisco Madero,
éste sugerido a último momento por Roca para acompañarlo en la vicepresidencia. La suerte estaba
echada: no habría avenimiento.

La primera acción bélica se produce en Olivera, un poco más allá de Luján, el 17 de junio, lugar
donde el tejedorista José I. Arias logra eludir al general Racedo, enviado por Pellegrini para
interceptarlo. Rodeada la capital de fuerzas nacionales, entre los días 20 y 21 de junio se producen
verdaderas batallas campales en las afueras de Buenos Aires, en Barracas, Puente Alsina, Corrales y
Constitución. Se calcula que de los 20.000 hombres enfrentados mueren más de 3.000: una verdadera y
cruel matanza. No hay vencedores evidentes 623.

En la noche del 21 al 22, intercede el cuerpo diplomático, y el internuncio, monseñor Luis Matera,
obtiene una tregua de cuarenta y ocho horas. Luego se suceden gestiones con ánimo de terminar con la
lucha. Las entrevistas entre el presidente Avellaneda y su íntimo amigo, el vicegobernador de la
provincia de Buenos Aires, José María Moreno, allana las dificultades.

4. Federalización de la ciudad de Buenos Aires

Sumario: Federalización de la ciudad de Buenos Aires. Debate sobre las consecuencias para el régimen federal.

¿En qué consistió el pacto de caballeros a que arribaron Avellaneda y Moreno? Por empezar, para
satisfacer el orgullo del pueblo de Buenos Aires, se admitió que el desarme de sus «rifleros» no fuera
efectuado por jefes del ejército nacional, sino por el comandante de las fuerzas tejedoristas, Mitre,
evitándose todo tipo de ostentaciones, como desfiles de las tropas nacionales por las calles de la ciudad
rebelada. Tejedor se alejaría de la gobernación pero renunciando «voluntariamente» a su cargo;
asumiría Moreno y la Legislatura porteña quedaría intacta. No habría procesos contra los
revolucionarios, fuesen civiles o militares, y se echaría un manto de olvido sobre lo sucedido. Roca
asumiría el 12 de octubre como presidente, y presumiblemente continuaría gobernando la Nación, como
«huésped» de la provincia de Buenos Aires, en su ciudad capital.
De aquí en más se asiste a una serie de maniobras de Roca que disiente con esta solución. Quiere
ser presidente con todo el poder efectivo, y no está dispuesto a ser «huésped» de Moreno. Comienza a
moverse: los diputados nacionales roquistas en Belgrano dejan cesantes a todos los colegas que se han
quedado en Buenos Aires, alegando que éstos han abandonado sus puestos; se incorporan a la Cámara
los diputados elegidos el 1° de febrero, dispuestos a secundar las miras del tucumano. Así, la Cámara de
Diputados logra quorum propio de roquistas, que hasta ese momento no había tenido, claro que por el
camino tortuoso comentado.

Mientras tanto, se va planteando la cuestión del futuro asentamiento de las autoridades


nacionales. Roca, que durante toda esta crisis estuvo en Rosario, va evaluando la posibilidad de hacer de
esta ciudad la capital de la República, pues no quiere gobernar desde una Buenos Aires, controlada por
otros; en una palabra, no quiere que le suceda lo de Avellaneda. Su «alter ego», Manuel Pizarro, presenta
en el Senado de la Nación una minuta concebida en los siguientes términos: «De acuerdo al artículo 3°
de la Constitución el presidente gestionará del gobierno de la provincia de Buenos Aires la cesión de la
ciudad del mismo nombre para capital permanente de la República. Si dentro de 15 días el gobierno de la
provincia no se ha explicado, se entiende su rechazo. Mientras tanto las autoridades nacionales
continuarían residiendo en Belgrano sin perjuicio de su traslado a cualquier punto de la república».
Cualquier punto de la república podía ser Rosario, sabedor Pizarro que la Legislatura se opondría a la
cesión de Buenos Aires. También se piensa que con esta minuta se querrá desatar la pugna latente, a fin
de tener motivo para disolver la Legislatura díscola.

El ministro de guerra, que como todo buen porteño no quería que la capital saliera de Buenos
Aires, propuso que se federalizaran algunas manzanas alrededor de la plaza de Mayo: esa sería la capital
de la República. El resto de la ciudad se constituiría en capital de la provincia. El proyecto se completaría
dejando sin efecto la cesantía de los diputados nacionales tejedoristas. Pero ni Roca ni sus allegados, los
diputados que le son fieles, aceptan el proyecto de Pellegrini. Por el contrario, las dos cámaras reunidas
en Belgrano dispusieron la disolución de la Legislatura porteña, evidente obstáculo para zanjar el
problema de la capital de la República si se resolvía que Buenos Aires fuera federalizada. Esto ocurría el
día 11 de agosto; esa misma noche Avellaneda presentaba su renuncia a la presidencia, descolocado
como había quedado por la violación del pacto celebrado con Moreno como consecuencia de la
disolución de la Legislatura de Buenos Aires que él había prometido respetar.

El Congreso rechaza su renuncia y entonces Avellaneda decidió retirarla, y pretendió darle a


Moreno, como única satisfacción a la amistad que los unía, el veto de la sanción del Congreso
disolviendo la Legislatura. Como aquél insistiera con dos tercios de votos, el veto presidencial quedó
neutralizado y la Legislatura definitivamente disuelta. Despechado y con razón, Moreno abandonó la
gobernación de la Provincia, y pidió a Félix Frías, «por consenso unánime la expresión moral más alta
del país», según Rosa 624, que dictaminara sobre el caso de honor planteado. Frías condenó a Avellaneda,
acusándolo de haberse lavado las manos como Pilatos y de haber mancillado su honra faltando a su
palabra 625.

Según D'Amico, fue Juan José Romero quien convenció a Roca que llevar a Rosario la capital lo
transformaría en un cuasi-presidente 626. Roca sopesó el problema: si la provincia de Buenos Aires
continuaba reteniendo su ciudad capital, el gobernador de ella tendría más poder que un presidente
gobernando a la República desde una modesta ciudad provinciana de 30.000 habitantes. Rocha, que iba
a ser gobernador de Buenos Aires, a pesar de las pretensiones de PeIlegrini, le era aparentemente fiel:
¿lo seguiría siendo más adelante? Premonitoriamente se adelantó a los acontecimientos, pues Rocha
terminaría siendo su enemigo pocos años después.

Avellaneda envió al Congreso un proyecto federalizando el municipio de Buenos Aires. La Nación


se hacía cargo de la deuda de la Provincia, y las autoridades de ésta permanecerían en la ciudad de
Buenos Aires, claro que sin jurisdicción sobre ella, hasta tanto se decidiera cuál habría de ser la nueva
capital de la Provincia. Los jueces y tribunales provinciales continuarían dispensando justicia, hasta que
una ley nacional creara los juzgados y tribunales nacionales correspondientes. De los edificios públicos
existentes en la ciudad, salvo el de los bancos Provincial e Hipotecario y el del Montepío, los demás
pasarían a la Nación. El F.C. Oeste y el telégrafo continuarían provinciales.

El Congreso aprobó la federalización en septiembre, y por iniciativa de Pizarro otras dos leyes
más. La primera convocando a una convención constituyente que reformaría la Constitución,
designando la capital, se supone que en Buenos Aires, si la Legislatura no cediese la ciudad antes del 30
de noviembre. La segunda disponiendo el regreso de las autoridades nacionales de Belgrano a Buenos
Aires, hasta que se resolviese la cuestión.

No fue necesaria la enmienda constitucional. El 26 de septiembre hubo elecciones de miembros


de la Legislatura porteña, a la que sólo se presentaron candidatos roquistas, y entonces fue sencillo el
trámite de la cesión de la ciudad de Buenos Aires para que fuera capital de la República, por la
Legislatura reconstituida.

Debate sobre las consecuencias para el régimen federal

En el senado provincial no hubo oposición. En la cámara de diputados de la provincia, Leandro N.


Alem, que había querido ser elegido diputado provincial, precisamente para oponerse a la cesión de Buenos
Aires, pronunció un histórico discurso. Puntualizó la contradicción de su propio partido autonomista, que
habiendo nacido a la vida pública por negarse a la federalización de Buenos Aires, ahora era el que impulsaba la
medida. Agregamos nosotros que el nacionalismo de Mitre, que en 1862 se jugó por la federalización, ahora se
oponía, con lo que ya puede irse barruntando cual era el principismo de esas fuerzas que, tratándose de algo
fundacional para su ideario, votaban de una manera cuando estaban en el llano y de otra radicalmente distinta
cuando detentaban el poder.

Alem señala que esa Legislatura no tenía autoridad moral para dar un paso tan trascendente, por
haber sido elegidos sus miembros bajo estado de sitio e intervención federal. Deja sentado que para el
régimen centralista y unitario, la capital en Buenos Aires era necesaria, pero que en cambio para el
principio democrático y el régimen federal, entrañaba «gravísimos peligros». Acude a la historia
nacional para fundamentar este aserto. Augura la dictadura como consecuencia de la federalización.

Por Alem nos enteramos de uno de los argumentos que pesaban en el ánimo de los políticos para
decidir la grave cuestión debatida, y que no aparece sostenido ostensiblemente: «Si la capital de la
República se va al Rosario o a Zarate, o al Paraná, nos dicen, ninguna persona de mediana posición,
ningún hombre distinguido se ha de trasladar allí, y la Autoridad Nacional, sólo tendrá los segundones
en su torno»627.

Alem asienta, además, la idea de que la capital en Buenos Aires concluiría con el federalismo: «Yo
reconozco que ha sido la capital de la monarquía y del círculo unitario, cuyo jefe era el señor Rivadavia.
Tampoco son un misterio las ideas monarquistas de estos señores... tal vez comprendían que en un
gobierno monárquico o aristocrático, ellos harían la clase privilegiada y siempre directa de los negocios
públicos. Pero no obstante sus altas condiciones, sus ideas y sus tendencias fueron vencidas siempre por
esas masas populares, que procediendo al impulso del sentimiento íntimo de la libertad que se
despertaba en su naturaleza vigorosa, salvaron el principio democrático y la revolución emancipadora,
negándose a recibir un nuevo dueño» 628. Lo más valioso de aquella profética exposición del futuro líder
radical, está en estas palabras: «...aquí vendrá todo lo que valga, se centralizará la civilización y, ¿saben
los señores diputados lo que esto significa? El brillo, el lujo, la ilustración, la luz en un solo lugar, y la
pobreza, la ignorancia, la oscuridad en todas partes. Y ya vendrán también aquellas odiosas e irritantes
distinciones, con sus funestas consecuencias sociales...». Y en una segunda intervención agrega: «No lo
dudo; aquí vendrán todos los que valgan y todos los que aspiren, privando a sus respectivas localidades
de su eficaz cooperación, y aquí vendrán muchos de ellos a vivir del favor oficial y a corromperse, porque
la vida en las grandes capitales es muy costosa, y no todos los espíritus tienen un alto temple. Aquí estará
todo el brillo, toda la riqueza, todo el talento...» 629.

A la postura opositora de Alem habría de salirle al cruce José Hernández. Un José Hernández
aparentemente divorciado de aquél que tan bien sintiera y expresara el drama de la raza perseguida por
los dueños de Buenos Aires. Este José Hernández estima que en la cuestión discutida «debe tomarse en
consideración también la opinión del comercio extranjero»; expone «que el partido federal era favorable
a esta capitalización y que el unitario no lo era»; que la federalización de Buenos Aires era «la
confirmación y afianzamiento de las instituciones federales» 630: que Buenos Aires tenía «derechos
ineludibles, imprescriptibles a ser el asiento de las autoridades nacionales». Un José Hernández
demasiado preocupado por las pérdidas experimentadas por los inversionistas extranjeros, debido a la
última revolución, y que dice: «¿Y habrá alguno de mis honorables colegas que no vea los peligros, los
perjuicios, los males que traería al comercio y al progreso de la República la capital fuera de Buenos
Aires?... ¿No sería imprudente, señor, dar lugar a que se levantara en la República un centro en donde
residieran los poderes públicos de la Nación y cuya legislación pudiera venir a considerar como rival de
su progreso al pueblo y comercio de Buenos Aires?» 631. Este Hernández para quien «Buenos Aires debe
estar siempre al frente de los pueblos de la ínclita Unión», «en política, en literatura, en comercio, en
ciencias, en todos los ramos de la vida social y civil y en todas las manifestaciones del saber humano» 632,
¿dice estas cosas llevado por el amor al terruño natal que le obnubila, o impulsado por circunstanciales
intereses políticos que no puede soslayar? Sea lo que fuere, no se reconoce al autor del Martín Fierro en
esa larga intervención.

La exposición de Alem fue inútil. También la cámara de diputados de la Provincia accedió a la


cesión del municipio de la ciudad de Buenos Aires para que
fuera capital de la República.

5. El problema del indio

Sumario: El problema del indio. La campaña del desierto. Consecuencias

La grave cuestión del malón, sus incendios de poblaciones, matanzas de sus habitantes
indefensos, robo de ganados, cautiverio de mujeres llevadas a servir de toda forma a sus captores, se
sufría desde la temprana etapa de la dominación hispánica.
Rosas logró, en su primera campaña al desierto, escarmentar a algunas parcialidades de
aborígenes renuentes a transacción alguna, y pactar con otras. En 1834, llegado desde Chile, el araucano
Calfucurá sometió bárbaramente a los borogas y se transformó en una especie de emperador de la
pampa, recibiendo la adhesión y la subordinación de ranqueles y picunches. Rosas pactó con Calfucurá
en 1836, Paz del Pino: a cambio de determinadas prestaciones, como animales, bebidas, ropas, yerba,
azúcar, tabaco, logró mantenerlo en paz y hacerlo colaborar mediante la denuncia del propósito de
maloquear de algunas tribus hostiles.

Luego de Caseros, con la anarquía que subsiguió, volvieron los malones. Ya en abril de 1852,
Calfucurá invadió con 5.000 hombres las estancias del sur de Buenos Aires y hasta llegó a sitiar a Bahía
Blanca. De allí en más, además de Buenos Aires, soportaron las depredaciones las provincias de Santa
Fe, San Luis, Córdoba y Mendoza.

En 1855, el propio ministro de guerra de la provincia de Buenos Aires, Bartolomé Mitre, fue
derrotado por Calfucurá en Sierra Chica.

Cuando se produce Cepeda, los indios aprovecharon para caer con malones sobre 25 de Mayo,
Azul, Tandil y Bahía Blanca.

Las cosas continuaron mal luego de Pavón, a pesar del esfuerzo de Mitre para ocupar la isla de
Choele-Choel, como lo había hecho Rosas, a fin de cortarle el camino a Chile a la indiada, que hacía las
ventas del ganado robado en ese país. El objetivo no fue logrado, porque Calfucurá intimó la
desocupación de la isla y no fue posible contradecirlo.

Durante la presidencia de Sarmiento, el problema se agravó, a pesar del arreo de gauchos a


defender la frontera con el indio, con elementos técnicos, caballos y armas de inferior calidad, solo se
conseguiría que murieran en gran cantidad. José Hernández, en el «Martín Fierro», hace alusión al
drama del gaucho llevado para servir en los fortines.

Se calcula que, en 1870, unas 200.000 cabezas de ganado trasponen la cordillera llevados por las
huestes de Calfucurá para ser vendidas en Chile. Los 13 malones de 1870, son 29 al año siguiente, y 35 en
1872. Hubo que reaccionar, y en marzo de 1873 se logró derrotar a Calfucurá, con el auxilio de los
caciques Cipriano Catriel y Coliqueo, en la feroz batalla de San Carlos, luego de la cual, en ese mismo
año, fallecería el jefe araucano cuando contaba con más de cien años. Pero la Confederación indígena no
habría de desaparecer: Namuncurá, hijo de Calfucurá, lo sucedió en el poder.

Los malones continuaron en 1873 y 1874. El ministro de Avellaneda, Adolfo Alsina, debió
soportar, entre 1875 y 1876, la «invasión grande», cuando atacan cerca de diez mil lanzas. Zeballos
recuerda: los indios se retiran «con un botín colosal de 300.000 animales y 500 cautivos, después de
matar 300 vecinos y quemar 40 casas: ¡tal era el cuadro a que asistía con horror la Nación entera!» 633.

A principios de 1876, las fuerzas nacionales, que cuentan con un fusil demoledor, el Rémington,
logran sucesivos éxitos que remataron con el de Parag^il, en marzo de ese año. Comenzaba a hacerse
realidad la solución de uno de los problemas más graves que poseíamos: el de las fronteras interiores,
puesto que, como se ha dicho: «La arquitecturación política definitiva del país, su expansión económica,
la defensa del territorio, exigían la posesión plena de la Pampa y de la Patagonia» 634.

Alsina tenía el proyecto de cavar una zanja a todo lo largo de la frontera con el indio, de 3 varas y
media de ancho y dos varas y media de profundidad. Luego de la invasión grande se cavaron 42 leguas,
unos 200 km., construyéndose asimismo 82 fortines y 5 fuertes en el sur de la provincia de Buenos Aires,
proximidades de Bahía Blanca. Evidentemente, la zanja era un buen obstáculo para el arreo de ganado,
que los indios conseguían salvar abriendo portillos, pero perdiendo un tiempo precioso que facilitaba su
represión por las fuerzas nacionales.

La zanja era un recurso meramente defensivo que no contó con la aprobación del general Roca,
quien describiera: «¡Qué disparate la zanja de Alsina! Avellaneda la deja hacer. Es lo que se le ocurre a
un pueblo débil y en la infancia: atajar con murallas a sus enemigos. Así «pensaron los chinos y no se
libraron de ser conquistados por un puñado de tártaros, insignificantes, comparados con la población
china. Si no se ocupa la pampa, previa destrucción de los nidos de indios, es inútil toda precaución y plan
para impedir las invasiones»635. El plan de Roca es el de Rosas, según lo reconoce aquél al escribirle a
Adolfo Alsina: «A mi juicio el mejor sistema de concluir con los indios, ya sea extinguiéndolos o
arrojándolos al otro lado del río Negro, es el de la guerra ofensiva, que es el mismo seguido por Rosas,
que casi concluyó con ellos»636.

La campaña del desierto. Consecuencias

Estas ideas, que se resumen, en las propias expresiones de Roca, de no ir eliminando las hormigas
una por una, sino de llevar la guerra al propio hormiguero, esto es, a la toldería, tuvo oportunidad de
realizarlas al ser designado para suplantar a Alsina en el ministerio de guerra. El proyecto del tucumano
era llevar la frontera con el indio hasta los ríos Negro y Neuquén, es decir, oponerle al aborigen «no una
zanja abierta en la tierra por la mano del hombre, sino la grande e insuperable barrera del río Negro,
profundo y navegable en toda su extensión, desde el océano hasta los Andes» 637.

Para avanzar la frontera hasta la cordillera, Roca aprovecharía que Chile estaba enfrascado hacia
1879 en una guerra con Bolivia y Perú, ocupando el inmenso antro cuya posesión podría eventualmente
discutirnos Chile en el futuro.

Lo dicen Avellaneda y Roca, conjuntamente con los anteriores conceptos, cuando enviaron el
correspondiente proyecto de ley al Congreso implementando el plan propuesto por el segundo: «La
importancia política de esta operación se halla al alcance de todo el mundo. No hay argentino que no
comprenda, en estos momentos en que somos agredidos por las pretensiones chilenas, que debemos
tomar posesión real y efectiva de la Patagonia, empezando por llevar la población al Río Negro» 638.

En octubre de 1878, el Congreso, mediante la ley 947, aprobó el proyecto de de Roca, de conquista
del desierto, y por la Ley 954, creó la gobernación de la Patagonia.

La ejecución del plan se hizo en dos etapas. La primera fue preparatoria, realizada a partir de julio
de 1878, mediante operativos aislados que fueron limpiando de tolderías todo un inmenso escenario,
obligando a la indiada a dejar su hábitat y a refugiarse en zonas aun no exploradas. Fue una campaña de
«malones invertidos», pues ya no era el malón indio el que atacaba poblaciones indefensas robando, sino
que eran cuerpos de ejército los que caían sobre los toldos rescatando cautivos.

En 1879 se realizó la segunda parte del plan, tendiente a ocupar el camino a Chile, que facilitaba
la negociación del ganado robado, y desde donde podían llegar otros contingentes araucanos, como
había ocurrido con Calfucurá en 1834. Unos 6.000 hombres, divididos en cinco cuerpos de ejército,
convergieron a todo lo largo del Río Negro acompañados de misioneros, ingenieros, agrimensores,
hombres de ciencia, periodistas, fotógrafos, etc. El 25 de mayo de aquel año se tomó posesión de la isla
Choele Choe. En junio, se llega a la confluencia del río Limay con el río Neuquén, mientras la columna de
Napoleón Uriburu accedía al alto Neuquén.

Se lograba así pacificar toda una inmensa zona sujeta durante largo tiempo a la rapiña y al
sacrificio de vidas inocentes. Se incorporaban 15.000 leguas cuadradas a la producción agrícolo-
ganadera; y se afirmaba la soberanía nacional sobre la Patagonia, en momentos en que subsistía el
conflicto limítrofe con Chile en esa zona.

La conquista del desierto se completaría durante la presidencia del general Roca y las
presidencias subsiguientes, y es uno de los aspectos positivos de la gestión que le cupo a la llamada
generación del ‘80.

CAPITULO 8 | 1. La generación del 80

Sumario: La generación del 80. Su filosofía. La educación. La familia. Conflictos con la Iglesia. La integración nacional -
Extensión de las fronteras. Problemas limítrofes. Con Bolivia. Con Brasil. Con Chile. Con Uruguay. Organización de los territorios
nacionales. Consolidación del gobierno nacional.

La República está cumpliendo el centenario de una época en que sus destinos fueron conducidos
por un grupo de dirigentes que integran lo que comúnmente denominamos como «la generación del
80». Corresponde que señalemos, en primer término, cuáles fueron los más encumbrados e influyentes
conductores de aquella Argentina que hacia fines de 1880 terminaba de resolver tres grandes aspectos de
su problemática circunstancial: el problema del indio, aunque no plenamente, el de la fijación definitiva
de su capital y el de la sucesión presidencial del Dr. Nicolás Avellaneda, motivo de encarnizada lucha
entre tejedoristas y roquistas.
Roca será justamente la figura líder del grupo, acompañado por su concuñado el Dr. Miguel
Juárez Celman, coetáneamente gobernador de la provincia de Córdoba y su sucesor en la presidencia de
la Nación. Ambos fueron los máximos responsables políticos, pero señalaremos algunos otros hombres
claves. El Dr. Eduardo Wilde, ministro de justicia e instrucción pública con Roca, y del interior de Juarez
Celman, cuyo pensamiento y cuya acción tanta gravitación tuvieron en esa década. El Dr. Carlos
Pellegrini, ministro de guerra y marina de Roca, y que acompañara como vicepresidente a Juárez
Celman. Norberto Quirno Costa, Antonio del Viso, Wenceslao Pacheco, Dardo Rocha, Victorino de la
Plaza, Onésimo Leguizamón, Marcos Juárez, Ramón J. Cárcano. Máximo Paz, son otras figuras de peso.

Hombres como Leandro N. Alem, Aristóbulo del Valle, José Manuel Estrada, Pedro Goyena,
Miguel Navarro Viola y otros, no menos destacados, debieran ser considerados integrantes de esta
generación. Pero, ya sea por su discrepancia con aspectos esenciales de la filosofía que sustentaran los
mencionados primeramente, que le dio tono y estilo a la época, ya sea porque en la mayoría de los casos
no detentaron el poder en la medida que permita señalarlos como responsables del acontecer político-
institucional y económico- social en que estuvieron inmersos, sus nombres no resultaron tan
representativos de la época mencionada. Por el contrario, en aspectos esenciales aparecen como
opositores de principios y conductas, apotegmas y actitudes que normalmente se atribuyen a su
generación, que enjuiciaron severamente.

Su filosofía

Sarmiento, cuyos escritos tanto pesaran en los exponentes humanos del ‘80, refiriéndose a
Herbert Spencer, le afirmaba en carta a Francisco P. Moreno, de abril de 1883: «Bien rastrea usted las
ideas evolucionistas de Spencer que he proclamado abiertamente en materia social... Con Spencer me
entiendo, porque andamos el mismo camino»639.

Eduardo Wilde, por su parte expresaba: «Las ideas spencerianas hicieron su aparición en el
gobierno de Roca, en la memoria del ministro de Instrucción Pública, Justicia y Culto y más que por su
novedad, por su justicia, fueron favorablemente recibidas e hicieron camino... Herbert Spencer, ahora, la
potencia intelectual más grande en el mundo y el cerebro más erudito de la tierra!» 640.

Spencer (1820-1904), ejerció decisivo imperio en la mente de los hombres del '80. El positivismo
básico de su esquema filosófico lo adquirió de su predecesor, el francés Augusto Comte (1798-1857) 641,
otra de las luminarias de esos políticos argentinos 642.

Comte afirma esencialmente que el único objeto de la ciencia es lo positivo, esto es, lo real y útil,
cierto y preciso, relativo y orgánico; en una palabra, exclusivamente lo que cae bajo la percepción de
nuestros sentidos 643. Desecha por lo tanto la edad teológica o religiosa, y consiguientemente la
revelación como fuente del conocimiento. Rechaza asimismo la edad metafísica negando que el hombre
pueda explicarse los fenómenos cósmicos a través de entidades abstractas: almas, causas, potencias, etc.,
con lo que impugna la propia posibilidad de una metafísica. La edad positiva es la única científica; en ella
el hombre alcanza el conocimiento a través de la experiencia, consignando con precisión matemática las
relaciones entre unos hechos sensibles y otros hechos sensibles, llamando a dichas relaciones leyes
naturales. No hay Dios, no hay alma, no hay trascendencia, no hay teología ni metafísica válida. Hay
solamente ciencias experimentales, y entre las mismas la sociología es la que aspira a mejorar la vida
comunitaria. Ella estudia las condiciones generales de la vida del hombre en convivencia con los demás:
la estática social; y las leyes de la evolución o progreso de la sociedad humana: la dinámica social.

Es precisamente este elemento de la filosofía comtiana, la evolución, el progreso, el que


impresiona vivamente a Spencer. Confirmando el cerrado positivismo de Comte, concibe el origen del
cosmos como la condensación de la nebulosa primitiva, constituyéndose así el sistema solar. En éste, la
combinación mecánica de los átomos simples origina moléculas compuestas, y la concentración y
complicación de éstas forman las primeras células. Y así, en un proceso de creciente complejidad y
perfeccionamiento, aparecen las neuronas, la sensación, la materia mental, y luego la percepción, la
imagen, el concepto, el juicio, el raciocinio 644. Surgen subsiguientemente formas de vida cada vez más
complejas: planta, animal, hombre, en lucha contra el medio ambiente para adaptarse a él, y en lucha
entre sí para poder subsistir: la lucha por la existencia. El hecho de que el más fuerte prevalezca sobre el
más débil, aparece como conveniente, porque en ello le va al cosmos su mejoramiento.

Esta concepción spenceriana relativa a la evolución de la sociedad posee los siguientes caracteres:
1°) La evolución o progreso es un factor necesario; 2°) Es meramente biológico, temporal y natural, y en
consecuencia, sólo provoca mero dominio del hombre sobre la naturaleza; y 3°) la concepción en sí es
optimista. El progreso es necesario, en cuanto no lo determina la voluntad libre del hombre, sino que
está impulsado por leyes de cumplimiento ciego e inexorable que estimulan la constante transformación
social. Es meramente biológico natural y temporal, dado que no existiendo finalidad trascendente y
espiritual, todo se reduce en el hombre a una ascendente perfección somática que se da solamente en el
tiempo sin ninguna aspiración sobrenatural; no hay planos verticales sino chata horizontalidad.

El progreso ineludible de las ciencias exactas, permite, por otra parte, un creciente dominio de la
naturaleza, fruto de la técnica. Unido este fenómeno al permanente y automático desarrollo biológico
cada vez más perfecto del ser humano, se avizora una edad de oro para los habitantes de este mundo. De
allí el optimismo exultante, que fue una de las características sobresalientes de Occidente en la última
etapa del siglo pasado y primera del presente.

Spencer no explicará cómo lo más perfecto puede ser causado por lo menos perfecto, cómo el
proceso puede moverse sin que nadie lo impulse, cómo pueden existir leyes portentosas sin legislador
inteligente. Pero su filosofía se adaptaba al liberalismo exigido por las fuerzas del mercado, para superar
resabios de conciencia que no querían admitir que los endebles pudieran quedar a merced de los
poderosos.

Su esquema mental se ajustaba al espectáculo de la física, la química, la mecánica, la patología, la


etiología, todo el ámbito de la ciencia, modificando las condiciones de la vida humana y la propia faz del
planeta, creando una atmósfera de ingenuo y soberbio convencimiento de que el dolor humano producto
de la guerra, la pobreza, la enfermedad e incluso la muerte, serían a breve plazo sólo un triste recuerdo.

Los apotegmas spencerianos se acomodaban a la tendencia a liquidar valores tradicionales, que


aparecían corno criminales tijeras que pretendían cortar las alas del hombre en su vuelo hacia un futuro,
donde campearían soberanos la lucidez, el placer, la seguridad. Se conciliaban con la euforia ambiente,
convencida de que el hombre-dios acabaría con el mismo Dios, enredado y exánime en las redes de ese
progreso matemático indefinido, irrefrenable. Con esta ideología como herramienta de trabajo, se
comprende el por qué del quehacer de nuestra dirigencia política del ‘80.

La educación

En el pensamiento comtiano, las edades teológica y metafísica estaban superadas, y según


Spencer, las inflexibles leyes del progreso no tenían una finalidad trascendente, cuyo motor pudiera ser
el amor practicado por el hombre libre en tránsito hacia su destino superior, como es básico para nuestra
cultura de signo cristiano. Para estos positivistas, el progreso persigue un objetivo inmanente al propio
sistema que sirve: un mero perfeccionamiento biológico y mental del hombre en un plano terráqueo,
cosa que se logra mediante la lucha por la existencia, idea que en Carlos Darwin (1809-1882), otro de los
paradigmas de la generación del ‘80, adquiere primordial significación 645.

Dentro de esta composición de lugar, si Argentina había sido introducida al mundo greco-
romano-cristiano por la Iglesia Católica, alma y nervio de la cultura española y por ende de la hispano-
criolla, resultaba presupuesto elemental para que actuaran libremente esas leyes inexorables del
progreso sin límites, hacia un hombre más racional y una sociedad más civilizada, eliminar el obstáculo
que representaba la identificación existente de la sociedad vernácula con el dogma y las normas de vida
del catolicismo.

Los hombres de la generación del 80 bebieron en las aguas del pensamiento de Echeverría, para
quien, como vimos, el papado era el Anticristo, y en los países católicos la conciencia era esclava 646; y en
las de Sarmiento, que acompañó decididamente a esa progenie en sus proyectos y realizaciones en
materia cultural y de instrucción pública, y que tanto pesó intelectualmente en ella. Sus escritos
contienen pasajes de extrema dureza respecto de la institución que pusiera en funcionamiento en
nuestras tierras valores y entes que aun hoy nos son vertebrales. El sanjuanino consideraba a Córdoba
«la provincia más atrasada, más ignorante, como resultado de tres siglos de educación jesuítica,
franciscana, conventual», porque consideraba que «la educación clerical, monacal, de monjas y frailes
mata la inteligencia y la estorba desenvolver su capacidad» 647, y elucubraba protestantinizar a la
Argentina, para hacerla salir del catolicismo: «Para que los pueblos salgan de la vieja Iglesia Romana no
hay como hacerlos entrar en las viejas ideas de la Reforma», porque había observado en Europa, que
«las sectas protestantes son las mil puertas para salir del cristianismo» 648.

Con este mentor no es raro, que Roca, tan prudente en sus expresiones, en cartas a Enrique B.
Moreno, de junio de 1884, dejara estampados estos conceptos: «Los jacobinos de sotana pretenden
gobernar a los pueblos con el hisopo y la hoguera en plena luz del siglo XIX. ¡Bárbaros!» 649. Su mano
derecha en el campo de la instrucción pública, Eduardo Wilde, usaría conceptos aún más contundentes y
directos: «¿Que es la religión? Un cúmulo de necedades con olor a incienso» 650.

Juárez Celman también tiene frases que descubren su transitar por los mismos caminos. Así, en
pleno Senado de la Nación -con motivo de las medidas tomadas en 1884 contra el Vicario Clara-
explicaba que «el Poder Ejecutivo ha procedido dentro de sus propias y exclusivas facultades
defendiendo la civilización contra el fanatismo, la libertad de conciencia contra el exclusivismo de las
sectas, la soberanía nacional en fin, contra las invasiones de un poder extraño, que no por carecer de
cañones es menos peligroso»651.

Podrían multiplicarse las citas que demuestran la posición mental de los responsables políticos en
la década del ‘80 respecto de una temática tan crucial. Pero conviene ahora que hagamos referencia al
haz de medidas que aquellos responsables, toman en materia tan delicada como la de reorientar las
pautas culturales de la República.

La más importante de todas, la que más honda huella dejó en el ser nacional, fue sin lugar a
dudas la implantación del laicismo en la enseñanza, con la sanción de la ley nacional no 1.420 en el curso
del año 1884. No haciéndose eco del llamado que imperaba de las entrañas espirituales de la tierra, de
fidelidad a las líneas maestras de sus esencias históricas, a la cultura propia, sino respondiendo a las
exigencias del cosmopolitismo que nos invadía, se plagió una ley extranjera dictada en Francia en 1880.

Fue obra del ministro de Instrucción Pública, Julio Ferry, bajo el acicate de las logias secretas
francesas cuyo Gran Oriente, en 1877, había decidido suprimir toda mención del Gran Arquitecto en sus
documentos 652. La ley n^ 1.420 desterró la enseñanza del dogma y la moral católicos en las escuelas del
Estado nacional dentro del horario de clases. Dejaba dicha enseñanza de ser asignatura de promoción,
pretendiéndose paliar la crudeza de la determinación, con el permiso para que ella se dictara antes o
después de las horas de clase por ministros autorizados de los distintos cultos.

La ilustración en los principios cristianos dada en los colegios, que tanto encarecieron Belgrano,
San Martín y demás próceres fundadores de la nacionalidad, ahora sólo podría brindarse fuera del
horario escolar sabiéndose de antemano de la impracticabilidad de la permisión, además de que no
existían ministros en cantidad suficiente para impartirla.

Lo sustancial para la formación humana de nuestros niños se soslayaba. Ellos conocerían el


mundo de los números, de las letras, de los animales, de las plantas, de los astros. Harían incursiones en el
pasado de las sociedades humanas, se internarían fugazmente en los vericuetos de la química; la anatomía o la
higiene. Se asomarían a la comprensión de las lenguas extranjeras y aprenderían a manejar las cartas
geográficas. Pero se los sentenciaba a ignorar su propia identidad humana, el significado de su existencia:
origen del hombre, sentido del peregrinar en esta vida, finalidad trascendente, normas que regulan ese
peregrinar y que permiten la obtención de una convivencia justa y pacífica, todos presupuestos indispensables
para la obtención de la felicidad.

Se condenaba a nuestros párvulos y adolescentes al desconocimiento de los elementos


fundamentales que hicieron la cultura hispano-criolla, hija de la gran cultura greco-romana-cristiana.
¿Cómo habrían de inteligir e interpretar los fundamentos de dicha cultura, que era la propia, si se les
escamoteaba el conocimiento de la trayectoria histórica, misión y enseñanzas de la iglesia Católica,
verdadera protagonista del proceso que la fundara? ¿Cómo habrían de explicarse el pasado nacional los
hijos de esta tierra, sin nociones sobre los principios fundadores -enseñados desde 1536, con la primera
fundación de Buenos Aires, hasta 1884, en todos los institutos educativos de todos los niveles- que
fueron piedra basal de la convivencia humana civilizada en el Río de la Plata?

Cuando los más conspicuos representantes de la generación directiva del ‘80 dentro del Congreso
de la Nación, Eduardo Wilde, Onésimo Leguizamón, Luis Lagos García, Delfín Gallo, Emilio Civit, y
fuera del parlamento, Domingo F. Sarmiento y Bartolomé Mitre, éste a través de su diario «La Nación»,
se convertían en abanderados del laicismo escolar, estaban preparando sin sospecharlo la época en que
multitudes formadas en la escuela sin Dios y sin enseñanza moral, habrían de preceder sus
manifestaciones por la bandera roja en sustitución de la bandera de Belgrano, y habrían de entonar en
sus concentraciones la «Internacional» en lugar del Himno Patrio. Estaban dándole posibilidad
impensadamente al cuadro que Estanislao S. Zeballos, uno de los diputados que en 1884 votara la
enseñanza laica, presenciaba en 1919 con motivo de la «semana trágica»: «Uno de los espectáculos más
graves y dolorosos de estos sucesos ha sido la presencia de grandes masas de niños entre 12 y 14 años, y
algunos de mayor edad, que formaban los elementos más numerosos y activos del desorden y del delito,
dirigidos por grupos de huelguistas adultos. Estos niños iniciaban el asalto a los automóviles, a los
tranvías, a los conventos, a las armerías, a los vehículos y a las mismas autoridades armadas... El
fenómeno no ha sido aislado, se ha producido en todos los barrios de la ciudad, de modo que es
desconsolador saber que esos millares de niños serán los ciudadanos del futuro... La mayor parte de
estos niños han concurrido o concurren a las escuelas del Estado y el hecho comprueba una vez más el
fracaso de nuestro sistema de educación» 653. ¿Qué no hubiese escrito Zeballos en nuestros días, con el
auge que está tomando la violencia, la drogadicción, las violaciones y el delito entre nuestros menores?

Paradójicamente, la génesis del dictado de la ley n^ 1.420 comenzó con la designación, por el
presidente Roca, de Manuel D. Pizarro, católico ejemplar, como ministro de justicia, culto e instrucción
pública. La labor educativa de Pizarro fue eficiente: abogó por la instauración de la enseñanza técnica,
propició la creación del Consejo Nacional de Educación.

Fue también de su iniciativa la reunión de una asamblea de profesores, maestros y peritos en


educación, llamado Congreso Pedagógico, que habría de estudiar el estado de la educación en la
República y de la legislación respectiva en vigencia. Desde las primeras sesiones se tuvo la certeza de que
se asistía a un enfrentamiento entre dos tendencias opuestas en lo educativo: la liberal y la católica.
Unos, los primeros, apoyando el laicismo en la educación, esto es, excluyendo de ella la enseñanza
religiosa, y los segundos propiciando no se innovara en lo que era la tradición más enraizada y lejana,
esto es, la enseñanza del dogma y la moral del catolicismo en las escuelas públicas. Para evitar el fracaso
del Congreso, se aprobó eliminar de los debates la cuestión de la enseñanza laica y de la enseñanza
religiosa. Al no ser respetada esta decisión por el sector laicista, numerosos congresales católicos se
retiraron del Congreso.

Un esos días, el ministro Pizarro fue sustituido por Eduardo Wilde, notorio anticlerical, incrédulo,
y por ende, laicista.

En las sesiones del año 1883, la Cámara de Diputados debió abordar la sanción de una ley sobre
educación común que rigiera en Buenos Aires, ciudad que ahora era capital de la República y sobre la
que ejercía jurisdicción el Congreso. Esta Cámara tenía en carpeta el texto de un proyecto aprobado en el
Senado, que había presentado Pizarro, en el que la religión se hallaba entre las asignaturas de curso
obligatorio, menos para los niños cuyos padres así lo decidieran. Pero la comisión respectiva de la
Cámara propició una enmienda al proyecto de Pizarro, que eliminaba la enseñanza de la religión durante
las horas de clase y como materia de promoción. Ardorosamente debatida, fue aprobada.

El Senado consiguió rechazar la reforma. Al año siguiente, el proyecto volvió a la Cámara de


Diputados quien insistió con la enmienda. Como el Senado no logró obtener los votos necesarios para
oponerse nuevamente, el 8 de julio de 1884 quedó sancionada la ley de educación común no 1.420.
Los periódicos católicos «La Unión» y «La Voz de la Iglesia», encabezaron la protesta ante este
atentado cultural. Los católicos se movilizaron en todo el país, antes y con posterioridad al dictado de la
ley, para hacer oír sus puntos de vista defensores de la enseñanza tradicional, que ahora se avasallaba,
conjuntamente con el precepto constitucional que asegura a los argentinos la libertad de enseñanza.
Estrada, líder de la resistencia católica, fue destituido de sus cátedras en el Colegio Nacional y de su
cargo de rector en el mismo establecimiento.

En el debate de la ley, el argumento principal de los partidarios de su implantación, fue la


necesidad de no crearle problemas a la inmigración disidente, flojo argumento de Onésimo Leguizamón,
en tanto podría haberse establecido el carácter optativo de la enseñanza religiosa, como lo había hecho la
ley de la provincia de Buenos Aires de 1875. También se fundó en que no se le podía exigir a los maestros
enseñaran una religión con la que no comulgaran. Otra objeción fácilmente rebatible, en cuanto en esos
casos podía apelarse a los servicios de un maestro especial de religión, para dictar esta materia
solamente.

Los argumentos de los católicos se apoyaron en los postulados de la Constitución Nacional:


sostenimiento del culto católico, libertad de enseñanza del artículo 14, etc. En relación con el problema
de los inmigrantes no católicos, E. de Alvear dijo, que si bien el país ofrecía sus tierras a los inmigrantes
para que las trabajaran, esto no autorizaba una colonización o extranjerización de nuestra cultura, en vez
de bregar porque el extranjero se asimilara a ésta. En tanto, seguir el criterio liberal, llevaría a suprimir,
además de la enseñanza religiosa, todos los rasgos característicos de la nacionalidad: instituciones,
lengua, estilo peculiar de vida y de pensamiento. La actitud de los inmigrantes era distinta: abrir sus
escuelas y sus templos, y conservar su historia, mientras «nosotros hijos pródigos, tiramos a pedazos
todo lo que forma en todos los países del mundo, lo que se llama nacionalidad y patriotismo» 654. Si
éramos democráticos, cosa que debíamos a nuestros antecesores católicos, era preciso respetar la
mayoría religiosa argentina y su tradición católica, según dijera el diputado Tristán Achával Rodríguez;
que lo que el país quería ser, debía buscarse en lo que el país había sido, y en lo que en ese momento era.
No se podía educar silenciando categorías trascendentes y fundamentales para la República, ni aceptar la
intolerancia de desconocer la conciencia del educando y el derecho de los padres 655.

Veamos otros aspectos de la ley. El ámbito de aplicación de la ley n^ 1.420 fue la Capital Federal y
los territorios nacionales. El objetivo de la enseñanza primaria era «favorecer y dirigir simultáneamente
el desarrollo moral, intelectual y físico de todo niño de 6 a 14 años de edad» (artículo 1°). En el artículo
4° se especifican los caracteres de la enseñanza, que sería obligatoria, gratuita y gradual. La
obligatoriedad admitía que la enseñanza elemental se pudiera dar en tres ámbitos: las escuelas públicas,
las escuelas particulares y el hogar de los niños. La gratuidad no sería absoluta: se fijó un derecho de
matrícula que no se cobraría a los indigentes. Con relación a las escuelas particulares, la ley impone una
serie de requisitos que ellas deben llenar: indicar el lugar y condiciones del edificio y tipo de enseñanza a
brindar, aceptar las inspecciones sobre higiene y moralidad, dar el mínimo de enseñanza obligatoria
establecido oficialmente, etc.

La ley organizaba el gobierno escolar con el Consejo Nacional de Educación y con los Consejos
Escolares de Distrito. El poder ejecutivo nacional nombraba directamente los vocales del primero,
requiriendo el acuerdo del Senado para designar al presidente del organismo. Entre las funciones del
Consejo, estaba dirigir la instrucción dada en todas las escuelas primarias de su jurisdicción, proponer el
nombramiento de su personal, expedir los títulos de los maestros; etc. En cada distrito escolar
funcionaría un Consejo Escolar de Distrito, integrado por cinco padres de familia designados por el
Consejo Nacional de Educación; eran sus atribuciones el cuidado de la higiene y moralidad en las
escuelas, proponer el nombramiento de directores, subdirectores y ayudantes, el manejo de los derechos
de matrícula, recaudación de rentas, etc. La ley creaba un fondo permanente para sostener el
presupuesto escolar, que así era desvinculado de cualquier eventualidad económica o política.
Integraban ese fondo distintas fuentes de ingresos que la ley determinaba taxativamente. Se exigía que
los integrantes del personal docente poseyeran diplomas expedidos por las autoridades competentes.

Otros aspectos denotaban el afán de precipitar la ruptura cultural a la que nos hemos referido.
Durante el ministerio de Wilde, en la primera presidencia de Roca, se suprimió la enseñanza del latín y
del griego en las escuelas de nivel secundario. Al eliminar el último, se impuso el estudio del alemán.
Wilde explicaría: «Es el idioma de la ciencia, de las verdades vivas del laboratorio. El griego es para
nosotros pesado e inútil, como un lujo asiático. Nuestro primer deber es civilizarnos» 656. Mientras tanto
se iba imponiendo el aprendizaje de una historia europea, especialmente la medieval, americana y
argentina, distorsionada. A ello se refirió Ernesto Palacio al escribir: «Sin historia, sin catecismo y sin
enseñanza clásica, la ruptura con la tradición resultaba así completa» 657.

La familia

No fue solamente la educación la que sufriera el ataque de los ilustrados miembros de la


generación del ‘80, imbuidos hasta la médula de positivismo progresista. La familia fue el segundo gran
frente abierto en la lucha contra las instituciones básicas.

El preludio fue la sustracción a la iglesia de su secular misión de inscripción de los actos


fundamentales de la vida humana, que iba acompañada con la administración de la vida de la gracia a
través de sacramentos específicos en cada caso. Por ley no 1.565, dictada durante el año 1884, se creaba
el Registro Civil de la Capital Federal y territorios nacionales, medida que se extendió sucesivamente a
las provincias por decisión subsiguiente de sus respectivos gobiernos.

En 1888, por iniciativa del ministro del interior Eduardo Wilde, se sancionó la ley 2.393, que
únicamente aceptaba como matrimonio válido el contraído ante un funcionario público. El Estado
nacional, que de acuerdo a la Constitución de la República debe sostener el culto católico, controlar que
el presidente de la Nación pertenezca a esta confesión y promover la conversión de los indios a ese credo,
con esta ley niega legitimidad al matrimonio celebrado por los católicos ante un ministro de su culto. Esa
desacralización oficial del acto fundador de la célula de la sociedad argentina, que de sacramento se
convierte en un ordinario acto burocrático, implicó colocar bajo jurisdicción civil cuestiones como el
divorcio y la nulidad del acto matrimonial. Sin embargo, esa ley respetaba todavía dos caracteres
fundamentales de la institución familiar: la monogamia y la indisolubilidad del vínculo.

El ataque a fondo contra esta última calidad fundamental, se llevaría a cabo durante la segunda
presidencia del general Roca. El diputado nacional Carlos Olivera 658, prominente figura de la generación
del ‘80, miembro conspicuo del círculo áulico de Roca y Juárez Celman, fue quien presentó el proyecto
de divorcio ad-vinculum, contemplando en su texto vastas causales que habrían de permitir con
amplitud y comodidad la disolución de la familia argentina.

Al defender su proyecto, la pieza que produjo se diluyó en un mero exordio anticlerical, sin que
fundamentara la conveniencia de la adopción de la novedad que propugnaba. Después de las
exposiciones de Barroetaveña, que llegó a decir que dicho proyecto terminaría «de una vez por todas con
los cánones del Concilio de Trento y dado un paso más hacia la civilización» 659, y de otros oradores, que
se pronunciaron en pro o en contra del mismo, le cupo al joven diputado tucumano Ernesto E. Padilla
convencer a la mayoría de los integrantes de su Cámara, de los graves inconvenientes que el divorcio
vincular provoca. Apeló a la fibra patriótica de sus pares expresando: «Queremos una nación, algo que
sea propio, algo que sea argentino como es el territorio, algo que tenga significado en nuestra tradición,
su traducción en nuestra historia... Por eso debemos cuidar la familia, como el crisol donde se funden las
ideas y se unifican las tendencias, manteniendo en ella la fuerza de las propias tradiciones, de las propias
ideas, que se imponen y que triunfan, imprimiendo color y forma a la masa. Es allí donde se forja el
carácter nacional, es allí donde, si puedo decirlo, late la esperanza de la patria» 660.

El rechazo de la iniciativa por apenas cincuenta votos contra cuarenta y ocho, permitió que en ese
aspecto de la familia, se viera entorpecida la corriente que llevaba a la ruptura del cordón umbilical que
nos mantenía aun unidos a la vida de la cultura que acunó nuestra infancia comunitaria.

Conflictos con la Iglesia

La implantación del laicismo fue uno de los motivos de grave enfrentamiento con la Iglesia
durante el primer gobierno del general Roca. Pero hubo otros. En 1880 llegó al gobierno de la provincia
de Córdoba Miguel Juárez Celman. Creó el registro civil y entró en conflicto con el vicario, Mons.
Castellano. La prensa liberal insultó a este, y entonces, Castellano prohibió su lectura. El nuevo obispo,
fray Mamerto Esquiú, logró que el entredicho no se agravara.

Roca elevó las aulas de teología del Seminario de Córdoba al rango de facultad dentro de la
Universidad de la misma ciudad. Como los profesores que Esquiú propuso fueron rechazados por el
Consejo de la Universidad, negándole al obispo facultades al efecto, éste dispuso que el Seminario se
separara de la Universidad.

Al morir Esquiú en 1883, el Cabildo Eclesiástico nombró vicario al deán Jerónimo Clara, quien en
una pastoral especificó que ningún padre católico podía enviar sus hijos a la Escuela Normal, dado que
en ella enseñaban docentes protestantes. Además condenó la tesis doctoral de Ramón J. Cárcano, que
proponía igualar los derechos civiles de los hijos naturales, adulterinos, incestuosos y sacrílegos, y
finalmente prohibió la lectura de periódicos que atacaban a la Iglesia. El gobierno declaró a Clara
suspenso en el gobierno del obispado, y destituyo a tres profesores católicos que se solidarizaron con él.
El obispo de Salta, Mons. Risso Patrón, también fue suspendido por adherir a Clara y prohibir a los
católicos enviar sus hijos a escuelas cuyos maestros fuesen protestantes.

Estando el Delegado Apostólico de la Santa Sede, Mons. Luis Matera, en Córdoba, un grupo de
señoras católicas acompañadas por la directora de la Escuela Normal, Francisca de Armstrong, lo
entrevistaron rogándole levantara el anatema que pesaba sobre dicha Escuela. El prelado indicó que se
dirigieran al gobierno tratando de obtener: 1°) una declaración de que las escuelas no se fundaban para
hacer proselitismo protestante; 2°) una ratificación de declaraciones de Roca, en el sentido de que no
había ningún inconveniente para que se enseñase religión en dicha Escuela; 3°) que se permitiese al
Obispo visitar a ésta para convencerse de que se cumplía lo establecido en el punto anterior. Al dirigirse
la señora de Armstrong al gobierno, el ministro reaccionó contra la directora por haberse excedido en
sus atribuciones. El ministro de relaciones exteriores pidió explicaciones a Matera. Este envió una carta
a Roca explicando que su conversación con las señoras de Córdoba había sido meramente privada. Dos
días después, Matera recibía del presidente los pasaportes y la notificación de que debía abandonar el
país en veinticuatro horas. Fue así como las relaciones diplomáticas quedaron interrumpidas con el
Vaticano hasta reanudarse durante la segunda presidencia de Roca 661.

La integración nacional - Extensión de las fronteras

La conquista del desierto no terminó en 1879. Continuó por largos años, por el sur y por el norte.
Desértica no era solamente la Patagonia, sino toda la región del Chaco que nos había correspondido,
desde el norte santafesino hasta el río Pilcomayo.

En una larga etapa, que duró décadas, Argentina fue incorporando algo así como cerca de la
mitad de su actual territorio, en una gesta en la que participaron militares, civiles y religiosos que
merecen el reconocimiento de la Patria.

En el sur, a mediados de 1879, se había llegado al río Negro y al río Neuquén. En 1881, durante la
primera presidencia de Roca, el teniente coronel Clodomiro Villar, aventó los últimos malones en la zona
de La Pampa central. El coronel Conrado Villegas, ese año, fue mandado a ocupar el territorio
comprendido entre los ríos Limay y Neuquén, y la cordillera -espacio hoy perteneciente a la provincia de
Neuquén- además del sudoeste de Río Negro y noroeste de Chubut. Namuncurá, que había sido
derrotado, se rindió al ejército argentino y Roca le permitió establecerse con sus indios en Aluminé.

Hacia 1883 se había completado la ocupación de Neuquén y la zona del lago Nahuel Huapi 662.
Enviado por el gobernador del territorio nacional de la Patagonia, coronel Lorenzo Winter, el teniente
coronel Lino de Roa se impuso a tehuelches y araucanos, ocupando ese territorio hasta los ríos Deseado
y Santa Cruz.

Entre 1884 y 1888, el capitán Jorge Fontana, a pedido de los colonos galeses de Chubut, recorrió
y reconoció lo que es hoy la provincia, fundando la colonia 16 de Octubre.

En 1890 el capitán C. Moyano reconoció la cordillera en la zona patagónica, determinando la


línea de las más altas cumbres que Argentina sostenía, debía ser nuestro límite con Chile.

De Santa Cruz sólo se conocía el litoral atlántico. En 1883 el mismo Moyano había recorrido
zonas de este territorio descubriendo, entre otras cosas, las minas de carbón de Río Turbio, explorando
también el Lago Argentino.

Entre 1881 y 1885 el comandante Santiago Bove y el comodoro Augusto Lasserre reconocieron las
costas de Tierra del Fuego 663. El interior lo fue por Ramón Lista, en 1886. Junto a las fuerzas armadas
realizó gran labor asistencial, educativa, científica y cultural en la Patagonia la congregación salesiana
664. Los salesianos acompañaron a Roca en la conquista del desierto, oportunidad en que desarrollaron
su actividad apostólica con los indios. En 1880 se establecieron en Carmen de Patagones presididos por
el padre José Fagnano, fundando colegios, iglesia, observatorio meteorológico, sociedad de socorros
mutuos con hospital; y recorrieron el río Negro hasta Nahuel Huapi. El padre Domingo Milanesio, entre
otros, se destacó por su gran labor misionera, logrando, inclusive, que el cacique Namuncurá se
sometiera al ejército nacional. Los salesianos fueron educadores del hijo de Namuncurá, Ceferino, el
«santito de la toldería» (1888-1905), cuyos restos están sepultados en Fortín Mercedes.

La acción apostólica de estos esforzados varones se extendió hasta las zonas más sureñas: Santa
Cruz, Tierra del Fuego y Malvinas. Hubo trece casas de religiosos, ocho de hermanas de María
Auxiliadora, oratorios festivos, capillas, colegios primarios y secundarios, escuelas agrícolas, de artes y
oficios, etc. Estrada, desde la Cámara de Diputados, acompañaba esta acción oponiéndose a la cesión de
ocho leguas al Rvdo. Tomás Bridge, pastor protestante, para que desarrollase su acción proselitista entre
los indios onas, argumentando que era expreso mandato constitucional la conversión de los indios al
catolicismo, y poniendo en guardia al gobierno ante la posibilidad de la penetración inglesa en el lejano
sur.

La presencia argentina en la Antártida e islas del Atlántico Sur, se inició en 1902 con la fundación
de un observatorio meteorológico en la Isla Año Nuevo, próxima a la isla de los Estados. En 1903, la
corbeta argentina Uruguay realizó el salvataje de la expedición científica sueca presidida por el profesor
Nordenskjold en la Antártida. Argentina tuvo observatorio meteorológico en las Islas Oreadas del Sur a
partir de 1904. De aquí en más, nuestra Nación detentó una presencia constante en la zona 665.

En el ámbito chaqueño existía una línea de fortines a la altura de Malabrigo y Sunchales, en Santa
Fe, destinada a contener las invasiones de los bravos abipones y tobas. Hacia 1870, se fundó la colonia
San Jerónimo, al norte de Malabrigo, que no resistió el ataque aborigen. En cambio, la establecida frente
a Corrientes, entre 1875 y 1876, pudo hacerlo, y por ello se llamó Resistencia. En 1872 el gobernador
santafesino, Simón de Iriondo, estableció la colonia Reconquista, y poco después, en 1879, el capitán
Luis Fontana fundaba Villa Formosa, entre los ríos Bermejo y Pilcomayo, en la margen derecha del río
Paraguay.

Durante la gestión de Roca, el ministro de guerra Benjamín Victorica condujo una expedición,
durante 1884, con el objeto de ocupar la actual provincia de Formosa, pero sólo con éxito parcial, pues
aunque se establecieron algunos fortines, la indiada no pudo ser reducida, facilitados sus movimientos
por la naturaleza selvática del área, se refugiaron al norte del río Bermejo. En este río se estableció una
«línea militar», desde su desembocadura en el río Paraguay hacia el este, con una longitud de cerca de
400 km., que comprendía 13 fortines.

En 1888 esa línea llegaba a la provincia de Salta. Lorenzo Winter, gobernador del Chaco, en 1899,
realizó una expedición contra los indios tobas y mocovíes quienes, refugiados en Formosa, asolaban el
territorio de su mando. La expedición fue un éxito, pero no completo.

Entre 1907 y 1908, al coronel Teófilo O'Donell se le encomendó una nueva campaña contra esos
indios, con instrucciones de actuar primero pacíficamente, con el objeto de atraerlos al amparo del
gobierno nacional y facilitarles el mejoramiento de su situación, debiendo usar de las armas en caso
contrario. Los resultados de la misión de este coronel permitieron el retroceso de los aborígenes hasta el
río Pilcomayo.
Entre 1911 y 1912 el coronel Rostagno continuó la tarea de toma de posesión de Formosa: ocupó
3.200 leguas cuadradas, redujo pacíficamente 8.000 indios y construyó caminos, precarios puentes,
telégrafos y fortines. En 1917 el ejército había concluido prácticamente su labor en el Chaco y Formosa.
Sin embargo, la resistencia aborigen, aunque ya muy débil, se prolongaría con incursiones de los pilagás,
entre 1930 y 1933 666. Los franciscanos continuaron desarrollando su tarea misional en estas regiones,
que habían iniciado en la etapa hispánica 667.

Problemas limítrofes

En el período correspondiente a este capítulo, 1880-1916, la República resolvió casi todos sus
problemas limítrofes: con Bolivia, con Brasil, con Chile y con Uruguay, en general mostrando
displicencia por defender los derechos de la Nación, como dignos herederos, los integrantes de la
generación del ‘80, de quienes habían escrito que «la patria no es el suelo» 668, o que «el mal que aqueja a
la República es la extensión»669.

Con Bolivia

El arreglo de límites con Bolivia, efectuado por un tratado firmado por nuestro canciller Quirno
Costa en 1889, le significó a la República la pérdida de extensos territorios. Resuelta por los círculos
rivadavianos la aceptación de la independencia de esa Nación, y por ende la pérdida de un millón de
kilómetros cuadrados. No obstante, de lo que no quedaban dudas era que la región de Tarija, que en
1810 dependía de la gobernación intendencia de Salta, era de nuestra pertenencia, a tal punto que
Bolívar así lo comprendió 670. No respetaron esta tesitura los bolivianos que la tenían ocupada, y también
en 1889, Quirno Costa aceptó cederla definitivamente al país hermano a cambio del distrito de Atacama,
que según Moreno Quintana, nos pertenecía en virtud del principio del uti possidetis juris de 1810 671.
Pero esta área estaba ocupada por Chile, como uno de los hechos producidos debido a la guerra del
Pacífico entre este país y la coalición peruano-boliviana, por tanto tuvimos que discutir con la nación
trasandina derechos sobre una zona, debiendo, incluso, sostener la pertenencia argentina antes que
Bolivia la «cediera».

Por un tratado del 2 de noviembre de 1898, ya en la segunda presidencia de Roca, deferimos al


arbitraje la solución del litigio, y al año siguiente el ministro de los Estados Unidos en Buenos Aires, William I.
Buchanan, dividió salomónicamente la extensa región, de 73.000 km2, en dos zonas de similar superficie, y
adjudicó una a cada uno de los países en conflicto. A cambio de una zona que nos pertenecía, rica e importante
como Tarija, «obtuvimos» la mitad del páramo que era Atacama, que también nos pertenecía, debido a la
división que hubimos de soportar con intervención de un tercero.

Con Brasil

Con Brasil arrastrábamos una vieja cuestión limítrofe, la última de todas. Como las anteriores se
habían perdido, computando las existentes otrora, entre España y Portugal, era de esperar esta vez una
mejor suerte. El territorio en cuestión es un hermoso cuadrilátero que linda al norte con el río Iguazú, al
sur con el río Uruguay, al este con los ríos San Antonio y Pepirí Guazú, que los brasileños mañosamente
denominaban Chopin y Chapecó respectivamente, y al oeste con los ríos que hoy son denominados como
San Antonio y Pepirí Guazú. Una zona de superficie aproximada a la provincia de Tucumán en la que, en
1980, si nos atenemos a las noticias periodísticas, se descubrieron napas petrolíferas.

Por el tratado de San Ildefonso, firmado por España y Portugal en 1777, los ríos San Antonio y
Pepirí Guazú eran en esa región los que por el este nos separaban de los lusitanos. Pero puestas las
comisiones demarcadoras a la tarea de precisar cuáles eran esas corrientes fluviales, en una zona muy
abundante en ellas, no hubo acuerdo, pretendiendo los portugueses ubicarlas más hacia el occidente de
donde efectivamente se hallaban, con el evidente propósito de ganar la superficie cuadrilátera que hemos
deslindado 672. Así quedaron las cosas hasta la presidencia de Nicolás Avellaneda, en que Brasil
estableció colonias militares en la zona litigiosa.

En 1882 nuestro gobierno creó el territorio nacional de Misiones comprendiéndola, y tras


gestiones de arreglo diplomático de la cuestión suscitada, que incluyó el reconocimiento del terreno por
una comisión mixta, cuya sede fue la ciudad de Montevideo, nuestro canciller, Quirno Costa, firmó un
tratado en septiembre de 1889. Por sus cláusulas, Argentina y Brasil se comprometían a intentar llegar a
un acuerdo definitivo respecto del litigio, en un plazo perentorio de noventa días. Pasado dicho plazo, si
no había avenimiento, arbitraría en el litigio el presidente de los Estados Unidos, nación que en esos
momentos «era en verdad un aliado directo del Brasil, al tiempo que competidor económico y adversario
de la Argentina»673.

Como consecuencia de lo pactado, el 30 de enero de 1890, ambas partes firmaban otro tratado,
llamado de Montevideo, por haber sido signado en esta ciudad, por el cual Argentina y Brasil se repartían
en partes, más o menos iguales, el territorio en disputa. Pero hete aquí que en Brasil se alzó
virulentamente la opinión pública contra esta solución, a pesar que ella entregaba a ese país un área que
pertenecía a la Argentina. Finalmente, el Congreso en Río de Janeiro rechazó lo acordado, con lo que,
habiéndose vencido el plazo de noventa días estipulado, automáticamente se abrió la instancia arbitral.

Mal defendida Argentina ante el arbitro, como lo ha demostrado Scenna, suficientemente 674, el
presidente de los Estados Unidos, Grover Cleveland, falló, en 1895, concediendo a nuestro adversario en
la emergencia, toda el área litigiosa. Años después, el historiador Emilio Ravignani se sorprendió al
encontrar en el archivo de nuestra cancillería, un gran acopio documental, que demostraba
fehacientemente los derechos intergiversables de Argentina sobre ese territorio precioso definitivamente
perdido. Ravignani narró que sus ojos se llenaron de lágrimas al advertir que ese legajo no había sido ni
siquiera leído, y por ende mucho menos utilizado, por los encargados de defender los derechos sagrados
de la Nación 675. Es que quizás otros perjuicios podrán ser reparados, pero ante éste, a la posteridad sólo
le queda el recurso plañidero.

Con Chile

La solución fue mucho más trabajosa y larga, y aun hoy, zanjado perdidosamente el problema del
Beagle, subsisten algunas diferencias.

Si como expresa Ernesto Quesada: «El principio del utí possidetis juris ha sido aplicado en las
controversias de límites entre todas las naciones americanas de origen español: fue adoptado como regla
del derecho positivo desde el primer tratado, reconocido e incorporado al derecho internacional por los
congresos de plenipotenciarios americanos»676, Chile debió haber quedado reducido a ser lo que era la
Capitanía General de Chile: el río Salado al norte, el río Bío Bío al sur, la cordillera de los Andes al este y
el océano Pacífico al oeste 677. Esto es, menos de la mitad del área territorial que posee actualmente.
Especialmente en el sur, Chile creció a expensas de Argentina.

El tratado de 1881 significó precisamente la concreción de un gran sacrificio territorial argentino,


con la pérdida de los derechos a discutir el territorio al sur del Bío Bío, más el estrecho de Magallanes
que nos pertenecía, la mitad de Tierra del Fuego e islas adyacentes en el Pacífico, y al sur del canal de
Beagle, que también nos pertenecían. Es que durante la etapa del Virreinato, toda la zona aledaña al
Estrecho fue gobernada desde Buenos Aires.

El propio ministro de relaciones exteriores de Roca, Bernardo de Irigoyen, protagonista de la


solución arbitrada, reconoció: «Las concesiones que hicimos fueron deliberadamente acordadas en favor
de la paz y de los intereses comerciales de esta parte del mundo. En la región sobre la que admitieron el
debate los gobiernos anteriores al que tuve el honor de representar, fue que se estipuló la transacción de
1881, conservando esta República una parte, y reconociendo la otra a Chile» 678. El diario «El Nacional»
opinó: «el tratado consagra un triunfo pleno y completo de la diplomacia de Chile», haciendo lo propio
«La Nación»: «en realidad, Chile gana su pleito, aun más allá de lo que pretendió en su origen». Vicente
G. Quesada manifestó: «la verdad es desconsoladora: de todas las desmembraciones territoriales que ha
experimentado el distrito que fuera el antiguo Virreinato del Río de la Plata, ninguna se ha hecho en
condiciones más tranquilas, ni con mayor estoicismo... La República compra la paz al caro precio de sus
fronteras arcifinias y de la pérdida del Estrecho».

Irigoyen reconoció que, incluso, actuó sin conocimientos precisos sobre la zona objeto del
conflicto; en carta de 1876 confesaba al presidente Avellaneda, del que era a la sazón ministro de
relaciones exteriores: «Le declaro que me encuentro en una posición difícil, por no decir desairada,
cuando tengo que tratar las cuestiones internacionales... Hoy tenemos las dificultades con Chile y
estamos sin más datos que los de la época colonial: no tenemos un informe científico, un viaje, un
reconocimiento siquiera al que podamos dar pleno crédito». Y en 1892, el ministro de relaciones
exteriores admitía: «lo que guardan las montañas argentinas y la gran cordillera que debe separarnos de
Chile, es en mucha parte menos conocida de nosotros que las montañas lunares que el telescopio nos
revela»679.

Es debido a esta falta de nociones e información, que el artículo 1° del tratado de 1881 entre
Argentina y Chile especificaba: «El límite entre Chile y la República Argentina es de Norte a Sur hasta el
paralelo cincuenta y dos de

latitud, la cordillera de los Andes. La línea fronteriza correrá en esa extensión por las cumbres más
elevadas de dichas cordilleras, que dividen las aguas, y pasará por entre las vertientes que se desprenden
a un lado y a otro. Las dificultades que pudieran suscitarse por la existencia de ciertos valles, formados
por bifurcaciones de la cordillera y en que no sea clara la línea divisoria de las aguas, serán resueltas
amistosamente por dos peritos nombrados uno por cada parte».

Se estableció que el Estrecho de Magallanes sería chileno, salvo el extremo oriental, pero quedaría
neutralizado, no pudiendo Chile artillarlo, mientras que la costa atlántica de la Patagonia sería argentina.
La isla de Tierra del Fuego se la dividiría en dos partes por el meridiano de 68° 34' al oeste de Greenwich
hasta tocar el canal de Beagle: la parte oriental sería argentina, y la occidental chilena. La isla de los
Estados y demás islas bañadas por el Atlántico pertenecerían a Argentina, mientras que las islas al sur
del canal de Beagle serían chilenas hasta el cabo de Hornos, como las que estuvieran al oeste de éstas.

El trazado concreto de los límites en la cordillera, originó serios problemas. Hasta Tierra del
Fuego el límite eran las altas cumbres que dividían las aguas, pero resulta que a partir del paralelo de
40°, no siempre las altas cumbres dividían las aguas. Cuando en 1888 se nombraron las comisiones
demarcadoras, Argentina insistió en que el límite tradicional eran las altas cumbres, y Chile el
«divortium acquarum». Las diferencias involucraban la posesión de un extenso territorio de 94.000
km2.

En marzo de 1893 se firmó un protocolo adicional al tratado de 1881, por el cual se declaró que
Chile no podía pretender punto alguno sobre el océano Atlántico ni Argentina sobre el Pacífico. Pero en
la parte cordillerana subsistieron serias diferencias entre el perito argentino Francisco P. Moreno y el
chileno Diego Barros Arana, el primero aferrado a las altas cumbres, que había sido la divisoria
tradicional, y el segundo a la división de las aguas.
En 1896 se acordó entre ambos países deferir al arbitraje de la reina de Inglaterra el litigio, si los
peritos persistían en no entenderse 680. No obstante el acuerdo, en previsión de un posible conflicto
armado con Chile, que estaba en condiciones técnicas superiores para afrontar tal evento, pues poseía
una escuadra con siete acorazados y un ejército fogueado en la guerra del Pacífico, el presidente José E.
Uriburu ordenó la compra de nuestros primeros acorazados, la construcción de un puerto militar en las
inmediaciones de Bahía Blanca y el trazado de un ferrocarril que llegara a Neuquén. Además fueron
convocados 1.800 oficiales y 20.000 conscriptos para realizar entrenamientos bélicos en Curamalal.
Todo esto entre 1895 y 1898.

Los belicistas chilenos incitaban a una pronta guerra para evitar que Argentina lograra su rearme;
pero el presidente Federico Errázuriz, todo un prudente patriota, no escuchó esas voces. Al terminar su
presidencia en 1898, Uriburu, había logrado cierta paridad en materia de armamentos y escuadra de
guerra. Su sucesor, el general Roca, elegido entre otras cosas por su pericia militar, ante la eventualidad
de un conflicto con Chile, decidió reunirse con su similar chileno, Errázuriz, encuentro que se produjo en
Punta Arenas en 1899. Ambos presidentes produjeron el hecho conocido como «abrazo del Estrecho».

Pero había otra cuestión. La guerra del Pacífico había terminado con la firma del Tratado de
Ancón, entre Chile y Perú, y el de Tregua, entre Chile y Bolivia. Chile, vencedor en la guerra, por esos
tratados, se había quedado por diez años con el litoral boliviano sobre el Pacífico, lo que enclaustró a
dicho país, y con los distritos peruanos de Tacna y Arica. Se comprometió a los diez años a realizar
plebiscitos en ambas zonas, para resolver en definitiva la suerte de esas áreas. El plazo había vencido en
1893, y Chile no había cumplido con su compromiso. A partir de allí, especialmente entre 1900 y 1901, la
opinión pública argentina acompañaba con calor a los dos países hermanos en su demanda frente al
expansionismo chileno. La prensa trasandina y la argentina se pusieron belicosas. Los chilenos acusaron
a Argentina de supuestas actividades en la zona disputada del lago Lacar. Hubo actos de adhesión y
homenajes a Perú y Bolivia en Buenos Aires.

En 1901 se reunió en Méjico la II Conferencia Panamericana, y se intentó forzar a Chile a aceptar


el arbitraje obligatorio respecto de las zonas disputadas con Bolivia y Perú. Pero hábilmente, la
diplomacia chilena evitó que se la llevara a tal solución. Lo que aceptaba en el problema de límites con
Argentina, no lo admitía en relación con las cuestiones similares con Perú y Bolivia.

Hacia mediados de 1901, fuerzas militares chilenas construían caminos en la zona disputada con
Argentina. Nuestro ministro de relaciones exteriores, Amancio Alcorta, protestó airadamente, y el peligro
de la guerra se hizo de aquí en más, inminente. Ambos contendientes intensificaron su compra de
armamentos. Argentina convocó sus reservas, y el 10 de diciembre se sancionó la ley de servicio militar
obligatorio. La Unión Cívica Radical suspendió patrióticamente sus actividades partidarias. La excepción
es el partido Socialista, constituido en 1896, que el 15 de diciembre hace un mitin pacifista.

La opinión pública, mayoritariamente, sigue la opinión de Zeballos, quien afirma en una


conferencia: «La República de Chile ha inaugurado en Sur- América desde 1843 la guerra de conquista
como su única y grande industria salvadora y se apodera por todos los medios de los territorios de sus
vecinos y transforma los recursos que ellos producen en cañones y fusiles, para humillar a los vencidos,
con temeridad de provocar a los fuertes. En este momento, como lo veréis más tarde, Chile se mueve de
nuevo sobre el Perú y Bolivia pretendiendo la absorción de aquellos dos pueblos hermanos y si se adueña
de las riquezas de ambas nacionalidades, aumentará su osadía, hasta decidir medirse con la República
Argentina». «Hay que hacer una política internacional franca y categórica. Hay que hacerle saber a la
República de Chile que la República Argentina está decidida a impedir que se engrandezca más, porque
es un peligro para la paz sudamericana» 681. Lo acompañaban Vicente Fidel López, Roque Sáenz Peña,
Indalecio Gómez, Carlos Rodríguez Larreta, Victorino de la Plaza, etc.

En ese diciembre de 1901, la guerra parecía inevitable. El 24 de ese mes, nuestro representante en
Chile, Epifanio Portela, abandonó la legación argentina en Santiago, y el 25 el ministro de guerra Pablo
Ricchieri hizo firmar al presidente Roca el decreto de movilización general.

Según Indalecio Gómez y Victorino de la Plaza, la presión de la diplomacia inglesa, acompañada


por la actitud del mitrismo, ahora bajo la conducción de Emilio Mitre, desde las páginas de «La Nación»,
logró que Roca tomara el camino de la negociación. Precisamente un mitrista, José Antonio Ferry, fue
enviado a Santiago en sustitución de Portela. Como muriera Amancio Alcorta, se lo sustituyó por el
maleable Joaquín V. González. Argentina se desentendió del problema peruano-boliviano.

En los famosos «Pactos de Mayo», que firmara con Chile en mayo de 1902, Argentina se
comprometió a «respetar en su latitud la soberanía de las demás naciones sin inmiscuirse en sus asuntos
internos ni en sus cuestiones externas». Con lo que aceptábamos tácitamente la expansión chilena en
relación con sus avances territoriales sobre Bolivia y Perú. En contraposición, Chile prometía no
expandirse territorialmente, salvo «el cumplimiento de los tratados vigentes», haciendo alusión a los de
Ancón y Tregua. Además, ambas naciones convinieron aceptar el arbitraje británico en la controversia
limítrofe, y a limitar sus armamentos, renunciando por cinco años a comprar o construir buques de
guerra, que para peor, nos descolocaba frente a Brasil.

El juicio de Palacio es lapidario: «Si bien los ‘pactos de mayo' tuvieron la virtud de impedir una
guerra para la que no había a la sazón motivo suficiente, no hay duda que la extensión de los
compromisos que por ellos adquirimos significaron una disminución de nuestra personalidad
internacional, de acuerdo con la más genuina tradición del régimen» 682. Personalidades notables
condenaron los Pactos: a las ya mencionadas favorables a apoyar a Bolivia y Perú, agregaremos las de
Mariano Demaría, José Nicolás Matienzo, Vicente Gallo, Matías Sánchez Sorondo, Lisandro de la Torre,
Lucio V. López. Pero el Congreso los aprobó.

En noviembre de ese año 1902, se conoció el arbitraje británico: de los94.000 Km, 40.000, serían
para Argentina y el resto para Chile. Sin embargo, algunos problemas subsistieron, como la posesión de
las islas Nueva, Picton y Lennox, que para Chile estaban al sur del canal de Beagle y para nosotros no. En
realidad, lo que buscaba Chile era proyectarse sobre el Atlántico con la posesión de dichas islas 683.

Con Uruguay

El problema fue la soberanía sobre el río de la Plata. Hacia 1907, este país aspiraba que fuese la
línea media del río la demarcatoria de ambas soberanías. Argentina sostenía la tesis de que el límite
debía pasar por el tallweg, la parte más profunda del río, pues de lo contrario nuestro país quedaría sin
salida al océano. El tallweg o canal de acceso se aproxima en el último tramo a la costa uruguaya.

En 1907 hubo incidentes. Zeballos, a la sazón nuestro canciller, veía la mano de Brasil detrás de
Uruguay. La misión de Roque Sáenz Peña a Montevideo en 1910, logró la firma de un protocolo que
dejaba librado al futuro el arreglo de la cuestión.

Organización de los territorios nacionales

En 1862, por ley no 28, se estableció que el Congreso fijaría los límites de cada provincia; se
determinó que las tierras fuera de ellas serían nacionales.

En 1869 el senador Oroño proyectó la creación de cinco territorios nacionales: La Pampa,


Misiones, Chaco, Andes (la puna de Atacama) y Los Llanos (en La Rioja).

En 1878, ante el reclamo de algunas provincias que habían avanzado ocupando con habitantes el
«despoblado» respectivo, se decidió prolongar la provincia de Buenos Aires en 2.000 leguas, Mendoza
en 1.600, Córdoba en 1.600, San Luis en 400 y Santa Fe en 300. En ese mismo año se creó el territorio
nacional de la Patagonia y en 1881 el de Misiones.

En 1884, durante la primera presidencia de Roca, por ley n° 1.532 se dividieron los
«despoblados» en nueve gobernaciones: La Pampa, Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz, Tierra del
Fuego. Chaco, Formosa, Misiones. Salvo Chubut, con la colonia galesa, y Misiones, que tenía como
capital a Posadas, los demás territorios nacionales continuaban prácticamente deshabitados.

Aquella ley también organizaba los territorios nacionales. Al frente de cada uno de ellos se colocó
a un gobernador, nombrado por el poder ejecutivo nacional con acuerdo del Senado, que duraba 3 años,
pudiendo ser reelecto. No tenía independencia administrativa y menos política: era un funcionario que
dependía del ministerio del interior, que dictaba reglamentos y ordenanzas para el fomento y seguridad
del territorio, bajo la supervisión de ese ministerio, haciendo cumplir las leyes nacionales. Era jefe de la
policía y su sede sería la capital del territorio. Cuando éstos llegaran a los 30.000 habitantes, podían
tener legislatura, con limitadas atribuciones. En la práctica, al llegar a esa población, los territorios
nunca instrumentaron ese organismo. En pueblos con más de 1.000 habitantes, habría consejos
municipales elegidos por el pueblo, que recaudarían los impuestos. En cada capital existiría un juzgado
letrado, y en los distritos con más de 1.000 habitantes, un juzgado de paz.

Así se irían preparando los territorios para cuando les llegara la oportunidad de convertirse en
provincias, cosa que ocurriría al llega a los 60.000 habitantes, previa decisión del Congreso de la Nación
(artículo 13 de la Constitución Nacional).

Consolidación del gobierno nacional

A partir de 1880 cesa la larga lucha civil que asoló a nuestra República prácticamente desde sus
albores. El proceso de consolidación de las instituciones mucho tuvo que ver con la figura del general
Roca, militar y político consumado, que inauguró su período de gobierno bajo el lema «paz y
administración».

La ciudadanía, en la década de 1880 a 1890, vivió entregada en parte al trabajo fecundo, y en


parte a la especulación más desenfrenada, en paz efectivamente, alejada del trajinar político partidista y
de las reivindicaciones por la vía de la violencia. El gobierno nacional, especialmente por la acción del
poder ejecutivo, afirmó su autoridad y no tuvo necesidad de apelar al estado de sitio ni a la intervención
a las provincias, salvo la de Santiago del Estero en 1883, durante la gestión de Roca. Con excepción del
enfrentamiento entre católicos y liberales, una calma octaviana llenó esa presidencia y la
correspondiente a Juárez Celman, hasta 1889.

El clima de progreso material que se vivió en la época, en ciertos aspectos ficticio, como se verá,
contribuyó a que la autoridad nacional se afirmara. Pesaron también otros factores: la llegada del
aluvión inmigratorio de italianos y españoles, que venían a trabajar duro sin importarles la brega cívica;
la extensión de las vías ferroviarias, que fue conectando a las fuerzas de seguridad con rapidez hasta los
lugares más alejados de la Capital Federal; la proliferación del telégrafo, medio que permitía la
comunicación inmediata con el área donde pudiese surgir un foco sedicioso; la adopción de la unidad
monetaria, que dio seguridad a las transacciones; el perfeccionamiento del armamento de las fuerzas de
seguridad. Pero creemos que no hubo elementos más gravitantes en el afianzamiento de las
instituciones, que la superioridad que alcanzaron las fuerzas armadas nacionales en relación con las
milicias provinciales, hasta 1880, cuando comenzó la desaparición de éstas.

En el próximo capítulo haremos un rápido recuento del avance del ejército en cuanto a
organización, capacidad operativa y alta técnica a partir de la fundación del Colegio Militar en 1870, lo
que posibilitó que se convirtiera en agente que, como ninguno, contribuyó a mantener una disciplina
social avanzada, con el consiguiente fortalecimiento del poder político.

2. l régimen (1880-1916)

Sumario:Características. El Partido Autonomista Nacional. La cuestión electoral. La crisis económica. La Unión Cívica y el
levantamiento de 1890. Nacimiento de la Unión Cívica Radical. La abstención revolucionaria. El socialismo. El Partido Demócrata
Progresista.

Características

Dos grandes facetas presenta en el campo político la generación del ‘80. La primera es un notorio
escepticismo respecto de la participación popular en el ejercicio de las prácticas cívicas. La segunda es la
adopción de los métodos del maquiavelismo para el logro del ascenso al poder, para conseguir
mantenerse en él y para obtener éxito con las concretas medidas de gobierno tomadas.

Respecto del primer carácter del obrar político de los hombres del ‘80, él produce el resultado
concreto del fraude como hecho político habitual para imponer al pueblo sus conductores.

Roca pretende justificarse con su habitual destreza, exponiendo de esta manera la presunta
necesidad de la violación de la voluntad ciudadana: «Esa es la conciencia que hizo necesario a los
gobiernos el hacerse electores, para robustecer el Estado, para dar unidad a los poderes del Estado,
fuerza efectiva al principio de autoridad. Ya veremos en qué se convierte el sufragio libre, cuando la
violencia vuelva a amagar. Los líricos, los ingenuos, los que no conocen el país, ni han vivido su vida, ni
saben lo que contiene, claro está que no han podido pensar en todo esto» 684. Wilde se expresaba al
respecto así: «Le advierto que si me diera a decidir, yo lo haría en favor de cualquier medio menos el de
la elección por el pueblo; ese animal amorfo, bruto y malo, que elegiría lo peor de su misma masa» 685.
«¿Qué es el sufragio universal? El triunfo de la ignorancia universal. ¿Qué es la democracia? El gobierno
de los más, que es decir el de los menos aptos» 686. Juárez Celman acompañaba en sus conceptos a su
ministro del interior y amigo, pues, según Rivero Astengo, era una de sus convicciones más firmes la
siguiente: «Consultar al pueblo siempre es errar pues éste únicamente tiene opiniones turbias» 687.

Los procedimientos corrieron parejos con las convicciones. Podrían arrimarse pruebas múltiples
y fehacientes que demuestran que el fraude fue el arma política corriente y discrecional de los hombres
del ‘80 -quienes apelaron a la falsificación de las instituciones para acceder al gobierno y poder
mantenerse en él - mas solo apelaremos a algún testimonio de los propios actores, quienes, por otra
parte, nos irán dando idea del clima de maquiavelismo en el que actuaban.

Roca manifestaba a su concuñado Juárez, a la sazón residente en Córdoba, el 4 de enero de 1878:


«Deben fijarse mucho en los ocho diputados que deben mandarnos el año que viene. Tienen que ser
amigos decididos, por el estilo de Galíndez, Moyano. Bouquet, Malbrán. No sean zonzos y no nos
manden tilingos que no sirven para Dios ni para el diablo» 688. Como se ve, era tan evidente que en las
elecciones parlamentarias cordobesas se impondrían los amigos, que no se habla de proposición de
candidaturas sino de designación a dedo de diputados.

Ramón J. Cárcano le especifica a Juárez el 23 de Agosto de 1883: «Hay dos modos de dominar a
los hombres: el afecto o el miedo. Ud. maneja hábilmente estos dos elementos, luego puede dominar a
todos los hombres y ganar, por lo tanto, la carrera del ‘86". «El general Roca no tiene, ni puede tener
otro candidato sino Ud. Es su prole natural» 689. El electorado entraría por el aro merced al presunto
afecto hacia el candidato. De no, una buena dosis de miedo lograría el mismo efecto.

Wilde, por su parte, expone con meridiana certeza en vísperas de la elección presidencial de
Juárez, nada menos que en un editorial del diario «Fígaro»: «Será Presidente el candidato que designe el
General Roca. El General se ha hecho acreedor a esa conducta y debe aceptar el honor con serena
conciencia; lo ha ganado legítimamente»690.

La generación del ‘80 no buscó en la calificación del sufragio la marginación de los sectores
incivilizados, según su propia jerga, de la vida política nacional, como lo habían propuesto otrora los
sectores rivadavianos en el Congreso reunido a partir de 1824, o Echeverría, o Alberdi. Esta fue una
propuesta objetable para muchos, pero al menos sincera. A partir de Caseros no hubo calificación del
sufragio, pero se apeló al fraude, en general rodeado de violencia, como método electoral corriente, y los
afectados de turno, a veces victimarios antes de haber sido víctimas, protestaban ruidosamente o se
alzaban revolucionariamente. En cambio, a partir del ‘80, salvo excepciones que no hacen sino confirmar
la regla, el fraude fue admitido silenciosamente por gran parte de la dirigencia, e incluso, como se ha
visto, descaradamente justificado por otros 691.

No sólo fue la violación de la voluntad popular para arribar al poder, sino la maniobra, el
disimulo, la mentira, la dureza o la blandura en el tratamiento de las circunstancias según conviniera, la
infidelidad. En una palabra, todo el arsenal del más estudiado maquiavelismo.
Roca fue en esto el maestro. Sus expresiones escritas lo delatan. él mismo indirectamente se
autocalificó: «La fuerza del político está en saber ser león y zorro al mismo tiempo», según le escribía a
Juárez en 1879 692. Sus contemporáneos así lo motejaron, «el zorro». De sus actitudes, fieles a la astucia
y a la fuerza como únicas armas de combate político -y en esto el maestro se comportaba como
consecuente discípulo de Darwin y Spencer-, son claros testimonios estos párrafos suyos, de los tantos
que salieron de su pluma: «Detrás de esa «Pastoral» veo las orejas de muchos de esos tipos a quienes
ustedes han suprimido las «pichinchas» y quieren hacer atmósfera y hacerlos aparecer en entredicho
con la Iglesia y sublevándose contra el espíritu religioso de Córdoba. Conviene no dar ni pretexto a la
especie y no dar importancia a las barbaridades de los ultramontanos. Si es necesario, haga una Novena
en su casa y hágase más católico que el Papa». «Diga buenas palabras y ahorque enseguida. ¡Todos
aplaudirán! ¡Así es este mundo americano!» (carta a Juárez de 1879) 693. Y dándole cuenta a éste del
nombramiento de Manuel D. Pizarro, de notoria militancia católica, como ministro, le explica: «El
mismo Pizarro, que tiene además la condición de ser católico, es muy apto para el ministerio que le he
confiado. Tiene talento y es dócil; y cuando sea necesario se lo puede enderezar contra la Catedral» 694.
Ya presidente, le confiaba, también a su concuñado: «Un gobernante tiene que guardar, por lo menos,
las apariencias de imparcialidad» 695.

Los que rodearon a Roca vierten, por supuesto, manifestaciones del estilo. Para Juárez Celman
«la audacia es todo en la vida» 696. Cárcano confiesa: «En estos momentos en que los rumbos a seguir no
están bien marcados para la generalidad, yo sigo la máxima de Lucrecio «Desconfía de todos y vivirás
bien» (carta a Juárez de 1883) 697. Wilde por su parte, en carta a Juárez, del año 1885, aconseja: «Mi
opinión es radical en todos los casos que afectan a estas materias. Creo que los enemigos políticos y los
opositores de principios, los clericales en este caso, no deben ser contemplados». «No nos atrevemos a
ser perfectos y tenemos aprensión de ser radicales, razón por la cual siempre hay en nosotros una
pequeña muestra de transigencia». «Gusto de hacer las cosas a medias... el elemento gobernante debe
ser homogéneo»698.

El Partido Autonomista Nacional. La cuestión electoral

Instrumento clave del «régimen» fue el Partido Autonomista Nacional, el PAN, en el lenguaje
intencionado de los opositores. Esta fracción política comenzó a estructurarse con motivo de la alianza
de sectores del interior provinciano con el partido autonomista de Alsina, en ocasión de la campaña
presidencial que llevó a la primera magistratura a Avellaneda. Esos sectores, núcleos oligárquicos de
tierra adentro, no llegaron a constituirse en una corriente nacional, con dirección única. Avellaneda, en
dicha campaña, habló vagamente de la constitución de un nuevo partido nacional, como cuando dijo:
«Podemos ahora llamarnos un partido Nacional sin que la geografía nos contradiga» 699, haciendo
alusión a la alianza entre esos grupos y el autonomismo alsinista.

En 1877 los republicanos se separaron del partido autonomista, al cual volvieron en 1878,
reorganizándose entonces esa fuerza política. Pero a poco, volvió a escindirse en «líricos», sostenedores
de la candidatura presidencial de Tejedor, y «puros», propiciadores de la de Roca, que también recibió el
apoyo de la «Liga de gobernadores». Siendo presidente Roca, «puros» y «Liga de gobernadores» se
vertebraron en el Partido Autonomista Nacional, bajo la conducción de Roca. Promediando la
presidencia de éste, ya se comenzó a hablar y a trabajar con la vista puesta en la sucesión presidencial.

Ya en 1881, Dardo Rocha, gobernador de Buenos Aires y fundador de La Plata en 1882, trabajaba
su candidatura presidencial, pero sin apelar al primer magistrado: grave pecado; esto le haría perder
toda chance, y llegó a conspirar contra Roca fallidamente hacia 1885. Otras candidaturas fueron las de
los ministros del interior y de guerra, Bernardo de Irigoyen y Benjamín Victorica respectivamente. Pero
ninguno de ellos obtuvo el favor de Roca, sino su concuñado Miguel Juárez Celman, su hombre fuerte en
el interior, organizador de la «Liga de gobernadores». éste había realizado una gobernación de la
provincia de Córdoba con ribetes progresistas, pero por su mediocridad intelectual y política no debería
haber aspirado a otra cosa.

Contra la candidatura del partido oficialista, el autonomismo nacional, se orquestaron en Buenos


Aires y en alguna situación provincial, los «Partidos Unidos», alianza en la que confluyeron Rocha,
Irigoyen, Gorostiaga, Mitre, Sarmiento, Luis Sáenz Peña, del Valle y los católicos bajo la jefatura de José
Manuel Estrada, es decir, gran parte del estado mayor de la dirigencia política de aquel entonces,
muchos de los cuales estrecharían lazos en la «Unión Cívica» del ‘90.

Proclamada la fórmula Manuel Ocampo-Rafael García, denunciaron que 8.000 de los 18.000
nombres de ciudadanos inscriptos en el padrón de Buenos Aires, correspondían a personas inexistentes.
El probo juez nacional Virgilio M. Tedín pudo constatarlo. En Mendoza, Córdoba, Santiago del Estero y
Entre Ríos, no se les permitió inscribirse en el registro a los opositores. En las demás provincias hubo
deficiencias en la formación del padrón electoral.

Resultado de aquello fue, que en las elecciones presidenciales de abril de 1886, los «Partidos
Unidos» sólo se impusieron en Buenos Aires y en Tucumán: en las demás provincias los electores fueron
para la fórmula Juárez Celman- Pellegrini, salvo en Salta donde no hubo comicios 700.

Entre 1886 y 1890, durante los años que gobierna Juárez Celman, el sistema de opresión cívica se
perfeccionó. El presidente se convirtió en nuevo jefe del Partido Autonomista Nacional, o Partido
Nacional, como se acostumbró abreviadamente decirse. De esta guisa, Juárez digitó a candidatos a
ocupar los escaños legislativos nacionales y las gobernaciones de las provincias. Esa conjunción del
poder ejecutivo nacional con la jefatura del partido oficialista, que en la época se conoció como el
«unicato», en jocosa alusión que se hacía de la corrupción administrativa que llegó a imperar, le permitió
a Juárez un omnímodo manejo del poder. Esto le permitió cambiar a los gobernadores de Tucumán,
Córdoba y Mendoza, lo poco que le había quedado a Roca de influencia en el interior, que así se volvió
nula.

Además de la «Liga de gobernadores» y del «unicato», otro espécimen brotado en la deplorable


época política de Juárez Celman fue la «camarilla». Componían este círculo en general jóvenes que
habían sido roquistas, pero que ahora rodeaban al nuevo presidente como «incondicionales» de su
persona, a quien adulaban y trataban de captar para obtener de él favores. El presidente aceptaba sus
presentes, que adornaron la rumbosa residencia que se hizo construir en Buenos Aires, y sus muestras de
obsecuencia que llevaron su efigie a los sellos postales o su nombre a alguna calle de Córdoba. Tales, José
Figueroa Alcorta, Ramón J. Cárcano, Luis V. y Rufino Varela, José Nicolás Matienzo, Osvaldo Magnasco,
Juan Balestra, el ya maduro Lucio V. Mansilla, Norberto Quirno Costa, Salustiano J. Zavalía, José
Antonio Terry, Luis María Drago, Víctor Molina, Eleodoro Lobos, etc. De este grupo precisamente, surgió
la idea de hacerlo a Juárez jefe único del Partido Nacional, marginando a Roca que quedó cada vez más
relegado.

Roca, al comienzo de la gestión de Juárez, hizo un largo viaje a Europa dejando a su pariente
actuar libremente, pero cuando regresó se encontró con que la «camarilla», y el propio Juárez, tenían su
candidato a la presidencia, el extremadamente joven Ramón J. Cárcano, que en 1888 contaba con apenas
28 años. Esto, y las intervenciones en la política interna de Córdoba, Mendoza y Tucumán, enfriaron la
larga amistad entre Juárez y Roca, que luego de la revolución del ‘90 se transformaría en rencorosa
enemistad y distanciamiento familiar 701.

La crisis económica

La revolución de 1890 fue provocada fundamentalmente por la gran crisis económica desatada en
el país en 1889, que terminaría haciendo pico en 1891, aunque ya desde fines de la presidencia de Roca,
hacia 1885, había comenzado a visualizarse.

La obra administrativa que realizan los gobiernos de Roca y Juárez Celman es importante:
organización del gobierno de la Capital Federal; construcción del puerto de Buenos Aires; nuevo
ordenamiento de la justicia en la ciudad capital; sanción de códigos; obras públicas vinculadas a la
salubridad; los puertos; canalización de ríos; líneas telegráficas; unificación y creación de la moneda
nacional; construcción de numerosos edificios públicos; realización de censos de diversa naturaleza;
etc.702. Pero los presupuestos del Estado nacional entre 1880 y 1890 dan déficit, todos y cada uno de los
años. En 1882 los gastos, 58 millones de pesos oro, duplican los ingresos: 26 millones de la misma
moneda.

No es extraño, pues, que la deuda pública, que en 1880 alcanzaba a 86 millones de pesos oro, en
1890 hubiera ascendido a 355 millones 703, y por ello, cerca del 40% de los ingresos fiscales deben ser
invertidos anualmente para satisfacer los servicios de la deuda pública 704.

En esos diez años, las inversiones del capital británico en Argentina ascendieron de 20 millones
de libras, en 1880, nada menos que a 156 millones hacia 1890, según J. Fred Rippy 705. Pasamos a ser el
primer país latinoamericano en tales guarismos. Si, según los cálculos del ministerio de hacienda, en
1892 el monto total del capital extranjero invertido en la República era de 836 millones de pesos oro, y si
esas inversiones rentaban un promedio del 5% anual -porcentaje bastante bajo según Cortés Conde- esto
originaba el fenómeno de que cada año había que girar al exterior en concepto de intereses y dividendos,
un monto de 40 millones de pesos oro. Teniendo en cuenta que las exportaciones argentinas en ese año
1892 llegaron a 100 millones de pesos oro, se concluye, que el 40% del valor de ellas estaba hipotecado al
pago de esas rentas. Los cómputos de Hansen Terry llevan esa proporción al 60% 706.

Entre 1881 y 1890 la balanza comercial da permanente déficit, con excepción de la de 1881. El
balance de pagos, si se deducen los ingresos provenientes de préstamos del exterior, muestra déficit
cuantioso. El desnivel en la balanza comercial, y el pago de intereses, dividendos, garantías ferroviarias,
y amortizaciones que reclamaba la atención de las inversiones extranjeras radicadas, requerían el
crecimiento de los compromisos de orden externo. . El círculo se hizo vicioso: se pagaban deudas con
nuevos endeudamientos. Argentina quedó empeñada por largo lapso. Esta subordinación económico-
financiera que reconocieron prominentes hombres del «régimen» como Cárcano, y que denunciara ya en
1873 Vicente Fidel López 707, generaría la drástica crisis con que terminaría esa década.

Se calcula que entre 1881 y 1885 la República había logrado empréstitos externos por un valor de
150 millones de pesos oro, y que entre 1886 y 1890 alcanzaron a 668 millones de la misma moneda. La
consiguiente abundancia de medios de pago se produjo a un ritmo descontrolado, en buena medida
especulativo, de transacciones internas y externas. Esto, a su vez demandó una alocada expansión del
crédito y de la emisión monetaria, que incluso sobrepujó el compás de los negocios. La inflación
consiguiente se fue reflejando en la suba del oro, termómetro insoslayable del crash sobreviniente.

Todo pudo superarse mientras la corriente de entrada de capitales se mantuvo fluida, que al
mejor estilo alberdiano, nadie vigilaba en sus dimensiones y condiciones. Pero cuando, entre 1889 y
1890, esa entrada masiva se contuvo por razones inmanentes del propio sistema al que pertenecíamos, y
sin que tampoco, también propio del mejor modo alberdiano, nadie estuviera en condiciones de
reanimar, la falta de medios de pago en lo interno y la cesación de pagos externa, fueron el epílogo
forzoso del episodio 708.
Finalmente, entre 1889 y 1891, se produjo la paralización del aparato económico-financiero, a la
sazón improvisado sobre las endebles bases de un proceso de explotación de las posibilidades de
producción agrícolo-ganadera de la pampa húmeda, nuestro gran capital, abandonado al exclusivo y
liberticida juego de las fuerzas de mercado internas e internacionales. El saldo fue impresionante:
quiebras en cadena, que incluyó a entidades financieras prominentes como el Banco Nacional, cierre de
numerosas y encumbradas casas de comercio, desocupación, pérdida del valor adquisitivo del salario,
huelgas, revolución, regreso de gruesos sectores de inmigrantes al viejo continente, resentimientos que
fueron gérmenes de marxismo anárquico, el hambre en las calles, desalojos, suicidios.

Gregorio Torres, hombre de fortuna, le escribía así al ex-presidente Juárez Celman: «La crisis
sigue su camino. La miseria es cada día más grande. La especulación pasada ha sido tan enorme, que
recién ahora empiezan a verse sus estragos. Gentes que uno suponía muy rica, están luchando por
sostenerse un tiempo más, con la esperanza de que aumente el valor de las tierras o papeles, para
liquidar sin tanto desastre... Llegará tiempo en que faltará dinero para las necesidades más apremiantes
de la vida... En fin, si esto sigue así, creo que vamos a morir todos» 709.

Semejante cataclismo económico y social, con su secuela de sacrificios y dolor, aguijoneó la


conciencia cívica de los argentinos que había dormitado en los últimos años en medio del clima de
negocios especulativos en que se había vivido. Ni los mejores espíritus, en general, habían reaccionado
en esos años frente al cuadro de corrupción que presentaban esferas del oficialismo, entregadas a la
venalidad, el peculado o el negociado, obteniendo concesiones de favor, créditos bancarios fáciles sin
garantías suficientes, etc. La Bolsa convertida en un garito: la natural predisposición de la naturaleza
humana por el juego, se exacerbó hasta el delirio. El lujo y el placer, logrado a cualquier costo, habían
reemplazado las costumbres austeras de la vieja aldea capitalina 710.

La Unión Cívica y el levantamiento de 1890

La hora del dolor despertó esa conciencia cívica de que hablábamos; se incorporó desde su lecho
en agosto de 1889, cuando la «camarilla» juarista organizó, aparentemente ajena al drama económico-
social que comenzaba a acentuarse a su alrededor, un banquete nada menos que para agasajar al
presidente, y para lanzar la candidatura de Cárcano a la futura presidencia.

En «La Nación» del 20 de agosto, día del ágape, Francisco Barroetaveña publicó un trabajo que
tituló «Tu quoque, juventud, en tropel al éxito» («Tu también, juventud, en tropel al éxito»), haciendo
referencia a la frase de Julio César al advertir que entre sus asesinos estaba su amigo Bruto: «¡Tu
quoque, Brutus!». El artículo, en el que condenaba a los jóvenes «incondicionales» de Juárez,
conmocionó a Buenos Aires.

Un sector de gente joven, que se venía reuniendo en la «Rotisserie Mercier», entre los que se
encontraban Marcelo T. de Alvear, ángel Gallardo, Carlos Rodríguez Larreta, etc., decidieron formar una
agrupación, la «Unión Cívica de la Juventud», y organizar un mitin en el Jardín Florida, zona céntrica de
Buenos Aires, el 1° de septiembre de 1889, en respuesta al banquete de la «camarilla». En ese mitin
hicieron uso de la palabra los jóvenes Barroetaveña, Manuel A. Montes de Oca y Damián Torino, y
algunos políticos maduros invitados a dirigirse a la concurrencia, como del Valle, Delfín Gallo, Vicente
Fidel López, Pedro Goyena, Torcuato de Alvear y Leandro N. Alem. éste último causó sensación. El buen
suceso de la reunión, con una concurrencia de varios miles de ciudadanos, decidió a jóvenes y maduros a
constituir la «Unión Cívica», con ánimo de participar en la vida electoral 711.

En esta alianza confluyó el mitrismo, con Mitre y Eduardo Costa a la cabeza; una fracción del
autonomismo, con Alem, Bernardo de Irigoyen, Vicente Fidel López, Luis Sáenz Peña, Aristóbulo del
Valle, como principales figuras; y el sector católico liderado por José Manuel Estrada, a quien siguen
Pedro Goyena,Miguel Navarro Viola y otros, que habían sido los primeros en criticar acerbamente, en
todo sentido, al «régimen».

Los postulados de la «Unión Cívica» fueron fundamentalmente dos: luchar por la pureza en las
prácticas electorales y propiciar la erradicación de la corrupción administrativa.

El propósito inmediato, en lo concreto, era participar en la elección de diputados del 2 de febrero


de 1890, que no cuajó pues no se logró un número de inscriptos suficiente en el registro cívico para
enfrentar al oficialismo 712. Es que la crisis pareció ceder en ese verano.

En marzo de 1890, la cotización del oro comenzó a trepar nuevamente en relación con el peso
papel. La sociedad porteña volvió a conmocionarse, y la Unión Cívica, el 13 de abril, realizó un magnífico
mitin en el Frontón Buenos Aires, con alrededor de 20.000 asistentes. Los discursos insumieron largas
horas, escuchándose a Mitre, Alem, Barroetaveña, del Valle, Estrada, Navarro Viola, Pedro Goyena y
algunos jóvenes cívicos. Estuvieron presentes figuras como Hipólito Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear y
Lisandro de la Torre, jóvenes aún, de prominente actuación política en las décadas siguientes. Buenos
Aires vibró con este acto, y Juárez Celman hubo de cambiar el gabinete para aliviar la tensión,
incorporando a su ministerio figuras más respetables, especialmente en la cartera de hacienda, que pone
en manos del prestigioso Francisco Uriburu. Además, Pellegrini, Roca y Cárcano renuncian a sus
candidaturas presidenciales en contribución a crear un clima de concordia. Esto sucede entre el 16 y el 18
de abril.

Una diferencia surgida en junio con Uriburu, provocada por el descubrimiento de emisiones
clandestinas de moneda de papel, hizo que el ministro renunciara y ocupara su lugar un integrante de la
«camarilla» Juan Agustín García, lo que terminó con las expectativas favorables de la opinión pública.

Integrantes de la Unión Cívica venían reuniéndose, desde los días posteriores al mitin del
Frontón, con oficiales del ejército, animados de propósitos conspirativos. Finalmente se decidió el
estallido de un movimiento revolucionario para el 21 de julio de ese año 1890, determinándose que el
mitrista general Manuel J. Campos se constituyera en jefe militar de la sedición, mientras el presidente
de la Unión Cívica, Leandro N. Alem, sería el presidente provisional de la República si la algarada
triunfaba. A Mitre se lo reservaba para una presidencia constitucional ulterior.

Se planeó el movimiento, que estalló solamente en Buenos Aires, sobre la base de la toma del
Parque de artillería, que fue el epicentro de los hechos, operación que practicarían cuerpos de ejército
sublevados y civiles plegados. Desde allí se atacarían otros objetivos: casa de gobierno, departamento de
policía, cuartel del Retiro, etc. La escuadra, pronunciada también, bombardearía lugares que se le
señalarían, y comandos civiles detendrían a Juárez Celman, a Roca, Pellegrini y Levalle, éste último
ministro de guerra.

La revolución estalló en realidad el 26 de julio a la madrugada. Hubo que postergarla porque el


gobierno se enteró de los preparativos y puso en prisión al jefe militar del movimiento, general Campos.
Este, misteriosamente, en esa mañana del día 26, no solamente salió en libertad, sino que el cuerpo de
ejército que lo mantenía prisionero, se sublevó también y se puso bajo sus órdenes. El día anterior había
mantenido una conferencia con el general Roca.

El primer objetivo, la toma del Parque, se cumplió, pero fue evidente que Campos no actuó con
rapidez atacando otros centros vitales. Permaneció quieto toda la mañana, lo que facilitó que los responsables
políticos y militares oficialistas, concentraran tropas en el Retiro y rodearan el Parque. Ni el presidente -que fue
convencido de que abandonara la ciudad con el desprestigio consiguiente- ni Pellegrini, ni Roca, ni Levalle,
fueron detenidos.

Al frente de la represión quedó el vice-presidente Pellegrini, hombre de garra para estos lances, y
el ministro de guerra Levalle.

La conducta del ministro de guerra, antes del estallido fue altamente sospechosa, pues alertado
por el jefe de policía, el ferviente juarista Alberto Capdevila, no tomó mayores precauciones para detener
la revolución. Todo parece indicar que Pellegrini, Roca y Levalle, pudiendo evitar el movimiento, no lo
hicieron, y que en complicidad, o no, con Campos, permitieron que se materializara, pero que no
triunfara: una maniobra hábil para demoler la figura presidencial, pero al mismo tiempo un acto de
maquiavelismo sin par, que llevaría a la muerte o a la invalidez a un buen número de seres 713.

La lucha se extendió desde el mediodía del 26 hasta la mañana del día 27 inclusive, en las
manzanas aledañas al Parque, y hasta que aguantó la provisión de municiones de los revolucionarios.
Cerca del mediodía hubo necesidad de solicitar un armisticio. El 29, los insurrectos se rindieron, con la
condición de una amnistía amplia para militares y civiles involucrados en la rebelión.

Desde el 31 de julio al 4 de agosto, el presidente Juárez Celman recibe fuertes presiones para que
presente su renuncia, abandonado por sus «incondicionales», especialmente por los legisladores 714,
alarmados porque se enteran que el 15 de agosto había que pagar un servicio de la deuda pública y
prácticamente no había fondos para ello. Quienes presionan al presidente son fundamentalmente Roca,
Pellegrini y Levalle, que reunidos con el gabinete, le sugieren indirectamente el alivio de la situación que
significaría su alejamiento del cargo. Algunos ministros renunciaron y se ofrecieron carteras a figuras de
prestigio como Bernardo de Irigoyen, Eduardo Costa, José María Gutiérrez, el propio Roca, que nadie
acepta.

Acorralado por los acontecimientos, el 6 de agosto el presidente renuncia definitivamente, y el


Congreso le acepta la dimisión por 61 votos contra 22 715. Asume Pellegrini, nombrando a Roca como
ministro del interior, .confirmando a Levalle en la cartera de guerra.

Había concluido una obra maestra entre las tramas políticas, como lo confirmaría el propio
Juárez, quien el 14 de agosto de 1890 escribía al preceptor de sus hijos en Londres, el ingeniero Agustín
González: «Vencida la más grande e inmoral de las revoluciones que registra la historia de nuestro país,
y perdonados sus autores, surgió del seno de mis propios amigos y colaboradores, la conjuración más
cínica y más ruin de que haya memoria en los anales de la miseria humana... me he sentido sin fuerzas
para luchar con las intrigas de palacio, cuyo protagonista era un hombre a quien había profesado una
vieja y leal amistad y con quien me ligaban otros vínculos que no ha sabido respetar... Ni yo ni mi familia
mantendremos relaciones con Roca»716.

Nacimiento de la Unión Cívica Radical

La derrota de la revolución no amilanó a los «cívicos» sino muy fugazmente. En enero de 1891, en
Rosario, la convención nacional de la Unión Cívica proclamó la fórmula Bartolomé Mitre-Bernardo de
Irigoyen para las elecciones presidenciales de abril de 1892. El primero estaba en Europa, y al regresar
en marzo de 1891, una manifestación imponente fue a recibirlo al puerto de Buenos Aires: nunca se
había asistido en esa ciudad a una recepción semejante. Hasta Roca fue a saludar en su casa al candidato
a presidente de los «cívicos».

Al retribuirle la visita, Mitre se enteró que Roca había decidido, conjuntamente con el partido
gobernante, apoyar la fórmula de Rosario, en homenaje a la pacificación de los espíritus. Parece que el
«zorro» sugirió reemplazar a Irigoyen por José Evaristo Uriburu, salteño, para evitar, supuestamente,
que ambos términos de la fórmula fueran porteños. Mitre aceptó sin más la adhesión, halagado sin duda
por la idea de ser candidato de todos 717. La estrategia roquista daría óptimos frutos: los sectores
autonomista y católico de la Unión Cívica, con Alem a la cabeza, se alzaron indignados ante esta
componenda, argumentando que aquélla no había sido creada para hacer presidente a Mitre, sino para
oponerse de «raíz» al régimen, cuya cabeza, luego de la caída en desgracia de Juárez, era precisamente
Roca, cuya compañía era insoportable para Alem y sus prosélitos.

Mitre no entraba en razones, por lo que la gente de Alem, Bernardo de Irigoyen, Mariano
Demaría, Alvear, Hipólito Yrigoyen, Lisandro de la Torre, entre tantos, deciden abrirse y formar la Unión
Cívica Radical, reuniendo a los opositores de raíz al régimen, y proclamando una nueva fórmula
presidencial: Bernardo de Irigoyen-Juan Garro, este último dirigente católico de Córdoba.

Los radicales sostendrían cuatro postulados fundamentales: juego limpio electoral, decencia
administrativa, no personalismo sino principismo y sentimiento nacional.

Alem, líder de la nueva fuerza política que ha aparecido, a partir de septiembre de 1891 realiza
una gira por el interior donde es saludado como una auténtica esperanza por las masas provincianas,
entre cuyos componentes se reclutan viejos militantes del desaparecido federalismo 718.

Los fieles de Mitre, con filas más escuálidas, aliados al roquismo, forman la Unión Cívica
Nacional, manteniendo la candidatura presidencial de Mitre, secundado por Uriburu.

Mitre no llega a las elecciones, renuncia a la candidatura. Quizás advierte el error que ha
cometido pues el calor popular está con los radicales, o entendiendo que conciliar a roquistas y mitristas
era tarea más que ardua.

Dentro del oficialismo surge entonces, una corriente «modernista» que lanza la candidatura de
Roque Sáenz Peña, dirigente con predicamento, que aunque ha sido juarista, milita dentro de una
corriente americanista, ha luchado en la guerra del Pacífico junto a los peruanos, y que en la I
Conferencia Panamericana realizada en Washington en 1889, enfrentó los proyectos yanquis de unión
aduanera lanzando la consigna «América para la humanidad». Como hombre recto que es, ve con suma
aprensión a Roca.

Roca, entonces, trama para obstaculizar esta candidatura, convenciendo, a través de Mitre, y
reunión de notables de por medio, al padre de Roque, Luis Sáenz Peña, setentón que goza de prestigio
por su personalidad de juez de la Corte Suprema y por su intachable conducta, que debía aceptar su
postulación para una presidencia de transición y de unión nacional. Al aceptar inexplicablemente el
padre este ofrecimiento, Roque retiró su nominación y el modernismo murió.

A don Luis se le adosó a Uriburu para la vicepresidencia, y así quedo formalizado el binomio
oficialista que debía enfrentar a los candidatos radicales Irigoyen-Garro, en comicios a celebrarse el 10
de abril de 1892.

Una semana antes, pretextando una conspiración radical, Pellegrini declaró el estado de sitio y
puso en prisión a los dirigentes de esa fracción, encabezados por Alem e Irigoyen. El 10 de abril, la
fórmula oficial obtuvo la casi unanimidad de los electores presidenciales 719. No terminaba de nacer el
radicalismo, cuando se lo vetaba de esta cruda manera.

La abstención revolucionaria

Durante la presidencia de Luis Sáenz Peña, inaugurada el 12 de octubre de 1892, se asistió al


espectáculo de un roquismo dedicado a hacer inviable la permanencia en el poder de su propia criatura.

Entre octubre de 1892 y julio de 1893, se produjeron sucesivas crisis políticas que exigían
permanentes cambios de ministros del interior 720. Sáenz Peña intentó en julio de 1893 recostarse en
sectores afines al radicalismo, y llamó a Aristóbulo del Valle -que aunque no estaba afiliado al
radicalismo, simpatizaba con él desde la primera hora de la Unión Cívica- a conformar un gabinete.

Del Valle aceptó, y se reservó el ministerio de guerra. Su proyecto consistía en desarmar las
situaciones provinciales, permitiendo el estallido de revoluciones triunfantes en ellas, que a su vez
exigirían intervenir las mismas. En las provincias intervenidas se llamaría a elecciones libres, y así se
irían purificando los aires electorales en toda la República.

Comenzó con Buenos Aires y Santa Fe, estando en el proyecto también Corrientes. Desarmados
sus gobiernos, se produjeron en las primeras sendas revoluciones radicales que tomaron el poder. Lo
mismo ocurrió en San Luis. Cuando del Valle quiso intervenirlas, se encontró con que el Congreso se
negó a votar esas medidas.

Convencido Sáenz Peña, por Pellegrini, de la peligrosidad del método ensayado por del Valle, se
obtuvo súbitamente del Congreso, en ausencia de éste, que estaba en La Plata, la intervención a la
provincia de Buenos Aires, donde iría como interventor un hombre designado por el presidente, Carlos
Tejedor. Enterado del Valle de lo que significaba una desautorización a su cometido, después de algunos
escarceos, renunció con los demás ministros del gabinete que él había integrado.

Sáenz Peña llamó al duro de Quintana para formar un nuevo equipo de colaboradores. Se
enviaron interventores militares a las provincias rebeladas para sofocar los conatos revolucionarios,
lográndose. La «revolución por arriba» había sido un fracaso.

En septiembre de ese mismo año 1893, ocurre la «revolución por abajo». Alem se pronuncia en
Rosario y hay focos subversivos en Tucumán, en la ciudad de Santa Fe y en unidades de la marina. Pero
la cosa ha sido mal organizada y el nuevo y desesperado intento, también se frustra 721.

En enero de 1895, el presidente, que ha debido soportar otra sustitución de gabinete, dimite harto
de problemas con un Congreso hostil donde campean las influencias de Roca, Pellegrini y Mitre: la
«santísima trinidad gobernante», en el giro divertido de los porteños.

El vice-presidente José Evaristo Uriburu sería el reemplazante, quien completa el período


presidencial entre 1895 y 1898. Esta presidencia fue de calma interna ante las dificultades con Chile.

En 1896 Alem se suicida, y Bernardo de Irigoyen recibe en herencia la jefatura del radicalismo.
Don Bernardo está viejo y cansado y con propensión a transar con el régimen, pero no lo abandona su
ambición de llegar a la presidencia.

En la provincia de Buenos Aires, mientras gobierna Uriburu, alguien prepara el futuro del país
con tesón de vasco y paciencia de hormiga, reorganizando al radicalismo bonaerense: Hipólito Yrigoyen.
Pronto se verá en él al verdadero líder de esa corriente. En 1897 se opone a una política de «paralelas»
entre el radicalismo y el mitrismo, que pretende explotar Bernardo de Irigoyen en favor de su
candidatura presidencial. Es que Hipólito tiene bien estudiado el libreto mitrista, y sabe que una alianza
con Mitre, en el fondo, es una componenda con el régimen, y que el radicalismo debe ser la «causa» que
enfrente al «régimen». El despistado Lisandro de la Torre no lo entiende así, y no sólo se aleja del
radicalismo cuando Yrigoyen hace fracasar la política de las «paralelas», sino que se bate a duelo con
éste en uno de los episodios más netos de esta histórica enemistad.

En 1898, con la ayuda de Pellegrini, asume el poder por segunda vez el general Roca, quien hasta
mediados de 1902 debe enfrentar la grave cuestión con Chile. Yrigoyen, patrióticamente, mantiene
quieto al radicalismo. Ya es el jefe indiscutido de éste, pues, luego de una opaca gobernación de la
provincia de Buenos Aires, Bernardo de Irigoyen cede posiciones.

Resuelto el problema con Chile, el radicalismo vuelve a la acción. El 26 de julio de 1903 concentra
50.000 ciudadanos que celebran el aniversario de la revolución del ‘90. Para las elecciones
presidenciales de abril de 1904, se abstiene, estoicamente conducido por Yrigoyen, que protesta de esta
manera austera contra el clima de fraude que se vive. Pero la abstención será, de aquí en más,
revolucionaria 722. En efecto, el radicalismo conspira. Su líder teje la trama sediciosa con su habitual
entrega y prudencia. Debía estallar en septiembre de 1904, antes que Roca finalizara su cometido, pero
hubo de postergarse su concreción porque el movimiento fue conocido por el gobierno.

El 12 de octubre de 1904 asume la primera magistratura Manuel Quintana acompañado por José
Figueroa Alcorta en la vice-presidencia, cuya imposición electoral fue la triste parodia de siempre.

El 4 de febrero de 1905 estalló la revolución en Buenos Aires, Rosario, Bahía Blanca, Córdoba y
Mendoza. Triunfa en estas dos últimas provincias, pero al fracasar en Buenos Aires, Yrigoyen, que no
desea una lucha cruenta, da orden de abandonar el intento. Quintana reprime a los sublevados con la
severidad que le es característica 723.

Soplarían vientos nuevos para la República: el presidente muere en 1906 y asume José Figueroa
Alcorta. Este cordobés protagonizó una presidencia histórica. Hombre del régimen, realizó una carrera
política singular: legislador provincial, ministro provincial, diputado nacional, gobernador de Córdoba,
senador nacional, vicepresidente, presidente, y más tarde juez de la Corte Suprema de Justicia.
Pellegrini, que estaba distanciado de Roca desde 1901, pudo ser el apoyo de Figueroa Alcorta, pero
falleció él también en ese mismo año 1906, y el presidente quedó políticamente huérfano. No obstante,
prevaliéndose de su investidura presidencial, pudo terminar con la carrera política de Roca, y arrinconar
a otro poderoso ejemplar del régimen, el hasta 1906 gobernador de Buenos Aires Marcelino Ugarte 724,
para lo cual hubo de clausurar las sesiones extraordinarias del Congreso en enero de 1908, y maniobrar
en las elecciones de diputados de marzo de ese año, lo que le permitió contar con un poder legislativo
más dócil en el resto de su período presidencial 725. Figueroa Alcorta supo advertir en cauto gesto que lo
honra, que era menester terminar con la era del fraude. Su manejo de la situación le permitió imponer a
Roque Sáenz Peña como futuro presidente, sabedor que éste encararía la reforma electoral.

El socialismo

En el período que estudiamos, el espectro político argentino se diversificó, no solamente con la


aparición en la arena política del radicalismo. También en la década del ‘90 hace su irrupción el partido
Socialista.

Como veremos en el último parágrafo de este capítulo, la cuestión social fue encarada desde la
izquierda marxista con dos métodos distintos. El anarquismo consideraba la lucha política dentro del
esquema democrático como una mera tendencia reformista, y al parlamentarismo como una manera de
distraer al proletariado. Despreciaba la conformación de partidos políticos, y era partidario de la acción
directa, de los métodos drásticos: la violencia, la huelga general.

Los socialistas, en cambio, a pesar de que preconizaban la lucha de clases y la propiedad colectiva
de los medios de producción, eran partidarios de un método de acción evolutivo, aprovechando los
propios mecanismos burgueses para que el proletariado llegara al poder: elecciones, partidos políticos,
vida parlamentaria.

Juan B. Justo, médico porteño, militó en la Unión Cívica, pero antimilitarista como era, no
participó en la revolución del ‘90. Luego se convirtió en enemigo de la «política criolla». Desvinculado de
la Unión Cívica, estuvo en la génesis del partido Socialista.

A partir de 1894 desarrollaba su acción una «Agrupación Socialista», que fusionada con los
Fascio dei Lavoratori, organización de obreros italianos, Les Egaux, de franceses, y los Vorwaerts
alemanes, formó el Partido Socialista Obrero Internacional, ese mismo año. Esta agrupación participó en
las elecciones de diputados nacionales de la Capital Federal de 1896 llevando como candidatos, entre
otros, a Juan B. Justo y obteniendo sólo 138 votos. En este año se realizó el Congreso Constituyente del
Partido, dándose una carta orgánica y su programa de acción, denominándose en lo sucesivo Partido
Socialista Obrero Argentino.

En 1902, también en elecciones en la Capital Federal de diputados nacionales, obtiene 204 votos.
Pero en 1904, con el apoyo del mitrismo, y aprovechando la implantación del sistema electoral
uninominal o por circunscripciones, Alfredo L. Palacios 726 salió ungido diputado, fue el primer
legislador socialista, y por el barrio de la Boca, aunque la primera militancia de Palacios lo fuera en el
catolicismo social.

Justo definió al Partido Socialista como un partido de clase: la clase proletaria en lucha contra la
burguesía en la búsqueda de la apropiación de los medios de producción. Mientras la burguesía
respetara los derechos políticos, no se apelaría a la violencia, que en caso de ser necesario utilizar, sería
siempre momentánea. Considera que la lucha de clases es el motor de la historia: ella «se hace cada vez
menos violenta y episódica, más regular y constructiva, un juego de fuerzas que agitan la sociedad entera
y conducen a su progreso»; ya que «toda clase alta, de privilegios hereditarios, tiende a perder sus
aptitudes y funciones sociales, y a degenerar en una casta parasitaria», mientras, «surgen clases nuevas,
revolucionarias, propulsoras del progreso técnico-económico»: es el proletariado en lucha biológica,
para vivir y reproducirse, posibilidades que el régimen capitalista le niega 727.

El socialismo sólo tuvo fuerza electoral en la Capital Federal donde llegó a ganar elecciones. En el
interior su influencia fue casi nula, quizás porque las esencias culturales argentinas, más vivas en las
provincias, contribuyó a que la extranjerizante influencia socialista fuera rechazada. Tolerado por
nuestra clase dirigente política debido a la moderación de su prédica, realizó a través de sus legisladores
una interesante labor en materia de legislación social. Como los parlamentarios católicos, de los que ya
hablaremos, estuvieron siempre presentes en la sanción de las leyes sociales que se dictaron entre 1905 y
1943.

Desgraciadamente, el socialismo careció de sentido nacional e intentó socavar los cimientos


culturales de la Nación. Palacio describe de la siguiente manera su aporte: «era un partido a la europea,
que traducía a nuestro idioma la lucha de clases de los países industrializados, ignorando en absoluto la
realidad nacional de la explotación de nuestra riqueza por el extranjero. Fuertemente inficionado de
masonería, aceptaba íntegramente como «progresista», la herencia del liberalismo hasta el general Roca
y se especializaba en la prédica antimilitarista y anticlerical. No es de extrañar que suscitara la simpatía
de los sectores oligárquicos (que veían su falta de peligrosidad real), los cuales, impotentes para obtener
representantes en la capital, lo ayudaron con sus votos contra el radicalismo» 728.

Fue pacifista cuando el problema con Chile en la segunda presidencia de Roca, coincidiendo en
esto con el mitrismo, y librecambista siempre, mientras que los destinos de la República exigían
desarrollar su economía apelando al proteccionismo de su producción industrial 729.

El Partido Demócrata Progresista

Sancionada la reforma electoral entre 1911 y 1912, tópico que analizaremos en el próximo
capítulo, al conservadorismo se le planteaba una crucial disyuntiva: o bien aceptaba las nuevas reglas de
juego, se modernizaba y ofrecía un programa de gobierno atrayente para el electorado, capaz de lograr
una fuerte captación de votos, que hiciera posible enfrentar al radicalismo y al socialismo y sobrepujarlos
limpiamente en las urnas; o persistía en sus procedimientos electorales espurios para mantenerse en el
poder. Las dos tendencias tuvieron sus cultores. En la dilucidación de este problema del
conservadorismo se jugó en buena medida el futuro político argentino.

Los partidarios de la primera tesitura se reunieron en noviembre de 1914 en la casa de Mariano


Demaría. El propósito era crear una fuerza que federara todas las corrientes conservadoras dispersas. En
esa reunión estuvieron presentes personalidades del calibre de Carlos Ibarguren, Norberto Quirno Costa,
Indalecio Gómez, José María Rosa, Alejandro Carbó, Joaquín V. González y Lisandro de la Torre, entre
los más conocidos. Este último, que como vimos había militado en el radicalismo, se convirtió en el
principal referente de la corriente que nacía. Era el animador, hasta ese momento, de la Liga del Sur, con
centro en Rosario, la que luchaba contra el excesivo influjo del norte santafesino, con sede en la ciudad
de Santa Fe, sobre el sur de esa provincia.

Ibarguren evoca la figura de de la Torre de esta manera: «Tenía un talento vigoroso, una
elocuencia cálida y vibrante, un raciocinio claro, sobrio, preciso y rigurosamente lógico, una enérgica
valentía moral y física para asumir responsabilidades y afrontar peligros, un temperamento enardecido y
a la vez austero, una inflexibilidad dura y violenta, irresistible a todo lo que no concordaba con sus vistas
unilaterales. Su pasión, incontenible, turbaba muchos de sus juicios, y cuando se inflamaba arremetía
con ciega vehemencia contra los hombres, las cosas y los hechos que le eran hostiles o que creía tales...
En muchos aspectos aparecía fanático y sectario; en esto, como en otros rasgos, notábase una afinidad
espiritual con Juan B. Justo. Crudamente materialista y ateo, detestaba la religión y la Iglesia, sobre todo
la católica, a la que atacó en sus últimos años con enconados vituperios. Cuando obraba bajo su acre
impulso personal, su visión se empequeñecía, su espíritu se nublaba y reducía. En política subordinaba a
veces grandes cuestiones a episodios personales y minúsculos. Pero si abordaba serenamente, con
patriotismo, un problema de gobierno, su talento lo iluminaba en defensa de los intereses del país. Su
ideología era la de un acérrimo liberal individualista del siglo pasado... A Lisandro de la Torre le faltó la
comprensión política sutil y tolerante del general Roca; la amplitud espiritual, generosa y emotiva de
Pellegrini: la elevación romántica, aunque realista, de Roque Sáenz Peña; la suprema elegancia y agudeza
mental y moral de Indalecio Gómez. Fue un polemista notable y elocuente tribuno cuya palabra
encendida arrancaba aplausos al auditorio, mas no pudo ser caudillo popular ni arrastró a las multitudes
para conducirlas y gobernarlas. Nunca triunfó en los comicios; faltóle esa atracción personal de simpatía,
grata al pueblo; esa irradiación cordial de benevolencia a las masas pobres en la que superábase como
maestro Hipólito Yrigoyen. De la Torre era demasiado áspero para valerse de esas artes de seducción
empleadas con éxito por los caudillos y demagogos» 730.

Otros hombres se fueron agregando al proyecto demócrata progresista: el general José Félix
Uriburu, Carlos Rodríguez Larreta, Julio A. Roca (hijo), Brígido Terán, Benito Villanueva 731, Juan
Ramón Vidal.

El Partido quedó fundado a mediados de 1915. Su programa de gobierno resultó de avanzada:


adopción del mutualismo, el cooperativismo y la previsión para la ayuda de los más necesitados;
proteccionismo aduanero; descentralización política; autonomía municipal; independencia económica
del extranjero; marina mercante nacional; comercio de exportación fiscalizado por el Estado; defensa y
explotación de nuestro petróleo; sistema de fomento bancario a la producción; control y regulación de
cambios y circulación monetaria; peso impositivo sobre la renta y no sobre el consumo.

Lamentablemente para el proyecto demócrata progresista, restó su apoyo el influyente caudillo


conservador bonaerense Marcelino Ugarte; a poco, por diversos motivos, se retiraron Julio A. Roca, el
caudillo correntino Juan Ramón Vidal y Benito Villanueva, los tres con importante gravitación en los
círculos conservadores, en el fondo no convencidos de la viabilidad de un planteo que proponía el juego
limpio electoral para acceder al poder. El resto lo hizo la intemperancia y sectarismo de de la Torre, «el
hombre a contramano de la realidad argentina», como lo calificara Ramón Dolí 732, acentuando su
postura anticatólica que fue exteriorizando cada vez más imprudentemente, enajenándose vastos
sectores del electorado que podían votar una solución conservadora para el país. Conservadora en el
buen sentido de la palabra, esto es, acendrada en la guarda de los valores esenciales de la nacionalidad,
aunque partidaria del avance en lo que es accidente circunstancial y en la solución de los problemas
concretos que presenta la coyuntura.

El Partido Demócrata Progresista, por estos motivos, quedó reducido a ser una pequeña
expresión del electorado del sur santafesino. Y aunque su líder prestó a la República el buen servicio de
denunciar el negociado que significaba la exportación de las carnes en 1935, la empresa de que la Nación
contara con una potente fuerza conservadora de recambio frente al radicalismo, quedó frustrada. Con
ello se perdió la posibilidad de que tras el desgaste del radicalismo en 1930, los conservadores apelaran
en 1934 al voto, y no al golpe, en 1930, y luego al fraude.

3. Agricultura y ganadería. La cuestión de la tierra

Sumario:Agricultura y ganadería. La cuestión de la tierra. La industria. Las economías regionales.


Comercio, inversiones, finanzas y moneda a partir de 1894. Los ferrocarriles - Los puertos. La inmigración. El desarrollo
urbano.

Entre los años 1852-1880 nada hacía presumir que Argentina produciría una revolución en la
agricultura como la produjo a partir de ese último año. Desde Caseros al ‘80, continuó siendo la
ganadería la fuente productora básica, a punto tal que en 1880 el 89,5% de nuestras exportaciones eran
de origen ganadero, y solamente el 1,14% tenía procedencia agrícola.

Durante ese período 1852-1880 sí hubo novedades en el campo ganadero: el crecimiento notable
del lanar en relación con el vacuno. Ya venía ocurriendo desde la época de Rosas: en 1850 se exportaron
más de 7.000 toneladas de lana, que para 1875 ascendían a más de 90.000. Hacia 1852, las
exportaciones de lanas representaban un valor equivalente a la cuarta parte de los valores que
significaban las exportaciones vacunas, en 1862 se han equiparado, y en 1872 ya los valores de las
exportaciones de lanas superan en un 50 al 60% los valores de las exportaciones vacunas 733. Continúa el
alambrado de los campos, la mestización, aparecen las zonas de invernada, se desplaza el vacuno hacia el
sur, dejando para el lanar y el cultivo de los cereales las zonas cercanas al puerto de Buenos Aires.
En agricultura, en 1874, Argentina importaba todavía trigo. Pero a partir de este año comienza a
crecer la producción de ese cereal, y en 1880 las colonias agrícolas establecidas especialmente en Santa
Fe y algo en Entre Ríos, abastecen plenamente el mercado local. En dicho lapso también se vio crecer la
producción de maíz.

En el lapso 1880-1914 hubo cambios notables en la ganadería, pero la mutación radical se


produjo en la agricultura. Antes de ver la evolución de estas fuentes de producción, daremos algunos
datos relativos a la propiedad de la tierra, por su cuota de influencia sobre la producción agrícolo-
ganadera.

La ley de colonización n^ 816, dictada durante el año 1876, provoca estas consideraciones de
Scobie: «Determinadas cláusulas permitían a las compañías colonizadoras privadas elegir, deslindar,
subdividir y colonizar tierras por su propia cuenta. Pero los especuladores utilizaron estas cláusulas, en
especial la última, para convertir la ley Avellaneda en una burla. Durante sus veinticinco años de
existencia, sólo 14 de las 225 compañías colonizadoras que recibieron concesiones de tierras, cumplieron
con las exigencias de colonización y subdivisión»734.

La necesidad de financiar la campaña al desierto, provocó la sanción de otra ley en 1878, que
permitió el traspaso al dominio de particulares de inmensas soledades. Como no se puso coto a la
posibilidad de adquisición por cabeza y los precios fueron irrisorios, hubo favorecidos con enorme
cantidad de hectáreas.
Una subasta pública de tierras ordenada en 1882, con un tope máximo de 40.000 Ha. por cada
comprador, hábilmente eludido por los especuladores que apelaron a nombres o agentes ficticios,
continuó con la tónica de fraudulenta liquidación de la tierra pública. Dice Cárcano que «con la mejor
intención se iba a proteger el latifundio», y más adelante: «en verdad, lo que existía, fue una manifiesta
incapacidad en el Poder Ejecutivo y hábiles maquinaciones de un grupo de especuladores influyentes
que habían resultado concesionarios»735.

Esa tónica era confirmada por una nueva ley nacional, dictada en 1884, que estaba destinada a
proteger los derechos de los ocupantes de extensiones anteriores al dictado de la ley de 1878, pero
deficientemente reglamentada, permitió las maniobras de concesionarios que no tenían los medios
suficientes para colonizar, y de audaces favorecidos por créditos bancarios liberales, que lograron
acaparamientos considerables. A juicio de Cárcano: «Así pasaron al dominio privado cerca de 3.300.000
Ha. El Gobierno, con absoluto desconocimiento de la tierra pública que poseía, era el único y principal
causante de estos abusos, desvirtuando en una práctica deplorable los buenos conceptos que encerraban
sus leyes»736.

En 1885, premiando a los protagonistas de la conquista del desierto con inmensas extensiones, se
dicta la ley nacional n° 1.628. Los herederos de Adolfo Alsina recibieron 15.000 Ha. y otros fueron
favorecidos con 8.000 o 5.000 Ha. El insospechable Cárcano manifiesta: «Esta ley no ponía el suelo en
manos del trabajador... Los derechos de los agraciados fueron cedidos invariablemente al especulador,
que abusando del título negociable los acumulaba sin recelo... Llegaron a acumularse en una mano lotes
hasta de 60.000 Ha.»737. El presidente de la República, general Roca, recibió como regalo de la provincia
de Buenos Aires 20 leguas cuadradas 738. No todo terminó aquí; continúa Cárcano: «La sucesión de leyes
agrarias dictadas desde 1876 parecía que no hubieran colmado la demanda de la tierra, ni los deseos del
Poder Ejecutivo por distribuirla con mayor abundancia... El decreto del 21 de septiembre de 1889 y la ley
del 15 de octubre, que lanzaron al mercado 24.000 leguas de tierra a dos pesos la hectárea, a realizarse
en las principales ciudades de Europa, fue un exponente de este estado de cosas 739.

Con estos antecedentes, no es raro que en 1903, según Scobie, «toda la región de la pampa había
pasado hacía ya tiempo a manos privadas, para ser retenida en ellas con vistas a la especulación, la
inversión o el prestigio, pero no para convertirse en propiedad de quienes cultivaban la tierra», siendo
imposible a los gobiernos nacionales o provinciales «formular una política de tierras adecuada a las
necesidades del inmigrante o del pequeño agricultor. Los gobiernos ya no poseían tierras en las zonas
agrícolas»740. Cárcano señala otro aspecto: «La gran afluencia de inmigración después de 1885, halló al
gobierno sin suficiente tierra para ubicarla. En los territorios nacionales vírgenes de exploraciones y
mensuras, vivía la especulación y se desarrollaba el latifundio al amparo de las grandes concesiones. No
se admitía el pequeño propietario»; «...el derroche de la tierra pública... 30.000.000 de hectáreas de
campo entregadas a los particulares y numerosos abusos que no pueden defenderse...» 741.

Monopolizada la tierra pues, no es raro que en cada censo se note un aumento de arrendatarios y
medieros en la explotación agrícola: en 1895 el 39,3% de las chacras son cultivadas por quienes no son
propietarios; en 1914 la cifra alcanza al 49,5% 742. Se imponía así una de las peores formas de trabajo de
la tierra. Fruto de una política desacertada.

No obstante esto, a partir del ‘80 se asiste a una eclosión de la agricultura. Muchos fueron los
factores que se conjugaron para contrarrestar las magras condiciones de posesión de la tierra por parte
de los agricultores: a) La pacificación de la pampa húmeda, aventado a partir de ese año el peligro del
malón indio, b) La propia calidad de las tierras de esa inmensa planicie, con su preciosa capa de humus,
con su clima templado y sus lluvias superiores a los 600 milímetros anuales: una de las manchas verdes
más extensas y apropiadas para la agricultura, del planeta; c) La proliferación de la mano de obra
agricultora, que viene en masa impresionante al país, precisamente a partir de 1880; d) Vuelco en el
transporte con la aparición en la República de la tracción a vapor, por tierra con el ferrocarril, que hace
posible el traslado de mercaderías en volumen apreciable, como requiere el cereal, desde lejanas zonas a
los puertos de embarque; por agua, con el buque a vapor, que permite el traslado económico de
abundantes masas de cereales a Europa, algo que no se habría podido efectuar con la navegación a vela;
e) Perfeccionamiento de instrumentos para la explotación que nuestro país comienza a importar de
Europa y Estados Unidos: maquinaria agrícola, galpones, molinos, tanques australianos, tractores, etc.;
f) Avances en el cercado de los campos con alambrados que imposibilitaban que el ganado irrumpiera
destructivamente en los sembrados.

Así, el número de hectáreas sembradas en 1875, que llega a 340.000, son en 1888 ya 2,5 millones;
en 1895 son 5 millones; en 1905 pasan a 12 millones; y en 1914, alcanzan a 24 millones. Los principales
rubros del agro explotados son el trigo y el maíz, cuyos precios, en general mejoran en el mercado
internacional en esta etapa. A partir de 1900 se agregan la alfalfa, para alimento del ganado fino, y el
lino. Las exportaciones de cereales, que en 1880 cubren el 1,4% del total, en 1890 hacen el 25,4%, y en
1900, el valor de las exportaciones de cereales, ya con en un 50,1%, es superior al de las exportaciones
ganaderas. En 1912 se alcanza el 57,9 por ciento 743.

En el rubro ganadero, los cambios que se operan son considerables. Hasta 1895 en las
exportaciones siguieron predominando las lanas, el tasajo y los cueros, con un bajo índice de mestización
del vacuno, aunque no así del ovino. Pero a fines de la presidencia de Avellaneda aparece el proceso que
permitirá el congelado primero, y luego el enfriado de las carnes. Esto vendría a revolucionar el
panorama de nuestra ganadería.

Los primeros frigoríficos aparecen en 1883, sin embargo, desde 1890 a 1900, lo que creció fue
nuestra exportación de animales en pie a Inglaterra, comercio en que Estados Unidos, por su proximidad
con este país nos superaba, dado que el flete era más económico y los animales llegaban en mejores
condiciones.

Recién a partir de 1900, comenzó a crecer nuestra exportación de carnes congeladas, primero de
ovinos, y luego de bovinos. Ya hacia 1905 se insinúa que Argentina podría desalojar la preponderancia,
en envío de carnes congeladas, a Estados Unidos, lo que se hace evidente en 1911. Para que tengamos
una idea del aumento de la exportación de carne congelada, veamos que en 1899 salieron más de 2
millones de pesos oro de ovinos en esas condiciones, y en 1911 se alcanza el pico, con más de 10 millones
de esa moneda. El bovino congelado, cuya exportación en 1899 no llegaba al 1/2 millón de pesos oro, en
1908 estaba superando los 17 millones de esa divisa, y en 1913 alcanzaba a 59 millones. Durante la
guerra, en 1916, por ejemplo, se exportaron 94 millones de pesos oro.

A partir de 1908 se comienza a observar exportación de carne enfriada, «chilled beef», esto es,
carne a 2 ó 3 grados bajo cero, mientras que la carne congelada que lo era a unos 20 grados bajo cero.
Con el enfriado se logró conservar el sabor de la carne fresca hasta cuarenta días después de su
preparación, lo que le permite llegar al mercado inglés. Poco a poco las cifras de la exportación del
chilled aumentan notoriamente: llegan a 625.000 pesos oro en 1908, en 1914 a más de 8 millones, y con
el tiempo, ya durante la presidencia de Alvear (1925-1929), superarán la exportación del congelado 744.

Las fuertes exportaciones de congelado y enfriado exigen una mayor mestización del ganado. En
1888, apenas el 20% de nuestros vacunos se ha cruzado, en 1895, la cruza es del 35% y sigue en aumento.
Pululan los alfalfares y el cultivo de avena, con gran incremento de las hectáreas sembradas con esos
alimentos para el ganado fino. Aparece el especialista en el engorde y mejoramiento del ganado vacuno,
el invernador, poseedor de buenos campos alfalfados cercanos a los frigoríficos. éste compra ganado a
los criadores, en general de menor capacidad financiera, engorda dichas reses, y luego las vende a las
compañías frigoríficas. El negocio ganadero se hace más complejo con la aparición de este intermediario.

Así como la actividad exportadora de cereales cae en buena proporción en manos de pocas firmas
-Bunge y Born, Dreyfus, Weil Brothers, Huni y Wormser- el comercio exportador de carnes es detentado
casi exclusivamente por frigoríficos británicos y norteamericanos. Un poco, porque Estados Unidos fue
perdiendo el mercado inglés en la exportación de animales en pie, otro poco, porque en ese país se había
dictado una ley contra los trusts, y finalmente, porque la mano de obra argentina era más barata. Se nota
a partir de 1907 que Swift y Armour compran frigoríficos en Argentina y les hacen la competencia a los
británicos, lo que en una primera etapa benefició a los productores argentinos con mejores precios. Pero
en 1912 primero, en 1913 después, y dentro de este período, finalmente, en 1915, ambos grupos de
frigoríficos, norteamericanos e ingleses, se repartieron las cuotas de exportación, más o menos por
mitades, con leve predominio de uno u otro de los grupos según el año.

La industria. Las economías regionales

Al aceptar la división internacional del trabajo, Argentina se condenó a tener un desarrollo


industrial limitado.

Hacia 1892, en Capital Federal y provincia de Buenos Aires, se calcula que solamente un 9% de
los ingresos totales provenían del sector manufacturero, cuyos establecimientos eran en buena parte
meramente artesanales. El crecimiento de la población generó cierto desarrollo de cierta industria que
producía lo que era imposible importar, como en el campo de la alimentación y el vestido, y de la que
manufacturaba materia prima para la exportación, como los molinos harineros y los frigoríficos; también
de la que generaba servicios que no podían ser sustituidos por la actividad extranjera, como ser la
reparación de material ferroviario y maquinaria agrícola 745. Es decir, se desarrollaban industrias que
producían bienes que Europa no podía enviarnos. A ese crecimiento se ve arrastrada Argentina
espontáneamente, debido al avance agrícolo-ganadero, y como se ha apuntado, el aumento desmesurado
de su población, ya que la clase dirigente política no tenía conciencia industrial, como no la tienen los
empresarios, que salvo algunos sectores de la clase media, no encaran actividades de este tipo.

Sin embargo, en cuanto a las industrias que podían perdurar, se nota un buen crecimiento entre
el censo de 1895 y el de 1914. El primero denota que hay 24.000 establecimientos industriales, con una
potencia motriz de 60.000 HP, 174.000 personas empleadas y un capital invertido de 327 millones de
pesos. El censo de 1914 nos muestra que esas cifras han aumentado a 48.000 establecimientos, 678.000
HP, 410.000 empleados y 1787 millones de pesos de capital invertido 746.

Los principales rubros industriales, entre 1900 y 1914, eran los alimentos y bebidas, tabacos,
textiles, confecciones, de la madera, papel y cartón, imprenta y publicaciones, productos químicos,
cueros, piedras, vidrios, cerámica, metales, reparación de ciertos vehículos y maquinarias 747. Los
establecimientos industriales se van concentrando en Buenos Aires y el Litoral, casi excluyentemente.

En cuanto a promoción de la industria, la política oficial poco se hizo en esta etapa. La


permanente inestabilidad de las leyes impositivas aduaneras, que se votaban anualmente, impidió que el
proceso industrial tomara vuelo 748. Dorfman dice: «desde 1880 un clima de inestabilidad en materia de
aforos y derechos perjudicaba enormemente a industriales y comerciantes... ésa era una de las razones
que creaba el desconcierto y dificultaba la afluencia de capitales a empresas que resultaban aleatorias,
por lo expuestas a cambios radicales e imprevistos»749.

En 1887 los industriales, a través de la Unión Industrial Argentina, se quejaban de que la hojalata,
«el bronce, el cinc y el acero pagaban un 25%, en tanto algunos objetos fabricados con esos materiales,
no abonaban derecho alguno y otros abonaban el mismo 25%. Las planchas, lingotes y barras de hierro
estaban gravados con un 10%, mientras máquinas y motores y sus repuestos pagaban un 5%, o no
pagaban nada, cuando ellos se destinaban a ferrocarriles, vapores y tranvías. El hilado de yute abonaba 8
centavos el kg.; la materia prima 5. Y así por el estilo 750.

Mientras en 1876 la importación por habitante ascendía a $14 oro, en el período 1889/90 llegó a
$52 oro por habitante, y a $56 oro en 1913 751. El crecimiento desmesurado de las importaciones de
productos manufacturados, exigía una drástica política proteccionista de la producción propia para
acicatearla. El liberalismo rutinario, crónico, de los hombres del ‘80 no los ponía en condiciones de
encarar tal medida. A diferencia, Estados Unidos, durante el período 1863-1913, mantuvo la importación
per cápita en un nivel promedio de los $12 oro 752.

La tarifa de 1905, dice Dorfman: «que pudo haber sido adecuada para la época de su sanción,
reveló al cabo de cierto tiempo múltiples inconvenientes y anacronismos» 753. Y agrega: «...pueden
rastrearse las insistentes gestiones de los industriales, a través de los años, en el sentido que la tarifa de
avalúos en la Argentina carecía de una clara visión política de fomento industrial, y que esa situación
debía corregirse sin tardanza; pese a ello, los gobiernos, aunque así lo reconocieran de vez en cuando,
adoptan pocas medidas concretas para remediarla» 754.

Entre 1907 y 1911 se intenta insistentemente formar una comisión o junta de aforos para
racionalizar y actualizar la tarifa y leyes de aduana, pero no se llega a nada concreto 755. Para la industria
que manufactura artículos de algodón, por ejemplo, los derechos de 1895, época en que tal actividad casi
no existía, eran superiores a los de 1907, en que ella pretendía afirmarse 756. Las anilinas pagaban
derechos que representaban entre el 50 y el 80% de su precio en Europa, 20% más que los hilados de
algodón que se introducían teñidos con ellas 757.

La República tendría, a partir de la última etapa en este período, un gran defensor de su industria
en el ingeniero Alejandro Bunge. Desde la cátedra, el libro y su «Revista de la Economía Argentina»,
luchó contra la prensa en general, los intereses foráneos, el Partido Socialista y su órgano de expresión,
«La Vanguardia», todos enconadamente librecambistas. Como el correntino Pedro Ferre en 1830, como
el ingeniero Carlos Enrique Pellegrini luego de Caseros, como Vicente Fidel López a partir de la década
del setenta, Bunge, fue quien en esta época se impuso la defensa el desarrollo industrial del país. Suyas
son estas palabras: «La mayor parte de las naciones bien organizadas practican una política económica
racional, que oponen a los demás países. Nosotros practicamos la que nos imponen los demás países» 758.

Las llamadas economías regionales fueron influidas de distinta manera por la política comercial
de turno. La industria textil provinciana sufrió la falta de protección y la acción negativa del ferrocarril:
los telares de tierra adentro pudieron competir, hasta que ese medio de locomoción inundó hasta los
lugares más recónditos de la Nación con los géneros europeos. De esta manera, los 94.032 tejedores
censados en 1869, se redujeron a 39.380 según el censo siguiente, de 1895 759.

A la inversa, los intereses lugareños se hicieron fuertes y lograron la protección tanto de la


industria vitivinícola, como de la azucarera, ambas proveedoras del mercado interno. Las dos actividades
eran de vieja data entre nosotros y pudieron sobrevivir a las distintas políticas librecambistas que se
desarrollaron a todo lo largo de los siglos XIX y XX. En 1900 la producción de vinos cubría el 60% del
consumo interno. Se localizaba en Mendoza un 75% del total, y un 20% en San Juan. Entre 1900 y 1914,
las bodegas aumentaron en un 33%, y los 57 millones de litros que se producen en 1895, se multiplican,
hasta los 500 millones de 1914.
De los 45 ingenios azucareros que el país tenía en 1914, 32 estaban en Tucumán y el resto, casi
todo en Jujuy, ambas provincias producían el 96,5% del total. El 83% de los capitales de los ingenios
eran nacionales. Las 1.400 toneladas de azúcar producidas en 1872, para 1895 ascenderían a 130.000
toneladas, y en 1914 eran ya 336.000 toneladas. Mientras en 1881, la producción de 9.000 toneladas no
alcanzaba a cubrir el consumo interno, y debíamos importar 26.000, en 1914 prácticamente nos
estábamos autoabasteciendo 760.

La industria yerbatera, localizada en el nordeste, a principios del siglo XX producía el 20% del
consumo local, el resto era importado de Paraguay y Brasil. Cultivos industriales como el algodón, el
tabaco, el maní, hacia 1914 ya comienzan a visualizarse como gérmenes de industrias regionales que,
durante la etapa en que gobierna el radicalismo, alcanzarían buen significado. Completan el cuadro de
las economías regionales la producción de madera y tanino en el norte de Santa Fe, Chaco y Formosa. El
tanino era utilizado en el curtido de cueros. Sobresale «La Forestal», con planta en Villa Guillermina,
que fundada en 1902, producía hacia 1906 unas 35.000 toneladas de ese producto. Ingresan banqueros
en ese año, y para 1910 la producción se eleva a 200.000 toneladas, y exporta también 250.000 t. de
rollizos. «La Forestal» llegó a controlar el 57% de la producción mundial de tanino. Las condiciones del
trabajo en ella fueron deplorables.

Con las excepciones apuntadas, durante esta etapa, la localización de nuestra zona industrial se
traslada del centro y noroeste del país, como lo fue mayoritariamente hasta 1850, a la zona del gran
Buenos Aires y del Litoral. Aquella primera región, que tampoco tiene ganadería y agricultura intensivas,
queda pauperizada.

Comercio, inversiones, finanzas y moneda a partir de 1894

Se ha dicho que la balanza comercial, hasta 1890, es deficitaria. Pero a partir del periodo
1890/1894, el crecimiento notable de las exportaciones hace que el balance se transforme en
superavitario hasta el fin de este período. Las exportaciones, que en 1886 son de 83 millones de pesos
oro, en 1905 alcanzan los 322 millones, y en 1913 los 500 millones. Hubo momentos de esta etapa, en
que más del 50% de las exportaciones de América Latina hacia Europa, eran argentinas.

En cuanto a las importaciones, en el lapso que corre entre 1900 y1914, los bienes de consumo
superan a los demás rubros, aunque se observa que descienden en preponderancia: del 43% sobre el
total de importaciones, en 1900, bajan al 34% en 1914. Aumentan, en cambio, los combustibles del 3 al
6,5%, las maquinarias del 14 al 17% y los materiales de construcción del 6,5 al 12%, siempre dentro de
esas fechas. Los bienes intermedios disminuyen del 31 al 23%. Todo esto indica una cierta mejoría en el
panorama selectivo de las importaciones.

Las inversiones extranjeras, que en 1900 están en los 3.000 millones de dólares, trepan a 13.000
millones en 1913. En este año, representan cerca del 50% del capital fijo existente en el país 761. Teníamos
pues, una economía fuertemente extranjerizada. De esas inversiones, el 36% estaba en ferrocarriles, el
31% en títulos públicos, el 8% en servicios públicos, el 20% en comercio y actividades financieras y el 5%
en actividades agropecuarias 762.

En la mayoría de los años de este período, la remisión de utilidades e intereses del capital
extranjero invertido en el país y las amortizaciones de la deuda, absorbían entre el 30 y el 50% de
nuestras exportaciones 763. Y entre el 30 y el 40% de los ingresos del tesoro nacional y de los tesoros
provinciales, se destinaban al pago de las amortizaciones e intereses de la deuda pública externa 764. Los
pagos debían hacerse en oro, porque la deuda pública externa e inversiones extranjeras, se establecían
en libras esterlinas y otras divisas, con una paridad fija en oro. Las garantías ferroviarias eran también
causa de una fuerte salida de divisas.

Los ministros de hacienda del período, no tuvieron conciencia de que la manera de enfrentar
nuestro endeudamiento externo, no debía ser contraer más deudas que resolvieran las coyunturas de
aprieto. Una excepción fue Juan José Romero, durante la presidencia de Luis Sáenz Peña, a quien la
República le debe haber terminado de superar la etapa de la crisis del ‘90. En 1893, con habilidad y
firmeza, logró que la banca europea se aviniera a un «arreglo» para obtener el oxígeno suficiente que nos
permitiera reconstituir nuestras finanzas: se suspendieron las amortizaciones hasta 1901; se convino
repartir anualmente algo más de un millón y medio de libras entre los acreedores en concepto de pago
total de intereses, que se rebajaron del 6, 7 y 8%, a menos del 4%, y medio millón más, entre las
empresas ferroviarias por sus garantías, cuando ellas calculaban en un total de doce millones, las libras
adeudadas 765.

El déficit presupuestario fue lo corriente, salvo en dos años: 1893 y 1908. Creció la burocracia, y
con ella, el 30% de los presupuestos correspondían a sueldos. Hubo pocas inversiones. Otro rubro que
insumió fuertes expensas, fue la compra de armas y buques de guerra por el problema con Chile 766. Los
ingresos gravaron el consumo, pues los derechos de importación y los llamados impuestos internos,
significaban entre el 80 y el 90% del total recaudado. Como los derechos de exportación y la
contribución territorial fueron bajos, poco aportaron al tesoro.

Hasta 1894 el papel moneda se desvalorizó en relación con el oro. Superada la crisis, a partir de
ese año comenzó a valorizarse. En 1899 su recuperación fue tal que se creó la segunda Caja de
Conversión, estableciéndose la libre convertibilidad en la proporción de 1 peso oro por 2,2727 pesos
papel, lo que mantuvo al oro sobrevaluado. Los exportadores se vieron favorecidos.
Buena parte del mercado bancario estuvo en manos extranjeras: Bancos de Londres, de Italia y
Río de la Plata, Español, Francés e Italiano, Alemán Transatlántico, etc. El Banco Nacional, creado
durante la presidencia de Sarmiento quebró en medio de la crisis del ‘90, y el de la Provincia de Buenos
Aires se salvó a duras penas. Si se compara el capital del Banco de Londres, 4.250.000 pesos oro, con sus
depósitos: 144.600.000 pesos papel y 2.580.000 pesos oro; o en el caso del Banco Alemán
Transatlántico, 3.650.000 pesos oro de capital contra 38.800.000 de pesos papel y 1.200.000 pesos oro
como depósitos; fenómeno que se repite en otros bancos extranjeros, se llega a la conclusión que dichos
institutos trabajaban en buena medida con el capital argentino 767. ¿Puede seguirse arguyendo que en
nuestro país no había capitales para cubrir las necesidades de las empresas?

El crédito iba al comercio y al agro, especialmente al comercio de exportación y al negocio de


compra y venta de tierras, o a la financiación de las actividades de los inmigrantes. Nos faltó en esa
época un banco de promoción industrial. En 1891, época de la presidencia de Pellegrini, se fundó el
Banco de la Nación Argentina. Bien administrado, partiendo prácticamente de un capital cero, pronto se
transformó en un coloso: en 1908 absorbía el 28% de los depósitos, y en 1914, el 50% 768. Como no
practicaba el redescuento, no pudo manejar la política monetaria, como lo haría luego el Banco Central.
Pero reguló las tasas de descuento e influyó en el valor del oro.

Los ferrocarriles - Los puertos

La construcción de ferrocarriles alcanza ribetes impresionantes. En 1881, las líneas férreas están
extendidas a lo largo de 2.500 km., y en 1890 llegan a los 9.500 km. Pero aquí también han dejado sus
huellas los principios del liberalismo.

Se calcula que en 1881 alrededor del 50% de las líneas pertenecen a capitales nacionales, y que en
1890 apenas lo son un 20% del total. Durante la gestión de Juárez Celman se venden el F.C. Oeste (1.057
km.), el Central Norte (1.100 km.) y el Andino (767 km.), además de otras dos líneas menores, el
santafesino a Las Colonias y el Entrerriano. No caben aquí los manidos argumentos de que el Estado era
mal administrador, porque esas líneas daban buenos dividendos 769. Las transferencias se hicieron a
capitales ingleses. Ningún esfuerzo se hizo para que las ventas lo fueran a sociedades o intereses
argentinos, y Scalabrini Ortiz denunció en su momento el carácter doloso que tuvieron algunas de esas
operaciones, como la venta del F.C. Oeste.

Al término de la década, el aparato circulatorio de la República va a ser manejado, en sus líneas


vertebrales, desde otros lares. En 1891, el diputado nacional Osvaldo Magnasco describía: «el ferrocarril
inglés en la Argentina no era un negocio, una industria, sino una extralimitación insolente, un robo
(palabra textual), que no pasaba día sin conflicto entre el Estado nacional y las empresas extranjeras,
que éstas habían subvertido los fines progresistas y civilizadores de las concesiones recibidas, trabando
el comercio y el desarrollo industrial de la nación, con tarifas mayores que el valor de los artículos
transportados, vinos de Cuyo, azúcares de Tucumán, petróleo de Jujuy y Mendoza, tabacos de Salta,
maderas del norte, ganados y cereales del litoral». Denunció que en 1888 un decreto del poder ejecutivo
había eximido a las empresas de todo contralor, con lo que se facilitaron maniobras fraudulentas
diversas: cobro de garantías que no correspondían para lo que abultaron sus gastos, estafas a los propios
accionistas ingleses, sabotaje a la industria nacional usando como medio la tarifa, etc. 770.

En 1884, Herbert Spencer ha publicado su libro «El hombre contra el Estado», donde defiende el
principio de que los ferrocarriles deben estar en manos privadas 771. Esta obra pesa en el ánimo de los
hombres del ‘80. Pero Spencer escribe para Inglaterra, y allí las empresas son manejadas por compañías
inglesas con criterio nacional. Sus epígonos argentinos aplican en Argentina puntos de vista ingleses
sobre la realidad inglesa. No parecían ser capaces de aplicar criterios argentinos teniendo en cuenta la
circunstancia argentina. Había excepciones, como el ministro de Obras Públicas en la segunda
presidencia de Roca, Emilio Civit, que en la memoria ministerial de 1901, señaló que la facultad que
tenía el Estado de fijar las tarifas era «completamente ineficaz a los fines de moderar lucros excesivos, y
de proteger la producción del país, desde que sin violencia ni dificultad alguna las empresas pueden, por
su propio albedrío, y por medios conocidos, evitar que la renta exceda el límite fijado, resultando así
completamente ilusoria la intervención morigeradora del Estado». Y agrega: «He sostenido que todas
esas concesiones importan monopolios y privilegios que no deben mantenerse a perpetuidad, porque
afectan el orden público»; manifiesta que había dos formas a estos fines: expropiar los ferrocarriles o
arrendar las empresas privadas, o bien expandir los ferrocarriles del Estado. Si lo primero era imposible,
pues el Estado no contaba con los recursos necesarios para ello, se entregó a la tarea de extender las vías
ferroviarias estatales.

Ezequiel Ramos Mejía, sucesor de Civit, durante las presidencias de Figueroa Alcorta y Roque
Sáenz Peña, lamentablemente, recayó en el «error imperdonable», según su antecesor, de seguir
vendiendo ferrocarriles nacionales 772. Lo cual hubiera sido aceptable si las ventas se hubiesen hecho a
compañías de capital nacional, y no a compañías extranjeras exportadoras de ganancias.

Por la ley nacional n° 5.315, del año 1907, que llevaría el nombre de su preconizador, Emilio
Mitre, todas las concesiones ferroviarias se prorrogaron por 40 años. A cambio de la exención de toda
carga impositiva, los ferrocarriles debían contribuir con un 3% del producto líquido que obtuvieran para
formar un fondo con el que se construirían caminos. El ingeniero Ricardo M. Ortiz ha apuntado el
resultado de aquella política: «...desde 1908 hasta 1930, los ferrocarriles han depositado para el fondo de
caminos... unos 70 millones de pesos, o sea poco mas de 3 millones de pesos por año; pero en
reciprocidad... los derechos aduaneros liberados alcanzan a 250 millones o sea algo más de 10 millones
por año; y si a estos últimos se agregan las contribuciones territoriales, impuestos municipales, etc., no
abonados por disposición de la misma ley, se llega a unos 15 millones por año. La ley de referencia no fue
pues un acto agresivo... fue sencillamente una forma de protección del Estado hacia las empresas y
contra los ataques extraños»773. Los caminos que se construyeron con el fondo fueron, prioritariamente,
los que conducían a las estaciones ferroviarias 774.

En 1900, solamente el 12% de los ferrocarriles son estatales 775, y seguirá la desnacionalización de
los mismos. Pero la extensión de las vías férreas crece de una manera pasmosa. En 1900 había 16.500
km. de rieles, en 1910 son 26.500 km. y en 1916 llegan a los 34.000 km. En longitud de vías marchamos
terceros en América y décimos en el mundo. Los 3 millones de pasajeros trasladados en 1881, serán 82
millones en 1913, y las 956.000 toneladas de carga alcanzan a 42.916.000 t. en el mismo lapso.

El diagramado de las líneas continuó haciéndose en forma radial hacia los puertos, siendo el
puerto más favorecido el de Buenos Aires, en detrimento del puerto de La Plata, de mejores condiciones,
y que hasta 1890 cumplió un rol importante. Al puerto de Buenos Aires le siguió el de Rosario, que se
transformó en un gran exportador, aunque no importador; lo mismo pasó con el de Bahía Blanca. El
puerto importador por excelencia siguió siendo Buenos Aires, a pesar de la libre navegación de los ríos.
En 1913, el 70% del volumen de las importaciones penetraban por esa boca. En materia de
exportaciones, en 1913 el tonelaje exportado por Buenos Aires era del 29%, por Rosario del 19,5%, por
Bahía Blanca del 11,5% y por La Plata del 8.8% 775 bis.

Inmigración. El desarrollo urbano

En el lapso 1880/1914, el aporte inmigratorio se constituyó en un fenómeno excepcional.


Mientras en la década 1871-1880 el saldo neto de la inmigración - diferencia entre el número de las
personas que entraron y el número de las que salieron- es de 275.906, en la siguiente, 1881-1890
asciende a 854.970, y en la posterior, 1891-1900, debido a la crisis desciende a 456.293, ya en el lustro
19011914, se incrementa a 1.571.012 776.

La proporción de inmigrantes sobre la población original fue la más alta del mundo: entre un 25 y
un 30%. Comparativamente, en Estados Unidos nunca llegó al 15% 777.

La profesión predominante entre los inmigrantes es la de agricultor hasta 1895. A partir de este
año serán principalmente jornaleros, los que arriben. La más alta tasa de ellos está en la edad activa,
entre los 21 y los 30 años, y son mayoritariamente de sexo masculino. Esto, desde el punto de vista de su
incorporación al mundo del trabajo, resultó conveniente para la República. Se fijaron especialmente en
las zonas urbanas en relación con las rurales, y sobre todo en el Litoral y provincia de Córdoba. Las
ciudades de Buenos Aires y Rosario recibieron el grueso de las oleadas. Esto incidió en que la población
del interior alcanzara el 50% del total, en 1969, y del 30%, en 1914.

Los censos de 1895 y 1914 ponen de relieve estos fenómenos. En el censo de 1895 puede verse que
el país ha duplicado su población en relación con el de 1869: ahora tiene cerca de 4 millones de
habitantes, con una Capital Federal que absorbe 660.000 habitantes, el triple que en 1869. Rosario ya
era la segunda ciudad de la República con

90.000 habitantes, cuando en 1869 apenas tenía 23.000. Los extranjeros sobrepasaban el millón,
una tercera parte de la población de la República. De acuerdo al censo de 1869, el 35% era población
urbana. En 1895 la población urbana ha crecido hasta el 43%. En la zona rural vive la mayoría, un 57%.

Hacia 1914 la población ha vuelto a duplicarse: ahora son cerca de 8 millones de almas, con la
Capital Federal poblada por 1.580.000 habitantes y Rosario con 226.000. Puede verse el crecimiento de
estos centros urbanos: ambos están cerca de haber triplicado su población. El fenómeno de la
urbanización se ha acentuado: el 57% de la población total vive en las ciudades y el 43% en las zonas
rurales. Ahora la población urbana sobrepasa a la rural.

La tercera parte de los habitantes de la República siguen siendo extranjeros, en 1914, en su


mayoría, italianos y españoles. éstos últimos han igualado a los primeros, pues desde 1900 se nota el
crecimiento de la inmigración española en relación con la italiana, habiendo sido hasta ese año al revés.

El lapso que va desde 1895 a 1914 es de una urbanización acelerada: los centros con una
población superior a los 2.000 habitantes, crecen a un ritmo del 5,55% por año. Es característica de este
proceso de urbanización en este período, que se da en poblaciones de pequeñas y medianas dimensiones.
Luego de ese año 1914, se observará un gran crecimiento de las ciudades de mayor concentración
humana. En 1910, mientras el 53% de la población vivía en ciudades, sólo un 24% lo hacía en ciudades de
más de 100.000 habitantes.

El fenómeno del crecimiento urbano está relacionado con el crecimiento de los sectores terciarios,
de servicios (empleados públicos y de comercio, profesionales, etc.), en detrimento de los sectores
primarios, dedicados a las actividades agrícolo-ganaderas, y de los secundarios, entregados a las labores
industriales. Veamos el siguiente cuadro:

Población económicamente activa (en porcentajes) 778


Cortes Conde atribuye la disminución de los sectores secundarios a la merma del artesanado del
noroeste del país, y a que el fenómeno de la urbanización no es un producto de la industrialización del
país. La masa de inmigrantes, que en un 90% se estableció en la zona pampeana, y de este porcentaje,
probablemente una cuarta parte, en el campo 779, carente de medios, no pudo dedicarse a la industria, y
con difícil acceso a la tierra, tampoco lo pudo hacer mayoritariamente a las actividades campesinas. Se
incorporó, por tanto, al área de servicios: profesiones varias, pequeños comercios, vendedores
ambulantes, empleados de casas de comercio, etc. Fue este uno de los grandes defectos de la fijación del
precioso material humano que vino en esta época.

Además, la falta de ocupación específica, teniendo en cuenta que el 70% de los inmigrantes entrados eran
italianos, en su mayoría agricultores, provocó el fenómeno inverso de la emigración, que entre 1881 y 1890
superó las 300.000 almas. Entre 1891 y 1900, la crisis, especialmente, hizo que se fueran del país 525.000
personas. Entre 1900 y 1913, la emigración fue de 240.000 extranjeros 780. Se perdió así un capital humano de
invalorable significación.

4. Las clases sociales

Sumario:Las clases sociales. La cuestión social. Los sindicatos. Reforma constitucional de 1898.

En la Argentina de esta etapa, las capas altas de la sociedad estaban constituidas especialmente
por grupos de estancieros, en los que se van detectando, a medida que nos aproximamos al final de la
misma, los sub-sectores de los invernadores y de los criadores; los primeros con más poder económico,
rango social y vinculación con los círculos políticos gravitantes 781. A esos estamentos están vinculados
los intereses exportadores e importadores y de las finanzas.

A renglón seguido de la «alta sociedad», hay una creciente clase media: a ella acceden los
argentinos por la vía de las actividades profesionales, del empleo en el comercio o del empleo público; y
los inmigrantes, por la del comercio, la industria o la agricultura .

Los sectores humildes que están más abajo, son peones en el campo; en la ciudad, son obreros de
los frigoríficos, del ferrocarril, de la elemental industria existente; cuando no, servidores domésticos. En
general, los obreros urbanos están en peor situación.

Argentina se caracterizó en esta etapa y luego también, toda Latinoamérica, por dos fenómenos
llamativos. En primer término, por el porcentaje creciente de sus sectores medios; luego, por su gran
movilidad social. Los estratos medios, que en 1869 cubren el 11,1% de la población, en 1895 constituyen
el 25,9%, y en 1914, el 29,9%. Gino Germani ha puesto de relieve, que entre 1869 y 1914, la clase media
creció a un ritmo anual del 0,56%, que
compara con el aumento del período
intercensal, 1895-1914, que
fue del 0,27%, y de la siguiente
etapa intercensal, 1914-1947, que
fue del 0,29%. Germani detecta
que el fenómeno de ese
incremento se dio
especialmente entre los
extranjeros, cuya movilidad
social fue notable 782. Argentina es un
país atípico en ese sentido:
pocos sectores marginales son los
que se conforman con pertenecer a
un estamento social
determinado, y esto es tan
agudo y definido, que algunos consideran que en Argentina no existen clases sociales, esto es, franjas de
la población signadas y resignadas a pertenecer a niveles económico-sociales determinados, durante
lapsos prolongados. Por lo menos, esa parece ser la tendencia en los años que estudiamos.

A este fenómeno de la intensa movilidad social, mucho contribuyó el creciente grado de


alfabetización que se dio a partir del primer censo de 1869, y que denotan los censos posteriores, de 1895
y 1914. La alfabetización contribuyó, fue causa, pero también resultó un efecto de aquella.

El decrecimiento del analfabetismo es más vigoroso en el Litoral que en el interior, corriendo


parejo con el mayor grado de riqueza en la primera zona respecto de la segunda, por lo que, como se presumirá,
la movilidad social en el interior no fue todo lo intensa que lo fue en el Litoral. El incremento de estudiantes
secundarios y universitarios es señal del aumento de la clase media: los primeros presentan una tasa del 1,6 por
mil en 1895, del 2,86 por mil en 1910 y del 3.7 por mil en 1914. En 1925 está en el 5,3 y en 1936 en el 7,9 por
mil. El ingreso en las universidades presenta estos guarismos: 1889: 0,3 por mil; 1907: 0,8 por mil; 1917: 1,1
por mil; 1944: 3,4 por mil 783.

Asimismo se han hecho observaciones respecto del distinto incremento de los sectores medios
que trabajan en condición de dependencia, comparados con los estamentos medios que hacen tareas
independientes. Entre 1869 y 1895, la clase media no dependiente creció del 6,2% al 17,8%, un aumento
notable. En cambio, entre 1895 y 1914 hubo una disminución del 17,8% al 14,9%. Por el contrario,
cuando se analiza el sector dependiente, se observa que entre 1869 y 1895 crece del 4,1% al 6,6%, y entre
1895 y 1914, las cifras se aceleran del 6,6% al 12,4% 784. En los sectores obreros, los que trabajan por
cuenta propia entre 1869 y 1895 suben del 14,7% al 23,8%, bajando al 20,9% en 1914. En cambio, los
trabajadores dependientes, especializados y no especializados, bajan del 59,7% al 36.4% entre 1869 y
1895, y suben a partir de este año hasta 1914. Desde 1895 en adelante, pues, se acelera la aparición de un
proletariado industrial 785.

La cuestión social

¿Cuál fue el panorama social en la década del ‘80? El imperio del más rotundo liberalismo
propició la inexistencia de legislación social. Cuando en 1881 una Sociedad de Dependientes de
Comercio solicitaba al intendente de la Capital Federal el cierre dominical de las casas de comercio, la
respuesta fue favorable, poniéndose en vigencia una ordenanza de 1857 que había sido derogada en
1872. Pero siete mil firmas patronales golpearon las puertas de los despachos oficiales, incluso del
ministerio del interior, y el intendente tuvo que dar marcha atrás 786. En la capital del Plata, fundada
bajo el signo de la Cruz, no se respetaba el descanso dominical. El progreso indefinido y férreo era
evidente: con la legislación de Indias, desde el siglo XVI, el domingo se descansaba; ahora, tres siglos
después, se debía trabajar.

Según Juan álvarez, el salario real promedio que en 1886 estaba en 2, en 1890 se había reducido a
1.34, con un descenso efectivo del 33% 787.

La vivienda obrera era el conventillo. En 1880 había 1770 conventillos en Buenos Aires, con una
población de 51.915 personas, esto era el 18% del total, pues Buenos Aires contaba ese año con 286.700
habitantes. En 1887 los conventillos son 2.835, poblados por 116.167 personas; y como ahora la
población ha subido a 437.875 almas, el porcentaje llega al 24% 788. El propio Eduardo Wilde nos
describe esos antros: casas ómnibus, cuyos cuartos, a la vez que dormitorios para toda la familia, eran
«comedor, cocina y despensa, patio para que jueguen los niños y sitio donde se depositan los
excrementos, a lo menos temporalmente, depósito de basura, almacén de ropa sucia y limpia, si la hay;
morada del perro y del gato, deposito de agua, almacén de combustibles, sitio donde arde de noche un
candil, una vela o una lámpara; en fin, cada cuarto de éstos es un pandemonium donde respiran, contra
todas las prescripciones higiénicas, contra las leyes del sentido común y del buen gusto y hasta contra las
exigencias del organismo mismo, cuatro, cinco o más personas» 789.

En este ambiente, con la proliferación de este hábitat, y el laicismo escolar, no resultó extraño que
el medio moral decayera. Entre los años 1885 y 1910 el número de delincuentes en la Capital Federal se
incrementó de 1731 a 111.141. En tanto la población subía en esos años en la Capital Federal, de 384.492
a 1.314.163 almas, esto es, en relación de 1 a 3, los delincuentes lo hacían de 1 a más de 6 790. Tampoco es
raro que la tasa de mortalidad aumentara durante la década 791. La tuberculosis hace su agosto y
conjuntamente con ella, en los barrios donde pululan los conventillos y las casitas de madera y zinc, toda
otra clase de enfermedades, en especial las gastrointestinales 792.

La jornada de trabajo corriente era la de 10 horas, pero algunos trabajaban hasta 12 y 14 horas.
Muy pocos eran los que lo hacían 8 o 9 horas. En 1881, la Unión de Obreros Albañiles solicitó que la
jornada fuera de once horas en verano y nueve en invierno 793. A pesar de las extensas jornadas, según
los cálculos de Patroni, el cotejo entre los ingresos y los gastos de un hogar obrero común de la época,
siempre arroja déficit 794. Según describe Panettieri, la situación reinante, con «un salario real en
constante desvalorización, continuos aumentos en los costos de artículos de primera necesidad,
excesivas jornadas de labor, manifiesta incomprensión patronal, indiferencia de los poderes públicos,
debían lógicamente provocar la reacción de los trabajadores» 795. Comienza entonces la protesta obrera.

Entre 1882 y 1887 ha habido huelgas esporádicas de yeseros, obreros de la construcción, carteros,
telefónicos y panaderos. En 1888 las huelgas son dos, tres en 1889 y cuatro en 1890. A partir de este año
se celebrará el 1° de mayo con concentraciones masivas presididas por banderas rojas y con canto de la
«Internacional». El anarquismo y el socialismo han arribado a nuestras playas, y pronto habrá
terrorismo y nihilismo en las calles, contestando con odio a esa indiferencia de los poderes públicos de
que habla Panettieri.

No mejoran las cosas desde la crisis del ‘90 en adelante. Las huelgas, que son 19 en 1895, en 1902
llegan a 26; en 1907 alcanzan a 231, con 169.000 obreros parados. En 1910 llegan a 298. Los motivos de
las huelgas revelan que las condiciones de trabajo no han mejorado: jornada horaria excesiva, salarios
bajos, represión a las organizaciones gremiales existentes, reclamos del establecimiento del seguro por
accidentes del trabajo a cargo de los empresarios, demanda de la reglamentación del trabajo de las
mujeres y los niños. Es verdad que el salario real entre 1894 y 1904 se recupera, pero entre 1904 y 1914
vuelve a caer. Sigue aumentando la tasa de mortalidad, por tuberculosis especialmente. La desocupación
supera el 5% aún en épocas de prosperidad, llegando al 20% en los años críticos.

El problema de la casa-habitación mejora un tanto: en 1904 la séptima parte de la población


porteña sigue viviendo en conventillos, a un promedio de 3 personas por pieza 796. En 1907 hay una
huelga de inquilinos por los excesivos precios que se obliga a pagar por misérrimos alojamientos; ella
tiene por escenarios a Buenos Aires y a Rosario: los inquilinos piden una rebaja del 30% en los alquileres
797.

Hacia 1895 el salario real baja en relación con el de 1886 798. En 1897 la jornada de labor de la
mayoría de los obreros seguía estando entre las 10 y 14 horas diarias 799. Los datos sobre los
presupuestos familiares entre 1908 y 1912, que exhibe Panettieri, demuestran que en general los salarios
percibidos no permiten mantener lo que llamamos canasta familiar 800. Esto obliga a trabajar a las
mujeres y a los menores, aquéllas a veces en su domicilio. Una fábrica de bolsas empleaba niñas de 6 a 7
años de edad 801. En 1903, prestaban servicios en Buenos Aires 11.723 mujeres, 10.922 menores de 16
años y 1.197 menores de 14 años. Las mujeres tenían una jornada de labor igual a la de los hombres. El
maltrato de los menores era común 802.

En los ingenios azucareros de Tucumán y Jujuy, en los obrajes, en las fábricas de tanino y en los
yerbatales del noreste, dice Panettieri, existió «la más cruel explotación humana» 803. Juan Bialet Masse,
enviado por el ministro Joaquín V. González a esas regiones para producir un informe sobre la situación
de esos obreros, hacia 1904, constata la existencia de salarios más miserables que los mínimos de
Europa, desocupación endémica por la maquinización de las tareas y por la muerte del artesanado
industrial, salarios pagados con bonos que el comercio recibe con una quita sustancial. El traslado en
tren para arribar a los lugares de trabajo era de un hacinamiento y de una suciedad propias para las
bestias; se dormía a la intemperie, la alimentación era insuficiente, los salarios atrasados, no pagados
para sujetar a los trabajadores a la situación, alimentos fiados que se cobran a precios elevados el día del
pago 804. Jornadas de sol a sol, con 12 horas de labor diaria, viviendas hediondas, promiscuidad de
hombres, mujeres y niños, vestimenta miserable, enfermedades continuas. Triste situación en los
ingenios azucareros, expone el diario «La Nación» en su edición del 8 de junio de 1903 805.

En La Rioja los comercios pagan salarios de $20 a $40 por mes; en las minas los sueldos
máximos no pasan de $45 mensuales, un peón ganaba apenas $1 diario. En dichos salarios iba incluida
la ración, que no era suficiente 806. En Corrientes, los peones ganaban de $8 a $ 10 mensuales y los
capataces $15, en ambos casos, más la comida 807.

En todas las regiones la mujer debe trabajar. Dice Rodríguez Marquina: «La mujer del artesano
es la bestia de carga sobre la que pesa toda la familia; ella es la que sufre; ella es la que revendiendo
frutas o amasando o lavando, o recibiendo pensionistas para darles de comer, consigue economizar unos
centavos para vestir a sus hijos y no pocas veces para alimentarlos» 808.

Juan Bialet Massé concluye: «Como ha podido ver V.E. en este informe, desde Santa Fe a Jujuy,
el almacén o proveeduría y el crédito al obrero sobre su salario, son las armas que esgrime la explotación
para estrujarle, sin reparar en fomentar vicios, antes bien induciéndolo a que se encenague en él,
manteniéndolo en un estado de embrutecimiento y de degeneración física y moral que constituye un
peligro público»809. Panettieri, resume: «Jornadas agotadoras; salarios por debajo de los necesarios para
la subsistencia; casi siempre sufriendo malos tratos; casi nunca cobrando sus jornales en moneda
nacional; presa fácil del alcohol y las deformaciones congénitas; subalimentado en un país donde
sobraban los alimentos, tal fue la triste trayectoria del trabajador criollo hasta más allá de 1930» 810.

Los sindicatos

La explotación del hombre por el hombre generada por el crudo capitalismo emergente del
liberalismo económico nacido a fines del siglo XVIII, provoca la aparición de una organización obrera
revolucionaria. El sindicalismo vuelve a tener vigencia por estos carriles, negados los derechos de los
trabajadores a agremiarse reconocidos desde la Edad Media. En 1864 aparece en Londres la I
Internacional, en la que tendrá prevalencia Carlos Marx, pero también en ella estarán presentes los
anarquistas, con Miguel Bakunin. Ya se visualizan las diferencias entre los socialistas, unos partidarios
de la utilización de los mecanismos políticos burgueses para implantar la dictadura del proletariado, y
otros quienes para llegar al mismo objetivo, propician la destrucción del Estado burgués mediante la
acción directa: los anarquistas.

Los inmigrantes que llegaron a Argentina en la segunda mitad del siglo XIX, fueron portadores de
estas ideologías y algunos dirigentes fundaron los primeros sindicatos.

En 1877 se constituyó la Unión Tipográfica sobre la base de la Sociedad Tipográfica Bonaerense,


que comenzó a actuar en 1857, quizás la más vieja entidad sindical del país. En 1878, la Unión
Tipográfica realizó la primera huelga importante en la República.

En la década del ‘80 aparecieron la Unión Obreros Panaderos y la Sociedad de Obreros


Molineros, las dos en 1881, la Unión Oficiales Yeseros (1882), Sociedad Obreros Tapiceros, Sociedad de
Mayorales y Cocheros de Tranvías (ambas en 1883). En este año se forma la Sociedad de Resistencia de
Obreros Marmoleros, y la Sociedad de Obreros Panaderos en 1885: estos dos gremios tienen como
objeto la lucha sindical, mientras que los mencionados anteriormente son de ayuda mutua,
fundamentalmente, lo mismo que «La Fraternidad», creada en 1887 por conductores y foguistas
ferroviarios 811.

En 1889 se constituyó en París la II Internacional, reunión a la que asistió un delegado del Club
Socialista Vorwaerts, fundado por alemanes en 1882. En esta Internacional predominaron los socialistas
y se estableció el 1° de mayo como «Día del Trabajo», en homenaje a los obreros ajusticiados en Chicago
y en demanda de la jornada de 8 horas de trabajo.

En nuestro país, el Club Vorwaerts constituyó un Comité Internacional Obrero, que celebró el 1°
de mayo por primera vez, en Buenos Aires, en 1890. Este Comité creó la Federación de Trabajadores de
la República Argentina en 1891, con su periódico «El Obrero». Fue la primera central obrera del país,
donde disintieron socialistas y anarquistas, lo que la llevó a su disolución en 1892. En 1894 hay una
segunda Federación del mismo nombre, y en 1896 una tercera: ambas fracasaron. Hemos analizado en
este trabajo el nacimiento del Partido Socialista, en 1896.

En 1901 aparece la Federación Obrera Argentina (FOA), integrada por socialistas y anarquistas,
que dura lo que un lirio. En 1903 se separan los socialistas y forman la unión General de Trabajadores
(UGT).

En 1902, según proyecto presentado por Miguel Cané, el Congreso dicta la ley n° 4.144, llamada
«de residencia», por la cual, mediante un simple decreto, el poder ejecutivo nacional podía, por el
artículo 2°, sin juicio previo, desterrar del país a todo extranjero «que comprometa la seguridad nacional
o perturbe el orden público»; además su artículo 3° prescribía que «el poder ejecutivo podrá impedir la
entrada al territorio de la República a todo extranjero cuyos antecedentes autoricen a incluirlo entre
aquéllos a que se refieren «los artículos anteriores», comprendiendo los casos de extranjeros
condenados o perseguidos por tribunales extranjeros por crímenes o delitos comunes, que también
podían ser expulsados (arts. 1 y 2).

En 1904, como las huelgas y la violencia obrera no cesan, Joaquín V. González, ministro del
interior de Roca, proyecta un Código del Trabajo que el Congreso no sanciona. Establecía la jornada de
trabajo de 48 horas semanales, 42 para los menores; el descanso dominical y en ciertos días feriados,
prescripciones sobre trabajo a domicilio, condiciones de higiene y seguridad, contratos colectivos,
asociaciones industriales y obreras, etc. Normas que prohibían a los gremios coaccionar a los obreros no
asociados para que no concurriesen a trabajar en caso de huelga, la facultad del Estado de disolver un
sindicato cuando alterase la paz y el orden, entre otros casos, hizo que tanto la FOA como la UGT
rechazaran el proyecto. No así el Partido Socialista, que en su sexto congreso reunido en Rosario aceptó
en general el proyecto.

Volviendo a la .evolución de las centrales gremiales, la FOA, que quedó con las anarquistas
solamente, se transformó, en su cuarto congreso, en Federación Obrera Regional Argentina (FORA). En
el quinto congreso se declaró consustanciada con el comunismo anárquico. En el seno de la socialista
UGT, aparece hacia 1903 la corriente sindicalista que declaró que: «Los sindicatos y no el partido
político son el arma principal de la lucha proletaria» 812. Los sindicalistas fueron una corriente
intermedia entre socialistas y anarquistas; no despreciaban la acción política, pero la subordinaban a la
actividad sindical; la huelga general, como método de lucha, los acercaba al anarquismo.

Las huelgas violentas llenan los primeros años del siglo. En 1907, en Ingeniero White, son
muertos 7 obreros por la policía. El 1° de mayo de 1909 hay dos actos en Buenos Aires: uno organizado
por la FORA, anarquista, y el otro por la UGT, socialista y sindicalista. Como el primero no había sido
autorizado, la policía intenta disolverlo; dado que los obreros insisten en realizarlo, aquélla apela a las
armas de fuego, lo que provocó 8 muertes y 40 heridos, entre los trabajadores. La UGT, cuyo mitin
estuvo permitido, se adhiere al duelo, y se declara la huelga general. Se implanta el estado de sitio y se
aplica la ley 4.144. En represalia, en noviembre, el jefe de policía, coronel Ramón L. Falcón, y su
secretario son muertos en un atentado anarquista. El clima de confraternidad obrera lleva ese mismo
año a la creación de la Confederación Obrera Regional Argentina (CORA), a la cual se volcó la DGT y
algunos gremios de la FORA, aunque esta siguió con su actividad.

En mayo de 1910, se aprestaba a vivir la República los festejos del centenario de la Revolución de
Mayo. Los anarquistas declararon la huelga general el 14 de mayo, por lo que se restablece el estado de
sitio. En junio de 1910 estalla una bomba en plena sala del teatro Colón, en uno de los actos
conmemorativos. El Congreso sanciona entonces la ley n° 7.029, llamada de «defensa social»: se
prohibía la entrada al país a los anarquistas y a los que preconizaran el uso de la fuerza contra
funcionarios públicos, o gobierno en general o instituciones de la sociedad. También se vedaba constituir
una asociación de personas o reunirse con la finalidad de propagar, instigar o cometer hechos
sancionados por las leyes nacionales. Los actos de terrorismo se reprimían hasta con la pena de muerte.

En 1914 se incorpora la CORA a la FORA; los sindicalistas mantienen ahora predominio en ésta.
En el IX congreso de la FORA, que se realiza en 1915, los asistentes se manifiestan mayoritariamente
sindicalistas. Los anarquistas, que pretenden un pronunciamiento a favor del comunismo anárquico, se
separan y forman su propia organización que denominan FORA del V Congreso. Quedan así perfiladas la
FORA del IX Congreso, donde conviven socialistas y sindicalistas, con prevalencia de éstos, y la
minoritaria FORA del V Congreso, que nuclea a anarquistas. La primera acrecentará su poderío en la
presidencia de Yrigoyen, quien mirará al sindicalismo con simpatía 813.

Además de las corrientes anarquistas, socialistas y sindicalistas, la cuestión social también


preocupa al catolicismo. En la I Asamblea de los Católicos Argentinos celebrada en Buenos Aires a partir
del 15 de agosto de 1884, en la que participaron más de 140 delegados de todo el país, se resolvió en
materia social seguir trabajando activamente por la implantación del feriado dominical 814, propició la
enseñanza técnica de la juventud mediante la creación de escuelas de artes y oficios; preconizó la
fundación de círculos de trabajadores con fines de edificación, propaganda y socorros mutuos, algunos
de los cuales ya funcionaban en Buenos Aires y en Córdoba; también auspició el establecimiento de
talleres obreros y oficinas de colocación para los desocupados. Estrada señaló como tema de estudio el
de la vivienda: «No hay sociedad sólida sin familia regular; y no hay familia regular sin hogar seguro e
independiente. Los arrendamientos precarios, las aglomeraciones de familias en edificios comunes, las
habitaciones estrechas e insalubres, conspiran contra la vida, contra la dignidad y contra la moral de las
clases obreras»815. Emilio Lamarca, en su intervención, además de condenar el clima fraudulento que se
vivía, y al «cosmopolitismo sectario» de quienes llamó «oligarquía», en el diario «La Unión», condenó la
política oficial autora de tanta corrupción y males sociales 816.

En 1891, León XIII escribía la encíclica «Rerum Novarum», en la que el Papa condenaba los
excesos del capitalismo liberal; afirmaba el derecho privado de propiedad pero le atribuía a ésta una
función social; no admitía la libre contratación del trabajo y afirmaba la necesidad del dictado de una
legislación social; condenaba como falso que el trabajo fuera una mercancía y que su valor dependiera de
leyes económicas inexorables, debiendo el salario del obrero bastarle para poder vivir él y su familia en
condiciones ordinarias; y defendía el derecho de los obreros a organizarse sindicalmente para defender
sus derechos. Los principios de esta encíclica fueron difundidos en Argentina, y desde allí en más, los
católicos se entregaron a la acción social.

El padre Federico Grote fundó en 1892 los Círculos de Obreros; que difundieron el mutualismo
entre los trabajadores y les ofrecieron un sano esparcimiento. En 1912 los círculos establecidos eran 77,
con 22.930 socios 817. Paralela a los Círculos de Obreros, Grote fundó en 1902 la Liga Democrática
Cristiana, para procurar formar corporaciones gremiales y profesionales, y trabajar para obtener una
legislación protectora de la clase obrera, entre otros objetivos 818.

En el II Congreso de los Católicos celebrado en Buenos Aires en 1907, se resolvió propiciar la


creación de sociedades protectoras de la familia obrera, la creación de sociedades de socorros mutuos, la
construcción de casas económicas para los obreros y el avance en materia de legislación social 819. Como
fruto del III Congreso realizado en Córdoba en 1908, Emilio Lamarca promovió la fundación de la Liga
Social Argentina, cuyos objetivos eran sustentar la organización cristiana de la sociedad, combatir todo
error o tendencia subversiva, «levantar intelectual y socialmente todas las profesiones y clases
sociales»820. La Liga Social Argentina logró contar con más de 5.000 adherentes en 1914, y el número de
centros en 1919 era de 184 821.

Los católicos estuvieron presentes en la sanción de las leyes sociales de la época. La primera, que
establecía el descanso dominical, de 1905, y la segunda, de 1907, que reglamentaba el trabajo de mujeres
y menores, ambas fueron propiciadas por el diputado Santiago O' Farrell, entre otros legisladores, como
el socialista Alfredo L. Palacios. O' Farrell fue presidente de la Federación de Círculos de Obreros. Ambas
conquistas ya habían sido propiciadas por los católicos desde 1884 en adelante. Estas dos leyes, según
Auzá, fueron las dos primeras leyes laborales que se dictaron en América 822.

Otro diputado católico, Arturo M. Bas, propició en 1915 la ley n° 9.688, de accidentes del trabajo,
y la ley n° 9.148 de agencias gratuitas de colocaciones, de 1913. Juan F. Cafferata, también militante
católico, propició en 1915 la ley n° 9.677 de viviendas económicas.

Fuera del período que estudiamos, Bas y Cafferata, propiciaron múltiples iniciativas convertidas
en leyes laborales, a veces, y otras, con menos suerte, quedaron en meros proyectos. Esto puede
consultarse en uno de los ilustrativos trabajos de Auzá 823. También, merced a los diputados José Luis
Cantilo y Ernesto Padilla, de extracción católica, fue reorganizado el Departamento del Trabajo, en 1912,
que había sido creado por ley de 1907.

Los católicos dijeron cosas profundas respecto de la cuestión social. Emilio La-marca, en aquella
época, demuestra que el liberalismo criollo sólo ha generado socialismo y anarquismo a fuerza de
predicar la inexistencia de Dios, de su ley, que «no hay más divinidad real, activa, imponente, que la
materia eterna, eternamente evolutiva», que «el hombre no es hechura del Creador, sino que desciende
de los célebres monos catarrhinos», que «no hay, por consiguiente, tal libre albedrío; todo se reduce a
fuerza y materia»824. Con tales apotegmas enseñados y practicados por los positivistas -profesores,
periodistas, funcionarios, científicos y «filósofos» del régimen- ciertos sectores sociales se dedicarán al
intento de destruir al Estado y a las fuerzas patronales. Dice Lamarca: «el pueblo es sencillamente lógico
y fatalmente saca las desastrosas consecuencias de las falaces doctrinas que se le inculcan». «Las hordas
de pitecántropos, una vez afeitados y descolados», en el ocurrente giro de Lamarca, desprovistos de todo
prejuicio ético, se entregan a la acción directa, aunque evolucionados en sus métodos, pues habiendo
rumiado los rudimentos de la física y de la química, están en condiciones de fabricar elementos
detonantes, agregamos nosotros.

Agrega Lamarca: «El liberalismo suele protestar contra semejantes doctrinas cuando se traducen
en hechos; pero él las ha iniciado, él ha puesto en duda hasta lo más sagrado, él ha cohonestado, él ha
suministrado las causas, él las ha fomentado y aplaudido, y para el pueblo estos no son cuentos; lo
precipitan a las vías de hecho». Y concluye afirmando que al coronel Falcón, son los liberales los que lo
han muerto. Los positivistas del ‘80 recogían a principios de nuestro siglo el resultado de lo que habían
sembrado 825.

La cuestión social no afectó solamente a la ciudad. En el campo la situación de los arrendatarios


era difícil, sometidos a leoninos contratos de locación, que significaban en muchos casos tener que
desprenderse de la mitad de lo recolectado, con plazos muy limitados de duración, y debiendo soportar
imposiciones de los dueños de las extensiones que exigían, por ejemplo, que las labores agrícolas se
realizaran con sus máquinas.

En 1912, en Alcorta, impulsados por el cura de la localidad, Pascual Netri, más de dos mil colonos
paralizaron sus labores agrícolas y exigieron contratos de arrendamiento de por lo menos 4 años, pago
del alquiler con un 25% de lo producido, libertad de realizar las labores agrícolas con las máquinas que
decidiera el agricultor, etc. El llamado «Grito de Alcorta» se irradió a zonas agrícolas de Buenos Aires y
Córdoba, y fue todo un éxito. Los propietarios se vieron obligados a aceptar la demanda de los colonos.
Las mejoras beneficiaron a muchos, pues el número de arrendatarios había crecido. En la provincia de
Santa Fe, el porcentaje de explotaciones trabajadas por gente que no era propietaria, pasó entre los años
en 1895 y 1914, del 37,59% al 69%, en la provincia de Buenos Aires del 40,64% al 56,54%, en Córdoba
del 13,14% al 56,86%, y en Entre Ríos del 20,91% al 43,06% 826.

Reforma constitucional de 1898

Dado que la Constitución establecía en el artículo 37 que los diputados se elegirían a razón de 1
cada 20.000 habitantes o de una fracción que no bajara de 10.000 habitantes, al reflejar el segundo
censo de 1895 que la población se había duplicado en relación con la del primero, en aplicación del
artículo 39, que prescribía que el número de diputados se iría arreglando conforme a los resultados de
los censos, los diputados, que eran 88, se habrían duplicado en cantidad, lo que parecía excesivo.

Tal situación motivó que se considerara necesaria una reforma de la Constitución, proponiéndose
que la Cámara de Diputados se compusiera con 1 representante cada 33.000 habitantes o fracción que
no bajara de 16.500, agregándose que «después de la realización de cada censo, el congreso fijará la
representación con arreglo al mismo, pudiendo aumentar pero no disminuir la base expresada para cada
diputado». También se propuso aumentar el número de ministros de! poder ejecutivo de cinco a ocho, y
reformar el artículo 67, inciso 1°, que prescribía la existencia de aduanas «uniformes en toda la nación»,
con el objeto de permitir la existencia de puertos libres en la Patagonia.

La Convención Constituyente funcionó en marzo de 1898 y aprobó solamente las dos primeras
reformas propuestas por el Congreso. Los diputados, que habían sido 88 (42 del litoral y 46 del interior),
pasaron a ser 120 (74 del litoral y 46 del interior), con el consiguiente aumento de los electores de
presidente y vicepresidente, en cuanto estos duplican el número de diputados y senadores que cada
distrito manda a las cámaras (artículo 81 de la Constitución): así, los electores serían 300: es decir, 172
del Litoral y 128 del interior; cuando hasta la reforma habían sido 104 del Litoral y 128 del interior. La
concentración humana en el Litoral le daría a éste, de aquí en más, preponderancia política. En relación
al aumento de los ministros, que quedó consagrado con la reforma, se especificó que en adelante, el
ramo de ellos sería deslindado por una ley, y no fijado por la propia Constitución, como hasta ese
momento lo había determinado el artículo 87.

CAPITULO 9 | 1. Saenz Peña y la reforma electoral

Sumario:La cuestión electoral. La figura de Roque Sáenz Peña. El proceso legislativo. Características de la reforma. Puesta
en práctica.

La cuestión electoral

En la primera década del presente siglo, dos graves problemas aquejaban a Argentina. En el
campo económico-social, ya se ha visto que los principios del liberalismo aplicados crudamente después
de Pavón, pero especialmente a partir de 1880, habrán generado una situación difícil para la clase
trabajadora que soportaba jornadas de labor agobiadoras, condiciones de trabajo muchas veces
inhumanas, salarios reales no siempre suficientes, carencia de viviendas aptas e higiénicas.

Los reclamos, manejados en buena parte por la dirigencia anarcosindicalista, fueron en muchas
ocasiones violentos, por sobre todo en Buenos Aires y Rosario. Desde el punto de vista social, pues, se
vivió un clima tensionado.

En el ámbito institucional, la burla en que se habían transformado los comicios, constituyó otro
motivo explosivo. Juárez Celman reconocía en 1906 en carta a Wilde: «La verdad verdadera es que hace
veinte años que no hay elecciones en la República, pues desde el Presidente de la República hasta el
gobernador de Jujuy, son nombrados, si no por decreto, por orden de su antecesor, y esto, más tarde o
más temprano, ha de traernos un gran escándalo»827. Otro de los responsables de este estado de cosas,
Pellegrini, lo reconoció claramente en ese año 1906: «Tenemos una nación independiente, libre,
orgánica y vivimos en paz pero nos falta algo esencial: ignoramos las prácticas y los hábitos de un pueblo
libre y nuestras instituciones son sólo una promesa o una esperanza... las prácticas viciosas que han ido
aumentando día a día han llevado a los gobernantes a constituirse en los grandes electores, a sustituir al
pueblo en sus derechos políticos y electorales»828. Si éstas eran las opiniones de los beneficiarios del
régimen de fraude en que se vivía, puede imaginarse cuál sería el pensamiento de la opinión pública
objetiva, o el juicio de la fuerza opositora por excelencia, el radicalismo. Así, la abstención electoral de
éste, lograda por la austeridad, la paciencia y el dominio de sí mismo de Yrigoyen durante casi dos
décadas, fue revolucionaria. El último estallido había sido en febrero de 1905, pero luego de alguna
manera la conspiración continuó.
Tales elementos inflamables juntos podían provocar un incendio de imprevisibles consecuencias.
Así lo comprendieron las mentes lúcidas del régimen conservador como Carlos Pellegrini. José Figueroa
Alcorta, Mariano Demaría, Indalecio Gómez, Guillermo Udaondo, Roque Saenz Peña 829. Había que
abrir una válvula de escape a tanta presión comprimida, y pareció que debía comenzarse por una
reforma electoral que posibilitara el juego limpio comicial 830, que sin comprometer la suerte triunfadora
del conservadorismo gobernante, cuya mayoría se descontaba con optimismo suficiente, posibilitara que
la minoría radical compartiera el poder como oposición de la élite en el poder.

José Figueroa Alcorta, siendo presidente, en entrevistas sucesivas con Hipólito Yrigoyen, ante
reclamos de éste para que se concretara dicha reforma electoral, según las versiones de ambos
protagonistas, mostró predisposición para que el cambio se produjera, dando noticia a Yrigoyen de que
había enviado al Congreso un proyecto de padrón militar. Dicha inclinación favorable del presidente
parece ser exacta teniendo en cuenta que Figueroa Alcorta, además de sepultar la carrera política de
Roca e intentar hacer lo mismo con la de Marcelino Ugarte, dos hombres del régimen renuentes a
admitir dicho cambio, posibilitó el acceso al poder, en 1910, de Roque Sáenz Peña, cuyas intenciones al
respecto eran claras 831.

La figura de Roque Sáenz Peña

El que fuera presidente argentino en el lapso 1910-1914, Roque Saenz Peña, era a la sazón una
prestigiosa figura de nuestra vida política. De clara ascendencia federal, pues sus dos abuelos fueron
integrantes de la legislatura de la provincia de Buenos Aires hasta Caseros, aunque fue miembro de la
élite liberal que nos gobernó desde 1880, siempre se lo vio enfrentar a lo peor que ese grupo dirigente
produjera en hombres y en hechos. Era de una moral y austeridad personales inobjetables, repudiaba las
actitudes maquiavélicas. En lo internacional fue americanista convencido como se lo señalaba la
ascendencia federal que puntualizamos 832.

Frente al cuadro de fraude, escepticismo e indiferencia cívica de su época, fue de los primeros en
advertir que ello se debía a la ausencia del pueblo en el momento en que las magistraturas políticas se
renovaban. Su oposición, y hasta enemistad con Roca, en este sentido, son esclarecedoras. Lo cierto es
que al asumir la primera magistratura el 12 de octubre de 1910, el nuevo presidente tenía ya decidida una
profunda reforma electoral. El tema lo había estudiado y conversado en Europa con Indalecio Gómez,
pues ambos se desempeñaban como diplomáticos argentinos en los meses previos a su ascenso al poder.
Por ello es que el gran autonomista salteño, hombre de recia raigambre católica, que había recibido del
grupo de José Manuel Estrada su definida preferencia por el juego limpio electoral, fue ministro del
interior en esta presidencia histórica.

El proceso legislativo

Saenz Peña tuvo dos entrevistas con Yrigoyen en septiembre de 1910, en las que éste fue
informado del propósito del presidente electo de impulsar una reforma electoral con padrón militar y
representación de la minoría. Y efectivamente, poco después de haber asumido, en diciembre de 1910,
por conducto del ministro Indalecio Gómez, se elevaron dos proyectos de ley al Congreso, el primero de
enrolamiento general, el segundo de padrón electoral. Un tercer proyecto, estableciendo el voto secreto y
obligatorio y el sistema electoral de lista incompleta, que posibilitaba la representación parlamentaria de
las primeras minorías, fue presentado en la Cámara de Diputados en agosto de 1911.

En julio de 1911 quedaron aprobados los proyectos de enrolamiento militar y padrón electoral. El
proyecto de ley electoral fue objetado en la cámara baja, pues el articulo 37 de la Constitución Nacional
establece que la elección de diputados se hace «a simple pluralidad de sufragios», con lo que parecía
prohijar el sistema de la lista completa, y ahora se preconizaba el sistema de la lista incompleta.
Indalecio Gómez intentó demostrar que el texto constitucional es compatible con un sistema que a
simple pluralidad de sufragios, le dé la mayoría a una lista de candidatos y la minoría a otra. El diputado
Manuel Augusto Montes de Oca, profesor de Derecho Constitucional de gran prestigio, arguyó en favor
del sistema adoptado por el proyecto, que los constituyentes de 1853, en materia de sistema electoral,
«no podían tener, como no tuvieron, noticia plena a su respecto. No puede decirse, pues, que
proscribieran de un sablazo, lo que no conocían de antemano», y agregó más adelante: «La frase ‘simple
pluralidad de sufragios', estén persuadidos de ello los señores diputados, iluminada por los antecedentes
de la República, no significa otra cosa que dar facilidades a los congresos e imponerles que no conviertan
en un recaudo sine qua non la exigencia de la mayoría absoluta» 833.

La iniciativa fue finalmente aprobada en su totalidad, menos en lo que refiere a la obligatoriedad


del sufragio. En el Senado se sanciona el proyecto completo, incluyendo la obligatoriedad. Al volver a
Diputados, esta Cámara ahora se pliega a la posición del Senado, era febrero de 1912.

La ley no 8.871, conocida como ley Sáenz Peña, fue promulgada por el presidente con un
manifiesto en el que se lee: «...la sangre dejó de derramarse en los campos de la rebelión, pero corrió en
los comicios, y los comicios presenciaron cruentas contiendas entre el pueblo apasionado y el oficialismo
partidario. La ausencia de las armas marcó, sin duda, un progreso, pero no es signo definitivo de la
conquista democrática. No basta. Necesitamos destruir a los agentes sucedáneos de la fuerza: a las artes
hábiles que hacen ilusorio el voto y el efectivo imperio de las mayorías. Cuando ellas desaparezcan,
entonces sí habremos llegado... Ni la ley ni el sistema que ella crea es una finalidad: es apenas un medio
que ha de realizar obra viviente por el calor y el aliento de los ciudadanos... No necesito repetir que al
ejecutar la ley, cumpliré mis compromisos contraídos con la Nación... He dicho a mi país todo mi
pensamiento, mis convicciones y mis esperanzas. Quiera mi país escuchar la palabra y el consejo de su
primer mandatario. Quiera votar»834.

Características de la reforma

Veremos ahora en rápida síntesis lo fundamental de la reforma electoral.

Por la ley n° 8.129, de enrolamiento general, se dispuso que éste fuera organizado por el
ministerio de Guerra: los ciudadanos varones, al llegar a los 18 años, tenían la obligación de enrolarse en
las oficinas del Registro Civil, recibiendo un comprobante que se denominó Libreta de Enrolamiento.
Ese registro de ciudadanos era base para el cumplimiento del servicio militar obligatorio.

Mediante la ley n° 8.130, de padrón electoral, se disponía la confección de esa nómina, tomando
como fundamento la lista de enrolados resultantes de la ley anterior. Esa tarea, esto es, la hechura de la
nómina de votantes en condiciones de sufragar en las elecciones, era del resorte de la justicia federal, que
debía controlarla, depurarla y nombrar a los funcionarios que debían organizar y llevar a la práctica los
comicios.

Las principales disposiciones que incluyó la ley electoral no 8.871, pueden sintetizarse así:

1°) Sufragio universal, sin excluidos por razones de cultura o condición económico-social.
Quedaban, sin embargo, descartados los dementes declarados tales en juicio, los sordomudos que no
sepan hacerse entender por escrito; los eclesiásticos regulares; soldados, cabos y sargentos de las fuerzas
armadas; agentes de policía; detenidos por juez competente; dementes y mendigos recluidos en asilos y
en general los que se hallen asilados en hospicios públicos, o habitualmente a cargo de congregaciones
de caridad; reincidentes condenados por delitos contra la propiedad durante cinco años después de
cumplida la condena; penados por falso testimonio o delitos electorales durante cinco años; los que
hubiesen sido declarados por autoridad competente incapaces de desempeñar funciones públicas;
quebrados fraudulentos hasta su rehabilitación; los privados de tutela y curatela por defraudación a los
bienes del menor o incapaz mientras no restituyan lo adeudado; los que estén bajo pena corporal y hasta
que sea cumplida; los que hayan eludido las leyes de servicio militar, hasta cumplir la pena
correspondiente; los excluidos del ejército con pena de degradación o por deserción hasta diez años
después de la condena; los deudores por apropiación o defraudación de caudales públicos hasta que no
satisfagan su deuda y los dueños y gerentes de prostíbulos.

2°) Voto obligatorio en todas las elecciones, con publicación del nombre del infractor y multa en
caso de incumplimiento. El voto no es obligatorio para las personas mayores de setenta años.

3°) Sufragio secreto: nadie puede conocer el texto del sufragio de los ciudadanos electores, a
cuyos efectos se instrumenta el uso del cuarto oscuro, el sobre cerrado, etc.

4°) Escrutinios centralizados y supervisados por la justicia federal, lo cual no es óbice a que pueda
realizarse el escrutinio provisorio en la mesa al término del acto electoral.

5°) Adopción del sistema electoral de lista incompleta. Cada ciudadano vota solamente por las dos
terceras partes de las vacantes a cubrirse, y no por la totalidad de ellas. Entonces, la mayoría obtiene sólo
dos terceras partes de las vacantes a llenarse, la otra tercera parte es obtenida por la minoría. Al hacerse
el escrutinio por candidatos, y no por lista partidaria, resulta factible que las bancas de la minoría sean
adjudicadas a candidatos de diversos partidos políticos.

Mediante el sufragio obligatorio se trató de terminar con la indiferencia cívica reinante. El voto
secreto era una garantía de que el sufragante votaría con libertad, sin la presión consiguiente a la
publicidad de su decisión. El padrón electoral estructurado por la justicia federal, automáticamente, sin
apelar a que el ciudadano se inscriba en él voluntariamente, y el control sobre los comicios ejercido por
esa justicia nacional, eran vallas opuestas a la posibilidad de que se cometiera fraude. El sistema de lista
incompleta facilitaba la supervisión del trabajo de la mayoría por la minoría, y contribuía a que el
partido ganador tuviera en la Cámara de Diputados una mayoría que, al menos, allanara la eficacia en su
labor de gobierno.

Puesta en práctica

La primera aplicación de la reforma electoral se produjo en marzo de 1912, con motivo de la


elección de gobernador y vicegobernador para la provincia de Santa Fe. Allí se utilizaron los nuevos
padrones, y el comicio fue controlado por el ejército. Triunfó la fórmula radical Menchaca-Caballero
sobre sus contendientes, una coalición conservadora obtuvo el segundo puesto, y el candidato de la Liga
del Sur, Lisandro de la Torre, se ubica tercero.

Alentado por esta victoria, al mes siguiente, abril de 1912, el radicalismo vuelve a imponerse en
las elecciones de diputados nacionales de la Capital Federal.

Parecía que el presidente Sáenz Peña estaba dispuesto a cumplir con la palabra empeñada, pero
los resultados de las elecciones de gobernadores, en ese mismo año 1912, en las provincias de Salta,
Córdoba y Tucumán, donde gana el conservadorismo, con protestas radicales de haberse cometido
fraude en las dos primeras, siembran la duda entre los prosélitos de Yrigoyen.

Los triunfos socialistas en elecciones de legisladores nacionales en la Capital Federal, en 1913 y


1914, ahora son materia de preocupación para las filas conservadoras, pues no debe olvidarse que el
socialismo era el partido «extremista» de esta época 835.

En La Rioja y Jujuy, en 1913, triunfan también los conservadores, con maniobras que empañan la
limpieza comicial.

En agosto de 1914 muere Sáenz Peña y asume ahora como titular del poder ejecutivo nacional el
vicepresidente Victorino de la Plaza, quien no tiene las mismas convicciones del autor de la reforma
electoral respecto a la necesidad de aplicar ésta. Sin embargo, en 1914 el radicalismo gana la provincia de
Entre Ríos, y Córdoba en 1915.

Entre tanto, por esos años el sector más moderno y lúcido del régimen oficialista, liderado por
Mariano Demaría y Lisandro de la Torre, urden el Partido Demócrata Progresista, experiencia que
consistía en tratar de confederar todos los partidos del liberal-conservadorismo, proclamando la fórmula
De la Torre-Alejandro Carbó para las elecciones presidenciales de 1916. Otros hombres del régimen,
como Marcelino Ugarte, al que pronto se pliegan Benito Villanueva y el doctor Julio A. Roca, hijo del
general, descreídos de la posibilidades de éxito que tendría el enfrentar al radicalismo en elecciones
honradas, afrontarían las elecciones en distintos distritos sin plegarse a la fórmula demócrata
progresista.

El radicalismo, mientras tanto, arrastra su propia problemática interna. El líder, Hipólito


Yrigoyen, debido probablemente a los resultados adversos en algunas provincias fruto de los manejos
oficialistas, era más bien partidario de abstenerse en las elecciones presidenciales. Chocó con la posición
concurrencista de la mayoría de la convención partidaria, que proclamó la fórmula Yrigoyen- Pelagio B.
Luna. El caudillo renuncia a su postulación, pero ante el rechazo de la dimisión, que por aclamación
unánime hace la asamblea radical, expresa: «Hagan de mí lo que quieran» 836.

Las elecciones para renovar el poder ejecutivo nacional se desarrollan el día 2 de abril de 1916. Se
eligen 300 electores de presidente y vicepresidente. De acuerdo a la Constitución Nacional se
necesitaban 151 para el triunfo, pues de lo contrario el Congreso decidía entre las dos fórmulas más
votadas. Debe puntualizarse que aquél tenía amplia mayoría conservadora.

El binomio Yrigoyen-Luna sólo obtiene 141 electores, porque los electores santafesinos, 19 en
total, a pesar de ser radicales, como se mantienen en disputa con el comité nacional del partido, se
resisten a votar a Yrigoyen. A pesar de esto, el radicalismo en todo el país ha obtenido 370.000 votos,
contra 340.000 de todos los demás partidos juntos. Los dirigentes radicales, deseosos de llegar al poder,
incitan a Yrigoyen a negociar la adhesión de los electores santafesinos; pero el líder, enemigo de los
enjuagues de trastienda, se encierra en su establecimiento de campo, negándose a transar, y dejando en
libertad a los electores santafesinos para que cumplieran con el dictado de sus conciencias. En realidad,
lega a la posteridad un gran ejemplo de conducta cívica y de dominio de sí mismo 837.

Los conservadores no demócratas progresistas obtuvieron 69 electores, y 65 la fuerza de Lisandro


de la Torre. Entonces, los primeros se entregaron a urdir una maniobra que llevara el proceso electoral al
Congreso, donde pensaban imponer su fórmula ángel D. Rojas-Juan R. Serú.

Fue Ricardo Caballero quien convenció a los disidentes santafesinos a decidirse por Yrigoyen para
que finalmente éste obtuviera los 152 electores necesarios 838.

Incitado el presidente de la Plaza a desconocer este resultado, por presuntas irregularidades que
se habrían cometido durante las elecciones, del 2 de abril, en los distritos de Santa Fe y Santiago del
Estero, el primer mandatario desechó la instigación dando otro ejemplo de civismo.

2. Los gobiernos radicales

Sumario:Primera presidencia de Yrigoyen (1916-1922). Política interior. Política exterior. En lo económico. En el campo
social. En el ámbito educativo. Política interna. Elección de Alvear. La gestión de Marcelo T. de Alvear (1922-1928). Política interna.
División del radicalismo. Política exterior. En el área económico-social. Segunda presidencia de Yrigoyen (1928-1930). Crisis de 1929.

Primera presidencia de Yrigoyen (1916-1922)

Política interior

El 12 de octubre de 1916 fue la fecha en que asumió la presidencia el primer jefe del poder
ejecutivo nacional elegido por la libre voluntad de sus conciudadanos. La jornada fue memorable:
prácticamente en brazos del pueblo entró Yrigoyen en la Casa Rosada, pues desenganchados los caballos
de su carruaje, éste fue arrastrado a pulso por la multitud enfervorizada. Seis años después, otra
muchedumbre impresionante lo acompañaría a su domicilio desde la sede del gobierno que abandonaba,
al cumplir el período señalado por la Constitución Nacional. Pareciera que estos hechos aportaran su
cuota testimonial, en el juicio que puede merecer la labor de un primer mandatario democrático.
Formó su ministerio con figuras que, salvo alguna excepción, no brillaban ni por su apellido ni
por su posición social.

La labor política de Yrigoyen tuvo sus dificultades. No contó con mayoría propia en el Senado a lo
largo de todo el período, en la Cámara de Diputados la logró recién en 1918. El sistema constitucional de
renovaciones de la mitad de los diputados cada dos años y de la tercera parte de los senadores cada tres
años, aunque el término de sus mandatos respectivos fuera de cuatro y nueve años, conspiró impidiendo
que Yrigoyen contara con el apoyo del parlamento a lo largo de los seis años de su gestión.

El presidente tuvo que manejarse con decretos: no prosperaron iniciativas importantes del poder
ejecutivo, tales como el código del trabajo, la creación de la marina mercante nacional, la oposición a
nuevas concesiones ferroviarias, la reglamentación del trabajo en obrajes y yerbatales, la legislación
sobre cooperativas agrícolas, la provincialización de La Pampa, Misiones y Chaco, la creación del Banco
Agrícola, la fundación de la gendarmería nacional, la construcción de astilleros navales, el abaratamiento
de la vivienda, el salario mínimo, la ley orgánica del petróleo, entre otros numerosos proyectos 839.

En su propósito de sanear las situaciones provinciales, gobernadas por regímenes espúreos, para
facilitar la elección de gobernadores y legislaturas por la libre decisión de la ciudadanía, Yrigoyen ya
había sugerido al entonces presidente Figueroa Alcorta la intervención de los catorce estados federales,
donde radicaba el pivote del fraude, practicado en forma sistemática desde la creación de la Liga de
Gobernadores, de la que fue alma Juárez Celman, y posteriormente, Roca 840. Ese proyecto lo llevaría a
cabo en su presidencia, pero con dificultades, pues el Congreso, adverso, se resistió a efectuar el
operativo de higiene cívica.

Las intervenciones federales, que se llamarían «reparadoras», tendientes «a poner las provincias
en condiciones electorales», se concretaron despaciosamente por decretos del poder ejecutivo en
momentos en que estaba en receso el Congreso. Salvo las provincias gobernadas por radicales, que
habían obtenido el poder por la vía legítima, las demás fueron intervenidas: los interventores enviados
sólo tenían por misión llamar a elecciones cabales, y fuera cual fuera el ganador, la provincia debía ser
entregada al legítimo triunfador. Muchos distritos provinciales fueron conquistados por el radicalismo,
pero otros, como Corrientes y San Luis, donde los conservadores se impusieron, la libre decisión popular
fue respetada. Por ese medio, el mapa político argentino se encontraba depurado al término de la gestión
yrigoyenista.

El clima de libertad que se vivió en esta época fue altamente elogiable. La primera guerra mundial
y los problemas que nos suscitara, los reclamos sindicales, las luchas políticas internas, el debate de las
ideas en todos los planos, transforman a la República en escenario de pugnas intensas a través del
ejercicio de las libertades de prensa, de reunión, de petición a las autoridades, de asociación con fines
legítimos. Las garantías individuales rigen plenamente, el estado de sitio fue archivado como posibilidad.

En el plano espiritual, las relaciones entre el poder temporal, representado por Yrigoyen, y la
Iglesia Católica, fueron buenas y cordiales. El presidente se opone a la reforma de la constitución de la
provincia de Santa Fe porque iba a establecer la separación de la Iglesia y el Estado, y porque hace
profesión de ateísmo al negarse siquiera a nombrar a Dios 841.

También se encarga de malograr un proyecto de ley que establecía el divorcio vincular, con el
envío de un mensaje al Congreso donde se leen conceptos como estos: «La organización de la familia,
base fundamental de la constitución de las sociedades, será puesta en debate... una iniciativa que
amenaza conmover los cimientos de la familia argentina en su faz más augusta... nuestros hogares, desde
los más encumbrados hasta los más modestos, viven felices bajo los auspicios de sus leyes tutelares... el
tipo ético de familia que nos viene de nuestros mayores, ha sido la piedra angular en que se ha fundado
la grandeza del país, por eso el matrimonio tal como está preceptuado conserva en nuestra sociedad el
sólido prestigio de las normas morales y jurídicas en que reposa. Toda innovación en ese sentido puede
determinar tan hondas transiciones que sean la negación de lo que constituyen sus más caros atributos...
El poder ejecutivo deja así expresado su pensamiento inspirado en la defensa de la estabilidad y armonía
del hogar, fuente sagrada y fecunda de la patria. Dios guarde a vuestra honorabilidad» 842.

El ejercicio de la oposición al gobierno tuvo como epicentros a casi toda la prensa comercial, el
Congreso, buena parte de los medios universitarios, los partidos políticos adversos, incluso el influyente
sector «azul» dentro del radicalismo, los círculos económicos encumbrados. La crítica apeló incluso al
infundio y el insulto. Yrigoyen soportó con su proverbial estoicismo y dominio de sí mismo las
andanadas de sus adversarios. En general contestó con el silencio a las expresiones de los juicios
despiadados y hasta aleves, no permitiendo tampoco que sus allegados contestaran la calumnia y el
insulto. Caballero cristiano fue el ex-comisario de Balvanera y nieto de mazorquero 843.

Política exterior

En el ámbito internacional, las dificultades fueron graves, en general derivadas de la situación


conflictiva generada por la primera guerra mundial. Al estallar ésta durante la precedente presidencia,
de Victorino de la Plaza, se declaró la neutralidad argentina, que era lo que correspondía, en cuanto no
solamente no se justificaba ni ética ni jurídicamente otra actitud, sino además por ser la posición que
convenía a los intereses comerciales argentinos. Como la situación no varió durante la presidencia de
Yrigoyen, por su alto sentido moral no admitió ningún cambio en la materia, a pesar de las vicisitudes
graves que respecto de la guerra debió afrontar. Es que su cultura vernácula le había enseñado a
Yrigoyen que sólo está permitido guerrear cuando hay una causa justa 844.

Las que sí cambiaron fueron las presiones interesadas. Por empezar, la de Estados Unidos al
entrar en la guerra en 1917, a que luego se sumarían la de los círculos internos de alguna manera
vinculados a la causa de los aliados: Estados Unidos, de Inglaterra, de Francia. La propia colonia de
extranjeros italianos, partidos políticos, prensa, universidad, altos núcleos económicos, buena parte de la
propia dirigencia radical, y embajadas extranjeras, coaccionaron fuertemente al presidente para que
rompiera relaciones con Alemania y Austria-Hungría.

Yrigoyen permaneció impertérrito aun frente a situaciones muy difíciles, como cuando
submarinos alemanes, en abril y en junio de 1917, hundieron dos buques mercantes de bandera
argentina. En ambos casos Yrigoyen exigió al gobierno alemán explicaciones, desagravio al pabellón
nacional ofendido e indemnización, y como ese Estado accedió a lo solicitado, incluso, en el segundo
caso, asegurando «respetar en lo sucesivo a los barcos argentinos en su libre navegación de los mares», a
pesar de la medida de bloqueo submarino a Inglaterra, Yrigoyen se dio por satisfecho y no hubo ruptura
porque la motivación había desaparecido.

En septiembre, la causa fue más grave: el servicio de informaciones británico detectó tres cables
del ministro alemán en Buenos Aires conde Carlos von Luxburg, en el que este llamaba a nuestro
ministro de Relaciones Exteriores, Honorio Pueyrredón, como «notorio asno anglófilo», e incitaba a
hundir los buques de bandera argentina que transportaban alimentos y otras mercaderías a Inglaterra
«sin dejar rastros», es decir, sin salvar a la tripulación como había ocurrido en los dos casos anteriores.
Como el gobierno alemán reaccionó prestamente manifestando que dichos cables expresaban conceptos
no aceptados por la cancillería germánica, nuestro gobierno declaró a von Luxburg «persona no grata» y
le quitó los privilegios diplomáticos. Yrigoyen se dio por satisfecho en cuanto a Alemania, y a pesar de
que el Congreso votó la ruptura de relaciones con ese país, el presidente se mantuvo firme en la
neutralidad. El primer mandatario manifestó su enojo al ministro británico en nuestro país porque
Inglaterra había publicado los cables antes de informar al gobierno de Buenos Aires.

El líder radical intentó arrastrar a Latinoamérica en su política de evitar romper relaciones con
determinados países, sin causa suficiente. Con tal motivo convocó una conferencia de naciones del área
para que se pronunciaran por la neutralidad. La interferencia norteamericana y el hecho de que países
como Brasil tenían rotas las relaciones con Berlín, más la actitud dubitativa de otros, hizo fracasar el
proyecto. Sólo Méjico y Colombia aceptaron decididos el llamado de Yrigoyen.

El hispanoamericanismo práctico del presidente tuvo ocasión de manifestarse cuando presentó


un proyecto de ley que ordenaba la condonación de la deuda de Paraguay respecto de Argentina, que
databa de la época de la guerra con ese país del siglo pasado. También cuando, tomado el puerto de
Santo Domingo por Estados Unidos, el comandante de un buque de guerra argentino consultó a nuestra
cancillería si debía saludar al pabellón norteamericano que ondeaba en dicho puerto, Yrigoyen hizo
contestar que debía saludarse la bandera dominicana. Decidió honrar a la Madre Patria, España,
declarando feriado el día 12 de octubre, fundando el decreto respectivo en estos considerandos: «1°) Que
el descubrimiento de América es el acontecimiento de más trascendencia que haya realizado la
humanidad a través de los tiempos...; 2°) Que se debió al genio hispano... efemérides tan portentosa cuya
obra no quedó circunscripta al prodigio del descubrimiento, sino que la consolidó con la conquista,
empresa ésta tan ardua y ciclópea que no tiene términos posibles de comparación en los anales de todos
los pueblos; 3°) Que la España descubridora y conquistadora volcó sobre el continente enigmático y
magnífico el valor de sus guerreros, el denuedo de sus exploradoras, la fe de sus sacerdotes, el
precepticismo de sus sabios, las labores de sus menestrales; y con la aleación de todos estos factores,
obró el milagro de conquistar para la civilización la inmensa heredad en que hoy florecen las naciones a
las cuales ha dado, con la levadura de su sangre y con la armonía de su lengua, una herencia inmortal
que debemos de afirmar y de mantener con jubiloso reconocimiento».

Ante los grandes del mundo, la actitud de Yrigoyen volvió a ser la digna de la etapa heroica de
nuestra historia.

Señalamos dos hechos donde marcó la impronta. Cuando el ministro inglés en Buenos Aires,
Reginald Tower, declaró en el diario «La Nación» que Gran Bretaña daría preferencias en el comercio a
países rupturistas como Brasil y Uruguay, en obvia referencia a la firme actitud yrigoyeniana de
mantener neutral a Argentina, el presidente lo hizo comparecer a su despacho para que diera
explicaciones de sus dichos, bajo amenaza de hacerlo salir de la República. Tower hubo de rectificarse. Y
cuando en 1919 se formó la Sociedad de las Naciones, Yrigoyen exigió que en su seno todos los países,
vencidos, vencedores y neutrales durante la guerra, fueran tratados en forma absolutamente igualitaria,
a pesar de la oposición de nuestros representantes en la Liga, Marcelo T. de Alvear y Fernando Pérez.
Como la propuesta del gobierno argentino no fue acogida por la asamblea internacional, Yrigoyen
ordenó el retiro de la delegación argentina. En realidad, la señera actitud de Yrigoyen resultó profética,
pues el encono con que fue tratada Alemania por los vencedores, hizo germinar en esta nación factores
de resentimiento que facilitaron el camino del totalitarismo nazi hacia el poder, y el nacimiento del ansia
de desquite, elementos que tanto tuvieron que ver con la causalidad de la segunda conflagración
mundial.
En lo económico

La guerra trajo sus inconvenientes a nuestra economía, pero también, desde cierto ángulo, fue
beneficiosa. Cesó la venida de capitales externos y con ello disminuyeron las inversiones. Creció el
volumen de nuestras exportaciones de productos primarios, especialmente de carnes congeladas,
alimento de soldados en guerra, hasta triplicarse entre 1914 y 1920, aunque las exportaciones de carnes
enfriadas y cereales disminuyeron, las primeras por el aflojamiento del mercado inglés en guerra y los
segundos por falta de bodegas debido al mismo evento. Las importaciones decrecieron por la conversión
de las industrias de Europa y Estados Unidos en industrias productoras de armamentos, el mercado
interno consumidor exigió entonces que se produjera en Argentina lo que se importaba de esos países, y
algunas industrias mejoraron a pesar de la restricción en la importación de maquinarias y algunas
materias primas vinculadas a la construcción.

Yrigoyen no inauguró una política proteccionista, aunque mantuvo la situación de las industrias
que ya venían protegidas desde las administraciones anteriores, como la del vino, azúcar y harina. En
virtud de las restricciones a las importaciones apuntadas, creció algo la industria textil, algunas
metalíferas, tabacalera, vitivinícola, la aceitera, la del tanino, lechera, combustibles como carbón y
alquitrán, ácido tartárico, sulfato de aluminio, ácido acético, papelera, cervecera, fundiciones de plomo,
explotación del manganeso y del azufre, amianto, talco, mica, sal, cemento.

Dificultó el desarrollo industrial la falta de mano de obra especializada, de crédito, de conciencia


industrial, de protección, como apuntamos. Lamentablemente, el atisbo de crecimiento industrial
durante la guerra no se cuidó en el período de postguerra: una vez que los países contendientes
rehicieron su industria, volvieron a abastecernos con sus manufacturas sin que las administraciones
radicales intentaran revertir el proceso 845. En 1920 ya estábamos en el nivel de producción agrícolo-
ganadera de 1914, volveríamos a ser el granero del mundo, por lo que salvo algún visionario como
Alejandro Bunge, nadie pensaba en que Argentina debía diversificar su producción industrializándose, ni
siquiera los socialistas, pues eran partidarios del librecambio como factor que aparentemente abarataba
la canasta familiar de los obreros.

Entre los años 1914 y 1921 creció nuestro comercio con Estados Unidos, puesto que Inglaterra y
otros países europeos, que eran teatro de la guerra, no nos pudieron seguir surtiendo, como se ha
puntualizado. Después de 1918 ellos debieron rehacer sus economías y por algún tiempo tuvieron poco
que ofrecernos. Argentina, pues, que tenía superávit con Inglaterra y en general con Europa, pues éstas
le compraban alimentos en grandes cantidades y le vendían moderadamente, mantenía déficit con
Estados Unidos, que nos vendía mucha manufactura, pero nos compraba poco, al contar con una
producción agrícolo- ganadera similar a la nuestra. Se generó así un esquema comercial triangular, que
nos permitía saldar nuestro déficit con Estados Unidos con el superávit con Europa. Aquél empieza a
invertir entre nosotros en frigoríficos, desde antes de la guerra, y luego, especialmente durante la gestión
de Alvear, en la radicación de diversas industrias alimenticias, electrónica, química, armado de
automóviles, neumáticos, etc., y comienza, además, a convertirse en nuestro prestamista 846.

A partir de 1920 se produce una crisis ganadera de la que hablaremos al referirnos a la


administración de Alvear.

Yrigoyen participa de las ideas de que Argentina debe manejar su moneda, su crédito, la
comercialización de su producción, la explotación de las fuentes de energía, los transportes. Al respecto
proyecta un Banco Central estatal, nacionalizar nuestro comercio exterior desalojando al «pool»
exportador de cereales que dominaba este ámbito, la creación de una marina mercante de bandera
argentina, la producción petrolífera por medio de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, como veremos.

En el área ferroviaria se controlaron celosamente las concesiones efectuadas a compañías


extranjeras, en materia tarifaria y de fijación de la cuenta capital; se impulsó la obra de Ferrocarriles del
Estado, y se buscó la salida al Pacífico con este medio de transporte, por Huaytiquina al norte y por
Zapala al sur, ensayando romper la estructura de abanico de nuestros ferrocarriles que facilitara a las
producciones del noroeste y centro-sur-oeste, las zonas pobres de Argentina, su comercialización con los
países del área pacífica: Perú, Chile, Bolivia.

Salvo lo que pudo hacerse en ferrocarriles y comenzar a realizarse en materia petrolífera, los
demás proyectos se vieron obstaculizados por el Congreso, en especial el Senado, y por los intereses
creados 847.

En materia de población, durante la guerra, como es obvio, decrece la inmigración, pero


terminada aquélla, la llegada de nuevas oleadas de inmigrantes vuelve a hacerse común 848. Sigue
aumentando la población urbana en relación con la rural, y la del Litoral, en especial la de Buenos Aires,
en relación con la del resto del país.

En el campo social

En el campo social, durante la gestión yrigoyenista, el salario real bajó, especialmente hasta 1918.
Esto y el clima de libertad imperante hace crecer el número de huelgas de 80 en 1916, a 367 en 1919, y
206 en 1920; el número de huelguistas que es de 24.000 en 1916, sube a 308.000 en 1919 y a 134.000 en
1920 849.

Con Yrigoyen, el Estado cambia de actitud frente a los conflictos entre el capital y el trabajo, el
presidente no admite el concepto marxista de la lucha de clases como positivo, sino que participa de las
convicciones de nuestra cultura tradicional, en el sentido de que los distintos estamentos sociales no
existen para agredirse, sino para colaborar confraternizando en la construcción de una Nación donde
impere el bien común y el progreso 850.

En 1916, apenas llegado el caudillo radical a la presidencia, durante una huelga de estibadores, la
policía agredió a una manifestación de ellos. Yrigoyen hizo detener a quien había comandado la
represión, ordenando a las fuerzas de seguridad que cesasen estos procedimientos cargados de
parcialidad. Ante la huelga de ferroviarios de 1917, las fuerzas patronales aconsejaron a Yrigoyen se
reemplazaran los empleados parados por maquinistas y fogoneros de la marina, recibiendo esta
contestación del presidente: «Entiendan, señores, que los privilegios han concluido en el país y que de
hoy en más las fuerzas armadas de la Nación no se moverán sino en defensa del honor o de su
integridad. No irá el gobierno a destruir por la fuerza esta huelga, que significa la reclamación de dolores
inescuchados. Cuando ustedes me hablaban de que enflaquecían los toros en la exposición rural, yo
pensaba en la vida de los señaleros, obligados a permanecer veinticuatro y treinta y seis horas
manejando los semáforos...». En 1919, en nota a la Asociación del Trabajo, refiriéndose a las fuerzas del
capital y del trabajo, expresó: «En la armonización necesaria e indispensable de esos dos grandes
factores, es donde ha de hallarse la tranquilidad general y el bienestar común» 851.

Así fue logrando que algunas expresiones del movimiento obrero, en especial las corrientes
sindicalistas de la FORA del Noveno Congreso, fueran abandonando actitudes radicalizadas y violentas,
sustituyendo los símbolos rojos por los azul-celestes y blancos y el canto de la «Internacional» por el
Himno Nacional.

La vigencia de las garantías para asociarse gremialmente con libertad hizo subir el número de
sindicatos de 70 en 1916, a 750 en 1920, y los afiliados de 40.000 en 1916, a 700.000 en 1920. Desde
1915 dos grandes centrales dominan las organizaciones obreras argentinas: la FORA del Noveno
Congreso, con mayoría sindicalista y otros sectores menores socialistas, comunistas e independientes; y
la FORA del Quinto Congreso, de tendencia anarquista. La primera es la más numerosa, con más
cotizantes 852.

Uno de los hechos más controvertidos de esta época en materia social es el vinculado con la
llamada «semana trágica». Los obreros de los talleres metalúrgicos Vasena se hallaban en huelga desde
principios de diciembre de 1918 pedían una jornada de ocho horas y mejores salarios. La única actividad
que se cumplía era el transporte de materiales en chatas, lo que tenía irritados a los huelguistas. El 3 de
enero de 1919 hubo un tiroteo y, dos días después, otro entre huelguistas y custodios privados de la
empresa. Intervino la policía y un agente resultó muerto, el primero de una larga serie. Los huelguistas
incomunicaron a los talleres cortando la electricidad, los teléfonos y el agua. El 7 de enero se atacaron
seis chatas custodiadas por la policía a pedradas; se produjo un nuevo tiroteo y cayeron cuatro
huelguistas muertos con un buen número de heridos. El 9 de enero, con motivo del entierro de los
caídos, el sindicato metalúrgico declaró un paro, y luego se llegó a la huelga general. Ese día, en el
recorrido del cortejo fúnebre, en buena parte de la ciudad y en el cementerio mismo, se produjeron
verdaderas batallas campales entre los activistas obreros y las fuerzas de seguridad con muchos muertos
y heridos de ambas partes, destrucción de tranvías, automotores y carros, interrupción del tráfico,
vidrieras y faroles hechos añicos, automóvil del Jefe de Policía volcado e incendiado, atraco a una iglesia
y a una comisaría, robo de armerías. Hubo de intervenir el ejército al mando del general Luis Dellepiane
para restablecer el orden.

Ayudó a resolver el conflicto el acuerdo entre Alfredo Vasena y la FORA del 9° Congreso, con la
intervención mediadora de Yrigoyen, Dellepiane y del Jefe de Policía, Elpidio González. Los obreros
presos fueron puestos en libertad y se restableció la calma. Es de puntualizarse que extremistas de
ambos lados, anarquistas de la FORA del 5° Congreso y maximalistas influidos por los aires de la
Revolución rusa de 1917 en una punta, y milicias privadas de origen patronal, la «Liga Patriótica» de
Manuel Caries, que pretendían colaborar con la policía, en el otro extremo, contribuyeron a que se
produjera y se intensificara este inútil baño de sangre 853.

La Patagonia fue teatro, entre 1920 y 1921, de sucesos aun más desdichados. Sobre el meollo de la
cuestión Osvaldo Bayer ha escrito: «Pero ¿qué había pasado en la Patagonia? O mejor dicho, ¿qué era la
Patagonia en 1920? Simplificando, podemos decir que era una tierra argentina poblada por peones
chilenos, y aprovechada por un grupo de latifundistas y comerciantes... El Presidente... comprende bien
que se han dado circunstancias muy adversas que pueden ser aprovechadas en cualquier momento por el
Gobierno chileno para poner pie en la Patagonia». El teniente coronel José Luis Picciuolo realiza esta
descripción: «En 1918 (Santa Cruz) vivía de su lana y de la carne ovina. La falta de exportación trajo
crisis económica; las condiciones de los trabajadores en varios aspectos, era deficiente. En su mayoría
eran extranjeros; particularmente, chilenos e inmigrantes venidos de Europa... Recordemos nuevamente
que la Patagonia (y Santa Cruz especialmente) no estaba integrada a la Argentina» 854.

En noviembre de 1920, la Sociedad Obrera de Río Gallegos, con el liderazgo de Antonio Soto, de
tendencia anarquista, bajo la presión de maximalistas afectos a la Revolución rusa de 1917, declaró una
huelga por los salarios y viviendas deplorables de los peones rurales, que en más de un noventa por
ciento eran chilenos; a poco se transformó en huelga general en todo el territorio de Santa Cruz. Las
estancias son ocupadas por activistas que retienen como rehenes a patrones y capataces. Los dirigentes
anarquistas reciben el apoyo de expresidiarios de Ushuaia, librándose verdaderas batallas campales con
la policía. Entonces, el gobierno de Yrigoyen manda al frente de su regimiento al teniente coronel Héctor
Benigno Varela, a poner orden.

El gobernador de Santa Cruz, ángel Izza, lauda entre patrones y obreros dándole razón a éstos.
Varela, que advierte las pésimas condiciones de vida de los peones rurales, asiente al laudo y retorna a
Buenos Aires con sus soldados. Pero los estancieros no cumplen con las mejoras laudadas por el
gobernador. Entonces, por indicación de Soto, los peones abandonan el trabajo y vuelven a tomar
rehenes en las estancias, los que son bien tratados. Grupos numerosos de peones armados y con
banderas rojas recorren el territorio de Santa Cruz.

Escribe Iñigo Carrera sobre la situación reinante: «Los huelguistas, armas en mano, saqueaban
las estancias, incendiaban instalaciones, se apoderaban de bienes de todo tipo, tomaban rehenes, y
recorrían el territorio distribuyéndose en grandes bandas de varios centenares de hombres. El miedo se
había expandido entre la población. Las familias emigraban a los puertos. La región estaba detenida en
sus actividades... Las dos terceras partes de los huelguistas levantados en armas eran chilenos. No
existían bases o destacamentos militares argentinos en la Patagonia al sur de Bahía Blanca; en cambio
Chile poseía en Punta Arenas el regimiento Magallanes, además de su fuerte cuerpo de carabineros en la
línea fronteriza... Los chilenos hacían la vista gorda ante la presencia de compatriotas agitadores y
huelguistas que cruzaban la línea. Había una sospechosa abundancia de armas de fuego entre los
huelguistas, que solamente podían haberlas recibido del lado chileno. La rapidez y organización
estratégica del levantamiento... denunciaban la presencia de asesoramiento castrense profesional. Había
suficientes indicios como para tener por cierta una actitud preintervencionista por parte de Chile. Ya en
plena campaña, el capitán Viñas Ibarra, al mando de una de las columnas de Varela, capturó durante las
operaciones a diez hombres armados, que resultaron ser diez carabineros chilenos que luchaban con los
huelguistas. Entregados al país vecino por expreso pedido de Ibáñez del Campo, y a pesar de haberlos
este declarado desertores que debían ser enjuiciados como tales, fueron nuevamente hallados por Viñas
Ibarra en territorio argentino y disparando contra nuestros soldados» 855.

Yrigoyen envía otra vez entonces a Varela comandando el 10° de caballería, quien es munido de
instrucciones demasiado generales: restablecer el orden. El jefe militar está enconado con Soto y sus
prosélitos, pues le habían dado palabra de no volver a las andadas, y no han cumplido. Además, estaba el
grave problema chileno.

Al llegar a Río Gallegos en noviembre de 1921, se encuentra con una total paralización de
actividades, dueños y capataces de estancia tomados como rehenes, la policía amedrentada, subvertida la
autoridad, desorden generalizado. Varela exige sometimiento incondicional a los huelguistas, en cuyo
caso asegura toda clase de garantías para ellos y sus familias, «comprometiéndome a hacerles justicia en
las reclamaciones que tuvieren que hacer contra las autoridades, como asimismo a arreglar la situación
de vida para en adelante de todos los trabajadores en general». Si no lo hacían en 24 horas, afirma que
los sometería por la fuerza y que fusilaría a todos los que dispararan contra su tropa, entre otras
providencias 856. Como la respuesta es negativa Varela se dirige con sus efectivos a las estancias. Soto
pide a Varela que se cumpla el laudo acordado el año precedente, pero éste exige la previa rendición
incondicional. Como se resiste a la tropa, se generan verdaderas batallas campales en las que prevalecen,
según Miguel ángel Scenna, las mejores armas del ejército argentino 857. Como resultado se producen
numerosos muertos, de lo que en buena medida es responsable un gobierno que no ha dado a Varela
instrucciones precisas.

En el área de la legislación social, Yrigoyen hace cumplir el descanso dominical, y por su iniciativa
en ésta, su primera presidencia, se dicta una ley que reglamenta el trabajo a domicilio de la mujer, otra
de jubilaciones de empleados y obreros ferroviarios, y también de empresas particulares, y una más que
ordenaba préstamos a los ferroviarios para que construyeran su casa. Por decreto, éstos lograron su
jornada de ocho horas diarias y cuarenta y ocho semanales, y mejoramiento en las condiciones de
trabajo.

También esta administración se preocupó por los arrendatarios agrarios. La mayoría de quienes
explotaban las chacras no eran propietarios sino inquilinos, con contratos de duración muy limitada que
no pasaban de tres años, pero que en muchos casos era de un año, por ello los chacareros no se podían
establecer por mucho tiempo en ningún lado. Vivían en instalaciones sumamente precarias, no
plantaban un árbol, no practicaban la rotación de cultivos, no diversificaban la producción con
productos de granja por ejemplo; en una palabra, este sistema perjudicaba la tierra, la producción y
fundamentalmente al chacarero y su familia. Debían pagar en concepto de arrendamiento entre el 30 y el
40% de lo producido en moneda o en grano, limitándolo en la posibilidad de utilizar la tierra para
pastoreo. Estaban sometidos a la avidez de los negocios de ramos generales que les daban crédito a
cambio de condiciones sumamente onerosas y hasta tramposas, con anotaciones arbitrarias en las
libretas de los agricultores. No había crédito para el chacarero en el Banco de la Nación Argentina, pero
sí para intermediarios que luego re-prestaban al trabajador del campo con ganancias sustanciosas.

En 1912 se había hecho una huelga de chacareros, el «Grito de Alcorta», que se repitió en época
de Yrigoyen en 1919, movilizándose más de 17.000 campesinos. El presidente intentó un entendimiento
entre las partes sin resultados concretos. Entonces presentó un proyecto de locaciones agrarias,
sancionado por el Congreso, llevando el término mínimo de las locaciones agrarias a 4 años. El
arrendatario podía practicar mejoras, construcción de habitaciones, servicios sanitarios, etc., que le eran
reembolsados por el propietario descontándolo del precio de la locación. Se le daba libertad para vender
su cosecha, contratar las labores de trilla y otros menesteres con quien le pareciese, pues en los contratos
muchas veces se obligaba al chacarero a vender a persona determinada o a practicar la trilla con las
máquinas del propietario. Declaró inembargables los instrumentos de trabajo.

En 1929, durante la segunda presidencia de Yrigoyen, se modificó la anterior ley. Se beneficiaba a


todos los arrendatarios y no sólo a los que locaran hasta 300 ha. No protegía sólo a los que se dedicaban
a tareas de agricultura, sino también a los que trabajaban en ganadería, horticultura y tambos. El plazo
de arriendo se amplió de 4 a 5 años, con obligación de hacer contrato escrito.

Yrigoyen mandó también proyectos reglamentando el trabajo en yerbatales y obrajes, donde las
condiciones de labor eran insoportables; propició la creación de un Banco Agrícola, de cooperativas
agrícolas y de fomento y colonización agrícolo-ganaderos. Pero estos proyectos no fueron sancionados
por el Congreso, donde el presidente no tenía la mayoría necesaria 858.

En el ámbito educativo

Se considera que la administración de Yrigoyen creó más de 3.000 escuelas primarias y más de
50 institutos secundarios, en especial escuelas de artes y oficios. Lamentablemente, se abandonó el
proyecto de escuela intermedia de Carlos Saavedra Lamas, ministro del presidente de la Plaza.

En el nivel universitario, se asistió a la aparición del movimiento de la Reforma, hacia 1918. Se


inició en Córdoba y se irradió desde allí a las Universidades Nacionales de Buenos Aires y La Plata, y a
las provinciales de Santa Fe y Tucumán.

El régimen universitario fue tildado de anacrónico, casado con doctrinas que se consideraban
perimidas; también se lo acusó de autoritario por el peso ejercido por claustros profesorales, que eran
tachados de elitismo, como que estaban vinculados a los círculos del régimen inaugurado en 1880, y
divorciados con la realidad del acceso al poder, de las mayorías populares, acontecida en 1916. También
se acusaba a la universidad de profesionalismo enciclopedista, una mera fábrica de diplomados en
profesiones liberales, y hasta de colonial, confesional, poco científica y apartada de la realidad social.

Se propuso la participación estudiantil en el gobierno de la universidad, la docencia libre con


posibilidad de creación de cátedras paralelas, acentuar la investigación científica en lugar de la
profundización de las humanidades, fortalecer el estatismo universitario sin posibilidades de creación de
universidades privadas, periodicidad de la cátedra, régimen de concursos para proveer el claustro
profesoral, gobierno democrático interno, vigorizar la autonomía política, administrativa, financiera y
académica, contribuir a la elevación de la cultura de los sectores que no pueden participar en la vida
universitaria llamándose a esta tarea extensión universitaria, y participar en la renovación cultural del
país.

Como movimiento estudiantil, la Reforma llevó a la creación de la Federación Universitaria


Argentina, organismo central que agrupaba a las representaciones de las federaciones estudiantiles de
las diversas universidades. La FUA patrocinó el cogobierno de las universidades por representantes de
profesores y estudiantes. Se argumentaba que así como el pueblo de ciudadanos gobernaba la Nación, el
pueblo de estudiantes debía gobernar la universidad.

Como movimiento social, la Reforma aspiraba a nuclear a «todo el que estaba desconforme con lo
existente», en una lucha por «quebrantar las viejas formas de la convivencia social» y terminar con los
valores tradicionales. En este sentido, la Reforma se dijo llamada a desempeñar una tarea liberadora de
la inteligencia y «de la opresión social, con el fin de transformar el «desorden capitalista». Por ello se
consideró antiimperialista, antimilitarista y anticlerical 859.

Yrigoyen vio con simpatía algunos aspectos de este movimiento, especialmente en lo vinculado
con la democratización de la universidad. Pero el divorcio que planteaba la Reforma respecto de los
valores tradicionales, hizo que Yrigoyen viera con reparos dicha faceta de la Reforma, y por ello, que ésta
se le opusiera al presidente más de una vez, y finalmente, contribuyera poderosamente a su caída en
1930.

El juicio sobre la Reforma no es fácil. ¿Quién no va a compartir principios como el de la


periodicidad de la cátedra, el régimen de concursos, acentuar la investigación, la lucha contra todos los
imperialismos, vinieren de donde vinieren, la fidelidad a la verdadera cultura nacional? En cambio, se ha
dicho, la politización partidista de los claustros como efecto de la misma y el facilismo académico que
generó, la instrumentación de los estudiantes para finalidades de ideologización y activismo, la
acentuación del carácter profesionalista y utilitario, la dominación de las universidades por minorías
burocráticas que apelaron a la demagogia estudiantil y a las trenzas profesorales para mantenerse en el
poder académico, son aspectos negativos que se han puntualizado.
Desde estos puntos de vista, Ernesto Palacio vio a la universidad reformista como la continuación
de la situación anterior al año 1918, en diversas facetas que se habían pretendido superar, y porque no se
había logrado una universidad libre, sino el retorno de la universidad liberal, tan fuera de época como la
universidad colonial 860. Tomás D. Casares advirtió que las cuestiones universitarias habían sido
marginadas por el intento de imponer una política social 861.

Elección de Alvear

A pesar de haber perdido Córdoba a manos de los conservadores en 1919 y de la disminución de


votos en la Capital Federal ese año, quizás como consecuencia de todo lo acontecido en la Semana
Trágica, el radicalismo recuperó su fuerza en las elecciones legislativas de 1920. Salvo Corrientes,
Córdoba, San Luis y Salta, con mayoría conservadora, las demás provincias quedaron en manos del
radicalismo, por lo que el triunfo de este partido en las elecciones presidenciales de 1922 se descontaba.

En la convención partidaria radical de marzo de 1922, por sugerencia de Hipólito Yrigoyen 862, se
votó como candidato a presidente a Marcelo Torcuato de Alvear, completando la fórmula un íntimo de
Yrigoyen, Elpidio González. Por su parte, los conservadores proclamaron la formula Norberto Piñero-
Rafael Núñez, los demoprogresistas a Carlos Ibarguren-Francisco Correa, los socialistas a Nicolás
Repetto-Antonio de Tomaso, y la Unión Cívica Radical Principista, fruto de una escisión dentro del
radicalismo, a Miguel Laurencena-Carlos F. Melo.

Tras el proceso electoral los radicales obtuvieron 450.000 votos y 235 electores; los
conservadores 200.000 y 60 electores; los demoprogresistas 73.000 y unos pocos electores de la minoría
de Santa Fe; los socialistas también 73.000 votos y 22 electores; y los principistas 18.000 votos y ningún
elector.

El radicalismo había reunido más votos y electores que todos los demás partidos juntos. Un
triunfo rotundo que demostraba la conformidad de la ciudadanía con lo hecho por Yrigoyen, más que
con las calidades del presidente electo, permanente ausente en Europa.

La gestión de Marcelo T. de Alvear (1922-1928)

Política interna

El 12 de octubre de 1922 asumía la primera magistratura un personaje de los pocos descendientes


de nobles existentes en la República, dueño de fortunas que dilapidó generosamente en Europa,
especialmente en Francia, y cuyo mérito consiste en que nacido en cuna privilegiada, debió en
consecuencia haber hecho militancia conservadora; por el contrario, eligió la vida sacrificada y azarosa
que le depararía el radicalismo, fuerza a la que ayudó financieramente con la largueza que le fue
característica. Ese día fueron más los que fueron a la Plaza de Mayo a despedir a Yrigoyen, que a recibir a
ese gozador de la vida que era el nuevo presidente Alvear.

Alvear, como Alem e Yrigoyen, era hombre de clara ascendencia federal. Su abuelo paterno, el que
fuera nuestro segundo Director Supremo, Carlos María de Alvear, fue ministro de Rosas en Estados
Unidos, y su abuelo materno, ángel Pacheco, además de compañero de San Martín en Chacabuco, fue
uno de los generales más conspicuos de Rosas. Por su parte, el vicepresidente Elpidio González, era nieto
de Calixto María González, federal adversario del general Paz, e hijo de Domingo González, soldado de
ángel Vicente Peñaloza en sus luchas contra el mitrismo. Bien puede afirmarse que destruido el
federalismo en las campañas post-Pavón, sus esencias y la sangre de sus líderes y militantes
reaparecieron en el noventa con la nueva fuerza popular de la Argentina.

Alvear, desde el movimiento del ‘90 en adelante, había compartido con el radicalismo la larga
abstención electoral de casi dos décadas y los avatares riesgosos de la revolución de aquel año y de la de
1893. Durante esta última, sería ministro del gobierno revolucionario de la provincia de Buenos Aires y
compartiría con sus compañeros de derrota persecución y cárcel. Luego Europa, París, su novelesco
matrimonio con Regina Pacini, diputado nacional, diplomático de Yrigoyen, a quien se opone, como
hemos visto, en la cuestión de nuestra permanencia en la Liga de las Naciones, y finalmente la
presidencia tras una campaña electoral en la que no participó. Todo esto tan bien narrado por Félix Luna
en su «Alvear».

La formación del gabinete alvearista fue toda una definición: José Nicolás Matienzo, ángel
Gallardo, Celestino I. Marcó, Rafael Herrera Vegas, Agustín P. Justo, Manuel Domecq García, Tomás Le
Bretón, todos poco afectos a Yrigoyen. Sólo Eufrasio S. Loza, ministro de Obras Públicas, estaba
calificado como amigo del ex-presidente 863.

El domingo siguiente a la asunción de Alvear, éste se hizo presente en una jornada hípica en el
Jockey Club; hacía seis años que un presidente no asistía a tales reuniones, pues Yrigoyen se rehusó a
hacerlo. Alvear no dejó pasar sino horas para demostrar que había un cambio. También se marcó la
diferencia asistiendo el ministerio en pleno a una interpelación en la Cámara de Diputados; los ministros
no concurrían al Congreso por lo menos desde 1919. Tampoco Yrigoyen iba los 1° de mayo a leer el
mensaje presidencial: lo mandaba escrito. El 1° de mayo de 1923 Alvear fue personalmente a leerlo.
San Juan estaba intervenida por Yrigoyen a raíz del asesinato del gobernador Amable Jones a
manos de un grupo que respondía a Federico Cantoni, senador provincial en disidencia con Jones.
Cantoni, jefe del «bloque» legislativo provincial sanjuanino, había sido encarcelado. Llegado al poder
Alvear, cambia el interventor, quien llama a elecciones, y gana el «bloquismo», cuyo candidato a
gobernador era el mismísimo Cantoni. Luego de algunas vicisitudes se libera a Cantoni, aun preso, y se le
entrega la gobernación, todo con el visto bueno de Alvear. Este hecho marcó el franco inicio de la
discrepancia Alvear-Yrigoyen.

División del radicalismo

El siguiente episodio de desencuentro tuvo como escenario el Senado de la Nación. Quien lo


presidía, el vicepresidente de la Nación, Elpidio González -fiel a Yrigoyen y opuesto al primer
mandatario-, que por el reglamento de la cámara alta era el encargado de formar las comisiones, hace un
reparto de cargos que favorece a los legisladores yrigoyenistas. Entonces, senadores conservadores, junto
a radicales «azules», distanciados de Yrigoyen y simpatizantes con Alvear, modifican el reglamento
quitándole al vicepresidente González la facultad de designar esas comisiones. Los yrigoyenistas
acusaron a los «azules» de contubernio con los tradicionales adversarios conservadores 864 y a su vez los
alvearistas tildaron de personalistas, adictos a la persona de Yrigoyen, al grupo opuesto, con el tiempo
los motejarían de «genuflexos» al caudillo radical.

Las dos tendencias quedarían perfiladas dentro del partido oficialista: personalistas,
yrigoyenistas o «genuflexos» por un lado; antipersonalistas, alvearistas o contubernistas por el otro 865.

Al designarse en diciembre de 1926 ministro del Interior a Vicente Gallo en lugar de Matienzo, los
antipersonalistas encuentran uno de sus líderes, firme aspirante a suceder a Alvear en la presidencia.
Este sector agrupaba a los dirigentes más encumbrados del radicalismo, especialmente a los que
brillaban intelectualmente o poseían posición social o económica más destacada. A ellos se sumaban
caudillos provinciales que no admitían la tutela de Yrigoyen, como Cantoni en San Juan o Lencinas en
Mendoza. Consideraban que los objetivos del radicalismo se agotaban con una administración honrada y
asegurando la libertad comicial. Fueron antipersonalistas el legendario Francisco Barroetaveña, Joaquín
Castellanos, José Camilo Crotto, Tomás Le Bretón, Leopoldo y Carlos

F. Melo, Manuel Menchaca, Miguel Laurencena, Ramón Gómez, Diógenes Taboada, José Nicolás
Matienzo, ángel Gallardo, entre tantos.

Con Yrigoyen quedaron algunos fíeles como Elpidio González, Horacio Oyhanarte, Carlos Juan
Rodríguez, Francisco Beiró, y determinados jóvenes del calibre de Diego Luis Molinari, Jorge Raúl
Rodríguez, Dardo Corvalán Mendilaharzu y otros. Pensaban con el caudillo, que el radicalismo era algo
más que manejo honrado de los dineros públicos y llegada al poder por el sufragio libre; el radicalismo
debía, como expresión de la vertiente hispano-criolla que era, apoyar al débil y a los marginados,
defender la riqueza nacional de la voracidad foránea, afirmar la dignidad nacional, proteger ese bastión
de la argentinidad que es la familia, asegurar a todos salud, vivienda y educación.

Estas dos corrientes no podían entenderse ni seguir conviviendo juntas como dos expresiones de
un mismo partido. Precisamente, con motivo de las elecciones internas del 1° de septiembre de 1924 en
la Capital Federal, el choque fue frontal, con maniobras de todo tipo: hubo antipersonalistas que
inscribieron a último momento, como afiliados radicales, a conservadores y socialistas, que admitieron
ese juego sucio y se prestaron a la treta. Surgieron dos comités de la Capital Federal, el de calle Tacuarí,
antipersonalista, y el de calle Cangallo, personalista.

En las elecciones de concejales de la Capital Federal de noviembre de 1924, ambas fuerzas fueron
por separado, lo que permitió al socialismo triunfar, seguido por el yrigoyenismo que le sacó 20.000
votos al antipersonalismo. A pesar de que éste predomina en Santa Fe, Entre Ríos, Tucumán, Santiago
del Estero, San Juan, Jujuy, Mendoza, La Rioja y Catamarca, no es bastante para imponer un presidente
de esa tendencia en 1928.

El ministro del Interior, Vicente Gallo -que como se ha observado aspira a suceder a Alvear- y sus
allegados, piensan que interviniendo la provincia de Buenos Aires, que estaba en manos de José Luis
Cantilo, yrigoyenista, tendrían asegurada la mayoría de electores necesaria. Pero Alvear no se presta a
ello, dando ejemplo de civismo. Esto provoca la renuncia de Gallo, ocupando su plaza José P. Tamborini,
otro antipersonalista.

Al llegar las elecciones de diputados de 1926, los resultados son equilibrados entre yrigoyenistas,
antipersonalistas y conservadores, por lo que se pronostica para la elección presidencial de 1928 otra
muy compleja y reñida.

No hay posibilidad de restaurar la unidad radical, por el contrario, en abril de 1927, en la


convención antipersonalista se elige la fórmula Leopoldo Melo- Vicente Gallo, que cuenta con la
simpatía hecha pública de Alvear. Los conservadores de la mayoría de los distritos, bajo la influencia del
doctor Julio A. Roca, deciden abstenerse y confirmar el contubernio, para votar la fórmula
antipersonalista. Por su parte, la convención personalista proclama a Hipólito Yrigoyen-Francisco Beiró.
Las huestes de Melo realizan una activa campaña durante casi un año. Los resultados de las
elecciones de 1926 generan ilusiones. No obstante, se sigue pensando en la necesidad de intervenir la
provincia de Buenos Aires, pero ya se sabe que Alvear es renuente a esto, a pesar de sus declaraciones a
favor de los candidatos antipersonalistas.

En el Congreso hace falta el apoyo socialista para lograr la intervención que al final no llega, pero
un sector de este partido se separa del tronco común y forma el partido socialista independiente, con
Federico Pinedo, Antonio de Tomaso, Héctor González Iramain, Roberto Giusti y otros, que apoyará la
fórmula antipersonalista.

En las elecciones celebradas entre fines de 1927 y principios de 1928, previas a las presidenciales,
casi todas de gobernadores, comienza el aluvión yrigoyenista que gana en Salta, Tucumán, Santa Fe y
Córdoba. Se rumorea entonces un golpe de estado protagonizado por el ministro de Guerra, Agustín P.
Justo, que es desmentido por éste.

Finalmente, en las elecciones presidenciales del 1° de abril de 1928, el triunfo de Yrigoyen es


impresionante: 838.583 votos contra 414.026 de Melo- Gallo y 64.985 de la fórmula socialista Bravo-
Repetto. Gana todos los distritos provinciales, menos San Juan donde se abstuvo. Como fallece su
compañero de fórmula, Beiró, deben volver a reunirse los colegios electorales que eligen en calidad de
vicepresidente a Enrique Martínez 866.

Política exterior

En materia de relaciones internacionales, la presidencia de Alvear difiere notablemente de la


anterior. Al ajetreo sin pausa de la diplomacia con Yrigoyen, le sucede, con Alvear, una gran atonía
interrumpida por algunos pocos sucesos llamativos: las visitas del heredero del trono italiano en 1924,
Humberto de Saboya, y del correspondiente a Gran Bretaña, Eduardo de Gales, en 1925. Los festejos
fueron glamorosos y de gran dispendio material. Argentina vivió en estos años de Alvear una época de
prosperidad que permitía esos lujos que agradaban al presidente, acostumbrado al boato y la buena vida.
Es partidario de volver a la Liga de las Naciones, pero a pesar de pagarse las cuotas correspondientes, el
Congreso no aprueba el Pacto constitutivo de la Liga y no se vuelve a su seno.

En la V Conferencia Panamericana celebrada en Santiago de Chile en 1923, este país propone


limitar proporcionalmente el armamentismo de los distintos países, plan de los trasandinos ante el
mejoramiento que han logrado en esta materia nuestras fuerzas armadas, pero la delegación argentina se
opuso a la oferta chilena. Manuel A. Montes de Oca dijo en aquella oportunidad que nada se debía temer
de Argentina, pues ella tenía dos maestros por cada soldado.

En la VI Conferencia Panamericana celebrada en La Habana en 1928, la cosa fue más animada.


Presidió nuestra delegación el ex-canciller de Yrigoyen, Honorio Pueyrredón. Llevaba entre otras
instrucciones una que rezaba que «ningún Estado puede intervenir en los negocios internos o externos
de otro», lo que Pueyrredón se vio abocado a aplicar este principio en relación con la nación
nicaragüense.

La situación nicaragüense tenía sus raíces en el temor de Estados Unidos de que las repúblicas de
América Central resultaran teatros de alguna aventura imperialista europea o japonesa, puesto que, a
pesar de los intentos de federarse todos esos países en un solo Estado, los propósitos fueron fracasando
por la carencia de un líder común con consenso de las cinco repúblicas, que lograra imponerse.

A partir del tratado Bryan-Chamorro, en 1914, mediante el cual se aseguró en Nicaragua la


apertura de otra vía interoceánica subsidiaria de la de Panamá, Estados Unidos protagonizaría su
intromisión en la política interna de Nicaragua con perfiles escandalosos, poniendo y sacando
presidentes, prohijando pactos entre las figuras políticas de ese país, estableciendo bases navales,
defendiendo los intereses de compañías privadas, controlando elecciones e imponiendo leyes electorales,
asegurando la paz a cualquier precio, ocupando el país militarmente más de doce años 867.

El discurso del jefe de nuestra delegación, Honorio Pueyrredón, ante la VI Conferencia, fue
memorable, entre otras cosas dijo: «La soberanía de los Estados consiste en el derecho absoluto, en la
entera autonomía interior y en la completa independencia externa. Ese derecho está garantizado en las
naciones fuertes, por su fuerza; en las débiles, por el respeto que les deben las fuertes. Si ese derecho no
se consagra y no se practica en forma absoluta, la armonía internacional no existe. La intervención
diplomática o armada, permanente o temporal, atenta contra la independencia de los Estados, sin que la
justifique el deber de proteger el derecho de los nacionales, ya que tal derecho no podrían a su vez
ejercitarlo las naciones débiles cuando sus súbditos sufrieran daños por convulsiones en las naciones
fuertes»868. Alen Lascano señala: «América vibró con aquellas palabras. La solidaridad argentina hacia
los expoliados pueblos hermanos volvía a renacer como en 1916 y 1920, cuando Yrigoyen levantara bien
alto los respetos a las soberanías nacionales»869.

También fue notable la actuación de Pueyrredón relacionada al proteccionismo aduanero que


practicaba Estados Unidos, en detrimento de las economías hispanoamericanas, negándose a suscribir el
Preámbulo de la Unión Panamericana, hasta tanto todos los Estados no declararan que «se adhieren al
propósito de suprimir los obstáculos artificiales y las barreras excesivas que impiden el desarrollo
natural y normal del comercio» 870. Trataba así, de frenar el perjuicio causado a las naciones
hispanoamericanas, que compraban manufacturas a Estados Unidos y se veían imposibilitadas de
colocar sus producciones en el mercado yanqui, lo que provocaba gran déficit en sus balanzas
comerciales. Alvear, sin embargo, instaba a Pueyrredón a firmar la Convención Panamericana sin
condicionamientos, debido a su mentalidad claudicante. Ante la insistencia, Pueyrredón, de la escuela de
Yrigoyen, prefirió alejarse del cargo.

En las relaciones con la Iglesia se produjo un inconveniente cuando el arzobispo de Buenos Aires,
monseñor Mariano A. Espinosa, falleció en 1923. De conformidad a lo dispuesto por la Constitución
Nacional, el Senado presentó una terna al poder ejecutivo para nombrar a su reemplazante. Alvear elevó
a la Santa Sede el nombre de monseñor Miguel de Andrea, primero en la terna, para que fuera
consagrado como nuevo arzobispo. Pero el Vaticano no lo aceptó. De Andrea entonces renunció a su
candidatura, mas Alvear se mantuvo impertérrito, sosteniendo al candidato. Todo es una derivación de
la falta de aprobación de la Santa Sede del derecho de Patronato que han esgrimido los sucesivos
gobiernos patrios desde 1810 en adelante.

Roma siempre adujo que ese derecho se habrá conferido en una época muy especial, a las
personas de los reyes españoles, y que por ende no podía heredarse. Los choques se evitaron, ante las
disposiciones patronales de nuestras leyes, que en la Constitución de 1853 son bien explícitas, por el
mecanismo de consultas informales de nuestra cancillería con la autoridad eclesiástica, antes de elevar el
nombre del candidato a ocupar alguna silla episcopal. Cuando el Vaticano objetaba alguna persona,
autoridades argentinas y eclesiásticas se ponían de acuerdo en otro candidato, y así se iban salvando las
diferencias. En este caso, nuestra cancillería parece no haber hecho esa consulta oficiosa.

El serio problema tomó estado público y la opinión se dividió entre los que apoyaban al
presidente, y por ende a de Andrea, y el sector más fiel a la Iglesia, que se negaba a aceptar que la
autoridad temporal pasara por encima de la autoridad papal en la designación de obispos.

El asunto se complicó cuando el nuncio apostólico, representante de la Santa Sede en Buenos


Aires, monseñor Juan Beda di Cardinale, anunció el nombramiento de administrador apostólico en sede
vacante al arzobispo de Santa Fe, Juan A. Boneo, en reemplazo del canónigo Bartolomé Piceda,
designado por el cabildo eclesiástico, que había fallecido. Es decir, muerto mons. Espinosa, presidía
provisoriamente la arquidiócesis el canónigo Piceda. Al fallecer éste, se intentó que la gobernara
precariamente mons. Boneo, hasta que se dilucidara el nombramiento de arzobispo titular. El
nombramiento provisorio de Boneo, tampoco fue aceptado por Alvear, que se puso firme en sus trece.

La solución provino de una delicada labor del ministro de Relaciones Exteriores ángel Gallardo,
quien propuso la aceptación de la renuncia de de Andrea a su candidatura, por un lado; y por el otro,
logró del relevo del nuncio Beda di Cardinale, y de su imprudente secretario, el padre Mauricio Silvani,
de una locuacidad temeraria. Esta solución se formalizó, y entonces el Senado eligió una nueva terna
presidida por el franciscano fray José María Bottaro, candidato que entonces fue elevado por Alvear y
aceptado por la Santa Sede, que envió un nuevo nuncio de gran simpatía, monseñor Felipe Cortesi 871.

En el área económico-social

En el ámbito económico, Alvear asume en plena crisis ganadera. Hemos dicho que durante la
guerra, nuestras exportaciones de carnes son particularmente de carnes congeladas, para alimento de las
tropas beligerantes. La producción de enfriado, carne de más calidad y más cara, no apta para economías
de guerra, disminuye notoriamente.

Al terminar la guerra, la exportación de carne congelada baja considerablemente como era lógico.
Muchos criadores que se habían visto favorecidos con la exportación de congelado, ahora se encuentran
con ganado en exceso, que no tiene salida. Debieron vender como se pudo, a bajo precio, inclusive sus
tierras, que en muchos casos fueron rematadas por el Banco de la Nación al no poder pagar sus prendas,
sobre el ganado, o sus hipotecas, sobre los campos.

¿Por qué no se volvió rápidamente al enfriado? Porque el criador vende sus animales en el
mercado interno y para los invernadores. El enfriado requiere tiempo y la especialización del invernador,
quien compra ganado a los criadores, para engordarlo y luego revenderlo a los frigoríficos, que
preparaban las carnes enfriadas para exportación. Los invernadores eran estancieros ricos que poseían
más capital que los simples criadores, y se hallan vinculados a los frigoríficos, lo que les permite la
especulación.

Los modestos criadores, hacia 1921, acudieron a las autoridades para pedir protección,
solicitando incluso hasta el desmantelamiento del «pool» frigorífico. Tomó cartas en el asunto el
Congreso, y hacia mediados de 1923, se sancionaron cuatro leyes que establecían el control de la
comercialización de la carne, con determinación de un precio mínimo de venta para la exportación y un
precio máximo para la venta local, y la venta del ganado por kilo vivo, resolviéndose crear un frigorífico
del Estado.
Los frigoríficos y los invernadores se opusieron al precio mínimo de venta, contra la opinión de
los criadores. Entonces aquéllos dejaron de comprar novillos a éstos, ablandando su posición. Como la
ley respectiva autorizaba al poder ejecutivo nacional, y no obligaba, a fijar dicho precio mínimo, Alvear
dejó sin efecto la medida. Tampoco se aplicó la fijación de precios máximos para proteger a los
consumidores, ni se creó el frigorífico estatal, ni se controló la comercialización de las carnes que
practicaban los frigoríficos. «La única ley que se puso en vigor fue la medida del peso en vivo y ella fue la
más inocua de todas. Los esfuerzos para regular el ganado y el mercado ganadero finalizaron así en un
práctico fracaso»872.

En la producción de lana, que se mantiene, se nota un traslado del ovino de las zonas mejor
ubicadas, cercanas a la ciudad de Buenos Aires, a áreas de menor valor como el sur de la provincia de
Buenos Aires y la Patagonia.

En orden a la agricultura, el momento de la presidencia de Alvear, luego del período de la guerra


en que el campo sufrió mucho por el descenso de las exportaciones de ese origen, fue brillante.
Terminada la conflagración, Europa, hambrienta, compra nuestros saldos exportables con fruición. Tan
es así, que en 1925 Argentina cubrió el 72% de la exportación mundial de lino, el 66% de maíz, el 50% de
carne, el 32% de avena, el 20% de trigo y harina.

El espacio de la pampa húmeda, cubierto por los cultivos cerealeros, de forraje-ras y lino,
permanece casi inmóvil, esto es, culmina el ciclo de ocupación de tierras aptas, como lo avizoró
Alejandro Bunge. Poco o nada se hizo para diversificar nuestra producción mediante la industrialización.
A partir de 1930 esta falencia se pagaría a alto precio. Sí se elevan los cultivos industriales, que tienen
buen mercado interno. El crecimiento se opera en general en zonas situadas al margen de la pampa
húmeda. En algodón, de 2.000 ha., en 1914, se llega a 122.000 ha., en 1930. También en yerba mate,
maní, arroz, vid, caña de azúcar, tabaco 873.

En cuanto a la industria, se visualizan los intentos del primer ministro de Hacienda de Alvear,
Rafael Herrera Vegas, de continuar la política de Yrigoyen, quien en 1920 había elevado módicamente
un 20%, los aranceles de importación. Herrera Vegas incentivó dicha tendencia con una suba, para 1923,
del 60% de dichos derechos, pero pronto esta actividad quedaría sin protección. Al ser reemplazado
Herrera Vegas por Víctor M. Molina, los aranceles fueron rebajados con la aprobación del Congreso. La
falta de tutela se hizo más que evidente con la industria textil, que ya tenía cierto desarrollo: se redujeron
los aforos del 32% al 22%. Lo mismo pasó con las industrias del cuero, químicas, metalúrgicas.

Curiosamente, la opinión del ministro Molina, que estaba de acuerdo en apoyar al capital
nacional pero sin apelar a los derechos de aduana, contaba con el aval hasta del partido socialista, que
entendía que la baratura de los productos manufacturados importados aliviaba el presupuesto de las
familias trabajadoras.

Lo cierto es que los bajos aranceles mataban nuestras fuentes de producción, no desarrollaban la
industria nacional y al final eran factor de desempleo, por lo menos. Al respecto, Darío Cantón y José
Luis Moreno han escrito: «...mientras la marcha económica del país creaba en los sectores afectados una
conciencia de las necesidades urgentes de la industria y de la producción agrícola no tradicional para
lograr un autoabastecimiento que evitara el drenaje de divisas, la élite gobernante continuaba
manifestando su oposición a la protección encandilada por su confianza en el poderío agropecuario,
favorecido este por la coyuntura económica de 1924-1929 y por sus deseos de no malquistarse con el
capital extranjero»874.

En materia de comercio internacional se intensifica el esquema triangular de nuestro tráfico con


Europa y Estados Unidos, del que ya se hiciera mención. Durante la década del ‘20, es notoria la
tendencia estadounidense de proteger la producción de sus campos, aumentando los derechos de
importación a nuestras materias primas y alimentos. Entonces, la Sociedad Rural acuñó esta divisa:
«comprar a quien nos compra», que Alvear incluyó en su mensaje al Congreso de 1927. A pesar de esto,
hubo de seguirse comprando a Estados Unidos, pues Inglaterra no estaba en condiciones de
abastecernos; tampoco los demás países europeos. En 1928 se llega al volumen más alto de nuestras
exportaciones, con aumento de los productos agrícolas en relación con los ganaderos. La suba fue
notable, pero estábamos al borde del abismo: la crisis de 1929 disminuyó en gran forma el volumen de
nuestras exportaciones y los precios de las mismas 875.

En el ámbito de las inversiones avanzan las norteamericanas, en empréstitos, frigoríficos,


explotación petrolera y radicación de industrias: químicas, de armado de automóviles, de fabricación de
neumáticos, alimenticias, electrónicas (Parke Davis, General Motors, Ford, Colgate, Palmolive,
Atkinsons, Toddy, Good Year). Las inglesas, en cambio, ferrocarriles, frigoríficos, etc., permanecen
estables. Viene la Bayer de Alemania, Nestlé de Suiza, Pirelli de Italia. Si en 1913 el 50% del capital fijo
era extranjero, en 1929 esa cifra baja al 35%, muy alta todavía.

La red ferroviaria, que en 1914 alcanzaba a los 32.500 km., en 1929 se acerca a los 40.000 km. La
deuda pública externa crece notoriamente durante la gestión de Alvear en relación a cómo la había
dejado Yrigoyen en 1922. En 1928 ha llegado a los 1.763 millones de pesos, por imperio de los
empréstitos de procedencia norteamericana que contrajo el segundo presidente radical; ¿fue la de
Alvear, entonces, una buena administración? 876.
El general Enrique Mosconi fue hecho nombrar por el ministro Tomás Le Bretón como director
de Yacimientos Petrolíferos Fiscales. Durante los ocho años de su gestión (1922-1930), su tarea fue
eficiente, honesta, de profunda pasión nacionalista, como le gustaba decir. Mosconi era partidario de que
la explotación del petróleo fuera monopolizada por una sociedad mixta de capitales argentinos, pero
acotaba que mientras «el capital nacional no se decidiera, no queda otro camino a adoptar que el
monopolio del Estado». Trabajó incansablemente en pos del autoabastecimiento que facilitara la misión
de las fuerzas armadas y el desarrollo de la economía del país.

A partir de 1924, el gobierno de Alvear fue restringiendo las concesiones de exploración de las
compañías privadas, y simultáneamente se fueron delimitando extensas áreas con reservas petrolíferas a
explotar por el ente estatal que dirigía Mosconi. En el Congreso había quienes pensaban que en defensa
de la soberanía económica del país, debían nacionalizarse los yacimientos de petróleo existentes y
establecerse el monopolio del Estado en cuanto a su explotación. Fueron especialmente los diputados
yrigoyenistas los que en 1927 levantaron estas banderas. Finalmente, la nacionalización del petróleo fue
votada por yrigoyenistas, antipersonalistas, socialistas, socialistas independientes y ciertos
conservadores. Algo distinto ocurrió con el monopolio estatal de la explotación, que fue resistido por casi
todos los sectores, menos los yrigoyenistas, que igualmente triunfaron en la votación. El proyecto
aprobado en diputados fue al Senado, sin embargo, al caer Yrigoyen, el 6 de septiembre de 1930, la
cámara alta aun no lo había tratado.

Mosconi logró la construcción de una gran destilería en La Plata que nos fue independizando de
la importación de naftas. El vocal del directorio de YPF, Carlos Madariaga, puso el aval de su fortuna
para que no se paralizaran las obras de dicha destilería, en gran gesto patriótico, pues el Congreso no
votaba las partidas necesarias. Con ello, la producción de nafta que en 1922 no existía, permitió en 1928
a YPF vender 100 millones de litros de ese combustible -cada vez más necesario pues empezaban a
proliferar los automotores- y 25 millones de litros de kerosene.

El general Alonso Baldrich realizó una gran obra de divulgación de la faena de YPF. Mientras
tanto, la Standard Oil, de capital norteamericano, luchaba en Salta contra YPF. En 1925 la primera logró
concesiones del conservadorismo, que el gobernador yrigoyenista Julio Cornejo anuló en 1928.

En 1929, las empresas privadas que producían petróleo en Argentina eran: la Compañía
Ferrocarrilera de Petróleo, inglesa; la Standard Oil, norteamericana; Astra, de capitales mixtos alemanes
y argentinos; la Anglo Persian, inglesa; y la Royal Dutch, holandesa. Todas estas empresas privadas
juntas producían casi tanto petróleo como YPF.

Algunos, siguiendo a Waldo Frank, consideran que el golpe del 6 de septiembre de 1930 fue
provocado con el apoyo de las compañías petroleras privadas que operaban en nuestro país, contra la
vocación nacionalizadora y monopolizadora del yrigoyenismo. Esta afirmación no ha sido probada, y
parece aventurada, pues durante el gobierno de Uriburu la política de Mosconi en YPF fue continuada
por el general Allaria 877.

En orden al panorama social, continúan los procesos de urbanización creciente, concentración de


la población en el Litoral y Gran Buenos Aires, aumento de los sectores medios, buena movilidad social,
mejora el nivel de vida. Aumenta el salario real, disminuyen los números de huelgas y de huelguistas.

En el campo sindical, la FORA del Noveno Congreso comienza a llamarse en 1922 Unión Sindical
Argentina, USA. En 1926 nace la Confederación Obrera Argentina, COA, de origen socialista, la que no
apela a la lucha de clases ni enfrenta al poder político. Tiene un número de afiliados superior a los que
posee la USA, quizás porque nuclea entre otros gremios, a los ferroviarios. La FORA del Quinto
Congreso, de convicciones anarquistas, va perdiendo fuerza: es la central que menos cotizantes tiene.

En 1930, la confluencia de la USA y de la COA en una sola organización, da origen a la


Confederación General del Trabajo.

Es de aclararse que durante la presidencia de Alvear, menos del 5% del total de los obreros
urbanos y rurales estaban afiliados a sindicatos. En esos seis años se dictan algunas importantes leyes
laborales: reglamentación del trabajo de menores, prohibición del trabajo nocturno en las panaderías,
pago del salario en moneda, no más en especies, y jubilación de los bancarios.

La ley 11.289 que llevaba a la adopción de la jubilación obligatoria para todos los trabajadores en
situación de dependencia, fue suspendida en su aplicación por otra ley, a pedido de la parte patronal, e
inexplicablemente por los propios trabajadores, renuentes al descuento mensual del 5% de sus salarios,
para formar el fondo necesario para acordar los beneficios.

La jornada de trabajo de ocho horas fue votada en 1929, ya en la segunda gestión de Yrigoyen 878.

Segunda presidencia de Yrigoyen (1928-1930). Crisis de 1929


El 12 de octubre de 1928 asumía Hipólito Yrigoyen su segunda presidencia, después de un triunfo
en las urnas sobre sus adversarios, que tiene el carácter de todo un plebiscito. Lamentablemente, la
Constitución no había permitido su reelección en 1922, y ahora llegaba nuevamente al poder con setenta
y seis años, no decrépito, pero sí gastado por la larga lucha. Ese Yrigoyen, nos parece, admite un
parangón con la Isabel Perón de 1974: pudo ser para tiempos normales, no para épocas excepcionales
como hubieron de afrontarse. Uno por viejo y agotado, la otra por falta de condiciones y experiencia.

Dice José María Rosa: «La forma pausada que caracterizó el primer gobierno de Yrigoyen, tomará
una lentitud desesperante en el segundo. El personalismo excesivo, que lo llevaba a resolver por sí solo
las minucias, paraliza la administración. Antes todo pasaba por sus manos, ahora se detiene en ellas:
estudia con sumo cuidado cada expediente... Su natural desconfianza se ha agravado con los años: ve en
toda orden de pago un posible negocio y lo deja de lado... los expedientes y decretos sin resolver se
acumulan en la mesa presidencial»879. Inauguró con un escrito el período legislativo de 1929, recién el 24
de mayo. En el Senado se discutieron diplomas de legisladores, y la Cámara de Diputados no hizo
tampoco nada valedero. Se perdió el año.

El 24 de octubre de 1929, al bajar abruptamente los valores en la bolsa de Nueva York, se produce
el comienzo de una crisis económica mundial sin precedentes en la historia, más grave aun que la de
1890. Repercutió, lógicamente, en Argentina con un descenso de más del 40% en el poder de compra de
nuestras exportaciones, pues el volumen de ellas bajó. Europa, en crisis, perdió capacidad de compra de
materias primas y alimentos, y los precios descendieron. ésta, y Estados Unidos, dejaron de invertir en
buena medida entre nosotros, y hubo que seguirles pagando lo que les debíamos, circunstancia que
provocó un fuerte déficit en nuestra balanza de pagos, y una baja considerable del oro acumulado en la
Caja de Conversión, que paradójicamente había reabierto Alvear en 1927 por la abundancia del oro. Las
existencias del preciado metal descendieron de 641 millones en 1928, a 259 millones a fines de 1929.
Recién en diciembre de este año reacciona el ministro de Hacienda, Enrique Pérez Colman, cerrando la
Caja, cuando ya se habían evaporado más de la mitad de las reservas.

El 24 de diciembre de aquel año, atentan contra la vida del presidente, que sale ileso 880.
3. La revolución de 1930

Sumario:Las causas. El nacionalismo. El ejército. Sucesos revolucionarios. Tendencias internas de la revolución. La doctrina
del gobierno de facto. La administración de Uriburu.

Las causas

El 2 de marzo de 1930 hay elecciones de renovación de la mitad de los escaños de la Cámara de


Diputados. El yrigoyenismo obtiene en todo el país 655.000 votos, contra 695.000 de los demás partidos
juntos, cuando dos años atrás las cifras habían sido, respectivamente, 838.000 votos contra 479.000.
Este descenso electoral significativo, complicó las cosas para el oficialismo, que fue perdiendo opinión
pública en la prensa, en el mundo sindical, en el ámbito militar, en los medios económicos.

Para mayor complicación, estaban las situaciones de Mendoza y San Juan, provincias
intervenidas en la época de Alvear, la primera reducto del lencinismo, de José Néstor Lencinas y su hijo
Carlos Washington Lencinas, distanciados de Yrigoyen y acercados al antipersonalismo. En San Juan, el
bloquismo de los Cantoni también apunta contra Yrigoyen, luego de que Federico Cantoni lograra de
Alvear su ascenso a la gobernación. Lencinistas y bloquistas son mayoría en sus respectivas provincias,
ambas, fuerzas de origen radical, luego distanciadas del personalismo.

Sendos interventores provinciales designados por Yrigoyen, son resistidos por aquellos
detractores en los respectivos distritos. Entonces sucede algo insólito: los interventores acuden a las
respectivas policías provinciales, que presionan sin miramientos, y a los favores políticos, para ganar las
elecciones, actitudes inesperadas provenientes nada menos que de radicales yrigoyenistas. Y para peor,
el 10 de noviembre de 1929, Carlos Washington Lencinas es baleado y muerto en Mendoza por sus
enemigos, presumiblemente radicales, mientras hablaba en un acto. Por supuesto que la responsabilidad
no es de Yrigoyen, que está a tanta distancia de los acontecimientos y con escasos reflejos para controlar
las cosas, pero la oposición, ladinamente, lo declara culpable. En la Capital Federal se producen choques
entre la virulenta oposición conformada por conservadores, nacionalistas, socialistas independientes y
antipersonalistas, por un lado, y los yrigoyenistas por el otro. A éstos se los acusa de haber constituido
un «Klan» con elementos de acción para actuar usando la violencia contra la oposición 881.

Pese a su vejez y aislamiento, rodeado por lo más mediocre del radicalismo, que ha subido a la
superficie, lo sustantivo de Yrigoyen sigue en pie. En 1930, con motivo de la primera conversación
radiotelefónica entre Argentina y los Estados Unidos, le da lecciones de ética y humanidad al presidente de la
poderosa nación del norte, Herbert Hoover. Dice Gálvez, que «frente al representante del país del dólar va a
hablar del Espíritu. Frente al opresor de nuestra América española, ‘que aun ama a Jesucristo y aun reza en
español', según los versos de Rubén Darío, va a decir una maravillosa impertinencia» 882. Yrigoyen lee estas
palabras: «La uniformidad y el sentir humanos no han de afirmarse tanto en los adelantos de las ciencias
exactas y positivas, sino en los conceptos que, como inspiraciones celestiales, deben constituir la realidad de la
vida». Pide, después de la primera guerra mundial, «el renacimiento de una vida más espiritual y sensitiva». Y
después: «Por lo que sintetizo, señor Presidente, esta grata conversación, reafirmando mis evangélicos credos
de que los hombres deben ser sagrados para los hombres y los pueblos para los pueblos, y, en común concierto,
reconstruir la labor de los siglos sobre la base de una cultura y de una civilización más ideal, de más sólida
confraternidad y más en armonía con los mandatos de la Divina Providencia» 883. Era la voz de Hispanoamérica
al líder de la potencia que basaba su imponencia y liderazgo en la pujanza material y la sensualidad opulenta.

No obstante, frente a los graves problemas generados por el estallido de la crisis económica, la
pasividad y hasta la indolencia del gobierno, contrastaba vivamente, quizás demasiado preocupado por
su reciente suerte electoral. En esto jugaba la senilidad de Yrigoyen, pues rodeado de interesados en
adularlo que le deformaban la realidad, había perdido, en buena medida, su capacidad de reacción.

El desequilibrio de la balanza comercial y de pagos, los problemas del grueso déficit del
presupuesto, no encontraban respuesta por parte del equipo gobernante. Se iba creando un vacío de
poder que facilitaba la existencia de un clima de desorden aprovechado por los interesados en medrar
con la situación: el periodismo, con «Crítica» a la cabeza, que estaba empeñado en una labor demoledora
de todo lo que oliera a radicalismo; los partidos políticos enconados; los sectores sindicales, en especial
los movidos por pasiones ideológicas; los universitarios arrastrados por la corriente antagonista.

Las acusaciones de corrupción y venalidad respecto de funcionarios, nunca probadas, y el


asesinato de Carlos W. Lencinas, contribuían con su leña a que la hoguera adquiriera proporciones. A
todo esto se agregaba la aparición de un núcleo de selectos intelectuales, que agregaron su lucidez
cáustica en la campaña contra el viejo líder.

El nacionalismo

Hemos mencionado, dentro de la oposición a Yrigoyen, al nacionalismo. Pocos, como Ernesto


Palacio, retrataron al movimiento nacionalista: «Desde mediados de la presidencia de Alvear había
empezado a sentirse en el país la presencia de una nueva actitud política, que era, en esencia, una
reacción contra el desorden reinante en los espíritus (y reflejado en los hechos) y se presentaba como
crítica de la incapacidad de las instituciones vigentes para cumplir adecuadamente los objetivos
nacionales. Aunque fuertemente influida por el ejemplo del fascismo, entonces triunfante en Italia y en
ascenso en Alemania, y por los doctrinarios de la ‘Acción Francesa', dicha tendencia, que empezó a
llamarse ‘nacionalismo', invocaba la vuelta a la tradición nacional para encontrar los remedios que el
país urgentemente reclamaba. Su persistente ataque a la democracia se dirigía, sobre todo, contra el
prurito de convertirla en religión, con olvido de su carácter instrumental: religión expresada en la
creencia de que el simple funcionamiento del sistema constituía una panacea para todos los males. El
gobierno de Yrigoyen era, justamente, la prueba experimental de lo contrario. Demostraba que el hecho
de gozar del auspicio de la mayoría electoral, no aseguraba la infalibilidad, ni siquiera la eficacia» 884.

El periódico «La Nueva República» fue el vocero, en simpatía con los redactores católicos de la
revista «Criterio». Es que hubo nacionalistas afectos a los nacionalismos europeos, que como es normal
entre nosotros entre los intelectuales, importaban doctrinas y procedimientos foráneos; también
nacionalistas católicos, inspirados en las doctrinas de los documentos pontificios y en la tradición
hispano-criolla, y que por ende no pueden ser acusados de totalitarios porque su fuente iluminadora fue
el tomismo suareciano, fundador de nuestras inclinaciones republicanas; y hasta nacionalistas
respetuosos de nuestras instituciones democráticas constitucionales, del tipo de Manuel Gálvez, Carlos
Ibarguren o Bonifacio del Carril. Es que el nacionalismo no fue un partido político, fue una ancha
corriente del pensamiento político argentino con matizadas expresiones individuales y de grupo 885.

Quienes acusan al nacionalismo, en bloque, como fascista, deben profundizar el tema. Además,
quienes lo acusan de extranjerizante, deberían recordar que esta anomalía es común a la mayoría de los
movimientos intelectuales de Argentina, si no a todos: que entre 1810 y 1815 fueron republicanos
jacobinos por imperio de la moda francesa emergente del enciclopedismo de su Revolución; entre 1816 y
1820 fueron monarquistas, más o menos constitucionales, cuando soplaron los vientos del Congreso de
Viena y la Santa Alianza; de caudillos del tipo de Artigas o Dorrego, propensos a imitar las instituciones
norteamericanas; de románticos con la generación del ‘37, llevada de la mano por Echeverría que llegaba
de una Europa que reaccionaba contra el racionalismo individualista; de liberales a la inglesa con
Alberdi, admirador de las costumbres parlamentarias británicas, a las que contempló en vivo y en
directo; de un Sarmiento que pasó de la admiración a los Estados Unidos a la germanofilia, ni bien
Alemania se impuso a Francia en la guerra franco-prusiana de 1870; de la comtiana, spenceriana y
darwiniana generación del ‘80 que hizo del positivismo su credo liberador. Después de la primera guerra
mundial muchos descubrieron las bondades de la democracia yanqui wilsoniana, pero antes, entre fines
del siglo pasado y principios del nuestro, las mejores inteligencias, como Leopoldo Lugones, José
Ingenieros o Ricardo Rojas, se inclinaron por el socialismo revolucionario con connotaciones anárquicas,
porque eso era lo que estaba de moda en el viejo continente. ¿A qué sorprenderse de que hubiese
simpatía por los nacionalismos europeos en grupos de intelectuales hacia 1930? Generalmente lo hacen
los que, reverenciando los «socialismos contemporáneos», fueron prosélitos de la IV Internacional de
París de 1968.

Escribía Castañeda en 1820: «Eche Ud. una ojeada rápida sobre la conducta de nuestros políticos
en la década anterior, y verá que en vez de fomentarlo todo lo han destruido, todo no más que porque no
está como en Francia, en Norteamérica o en Flandes... ¿Cómo hemos de tener espíritu nacional si en lo
que menos pensamos es en ser lo que somos?» 886.

El nacionalismo, como dice Palacio, entendía que la superación no podía venir de los políticos,
bastante desacreditados ya por aquella época, dada su demagogia impenitente, sino de un movimiento
promovido por el Ejército. Era el pensamiento del que quizás haya sido nuestro más grande poeta,
Leopoldo Lugones, que proclamó la llegada de la hora de la espada. «Con este llamado a la intervención
del ejército en la política, quería significar la necesidad de una restauración de los valores morales que la
política utilitaria tenía de sobra olvidados, y de los que esa institución aparecía como el tradicional
custodio: el honor y el patriotismo» 887.

El ejército

La apelación del nacionalismo al ejército, hace menester que analicemos somera-mente la


evolución de nuestras fuerzas armadas en las últimas décadas.

El ejército durante la presidencia de Alvear era bastante distinto del que hizo la guerra con el
Paraguay (1865-1870), del que luchó contra el malón indio, o del que actuó en las revoluciones de 1880,
1890 o 1893. Desde la fundación del Colegio Militar en época de Sarmiento, 1870, se fue formando una
oficialidad culta y educada en el manejo de las armas y la estrategia.

En 1900, con la fundación de la Escuela Superior de Guerra, se posibilitó que los oficiales
realizaran cursos de perfeccionamiento.

Los soldados fueron hasta 1901 enganchados voluntarios o involuntarios; otras veces,
delincuentes comunes. En aquel año, durante la segunda presidencia de Roca, con motivo de la
posibilidad de guerra con Chile, se dictó la ley de servicio militar obligatorio. De acuerdo a ella, todo
ciudadano mayor de veinte años estaba obligado a la prestación del servicio militar.

Luego, entre 1908 y 1916, se le dio forma a la Escuela de Suboficiales para instruir a estos
estamentos militares intermedios.

También es importante aclarar que, a partir de la década del ‘90, Argentina había empezado a
abastecerse de armas, municiones y equipos de origen alemán. No fue raro entonces que desde 1899 en
adelante comenzaran a venir instructores y profesores germanos para incorporarse a nuestra Academia
de Guerra. Algunos de nuestros oficiales, por otra parte, iban a Alemania para especializarse en diversas
materias y técnicas de guerra; entre ellos, el más encumbrado fue el general José Félix Uriburu, que
pudo ser ministro de Guerra de Alvear, pero que éste finalmente desechó, para evitar eventuales roces
con las potencias aliadas vencedoras en la primera guerra mundial. A pesar de lo cual, Uriburu fue
designado en 1923 inspector general, la más alta jerarquía del ejército.

Durante los gobiernos radicales, el ejército creció en número de efectivos, en profesionalidad de


sus oficiales y en la dotación de sus medios técnicos de guerra, y por ende, aumentaron las erogaciones
de guerra que cubrieron alrededor del 20% de los presupuestos de la época.

Frente a Yrigoyen, los sectores castrenses estaban divididos: unos, que habían colaborado con
Yrigoyen en la revolución de 1905, lo apoyaban. Otros, con criterio estrictamente profesional, lo
enfrentaron porque estaban convencidos que el ejército debía ser prescindente en materia política
-Yrigoyen había designado a un civil, Elpidio González, como ministro de Guerra en 1916- y porque los
oficiales que lo habían acompañado al líder radical en las revoluciones de 1890, 1893 y 1905, fueron
premiados con la reincorporación a las filas del ejército y hasta con ascensos. Es que Yrigoyen
consideraba que había deberes con la Patria, superiores a los reglamentos militares. Así, estaba creando,
además de una fuente de indisciplina, las condiciones para que los que se levantaron contra él en 1930,
se sintieran justificados.

En 1921 se creó la Logia General San Martín, que nucleara desde los disconformes con la política
de Yrigoyen descripta, hasta los que se encontraban preocupados por el izquierdismo de ciertos soldados
y suboficiales durante la Semana Trágica. Su propósito fundamental era eliminar la política partidista en
las filas castrenses. El candidato de la Logia para ocupar el cargo de ministro de Guerra de Alvear, fue el
general Agustín P. Justo, director del Colegio Militar durante los últimos siete años, en lugar del general
Uriburu, en quien pensó primitivamente Alvear.

Según Potash, la inclinación pro-alemana de Uriburu, hizo que los amigos franceses del
presidente lo presionaran en su contra, y con la colaboración de Tomás Le Bretón obtuvieron la
designación de Justo 888. éste gozaba de especial favor en los círculos aristocráticos de Buenos Aires; su
padre, que había sido gobernador de Corrientes, fue mitrista, íntimo de Mitre. Precisamente por ello,
Justo, como Director del Colegio Militar, ordenó honras al prócer liberal al cumplirse el centenario de su
nacimiento en 1921, ante la tesitura de Yrigoyen, de dejar pasar el aniversario sin recordación oficial
alguna.

Durante el gobierno de Alvear, el enfrentamiento entre los oficiales adictos a Justo y los que se
habían beneficiado con Yrigoyen, se hizo ostensible. Aquéllos acusaban a estos de faccionalismo político.
Justo y Dellepiane llegaron, incluso, a batirse a duelo.

Mientras tanto, los amigos de Justo lograron modernizar el ejército. El ministro de Guerra, se ha
visto, fue acusado de intentar obstruir el camino de Yrigoyen al poder en 1928. Lo cierto es que Justo vio
con suma antipatía el ascenso del caudillo radical a su segunda presidencia, acompañado en esto por
Lugones y el nacionalismo.

El inspector del ejército, José F. Uriburu, coincidía con Justo en los fines, pero no en los medios, y
se había acercado a los sectores nacionalistas. Justo, en cambio, era hombre con simpatías en los
cenáculos liberales: conservadores, antipersonalistas y socialistas independientes. He aquí el origen de
las dos tendencias internas de la Revolución de 1930. Una, la de Uriburu, afín a la postura nacionalista,
que pensaba en un cambio institucional y de estructuras políticas, que llegaban incluso a la reforma
constitucional. Otra, la de Justo, que llamaremos liberal, apoyada en lo que luego se llamó Concordancia,
y en sectores socialistas y demoprogresistas, estos últimos no partidarios, quizás, de apelar a la
revolución, pero adversos visceralmente al nacionalismo y al personalismo y dispuestos a sacar partido
de la caída de Yrigoyen.

La elección de ministro de Guerra que hizo Yrigoyen en 1928, designando al general Luis
Dellepiane, fue factor que acentuó la prevención de Justo.

Entre 1928 y 1930 Yrigoyen aumentó sueldos y pensiones de los militares y les otorgó otras
mejoras, acrecentando el contingente de soldados y oficiales, pero negó progresos presupuestarios para
equipamiento, armamentos y construcciones militares. Hizo gala de favoritismos hacia ciertos oficiales
en detrimento de los adictos a Justo, que en buena medida fueron separados de sus posiciones o
declarados en disponibilidad 889. El coronel Luis García, uno de los separados, publicó, entre 1929 y
1930, 137 artículos contra la conducción militar del gobierno.

Al retirarse del servicio activo en 1929, Uriburu, acompañado del coronel Manuel Rodríguez,
amigo de Justo, acentuó su postura opositora al radicalismo.

A partir de mediados de 1929, la tensión de la calle golpeó las puertas de los cuarteles. Reapareció
la «Liga Patriótica» de Manuel Carlés para agitar y derrocar a Yrigoyen. Los redactores de «La Nueva
República» forman la «Liga Republicana», a cuyo frente se coloca Roberto de Laferrere, y más tarde
Uriburu prohíja la «Legión de Mayo», todas organizaciones que dirigen sus dardos contra el gobierno.
Sucesos revolucionarios

Desde mayo de 1930 se vive el clima revolucionario: prácticamente no sesiona el Congreso. Al


cerrarse la Caja de Conversión baja el valor del peso y disminuye el comercio exterior, se deteriora el
salario, hay quiebras de firmas exportadoras con aumento del desempleo. Los actos públicos de los
opositores se multiplican rodeados de violencia verbal y hasta física. En un acto demoprogresista,
Francisco Correa lanza el «¡Votos sí, armas no!», pero la concurrencia se muestra partidaria de la
revolución. Este anhelo se escucha en los actos de los partidos, que luego de la revolución formarían la
Federación Nacional Democrática y que apoyarían la candidatura de Justo: conservadores,
antipersonalistas y socialistas independientes Los legisladores militantes en estas corrientes lanzan en
agosto manifiestos «para imponer la vuelta al sistema de la constitución y las leyes, difundir en el pueblo
la resistencia de los abusos y dar un gobierno constitucional y democrático».

En las facultades de Medicina y de Derecho, los estudiantes se pliegan al activismo contra


Yrigoyen. El reformista Carlos Sánchez Viamonte predica «la desaparición del último caudillo», y el
decano de la facultad de Derecho, Alfredo L. Palacios, pide la renuncia de Yrigoyen.

El ministro Dellepiane acuartela las tropas en Campo de Mayo y son detenidos presuntos
conspiradores, pero Yrigoyen se opone a estas medidas; y entonces Dellepiane, el único que puede hacer
abortar la revolución, renuncia.

El 31 de agosto Yrigoyen debe inaugurar la exposición de la Rural, como está indispuesto, lo


sustituye el ministro de Agricultura, Juan B. Fleitas, quien es silbado estrepitosamente, dando mueras a
Yrigoyen.

Cuando el intendente Cantilo visita a este en su casa de la calle Brasil donde está enfermo de
gripe, el presidente manifiesta que el pueblo y el ejercito están con él, que no cree en la conspiración:
«Usted sólo me trae el barro de la calle», dice.

El 4 de septiembre, una manifestación donde van en ferviente comunión estudiantes reformistas


y nacionalistas, al acercarse a la Casa Rosada, donde creen está Yrigoyen, es baleada por la guardia y cae
muerto el joven Juvencio Aguilar. El derramamiento de su sangre excita a dirigentes políticos que desde
el diario «Critica» llaman a las armas. El 5 de septiembre, enfermo y decaído, convencido por Elpidio
González, delega el mando en el vicepresidente Enrique Martínez y éste establece el estado de sitio en la
Capital. La policía procede contra las manifestaciones que recorren la ciudad y los diarios son
censurados. Esa noche del día 5 se vive un clima verdaderamente revolucionario. Algunos allegados
piensan que debe sacrificarse a Yrigoyen y debe asumir definitivamente el vicepresidente Martínez, lo
que no cuenta con el respaldo de Elpidio González 890.

El día siguiente, 6 de septiembre, estalla la Revolución, que ha sido de difícil organización, pues
en general el ejército y la marina son fieles al gobierno. Sólo se han plegado el Colegio Militar y la base
aérea de El Palomar. Uriburu y Justo, cabezas visibles del movimiento, no se ponen de acuerdo sobre lo
que vendrá después de la Revolución. Pero igualmente, el primero sale al frente del Colegio Militar,
aunque Campo de Mayo, con el coronel Avelino álvarez como comandante, permanece fiel a Yrigoyen,
mientras revolucionarios civiles en nutridos grupos lo instan a sumarse a la revolución. La base aérea del
Palomar se pronuncia, y los aviones salen para arrojar volantes sediciosos sobre la ciudad. Uriburu
parece será copado por tropas leales, pero los aviones sublevados amenazan bombardearlas, y entonces
se abstienen de intentar detener la marcha triunfal de Uriburu y Justo hacia la Casa Rosada. Hay un
tiroteo en plaza Congreso con algunos muertos y heridos. Uriburu accede finalmente a aquella y exige la
renuncia de Martínez, que debe ceder. Yrigoyen es trasladado a La Plata y allí se le impone la renuncia a
él también, terminando confinado en Martín García 891.

Tendencias internas de la Revolución

Carlos Ibarguren, que acompañó a Uriburu en la revolución, define así a las dos tendencias
internas del movimiento: «...el general Uriburu planteó a sus camaradas desde el primer momento de la
conspiración, como requisito esencial, el que debía excluirse a los políticos; que el levantamiento no iba
tanto contra los hombres que usufructuaban las funciones directivas, sino principalmente contra el
régimen institucional y las leyes electorales vigentes; que habían sido los medios que nos trajeron la
situación que sufría el país; que proponía a ese efecto la modificación de la Constitución y de esas leyes...
desde los primeros trabajos del complot se produjo la profunda divergencia entre los objetivos
fundamentales que el general Uriburu anhelaba alcanzar y las exigencias de los que no concebían el
movimiento excluyendo a los políticos, y se limitaban a bregar por el cumplimiento de la Constitución y
de las leyes electorales que elevarían de nuevo a los partidos a dirigir y usufructuar el Estado. Entre los
que así opinaban se contaba el general Justo, quien declinó tomar parte directiva en la revolución y sólo
aceptó figurar «como soldado» de ella» 892.

Unos, los nacionalistas con Uriburu a la cabeza, pretendían un cambio profundo, con reforma
constitucional; otros, los sectores liberales liderados por Justo, aspiraban solamente a retrotraer la
República a 1916, cuando, antes del acceso del radicalismo al poder, gobernaba el régimen, para lo cual el
objetivo único de la revolución debía ser deponer a Yrigoyen y llamar a elecciones. Para lograr la
adhesión de este sector, Uriburu aceptó -lo cual fue un grave error para su postura- incluir estos párrafos
en la proclama revolucionaria redactada por Leopoldo Lugones: «El gobierno provisional, inspirado en el
bien público y evidenciando los patrióticos sentimientos que lo animan, proclama su respeto a la
Constitución y a las leyes fundamentales vigentes y su anhelo de volver cuanto antes a la normalidad,
ofreciendo a la opinión pública las garantías absolutas, a fin de que, a la brevedad posible, pueda la
Nación, en comicios libres elegir sus nuevos y legítimos representantes. Los miembros del gobierno
provisional contraen el compromiso de honor de no presentar ni aceptar el auspicio de sus candidaturas
a la presidencia de la República» 893. Es sintomático que luego de esta proclama Justo no quiso aceptar
ninguna función de gobierno en la administración de Uriburu.

La doctrina del gobierno de facto

Luego de asumir, por una acordada de la Suprema Corte de Justicia, se reconoció al gobierno que
encabezaba como de facto, esto es, de hecho. Palacio entiende que esto constituyó «el brete que los
intereses del régimen crearon al general Uriburu para tenerlo a su merced. Desde ese momento hubo
siempre a su lado vigilantes exegetas para indicarle, con la autoridad que confiere la toga abogadil, qué
era lo que podía hacerse y qué lo que no se podía» 894.

Digamos una palabra sobre la doctrina del gobierno de facto. Una conducción política es de jure,
de derecho, cuando llega al poder por los medios que la ley común o la ley constitucional fijan. Por el
contrario, es de facto, de hecho, cuando su llegada al poder se efectúa no por esos medios legales, posee
entonces un título irregular, el cual puede transformarse en aceptable cuando media una causa de
necesidad, como por ejemplo la imperiosidad de que exista autoridad que asegure el orden; otras veces
porque ese poder de facto recibe la obediencia de la comunidad, dispuesta a consentir que él la gobierne,
o porque alguna otra autoridad de jure lo reconoce.

Mitre fue gobernante de facto en 1862, después de Pavón. En un fallo de 1865, la Corte Suprema
de Justicia lo reconoció como gobernante de facto de aquel entonces, esto es, antes de ser presidente
constitucional a partir del 12 de octubre de 1862.

Por una acordada del 10 de septiembre de 1930, al tomar conocimiento oficial de la constitución
del gobierno provisional encabezado por Uriburu, la Corte Suprema de Justicia consideró que «ese
gobierno se encuentra en posesión de las fuerzas militares y policiales necesarias para asegurar la paz y el
orden de la Nación y, por consiguiente, para proteger la libertad, la vida y la propiedad de las personas, y
ha declarado, además, en actos públicos, que mantendrá la supremacía de la constitución y de las leyes
del país, en el ejercicio del poder». La Corte caracteriza a dicho gobierno como de facto en cuanto a su
constitución, fundamentando su posición en la doctrina nacional e internacional que da validez a sus
actos «cualquiera que pueda ser el vicio o deficiencia de su nombramiento o de su elección, fundándose
en razones de policía y de necesidad», en cuanto «su título no puede ser judicialmente discutido con
éxito por las personas» porque posee y ejercita «la función administrativa y política derivada de su
posesión de la fuerza como resorte de orden y seguridad social». Hace la salvedad de que, cuando los
funcionarios del gobierno de facto «desconocieran las garantías individuales o las de la propiedad u otras
de las aseguradas por la constitución, la administración de justicia encargada de hacer cumplir estas las
restablecería en las mismas condiciones y con el mismo alcance que lo habría hecho con el poder
ejecutivo de derecho» 895.

La administración de Uriburu

Del gobierno de Uriburu se esperaba una reafirmación de la autoridad para asegurar el orden,
una tarea en lo económico-social que nos permitiera sortear con éxito la crisis, quizás, una puesta a tono
con la época que se vivía del ya vetusto texto constitucional, completar la moralización de la vida pública
argentina, lanzar a la República a una nueva etapa de logros y de grandeza. Si el poder de Uriburu era de
facto, se esperaba de su gestión la concreción de una labor liberadora y justiciera que reivindicara la
revolución. En sí, lo diremos en el próximo capítulo, la interrupción del orden constitucional nos parece
un error. Ese error se hubiera salvado, al menos parcialmente, si Uriburu hubiese completado la obra
iniciada por lo mejor del conservadorismo liberal, con lo rescatable que había logrado el radicalismo en
el poder, que no era poco: lo que proponían como tarea insoslayable las nuevas corrientes nacionales,
que querían fidelidad a los valores de nuestra cultura, restablecimiento del principio de autoridad,
afirmación de la conducta moral de servicio del gobernante, desarrollar nuestra economía, defender la
dignidad nacional. El vicio de origen se hubiese purgado, si, como coronamiento de todo esto, a
cumplirse en un plazo moderado -reformada o no la Constitución- se hubiese restablecido el libre juego
de las instituciones apelando a la pureza comicial.

Formó un ministerio y eligió interventores en las provincias a hombres casi exclusivamente


provenientes de las filas conservadoras, de edad provecta, que llegaban nuevamente al poder dispuestos
a no dejar rastros de lo que el radicalismo había hecho, fuera positivo o negativo, retrotrayendo la
República a la etapa previa a la primera guerra mundial. Como acota Palacio, «era natural que los
hombres de consejo de la camarilla se empeñaran, no en hacer la revolución, sino en impedirla, y que
limitaran los objetivos revolucionarios a una operación electoral que devolviera el gobierno, más o
menos legalmente, a los grupos y partidos que lo habían usufructuado antes de la Ley Sáenz Peña» 896.
Así se decidió primero llamar a elecciones provinciales para normalizar esos gobiernos, luego las
legislaturas de éstos elegirían los senadores y se llamaría a elección de diputados nacionales para
regularizar el Congreso, posteriormente, éste dispondría la convocatoria a elecciones de convencionales
constituyentes si estaba de acuerdo con la reforma de la Constitución. Finalmente, el gobierno de facto
convocaría a elegir las autoridades ejecutivas que hubiese establecido la Constitución reformada, con lo
que se cerraría el ciclo.
Al respecto se ha dicho que las ideas del presidente provisional eran establecer el sufragio
calificado y un congreso de tipo corporativo. Veamos lo que dijo Uriburu en su discurso del 1° de octubre
de 1930: «Creemos que es necesario que la Constitución sea reformada, de manera que haga posible la
armonización del régimen tributario de la Nación y de las provincias, la autonomía efectiva de los
estados federales, el funcionamiento automático del Congreso, la independencia del Poder Judicial y el
perfeccionamiento del régimen electoral, de suerte que se puedan contemplar las necesidades sociales,
las fuerzas vivas de la Nación. Consideramos que cuando esos intereses puedan gravitar de manera
efectiva, no será posible la reproducción de los males que ha extirpado la revolución. Cuando los
representantes del pueblo dejen de ser meramente los representantes de los comités políticos y ocupen
las bancas del Congreso obreros, ganaderos, agricultores, profesionales, industriales, etc., la democracia
habrá llegado a ser entre nosotros algo más que una bella palabra. Pero será el Congreso elegido por la
ley Saenz Peña quien declarará la necesidad y extensión de las reformas, de acuerdo con lo preceptuado
en el artículo 30 de la Constitución Nacional» 897.

En tren de normalizar primero las provincias, se pensó en comenzar con Buenos Aires, Corrientes
y Santa Fe. Para aquélla se fijó la convocatoria a elecciones de gobernador y vicegobernador para el día 5
de abril de 1931, aprovechando que muchos de los dirigentes radicales se hallaban detenidos o habían
huido, y que el partido aparentemente estaba descalabrado. Pero la sorpresa fue mayúscula: el candidato
radical, Honorio Pueyrredón, se impuso al postulado por el conservadorismo, Antonio Santa-marina, por
218.000 votos contra 187.000, respectivamente. Los más sensatos aconsejaban aceptar los resultados y
seguir adelante; los exaltados, que no faltan nunca, eran de la tesitura de establecer una férrea dictadura
militar, en cuanto que el pueblo aparecía como incorregible.

Renunció el ministerio, y fue reemplazado por otro cuya única misión parecía consistir en
buscarle una salida rápida al proceso revolucionario, quebrado de esta manera. Más adelante, el
gobierno anularía aquellas elecciones, suspendiendo las que debían realizarse en las otras dos
provincias. Había inquietud en las calles, en las columnas periodísticas, en las aulas universitarias, en los
cuadros de las fuerzas armadas: inquietud de la que no era ajeno el tejemaneje del general Justo, que
después de haber figurado en primera fila entre los incitadores a la rebelión, se recordará no había
querido aceptar cargo alguno en el gobierno de Uriburu, para evitar que le cayera el anatema de la
proclama revolucionaria que proscribía para participar en las primeras elecciones a que se convocara, a
los que hubiesen ejercido funciones en la administración inaugurada el 6 de septiembre.

Justo, por el contrario, se había alejado para comandar los sectores políticos que se preparaban
para ser únicos y universales herederos de la revolución septembrina. Uriburu, recto, sin lugar a dudas,
lo veía con malos ojos; sus esperanzas estaban puestas en un viejo compañero de la revolución del ‘90,
Lisandro de la Torre, pero éste rechazaba la posibilidad de ser candidato oficial, a pesar de los beneficios
que Uriburu prodigó a los demócratas progresistas de Santa Fe.

En mayo de 1931 llegaba desde Europa Marcelo T. de Alvear, quien desde París, al enterarse del
estallido revolucionario del 6 de septiembre, en declaraciones al diario «La Razón», había aprobado la
revolución o poco más o menos: «Tenía que ser así. Irigoyen, con una ignorancia absoluta de toda
práctica de gobierno democrático, parece que se hubiera complacido en menoscabar las instituciones.
Gobernar no es payar. Para él no existían ni la opinión pública, ni los cargos, ni los hombres. Humilló a
sus ministros y desvalorizó las más altas investiduras. Quien siembra vientos, recoge tempestades... Era
de prever lo ocurrido. Ya en mis mensajes al Congreso hablé del peligro de los hombres providenciales...
Mi impresión que transmito al pueblo argentino, es de que el ejército que ha jurado defender la
constitución debe merecer nuestra confianza, y que no será una guardia pretoriana, ni que está dispuesto
a tolerar la obra nefasta de ningún dictador» 898. Ahora llegaba dispuesto a reorganizar su partido,
aprovechando la prisión de Yrigoyen y la senilidad de éste.

En el puerto lo recibieron el edecán de Uriburu, por una parte, y su exministro de Guerra, Agustín
P. Justo. En una entrevista con Uriburu, parece que éste le solicitó repeliera públicamente al gobierno
yrigoyenista, para que hubiera un entendimiento que lo hiciera a Alvear simpático jefe de un radicalismo
purificado de su pasado; el expresidente, inteligentemente, se negó: no tenían autoridad moral para
pedir esto los que perseguían con saña al radicalismo, y estaban dispuestos a todo para no permitir que
este partido volviera a ser gobierno.

Mientras tanto, Alvear, que no ha intentado siquiera cartearse con Yrigoyen que está en Martín
García, o visitarlo, recibe a radicales personalistas y antipersonalistas, indistintamente, en el City Hotel,
donde pernocta; otros radicales antipersonalistas, reacios absolutamente a encontrarse con los llamados
«peludistas» o yrigoyenistas, hacen tertulia en el Hotel Castelar. Dice José María Rosa: «Habrá, pues,
dos radicalismos: el del Castelar donde se habla mal de Yrigoyen, y el del City, donde no se habla de
Yrigoyen. Antipersonalistas decididos aquellos, y antipersonalistas discretos estos... Los del Castelar
traen su combativo antiyrigoyenismo, los del City pueden aportar el factor «pueblo». Con ambos,
moviéndose del Castelar al City, está Justo. No actúa directamente, nunca lo hace, sino por amigos fieles
que susurran su nombre como la grande y única solución presidencial» 899.

En mayo el gobierno revolucionario convocó a elecciones pero sólo para elegir gobernadores de
provincia, legislaturas provinciales y diputados nacionales. Se harían el 8 de noviembre. Luego,
constituido el Congreso Nacional, se intentaría la reforma constitucional que ahora sólo serían retoques
en la parte orgánica del texto: funcionamiento autónomo del Congreso, independencia del poder judicial,
creación de un tribunal de casación, acentuación del federalismo; ya no se hablaba de calificar el voto o
de un parlamento corporativo 899 bis.
Mientras tanto, el radicalismo del City, con Alvear ahora como cabeza, se reorganiza. Después del
fracaso del 5 de abril, la oposición se hizo fuerte. El gobierno estaba desprestigiado: los fusilamientos de
anarquistas y la aplicación de torturas a detenidos políticos había acentuado ese deterioro. Un grupo de
tenientes coroneles de filiación radical, entró a conspirar para deponer a Uriburu y llamar a elecciones
generales. Algunos expresan que Justo tenía conexiones con este movimiento, para obligar a Uriburu a
convocar a inmediatos comicios, y con el fin de granjearse la simpatía radical. Esta contrarrevolución
estalló en Corrientes, encabezada por el teniente coronel Gregorio Pomar, pero fracasó pues la mayoría
de las fuerzas castrenses no se plegó al conato.

En vísperas del 9 de julio, en la cena de camaradería de las fuerzas armadas, mientras Uriburu era
recibido con poco entusiasmo, Justo -cuya candidatura presidencial ya se perfilaba- era ovacionado, y el
coronel Manuel Rodríguez, presidente del Círculo Militar y amigo de Justo,, hablaba de la estricta
profesionalidad de los militares y su decisión de no inmiscuirse en la política, agregando que las fuerzas
armadas no consentirían el establecimiento de una dictadura ni nada que se hiciera contrariando la
voluntad de la ciudadanía, en obvia referencia a los originales planes de Uriburu y sus allegados.

Uriburu comenzó a manifestar síntomas de la enfermedad que padecía, lo que según algunas
opiniones precipitó los acontecimientos. Justo ya poseía el apoyo para su candidatura presidencial, de
conservadores, socialistas independientes y radicales del Hotel Castelar, en su mayoría. No era
suficiente, pues el pueblo estaba con el Hotel City, habida cuenta del extrañamiento y silencio de
Yrigoyen en Martín García. Pero Alvear se sentía ya jefe de un radicalismo unido, y entró a aspirar él
también a la futura presidencia.

Volviendo a las consecuencias de la derrota de la revolución de Pomar, ellas fueron graves para
los radicales: un decreto del 24 de julio proscribía en las futuras elecciones a las «personas que actuaron
en el gobierno y las representaciones políticas adictas al régimen depuesto el 6 de septiembre», y
además, a los participantes en la asonada de Pomar.

El 25 de julio, Alvear, Honorio Pueyrredón, Carlos Noel y José Tamborini, fueron informados por
el gobierno que debían abandonar el país; Adolfo G^emes escapa. El radicalismo del City queda
descabezado. Permanece Vicente Gallo, siempre aspirante a la presidencia.

En agosto, Uriburu, probablemente jaqueado por su enfermedad, por las circunstancias adversas,
por el propio entorno militar que busca una salida legal a una revolución frustrada, amplía la
convocatoria a elecciones del 8 de noviembre: ahora también se elegirían presidente y vicepresidente de
la Nación. A pesar de las invectivas de de la Torre a los socialistas, a quienes llamó «socialistas teóricos,
hormiguitas prácticas», haciendo alusión a su calidad de pequeños burgueses, y a su jefe Juan B. Justo, a
quien tildó como «Lenín de la tarifa de avalúos», por su postura librecambista contraria a la del líder
santafesino que simpatizaba con el proteccionismo, Don Lisandro hace la «Alianza Civil» con dicho
socialismo, proclamando la fórmula De la Torre- Repetto.

La proscripción de la plana mayor del radicalismo abrió muchos apetitos, los de Vicente Gallo
también, como hemos visto, quien pensaba quedarse con la herencia del exiliado Alvear y su gente del
City. Los antipersonalistas del Castelar proclamaron la fórmula Justo-José Nicolás Matienzo, el segundo
ex-ministro de Alvear. El conservadorismo lo hizo con Justo-Roca, el doctor Julio Argentino Roca. Por
su parte, los socialistas independientes, plegados a la candidatura Justo, para no quedar mal con nadie,
no presentaron candidatos a electores presidenciales, sus prosélitos quedarían en libertad para votar por
Justo- Matienzo o Justo-Roca, a voluntad.

El problema eran los radicales del City. Hicieron su convención en septiembre, y después de
aprobar la plataforma electoral, con muchos cabildeos, proclamaron la fórmula Alvear-G^emes. Por el
ministerio del interior, el gobierno anunció que esta fórmula era vetada: Alvear porque no podía ser
electo sin dejar pasar un período presidencial, seis años, desde 1928 en que dejó el poder (artículo 77 de
la Constitución Nacional); G^emes porque le comprendía el decreto proscriptivo del 24 de julio. Ante
este hecho, la convención radical se dividió: algunos, que fueron los más, entendieron que el radicalismo
debía abstenerse; los que rodeaban a Vicente Gallo y a Fernando Saguier, que en esa lotería pensaron
podían sacarse la grande de la presidencia y de la vicepresidencia, eran concurrencistas.

El 27 de octubre, la convención radical, luego de intentar que la Alianza Civil los acompañara en
la abstención, declaró que no participaría en las elecciones, no sin antes «denunciar ante la opinión
pública la actitud de los partidos de esencia democrática que no se solidarizaban con el derecho vejado».
¿De esencia democrática? La abstención radical era una tentación muy grande para quienes pensaban
que el radicalismo no estaría presente en las elecciones del 8 de noviembre, pero que los ciudadanos
radicales sí votarían. Antes, como ahora, una cosa es perorar, y otra distinta tener conducta.

En las elecciones del 8 de noviembre de 1931 hubo irregularidades en Mendoza y Buenos Aires.
La Alianza Civil triunfó en la Capital Federal y en Santa Fe; en esta última provincia, tradicionalmente
radical en aquel entonces, se impuso la fórmula Luciano Molinas-Isidro Carreras, demoprogresista. José
María Rosa apunta que los interventores Guillermo Rothe y Alberto Arancibia Rodríguez, facilitaron el
triunfo a las huestes de Lisandro de la Torre 900, ya se sabe que Uriburu tenía debilidad por su amigo
compañero de la revolución del Parque, a punto que deseaba fuese su sucesor, aunque los
acontecimientos los terminaron distanciando. Salvo Santa Fe, las demás provincias fueron ganadas por
fuerzas nucleadas en la Concordancia, conservadoras o antipersonalistas.
En cuanto a la elección presidencial, quedó consagrada la fórmula Justo- Roca, que había
obtenido 606.000 sufragios, contra los 487.000 recibidos por De la Torre-Repetto. Matienzo fue
premiado con una senaduría por Tucumán.

Todo fue un retroceso a 1910, cuando el radicalismo se encontraba en una postura de abstención
revolucionaria 901.

4. El «constitucionalismo social» posterior a 1914

En la Constitución de 1853 predomina el liberalismo político y económico emergente de las


revoluciones liberales de los siglos XVII y XVIII, especialmente de la Revolución Francesa, que a
mediados del siglo XIX estaba aun vigente. Locke, Voltaire, Montesquieu, Rousseau, a pesar de la
reacción que el romanticismo significó, aun tenían autoridad.

La Constitución dictada en 1853 estaba imbuida por un individualismo que tendía a limitar la
autoridad del Estado frente al individuo, poseedor de derechos innatos vinculados con la libertad y la
igualdad, que no admitían más limitaciones que las que imponía el ejercicio de los mismos derechos por
parte de los demás individuos. La doctrina del laissez-faire, laissez-passer, traducida como «dejar hacer,
dejar pasar», fue la fórmula de Juan B. Alberdi en «Bases», donde dice: «Gobernar poco, intervenir lo
menos, dejar hacer lo más, no hacer sentir la autoridad, es el mejor medio de hacerla estimable. A
menudo, entre nosotros, gobernar, organizar, reglamentar, es estorbar, entorpecer, por lo cual fuera
preferible un sistema que dejase a las cosas gobernarse por su propia impulsión» 902.

Casiello expone: «Este individualismo liberal, que se limitó a contemplar al hombre en abstracto,
cifró, en efecto, su preocupación integral, en el logro de su libertad, forjando, alrededor de este
postulado, toda la estructura del sistema. Libre acción del capital, libre acción del trabajo, libertad
absoluta en la economía, pues del ejercicio incontrolado, surgiría espontáneamente el ansiado equilibrio
de la justicia»903. La explotación del hombre por el hombre en lo económico, el revolucionarismo
anárquico en lo político, fue la respuesta de la realidad frente a estas divagaciones subjetivistas, propias
de teorizantes provenientes del idealismo filosófico.

La crisis del individualismo irrumpe en Occidente entre fines del siglo XIX y principios del
presente, especialmente en la primera posguerra. Fracasado el racionalismo político-jurídico y
económico-social, inicia su periplo la tesis aparentemente opuesta proveniente también del idealismo,
que suprime la libertad en nombre de la libertad con los totalitarismos del proletariado, de origen
marxista, de la raza, que anima al nazismo, o de las corporaciones con el fascismo.

Una tercera corriente, la de la filosofía perenne inspirada en Aristóteles y Santo Tomás de Aquino,
valora la libertad como medio para alcanzar el fin natural del bien personal y del bien común, y el
sobrenatural de la felicidad eterna. En la búsqueda del bien común, el Estado debe orquestar toda la
labor de los cuerpos intermedios, familias, gremios, municipios, provincias, universidades, que defienda
a la persona humana de los abusos de la libertad y de los propios abusos del Estado. La sociedad, en esta
concepción, no es una suma de individuos indefensos, sino una suma de sociedades menores donde la
persona humana encuentra refugio frente a los posibles desmanes del dinero, de la fuerza, del egoísmo,
encarnados en poderosos individuos u omnipotentes Estados. Se privilegia la solidaridad y la justicia.

Estos principios van a influir en el Derecho Constitucional y en el período de la primera post-


guerra aparece el llamado constitucionalismo social que Casiello esboza así: «se deja ya de contemplar al
hombre en abstracto, y en los textos constitucionales se incorporan los derechos sociales, sometiendo a
regulación jurídica, también a aquellas sociedades en que el hombre naturalmente actúa para cumplir su
destino. Más aun: se propugna el intervencionismo estatal, proclamándose que su misión no ha de
limitarse a reconocer la independencia jurídica del individuo, sino que debe extenderse en la medida
necesaria para asegurar su independencia social, y para brindar el mínimo existencial requerido por el
decoro, la dignidad y la libertad de la persona humana. En función a esta tendencia, instituciones y
materias consideradas antes de carácter puramente civil, reguladas por el derecho privado, asumen
jerarquía constitucional y se someten así a relaciones de orden público la familia, el trabajo, la propiedad
y la educación. Paralelamente, se concreta la noción de la justicia social, que es la proyección de la virtud
de la justicia en el campo social, y se la convierte en función estatal» 904.

En consecuencia, ya las constituciones no se limitarán a declarar los derechos del individuo frente
al Estado y a organizar a éste, sino que se agregará la enumeración de los derechos sociales del
trabajador, del anciano, de la familia, de los institutos educativos, el sometimiento del orden económico
al orden ético, la regulación de la libertad para que ésta no atente contra la libertad. Así la constitución
alemana de Weimar de 1919, la de Estonia de 1920, la de Polonia de 1921, la de Irlanda de 1937, la de
Brasil de 1946, la de Francia de 1946, la de Italia de 1947, la nuestra, justicialista, de 1949, la de Cuba de
1940, la de Venezuela de 1947, la de Guatemala de 1945.

El constitucionalismo social no abreva pues, ni en el liberalismo racionalista e individualista, ni


en las doctrinas estatolátricas marxista, nazi o fascista, todas posiciones emergentes de un idealismo
filosófico que desconoce la verdadera realidad de la persona humana y de la comunidad humana. Su
madre, en cambio, es la filosofía perenne que nació en Grecia, se difundió en el Imperio romano, en la
etapa de la decadencia de éste recibió la luz del Evangelio, maduró en la Edad Media y fue siendo
abandonada desde el Renacimiento en adelante, para resurgir victoriosa después de las amargas
experiencias de la explotación y de la anarquía resultantes del liberalismo, de las dos guerras mundiales
y de los ensayos practicados por los totalitarismos modernos.

Sin lugar a dudas, la filosofía perenne iluminará al derecho constitucional social del futuro,
después del fracaso de las experiencias del constitucionalismo individualista y del constitucionalismo
estatista.

CAPITULO 10 | 1. La restauración conservadora

Sumario:La Concordancia. El fraude electoral. La desconstitucionalización.

La Concordancia

Se ha dado en denominar restauración conservadora, al régimen establecido en la República con


posterioridad a la revolución del 6 de septiembre de 1930, y que perdurará hasta un siguiente
movimiento militar, el acaecido el 4 de junio de 1943.

Tal denominación que se ha dado a dicha revolución, obedece a que la insurrección de 1930,
significó la interrupción de las administraciones radicales y el acceso al gobierno de las fuerzas que las
habían precedido en el ejercicio del poder, esto es, de los sectores políticos conocidos generalmente
como conservadores, vulgar denominación ésta, que en ciertos aspectos no expresa la identidad
ideológica verdadera de esas fuerzas, puesto que siendo ellas productos del liberal-positivismo del
ochenta, se comportaron en el ejercicio del mando, específicamente en lo socio-económico y cultural,
como una expresión de liberalismo. En contraste con ello, la respuesta del radicalismo en esos campos,
especialmente del radicalismo yrigoyenista, puede decirse que a grandes rasgos no fue liberal, sino
conservadora de valores, tradiciones 905 e integridad internacional, estando sus convicciones, en el
campo socio-económico, muchas veces reñidas con los planteos liberales.

Disquisiciones histórico-filosóficas aparte, lo cierto es que con la restauración conservadora,


entraron a gobernar nuevamente la República las corrientes políticas representantes de los sectores
mejor ubicados en el espectro social906, reunidos en una alianza denominada Concordancia, que como
se ha visto, estuvo integrada por una fracción del radicalismo antipersonalista -pues la otra se unió al
personalismo, conformando la Unión Cívica Radical que actuó durante la década del treinta-, por las
distintas agrupaciones de signo conservador existentes en Buenos Aires y en el interior, y por el llamado
socialismo independiente, fruto de una escisión dentro del socialismo. Atentos a la significación
ideológica y sectorial de esta fuerza, pareciera raro verla vinculada a una restauración conservadora.
Pero la historia depara sorpresas como ésta.

Para una mejor ubicación cronológica, diremos que dicha restauración conservadora comprende
la presidencia provisional del general José Félix Uriburu (1930-1932), y las subsiguientes presidencias,
productos del amaño electoral, de Agustín P. Justo (1932-1938), Roberto M. Ortiz (1938-1940) y Ramón
S. Castillo (1940-1943). Componenda electoral, decimos, pues el clima y los hechos de falsificación de la
voluntad popular inherentes a esa etapa de la historia argentina contemporánea, fueron realidades que
ningún historiador serio discute y que constituyen una verdadera afrenta al imperio de la Constitución
Nacional 907.

El fraude electoral

Lamentablemente, para la comunidad nacional, el conservadorismo criollo no supo respetar las


normas de libre juego electoral, que él mismo se encargara de implantar en 1912. Esto, porque no logró
organizarse como una fuerza política unida, coherente, moderna, con un programa de avanzada, capaz de
disputarle al radicalismo la victoria en las urnas, como lo intentó a partir de 1914 con la fundación de la
democracia progresista, designio que fracasó. Contrariamente, derrotado en forma contundente por el
yrigoyenismo en 1928, dado que la fórmula antipersonalista Melo-Gallo era sin duda expresión de las
corrientes conservadoras -a pesar de los progresos que éstas obtuvieron en los comicios de renovación de
la Cámara de Diputados de marzo de 1930- se terminó eligiendo el camino de la ruptura de la legalidad
para acceder al poder.

Las fuerzas contrapuestas al yrigoyenismo, de haber optado por organizarse eficientemente para
oponerse a él electoralmente, hubiesen podido, en las eventuales elecciones presidenciales de 1934,
capitalizar todo el desgaste que el detentamiento prolongado del poder, desde 1916, había significado al
oficialismo radical. La inminente desaparición de la escena política del caudillo radical, dado lo avanzado
de su edad, también hubiese sido factor coadyuvante en ese sentido. No cabe duda, que la vigencia de las
instituciones hubiese salido altamente beneficiada con un posible alternarse en el ejercicio del poder de
radicales y conservadores.

Pareciera que la democracia contemporánea ha funcionado mejor donde dos grandes fuerzas
políticas se turnan en la conducción política, una representando los elementos consustanciados con el ser
mismo de la comunidad de que se trate, y la otra con la mira puesta en el futuro, más atenta al
perfeccionamiento de la convivencia actual que a la reafirmación de lo obtenido a través de la historia.

La inestabilidad política, que ha sido una de las constantes problemáticas de la Argentina de las
últimas décadas, mucho tiene que ver con la interrupción de la sucesión presidencial que disfrutó la
República desde 1862 a 1930. A pesar de que hasta 1916 no puede decirse que esa sucesión se operara de
una manera estrictamente constitucional, pues puede afirmarse categóricamente que ninguna de las
presidencias hasta esa fecha fue producto de una elección popular inobjetable, sin embargo, ya era un
progreso que cada seis años la República se hubiera acostumbrado al relevo de un presidente y su
reemplazo por otro, o que cada dos años se renovara la mitad de los miembros de la Cámara baja.

Estas costumbres, en sí, ya eran algo positivo, abstracción hecha de la realidad: que se llegara a
las altas investiduras por el atajo de la maniobra o del consenso elitista, y no por el camino recto de la
libre expresión ciudadana 908. No solamente se apeló al golpe para acceder al poder, sino que se utilizó el
fraude para conservarlo. En realidad se retrocedió a la etapa preconstitucional, a la época en que los
rivadavianos primero, y los propios hombres de la generación de 1837, después, como Echeverría y
Alberdi, descreídos de la capacidad de nuestro pueblo para elegir a sus gobernantes, patrocinaron la
calificación del sufragio como medio para que solamente eligiera un determinado círculo social.

Debe puntualizarse, sin embargo, que las distintas administraciones concordancistas no deben
ser colocadas, en respecto al fraude, en la misma ubicación. Durante la presidencia de Justo, el fraude
fue evidente, pero practicado en proporciones moderadas: la dosis justa que permitiera seguir
manejando los hilos del poder, pero tratando de salvar en lo posible la imagen institucional de la
República frente al mundo internacional, por un lado. Y por el otro, tentando al radicalismo para que
saliese de su posición abstencionista y revolucionaria, y jugara un papel de modesto opositor dispuesto
de alguna manera a cohonestar la situación imperante 909. Por ello, la Concordancia permitió elecciones
libres en distritos como Capital Federal, Córdoba y Entre Ríos, pero apretó el torniquete electoral en el
resto del país. El control de la mayoría de los distritos, con los electores presidenciales consiguientes,
permaneció en sus manos, y así pudo Justo imponer a Ortiz como sucesor, mientras que la mayoría en
ambas cámaras del Congreso le permitía gobernar sin sobresaltos, esto último, también producto del
falseamiento electoral imperante en el grueso de las provincias.

En cambio, Ortiz, inesperadamente para el propio Justo y sus allegados, intentó jugar el rol de
Roque Saenz Peña de principios de Siglo: restaurar la limpieza comicial, con regocijo de Alvear y sus
prosélitos. Como se verá, la interrupción de su mandato debido a la cruel enfermedad que lo aquejara,
terminó obstruyendo el camino hacia la plena vigencia de la verdad electoral, pues con el vice-presidente
Ramón S. Castillo, que posteriormente lo suplantara, el fraude volvió a ensombrecer la vida política de
Argentina en el lapso 1940 1943.

La desconstitucionalización

Esa situación de fraude permanente que se vivió en nuestro país desde 1931 a 1943, ese divorcio
resultante entre la constitución formal escrita y la constitución vivida por nuestro pueblo en ese lapso,
nos pone en presencia de lo que los teóricos del derecho constitucional denominan
«desconstitucionalización», fenómeno que Bidart Campos define como «la situación irregular del Estado
que en su práctica política pone en vigencia un sistema constitucional distinto del normado en la
constitución escrita»910.

A veces, esa vida extraconstitucional es debida a que la constitución formal no contempla las
inclinaciones, necesidades o intereses de un pueblo, y entonces en cierto modo la
desconstitucionalización se justifica. Algo así ocurrió entre nosotros, por ejemplo, con la vigencia de los
derechos sociales, reclamada ardientemente por las palpitantes urgencias elementales de nuestro pueblo.
Entendemos que la legislación social sancionada en nuestro país desde 1905 en adelante, se dictó al
margen de la Constitución Nacional de 1853, que en esa materia se adhirió al «dejar hacer, dejar pasar»
de las doctrinas crudamente liberales. En estos casos el legislador, mediante la reforma condigna, debe
poner a tono con la realidad y con las exigencias de la comunidad, ese texto.

En cambio, consideramos que el fraude electoral que se vivió antes de 1916, y desde 1931 a 1943,
es un caso de desconstitucionalización que no se justifica para nada, pues desde los albores de la
República, ha sido viva aspiración de nuestras mayorías y tendencia particular de la sociedad
rioplatense, la adopción del sufragio universal para decidir su destino y nominar a sus representantes,
aún en época en que en el mundo occidental de avanzada esa vocación no se había manifestado
claramente.

El fraude electoral significa en cierto modo también la instauración de un sistema de partido


único, que es el que viola a su favor las normas electorales para permanecer en el poder, aunque el
régimen que lo practique pueda no ser tildado de totalitario, es decir, en caso de que no intente
encuadrar a todo el hombre y a todos los hombres dentro de un esquema político y económico-social.
Para Linares Quintana «El movimiento de desconstitucionalización culminó con la conquista del poder
por el fascismo, el que, juntamente con el bolcheviquismo constituye, en cuanto dictaduras de partido
único, una nueva forma de autocracia, desconocida en épocas anteriores» 911.

Otra cuestión sobre este tópico, es la que plantea Bidart Campos: «En general, la
desconstitucionalización importa una mutación constitucional casi total; quiere decir que la constitución
escrita pierde vigencia como totalidad, como complejo normativo, si bien es común que subsista la
vigencia de algunas normas, por ejemplo, las relativas a la forma de gobierno, que casi nunca se altera: la
república sigue siéndolo, y la monarquía también. Si las vigencias opuestas a la constitución escrita no
son numerosas ni fundamentales, quizás fuera aventurado hablar de desconstitucionalización, y más
ajustado decir que solamente se ha producido un desplazamiento parcial de la vigencia constitucional
escrita»912. En los períodos que estamos analizando, esta violación de la Constitución en el aspecto del
ejercicio del sufragio ¿constituyó una desconstitucionalización o «un desplazamiento parcial de la
vigencia constitucional escrita»? Nos inclinamos por la primera tesis.

En una comunidad donde la forma de gobierno es la republicana, cuando el pueblo no elige sino
que lo hacen minorías apelando a la burla del sistema comicial, creemos que esta infracción es tan grave
y sustantiva que importa la desnaturalización de todo el texto constitucional, y por ello nos encontramos
ante un cabal caso de desconstitucionalización, de desconocimiento de un aspecto vital, esencial, de esa
constitución republicana. Tal situación trae aparejada una vida política y social, que compromete
muchos de los recaudos que la constitución prescribe para la efectiva vigencia de la vida democrática:
igualdad ante la ley, ejercicio de las libertades publicas, responsabilidad de los funcionarios, separación
de los poderes, control de la acción de gobierno, etc.

En cambio, en el ejemplo dado de la legislación social, al que podríamos agregar otros, como la
existencia de un federalismo constitucional, conculcado política y financieramente en los hechos, o la
prescripción por la Constitución de 1853 de la adopción del juicio por jurados que nunca se puso en
práctica, o del juicio político, usado demasiado esporádicamente, para casos menores, o de la solvencia
económica exigida para llenar ciertos cargos, que nunca se requirió, etc., habría sólo configurado, en la
expresión de Bidart Campos, «un desplazamiento parcial de la vigencia de la constitución escrita».

2. La política económica

Sumario: La política económica. Medidas. El problema de las carnes. Los cambios sociales.

Las circunstancias en que sumió a la economía mundial la crisis desatada a partir de 1929,
golpearon fuertemente a aquella Argentina que había operado, a partir de su plena inserción en la
división internacional del trabajo en la segunda mitad del siglo pasado, tendencia acentuada más
claramente desde 1880, cambios que la llevaron a obtener algunos resultados favorables en aspectos
demográficos, en el campo de las inversiones productivas vinculadas con la actividad agropecuaria, en el
aumento de las exportaciones, en la esfera de los transportes y de los puertos, y también en cuanto a la
solidez y estabilidad de la moneda.

No puede decirse lo mismo si se considera la balanza de pagos y la dependencia del sistema


respecto de los centros de poder financiero mundial, especialmente europeos.

Entre 1880 y 1930, el esquema consistente en trocar productos agropecuarios, fundamentalmente


carnes, cueros, lana, maíz, trigo y lino, esto es, alimentos y materia prima de ese origen, por
manufacturas, acompañado ese esquema por préstamos e inversiones provenientes del exterior
destinados precisamente a promover y movilizar esa producción primaria, había funcionado
aceptablemente.

Como lo había previsto el ingeniero Alejandro Bunge en sus trabajos, dicho funcionamiento
comenzó a demostrar en la primera post-guerra, década de 1920, que iba agotándose el proyecto liberal
al compás de la paulatina reducción de la incorporación de nuevas tierras de la pampa húmeda al
proceso productivo, por una parte, y de las urgencias que tenía Argentina de promover una
diversificación de su cuadro productivo, tendiente a valorizar sus frutos y a zafarse de la situación de
dependencia en que la colocaba su especialización agropecuaria 913. En una palabra, se imponía iniciar
un proceso de industrialización, que luego de la primera guerra mundial no impulsaron las sucesivas
administraciones radicales. Se produjo una «demora» de nuestro desarrollo, en la acertada calificación
de Guido Di Tella y Manuel Zymelman, que significaría gran problema para la Argentina posterior al
treinta 914.

La etapa 1880-1930 no finalizó con suavidad, sino abruptamente. Cuando la República no pudo
seguir vendiendo sus excedentes agropecuarios en la cantidad y a los precios que había venido
haciéndolo, como consecuencia de la crisis que abrumó al mundo económico en el que estábamos
insertados, y simultáneamente, ese mundo nos demandó el pago de lo que adeudábamos, sin facilitarnos
nuevos préstamos e inversiones, se produjo la llegada de horas difíciles para Argentina.

Yrigoyen, que gobernaba en esos años, no reaccionó con la celeridad y la eficacia que los graves
momentos imponían. Era de rigor que el Estado debía actuar con rapidez y firmeza ante la grave
situación de emergencia económica.

En buena medida, esa falta de respuesta a la crisis contribuyó a que se creara el clima enrarecido
que facilitaría su caída.

Producida la revolución, lo curioso es que les tocó a los círculos conservadores afrontar la
situación, esto es, a los sectores que habían hecho del liberalismo su credo en materia económica. Y a
pesar de que la ortodoxia liberal proscribe la intervención estatal en el campo económico-financiero.
hubo que tomar medidas múltiples que significaron una decidida intromisión del Estado en ese
quehacer, medidas que, por otra parte, también tomaban las primeras potencias del orbe occidental 915.

Medidas

Del Estado liberal post-Pavón se pasó entonces a un Estado en buena medida dirigista, que
intentó superar la grave crisis de nuestra economía con medidas como el bilateralismo comercial, la
regulación de la producción, una reforma impositiva, el control de cambios, la creación del Instituto
Movilizador de Inversiones Bancarias, la creación del Banco Central, la coordinación de transportes.

a) Bilateralismo comercial. El tratado Roca-Runciman. Dado que los pagos bilaterales entre
países daban superávit con un país y déficit con otro, las cuentas entre las distintas naciones se saldaban
en el ámbito de un sistema multilateral de comercio y de pagos. Este sistema multilateral, rigió en el
mundo hasta la crisis de los años treinta. Como dice Aldo Ferrer, «la convertibilidad de monedas y su
vinculación con un patrón único de valor, el oro, facilitaban las transacciones y la cancelación de los
pagos internacionales»916. Pero el sistema quebró en 1930, dado el abandono del patrón oro y el
debilitamiento del comercio internacional, merced a las políticas proteccionistas de los diversos países.
éstos tuvieron necesidad entonces, de saldar bilateralmente sus cuentas. Ya Yrigoyen, en su segunda
presidencia, había acudido al bilateralismo, firmando convenios comerciales con Inglaterra, Méjico y
Rusia 917.

El abandono del multilateralismo tiene que ver con la firma del tratado Roca-Runciman en la
presidencia de Justo. Inglaterra, afectada como toda Europa por la crisis, tomó medidas proteccionistas.
En la Conferencia de Ottawa, decidió dar trato preferencial a los productos cárneos que importaba de sus
dominios, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, áfrica del Sur. Esos productos eran análogos a los que
Argentina exportaba en gruesa proporción a ese país. Tal decisión provocó la alarma del gobierno
argentino ante la posibilidad de una drástica merma de esas exportaciones hacia ese destino. En
realidad, el temor era hasta cierto punto injustificado: Inglaterra no abandonaría fácilmente a Argentina
a su suerte, dado que en ella tenía invertidos alrededor de 500 millones de libras esterlinas por diversos
conceptos.

Justo se decidió a enviar una misión a Londres que presidió el vicepresidente de la República,
doctor Julio A. Roca, quien actuó con blandura otorgando toda suerte de ventajas al Reino Unido a cambio de
una pálida promesa de que éste no impondría «restricciones a la importación de carne vacuna enfriada
procedente de la Argentina, que reduzcan esas importaciones a una cantidad inferior a la importada en el
trimestre correspondiente del año 1932, excepto cuando, a juicio del Reino Unido, fuera necesario asegurar un
nivel remunerativo de precios del mercado del Reino Unido». Esto es, Inglaterra, en realidad, se comprometía,
en forma muy condicionada al mantenimiento de los precios de su mercado interno, que ella misma sopesaba,
a comprarnos determinada cuota de carnes.

A cambio de aquella hipotética compra, que era nuestra única ventaja, Gran Bretaña obtenía las
siguientes concesiones: 1°) El 85 % de las licencias de importaciones de carne argentina a Inglaterra eran
asignadas por el gobierno británico, con lo que el trust de frigoríficos ingleses y norteamericanos se
aseguraba tan enorme parte de la colocación de la importación total, con grave detrimento de las
posibilidades de los frigoríficos argentinos. Incluso el otro 15% de las licencias de importación, sólo
quedaban a disposición de firmas argentinas que no persiguieran «fines de beneficio privado», y siempre
y cuando esas carnes fueran enviadas a Inglaterra en buques ingleses por comerciantes ingleses; 2°) El
carbón inglés que importaba Argentina lo seguiría haciendo libre del pago de derechos de importación;
3°) Argentina se comprometía a no imponer ningún nuevo derecho ni aumentar los existentes respecto
de las importaciones inglesas: 4°) Argentina se obligaba a no disminuir las tarifas de los ferrocarriles
ingleses; 5°) El comercio británico se vería favorecido con todo el cambio obtenido por Argentina en
virtud de las compras inglesas a nuestro país; además, nunca el cambio para los envíos a Inglaterra sería
menos favorable que para las remesas correspondientes a otras naciones; 6°) Argentina otorgaría un
tratamiento benévolo a las empresas británicas en nuestro país, ya fueren de servicios públicos u otras,
resguardando sus intereses 918.

Como expresa Carlos Ibarguren: «este tratado protocolizó, fortaleciendo, la vieja sumisión de la
economía argentina al imperio británico»919, confirmando expresiones del jefe de la misión argentina en
Londres, para quien Argentina «era como un gran dominio británico » 920.

b) Regulación de la producción. Ya se ha dicho que la crisis mundial afectó nuestra producción


agropecuaria dada la disminución del volumen de las exportaciones, en cuanto que nuestros habituales
compradores, siguiendo políticas proteccionistas, disminuyeron sus adquisiciones, y debido a la mengua
que sufrieron los precios de los productos primarios frente a las manufacturas.

Para regular la oferta de nuestra producción en relación con la demanda efectiva de la misma, y
para obtener el sostén de los precios, el Estado argentino decidió intervenir creando, entre otras, la Junta
Nacional de Carnes, la Junta Reguladora de Granos, la Junta Reguladora de la Industria Lechera, la
Junta Reguladora Vitivinícola, la Comisión Reguladora de la Producción y Comercio de la yerba mate, la
Junta Nacional del Algodón. El Estado apeló a la compra de la producción encargándose de colocarla en
el exterior; a la reducción de lo producido para ponerlo a tono con el consumo interno. Para ello, recurrió
a la inutilización de vino, por ejemplo, o a gravar con un impuesto a cada planta nueva de yerba mate, a
fijar precios mínimos, etc.921.

c) Reforma impositiva. Al disminuir nuestro comercio exterior, entraron en crisis las finanzas
del Estado, pues su principal y tradicional fuente de recursos, los derechos de importación y exportación,
sufrieron lógicamente una merma considerable. Hubo que recurrir a otras imposiciones. Así, todavía
bajo la administración de Uriburu, se creó el impuesto a los réditos, con lo que comenzó la
modernización del sistema impositivo, haciéndoselo incluso más equitativo, pues hasta ese momento
sólo se gravaba el consumo a través de los derechos aduaneros e impuestos internos; dichos impuestos
recargaban los precios de venta de las mercaderías al consumidor, con lo que todos los sectores sociales
aportaban al tesoro con similar intensidad, lo que era injusto. Evidentemente el impuesto a los réditos
resultaba más equitativo, pues gravaba con más intensidad las rentas más considerables, eximiéndose de
su pago a las rentas que se consideraban apenas suficientes para el mantenimiento del contribuyente y
su familia.

Ya en la presidencia de Justo, el ministro Pinedo logró la centralización de la percepción por el


Estado nacional de los impuestos internos o impuestos al consumo de ciertos productos, asegurándose a
las provincias, que hasta ese momento los habían cobrado conforme a la Constitución Nacional, una
participación sobre el monto total recaudado, proporcional a las sumas con que cada provincia
contribuía a la formación de ese importe común. Esta medida ha sido vista por algunos especialistas,
como un ataque al federalismo financiero establecido por la Constitución 922.

d) Control de cambios. La disminución del volumen de nuestro comercio internacional, produjo


una aguda escasez de divisas extranjeras, y por ende creó dificultades respecto de las importaciones que
necesitaba el país. Fue de rigor, entonces, racionalizar el uso de esas divisas mediante la implantación
del control de cambios. Los exportadores que las obtenían por sus ventas, debían venderlas al Estado a
un cierto precio, alrededor de 15 pesos por cada libra esterlina, el Estado, a su vez, las revendía a un
precio entre 16 y 17 pesos por libra esterlina, a los importadores que las necesitaban para pagar sus
introducciones, en el caso de que éstas estuvieran entre las «favorecidas».

En caso de que las divisas se necesitasen para introducir mercaderías «no favorecidas», esto es,
no tan necesarias como las «favorecidas», los importadores debían adquirirlas en el mercado libre
pagando un 20% más en relación con el precio oficial. Este mercado libre vendía moneda extranjera
procedente de la venta de productos no tradicionales; el gobierno se reservó el derecho de vender divisas
del mercado oficial en el mercado libre y viceversa, con lo que se le posibilitó regular el precio de las
mismas 923

e) Instituto Movilizador de Inversiones Bancarias. Se calcula que entre 1933 y 1940 el Estado
obtuvo ganancias por 778.000.000 de pesos con el manejo del mercado cambiario. Esta suma fue
destinada en parte a evitar la quiebra del sistema bancario, situación a la que se llegó porque los
deudores de las casas bancarias, por efecto de la crisis, dejaron de pagar sus acreencias. A tal efecto se
creó este Instituto al que se destinó una porción de los fondos mencionados, los cuales fueron facilitados
a los bancos con problemas financieros, tomando el Instituto a su cargo los créditos adeudados a los
bancos por sus clientes morosos. Las sumas facilitadas fueron reintegradas al Instituto, gradualmente,
por esos deudores, con lo que la operación de salvataje de la banca fue todo un éxito 924.

f) Creación del Banco Central. Al comenzar la presidencia del general Justo, nuestro embajador
en Londres solicitó al gobernador del Banco de Inglaterra el envío de un experto a fin de que nos
asesorara respecto de posibles reformas a nuestro sistema financiero. Dicho Banco envió a Otto
Niemeyer, quien aconsejó la fundación de un Banco Central, y a tal efecto proyectó su organización. La
iniciativa fue plenamente recogida por nuestro gobierno que creó dicho organismo. Tenía como misión
bregar por la estabilidad monetaria; regular el crédito y los medios de pago, atendiendo a la magnitud de
la masa de negocios; controlar la actividad de los demás bancos, y asesorar al gobierno en materia
financiera.

La iniciativa resultaba adecuada y necesaria, a tenor de la complejidad e importancia del


desenvolvimiento financiero argentino. Lo objetable era que el manejo del Banco quedó en manos de la
influencia mayoritaria de círculos financieros foráneos. Ibarguren, que fue consultado en relación al
proyecto de creación, se expresó con estas palabras: «Señalé el peligro que traía consigo el banco del
señor Niemeyer, que se convirtió más tarde en Banco Central Argentino, de delegar en una sociedad por
acciones, en la que el Estado no tenía eficaz participación ni fiscalización, la soberanía económica de la
República; y anotaba el riesgo de que la asamblea de accionistas, constituida en su mayoría por bancos
extranjeros, fuese manejada por entidades que sólo miran el interés propio, y que el gobierno económico
del país dirigido por extraños al Estado, sufriese la influencia foránea representada por los intereses de la
mayoría de la banca extranjera»925.

g) La coordinación de transportes. En 1935 el Congreso dictó una ley que creó la Corporación de
Transportes de la ciudad de Buenos Aires. Esta sociedad anónima, habría de tener la exclusividad del
servicio de transportes de dicho conglomerado, a cuyo efecto todas las líneas tranviarias, de ómnibus,
subterráneos y colectivos, pasaban a integrar su complejo. Los servicios en poder de particulares
argentinos fueron expropiados a cambio de una participación accionaria en la Corporación, cuyo control
mayoritario estaba en manos de las compañías tranviarias inglesas. Esto se prestaba a la aplicación
arbitraria de tarifas por un monopolio controlado desde el exterior, además resultó contraproducente,
por el perjuicio que sufrieron modestos trabajadores argentinos, propietarios de colectivos cuyas
unidades fueron expropiadas. Ernesto Palacio entiende que la creación de esta Corporación, tiene que
ver con la competencia que el transporte automotor venía planteándole a ferrocarriles, tranvías y
subterráneos de capital británico en el gran Buenos Aires 926.

El problema de las carnes

El manejo discrecional del comercio de las carnes por los grandes ganaderos, especialmente los
invernadores, y los frigoríficos ingleses y norteamericanos, en perjuicio de los ganaderos más modestos,
provocó en el Senado una investigación de la que fue figura principal Lisandro de la Torre. éste probó la
evasión de impuestos por los frigoríficos extranjeros con la colaboración de la Dirección de Réditos,
maniobras con sus libros de contabilidad y fraude en el manejo de las divisas que negociaban en el
mercado libre y en el extranjero.

Quedó en evidencia que los grandes beneficiarios del comercio de carnes eran el «pool» frigorífico
y sus aliados los invernadores, en detrimento de las finanzas del Estado y de los intereses de los
pequeños y medianos productores. Hasta quedó comprometida la figura del ministro de Agricultura Luis
Duhau, cuando de la Torre demostró que el frigorífico Swift le pagaba sobreprecios a los novillos del
ministro que éste no pudo justificar, demostrándose el soborno.

El escándalo fue de proporciones. Finalmente, en el propio recinto del Senado, de la Torre fue
baleado, y el senador Enzo Bordabehere, que cubrió con su cuerpo a su compañero de bancada, cayó
muerto 927.

Los cambios sociales

Entre 1930 y 1943 continúa el fenómeno de urbanización intensa, esto es, la pérdida de población
por el campo y el aumento consiguiente de la misma en las ciudades 928.

Sigue, asimismo, incrementándose el porcentaje de habitantes en el Litoral, especialmente en el


gran Buenos Aires, respecto del resto del país.

Continúa siendo característica de nuestro país una buena movilidad social: se acrecientan los
sectores medios en relación con las clases populares, aumento que se hace fundamentalmente a través de
la fracción terciaria de comercio y de servicios, esto es, el acceso de sectores obreros y campesinos al
sector integrado por profesionales, empleados y modestos comerciantes 929.

El analfabetismo disminuye: el grado de analfabetos entre los inscriptos en el padrón electoral,


era del 21,96% en 1930, reduciéndose al 18,09% hacia 1938 930. La movilidad social se ve favorecida por
el aumento de los alumnos inscriptos en los tres niveles de la enseñanza, resultando la educación el
conducto de ascenso social más notable 931.

En esta etapa se evidencia un proceso de industrialización de Argentina, provocado por la


necesidad de producir en nuestro país lo que no se puede importar merced a la rebaja sustantiva de las
exportaciones. Este fenómeno ha dado en llamarse de sustitución de importaciones.

En 1914 la industria daba trabajo a 380.000 personas; en 1944 se ocupaban en ella más de
1.000.000 de personas. En la primera fecha, el 11% de la población activa era industrial y el 27%
agropecuaria; en la segunda fecha el 48,5% trabaja en la industria y sólo el 17.7% en el campo 932.

Dicho proceso de industrialización fue ayudado por el aumento de los derechos aduaneros de
importación a partir de 1931, por la existencia de mano de obra barata en cantidad y calidad, un mercado
interno consumidor importante, y la venida de capitales, tecnología, maquinarias y técnicos procedentes
de los Estados Unidos, que padecía la crisis con virulencia 933. La industrialización se dio
fundamentalmente en el gran Buenos Aires y el Litoral. Esto generó un fenómeno social de migración
interna poblacional desde el interior provinciano a la región industrializada. Gino Germani ha calculado
que en el lapso 1932-1943, alrededor de 800.000 personas habían emigrado desde las provincias al gran
Buenos Aires, buscando trabajo habida cuenta de la crisis de los sectores productivos agropecuarios 934.
Esa masa de provincianos, en buena medida, protagonizaría los sucesos políticos a partir de 1943,
militando en las filas del nuevo sindicalismo que, de ahí en más, se comienza a visualizar.
3. Circunstancias destacables en los gobiernos del período

Sumario: Justo en el gobierno. La gestión de Roberto M. Ortiz. Castillo en la presidencia. Los partidos políticos.

Justo en el gobierno

Ya se ha puntualizado que en las elecciones presidenciales del 8 de noviembre de 1931, la


Concordancia impuso a su fórmula Justo-Roca, frente a la Alianza civil de demoprogresistas y socialistas,
previo veto de las candidaturas radicales.

Justo asumió el poder el 20 de febrero de 1932 y pudo terminar su mandato de seis años. Su
ministerio fue expresión de la Concordancia, con hombres provenientes de las tres corrientes que la
conformaban y algunos independientes. Leopoldo Melo en el ministerio del Interior, Carlos Saavedra
Lamas en Relaciones Exteriores, el socialista Antonio de Tomaso en Agricultura, el general Manuel
Rodríguez en Guerra, y posteriormente, Federico Pinedo en Hacienda, fueron piezas claves. Justo tuvo
mayoría en ambas cámaras del Congreso a lo largo de su gestión, y pudo por ello, contar con las
sanciones legislativas necesarias para el desarrollo de su cometido 935.

Durante todo este período presidencial el radicalismo fue la principal fuerza opositora. Hasta
enero de 1935 volvió a la postura de abstención revolucionaria de principios de siglo. Los estallidos
revolucionarios radicales, que se habían iniciado durante el gobierno de Uriburu, continuaron durante la
primera etapa de esta presidencia en las provincias de Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, San Luis y
Buenos Aires, con resultados negativos 936.

Muerto Irigoyen, en 1933, el ex-presidente Marcelo T. de Alvear, que desde 1931 era el nuevo líder
radical, logró el levantamiento de la abstención y de la actitud beligerante, como que no era partidario de
la resistencia armada. Actitud que evidentemente favoreció a Justo, que necesitaba darle visos de
legalidad a su gestión ante la comunidad internacional y los intereses económicos inherentes a ella 937.

Como ya se ha expresado, el radicalismo pudo obtener triunfos electorales en Capital Federal,


Córdoba y Entre Ríos, mientras la Unión Cívica Radical Concurrencista, un sector disidente del comité
nacional del partido, llegaba al poder en Tucumán, ya en 1934. Además, la UCR lograba una buena
representación en la Cámara de Diputados de la Nación. En los demás distritos Justo mantuvo
gobernadores y legislaturas adictos.

La provincia de Buenos Aires fue un modelo de fraude y corrupción. A la violación de la libre


expresión ciudadana en los comicios, se unió un estado de descomposición de la moral pública
provocada por caudillejos oficialistas, que obtenían del peculado en materia de concesiones y de la
permisión del juego clandestino y de la prostitución, recursos para financiar campañas proselitistas y
sostener su andamiaje político, mientras la policía colaboraba con este estado de cosas con su omisión
culpable en el castigo del atropello a la ley. Como expresa Palacio, «el primer Estado argentino se
convertiría en una especie de Chicago librado a la arbitrariedad de concusionarios, proxenetas y tahúres,
que no perdonaban ningún medio para conservar sus situaciones» 938.

Santa Fe sería, asimismo, escenario del más descarado fraude, previa intervención al gobierno
opositor demoprogresista, en las elecciones de gobernador de febrero de 1937. El escamoteo general dio
el triunfo al candidato antipersonalista Manuel Iriondo 939.

Hacia esta época, Justo ya venía siendo asediado por una oposición en la que proliferaban los
intentos de formar un «frente popular», término acuñado en algunos países europeos como Francia,
entre radicales, socialistas y demoprogresistas, que comenzó a tener visos de materializarse en la Cámara
de Diputados, donde legisladores de esas tres extracciones concertaban su accionar opositor 940.

En la calle, FORJA, Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina, que nucleaba a


intelectuales radicales del fuste de Arturo Jauretche, Homero Manzi, Luis Dellepiane, Gabriel del Mazo,
Arturo García Mellid y Raúl Scalabrini Ortiz, entre otros, denunciaba la política económica del régimen
como colonialista, y buscaba reencauzar al radicalismo hacia el cumplimiento de los objetivos que en su
hora le había fijado Hipólito Yrigoyen, lo que implicaba todo un programa de raíz nacional y tomar una
postura más decididamente opositora a Justo 941. Por su parte, el entonces coronel Juan Bautista Molina,
jefe nacionalista con predicamento en ciertos sectores del ejército, con la colaboración civil de Diego Luis
Molinari, de extracción yrigoyenista, preparó un movimiento revolucionario que debía estallar en julio
de 1936, pero que no llegó a concretarse 942.

Ese año 1936, el Concejo Deliberante de la Capital Federal prorrogaba la concesión de la


prestación de los servicios eléctricos en ese distrito a la CADE, subsidiaria de la internacional SOFINA, y
a la CIAE. Concejales conservadores y radicales, fueron acusados de aceptar sobornos del trust eléctrico
a fin de que votasen la prórroga 943. Sectores nacionalistas y FORJA denunciaron el hecho.

Se iba abriendo camino, mientras gobierna Justo, una patriótica corriente de opinión que
reclamaba del pueblo argentino, una toma de conciencia del estado de dependencia económica en que
nos encontrábamos. Mientras, el catolicismo vernáculo, que había vibrado en 1934 con motivo de las
multitudinarias manifestaciones de fe a que había dado lugar la celebración en Buenos Aires del
Congreso Eucarístico Nacional, instaba a una revalorización del acervo cultural tradicional, a un
reencuentro con la identidad nacional 944. Además, un grupo notable de historiadores como Carlos
Ibarguren, Manuel Gálvez, Rodolfo y Julio Irazusta, Ricardo Font Ezcurra, Raúl Scalabrini Ortiz y otros,
trabajaron con probidad para brindar una visión verdadera del pasado nacional 945.

No todos fueron débitos en las cuentas de la presidencia de Justo. Al frente de la Dirección


Nacional de Vialidad, el ingeniero Justiniano Allende Posse realizó una labor encomiable, proyectando y
comenzando a concretar la construcción de alrededor de treinta mil kilómetros de caminos
pavimentados o mejorados; el ingeniero Pablo Nogués, director de Ferrocarriles del Estado, realizaba en
esa materia una labor proficua extendiendo la red oficial en lugares apartados que exigían promoción 946.
Mientras, el intendente Mariano de Vedia y Mitre modernizaba la Capital Federal dándole el aspecto que
tiene actualmente.

De esta manera se arribó a la etapa final de esta presidencia, y con ella la República se aprestó a
renovar sus principales autoridades. El radicalismo proclamó la fórmula integrada por el líder Marcelo
T. de Alvear y por Enrique M. Mosca. La Concordancia formó su binomio con el antipersonalista Roberto
M. Ortiz y el conservador Ramón S. Castillo. A pesar de las preferencias de Justo por Miguel ángel
Cárcano para la vice-presidencia, hubo de aceptar a Castillo, señalado por Robustiano Patrón Costas,
para evitar que éste último fuera el candidato, puesto que la salud de Ortiz preocupaba y Justo aspiraba a
una segunda presidencia, proyecto que en su momento podría verse dificultado con un Patrón Costas en
la primera magistratura...947.

Así las cosas, los comicios de septiembre de 1937 se constituyeron en una nueva burla de la
voluntad mayoritaria. Ortiz y Castillo asumieron el 20 de febrero de 1938 948.

La gestión de Roberto M. Ortiz

En materia política, puede afirmarse la seria intención del nuevo presidente de restaurar el juego
limpio electoral.

La intervención del poder ejecutivo a las provincias de San Juan y Catamarca, teatros de
escandalosos comicios fraudulentos, pero por sobre todo, la misma medida decretada con respecto al
baluarte del conservadorismo, la provincia de Buenos Aires, son pruebas de los inequívocos propósitos
del doctor Ortiz. Este último distrito era gobernado por Manuel Fresco, quien presidió unas elecciones
espúreas que habrían de facilitar el acceso al poder de Alberto Barceló, uno de los más inescrupulosos
caudillos del conservadorismo bonaerense. Esta intervención ocurría en marzo de 1940 949.

Atacado por una diabetes aguda, el presidente hubo de solicitar licencia hacia julio de ese año,
quedando interrumpido su intento legalista.

Durante esta presidencia estalló la segunda guerra mundial. La postura de Ortiz frente al conflicto
fue la tradicional argentina de la neutralidad, aunque expresó públicamente su simpatía por la causa
aliada 950. La opinión de los argentinos, al respecto, se hallaba dividida en por lo menos tres corrientes:
una primera neutralista, con simpatías por el Eje, esto es, Italia y Alemania, en la que confluían sectores
nacionalistas y del ejército; un segundo sector neutralista, que no se puede calificar de pro-Eje,
consideraba que Argentina no debía definir su posición, porque en ese conflicto no se jugaban intereses
propios ni ideologías afines: tal pensaban los integrantes de FORJA, a quienes acompañaban vastos
sectores populares; un tercer sector prestaba sin embozo su adhesión a los aliados, y poco después
propiciaría la ruptura con el Eje, pertenecían a él casi todos los partidos políticos, los universitarios en su
gran mayoría, la prensa, los sectores económicos influyentes.

La posición del presidente fue fácil de sostener: Estados Unidos, que todavía no participaba en el
conflicto, no nos presionaba aun en ningún sentido, e Inglaterra estaba conforme con una neutralidad
que facilitaba el arribo a sus playas de los alimentos argentinos que necesitaba para sus soldados 951.

Castillo en la presidencia

El 3 de julio de 1940 asumió la primera magistratura Ramón S. Castillo, debido a la licencia que
por enfermedad solicitara el doctor Ortiz. Transitoriamente se conservó el ministerio de éste.

A poco estalló el escándalo de la compra de las tierras de El Palomar: el ministro de Guerra,


general Carlos D. Márquez, aprobó la compra de una fracción de campo lindante con el Colegio Militar
para la ampliación de éste, por un precio sustancialmente mayor que el fijado por los trabajadores
oficiales y por la misma parte vendedora.

Intermediarios inescrupulosos, con la colaboración del propio presidente de la Cámara de


Diputados, legisladores y funcionarios, se hicieron de una masa de dinero de alrededor de un millón de
pesos, producto del desfalco, que se repartieron. Descubierto el delito, quedó seriamente comprometido
el ministro de Guerra. Sintiéndose afectado de alguna manera, renunció el presidente Ortiz, que estaba
en uso de licencia, pero el Congreso rechazó la dimisión 952. También renunció el ministerio, lo que le
permitió a Castillo recomponerlo con personas de su preferencia entre las que descollaban Federico
Pinedo, el doctor Julio A. Roca, Miguel Culacciati y el general Juan N. Tonazzi.

Esto ocurría en septiembre de 1940, desde aquí en adelante pudo Castillo imponer dirección
propia a las políticas a aplicar, que en lo electoral significó una vuelta a las prácticas fraudulentas, que
comenzaron a exteriorizarse en las elecciones de gobernador en Santa Fe (diciembre de 1940) y en enero
de 1941, en Mendoza 953.

El ataque japonés a Pearl Harbour y la consiguiente entrada de los Estados Unidos en la guerra
(diciembre de 1941), complicó la política internacional de Castillo, que comenzó a ser presionado por el
gobierno norteamericano para que Argentina se alineara con los aliados, postura que el presidente
resistió estoicamente, logrando inclusive en la Conferencia de Río de Janeiro de 1942, que un acuerdo
para que los pueblos latinoamericanos rompieran sus relaciones con el Eje, se transformara en una mera
recomendación a tal efecto 954.

Políticamente Castillo se afirmó con las muertes de Ortiz, que ya había renunciado a su cargo, y
de Alvear, líder radical, decesos producidos en 1942.

Como hombre de vasta influencia, incluso dentro de sectores del ejército, quedaba Justo, con
justificadas pretensiones para suceder al hábil y firme catamarqueño, a punto tal que también círculos
radicales entraron en conversaciones con él. Pero al comenzar 1943, fallecía Justo, y entonces resultó
evidente que la influencia del presidente tendría mucho que ver con la designación de su sucesor 955.

En el campo económico, el ministro Pinedo presentó en el Congreso un proyecto denominado


Plan de Reactivación Económica, hacia noviembre de 1940. Se proponía desarrollar la industria
dispensando crédito bancario para tal actividad, limitando la importación de mercaderías provenientes
de Estados Unidos, fomentando la construcción de casas baratas, estableciendo una zona de libre
comercio con las naciones vecinas, etc. Incluía también apoyo a los sectores agropecuarios, y la creación
de una Corporación de Ferrocarriles, que fue criticada en cuanto significaba ventajas para los capitales
ingleses invertidos en ese medio de transporte. El Plan fue aprobado en el Senado pero rechazado en
Diputados 956.

No obstante, la administración Castillo favoreció el proceso de industrialización que se estaba


operando. En 1941 entró a funcionar la Dirección General de Fabricaciones Militares, ente que no
solamente nos independizaba parcialmente del exterior en cuanto a la fabricación de armamentos, sino
que mucho tuvo que ver con la edificación de las bases del desarrollo metalúrgico nacional. Como lo tuvo
que ver la creación de los Altos Hornos de Zapla a principios de 1943. Alma de estas medidas fue el
general Manuel Savio. El presidente Castillo afirmaba que: «Los países exclusivamente ganaderos y
agrícolas están destinados a la servidumbre; eso ya es cosa del pasado» 957. Se considera a Castillo el
creador de la marina mercante nacional hecha sobre la base de la incorporación al patrimonio nacional
de buques italianos, daneses, alemanes y franceses. Además, tomó posesión del puerto de Rosario, que
seguían explotando capitales franceses a pesar de que la concesión estaba vencida 958.

4. Revolución de 1943

Sumario: Sus causas. Gobierno de Ramírez. Farrell en el poder. La elección del 24 de febrero de 1946. Ascenso de Perón. La
política exterior. La política obrera. Ascenso de Perón; la elección de 1946.

Sus causas

En primer lugar debe decirse que esta Revolución contó con clima popular propicio.

La opinión pública enfrentaba a los dirigentes políticos desprestigiados por el fraude. Hasta los
propios radicales practicaban manejos indeseables en sus elecciones internas, como ocurría en la Capital
Federal y provincia de Buenos Aires 959, llegando algunos sectores, como se ha dicho, a pensar en el
apoyo a la candidatura de Justo para la presidencia. La corrupción y la venalidad habían producido
hechos estridentes como el negociado de las tierras de El Palomar, o las extorsiones de los concejales
metropolitanos a los colectiveros porteños, lo que había llevado al presidente Castillo a disolver el
Concejo Deliberante de la Capital, respondiendo a presiones militares que reclamaban una conducta
ejemplarizadora, respecto del cuerpo ya desacreditado con ocasión de la prórroga de las concesiones
eléctricas 960.

La reacción ante tal estado de cosas se concentraba en las filas del ejército, en cuyo seno había
surgido una logia secreta, el GOU, para algunos «Grupo de Oficiales Unidos», que hacia marzo de 1943
ya estaba organizada. Entre sus integrantes, figuraban entre otros los hermanos Miguel A. y Juan Carlos
Montes; Urbano y Agustín de la Vega; Emilio Ramírez, Aristóbulo Mittelbach, Arturo Saavedra, Juan
Domingo Perón y Enrique P. González. Se proponían defender y mejorar profesionalmente al ejército,
pero además bregar por el mantenimiento de la neutralidad argentina ante la guerra, luchar contra el
comunismo y elevar el nivel ético ante el fraude y la corrupción 961.

La problemática vinculada con la sucesión presidencial a concretarse en las elecciones de 1944,


desencadenaría la revolución.

Cuando en febrero de 1943 se supo que las preferencias del presidente estaban con Robustiano
Patrón Costas, un azucarero salteño de raigambre conservadora, muchos sectores castrenses mostraron
su disconformidad, pues ese candidato significaba para sus opositores la continuidad del régimen
fraudulento y una presunta amenaza a la postura neutralista.

Ante rumores de que en el radicalismo se pensaba en la candidatura a presidente del ministro de


Guerra, general Pedro Pablo Ramírez, Castillo le pidió explicaciones a éste. El ministro fue poco
convincente para el primer mandatario, a pesar de que negó su candidatura, y entonces corrió el rumor
de que se lo separaría de su cargo.

El GOU se decidió por la revolución, previo consentimiento de Ramírez, quien sólo pidió que un
general encabezase el movimiento, pues no los había en la organización secreta 962.

En la madrugada del 4 de junio de 1943, alrededor de diez mil soldados salieron a la calle y
pusieron término al mandato de Castillo, quedando consagrado presidente provisional el general Arturo
Rawson.

El gobierno de éste fue brevísimo: al elegir sus ministros sin consultar a nadie y al manifestar su
decisión de romper con el Eje, cundió el desagrado entre los revolucionarios, cuya cabeza dirigente se
reclutaba en el GOU. Rawson fue sustituido, entonces, por el propio Pedro Pablo Ramírez, quien asumió
el día 7 de junio, prolongándose su gobierno hasta el 24 de febrero de 1944 963.

Gobierno de Ramírez

Mientras los coroneles del GOU iban asumiendo puestos claves en el poder, el gabinete del
general Ramírez sufría tensiones entre neutralistas y aliadófilos.

Se tomaron medidas trascendentes: disolución de los partidos políticos, intervención a las


universidades, control de la información pública 964. Por un decreto de fines de 1943, se implantó la
enseñanza religiosa optativa en las escuelas del Estado, en un intento de hacer retornar la educación a
los principios que la habían imbuido en la etapa fundadora de la Argentina, y que se habían abandonado
en el ‘80. Los padres de los alumnos de los niveles primario y secundario, respondieron en más de un
96% en todo el país, decidiendo que sus hijos recibieran instrucción religiosa 965.

Hemos dicho que miembros del GOU ocuparon plazas importantes. El coronel Perón fue desde el
primer momento secretario del ministro de Guerra Edelmiro J. Farrell, y el coronel Enrique P. González
secretario general de la presidencia, para nombrar los más gravitantes.

Resultaría de consecuencia capital para el futuro, un hecho que en el momento no apareció


rodeado de expectativas: la designación de Perón como titular del Departamento Nacional del Trabajo,
transformado en Secretaría de Trabajo y Previsión, con autonomía, pues, de ministerio. Desde esta
repartición, el carismático coronel comenzó a desarrollar una tarea de acercamiento a los gremios,
promoviendo su organización, y la afiliación masiva en ellos de los sectores obreros del cinturón
industrial porteño, mediante la agremiación obligatoria.

Surgieron nuevos dirigentes sindicales, con una mentalidad más consustanciada con los valores
nacionales, como que procedían en buena medida de esa masa de provincianos que en la década del
treinta se establecieron en el gran Buenos Aires, procedentes del interior, y se acercaron a Perón algunos
dirigentes de la vieja guardia sindicalista y socialista.

Se bregó por el logro de la jubilación para todos los sectores del trabajo, de las vacaciones con el
goce de salario, la concertación de convenios colectivos, la creación de los tribunales del trabajo, entre
otras medidas. El diligente coronel iba trabajando, asimismo, por la unificación del movimiento obrero
en una sola CGT 966.

Mientras ocurría esto en el orden interno, nuestras relaciones internacionales sufrían la presión
norteamericana que nos impelía al abandono de la neutralidad. A una nota del canciller vicealmirante
Segundo Storni, en la que éste le explicaba las dificultades con que se tropezaba para romper relaciones
con el Eje, contestó el conductor del Departamento de Estado, Cordell Hull, con otra durísima para
Argentina que en su entender se había comprometido a romper esas relaciones, notificándole que EEUU
no aportaría armas a Argentina como lo venía haciendo con otras naciones latinoamericanas rupturistas,
como Brasil por ejemplo. Storni debió renunciar.

La prueba de que un cónsul argentino, Oscar A. Hellmuth, gestionaba armamentos en Alemania


-pues el gobierno de Ramírez estaba muy preocupado por la disparidad de armamentos con Brasil- y
asimismo, la presunción de que Argentina había provocado un cambio de gobierno en Bolivia, en la
búsqueda de aliados en que apoyarse, no hicieron sino aumentar el apremio estadounidense.

Finalmente, el 26 de enero de 1944, Ramírez se vio precisado a romper relaciones con Alemania y
Japón. Rumores de que se pensaba declarar la guerra a esas potencias, lo que provocó consternación en
círculos nacionalistas, y la presión de sectores militares bajo la influencia del vicepresidente Farrell y de
Perón, llevaron a Ramírez a renunciar a su cargo cuando comprobó que no tenía sostén militar. Esta
renuncia fue mostrada como una delegación del mando en Farrell, para evitar problemas con el
reconocimiento de un nuevo gobierno por la comunidad internacional 967.

Farrell en el poder. Ascenso de Perón

El año 1944 marcó un hito importante en el ascenso de Perón. Llevado a la primera magistratura
Farrell, Perón ocupó el ministerio de Guerra vacante, con lo que creció su influencia en los sectores
castrenses. Entre bambalinas se desarrolló una sorda lucha entre éste y el ministro del Interior, general
Luis E. Perlinger, por la vicepresidencia, resuelta a favor del primero en una asamblea de oficiales del
ejército. Perón asumió dicho cargo, reteniendo el ministerio de Guerra y la Secretaría de Trabajo y
Previsión 968. En ésta última continuaría su labor de acercamiento a los sectores obreros y desarrollando
una proficua tarea de justicia social: aumento de salarios, sanción de estatutos para diversos gremios
concediéndoles mejoras en sus actividades, ampliación a todos los gremios de los derechos que la ley
11.729 había conferido a los empleados de comercio, reglamentación de la organización de los gremios lo
que significaba mejora sustantiva para el despliegue de su actividad, etc. 969.

Perón matizaba estas conquistas con un permanente diálogo con la dirigencia sindical, que tocaba
su sensibilidad, y esto se irradiaba a las masas populares, que iban sintiéndose protagonistas del acaecer
político-social.

Ese año 1944 fue importante, asimismo, en lo económico. En agosto Perón fue encargado de los
estudios relativos a instrumentar un ente que ordenara social y económicamente a la República. El
vicepresidente creó el Consejo Nacional de Posguerra, con carácter consultivo. El secretario general de
este organismo fue José Figuerola, técnico español a cuya influencia y consejo se debió luego la
concreción del I Plan Quinquenal. Dicho Consejo subsistió hasta 1955 con distintos nombres: Ministerio
de Asuntos Técnicos, en 1949, y Secretaría de Asuntos Técnicos, en 1954.

El proceso de industrialización, que venía dándose desde mediados de la década del ‘30, se
incentivó. Al efecto, en 1943, se había creado la Secretaría de Industria, con rango ministerial, y ahora, en
1944, el Banco de Crédito Industrial, destinado a impulsar mediante el crédito nuestro desarrollo
manufacturero. Esta casa bancaria cumplió una labor altamente eficiente en los años posteriores 970.

Año decisivo en el devenir de la Argentina contemporánea fue 1945 971. Comenzó con un acto que
logró romper el aislamiento diplomático en que se encontraba Argentina, por su renuencia a aceptar la
presión norteamericana a fin de que se alinease más francamente con el sector aliado. En Chapultepec,
Méjico, a principios de 1945, una Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz, en
la que Argentina estuvo ausente, resolvió que si ésta declaraba la guerra a las potencias del Eje, todas las
naciones americanas reanudarían sus vínculos con ella, que por influencia de EEUU estaban rotos en ese
momento.

En marzo se produjo la declaración de guerra y Argentina pudo firmar el Acta de Chapultepec,


quedando en condiciones de participar en la Conferencia de San Francisco que crearía la Organización
de las Naciones Unidas. En realidad, declarar la guerra a Japón y Alemania, cuando estaban
virtualmente vencidas, no fue una actitud de moral internacional recomendable, y provocó el
alejamiento de un buen número de nacionalistas de las funciones de gobierno. La declaración de guerra
se explicó como una necesidad de la estrategia diplomática, que devolvía a nuestro país un lugar dentro
del concierto interamericano y mundial 972.

Mientras tanto, la sociedad argentina mostraba ya una tajante división entre los sectores que iban
concentrándose alrededor de la figura del secretario de Trabajo y Previsión, y el llamado ámbito
democrático, donde militaban los partidos políticos, casi en su totalidad, los universitarios, tanto
docentes como estudiantes, los grupos económico-financieros más influyentes, la prensa casi
íntegramente.

La entrada de los aliados en París, la caída de Berlín, la muerte de Mussolini y Hitler, galvanizó a
esta última fracción, que sabiéndose vencedora en el orden mundial, pensaba debía serlo en el escenario
local con relativa facilidad.

En estas circunstancias, mayo de 1945, llegó a Buenos Aires el nuevo embajador de los Estados
Unidos Spruille Braden. Prevaliéndose de su condición de representante de la potencia triunfadora más
poderosa, creyó que su influencia sería decisiva en la tarea de obstaculizar al gobierno revolucionario,
especialmente a Farrell y a Perón. Se transformó en el líder de la resistencia llamada democrática: su
presencia en actos de tal carácter, y sus manifestaciones y discursos en cuanta ocasión se le presentó, en
realidad significaron una insolente y torpe intromisión en nuestra política interna, por parte de un
diplomático que bajo ningún punto de vista podía tener tal misión. Tal torpeza e insolencia,
lamentablemente apoyada por muchos círculos del espectro político y cultural, le costaría muy cara a la
suerte de la oposición antiperonista 973.

Jaqueado por esta avalancha de ese sector más que influyente de la opinión pública, Farrell
anunció en julio, que antes de terminar el año habría elecciones. Ante el anuncio, los campos estaban
prácticamente deslindados. Por un lado Perón, que a pesar de haber proclamado en abril su decisión de
no participar en el acto eleccionario, buscaba apoyos en el radicalismo a tales efectos, especialmente en
el líder cordobés Amadeo Sabattini, con resultado negativo. Por el otro, casi todos los partidos políticos
que hasta 1943 habían participado en la liza electoral, y que en septiembre organizaron en Buenos Aires
una manifestación multitudinaria que impresionó a la República, con la denominación de «Marcha de la
Constitución y la Libertad»974.

Alentados por este éxito, y por el clima de posguerra victorioso que se vivía, altos jefes de la
marina y el ejército opuestos a Perón, que en julio solicitaban a Farrell, el alejamiento de las funciones de
gobierno de quienes aspiraban a ser candidatos en las próximas elecciones, nucleados en octubre
alrededor del general Eduardo ávalos, el 9 de ese mes, exigieron al presidente la renuncia de Perón. Este
lo hizo así y, detenido en Martín García, parecía que el fin de su carrera era un hecho consumado. Pero la
oposición continuó la embestida procediendo con evidente inhabilidad: exigió más, esto es, el relevo de
todo el gobierno militar y la toma del poder por la Corte Suprema de Justicia, que debía presidir los
comicios como garantía de ecuanimidad.

Los militares sintieron la afrenta y esto facilitó la reacción popular. El 17 de octubre, vastos
sectores, especialmente de obreros, colmaron la Plaza de Mayo exigiendo la libertad de Perón. éste, que
había abandonado la isla de Martín García y se encontraba en la capital, en el Hospital Militar, obtuvo no
solamente su libertad, sino la posibilidad, hacia la noche, de dirigirse a la enfervorizada multitud, sin que
ávalos intentara disolver la manifestación evitando así un derramamiento de sangre, de imprevisible
trascendencia 975.

La elección del 24 de febrero de 1946

La liberación de Perón marcó prácticamente el inicio de la campaña electoral para las elecciones
presidenciales de febrero de 1946, una de las más apasionantes de nuestra historia.

Los partidos políticos en su casi totalidad, Unión Cívica Radical, Partido Demócrata Progresista,
Partido Socialista y Partido Comunista, conformaron una alianza que se denominó Unión Democrática,
sosteniendo la fórmula presidencial del radicalismo, integrada en el primer término por José P.
Tamborini y en el segundo por Enrique M. Mosca.

Las fuerzas conservadoras no estaban en cuerpo en la alianza, pero sí en espíritu, aconsejando


votar por los candidatos de la Unión Democrática.

Por el otro lado, la fórmula integrada por Perón para la presidencia y por Hortensio Quijano para
la vicepresidencia, contó con el apoyo de las corrientes sindicales, que habían dado origen a una nueva
agrupación política, el Partido Laborista. También la patrocinaron sectores minoritarios del radicalismo,
nucleados en la llamada Unión Cívica Radical Junta Renovadora, donde militaron, entre otros,
Hortensio Quijano, Armando Antille, Vicente Saadi, Alejandro Leloir, Alejandro Greca. Grupos
independientes de extracción nacionalista y conservadora apoyaron también a Perón.

El período electoral se desarrolló con normalidad, y se asistió a una buena demostración de lo que
debe ser una elección democrática. Ambas fracciones llegaron, por los medios de comunicación y demás
arsenal propagandístico, a la opinión pública en aceptable paridad. Perón, que contó con la sanción del
aguinaldo para obreros y empleados a fines del año 1945, hubo de arrostrar en contraposición, la opinión
internacional que le era adversa, y la presión interna de los más fuertes intereses económicos e
intelectuales. Aunque el lema que levantara, «Braden o Perón», caló hondo en la sensibilidad de vastos
sectores.

El 24 de febrero de 1946 en acto electoral de inobjetable legalidad, Perón obtuvo1.478.372


sufragios contra 1.211.666 de sus adversarios, y 304 electores contra 72. Ganó todas las elecciones
provinciales menos Corrientes, y logró mayoría absoluta en ambas cámaras del Congreso 976.

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