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LA OCIOSIDAD ESPIRITUAL EN

TIEMPOS DE CRISIS, PARTE 1 – 1


PEDRO 2:1-2

Introducción

La presente crisis mundial ha promovido un ambiente poco usual para los seres humanos. La
forma de vida de personas de toda índole en el mundo ha sido interrumpida de manera abrupta
permitiendo que se recobren algunas actividades familiares que habían quedado en el baúl de los
recuerdos. Ahora, se comparte más en los hogares: Los padres tienen más oportunidad de compartir
con sus hijos, los hijos, la oportunidad de compartir más con sus padres, los esposos de compartir más,
entre otras cosas.

Sin embargo, algunas actividades que también son importantes corren el peligro de quedar
apartadas, esto debido a una falta de discernimiento de lo que realmente es importante en estos
tiempos. Algunas de estas actividades son la oración y la meditación de las Escrituras. Ciertamente, esta
crisis debería llevar a los cristianos a orar más, pero también a leer y meditar más en la Palabra de Dios,
y no a ofrendar este tiempo valioso a la ociosidad espiritual.

Durante este domingo, y el próximo, con el favor de Dios, meditaremos en la necesidad de la


lectura de la Palabra y en la oración en tiempos de crisis pandémica. Esperamos en el Señor que este
sermón pueda motivarnos a crecer en la gracia, pero también a dar lugar a lo que es importante.
“1 Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, 2
desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para
salvación”.

I. Desechando el pecado: Una preparación para recibir la Palabra (1 Ped 2:1)

En esta sección de su carta el Apóstol mantiene una misma línea de pensamiento que es presentada
en el capítulo 1. De forma general, el Apóstol señala (1) la necesidad de no conformarse a los deseos
que antes se tenían en el estado de ignorancia (1 Ped 1:14), y (2) la necesidad de que, motivados por la
santidad de Dios, los creyentes sean santos (1 Ped 1:16).

Ahora, el Apóstol pasa a ampliar, de forma implícita, la razón por la que hay que abandonar el
pecado para poder desear la Palabra de Dios: Es porque el pecado limita el deseo de Su Palabra. Esto es
lógico, porque cuando alguien está muy cómodo y acostumbrado a pecar en estas áreas mencionadas
(Como también en el resto de cosas que pueden llamarse pecado), lo menos que se desea es escuchar
que lo que se hace está mal. Estos no desean que su forma de vivir sea confrontada, sino todo lo
contrario. De ahí, que se cumpla lo que ya el Apóstol Pablo profetizó: “vendrá tiempo cuando no
soportarán la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oídos, acumularán para sí maestros
conforme a sus propios deseos” (2 Timoteo 4:3 LBLA).

Esta no es una actitud propia del creyente, sino de un no creyente. Los que no son del Señor no
soportan su doctrina (Las doctrinas que en conjunto son el evangelio); por tanto, no desean la Palabra.
Un ejemplo histórico es lo que sucedía entre Jesús y los fariseos. Los fariseos no soportaban a Jesús,
porque les hablaba la verdad y confrontaba sus vidas. Por tal razón querían matarle. Es obvio que no
querían abandonar sus pecados, pues en vez de arrepentirse para así anhelar a la Palabra encarnada de
Dios, siguieron pecando hasta consumar el mayor pecado: Matar al Hijo de Dios.
Contrariamente, la actitud de un creyente es la de vivir en constante arrepentimiento y desecho del
pecado para poder realmente anhelar que la Palabra de Dios construya su vida: “ ¡Cuán bienaventurado
es el hombre que no anda en el consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se
sienta en la silla de los escarnecedores, sino que en la ley del SEÑOR está su deleite, y en su ley medita de
día y de noche!” (Salmo 1:1-2).

Uno de los pecados que puede limitar nuestro deseo de la Palabra de Dios es la ociosidad en
tiempos de cuarentena. Algunos probablemente ya pensaron que deberían utilizar este tiempo para
descansar, ver televisión (Sin un tiempo límite), pasar el tiempo sin hacer nada. Al hacerlo no disciernen
que, al pensar y hacer estas cosas, constantemente tocan a la puerta de la ociosidad. ¡Oh amado, no sea
así contigo! Procura que este pecado no entre a tu vida, sino que puedas abandonar todo pecado para
anhelar así su Palabra.

II. Deseando la Palabra: Un medio para crecer en la salvación

Una vez que el Apóstol da instrucciones de cómo preparar el corazón para recibir la Palabra,
introduce la actitud que debe estar presente para recibirla: El deseo. Esto, por supuesto, no es algo
propio del creyente (aunque es él quien debe ponerlo en práctica), sino que es propio del Espíritu Santo:
“porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito” (Filipenses
2:13). Es propicio agregar que, si alguien ha creído en Cristo, el espíritu ya ha colocado este deseo en su
corazón. Sin embargo, es necesario atender a una cuestión: Si el texto dice que debe desear la Palabra
no adulterada, ¿Cómo, entonces, puede el creyente hacerlo?

La forma práctica de este deseo es evidente en la lectura y meditación de la Palabra. La ilustración


del Apóstol provee también la intensidad de la forma: “como niños recién nacidos”. El niño recién nacido
busca la leche materna y no deja de llorar hasta que le es dada. El cristiano debe evidenciar tal
intensidad en la búsqueda hasta ser saciado de la Palabra de Dios. No se trata de llorar, sino de buscar
intensamente la Palabra de Dios.
Posteriormente, el Apóstol explica el resultado: “Para que por ella crezcáis para salvación”. La biblia
habla acerca de los diferentes procesos en los que el Señor introduce a los creyentes para hacerlos
crecer, pero hay uno que podría generalizar todos los procesos: “La santificación” (Este es el proceso en
el que el pecado en el creyente es mortificado y crece en la santidad). Esta relación encuentra
fundamento en el mismo contexto, pues el Apóstol relaciona la Santidad de Dios con su Palabra ( 1 Ped
1:13-25). Bien lo dijo el Salmista: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmo
119:11).

Es evidente que nadie ha alcanzado la santidad entera, pues sigue estando en la lucha entre la
carne y el espíritu. Sin embargo, así como el Apóstol Pablo, cada creyente debe leer la Palabra de Dios
para “proseguir a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14).

Este tiempo de cuarentena puede ser fructífero para cada creyente, creciendo en la santidad por
medio de la Palabra del Señor. El deseo ha sido puesto por su Espíritu Santo, queda de cada creyente
aprovechar este tiempo para crecer en la santidad.

Conclusión

La ociosidad es un pecado al que muchos le podríamos estar tocando la puerta en este tiempo de
cuarentena. Procuremos abandonar todo pecado para que nuestro corazón esté preparado, y al
momento de buscar su Palabra realmente podamos crecer en la salvación. Haz un autoexamen: ¿En qué
cosas invierto más mi tiempo durante la cuarentena? ¿Paso más tiempo haciendo nada que
escudriñando las Escrituras? Puede compartir con su familia, cuidar o hacer mantenimiento a su hogar,
pero no olvide dar lugar a lo más importante: Lo espiritual. Hay muchos medios por los cuales también
podemos crecer en el conocimiento de su Palabra, para saber cuáles, sírvase en escribirme a mi teléfono
de contacto o redes sociales como WhatsApp y Telegram.

Dios haga abundar su gracia en sus vidas.

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