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Relación de Cecilia con Barcelona y sus orígenes

Análisis a partir de la lectura de “La calle de las Camelias”


de Marcela Rodoreda
Estructura del trabajo

Tema: Relación y desarrollo de Cecilia con respecto a espacios públicos y privados en una línea
temporal.
En mi trabajo me propongo hacer un recorrido por los lugares que son fundamentales para el
desarrollo de la historia y en los cuales la protagonista describe sus sentimientos, toma decisiones y
se relaciona con otras personas. Asimismo también quiero dirigir el enfoque hacia el rol de la mujer
en relación con su exclusión o aceptación en determinados espacios.
Introducción del tema, preguntas de análisis y presentación de la estructura de trabajo.
Marco teórico relacionado con la temática a partir del texto Espacios otros de Michel Foucault.
Análisis de la obra a partir de un recorrido por lugares como lo son por ejemplo: La calle de las
Camelias, su casa, el jardín, el liceo, los cafés, la chabola, etc. Algunas de las preguntas para el
análisis son:
-¿con qué personaje se relaciona y qué sentimientos despiertan en ella?
- ¿cómo es su relación con los espacios abiertos y cerrados?
- ¿se observan sentimiento de libertad e independencia en contraposición a encarcelamiento y
dependencia?
- ¿ en qué espacios describe la presencia de vegetación?
- ¿en qué lugares se describe la presencia/pertenencia de mujeres?
- Relación entre la búsqueda de su identidad y espacios que recorre.
Resultados, consideraciones generales y respuesta a las preguntas de análisis
Conclusiones
ÍNDICE
Introducción 1
Marco Teórico 1
Cecilia en el chalé de la calle de las Camelias 2
Cecilia en las barracas 5
Cecilia en la fonda 8
Cecilia en el piso de Marcos 8
Cecilia en la casa de Eladio 9
Cecilia en su chalé 10
Conclusión 12

Referencias bibliográficas 14

Declaración de autenticidad 15
Introducción
En su relato Cecilia describe su paso por lugares y su mirada sobre la sociedad de
Barcelona a partir de los años 30. Esta es la mirada de una mujer que pasó gran parte
de su vida desprotegida y desamparada en busca de su identidad y de un sustento
económico. El objetivo de este trabajo es presentar la historia de Cecilia a través de
los lugares recorridos por ella y de las relaciones establecidas en ellos. La mirada
estará puesta en los sentimientos y conjeturas descritos por la protagonista.
Asimismo, el enfoque también estará dirigido hacia el rol de la mujer,
principalmente en relación con su exclusión o aceptación social en determinados
espacios.
Este trabajo contará con un marco teórico basado en la presentación de Michel
Foucault sobre los conceptos de espacio. A continuación, el análisis de la obra se
hará a partir de la presentación de lugares centrales para el desarrollo de la trama. En
estos lugares, la atención se orientará, por un lado a las relaciones establecidas con
los personaje que rodean a la protagonista, especialmente sobre su visión en cuanto a
los roles y lugares a los que pertenece la mujer en contraposición con los del
hombre. Por otro lado, se tomará como eje para el análisis las experiencias de
Cecilia con los espacios abiertos y cerrados así como también la relación de estos
lugares con su búsqueda de identidad y de sus orígenes. Finalmente, se expondrán
las conclusiones.

Marco Teórico
Foucault resalta que el tema que ocupa a la humanidad en la actualidad es el espacio
(cf. Foucault 1999, 15), en el cual los puntos distribuidos crean relaciones entre si.
Estas relaciones de vecindad entre los elementos del espacio definen el
emplazamiento (cf. ebd., 17). A su vez, los problemas de emplazamiento
corresponden a la dificultad de descubrir qué relaciones de emplazamientos serán
relevantes “en tal o cual situación para alcanzar tal o cual fin” (ebd., 17). Foucault se
interesa por los emplazamientos que se caracterizan por “estar en relación con todos
los demás emplazamientos” (1995, 18) y hace una división en dos tipos: las utopías
que son espacios irreales y las hetereotopías que en oposición a las utopías ocupan

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un espacio real:

“Lugares que, por ser absolutamente otros que todos los demás emplazamientos a los que sin
embargo reflejan y de los cuales hablan llamaré, por oposición a las utopías, heterotopía”.

(Foucault 1999, 19)


Entre las hetereotopias y utopías hay una experiencia mixta representada por el
espejo, una mezcla entre la utopía de lo que veo en un espacio que no existe y la
mirada hacia el ser reflejado que está en un espacio concreto:
“A partir de esta mirada que de alguna manera se dirige hacia mí, desde el fondo de ese espacio
virtual que está al otro lado del cristal, retorno hacia mí y vuelvo a dirigir mis ojos hacia mí-

mismo y a reconstituirme donde estoy” (Foucault 1999, 19).


Para los fines de esta presentación, son además importantes las siguientes
consideraciones de Foucault. En primer lugar lo que se puede explicar como no
universalidad de las hetereotopías, esto significa que una hetereotopía puede cambiar
su función en una cultura conforme pasa el tiempo (cf. 1999, 21). Un ejemplo de
hetereotopía que sí ha mantenido su función relacionada a la felicidad es, según
Foucault, el jardín. (cf. 1999, 22). En segundo lugar, Foucault menciona la
existencia de hetereotopias que excluyen: “todo el mundo puede entrar en esos
emplazamientos heterotópicos, pero, a decir verdad, no es más que una ilusión: uno
cree penetrar y queda, por el hecho mismo de entrar, excluido”( 1999, 24).

Cecilia en el chalé de la calle de las Camelias


En el barrio de Gracia, en la calle de las Camelias, durante su niñez, Cecilia pasaba
la mayor parte del tiempo en la casa: “Sentada en el peldaño, iba creciendo”
(Rodoreda 1982, 14). En esta primera etapa de su vida tuvieron influencia en su
desarrollo el señor Jaime, la señora Magdalena y las conversaciones que escuchaba
de las vecinas que se reunían en su casa a hablar por las tardes (cf. ebd., 13).
Además de las esas influencias, Cecilia sentía mucho afecto y admiración por
María-Cinta, quien no tenía una vida convencional como las señoras del barrio.
“María-Cinta tenía un amigo muy rico y coche (…). Siempre iba al Liceo”
(Rodoreda 1982, 17). Cecilia, deslumbrada por el estilo de vida de María-Cinta
encontró en ella un modelo a seguir.: “y yo quería parecerme a María-Cinta”

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(ebd. 48).
La casa de María-Cinta se convirtió para Cecilia en un lugar predilecto. Su prima le
dedicaba tiempo y afecto. En una de sus visitas por ejemplo, la bañaron con una
esponja fina, la empolvaron y Cecilia rió y disfrutó de la experiencia muy diferente a
que conocía de los baños en el fregadero de su casa con un estropajo viejo
(Rodoreda 1982, 42-43).
Incentivada por las conjeturas que escuchaba sobre sus orígenes, la infancia de
Cecilia estuvo marcada por la ilusión de descubrir su procedencia y encontrar a su
padre. Así es que comenzó a escondidas su conexión con nuevos lugares a través de
su recorrido por las calles de Barcelona. Esta búsqueda estuvo acompañada del
miedo de perderse y de ser descubierta pero por sobre todo de que como castigo la
encerraran y no pudiera seguir buscando, (cf. Rodoreda 1982, 19). En su primera
salida le tomó la mano a un señor que estaba con una niña rubia de cabellos rizados,
en un intento de satisfacer su ilusión de afecto paternal (cf. ebd., 20). De regreso en
su casa contempló su cabello en el espejo y se enfrentó con una realidad muy
diferente a la de la niña rubia; su cabello era castaño, lacio y lleno de tristeza como
ella misma (cf.ebd. 21). En esta mirada hacia si misma, Cecilia se vio como un ser
lleno de angustia y pena.
Ese mismo día una nueva habitación de la casa entró en su vida, el mirador. Subió
por primera vez al mirador que “tenía ventanas por los cuatro costados”
(Rodoreda 1982, 22) con el señor Jaime. Este lugar asimismo se convertiría en su
colegio y el señor Jaime se encargaría de enseñarle (cf. ebd., 22).
Otro lugar de aprendizaje era el jardín, donde Cecilia aprendió, también del señor
Jaime, sobre plantas, sus nombres y como cuidarlas. Es posible interpretar la compra
del rosal al que el señor Jaime nombró Cecilia (Rodoreda 1982, 32-33) como un acto
de amor y un mensaje sobre el tratamiento que merecía; cuidado y protección.
A pesar de que en su infancia no hubo carencias materiales ni maltrato que motivaran
su necesidad de escaparse, ella estaba obsesionada con su búsqueda y con la idea de
que su padre podría ser un músico. Así entró en el relato un lugar que la atraía
profundamente y al que volverá en otros momentos: el Liceo (cf. Rodoreda 1982,
24-26). Nuevamente su ilusión de ver cómo podría ser su padre se desmoronó

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cuando la echaron “por el cogote, como si fuera un gato” (ebd., 27). Mientras la
sacaban, Cecilia reparó en que uno de los guardias se reía de ella (cf. ebd., 27). Esta
imagen negativa y violenta de los hombres fue compensada seguidamente por el
amigo de María-Cinta; en sus brazos Cecilia se sintió contenida (cf. ebd., 27).
Nuevos lugares entraron en su mund de la mano de Eusebio. Sus lugares de
encuentro, charlas y esparcimientos eran al aire libre. Por ejemplo, les gustaba pasar
tiempo juntos bajo los pinos (cf. Rodoreda 1928, 48), a Eusebio también le gustaba
recorrer el cementerio, lugar que para él y en consecuencia también para Cecilia no
cumplía con la misma función que le daba el resto de la sociedad: “Quería ver los
fuegos fatuos”(ebd., 45). A esta altura del relato, Cecilia había superado el miedo a
que la castigaran encerrándola: “yo me escapaba siempre que quería por el olivo del
vecino (ebd. 49).
Durante su adolescencia, en una visita a la casa de María-Cinta, Cecilia hizo dos
descubrimientos que la marcaron. En primera lugar, vio al señor Jaime tocar el brazo
de María-Cinta (cf. Rodoreda 1982, 53), esto la perturbó enormemente y le mostró
un lado desconocido del hombre que la había criado. En segundo lugar, frente al
espejo vio cambios en su cuerpo, se miró y no se sintió sola.
“ Y entonces no sé exactamente qué me pasó. Me iba enamorando de mí misma. (…) y lo que
sentí no puede explicarse con palabras: que yo no era como los demás, que yo era diferente,
porque estando sola, rodeada de toallas y olor a jabón, fuera del espejo era lo que se enamora y
dentro del espejo era lo enamorado”. (Rodoreda, 1982, 54)
Esta escena describe un momento de reflexión, un desarrollo de la imagen de si
misma en comparación con cuando se miró después de escaparse por primera vez.
En esta época de descubrimientos, la protagonista hizo una experiencia que la llevó a
decidir que no se casaría jamás: la visita a la casa de Rosalía. Cecilia conoció la
realidad de dos mujeres que ante sus ojos eran infelices a causa de los hombres y del
agotamiento que el rol de madre provocaba (cf. Rodoreda 1982, 59-63). Además, el
comentario de Rosalía sobre su hija, presenta la visión de la sociedad de la época
sobre la imposibilidad de no depender de un hombre: “La hija de Rosalía habría
merecido tener más suerte y casarse con un hombre rico pero había tenido que tomar
lo que se le presentaba porque iba haciéndose mayor” (ebd., 61). Paulina a su vez

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reforzó este sentimiento de Cecilia sobre la desdicha de la mujer con su comentario:
“si las mujeres no se pintasen todas tendrían los ojos mortecinos” (ebd. 65).
Este primer recorrido, durante la niñez y adolescencia de Cecilia, permite ubicar a la
mujer en la casa y en los almacenes (Rodoreda 1982, 47). La mujer pasa el tiempo
entretenida conversando con las vecinas y haciendo compras. La mujer depende del
hombre. Por otra parte, el hombre es quien sale a trabajar, quien sabe y puede hacer
de maestro, quien cuida a la mujer como si fuera un rosa. Además, el hombre es
padre, da calor y afecto. A su vez, el hombre puede reírse de una niña que sacan
violentamente del Liceo y traiciona a su esposa con otras mujeres.
En cuanto a los lugares en los que Cecilia se movía en su infancia y adolescencia,
desde muy pequeña la atraían las calles de Barcelona y la caracterizaba la necesidad
de escaparse y de estar afuera, de sentarse a observar el mundo. El Liceo y sus
alrededores estaban en el centro de su atención y alimentaban su ilusión de encontrar
allí una conexión con sus orígenes.

Cecilia en las barracas


La mudanza de Cecilia a la chabola de Eusebio fue repentina e impulsiva, Cecilia
atravesaba una etapa “llena de lasitud” (Rodoreda 1982, 67), fue a la barraca con
Eusebio y allí se quedó.“No volví nunca más”(ebd., 67). En la chabola comenzó una
nueva etapa, en una nueva realidad social. Su casa era muy precaria. “Nuestra choza
daba risa, cubierta toda ella de paraguas”(ebd., 74). “La barraca no tenía ventanas”
(ebd., 69) que le permitieran ver el cielo como lo hacía en el mirador, ni un techo que
la protegiera de la lluvia. Tampoco tenía un jardín pero Cecilia plantó campanillas
fuera de la chabola que luego un día sumida en la tristeza, arrancó (ebd., 81). El baño
también era muy diferente al de María-Cinta y al fregadero de su casa. “Era un
pedazo de tierra rodeada de latas que formaban un círculo, de menor altura que el de
una persona (...) una cortina de sacos cubría la entrada”(ebd., 84). Los baños que
había conocido eran un lugar privado mientras que este nuevo concepto era muy
público y no ofrecía resguardo.
Al rol del hombre ya descripto se le sumó en esta etapa la participación en peleas
callejeras a causa de mujeres, como en los episodios en que Eusebio golpeó a Andrés

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(cf.ebd.85-86). Además, en la chabola, Cecilia experimentó el primer contacto con la
violencia doméstica cuando Eusebio se llevó su poca ropa en un momento de ira
(cf.ebd.85).
Durante esta época, siguió creciendo la relación de Cecilia con Barcelona. Le
gustaba pasear por las calles, distraerse mirando edificios, el verde del parque la
calmaba (cf. Rodoreda, 1982, 90). “Todas las calles me gustaban” (ebd., 90).
De la chabola de Eusebio pasó a vivir a la de Andrés que tenía paredes de ladrillos y
no tenía goteras (Rodoreda 1982, 91). Esta fue una etapa feliz para Cecilia, aquí se
sentía protegida y amada (Rodoreda 1982, 92). Con la muerte de Andrés, Cecilia
quedó desamparada. Doña Matilde y la Tere trataron de ayudarla y motivarla para
que se dedicara a la costura pero este intento pronto fracasó y en la desesperación de
no tener para comer, Cecilia tomó una decisión: “Y una noche, sin pensarlo dos
veces, la arrastré fuera de la chabola [a la máquina de coser], cogí el bolso y, delgada
como un esparrago, me fui a las Ramblas a buscarme la vida” (ebd., 96). Esta etapa
estuvo rodeada de sentimientos de enamoramiento y pena por sus clientes como así
también de desgaste físico causado principalmente por su primer aborto. A pesar de
esto, Cecilia sentía que la única posibilidad de mantenerse era a través de la
prostitución: “aunque estaba convencida de hacer un disparate, volví a las
Ramblas”(ebd., 98).
Cecilia nunca regresó a la casa de su niñez y en los lugares públicos de Barcelona,
encontraba donde conectarse con sus recuerdos (Rodoreda 1982, 101). Las calles
también la llevaron a reencontrarse con Paulina y a escuchar por primera vez desde
su partida, noticias sobre su familia y su antiguo barrio. El relato de Paulina sobre el
destino de María-Cinta refuerza la imagen la mujer al servicio del hombre, si no
puede serle útil entonces es una carga. “Los hombres no querían cargar con mujeres
cojas” (ebd., 104). Por otro lado, el destino de Paulina consolida el concepto de
pertenencia a una clase social y el rechazo social hacia la movilización ascendente.
Paulina y el hijo de la señora Ruis debieron separarse por los problemas que le
causaba el es haberse enamorado de la criada (cf. ebd., 105). A su vez, la experiencia
de Paulina y su relación con el señor de Tarragona suma un ejemplo sobre la decisión
de estar con un hombre por necesidad y no por amor (cf. ebd., 105).

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Durante esta época, el encierro seguía siendo su enemigo y las calles, la única
alternativa: “Solo de pensar que tendría que volver a las Ramblas me mataba. Un día
decidí salir, porque ya no podía aguantar más encerrada allí dentro” (ebd., 111).
Como consecuencia de su situación de marginalidad, Cecilia estuvo expuesta a
situaciones de violencia que dejaron a la vista sus sentimientos de desamparo y de
soledad:
“Llena de ira, le dije que si me había pegado era porque nadie me defendía, que me habían
abandonado en medio de la calle, en pañales, como si fuera un paquete de basura, a tomar

viento… sin padre, ni hermanos ni nadie...” (Rodoreda 1982, 114)


Su niñez y adolescencia habían estado definidas por la búsqueda de sus orígenes.
Desde que se fue a vivir a las barracas, sus prioridades tomaron otro rumbo. En el
relato entró una nueva búsqueda, la de sobrevivir a las tempestades de la
marginalidad y conseguir dinero para comer. En cuanto a los lugares, las calles, los
bancos y los edificios eran su escape, el lugar que conocía y al que siempre podía
volver. Además, en Liceo y sus cercanías, proveían el escenario para acontecimientos
que marcarían el desarrollo de su historia.

Cecilia en la fonda
Cecilia pudo dejar la prostitución gracias a Cosme pero no así la dependencia de un
hombre, su sometimiento y humillaciones. “Eusebio y Andrés me gustaban; el
fondista nunca me gustó. Pero yo tenía hambre” (Rodoreda 1982, 121). Para escapar
de los reproches de Cosme, Cecilia volvió nuevamente a refugiarse en la calle, “ y
echaba de menos el tiempo en el que me buscaba la vida por las Ramblas”
(ebd, 125). Se sentaba en los bancos y miraba pasar los coches. Estas salidas de
Cecilia, sin que ella lo supiera, desestabilizaban a Cosme y nuevamente afloró a
través del comentario del cocinero que el lugar que debe ocupar la mujer está en la
casa: “¿porqué no cose?” (ebd., 126). Con la misma espontaneidad que llegó a la
fonda, llevada por Cosme del brazo (cf. ebd. 116-117) y sin que el lector pueda
percibir una reflexión sobre esta decisión, Cecilia se fue.
En la casa de Cosme, Cecilia experimentó por un lado, la seguridad de tener un lugar
donde vivir y comer. Por otro lado, Cosme tenía el poder de tratarla como quisiera,

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de someterla y hacerle sentir que dependía de él. Las ansias de libertad de Cecilia
fueron más grandes que la seguridad de tener comida y techo y decidió volver a
echar su suerte al azar.

Cecilia en el piso de Marcos


Marcos estableció una relación de poder sobre Cecilia desde el día que fueron por
deseo de Cecilia de paseo a la Rambla de Cataluña, Desde la mirada de Marcos, él
podía hacer con ella lo que quisiera y Cecilia aprendería a obedecer:
“Cambiaremos a Cecilia, la vestiremos, la desnudaremos, la haremos reír, la haremos llorar”.
(…) Me dio un beso en la boca, y yo lo mordí con rabia y él me pegó una bofetada. “para que

no vuelvas a hacerlo”. (Rodoreda 1982, 135)


Cecilia, ubicada en el piso de Marcos, extrañaba en un principio la libertad de la casa
de Paulina, donde se había sentido muy a gusto “con tanto cielo y montañas que se
volvían azules al atardecer” (Rodoreda 1982, 136). En cuanto a su relación amorosa,
Marcos le despertaba sentimientos encontrados. Por momentos, ella fantaseaba con
la idea de casarse con él pero también se preguntaba “que tendría en la cabeza, si
cosas buenas o malas” (ebd., 140). Marcos por su parte, no tenía en cuenta los
sentimientos de Cecilia: “me decía que había ido a ver a la familia; me lo decía con
orgullo y contento, como si quisiera darme celos” (ebd. 140). Cecilia pronto
corroboró la ruptura de sus sentimientos hacia Marcos, producto de que él le diera
dinero para hacerse un aborto.
El piso no le gustaba y se aburría mucho. Además, la vecina Constancia le hacía la
vida aún más difícil: “Debía pasarse la vida pegada a la mirilla, mirando y
escuchando” (Rodoreda 1968,155). A todas las experiencias extrañas que vivió en la
casa se le sumó el descubrimiento de que el sastre de en frente la espiaba, lo que le
causó aún más malestar y una sensación de agobio: “No estaba acostumbrada a
dormir a oscuras y me parecía que no respiraba bien” (ebd. 177).
Para escapar del piso, Cecilia buscaba distracción en los cafés de la ciudad. “Aquel
café me gustó mucho porque me pareció que podía quedarme resguardada y que en
él me sentiría menos desamparada, pues era pequeño” (Rodoreda 1982, 158).

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Cecilia en la casa de Eladio
Afectada por las humillaciones de Marcos, Cecilia encontró contención, compañía y
una nueva casa a través de Eladio. “Fue un consuelo. Tenía un amigo” (Rodoreda
1982, 186). Eladio fue su oportunidad de libertad “el pájaro había huido de su jaula”
(ebd.,189). Pero pronto la situación se tornó aún más violenta y torturadora que en el
piso de Marcos:
“le pregunté a Eladio llorando qué estaba haciendo conmigo por las noches, qué hacía conmigo

(...) Eladio me acercó la copa y, medio tendida, bebí aquello color de oro que me mataba ”

(Rodoreda 1982, 195-196).


Victima de la desorientación y del dolor, sumida en la soledad y el maltrato, Cecilia
trató de matarse. Se sentía un objeto con el que podían hacer lo que quisieran. “Me
vistió el mismo, con el vestido rosa, como si fuese una muñeca” (ebd., 197).
Finalmente, cuando Marcos y Eladio ya no podían aprovecharse más de ella, la
dejaron tirada, casi muerta y embarazada en una calle de Barcelona. Este momento
del desarrollo puede considerarse como en el que más profundo fue el desamparo y
la soledad de Cecilia “y le dije a Dios que yo era su criatura, que me ayudara”
(Rodoreda, 1982, 204). Este es un pasaje muy interesante, ya que sumida en un dolor
profundo y sola, Cecilia pudo haberle pedido a Dios que la dejara morir pero pidió
ayuda y encontró su primer respiro y sostén en la rambla de Cataluña. Le habían
quitado todo pero ella sabía que no podrían quitarle las calles de su ciudad:
“Necesitaba árboles en hilera, con hojas pequeñas; los árboles eran para todos” (ebd.,
203-204).

Cecilia en su chalé
En compañía de Carmela, en una casa grande con jardín comenzó una nueva etapa
para Cecilia. En este lugar, se enfrentó nuevamente con el espejo: “el peso de tristeza
que vi en mis ojos me estremeció” (Rodoreda 1982, 213). La casa, rodeada de
naturaleza, le ofrecía un lugar de tranquilidad para reflexionar: “y mirar el agua que
saltaba me comunicaba bastante paz. Y sentir las flores vivas alrededor de mí. Pensé
en las cosas que me habían ocurrido” (ebd., 213).
Cecilia había sobrevivido a las tempestades de la pobreza en la chabola, a los

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reproches de Cosme y a la tortura psicológica y física de Marcos y Eladio. Ahora se
encontraba en un lugar seguro y con un hombre que la hacía sentir muy bien. En
compañía de Esteban, se sentía contenida y enamorada. “Era como si lo conociese de
toda la vida y como si solamente le hubiese conocido a él” (Rodoreda 1982, 215).
Por otro lado, él también representaba la imposibilidad de Cecilia de alcanzar lo que
deseaba: “nunca lo tuve del todo [a Esteban]”; “Aunque lo tuviera cerca, lo sentía
lejano (…)” (ebd., 218).
En esta etapa nacieron nuevos sentimientos en Cecilia y empezó a soñar con una
famila: “me entró el delirio por los niños. (…) Me volvían loca” (Rodereda
1982, 223). Cecilia trató de vivir en su mundo imaginario en el que era la mujer de
Esteban: “Me compré una alianza. Cuando estaba sola, me la ponía” (ebd., 225) hasta
que finalmente en el Liceo vio a Esteban con su mujer y volvió a la dura realidad:
“era como si muriese, quemada de amor y vomitando” (ebd., 226).
Cecilia, hasta este momento, siempre había actuado por necesidad, por impulso y
porque no tenía oportunidad de elegir un futuro diferente. Había sumado muchas
experiencias y finalmente volvió a mirarse a si misma y por primera vez planeó su
futuro: “le dije a la Cecilia del espejo que tenía que hacer algo si no quería morir en
una cama de hospital y acabar enterrada de cualquier manera” (Rodoreda 1982, 230).
Su calidad de vida había mejorado y solo conocía una forma de mantenerla: en
compañía de hombres. “Antes de meterme en la cama con él, tenía que beber un poco
de licor (…) Duró tres años. Tres años fingiendo estar enamorada”
(Rodoreda 1982, 236). Pero en esta oportunidad, Cecilia tenía un respaldo
económico, un lugar a dónde volver, una compañera y seguridad en si misma. “Me
paré en seco con un pie en el aire, me subí la falda hasta medio muslo e
inclinándome sobre la barandilla dije: ¿Más? La cabeza del portero se escondió
inmediatamente” (ebd., 231).
En este momento de su vida, las calles de Barcelona ya no eran su refugio sino su
chalé. “Como me sobraba dinero, compré muebles para mi chalé, y cuando estaba
libre iba allí y me quedaba a dormir, y si me era posible pasar dos o tres días era
feliz” (Rodoreda, 1982, 236).
Cecilia siempre sintió mucha conexión con el Liceo. Finalmente, durante su madurez

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alcanzó su anhelo de ir a ver la obra que le recordaba a María-Cinta y la conectaba
con su niñez. Durante la obra, Cecilia se sintió movilizada. “Empecé a sentirme mal:
notaba un peso en el pecho, como si algo no me dejase respirar”(Rodoreda,
1982,247). “Nada dentro había que fuera mío y fuera estaban la calle y el aire”
(ebd., 248). La ilusión de que el Liceo representara un lugar al que ella pertenecía y
que la haría feliz se esfumó y Cecilia terminó por comprobar su conexión era con la
calle: “Se me había pasado el malestar que había tenido en el Liceo. Bajo los tilos me
sentía como en mi propia casa” (ebd., 248).
A partir de esta visita, Cecilia comenzó a transitar un camino hacia su pasado y
volvió a conectarse con sus orígenes. Escuchó historias sobre su infancia y sobre la
felicidad que había llevado a la señora Magdalena y al señor Jaime. También
descubrió el origen de su nombre (cf. Rodoreda., 270- 272) y que nada tenía que ver
con todas sus fantasías. Ella verdaderamente no tenía ninguna conexión con los
músicos del Liceo y nunca llegaría a encontrar a su padre. “De madrugada, junto a
unas camelias, se había encontrado a una niña que parecía un gatito y que se llamaría
Cecilia” (ebd., 172). La calle de las Camelias sería el origen que podría guardar en
sus recuerdos.

Conclusión
Durante su niñez Cecilia estuvo muy conectada con su casa, con el jardín y con las
calles de Barcelona. En ellas soñaba, buscaba a su padre y a sus orígenes. En esta
etapa de su vida también afloraron sus sentimientos de rechazo hacia el rol de la
mujer como esposa, madre y confinada a estar en la casa. Ella no quería amoldarse a
las expectativas de la sociedad de la época. A Cecilia le gustaba ser libre, escaparse
y pasar tiempo afuera.
A través de Eusebio, la relación con los espacios públicos y abiertos se intensificó y
en un primer momento Barcelona brindaba el escenario para encuentros. Desde que
se fue de su casa, su relación con los hombres estuvo caracterizada por una mezcla
de amor, soledad, dependencia, sometimiento y violencia. Mientras que las mujeres
como por ejemplo Tere, doña Matilde y Paulina trataban de ayudarla pero Cecilia
siempre hacía lo que quería.

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Las calles de Barcelona se convirtieron en el lugar donde encontraba su sustento y
en una constante en su vida, a donde siempre podía volver; en ella había lugares que
la conectan con sus recuerdos y lugares que le transmitían sentimientos positivos.
Durante su madurez, Cecilia, refugiada en su chalé, alcanzó su independencia
económica, llego a ser una mujer fuerte y segura de si misma. En esta etapa encontró
la posibilidad de planear a largo plazo y también cambiaron sus deseos en cuanto a
formar una familia pero ya era demasiado tarde para ella.
El Liceo siempre estuvo presente como un escenario que la conectaba con sus
anhelos de encontrar sus orígenes, como una parte de su historia. Finalmente cuando
entró en el, descubrió que este espacio no la representaba en lo absoluto, que no
pertenecía allí dentro, que su lugar estaba afuera; en las calles, plazas, rodeada de
árboles encontraba paz, respiraba el aire que necesita, era libre.
Cecilia dejó todo para encontrarse, emprendió una larga búsqueda que finalmente la
llevo de regresó al lugar en el que todo comenzó. Descubrió que no encontraría
información sobre su origen anterior a su abandono y aceptó a la calle de las
camelias como el principio de su historia.

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Referencias Bibliográficas

Foucault, Michel (1999), “Espacios Otros” en: Versión. Estudios de Comunicación y


Política. 9, México, Universidad Autónoma Metropolitana, pp. 15-26 .
Rodoreda, Mercè (1982): La Calle de las Camelias [trad.Josep Batlló]. Edhasa:
Barcelona.

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