La oración colecta de este segundo domingo de cuaresma pide a Dios que
nuestro espíritu sea alimentado con la Palabra divina para poder contemplar su rostro. Participemos de este banquete que Dios nos prepara al hablarnos. El Génesis (15,5-12.17-18) presenta a Abraham, hombre de más de 75 años, casado con una mujer diez años menor y estéril. Dios lo invita a contar las estrellas revelándole que así será su descendencia. Pero es una invitación en la cual le es difícil confiar porque al mirar su cuerpo y el de su mujer, solo encuentra vejez y esterilidad. Solo uno, Dios, puede contar el número de las estrellas como afirma el salmo 147,4: «cuenta el número de las estrellas e impone a cada una su nombre». De esta manera, Dios enseña a Abraham que su mirada divina ve más allá de la imposibilidad humana. Queda a Abraham decidir si confiar o no. Todo es posible para quien decide fiarse de Él y Abraham decide confiar haciendo pacto con el Señor. El Salmo 26 indica la urgencia de confiar en Dios: «el Señor es mi Luz y mi Salvación, ¿a quién temeré?». Ante el miedo producido por la realidad, la riqueza de posibilidades que es Dios. El salmista ha descubierto que con Él todo lo puede y por eso dice a sí mismo: «espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor». En esta línea insiste san Pablo en su Carta a los Filipenses (3,17—4,1) y lo hace «con lágrima en los ojos» para que no vivamos en la desconfianza, es decir «como enemigos de la cruz de Cristo», confiando solo en aspiraciones terrenas. Nos reta a vivir con altura, como «ciudadanos del cielo». Camino de subida al cielo es el hecho por los discípulos con Cristo al ir a la montaña, según narra Lucas (9,28b-36). Allí, en el contexto de la oración, Jesús se transfigura: su apariencia revela que no se trata solo de un humano, Él es Luz como Dios en el salmo. Con Él aparecen las figuras de Moisés y Elías hablando sobre su muerte. Del otro lado, Pedro quiere detener el tiempo y habitar en la montaña en la compañía de Moisés, Elías y Jesús. En ese momento una nube los envuelve. La nube, en el Antiguo Testamento, simboliza la presencia misteriosa de Dios que puede generar temor. Sin embargo, en lo alto de esta montaña, la nube revela una voz que ya no aterroriza, sino que pide confiar; es la voz del Padre: «Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle». Los discípulos guardan silencio y, en el silencio, deberán decidir si confiar o no. Este es el banquete de nuestra Palabra: decidamos si escuchar o no a Jesús quien, entre las cosas que dice, nos exhorta a amarnos como Él nos amó, el mandato del Evangelio con el cual terminará este tiempo de la Cuaresma e iniciará el de la Pascua. ¿Lo escucharemos? ¿Confiaremos?
Por Juan David Figueroa Flórez – juandavidfigueroaflorez@gmail.com