Sunteți pe pagina 1din 1

TERCER DOMINGO DE PASCUA

La oración colecta nos propone la alegría como medio eficaz para transmitir
lo sucedido en la Pascua: fuimos rejuvenecidos y adoptados como hijos de Dios.
Nosotros y el Espíritu Santo somos testigos de lo que hace el resucitado por
nosotros, nuestra alegría nos atestigua, comunicarla es nuestra misión.
Los Hechos (5,27b-32. 40b-41) presentan a los apóstoles interrogados por el
Sumo Sacerdote que les había prohibido hablar de Jesús. No obstante, el efecto
paradójico no es el miedo en los interrogados sino su testimonio abierto
acompañado de alegría: no les importan los ultrajes con tal de anunciar a Jesús.
Este «anuncio» es conocido como «kerigma», palabra griega que implica la
profesión de fe y también la forma de vida llena de gozo por lo anunciado. El
«kerigma» se puede sintetizar así: Jesucristo murió en la cruz, pero Dios lo
resucitó como Salvador y, muriendo, alcanzó el perdón para todos. ¿Cómo
silenciar este mensaje cuyo mejor instrumento comunicativo es la alegría?
El Salmo 29 celebra a Dios que rescata a los amenazados por la muerte,
encontrando en la vida esperanza («al atardecer nos visita el llanto; por la
mañana el júbilo») y transformación («cambiaste mi luto en danzas»). El
sufrimiento es una realidad en transición mientras la bondad divina dura por
siempre. Por eso, Dios merece el tributo de la alegría. El Apocalipsis (5,12-14)
recoge esa actitud: Jesucristo ha sido como el cordero de los sacrificios, usado
para sustituir la vida de los primogénitos que deberían morir ofrendados a Dios.
Él es el cordero sacrificado para que sigamos viviendo, Él es la bondad perpetua
de Dios.
El Evangelio (Juan 21,1-19) narra la tercera aparición del resucitado a sus
discípulos quienes, ante la muerte de su maestro, habían vuelto a ser pescadores.
Pescaban sin obtener nada. Jesús aparece invitándolos a la confianza en el acto
de volver a lanzar las redes. Estas se llenan. En aquel momento, solo el discípulo
amado descifra la presencia imposible de quien había visto morir: «¡es el
Señor!». En la abundancia de la pesca, los discípulos descubrirán que lo único
necesario para vivir y ser es Jesús. Luego, el Evangelio se torna íntimo: Jesús
interroga a Pedro sobre su amor hacia Él. El cariño de Pedro por Jesús, tan
disímil del amor de Jesús por Pedro, es retratado en esta escena: el Maestro le
da la misión al discípulo de amar como Él amó, apacentando lo que Él más amó,
su rebaño. Pedro solo debe dejar a Jesús amar en él y por él. El Señor vence así
la soledad de quien cuida a su rebaño. En este ángulo de la vida, Pedro escuchará
de nuevo la invitación de Jesús a seguirlo, misión para prolongar el amor del
Maestro en el querer de su discípulo. ¿No es este el verdadero motivo de la
alegría pascual capaz de rejuvenecernos y adoptarnos como hijos amados?

Por Juan David Figueroa Flórez – juandavidfigueroaflorez@gmail.com

S-ar putea să vă placă și