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Aldo González
Editorial Desbordes
Colección El Fausto Desnudo
País de las hojas
© Aldo González
aldogonvil@gmail.com
© Editorial Desbordes, 2018
editorialdesbordes@gmail.com
Colección El Fausto Desnudo
Registro de Propiedad Intelectual Nº A-288848
ISBN: 978-956-9902-03-1
Editorial Desbordes
Director: Alexis Donoso González
Editor: Gonzalo Geraldo Peláez
Diseñador: Salvador Troncoso Curivil
Primera edición de 300 ejemplares
Impreso en Chile
País de las hojas
Aldo González
Prólogo
País de las hojas es un título engañoso, que bien podría
encabezar una colección de poemas láricos o titular un
libro del propio Teillier. Pero aquí no encontraremos esa
nostalgia del futuro que trasunta el lenguaje del poe-
ta de Lautaro, ni el realismo secreto como la búsqueda
de símbolos ocultos tras la apariencia de la naturaleza.
Tampoco está la recuperación de la infancia como el
lugar donde los mitos preservan su pureza, ni el paisaje
como telón de fondo de una nostalgia, predominante-
mente objetivada en el bosque. El engaño inducido por
el título se disipa cuando planteamos que “hojas” no
remite solo a hojas de los árboles, sino también a “expe-
dientes”, “documentos burocráticos”, poemas, etc.
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bajo la forma de un discurso, escrito en las hojas de los
árboles. El dolor se transmite por vía paterna. Lo dicen
los pájaros que conocen la verdad de los hombres por el
solo hecho de cantar. El canto, en estas circunstancias,
podría llegar a sanar esa herida, si no se limitara a poner
el dedo en la llaga. La poesía no es un analgésico, sino
un método para localizar el dolor y transformarlo en
un lenguaje que sea capaz de trascenderlo hacia lo que
podríamos llamar “experiencia estética”. Esta definición
puede parecer algo dogmática. El lenguaje poético es
muchas cosas a la vez. Entre ellas, constituye un discur-
so político, cuya función sería la de delatar la ideología
encriptada en el lenguaje, entendiendo por ideología el
conjunto de pensamientos erróneos, socialmente condi-
cionados y destinado a la hegemonía de una clase social
sobre otra. El canto o la poesía, al purificar el lenguaje
de esas excrecencias ideológicas, lo purifica. La poesía,
pues -como pedía Mallarmé-, purifica el lenguaje de la
tribu y, en ese sentido, construye una imagen de país,
donde se pueda hablar a salvo del trauma escrito sobre
las hojas y su viejo rumor. El trauma que subyace a todo
lenguaje se purga, de alguna manera, al someterlo a una
subversión de las normas con que ese lenguaje es habla-
do. Y eso es lo que hace, precisamente, la poesía: abolir
toda moralidad adherida al lenguaje.
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una clara ambigüedad, en lo que respecta al uso de la
palabra hoja: papel de archivos y expedientes u hojas de
los árboles. Es decir, es tal el poder de la vigilancia ins-
titucional que ni las hojas de los árboles se mueven sin
que el maldito lo sepa. Pero un país de hojas es también
un país que funda su cultura sobre la escritura poéti-
ca; donde los poetas fundacionales (Huidobro, Neruda,
de Rokha, Mistral) no solo inauguraron una tradición
nueva, sino una forma de entender, representar y conce-
bir un país. Y lo hicieron a partir de un dolor colectivo
ante el que se situaron como portavoces. “Hablad por
mis palabras y mi sangre” (Neruda). Todo lenguaje es
el código del dolor. Toda lengua está hecha de harapos.
Desde otra perspectiva, el País de las hojas son también
las hojas de un paisaje, palabra emparentada etimoló-
gicamente con país. Creemos ser país y apenas somos
paisaje, afirma lúcidamente Nicanor Parra, aludiendo al
hecho de lo que constituye nuestra identidad es un con-
junto de lugares comunes profusamente abordados por
nuestros poetas: la Cordillera de los Andes, la Cordillera
de la Costa, el Océano Pacífico, el Desierto de Atacama.
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también se relaciona con “escritura” y “pájaro”, como
una imagen que redime a la nación de su apelativo “tú-
nica de hilachas”.
Rafael Rubio
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¿Puede usted decirme cuánto es lo que muere?
Elvira Hernández
Amanece en la rama
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Casa deshabitada
No es cierto
el laberinto de galerías secas.
Desahucio de río.
Te pido que hurgues,
sumerjas el dedo.
Haz que el tacto sea largo, profundo,
y un pálido umbral el arco de uña.
¿Ves el hilo, su fuga, el viaje colosal de olas?
Seres pequeños, pozos de lava.
Recuérdalo.
Por ellas corre sangre.
Tiembla en lo alto,
tiembla en la orilla del desplome.
Sangre. Sangre allá abajo.
Aúlla, anochece.
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Rumor de la lengua
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Tañido, ritmo en los huesos
Tren de pasos,
nubosidad, moho.
Rodillas, humo,
triturar la claridad del ojo,
oír tu primera quejumbre,
lamer la retina,
pequeña, flácida,
del augurio.
Conservo el reposo de un lago.
Para caer entro en su corriente.
Un gorjeo me sustenta.
Nadie más que tú oye el salmo.
Crujir es tañido, ritmo
en los huesos.
Tan fácil torcer la finura del trino.
El rojizo se desprende.
Un esqueleto ronca.
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Blanda es la carne
25
La rúbrica permanece
Cómo te delineas.
Cuál eres de todas las siluetas.
Un aleteo, un destello
describe centro, contornos,
de estrella a estrella.
Montañas, llanuras,
grafía, resonancia.
La rúbrica se evapora,
permanece.
Invócame,
de cuna a sepulcro.
Recórreme,
ocre de zanjas.
Léeme,
tabla de cicatrices.
Nido y territorio
silban mi estirpe.
Me hacen señas,
acudo,
nos enredamos.
Montañas, llanuras,
canción de mar.
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Un eco me nombra.
Título de sangre,
definición y retumbe.
En todas las líneas.
En todas las sombras.
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Playa de ciegos
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Nación.
Llámame nación,
túnica de hilachas.
Llámame nación,
ripio de talones.
Bosque.
Prefiero llamarte bosque,
latir de plumas.
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Calabozo de nubes
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32
El viento lame la herida
Trazar la raya.
Ocultarse como si fueras alguien,
encauzar el vigor de la mano.
Superficie.
Lejanía.
Cúmulo de tierra,
punta de arado.
Precisión, antigua experticia,
hallar la puerta sin forma.
Todo es y será maraña,
horadación, descenso.
Aquel día de gorriones brujos
y aquellos años que vendrán.
Corvo, fruta ultrajada.
Todo es y será llama y estela.
Trazar la raya.
Escuece el surco,
se divorcian cuesco y caricia.
Lacrada está la piel.
Una bandada de tordos
me cruza.
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34
Los ríos del cansancio
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Invierno de dagas
La lluvia es el filo.
Migas de pan,
gruta de manos.
¿Qué tristeza de montes,
olvido de pastos?
¿O siempre ha sido un clavar de espinas?
La ventolera aprieta el gozne.
Te arrinconas y encoges trémulo.
Se adelanta el pájaro negruzco.
¿Qué cantas sobre pálidas alfombras?
¿A quién gimes, lejano y desamparado?
Se recuesta, contrae las vértebras,
entibia con su viaje
la tela escarcha.
Para modular el páramo
imagina otro epitafio
como nadie lo hizo.
Sin retracto
caen los cuchillos.
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Hambre de tus bordes
39
Hoy seré pezuña
41
Follaje es el cuerpo
Follaje es el cuerpo,
origen de pináculos,
despedida de arenales.
Nunca sabré por qué se mueven
estas ramas de un lado a otro
o cómo respira la rabia en el frío.
Follaje los ojos de un país.
Árboles ciegos como pájaros
que olvidan sus nidos.
Agítense, florezcan presagios.
43
Doblarse y no volver
45
Un ojo es la sobra
47
El tiempo se mide con agujas
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Me arrastro hacia ti,
endurezco el último paso.
Me quiebro en música de naves.
Me quiebro en polvo que sobrevive.
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Abrigo y hartazgo
No se posa en levedad
como sortija de sueños.
Un espadazo penetra esta noche.
Difícil entrar y hundirse
cuando eres tú quien
pestañeas en los espejos.
Entierras la barbilla,
tocas la nebulosa,
pides más rostro y acequia
donde asome la sangre.
Un desierto olvida los muebles,
un paraje graniza
abrigo y hartazgo.
51
Esta luz que se pliega
53
De la raíz
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El muro, la ira
57
Me acerco,
alzo lo que queda de rostro.
Rasguñar es lo mismo que morir,
el muro, la ira,
rasguñar es lo mismo que morir,
el muro, la ira.
58
No digas abismo
Destierro la palabra,
el registro que infunde cuerpo.
Socavón seas,
hambre de golfo.
Telúrico seas,
mancha de lenguas.
Caigo cuando los ojos son oscuros.
59
Monólogo del río
61
El amor es un oscuro inefable
63
Desprendida
¿A quién crujes,
a quién ruegas
calor y tacto?
Distancia de leves cortes.
La sangre parece verde,
no puede mirar sino
a este único suelo.
Indiferente es la tierra
con la sangre
que parece verde.
Húndete,
húndete en el país,
en su cofre de puñales.
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Números quemados
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Perdida
Desconocer la coloración,
el pigmento.
Quién se acuerda de la textura,
suavidad, aspereza,
de las manos que nunca llegan.
Qué sonido tembloroso
me llamaba en la fragancia.
Te destejes en figura
visible, escondida,
desarmándose entre pájaros.
69
Todas se mancharon
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Dormida
Cuántos días,
cuántas noches,
se puede girar.
Emborracharse en aire
propio y ajeno.
Quién es la dueña
de estas arterias,
de esta piel antigua.
Soy todos los colores,
intensos, débiles.
Ni ciudad ni poblado.
Ningún ojo, ninguna mano.
Otro labio brilla,
se agita en el sueño.
Soy barca, viajo por dentro.
Mecerme, estar bajo tierra,
cerrar estos ojos,
balancearme en su tarde,
muerta, dormida.
73
Anochece en la rama
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Índice
Prólogo 9
Amanece en la rama 17
Casa deshabitada 19
Rumor de la lengua 21
Tañido, ritmo en los huesos 23
Blanda es la carne 25
La rúbrica permanece 27
Playa de ciegos 29
Calabozo de nubes 31
El viento lame la herida 33
Los ríos del cansancio 35
Invierno de dagas 37
Hambre de tus bordes 39
Hoy seré pezuña 41
Follaje es el cuerpo 43
Doblarse y no volver 45
Un ojo es la sobra 47
El tiempo se mide con agujas 49
Abrigo y hartazgo 51
Esta luz que se pliega 53
De la raíz 55
El muro, la ira 57
No digas abismo 59
Monólogo del río 61
El amor es un oscuro inefable 63
Desprendida 65
Números quemados 67
Perdida 69
Todas se mancharon 71
Dormida 73
Anochece en la rama 75