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DAVID BENAVENTE

HOMO FABER
Once casos sobre el trabajo 31 otras cosas

PREALC

PROGRAMA MUNDIAL DEL EMPLEO


Copyright © Organización Internacional del Trabajo 1988
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ISBN 92-2-307007-4
Primera edición 1988

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4212, Santiago de Chile, o escribiendo a Casilla 618, Santiago
de Chile.

Impreso en Chile
Prólogo

Hace dos años, PREALC'publicó un libro de David


Benavente titulado "A medio morir cantando", que
incluía 13 testimonios de cesantes. La razón original
para encargar la realización de ese estudio era indagar
cualitativamente qué había atrás de las altas cifras de
desempleo que aquejaban a la mayoría de los países
de América Latina, como producto de la recesión y
de la crisis de comienzos de la década de los 80. El
estudio develó la dramática situación en que viven
las personas y las familias de los desocupados, pero, a
la vez, fue iluminante al mostrar la creatividad ante
el infortunio y la capacidad para encontrar mecanis-
mos de sobrevivencia.
Al leer los testimonios, constantemente surgía la
otra cara de la misma medalla: el empleo y el traba/o.
Aunque el foco de interés de la investigación era el
desempleo y sus consecuencias,- las personas se refe-
rían constantemente al empleo. Los relatos nos sugi-
rieron una idealización de ese trabajo perdido, que
claramente trasciende al de medio de obtención de
ingresos para convertirse en parte importante de la
dignidad humana. Eso hizo surgir el interés por rea-
lizar un nuevo estudio, esta vez incursionando en el
amplio mundo del trabajo.

VII
El resultado de esa inquietud se encuentra en las
próximas páginas. En las mismas se reafirma lo que
intuíamos en el trabajo previo de Benavente, al corro-
borar ahora en mayor profundidad el agudo impacto
del trabajo sobre la vida de las personas y de las
familias.
Los testimonios que integran este libro se refieren
a gente que desempeña las ocupaciones más diversas:
actriz, ^obrero, empresario, inventor, diseñadora,
cineasta, entre otros. Además, los entrevistados son
de diferentes clases sociales, son ricos y pobres, son
hombres y mujeres. En fin, a pesar de su reducido
número, representan un espectro amplio de la socie-
dad. En este sentido, el estudio se inserta en la tradi-
ción metodológica de Studs Terkel, quien durante la
década de los 60 estudiara la sociedad norteamerica-
na como reflejo del relato que las personas hacían de
su trabajo. Igualmente, Lewis entrevista a familias
mexicanas para conocer aspectos relacionados con la
presencia de subculturas en una sociedad. Estos rela-
tos que se presentan aquí, en cambio, no reflejan
tanto los sistemas en los cuales estas vidas se desen-
vuelven, sino que ponen mucho más énfasis en cómo
el trabajo por un lado y el desarrollo personal y
familiar por otro están estrechamente unidos. Desde
este punto de vista, el hecho de que los casos hayan
sido tomados en su mayoría de la sociedad chilena,
no afecta mayormente el análisis, ya que el foco del
estudio no es costumbrista, ni coyuntura!. Toca el
tema del ser humano y por ello trasciende una reali-
dad especifica. Asi, estos testimonios individuales se
transforman en narraciones de carácter universal.
¿Cuáles son los temas que llaman la atención?
No cabe duda que obtener un ingreso es una de las
razones básicas por las cuales la gente trabaja. Pero
una vez que eso se ha logrado, es decir, tener un
empleo, ¡cuántos otros aspectos hay que son muy im-
portantes! Tan importantes que en la mayor parte de
los testimonios el dinero ni siquiera aparece como leit-
motiv del discurso. Empleo y trabajo son conceptos

VIII
diferentes. El empleo se refiere a la ocupación (re-
munerada) que la persona desempeña. El trabajo,
en cambio, se inicia con el empleo, pero como con-
cepto es mucho más amplio y dice relación con la
forma como las personas por un lado se integran a la
sociedad y por otro cómo se relacionan con sus
pares. Ambos aspectos conforman la autoimagen y
allí radica la importancia del mundo laboral. Por
ello, también es que las personas normalmente le
encuentran un sentido a la ocupación que tienen,
por más banal que sea. Porque al darle trascendencia
al empleo, se asienta y asegura la valoración de si
mismo. Este es uno de los problemas que tienen,
por ejemplo, los programas especiales de empleo.
La gente no le encuentra utilidad o sentido a lo que
hacen, a pesar de que reciben una remuneración (por
cierto escasa), y eso los hace sentirse mal, despresti-
giados, marginales. Nadie acepta con gusto hacer
hoyos para después taparlos, aunque le paguen por
hacerlo.
"¿Q^é habría sido de mi vida sin trabajo?", se
pregunta una mujer para la cual su liberación (y la de
su familia) se alcanzó en el mundo laboral. Lo que
aparece en los testimonios es la influencia que el
trabajo ha tenido en la historia personal y que no se
refiere por cierto a relatos de hechos que han acon-
tecido, sino que esencialmente al efecto que tiene
sobre la persona. Se observa cómo de alguna manera
lo que la persona es tiene que ver con su trabajo
pasado, presente y futuro. Y a partir de esta realidad
personal, fuertemente determinada por el trabajo, se
desarrollan las relaciones familiares: esposas, hijos,
padres y parientes adquieren un sentido de ordena-
miento en este contexto. En efecto, la relación con
los cónyuges está enmarcada en sus actitudes y dis-
posiciones con respecto al trabajo del otro; el futyro
de los hijos se mira en la perspectiva de la ocupación
que tendrán más adelante y en fin, asi, todo se estruc-
tura en tomo al mundo del trabajo y ese mundo pasa
a ser tan importante como el familiar, siendo difícil

IX
identificar los elementos propios de cada uno, pues la
interacción es estrecha.
Fuente de liberación para algunos, expresión de
la creatividad para otros, no se presenta el trabajo
como una carga, sino más bien como una cuestión
positiva, central a la gente. No pareciera que el man-
dato "... con el sudor de tu frente... "fuese un costo
para nadie. Por el contrario, nuestra cultura lo ha
convertido en algo esencial para el desarrollo de la
persona, de la familia y para su integración en la so-
ciedad.
Una vez más David Benavente nos provoca a pen-
sar, con la evidencia del mundo real. Pero lo hace
como es su costumbre, con la alegría del relato que
incita a devorar el texto. Para nosotros, y esperamos
que para ustedes también, el leer este libro nos aseme-
ja a los entrevistados y nuestro trabajo no es carga
sino realización.

VICTOR E. TOKMAN
DIRECTOR

X
índice

Good friends 1
La quimera del loro 29
Bahiano, modestia aparte 43
Mi metro cuadrado 73
Vocación 89
Sólo el amor es fecundo 109
Querer es poder 131
Con la camiseta bien puesta 153
Medio hippie 165
Apechugar sola 193
Blanca y radiante va la novia 219

XI
Good friends

Fuimos a las Monjas Pasionistas con mi her-


mana y después nos pusieron medio pupilas
en las Monjas Francesas. Repetimos el cuarto
año de humanidades y como las monjas no
dejaban repetir, nos cambiaron al Liceo 7, que
en esa época recibía a todas las nifiitas inso-
portables que venían de colegios particulares.
Simplemente no aguanté el ambiente. Mi
familia no era rica, ni mucho menos, pero yo
estaba acostumbrada a las Monjas, donde
había muy buenas instalaciones y excelente
trato. En el liceo las salas eran minúsculas y
nunca se me va a olvidar el día que una pro-
fesora dijo: "Abran las ventanas porque aquí,
alguien no se duchó esta mañana".
¿Te imaginas? Llegué llorando a la casa y
le dije a mi mamá: "me quedo sin saber leer

1
ni escribir, pero no voy más a ese colegio" y
me puse a trabajar, lo que era una novedad
para una chiquilla de mi edad en esa época.
Mi papá no quería ni por nada del mundo,
pero finalmente accedió y comencé a trabajar
con un tío en la calle Nueva York, cerquita
de la Bolsa de Comercio y el Club de la
Unión.
Tenía que ir a almorzar a la casa todos los
días. Tragaba y me volvía en micro al centro,
era una de las condiciones impuestas por mi
papá: no podía quedarme a almorzar en
el centro.
Mi tío y su socio me adoraban y me respe-
taban también por ser una niñita menor de
edad que trabajaba cuando las chiquillas de
mi edad se quedaban en la casa. Fue una pena
que cerraran la oficina... Mi hermano mayor,
que trabajaba en la RCA, me consiguió una
pega en una distribuidora de discos de la em-
presa y me encantó el trabajo. Tenía mi suel-
do y comisión por ventas, además resulté ser
bien buena vendedora.
Incluso tuve de cliente a don Gabriel Gon-
zález Videla. Mira, si cuando iba a comprar
discos me daba no sé qué verlo metido en esas
casetas sumamente incómodas. No lo encon-
traba digno para un ex Presidente de la

2
República, entonces le dije, espontáneamente,
sin consultar a nadie:
—"Mire, don Gabriel, por qué no se lleva
los discos que quiera; los escucha cómoda-
mente en su casa y después me devuelve los
que no vaya a comprar".
-"Bien hecho, me dijo el gerente de ventas,
lo encuentro muy buena idea".
Después pasé a "Rapsodia", otra tienda de
discos. Eramos tres chiquillas vendedoras y
los demás puros hombres —entre paréntesis,
nunca salí con ninguno, íntimos amigos pero
nada de confianza de ahí para afuera—. Se
vendía Elvis Presley, Lucho Gatica, Bill
Haley, todo de lo más moderno pues, oye.
Pepe Lucena, el cantante español, también
era vendedor. Impecable siempre y muy buen
compañero; casado con una mujer mucho
mayor, pero a la que adoraba...
En esos años conocí a Peto, el padre de
mis angelitos.
—"Ahora que nos vamos a casar, no quiero
que sigas trabajando", me dijo.
Me salí sumisamente cinco meses antes
de casarnos. Después nos fuimos a vivir a un
departamento de dos ambientes en Tenderini
con Alameda, una jaula, pues oye. Dime
tú ¿qué hacía yo encerrada todo el día

3
esperando al caballero para cocinarle? ¡Qué
lata más espantosa!

Moderna de espíritu

Mi papá nunca fue rico, pero tuvimos una


niñez fantástica, gracias a mi mamá. Mucho
cariño, en primer lugar, y bueno, ella siem-
pre ha sido una mujer muy jovial y sociable,
así que tuvimos una juventud regia, llena de
amigos y alegría de vivir.
Inventaba vacaciones como fuera: paseos
a la playa con plata o sin plata, en micro o
en auto, daba lo mismo, jamás se complica-
ba por nada. Mis amigas la adoraban. Ponte
tú que tuviéramos una fiesta y no teníamos
vestido nuevo, nos arreglaba lo que fuera,
vestidos viejos que nos regalaban las primas
ricas y llegábamos a las fiestas de lo más ele-
gantes, con puros trapos viejos. Venía de una
familia muy tradicional. Se casó muy joven
y jamás trabajó fuera de la casa, pero era
muy joven, muy moderna de espíritu para su
época.

4
Pésimo para los negocios

Peto estaba por recibirse de arquitecto en


la Universidad de Chile cuando nos casamos;
a punto de terminar su proyecto de título.
No lo terminó por dedicarse al "boom" de la
construcción, en la época de don Jorge
Alessandri. Comenzó sin capital y lo pilló la
máquina. Además, era pésimo para los nego-
cios y bueno para las mujeres, entonces las
dos cosas son incompatibles: cuando son bue-
nos para los negocios y buenos para las
mujeres, fantástico, pero si son malos para los
negocios y buenos para las mujeres es pésimo.
Le fue mal, muy mal, deudas hasta más arriba
de la cabeza hasta que reventó.
Yo dije: que se vaya, prefiero que se arran-
que antes de verlo preso. Me muero al vedo
preso.
Vendimos un montón de cosas y partió a
Estados Unidos.
—"No se preocupe, m'hijita. Allá trabajo
y después le mando el pasaje para que se va-
ya con los niños".
Pasaron uno, dos, tres meses y nada. Puras
cartas: "Que no se preocupe, que estoy a
punto de conseguirme un trabajo". Pero
nada de plata, pues oye, y yo con el alma en
un hilo: las maletas hechas y los tres angelitos

5
listos para irnos a Los Cerrillos a tomar el
avión.
Tuve que irme a vivir donde mi mamá
con los niños y la empleada. No importa
que no coma, dije yo, pero la empleada no
se me puede ir. Imagínate con tres angelitos
tan seguidos y sin empleada.
Mis tíos y tías ricachonas no aparecieron
por ninguna parte, y las amistades menos. No
tuve a nadie que me tendiera la mano, excep-
to mi mamá, por supuesto; y por Dios que
hace falta que alguien te tienda la mano en
esos momentos. El único fue mi suegro, que
llegaba todos los domingos cargado con ga-
lletas, Milo, leche Nido, de todo para los ni-
ños.

El toro por las astas

A los cuatro meses me fui donde mi suegro


y le dije que me iba a Estados Unidos a traba-
jar en lo que fuera. Aquí la posibilidad de
encontrar trabajo para una mujer sola en esa
época y sin ninguna preparación, como para
mantener una casa y educar a tres angelitos,
era cero.
—"Mi mamá se queda con los niños mientras

6
tanto", le dije. Y le pedí que me avalara
para comprar el pasaje...
Me entendió perfectamente y al día siguien-
te apareció con el pasaje: nunca me voy a
olvidar de ese gesto, porque no era un hombre
de plata. Justo el día antes de partir llamó
Peto "collect" para decirme que no me fuera,
que ni siquiera tenía dónde recibirme.
—"No importa, ya tengo el pasaje y me voy
de todas maneras", le dije bien cortito.
Llegué al aeropuerto de Los Angeles y casi
no reconocí a mi marido. ¡Estaba horrible!
Más negro de lo que es; flaco, ojeroso, con la
máquina de afeitar en el bolsillo —las maletas
se las habían quitado en el hotel— y un par de
calcetines extras. Sin un centavo, oye, y sin
pega más encima.
Yo venía con 50 dólares en la cartera y lo
primero fue arrendar un departamento por
quince dólares la semana. Compramos una
olla, una sartén, café, azúcar, pan, leche, un
paquete de tallarines y ahorramos el resto pa-
ra locomoción.

No conocía a nadie

Sabía que Los Angeles estaba lleno de fá-


bricas de costura. Averigüé dónde quedaba el

7
"down town"y partí en un taxi, porque mi-
cros prácticamente no hay. Edificios enteros
de quince pisos repletos de fábricas de costu-
ra, oye. El lunes no conseguí nada, pero el
martes sí y ahí me aterré. Sí, yo nunca había
visto una máquina de coser industrial en mi
vida.
Opté por lo sano y le dije al dueño:
—"Mire, tengo mucho interés en trabajar y
tengo mucha necesidad. Estoy recién llegada
y tengo a mi familia en Chile, pero estas má-
quinas no las conozco. Si quiere me paga, o
si quiere no me paga, pero déjeme apren-
der..." El hombre me tomó altiro; parece
que le gustó mi franqueza y fíjate que me
tomó tan buena voluntad que como a los
15 días hubo un terremoto tremendo en
Chile. Imagínate cómo estaría yo de nervio-
sa, entonces Lou me llama y me dice:
—"Aquí tienes el teléfono para que llames
a Chile y preguntes por tu familia".
—"Pero si yo no puedo llamar; no tengo
plata".
—"¿Y quién te está cobrando? Llama y
cuando puedas me vas pagando de a poco la
llamada".
Llamé con el alma en un hilo. Toda la
gente bien, por suerte, y le quedé tan agra-
decida a Lou por ese gesto; para qué te digo,

8
nos hicimos grandes amigos hasta el día de
hoy.
Trabajé cuatro meses de operaría con él,
y tuve muy buenas compañeras, casi todas me-
xicanas, que me enseñaron mucho. Claro que
yo trabajaba como chino también. Lo único
que pensaba era en mi cheque el fin de sema-
na para mandarle plata a los niños.
Después me cambié a una fábrica más gran-
de con unas doscientas operarías. Puras mu-
jeres. Las negras muy flojas, siempre sacan-
do la vuelta, pero las latinas muy trabajadoras:
todas prácticamente en lo mismo que yo,
mandando plata para la familia, aunque eran
de origen mucho más humilde. Sacaba 300
dólares a la semana promedio, y eso para una
operaría en costura era plata. Me pagaban a
trato; entonces a mí no me ganaba nadie en
velocidad. Con una argentina, que nos hicimos
bien amigas, volábamos: conversábamos co-
mo loros y nos contábamos chistes todo el
santo día, pero éramos las más rápidas y pro-
lijas. ¡Sacábamos los mejores cheques de to-
da la fábrica!

El diablo vendiendo cruces

¡Qué iba a encontrar trabajo el Peto, si lo


que andaba buscando era la Gerencia General

9
de la General Motors! Hasta el día de hoy
tiene el mate lleno de ilusiones, porque él es
grandioso, ¿ah? ¿Entonces cómo "él" iba a
trabajar de obrero? ¡Eso jamás! ¡Yo no sé
de dónde salió tan parado, si viene de una
familia bien humilde! No es por decir, pero
en mi familia siempre hubo más de todo, y
yo jamás le he hecho asco al trabajo.
Con ese concepto, pues oye, es imposible
encontrar trabajo en Estados Unidos y como
yo sacaba mi cheque y le mandaba la plata
a los niños, si quedaba para comer, bueno,
y si no, bueno también. Así es que tuvo que
hacer algo para cooperar y se puso a vender
Biblias: "el diablo vendiendo cruces" le decía
yo. Hasta que por intermedio de una chiqui-
lla peruana le conseguimos una pega de su-
pervisor en una fábrica. Después lo tomaron
de dibujante para diseño industrial, porque
en realidad él es muy buen diseñador; eso hay
que reconocérselo.

Ya venían los niños

No sé si podría soportarlo de nuevo estar


más de dos años sin ver a los niños. ¡Cual-
quier cosa menos eso! Mira, si yo era como
gallina con los pollos con mis hijos: jamás,

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durmieron solos fuera de la casa, ni siquiera
en la casa de mi mamá. ¡Imagínate dos años
sin verlos!
Presentamos los papeles a Inmigración para
conseguir la residencia y traer a los niños.
Realmente me asustó todo lo que sabían de
nosotros, poco menos que del kindergarten
para arriba.
—"Si ustedes quieren traer a sus hijos, pri-
mero tienen que pagar todas sus deudas en
Chile", nos dijeron.
A mí se me cayó la cara; se me cayó el
ánimo, se me cayó todo. Realmente fue un
castigo extra tener que trabajar un año más
como chinos, antes de ver a los niños. Te juro
que no comprábamos un nuevo huevo para
no botar la cascara y así logramos juntar seis
mil dólares extras, aparte de la plata para los
niños, ¡seis mil dólares antes de ver a mis
angelitos! Pagamos las deudas y les mandamos
los pasajes.
La menorcita no me reconoció en el
aeropuerto. Fue bien impresionante, pero yo
estaba feliz igual, aunque no me reconociera.
Mi mamá no más quedó pésimo en Santiago:
ella había sido realmente la mamá de los an-
gelitos durante más de dos años, además que
ellos lo pasaban fantástico con su abuelita...

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Nada de "shock cultural"

Los niños son increíbles de fijados en la


ropa, el corte de pelo y todas esas tonteras
cuando chicos. Lo primero que hice fue ves-
tirlos y cortarles el pelo, igual a los gringos.
Si todos andaban de short rojo y verde, ya,
short verde y rojo para que se integraran lo
más rápido posible.
A los seis meses las niñitas chapurreaban el
inglés. Pasaron regio el año escolar, pero yo
me fui al colegio y les pedí a las monjas que
las dejaran repitiendo. Por ningún motivo
crearles ninguna clase de stress con el inglés
ni la adaptación.
Pedrito era un desastre. Todos los días se
zafaba un brazo, se rompía la frente o quebra-
ba un vidrio. Problemas de adaptación, me
imagino. Cuando lo cambiamos de las monjas
a un colegio estatal, nunca más un problema.

Las 99 cualidades

Arrendamos una casita, que le pusimos de


las 99 cualidades. Costaba justo noventa y
nueve dólares el mes, cuando en los alrededo-
res los arriendos valían 300. Claro que era
viejísima; apenas un dormitorio y medio, pero

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tenía un patio enorme para los niños y me
quedaba exactamente a una cuadra de mi tra-
bajo. Ahorraba la movilización y los niños
tenían donde jugar. ¿Qué más se podía pedir
por noventa y nueve dólares al mes?
Comencé a conseguir ropa de segunda, con
fallitas, más barata, por supuesto, pero com-
pradita porque en este país no se regala nada;
entonces, los fines de semana nos íbamos a
una especie de mercados persa de ropa usada,
al aire libre. Partíamos con Peto a las cinco
de la mañana con una mesita, un toldo, café
y los niños. En un tiempo tuvimos tanta ropa
que íbamos a dos mercados el fin de semana
y no te miento que en un solo fin de semana
sacaba más de lo que ganaba semanal en
costura. Prácticamente me hacía dos sueldos:
unos 600 a la semana...
En esa época aparecieron en la televisión
unas financieras bien picantes que ofrecían
préstamos para muebles. Se me ocurrió pe-
dirles plata y en vez de comprar muebles,
completar lo que teníamos ahorrado para el
pie de una casa.
—Ya estás con esas típicas cosas de chilena,
me dijo Peto, si aquí pides para muebles tiene
que ser para muebles".
-"¿Pero cómo sabes? ¡Intentémoslo!".

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Total, a las financieras lo único que les
interesa es que les paguen los intereses, y como
entre los dos teníamos bastante buen crédito,
no tanto por la cantidad que ganábamos, sino
por el tiempo de permanencia en el mismo
trabajo, que allá es muy importante, nos die-
ron el préstamo y pudimos dar el pie para la
casa.
Pesqué un compás, puse la punta en el
"down town", tracé una circunferencia y di-
je: "esto es lo más lejos que podemos vivir
del "down town", donde trabajábamos".
Encontramos una casa nueva con cuatro
dormitorios, dos baños, patio y colegio, rela-
tivamente cerca para los niños. Claro que no
había nada de comercio alrededor: puras
lecherías. Era el barrio de los holandeses. Nos
costó 30.000 dólares, en 1969. Hoy día cos-
taría 200.000 y está completamente central.
Vivíamos bien, comíamos bien, teníamos
auto, nos gustaba salir de paseo los fines de
semana —hay tantos lugares preciosos para
los niños—, y habíamos comprado cuanta
máquina te puedas imaginar: lavadora auto-
mática, secadora de ropa, lavadora de platos,
cocina llena de botones. Yo sacaba mis cuen-
tas: ¿dónde voy a ganar más plata? ¿Lavando
platos en la casa o trabajando de operaría?

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Me dio ataque

Salíamos a las cinco de la mañana al tra-


bajo. Peto me pasaba a dejar y a buscar a la
fábrica y volvíamos a las seis de la tarde
completamente agotados. ¡Viajábamos tres
horas diarias! Me faltaban seis meses para
cumplir cinco años en la misma pega y sacar
un bono de reconocimiento que era un mon-
tón de plata, cuando de repente me bajó el
ataque: un verdadero pánico de dejar a los
niños solos todo el santo día con una "baby
sitter" (que era una mocosita) porque era ve-
rano y estaban de vacaciones. Imagínate que
les hubiera pasado algo mientras estábamos
trabajando.
¡Sí, era prácticamente hora y media de
viaje a la casa cuando había tráfico!
Dejé la pega y perdí el bono de reconoci-
miento.
Nos arreglamos con el sueldo de Peto du-
rante un tiempo; claro que yo comencé a
investigar por los alrededores si había alguna
fábrica de costura, y milagrosamente descu-
brí un taller de costura en la 166.
— "El próximo lunes ven a trabajar, chica",
me dijeron, y yo O.K.
Eran cubanos. ¡Imagínate, yo feliz! Pero
no tenía en qué movilizarme. Peto no podía

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llevarme en las mañanas, los horarios no coin-
cidían y locomoción colectiva no había, así
que opté por la bicicleta de Pedrito. Serían
sus quince cuadras largas de peladeo; no era
tanto el cansancio, sino que un día llegué esti-
lando a la pega por la lluvia...

La mamá Rockefeller

Tenía unos ahorritos muy secretos y muy


bien escondiditos y un día que iba pasando
por un centro comercial vi que vendían un
auto en 70 dólares.
" ¡Este auto es mío!", dije yo, y me fui a
hablar con el vendedor.
—"Dígame toda la verdad, ¿qué tiene de
malo este auto para que cueste 70 dóla-
res?"
—"Señora, lo único que tiene malo son los
frenos que no frenan nada. El resto está todo
bueno".
—"Vendido", le dije yo, pero usted me lo
deja en la puerta de mi casa porque yo no sé
manejar".
¡Un Studebaker del 68! Un verdadero tan-
que, que a pesar de lo viejo tenía los vidrios
buenos y el tapiz también. Me lo fueron a
dejar a la casa y los niños locos: ¡La mamá
Rockefeller!, ¡la mamá Rockefeller!

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Cuando llegó Peto, casi se murió.
—"¿Y con qué lo vas a pagar si estás recién
trabajando...?"
- " E l auto está pagado: costó 70 dólares".
—"¿Setenta dólares? ¡Quizás qué mugre
te vendieron!"
Yo tenía mi licencia de conducir, pero no
tenía práctica porque Peto no me dejaba ma-
nejar. Según él yo era muy nerviosa, entonces
al momento de ponerme al volante de mi tan-
que les dijo a los niños:
"Nadie se sube al auto de la mamá, porque
puede chocar", pero Pedrito y las nifiitas no
le hicieron caso: " ¡Nos vamos con la mamá!
¡Nos vamos con la mamá!" y nos fuimos a
dar una vuelta maravillosa, sin nadie al lado
retándome por el camino.

Los cubanos de la 166

Mi especialidad donde los cubanos era pe-


gar cierres y en realidad yo era una bala.
Al principio había tres operarías pegando
cierres, junto conmigo, a los pocos días dos,
finalmente me dejaron sola, y además me
bajaron el precio por cierre. Yo aguantaba
nada más porque me quedaba tan cerquita
de la casa, hasta que un día les paré el carro:

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—"Mira, ustedes me bajan un solo centa-
vo más el precio y me voy. Un centavo, no
dos, ¿entendido?".
-"Pero si no te puedes ir, chica; te que-
remos mucho, chilena".
—"Con cariño no se pagan las cuentas;
aquí el billete es lo que cuenta".
Un día me bajaron un centavo, para pro-
barme seguramente.
Pesqué mi cartera y hasta aquí no más
llegamos. Me fui sin depedirme y no volví
más.
Me habían advertido que los cubanos eran
chuecos con la plata. En ese sentido no
hay como trabajar con gringos y lo mejor
son los judíos.

Taller propio

"Pero mamá, si tú tienes mucho más ca-


pacidad que esos cubanos. ¿Por qué no pones
tu taller propio?".
Tendría unos doce años Pedrito en esa
época y siempre tuvo mucha fe en mí. Lo
empecé a conversar con la almohada y así
fue como empezó esta fantasía de poner mi
propia fabriquita de costura.

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Arrendé cuatro máquinas industriales por
tres meses y las instalé en el garaje de la casa,
con gran espanto de Peto.
—"¿Pero qué van a decir los vecinos?"
¿Qué iban a decir? Si los gringos son fan-
tásticos vecinos. El día que llegaron las má-
quinas hacían cola para ver en qué podían
ayudarnos.
Contraté cuatro operarías, gente bien co-
nocida mía, y hasta los niños me ayudaban
después del colegio.
Llegamos a tener diez máquinas en la ca-
sa: en los dormitorios, adentro del closet,
en la cocina, que era enorme. Cables cruzados
por todas partes; el pobre Peto estaba deses-
perado:
—" ¡Se va quemar la casa y tú vas a ser la
responsable!".
—"¿Qué quieres que haga si estamos ga-
nando un montón de plata?". Era imposible
seguir viviendo en esas condiciones así que
comencé a buscar un localcito y encontré
un lugar cerquita de la casa. Peto casi se mue-
re de espanto cuando lo fue a ver, porque
estaba al lado de una gasolinera. Claro; nadie
me iba a vender un seguro estando al lado de
una estación de servicio. Teníamos que
llevarnos toda la ropa a la casa en las noches,
lo que significaba un tremendo sacrificio.

19
Mis operarías eran portorriqueñas y mexica-
nas, muy jovencitas. Prácticamente yo era
como la mamá: cualquier problema de plata
o salud ahí estaba siempre yo. ¡Me metían
en cada lío! En eso soy igual a mi mamá, no
puedo dejar de comprometerme con la gente.

¡Cumplir, cumplir, cumplir!

El cortador que te da el trabajo está com-


prometido, suponte tú con 100.000 piezas
para el 30 de marzo y se las manda a coser
a cientos de talleres como el mío. Pero el
30 de marzo tiene que cumplir con la orden
completa: no puede fallar en cien o doscien-
tas piezas porque se le embroma todo el pedi-
do. ¡Pierde las cien mil! Entonces tú tienes
que cumplirle, sea como sea, porque si no le
embromas la orden completa, ¿te das cuenta?
Es una cadena gigantesca en Estados Unidos,
en la cual debes cumplir, cumplir, cumplir,
si quieres seguir siendo un eslabón.
Finalmente nos cambiamos de local.
¡Linda mi fábrica nueva! Bien amplia,
como para que cupieran mis 35 máquinas,
todas propias por primera vez.
Desgraciadamente Peto comenzó con que
quería dejar su pega para venirse a trabajar

20
conmigo. Yo no quería por ningún motivo:
veía venir el desastre, pero no hubo caso. A
fin de cuentas éramos socios y la fábrica era
de los dos.
Desgraciadamente duramos muy poco: el
matrimonio y la sociedad se fueron al tacho
juntos. Peto todo el día en la calle, la plata
no se hacía nada y cuando llegaba se lo pasa-
ba retando a las operarías. ¡Un desastre! In-
cluso anduvo detrás de una muchacha y la
chiquilla incluso vino a hablar conmigo:
—"Su marido me persigue y estoy desespe-
rada".
—"Mira, Peto, le dije yo: o te vas tú o me
voy yo, pero los dos aquí no cabemos".
—"Andate, me dijo, si esto yo lo puedo
manejar perfectamente bien solo". ¡Hasta
ahí no más llegamos!

Hippies

Unos muy buenos amigos chilenos me


consiguieron trabajo con unos cabros hippies
de lo más pintorescos. Chiquillos bien jóvenes
y fantásticos diseñadores de ropa fina. Buenos
para el trago y la marihuana como ellos solos;
a las nueve de la mañana con su gin-tonic y
su pito en la tabla de planchar. Me pagaban

21
regio, claro que les ordené el gallinero tam-
bién. Tenían 30 operadas y les robaban a los
pobres cabros. Les suprimí más de la mitad de
la gente y les sacaba el doble de producción.
Me adoraban y hacían todo lo que yo les de-
cía. Finalmente, se tuvieron que achicar y
como mi sueldo era muy alto los cheques les
empezaron a salir sin fondos. Me tuve que re-
tirar, pero quedamos íntimos amigos; eran
muy dijes los chiquillos y tan talentosos.

Partir de cero

Peto duró seis meses solo en la fábrica y


quebramos. Le debíamos una vela a cada san-
to, incluyendo impuestos al Gobierno, lo que
es sumamente grave. Nos embargaron todo
lo que teníamos. Tuvimos que vender mi
linda casa nueva y no quedó un veinte después
de pagar las cuentas.
Finalmente, salió el divorcio y yo quedé
en la calle. Pésimo anímicamente y tremen-
damente resentida. En el fondo nos divorcia-
mos porque Peto se fue con otra mujer que
habíamos sido bien amigas, pues oye. Como
para la risa, ¿no te parece?

22
Lo único que me quedó eran seiscientos
dólares ahorrados y cuatro máquinas que lo-
gré salvar de la quiebra.
Pedrito me dijo:
—"Pon la fábrica de nuevo, mamá, si te va
a ir bien".
—"Pero, Pedrito, si no tenemos ni para
comer".
—"No importa, mamá, arrienda un local,
si te va a ir bien".
Encontré un local mínimo por 350 dólares
al mes y con las cuatro maquinitas comencé
de nuevo, pero un día llega un negro al taller
y me dice:
—"Esta máquina no está pagada y me la
llevo".
—"Pero si tengo los papeles", le dije yo
furiosa.
Y tenía razón el negro. El desgraciado de
Peto me había dejado sin decírmelo una de
las máquinas que todavía no estaba pagada,
entonces claro, no la pudo vender.
El negro pescó la máquina y se la llevó
no más. Imagínate yo teniendo que cumplir
una orden y con la operaría parada. Fue como
si me sacaran el corazón.
Fui a la corte y el abogado logró recupe-
rarme la máquina. ¿Pero qué hacía mientras
tanto? Fui donde Lou, mi ángel de la guarda.

23
Me prestó plata para arrendarme una máquina
y además me dio un montón de trabajo. Mira,
si en esos años del 79-80 había una locura de
trabajo. Gané un montón de plata con mi
antiguo patrón, tuve la suerte que me diera la
orden de una falda y me la repitiera durante
ocho meses seguidos. Eso es maravilloso por
la rapidez que adquieres...

Destrezas

Te dicen, suponte, vamos a pagar 1,5 dó-


lares por pieza. Yo la miro rápidamente y
calculo si lo puedo hacer con mi gente por ese
precio. Las fábricas de costura se especializan;
algunas en ropa con muchos botones y ojales,
otras en costuras simples, en fin. Entre parén-
tesis, fíjate que los hombres son fantásticos
para pegar botones y buenísimos operarios
porque no se enferman, no tienen que llevar
los niños al doctor, no les duele la cabeza y
son mucho más sumisos que las mujeres. Cla-
ro, como no tienen demasiada experiencia en
costura reciben mucho mejor las indicaciones.
En ese sentido las mujeres son mucho más
campeonas.
Como te decía, veo mis conveniencias:
costuras derechas y sin recovecos. Mientras

24
más derecha la costura mejor. Lo que demora
es la vuelta de la máquina, porque tienes que
parar. Esta blusita, por ejemplo, se ve muy
sencillita pero tiene más pega que este otro
vestido por las vueltas de la máquina. Yo me
hago dos vestidos en el tiempo de una blusa,
pero la tomé de todas maneras. No había
mucha pega y tú tienes que mantener a tu
gente trabajando aunque pierdas un poco;
¡Por ningún motivo que se te vayan!
Mira, hay veces que una pieza le parece
muy difícil a tu patrón pero tú te das cuenta
que la puedes resolver en un dos por tres. Ahí
está tu experiencia, en el detalle, ¿no? Esa es
tu marca, tu estilo, tu cachativa. Mis trasno-
chadas y desvelos para solucionar las cosas
no las comparto con nadie. Este es un negocio
demasiado competitivo; tienes que guardarte
tus cartas debajo del poncho.

Good Friends

Me di cuenta que tenía muy buenos amigos


cuando me divorcié. Todos se portaron fan-
tástico conmigo: me ofrecieron sus casas, di-
nero y mucho cariño. Lo sentí muy adentro y
me hizo mucho impacto porque esa amistad
no la viví en Chile cuando quedé sola de

25
jovencita. ¿Será que cuanto más lejos, mejor
se cuida a los amigos, o que en Chile la amis-
tad es algo más superficial? Tengo esta amiga
muy especial que no tiene nada que ver con-
migo, en cuanto a carácter, pero nos conoce-
mos desde muy niñitas. Eramos vecinas en la
calle Huáscar, en Ñuñoa. Hija única, llena de
mañas, muy leída y por una de esas cosas del
destino se trasladó a vivir a Los Angeles.
¡Imagínate dónde nos vinimos a encontrar!
Peleamos harto, pero somos muy amigas y un
día conversando le digo:
—"¿Qué nombre le pongo a mi fábrica?
Me gustaría algo relacionado con amistad".
— "Good Friends", me dice ella.
¡Buenos Amigos! Me encantó el nombre.
Era justo lo que necesitaba porque siempre he
tenido la fantasía de llegar a cortar mi propia
ropa, tener mi propia marca. Se vería tan lin-
do "Good Friends" en la etiqueta.

La casa por la ventana

Las niñitas se casaron con norteamericanos.


Mis dos yernos, fíjate, son inspectores técni-
cos en fábricas de aviones aquí en Los Ange-
les. Buenísimos trabajos y buenísimos chiqui-
llos. Uno era del barrio, lo conozco desde que

26
tenía 10 años, cuando llegaba en patines a la
casa, su único amor: mi hija. La otra conoció
a su marido en un camping. Cada una tiene
dos babys. Pedrito terminó el high school y se
fue a estudiar mecánica a Arizona. Peto se pu-
so furioso, imagínate, que su hijo fuera a ser
mecánico.
Yo le dije:
—"Mire, m'hijito, si quiere ser mecánico
O.K., sea mecánico, pero sea el mejor mecá-
nico de California".
En Arizona conoció a su señora, y un día
que vino a vernos me dijo:
—"Mamá, vas a ser abuela".
—Lo veía venir, si prácticamente vivían
juntos y bien bonita la chiquilla.
—"Pedrito, apenas tiene 20 años; si no la
quieres, que ella tenga su baby pero no te
cases, porque eso no va a durar nada..."
—"No, mamá, si nos queremos".
—"Bueno ya, entonces cásense..."
No duraron nada, pues oye, y ahí está el
baby peloteado para uno y otro lado el
pobrecito.
Cuando se casaron las niñitas tiré la casa
por la ventana. No me iba a estar fijando en
gastos después de todas las pellejerías por las
que hemos pasado. Se compraron todo lo que
te puedas imaginar: la ropa que quisieron, los

27
muebles que quisieron, la fiesta que quisieron,
la luna de miel que quisieron. Una se fue a
Tahiti y la otra a Hawai. Los más espantados
eran mis yernos con esta suegra tan cariñosa
y manirrota. Es que los gringos no están acos-
tumbrados a estas cosas...

Estoy contenta con la vida

Me han pasado hartas cosas malas en la


vida, pero mucho más buenas que malas, creo
yo, entre las cuales está el trabajo. El trabajo
es lo que me ha dado independencia econó-
mica y personal ¿Qué habría sido de mi vida
sin trabajar? Habría tenido que depender de
otra persona toda mi vida. ¡Qué horror! Hoy
día mi libertad es mi trabajo y eso lo vale to-
do. No me importan las penurias, las pelleje-
rías, ni los desvelos con tal de conservar mi
libertad.

28
La quimera del loro

Después de veinte años vi que la cuestión


no daba para más y cerré el boliche. Cerré el
taller mecánico. Esa güeá de andar todo cochi-
no, descansar poco y ganar repoca plata me
tenía llenito. Para cobrar había que práctica-
mente torturar a los clientes, entonces como
que se pudrió el sistema, ¿entendis?
Me fabriqué unas maquinitas para hacer
pan con la fierrería vieja que me sobró del
taller y me puse a hacer pan con otro amigo
que tampoco tenía idea, pero tenía hartas
ganas de trabajar. Averiguamos cómo se ha-
cía y nos pusimos a hacer pan como malos
de la cabeza.
Mira, si querís poner un negocio en Chile,
ya estái quebrado mucho antes de empezar,
por el costo, ¿ah? Pero si tenis habilidad

29
como para hacerte las porquerías tú mismo,
bueno, te puede quedar plata pa' la harina,
pa' los materiales y las instalaciones.
Al comienzo nos fue rebién porque ade-
más nos gustó la cuestión de hacer pan. Y
yo creo en esa cuestión, ¿ah? Si tú hacís
algo que te gusta te va a resultar y si no te
gusta, puta, yo llegué a la conclusión que
no puede caminar.
Claro que la mecánica también me gusta
pero no paga, no paga el tremendo esfuerzo;
en cambio, con la panadería cerrábamos en
la noche y la plata ya estaba en la caja, ¿me
entendis? Para mí hay un misterio aquí en
Chile, ¿ah? Nadie te va a pedir un kilo de pan
fiado, ¿te has fijado en ese detalle? Te pue-
den pedir tallarines fiados, sémola fiada, mor-
tadela, fósforos, cualquier porquería, pero
el pan es cuestión sagrada, ¿o no?

Al revés y al derecho

Vendíamos pasteles, tortas, empanadas;


puta, de todo. Si me lo aprendí al revés y al
derecho de negocio. Hacíamos hallullas, pan
francés, doblaítas, pan de cocktail, del pan
que me pidieran hacía.

30
Teníamos clientes del barrio alto que pa-
saban a las dobladitas de manteca, que es un
pan muy finito sin levadura, puta, riquísi-
mo. No sé quién cresta las inventó, pero yo
las perfeccioné y quedaron muy buenas;
entonces un lote de médicos del Barros Luco
siempre pasaban a comprar las dobladitas de
manteca y aprovechábamos de conversar y
echar el pelo.
Un día domingo, por esas cosas extraor-
dinarias del destino, llega al negocio un se-
ñor muy distinguido, con su hijo, a comerse
unas empanadas y nosotros teníamos la cos-
tumbre con la Chica, mi señora, de ofrecer
un trago de vino blanco con la empanada.
Para qué te digo, con esto el señor se baja
del auto y se manda al hijo a buscar una
botella de pisco de 40 grados.
—"Bueno, dice, yo soy maderero y tengo
una plata por ahí,así que podríamos asociar-
nos y poner una cadena de estas cuestiones".

Socio capitalista

Tú sabís cómo es el chileno, a los dos mi-


nutos empezái a contar toda tu vida y el gallo,
de muy buena pinta, daba toda la impresión
que tenía plata y las ideas muy claras, güeón,

31
porque, lógico, si con una panadería ganái
plata con veinte panaderías vai a ganar mucho
más plata y vamos hablando de comprar ha-
rina por camionadas, tener una central de dis-
tribución; o sea, en diez minutos nos pintó
una película, chucha, impresionante.
A él le interesaban las proyecciones del
negocio, decía. Yo no le decía ni sí, ni no,
pero indudablemente me llamaba la atención
la idea porque todo lo que sea ganar plata,
puta, ¿a quién no le va a llamar la atención?
Mi socio, pa' qué te digo, se deslumbró
totalmente.

Cara de panadero

Parece que al principio no me encontra-


ba mucha cara de panadero el señor éste,
porque iba a darse sus vueltas a ver si era
cierto que yo hacía el pan y se fue cayendo
de espalda el loro cuando me fue viendo tra-
bajar: más rápido que la cresta y, puta, en
grandes cantidades; entonces el viejito se fue
entusiasmando cuando vio la media clientela
también. Es que estaba muy bien ubicada la
porquería, al lado de un medio almacén ha-
ciendo esquina con la Gran Avenida.

32
Un día llega don Boris, el señor éste, y le
ofrece comprarle su parte a mi socio. Puta,
socio, le dije yo, si a usted no le conviene
vender. Con esto, por lo menos, tenis plata
para mantener tu casa. Quédate tranquilo.
Asociémonos con este caballero pero aparte
de lo que tenemos nosotros.
No hubo caso; no quiso escucharme y
vendió, pero vendió mal el güeón. Vendió
lo que había pero no vendió la proyección
del negocio, ¿entendis? Me quedé asociado
con don Boris y al día siguiente empezaron
los problemas. La cuestión pan se empieza a
las cinco de la mañana y mi nuevo socio llegó
como a las doce del día de cuello y corbata,
con impermeable. No le dije nada, total el
negocio estaba funcionando rebién. Claro que
al poco tiempo comencé a tener problemas
con el hijo. Un güeón flojo de mierda que no
servía pa' na. El pendejo se pensó que con la
mitad del negocio tenía pa' vivir y comprarse
auto de la noche a la mañana mientras noso-
tros con la Chica, que es una fiera para tra-
bajar, nos sacábamos la cresta sábado y do-
mingo inclusive, además que pasaban los
meses y la famosa expansión del negocio no
se veía por ninguna parte.
Más encima don Boris conoció una perica,
una analfabeta, y la puso de cajera. La cabra,

33
si bien es cierto era joven, resulta que como
mujer no tenía ningún valor. Rucia teñida,
pa' qué te digo, y se mandaba las partes, pero
el viejo andaba caliente con ella, así que hasta
le regaló abrigo de piel; puta, si iba a atender
la caja con abrigo de piel en pleno verano,
que me llegaba a dar vergüenza ajena.
Como no se veía despegue alguno, lo lla-
mé a terreno y se las canté claritas: las máqui-
nas son mías, los equipos son míos, me llevo
todas mis güevás.
—" ¡No! Qué cómo te vai a ir cuando ya
está por salirme una plata para la expan-
sión".
Tú sabís cómo son los chilenos cuando
de repente les va a salir una plata de no sé
dónde y van a tirar pa' arriba. El negocio
fabuloso de unas propiedades en venta, de
unas platas que le debe no sé quién, ¿enten-
dis?, y que ya están por salir pero no salen
nunca y pasan y pasan los años y los güeones
se mueren esperando y no pasó nada.
—" ¡Ya! Usted se queda con todo y me
paga tanto", le dije para zanjar la cuestión
y se entusiasmó el viejito.
En el fondo nos hicimos amigos, ¿ah? Lle-
gó un momento en que, puta, yo lo quería,
palabra. Si era un siete. Muy buena persona.
Cariñoso, mira, si hubiera sido millonario y

34
tú necesitabas algo, el hombre se cuadraba
altiro. El problema es que no tenía un veinte.
Cero peso. Pero tenía que aparentar frente a
la señora, la familia, las amistades. Gallos que
necesitan vivir de las apariencias: terno de
alpaca, abrigo de pelo de camello, camisa
finísima, corbata de seda y no tenía dónde
caerse muerto el pobre viejo.

Cambio de rubro

Dejé la panadería y me dediqué a fabricar


máquinas para hacer pan. El principal proble-
ma de las porquerías es el tremendo ruido que
meten; entonces yo, con unas cadenas viejas
de distribución de Fiat, comencé a fabricarlas
totalmente silenciosas. No metían nada de
ruido y se vendían como pan caliente. Puta,
cualquier jueguito de máquinas me lo ven-
día en 150 lucas, mucho más baratas que en
el mercado y además mucho mejores y a mí
me salían por cincuenta. Empecé a tirar pa'
arriba como loco. El problema es que me
aburría como loco también.
En realidad, lo pasaba mucho mejor en la
panadería. No te podría detallar el porqué
pero echaba de menos la cuestión del pan.
Mira, si cuando nos atrasábamos con el

35
pan se juntaba gran cantidad de gente en la
calle y nosotros salíamos a chacotear con las
viejas que nos agarraron cariño tremendo.
Putas, se podían quedar horas enteras espe-
rando, pasándolo caballo y sin reclamar.
Entonces, claro, yo me identificaba mucho
más con la chacota y la porquería porque a
mí siempre, siempre me ha gustado la comuni-
cación con la gente, ¿entendis?

Volver a los fierros

Ahí estaba yo tranquilito haciendo mis


porquerías, cuando llega un amigo, puta,
desesperado.
—"Mira, me dijo, tengo la concesión para
arreglar todas las ambulancias de la Unidad
Coronaria... 'Derechito al Cielo'..., por de-
cirte un nombre, porque no me acuerdo, y
me mandan la primera, me dice, le saco el
motor y el motor venía totalmente char-
queado y ahora no lo puedo armar".
—"Anda tú a armármela, querís, ¿por fa-
vor?"
—"No, no, no. Si yo no quiero saber ni
una güevá más con fierros".
—"Pero, compadre; si yo le pago bien y
además podríamos asociarnos..."

36
Al final ya me estaba implorando, me
estaba rogando.
—"Mira, loco, le dije, vamos a hacer una
cosa. Te voy a armar la porquería, pero lo
voy a hacer por deporte, ¿entendis?, porque
yo con vos no trabajo".
Es rebuena persona este gallo pero total-
mente malo de la cabeza.
Fuimos y de un paraguazo le armé el
motor, puta, si uno tiene su cierta habilidad
también y el güeón feliz. Me siguió convi-
dando y salíamos a arreglarles panitas a las
ambulancias y por ahí yo me anduve entu-
siasmando con unas enfermeras resimpáti-
cas y, además, me quedaba bien cerca de la
casa. Los primeros meses nos fue como la raja,
en realidad había cualquier cantidad de traba-
jo. Veinticuatro horas del día, te juro, nos
daban de esas cuestiones que suenan las por-
querías, para ubicarte, ...beep...beep... y par-
tíamos volando a donde estaba quedando la
cagada. ¿Te hai fijado cómo andan rajadas
las Unidades Coronarias? Bueno, imagínate
cómo estarían esas ambulancias. ¡Nos pusie-
ron "Los Magníficos", por lo milagrosos!
Los dueños se las habían comprado dadas
de baja en Estados Unidos. Por cada seis que
te comprai te regalan dos, ¿entendis? Si los
gringos las cosas no las botan porque son

37
buenas, cuando están malitas recién las botan,
entonces era pegarse cada cabezazo. Había
que tener una unidad coronaria permanente
para atender las ambulancias: que el par-
checito, el arreglito y no se ganaba nada más
encima.
Incluso hablé directamente con uno de los
dueños:
—"Usted esto lo está enfocando mal, le
dije. A estas máquinas tiene que hacerles
mantención preventiva...". Pero qué, güeón,
si el negocio de estos gallos era ganarse el
150 por ciento. Lo demás era pura chachara.
Mira, si yo estoy convencido que en este
país ya nadie piensa en trabajar. Fíjate en
ese detalle, aquí la gente sólo piensa en ga-
narse el cien por ciento altiro. ¿Por qué?
Porque si te metis a trabajar aperrado en una
pega te van a pagar una cagada que te morís
de hambre.

La quimera del loro

Un día me mandan a llamar urgente unos


gallos de una oficina del centro, como sabían
que yo le pego a los fierros, para que los ase-
sorara en un negocio. Habían hecho unos

38
malabares para comprarse botada una cañone-
ra de la Armada que había encallado hace como
diez años en unas islas del sur. ¡Doce mil
toneladas de fierro!
Tenía que sacarles las cuentas de cuánto se
ganaba deshuesándola y vendiéndola como
chatarra. Entonces les fui dando una luz de
más o menos cómo se corta el fierro: cuánto
oxígeno se iba a comer por hora y que no
compraran acetileno sino que un gas indus-
trial que salió ahora último parecido al gas
licuado. Les hice un cálculo con lápiz y papel
de cuánto costaba esto y lo otro y estaban
felices, poco menos que celebrando el nego-
cio, cuando alguien dijo que la cañonera no
estaba varada en la playa, ¿entendis? El
maremoto o quizás qué huevada la había
encallado arriba de unos cerros como el
Arca de Noé, entonces el costo de picar el
barco y traerlo a tierra era gigantesco y el ne-
gocio se fue a las pailas de un zuacate, putas,
se querían cortar las venas. Si ya tenían lista
la sociedad. Puros gerentes y cada pinta, si
el único huevón torreja era yo. Hasta el ju-
nior andaba de corbata, pero no tenían
plata ni para cigarrillos sueltos y tomaban
como cinco de una misma bolsita de té.
Viven de ilusiones porque no hay otra forma
de vivir: si te ponís a trabajar en serio te

39
cagai de hambre porque los sueldos son
miserables.

Me cabrié y me fui a Ecuador

Compré un pasaje y me fui a probar suerte,


lisa y llanamente. Llegué a Quito como me-
cánico no más y me presenté a un taller por
un avisito que salió en el diario.
No me pidieron ningún papel porque allá
no es como acá, que para cualquier tontería
te piden libreta de matrimonio, certificado de
nacimiento, papel de antecedentes. Allá el
dueño del taller en vez de pedir güevadas me
tiró altiro a los leones.
—"Así que usted es mecánico y sabe arre-
glar de todo, ¿ah?"
- " S í , señor".
—"Entonces arrégleme ese bus que está
ahí".
Se lo arreglé en un abrir y cerrar de ojos
y el gallo quedó con las pepas ¡así!
—"Aquí necesitamos urgente un mecáni-
co", me dijo.
—"¿Y cuánto me va a pagar?", le dije yo.
—"La mitad de lo que usted haga", me
dijo él.

40
—"Ya, poh, y me puse a trabajar altiro
no más".
Claro que la cuestión es bien para la risa
porque allá todos los ayudantes de mecánico
son niños, ¿ah? Cabritos chicos que tendrían
que estar jugando todavía, pero allá traba-
jan. Desde los 12, 13, 14 años los echan a
trabajar si no quieren ir al colegio. ¿Usted
no quiere estudiar, m'hijito? A trabajar,
mierda, pero que no ande vagando en las
calles y los meten de aprendices a trabajar
gratis por la pura enseñanza.
Esos eran mis ayudantes; unos bracitos
delgaditos, si no podían levantar nada, pero
muy empeñosos los chiquillos. Incluso uno
como "maestro" estaba autorizado para
"cascarearlos y cuerearlos": pegarles con
una llave en la cabeza por cualquier embarra-
da o ponerlos de guata en una rueda y pegar-
les en el poto con una correa de ventilador.
Allá el cabro te aguanta lo que sea con tal que
le enseñís; no como acá que todo el mundo
se las sabe por libro aunque no tenga idea.
De partida, no les pegué nunca, así que los
cabros me adoraban, incluso una vez que un
maestro le estaba cascando a un cabrito chico
yo le paré el carro y como no me hizo caso le
fui aforrando su pata en la raja y ahí se asustó
el huevón.

41
—"Y si lo volvís a tocar, te mato", le dije,
y fíjate que el dueño como que tomó en se-
rio quién era yo y ahí mismo me entregó to-
das las llaves y cuestiones nombrándome Jefe
de Taller.
Los cabros chicos estaban felices. Si son
muy amorosos los chiquillos, empeñositos,
gente buena, sana, a lo mejor no tan vivara-
chos como los chilenos, pero es que esto de
ser tan vivaracho ha pasado a tener otro
nombre.

Pudriéndose por abajo

Acá la gente está dispuesta a hacer cual-


quier cosa por plata. La gente se echó a per-
der, se enfermó de la cabeza por la tremenda
necesidad económica.
Si yo nunca había visto cabras de doce
años puteando en la calle, palabra. Nunca
había visto a una cabra chica subirse al auto
de un gallo por tres lucas... y con permiso de
la mamá, más encima.
Entonces para mí esta hueva hizo crisis,
¿entendis? Se está pudriendo por abajo. La
necesidad económica es demasiado grande y
como el trabajo no vale nada, entonces robar
no es tan malo, putear no es tan malo y a
lo mejor matar ya tampoco es tan malo.

42
Bahiano, modestia aparte...

Los padres de mis padres eran trabajadores


agrícolas que se mudaron al pueblo de Santa
María de Victoria donde mi padre aprendió la
profesión de sastre.
Cuando se enamoró de mi mamá y él le
propuso matrimonio, los hermanos de ella le
dijeron:
—"Mire, usted es sastre pero todavía no
tiene máquina de coser como para mantener a
su esposa". Entonces mi padre tomó el rumbo
de su pueblo natal de Barreras, caminando a
pie unas 28 leguas a buscar la máquina de
coser "Hexagon", alemana, que su madre le
había prometido.
—"El día que usted la necesite yo se la
doy", le había dicho, y mi padre volvió a Santa
María de Victoria cargando la "Hexagon"

43
encima de la cabeza, que era la manera como se
transportaban las cosas en esa época.
Se dedicó a sastre, mas luego abandonó esa
profesión, debido a que en realidad fue un
mal sastre. No sabía hacer los trajes con la
suficiente perfección y como había dema-
siados sastres en mi pequeño pueblo fue su-
perado por la competencia.
Los hermanos de mi mamá le ayudaron a
montar una pequeña tienda de abarrotes,
transformándose así en comerciante para el
resto de su vida.

Santa María de Victoria

El pueblito de Santa María de Victoria era


un pueblo clásico del interior, con sus dos
clases políticas y sus dos bandas de música.
Había dos famosos coroneles (así llamá-
bamos en el Nordeste brasileño a los grandes
propietarios de tierras): el coronel Clemente
de Castro era republicano; con un perfil más
capitalista, hombre de industria que ya
transformaba la leche en mantequilla, la carne
en charqui para exportarla y usaba mucha
mano de obra; y el coronel Bruno Martín da
Cruz, un hombre conservador que vivía de sus
rentas alquilando las tierras de su latifundio.

44
Cada jefe político tenía su banda de mú-
sica, una verdadera orquesta con entre 15 y
25 figuras que servían para atraer a los niños
modestos del pueblo; había que verlas con sus
vistosos uniformes como si fueran bandas mi-
litares.
Eran remanentes de los antiguos ejércitos
particulares de los grandes señores feudales
brasileños del siglo pasado, de modo que per-
tenecer a ellas, vestirse de gala y tocar música
militar los días de fiestas cívicas y del santo
patrono del pueblo daba un cierto status a los
modestos jóvenes pueblerinos.
Desde niño participé en la banda de Bruno
Martín da Cruz para satisfacer las necesidades
musicales de la corriente política de mi papá.
Ahí aprendí a tocar saxofón, clarinete y
"riquintala".

Expulsiones

Cuando mi mamá me mandó a la escuela yo


ya sabía leer y escribir, al igual que todos mis
hermanos: ésa era la costumbre de la familia
de mi madre que era más culta que la de mi
papá.
Resulté ser un niño muy inquieto, de tal
forma que fui prontamente expulsado de la

45
escuela pública por entrar en choque con la
maestra: cuando ésta me quiso desmoralizar
frente a los demás niños yo reaccioné violen-
tamente con palabras muy duras. Llamaron a
mi papá y me expulsaron sin apelación. El
consiguió que me admitieran en la escuela
privada, pero el niño expulsado de una escuela
pública estaba marcado como el mismo
diablo, así es que al poco tiempo también fui
expulsado de la escuela particular.
La situación era difícil; entonces mi padre,
como último recurso, pidió ayuda a su mejor
amigo de juventud que también era sastre.
—"Yo quiero un sastre en un año, le dijo,
porque este niño no puede quedarse por más
tiempo en este pueblo, tiene que emigrar y
para emigrar tiene que tener una profesión".
El amigo de mi padre era un hombre se-
vero. No se podía platicar ni silbar siquiera
durante toda la jornada de trabajo, pero como
recibía unas revistas inglesas muy gráficas
sobre la marcha de la guerra yo descansaba un
poco mi vista de esas costuras muy difíciles
mirando esas revistas, lo que me abrió los ojos
al mundo exterior por primera vez.
Año y medio estuve transformándome en
un sastre hecho y derecho a pesar de mi corta
edad, debido a las enseñanzas de este hombre
que me exigió al máximo. Mientras tanto mi

46
pueblo había entrado en decadencia por
efectos de la gran depresión, que en el Nor-
deste llegó a ser durísima. De unas 400 casas
que habría, por lo menos 70 quedaron vacías
en un año. El hambre era muy grande y toda
la gente comenzó a emigrar hacia el sur.
Yo fui el único de mi familia que salió del
pueblo impulsado más que nada por mis con-
tinuos choques con el establishment.
Viajamos doce días por río y después dos
días por tren hasta Sao Paulo, donde mi papá
me dejó viviendo con un tío, hermano de mi
mamá, quien era un hombre interesante: es-
cribía y leía muy bien no obstante haber
nacido en el campo y tenía una pequeña
farmacia que administraba con extraordinaria
meticulosidad. Tenía, además, una gran
tendencia a imitar a los ingleses a quienes
admiraba profundamente como agentes civi-
lizadores.
Allí fui a la escuela de San Andrés ubicada
en los suburbios de Sao Paulo y como en casa
de mi tío no me dejaban jugar con otros niños
del vecindario me convertí en un buenísimo
estudiante, sacándome las notas más altas en
todas las materias. Desafortunadamente entré
en choque con la esposa de mi tío que era una
mujer muy nerviosa, debiendo evacuar pron-
tamente la casa de mi admirado tío materno.

47
Mi padre vino a visitarme apenas supo del
incidente y convinimos que yo entraría de
interno a un colegio salesiano donde, como es
tradición con la educación salesiana, tendría
oportunidad de trabajar y aprender un nuevo
oficio.
Casi todos los curas y hermanos eran ita-
lianos o alemanes, a la vez que todos los
alumnos también eran hijos de italianos y
alemanes con una marcada admiración por
Mussolini; entonces resultó que yo era el
único nordestino en un internado de 603 es-
tudiantes. El único de color moreno. Me lla-
maban negro cabeza chata, y así me fui de-
sarrollando como un muchacho marginado,
humillado por sus propios compañeros e
incluso por algunos profesores. Sin embargo,
ahí aprendí un nuevo oficio que habría de
serme extraordinariamente útil en mi vida
futura: de tanto limpiar la tipografía, que era
mi trabajo habitual, aprendí el arte de hacer
libros.

"Los Miserables"

Cuando los curas ponían la nómina de los


libros prohibidos en la pizarra yo me intere-
saba de inmediato. Conseguí con un externo

48
que me comprara "Los Miserables", de Victor
Hugo, el primero en la lista de prohibiciones, y
lo leí muy rápidamente a escondidas en el
baño. Lo encontré una belleza pero no pude
comprender la razón para prohibirlo. Esta
paradoja me inclinó definitivamente hacia la
literatura clandestina, siendo un libro extra-
ordinariamente importante para mí la "His-
toria de la filosofía", escrita en forma muy
amena y sencilla por un norteamericano. Por
su intermedio entré en contacto con las dis-
tintas corrientes de ideas desde Aristóteles y
Platón, hasta llegar a Freud y Marx, en
nuestros días.
Tenía 17 años cuando llegó el fin de la
guerra.
El día de la rendición alemana todas las fá-
bricas tocaron sus sirenas y al hacerse la noche
se produjo un carnaval en Sao Paulo. Un grupo
de estudiantes escapamos del colegio des-
colgándonos por las ventanas y nos fuimos a
pasar la noche de festejos para regresar al día
siguiente. Fue relativamente fácil, a través del
confesionario, averiguar quiénes estaban
detrás de aquello, entre los cuales me en-
contraba yo, de modo que los padres me
comunicaron prontamente que no podría
regresar al colegio el año siguiente.

49
Me matriculé en una escuela adventista
semejante a la de los salesianos. Ahí trabajé en
agricultura, de sastre, en la carnicería, lavando
ropa en la central de lavado y en una fábrica
que producía jugo de uva, jalea de mora,
mantequilla de maní; y en el taller mecánico
donde aprendí bastante bien la mecánica de
automóviles.

Ford Motor Company

Me presenté a la Ford Motor Company


diciendoles: "Soy estudiante y quiero trabajar
de auxiliar de mecánico para poder seguir
estudiando".
El hombre que me atendió quizás encontró
interesante que un muchacho buscara trabajo
para seguir estudiando y me hizo firmar un
contrato de prueba en la sección repuestos.
Era una planta con 3.600 trabajadores
donde se montaban 70 vehículos diarios,
siendo superada en tamaño tan sólo por la
General Motors Company.
Después venían la Chrysler y Studebaker.
A los tres meses me pasaron a línea de
montaje. A pesar de que el ritmo de trabajo
era impuesto por los programas de producción
no era tan duro como me lo había imaginado.

50
Podíamos platicar de fútbol, cine y actualidad
nacional con el colega del frente mientras él
estaba montando el distribuidor y yo la
bomba de gasolina.
A los dos años llegué a inspector de línea
de montaje: chequeaba el vehículo en una
carretera abstracta —encima de una cinta ac-
cionada por rodillos donde podía desarrollarse
hasta 100 km la hora—, identificando los
ruidos internos del motor mediante estetos-
copios especializados.

Orgullo profesional

Aunque no íbamos a ser los futuros pro-


pietarios de esos carros la verdad es que nos
encantaban esos vehículos. Teníamos un gran
orgullo por nuestro trabajo. ¡Cuántas veces
no me detuve en San Blas con Avenida Es-
peranza para admirar esos Ford último mo-
delo que realmente habían pasado por mis
propias manos!
Aunque cada uno de nosotros hacía nada
más que una parte del vehículo final, tratá-
bamos de hacerlo bien hecho y estábamos
seguros que los demás colegas en la línea
tenían ese mismo espíritu; de tal forma que
cuando esos Ford salían a la calle los sentíamos

51
como algo nuestro, considerándolos los
mejores carros en existencia.
Incluso cuando los veíamos en panne en la
calle las emprendíamos contra el dueño:
—"Mira, boludo, cómo es posible que estés
parado ahí cuando ese carro no ha sido hecho
para estar en panne".
¡Un Ford no podía quedar en panne corno
el Chevrolet, que era una mierda de carro!

Estudio y trabajo

A todo esto yo continuaba mis estudios


preuniversitarios en un colegio de la alta
pequeña burguesía paulista donde me matri-
culé por dos razones principales: estaba ubi-
cado muy cerca de mi pensión y de la planta
de la Ford, además podía costearlo, aunque
era muy caro, gracias a la buena remuneración
de mi trabajo.
Yo era el único estudiante-obrero allí —el
resto eran hijos de profesionales con mucho
pedigree—, pero fue una gran suerte para mí
entrar allí porque mantuve contacto con
gente completamente fuera de mi extracción
social: el colegio tenía un gran centro cultural
con muchos recursos, entonces llegaban a dar

52
charlas los mejores escritores, pintores, den-
tistas sociales y políticos de Sao Paulo.
Aunque yo era un hombre modesto del
Nordeste tenía una pequeña ventaja sobre el
resto de mis condiscípulos: sabía el oficio de
la tipografía aprendido en los salesianos y por
lo mismo era el único capaz de imprimir con
mis propias manos el periódico del colegio.
Por este motivo fui nombrado director del
periódico, y así fue como entré a jugar un
papel importante en el choque con la Policía
cuando cerraron la Unión de Estudiantes
Secundarios.
A los dos meses ya habíamos organizado un
congreso clandestino en un colegio de curas
dominicos: reunimos 200 estudiantes secun-
darios y fundamos la nueva Federación de
Estudiantes Secundarios de Sao Pablo.

Redactor periodístico

Trabajar ocho horas en la Ford, estudiar y


participar en política estudiantil era durísimo.
Llegaba a la pensión a ducharme y lavarme las
manos con kerosene, comer rápido para salir
al colegio por la tarde, estudiar por la noche y
sostener reuniones de política estudiantil era
agotador, de modo que decidí dejar la planta

53
de la Ford, trabajar medio tiempo y ma-
tricularme en otro colegio menos caro pero
igualmente exigente para terminar el curso
preuniversitario.
En esa época Sao Paulo tenía unos 18 pe-
riódicos diarios: aún no se producía la con-
centración capitalista en la industria de no-
ticias; entonces había muchos periódicos,
incluso tres diarios italianos, dos alemanes y
uno japonés.
Comencé trabajando en "La Hora" re-
comendado por un periodista socialista que
hacía un programa de radiocultura nocturno
con música clásica y curiosidades que a mí me
encantaba y escuchaba con mucho agrado,
pues coincidía con la hora de mis estudios.
Bien, visité a este hombre y le planteé mi
admiración por su programa radial conjun-
tamente con mis intenciones laborales para
proseguir mis estudios.
—" ¡Como no!, me dijo, yo tengo un buen
amigo en el periódico "La Hora", vayase para
allá ahora mismo con esta cartita mía, quizás
él tenga trabajo para usted".
Me contrataron como reportero de calle.
Por cada redactor periodístico había tres
jóvenes reporteros de calle; indagadores de
noticias en diferentes áreas: hoteles, policía,
deportes, tránsito, etc. Al final de cada

54
jornada debíamos entregar nuestras indagacio-
nes a los redactores periodísticos que eran pro-
fesionales fenomenales especializados en la
redacción de noticias.
En primer lugar eran todos hombres y
mayores de cuarenta años; segundo, usaban
corbata; tercero, cuando llegaban a la re-
dacción platicaban entre ellos y leían los pe-
riódicos tomando conocimiento de cómo
andaba el mundo; cuarto, fumaban mucho y
tomaban mucho café.
Solamente después de ese ritual se alle-
gaban a sus mesas de trabajo a buscar los
montones de reportes preparados por no-
sotros y metían mano en sus máquinas de
escribir... ta-ta-ta-ta-ta-ta... una belleza verlos.
A más de cien palabras por minuto iban sa-
liendo borbotones de sus cabezas, sin corregir
prácticamente, porque estos hombres eran
realmente expertos: verdaderas máquinas
productoras de escritura.
Trabajaban nada más que cinco horas
diarias, produciendo entre 20 y 30 páginas
tranquilamente; eran redactores que jamás
tomaron cursos de periodismo, pero hasta hoy
día se les considera los mejores periodistas
brasileños de todos los tiempos.

55
"El amor y la sociedad"

A todo esto yo había escrito mi primer


libro de poesía titulado "El amor y la so-
ciedad", editado y distribuido.con éxito por
una pequeña casa editora paulista.
El libro incluía un soneto sobre China,
cuando aún los chinos eran muy poco con-
ceptuados en Brasil. Eran gente muy pobre y
sus restaurantes eran los peores: comer en un
restaurante chino era lo último que a uno le
podía acontecer; no como ahora que ofrecen
una comida buena, abundante e, incluso,
elegante.
Mi libro incluía un soneto sobre China
donde yo aparecía defendiendo a los chinos
pobres del Brasil a la vez que profetizando el
triunfo de la revolución china, que era muy
poco difundida en Brasil; entonces este poema
tuvo una gran difusión y repercusión debido,
principalmente, a dos razones: la novedad del
tema y al hecho de que yo fuera del ambiente
periodístico...
Bien, en aquellos años existía la Academia
Paulista de Letras que incluía a todo el Estado
de Sao Paulo: muy exclusiva, prestigiada y
famosa. Entonces unos escritores mediocres
de Sao Paulo —de segunda categoría y que no
tenían cabida allí— decidieron crear la

56
Academia de Letras de la Ciudad de Sao Paulo,
y como las academias de letras tienen cuarenta
sillas que llenar, andaban buscando gente con
quien llenarlas y en eso aparece mi libro que,
como dije, fue un éxito de prensa, entonces
me invitaron como miembro y yo acepté.
Fue una cosa solemne mi entrada a esa
academia de puros viejos periodistas y malos
poetas, todo. lo cual habría carecido de im-
portancia si no hubiese tenido una enorme
repercusión en mi pueblo natal de Santa Ma-
ría de Victoria, pues apareció por allá un
estudiante de letras, quien, con motivo de
financiar sus estudios, anduvo haciendo con-
ferencias públicas acerca de mi poesía e in-
cluso escribió un libro al respecto.
Concluido el curso preuniversitario decidí
volver a mi pueblo y preparar allí mis exá-
menes de entrada a la universidad, encon-
trándome con que yo era una persona muy
famosa: pertenecía al grupo de los muy po-
quitos que habían estudiado en Sao Paulo y
era considerado un hombre culto, con otra
visión de mundo, además de izquierdista por
los contenidos de mi poesía que era bien
conocida allí.

57
Organización

Resultó que durante mi permanencia en el


pueblo estalló un grave conflicto social: ha-
había unas grandes obras portuarias en re-
construcción y hacía cuatro meses que los
contratistas no les pagaban a los obreros,
sufriendo además los comerciantes las con-
secuencias de la falta de dinero: ellos daban
crédito a los obreros, pero éstos no lo pa-
gaban porque a su vez estaban impagos. Un
conflicto global que involucraba práctica-
mente a todo el pueblo.
Bien, estaba yo un día en casa de mis
padres, diez, once de la mañana, preparando
mis exámenes, cuando aparece un muchachito
para avisarme que se aproxima hacia la casa
una gran cantidad de obreros de la cons-
trucción y de pequeños comerciantes. En rea-
lidad era costumbre que cuando un estudiante
estaba de vacaciones recibía muchas visitas:
personas que iban a platicar y saber del
mundo, pero las visitas eran siempre por la
noche y esto estaba aconteciendo recién a las
once de la mañana.
Salí a la salita de recibo y ahí veo entre 40
y 50 obreros y comerciantes que apenas ca-
bían porque se trataba de una casa muy pe-
queñita la de mis padres. ¿Pero qué había

58
pasado? Todas estas personas imaginaban que
yo ya era un gran abogado, un periodista y
escritor famoso que podría ayudarles gracias a
mi enorme influencia.
Bien. Debimos salir al patio posterior que
no era muy amplio y allí hubo discursos de su
parte que yo contesté diciéndoles:
—"Miren, ustedes no se hagan ninguna ilu-
sión por dos razones: primero porque yo no
soy ningún gran abogado y segundo porque la
ley no los va a ayudar. Ustedes deben orga-
nizarse primero y recién cuando estén orga-
nizados tendrán fuerza...".
Yo ya tenía alguna experiencia en este tipo
de discursos, pues había sido dirigente es-
tudiantil y también había participado en
huelgas en la Ford Motor Company...
—"Entonces, señores, ¡organícense! En eso
sí que puedo ayudarles a formar una aso-
ciación comunitaria de trabajadores...".
La idea de crear la primera organización de
masas de trabajadores tuvo una gran reper-
cusión histórica en mi pueblo: prendió como
un verdadero reguero de pólvora.
Bien. Por esos mismos días llegaron a Santa
María de Victoria dos curas misioneros que
andaban predicando cosas atrasadísimas
contra la masonería y el comunismo. Uno de
ellos usaba pistola al cinto y decía que había

59
participado en el cuerpo expedicionario bra-
sileño en Italia durante la guerra. Era un tipo,
primero, completamente fascista y, segundo,
completamente desaforado, que hizo en la
misa del domingo un discurso violento contra
la idea de la organización de trabajadores que
estábamos promoviendo, acusándola de co-
munismo. La gente se acobardó de inmediato;
ése era un ambiente católico muy tradicional,
entonces yo vi que debíamos actuar rápido.
Reunimos a los músicos de las dos bandas del
pueblo y salimos, junto al alcalde y el médico
principal del pueblo, que pertenecían a
corrientes políticas diversas, casa por casa,
para convencer a las personas que no aban-
donaran la idea de constituir la asociación. La
gente se calmó y logramos afiliar más de 400
personas, convocándose la Asamblea General
para dos días después, donde se constituyó
legalmente la primera asociación comunitaria
de trabajadores de Santa María de Victoria.

Crítica

•Se trataba de un hombre mayor, prácti-


camente de la edad de mi papá, y muchísimo
más aventurero que yo. Nos juntamos gracias
a que tenía ciertas instalaciones, capital e

60
interés en poner un periódico semanal de opo-
sición en Salvador, la capital de Bahía. Le
faltaba solamente un periodista valiente; y
ahora que yo estaba disponible, al haber poster-
gado mi ingreso a la universidad, decidió
nombrarme director de "Crítica", un perió-
dico semanario de corte izquierdista y opo-
sición violenta al Gobierno Estatal. Un perió-
dico de masas, nada de ideológico. Simple-
mente no había campo para eso en Salvador,
puesto que recién habían cerrado a balazos un
periódico del Partido Comunista.
"Crítica" tuvo éxito inmediato, pues todos
los que se oponían al gobierno, que eran
muchos, lo compraron de inmediato, de tal
forma que la policía llegó prontamente a la
imprenta una madrugada como a las dos de la
mañana, cuando yo estaba terminando de
redactar el artículo de fondo del cuarto nú-
mero.
Según mis visitantes, el jefe de policía y el
secretario de Seguridad Pública de Salvador
querían hablar conmigo.
"¿A las dos de la mañana quieren hablar
conmigo?", pensé.
—"Mañana voy a primera hora", les dije.
—"No. Tiene que ser ahora", me dijeron.
—"Está bien, pero permítanme, por lo
menos, ponerme la ropa", les dije. En realidad

61
estaba semidesnudo por el calor grande que
hacía en esa tipografía miserable.
—"Vístase rápido", me dijo el más pe-
queño, que hacía de jefe.
Me metí en el cuarto de baño con ese
pretexto y me escapé por uno de los muchos
agujeros que tenía la habitación, ocultándome
durante varios días en diferentes pensiones.
Una vez cuando volvía a mi pensión tem-
poral, como a eso de las diez de la noche, me
di cuenta que un bulto se movía en la oscu-
ridad, al lado del cine "El Popular". Al es-
cuchar un tiro no sentí nada pero caí al suelo y
desde esa posición vi nuevamente el bulto
desplazándose en la oscuridad, probable-
mente para fugarse pensando que yo estaba
muerto, pero yo entendí que el tipo venía en
mi dirección a rematarme y le metí un tiro.
Yo andaba armado, como medio mundo, y ya
disparaba muy bien. El tipo cayó seco al suelo
y los que andaban acompañándolo se lo lle-
varon arrastrando. Ahí recién me di cuenta
que estaba herido por el fuerte dolor en el
muslo derecho; afortunadamente la bala cortó
la carne solamente y no llegó al hueso. En esa
situación llegué a buscar refugio a la casa de
un amigo; no podía recurrir a la policía ni a
los hospitales; pues, como dije, andaba fugado
de la policía que me buscaba.

62
Desde mi escondite logré darle aviso a mi
papá quien vino a verme de Santa María de
Victoria:
—"Mira, me dijo, esto no es Sao Paulo, esto
es Bahía. En Sao Paulo se puede combatir al
Gobierno y no pasa nada porque hay libertad
de prensa, pero aquí en Bahía no. Aquí si no
te vas te van a matar".
Me dio dinero y esa misma tarde fui a la
línea aérea y compré tres boletos. para dis-
tintos puntos: Conquista, Fortaleza y Río de
Janeiro. Al día siguiente, para despistar los
vendí a mitad de precio a personas que iban
en esas direcciones (en esa época los pasajes
aéreos eran transferibles) y me embarqué
hacia Recife en un navio de la compañía
Lloyd Brasilero.
Corté mi gran bigote y me puse una base de
cosmético para que no se notara que recién
me lo había cortado; a la vez que cambié
radicalmente mi vestuario. Yo vestía inva-
riablemente ropas oscuras en aquel clima
grueso y caliente, lo que me hacía reconocible
como un hombre paulista.
Cambié todo por ropas frescas del Nordeste
y compartí la mesa del Capitán durante la
travesía fluvial hasta el día que llegó un te-
legrama de la policía inquiriendo por un per-
sonaje de grandes bigotes vestido a la usanza

63
paulista. Esa misma noche abandoné el barco
en Recife donde permanecí tres meses oculto
hasta que mi papá me envió noticias de que el
tipo herido estaba vivo y que la policía no
había tomado conocimiento ni había divul-
gado públicamente el asunto.

"Hoja de la Mañana"

Comencé nuevamente a buscar trabajo


periodístico y lo encontré en la "Hoja de la
Mañana", un periódico-diario importante de
Recife. El problema era que yo no sabía re-
dactar como un verdadero redactor periodís-
tico, pero el secretario de redacción, con
quien me entrevisté, necesitaba con urgencia
de un joven periodista y me dijo:
—"No importa. Usted va a comenzar re-
dactando noticias cortitas para que así vaya
aprendiendo a desarrollar su propio estilo".
Empecé como reportero deportivo: escu-
chaba por radio las transmisiones de los par-
tidos del campeonato de fútbol a nivel na-
cional para averiguar quién había ganado los
partidos, marcado los goles y cuáles habían
sido las principales incidencias de los juegos
entre Flamengo, Fluminense, Sao Paulo,
Palmeiras, Corinthians, etc. Entonces, ya

64
conocidos los resultados, debía preparar breves
noticias: Sao Paulo 3-Corinthians 0, expul-
sados tales jugadores y algunas otras caracte-
rísticas del match. Si sabía la nómina de los
jugadores y del arbitro, mejor todavía. Esa era
mi función.
Para los juegos en Recife el mismo perió-
dico mandaba al estadio a un cronista espe-
cializado en deportes, quien, luego de asistir al
juego, debía redactar tres o cuatro carillas
sobre el mismo.
Bien. Un día estaba yo releyendo los pe-
riódicos de Río de Janeiro cuando me topo
con un reportaje espectacular: "Flamengo 2 y
Fluminense 1. Minuto a Minuto" era el título
y realmente leerlo fue como estar viendo una
película. ¡Si yo pude ver el juego minuto a
minuto en imágenes, como en la televisión!
"Puta la mierda, me digo yo, ¡esto es una
belleza! ¿Cómo es que este tipo hace esta
belleza que yo no sé hacer?" Y comencé a
reflexionar sobre el texto, dándome cuenta
que todos los términos empleados por el
cronista deportivo yo los conocía bien: co-
nocía todos los sustantivos, los adjetivos, los
verbos, los adverbios, todas las preposiciones
y las reglas de la sintaxis y la gramática, pero
de todos modos había algo que yo no cono-
cía. Meditando más profundamente descubrí

65
que este hombre usaba una gran variedad de
conjunciones. ¡En cuatro carillas conté 25
conjunciones! El secreto estaba en las con-
junciones.
Las preposiciones ligan unas palabras con
otras, en cambio las conjunciones ligan ora-
ciones completas y este hombre en tan sólo
cuatro carillas usaba nada menos que 25
conjunciones y en forma muy variada: "sin
embargo, entre tanto, hasta que, además que,
una vez más, mientras tanto..." Realmente era
una belleza, carajo, como las usaba, permi-
tiéndole hacer un verdadero arte de la re-
dacción de aquel juego: "Flamengo 2, Flu-
minense 1. Minuto a Minuto".

Manos a la obra

Decidí hacer un ejercicio esa misma noche:


relatar un juego abstracto, inexistente, em-
pleando esas mismas 25 conjunciones. Bla,
bla, bla, bla... hasta que logré terminarlo con
grandes dificultades. El resultado fue dema-
siado artificial; me faltaban fluidez y natura-
lidad. Resolvi hacer otro ejercicio, un repor-
taje de otro acontecimiento cualquiera, mas
siempre utilizando las 25 mismas conjun-
ciones. Esta vez el resultado fue algo mejor.

66
Al domingo siguiente decidí realizar un
reportaje escrito "minuto a minuto" del juego
entre Náutico y Santa Cruz a realizarse en
Recife, basándome exclusivamente en la
transmisión radiofónica del mismo. Lo hice
con gran precisión y se lo entregué al secre-
tario de noticias del periódico junto al resto
de mi trabajo, pero sin firmarlo. El hombre
leyó el reportaje que titulé "Náutico 3 - Santa
Cruz 0, minuto por minuto" y lo publicó
pensando que era del colega encargado de ir a
presenciar el juego al estadio.
Al día siguiente el colega encargado pre-
guntó extrañado:
—"Quién hizo este reportaje?".
—"Pero si usted lo hizo", le dice el secre-
tario de noticias.
—"Es que yo no lo hice", le contesta el
colega.
—"¿Quién lo hizo, entonces?".
- " Y o lo hice".
-"¿Usted hizo esto?".
- " S í , yo lo hice".
—"Puta carajo, dice, pero si esto es una
belleza. Usted es un gran reportero". Y me
pasó de inmediato al área de hoteles como
reportero periodístico.

67
Guerra de los reporteros

En esa época Recife era la ligazón entre


Europa y Río de Janeiro. Todos los aviones
bajaban allí y mucha gente importante debía
pernoctar en el único hotel de cinco estrellas
con que contaba la ciudad.
Me presenté a los colegas del área hoteles
de "El Diario de Pernambuco" y "El Jornal
de Comercio", los competidores de la "Hoja
de la Mañana", quienes me dijeron de inme-
diato:
—"¿Usted sabe cómo es la cosa en el sin-
dicato?"
"¿Qué sindicato?", le digo yo.
—"El sindicato nuestro. Aquí todos damos
siempre la misma noticia. Cuando usted con-
sigue alguna noticia la pasa a nosotros y
cuando nosotros tenemos algo se la pasamos a
usted, y así nadie sale perjudicado".
"Está bien un sindicato, pensé yo, pero esto
es una mafia... pero qué se le va a hacer, y me
afilié".
Al poco tiempo comprendí rápidamente
que los tipos esos eran unos vagos. Sólo bus-
caban aprovecharse de mí: yo era un joven
inexperto pero muy trabajador y excelente
indagador para encontrar noticias frescas, lo
que era muy cómodo para ellos. Hasta que un

68
día dije: ¡no más! y les pasé una sola noticia,
las restantes tres que tenía las publiqué yo. Al
día siguiente llegaron furiosos:
-"Mira, ahora sí te vamos a joder".
Y en realidad me jodieron. Como tenían
acceso al gerente y al recepcionista del hotel
me bloquearon toda la información. ¡Si ni
siquiera lograba conseguirme la nómina de los
pasajeros! ¡Qué hice yo entonces? Me fui a
buscar noticias en los restantes hoteles de
menor categoría. La guerra es la guerra, me
dije yo, y la guerra de los reporteros es una
guerra sucia, de tal forma que si en sus perió-
dicos salía una o dos noticias de hoteles que
yo no tenía, en el mío salían siete u ocho
noticias que ellos no tenían.
Bien. En una de estas ocasiones entré al
"Hotel Bellavista", de solamente cuatro es-
trellas, miré las fichas y descubrí que estaba
de pasajero un alcalde de una ciudad "ma-
ráñense". En realidad un simple alcalde no es
una personalidad importante en ninguna parte
del mundo, pero en este caso proviniendo del
Estado de Marañao podía serlo pues allí se
había levantado una huelga de obreros, es-
tudiantes y comerciantes en contra de una
elección estatal fraudulenta, que era el tema
candente de toda prensa brasileña. Lo contacté

69
al hombre y al momento de entrevistarlo
el tipo me mira y me dice:
—"Mira, yo no tengo muchas noticias
importantes que darte, pero esa señora —y me
señala una mujer de unos cuarenta años bien
parecida— sí que tiene noticias muy impor-
tantes".
Era doña Juana da Rocha Santos, más co-
nocida por doña Noca, alcaldesa y riquísima
latifundista con varias haciendas, una fábrica
de beneficio de algodón y un molino de arroz.
Una mujer muy liberal que había tomado una
posición a favor de los huelguistas de Marañao
y estaba allí en Recife en una delicada misión
por encargo de varias mujeres alcaldesas (un
verdadero imperio de alcaldías gobernadas por
mujeres). Venía nada menos que a comprar
armas para iniciar una revolución en sus mu-
nicipios.
Bien. Doña Noca confió en mí como pe-
riodista a condición de que yo abandonara mi
reportaje hasta que ya ella hubiese empezado
su revolución campesina, en el interior de
Marañao. Y así se hizo. Yo no noticié su
presencia en Recife y, además, le presté ayuda
en cuanto a las armas: no era misterio para
nadie que había lugares donde conseguirlas
abiertamente, y así fue como esta mujer

70
valerosa salió de Recife con un camión cargado
de pertrechos.
Veinte días más tarde ella se levanta con
300 hombres armados tomando por asalto
cuatro municipios en Marañao, y es ahí
cuando yo salgo con una serie de reportajes
espectaculares basados en datos que nadie
conocía. En realidad estos reportajes míos se
hicieron muy famosos, lo que llevó al perió-
dico a enviarme al frente de batalla, por así
decirlo, desde donde envié semanalmente re-
portajes especiales. Cuando regresé a Recife me
había convertido en un periodista famoso,
disputado incluso por los periódicos más
importantes de toda la región.
Esa fue mi consagración.
Pasé a trabajar para una cadena regional
nordestina y luego a la cadena más grande que
existía en Brasil, donde, junto a otros 16
colegas periodistas, fuimos injustamente des-
tituidos por haber firmado un documento
contra el dueño de esa red, que era un hombre
muy reaccionario.
Esa destitución me dio una gran indig-
nación y ya no quise ser más funcionario de
periódicos.

71
Cuenta propia

Con algunos ahorros me compré unos


muebles, un laboratorio fotográfico y unas
cámaras, renté una oficina, contraté algunos
muchachos y fundé la agencia de noticias
Edipress, con lo que comencé a ganar mucho
dinero.
Me dirigía a los periódicos que solicitaban
mis servicios y les planteaba mis propuestas.
¿Cuántos reportajes quieren ustedes? ¿Veinte
por mes? Está bien, firmaba contrato y me iba
a otros periódicos haciendo igual cosa. Co-
braba aparte por las repeticiones de reportajes
en diarios de otros Estados.
Tenía 25 años y me había convertido en un
periodista nacional de éxito.
De ahí pasé a la política como diputado
estatal de un partido de izquierda y mi vida se
hizo muy pública en Brasil: lucha política, cár-
cel y exilio en Chile luego del golpe militar de
1964, lo que me obligó a partir varias veces de
cero incursionando en otros trabajos, lo que
transformó totalmente mi existencia personal
y profesional.
Pero eso ya es enteramente otra historia.

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Mi metro cuadrado

Mis viejos ponían sinfonías y yo me bailaba


a Beethoven en la cuna cuando guagua,
¿cachai? Y no es que me hicieran mucha
fiesta tampoco. Te diría que eran más bien
hoscos, o sea, no era la típica familia chilena
llena de añuñúes. ¡No! Estos huevones eran
ariscos, ¿cachai? Sobre todo por el lado de mi
mamá. Mi papá no. El sí que me celebraba
todo, entonces en vez de comprarle regalos de
cumpleaños a mi viejo yo le organizaba un
show sumamente preparado de antemano, con
ensayos, micrófonos y todo lo demás, en que
yo era siempre la princesa que moría en
brazos del príncipe y era la directora, la es-
critora, la productora y la protagonista y
todos los papeles malos y chicos eran para los
demás y yo era todo lo bueno, ¿cachai? La

73
princesa preciosa, el hada maravillosa; jamás la
bruja perversa y fea. Siempre yo con el ves-
tido más lindo y el resto que se jodierá, pero
el show tenía que salir perfecto porque era
sagrado; un ritual de todos los años donde
venía toda la familia y siempre mostrábamos
números nuevos sumamente entretenidos y
chistes, muchos chistes. Todo tenía que ser
con mucho humor y de ahí mi mamá se dio
cuenta que yo tenía esta obsesión por el tea-
tro y me mandó a estudiar Enfermería en la
Universidad de Chile.
Conseguí meterme escondida a unos Ta-
lleres de Teatro de la Universidad Católica.
Fue increíble, ¿cachai? Me tocó de profesor a
uno de los huevones más volado, raro y má-
gico del teatro chileno. Tenía que tocarme
incuestionablemente a mí y fui feliz: él era
raro y yo era rara y él tenía, yo diría, una
especie de marcada atracción hacia mi per-
sona.
Con apenas diecisiete años yo era física-
mente un desastre. Un asco. O sea, era como
siempre me hubiera gustado seguir siendo:
zapatillas de gimnasia, jeans, chombas gran-
des, el pelo tapado, así con chapes, con
poncho, ¿cachai? Una güeá totalmente al
lote como para poder tirarme al suelo, ser

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totalmente práctica, absolutamente libre, sin
nada de imagen sexy. Completamente natural.
Un día llega al taller el director de uno de
los teatros más descueves de Santiago; andaba
buscando una actriz nueva y joven y el gallo
pasa justo por el lado mío y ni me vio,
¿cachai? Yo, embutida en el asiento con el
poncho hasta aquí, estilando, donde me había
pegado una mojada que llegué como diuca al
taller. Estaba lloviendo a cántaros; esas lluvias
típicas de Santiago con un frío de cagarse.
Entonces el gallo comienza a sacar gente a
improvisar y sacaba a todas las pinturitas del
taller y todo lo que hacían le parecía tan
gracioso. Les miraba el poto y se reía con
todo y yo era la única que iba quedando
cuando de repente el profesor le dice:
—"Oye, ¿por qué no sacas a improvisar a
esa niña?".
- " ¿ Q u é niña?".
No te digo que ni me había visto el hue-
vón.
—"Ah, ya claro, ¿te gustaría improvisar?"
—"Ya, ya claro, le dije yo" y salí a impro-
visar con un gallo revolado de Agronomía,
superbueno, con el que me avenía fantástico,
tenía un humor... y comenzamos a improvisar
y el director de ese teatro descueve, cagándose
de la risa, paraba las patas, se caía de la silla

75
de la risa. Estuvimos 45 minutos improvi-
sando, ¿cachai?
Al día siguiente me citó a dar una prueba
frente al elenco y ahí supe quién era la única
persona a quien yo no le iba a gustar: una
actriz, por supuesto.
¿Te ubicai esas miradas con una sonrisa
super helada?
Me eligieron y yo les dije que tenía que
pensarlo, para hacerme un poco la chora. Me
fui completamente histérica a Viña y me senté
frente al mar y estuve ahí tullida como tres
días enferma de los nervios sin poder creer lo
que me estaba pasando.
¡Qué capacidad de impresionarme tenía en
ese tiempo!
Para ser bien honesta, simplemente me arre-
baté con la idea; o sea, me morí. Hones-
tamente me aterré. En esa época yo creía en
los monstruos sagrados y yo, sin saber leer ni
escribir, en pelotas, iba a enfrentarme a seis
bestias del teatro chileno.
Vine a reaccionar, lo que se llama reac-
cionar, cuando se estrenó la obra. Empezaron
las funciones, comenzó a ir público y la gente
preguntaba quién era yo, ¿cachai?, porque lo
hacía el descueve, con un desparpajo increíble
y nadie me conocía.

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¿Surgir?

Meterme al teatro a los diecisiete años no


tuvo nada que ver con la palabra surgir.
Fue una excelente oportunidad para in-
dependizarme de mi familia. Tener un trabajo
y algo de plata para comprar mi propio metro
cuadrado de libertad. Ahora, si eso significa
surgir quiere decir que surgí de la noche a la
mañana. En el fondo yo estaba metida en un
forro: a punto de casarme como niñita de las
monjas plenamente enamorada de un ser
intrínsecamente formal, proveniente de una
familia intrínsecamente formal, motivada
exclusivamente por las apariencias y absolu-
tamente en conflicto con mi naturaleza liber-
tina.
El padre del novio, beato a cagarse; rígido,
patriarca, comerciante. La madre repleta de
plata; fijada, jodida, rechazante. Era gente que
se manejaba a otros niveles, qué sé yo, Miami,
Honolulu, Nassau, le Méditerranée, huevadas
por el estilo.
Afortunadamente los padres del joven tu-
vieron la excelente idea de mandarlo a Es-
tados Unidos para separarnos, dado que no-
sotros estábamos completamente trastorna-
dos, enceguecidos el uno con el otro; una cosa
completamente irracional, pasional, que no

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podíamos estar un segundo separados. Una
simbiosis enfermiza que de haberse consu-
mado en un matrimonio formal y prematuro
me habría conducido al desastre porque era
completamente contradictorio con mi verda-
dera naturaleza.
Cuando volvió de Estados Unidos, volvió en
otra y como yo estaba en otra también no nos
vimos nunca más; pero yo sufrí como
chancho porque lo amaba.

Mi papá es una persona muy especial

Hay cosas que me encantan de mi viejo,


con las que me identifico plenamente y que
no he podido encontrar en ningún hombre,
chileno, por lo menos.
Esa cosa medio nostálgica, medio melancó-
lica que él tiene, muy suya y muy privada. Un
recóndito lugar de sí mismo que no lo entrega
a nadie. Yo personalmente no se lo conozco,
pero observándolo se lo cacho y me encanta.
Tiene su mundo propio que le permite no
tener que depender de nadie.
Es vuelto a casar y su mujer lo adora; lo
mima y lo regalonea. La mujer ideal para él;
pero siempre hay algo, un poderoso deseo que
lo lleva a cerrar la puerta con llave y no

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permitirle la llegada a nadie. Ahora, si lo pillas
en un buen momento, es tira pa' arriba genial;
tiene sentido del humor, es un tipo sociable y
bien coherente. No está para nada perdido en
la vida. Pero mantiene a toda costa su metro
cuadrado y eso me encanta porque yo soy
igual: no puedo vivir sin mi metro cuadrado.

Bestia de teatro

Como actriz trabajo y me esfuerzo el doble


para sobrepasar el mito de que soy exclusi-
vamente un símbolo sexy. Te encasillan estos
güeones de la prensa y eso te provoca limi-
taciones y un montón de exigencias para
demostrarles que también eres una actriz de
verdad.
Aparte de eso me encanta subirme al esce-
nario ...m m m m m... lo paso fantástico. ¡Me
rajo igual por diez personas en la platea o por
cincuenta mil! Me mato igual porque lo paso
regio y no me aburro nunca. También se junta
la cuestión de la exhibición, ¿ah? La nece-
sidad de exhibirse que tiene el actor y que
mucha gente malinterpreta como mera va-
nidad o frivolidad, pero no piensa que es
mucho más que eso. También es entrega en el
sentido de sacrificio.

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Una persona que respeto mucho me dijo
que yo era autoerótica en el escenario. ¿Auto-
erótica? Que me erotizaba conmigo misma; o
sea, no necesitaba de mayores estímulos ex-
ternos y es la pura verdad. Cuando me subo al
escenario lo paso tan bien que incluso se me ol-
vida cómo lo estará pasando el público en la
platea.

Ojos del alma

Actuar en televisión es completamente di-


ferente al teatro. Rico también de repente,
pero es una cosa más íntima, más concen-
trada. Ahí el sentimiento, la emoción es más
depurada. Si levanto la vista, la cámara me
toma el movimiento del ojo y ese gesto mí-
nimo de los párpados puede decirlo todo. Los
ojos son la expresividad del alma en el cine y
la televisión y a eso tan depurado, tan íntimo
quisiera llegar yo como actriz de televisión.
¡Pero el teatro es otra cosa!
En el teatro el sentimiento se desborda y
¡fa! fluye en forma fantástica. El sentimiento
está dentro tuyo, en el meollo mismo de tu
organismo y lo sacas para afuera. Lo refuerzas
con la expresión corporal, con tus brazos, con
las piernas, con la voz. Tú eres la dueña del

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sentimiento y además te adueñas del espacio.
Por eso me encuentro a mis anchas en el
teatro. El director me puede marcar hasta ahí
y yo puedo llegar emocional y expresivamente
hasta por allá, ¿cachai? Me siento libre y
absolutamente propietaria de mi metro cua-
drado y del universo del personaje. Puedo
meterme en la piel de otro que no es la mía
para escudriñarlo en lo más profundo, ¿te
fijai? Vivenciarlo, sentirlo, hacerlo mío, como
hacerle el amor, ¿cachai?

Sangre, sudor y lágrimas

Mi padre me critica que desaprovecho las


oportunidades; que no soy escaladora. En rea-
lidad pude meterme mucho más en la tele-
visión; ¡pero no! Preferí formar mi propia
compañía de teatro, que me ha costado
sangre, sudor y lágrimas sacarla adelante para
montar una obra de teatro que simplemente
me enloqueció.
Cuando la leí por primera vez yo dije: esta
obra yo la hago de todas maneras, sea como
sea yo la hago. ¡Si soy capaz de hacer este
personaje soy capaz de hacerlo todo!
Una obra norteamericana escrita por una
mujer. Terriblemente fuerte, densa, intensa,

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elitista, dificilísima de actuar, pero que me
daba la oportunidad de desarrollarme y de-
mostrarles a todos los güevones que también
tengo mi corazoncito y soy una tremenda
actriz.
Medio mundo me dijo que cómo se me
ocurría hacerla, que no iba a ir nadie, que
pusiera una comedia comercial aprovechando
mi imagen de la televisión. ¡Qué lata! ¿Qué
me importa a mí esa cagada de la televisión?
¡Vayanse a la cresta! ¡Si lo que yo necesito es
una purificación! Para mí hacer la obra signi-
ficaba un proceso de purificación indispen-
sable para recuperar mi carrera como actriz de
teatro.

Temblor de las manos

Nos fuimos al siquiátrico en Avenida la Paz


y hablamos con médicos y con alcohólicos
rehabilitados en los cuales me basé para dar el
temblor de las manos; captar los detalles de
las actitudes físicas y sicológicas de los reha-
bilitados alcohólicos. Lo que interesaba para
la obra y el personaje era ver cómo quedan y
preguntarles qué les pasa en el proceso mismo
de rehabilitamiento.

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Hablamos con alcohólicos de diferentes
clases sociales, de diferentes oficios, diferentes
tipos de rehabilitación y comencé a darme
cuenta que son tremendamente distintos.
Después me dediqué a observar mujeres y
hombres ebrios; también de diferentes clases
sociales, para tener un material completo de
trabajo, una observación para trabajarla con el
personaje arriba del escenario.
La gente salía despavorida después de ver la
obra. El chileno está aterrado y lo único que
quiere es evadirse. Evadir, evadir, evadir con la
televisión; entonces vengo yo y hago una obra
todo lo contrario. Todo lo contrario de lo que
hago comúnmente en la televisión. Nada de
evadir, evadir, evadir. La obra era como
agarrar un balde de mierda y tirárselo a los
güeones...

Nacer de nuevo

Venía manejando, rajada, de noche, cuando


una camioneta se pasó con luz roja y me tiró
cagando por allá lejos, además que me arrastró
como diez metros. Llegué a la clínica agónica.
Hubo un momento —me acuerdo perfec-
tamente bien porque siempre estuve cons-
ciente— en que sentí que esa fuerza, esa

83
energía que me surge del meollo mismo de mi
ser y que me da fuerzas para actuar; esa alma
rebelde, peleadora, agresiva, guerrera que es
mi alma, se me iba. Se me iba y yo no la
podía retener. Como una aspiradora ¡fa!
succionándomela, arrastrándomela, quitán-
domela; entonces, de repente, ¡fum! como
que volví,, ¿cachai? Volví, o sea, yo me re-
cuerdo que hasta hice un gesto así: tiré las
manos y como que me agarré de la vida de
nuevo, ¡fummm! para adelante y tiré pa' arri-
ba.
Respiré, claro, porque me estaba asfi-
xiando.
Llegué a la clínica con un edema pulmonar.
Las costillas se me metieron para adentro con
el choque. Tenía bloqueados los pulmones y
la tráquea repleta de coágulos de sangre. Me
hicieron vomitar, vomitar y vomitar hasta que
pude respirar de nuevo. Estaba bloqueada,
¿cachai? Una güeá tan clara como ésa y si no
me morí no fue por cueva, simplemente no es-
taba predestinada a morirme. ¡Tengo que
estar más tiempo en lo terrenal y en lo ma-
terial! Tengo muchos karmas y un carácter de
mierda. Tengo que seguir aprendiendo; no
puedo simplemente irme a la gracia, a lo
fantástico todavía. Pero encontré último que
me tocaran tan a fondo mi metro cuadrado.

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Soy tan aprensiva, violenta y vulnerable cuando
me tocan mi persona y eso quedó en evidencia
al borde de la muerte. Gritaba y me asustaba
por cualquier cosa.
Necesitaba salir del shock corno fuera. O
sea, mañana ya no tengo shock, doctor, ¿ya?
Finalmente, convencí al médico que me hi-
ciera un tratamiento fortísimo con alucinó-
genos para sacarme del hoyo, para sacarme de
esa huevada espantosa, ¿ya?
Salí del hoyo, pero ...shhhhhhh... no rete-
nía nada. Un gravísimo caso de pérdida de
memoria, dijo el neurólogo. Perdí la retención
absolutamente. No retenía ni siquiera una
frase. La decía y después no la recordaba,
¡Imagínate lo que eso significa para una ac-
triz!
Pero, en los momentos de mayor debilidad,
¿quién aparece como en las películas? ¿Quién
me quiere, quién me ama, quién quiere rela-
cionarse conmigo, quién me busca y con
quién me voy supervolada? ¿Con quién me
acuesto y con quién me duermo?
Estaba convaleciente cuando llegó miste-
riosamente el Teatro de la Universidad Cató-
lica a buscarme para que actuara en una obra.
Yo les dije: - ¡sí, sí, sí puedo trabajar"!
El neurólogo me había dicho: - " S i usted
se siente con ganas, con ánimo y fuerzas para

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trabajar, hágalo". ¡Claro! Yo ánimo, ganas y
fuerzas sentía pero no tenía memoria.
Me integré a los ensayos ocultando el
problema y con la íntima decisión de supe-
rarlo. No sabía cómo, pero empecé a ensayar
sin mayores problemas con el texto en la
mano. Volvía a mi casa y trataba de memo-
rizar: ¡imposible! No era capaz de retener ni
medio parlamento. Leía, releía y volvía a re-
leer antes de quedarme dormida en la noche.
Me despertaba a las tres, cuatro de la mañana
repitiendo parlamentos. Repetía en todas
partes. Repetía, repetía y repetía.
Estaba clarísimo para mí que si no podía
actuar de nuevo me iba definitivamente a la
cresta. Quedaba invalidada; inútil para siempre.
Tal vez sea una raya obsesiva y descompen-
sada pensar que uno valga exclusivamente
por su trabajo, pero en mí es como una fuerte
necesidad de ser utilizable en el buen sentido
de la palabra.

Música del cuerpo

Recuperé la memoria justo una semana


antes del estreno.
Cada día estoy más convencida que el tea-
tro es música para mí. Cuando dialogo en el

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escenario es música lo que siento..., los oídos
superalertas para dar con el tono preciso de la
réplica. Musica del cuerpo y del sentimiento,
como cuando me bailaba a Beethoven en la
cuna de chica.

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Vocación

En el colegio yo fui siempre muy activo en


los movimientos sociales de la acción católica
y dentro de ese desarrollo espiritual comencé
a sentir un potente llamado muy inspirado
que se me convirtió en una fuerte vocación
religiosa corroborada por mi asesor espiritual.
—"Efectivamente, me dijo, tú eres un ele-
gido de Dios".
Frente a esa afirmación, ¿qué podía hacer
yo?
Era lo óptimo que podía pasarme. Todo lo
demás carecía absolutamente de sentido
frente al increíble llamado de entregarme por
entero al servicio de Dios.
Con esa convicción abandoné mis intereses
mundanos —pensaba estudiar ingeniería—, y
partí al noviciado de la congregación de Santa

89
Cruz, en Estados Unidos, donde viví una vida
absolutamente entregada a la oración y al
trabajo físico. ¡Maravilloso! Una vida de un
solo tinte, porque ahí no se daban las me-
dias aguas: nada más que rezar y traba-
jar. Tanto es así que cuando terminé el
noviciado, realmente lloré. No quería irme
por ningún motivo. No quería separarme de
ese gran encuentro conmigo mismo y con una
vida espiritual muy intensa, especialmente
considerando mis 18 años de edad.
Me acuerdo muy patente que durante el
deshielo de invierno apareció y se instaló un
petirrojo en un arbolito frente a la capilla. Yo
lo miraba y escuchaba cantar todos los días.
Para mí era el signo inequívoco del despertar
de la primavera —una real explosión de flores
y plantas— que en el hemisferio norte coin-
cide con la liturgia de la preparación de la
resurrección de Jesucristo. Esta coincidencia
natural insospechada provocó un tremendo
impacto en mi sensibilidad espiritual.

Silencio

El noviciado era extremadamente riguroso.


Nos levantábamos a las cinco de la mañana,
teníamos dos horas de meditación en la capilla,

90
la misa era en latín, obviamente, y todo,
todo, se hacía en completo silencio.
Acostumbrarse al silencio cuesta al prin-
cipio, pero después que lo descubres es algo
muy rico. Como que entras en una vida in-
terna muy propia, de relación contigo mismo
y con Dios. El ruido de las conversaciones
humanas te interrumpe ese diálogo, claro que
también se van acumulando tensiones, sobre
todo cuando eres joven. Para liberarlas tenía-
mos tres horas de deportes, la tarde de los
jueves, en que todos nos matábamos co-
rriendo, saltando y gritando para luego volver
al silencio.

Siembra de papas

De repente el hermano encargado de la


administración del fundo, a cuyas órdenes
trabajábamos un grupo de novicios, desapa-
reció del noviciado. Cuando alguien partía
había estricta prohibición de comentarlo. Las
personas simplemente desaparecían en la
niebla quedando literalmente un hueco detrás
suyo: su espacio en la capilla y el comedor,
que no se llenaba con otra persona.
Días después el superior me llamó para
indicarme que yo me haría cargo de los trabajos

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del fundo. De acuerdo al régimen de obedien-
cia se trataba ni más ni menos que de un man-
dato divino frente al cual sólo cabía obedecer,
acatando la voluntad del Señor.
¡Fantástico!, pensé. Ahora voy a tener la
oportunidad de introducirle eficiencia al ma-
nejo del fundo y cosechar grandes cantidades
de productos, porque en realidad el manejo
anterior siempre me pareció extraordina-
riamente ineficiente: sembraban papas en el
mismo potrero que se inundaba todos los años
perdiéndose toda la cosecha.
Cuando el superior me llamó un día para
indicarme que era tiempo de iniciar la siembra
de papas, yo le pedí permiso para hablar y le
dije:
—"Padre, yo tengo entendido que ese po-
trero se inunda y se pierden todas las papas.
¿Por qué no sembramos en otra parte me-
jor?".
Sin inmutarse me contestó:
—"Vaya y siembre las papas en ese potre-
ro".
Fuimos y trabajamos, plantita por plantita,
desmalezándolas, cuidándolas con todo es-
mero hasta que el papal estuvo más o menos
crecido; entonces vino la crecida del río
inundando el potrero y se pudrió todo.
¡Cosas de locos!, pensé yo.

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Pero es que en el noviciado el sentido del
trabajo no tenía nada que ver con la produc-
tividad ni la eficiencia. Servía para mantener
ocupada a la gente y tener ocupados a 90
jóvenes no era nada de fácil. De hecho, había
otros trabajos mucho más inútiles que plantar
papas, como el de los que se dedicaban al aseo
de la casa. Los pobres tenían que encerar y
luego sacar la cera para ponerle otra capa de
cera y volver a sacársela porque nunca alcanza-
ba a ensuciarse completamente el piso.
Además el trabajo era formativo. Era parte
de la oración, del contacto con Dios. Pedagó-
gico, desde el punto de vista de la formación
espiritual para llegar a una vida contemplativa,
lo que concuerda mucho con la vida monar-
cal, la que incluye, por supuesto, el autoa-
bastecimiento. El problema es que nuestro
autoabastecimiento no estaba presente por
ninguna parte. Entonces yo me sentía un
poco estafado viniendo de un país pobre al
ver que toda esa plantación de papas se perdía
no más, sin remedio.
Faltó darle más dignidad al trabajo, creo
yo. Después de todo plantar y cuidar papas no
es lo mismo que matar el tiempo jugando al
yoyó. Era trabajo. Un trabajo que, a mi en-
tender, debía terminarse con la cosecha para
alcanzar plenamente un sentido bíblico.

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Dudas

Las dudas comenzaron cuando entré al


seminario y comencé a estudiar en la univer-
sidad. ¿íbamos a ser hombres de Dios?
¿Hombres de la tierra? ¿íbamos a ser profe-
sores? ¿íbamos a ser misioneros? Nadie
respondía. Se perdió en el seminario esa cla-
ridad de un solo tinte que tenía el noviciado y
que a mí me había fascinado tanto.
Interrumpí mis estudios de teología y fi-
losofía cuando me mandaron de vuelta a Chile
a trabajar en la Cruzada del Rosario del Padre
Peyton. Me puso a cargo de la cuestión logís-
tica para exhibir las películas del Rosario:
había que llegar a 250.000 personas en 15
días y yo me metí de cabeza para lograrlo.
Cuando me encomiendan algo yo llego y lo
hago sin vacilaciones, y en este caso había que
trabajar como loco para cumplir las metas
propuestas que eran muy ambiciosas. Me
saqué la mugre trabajando y descuidé com-
pletamente mis deberes religiosos y espiri-
tuales como seminarista. Mis superiores se
asustaron y decidieron mandarme de vuelta a
Estados Unidos para que continuara mis es-
tudios de teología.
Ahí fue cuando ya se me desencadenó la

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crisis y comencé a darle rienda suelta a mi
fantasía.
Me conseguí grandes cantidades de equipos
de transmisión de radio regalados para las
misiones y comencé a construir una antena
gigantesca de onda completa en la banda 20
metros. La instalé en la buhardilla de un edi-
ficio de cuatro pisos y una noche que hubo un
temporal tremendo se me partió la antena por
la mitad y se me cayó encima del edificio atra-
vesando el techo.
Entremedio inventé una maquinita increí-
ble para regular la temperatura de mi pieza
que se helaba y calentaba muy rápido, y un
montón de otras tonteras más. En realidad,
tenía a los curas locos con mis inventos. Es
que cuando te pones a inventar, los inventos
como que te comen y ya no puedes dejar de
imaginarte cosas hasta que comienzas a
transformarte en especialista, y, bueno, como
yo debía estar estudiando para especialista en
teología, la disociación era terrible.
Llegó el momento en que dije ¡basta! y
decidí volverme a Chile.

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Sobrevivencia

El golpe con la realidad después de seis


años de seminarista fue tremendo. Entrar al
mundo, donde en realidad nunca había estado,
fue salvaje y sin plata más encima, porque mi
familia era bastante pobre y extensa. Mis
compañeros de colegio ya estaban fuera de la
universidad trabajando y yo recién empe-
zando y sin profesión más encima.
Las amistades de mi familia comenzaron a
preocuparse y trataron de meterme a un
banco sin resultado positivo alguno, debido a
que yo estaba completamente trastornado con
la idea de hacer un letrero luminoso gigan-
tesco que había visto en Nueva York y que
me había deslumhrado.
Me conseguí con un amigo que vendiera su
moto y me pusiera la plata. Diseñarlo no era
problema: obviamente tenía que ser una
estructura con una pantalla y miles de am-
polletas con unas claves que llegaban a un
centro operativo.
Construí un prototipo chiquito con puras
ampolletas de linterna que formaban distintas
figuras, más que nada movimientos de letras.
La mayor gracia consistió en haber ideado un
centro operativo capaz de diseñar diferentes

96
programas de lecturas sin la ayuda de un
computador.
Yo pretendía vendérselo a Falabella y es-
tuve a punto de lograrlo, pero fracasé más que
nada por problemas técnicos, debido a la falta
de plata para incorporar algunos elementos
importados.
Puse un aviso en el diario para ver qué
pasaba y un día llegó un señor muy intere-
sado, miró el prototipo y lo encontró fantás-
tico:
—"Fíjese lo que me pasó el año 1946", me
dijo. "Llega un señor a mi casa a ofrecerme un
lápiz que en vez de mina o pluma tenía una boli-
ta en la punta. Ese señor era el famoso argen-
tino-húngaro que inventó el bolígrafo y yo no
le hice ningún caso. Desde entonces he estado
toda la vida pendiente del próximo invento
para que no se me vaya a pasar".
Fantástico, pensé yo, pero "encontró de-
masiado complicado y caro desarrollar mi
prototipo y hasta ahí no más llegó la historia
de letrero gigante, que fue una gran locura y
equivocación mía. Me gasté un año entero de
mi vida sin producir un solo centavo, que-
dando, ademas, medio traumado por el fra-
caso.

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Profesor

Decidí revalidar mi título de profesor de


filosofía y me dediqué a hacer clases de filo-
sofía y de inglés en el seminario pontificio
donde entré por intermedio de mi antiguo
asesor espiritual.
Encontré atroz darme cuenta que iba a ser
un mal profesor y pobre como rata más en-
cima; porque si hubiera pintado para bueno
no importaba nada ser pobre. Felizmente me
echaron por malo. El superior del seminario
me dijo que buscara otra cosa en el campo de
la técnica y trataron de meterme a trabajar en
una empresa. Les dije que no, muchas gracias.
A esas alturas mi decisión era irrevocable:
simplemente no iba a ser empleado. Iba a ser
inventor independiente, costara lo que cos-
tara.

Signo de agua

Se me presentó una veta cuando una her-


mana mía me preguntó si conocía alguien que
le hiciera un riego automático en su jardín.
—"Mira, no sé, le dije, pero es cuestión de
ver en la guía de teléfonos".

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Miré y resultó que no había nadie metido
en esto.
—"¿Riego automático, riego automático,
pensé. Es interesantísima esta cuestión".
Comencé a investigar, visitando ferreterías
pero casi no había elementos. Igual le hice
un riego automático, claro que tenía el puro
nombre de automático porque había que
andar abriendo las llaves de paso a mano para
los distintos sectores del jardín. Lo hice de
nuevo y logré mejorarlo increíblemente, pero
seguía siendo absurdo para mí estar abriendo
las llaves a mano. ¿Por qué no inventar un
sistema para que las llaves se abrieran solas?
Ahí estaba la necesidad y yo tenía la solu-
ción: diseñé unas válvulas eléctricas solenoide
con un sistema de control por reloj, todo
eléctrico y absolutamente hecho por mi desde
cero.
Ese fue mi punto de partida, cuando des-
cubrí que el "agua" sería el tema central de
mi vida.
Le vendí la idea en verde a un empresario
que necesitaba regar un inmenso jardín de su
fábrica... (Entre paréntesis yo soy un muy buen
vendedor de mis ideas. Famosamente bueno,
se podría decir, en esto de lograr convencer a
las personas.)

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-"¿Cuánto vale y cuándo me la entrega?",
me dijo el señor.
—"Bueno, están por llegarme, le dije", y con
la plata que me adelantó diseñé el prototipo
con tan mala suerte que cuando lo fui a
probar explotó el asbesto por la presión del
agua. Afortunadamente el cliente me esperó y
le cumplí luego que perfeccioné el sistema.
Del riego automático y por aspersión me
pasé al campo de las motobombas, ensayando
y equivocándome como loco hasta que llegó
un momento en que dominaba tanto, tanto, el
tema, que un famoso fabricante de moto-
bombas me llamó y me dijo :
—"Usted sabe demasiado así es que yo
quiero asociarme con usted. ¿Qué se le ocurre
que podríamos hacer?"

De cabro chico yo desarmaba todo

No, no, si no estudié ingeniería La verdad


es que las cosas siempre me han salido en
forma natural desde que era cabro chico,
porque yo era del tipo que desarmaba todo lo
que llegaba a mis manos, entonces mi dormi-
torio en la casa era una cosa gigantesca repleta
de todo tipo de cachureos: radios, tocadiscos,
secadores de pelo, batidoras, chanchos

100
eléctricos. Todo el mundo sufría conmigo; sim-
plemente no podía resistirme a desarmar lo
que cayera en mis manos: cosas de los amigos,
las hermanas, los tíos y las empleadas.
Es bien complicado explicarte cuál es mi
mecanismo inventivo porque no es un proceso
racional en primera instancia. El hidropac, por
ejemplo, que es un equipo de compresión de
agua famosísimo, invento mío, tan famoso
que a todo sistema de presión de agua le dicen
"hidropac", igual como a las hojas de afeitar
les dicen Gillette, surgió así no más, natu-
ralmente.
Resulta que el agua no es compresible,
entonces tradicionalmente se comprimía con
aire, pero para que el aire no se mezcle con el
agua tiene que estar separado, metido en una
especie de vejiga de goma que se infla con aire
comprimido, ejerciéndole así una presión
al agua para lograr desplazarla. Imagí-
nate no más la inmensa presión que ne-
cesitas ejercer para evacuar los desechos de
los edificios de departamentos con dos o tres
subterráneos en ciudades donde hay miles de
edificios, entonces a mí se me ocurrió una
tremenda innovación. Inflar la vejiga con agua
limpia metida a presión en vez de aire compri-
mido, como se hacía tradicionalmente, gene-
rando así la compresión necesaria para

101
desplazar los desechos. Fue innovación
mayúscula que desplazó las evacuadoras con
aire comprimido tradicionales, que son carísi-
mas; resulta sumamente complicado comprimir
aire y además que lo pierdes completamente
después de cada evacuación, en cambio, con el
sistema mío tú recuperas el agua, volviendo a
usarla. Simplemente estrujas la vejiga con una
bomba dejando espacio nuevamente para los
desechos en el depósito.
Este invento es del año 69-70 y estábamos
en pleno proceso de perfeccionamiento
cuando salió Allende y la sociedad que tenía-
mos con el fabricante de motobombas se
deshizo porque a mi socio le dio miedo la
Unidad Popular.
Me quedé solo con todas mis ideas en bar-
becho, pero se me ocurrió una idea bastante
genial. Me di cuenta que la Corporación de la
Vivienda de aquella época iba a crecer porque
el gobierno iba a tener que incrementar las
soluciones habitacionales a los sectores popu-
lares, entonces fui bastante clarividente al
crear una serie de equipos hidropac prear-
mados y ponerlos a disposición de la Corpo-
ración de la Vivienda.
Le achunté medio a medio.

102
Patentes

La patente de un invento es un diploma, un


documento por medio del cual se establece
que existe una memoria completa de cálculo
del invento: todos los dibujos pertinentes
y un relato donde se presentan los inventos
similares.
Después de un proceso bien meticuloso te
conceden la propiedad de tus ideas, siempre
que sean verdaderamente originales: una no-
verdad absoluta a nivel mundial. Otros requi-
sitos son que debe ser útil y no puede ser
evidente. ¡O sea la Marilyn Monroe no pudo
patentar su modo de caminar!
Yo he trabajado siempre con una firma
norteamericana de abogados especializada en
esto y tengo cuatro inventos patentados en
Estados Unidos: el sistema autovolcante, el
equipo hidropac, un sistema de conexiones
para agua fría y caliente y un sistema de
tubería de gasfitería autorroscante. En Chile
tengo un montón de otras patentes más...
Para vender tienes que vender con la pa-
tente en la mano; la gente no te compra ideas.
Compra realizaciones. En 1982 participé en
tres ferias en Estados Unidos: Atlanta, Chicago
y Dallas y contacté a la Danco Company que
se interesó en mis prototipos. Actualmente

103
se está vendiendo muy bien el sistema
de conexiones para agua fría y caliente y la
tubería autorroscante para gasfitería. La
gracia es que la cañería tú simplemente la
cortas con una sierra y la atornillas al fitting,
que, por ser más duro, hace la vez de rosca. El
sistema es excelente, pero como hay que ator-
nillarlo en vez de embutirlo, los construc-
tores lo encontraban lento. Para mejorarlo le
inventé un cuadrado en el codo a todas las
conexiones para que un destornillador múl-
tiple, puesto en un taladro, se pueda rotar la
conexión y meter fácilmente, igual que los
pernos de las ruedas de automóviles.

¿Por qué no soy millonario?

Es una buena pregunta que me hace mucha


gente.
En "Hidrocomponentes", que era mi em-
presa, llegamos a tener 130 personas traba-
jando, con negocios en varios países latinoa-
mericanos, debido a que el "Hidropac" fue
una sensación que traspasó las fronteras.
Nos caíamos con la recesión del 75-76, pe-
ro logramos repuntar el 78, para entrar nueva-
mente en crisis el 82 y sobrevivir a duras

104
penas hasta 1986, cuando quebramos y quedé
prácticamente en la calle.
Incluso, como familia, hipotecamos la casa
para salvar "Hidrocomponentes", pero el
esfuerzo fue inútil. Lo perdí todo. Tenía una
deuda de tres millones de dólares, que no era
mucho con el dólar a 39, pero después,
cuando se disparó, era una brutalidad de
plata.
Sufrí mucho, demasiado tal vez, al ver
desmoronarse una empresa que fue líder no
sólo en Chile, sino que en Latinoamérica. Muy
doloroso, muy doloroso.
Hoy día el millón y tanto de pesos men-
suales que recibo por los royalties de mis
patentes no son realmente un paliativo, con-
siderado que las ventas de "Hidrocomponen-
tes", antes de la quiebra, eran de 25 a 30 mi-
llones de pesos mensuales.
¿Consecuencias? He tenido que reubicarme
a otro nivel, constatando dolorosamente que
otras personas han logrado mantener empresas
muy eficientemente mientras que yo, siendo
un gran innovador, estoy en la época precon-
ciliar como empresario. Eso me deprime. Me
deprime terriblemente verme haciendo algo de
poca monta cuando debiera estar a otro nivel
de funcionamiento.

105
No puedo quedarme tranquilo

Siempre estoy pensando en cosas nuevas;


no puedo quedarme tranquilo. Hace poco
tuve un nuevo socio que prometió mantenerme
un laboratorio exclusivo para mí, hasta que un
día llegó desesperado:
-"Sabes, me dijo, tú eres muy genial pero
no puedo seguir trabajando contigo. Por favor
no sigas inventando porque simplemente no
puedo producir todo lo que tú inventas. Ne-
cesito tranquilidad".
Es que yo estoy acostumbrado a ese tranco.
No puedo llegar y dejar de inventar por ca-
pricho. El día que lo deje simplemente me
voy a morir. Inventar cosas es lo mismo que
pintar, para mí. Es la creación de mecanismos
bellos que tienen una función práctica. La
belleza está en la simetría y en la simplicidad:
nada sobra y todo calza perfecto.
Es un impulso que me sale muy de adentro,
produciéndome un gozo intenso; incluso en la
noche, cuando me desvelo buscando cómo
resolver la dificultad de una conexión, me lo
gozo intensamente.
Jamás sufro cuando estoy trabajando. Sufro
cuando se me está acabando el trabajo pensan-
do ¿qué voy a hacer después? He gozado

106
tanto con esa realización que finalizarla
siempre me significa una pérdida.
Toda esta obsesión por innovar, esta locura
por encontrar una cierta simetría en los me-
canismos y una armonía en las conexiones no
tiene nada que ver con mis creencias religio-
sas. No es una búsqueda simbólica de per-
fección aquí en la tierra. Es simplemente un
impulso de mi personalidad, porque, de
hecho, toda mi religiosidad yo la vuelco hacia
la parte justicia social en esta tierra.

107
Sólo el amor es fecundo

Porque lo digo sinceramente que de todos


los hermanos fui el de menor educación por el
hecho de haberme quedado cuidando a mis
mayores.
Nosotros teníamos algo de propiedad,
poquito más de una hectárea sería, y un pe-
dacito de cerro para los animalitos pero no
alcanzaba como para cultivar; entonces obli-
gado a trabajar de mediero mi papá con su
yuntita de bueyes. Ya finao mi padre
(Q.E.P.D.) principié a correr como dueño de
casa siendo el menor de siete hermanos,
cuatro mujeres y tres hombres, todos nacidos
y criados en el campo.
Al Lucho, el segundo de los hombres, se lo
trajo mi hermana mayor a estudiar a Santiago,
hizo el servicio militar en San Bernardo y

109
después entró a trabajar a Sumar 1 . El otro, el
mayor, salió a trabajar fuera, por esos lados de
Curicó, y ahí me quedé yo, el único hombre,
en la casa porque las hermanas también sa-
lieron todas.
No salí na' a trabajar fuera yo, por ser el
más regalón de mi madre, y otra cosa que yo
estaba demasiado encariñado con la familia de
los señores Urrutia, los dueños de ahí, que con
ellos se podría decir que me crié desde chico,
porque nosotros seríamos pobres pero nos
andaban trayendo limpiecitos; entonces los
ricos me llevaban a jugar con el nieto menor
de ellos, que teníamos la misma edad más o
menos los dos.
Se llamaba Francisco el niño y ahora creo
que es profesor de piano en Estados Unidos.
La señora Orfelia tenía pulpería en el
fundo y siempre andaba dejando melgado por
ahí su bolsito donde manejaba la plata y yo
pensaba de chico: ¿por qué sería que a doña
Orfelia se le olvidara tanto el bolsito deján-
dolo por aquí y por allá? Entonces iba yo y se
lo entregaba en sus propias manos, sin nunca
sacarle una chaucha siquiera.
Después me confesó ella que lo hacía al
propio para probarme y me dijo que la hon-
radez mía siempre sería premiada con con-
fianza y buena voluntad.

110
Pololeando a escondidas

Me hacían gancho con una chiquilla bien


bonita, hija de la cocinera de las casas, pero a
mí no me gustaba. Yo estaba bien encariñado
con la Chela, pero a ella no la querían en mi
familia. Mi mamá, sobre todo, le tenía bien
mala voluntad: decía que a la Chela le gus-
taban la fiestas. Claro que era buenaza para
cantar y bailar igual que su mamá de ella
(Q.E.P.D.) pero no era mala la Chela. No era
na' remoledora como decía la gente. Usted
sabe cómo es de copuchenta la gente en el
campo.
Mi mamá (Q.E.P.D) la encontraba poco
para mí. Nosotros seríamos pobres pero de
mayor capacidad, ¿me comprende?; más
pudientes que la familia de la Chela, que eran
inquilinos no más, pero igual yo me sentía
enamorado de ella. En veces como que tiraba
a olvidarla por este problema con mi mamá y
también me enojaba cuando andaba por esas
fiestas, por esas partes donde bailaban y can-
taban, pero bastaba con que me mandara a
llamar y yo partía detrás de ella como fuera.
"Aunque hagai lo que hagai, nunca te vai a
salir de ella porque te tiene el huevo ali-
ñao...", me decían mis amigos en el campo.

111
Por respeto a mi mamá pololeábamos a
escondidas y como la Chela se fue a trabajar a
Talca casi todo era por carta no más. Hasta
que por ahí ya saqué los certificados para
casarnos el día de las Cármenes; el 16 de julio,
que es muy celebrado en el campo, y está-
bamos con la Chela en una quinta de recreo
cuando no llega mi mamá a buscarme y en vez
de salir a recibirla fui y me escondí y salió la
Chela a recibirla y mi mamá no comienza a
insultarla y la Chela no le contesta.
Cuando llegué a la casa la encontré llo-
rando.
"Que esa mujer me ha insultado, que a mí
no me gusta esa clase de gente". No pegó los
ojos en toda la noche y de alba partió a
conversar con los señores Urrutia. Me man-
daron a buscar con el capataz del fundo, a la
hora de doce sería. Fui yo a las casas y el
señor Urrutia me dice:
—"Su mamá anduvo acá y nadie nos ha
dicho nada pero nosotros sabemos todo: que
usted se va a casar".
- " S í , señor", le dije yo.
—"Pero usted no se va a casar porque no-
sotros no queremos y su mamá tampoco; así
es que yo me lo llevo para Santiago conmigo.
Allá le tengo trabajo y va a vivir en mi casa y
no va a gastar nada, pero aquí no se va a

112
quedar y si insiste hablo con el juez civil, me
dijo, pero usted no se va a casar con esa
mujer".
Esto se me pone negro, me dije yo, porque
este señor Urrutia (Q.E.D.P.) era como Dios
allá; era dueño y señor de todo ese sector y
además era Juez Letrado del Crimen y todo el
mundo lo conocía.
A las seis de la mañana pasaron a buscarme
en camioneta y la Chela se tuvo que quedar
no más embarazada de tres meses esperando a
mi hija mayor, la Erika, que es una pintura de
su madre: idéntica en el cuerpo, en el modo,
si hasta tiene la misma cicatriz que tenía la
mamá, fíjese.

En Santiago

Estuve su buen tiempo en la casa de los


ricos, sin noticia ninguna de la Chela, y de ahí
me fui donde mi otra hermana que vivía para
el lado de Renca con su marido. Reciencito
les habían entregado casa en la Población
E.T.C del Estado, y:
-"Pucha, cuñado, me dice el marido de mi
hermana, tengo que pintar la casa y, ¿cómo es
para la pintura usted?

113
—"En realidad tengo harto poco cono-
cimiento de pintura, oiga", le dije. Pero entre
los dos le hicimos empeño y la pintamos por
fuera y por dentro. Quedó bien monona la
casita.
Por ahí ya llegó mi hermano Lucho a verme
y me dijo:
-"Querís trabajar?"
- " S í , le dije yo".
—"Ya pus, yo te inscribo en Sumar en-
tonces". Y le habló a un señor gerente, que
eran íntimos amigos con este caballero, donde
jugaban juntos a la pelota. Si el Lucho fue
muy conocido en Sumar por lo bueno para la
pelota.
Me presenté un lunes y habrían unas cua-
trocientas personas delante de una reja y el
caballero éste sale con mi hermano de la ofi-
cina y se me acercan.
—"Va a entrar toda esta gente para este
lado cuando se abra la puerta, pero usted se
queda ahí no más; no se mueva", me dijo.
Pasaron los cuatrocientos gallos y yo me
quedé solo a este otro lado esperando sus
buenas dos horas serían. Hasta que llegaron de
nuevo donde mí.
—"Usted va quedar para trabajar en el
turno de la noche, ¿ya? ¿Pero se encuentra
capaz para trabajar de noche?

114
—"Yo creo que sí, señor", le dije yo. En
esos años debo haber estado pesando unos
83 kilos, por lo menos; si era bien macizo y
justo mi hermano que estaba ahí mismo me
dice:
—"La suertecita tuya, cuando yo hace
tanto que estoy haciéndole empeño para el
turno de la noche, y a vos te toman altiro para
trabajar de noche".
Recién llegado yo no tenía idea por qué
habría de ser mejor trabajar de noche; después
ya me vine a enterar que pagaban un 50 por
ciento extra.

La guagua de la Chela

La Chela tuvo a mi hija mayor el 14 de


enero de 1964 y el mismo señor Urrutia me
escribió una carta de su puño y letra, que
todavía la tengo guardada para recuerdo,
donde me decía que había nacido una tre-
menda niña de 4 kilos y medio y que ellos
habían llevado a la Chela a mejorarse y que le
habían dado de todo a la niña y que estaban
muy contentos con ella y me esperaban para
el bautizo.
Fui al bautizo y me encariñé tanto con la
niña, oiga, si era bien bonita. Salió crespita y

115
rubia, y yo me decía, "por supuesto que esta
cabra tiene que ser hija mía", si era igualita a
mi mamá.
Hablamos con la Chela y nos casamos por
el Civil a espaldas de mi mamá, que ya estaba
cada día más enferma y más enferma, así que
la trajimos a Santiago con mis hermanos y los
médicos nos dijeron que había que tener
paciencia y cuidarla porque no tenía remedio.
Murió completamente trastornada de su ca-
beza, que no reconocía a nadie ni sabía quién
era ella tampoco.
La Chela siguió viviendo en el campo y yo
en Santiago donde mi hermana. Iba a verla
todos los fines de semana y cuando ella venía
a Santiago, paraba donde una hermana de ella,
y como ya teníamos una segunda niña, la Vivi,
quería venirse a Santiago conmigo.
Arrendé una pieza grande, que la arreglé yo
mismo lo mejor que pude, en la Población
Germán Riesco, y vino ella a ver la pieza, pero
como andaba harto resfriada estuvo un día
entero en cama donde la hermana y al día
siguiente me dijo:
—"Carlos, yo me voy mañana mismo de
vuelta, no vaya a ser cosa que me enferme
más y las niñas van a quedar solas quizás por
cuánto tiempo allá en el campo".

116
—"Bueno, si quiere irse vayase, pero mejó-
rese algo del resfrío primero".
—"No, me dijo, me voy así no más. Y la fui
a dejar al bus después de almuerzo, bien arro-
pada porque andaba gordita de la tercera
guagua que estaba esperando.
Cuando llegué a la fábrica, poco antes de
las once, porque a esa hora entraba el turno
de la noche, me entregan un parte de Carabi-
neros en la portería. Lo abro, y usted no me
va a creer, pero decía que la Chela, mi esposa,
estaba muerta en el Hospital de Curicó.
No me pude comunicar con el hospital por
una huelga de teléfonos que había. Así que
obligado a partir como fuera no más a esa
hora de la noche. Me fui a la Plaza Almagro
donde salían los buses para el sur, pero qué
iba a encontrar buses a esa hora, si eran más
de las doce de la noche.
Consulté con los carabineros y me dijeron:
—"Váigase para Angostura, allá puede
encontrar algún vehículo que lo lleve".
Tomé una micro y me bajé bajo un paso
nivel y me dije entre mí:
"En Dios encomiendo mi alma".
Me puse a caminar para Angostura solo mi
alma por la carretera. Los vehículos pasaban
al lado mío sin hacerme juicio: qué se iban a
imaginar ellos en el problema que iba yo. No

117
sé cuánto caminaría ni a qué hora llegué al
control de Lo Espejo.
Conversé con el señor explicándole mi caso
y no sé qué cara de pena traería yo que el
caballero me ofreció una taza de café y me
regaló una cajetilla de cigarros. En esos años
fumaba uno tras otro y se me habían termi-
nado con la caminata.
-"Quédese tranquilo, joven; yo lo embarco
en el primer o segundo vehículo que pase".
Pasó una camioneta cargada con gente pero
iban hasta Rancagua no más; y al rato pasó un
camión de carga. El caballero le habló y el
chofer me llevó hasta la puerta misma del
Hospital de Curicó.
Eran como las cinco y media de la mañana
y ahí estaba mi suegra y una de mis cuñadas,
que es comadre mía, y empezamos los trá-
mites para sacarla del hospital.
—"Pague lo que pague yo me la llevo a
Licantén esta misma noche", le dije yo a mi
suegra, y como teníamos un conocido en el
hospital, nos ayudó a sacarla y trasladarla en
un furgón de pompas fúnebres hasta Licantén
mismo.
El resfriado le atacó la garganta, me dije-
ron, y se agravó tanto que no alcanzó a llegar
a la casa; en el mismo bus la pasaron a dejar al
Hospital de Licantén. El médico no estaba y

118
cuando vino a llegar la encontró muy mal y la
mandó en ambulancia de vuelta a Curicó por
no tener los equipos para tratarla.
—"Cuando la echamos a la ambulancia ya
estaba casi muerta", me dijo el chofer, que era
amigo mío.
—"Señor, si a la señora no se le pudo hacer
nada acá porque llegó sin vida, llegó helada y
la guagua también estaba muerta; ¿qué íba-
mos a hacer por ella si estaban las dos
muertas?", me dijo la enfermera del Hospital
de Curicó. Y eso es lo más terrible, que la
guagua estaba de ocho meses y ella siempre
me decía que iba a ser hombre, que iba a ser
futbolista y bueno para la pelota como el
papá, decía la Chela. Si ninguna de las chi-
quillas me pateó tanto durante el embarazo,
me decía. Entonces eso es lo que más me dolió
a mí que el médico de Licantén, viéndola en
el estado en que estaba, no hubiera hecho algo
por salvar a la guagua siquiera.

Quedé por los suelos

Si hasta me cortaba entero cuando me


afeitaba, donde me temblaban las manos, y
enflaquecí, oiga, flaco, flaco, en los puros
huesos, y tampoco tenía voluntad para nada;

119
quedarme echado en cama, sin ánimo,
durmiendo no más.
Mi hermana me decía:
—"Carlos, tiene que conformarse. Acuér-
dese que tiene sus dos hijas. Usted tiene que
trabajar para ellas".
Pero yo no oía nada; como que hubiera
estado sordo, fíjese. Claro que iba a trabajar,
salía con los amigos a comer, a tomar y a
revolverla, pero no tenía preocupación ninguna
por mis hijas. Plata, claro que les mandaba,
pero sin preocuparme como un padre se me-
rece.
Estaba sin destino, se podría decir, hasta
que apareció la Elsa en mi vida. Era bien
amiga de una cufiada mía y siempre que venía
del campo a Santiago paraba en la casa de mi
hermana donde yo vivía. La traían para las
vacaciones, la Semana Santa, el Dieciocho, y a
mí no me llamaba na' la atención la chiquilla
hasta que un día mi cuñada me dijo:
—"Oiga, Carlitos, esta chiquilla es bien
buena, y estaría bien bueno que le hiciera
empeño".
—"Pero qué va a querer a un viejo como yo
esta niña tan joven", le dije yo; porque en
esos años ella tendría unos diecisiete, la Elsa.
Y empezamos a conversar, a conversar, hasta
que comenzamos a pololear y pololear y hasta

120
que nos llegamos a casar, y esa ha sido una de
las suertes más grandes, oiga, porque siendo
una mujer pobre, digamos, es muy decente,
muy buena dueña de casa también y otra cosa
principal: que con las hijas mías se avinieron
tan bien, oiga, que las chiquillas se allegaron
altiro donde ella a pesar de que era tan joven-
cita.

Poner casa

—"Carlos, nosotros tenemos que traernos


las niñas del campo y tenemos que tenerles
una buena casa donde ellas puedan llegar y
estar tranquilas para estudiar", me dijo la
Elsa. Y ahí mismo yo ya me dejé de tomar y
de fumar, porque yo de joven había sido bien
bueno para el trago en el campo, claro que
siempre tuve bien buena cabeza, eso sí. Me
curaba y nadie se daba cuenta, donde no se
me doblaban nunca las piernas, ¡derecho no
más!, lo único que no se me entendía nada lo
que hablaba. ¡Bien enredado para hablar pero
derechito!
Dejé el vicio totalmente y principiamos a
economizar. De a poquito fuimos juntando
unos pesitos y nos metimos en una cooperativa
de vivienda, que se formó en el campamento

121
donde estábamos arranchados, para el lado
donde queda el Parque Arauco ahora.
Algo de cinco años estuvimos depositando,
hasta que en el año 1977 los militares nos
anduvieron erradicando, como se dice, y nos
llevaron para el lado de La Granja, donde
conseguimos casa por intermedio de la misma
cooperativa de vivienda.

Cambio de sección

A todo esto yo seguía trabajando en Su-


mar, pero estaba bien jodido de la espalda. En
la radiografía salía que tenía una hernia a la
columna y el médico quiso operarme pero no
le aguanté: había conocido un caballero ope-
rado de la espalda, ahí en la fábrica, comple-
tamente lisiado de por vida el hombre. Preferí
aguantarme los dolores no más.
Me sacaron de la sección telares y me
dieron tres oportunidades: el estadio, los jar-
dines o el casino de la empresa. Elegí el casino
y ahí me tuvieron tres años, pero yo siempre
con la idea que me despidieran para poder
sacar la cesantía y cambiar de rumbo. Me
sentía aburrido después de casi veinte años en
lo mismo y quería probar otros rumbos, como
se dice, tener otros conocimientos y trabajar

122
en otra cosa, pero el señor Abarca me decía:
—"Qué te vai a ir hombre, ¿que no veis
cómo está de mala la cosa afuera?".
La empresa estaba medio quebrada y ce-
rraron el casino. Yo dije ésta es la mía, y me
fui a hablar con el señor Abarca:
—"Me quiero ir ahora", le dije.
—"¿Y no te arrepentirás después, hombre?"
—"No, le dije yo. Pagúeme no más el de-
sahucio y no se preocupe porque no me voy
a arrepentir na' ".

Ambición

Me encontraba joven todavía y tenía am-


bición de ganar más donde ya me había
aclimatado con la Elsa: teníamos un niño y a
mis dos hijas al lado. Entonces, por inter-
medio de los mismos señores Urrutia, me„fui a
trabajar con un señor que tenía unas casas
rodantes para arriendo. Estuve justo un año
como recibidor y haciéndole aseo en la ofi-
cina, el sueldo más o menos igual que en la
fábrica, pero como estaba recibiendo la ce-
santía, era bien conveniente y además que
este caballero me había prometido el oro y el
moro para más adelante, como se dice; pero
resultaron puras palabras.

123
De ahí estuve cuatro meses parado y to-
caron los meses de invierno: si a veces la Elsa
salía a trabajar lloviendo con unos fríos, oiga,
porque ella ha trabajado siempre puertas
afuera donde una señora alemana, y yo me
quedaba acostado cuando ella salía, ¿qué me
iba a estar levantado a las siete de la mañana
si no tenía ni una cosa que hacer?
Después me levantaba, le hacía el desayuno
a los niños, partían para el colegio y me ponía
a hacer el aseo y el almuerzo; porque yo sé
hacer todas las cosas: lavo, plancho, hago de
comer. Si las mujeres hacen las cosas de uno,
¿por qué no habría de hacer el hombre las
cosas de mujer cuando hay necesidad?
De ahí, yo entré al POJH por intermedio
de uno de los señores Urrutia también.
—"¿Y está trabajando, Carlitos?", me dijo.
—"Que voy a estar trabajando", le dije yo.
—"Véngase conmigo en el coche entonces y
yo lo arreglo allá en la Municipalidad". No ve
que él era Director de todo el POJH en la
Municipalidad de Santiago.
Me puso de capataz altiro y fue bien con-
veniente porque pagaban un poquito más y el
trabajo era poco, entonces quedaba toda la
tarde libre después de doce como para re-
buscárselas en otros quehaceres. Ahí fue que
me enchufé en la pintura, cuando a otro cabro,

124
también capataz del POJH, le salió un pololito
de pintura por intermedio del jefe de Bodega.
—"¿Querría venir a trabajar conmigo
porque son casi dos mil metros de pintura
ahí?", me dijo.
—"Cómo no voy a querer", le dije yo.
—"Vamos en las tardes y trabajamos los
domingos también para salir con la obra a
tiempo y ganarse sus pesitos extra".
El cabro éste era bien buen pintor y de
pintura aprendí bastante, si bien es cierto que
no fue mucho lo que gané porque el señor
contratista se nos anduvo corriendo con el
billete. Además que la señora dueña de la casa
me tomó tan buena voluntad, oiga, que
cuando se enojó con el señor contratista le
dijo:
—"¿Sabe qué más señor Gallardo?, no
quiero que usted venga más para acá. Carlitos
se queda a cargo. El trabaja más y mejor que
usted y además usted se lo lleva puro gritando
no más..."
La verdad es que el hombre era bien ner-
vioso, fíjese, así que yo me quedé a cargo de
la obra con el maestro pintor a mi lado, eso sí.
Terminamos de lo más bien y la señora quedó
bien conforme con el trabajo.

125
Clientela

Me fueron recomendando y una vez que ya


tuve varios pedidos grandecitos, convidé a mi
hermano Lucho, que estabajubilado de Sumar,
y a un vecino que andaba mal de trabajo y es
bien buen pintor el cabro, oiga, y así fuimos
armando el grupito de pintores. Se podría
decir que éramos como una pequeña empre-
sita, claro que yo hacía las veces de cabecilla
del grupo para todo lo que fuera reclamos.
Por ser usted tenía que tratar conmigo no
más, los otros dos frente a usted eran man-
dados míos no más. Claro que en el trabajo
nos íbamos por partes iguales, ninguno ganaba
más que el otro, porque no habría sido justo
que yo, trabajando medio día en el POJH,
ganara lo mismo que ellos machucándose todo
el día en la cuestión pintura.

Cumplidor

No es que me encuentre demasiado espe-


cializado, pero las personas quedan conforme
con mi trabajo, en primer lugar porque soy
honrado. Me dejan solo con todos los mate-
riales donde me tienen confianza, por eso es
que me recomiendan y además que soy bien
curioso para trabajar: las terminaciones como

126
corresponde, aunque me demore un poquito
más, y no andar ensuciando, ni manchando, ni
botando el material. No es porque yo lo diga,
pero en realidad no soy nada sucio para tra-
bajar. Nunca va a escuchar usted a una emplea-
da quejarse". "Por Dios, señora, el maestro
sucio para trabajar...".
Lo principal es que lo vayan recomendando
a uno. Siempre recomendando unos a otros y
no cobrar caro porque el rico es medio cica-
tero con la plata.
" ¡Ah no, por Dios, el maestro carero!".
Otra cosa que me ha favorecido, con el
favor de Dios, es haber sido bien bueno para
la conversa. Yo le puedo conversar con toda
clase de personas y eso me admira porque
sinceramente de educación tengo harto poca.
Apurado llegué a sexta preparatoria, de
aquellos años, que no equivale ni a tercero
básico de los niños de ahora, pero siempre hey
tenido personalidad para conversar, aunque
cometa errores de palabras por la misma falta
de educación.

Surgir

No es por mandarme las partes, como se


dice, pero encuentro que he surgido su poco

127
comparado con una persona del campo. Allá
en el campo solamente habría sido un hombre
agricultor no más, en cambio acá yo mismo
me he dado algo de educación. Está malo que
yo lo diga pero hasta me cuesta su poco
conversar con la gente del campo cuando voy
a ver a mi gente a Licantén. Y lo otro es que
nunca he sido fijado para trabajar: a lo que
manden voy, pudiendo hacer un trabajo. ¡No
he tenido nunca vergüenza al trabajo yo!

Futuro

Mi hija mayor estudió para técnico de


Bienestar Social en la Técnica Galvarino
Gallardo, algo así como para ayudante de
asistente social, que es lo que está haciendo en
la Municipalidad de San Ramón, donde
dentro al PEM2 por intermedio del señor
Urrutia también y de ahí se fue para arriba sola,
donde le reconocieron su capacidad y sus es-
tudios. No la han contratado todavía pero le
subieron el sueldo y con eso ella misma se
pagó un curso de secretaria y computación,
siguiendo los consejos de la Eisa que es bien
buena consejista.
La otra chica, la menor, ésta estudió con-
tabilidad y le ha hecho harto empeño de

128
encontrar trabajo, pero no ha podido. Yo la
aconsejo que tenga paciencia porque es harto
inquieta la chiquilla, bien parecida a la Chela,
su madre, en cuanto al carácter.
Y ahora lo único que queda es rogarle a
Dios me dé vida y salud para darle educación
al barrabás chico, al niño menor que tenemos
con la Elsa, porque ella no quio seguir te-
niendo familia para poder darle educación al
niño.
Es malo que yo lo diga, pero es bien inte-
ligente, oiga, y bueno para las matemáticas,
viera, si no baja nunca de los seises. Para él un
cinco es como un rojo, fíjese. Si llega de
muerte a la casa cuando se saca un cinco. El
otro día no más creo que llegó enfermo donde
se había sacado un cinco coma cinco no más.
Entonces el profesor es que le dijo:
—"Mira hombre, si todo ser humano se cae
y vos no eres un fantasma que todo el tiempo
andís con puros sietes".
Nosotros con la Elsa tenemos toda la in-
tención de que si es capaz de llegar a la
universidad, que llegue; porque en la familia
hay una sola persona que ha llegado: una
sobrina que la trajimos a estudiar a Santiago
con el Lucho. Le pagamos su educación hasta
que sacó su cartón de profesora universitaria

129
titulada la niña, la primera de toda la familia
que llega a la universidad.
Hace poco quería ser carabinero el barra-
bás, después marino, de ahí cambió a profesor
y ahora quiere ser médico. Claro que tiene
doce años no más el niño...
Sería muy bonito, piensa la Elsa, pero
quizás no nos alcancen las fuerzas porque la
carrera de un médico es bastante larga y se
necesitan tantas cosas hoy día, pero cómo no
me habría de gustar que me alcanzaran las
fuerzas, si Dios quiere, para darle una edu-
cación de médico al niño cuando yo apenas
alcancé la sexta preparatoria en el campo.

NOTAS
1
Empresa textil.
2
Programa de Empleo Mínimo.

130
Querer es poder

Mi madre era un ser muy, muy especial,


con esquemas muy diferentes a todas las mu-
jeres de su generación. Una especie de filóso-
fa sui generis, siempre llena de alumnos
medios hippis, y mi papá un arquitecto su-
percreativo.
Con ese background iba predestinada a la
universidad pero no podía estudiar filosofía
(mi mamá era filósofa) ni arquitectura (mi
papá era arquitecto), entonces dije: ¡ciencias!,
un campo donde nadie en la familia había
incursionado, y me metí a estudiar biología en
la Universidad de Sussex, en Inglaterra.
Era tremendamente difícil y lo único que
hice fue estudiar, estudiar y estudiar durante
cuatro años. Siempre he tenido esa necesidad
interior de ser superbuena en lo que haga, no

131
importa lo que haga. ¡Cualquier cosa menos
ser mediocre!
Me metí a concho en genética de pobla-
ción, un campo muy abstracto que lo estudia
muy poca gente. Cuando terminé me ofre-
cieron una beca para el doctorado en Cam-
bridge, pero yo sentía un tremendo vacío
interior. Resulta que a mí nunca me gustaron
las ciencias, siempre me han gustado las cosas
artísticas.
Le dije no a Cambridge, con el dolor de mi
alma, y me metí con los ojos cerrados a es-
tudiar diseño a la mejor escuela de Londres.

Amparo

En mi casa lo único importante era que los


hermanos hombres llegaran a la universidad y
que las mujeres terminaran el colegio como
pudieran y se casaran cuanto antes. La cosa
intelectual no contaba para nada.
Vivíamos en una cultura de subsistencia de
clase alta: alimentar once hijos estudiando en
buenos colegios consumía una fortuna y mi
padre estaba sumamente enfermo de una
enfermedad rarísima.
Cuando murió mi abuelo la mamá optó por
trabajar ella misma el campo en vez de

132
arrendarlo. Una forma elegante de arrancarse
del caos familiar que significaba este familión
con un padre enfermo y sin plata.
Yo era la mayor de las hermanas y a los
doce años me pusieron a cargo de la casa.
Estaba chocha sacando cuentas, pero al poco
tiempo comprendí lo que significaba la pa-
labra déficit. Durante ese período de mi vida
aprendí dos cosas: administrar recursos es-
casos y escapar cuanto antes del ambiente
familiar.
Siempre quise estudiar diseño pero no me
atreví. Era pésima para el dibujo, así que me
metí a Pedagogía en Historia, siguiendo a mi
pololo que estudiaba Historia, militaba en un
partido de izquierda y vivía en una población.
—"¿Y qué haces metida con ese tipo que
parece obrero de la construcción y vive en una
población?, me decía mi mamá. ¡Tú debes
estar loca!".

Kanda

Al terminar mis estudios de diseño se me


planteó el dilema: ¿quedarme en Londres o
volver a Chile? Pero en el fondo no tuve nada
que decidir: lo decidió todo mi pareja.

133
—" ¡No soporto ni un minuto más seguir
viviendo en Londres! Basta de mitos, hay que
vivir en Chile!" y partió para acá.
Teníamos una pareja bien constituida y nos
queríamos, así que aterricé en Santiago tres
meses después, en un precioso departamento
con una maravillosa vista a la cordillera.
Encontré pega en una de las mejores
agencias de publicidad con un super sueldo,
pero me di cuenta que no estaba preparada
para ese tipo de trabajo. Me pegaba unos
esfuerzos terribles trabajando toda la noche
para sacar unos diseños supervolados que me
los rechazaban en un par de segundos. ¡Nunca
calzaban con la estrategia publicitaria del
cliente! Yo la peleaba a muerte sin darme
cuenta que a la publicidad tradicional lo único
que le interesa es vender, vender y vender.
Nada de sutilezas. Mientras más claro y di-
recto el mensaje, mejor que mejor.
Lo más cómico es que en la agencia me
encontraban todo fantástico:
—" ¡Que volado! Salvaje, pero háceselo al
cliente del lado, mira que yo necesito una cosa
mucho más directa".
¡Superfrustrante! Y además que me fui
desgastando, desgastando hasta que un día un
cliente, último de insensible, me subió y me
bajó porque le cargó mi diseño supervolado.

134
¡Renuncié indeclinablemente al día si-
guiente y me fui a respirar a Londres!

Amparo

Ser profesora y además casarse con un


profesor era lo último que podía pasarme,
según mi mamá. Nos casamos igual con mi
pololo, pero ninguno de los dos fue profesor.
Perdimos interés en la universidad después del
golpe y nos salimos sin un peso. La verdad es
que no me acuerdo cómo aprendí a escribir a
máquina, pero logré emplearme de secretaria
en una empresa de ingenieros consultores de
uno de mis cuñados.
¡Qué lata más espantosa!
Afortunadamente descubrí una triquiñuela:
cambiándome de trabajo se me hacía menos
insoportable ser secretaria y así estuve ro-
tando durante cinco años en diferentes ofi-
cinas. En el fondo yo era una excelente ad-
ministradora de recursos escasos, por expe-
riencia familiar, así que me peleaban.
Entremedio tuve dos hijos y finalmente
entré a estudiar diseño en un instituto pro-
fesional, financiada con una beca de mi ma-
rido que a esas alturas estaba tirando pa'
arriba en su pega.

135
Kanda

Volví de Londres decidida a instalarme por


mi cuenta; en el fondo siempre había soñado
con ser my own boss. Primero pensé instalarme
en mi casa, pero decidí que no y me arrendé
una pieza mínima donde apenas cabía con mi
tablero. No tenía ni un solo cliente y el arrien-
do me costaba siete mil pesos. Estuve seis
meses trabajando sola y ¡fue horrible! No sé
cómo lo pude resistir.
Un día me encontré con la Amparo en una
comida y como nos conocíamos socialmente
le dije:
—"Por favor, vente con tu tablero a mi ofi-
cina y veamos qué pasa".

Amparo

Me fui volando.
Lo único que yo quería era trabajar en
diseño pero a una agencia de publicidad no
me iba a meter por ningún motivo, son
ambientes muy competitivos que me cargan.
La otra posibilidad era como asistente de di-
seño en una empresa de servicios editoriales,
prácticamente me querían para que hiciera

136
trabajo administrativo y eso era un retroceso
para mí.
Llevé mi tablero donde la Kanda y no sé
cómo cupimos en ese cubículo, pero aquí
estamos juntas después de dos años.

Kanda

¡Ambas nos estábamos necesitando sin


saberlo!

Amparo

Eso fue lo mágico.

Animal de trabajo

Kanda

Me considero un animal de trabajo. Debe


ser una cosa atávica o neurótica porque la
Amparo también es salvaje para trabajar, pero
se da ciertas concesiones. Irse a tomar un cafe-
cito al Tavelli, por ejemplo. Chitas, qué en-
tretenido irse a tomar un cafecito, pero eso
estaba absolutamente prohibido para mí.

137
Puede ser una raya perfeccionista donde
nunca estoy demasiado segura de mi trabajo,
entonces voy dándolo vuelta y explorando
todas las posibilidades. Eso es muy impor-
tante en la formación inglesa: tienes que
probar todas las posibilidades hasta conven-
certe que has elegido la mejor.
Eso toma tiempo y mucho trabajo.

Amparo

A mí un simple error puede echarme a


perder una semana entera. Me duele la guata y
el alma equivocarme. En el fondo yo creo que
me da vergüenza y siento que el cliente tiene
todo el derecho a retarme, si quiere.
La diferencia con la Kanda es que a ella le
da rabia y a mí me da pena cometer un error
y es muy distinto porque el costo de la rabia
es positivo: sigues lanzando cosas con energía,
en cambio la pena te dan ganas de llorar.

Kanda

Ahora, cuando algo resulta, eso te produce


una satisfacción fantástica. Yo creo que de las
sensaciones más ricas de la vida.

138
Amparo

¿Cómo no va a ser exquisito y maravilloso


que uno haya hecho un diseño precioso?

Kanda

Si fuéramos ingenieros, el placer no estaría


contemplado, pero en el diseño el criterio que
prima es el estético, lo subjetivo: te gusta o no
te gusta y si te gusta te produce un goce, un
verdadero placer.

Amparo

Un placer exquisito que se amplifica al


compartirlo entre las dos.

Kanda

Se duplica igual como se disminuyen las


frustraciones: ahora siento sólo el 50 por
ciento del dolor que sentía cuando trabajaba
sola o en la agencia. Simplemente me hago el
cuadro que entre las dos somos la raja y si nos
equivocamos, bueno, borrón y cuenta nueva.
Tirar pa' arriba es, en definitiva, lo único

139
importante en la vida y para eso lo mejor es
compartir responsabilidades.

La mejor oficina de diseño

Kanda

¡No es optimismo, es realismo! El nivel de


diseño todavía no es tan alto y no hay más de
cinco grandes oficinas en Santiago. Estar entre
las cinco primeras, estoy hablando de calidad,
no de facturación; no es imposible y estoy
segura que lo vamos a lograr: tenemos talento,
somos buenas diseñadoras y muy trabajado-
ras. Además contamos con el impulso vital y
las ganas de triunfar, que son fundamentales.
Ya estamos metidas en el mercado y se ha
ido corriendo la bola que representamos una
ventaja respecto de otras oficinas: no co-
bramos tan caro, trabajamos a conciencia y
tenemos un background académico inter-
nacional que nos da supercartel.

Amparo

El problema, por el momento, es aceptar


todas las pegas que podamos conseguir sin
contratar más personal.

140
Kanda

¡Decir siempre que sí y compromiso pro-


fesional ciento por ciento!

Amparo

¡Autoexplotación ciento por ciento!


Claro que en nuestro caso nadie se está
quedando con la plusvalía. En términos for-
males, trabajamos como burras; pero en tér-
minos reales si tenemos que quedarnos tra-
bajando un fin de semana alegamos cinco
minutos entre las dos y después ya estamos
trabajando felices.

Kanda

Y además que cero problema con los ma-


ridos. Conozco el caso de maridos superca-
tetes con las mujeres cuando trabajan. En ese
punto estamos superaireadas; no hemos te-
nido que absorber el costo marido para nada.
Todo lo contrario: pura buena onda.

141
La plata

Kanda

No aspiramos a ser millonadas pero ganar


plata simboliza el funcionamiento profesional
de la oficina. Esta cuestión no tiene nada de
hobby, aunque mucha gente piense que de-
dicarse al diseño es como una diversión, no es
un trabajo...

Amparo

Mira, oye, si fuera un hobby ¡jamás le


dedicaría el esfuerzo, el tiempo y el cuidado
que le dedico!

Kanda

Propiciamos una economía conservadora y


de guerra más encima. No somos avaras pero
sí superdisciplinadas con la plata.

Amparo

Endeudarse con el banco para poner una


oficina así onda fantástica es plata perdida.

142
Primero hay que tener respaldo. Por el
momento nos alcanza para pagarnos un sueldo,
pagar los gastos de la oficina y ahorrar un
poquito...

Kanda

En un momento de euforia nos ampliamos,


precipitadamente, pero nos desinflamos sin
ningún problema. Borrón y cuenta nueva.
Dejamos de tener secretaria tiempo completo
y volvimos a hacerlo todo nosotras dos.
Cuando pasamos la apretura nos inflamos un
poquito de nuevo...

Amparo

Si la oficina agarra tamaño, hemos pensado


en un hombre como tercer socio. Meter una
mujer sería un error, rompería el equilibrio
entre nosotras. En cambio un hombre, tipo
empresario, sería útil para manejar la oficina y
nosotras dedicarnos por entero al diseño.

143
Roles sexuales

Kanda

Tenemos como premisa básica la seriedad y


la flexibilidad profesionales. Esto marca todas
nuestras relaciones de trabajo y nos protege
de esa antigua concepción de que por ser
mujeres y medio artistas no somos profesio-
nales.

Amparo

Afortunadamente, en nuestro medio, hay


muchas mujeres profesionales, lo que facilita
las cosas...

Kanda

...Siempre que acentúes tu credibilidad


profesional, especialmente frente a los
hombres que son la gran mayoría de nuestros
clientes.

144
Amparo

En general los hombres asumen roles pro-


tectores o conquistadores: tratarnos como
niñitas o bien como minas profesionales,
dependiendo mucho de cómo nos relacio-
nemos con ellos.
Ahora estamos trabajando con una im-
prenta y tenemos que relacionarnos con el
jefe de taller. Sin saber quién era, yo le dije a
la Kanda que estaba hablando por teléfono
con él: ¿es joven o viejo? Viejo, parece, me
contestó. Ya, entonces tenemos que ser hijas,
o sea una actitud de "Señor, por favor, ayú-
denos", y hacerlo cómplice de nuestro pro-
yecto.

Kanda

Parece una táctica maquiavélica, pero es


una táctica humana. No es que el señor nos
caiga pésimo y nosotras nos hagamos las amo-
rosas. Para nada. Simplemente generamos
una relación de trabajo no competitiva que le
facilita la vida a él y a nosotras también.

145
Amparo

Con los conquistadores usamos otras tác-


ticas...
La manera poco convencional que tenemos
de vestirnos y peinarnos se interpreta en
ciertos ambientes formales como que somos
medio punk. Como que esto es un juego onda
conquista; onda no creernos ni tomar muy en
serio lo que somos capaces de hacer con
nuestro trabajo.

Kanda

Nos reíamos demasiado y hacíamos chistes


espontáneamente, pero hemos ido apren-
diendo a manejarnos.

Amparo

Aprendimos mucho despue's de una reunión


de trabajo en que no nos creyeron nada...

Kanda

Y en que las tres cuartas partes de la


reunión fue un puro coqueteo... No se sabía si

146
estábamos en una fiesta pinchando o discu-
tiendo un diseño.

Amparo

Fue una tontería de parte nuestra al no


establecer las reglas del juego porque un
hombre jamás te las va a establecer si puede
conseguir algo gratis...

Kanda

Entonces hay que, sutilmente, establecer el


tono de los límites pero tampoco reprimirse la
femineidad ni mucho menos.

Amparo

Sería una tontería pensar que por trabajar


en un mundo dominado por los hombres
tengamos que convertirnos en hombres. Hay
cosas que son parte del ser mujer y yo no
pienso perderlas por ningún motivo.

147
Kanda

Además que ser mujer te da mucha más


flexibilidad en la relación de trabajo. Tú es-
tableces los límites y puedes jugar distintos
roles en diferentes circunstancias...

Amparo

Rol de hija, rol de hermana, rol de coque-


ta...

Kanda

Y combinaciones de éstos...

Amparo

Hermana coqueta...

Kanda

Hija, seria y profesional. Hija, capaz y con


posibilidades...

148
Amparo

...Cuando la situación se pone crítica salen


a relucir los maridos... Mi marido aquí, mi
marido acá y listo.

Kanda

En el fondo las mujeres somos mucho más


flexibles que los hombres para trabajar. Los
hombres establecen un solo rol, una sola po-
sición y enfrentan todas las situaciones bajo
ese mismo rol y desde esa misma posición, lo
que es muy limitante. Ni siquiera pueden
permitirse libremente la expresión de su afec-
tividad, en cambio yo sí me la permito. Puedo
trabajar muñéndome de la risa, emocionarme
cuando quiero y al mismo tiempo ser extra-
ordinariamente eficiente. Puedo enhebrar una
complicidad entre diferentes aspectos de mi
persona; en cambio los hombres son mucho
más anquilosados y rígidos.

Amparo

Sus relaciones de trabajo están basadas


fundamentalmente en la competencia y el

149
sufrimiento. Eso es lo que prima. Pero si uno
opta por salirse de ese juego y establece re-
laciones de complicidad en vez de compe-
tencia, puede pasarlo mucho mejor sin perder
eficiencia ni femineidad.

Futuro

Kanda

No le tengo miedo al futuro. Si queremos


que ésta sea la mejor oficina de diseño de
Santiago lo será, porque todo está de nuestra
parte para lograrlo. Incluso podríamos pelear-
nos, pero resulta que somos lo suficien-
temente inteligentes como para no perder de
vista nuestro proyecto y saber hacia dónde
tirar para salvarlo en el momento oportuno.

Amparo

Yo tengo mis sustos, pero igual me dejo


arrastrar por esa fantástica corriente de op-
timismo de la Kanda.

150
Kanda

Siempre he creído en eso de "querer es


poder", y voy a seguir creyéndolo.

151
Con la camiseta bien puesta

Entré a esta empresa textil un día 13 de


septiembre de 1948, como ayudante en el
Taller de Cañerías, y desde entonces no he
trabajado en ninguna otra parte. Aquí he es-
calado, aquí he hecho mi carrera hasta llegar a
subgerente de Mantención. Me conozco cada
rincón de la planta y a casi toda la gente por
su nombre y apellido. Putas, si esto ha sido
como una segunda casa para mí;palabra, tanto
cuando estaba soltero como después de ca-
sado.
Mi padre me enseñó a comprometerme con
el trabajo y eso tiene que ver con ser genovés;
esa lealtad con las cosas y las personas. Mi
mamá presionaba por los estudios; según ella la
única fortuna que no se podía perder eran los
estudios. El negocio se podía perder, la salud

153
se podía perder, sólo los estudios no se po-
dían perder.

Malo para los estudios

Lo malo es que a mí no me gustaba el


estudio.
Desde chico iba con las cosas manuales: yo
hacía volantines en la casa, hacía lustrines y
cosas de aseo que las vendía en el negocio de
mi papá, y le tenía su poquito de gustito a la
plata también...
Dejé de estudiar en tercero de humanidades
y ahí me metieron a trabajar en esta compa-
ñía por intermedio de un amigo de la familia,
bien sentenciado: "que fueran lo más enérgico
posible conmigo". Sábado y domingo tenía que
trabajar y entregarle el sueldo enterito a mi
madre si no quería irme de fleta en la casa.
Al poquito tiempo de estar trabajando
empezó el arrepentimiento de no haber se-
guido estudiando, me di cuenta que sin es-
tudios no iba a llegar a ninguna parte; me iba
a quedar ahí no más, para los mandados, por
mucho empeño que le pusiera.
Decidí terminar la humanidades en un
vespertino para después entrar a la escuela
industrial.

154
Fue sacrificado. Casado y con niños chicos,
me levantaba a las cinco de la mañana para
poder estudiar tranquilo antes de irme a la
fábrica. Y en la tarde al colegio de nuevo,
hasta que me recibí de técnico mecánico.
Después tomé un curso de inglés; ¿no ve que
toda la maquinaria venía de Estados Unidos
en ese tiempo?, entonces había que pegarle
algo al inglés.
Por eso les digo a mis cabros cuando los
oigo reclamar contra los estudios: "Miren, yo
entré a esta compañía con 15 años y me
dieron la oportunidad de trabajar y de es-
tudiar, pero ahora ya no son esos tiempos. Al
niño que no tiene estudios no se le dan opor-
tunidades ahora".

Ponerse la camiseta

Aquí nos enseñó don Juan, el fundador de


esta compañía, porque yo tuve la fortuna de
conocerlo personalmente. El mismo me re-
cibió cuando entré a trabajar, porque en esos
años era así la cosa, él personalmente me
contrató y me inculcó esa mística de querer a
la empresa, de ponerse la camiseta con ella, de
pelear por ella y nos dio también, no sólo a

155
mí sino que a todos los trabajadores, una
seguridad de trabajo.
Si usted no hacía nada muy grave —salvo
que fuera a robar— y trabajaba bien, era muy
difícil que perdiera la pega. Había enredos,
cosas de conventilleos como en todas las
empresas y en todas las familias, pero esta
compañía se caracterizó siempre por esa mís-
tica y esa seguridad inculcada por su funda-
dor.
Nos inculcó también que una vez cruzada la
reja estaba primero la fábrica y había que
olvidarse de todos los problemas personales...
Yo tengo una anécdota que a lo mejor no me
va a creer pero es verdad. Yo un día entré a
trabajar un jueves y había un problema en una
caldera que si no la arreglábamos se iba a
reventar. Y hemos empezado a trabajar un
jueves y estuvimos jueves, viernes, sábado y
domingo, cuatro días sin parar. Cuando llegué
a la casa el domingo no me podían creer.
¡Estuvimos cuatro días y cuatro noches hasta
que la arreglamos! Nos olvidábamos de todo y
no sólo yo, sino todos los trabajadores que
estaban conmigo. Yo creo que todavía quedan
personas de esos años que tuvimos esa anéc-
dota. ¡Así era la gente aquí!
Después que murió don Juan tuve la suerte
que el ingeniero general de la fábrica me

156
tomara de ayudante y sin yo darme cuenta me
fue haciendo a su manera, con tremendas exi-
gencias porque era tremendo de exigente el
hombre. Yo le tenía un tremendo respeto: si
no me atrevía ni a fumar delante de él, pa-
labra, pero aprendí mucho en la parte técnica
y humana. Aprendí, por ejemplo, a no que-
jarme nunca de un subalterno mío delante de
un superior. Lo enfurecía que al llamarle la
atención a alguien éste le echara la culpa al de
más abajo. Ese hombre ya no tenía más valor
para él. Así de simple.

¿Trabajar para vivir o vivir para trabajar?

Uno debiera trabajar para vivir, pero ter-


mina viviendo para trabajar. No me va a creer,
pero cuando un fin de semana no he venido a
darme mi vuelta a la planta, como que me
siento mal, como que fuera malo, sin tener
por qué serlo.
El trabajo es una bendición o, pongámosle
mejor, una necesidad del espíritu. Yo no
conozco a nadie que se haya enfermado tra-
bajando pero sí conozco mucha gente que se
ha enfermado por no tener trabajo.
Mire, si el trabajo usted lo hace con gusto,
lo hace con cariño, no es pesado. No espesado

157
y sirve para aprender no solamente la
parte técnica sino para convivir con la gente,
que es lo más difícil. Lo que está fallando
ahora en todas partes es la convivencia, no es
la tecnología que al final llega aunque se
demore, pero cuando falla la convivencia,
pucha que cuesta recuperarla.

Tragos amargos

La parte más triste de los cuarenta años que


llevo trabajando en esta compañía fue cuando
quebramos en 1982. Eso fue lo más depri-
mente y el trago más amargo fue la inter-
vención en el tiempo de la Unidad Popular.
Afortunadamente tuvimos dos aliados muy
buenos en esa época: el interventor de la
fábrica y el sistema de incentivos.
Se vio bien rápido que el interventor no
quería paros ni huelgas y a la primera semana
se había dado cuenta que esta fábrica produ-
cía solita, por el sistema de incentivos. No
tenía para qué andar con el chicote en la
mano. Claro que habían otros que querían
borrar el sistema de incentivos donde lo en-
contraban muy explotador para la gente. El
interventor lo defendió y seguimos adelante
produciendo sin mayores problemas.

158
La estatua de don Juan

En una de las miles de asambleas a uno de


esos cabros medios locos que se creían líderes,
se le ocurrió que había que sacar la estatua de
don Juan que todo el personal le habíamos
hecho a la entrada de la planta, después que
falleciera trágicamente en un accidente. Ya la
tenían tapada con unos trapos, pero ahora
había que sacarla. Según ellos era un símbolo
capitalista y nadie se opuso en la asamblea,
nadie dijo ni pío. Claro que era recontra di-
fícil oponerse: se lo comían con zapatos no
más en la asamblea, más de dos mil gallos
enardecidos por los discursos.
Se tomó el acuerdo y a la división mía de
mantención le correspondía sacar la estatua.
Por aquí y por acá nos ubicamos como para
que el gallo de la grúa fuera de oposición y yo
le planteé que bajo ningún punto queríamos
destruirla. Tenía que salir enterita, sin un
rasguño, así que le fabricamos unos suspen-
sores y le pusimos unas lonetas para que no se
rayara y le dimos las instrucciones al gruero
que la levantara despacito —es una media es-
tatua de lo menos tres metros de alto— para
luego darle una pequeña torsión con tal que
se despegara de la base. Salió facilito y nos

159
fuimos con don Juan colgando para que todo
el mundo lo viera.
"¿Y dónde lo vamos a esconder para que
no lo fundan?", me comenzaron a preguntar
altiro.
"Dejémosla ahí no más en esa esquina para
que todos la vean".
Afortunadamente los revolucionarios eran
de lunes a viernes así que un fin de semana
que no había nadie en la planta nos juntamos
un grupo y le hicimos un cajón, como un
ataúd, así medio chulleco, para que le cupiera
el brazo que tiene medio levantado así la
estatua, y lo metimos dentro. Quedó rebién.
Le pusimos unas vigas de acero encima que lo
dejaban libre por debajo, lo rellenamos con
unos rodillos de acero y escondimos el cajón
en una bodega perdida por ahí.
Eramos 5 ó 6 los juramentados. No se po-
día decir ni pío. Una vez que me entrevistaron
en las "Ultimas Noticias" les dije que había-
mos fundido la estatua para hacer unos re-
puestos de bronce.
Putas, mi señora casi me comió en la casa:
" ¡Malagradecido! ¡Cómo es posible que
hayas fundido la estatua de don Juan!"
Cuando llegaron los militares después del
Once me fueron a buscar a mi casa para que
les cooperara con echar a andar la fábrica. Fui

160
yo, y el coronel a cargo me dice que don
Jorge, el hijo de don Juan, lo había llamado
por teléfono diciéndole que cuando le de-
volvieran la empresa no me quería ver ni en
pintura por ningún motivo. Y parece que
también lo supieron en mi casa porque me
llamó mi señora furiosa: " ¡Te dije, te dije,
haberle fundido al papá; malagradecido!"
Puta, a esas alturas yo estaba remosqueado,
donde se le estaba subiendo la color a esta
cuestión de la estatua, pero el coronel me
dijo:
—"No se preocupe, usted siga trabajando
no más. El gobierno le da plena garantía que
le van a pagar todos los años de indemni-
zación cuando lo despidan".
Y me largo a reír yo.
—"Putas, me dice, cada vez que a usted le
hablan de echarlo se larga a reír".
—"Es que si me echan me van a tener que
tomar de nuevo", le dije yo.
—"Pero si el dueño no quiere nada con
usted por ningún motivo".
—"Por lo demás, le dije yo bien tostado: ¿a
usted, quién le contó que don Juan estaba
fundido?"
Abre un cajón del escritorio, saca una car-
peta y me muestra unos recortes donde yo
aparecía diciendo que lo habíamos fundido.

161
—"¿Pero ustedes me han preguntado a mí,
personalmente, si está fundido o no está fun-
dido?". Y me mandé a cambiar corriendo a
echarle una miradita al entierro, por si acaso,
pero ahí estaba don Juan debajo de los ro-
dillos tal cual lo habíamos dejado. Volví y le
conté todo el cuento al coronel.
Después le expliqué a don Jorge: "Bueno,
le dije, usted estaba en su casa y nosotros
estábamos dentro de la fábrica...", porque
incluso habían dicho por ahí que yo era un
mercenario, imagínese, cuando lo único que
habíamos hecho era cuidarle la fábrica a él
como si fuera de nosotros...

Esto tiene vida...

Aún queda ese cariño por la empresa.


Si bien es cierto que los hombres pasan los
hechos quedan. Don Juan murió y muchos de
los que vinieron después también se han ido y
hemos pasado por tiempos difíciles.
Cuando yo les digo por ahí que le debo
mucho a esta compañía, digo que le debo
mucho a las personas que han pasado y a los
que están en este momento, a muchos traba-
jadores que entraron junto conmigo, traba-
jadores que a lo mejor jugaron a la rayuela

162
conmigo cuando yo era casi un niño. Ellos me
ayudaron a subir arriba, me ayudaron a surgir
porque esto no es un edificio tan frío. Esto
tiene la vida. Una vida que ha querido ago-
nizar varias veces, pero que vuelve a brotar de
nuevo gracias a la gente; a todos los que han
pasado por la fábrica y se han puesto la ca-
miseta con ella.

163
Medio hippie

La idea era remecer la conciencia burguesa


de los colegios católicos pitucos de Santiago
con lo más propio de nuestra cultura.
El primer colegio que rayamos fue el San
Ignacio; entramos a las doce de la noche todos
juramentados para que nadie supiera quién
había sido y después nos fuimos a rayar el
Villa María Academy. Fue precioso a la ma-
ñana siguiente cuando llegaron los alumnos y
profesores y se encontraron todas las murallas
rayadas con la poesía de Neruda:

"Cuerpo de mujer, blancas colinas,


muslos blancos, te pareces al mundo
en tu actitud de entrega..."
"Piedra en la piedra, ¿el hombre
dónde estuvo?

165
Tiempo en el tiempo, ¿el hombre dónde
estuvo?"

"Cebolla, luminosa redoma, pétalo a pétalo


se formó tu hermosura...

"En el mar tormentoso de Chile vive el


rosado congrio, gigante anguila de nevada
carne..."

"Quítame el pan, si quieres, quítame el


aire,
pero no me quites tu risa..."

Puro Neruda y nada más que Neruda. Nada


de poesía política, eso sí, para que no hubiera
rechazo. Pensábamos que todo el mundo de-
bía integrarse por la parte estética.
Algunos curas y profesores se chorearon.
¡Que era el colmo! ¡Un atropello rayar el
colegio! ¿Por qué no usaron el diario mural?
¡Es que Neruda en el diario mural no tenía
ningún brillo! El rayado de muralla sí que era
choro: una especie de violencia cultural que
iba a remecer la conciencia estética de la bur-
guesía católica...

166
Trabajos de verano

Estábamos pasando a sexto de humani-


dades cuando los curas nos ofrecieron a un
grupo de alumnos trabajar de obreros durante
el verano. Lo encontré choro y me mandaron
a Soquina en el cordón industrial Cerrillos. Un
cuarto para las seis de la mañana tenía que
levantarme. Tomaba mis dos micritos para
llegar con mi viandita igual que el resto a
marcar tarjeta a las siete en punto.
El trabajo consistía en llevar unas carretillas
de mano con pintura para vaciarlas en unos
depósitos donde la revolvían, y te digo, era
agotador estar metido ahí todo el día hasta las
cinco y media de la tarde haciendo exacta-
mente lo mismo. Además que era el único
estudiante en toda la fábrica: no podíamos
estar de a dos. Eran las reglas del juego para
que la experiencia fuera lo más parecida po-
sible a la de un obrero joven, así que los jefes
te trataban como la mierda igual que a un
obrero joven recién ingresado.
Los más antiguos me enseñaron que la cosa
no era reventarse haciendo fuerza; que era
más habilidad que fuerza bruta para no ago-
tarse, porque los primeros días llegaba a mi
casa con los brazos arrastrándome al suelo de
puro acarrear esa maldita carretilla. Además,

167
me lo pasaba vomitando por el olor a pintura
que era recontra fuerte hasta que me acos-
tumbré y aguanté hasta el final.
La principal lección que saqué fue que
"cuando grande" no iba a trabajar de obrero
por ninguna plata del mundo. Cero de creati-
vidad y último de embrutecedor y rutinario
ese tipo de trabajo, claro que la experiencia
tuvo sus momentos entretenidos, especial-
mente a la hora de almuerzo, por el contacto
humano con los viejos: la sociabilidad, la
amistad y el humor. Muy importante el humor
para soportar la rutina de esa verdadera cárcel.

Estudiante de arquitectura

Entré de oyente a Arquitectura de la Cató-


lica y al poco tiempo llegué a ser alumno
regular. No sé si me fascinaba tanto la ar-
quitectura o si era la pura idea de ser estu-
diante de Arquitectura lo que me maravillaba,
por el aire medio artístico e intelectual que te
daba.
Trabajé un par de años en la oficina de un
arquitecto joven que era profesor en la escuela
y aprendí una salvajada de diseño y dibujo.
Cuando vino la Exposición Internacional de la
Vivienda, organizada por el Ministerio, este

168
arquitecto me contrató con un sueldo fantás-
tico para que le organizara unos tours a la
exposición con estudiantes secundarios. Gané
un montón de experiencia organizativa y de
plata también, lo que me permitió quedarme
con un departamento que mi familia tenía en
las Torres de Tajamar.
¡Esa fue la mejor época de mi vida! Lle-
gamos a vivir como doce personas en mi de-
partamento de dos dormitorios: argentinos,
uruguayos, brasileños, chilenos, principal-
mente gente de ciencias sociales y artes. Gui-
tarreos todas las noches hasta las tres, cuatro
de la mañana, pero nada que ver con la idea
de formar una comunidad estructurada, ¿ah?
Simplemente yo abrí las puertas de mi de-
partamento y comenzaron a llegar gallos que
se fueron quedando a vivir.

Dictadura del proletariado

En materia política nos fascinaba la "dic-


tadura del proletariado". Una cuestión obvia,
por supuesto, como el pan con mantequilla y
el café con leche. "Había que corromper por
dentro la sociedad burguesa para que ascen-
diera el pueblo al poder a través de la dicta-
dura del proletariado", tan simple como eso.

169
Como yo era fanático por la mùsica y tenía
cualidades organizativas, el partido me pidió
que organizara un festival de música para una
elección de la Federación de Estudiantes. En
vez de invitar a los grupos "típicos" convidé a
un grupo rock y el festival se convirtió en una
voladera increíble.
Me pasaron a control y cuadros altiro.
—"Compañero, ¿cómo se le ocurre hacer
semejante huevada cuando usted es militante
antiguo?".
-"Pero cómo iba a invitar a los mismos
huevones de siempre con la zampona y el
bombo; hay que renovarse, ganarse a la gente
joven con otra música".
—"Es que primero está la responsabilidad
revolucionaria y el peligro de la desviación
pequeño burguesa".
—"Sale pa' allá huevón"...

Persona de confianza

Una vez estaba vendiendo entradas para un


festival rock en el cine Marconi, cuando llega
una señora superdespistada a sacar entradas
para el cine.
—"No hay entradas para el cine porque este
es un festival de rock, señora".

170
—"Pero es que yo había visto en el diario
que daban no sé qué película", y yo con santa
paciencia explicándole no sé cuántas veces la
misma cuestión hasta que finalmente la señora
me dijo:
—"Mire, ¿usted no conoce a algún joven
decente que quisiera trabajar de chofer?,
porque fíjese que tengo un auto y no sé
manejar".
Aquí está la papa, dije yo, pero como an-
daba con barba, pantalones rosados pata de
elefante, pulserita artesa, o sea típico hippie,
pero limpio, ¿ah?, no me atreví a ofrecerme,
entonces no sé cómo ni por qué fue ella la que
me lo propuso:
—"Vaya para la casa, me dijo, gente de-
cente como usted me encantaría".
La casa era un palacio en el barrio alto y el
marido vivía en el norte donde tenía una
cadena de farmacias.
—"Este es el auto —un Ford Falcon pre-
cioso—, lo que me interesa es que usted vaya a
dejar y a buscar a mis hijas al colegio y los
fines de semana las lleve a las fiestas".
Una noche que fui a dejar a la hija mayor a
una fiesta en el Estadio Español, me pidió que
me bajara un ratito con ella. Me bajé y como
después insistió en que me quedara a la co-
mida, también me quedé. Me presentó a todas

171
sus amigas del colegio. El próximo fin de
semana la misma cosa, y como yo la iba a
dejar y a buscar al colegio todos los días,
comenzó a decir que estábamos pololeando.
— "No, pus, le dije yo, porque resulta que
yo ya estoy pololeando".
—"Qué importa, me dijo, después decimos
que peleamos".
—"Córtala, si yo soy chofer no más", le
dije.
Como insistía y era muy sensible, empecé a
hacer de chofer y de pololo paralelamente,
pero se puso insoportable de exigente con-
migo.
"¿Que dónde estabas? ¿Que a qué hora vas
a llegar?".
Cuando le aclaraba que en realidad no es-
tábamos pololeando, que todo era una fic-
ción, un teatro inventado por ella misma
frente a sus amistades, se ponía completa-
mente histérica y comenzaba a quebrar ja-
rrones. Decidí cortar de raíz con este pololeo
ficticio y seguir como chofer no más, pero fue
imposible. Ella le contó un cuento increíble a
la mamá y yo quedé como un fresco de
mierda ante la señora que me tenía una
confianza ilimitada.
Perdí la pega con el dolor de mi alma. Era
superbién pagada y además que andaba para

172
arriba y para abajo en el Ford Falcon que era
corno tener un BMW hoy día.

Haendel Espinoza

Después de Golpe Militar dejé la universidad


por razones obvias y conocí a mi primera
señora que era estudiante de arte. Nos ca-
samos y pusimos un taller de esmalte en cobre
con un amigo que estudiaba medicina y su
compañera que era argentina. Yo no tenía
idea de esmalte, así que me dediqué a las
ventas y la realidad es que vendíamos como
pan caliente todo lo que producíamos en las
mejores tiendas de Providencia.
Después mi amigo y su compañera cayeron
presos y comenzó el desastre. Tuvimos que
fondearnos con mi señora y salir pegando para
Ecuador por un tiempo, donde vivía mi her-
mano mayor.
En Quito conocí a Haendel Espinoza, que
era chileno. Un tipo extraordinario, de unos
cincuenta y cinco años: sabía cualquier can-
tidad de música clásica —por eso le habían
puesto Haendel— y leía como loco. Viajero
del mundo, había conocido personalmente a
Jung y ahora estaba estudiando medicina y
sicología simultáneamente. En tiempos de

173
extrema escasez, incluso había trabajado de
trapecista en un circo pobre recorriendo la
costa del Pacífico. Estaba exiliado en Quito,
pero había descubierto la papa al conseguirse,
no sé cómo, un pintor ecuatoriano que era un
capo para hacer lo que allá llaman "monos",
esos retratos basados en fotografías que se ven
en las casas humildes de toda Latinoamérica.
El negocio consistía en conseguirse los
contratos para hacer las pinturas. Te pasaban
un retrato y adelantaban un 20 por ciento de
valor del mono, luego el pintor, que era una
bala, se hacía entre cinco y seis monos diarios.
El 80 por ciento restante lo pagaban contra
entrega.
Cuando me presentaron a Haendel y supo
que yo venía llegando de Chile me dijo:
—"Métase en esto conmigo porque tiene
futuro".
Como no tenía otra cosa que hacer me
metí con él, partiendo a patita a recorrerme
los barrios populares, consiguiendo los fa-
mosos contratos.
A pesar de la fama del pintor y la seriedad
profesional de Haendel, el problema era la
lentitud para conseguirlos.
Frente a la disyuntiva se me ocurrió una
idea genial: comprar contratos hechos en vez

174
de ir personalmente a conseguirlos casa por
casa.
Pusimos unos avisos destacados en el diario
más popular de Quito: "Se compran monos"
y dimos un teléfono. Comenzaron a llamar
unos tipos con unas voces extrañísimas que
nos citaban a unos hoteles últimos de rascas.
En realidad, eran unos mafiosos que les sa-
caban contratos a la gente por el veinte por
ciento y después si te he visto no me acuerdo.
Llegábamos a los hoteles Haendel y yo
disfrazados de gangsters, con pistola a fogueo
en la cintura y actuando superagresivos, igual
que en esas películas de gangsters últimas de
malas.
—"Este contrato sí, este otro no, este sí, es-
te no", y los huevones, con unas caras de ma-
leantes, y nosotros cagados de susto, pero nos
fue el descueve y agarramos un alto así de
contratos.
Se ganaba menos por "mono", debido al
precio de recompra, pero aumentamos enor-
memente el volumen de la operación, evi-
tándonos la lata de tener que ir a terreno,
copando la capacidad ociosa de nuestro
"genio" y disminuyendo el costo de su ali-
mentación, porque era rebueno para comer.
El problema se nos produjo por el exceso de

175
trabajo del pintor. Si ya no comía, ni hablaba,
ni dormía y se comenzó a chalar de la cabeza.
Se le notó por primera vez cuando al mono
de una pareja de viejitos les puso un par de
candados en las narices, que Haendel se los
hizo borrar de inmediato después de una gran
discusión estético-conceptual. El pintor sos-
tenía que su raza indígena estaba encadenada
y esto debía expresarse en los monos a través
de los candados.
Después le dio por encerrarse con llave y
despotricar a grito pelado contra su propia
raza: ¡indios de mierda, van a morir en la
mierda! Un día tuvimos que forzarle la puerta
y le vimos un mono fantástico tamaño natu-
ral: una niña preciosa desnuda hecha de puros
candados.
—"Cuestión de saturación pictórica", dijo
Haendel, pero el pintor se negaba a tomar
vacaciones. Según él no sabía qué hacer con el
tiempo libre: estaba diseñado nada más que
para pintar y comer. Tuvimos que echarlo a
empujones de la casa para un week-end de
descanso. Cuando volvió venía más tranquilo,
pero en realidad sólo había cambiado los
símbolos de la opresión: en vez de candados
les ponía flores a los monos. Flores que les
salían por las orejas, por las narices, por todas
partes, "como tumbas vivientes", decía:

176
Haendel dijo que era cuestión del destino y
no quiso buscarse un reemplazante. En rea-
lidad el tipo no tenía reemplazante. Me quedé
sin negocio y, además, tuve que devolver
todos los contratos porque Haendel era muy
derecho para sus cosas.

Tartufo de Molière

Un actor chileno me dijo un día:


—"Estamos montando 'El Tartufo', de
Molière, ¿querís actuar?".
—"Pero si yo no he actuado nunca", le dije.
—"No importa, me dijo, si aquí no cachan
una y tenemos financiamiento.
—"Fantástico", le dije yo.
—"Y queremos que tú seai el galán, hueón,
como erís medio pintiado".
Comenzamos a ensayar para estrenar en el
Teatro Municipal —en realidad era una pro-
ducción a todo lujo, financiada por Guaya-
samín— pero me quitaron el papel de galán.
En vez de Tartufo parecía Gulliver en el país
de los enanos: yo mido un metro noventa, así
que las actrices ecuatorianas me llegaban
todas al ombligo. El director me cambió de
papel con toda razón y pasé a hacer tres

177
personajes: el alguacil, el juez y otro huevón
que entraba y salía de repente.
Justo el día del estreno, ¡no se me olvida el
texto! : tenía que decir: "Mi más cordial sa-
ludo, caballeros, que Dios los bendiga y cas-
tigue a quien quiera hacerles daño", eso era
todo. Entré a escena con el Teatro Municipal
lleno. Guayasamín incluido. Miro al actor, al
que tenía que darle el parlamento, y me
quedo en blanco: "Buenaaaaas noches", le
dije, y apreté para afuera. Todo el mundo
cagado de la risa, pero el estreno fue un éxito
rotundo, de todas maneras.
A esas alturas mi mujer me la empezó a
jugar con otro chileno del elenco y a mí me
empezó a empelotar esa situación; imagínate,
si, además de trabajar tenía que estudiar por
ella que se había metido a antropología en la
universidad sin cachar una, y además yo tenía
que mudar y darle de comer a la guagua mien-
tras ella me andaba poniendo el gorro, en pú-
blico más encima.
Mandé el teatro a la cresta, me conseguí
plata prestada y le compré un pasaje: "O te
vas de la casa o te vas de vuelta a Chile, ¡pero
más hueveo sí que no!" Me bajó una de-
presión espantosa. Llegué a pesar sesenta y
cinco kilos, cuando ahora peso 95.

178
Me volví a Chile a la rastra y acá comen-
zamos a separarnos definitivamente, con tan
mala suerte que una noche andaba paseán-
dome todo choreado por el centro después del
toque de queda, cuando me agarraron unos
gallos de civil. Como yo me defendí, me sa-
caron la cresta la noche entera en una comi-
saría. A las seis de la mañana me dejaron
botado en la Plaza Baquedano. Por suerte me
encontré con una antigua amiga de arquitec-
tura que casi se muere de impresión al ver-
me... Le pedí que me llevara a la Embajada de
Francia, donde conocía al agregado cultural.
Abren la puerta y justo, pum, me caí al suelo
desmayado. Llamaron un abogado y me lle-
varon al Hospital San Juan de Dios, inven-
tando una chiva que me habían asaltado para
no meterme en más líos. Estuve una semana
hospitalizado con un TEC agudo y un coágulo
cerebral. Salí del hospital para volver a la casa
de mi mujer: del fuego a las brasas.

Tengo que rehacer mi vida como sea

Todos estos golpes tenían que servirme de


algo, pensaba, pero no tenía ánimo para nada.
Me daba terror pensar que podía comenzar a
dar bote de un lado a otro hasta finalmente

179
llegar a ser empleado de banco. Eso me ho-
rrorizaba. Hasta que un día dije: "No, estas
son huevadas. Voy a buscar trabajo ahora que
no tengo ninguna responsabilidad matrimo-
nial".
Decidí entrar a la televisión. El problema es
que jamás había pisado un canal de televisión,
así que me fui hablar con un amigo que tra-
bajaba en el Canal 11 :
—"Olvídate, me dijo, aquí no hay ninguna
posibilidad".
Hablé con otro amigo y me conectó con el
fiscal de la Televisión Nacional.
—"Aquí no hay pega, me dijo, pero por
amistad con tu amigo que es íntimo amigo
mío, te voy a meter como estudiante en prác-
tica de periodismo.
Entré al Departamento de Prensa como
estudiante en práctica de periodismo, sin
haber pisado nunca una escuela de perio-
dismo.

Ratón de Biblioteca

Me pusieron a trabajar con el nuevo di-


rector de Departamento de Prensa que tenía
sus propias teorías sobre la información, así
que me lo pasaba metido en la Biblioteca

180
Nacional, de la Universidad de Chile y del
Congreso, buscándole huevadas raras de de-
porte, ciencia, tecnología, diseño, arte, con las
que armaba unos programas cortitos bien
entretenidos. Después lo pusieron de Gerente
General del Canal y a mí en programas musi-
cales donde comencé a pasarlo la raja.
Hicimos un programa para niños que en
realidad era para adultos porque a los niños
les cargaba y lo veían repoco. La estrella era
"Florcita Motuda", cuando era un cantautor
completamente desconocido. Queríamos
ponerle la "Cebolla de Cristal", pero no nos
dejaron y le pusimos la "Cafetera Voladora"
al programa. Era una nave espacial donde
"Florcita Motuda" se trasladaba por la galaxia
visitando planetas. Tenía de enemigo al "Rey
de las Galaxias" que torturaba con imágenes a
sus subditos: los dividía en dos, les cortaba la
cabeza y los hacía desaparecer electróni-
camente.
Supervolado el programa, pero nunca ca-
charon la simbologia...
A todo esto, en el canal se les ocurrió
hacernos unos exámenes a toda la gente de
producción para elevar el nivel profesional.
Fue una chacota el examen, y como saqué el
mejor puntaje me contrataron con un su-
perbuén sueldo, lo que en definitiva fue un

181
desastre para mí: se comenzó a rumorear que
yo estaba apitutado con los milicos. Me di
cuenta al instante que ahí, por lo menos, era
mucho mejor ser del montón: tirabas pa'
arriba y comenzaba el chaqueteo de frentón.

Cambio de rubro

Conocí a mi actual señora en una fiesta de


Año Nuevo del canal: comenzamos a pololear
y a darle vuelta a la idea de hacer algo juntos
porque ella tenía una fabriquita de carteras en
sociedad con otras personas y se lo pasaban
corriendo de un banco a otro tapando hoyos,
donde estaban tapados con deudas.
Con unos ahorros de ella y míos decidimos
comprarle a los socios y pagamos todas las
deudas de un suácate.
Era un tallercito no más, con siete perso-
nas: dos costureras, tres maestros, un ayu-
dante, un bodeguero y el junior. Al principio
producíamos apenas 300 carteras anuales,
pero eran muy buenas carteras. Si tú las mi-
rabas te dabas cuenta lo bien hechitas que
estaban: las terminaciones, los materiales, el
diseño.
Mi función fue ordenar, ordenar y ordenar
todo lo que fuera bodega, archivos, costos,

182
organizar la producción, hacer las compras,
moverme con el banco.
Mi trabajo de productor de televisión me
sirvió un montón; si un productor no es or-
denado mentalmente no sirve. O sea, puedes
tener tu escritorio hecho un asco, pero tienes
que tener la cabeza ordenada, y yo en ese
sentido fui siempre rebuén productor. Ade-
más tienes que rebuscártelas, porque en
Televisión Nacional nadie te daba nada: si
necesitabas un elefante blanco tenías que
producirte un elefante blanco, entonces el
productor anda siempre con las antenas pa-
radas viendo cómo conseguirse las cosas, pero,
además, tienes que ceñirte a un presupuesto.
Tienes que conseguirte el elefante blanco,
pero no puedes consumirte todo el presu-
puesto, porque además tienes que conseguirte
cuatro jirafas rosadas y un par de tigres ver-
des.
Toda esa experiencia anterior fue una
buenísima escuela, porque si en este tipo de
empresas chicas tú te quedas sentado detrás
del escritorio tomando café como loco todo el
día no pasa nada. Tienes que moverte, mo-
verte y moverte para bajar los costos, man-
tener la calidad y asegurarte el mercado.

183
Importadores

Con el dólar a 39 pesos y aranceles bajos, la


producción de carteras chilenas se fue a la
mierda: no había por dónde competir con lo
importado de Italia, Brasil o Argentina.
Había que tomar una decisión crucial:
cerrar o transformarnos en importadores y
para eso era indispensable salir a comprar
afuera, con la piatita en la mano y nosotros no
teníamos capital.
Mi cufiado nos dijo:
- " Y o les presto cien mil dólares"
—"Cien mil dólares es mucha plata, le di-
jimos, ¿por qué no te asocias con nosotros
mejor y te quedas con la mitad de la fábri-
ca?".
—"Ya, dijo, pero por ayudar a mi hermana,
no más"...
Nos fuimos a Florencia directo con mi se-
ñora. Unas maravillas de carteras y baratí-
simas para nosotros con el dólar a 39. Incluso
compramos unos sombreros de paja preciosos
de todos colores que costaban, ponte tú cien
pesos, ¡acá los vendimos a 1.200! Nos fue
fantástico. Todo se vendió pa, pa, pa, pá y nos
pegamos una crecida salvaje hasta que de
repente, ¡pum!, el dólar subió y quedó la
cagada a nivel nacional.

184
Como nosotros estábamos capitalizados y
sin deudas nos fuimos pa' arriba. Incluso ha-
bíamos modernizado nuestra maquinaria y
mantenido a los mismos operarios, haciendo
en ese tiempo una cartera muy, pero muy
fina, con mucho cuero y mucho metal, ¿te
fijas?, para mantener la marca y a nuestro
personal.
Mi cuñado, que es ingeniero industrial, se
fascinó como cabro chico con el éxito y metió
un computador NEC para mejorar la organi-
zación. Ahora tenemos información bastante
sofisticada de ventas, stock, materiales,
productos terminados y gustos. Refinamos
increíblemente la información en términos de
los colores más vendidos y los diseños más
gustadores por temporadas y estratos socio-
económicos.

Nuevos negocios

Actualmente estamos produciendo 3.500


carteras anuales dirigidas al estrato medio-
alto. Copamos ese mercado y ahora hay que
meterse en otro segmento: sacar una línea
distinta para llegar a un público de clase
media-media y media-baja donde el concepto
de diseño no ha entrado todavía. Si tú a una

185
cartera del mismo precio que las corrientes le
agregas un bonito diseño tendrían que andar
bien las ventas. El look es fundamental y el
precio también, por eso nos vamos a Brasil a
buscar materiales bonitos y baratos. Deján-
dose de leseras, lo que realmente vale plata de
esta fábrica es el diseño, la marca y tu capa-
cidad empresarial. Nosotros nos paramos con
mi señora frente a una tienda de carteras en
Florencia, Nueva York o París y podemos leer
muchos detalles que a un lego se pasarían por
alto. Sabemos cuándo y por qué una cartera es
buena y si va a pegar en Chile o no.

Realización personal

Me encanta mi pega porque es creativa;


nada que ver con rutinas.
Mi preocupación actual es optimizar la
producción porque las ventas están tirando
pa' arriba solas; entonces comencé a expe-
rimentar:
-"Mire, maestro, usted aquí tiene 40 pies
de cuero y me tiene que sacar tantas carteras
utilizando un método de aprovechamiento de
materiales que yo mismo he diseñado". Aho-
rramos un 10 por ciento de cuero respecto
del sistema tradicional, que cuando has

186
comprado siete millones de pesos en cuero
significa 700 mil pesos de un paraguazo.
Lo otro entretenido es que comienzas a ver
logros ahí mismo en el taller y frente a la
vitrina cuando la gente exclama:
"Ay, qué linda esa cartera; una maravilla".
Bien parecido a la televisión: los logros y
las cagadas se ven altiro en la pantalla y es
tremendamente reconfortante recibir ese re-
conocimiento por algo que te quedó bonito
gracias a tu esfuerzo y cachativa.
Ganar plata también es motivador, pero yo
lo veo más como un premio al esfuerzo que
como un fin en sí mismo. Lo entretenido es
lograr algo de calidad gracias a tu trabajo.
Sería una lata que alguien te dijera:
"Quédese sentado no más detrás de su es-
critorio y usted va a ganar tanto la hora por
no hacer nada". ¡Una lata!

Relaciones laborales

Mira, cuando vienes de afuera y no tienes


"alma" de empresario la relación con los tra-
bajadores es jodidísima al principio. Yo los
veía como personas de carne y hueso, en-
tonces siempre estaba mirando la parte hu-
mana, involucrándome emocionalmente en un

187
sentido demasiado paternalista. La primera
vez que tuve que echar a un gallo se me partió
el alma. En el fondo no estaba despidiendo
solamente a Juan Pérez, sino que a la Juanita
Pérez, al Ramoncito, al Pablito y a Manuelito.
Estaba echando toda la familia a la calle y eso
me quitaba el sueño.
—"Oye, huevón, me decía mi cuñado, te
estás preocupando demasiado de Juan Pérez
cuando aquí tenemos cincuenta personas que
también dependen de nosotros. Si hacemos
una mala gestión vamos a perjudicar a esas
cincuenta familias".
Tiene toda la razón, pero igual yo me gozo
la relación con la gente. Como me encanta el
fútbol y soy hincha de la Universidad de Chile
y la mayoría de ellos son del Colo Colo las
tallas van y vienen después de los partidos. De
repente me cuentan el último chiste picante y
político también. Un día les di un bono de
diez mil pesos y uno de los operarios dijo por
detrás mío:
—"Métase el bono por la raja".
Me di vuelta tranquilamente, porque nunca
me enojo, y le dije:
—"Sabe qué más, me lo voy a meter por la
raja, pero usted se va altiro para su casa". Le
hice la liquidación y lo mandé a cambiar.
¡Faltas de respeto ni cagando! Yo jamás les

188
voy a faltar el respeto a ellos, entonces no
acepto que me lo falten a mí.
Con las costureras mujeres es más com-
plicada la cosa, por el conventilleo.
—"Mire, fíjese que el maestro González me
pidió que nos fuéramos a acostar".
—"Pero si esas son cosas naturales, pues
Anita", le digo yo entre serio y cagado de la
risa.
—"¿Cómo va a ser natural si el maestro es
casado?".
—" ¡Bueno ya, entonces dígale que no y
búsquese uno soltero, pues Anita!"
El otro día tuve que decirle al jefe de taller:
—"Oiga, Hugo, córtenla, si yo no soy si-
quiatra ni consultor sentimental y esto no es
un jardín infantil", pero igual llegan con sus
cosas. El otro día el Mario me llegó con que
quería comprarse un televisor a color y nece-
sitaba 80 mil pesos.
—"No, pues, plata para el hospital, para
comer, para las necesidades de la casa está
bien, pero para un televisor a color no te voy
a estar adelantando; si esto no es na' finan-
ciera". Se las canto pan pan, vino vino; sin
temores.
Es que yo antes miraba a la clase trabaja-
dora como una clase especial y a la burguesía
también, pero cuando te metes en la realidad

189
las cosas cambian. Descubres que hay hue-
vones despreciables tanto de izquierda como
de derecha, de la burguesía o de la clase
trabajadora.
Por lo mismo, he aprendido a querer a la
gente por lo que es, no por lo que piensa o
representa; lo único que pido es que seamos
honestos. Honestos por dentro y por fuera.
¡Transparentes!

Cambiar cuando quiera

Tengo treinta cinco y años, pero todavía no


me siento tan amarrado a esto. ¡Qué lata! Los
empresarios jóvenes chilenos se meten de-
masiado en el "rol" de ser empresarios, igual
como la gallada de los años sesenta jugaba a
ser intelectual de izquierda. En el fondo,
fondo de mi alma, sigo sintiéndome medio
hippie aunque, claro, soy empresario, no lo
voy a negar, pero no me veo como el estereo-
tipo del empresario tradicional.
A veces tengo la fantasía de querer poner
un teatro, hacer cine, volver a la televisión,
algo distinto. El problema es que las empresas
crecen independientemente de la voluntad de
los dueños: agarran vuelo propio como los
personajes de las novelas que se independizan

190
del autor. No las puedes atajar y al final pasas
a ser esclavo de tu empresa. ¡Qué horror! Te
vas encariñando sin darte cuenta y comienzan
a parecerse a ti y tú comienzas a parecerte a
tu empresa. Es tu lenguaje, tu manera de decir
algo propio, tu sello personal, tu identidad.
A lo mejor si estuviera fabricando tuercas
sería distinto porque todas las tuercas son
iguales. En cambio cada cartera que sacamos
es como un hijo: "que póngale la chapeta,
maestro, que termínela aquí: no, no, no, si no
es así, córtele aquí y déle más de acá", es-
perando que la termine para ver si quedó
perfecta.

191
Apechugar sola

Entré al Programa por intermedio de un


curso de tapicería en lana, claro que yo ya
hacía mis enredos con lanas, pero a la pinta
mía no más. No conocía para nada la técnica
que enseñaban acá con 24 puntos diferentes,
superbonita.
A todo esto mi hija del medio estaba bien
enferma. Tendría unos 13 años la Sandra y
el pediatra me había dicho que la niña nece-
sitaba ver un sicólogo. Lo comenté en clase
—eran unas clases amenas, así conversa-
das mientras se trabajaba— y la profesora
me dijo que había un sicólogo bien bueno en
el Programa.
—"¿Qué te parece si le preguntamos acaso
puede verla?", me dijo.

193
—"Bueno, le dije yo, pero si es caro no va
conmigo porque no tengo plata".
—"Déjame conversarlo con él primero",
y se fue a hablar con Patricio en el segundo
piso. Volvió enseguida.
—"Tráela no más a la niña", me dijo.
—"Bueno, pero, y, ¿cuánto va a salirme
esta cuestión?".
—"No te preocupes, tráela no más, ni un
problema".
Tenía unos síntomas bien raros la Sandra.
Se enfermaba así de repente y amanecía vo-
mitando. Vomitaba dos o tres días seguidos y
comenzaba a cojear de una pierna; entonces
Patricio, después de preguntarme un mon-
tón de cuestiones, comenzó a decirle:
—"Mira, Sandra, es bien penca que tú vo-
mites porque es bien desagradable, entonces,
no sé, pero yo creo que no debieras hacer
esto..."
En realidad fue bien extraño, y yo no sé
qué habrá pensado la cabra, pero no vomitó
más y se le quitó la cojera. Bien bueno el
sicólogo, dije yo, pero no puede ser para
tanto. ¿Así como rayo láser? ¡No! Yo no
creo en tanto milagro, pero como Patricio
comenzó a invitarme a unos talleres de de-
sarrollo personal, fui a ver cómo era la cues-
tión.

194
Eramos diez personas, entre hombres y
mujeres: sicólogos, sociólogos, filósofos, si-
quiatras, médicos pediatras, artistas y dos
pobladoras: la Menita y yo.
—"Hoy vamos a hacer una imaginería",
dijo Patricio.
"¿Y esa cuestión qué diablos será?",
pensé yo para mis adentros, pero no me atre-
vía a preguntar nada.
—" ¡Ya!, todos tendidos en el suelo de es-
paldas..."
¿Y qué cosa tan extraña es ésta? Pero,
bueno, veamos, y Patricio comenzó a decir
que cerráramos los ojos y nos imagináramos
en la playa de una isla solitaria. Que viéramos
los colores, el sol, la brisa y todas esas cues-
tiones. Después en la playa se aparecía un
hombre para las mujeres y una mujer para
los hombres. Que viéramos lo que pasaba:
si nos acercábamos o si nos alejábamos. Si
lográbamos tocarlo... o sea, una historia tipo
"Isla de la Fantasía", más o menos.
Terminó la cuestión y todos ahí sentaditos
en el suelo, cada uno tenía que contar su ex-
periencia. Cuando me tocó el turno, fui la
única que dijo:
—"Bueno, a mí no se me apareció ningún
hombre por ninguna parte de la isla".

195
La culpa y el miedo

También trabajamos el tema de la culpa.


Frente a frente las dos personas tenían que
contarse, una primero y otra después, de lo
que se sintieran culpable.
Le pedí a mi compañera sociologa que
partiera para tener una idea de cómo era la
cuestión. Si no cachaba una al principio.
Entonces esta niña comenzó a contarme,
puchas, que se sentía culpable de todo: de
no enchufarse con el marido, de gustarle
fulano de tal, de dejar a los cabros botados,
de que la pega era frustrante, de la bruja de
la mamá y de no sé qué cuestión con el
papá...
¡Yo no entendía nada! En primer lugar
yo nunca me sentí culpable de no haber es-
tado más cerca de mi marido, ¡siempre pensé
que debería haber estado a cien kilómetros
de distancia!
Lo que más me gustó fue el "Taller de la
Mujer".
Eramos siete mujeres y nos juntábamos una
vez por semana de las nueve de la mañana a la
una de la tarde con una sicóloga que venía lle-
gando de Inglaterra y estaba traduciendo un
libro. ¡Superrico! Nos iba entregando mate-
riales y los conversábamos en el mismo taller,

196
además que hacíamos ejercicios de rela-
jación, masajes, trabajar lo cotidiano en pa-
reja. Todo muy en confianza, muy rico.
Le dimos duro al tema de la relación pa-
dres e hijos. Yo escuchaba, escuchaba y escu-
chaba los problemas de los demás y a medida
que iba cachando iba sacando conclusiones
para aplicarlas a mis propios cabros. ¡Super-
útil la cuestión!
La sexualidad de la pareja no la tocamos.
Razones no se dieron. Simplemente la mayo-
ría dijimos: ¡la sexualidad sí que no! A mí,
personalmente, me da susto y no me gusta
hablar del tema ni en un taller ni en ninguna
otra parte. Eso lo tengo muy claro que me
produce un rechazo igual que el tema del
miedo.
La vez que tocamos el tema del miedo re-
sultó que en esos mismos días tuvimos un
allanamiento en la población y fue terrible.
Hubo heridos; quedó la escoba. A mí se me
cruzó por la mente, puchas, recién vengo a
cachar el miedo que me da pensar que pueda
pasarle algo a mis cabros mientras yo estoy
trabajando acá y me puse a llorar como idio-
ta. No me sacaron palabra.

197
Nací en un pueblucho horrible

Nací en el campo, cerca de Chillan, en un


pueblucho horrible. Mi mamá se chorió con
la mala vida que le daba mi papá y se mandó
a cambiar a Santiago. El salía a sembrar con-
migo y me amarraba a un árbol para que no
me perdiera. Dicen que él me crió a mí,
pero también se chorió con la vida de campo
y me trajo a Santiago. Aquí se puso a buscar
a mi mamá hasta que la encontró, y, bueno,
nació mi hermana menor.
Mi viejo tomaba y le daba unas tremendas
tandas a mi mamá. Ella se chorió de nuevo
y desapareció de la noche a la mañana sin
dejar rastro. El nos dejó encargadas con unos
parientes lejanos y desapareció buscándola.
De mi madre nunca más se supo, pero él
apareció tres años después vuelto a casar.
Llegamos muertas de susto con mi herma-
na a la casa de la madrastra, y a la hora de
once nos preguntó qué queríamos comer:
¿pan con jamón, pan con queso pa' los le-
sos, mermelada, mantequilla, dulce de mem-
brillo, dulce de mora? ¡Nosotras no lo po-
díamos creer! Resulta que nos habían man-
tenido a pan y agua, como a dos presas, du-
rante todos esos años que estuvimos de alle-
gadas, así que no lo podíamos creer que el

198
cuco, la madrastra, la bruja de la película,
nos ofreciera todas esas maravillas: ropa nue-
va, zapatos nuevos, uniforme nuevo, bolsón
nuevo, estuche nuevo, lápices de colores y nos
mandaron a un colegio particular. ¡Super-
bién! Al poco tiempo mi papá se puso a tomar
de nuevo, entonces a mi madrastra no le que-
dó otra que cambiarnos de colegio y toda la
ilusión se fue al chancho.

Comparaciones que matan

"Tan diferentes que son estas niñitas; tan


linda que es la Charito, ¿y a quién habrá sali-
do esta flaca tan desgarbada?".
Siempre me encontré fea, sobre todo al
lado de mi hermana que era demasiado bo-
nita. Linda figura y muy buenamoza. Pero
ni siquiera lloraba de rabia, me resignaba no
más.
Bueno, si soy flaca y desgarbada, ¿qué
crestas le voy hacer? No estaba a mi alcan-
ce cambiarme mágicamente, pero de repente
me miraba al espejo y me decía:
"Soy superflaca, pero a lo mejor puedo ser
alguien, a lo mejor puedo ser otra persona".
Di botes en varios colegios. No era buena
alumna y superdistraída. Siempre estaba en

199
otra parte o pensando en otra cosa hasta que
un año me mandaron a la nocturna del "Fran-
cisco de Miranda". Tenía catorce años y me
puse a pololear con un lolo a espaldas de mi
papá que era un viejo pesado superestricto
conmigo. Nos sentábamos juntos y como él
era supermateo me empezó a ir regio en los
estudios hasta que peleamos y me bajó una
depresión atroz que llegué a perder el año
escolar. Mi papá no entendió nada y se le
pararon los pocos pelos que le quedaban en
la cabeza. Me sacó del colegio dejándome
castigada de dueña de casa sin salir a ningu-
na parte.
Al año siguiente mi mamá, porque a mi
madrastra siempre le dije mamá, desde la
primera vez que nos convidó a tomar once
me matriculó en una escuela vocacional de
modas.
Era una casa antigua como un castillito,
así muy lindo, con jardines muy alegres y,
además, tuve la ocasión de conocer otras
niñas. Como nosotras éramos las hijas del
mayordomo en los edificios de departamen-
tos donde vivíamos, no conocíamos a nadie,
entonces en mi castillito encontré a un
montón de amigas. ¡Superrico!
Tres años estudié hasta que me recibí de
modista, claro que el puro título no más

200
porque yo quería ser azafata. ¡Imagínate con
lo desgarbada que era! No sé; me gustaría
el uniforme de seguro, porque eso de volar,
olvídate, me da pánico.

El susodicho de mi marido

A mi mamá se le ocurrió que debíamos


tener casa propia para recibir las amistades
que no podíamos recibir en el edificio de de-
partamentos y ella misma se preocupó de ins-
cribir a mi papá, que no se preocupaba de
nada, en unos sitios. Así fue como apareció
el bendito sitio de la población "La Faena".
¡Horrible!
Había que estar viajando todos los días
a cuidar al sitio. No había luz, no había agua,
no había nada de nada. Hubo que instalar
una mediagua y comenzar a quedarse de vez
en cuando para que no te robaran lo poco
que había.
Fue un bajón espantoso. Un cambio de
vida terrible para mí pasar del centro a una
población periférica.
Andaba de minifalda, bien a la moda, así
que fue un pinchazo casual con el Leonel.
Nunca pensé que pasaría a mayores porque

201
en esa época yo estaba pololeando con otro
niño.
Era superpintoso de facha el Leonel, y,
bueno, comenzó conque la cosa fuera más
en serio. Quería llegar a mi casa y yo, ¡las
pinzas! Le tenía terror a mi papá; además
que el Leonel era operario no más, en Te-
jidos Tricot, y entonces yo vivía haciendo
malabares para que mi papá no cachara nada,
hasta que un día me dio una fleta de padre y
señor mío, porque le comentaron que yo
andaba pololeando con ese gallo de la po-
blación.
Nunca supe realmente cómo se las arregló
el Leonel para llegar a la casa, y, bueno, yo
no estaba nada de entusiasmada al principio;
pero él insistió que nos casáramos y de re-
pente me enamoré hasta las patas. Mi papá
se opuso terminantemente a que nos casá-
ramos, pero yo lo único que quería era salir
cuanto antes de la casa, y no era solamente
porque fuera un viejo celoso y mañoso con-
migo. Habían otras poderosas razones que mi
mamá conocía, así es que ella estuvo de
acuerdo conmigo.

202
Ya nunca más mi vida volvió a marchar
en forma tranquila

Tenía veinte años cuando me casé y ya


nunca más mi vida volvió a marchar en for-
ma tranquila.
Nació mi hija mayor y Leonel quedó sin
trabajo. Lo más impresionante del caso fue
que no le importó un comino quedarse sin
pega. Ni siquiera se arrugó. Salía todas las
mañanas donde su mamá y sus hermanas
que lo vestían, y lo mimaban, alimentándole
esa facilidad para no trabajar. Era de una de-
jación y de una indolencia increíbles; si no
demostraba el más mínimo interés por nada
que fuera de la casa.
Tuve que comenzar a trabajar yo hasta
bien adelantado el embarazo de mi segunda
guagua. Finalmente, mi mamá se vino a vivir
con nosotros después que murió mi papá.
Ella fue realmente el puntal de la familia,
porque en la familia del susodicho a mí nunca
me quisieron: según ellos, yo era demasiado
pituca y no era eso lo que mi suegra quería
para su hijo. En el fondo, yo les cargaba por-
que no me podían mandar...

203
¿Qué tenía esa otra mujer que yo
no tenía?

Estaba estudiando en el colegio todavía


y era muy bonita. Yo pensaba que el Leonel
buscaba en ella lo que no encontraba en mí,
pero siempre con la secreta esperanza de que
algún día se iba a cabriar de ella, o bien ella
se iba a encontrar a otro gallo más joven que
él, así que cuando llegaba en la noche y me
hacía cariño, se me olvidaba todo y me ponía
en la buena altiro. Cualquier cosa que me
dijera yo se la quería creer:
—"Flaca, si no, lo que pasa es que la gente
donde nos ve tan unidos a nosotros nos quiere
separar...".
Me las pintaba de colores y yo me las creía
todas. Tenía pánico que se me fuera; páni-
co que me dejara sola.

Durante la UP1 comencé a


trabajar en una JAP2

Había que hacer guardia en el almacén


de la JAP para tener derecho a sacar una
canasta semanal, pero el susodicho ni siquie-
ra se aparecía por el almacén. Tuve que ir
yo a hacer la guardia y como era de las que

204
sacaba el habla en las reuniones, me eligieron
para delegada de manzana. Después resultó
que el encargado se enfermó y no encontra-
ron nada mejor que elegirme a mí para co-
rrer con el almacén.
Yo siempre he sido superderecha para mis
cosas, entonces cuando llegaban las comadres
dando explicaciones:
—"Mira, esta semana no puedo hacer guar-
dia pero necesito comprar la canasta igual...",
yo les paraba el carro.
—" ¡Momentito! Primero hay que cumplir
con los reglamentos".
Pasé a ser la mala, la pésima, la villana de
la teleserie. Total, dije yo, jamás nunca le
vas a dar en el gusto a todo el mundo y me
fueron colgando uno que otro amante. Al
susodicho esos rumores le daban un pito.
Mientras sacara provecho del almacén a tra-
vés mío le importaba un comino que yo me
amaneciera hasta las dos, tres de la mañana,
tres o cuatro noches por semana. A la hora
de los quiubos, cuando llegaron los milicos
al almacén para el Once, el susodicho me dijo:
—"Tú te metiste en este lío, arréglatelas
solita", y se mandó a cambiar donde la ma-
má.
"Puchas, dije yo, este huevón además de
flojo es un cobarde de mierda".

205
Una amiga me acompañó a la Fiscalía
Militar donde estaba citada —todavía veo
una metralleta y me da pánico—, pero no me
hicieron nada, por suerte, las preguntas de
rutina y me mostraron unas fotos todas
borrosas:
—"¿Lo conoce? ¿No lo conoce?", ese tipo
de cuestiones y me fletaron para la casa.
Al susodicho lo volvieron a tomar en Te-
jidos Tricot, lo que fue una esperanza bien
corta para mí, porque esta niña con la que
tenía amoríos quedó embarazada y yo me
puse totalmente histérica. Lo veía y me po-
nía a gritar como idiota. Resultó que yo tam-
bién estaba embarazada de mi hijo menor,
que nació en enero del 75, la misma época
en que nació la guagua de ella. ¡Lo único
que yo quería era irme de la población!
Irme de ahí cuanto antes, pensando, estú-
pidamente, que si nos cambiábamos la cosa
se iba a arreglar.
Nos cambiamos y la cosa siguió igual,
incluso peor. Ahora el susodicho simple-
mente no llegaba a dormir a la casa, se que-
daba donde la otra.
Me fui al suelo de frentón. Era asqueroso
para mí despertar en la mañana y pensar:
¿qué voy a hacer hoy día?

206
Por suerte entré al Taller
de Arpilleristas

—"María, me dijo tiempo después una se-


ñora, cuando te vi llegar al taller la primera
vez, pensé que ibas a morir en muy poco
tiempo", me dijo.
Me veía atroz. Estaba completamente jo-
robada, sintiéndome pésimo físicamente y
con una terrible pesadumbre, una pena, una
angustia terrible. Si alguien me hubiera pa-
sado la mano por la cabeza me habría puesto
a llorar a gritos...
El Taller significó un cambio inmenso para
mí: en primer lugar, ayudaba montones a
parar la olla y, además, servía para salir de la
casa. Trabajábamos en la Plaza Ñuñoa y te-
níamos que tomar micro —puchas, si hasta
se me había olvidado lo rico que era andar
en micro—, superentretenido irse chacotean-
do con las otras viejas.
Me encantaba concentrarme en ese mon-
tón de trapos viejos que a nadie le servían y
sacar algo bonito, un paisaje, qué sé yo,
cualquier cosa, y, además, venderlo y recibir
unos pesos era algo fabuloso.
Parte de la alegría era darme cuenta que
todavía podía hacer algo bonito. A pesar
de todo lo malo de mi vida todavía sentía

207
esa emoción de poder crear algo lindo con
mis propias manos.
Incluso logré desarrollar una puntada pro-
pia. La inventé probando, probando y viendo
trabajar a muchas arpilleristas y haciéndome
yo misma un control de calidad muy estric-
to. Yo misma me hago el control de calidad,
¿viste? No necesito que me lo hagan de afuera
y cuando no quedo conforme con una arpi-
llera no la paso para venderla.
La mayoría terminan la arpillera con el
festón; en cambio yo la termino en punto de
cruz y es mucha la diferencia porque con el
punto de cruz quedan todas las hilachitas es-
condiditas...

El susodicho era alcohólico intermitente

Cada vez que tomaba le duraba una semana


y después, pastillas para dormir porque si no
veía elefantes rosados, cocodrilos azules, ji-
rafas de todos colores. Un delirium tremens
bien avanzado.
La última vez fue para un Dieciocho.
Tomó toda la semana y se le pasó la mano
con las pastillas. Tenía 36 años cuando mu-
rió camino a la posta. No lo echamos mucho

208
de menos con los niños. Ya no pasaba en la
casa, así que se murió y se murió no más.
Lo terrible fue cuando murió mi mamá.
Para los cabros la abuelita estaba primero que
la mamá y ella los adoraba a mis niños. Un
cáncer al páncreas de un día para otro y me
duró un mes: se fue justo en la fecha que me
dio el médico. Noche y día con ella viéndola
irse con tanto sufrimiento...

Apechugar sola

Por primera vez en mi vida tuve que ape-


chugar realmente sola para parar la olla.
Las niñitas se hicieron cargo de la casa. La
mayor del aseo, la del medio cocinaba y el
enano nada. Siempre ha sido el chiche de la
casa y las niñitas reclaman que lo estoy
echando a perder criándolo totalmente ma-
chista, pero ¿cómo vamos a mandar al cabro
chico a hacer su pieza habiendo tres mujeres
en la casa?
Eso lo tengo claro que somos las mujeres
las que fomentamos el machismo en los
hombres, pero las cosas están cambiando po-
co a poco. Mis lolas son completamente di-
ferentes a como fui yo.

209
Me acuerdo que cuando pololeaba con el
susodicho yo era la tonta que corría a prepa-
rarle oncecitas y lo tenía sentadito ahí como
algo muy especial. Mi hija mayor, en cambio,
llega con su pololo y los dos parten a la co-
cina, ponen la tetera, las tazas y se sirven on-
ce. Así es como tiene que ser ahora que la
mujer tiene más oportunidades de trabajar
fuera de la casa: es obligatorio compartir los
quehaceres de la casa con el marido.

Huertos orgánicos

Patricio me agarró buena onda en el Pro-


grama donde la Menita le contó que yo era
arpillerista, entonces me llama un día y me
dice:
—"Mary, me dice, hay una posibilidad de
una beca para estudiar huertos orgánicos, si
tú quieres, ¿qué te parece?".
—"Listo no más", le dije yo, sin pensarlo
dos veces.
Una oportunidad así no me la pierdo, y
empecé con una monitora del TECNE. Hi-
cimos varios huertos en "Villa O'Higgins",
porque es en grupos que se va enseñando a
preparar la tierra, a cultivarla, hacer el abono
orgánico aprovechando los desechos de la

210
cocina y a preparar los almacigos. Los alma-
cigos de invierno se preparan en el verano y
los de verano en invierno. Son demostrati-
vos, ¿ah? Se hacen en conjunto con las ollas
comunes y sirven montones para parar la
olla.
A mí me encanta ver nacer la semillita,
ir viéndola crecer y, por último, comerte un
rico tomate que lo plantaste tú misma con tus
propias manos. ¿Cómo no va ser rico? Super-
estimulante. Te da energía para vivir.

La señorita del Programa

En el Programa todos son grandes profesio-


nales y me han abierto grandes posibilidades,
pero a mí me da lata hablar en ese lenguaje
tan complicado que ellos tienen. No quiero
hablar en bonito, como dice la Carmela de
San Rosendo...
Soy evolucionada a mi manera y no sería
justo que llegara hablando en difícil a la po-
blación porque la gente se queda supercolga-
da. Oyen hablar de la "utopía", ¿y qué
crestas será la utopía? o de la "creatividad
social", ¿y esa cuestión qué es lo que será?
Aunque les explique a las viejas que soy po-
bladora igual que ellas, que vivo en una

211
población igual que ellas, que me cuesta
cualquier resto venir a trabajar de monitora con
ellas y me tengo que ir temprano para que no
me cogoteen en mi población, igual me pre-
sentan como la señorita sicóloga del Programa.
" ¡Momentito!, que yo no soy sicóloga para
nada y además no tengo puta idea de eso, les
digo altiro. Pero si quieren saber algo más del
tema yo les traigo una sicóloga de verdad y lo
conversamos entre todas".

Despacito por las piedras

Mira, los ejercicios de desarrollo personal


sirven montones para que la gente se suelte
en las reuniones, pero hay que irse despacito
por las piedras. Sin cuestiones extrañas como
imaginerías o parando las patas en el suelo o
poniéndose a gritar como chancho porque la
gente se asusta y lo más importante es que
agarren confianza.
La confianza es primordial y esta cuestión
viene de largo. La mujer pobladora se ha
criado con la idea que el papá o la mamá son
los que tienen que hablar por ella, después
el marido, después los dirigentes, la pro-
fesora de la escuela, la asistente social, entonces

212
se van quedando calladas, calladas, mudas
por miedo a hacer el ridículo en público.
La diferencia es que antes no tenían ne-
cesidad de hablar donde estaban metidas en
sus casas, pero ahora no. Ahora es indispensa-
ble el desarrollo personal para barajárselas en
el mundo del trabajo que hoy día es parte de
la vida diaria de la mujer pobladora.

Trabajo de monitora en un taller


de arpillería

He llegado a la conclusión que para dejar


algo como monitora hay que ser superproli-
ja y respetuosa con el trabajo mismo de
hacer la arpillera. Puchas, si es por trabajar al
lote se pueden sacar no sé cuántas arpilleras
semanales, pero en el taller mío cada parti-
cipante se demora a lo menos una semana en
terminar una arpillera. Las hacemos a con-
ciencia y ésa es la única manera que resulte
bien. No conozco otra.
Lo segundo, hay que trabajar la confianza.
Si no hay confianza la gente no aprende. Pa-
rece que aprendieran pero en el fondo no
aprenden nada; repiten lo que tú le dices pero
no aprenden a sacar algo propio que sea de
ellas mismas y eso es lo más importante, que

213
aprendan a expresarse. Lo último tiene que
ver conmigo.
Siempre llego con temor a un grupo nue-
vo. Puchas, a lo mejor no les voy a caer bien,
a lo mejor no les gusta que me peine para
atrás, ¿tendré que peinarme para el lado?
Opté ser tal cual soy. La parte auténtica
de mi persona no la transo por ninguna plata.
Alguien me dijo muy diplomáticamente
una vez que en el fondo yo era una descla-
sada. No me enojé, ni me sentí, ni me reí.
Tengo la película demasiado clara como para
eso. Sé dónde vivo. Sé quién soy y lo que
hago con mi trabajo en poblaciones. No se
me han ido los humos a la cabeza creyéndome
"intelectual" porque me junto con profe-
sionales, ni me voy a tirar al suelo delante
de ellos por ser pobladora.

Surgir

He surgido, si por surgir se entiende la ne-


cesidad de sobrevivir a toda costa aprendien-
do cosas nuevas. No surgir habría sido quedar-
me pegada en la población: en este momento
estaría trabajando en el POHJ 3 , mi hija mayor
no estaría en tercero medio, mi hija del medio

214
sería histérica y el niño no tendría posibilida-
des de estudio.
Nunca me he puesto metas, pero siempre
he tomado lo que me ha ido ofreciendo la
vida. Tomé el Taller de Arpilleras, tomé el
Programa donde he conocido gente que me
ha ayudado cualquier cantidad a compren-
der otras cosas.
Yo pensaba que la gente profesional no
tenía problemas de ninguna especie y me he
encontrado en la práctica que a otra escala
tienen los mismos problemas míos que vivo
en una población. Al escucharles sus depre-
siones y rollos personales comencé a darme
cuenta que yo no era la única "extraterres-
tre". Saber eso te da energía como para no
quedarte achicharrada por cosas que a la lar-
ga pueden irse solucionando de alguna manera.

Conocí a un joven supermachista

Conocía a este joven y comenzamos a


salir. Al mes quería casarse conmigo con to-
das las de la ley: anillo, libreta de matrimo-
nio y vestido blanco. Yo no cachaba muy
bien, puchas, era bastante menor y yo con
tres cabros a cuesta...

215
La verdad es que no sé cómo fue que me
enamoré del compadre, porque cuando mu-
rió el susodicho yo me dije:
"Yo con ningún gallo ni a misa; monja
total porque todos son unos pelotudos".
En el fondo quería un gallo tierno, cariñoso,
amable, atento, comprensivo, que no me exi-
giera nada tampoco y de esos huevones no
hay.
—"Vivamos juntos un tiempecito y probe-
mos antes de casarnos", le dije yo, buscándo-
le una solución al problema, pero él no, que
si no me casaba eso sería todo. Y se acabó
el pololeo de un día para otro y, puchas, yo
caí en una depresión la yegua de grande, por-
que el compadre se enojó y se enojó en se-
rio. Si ni siquiera me saludaba cuando nos
tocaba estar juntos.
—"Mary, por favor, hace una cosa bien
hecha, habla con él y pregúntale qué es lo
que le pasa, me decía Patricio. Ahora, si no
tienes valor para hablarle personalmente,
entonces esscríbele".
Yo no me atrevía. No me atrevía a hablar-
le ni a escribirle porque en el fondo quería
mantener la esperanza, ¿viste? Me daba
pánico que me mandara a la cresta definiti-
vamente.

216
Con el tiempo conversamos y saqué mis
propias conclusiones. El compadre es soltero
y tiene un niñito que está con él. A lo mejor
el compadre quería que le criara a su cabro.
Está bien, ¿pero cómo iba a casarme con él
después de la experiencia terrible de mi
primer matrimonio? Me dolió. Me dolió que
no lo entendiera, pero el compadre no pudo
entender que yo, como mujer, no quisiera
casarme con todas las de la ley.
Me las arreglo sola, y me siento bien
arreglándomelas sola, sin pareja quiero decir.
No estoy amargada y estoy conforme como
estoy criando a mis cabros y más o menos
conforme conmigo misma. Si más adelante se
tercea algo sentimental, veremos. Por el
momento estoy tranquila, aunque desilusio-
nada del amor porque el amor de pareja es
todavía una incógnita para mí.

NOTAS:

Unidad Popular.
2
Junta de Abastecimiento Poblacional.
Programa Ocupacional para Jefes de Hogar.

217
Blanca y radiante va la novia

Odiaba las matemáticas.


Era el único ramo que realmente odiaba
y por eso apenitas me sacaba un miserable
cinco.
—"Tienes que luchar por sacarte un siete",
me dijo mi mamá.
—"No puedo luchar por las matemáticas,
mamá, porque las odio".
—"Pero, ¿y si luchas por algo que no sean
las matemáticas?"
Entonces vi a un cabro que iba pedalean-
do en una bicicleta nuevecita delante de la
casa y le dije:
—"Yo lucharía por una bicicleta..."
—"Si te sacas un siete te compro una bi-
cicleta para la Pascua".

219
Me dediqué como loco a las matemáticas
porque en el Instituto había que estudiar
mucho para poder subir el promedio. Pasaban
una materia hoy día y mañana mismo había
que rendir prueba. Al final de año los profe-
sores se sorprendieron al ver la forma en que
había mejorado el promedio y mi mamá
cumplió su promesa: me regaló una flamante
bicicleta "Oxford".
Desde chico me he puesto metas. Metas
para esto, metas para esto otro, como cuando
aprendí el abecedario: empecé por las vocales,
a, e, i, o, u, y cuando llegué a la "u" recién
comencé con las consonantes; una nueva
meta.

País gringo

Mi papá era obrero del cobre en Sewell


durante la época de los gringos. Claro que los
mismos jefes no lo veían tanto como obrero
sino más bien como empleado, porque capaci-
tación tenía bastante y trabajaba en la parte
mantención de la mina.
Nacer en Sewell fue como haber nacido en
un pequeño país gringo. Había fiesta de la
nieve, fiesta de la primavera, inclusive habían
traído al boxeador Rocky Marciano para una

220
exhibición y a los "Globetrotters" también;
por supuesto que yo no los vi; si ni había na-
cido cuando los trajeron.
Vivíamos cerca de la estación y todos los
años en noviembre veíamos llegar el tren car-
gado con los juguetes de Pascua directamente
de Estados Unidos. A Sewell todas las cosas
llegaban mucho antes que a Santiago, inclu-
yendo los juguetes de Pascua. También había
un enorme cine, y como niño, tengo recuer-
dos de haber visto las películas desde la sala
de proyecciones. El operador me regalaba
rollos de película de 35 mm con las que armé
mi propio cine de juguete en la casa.

La manchita roja que tengo en el ojo

El verdadero motor de la familia fue


siempre mi madre. Siempre quiso lo mejor
para mí en todo sentido: físicamente, econó-
micamente, intelectualmente. Cuando vi la
película "Norma Rae", la identifiqué altiro
con mi mamá, en la parte luchadora. Esa
fuerza es algo que siempre me ha tirado pa'
arriba a m i .
Nació en Chillan, de ahí la mandaron a
Santiago donde unos parientes y llegó como
a tercero medio en las Monjas. En Sewell era

221
modista. Tenía varias dientas gringas, señoras
de los altos jefes de la mina, y estuvo a punto
de instalarse con una gran boutique pero
nació mi hermano menor, que se le murió a
los cinco meses, entonces le vino un shock
nervioso. Se recuperó con el apoyo de la mis-
ma gente, que era muy unida en Sewell, pero
ya se le había pasado el entusiasmo por la
boutique.
La manchita roja que tengo en este ojo es
de cuando me quemé la vista con los rayos
ultravioleta del sol. De chico me lo pasaba
todo el día jugando en la nieve y como tengo
los ojos claros, parece que un día me quedé
mirando fijo la nieve y cuando mi mamá fue
a buscarme para tomar once estaba comple-
tamente ciego. Tendría seis a siete años y
escuchaba a los demás cabros que se reían
pensando que me estaba haciendo el ciego;
como siempre fui juguetón desde chico.
En el hospital dijeron que era una quema-
dura a la retina. Una ceguera momentánea
pero que no iba a perder la vista y efectiva-
mente la recuperé cuarenta y ocho horas
después. Me recetaron lentes oscuros para
toda la vida. Yo no quería usarlos y como
estaba el peligro que me pusiera a mirar
fijo la nieve de nuevo, quedando ciego para

222
siempre, mi mama convenció a mi viejo que
nos trasladáramos a vivir a Rancagua.
Era invierno cuando bajamos de Sewell.
Llovía mucho en Rancagua y a mí no me
gustaba el agua; estaba acostumbrado a la
nieve y me sentí muy solo sin el bullicio de
los niños en la nieve, que es muy alegre.
i Me pusieron en los Hermanos Maristas, un
colegio caro y muy exigente: premiaban a los
mejores con menciones honrosas, diplomas,
cuadros de honor, medalla al mérito y cuánta
cosa.

El Patito Feo

Probaron a varios niños y no sé por qué me


eligieron a mí para protagonista del "El Pati-
to Feo". Tal vez me vieron muy sonriente y
tranquilo. Mis papas se preocuparon al prin-
cipio, pero después, cuando me vieron actuar,
estaban felices. Es que cuando me subo arriba
de un escenario se me olvida todo y me meto
en forma increíble en el papel.
En segundo medio se hacían sketches, una,
dos y hasta tres veces por semana, y llegaban
por montones los cabros a última hora a pe-
dirme que los sacara de apuros.
—"Oye, chico, escríbete una escenita",

223
—"A ver, les decía yo, veamos con lo que
cuentan".
Con una cámara fotográfica, un sombrero
viejo, una escopeta, cualquier cosa era sufi-
ciente para mí. En base a eso les escribía y
dirigía los sketches y como tenía bastante
demanda comencé a cobrar: golosinas, bebi-
das, chocolates, hot-dogs completos, para los
recreos. Como que me fui profesionalizando
un poco desde chico.
También me escribí una novela en esa épo-
ca. Una cosa pequeña, de 30 a 40 páginas, de
cuaderno por los dos lados, que se la regalé
a una polola, con tan mala suerte que se le
perdió el cuaderno, única copia.
A pesar de ser chico de porte, tenía muchas
pololas. Le pegaba al dibujo y me especialicé
en composiciones con dibujos para las niñas;
porque, a todo esto el colegio era mixto, ¿ah?
Si yo era capaz de escribirme 15 páginas de un
tirón mientras mis compañeros apenas lleva-
ban media página escrita. Entonces comenzó
a correrse la voz entre los profesores que yo
tenía pasta de escritor, que iba a ser drama-
turgo y novelista.
Mi madre se apuró demasiado conmigo,
incluso pensó que yo podría llegar a ser un
niño prodigio, como Mozart o algo así, por

224
la facilidad que tenía para actuar, escribir,
dibujar y, además, para los deportes.
En realidad, tenía una facilidad extraordi-
naria para retener por la vista. Si alguien hacía
cualquier cosa delante mío yo podía imitarlo
sin ningún problema, así como la película de
Woody Allen en que el gallo era como un ca-
maleón y se transformaba con una enorme
facilidad, ¿ya? Yo retenía con la vista a una
velocidad prodigiosa, lo que a la larga me ha
perjudicado mucho más de lo que me ha ayu-
dado, pienso yo.
Terminé la enseñanza media y me fui a
estudiar a Santiago al IACC (Instituto de Artes
y Ciencias de la Comunicación), con muchas
esperanzas de mis padres y profesores pero no
me gustó nada. Era pura semiología: ¡más
aburrida la cuestión! Pasaban los meses y no
se veía una cámara fumadora por ninguna par-
te y cuando la mostraron, chis, como cinco
minutos para 30 alumnos. ¡Por muy rápido
que fuera para aprender no iba a llegar a nin-
guna parte por ese camino!
En la cuestión técnica no basta con echar
una miradita. Hay que apretar los botones,
presionar las teclas, sentir la máquina en los
dedos y para eso la semiología es bien poco
lo que sirve.

225
Me fui a otro instituto que, además, era
mucho más barato, donde se podían ocupar
los equipos para practicar y a eso me dediqué
como loco durante los tres años de estudio:
practicar, practicar y practicar haciendo cá-
mara, escribiendo libretos y dirigiendo pro-
gramas.
Cuando terminé, convencí a mis viejos que
en vez de comprarse vehículo invirtieran en
un equipo de media pulgada: grabador portá-
til, cámara, dos paquetes de baterías, trípode
y focos. Me preocupé personalmente que fue-
ra la mejor marca en el mercado, con garan-
tías y servicio técnico de primera.

Estilo propio

Le pedí a Felipe que me dejara filmarle


su matrimonio. Dijo que por ningún motivo;
pero le insistí tanto —necesitaba tener una
experiencia para empezar—, que finalmente
aceptó bien de mala gana porque la novia era
demasiado tímida y no quería que la filmaran.
El resultado fue pésimo.
Ni siquiera se lo mostré a los novios, aun-
que Felipe me jodio por el campeonato para
que se lo mostrara. Tuve que inventarle que
se me había borrado la cinta, pero me sirvió

226
cualquier cantidad para hacerme una autocrí-
tica con la ayuda de un amigo mío que en-
contraba pésimo todo: el vestido de la novia,
el maquillaje, el peinado, el arreglo de la
iglesia. Genaro es estilista y ha viajado mucho
por Europa, entonces, encontraba todo horri-
ble de ordinario, incluyendo mi filmación.
"Que esta toma está larga, que el ángulo de la
cámara no es el mejor, que habría sido preferi-
ble tomarlo desde otro lado", o sea, me cagó
la película pero me abrió los ojos.
Comencé a ver televisión y a ir al cine en
forma sistemática, no sólo para entretenerme
sino para ver el trabajo del director. Le toma-
ba el tiempo a la duración de una toma, de los
planos, las secuencias y así fui adquiriendo
una especie de estilo propio para filmar ma-
trimonios.

Secuencia de la novia

Dormitorio de la novia: la maquilladora,


la estilista, las hermanas, las tías, las amigas
(la mamá no, porque está en la iglesia) están
terminando de vestir a la novia.
Yo entro al dormitorio con mi equipo y les
. digo que hagan cuenta que soy invisible para
que las tomas salgan lo más natural posible y

227
comienzo a filmar el nerviosismo de los mo-
mentos finales.
Principalmente tomo acciones: la novia
poniéndose dificultosamente los aros frente
al espejo, un toque de cepillo en el pelo, cuan-
do se está poniendo el collar, las reacciones de
las hermanas mirándola emocionadas; un so-
llozo de la amiga íntima, como para darle un
toque emotivo; y hacer más creíble la escena.
También le dedico tiempo al vestido de no-
via. Planos generales, planos medios y deta-
lles: el encaje y quizás el escote, porque mu-
chas novias son muy provocativas en cuanto
al escote; detalles de las mangas y de los vue-
los. Hago todo un estudio en cuanto al diseño
del traje como dándole un poco de publicidad
también.
Finalmente la novia se mira al espejo para
ponerse el velo. Momento culminante, ¡es el
climax! Cierro la escena con un close-up del
rostro de la novia o quizás en el ramo, o en la
mano de la novia, dependiendo del caso.

Racontos

Estaba viendo una película en la televisión


donde utilizaban un raconto muy cortito; la
protagonista había sufrido un accidente,

228
entonces la historia volvía al pasado y así uno
entendía el presente.
Ahí me ocurrió la idea de los racontos, pe-
ro me costó un montón convencer a una pare-
ja de novios que me dejara experimentar con
la idea. Finalmente, unos amigos estuvieron
de acuerdo y los cité a un parque a filmar las
escenas para el raconto dos días antes del
matrimonio. Los filmé caminando tomados
de la mano, después ella corriendo y él, si-
guiéndola en cámara lenta; después volviendo
a la vida real, tomándose algo en un café y
mirándose a los ojos. Todo esto con la música
de "Love Story".
Al insertarle los racontos a la secuencia de
la novia quedaba como una teleserie mucho
más entretenida y novedosa.
Perfeccioné los racontos hasta llegar a un
modelo "semiotico" de cuatro partes: la
primera es cuando se conocen, consiste en
mirarse y reconocerse; la segunda es el pincha-
zo, la atracción y tomarse la mano; la tercera
vendría siendo el comienzo del pololeo: con-
versan en un café tipo europeo, más bien fran-
cés, con música de Edith Piaf, y luego en la
cuarta parte van saliendo del café abrazados y
besándose.
Los racontos tienen que ser románticos y
por eso no hago racontos en los supermercados.

229
¡Parecen spots comerciales después! Ahora,
por muy romántico que sea el raconto,
debiera llevar un poquito de pimienta tam-
bién; o sea, algo de humor para romper con
la rutina. En una ocasión hice desaparecer a la
novia y la hice aparecer arriba del altar me-
diante un truco electrónico, pero como nadie
entendió el chiste opté por eliminar las notas
de humor por el momento. El público todavía
no está preparado para esos detalles.
Jamás hago ma's de cuatro racontos y cuan-
do las parejas no quieren racontos no les filmo
el matrimonio. A estas alturas, yo impongo
mis condiciones artísticas de trabajo.

Blanca y radiante...

La escena de la novia concluye con ella


subiéndose al auto. Entonces le pido al chofer
que me dé unos minutos y rajo para la iglesia.
Lo primero que hago es filmar al novio que
está supernervioso, por el atraso de la novia.
Me hago como cinco planos-secuencias de
gente que viene llegando a la iglesia, incluyen-
do a las madrinas, que son muy importantes.
Los nervios del novio los acentúo con un
close-up de alguien mirando un reloj para así

230
crearle una inquietud al telespectador. ¿Qué
crestas le pasaría a la novia?
Paso por corte directo al auto de la novia
que se viene estacionando y cuando pone el
primer pie en tierra meto la marcha nupcial.
Punto culminante número dos. No espero que
entre a la iglesia, altiro no más la marcha nup-
cial y eso me tira pa' arriba la escena. Luego
corro desesperadamente hasta la puerta de la
iglesia para alcanzar a tomar la entrada de la
novia. Trabajo con dos colaboradores que me
siguen a todas partes: un asistente de cámara,
que además me hace el foco, y el iluminador
con cables de 80 a 100 metros. Para que la
gente no se enrede y se saque la cresta, el
asistente de cámara tiene que ir enrollando el
cable mientras voy retrocediendo y filmando
cámara en mano el séquito de la novia hasta
llegar al altar. Señal a los novios para que me
den tiempo de cambiar posición.
Ya estoy detrás del altar. Les hago otra
señal para que avancen y me hago un plano
general cuando la novia viene subiendo las
gradas hasta que el padrino se la entrega al
novio, punto culminante número tres, y corto
a un plano de las madres sollozando emocio-
nadas.
En lo posible trato de darle algún signifi-
cado a lo que les está diciendo el cura, todo lo

231
cual culmina con el beso a la novia, después
que el novio le levanta el velo, obviamente.
Punto culminante número cuatro. Les hago
una seña para que me den tiempo de cambiar-
me nuevamente de posición y ya estoy al otro
lado del altar. Con un leve movimiento de
mano les indico que pueden avanzar hacia la
salida y ahí repito la misma maniobra ante-
rior, pero al revés: retrocedo lentamente fil-
mando la salida de los novios.
Lo que se verá en pantalla es a los novios
besándose, visto desde atrás del altar, y luego,
por corte directo, dándose vuelta y avanzando
hacia la salida ¡Supercinematográfico!
En la calle provoco diversos cortes desde
varios ángulos, focalizándome en los novios
subiéndose al auto; el beso dentro del auto
pero mirando desde el vidrio de atrás y luego
el auto en movimiento desde la misma posi-
ción. Corto y me encaramo al auto en el
asiento del copiloto y sigo filmando desde el
interior. En pantalla veremos que el auto se
fue después del beso y a los novios, en con-
traplano, desde adentro del auto. ¿Ya?
Los calmo un poco: generalmente están
muy preocupados de cómo salió la ceremo-
nia, si estuvo llena la iglesia. Les doy ánimo y
filmo un poquito sus reacciones más íntimas.

232
Poco antes de llegar a la recepción me bajo
del auto y corro rápidamente hacia el lugar
donde me están esperando mis ayudantes.
Una vez instalados se le hace una señal lumíni-
ca al auto para que se aproxime permitiéndo-
me filmar la llegada y la bajada de los novios.
Corro al salón para filmar el vals, siempre
hay un vals que también es culminante. En-
tonces me encaramo arriba de una mesa para
tener mejor perspectiva, antes de lo cual está
el champañazo de los novios, claro, porque
primero viene el champañazo a los novios y
después viene el vals o viceversa y así me voy
compaginando en cámara porque al principio
editaba en la casa, pero me demoraba mu-
cho, así que ahora me tiro a cápela no más y
el corte lo provoco en cámara y me queda
perfecto sin bache. No dejo nada para des-
pués, excepto la música y los títulos. Me sale
fácil, donde ya me tengo incorporado un
guión mental con el largo y ritmo de las to-
mas.
Después del vals descansamos un rato, su
feroz champañazo, y comemos como enfer-
mos antes de la recepción.
Jamás pongo gente masticando en la re-
cepción porque sale horrible, ni tragando
tampoco. Apenas se llevan la comida a la

233
boca corto a otro plano de alguien sonriendo
o conversando.
Durante la fiesta privilegio arrugas y las
canas, en otras palabras, les doy importancia
a los abuelitos que a lo mejor en un tiempo
más ya no van a estar; entonces es bonito
que aparezcan en la teleserie pasándolo lo
mejor posible.
El otro día, en un matrimonio, había un
caballero de 70 años con 13 años de exilio
en Alemania. Venía recién llegando cuando
se le casa el primer nieto que vio llegar al
mundo y fue una emoción tan grande, me di-
jo, cuando lo entrevisté. Era bajito, como de
un metro cuarenta, pero un trompo para
bailar cumbia, "ni que hubiera estado exiliado
en Colombia", le decía yo.

The End

Otros puntos culminantes son cuando la


novia le tira el ramo a las solteras sin com-
promiso y el momento final, cuando los
novios se suben al auto todo rayado, en me-
dio de las tallas groseras de los amigos, que
omito cerrando el audio (después sobrepongo
música), y "The End", o sea, "fade out". Ter-
mino con el nombre de mi productora,

234
"Skorpios Video", por mi signo que es Escor-
pión, y con mi tema musical característico,
algo así como el de la Twenty Century Fox.
Cobro 30 mil pesos por la primera copia y
el cliente pone la cassette virgen. Las copias
adicionales tienen otro precio negociable, se-
gún el cliente.
Me acostumbré a trabajar a la velocidad del
sonido, pero siempre a nivel profesional, así
que el lunes siguiente ya tengo las copias lis-
tas.
Calculo haber filmado unos cincuenta ma-
trimonios y me ha servido de experiencia
ganarme unos pesos y ayudarles a pagar el
equipo que me compraron los viejos.

Pateando piedras

Tengo 23 años recién cumplidos.


Mi meta era llegar a la televisión, abriéndo-
me camino desde abajo, como comienza cual-
quier profesional, hasta realizar mis propios
programas, especialmente dirigidos a la ju-
ventud.
A dos años de haber terminado mis estu-
dios de comunicación audiovisual, en Santiago
no he logrado conseguir una sola entrevista
personal en un canal de televisión, tal parece

235
que la televisión es un monopolio imposible
de franquear para un joven.
Un día me encontré en la calle con la gente
del "Jappening con Ja", y no sé de dónde sa-
qué patas, pero me acerqué a ellos. Les dije
quién era y les pregunté con quién tenía que
hablar para escribirles cosas humorísticas. Me
dieron el teléfono del director del programa.
Lo llamé "n" veces, pero no estaba nunca; fi-
nalmente logré hablarle, gracias a la secretaria
que le dio vergüenza seguir negándolo. Me di-
jo que le mandara un currículo. Se lo mandé
y como no pasaba nada lo volví a llamar "n"
veces de nuevo. Me mandó a decir con la se-
cretaria que no tenía tiempo para hablar per-
sonalmente conmigo; que le dejara algunos
libretos para echarles una miradita. Se los de-
jé, pero nunca me llamaron de vuelta.
En el programa del profesor Brisas me di-
jeron: " ¡Ya! Mándanos unos libretos para ver
qué tal eres como libretista". Me saqué la ño-
ña trabajando. Les mandé quince libretos y
¿qué es lo que pasó? ¡Nada, excepto que me
copiaron las ideas! Sí, yo mismo vi varios de
mis libretos camuflados, completamente da-
dos vuelta, entonces me fui a hablar con el
productor para ver si conseguía algo, ya que
habían usado mis ideas. ¡Se negó a recibir-
me!

236
Me fui al Departamento de Prensa del Ca-
nal 11, a hablar con un amigo que había sido
profesor mío:
—"No te hagas ilusiones, me dijo, si aquí en
vez de contratar gente, la están echando".
Le pasé un currículo y unos libretos, por
si acaso.
—"Para qué me los vas a dejar, si aquí en
el Canal nadie los va a leer".

De la noche a la mañana

Hace un par de años era un inocente paja-


rito de provincia, lleno de ilusiones. Necesita-
ba una oportunidad, no un puesto, para abrir-
me paso por mis propios méritos y no me la
dieron. Ahora, de la noche a la mañana, me
siento otra persona: no tengo ilusiones porque
resulta que no hay cabida para los jóvenes en
la televisión chilena, y resulta que yo, no estu-
dié para quedarme pegado filmando matrimo-
nios durante toda mi vida.
Mis amigos me dicen: "dale tiempo al tiem-
po, Chico". ¡Pero es que no tengo tiempo,
me siento apurado, porque tengo mis metas!
Mis viejos y yo invertimos demasiado en esto,
entonces no me queda otra que irme y volver
como extranjero porque a los extranjeros sí

237
que les abren todas las puertas. Los ponen en
un pedestal por muy estúpidos que sean,
¡entonces me voy al extranjero, vuelvo como
extranjero y listo!
El pasaje lo tengo financiado con ahorritos
personales, la venta del equipo y el apoyo de
mis viejos. Me voy a la casa de un amigo que
vive en Suecia. Allá veremos dónde estudiar
televisión, porque acá lo único que estoy ha-
ciendo es pateando piedras como dicen "Los
Prisioneros" 1 . '

NOTA:

Grupo Rock.

238

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