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HOMO FABER
Once casos sobre el trabajo 31 otras cosas
PREALC
ISBN 92-2-307007-4
Primera edición 1988
Impreso en Chile
Prólogo
VII
El resultado de esa inquietud se encuentra en las
próximas páginas. En las mismas se reafirma lo que
intuíamos en el trabajo previo de Benavente, al corro-
borar ahora en mayor profundidad el agudo impacto
del trabajo sobre la vida de las personas y de las
familias.
Los testimonios que integran este libro se refieren
a gente que desempeña las ocupaciones más diversas:
actriz, ^obrero, empresario, inventor, diseñadora,
cineasta, entre otros. Además, los entrevistados son
de diferentes clases sociales, son ricos y pobres, son
hombres y mujeres. En fin, a pesar de su reducido
número, representan un espectro amplio de la socie-
dad. En este sentido, el estudio se inserta en la tradi-
ción metodológica de Studs Terkel, quien durante la
década de los 60 estudiara la sociedad norteamerica-
na como reflejo del relato que las personas hacían de
su trabajo. Igualmente, Lewis entrevista a familias
mexicanas para conocer aspectos relacionados con la
presencia de subculturas en una sociedad. Estos rela-
tos que se presentan aquí, en cambio, no reflejan
tanto los sistemas en los cuales estas vidas se desen-
vuelven, sino que ponen mucho más énfasis en cómo
el trabajo por un lado y el desarrollo personal y
familiar por otro están estrechamente unidos. Desde
este punto de vista, el hecho de que los casos hayan
sido tomados en su mayoría de la sociedad chilena,
no afecta mayormente el análisis, ya que el foco del
estudio no es costumbrista, ni coyuntura!. Toca el
tema del ser humano y por ello trasciende una reali-
dad especifica. Asi, estos testimonios individuales se
transforman en narraciones de carácter universal.
¿Cuáles son los temas que llaman la atención?
No cabe duda que obtener un ingreso es una de las
razones básicas por las cuales la gente trabaja. Pero
una vez que eso se ha logrado, es decir, tener un
empleo, ¡cuántos otros aspectos hay que son muy im-
portantes! Tan importantes que en la mayor parte de
los testimonios el dinero ni siquiera aparece como leit-
motiv del discurso. Empleo y trabajo son conceptos
VIII
diferentes. El empleo se refiere a la ocupación (re-
munerada) que la persona desempeña. El trabajo,
en cambio, se inicia con el empleo, pero como con-
cepto es mucho más amplio y dice relación con la
forma como las personas por un lado se integran a la
sociedad y por otro cómo se relacionan con sus
pares. Ambos aspectos conforman la autoimagen y
allí radica la importancia del mundo laboral. Por
ello, también es que las personas normalmente le
encuentran un sentido a la ocupación que tienen,
por más banal que sea. Porque al darle trascendencia
al empleo, se asienta y asegura la valoración de si
mismo. Este es uno de los problemas que tienen,
por ejemplo, los programas especiales de empleo.
La gente no le encuentra utilidad o sentido a lo que
hacen, a pesar de que reciben una remuneración (por
cierto escasa), y eso los hace sentirse mal, despresti-
giados, marginales. Nadie acepta con gusto hacer
hoyos para después taparlos, aunque le paguen por
hacerlo.
"¿Q^é habría sido de mi vida sin trabajo?", se
pregunta una mujer para la cual su liberación (y la de
su familia) se alcanzó en el mundo laboral. Lo que
aparece en los testimonios es la influencia que el
trabajo ha tenido en la historia personal y que no se
refiere por cierto a relatos de hechos que han acon-
tecido, sino que esencialmente al efecto que tiene
sobre la persona. Se observa cómo de alguna manera
lo que la persona es tiene que ver con su trabajo
pasado, presente y futuro. Y a partir de esta realidad
personal, fuertemente determinada por el trabajo, se
desarrollan las relaciones familiares: esposas, hijos,
padres y parientes adquieren un sentido de ordena-
miento en este contexto. En efecto, la relación con
los cónyuges está enmarcada en sus actitudes y dis-
posiciones con respecto al trabajo del otro; el futyro
de los hijos se mira en la perspectiva de la ocupación
que tendrán más adelante y en fin, asi, todo se estruc-
tura en tomo al mundo del trabajo y ese mundo pasa
a ser tan importante como el familiar, siendo difícil
IX
identificar los elementos propios de cada uno, pues la
interacción es estrecha.
Fuente de liberación para algunos, expresión de
la creatividad para otros, no se presenta el trabajo
como una carga, sino más bien como una cuestión
positiva, central a la gente. No pareciera que el man-
dato "... con el sudor de tu frente... "fuese un costo
para nadie. Por el contrario, nuestra cultura lo ha
convertido en algo esencial para el desarrollo de la
persona, de la familia y para su integración en la so-
ciedad.
Una vez más David Benavente nos provoca a pen-
sar, con la evidencia del mundo real. Pero lo hace
como es su costumbre, con la alegría del relato que
incita a devorar el texto. Para nosotros, y esperamos
que para ustedes también, el leer este libro nos aseme-
ja a los entrevistados y nuestro trabajo no es carga
sino realización.
VICTOR E. TOKMAN
DIRECTOR
X
índice
Good friends 1
La quimera del loro 29
Bahiano, modestia aparte 43
Mi metro cuadrado 73
Vocación 89
Sólo el amor es fecundo 109
Querer es poder 131
Con la camiseta bien puesta 153
Medio hippie 165
Apechugar sola 193
Blanca y radiante va la novia 219
XI
Good friends
1
ni escribir, pero no voy más a ese colegio" y
me puse a trabajar, lo que era una novedad
para una chiquilla de mi edad en esa época.
Mi papá no quería ni por nada del mundo,
pero finalmente accedió y comencé a trabajar
con un tío en la calle Nueva York, cerquita
de la Bolsa de Comercio y el Club de la
Unión.
Tenía que ir a almorzar a la casa todos los
días. Tragaba y me volvía en micro al centro,
era una de las condiciones impuestas por mi
papá: no podía quedarme a almorzar en
el centro.
Mi tío y su socio me adoraban y me respe-
taban también por ser una niñita menor de
edad que trabajaba cuando las chiquillas de
mi edad se quedaban en la casa. Fue una pena
que cerraran la oficina... Mi hermano mayor,
que trabajaba en la RCA, me consiguió una
pega en una distribuidora de discos de la em-
presa y me encantó el trabajo. Tenía mi suel-
do y comisión por ventas, además resulté ser
bien buena vendedora.
Incluso tuve de cliente a don Gabriel Gon-
zález Videla. Mira, si cuando iba a comprar
discos me daba no sé qué verlo metido en esas
casetas sumamente incómodas. No lo encon-
traba digno para un ex Presidente de la
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República, entonces le dije, espontáneamente,
sin consultar a nadie:
—"Mire, don Gabriel, por qué no se lleva
los discos que quiera; los escucha cómoda-
mente en su casa y después me devuelve los
que no vaya a comprar".
-"Bien hecho, me dijo el gerente de ventas,
lo encuentro muy buena idea".
Después pasé a "Rapsodia", otra tienda de
discos. Eramos tres chiquillas vendedoras y
los demás puros hombres —entre paréntesis,
nunca salí con ninguno, íntimos amigos pero
nada de confianza de ahí para afuera—. Se
vendía Elvis Presley, Lucho Gatica, Bill
Haley, todo de lo más moderno pues, oye.
Pepe Lucena, el cantante español, también
era vendedor. Impecable siempre y muy buen
compañero; casado con una mujer mucho
mayor, pero a la que adoraba...
En esos años conocí a Peto, el padre de
mis angelitos.
—"Ahora que nos vamos a casar, no quiero
que sigas trabajando", me dijo.
Me salí sumisamente cinco meses antes
de casarnos. Después nos fuimos a vivir a un
departamento de dos ambientes en Tenderini
con Alameda, una jaula, pues oye. Dime
tú ¿qué hacía yo encerrada todo el día
3
esperando al caballero para cocinarle? ¡Qué
lata más espantosa!
Moderna de espíritu
4
Pésimo para los negocios
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listos para irnos a Los Cerrillos a tomar el
avión.
Tuve que irme a vivir donde mi mamá
con los niños y la empleada. No importa
que no coma, dije yo, pero la empleada no
se me puede ir. Imagínate con tres angelitos
tan seguidos y sin empleada.
Mis tíos y tías ricachonas no aparecieron
por ninguna parte, y las amistades menos. No
tuve a nadie que me tendiera la mano, excep-
to mi mamá, por supuesto; y por Dios que
hace falta que alguien te tienda la mano en
esos momentos. El único fue mi suegro, que
llegaba todos los domingos cargado con ga-
lletas, Milo, leche Nido, de todo para los ni-
ños.
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tanto", le dije. Y le pedí que me avalara
para comprar el pasaje...
Me entendió perfectamente y al día siguien-
te apareció con el pasaje: nunca me voy a
olvidar de ese gesto, porque no era un hombre
de plata. Justo el día antes de partir llamó
Peto "collect" para decirme que no me fuera,
que ni siquiera tenía dónde recibirme.
—"No importa, ya tengo el pasaje y me voy
de todas maneras", le dije bien cortito.
Llegué al aeropuerto de Los Angeles y casi
no reconocí a mi marido. ¡Estaba horrible!
Más negro de lo que es; flaco, ojeroso, con la
máquina de afeitar en el bolsillo —las maletas
se las habían quitado en el hotel— y un par de
calcetines extras. Sin un centavo, oye, y sin
pega más encima.
Yo venía con 50 dólares en la cartera y lo
primero fue arrendar un departamento por
quince dólares la semana. Compramos una
olla, una sartén, café, azúcar, pan, leche, un
paquete de tallarines y ahorramos el resto pa-
ra locomoción.
No conocía a nadie
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"down town"y partí en un taxi, porque mi-
cros prácticamente no hay. Edificios enteros
de quince pisos repletos de fábricas de costu-
ra, oye. El lunes no conseguí nada, pero el
martes sí y ahí me aterré. Sí, yo nunca había
visto una máquina de coser industrial en mi
vida.
Opté por lo sano y le dije al dueño:
—"Mire, tengo mucho interés en trabajar y
tengo mucha necesidad. Estoy recién llegada
y tengo a mi familia en Chile, pero estas má-
quinas no las conozco. Si quiere me paga, o
si quiere no me paga, pero déjeme apren-
der..." El hombre me tomó altiro; parece
que le gustó mi franqueza y fíjate que me
tomó tan buena voluntad que como a los
15 días hubo un terremoto tremendo en
Chile. Imagínate cómo estaría yo de nervio-
sa, entonces Lou me llama y me dice:
—"Aquí tienes el teléfono para que llames
a Chile y preguntes por tu familia".
—"Pero si yo no puedo llamar; no tengo
plata".
—"¿Y quién te está cobrando? Llama y
cuando puedas me vas pagando de a poco la
llamada".
Llamé con el alma en un hilo. Toda la
gente bien, por suerte, y le quedé tan agra-
decida a Lou por ese gesto; para qué te digo,
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nos hicimos grandes amigos hasta el día de
hoy.
Trabajé cuatro meses de operaría con él,
y tuve muy buenas compañeras, casi todas me-
xicanas, que me enseñaron mucho. Claro que
yo trabajaba como chino también. Lo único
que pensaba era en mi cheque el fin de sema-
na para mandarle plata a los niños.
Después me cambié a una fábrica más gran-
de con unas doscientas operarías. Puras mu-
jeres. Las negras muy flojas, siempre sacan-
do la vuelta, pero las latinas muy trabajadoras:
todas prácticamente en lo mismo que yo,
mandando plata para la familia, aunque eran
de origen mucho más humilde. Sacaba 300
dólares a la semana promedio, y eso para una
operaría en costura era plata. Me pagaban a
trato; entonces a mí no me ganaba nadie en
velocidad. Con una argentina, que nos hicimos
bien amigas, volábamos: conversábamos co-
mo loros y nos contábamos chistes todo el
santo día, pero éramos las más rápidas y pro-
lijas. ¡Sacábamos los mejores cheques de to-
da la fábrica!
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de la General Motors! Hasta el día de hoy
tiene el mate lleno de ilusiones, porque él es
grandioso, ¿ah? ¿Entonces cómo "él" iba a
trabajar de obrero? ¡Eso jamás! ¡Yo no sé
de dónde salió tan parado, si viene de una
familia bien humilde! No es por decir, pero
en mi familia siempre hubo más de todo, y
yo jamás le he hecho asco al trabajo.
Con ese concepto, pues oye, es imposible
encontrar trabajo en Estados Unidos y como
yo sacaba mi cheque y le mandaba la plata
a los niños, si quedaba para comer, bueno,
y si no, bueno también. Así es que tuvo que
hacer algo para cooperar y se puso a vender
Biblias: "el diablo vendiendo cruces" le decía
yo. Hasta que por intermedio de una chiqui-
lla peruana le conseguimos una pega de su-
pervisor en una fábrica. Después lo tomaron
de dibujante para diseño industrial, porque
en realidad él es muy buen diseñador; eso hay
que reconocérselo.
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durmieron solos fuera de la casa, ni siquiera
en la casa de mi mamá. ¡Imagínate dos años
sin verlos!
Presentamos los papeles a Inmigración para
conseguir la residencia y traer a los niños.
Realmente me asustó todo lo que sabían de
nosotros, poco menos que del kindergarten
para arriba.
—"Si ustedes quieren traer a sus hijos, pri-
mero tienen que pagar todas sus deudas en
Chile", nos dijeron.
A mí se me cayó la cara; se me cayó el
ánimo, se me cayó todo. Realmente fue un
castigo extra tener que trabajar un año más
como chinos, antes de ver a los niños. Te juro
que no comprábamos un nuevo huevo para
no botar la cascara y así logramos juntar seis
mil dólares extras, aparte de la plata para los
niños, ¡seis mil dólares antes de ver a mis
angelitos! Pagamos las deudas y les mandamos
los pasajes.
La menorcita no me reconoció en el
aeropuerto. Fue bien impresionante, pero yo
estaba feliz igual, aunque no me reconociera.
Mi mamá no más quedó pésimo en Santiago:
ella había sido realmente la mamá de los an-
gelitos durante más de dos años, además que
ellos lo pasaban fantástico con su abuelita...
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Nada de "shock cultural"
Las 99 cualidades
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tenía un patio enorme para los niños y me
quedaba exactamente a una cuadra de mi tra-
bajo. Ahorraba la movilización y los niños
tenían donde jugar. ¿Qué más se podía pedir
por noventa y nueve dólares al mes?
Comencé a conseguir ropa de segunda, con
fallitas, más barata, por supuesto, pero com-
pradita porque en este país no se regala nada;
entonces, los fines de semana nos íbamos a
una especie de mercados persa de ropa usada,
al aire libre. Partíamos con Peto a las cinco
de la mañana con una mesita, un toldo, café
y los niños. En un tiempo tuvimos tanta ropa
que íbamos a dos mercados el fin de semana
y no te miento que en un solo fin de semana
sacaba más de lo que ganaba semanal en
costura. Prácticamente me hacía dos sueldos:
unos 600 a la semana...
En esa época aparecieron en la televisión
unas financieras bien picantes que ofrecían
préstamos para muebles. Se me ocurrió pe-
dirles plata y en vez de comprar muebles,
completar lo que teníamos ahorrado para el
pie de una casa.
—Ya estás con esas típicas cosas de chilena,
me dijo Peto, si aquí pides para muebles tiene
que ser para muebles".
-"¿Pero cómo sabes? ¡Intentémoslo!".
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Total, a las financieras lo único que les
interesa es que les paguen los intereses, y como
entre los dos teníamos bastante buen crédito,
no tanto por la cantidad que ganábamos, sino
por el tiempo de permanencia en el mismo
trabajo, que allá es muy importante, nos die-
ron el préstamo y pudimos dar el pie para la
casa.
Pesqué un compás, puse la punta en el
"down town", tracé una circunferencia y di-
je: "esto es lo más lejos que podemos vivir
del "down town", donde trabajábamos".
Encontramos una casa nueva con cuatro
dormitorios, dos baños, patio y colegio, rela-
tivamente cerca para los niños. Claro que no
había nada de comercio alrededor: puras
lecherías. Era el barrio de los holandeses. Nos
costó 30.000 dólares, en 1969. Hoy día cos-
taría 200.000 y está completamente central.
Vivíamos bien, comíamos bien, teníamos
auto, nos gustaba salir de paseo los fines de
semana —hay tantos lugares preciosos para
los niños—, y habíamos comprado cuanta
máquina te puedas imaginar: lavadora auto-
mática, secadora de ropa, lavadora de platos,
cocina llena de botones. Yo sacaba mis cuen-
tas: ¿dónde voy a ganar más plata? ¿Lavando
platos en la casa o trabajando de operaría?
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Me dio ataque
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llevarme en las mañanas, los horarios no coin-
cidían y locomoción colectiva no había, así
que opté por la bicicleta de Pedrito. Serían
sus quince cuadras largas de peladeo; no era
tanto el cansancio, sino que un día llegué esti-
lando a la pega por la lluvia...
La mamá Rockefeller
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Cuando llegó Peto, casi se murió.
—"¿Y con qué lo vas a pagar si estás recién
trabajando...?"
- " E l auto está pagado: costó 70 dólares".
—"¿Setenta dólares? ¡Quizás qué mugre
te vendieron!"
Yo tenía mi licencia de conducir, pero no
tenía práctica porque Peto no me dejaba ma-
nejar. Según él yo era muy nerviosa, entonces
al momento de ponerme al volante de mi tan-
que les dijo a los niños:
"Nadie se sube al auto de la mamá, porque
puede chocar", pero Pedrito y las nifiitas no
le hicieron caso: " ¡Nos vamos con la mamá!
¡Nos vamos con la mamá!" y nos fuimos a
dar una vuelta maravillosa, sin nadie al lado
retándome por el camino.
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—"Mira, ustedes me bajan un solo centa-
vo más el precio y me voy. Un centavo, no
dos, ¿entendido?".
-"Pero si no te puedes ir, chica; te que-
remos mucho, chilena".
—"Con cariño no se pagan las cuentas;
aquí el billete es lo que cuenta".
Un día me bajaron un centavo, para pro-
barme seguramente.
Pesqué mi cartera y hasta aquí no más
llegamos. Me fui sin depedirme y no volví
más.
Me habían advertido que los cubanos eran
chuecos con la plata. En ese sentido no
hay como trabajar con gringos y lo mejor
son los judíos.
Taller propio
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Arrendé cuatro máquinas industriales por
tres meses y las instalé en el garaje de la casa,
con gran espanto de Peto.
—"¿Pero qué van a decir los vecinos?"
¿Qué iban a decir? Si los gringos son fan-
tásticos vecinos. El día que llegaron las má-
quinas hacían cola para ver en qué podían
ayudarnos.
Contraté cuatro operarías, gente bien co-
nocida mía, y hasta los niños me ayudaban
después del colegio.
Llegamos a tener diez máquinas en la ca-
sa: en los dormitorios, adentro del closet,
en la cocina, que era enorme. Cables cruzados
por todas partes; el pobre Peto estaba deses-
perado:
—" ¡Se va quemar la casa y tú vas a ser la
responsable!".
—"¿Qué quieres que haga si estamos ga-
nando un montón de plata?". Era imposible
seguir viviendo en esas condiciones así que
comencé a buscar un localcito y encontré
un lugar cerquita de la casa. Peto casi se mue-
re de espanto cuando lo fue a ver, porque
estaba al lado de una gasolinera. Claro; nadie
me iba a vender un seguro estando al lado de
una estación de servicio. Teníamos que
llevarnos toda la ropa a la casa en las noches,
lo que significaba un tremendo sacrificio.
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Mis operarías eran portorriqueñas y mexica-
nas, muy jovencitas. Prácticamente yo era
como la mamá: cualquier problema de plata
o salud ahí estaba siempre yo. ¡Me metían
en cada lío! En eso soy igual a mi mamá, no
puedo dejar de comprometerme con la gente.
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conmigo. Yo no quería por ningún motivo:
veía venir el desastre, pero no hubo caso. A
fin de cuentas éramos socios y la fábrica era
de los dos.
Desgraciadamente duramos muy poco: el
matrimonio y la sociedad se fueron al tacho
juntos. Peto todo el día en la calle, la plata
no se hacía nada y cuando llegaba se lo pasa-
ba retando a las operarías. ¡Un desastre! In-
cluso anduvo detrás de una muchacha y la
chiquilla incluso vino a hablar conmigo:
—"Su marido me persigue y estoy desespe-
rada".
—"Mira, Peto, le dije yo: o te vas tú o me
voy yo, pero los dos aquí no cabemos".
—"Andate, me dijo, si esto yo lo puedo
manejar perfectamente bien solo". ¡Hasta
ahí no más llegamos!
Hippies
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regio, claro que les ordené el gallinero tam-
bién. Tenían 30 operadas y les robaban a los
pobres cabros. Les suprimí más de la mitad de
la gente y les sacaba el doble de producción.
Me adoraban y hacían todo lo que yo les de-
cía. Finalmente, se tuvieron que achicar y
como mi sueldo era muy alto los cheques les
empezaron a salir sin fondos. Me tuve que re-
tirar, pero quedamos íntimos amigos; eran
muy dijes los chiquillos y tan talentosos.
Partir de cero
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Lo único que me quedó eran seiscientos
dólares ahorrados y cuatro máquinas que lo-
gré salvar de la quiebra.
Pedrito me dijo:
—"Pon la fábrica de nuevo, mamá, si te va
a ir bien".
—"Pero, Pedrito, si no tenemos ni para
comer".
—"No importa, mamá, arrienda un local,
si te va a ir bien".
Encontré un local mínimo por 350 dólares
al mes y con las cuatro maquinitas comencé
de nuevo, pero un día llega un negro al taller
y me dice:
—"Esta máquina no está pagada y me la
llevo".
—"Pero si tengo los papeles", le dije yo
furiosa.
Y tenía razón el negro. El desgraciado de
Peto me había dejado sin decírmelo una de
las máquinas que todavía no estaba pagada,
entonces claro, no la pudo vender.
El negro pescó la máquina y se la llevó
no más. Imagínate yo teniendo que cumplir
una orden y con la operaría parada. Fue como
si me sacaran el corazón.
Fui a la corte y el abogado logró recupe-
rarme la máquina. ¿Pero qué hacía mientras
tanto? Fui donde Lou, mi ángel de la guarda.
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Me prestó plata para arrendarme una máquina
y además me dio un montón de trabajo. Mira,
si en esos años del 79-80 había una locura de
trabajo. Gané un montón de plata con mi
antiguo patrón, tuve la suerte que me diera la
orden de una falda y me la repitiera durante
ocho meses seguidos. Eso es maravilloso por
la rapidez que adquieres...
Destrezas
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más derecha la costura mejor. Lo que demora
es la vuelta de la máquina, porque tienes que
parar. Esta blusita, por ejemplo, se ve muy
sencillita pero tiene más pega que este otro
vestido por las vueltas de la máquina. Yo me
hago dos vestidos en el tiempo de una blusa,
pero la tomé de todas maneras. No había
mucha pega y tú tienes que mantener a tu
gente trabajando aunque pierdas un poco;
¡Por ningún motivo que se te vayan!
Mira, hay veces que una pieza le parece
muy difícil a tu patrón pero tú te das cuenta
que la puedes resolver en un dos por tres. Ahí
está tu experiencia, en el detalle, ¿no? Esa es
tu marca, tu estilo, tu cachativa. Mis trasno-
chadas y desvelos para solucionar las cosas
no las comparto con nadie. Este es un negocio
demasiado competitivo; tienes que guardarte
tus cartas debajo del poncho.
Good Friends
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jovencita. ¿Será que cuanto más lejos, mejor
se cuida a los amigos, o que en Chile la amis-
tad es algo más superficial? Tengo esta amiga
muy especial que no tiene nada que ver con-
migo, en cuanto a carácter, pero nos conoce-
mos desde muy niñitas. Eramos vecinas en la
calle Huáscar, en Ñuñoa. Hija única, llena de
mañas, muy leída y por una de esas cosas del
destino se trasladó a vivir a Los Angeles.
¡Imagínate dónde nos vinimos a encontrar!
Peleamos harto, pero somos muy amigas y un
día conversando le digo:
—"¿Qué nombre le pongo a mi fábrica?
Me gustaría algo relacionado con amistad".
— "Good Friends", me dice ella.
¡Buenos Amigos! Me encantó el nombre.
Era justo lo que necesitaba porque siempre he
tenido la fantasía de llegar a cortar mi propia
ropa, tener mi propia marca. Se vería tan lin-
do "Good Friends" en la etiqueta.
26
tenía 10 años, cuando llegaba en patines a la
casa, su único amor: mi hija. La otra conoció
a su marido en un camping. Cada una tiene
dos babys. Pedrito terminó el high school y se
fue a estudiar mecánica a Arizona. Peto se pu-
so furioso, imagínate, que su hijo fuera a ser
mecánico.
Yo le dije:
—"Mire, m'hijito, si quiere ser mecánico
O.K., sea mecánico, pero sea el mejor mecá-
nico de California".
En Arizona conoció a su señora, y un día
que vino a vernos me dijo:
—"Mamá, vas a ser abuela".
—Lo veía venir, si prácticamente vivían
juntos y bien bonita la chiquilla.
—"Pedrito, apenas tiene 20 años; si no la
quieres, que ella tenga su baby pero no te
cases, porque eso no va a durar nada..."
—"No, mamá, si nos queremos".
—"Bueno ya, entonces cásense..."
No duraron nada, pues oye, y ahí está el
baby peloteado para uno y otro lado el
pobrecito.
Cuando se casaron las niñitas tiré la casa
por la ventana. No me iba a estar fijando en
gastos después de todas las pellejerías por las
que hemos pasado. Se compraron todo lo que
te puedas imaginar: la ropa que quisieron, los
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muebles que quisieron, la fiesta que quisieron,
la luna de miel que quisieron. Una se fue a
Tahiti y la otra a Hawai. Los más espantados
eran mis yernos con esta suegra tan cariñosa
y manirrota. Es que los gringos no están acos-
tumbrados a estas cosas...
28
La quimera del loro
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como para hacerte las porquerías tú mismo,
bueno, te puede quedar plata pa' la harina,
pa' los materiales y las instalaciones.
Al comienzo nos fue rebién porque ade-
más nos gustó la cuestión de hacer pan. Y
yo creo en esa cuestión, ¿ah? Si tú hacís
algo que te gusta te va a resultar y si no te
gusta, puta, yo llegué a la conclusión que
no puede caminar.
Claro que la mecánica también me gusta
pero no paga, no paga el tremendo esfuerzo;
en cambio, con la panadería cerrábamos en
la noche y la plata ya estaba en la caja, ¿me
entendis? Para mí hay un misterio aquí en
Chile, ¿ah? Nadie te va a pedir un kilo de pan
fiado, ¿te has fijado en ese detalle? Te pue-
den pedir tallarines fiados, sémola fiada, mor-
tadela, fósforos, cualquier porquería, pero
el pan es cuestión sagrada, ¿o no?
Al revés y al derecho
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Teníamos clientes del barrio alto que pa-
saban a las dobladitas de manteca, que es un
pan muy finito sin levadura, puta, riquísi-
mo. No sé quién cresta las inventó, pero yo
las perfeccioné y quedaron muy buenas;
entonces un lote de médicos del Barros Luco
siempre pasaban a comprar las dobladitas de
manteca y aprovechábamos de conversar y
echar el pelo.
Un día domingo, por esas cosas extraor-
dinarias del destino, llega al negocio un se-
ñor muy distinguido, con su hijo, a comerse
unas empanadas y nosotros teníamos la cos-
tumbre con la Chica, mi señora, de ofrecer
un trago de vino blanco con la empanada.
Para qué te digo, con esto el señor se baja
del auto y se manda al hijo a buscar una
botella de pisco de 40 grados.
—"Bueno, dice, yo soy maderero y tengo
una plata por ahí,así que podríamos asociar-
nos y poner una cadena de estas cuestiones".
Socio capitalista
31
porque, lógico, si con una panadería ganái
plata con veinte panaderías vai a ganar mucho
más plata y vamos hablando de comprar ha-
rina por camionadas, tener una central de dis-
tribución; o sea, en diez minutos nos pintó
una película, chucha, impresionante.
A él le interesaban las proyecciones del
negocio, decía. Yo no le decía ni sí, ni no,
pero indudablemente me llamaba la atención
la idea porque todo lo que sea ganar plata,
puta, ¿a quién no le va a llamar la atención?
Mi socio, pa' qué te digo, se deslumbró
totalmente.
Cara de panadero
32
Un día llega don Boris, el señor éste, y le
ofrece comprarle su parte a mi socio. Puta,
socio, le dije yo, si a usted no le conviene
vender. Con esto, por lo menos, tenis plata
para mantener tu casa. Quédate tranquilo.
Asociémonos con este caballero pero aparte
de lo que tenemos nosotros.
No hubo caso; no quiso escucharme y
vendió, pero vendió mal el güeón. Vendió
lo que había pero no vendió la proyección
del negocio, ¿entendis? Me quedé asociado
con don Boris y al día siguiente empezaron
los problemas. La cuestión pan se empieza a
las cinco de la mañana y mi nuevo socio llegó
como a las doce del día de cuello y corbata,
con impermeable. No le dije nada, total el
negocio estaba funcionando rebién. Claro que
al poco tiempo comencé a tener problemas
con el hijo. Un güeón flojo de mierda que no
servía pa' na. El pendejo se pensó que con la
mitad del negocio tenía pa' vivir y comprarse
auto de la noche a la mañana mientras noso-
tros con la Chica, que es una fiera para tra-
bajar, nos sacábamos la cresta sábado y do-
mingo inclusive, además que pasaban los
meses y la famosa expansión del negocio no
se veía por ninguna parte.
Más encima don Boris conoció una perica,
una analfabeta, y la puso de cajera. La cabra,
33
si bien es cierto era joven, resulta que como
mujer no tenía ningún valor. Rucia teñida,
pa' qué te digo, y se mandaba las partes, pero
el viejo andaba caliente con ella, así que hasta
le regaló abrigo de piel; puta, si iba a atender
la caja con abrigo de piel en pleno verano,
que me llegaba a dar vergüenza ajena.
Como no se veía despegue alguno, lo lla-
mé a terreno y se las canté claritas: las máqui-
nas son mías, los equipos son míos, me llevo
todas mis güevás.
—" ¡No! Qué cómo te vai a ir cuando ya
está por salirme una plata para la expan-
sión".
Tú sabís cómo son los chilenos cuando
de repente les va a salir una plata de no sé
dónde y van a tirar pa' arriba. El negocio
fabuloso de unas propiedades en venta, de
unas platas que le debe no sé quién, ¿enten-
dis?, y que ya están por salir pero no salen
nunca y pasan y pasan los años y los güeones
se mueren esperando y no pasó nada.
—" ¡Ya! Usted se queda con todo y me
paga tanto", le dije para zanjar la cuestión
y se entusiasmó el viejito.
En el fondo nos hicimos amigos, ¿ah? Lle-
gó un momento en que, puta, yo lo quería,
palabra. Si era un siete. Muy buena persona.
Cariñoso, mira, si hubiera sido millonario y
34
tú necesitabas algo, el hombre se cuadraba
altiro. El problema es que no tenía un veinte.
Cero peso. Pero tenía que aparentar frente a
la señora, la familia, las amistades. Gallos que
necesitan vivir de las apariencias: terno de
alpaca, abrigo de pelo de camello, camisa
finísima, corbata de seda y no tenía dónde
caerse muerto el pobre viejo.
Cambio de rubro
35
pan se juntaba gran cantidad de gente en la
calle y nosotros salíamos a chacotear con las
viejas que nos agarraron cariño tremendo.
Putas, se podían quedar horas enteras espe-
rando, pasándolo caballo y sin reclamar.
Entonces, claro, yo me identificaba mucho
más con la chacota y la porquería porque a
mí siempre, siempre me ha gustado la comuni-
cación con la gente, ¿entendis?
36
Al final ya me estaba implorando, me
estaba rogando.
—"Mira, loco, le dije, vamos a hacer una
cosa. Te voy a armar la porquería, pero lo
voy a hacer por deporte, ¿entendis?, porque
yo con vos no trabajo".
Es rebuena persona este gallo pero total-
mente malo de la cabeza.
Fuimos y de un paraguazo le armé el
motor, puta, si uno tiene su cierta habilidad
también y el güeón feliz. Me siguió convi-
dando y salíamos a arreglarles panitas a las
ambulancias y por ahí yo me anduve entu-
siasmando con unas enfermeras resimpáti-
cas y, además, me quedaba bien cerca de la
casa. Los primeros meses nos fue como la raja,
en realidad había cualquier cantidad de traba-
jo. Veinticuatro horas del día, te juro, nos
daban de esas cuestiones que suenan las por-
querías, para ubicarte, ...beep...beep... y par-
tíamos volando a donde estaba quedando la
cagada. ¿Te hai fijado cómo andan rajadas
las Unidades Coronarias? Bueno, imagínate
cómo estarían esas ambulancias. ¡Nos pusie-
ron "Los Magníficos", por lo milagrosos!
Los dueños se las habían comprado dadas
de baja en Estados Unidos. Por cada seis que
te comprai te regalan dos, ¿entendis? Si los
gringos las cosas no las botan porque son
37
buenas, cuando están malitas recién las botan,
entonces era pegarse cada cabezazo. Había
que tener una unidad coronaria permanente
para atender las ambulancias: que el par-
checito, el arreglito y no se ganaba nada más
encima.
Incluso hablé directamente con uno de los
dueños:
—"Usted esto lo está enfocando mal, le
dije. A estas máquinas tiene que hacerles
mantención preventiva...". Pero qué, güeón,
si el negocio de estos gallos era ganarse el
150 por ciento. Lo demás era pura chachara.
Mira, si yo estoy convencido que en este
país ya nadie piensa en trabajar. Fíjate en
ese detalle, aquí la gente sólo piensa en ga-
narse el cien por ciento altiro. ¿Por qué?
Porque si te metis a trabajar aperrado en una
pega te van a pagar una cagada que te morís
de hambre.
38
malabares para comprarse botada una cañone-
ra de la Armada que había encallado hace como
diez años en unas islas del sur. ¡Doce mil
toneladas de fierro!
Tenía que sacarles las cuentas de cuánto se
ganaba deshuesándola y vendiéndola como
chatarra. Entonces les fui dando una luz de
más o menos cómo se corta el fierro: cuánto
oxígeno se iba a comer por hora y que no
compraran acetileno sino que un gas indus-
trial que salió ahora último parecido al gas
licuado. Les hice un cálculo con lápiz y papel
de cuánto costaba esto y lo otro y estaban
felices, poco menos que celebrando el nego-
cio, cuando alguien dijo que la cañonera no
estaba varada en la playa, ¿entendis? El
maremoto o quizás qué huevada la había
encallado arriba de unos cerros como el
Arca de Noé, entonces el costo de picar el
barco y traerlo a tierra era gigantesco y el ne-
gocio se fue a las pailas de un zuacate, putas,
se querían cortar las venas. Si ya tenían lista
la sociedad. Puros gerentes y cada pinta, si
el único huevón torreja era yo. Hasta el ju-
nior andaba de corbata, pero no tenían
plata ni para cigarrillos sueltos y tomaban
como cinco de una misma bolsita de té.
Viven de ilusiones porque no hay otra forma
de vivir: si te ponís a trabajar en serio te
39
cagai de hambre porque los sueldos son
miserables.
40
—"Ya, poh, y me puse a trabajar altiro
no más".
Claro que la cuestión es bien para la risa
porque allá todos los ayudantes de mecánico
son niños, ¿ah? Cabritos chicos que tendrían
que estar jugando todavía, pero allá traba-
jan. Desde los 12, 13, 14 años los echan a
trabajar si no quieren ir al colegio. ¿Usted
no quiere estudiar, m'hijito? A trabajar,
mierda, pero que no ande vagando en las
calles y los meten de aprendices a trabajar
gratis por la pura enseñanza.
Esos eran mis ayudantes; unos bracitos
delgaditos, si no podían levantar nada, pero
muy empeñosos los chiquillos. Incluso uno
como "maestro" estaba autorizado para
"cascarearlos y cuerearlos": pegarles con
una llave en la cabeza por cualquier embarra-
da o ponerlos de guata en una rueda y pegar-
les en el poto con una correa de ventilador.
Allá el cabro te aguanta lo que sea con tal que
le enseñís; no como acá que todo el mundo
se las sabe por libro aunque no tenga idea.
De partida, no les pegué nunca, así que los
cabros me adoraban, incluso una vez que un
maestro le estaba cascando a un cabrito chico
yo le paré el carro y como no me hizo caso le
fui aforrando su pata en la raja y ahí se asustó
el huevón.
41
—"Y si lo volvís a tocar, te mato", le dije,
y fíjate que el dueño como que tomó en se-
rio quién era yo y ahí mismo me entregó to-
das las llaves y cuestiones nombrándome Jefe
de Taller.
Los cabros chicos estaban felices. Si son
muy amorosos los chiquillos, empeñositos,
gente buena, sana, a lo mejor no tan vivara-
chos como los chilenos, pero es que esto de
ser tan vivaracho ha pasado a tener otro
nombre.
42
Bahiano, modestia aparte...
43
encima de la cabeza, que era la manera como se
transportaban las cosas en esa época.
Se dedicó a sastre, mas luego abandonó esa
profesión, debido a que en realidad fue un
mal sastre. No sabía hacer los trajes con la
suficiente perfección y como había dema-
siados sastres en mi pequeño pueblo fue su-
perado por la competencia.
Los hermanos de mi mamá le ayudaron a
montar una pequeña tienda de abarrotes,
transformándose así en comerciante para el
resto de su vida.
44
Cada jefe político tenía su banda de mú-
sica, una verdadera orquesta con entre 15 y
25 figuras que servían para atraer a los niños
modestos del pueblo; había que verlas con sus
vistosos uniformes como si fueran bandas mi-
litares.
Eran remanentes de los antiguos ejércitos
particulares de los grandes señores feudales
brasileños del siglo pasado, de modo que per-
tenecer a ellas, vestirse de gala y tocar música
militar los días de fiestas cívicas y del santo
patrono del pueblo daba un cierto status a los
modestos jóvenes pueblerinos.
Desde niño participé en la banda de Bruno
Martín da Cruz para satisfacer las necesidades
musicales de la corriente política de mi papá.
Ahí aprendí a tocar saxofón, clarinete y
"riquintala".
Expulsiones
45
escuela pública por entrar en choque con la
maestra: cuando ésta me quiso desmoralizar
frente a los demás niños yo reaccioné violen-
tamente con palabras muy duras. Llamaron a
mi papá y me expulsaron sin apelación. El
consiguió que me admitieran en la escuela
privada, pero el niño expulsado de una escuela
pública estaba marcado como el mismo
diablo, así es que al poco tiempo también fui
expulsado de la escuela particular.
La situación era difícil; entonces mi padre,
como último recurso, pidió ayuda a su mejor
amigo de juventud que también era sastre.
—"Yo quiero un sastre en un año, le dijo,
porque este niño no puede quedarse por más
tiempo en este pueblo, tiene que emigrar y
para emigrar tiene que tener una profesión".
El amigo de mi padre era un hombre se-
vero. No se podía platicar ni silbar siquiera
durante toda la jornada de trabajo, pero como
recibía unas revistas inglesas muy gráficas
sobre la marcha de la guerra yo descansaba un
poco mi vista de esas costuras muy difíciles
mirando esas revistas, lo que me abrió los ojos
al mundo exterior por primera vez.
Año y medio estuve transformándome en
un sastre hecho y derecho a pesar de mi corta
edad, debido a las enseñanzas de este hombre
que me exigió al máximo. Mientras tanto mi
46
pueblo había entrado en decadencia por
efectos de la gran depresión, que en el Nor-
deste llegó a ser durísima. De unas 400 casas
que habría, por lo menos 70 quedaron vacías
en un año. El hambre era muy grande y toda
la gente comenzó a emigrar hacia el sur.
Yo fui el único de mi familia que salió del
pueblo impulsado más que nada por mis con-
tinuos choques con el establishment.
Viajamos doce días por río y después dos
días por tren hasta Sao Paulo, donde mi papá
me dejó viviendo con un tío, hermano de mi
mamá, quien era un hombre interesante: es-
cribía y leía muy bien no obstante haber
nacido en el campo y tenía una pequeña
farmacia que administraba con extraordinaria
meticulosidad. Tenía, además, una gran
tendencia a imitar a los ingleses a quienes
admiraba profundamente como agentes civi-
lizadores.
Allí fui a la escuela de San Andrés ubicada
en los suburbios de Sao Paulo y como en casa
de mi tío no me dejaban jugar con otros niños
del vecindario me convertí en un buenísimo
estudiante, sacándome las notas más altas en
todas las materias. Desafortunadamente entré
en choque con la esposa de mi tío que era una
mujer muy nerviosa, debiendo evacuar pron-
tamente la casa de mi admirado tío materno.
47
Mi padre vino a visitarme apenas supo del
incidente y convinimos que yo entraría de
interno a un colegio salesiano donde, como es
tradición con la educación salesiana, tendría
oportunidad de trabajar y aprender un nuevo
oficio.
Casi todos los curas y hermanos eran ita-
lianos o alemanes, a la vez que todos los
alumnos también eran hijos de italianos y
alemanes con una marcada admiración por
Mussolini; entonces resultó que yo era el
único nordestino en un internado de 603 es-
tudiantes. El único de color moreno. Me lla-
maban negro cabeza chata, y así me fui de-
sarrollando como un muchacho marginado,
humillado por sus propios compañeros e
incluso por algunos profesores. Sin embargo,
ahí aprendí un nuevo oficio que habría de
serme extraordinariamente útil en mi vida
futura: de tanto limpiar la tipografía, que era
mi trabajo habitual, aprendí el arte de hacer
libros.
"Los Miserables"
48
que me comprara "Los Miserables", de Victor
Hugo, el primero en la lista de prohibiciones, y
lo leí muy rápidamente a escondidas en el
baño. Lo encontré una belleza pero no pude
comprender la razón para prohibirlo. Esta
paradoja me inclinó definitivamente hacia la
literatura clandestina, siendo un libro extra-
ordinariamente importante para mí la "His-
toria de la filosofía", escrita en forma muy
amena y sencilla por un norteamericano. Por
su intermedio entré en contacto con las dis-
tintas corrientes de ideas desde Aristóteles y
Platón, hasta llegar a Freud y Marx, en
nuestros días.
Tenía 17 años cuando llegó el fin de la
guerra.
El día de la rendición alemana todas las fá-
bricas tocaron sus sirenas y al hacerse la noche
se produjo un carnaval en Sao Paulo. Un grupo
de estudiantes escapamos del colegio des-
colgándonos por las ventanas y nos fuimos a
pasar la noche de festejos para regresar al día
siguiente. Fue relativamente fácil, a través del
confesionario, averiguar quiénes estaban
detrás de aquello, entre los cuales me en-
contraba yo, de modo que los padres me
comunicaron prontamente que no podría
regresar al colegio el año siguiente.
49
Me matriculé en una escuela adventista
semejante a la de los salesianos. Ahí trabajé en
agricultura, de sastre, en la carnicería, lavando
ropa en la central de lavado y en una fábrica
que producía jugo de uva, jalea de mora,
mantequilla de maní; y en el taller mecánico
donde aprendí bastante bien la mecánica de
automóviles.
50
Podíamos platicar de fútbol, cine y actualidad
nacional con el colega del frente mientras él
estaba montando el distribuidor y yo la
bomba de gasolina.
A los dos años llegué a inspector de línea
de montaje: chequeaba el vehículo en una
carretera abstracta —encima de una cinta ac-
cionada por rodillos donde podía desarrollarse
hasta 100 km la hora—, identificando los
ruidos internos del motor mediante estetos-
copios especializados.
Orgullo profesional
51
como algo nuestro, considerándolos los
mejores carros en existencia.
Incluso cuando los veíamos en panne en la
calle las emprendíamos contra el dueño:
—"Mira, boludo, cómo es posible que estés
parado ahí cuando ese carro no ha sido hecho
para estar en panne".
¡Un Ford no podía quedar en panne corno
el Chevrolet, que era una mierda de carro!
Estudio y trabajo
52
charlas los mejores escritores, pintores, den-
tistas sociales y políticos de Sao Paulo.
Aunque yo era un hombre modesto del
Nordeste tenía una pequeña ventaja sobre el
resto de mis condiscípulos: sabía el oficio de
la tipografía aprendido en los salesianos y por
lo mismo era el único capaz de imprimir con
mis propias manos el periódico del colegio.
Por este motivo fui nombrado director del
periódico, y así fue como entré a jugar un
papel importante en el choque con la Policía
cuando cerraron la Unión de Estudiantes
Secundarios.
A los dos meses ya habíamos organizado un
congreso clandestino en un colegio de curas
dominicos: reunimos 200 estudiantes secun-
darios y fundamos la nueva Federación de
Estudiantes Secundarios de Sao Pablo.
Redactor periodístico
53
de la Ford, trabajar medio tiempo y ma-
tricularme en otro colegio menos caro pero
igualmente exigente para terminar el curso
preuniversitario.
En esa época Sao Paulo tenía unos 18 pe-
riódicos diarios: aún no se producía la con-
centración capitalista en la industria de no-
ticias; entonces había muchos periódicos,
incluso tres diarios italianos, dos alemanes y
uno japonés.
Comencé trabajando en "La Hora" re-
comendado por un periodista socialista que
hacía un programa de radiocultura nocturno
con música clásica y curiosidades que a mí me
encantaba y escuchaba con mucho agrado,
pues coincidía con la hora de mis estudios.
Bien, visité a este hombre y le planteé mi
admiración por su programa radial conjun-
tamente con mis intenciones laborales para
proseguir mis estudios.
—" ¡Como no!, me dijo, yo tengo un buen
amigo en el periódico "La Hora", vayase para
allá ahora mismo con esta cartita mía, quizás
él tenga trabajo para usted".
Me contrataron como reportero de calle.
Por cada redactor periodístico había tres
jóvenes reporteros de calle; indagadores de
noticias en diferentes áreas: hoteles, policía,
deportes, tránsito, etc. Al final de cada
54
jornada debíamos entregar nuestras indagacio-
nes a los redactores periodísticos que eran pro-
fesionales fenomenales especializados en la
redacción de noticias.
En primer lugar eran todos hombres y
mayores de cuarenta años; segundo, usaban
corbata; tercero, cuando llegaban a la re-
dacción platicaban entre ellos y leían los pe-
riódicos tomando conocimiento de cómo
andaba el mundo; cuarto, fumaban mucho y
tomaban mucho café.
Solamente después de ese ritual se alle-
gaban a sus mesas de trabajo a buscar los
montones de reportes preparados por no-
sotros y metían mano en sus máquinas de
escribir... ta-ta-ta-ta-ta-ta... una belleza verlos.
A más de cien palabras por minuto iban sa-
liendo borbotones de sus cabezas, sin corregir
prácticamente, porque estos hombres eran
realmente expertos: verdaderas máquinas
productoras de escritura.
Trabajaban nada más que cinco horas
diarias, produciendo entre 20 y 30 páginas
tranquilamente; eran redactores que jamás
tomaron cursos de periodismo, pero hasta hoy
día se les considera los mejores periodistas
brasileños de todos los tiempos.
55
"El amor y la sociedad"
56
Academia de Letras de la Ciudad de Sao Paulo,
y como las academias de letras tienen cuarenta
sillas que llenar, andaban buscando gente con
quien llenarlas y en eso aparece mi libro que,
como dije, fue un éxito de prensa, entonces
me invitaron como miembro y yo acepté.
Fue una cosa solemne mi entrada a esa
academia de puros viejos periodistas y malos
poetas, todo. lo cual habría carecido de im-
portancia si no hubiese tenido una enorme
repercusión en mi pueblo natal de Santa Ma-
ría de Victoria, pues apareció por allá un
estudiante de letras, quien, con motivo de
financiar sus estudios, anduvo haciendo con-
ferencias públicas acerca de mi poesía e in-
cluso escribió un libro al respecto.
Concluido el curso preuniversitario decidí
volver a mi pueblo y preparar allí mis exá-
menes de entrada a la universidad, encon-
trándome con que yo era una persona muy
famosa: pertenecía al grupo de los muy po-
quitos que habían estudiado en Sao Paulo y
era considerado un hombre culto, con otra
visión de mundo, además de izquierdista por
los contenidos de mi poesía que era bien
conocida allí.
57
Organización
58
pasado? Todas estas personas imaginaban que
yo ya era un gran abogado, un periodista y
escritor famoso que podría ayudarles gracias a
mi enorme influencia.
Bien. Debimos salir al patio posterior que
no era muy amplio y allí hubo discursos de su
parte que yo contesté diciéndoles:
—"Miren, ustedes no se hagan ninguna ilu-
sión por dos razones: primero porque yo no
soy ningún gran abogado y segundo porque la
ley no los va a ayudar. Ustedes deben orga-
nizarse primero y recién cuando estén orga-
nizados tendrán fuerza...".
Yo ya tenía alguna experiencia en este tipo
de discursos, pues había sido dirigente es-
tudiantil y también había participado en
huelgas en la Ford Motor Company...
—"Entonces, señores, ¡organícense! En eso
sí que puedo ayudarles a formar una aso-
ciación comunitaria de trabajadores...".
La idea de crear la primera organización de
masas de trabajadores tuvo una gran reper-
cusión histórica en mi pueblo: prendió como
un verdadero reguero de pólvora.
Bien. Por esos mismos días llegaron a Santa
María de Victoria dos curas misioneros que
andaban predicando cosas atrasadísimas
contra la masonería y el comunismo. Uno de
ellos usaba pistola al cinto y decía que había
59
participado en el cuerpo expedicionario bra-
sileño en Italia durante la guerra. Era un tipo,
primero, completamente fascista y, segundo,
completamente desaforado, que hizo en la
misa del domingo un discurso violento contra
la idea de la organización de trabajadores que
estábamos promoviendo, acusándola de co-
munismo. La gente se acobardó de inmediato;
ése era un ambiente católico muy tradicional,
entonces yo vi que debíamos actuar rápido.
Reunimos a los músicos de las dos bandas del
pueblo y salimos, junto al alcalde y el médico
principal del pueblo, que pertenecían a
corrientes políticas diversas, casa por casa,
para convencer a las personas que no aban-
donaran la idea de constituir la asociación. La
gente se calmó y logramos afiliar más de 400
personas, convocándose la Asamblea General
para dos días después, donde se constituyó
legalmente la primera asociación comunitaria
de trabajadores de Santa María de Victoria.
Crítica
60
interés en poner un periódico semanal de opo-
sición en Salvador, la capital de Bahía. Le
faltaba solamente un periodista valiente; y
ahora que yo estaba disponible, al haber poster-
gado mi ingreso a la universidad, decidió
nombrarme director de "Crítica", un perió-
dico semanario de corte izquierdista y opo-
sición violenta al Gobierno Estatal. Un perió-
dico de masas, nada de ideológico. Simple-
mente no había campo para eso en Salvador,
puesto que recién habían cerrado a balazos un
periódico del Partido Comunista.
"Crítica" tuvo éxito inmediato, pues todos
los que se oponían al gobierno, que eran
muchos, lo compraron de inmediato, de tal
forma que la policía llegó prontamente a la
imprenta una madrugada como a las dos de la
mañana, cuando yo estaba terminando de
redactar el artículo de fondo del cuarto nú-
mero.
Según mis visitantes, el jefe de policía y el
secretario de Seguridad Pública de Salvador
querían hablar conmigo.
"¿A las dos de la mañana quieren hablar
conmigo?", pensé.
—"Mañana voy a primera hora", les dije.
—"No. Tiene que ser ahora", me dijeron.
—"Está bien, pero permítanme, por lo
menos, ponerme la ropa", les dije. En realidad
61
estaba semidesnudo por el calor grande que
hacía en esa tipografía miserable.
—"Vístase rápido", me dijo el más pe-
queño, que hacía de jefe.
Me metí en el cuarto de baño con ese
pretexto y me escapé por uno de los muchos
agujeros que tenía la habitación, ocultándome
durante varios días en diferentes pensiones.
Una vez cuando volvía a mi pensión tem-
poral, como a eso de las diez de la noche, me
di cuenta que un bulto se movía en la oscu-
ridad, al lado del cine "El Popular". Al es-
cuchar un tiro no sentí nada pero caí al suelo y
desde esa posición vi nuevamente el bulto
desplazándose en la oscuridad, probable-
mente para fugarse pensando que yo estaba
muerto, pero yo entendí que el tipo venía en
mi dirección a rematarme y le metí un tiro.
Yo andaba armado, como medio mundo, y ya
disparaba muy bien. El tipo cayó seco al suelo
y los que andaban acompañándolo se lo lle-
varon arrastrando. Ahí recién me di cuenta
que estaba herido por el fuerte dolor en el
muslo derecho; afortunadamente la bala cortó
la carne solamente y no llegó al hueso. En esa
situación llegué a buscar refugio a la casa de
un amigo; no podía recurrir a la policía ni a
los hospitales; pues, como dije, andaba fugado
de la policía que me buscaba.
62
Desde mi escondite logré darle aviso a mi
papá quien vino a verme de Santa María de
Victoria:
—"Mira, me dijo, esto no es Sao Paulo, esto
es Bahía. En Sao Paulo se puede combatir al
Gobierno y no pasa nada porque hay libertad
de prensa, pero aquí en Bahía no. Aquí si no
te vas te van a matar".
Me dio dinero y esa misma tarde fui a la
línea aérea y compré tres boletos. para dis-
tintos puntos: Conquista, Fortaleza y Río de
Janeiro. Al día siguiente, para despistar los
vendí a mitad de precio a personas que iban
en esas direcciones (en esa época los pasajes
aéreos eran transferibles) y me embarqué
hacia Recife en un navio de la compañía
Lloyd Brasilero.
Corté mi gran bigote y me puse una base de
cosmético para que no se notara que recién
me lo había cortado; a la vez que cambié
radicalmente mi vestuario. Yo vestía inva-
riablemente ropas oscuras en aquel clima
grueso y caliente, lo que me hacía reconocible
como un hombre paulista.
Cambié todo por ropas frescas del Nordeste
y compartí la mesa del Capitán durante la
travesía fluvial hasta el día que llegó un te-
legrama de la policía inquiriendo por un per-
sonaje de grandes bigotes vestido a la usanza
63
paulista. Esa misma noche abandoné el barco
en Recife donde permanecí tres meses oculto
hasta que mi papá me envió noticias de que el
tipo herido estaba vivo y que la policía no
había tomado conocimiento ni había divul-
gado públicamente el asunto.
"Hoja de la Mañana"
64
conocidos los resultados, debía preparar breves
noticias: Sao Paulo 3-Corinthians 0, expul-
sados tales jugadores y algunas otras caracte-
rísticas del match. Si sabía la nómina de los
jugadores y del arbitro, mejor todavía. Esa era
mi función.
Para los juegos en Recife el mismo perió-
dico mandaba al estadio a un cronista espe-
cializado en deportes, quien, luego de asistir al
juego, debía redactar tres o cuatro carillas
sobre el mismo.
Bien. Un día estaba yo releyendo los pe-
riódicos de Río de Janeiro cuando me topo
con un reportaje espectacular: "Flamengo 2 y
Fluminense 1. Minuto a Minuto" era el título
y realmente leerlo fue como estar viendo una
película. ¡Si yo pude ver el juego minuto a
minuto en imágenes, como en la televisión!
"Puta la mierda, me digo yo, ¡esto es una
belleza! ¿Cómo es que este tipo hace esta
belleza que yo no sé hacer?" Y comencé a
reflexionar sobre el texto, dándome cuenta
que todos los términos empleados por el
cronista deportivo yo los conocía bien: co-
nocía todos los sustantivos, los adjetivos, los
verbos, los adverbios, todas las preposiciones
y las reglas de la sintaxis y la gramática, pero
de todos modos había algo que yo no cono-
cía. Meditando más profundamente descubrí
65
que este hombre usaba una gran variedad de
conjunciones. ¡En cuatro carillas conté 25
conjunciones! El secreto estaba en las con-
junciones.
Las preposiciones ligan unas palabras con
otras, en cambio las conjunciones ligan ora-
ciones completas y este hombre en tan sólo
cuatro carillas usaba nada menos que 25
conjunciones y en forma muy variada: "sin
embargo, entre tanto, hasta que, además que,
una vez más, mientras tanto..." Realmente era
una belleza, carajo, como las usaba, permi-
tiéndole hacer un verdadero arte de la re-
dacción de aquel juego: "Flamengo 2, Flu-
minense 1. Minuto a Minuto".
Manos a la obra
66
Al domingo siguiente decidí realizar un
reportaje escrito "minuto a minuto" del juego
entre Náutico y Santa Cruz a realizarse en
Recife, basándome exclusivamente en la
transmisión radiofónica del mismo. Lo hice
con gran precisión y se lo entregué al secre-
tario de noticias del periódico junto al resto
de mi trabajo, pero sin firmarlo. El hombre
leyó el reportaje que titulé "Náutico 3 - Santa
Cruz 0, minuto por minuto" y lo publicó
pensando que era del colega encargado de ir a
presenciar el juego al estadio.
Al día siguiente el colega encargado pre-
guntó extrañado:
—"Quién hizo este reportaje?".
—"Pero si usted lo hizo", le dice el secre-
tario de noticias.
—"Es que yo no lo hice", le contesta el
colega.
—"¿Quién lo hizo, entonces?".
- " Y o lo hice".
-"¿Usted hizo esto?".
- " S í , yo lo hice".
—"Puta carajo, dice, pero si esto es una
belleza. Usted es un gran reportero". Y me
pasó de inmediato al área de hoteles como
reportero periodístico.
67
Guerra de los reporteros
68
día dije: ¡no más! y les pasé una sola noticia,
las restantes tres que tenía las publiqué yo. Al
día siguiente llegaron furiosos:
-"Mira, ahora sí te vamos a joder".
Y en realidad me jodieron. Como tenían
acceso al gerente y al recepcionista del hotel
me bloquearon toda la información. ¡Si ni
siquiera lograba conseguirme la nómina de los
pasajeros! ¡Qué hice yo entonces? Me fui a
buscar noticias en los restantes hoteles de
menor categoría. La guerra es la guerra, me
dije yo, y la guerra de los reporteros es una
guerra sucia, de tal forma que si en sus perió-
dicos salía una o dos noticias de hoteles que
yo no tenía, en el mío salían siete u ocho
noticias que ellos no tenían.
Bien. En una de estas ocasiones entré al
"Hotel Bellavista", de solamente cuatro es-
trellas, miré las fichas y descubrí que estaba
de pasajero un alcalde de una ciudad "ma-
ráñense". En realidad un simple alcalde no es
una personalidad importante en ninguna parte
del mundo, pero en este caso proviniendo del
Estado de Marañao podía serlo pues allí se
había levantado una huelga de obreros, es-
tudiantes y comerciantes en contra de una
elección estatal fraudulenta, que era el tema
candente de toda prensa brasileña. Lo contacté
69
al hombre y al momento de entrevistarlo
el tipo me mira y me dice:
—"Mira, yo no tengo muchas noticias
importantes que darte, pero esa señora —y me
señala una mujer de unos cuarenta años bien
parecida— sí que tiene noticias muy impor-
tantes".
Era doña Juana da Rocha Santos, más co-
nocida por doña Noca, alcaldesa y riquísima
latifundista con varias haciendas, una fábrica
de beneficio de algodón y un molino de arroz.
Una mujer muy liberal que había tomado una
posición a favor de los huelguistas de Marañao
y estaba allí en Recife en una delicada misión
por encargo de varias mujeres alcaldesas (un
verdadero imperio de alcaldías gobernadas por
mujeres). Venía nada menos que a comprar
armas para iniciar una revolución en sus mu-
nicipios.
Bien. Doña Noca confió en mí como pe-
riodista a condición de que yo abandonara mi
reportaje hasta que ya ella hubiese empezado
su revolución campesina, en el interior de
Marañao. Y así se hizo. Yo no noticié su
presencia en Recife y, además, le presté ayuda
en cuanto a las armas: no era misterio para
nadie que había lugares donde conseguirlas
abiertamente, y así fue como esta mujer
70
valerosa salió de Recife con un camión cargado
de pertrechos.
Veinte días más tarde ella se levanta con
300 hombres armados tomando por asalto
cuatro municipios en Marañao, y es ahí
cuando yo salgo con una serie de reportajes
espectaculares basados en datos que nadie
conocía. En realidad estos reportajes míos se
hicieron muy famosos, lo que llevó al perió-
dico a enviarme al frente de batalla, por así
decirlo, desde donde envié semanalmente re-
portajes especiales. Cuando regresé a Recife me
había convertido en un periodista famoso,
disputado incluso por los periódicos más
importantes de toda la región.
Esa fue mi consagración.
Pasé a trabajar para una cadena regional
nordestina y luego a la cadena más grande que
existía en Brasil, donde, junto a otros 16
colegas periodistas, fuimos injustamente des-
tituidos por haber firmado un documento
contra el dueño de esa red, que era un hombre
muy reaccionario.
Esa destitución me dio una gran indig-
nación y ya no quise ser más funcionario de
periódicos.
71
Cuenta propia
72
Mi metro cuadrado
73
princesa preciosa, el hada maravillosa; jamás la
bruja perversa y fea. Siempre yo con el ves-
tido más lindo y el resto que se jodierá, pero
el show tenía que salir perfecto porque era
sagrado; un ritual de todos los años donde
venía toda la familia y siempre mostrábamos
números nuevos sumamente entretenidos y
chistes, muchos chistes. Todo tenía que ser
con mucho humor y de ahí mi mamá se dio
cuenta que yo tenía esta obsesión por el tea-
tro y me mandó a estudiar Enfermería en la
Universidad de Chile.
Conseguí meterme escondida a unos Ta-
lleres de Teatro de la Universidad Católica.
Fue increíble, ¿cachai? Me tocó de profesor a
uno de los huevones más volado, raro y má-
gico del teatro chileno. Tenía que tocarme
incuestionablemente a mí y fui feliz: él era
raro y yo era rara y él tenía, yo diría, una
especie de marcada atracción hacia mi per-
sona.
Con apenas diecisiete años yo era física-
mente un desastre. Un asco. O sea, era como
siempre me hubiera gustado seguir siendo:
zapatillas de gimnasia, jeans, chombas gran-
des, el pelo tapado, así con chapes, con
poncho, ¿cachai? Una güeá totalmente al
lote como para poder tirarme al suelo, ser
74
totalmente práctica, absolutamente libre, sin
nada de imagen sexy. Completamente natural.
Un día llega al taller el director de uno de
los teatros más descueves de Santiago; andaba
buscando una actriz nueva y joven y el gallo
pasa justo por el lado mío y ni me vio,
¿cachai? Yo, embutida en el asiento con el
poncho hasta aquí, estilando, donde me había
pegado una mojada que llegué como diuca al
taller. Estaba lloviendo a cántaros; esas lluvias
típicas de Santiago con un frío de cagarse.
Entonces el gallo comienza a sacar gente a
improvisar y sacaba a todas las pinturitas del
taller y todo lo que hacían le parecía tan
gracioso. Les miraba el poto y se reía con
todo y yo era la única que iba quedando
cuando de repente el profesor le dice:
—"Oye, ¿por qué no sacas a improvisar a
esa niña?".
- " ¿ Q u é niña?".
No te digo que ni me había visto el hue-
vón.
—"Ah, ya claro, ¿te gustaría improvisar?"
—"Ya, ya claro, le dije yo" y salí a impro-
visar con un gallo revolado de Agronomía,
superbueno, con el que me avenía fantástico,
tenía un humor... y comenzamos a improvisar
y el director de ese teatro descueve, cagándose
de la risa, paraba las patas, se caía de la silla
75
de la risa. Estuvimos 45 minutos improvi-
sando, ¿cachai?
Al día siguiente me citó a dar una prueba
frente al elenco y ahí supe quién era la única
persona a quien yo no le iba a gustar: una
actriz, por supuesto.
¿Te ubicai esas miradas con una sonrisa
super helada?
Me eligieron y yo les dije que tenía que
pensarlo, para hacerme un poco la chora. Me
fui completamente histérica a Viña y me senté
frente al mar y estuve ahí tullida como tres
días enferma de los nervios sin poder creer lo
que me estaba pasando.
¡Qué capacidad de impresionarme tenía en
ese tiempo!
Para ser bien honesta, simplemente me arre-
baté con la idea; o sea, me morí. Hones-
tamente me aterré. En esa época yo creía en
los monstruos sagrados y yo, sin saber leer ni
escribir, en pelotas, iba a enfrentarme a seis
bestias del teatro chileno.
Vine a reaccionar, lo que se llama reac-
cionar, cuando se estrenó la obra. Empezaron
las funciones, comenzó a ir público y la gente
preguntaba quién era yo, ¿cachai?, porque lo
hacía el descueve, con un desparpajo increíble
y nadie me conocía.
76
¿Surgir?
77
podíamos estar un segundo separados. Una
simbiosis enfermiza que de haberse consu-
mado en un matrimonio formal y prematuro
me habría conducido al desastre porque era
completamente contradictorio con mi verda-
dera naturaleza.
Cuando volvió de Estados Unidos, volvió en
otra y como yo estaba en otra también no nos
vimos nunca más; pero yo sufrí como
chancho porque lo amaba.
78
permitirle la llegada a nadie. Ahora, si lo pillas
en un buen momento, es tira pa' arriba genial;
tiene sentido del humor, es un tipo sociable y
bien coherente. No está para nada perdido en
la vida. Pero mantiene a toda costa su metro
cuadrado y eso me encanta porque yo soy
igual: no puedo vivir sin mi metro cuadrado.
Bestia de teatro
79
Una persona que respeto mucho me dijo
que yo era autoerótica en el escenario. ¿Auto-
erótica? Que me erotizaba conmigo misma; o
sea, no necesitaba de mayores estímulos ex-
ternos y es la pura verdad. Cuando me subo al
escenario lo paso tan bien que incluso se me ol-
vida cómo lo estará pasando el público en la
platea.
80
sentimiento y además te adueñas del espacio.
Por eso me encuentro a mis anchas en el
teatro. El director me puede marcar hasta ahí
y yo puedo llegar emocional y expresivamente
hasta por allá, ¿cachai? Me siento libre y
absolutamente propietaria de mi metro cua-
drado y del universo del personaje. Puedo
meterme en la piel de otro que no es la mía
para escudriñarlo en lo más profundo, ¿te
fijai? Vivenciarlo, sentirlo, hacerlo mío, como
hacerle el amor, ¿cachai?
81
elitista, dificilísima de actuar, pero que me
daba la oportunidad de desarrollarme y de-
mostrarles a todos los güevones que también
tengo mi corazoncito y soy una tremenda
actriz.
Medio mundo me dijo que cómo se me
ocurría hacerla, que no iba a ir nadie, que
pusiera una comedia comercial aprovechando
mi imagen de la televisión. ¡Qué lata! ¿Qué
me importa a mí esa cagada de la televisión?
¡Vayanse a la cresta! ¡Si lo que yo necesito es
una purificación! Para mí hacer la obra signi-
ficaba un proceso de purificación indispen-
sable para recuperar mi carrera como actriz de
teatro.
82
Hablamos con alcohólicos de diferentes
clases sociales, de diferentes oficios, diferentes
tipos de rehabilitación y comencé a darme
cuenta que son tremendamente distintos.
Después me dediqué a observar mujeres y
hombres ebrios; también de diferentes clases
sociales, para tener un material completo de
trabajo, una observación para trabajarla con el
personaje arriba del escenario.
La gente salía despavorida después de ver la
obra. El chileno está aterrado y lo único que
quiere es evadirse. Evadir, evadir, evadir con la
televisión; entonces vengo yo y hago una obra
todo lo contrario. Todo lo contrario de lo que
hago comúnmente en la televisión. Nada de
evadir, evadir, evadir. La obra era como
agarrar un balde de mierda y tirárselo a los
güeones...
Nacer de nuevo
83
energía que me surge del meollo mismo de mi
ser y que me da fuerzas para actuar; esa alma
rebelde, peleadora, agresiva, guerrera que es
mi alma, se me iba. Se me iba y yo no la
podía retener. Como una aspiradora ¡fa!
succionándomela, arrastrándomela, quitán-
domela; entonces, de repente, ¡fum! como
que volví,, ¿cachai? Volví, o sea, yo me re-
cuerdo que hasta hice un gesto así: tiré las
manos y como que me agarré de la vida de
nuevo, ¡fummm! para adelante y tiré pa' arri-
ba.
Respiré, claro, porque me estaba asfi-
xiando.
Llegué a la clínica con un edema pulmonar.
Las costillas se me metieron para adentro con
el choque. Tenía bloqueados los pulmones y
la tráquea repleta de coágulos de sangre. Me
hicieron vomitar, vomitar y vomitar hasta que
pude respirar de nuevo. Estaba bloqueada,
¿cachai? Una güeá tan clara como ésa y si no
me morí no fue por cueva, simplemente no es-
taba predestinada a morirme. ¡Tengo que
estar más tiempo en lo terrenal y en lo ma-
terial! Tengo muchos karmas y un carácter de
mierda. Tengo que seguir aprendiendo; no
puedo simplemente irme a la gracia, a lo
fantástico todavía. Pero encontré último que
me tocaran tan a fondo mi metro cuadrado.
84
Soy tan aprensiva, violenta y vulnerable cuando
me tocan mi persona y eso quedó en evidencia
al borde de la muerte. Gritaba y me asustaba
por cualquier cosa.
Necesitaba salir del shock corno fuera. O
sea, mañana ya no tengo shock, doctor, ¿ya?
Finalmente, convencí al médico que me hi-
ciera un tratamiento fortísimo con alucinó-
genos para sacarme del hoyo, para sacarme de
esa huevada espantosa, ¿ya?
Salí del hoyo, pero ...shhhhhhh... no rete-
nía nada. Un gravísimo caso de pérdida de
memoria, dijo el neurólogo. Perdí la retención
absolutamente. No retenía ni siquiera una
frase. La decía y después no la recordaba,
¡Imagínate lo que eso significa para una ac-
triz!
Pero, en los momentos de mayor debilidad,
¿quién aparece como en las películas? ¿Quién
me quiere, quién me ama, quién quiere rela-
cionarse conmigo, quién me busca y con
quién me voy supervolada? ¿Con quién me
acuesto y con quién me duermo?
Estaba convaleciente cuando llegó miste-
riosamente el Teatro de la Universidad Cató-
lica a buscarme para que actuara en una obra.
Yo les dije: - ¡sí, sí, sí puedo trabajar"!
El neurólogo me había dicho: - " S i usted
se siente con ganas, con ánimo y fuerzas para
85
trabajar, hágalo". ¡Claro! Yo ánimo, ganas y
fuerzas sentía pero no tenía memoria.
Me integré a los ensayos ocultando el
problema y con la íntima decisión de supe-
rarlo. No sabía cómo, pero empecé a ensayar
sin mayores problemas con el texto en la
mano. Volvía a mi casa y trataba de memo-
rizar: ¡imposible! No era capaz de retener ni
medio parlamento. Leía, releía y volvía a re-
leer antes de quedarme dormida en la noche.
Me despertaba a las tres, cuatro de la mañana
repitiendo parlamentos. Repetía en todas
partes. Repetía, repetía y repetía.
Estaba clarísimo para mí que si no podía
actuar de nuevo me iba definitivamente a la
cresta. Quedaba invalidada; inútil para siempre.
Tal vez sea una raya obsesiva y descompen-
sada pensar que uno valga exclusivamente
por su trabajo, pero en mí es como una fuerte
necesidad de ser utilizable en el buen sentido
de la palabra.
86
escenario es música lo que siento..., los oídos
superalertas para dar con el tono preciso de la
réplica. Musica del cuerpo y del sentimiento,
como cuando me bailaba a Beethoven en la
cuna de chica.
87
Vocación
89
Cruz, en Estados Unidos, donde viví una vida
absolutamente entregada a la oración y al
trabajo físico. ¡Maravilloso! Una vida de un
solo tinte, porque ahí no se daban las me-
dias aguas: nada más que rezar y traba-
jar. Tanto es así que cuando terminé el
noviciado, realmente lloré. No quería irme
por ningún motivo. No quería separarme de
ese gran encuentro conmigo mismo y con una
vida espiritual muy intensa, especialmente
considerando mis 18 años de edad.
Me acuerdo muy patente que durante el
deshielo de invierno apareció y se instaló un
petirrojo en un arbolito frente a la capilla. Yo
lo miraba y escuchaba cantar todos los días.
Para mí era el signo inequívoco del despertar
de la primavera —una real explosión de flores
y plantas— que en el hemisferio norte coin-
cide con la liturgia de la preparación de la
resurrección de Jesucristo. Esta coincidencia
natural insospechada provocó un tremendo
impacto en mi sensibilidad espiritual.
Silencio
90
la misa era en latín, obviamente, y todo,
todo, se hacía en completo silencio.
Acostumbrarse al silencio cuesta al prin-
cipio, pero después que lo descubres es algo
muy rico. Como que entras en una vida in-
terna muy propia, de relación contigo mismo
y con Dios. El ruido de las conversaciones
humanas te interrumpe ese diálogo, claro que
también se van acumulando tensiones, sobre
todo cuando eres joven. Para liberarlas tenía-
mos tres horas de deportes, la tarde de los
jueves, en que todos nos matábamos co-
rriendo, saltando y gritando para luego volver
al silencio.
Siembra de papas
91
del fundo. De acuerdo al régimen de obedien-
cia se trataba ni más ni menos que de un man-
dato divino frente al cual sólo cabía obedecer,
acatando la voluntad del Señor.
¡Fantástico!, pensé. Ahora voy a tener la
oportunidad de introducirle eficiencia al ma-
nejo del fundo y cosechar grandes cantidades
de productos, porque en realidad el manejo
anterior siempre me pareció extraordina-
riamente ineficiente: sembraban papas en el
mismo potrero que se inundaba todos los años
perdiéndose toda la cosecha.
Cuando el superior me llamó un día para
indicarme que era tiempo de iniciar la siembra
de papas, yo le pedí permiso para hablar y le
dije:
—"Padre, yo tengo entendido que ese po-
trero se inunda y se pierden todas las papas.
¿Por qué no sembramos en otra parte me-
jor?".
Sin inmutarse me contestó:
—"Vaya y siembre las papas en ese potre-
ro".
Fuimos y trabajamos, plantita por plantita,
desmalezándolas, cuidándolas con todo es-
mero hasta que el papal estuvo más o menos
crecido; entonces vino la crecida del río
inundando el potrero y se pudrió todo.
¡Cosas de locos!, pensé yo.
92
Pero es que en el noviciado el sentido del
trabajo no tenía nada que ver con la produc-
tividad ni la eficiencia. Servía para mantener
ocupada a la gente y tener ocupados a 90
jóvenes no era nada de fácil. De hecho, había
otros trabajos mucho más inútiles que plantar
papas, como el de los que se dedicaban al aseo
de la casa. Los pobres tenían que encerar y
luego sacar la cera para ponerle otra capa de
cera y volver a sacársela porque nunca alcanza-
ba a ensuciarse completamente el piso.
Además el trabajo era formativo. Era parte
de la oración, del contacto con Dios. Pedagó-
gico, desde el punto de vista de la formación
espiritual para llegar a una vida contemplativa,
lo que concuerda mucho con la vida monar-
cal, la que incluye, por supuesto, el autoa-
bastecimiento. El problema es que nuestro
autoabastecimiento no estaba presente por
ninguna parte. Entonces yo me sentía un
poco estafado viniendo de un país pobre al
ver que toda esa plantación de papas se perdía
no más, sin remedio.
Faltó darle más dignidad al trabajo, creo
yo. Después de todo plantar y cuidar papas no
es lo mismo que matar el tiempo jugando al
yoyó. Era trabajo. Un trabajo que, a mi en-
tender, debía terminarse con la cosecha para
alcanzar plenamente un sentido bíblico.
93
Dudas
94
crisis y comencé a darle rienda suelta a mi
fantasía.
Me conseguí grandes cantidades de equipos
de transmisión de radio regalados para las
misiones y comencé a construir una antena
gigantesca de onda completa en la banda 20
metros. La instalé en la buhardilla de un edi-
ficio de cuatro pisos y una noche que hubo un
temporal tremendo se me partió la antena por
la mitad y se me cayó encima del edificio atra-
vesando el techo.
Entremedio inventé una maquinita increí-
ble para regular la temperatura de mi pieza
que se helaba y calentaba muy rápido, y un
montón de otras tonteras más. En realidad,
tenía a los curas locos con mis inventos. Es
que cuando te pones a inventar, los inventos
como que te comen y ya no puedes dejar de
imaginarte cosas hasta que comienzas a
transformarte en especialista, y, bueno, como
yo debía estar estudiando para especialista en
teología, la disociación era terrible.
Llegó el momento en que dije ¡basta! y
decidí volverme a Chile.
95
Sobrevivencia
96
programas de lecturas sin la ayuda de un
computador.
Yo pretendía vendérselo a Falabella y es-
tuve a punto de lograrlo, pero fracasé más que
nada por problemas técnicos, debido a la falta
de plata para incorporar algunos elementos
importados.
Puse un aviso en el diario para ver qué
pasaba y un día llegó un señor muy intere-
sado, miró el prototipo y lo encontró fantás-
tico:
—"Fíjese lo que me pasó el año 1946", me
dijo. "Llega un señor a mi casa a ofrecerme un
lápiz que en vez de mina o pluma tenía una boli-
ta en la punta. Ese señor era el famoso argen-
tino-húngaro que inventó el bolígrafo y yo no
le hice ningún caso. Desde entonces he estado
toda la vida pendiente del próximo invento
para que no se me vaya a pasar".
Fantástico, pensé yo, pero "encontró de-
masiado complicado y caro desarrollar mi
prototipo y hasta ahí no más llegó la historia
de letrero gigante, que fue una gran locura y
equivocación mía. Me gasté un año entero de
mi vida sin producir un solo centavo, que-
dando, ademas, medio traumado por el fra-
caso.
97
Profesor
Signo de agua
98
Miré y resultó que no había nadie metido
en esto.
—"¿Riego automático, riego automático,
pensé. Es interesantísima esta cuestión".
Comencé a investigar, visitando ferreterías
pero casi no había elementos. Igual le hice
un riego automático, claro que tenía el puro
nombre de automático porque había que
andar abriendo las llaves de paso a mano para
los distintos sectores del jardín. Lo hice de
nuevo y logré mejorarlo increíblemente, pero
seguía siendo absurdo para mí estar abriendo
las llaves a mano. ¿Por qué no inventar un
sistema para que las llaves se abrieran solas?
Ahí estaba la necesidad y yo tenía la solu-
ción: diseñé unas válvulas eléctricas solenoide
con un sistema de control por reloj, todo
eléctrico y absolutamente hecho por mi desde
cero.
Ese fue mi punto de partida, cuando des-
cubrí que el "agua" sería el tema central de
mi vida.
Le vendí la idea en verde a un empresario
que necesitaba regar un inmenso jardín de su
fábrica... (Entre paréntesis yo soy un muy buen
vendedor de mis ideas. Famosamente bueno,
se podría decir, en esto de lograr convencer a
las personas.)
99
-"¿Cuánto vale y cuándo me la entrega?",
me dijo el señor.
—"Bueno, están por llegarme, le dije", y con
la plata que me adelantó diseñé el prototipo
con tan mala suerte que cuando lo fui a
probar explotó el asbesto por la presión del
agua. Afortunadamente el cliente me esperó y
le cumplí luego que perfeccioné el sistema.
Del riego automático y por aspersión me
pasé al campo de las motobombas, ensayando
y equivocándome como loco hasta que llegó
un momento en que dominaba tanto, tanto, el
tema, que un famoso fabricante de moto-
bombas me llamó y me dijo :
—"Usted sabe demasiado así es que yo
quiero asociarme con usted. ¿Qué se le ocurre
que podríamos hacer?"
100
eléctricos. Todo el mundo sufría conmigo; sim-
plemente no podía resistirme a desarmar lo
que cayera en mis manos: cosas de los amigos,
las hermanas, los tíos y las empleadas.
Es bien complicado explicarte cuál es mi
mecanismo inventivo porque no es un proceso
racional en primera instancia. El hidropac, por
ejemplo, que es un equipo de compresión de
agua famosísimo, invento mío, tan famoso
que a todo sistema de presión de agua le dicen
"hidropac", igual como a las hojas de afeitar
les dicen Gillette, surgió así no más, natu-
ralmente.
Resulta que el agua no es compresible,
entonces tradicionalmente se comprimía con
aire, pero para que el aire no se mezcle con el
agua tiene que estar separado, metido en una
especie de vejiga de goma que se infla con aire
comprimido, ejerciéndole así una presión
al agua para lograr desplazarla. Imagí-
nate no más la inmensa presión que ne-
cesitas ejercer para evacuar los desechos de
los edificios de departamentos con dos o tres
subterráneos en ciudades donde hay miles de
edificios, entonces a mí se me ocurrió una
tremenda innovación. Inflar la vejiga con agua
limpia metida a presión en vez de aire compri-
mido, como se hacía tradicionalmente, gene-
rando así la compresión necesaria para
101
desplazar los desechos. Fue innovación
mayúscula que desplazó las evacuadoras con
aire comprimido tradicionales, que son carísi-
mas; resulta sumamente complicado comprimir
aire y además que lo pierdes completamente
después de cada evacuación, en cambio, con el
sistema mío tú recuperas el agua, volviendo a
usarla. Simplemente estrujas la vejiga con una
bomba dejando espacio nuevamente para los
desechos en el depósito.
Este invento es del año 69-70 y estábamos
en pleno proceso de perfeccionamiento
cuando salió Allende y la sociedad que tenía-
mos con el fabricante de motobombas se
deshizo porque a mi socio le dio miedo la
Unidad Popular.
Me quedé solo con todas mis ideas en bar-
becho, pero se me ocurrió una idea bastante
genial. Me di cuenta que la Corporación de la
Vivienda de aquella época iba a crecer porque
el gobierno iba a tener que incrementar las
soluciones habitacionales a los sectores popu-
lares, entonces fui bastante clarividente al
crear una serie de equipos hidropac prear-
mados y ponerlos a disposición de la Corpo-
ración de la Vivienda.
Le achunté medio a medio.
102
Patentes
103
se está vendiendo muy bien el sistema
de conexiones para agua fría y caliente y la
tubería autorroscante para gasfitería. La
gracia es que la cañería tú simplemente la
cortas con una sierra y la atornillas al fitting,
que, por ser más duro, hace la vez de rosca. El
sistema es excelente, pero como hay que ator-
nillarlo en vez de embutirlo, los construc-
tores lo encontraban lento. Para mejorarlo le
inventé un cuadrado en el codo a todas las
conexiones para que un destornillador múl-
tiple, puesto en un taladro, se pueda rotar la
conexión y meter fácilmente, igual que los
pernos de las ruedas de automóviles.
104
penas hasta 1986, cuando quebramos y quedé
prácticamente en la calle.
Incluso, como familia, hipotecamos la casa
para salvar "Hidrocomponentes", pero el
esfuerzo fue inútil. Lo perdí todo. Tenía una
deuda de tres millones de dólares, que no era
mucho con el dólar a 39, pero después,
cuando se disparó, era una brutalidad de
plata.
Sufrí mucho, demasiado tal vez, al ver
desmoronarse una empresa que fue líder no
sólo en Chile, sino que en Latinoamérica. Muy
doloroso, muy doloroso.
Hoy día el millón y tanto de pesos men-
suales que recibo por los royalties de mis
patentes no son realmente un paliativo, con-
siderado que las ventas de "Hidrocomponen-
tes", antes de la quiebra, eran de 25 a 30 mi-
llones de pesos mensuales.
¿Consecuencias? He tenido que reubicarme
a otro nivel, constatando dolorosamente que
otras personas han logrado mantener empresas
muy eficientemente mientras que yo, siendo
un gran innovador, estoy en la época precon-
ciliar como empresario. Eso me deprime. Me
deprime terriblemente verme haciendo algo de
poca monta cuando debiera estar a otro nivel
de funcionamiento.
105
No puedo quedarme tranquilo
106
tanto con esa realización que finalizarla
siempre me significa una pérdida.
Toda esta obsesión por innovar, esta locura
por encontrar una cierta simetría en los me-
canismos y una armonía en las conexiones no
tiene nada que ver con mis creencias religio-
sas. No es una búsqueda simbólica de per-
fección aquí en la tierra. Es simplemente un
impulso de mi personalidad, porque, de
hecho, toda mi religiosidad yo la vuelco hacia
la parte justicia social en esta tierra.
107
Sólo el amor es fecundo
109
después entró a trabajar a Sumar 1 . El otro, el
mayor, salió a trabajar fuera, por esos lados de
Curicó, y ahí me quedé yo, el único hombre,
en la casa porque las hermanas también sa-
lieron todas.
No salí na' a trabajar fuera yo, por ser el
más regalón de mi madre, y otra cosa que yo
estaba demasiado encariñado con la familia de
los señores Urrutia, los dueños de ahí, que con
ellos se podría decir que me crié desde chico,
porque nosotros seríamos pobres pero nos
andaban trayendo limpiecitos; entonces los
ricos me llevaban a jugar con el nieto menor
de ellos, que teníamos la misma edad más o
menos los dos.
Se llamaba Francisco el niño y ahora creo
que es profesor de piano en Estados Unidos.
La señora Orfelia tenía pulpería en el
fundo y siempre andaba dejando melgado por
ahí su bolsito donde manejaba la plata y yo
pensaba de chico: ¿por qué sería que a doña
Orfelia se le olvidara tanto el bolsito deján-
dolo por aquí y por allá? Entonces iba yo y se
lo entregaba en sus propias manos, sin nunca
sacarle una chaucha siquiera.
Después me confesó ella que lo hacía al
propio para probarme y me dijo que la hon-
radez mía siempre sería premiada con con-
fianza y buena voluntad.
110
Pololeando a escondidas
111
Por respeto a mi mamá pololeábamos a
escondidas y como la Chela se fue a trabajar a
Talca casi todo era por carta no más. Hasta
que por ahí ya saqué los certificados para
casarnos el día de las Cármenes; el 16 de julio,
que es muy celebrado en el campo, y está-
bamos con la Chela en una quinta de recreo
cuando no llega mi mamá a buscarme y en vez
de salir a recibirla fui y me escondí y salió la
Chela a recibirla y mi mamá no comienza a
insultarla y la Chela no le contesta.
Cuando llegué a la casa la encontré llo-
rando.
"Que esa mujer me ha insultado, que a mí
no me gusta esa clase de gente". No pegó los
ojos en toda la noche y de alba partió a
conversar con los señores Urrutia. Me man-
daron a buscar con el capataz del fundo, a la
hora de doce sería. Fui yo a las casas y el
señor Urrutia me dice:
—"Su mamá anduvo acá y nadie nos ha
dicho nada pero nosotros sabemos todo: que
usted se va a casar".
- " S í , señor", le dije yo.
—"Pero usted no se va a casar porque no-
sotros no queremos y su mamá tampoco; así
es que yo me lo llevo para Santiago conmigo.
Allá le tengo trabajo y va a vivir en mi casa y
no va a gastar nada, pero aquí no se va a
112
quedar y si insiste hablo con el juez civil, me
dijo, pero usted no se va a casar con esa
mujer".
Esto se me pone negro, me dije yo, porque
este señor Urrutia (Q.E.D.P.) era como Dios
allá; era dueño y señor de todo ese sector y
además era Juez Letrado del Crimen y todo el
mundo lo conocía.
A las seis de la mañana pasaron a buscarme
en camioneta y la Chela se tuvo que quedar
no más embarazada de tres meses esperando a
mi hija mayor, la Erika, que es una pintura de
su madre: idéntica en el cuerpo, en el modo,
si hasta tiene la misma cicatriz que tenía la
mamá, fíjese.
En Santiago
113
—"En realidad tengo harto poco cono-
cimiento de pintura, oiga", le dije. Pero entre
los dos le hicimos empeño y la pintamos por
fuera y por dentro. Quedó bien monona la
casita.
Por ahí ya llegó mi hermano Lucho a verme
y me dijo:
-"Querís trabajar?"
- " S í , le dije yo".
—"Ya pus, yo te inscribo en Sumar en-
tonces". Y le habló a un señor gerente, que
eran íntimos amigos con este caballero, donde
jugaban juntos a la pelota. Si el Lucho fue
muy conocido en Sumar por lo bueno para la
pelota.
Me presenté un lunes y habrían unas cua-
trocientas personas delante de una reja y el
caballero éste sale con mi hermano de la ofi-
cina y se me acercan.
—"Va a entrar toda esta gente para este
lado cuando se abra la puerta, pero usted se
queda ahí no más; no se mueva", me dijo.
Pasaron los cuatrocientos gallos y yo me
quedé solo a este otro lado esperando sus
buenas dos horas serían. Hasta que llegaron de
nuevo donde mí.
—"Usted va quedar para trabajar en el
turno de la noche, ¿ya? ¿Pero se encuentra
capaz para trabajar de noche?
114
—"Yo creo que sí, señor", le dije yo. En
esos años debo haber estado pesando unos
83 kilos, por lo menos; si era bien macizo y
justo mi hermano que estaba ahí mismo me
dice:
—"La suertecita tuya, cuando yo hace
tanto que estoy haciéndole empeño para el
turno de la noche, y a vos te toman altiro para
trabajar de noche".
Recién llegado yo no tenía idea por qué
habría de ser mejor trabajar de noche; después
ya me vine a enterar que pagaban un 50 por
ciento extra.
La guagua de la Chela
115
rubia, y yo me decía, "por supuesto que esta
cabra tiene que ser hija mía", si era igualita a
mi mamá.
Hablamos con la Chela y nos casamos por
el Civil a espaldas de mi mamá, que ya estaba
cada día más enferma y más enferma, así que
la trajimos a Santiago con mis hermanos y los
médicos nos dijeron que había que tener
paciencia y cuidarla porque no tenía remedio.
Murió completamente trastornada de su ca-
beza, que no reconocía a nadie ni sabía quién
era ella tampoco.
La Chela siguió viviendo en el campo y yo
en Santiago donde mi hermana. Iba a verla
todos los fines de semana y cuando ella venía
a Santiago, paraba donde una hermana de ella,
y como ya teníamos una segunda niña, la Vivi,
quería venirse a Santiago conmigo.
Arrendé una pieza grande, que la arreglé yo
mismo lo mejor que pude, en la Población
Germán Riesco, y vino ella a ver la pieza, pero
como andaba harto resfriada estuvo un día
entero en cama donde la hermana y al día
siguiente me dijo:
—"Carlos, yo me voy mañana mismo de
vuelta, no vaya a ser cosa que me enferme
más y las niñas van a quedar solas quizás por
cuánto tiempo allá en el campo".
116
—"Bueno, si quiere irse vayase, pero mejó-
rese algo del resfrío primero".
—"No, me dijo, me voy así no más. Y la fui
a dejar al bus después de almuerzo, bien arro-
pada porque andaba gordita de la tercera
guagua que estaba esperando.
Cuando llegué a la fábrica, poco antes de
las once, porque a esa hora entraba el turno
de la noche, me entregan un parte de Carabi-
neros en la portería. Lo abro, y usted no me
va a creer, pero decía que la Chela, mi esposa,
estaba muerta en el Hospital de Curicó.
No me pude comunicar con el hospital por
una huelga de teléfonos que había. Así que
obligado a partir como fuera no más a esa
hora de la noche. Me fui a la Plaza Almagro
donde salían los buses para el sur, pero qué
iba a encontrar buses a esa hora, si eran más
de las doce de la noche.
Consulté con los carabineros y me dijeron:
—"Váigase para Angostura, allá puede
encontrar algún vehículo que lo lleve".
Tomé una micro y me bajé bajo un paso
nivel y me dije entre mí:
"En Dios encomiendo mi alma".
Me puse a caminar para Angostura solo mi
alma por la carretera. Los vehículos pasaban
al lado mío sin hacerme juicio: qué se iban a
imaginar ellos en el problema que iba yo. No
117
sé cuánto caminaría ni a qué hora llegué al
control de Lo Espejo.
Conversé con el señor explicándole mi caso
y no sé qué cara de pena traería yo que el
caballero me ofreció una taza de café y me
regaló una cajetilla de cigarros. En esos años
fumaba uno tras otro y se me habían termi-
nado con la caminata.
-"Quédese tranquilo, joven; yo lo embarco
en el primer o segundo vehículo que pase".
Pasó una camioneta cargada con gente pero
iban hasta Rancagua no más; y al rato pasó un
camión de carga. El caballero le habló y el
chofer me llevó hasta la puerta misma del
Hospital de Curicó.
Eran como las cinco y media de la mañana
y ahí estaba mi suegra y una de mis cuñadas,
que es comadre mía, y empezamos los trá-
mites para sacarla del hospital.
—"Pague lo que pague yo me la llevo a
Licantén esta misma noche", le dije yo a mi
suegra, y como teníamos un conocido en el
hospital, nos ayudó a sacarla y trasladarla en
un furgón de pompas fúnebres hasta Licantén
mismo.
El resfriado le atacó la garganta, me dije-
ron, y se agravó tanto que no alcanzó a llegar
a la casa; en el mismo bus la pasaron a dejar al
Hospital de Licantén. El médico no estaba y
118
cuando vino a llegar la encontró muy mal y la
mandó en ambulancia de vuelta a Curicó por
no tener los equipos para tratarla.
—"Cuando la echamos a la ambulancia ya
estaba casi muerta", me dijo el chofer, que era
amigo mío.
—"Señor, si a la señora no se le pudo hacer
nada acá porque llegó sin vida, llegó helada y
la guagua también estaba muerta; ¿qué íba-
mos a hacer por ella si estaban las dos
muertas?", me dijo la enfermera del Hospital
de Curicó. Y eso es lo más terrible, que la
guagua estaba de ocho meses y ella siempre
me decía que iba a ser hombre, que iba a ser
futbolista y bueno para la pelota como el
papá, decía la Chela. Si ninguna de las chi-
quillas me pateó tanto durante el embarazo,
me decía. Entonces eso es lo que más me dolió
a mí que el médico de Licantén, viéndola en
el estado en que estaba, no hubiera hecho algo
por salvar a la guagua siquiera.
119
quedarme echado en cama, sin ánimo,
durmiendo no más.
Mi hermana me decía:
—"Carlos, tiene que conformarse. Acuér-
dese que tiene sus dos hijas. Usted tiene que
trabajar para ellas".
Pero yo no oía nada; como que hubiera
estado sordo, fíjese. Claro que iba a trabajar,
salía con los amigos a comer, a tomar y a
revolverla, pero no tenía preocupación ninguna
por mis hijas. Plata, claro que les mandaba,
pero sin preocuparme como un padre se me-
rece.
Estaba sin destino, se podría decir, hasta
que apareció la Elsa en mi vida. Era bien
amiga de una cufiada mía y siempre que venía
del campo a Santiago paraba en la casa de mi
hermana donde yo vivía. La traían para las
vacaciones, la Semana Santa, el Dieciocho, y a
mí no me llamaba na' la atención la chiquilla
hasta que un día mi cuñada me dijo:
—"Oiga, Carlitos, esta chiquilla es bien
buena, y estaría bien bueno que le hiciera
empeño".
—"Pero qué va a querer a un viejo como yo
esta niña tan joven", le dije yo; porque en
esos años ella tendría unos diecisiete, la Elsa.
Y empezamos a conversar, a conversar, hasta
que comenzamos a pololear y pololear y hasta
120
que nos llegamos a casar, y esa ha sido una de
las suertes más grandes, oiga, porque siendo
una mujer pobre, digamos, es muy decente,
muy buena dueña de casa también y otra cosa
principal: que con las hijas mías se avinieron
tan bien, oiga, que las chiquillas se allegaron
altiro donde ella a pesar de que era tan joven-
cita.
Poner casa
121
donde estábamos arranchados, para el lado
donde queda el Parque Arauco ahora.
Algo de cinco años estuvimos depositando,
hasta que en el año 1977 los militares nos
anduvieron erradicando, como se dice, y nos
llevaron para el lado de La Granja, donde
conseguimos casa por intermedio de la misma
cooperativa de vivienda.
Cambio de sección
122
en otra cosa, pero el señor Abarca me decía:
—"Qué te vai a ir hombre, ¿que no veis
cómo está de mala la cosa afuera?".
La empresa estaba medio quebrada y ce-
rraron el casino. Yo dije ésta es la mía, y me
fui a hablar con el señor Abarca:
—"Me quiero ir ahora", le dije.
—"¿Y no te arrepentirás después, hombre?"
—"No, le dije yo. Pagúeme no más el de-
sahucio y no se preocupe porque no me voy
a arrepentir na' ".
Ambición
123
De ahí estuve cuatro meses parado y to-
caron los meses de invierno: si a veces la Elsa
salía a trabajar lloviendo con unos fríos, oiga,
porque ella ha trabajado siempre puertas
afuera donde una señora alemana, y yo me
quedaba acostado cuando ella salía, ¿qué me
iba a estar levantado a las siete de la mañana
si no tenía ni una cosa que hacer?
Después me levantaba, le hacía el desayuno
a los niños, partían para el colegio y me ponía
a hacer el aseo y el almuerzo; porque yo sé
hacer todas las cosas: lavo, plancho, hago de
comer. Si las mujeres hacen las cosas de uno,
¿por qué no habría de hacer el hombre las
cosas de mujer cuando hay necesidad?
De ahí, yo entré al POJH por intermedio
de uno de los señores Urrutia también.
—"¿Y está trabajando, Carlitos?", me dijo.
—"Que voy a estar trabajando", le dije yo.
—"Véngase conmigo en el coche entonces y
yo lo arreglo allá en la Municipalidad". No ve
que él era Director de todo el POJH en la
Municipalidad de Santiago.
Me puso de capataz altiro y fue bien con-
veniente porque pagaban un poquito más y el
trabajo era poco, entonces quedaba toda la
tarde libre después de doce como para re-
buscárselas en otros quehaceres. Ahí fue que
me enchufé en la pintura, cuando a otro cabro,
124
también capataz del POJH, le salió un pololito
de pintura por intermedio del jefe de Bodega.
—"¿Querría venir a trabajar conmigo
porque son casi dos mil metros de pintura
ahí?", me dijo.
—"Cómo no voy a querer", le dije yo.
—"Vamos en las tardes y trabajamos los
domingos también para salir con la obra a
tiempo y ganarse sus pesitos extra".
El cabro éste era bien buen pintor y de
pintura aprendí bastante, si bien es cierto que
no fue mucho lo que gané porque el señor
contratista se nos anduvo corriendo con el
billete. Además que la señora dueña de la casa
me tomó tan buena voluntad, oiga, que
cuando se enojó con el señor contratista le
dijo:
—"¿Sabe qué más señor Gallardo?, no
quiero que usted venga más para acá. Carlitos
se queda a cargo. El trabaja más y mejor que
usted y además usted se lo lleva puro gritando
no más..."
La verdad es que el hombre era bien ner-
vioso, fíjese, así que yo me quedé a cargo de
la obra con el maestro pintor a mi lado, eso sí.
Terminamos de lo más bien y la señora quedó
bien conforme con el trabajo.
125
Clientela
Cumplidor
126
corresponde, aunque me demore un poquito
más, y no andar ensuciando, ni manchando, ni
botando el material. No es porque yo lo diga,
pero en realidad no soy nada sucio para tra-
bajar. Nunca va a escuchar usted a una emplea-
da quejarse". "Por Dios, señora, el maestro
sucio para trabajar...".
Lo principal es que lo vayan recomendando
a uno. Siempre recomendando unos a otros y
no cobrar caro porque el rico es medio cica-
tero con la plata.
" ¡Ah no, por Dios, el maestro carero!".
Otra cosa que me ha favorecido, con el
favor de Dios, es haber sido bien bueno para
la conversa. Yo le puedo conversar con toda
clase de personas y eso me admira porque
sinceramente de educación tengo harto poca.
Apurado llegué a sexta preparatoria, de
aquellos años, que no equivale ni a tercero
básico de los niños de ahora, pero siempre hey
tenido personalidad para conversar, aunque
cometa errores de palabras por la misma falta
de educación.
Surgir
127
comparado con una persona del campo. Allá
en el campo solamente habría sido un hombre
agricultor no más, en cambio acá yo mismo
me he dado algo de educación. Está malo que
yo lo diga pero hasta me cuesta su poco
conversar con la gente del campo cuando voy
a ver a mi gente a Licantén. Y lo otro es que
nunca he sido fijado para trabajar: a lo que
manden voy, pudiendo hacer un trabajo. ¡No
he tenido nunca vergüenza al trabajo yo!
Futuro
128
encontrar trabajo, pero no ha podido. Yo la
aconsejo que tenga paciencia porque es harto
inquieta la chiquilla, bien parecida a la Chela,
su madre, en cuanto al carácter.
Y ahora lo único que queda es rogarle a
Dios me dé vida y salud para darle educación
al barrabás chico, al niño menor que tenemos
con la Elsa, porque ella no quio seguir te-
niendo familia para poder darle educación al
niño.
Es malo que yo lo diga, pero es bien inte-
ligente, oiga, y bueno para las matemáticas,
viera, si no baja nunca de los seises. Para él un
cinco es como un rojo, fíjese. Si llega de
muerte a la casa cuando se saca un cinco. El
otro día no más creo que llegó enfermo donde
se había sacado un cinco coma cinco no más.
Entonces el profesor es que le dijo:
—"Mira hombre, si todo ser humano se cae
y vos no eres un fantasma que todo el tiempo
andís con puros sietes".
Nosotros con la Elsa tenemos toda la in-
tención de que si es capaz de llegar a la
universidad, que llegue; porque en la familia
hay una sola persona que ha llegado: una
sobrina que la trajimos a estudiar a Santiago
con el Lucho. Le pagamos su educación hasta
que sacó su cartón de profesora universitaria
129
titulada la niña, la primera de toda la familia
que llega a la universidad.
Hace poco quería ser carabinero el barra-
bás, después marino, de ahí cambió a profesor
y ahora quiere ser médico. Claro que tiene
doce años no más el niño...
Sería muy bonito, piensa la Elsa, pero
quizás no nos alcancen las fuerzas porque la
carrera de un médico es bastante larga y se
necesitan tantas cosas hoy día, pero cómo no
me habría de gustar que me alcanzaran las
fuerzas, si Dios quiere, para darle una edu-
cación de médico al niño cuando yo apenas
alcancé la sexta preparatoria en el campo.
NOTAS
1
Empresa textil.
2
Programa de Empleo Mínimo.
130
Querer es poder
131
importa lo que haga. ¡Cualquier cosa menos
ser mediocre!
Me metí a concho en genética de pobla-
ción, un campo muy abstracto que lo estudia
muy poca gente. Cuando terminé me ofre-
cieron una beca para el doctorado en Cam-
bridge, pero yo sentía un tremendo vacío
interior. Resulta que a mí nunca me gustaron
las ciencias, siempre me han gustado las cosas
artísticas.
Le dije no a Cambridge, con el dolor de mi
alma, y me metí con los ojos cerrados a es-
tudiar diseño a la mejor escuela de Londres.
Amparo
132
arrendarlo. Una forma elegante de arrancarse
del caos familiar que significaba este familión
con un padre enfermo y sin plata.
Yo era la mayor de las hermanas y a los
doce años me pusieron a cargo de la casa.
Estaba chocha sacando cuentas, pero al poco
tiempo comprendí lo que significaba la pa-
labra déficit. Durante ese período de mi vida
aprendí dos cosas: administrar recursos es-
casos y escapar cuanto antes del ambiente
familiar.
Siempre quise estudiar diseño pero no me
atreví. Era pésima para el dibujo, así que me
metí a Pedagogía en Historia, siguiendo a mi
pololo que estudiaba Historia, militaba en un
partido de izquierda y vivía en una población.
—"¿Y qué haces metida con ese tipo que
parece obrero de la construcción y vive en una
población?, me decía mi mamá. ¡Tú debes
estar loca!".
Kanda
133
—" ¡No soporto ni un minuto más seguir
viviendo en Londres! Basta de mitos, hay que
vivir en Chile!" y partió para acá.
Teníamos una pareja bien constituida y nos
queríamos, así que aterricé en Santiago tres
meses después, en un precioso departamento
con una maravillosa vista a la cordillera.
Encontré pega en una de las mejores
agencias de publicidad con un super sueldo,
pero me di cuenta que no estaba preparada
para ese tipo de trabajo. Me pegaba unos
esfuerzos terribles trabajando toda la noche
para sacar unos diseños supervolados que me
los rechazaban en un par de segundos. ¡Nunca
calzaban con la estrategia publicitaria del
cliente! Yo la peleaba a muerte sin darme
cuenta que a la publicidad tradicional lo único
que le interesa es vender, vender y vender.
Nada de sutilezas. Mientras más claro y di-
recto el mensaje, mejor que mejor.
Lo más cómico es que en la agencia me
encontraban todo fantástico:
—" ¡Que volado! Salvaje, pero háceselo al
cliente del lado, mira que yo necesito una cosa
mucho más directa".
¡Superfrustrante! Y además que me fui
desgastando, desgastando hasta que un día un
cliente, último de insensible, me subió y me
bajó porque le cargó mi diseño supervolado.
134
¡Renuncié indeclinablemente al día si-
guiente y me fui a respirar a Londres!
Amparo
135
Kanda
Amparo
Me fui volando.
Lo único que yo quería era trabajar en
diseño pero a una agencia de publicidad no
me iba a meter por ningún motivo, son
ambientes muy competitivos que me cargan.
La otra posibilidad era como asistente de di-
seño en una empresa de servicios editoriales,
prácticamente me querían para que hiciera
136
trabajo administrativo y eso era un retroceso
para mí.
Llevé mi tablero donde la Kanda y no sé
cómo cupimos en ese cubículo, pero aquí
estamos juntas después de dos años.
Kanda
Amparo
Animal de trabajo
Kanda
137
Puede ser una raya perfeccionista donde
nunca estoy demasiado segura de mi trabajo,
entonces voy dándolo vuelta y explorando
todas las posibilidades. Eso es muy impor-
tante en la formación inglesa: tienes que
probar todas las posibilidades hasta conven-
certe que has elegido la mejor.
Eso toma tiempo y mucho trabajo.
Amparo
Kanda
138
Amparo
Kanda
Amparo
Kanda
139
importante en la vida y para eso lo mejor es
compartir responsabilidades.
Kanda
Amparo
140
Kanda
Amparo
Kanda
141
La plata
Kanda
Amparo
Kanda
Amparo
142
Primero hay que tener respaldo. Por el
momento nos alcanza para pagarnos un sueldo,
pagar los gastos de la oficina y ahorrar un
poquito...
Kanda
Amparo
143
Roles sexuales
Kanda
Amparo
Kanda
144
Amparo
Kanda
145
Amparo
Kanda
Amparo
Kanda
146
estábamos en una fiesta pinchando o discu-
tiendo un diseño.
Amparo
Kanda
Amparo
147
Kanda
Amparo
Kanda
Y combinaciones de éstos...
Amparo
Hermana coqueta...
Kanda
148
Amparo
Kanda
Amparo
149
sufrimiento. Eso es lo que prima. Pero si uno
opta por salirse de ese juego y establece re-
laciones de complicidad en vez de compe-
tencia, puede pasarlo mucho mejor sin perder
eficiencia ni femineidad.
Futuro
Kanda
Amparo
150
Kanda
151
Con la camiseta bien puesta
153
se podía perder, sólo los estudios no se po-
dían perder.
154
Fue sacrificado. Casado y con niños chicos,
me levantaba a las cinco de la mañana para
poder estudiar tranquilo antes de irme a la
fábrica. Y en la tarde al colegio de nuevo,
hasta que me recibí de técnico mecánico.
Después tomé un curso de inglés; ¿no ve que
toda la maquinaria venía de Estados Unidos
en ese tiempo?, entonces había que pegarle
algo al inglés.
Por eso les digo a mis cabros cuando los
oigo reclamar contra los estudios: "Miren, yo
entré a esta compañía con 15 años y me
dieron la oportunidad de trabajar y de es-
tudiar, pero ahora ya no son esos tiempos. Al
niño que no tiene estudios no se le dan opor-
tunidades ahora".
Ponerse la camiseta
155
mí sino que a todos los trabajadores, una
seguridad de trabajo.
Si usted no hacía nada muy grave —salvo
que fuera a robar— y trabajaba bien, era muy
difícil que perdiera la pega. Había enredos,
cosas de conventilleos como en todas las
empresas y en todas las familias, pero esta
compañía se caracterizó siempre por esa mís-
tica y esa seguridad inculcada por su funda-
dor.
Nos inculcó también que una vez cruzada la
reja estaba primero la fábrica y había que
olvidarse de todos los problemas personales...
Yo tengo una anécdota que a lo mejor no me
va a creer pero es verdad. Yo un día entré a
trabajar un jueves y había un problema en una
caldera que si no la arreglábamos se iba a
reventar. Y hemos empezado a trabajar un
jueves y estuvimos jueves, viernes, sábado y
domingo, cuatro días sin parar. Cuando llegué
a la casa el domingo no me podían creer.
¡Estuvimos cuatro días y cuatro noches hasta
que la arreglamos! Nos olvidábamos de todo y
no sólo yo, sino todos los trabajadores que
estaban conmigo. Yo creo que todavía quedan
personas de esos años que tuvimos esa anéc-
dota. ¡Así era la gente aquí!
Después que murió don Juan tuve la suerte
que el ingeniero general de la fábrica me
156
tomara de ayudante y sin yo darme cuenta me
fue haciendo a su manera, con tremendas exi-
gencias porque era tremendo de exigente el
hombre. Yo le tenía un tremendo respeto: si
no me atrevía ni a fumar delante de él, pa-
labra, pero aprendí mucho en la parte técnica
y humana. Aprendí, por ejemplo, a no que-
jarme nunca de un subalterno mío delante de
un superior. Lo enfurecía que al llamarle la
atención a alguien éste le echara la culpa al de
más abajo. Ese hombre ya no tenía más valor
para él. Así de simple.
157
y sirve para aprender no solamente la
parte técnica sino para convivir con la gente,
que es lo más difícil. Lo que está fallando
ahora en todas partes es la convivencia, no es
la tecnología que al final llega aunque se
demore, pero cuando falla la convivencia,
pucha que cuesta recuperarla.
Tragos amargos
158
La estatua de don Juan
159
fuimos con don Juan colgando para que todo
el mundo lo viera.
"¿Y dónde lo vamos a esconder para que
no lo fundan?", me comenzaron a preguntar
altiro.
"Dejémosla ahí no más en esa esquina para
que todos la vean".
Afortunadamente los revolucionarios eran
de lunes a viernes así que un fin de semana
que no había nadie en la planta nos juntamos
un grupo y le hicimos un cajón, como un
ataúd, así medio chulleco, para que le cupiera
el brazo que tiene medio levantado así la
estatua, y lo metimos dentro. Quedó rebién.
Le pusimos unas vigas de acero encima que lo
dejaban libre por debajo, lo rellenamos con
unos rodillos de acero y escondimos el cajón
en una bodega perdida por ahí.
Eramos 5 ó 6 los juramentados. No se po-
día decir ni pío. Una vez que me entrevistaron
en las "Ultimas Noticias" les dije que había-
mos fundido la estatua para hacer unos re-
puestos de bronce.
Putas, mi señora casi me comió en la casa:
" ¡Malagradecido! ¡Cómo es posible que
hayas fundido la estatua de don Juan!"
Cuando llegaron los militares después del
Once me fueron a buscar a mi casa para que
les cooperara con echar a andar la fábrica. Fui
160
yo, y el coronel a cargo me dice que don
Jorge, el hijo de don Juan, lo había llamado
por teléfono diciéndole que cuando le de-
volvieran la empresa no me quería ver ni en
pintura por ningún motivo. Y parece que
también lo supieron en mi casa porque me
llamó mi señora furiosa: " ¡Te dije, te dije,
haberle fundido al papá; malagradecido!"
Puta, a esas alturas yo estaba remosqueado,
donde se le estaba subiendo la color a esta
cuestión de la estatua, pero el coronel me
dijo:
—"No se preocupe, usted siga trabajando
no más. El gobierno le da plena garantía que
le van a pagar todos los años de indemni-
zación cuando lo despidan".
Y me largo a reír yo.
—"Putas, me dice, cada vez que a usted le
hablan de echarlo se larga a reír".
—"Es que si me echan me van a tener que
tomar de nuevo", le dije yo.
—"Pero si el dueño no quiere nada con
usted por ningún motivo".
—"Por lo demás, le dije yo bien tostado: ¿a
usted, quién le contó que don Juan estaba
fundido?"
Abre un cajón del escritorio, saca una car-
peta y me muestra unos recortes donde yo
aparecía diciendo que lo habíamos fundido.
161
—"¿Pero ustedes me han preguntado a mí,
personalmente, si está fundido o no está fun-
dido?". Y me mandé a cambiar corriendo a
echarle una miradita al entierro, por si acaso,
pero ahí estaba don Juan debajo de los ro-
dillos tal cual lo habíamos dejado. Volví y le
conté todo el cuento al coronel.
Después le expliqué a don Jorge: "Bueno,
le dije, usted estaba en su casa y nosotros
estábamos dentro de la fábrica...", porque
incluso habían dicho por ahí que yo era un
mercenario, imagínese, cuando lo único que
habíamos hecho era cuidarle la fábrica a él
como si fuera de nosotros...
162
conmigo cuando yo era casi un niño. Ellos me
ayudaron a subir arriba, me ayudaron a surgir
porque esto no es un edificio tan frío. Esto
tiene la vida. Una vida que ha querido ago-
nizar varias veces, pero que vuelve a brotar de
nuevo gracias a la gente; a todos los que han
pasado por la fábrica y se han puesto la ca-
miseta con ella.
163
Medio hippie
165
Tiempo en el tiempo, ¿el hombre dónde
estuvo?"
166
Trabajos de verano
167
me lo pasaba vomitando por el olor a pintura
que era recontra fuerte hasta que me acos-
tumbré y aguanté hasta el final.
La principal lección que saqué fue que
"cuando grande" no iba a trabajar de obrero
por ninguna plata del mundo. Cero de creati-
vidad y último de embrutecedor y rutinario
ese tipo de trabajo, claro que la experiencia
tuvo sus momentos entretenidos, especial-
mente a la hora de almuerzo, por el contacto
humano con los viejos: la sociabilidad, la
amistad y el humor. Muy importante el humor
para soportar la rutina de esa verdadera cárcel.
Estudiante de arquitectura
168
arquitecto me contrató con un sueldo fantás-
tico para que le organizara unos tours a la
exposición con estudiantes secundarios. Gané
un montón de experiencia organizativa y de
plata también, lo que me permitió quedarme
con un departamento que mi familia tenía en
las Torres de Tajamar.
¡Esa fue la mejor época de mi vida! Lle-
gamos a vivir como doce personas en mi de-
partamento de dos dormitorios: argentinos,
uruguayos, brasileños, chilenos, principal-
mente gente de ciencias sociales y artes. Gui-
tarreos todas las noches hasta las tres, cuatro
de la mañana, pero nada que ver con la idea
de formar una comunidad estructurada, ¿ah?
Simplemente yo abrí las puertas de mi de-
partamento y comenzaron a llegar gallos que
se fueron quedando a vivir.
169
Como yo era fanático por la mùsica y tenía
cualidades organizativas, el partido me pidió
que organizara un festival de música para una
elección de la Federación de Estudiantes. En
vez de invitar a los grupos "típicos" convidé a
un grupo rock y el festival se convirtió en una
voladera increíble.
Me pasaron a control y cuadros altiro.
—"Compañero, ¿cómo se le ocurre hacer
semejante huevada cuando usted es militante
antiguo?".
-"Pero cómo iba a invitar a los mismos
huevones de siempre con la zampona y el
bombo; hay que renovarse, ganarse a la gente
joven con otra música".
—"Es que primero está la responsabilidad
revolucionaria y el peligro de la desviación
pequeño burguesa".
—"Sale pa' allá huevón"...
Persona de confianza
170
—"Pero es que yo había visto en el diario
que daban no sé qué película", y yo con santa
paciencia explicándole no sé cuántas veces la
misma cuestión hasta que finalmente la señora
me dijo:
—"Mire, ¿usted no conoce a algún joven
decente que quisiera trabajar de chofer?,
porque fíjese que tengo un auto y no sé
manejar".
Aquí está la papa, dije yo, pero como an-
daba con barba, pantalones rosados pata de
elefante, pulserita artesa, o sea típico hippie,
pero limpio, ¿ah?, no me atreví a ofrecerme,
entonces no sé cómo ni por qué fue ella la que
me lo propuso:
—"Vaya para la casa, me dijo, gente de-
cente como usted me encantaría".
La casa era un palacio en el barrio alto y el
marido vivía en el norte donde tenía una
cadena de farmacias.
—"Este es el auto —un Ford Falcon pre-
cioso—, lo que me interesa es que usted vaya a
dejar y a buscar a mis hijas al colegio y los
fines de semana las lleve a las fiestas".
Una noche que fui a dejar a la hija mayor a
una fiesta en el Estadio Español, me pidió que
me bajara un ratito con ella. Me bajé y como
después insistió en que me quedara a la co-
mida, también me quedé. Me presentó a todas
171
sus amigas del colegio. El próximo fin de
semana la misma cosa, y como yo la iba a
dejar y a buscar al colegio todos los días,
comenzó a decir que estábamos pololeando.
— "No, pus, le dije yo, porque resulta que
yo ya estoy pololeando".
—"Qué importa, me dijo, después decimos
que peleamos".
—"Córtala, si yo soy chofer no más", le
dije.
Como insistía y era muy sensible, empecé a
hacer de chofer y de pololo paralelamente,
pero se puso insoportable de exigente con-
migo.
"¿Que dónde estabas? ¿Que a qué hora vas
a llegar?".
Cuando le aclaraba que en realidad no es-
tábamos pololeando, que todo era una fic-
ción, un teatro inventado por ella misma
frente a sus amistades, se ponía completa-
mente histérica y comenzaba a quebrar ja-
rrones. Decidí cortar de raíz con este pololeo
ficticio y seguir como chofer no más, pero fue
imposible. Ella le contó un cuento increíble a
la mamá y yo quedé como un fresco de
mierda ante la señora que me tenía una
confianza ilimitada.
Perdí la pega con el dolor de mi alma. Era
superbién pagada y además que andaba para
172
arriba y para abajo en el Ford Falcon que era
corno tener un BMW hoy día.
Haendel Espinoza
173
extrema escasez, incluso había trabajado de
trapecista en un circo pobre recorriendo la
costa del Pacífico. Estaba exiliado en Quito,
pero había descubierto la papa al conseguirse,
no sé cómo, un pintor ecuatoriano que era un
capo para hacer lo que allá llaman "monos",
esos retratos basados en fotografías que se ven
en las casas humildes de toda Latinoamérica.
El negocio consistía en conseguirse los
contratos para hacer las pinturas. Te pasaban
un retrato y adelantaban un 20 por ciento de
valor del mono, luego el pintor, que era una
bala, se hacía entre cinco y seis monos diarios.
El 80 por ciento restante lo pagaban contra
entrega.
Cuando me presentaron a Haendel y supo
que yo venía llegando de Chile me dijo:
—"Métase en esto conmigo porque tiene
futuro".
Como no tenía otra cosa que hacer me
metí con él, partiendo a patita a recorrerme
los barrios populares, consiguiendo los fa-
mosos contratos.
A pesar de la fama del pintor y la seriedad
profesional de Haendel, el problema era la
lentitud para conseguirlos.
Frente a la disyuntiva se me ocurrió una
idea genial: comprar contratos hechos en vez
174
de ir personalmente a conseguirlos casa por
casa.
Pusimos unos avisos destacados en el diario
más popular de Quito: "Se compran monos"
y dimos un teléfono. Comenzaron a llamar
unos tipos con unas voces extrañísimas que
nos citaban a unos hoteles últimos de rascas.
En realidad, eran unos mafiosos que les sa-
caban contratos a la gente por el veinte por
ciento y después si te he visto no me acuerdo.
Llegábamos a los hoteles Haendel y yo
disfrazados de gangsters, con pistola a fogueo
en la cintura y actuando superagresivos, igual
que en esas películas de gangsters últimas de
malas.
—"Este contrato sí, este otro no, este sí, es-
te no", y los huevones, con unas caras de ma-
leantes, y nosotros cagados de susto, pero nos
fue el descueve y agarramos un alto así de
contratos.
Se ganaba menos por "mono", debido al
precio de recompra, pero aumentamos enor-
memente el volumen de la operación, evi-
tándonos la lata de tener que ir a terreno,
copando la capacidad ociosa de nuestro
"genio" y disminuyendo el costo de su ali-
mentación, porque era rebueno para comer.
El problema se nos produjo por el exceso de
175
trabajo del pintor. Si ya no comía, ni hablaba,
ni dormía y se comenzó a chalar de la cabeza.
Se le notó por primera vez cuando al mono
de una pareja de viejitos les puso un par de
candados en las narices, que Haendel se los
hizo borrar de inmediato después de una gran
discusión estético-conceptual. El pintor sos-
tenía que su raza indígena estaba encadenada
y esto debía expresarse en los monos a través
de los candados.
Después le dio por encerrarse con llave y
despotricar a grito pelado contra su propia
raza: ¡indios de mierda, van a morir en la
mierda! Un día tuvimos que forzarle la puerta
y le vimos un mono fantástico tamaño natu-
ral: una niña preciosa desnuda hecha de puros
candados.
—"Cuestión de saturación pictórica", dijo
Haendel, pero el pintor se negaba a tomar
vacaciones. Según él no sabía qué hacer con el
tiempo libre: estaba diseñado nada más que
para pintar y comer. Tuvimos que echarlo a
empujones de la casa para un week-end de
descanso. Cuando volvió venía más tranquilo,
pero en realidad sólo había cambiado los
símbolos de la opresión: en vez de candados
les ponía flores a los monos. Flores que les
salían por las orejas, por las narices, por todas
partes, "como tumbas vivientes", decía:
176
Haendel dijo que era cuestión del destino y
no quiso buscarse un reemplazante. En rea-
lidad el tipo no tenía reemplazante. Me quedé
sin negocio y, además, tuve que devolver
todos los contratos porque Haendel era muy
derecho para sus cosas.
Tartufo de Molière
177
personajes: el alguacil, el juez y otro huevón
que entraba y salía de repente.
Justo el día del estreno, ¡no se me olvida el
texto! : tenía que decir: "Mi más cordial sa-
ludo, caballeros, que Dios los bendiga y cas-
tigue a quien quiera hacerles daño", eso era
todo. Entré a escena con el Teatro Municipal
lleno. Guayasamín incluido. Miro al actor, al
que tenía que darle el parlamento, y me
quedo en blanco: "Buenaaaaas noches", le
dije, y apreté para afuera. Todo el mundo
cagado de la risa, pero el estreno fue un éxito
rotundo, de todas maneras.
A esas alturas mi mujer me la empezó a
jugar con otro chileno del elenco y a mí me
empezó a empelotar esa situación; imagínate,
si, además de trabajar tenía que estudiar por
ella que se había metido a antropología en la
universidad sin cachar una, y además yo tenía
que mudar y darle de comer a la guagua mien-
tras ella me andaba poniendo el gorro, en pú-
blico más encima.
Mandé el teatro a la cresta, me conseguí
plata prestada y le compré un pasaje: "O te
vas de la casa o te vas de vuelta a Chile, ¡pero
más hueveo sí que no!" Me bajó una de-
presión espantosa. Llegué a pesar sesenta y
cinco kilos, cuando ahora peso 95.
178
Me volví a Chile a la rastra y acá comen-
zamos a separarnos definitivamente, con tan
mala suerte que una noche andaba paseán-
dome todo choreado por el centro después del
toque de queda, cuando me agarraron unos
gallos de civil. Como yo me defendí, me sa-
caron la cresta la noche entera en una comi-
saría. A las seis de la mañana me dejaron
botado en la Plaza Baquedano. Por suerte me
encontré con una antigua amiga de arquitec-
tura que casi se muere de impresión al ver-
me... Le pedí que me llevara a la Embajada de
Francia, donde conocía al agregado cultural.
Abren la puerta y justo, pum, me caí al suelo
desmayado. Llamaron un abogado y me lle-
varon al Hospital San Juan de Dios, inven-
tando una chiva que me habían asaltado para
no meterme en más líos. Estuve una semana
hospitalizado con un TEC agudo y un coágulo
cerebral. Salí del hospital para volver a la casa
de mi mujer: del fuego a las brasas.
179
llegar a ser empleado de banco. Eso me ho-
rrorizaba. Hasta que un día dije: "No, estas
son huevadas. Voy a buscar trabajo ahora que
no tengo ninguna responsabilidad matrimo-
nial".
Decidí entrar a la televisión. El problema es
que jamás había pisado un canal de televisión,
así que me fui hablar con un amigo que tra-
bajaba en el Canal 11 :
—"Olvídate, me dijo, aquí no hay ninguna
posibilidad".
Hablé con otro amigo y me conectó con el
fiscal de la Televisión Nacional.
—"Aquí no hay pega, me dijo, pero por
amistad con tu amigo que es íntimo amigo
mío, te voy a meter como estudiante en prác-
tica de periodismo.
Entré al Departamento de Prensa como
estudiante en práctica de periodismo, sin
haber pisado nunca una escuela de perio-
dismo.
Ratón de Biblioteca
180
Nacional, de la Universidad de Chile y del
Congreso, buscándole huevadas raras de de-
porte, ciencia, tecnología, diseño, arte, con las
que armaba unos programas cortitos bien
entretenidos. Después lo pusieron de Gerente
General del Canal y a mí en programas musi-
cales donde comencé a pasarlo la raja.
Hicimos un programa para niños que en
realidad era para adultos porque a los niños
les cargaba y lo veían repoco. La estrella era
"Florcita Motuda", cuando era un cantautor
completamente desconocido. Queríamos
ponerle la "Cebolla de Cristal", pero no nos
dejaron y le pusimos la "Cafetera Voladora"
al programa. Era una nave espacial donde
"Florcita Motuda" se trasladaba por la galaxia
visitando planetas. Tenía de enemigo al "Rey
de las Galaxias" que torturaba con imágenes a
sus subditos: los dividía en dos, les cortaba la
cabeza y los hacía desaparecer electróni-
camente.
Supervolado el programa, pero nunca ca-
charon la simbologia...
A todo esto, en el canal se les ocurrió
hacernos unos exámenes a toda la gente de
producción para elevar el nivel profesional.
Fue una chacota el examen, y como saqué el
mejor puntaje me contrataron con un su-
perbuén sueldo, lo que en definitiva fue un
181
desastre para mí: se comenzó a rumorear que
yo estaba apitutado con los milicos. Me di
cuenta al instante que ahí, por lo menos, era
mucho mejor ser del montón: tirabas pa'
arriba y comenzaba el chaqueteo de frentón.
Cambio de rubro
182
organizar la producción, hacer las compras,
moverme con el banco.
Mi trabajo de productor de televisión me
sirvió un montón; si un productor no es or-
denado mentalmente no sirve. O sea, puedes
tener tu escritorio hecho un asco, pero tienes
que tener la cabeza ordenada, y yo en ese
sentido fui siempre rebuén productor. Ade-
más tienes que rebuscártelas, porque en
Televisión Nacional nadie te daba nada: si
necesitabas un elefante blanco tenías que
producirte un elefante blanco, entonces el
productor anda siempre con las antenas pa-
radas viendo cómo conseguirse las cosas, pero,
además, tienes que ceñirte a un presupuesto.
Tienes que conseguirte el elefante blanco,
pero no puedes consumirte todo el presu-
puesto, porque además tienes que conseguirte
cuatro jirafas rosadas y un par de tigres ver-
des.
Toda esa experiencia anterior fue una
buenísima escuela, porque si en este tipo de
empresas chicas tú te quedas sentado detrás
del escritorio tomando café como loco todo el
día no pasa nada. Tienes que moverte, mo-
verte y moverte para bajar los costos, man-
tener la calidad y asegurarte el mercado.
183
Importadores
184
Como nosotros estábamos capitalizados y
sin deudas nos fuimos pa' arriba. Incluso ha-
bíamos modernizado nuestra maquinaria y
mantenido a los mismos operarios, haciendo
en ese tiempo una cartera muy, pero muy
fina, con mucho cuero y mucho metal, ¿te
fijas?, para mantener la marca y a nuestro
personal.
Mi cuñado, que es ingeniero industrial, se
fascinó como cabro chico con el éxito y metió
un computador NEC para mejorar la organi-
zación. Ahora tenemos información bastante
sofisticada de ventas, stock, materiales,
productos terminados y gustos. Refinamos
increíblemente la información en términos de
los colores más vendidos y los diseños más
gustadores por temporadas y estratos socio-
económicos.
Nuevos negocios
185
cartera del mismo precio que las corrientes le
agregas un bonito diseño tendrían que andar
bien las ventas. El look es fundamental y el
precio también, por eso nos vamos a Brasil a
buscar materiales bonitos y baratos. Deján-
dose de leseras, lo que realmente vale plata de
esta fábrica es el diseño, la marca y tu capa-
cidad empresarial. Nosotros nos paramos con
mi señora frente a una tienda de carteras en
Florencia, Nueva York o París y podemos leer
muchos detalles que a un lego se pasarían por
alto. Sabemos cuándo y por qué una cartera es
buena y si va a pegar en Chile o no.
Realización personal
186
comprado siete millones de pesos en cuero
significa 700 mil pesos de un paraguazo.
Lo otro entretenido es que comienzas a ver
logros ahí mismo en el taller y frente a la
vitrina cuando la gente exclama:
"Ay, qué linda esa cartera; una maravilla".
Bien parecido a la televisión: los logros y
las cagadas se ven altiro en la pantalla y es
tremendamente reconfortante recibir ese re-
conocimiento por algo que te quedó bonito
gracias a tu esfuerzo y cachativa.
Ganar plata también es motivador, pero yo
lo veo más como un premio al esfuerzo que
como un fin en sí mismo. Lo entretenido es
lograr algo de calidad gracias a tu trabajo.
Sería una lata que alguien te dijera:
"Quédese sentado no más detrás de su es-
critorio y usted va a ganar tanto la hora por
no hacer nada". ¡Una lata!
Relaciones laborales
187
sentido demasiado paternalista. La primera
vez que tuve que echar a un gallo se me partió
el alma. En el fondo no estaba despidiendo
solamente a Juan Pérez, sino que a la Juanita
Pérez, al Ramoncito, al Pablito y a Manuelito.
Estaba echando toda la familia a la calle y eso
me quitaba el sueño.
—"Oye, huevón, me decía mi cuñado, te
estás preocupando demasiado de Juan Pérez
cuando aquí tenemos cincuenta personas que
también dependen de nosotros. Si hacemos
una mala gestión vamos a perjudicar a esas
cincuenta familias".
Tiene toda la razón, pero igual yo me gozo
la relación con la gente. Como me encanta el
fútbol y soy hincha de la Universidad de Chile
y la mayoría de ellos son del Colo Colo las
tallas van y vienen después de los partidos. De
repente me cuentan el último chiste picante y
político también. Un día les di un bono de
diez mil pesos y uno de los operarios dijo por
detrás mío:
—"Métase el bono por la raja".
Me di vuelta tranquilamente, porque nunca
me enojo, y le dije:
—"Sabe qué más, me lo voy a meter por la
raja, pero usted se va altiro para su casa". Le
hice la liquidación y lo mandé a cambiar.
¡Faltas de respeto ni cagando! Yo jamás les
188
voy a faltar el respeto a ellos, entonces no
acepto que me lo falten a mí.
Con las costureras mujeres es más com-
plicada la cosa, por el conventilleo.
—"Mire, fíjese que el maestro González me
pidió que nos fuéramos a acostar".
—"Pero si esas son cosas naturales, pues
Anita", le digo yo entre serio y cagado de la
risa.
—"¿Cómo va a ser natural si el maestro es
casado?".
—" ¡Bueno ya, entonces dígale que no y
búsquese uno soltero, pues Anita!"
El otro día tuve que decirle al jefe de taller:
—"Oiga, Hugo, córtenla, si yo no soy si-
quiatra ni consultor sentimental y esto no es
un jardín infantil", pero igual llegan con sus
cosas. El otro día el Mario me llegó con que
quería comprarse un televisor a color y nece-
sitaba 80 mil pesos.
—"No, pues, plata para el hospital, para
comer, para las necesidades de la casa está
bien, pero para un televisor a color no te voy
a estar adelantando; si esto no es na' finan-
ciera". Se las canto pan pan, vino vino; sin
temores.
Es que yo antes miraba a la clase trabaja-
dora como una clase especial y a la burguesía
también, pero cuando te metes en la realidad
189
las cosas cambian. Descubres que hay hue-
vones despreciables tanto de izquierda como
de derecha, de la burguesía o de la clase
trabajadora.
Por lo mismo, he aprendido a querer a la
gente por lo que es, no por lo que piensa o
representa; lo único que pido es que seamos
honestos. Honestos por dentro y por fuera.
¡Transparentes!
190
del autor. No las puedes atajar y al final pasas
a ser esclavo de tu empresa. ¡Qué horror! Te
vas encariñando sin darte cuenta y comienzan
a parecerse a ti y tú comienzas a parecerte a
tu empresa. Es tu lenguaje, tu manera de decir
algo propio, tu sello personal, tu identidad.
A lo mejor si estuviera fabricando tuercas
sería distinto porque todas las tuercas son
iguales. En cambio cada cartera que sacamos
es como un hijo: "que póngale la chapeta,
maestro, que termínela aquí: no, no, no, si no
es así, córtele aquí y déle más de acá", es-
perando que la termine para ver si quedó
perfecta.
191
Apechugar sola
193
—"Bueno, le dije yo, pero si es caro no va
conmigo porque no tengo plata".
—"Déjame conversarlo con él primero",
y se fue a hablar con Patricio en el segundo
piso. Volvió enseguida.
—"Tráela no más a la niña", me dijo.
—"Bueno, pero, y, ¿cuánto va a salirme
esta cuestión?".
—"No te preocupes, tráela no más, ni un
problema".
Tenía unos síntomas bien raros la Sandra.
Se enfermaba así de repente y amanecía vo-
mitando. Vomitaba dos o tres días seguidos y
comenzaba a cojear de una pierna; entonces
Patricio, después de preguntarme un mon-
tón de cuestiones, comenzó a decirle:
—"Mira, Sandra, es bien penca que tú vo-
mites porque es bien desagradable, entonces,
no sé, pero yo creo que no debieras hacer
esto..."
En realidad fue bien extraño, y yo no sé
qué habrá pensado la cabra, pero no vomitó
más y se le quitó la cojera. Bien bueno el
sicólogo, dije yo, pero no puede ser para
tanto. ¿Así como rayo láser? ¡No! Yo no
creo en tanto milagro, pero como Patricio
comenzó a invitarme a unos talleres de de-
sarrollo personal, fui a ver cómo era la cues-
tión.
194
Eramos diez personas, entre hombres y
mujeres: sicólogos, sociólogos, filósofos, si-
quiatras, médicos pediatras, artistas y dos
pobladoras: la Menita y yo.
—"Hoy vamos a hacer una imaginería",
dijo Patricio.
"¿Y esa cuestión qué diablos será?",
pensé yo para mis adentros, pero no me atre-
vía a preguntar nada.
—" ¡Ya!, todos tendidos en el suelo de es-
paldas..."
¿Y qué cosa tan extraña es ésta? Pero,
bueno, veamos, y Patricio comenzó a decir
que cerráramos los ojos y nos imagináramos
en la playa de una isla solitaria. Que viéramos
los colores, el sol, la brisa y todas esas cues-
tiones. Después en la playa se aparecía un
hombre para las mujeres y una mujer para
los hombres. Que viéramos lo que pasaba:
si nos acercábamos o si nos alejábamos. Si
lográbamos tocarlo... o sea, una historia tipo
"Isla de la Fantasía", más o menos.
Terminó la cuestión y todos ahí sentaditos
en el suelo, cada uno tenía que contar su ex-
periencia. Cuando me tocó el turno, fui la
única que dijo:
—"Bueno, a mí no se me apareció ningún
hombre por ninguna parte de la isla".
195
La culpa y el miedo
196
además que hacíamos ejercicios de rela-
jación, masajes, trabajar lo cotidiano en pa-
reja. Todo muy en confianza, muy rico.
Le dimos duro al tema de la relación pa-
dres e hijos. Yo escuchaba, escuchaba y escu-
chaba los problemas de los demás y a medida
que iba cachando iba sacando conclusiones
para aplicarlas a mis propios cabros. ¡Super-
útil la cuestión!
La sexualidad de la pareja no la tocamos.
Razones no se dieron. Simplemente la mayo-
ría dijimos: ¡la sexualidad sí que no! A mí,
personalmente, me da susto y no me gusta
hablar del tema ni en un taller ni en ninguna
otra parte. Eso lo tengo muy claro que me
produce un rechazo igual que el tema del
miedo.
La vez que tocamos el tema del miedo re-
sultó que en esos mismos días tuvimos un
allanamiento en la población y fue terrible.
Hubo heridos; quedó la escoba. A mí se me
cruzó por la mente, puchas, recién vengo a
cachar el miedo que me da pensar que pueda
pasarle algo a mis cabros mientras yo estoy
trabajando acá y me puse a llorar como idio-
ta. No me sacaron palabra.
197
Nací en un pueblucho horrible
198
cuco, la madrastra, la bruja de la película,
nos ofreciera todas esas maravillas: ropa nue-
va, zapatos nuevos, uniforme nuevo, bolsón
nuevo, estuche nuevo, lápices de colores y nos
mandaron a un colegio particular. ¡Super-
bién! Al poco tiempo mi papá se puso a tomar
de nuevo, entonces a mi madrastra no le que-
dó otra que cambiarnos de colegio y toda la
ilusión se fue al chancho.
199
otra parte o pensando en otra cosa hasta que
un año me mandaron a la nocturna del "Fran-
cisco de Miranda". Tenía catorce años y me
puse a pololear con un lolo a espaldas de mi
papá que era un viejo pesado superestricto
conmigo. Nos sentábamos juntos y como él
era supermateo me empezó a ir regio en los
estudios hasta que peleamos y me bajó una
depresión atroz que llegué a perder el año
escolar. Mi papá no entendió nada y se le
pararon los pocos pelos que le quedaban en
la cabeza. Me sacó del colegio dejándome
castigada de dueña de casa sin salir a ningu-
na parte.
Al año siguiente mi mamá, porque a mi
madrastra siempre le dije mamá, desde la
primera vez que nos convidó a tomar once
me matriculó en una escuela vocacional de
modas.
Era una casa antigua como un castillito,
así muy lindo, con jardines muy alegres y,
además, tuve la ocasión de conocer otras
niñas. Como nosotras éramos las hijas del
mayordomo en los edificios de departamen-
tos donde vivíamos, no conocíamos a nadie,
entonces en mi castillito encontré a un
montón de amigas. ¡Superrico!
Tres años estudié hasta que me recibí de
modista, claro que el puro título no más
200
porque yo quería ser azafata. ¡Imagínate con
lo desgarbada que era! No sé; me gustaría
el uniforme de seguro, porque eso de volar,
olvídate, me da pánico.
El susodicho de mi marido
201
en esa época yo estaba pololeando con otro
niño.
Era superpintoso de facha el Leonel, y,
bueno, comenzó conque la cosa fuera más
en serio. Quería llegar a mi casa y yo, ¡las
pinzas! Le tenía terror a mi papá; además
que el Leonel era operario no más, en Te-
jidos Tricot, y entonces yo vivía haciendo
malabares para que mi papá no cachara nada,
hasta que un día me dio una fleta de padre y
señor mío, porque le comentaron que yo
andaba pololeando con ese gallo de la po-
blación.
Nunca supe realmente cómo se las arregló
el Leonel para llegar a la casa, y, bueno, yo
no estaba nada de entusiasmada al principio;
pero él insistió que nos casáramos y de re-
pente me enamoré hasta las patas. Mi papá
se opuso terminantemente a que nos casá-
ramos, pero yo lo único que quería era salir
cuanto antes de la casa, y no era solamente
porque fuera un viejo celoso y mañoso con-
migo. Habían otras poderosas razones que mi
mamá conocía, así es que ella estuvo de
acuerdo conmigo.
202
Ya nunca más mi vida volvió a marchar
en forma tranquila
203
¿Qué tenía esa otra mujer que yo
no tenía?
204
sacaba el habla en las reuniones, me eligieron
para delegada de manzana. Después resultó
que el encargado se enfermó y no encontra-
ron nada mejor que elegirme a mí para co-
rrer con el almacén.
Yo siempre he sido superderecha para mis
cosas, entonces cuando llegaban las comadres
dando explicaciones:
—"Mira, esta semana no puedo hacer guar-
dia pero necesito comprar la canasta igual...",
yo les paraba el carro.
—" ¡Momentito! Primero hay que cumplir
con los reglamentos".
Pasé a ser la mala, la pésima, la villana de
la teleserie. Total, dije yo, jamás nunca le
vas a dar en el gusto a todo el mundo y me
fueron colgando uno que otro amante. Al
susodicho esos rumores le daban un pito.
Mientras sacara provecho del almacén a tra-
vés mío le importaba un comino que yo me
amaneciera hasta las dos, tres de la mañana,
tres o cuatro noches por semana. A la hora
de los quiubos, cuando llegaron los milicos
al almacén para el Once, el susodicho me dijo:
—"Tú te metiste en este lío, arréglatelas
solita", y se mandó a cambiar donde la ma-
má.
"Puchas, dije yo, este huevón además de
flojo es un cobarde de mierda".
205
Una amiga me acompañó a la Fiscalía
Militar donde estaba citada —todavía veo
una metralleta y me da pánico—, pero no me
hicieron nada, por suerte, las preguntas de
rutina y me mostraron unas fotos todas
borrosas:
—"¿Lo conoce? ¿No lo conoce?", ese tipo
de cuestiones y me fletaron para la casa.
Al susodicho lo volvieron a tomar en Te-
jidos Tricot, lo que fue una esperanza bien
corta para mí, porque esta niña con la que
tenía amoríos quedó embarazada y yo me
puse totalmente histérica. Lo veía y me po-
nía a gritar como idiota. Resultó que yo tam-
bién estaba embarazada de mi hijo menor,
que nació en enero del 75, la misma época
en que nació la guagua de ella. ¡Lo único
que yo quería era irme de la población!
Irme de ahí cuanto antes, pensando, estú-
pidamente, que si nos cambiábamos la cosa
se iba a arreglar.
Nos cambiamos y la cosa siguió igual,
incluso peor. Ahora el susodicho simple-
mente no llegaba a dormir a la casa, se que-
daba donde la otra.
Me fui al suelo de frentón. Era asqueroso
para mí despertar en la mañana y pensar:
¿qué voy a hacer hoy día?
206
Por suerte entré al Taller
de Arpilleristas
207
esa emoción de poder crear algo lindo con
mis propias manos.
Incluso logré desarrollar una puntada pro-
pia. La inventé probando, probando y viendo
trabajar a muchas arpilleristas y haciéndome
yo misma un control de calidad muy estric-
to. Yo misma me hago el control de calidad,
¿viste? No necesito que me lo hagan de afuera
y cuando no quedo conforme con una arpi-
llera no la paso para venderla.
La mayoría terminan la arpillera con el
festón; en cambio yo la termino en punto de
cruz y es mucha la diferencia porque con el
punto de cruz quedan todas las hilachitas es-
condiditas...
208
de menos con los niños. Ya no pasaba en la
casa, así que se murió y se murió no más.
Lo terrible fue cuando murió mi mamá.
Para los cabros la abuelita estaba primero que
la mamá y ella los adoraba a mis niños. Un
cáncer al páncreas de un día para otro y me
duró un mes: se fue justo en la fecha que me
dio el médico. Noche y día con ella viéndola
irse con tanto sufrimiento...
Apechugar sola
209
Me acuerdo que cuando pololeaba con el
susodicho yo era la tonta que corría a prepa-
rarle oncecitas y lo tenía sentadito ahí como
algo muy especial. Mi hija mayor, en cambio,
llega con su pololo y los dos parten a la co-
cina, ponen la tetera, las tazas y se sirven on-
ce. Así es como tiene que ser ahora que la
mujer tiene más oportunidades de trabajar
fuera de la casa: es obligatorio compartir los
quehaceres de la casa con el marido.
Huertos orgánicos
210
cocina y a preparar los almacigos. Los alma-
cigos de invierno se preparan en el verano y
los de verano en invierno. Son demostrati-
vos, ¿ah? Se hacen en conjunto con las ollas
comunes y sirven montones para parar la
olla.
A mí me encanta ver nacer la semillita,
ir viéndola crecer y, por último, comerte un
rico tomate que lo plantaste tú misma con tus
propias manos. ¿Cómo no va ser rico? Super-
estimulante. Te da energía para vivir.
211
población igual que ellas, que me cuesta
cualquier resto venir a trabajar de monitora con
ellas y me tengo que ir temprano para que no
me cogoteen en mi población, igual me pre-
sentan como la señorita sicóloga del Programa.
" ¡Momentito!, que yo no soy sicóloga para
nada y además no tengo puta idea de eso, les
digo altiro. Pero si quieren saber algo más del
tema yo les traigo una sicóloga de verdad y lo
conversamos entre todas".
212
se van quedando calladas, calladas, mudas
por miedo a hacer el ridículo en público.
La diferencia es que antes no tenían ne-
cesidad de hablar donde estaban metidas en
sus casas, pero ahora no. Ahora es indispensa-
ble el desarrollo personal para barajárselas en
el mundo del trabajo que hoy día es parte de
la vida diaria de la mujer pobladora.
213
aprendan a expresarse. Lo último tiene que
ver conmigo.
Siempre llego con temor a un grupo nue-
vo. Puchas, a lo mejor no les voy a caer bien,
a lo mejor no les gusta que me peine para
atrás, ¿tendré que peinarme para el lado?
Opté ser tal cual soy. La parte auténtica
de mi persona no la transo por ninguna plata.
Alguien me dijo muy diplomáticamente
una vez que en el fondo yo era una descla-
sada. No me enojé, ni me sentí, ni me reí.
Tengo la película demasiado clara como para
eso. Sé dónde vivo. Sé quién soy y lo que
hago con mi trabajo en poblaciones. No se
me han ido los humos a la cabeza creyéndome
"intelectual" porque me junto con profe-
sionales, ni me voy a tirar al suelo delante
de ellos por ser pobladora.
Surgir
214
sería histérica y el niño no tendría posibilida-
des de estudio.
Nunca me he puesto metas, pero siempre
he tomado lo que me ha ido ofreciendo la
vida. Tomé el Taller de Arpilleras, tomé el
Programa donde he conocido gente que me
ha ayudado cualquier cantidad a compren-
der otras cosas.
Yo pensaba que la gente profesional no
tenía problemas de ninguna especie y me he
encontrado en la práctica que a otra escala
tienen los mismos problemas míos que vivo
en una población. Al escucharles sus depre-
siones y rollos personales comencé a darme
cuenta que yo no era la única "extraterres-
tre". Saber eso te da energía como para no
quedarte achicharrada por cosas que a la lar-
ga pueden irse solucionando de alguna manera.
215
La verdad es que no sé cómo fue que me
enamoré del compadre, porque cuando mu-
rió el susodicho yo me dije:
"Yo con ningún gallo ni a misa; monja
total porque todos son unos pelotudos".
En el fondo quería un gallo tierno, cariñoso,
amable, atento, comprensivo, que no me exi-
giera nada tampoco y de esos huevones no
hay.
—"Vivamos juntos un tiempecito y probe-
mos antes de casarnos", le dije yo, buscándo-
le una solución al problema, pero él no, que
si no me casaba eso sería todo. Y se acabó
el pololeo de un día para otro y, puchas, yo
caí en una depresión la yegua de grande, por-
que el compadre se enojó y se enojó en se-
rio. Si ni siquiera me saludaba cuando nos
tocaba estar juntos.
—"Mary, por favor, hace una cosa bien
hecha, habla con él y pregúntale qué es lo
que le pasa, me decía Patricio. Ahora, si no
tienes valor para hablarle personalmente,
entonces esscríbele".
Yo no me atrevía. No me atrevía a hablar-
le ni a escribirle porque en el fondo quería
mantener la esperanza, ¿viste? Me daba
pánico que me mandara a la cresta definiti-
vamente.
216
Con el tiempo conversamos y saqué mis
propias conclusiones. El compadre es soltero
y tiene un niñito que está con él. A lo mejor
el compadre quería que le criara a su cabro.
Está bien, ¿pero cómo iba a casarme con él
después de la experiencia terrible de mi
primer matrimonio? Me dolió. Me dolió que
no lo entendiera, pero el compadre no pudo
entender que yo, como mujer, no quisiera
casarme con todas las de la ley.
Me las arreglo sola, y me siento bien
arreglándomelas sola, sin pareja quiero decir.
No estoy amargada y estoy conforme como
estoy criando a mis cabros y más o menos
conforme conmigo misma. Si más adelante se
tercea algo sentimental, veremos. Por el
momento estoy tranquila, aunque desilusio-
nada del amor porque el amor de pareja es
todavía una incógnita para mí.
NOTAS:
Unidad Popular.
2
Junta de Abastecimiento Poblacional.
Programa Ocupacional para Jefes de Hogar.
217
Blanca y radiante va la novia
219
Me dediqué como loco a las matemáticas
porque en el Instituto había que estudiar
mucho para poder subir el promedio. Pasaban
una materia hoy día y mañana mismo había
que rendir prueba. Al final de año los profe-
sores se sorprendieron al ver la forma en que
había mejorado el promedio y mi mamá
cumplió su promesa: me regaló una flamante
bicicleta "Oxford".
Desde chico me he puesto metas. Metas
para esto, metas para esto otro, como cuando
aprendí el abecedario: empecé por las vocales,
a, e, i, o, u, y cuando llegué a la "u" recién
comencé con las consonantes; una nueva
meta.
País gringo
220
exhibición y a los "Globetrotters" también;
por supuesto que yo no los vi; si ni había na-
cido cuando los trajeron.
Vivíamos cerca de la estación y todos los
años en noviembre veíamos llegar el tren car-
gado con los juguetes de Pascua directamente
de Estados Unidos. A Sewell todas las cosas
llegaban mucho antes que a Santiago, inclu-
yendo los juguetes de Pascua. También había
un enorme cine, y como niño, tengo recuer-
dos de haber visto las películas desde la sala
de proyecciones. El operador me regalaba
rollos de película de 35 mm con las que armé
mi propio cine de juguete en la casa.
221
modista. Tenía varias dientas gringas, señoras
de los altos jefes de la mina, y estuvo a punto
de instalarse con una gran boutique pero
nació mi hermano menor, que se le murió a
los cinco meses, entonces le vino un shock
nervioso. Se recuperó con el apoyo de la mis-
ma gente, que era muy unida en Sewell, pero
ya se le había pasado el entusiasmo por la
boutique.
La manchita roja que tengo en este ojo es
de cuando me quemé la vista con los rayos
ultravioleta del sol. De chico me lo pasaba
todo el día jugando en la nieve y como tengo
los ojos claros, parece que un día me quedé
mirando fijo la nieve y cuando mi mamá fue
a buscarme para tomar once estaba comple-
tamente ciego. Tendría seis a siete años y
escuchaba a los demás cabros que se reían
pensando que me estaba haciendo el ciego;
como siempre fui juguetón desde chico.
En el hospital dijeron que era una quema-
dura a la retina. Una ceguera momentánea
pero que no iba a perder la vista y efectiva-
mente la recuperé cuarenta y ocho horas
después. Me recetaron lentes oscuros para
toda la vida. Yo no quería usarlos y como
estaba el peligro que me pusiera a mirar
fijo la nieve de nuevo, quedando ciego para
222
siempre, mi mama convenció a mi viejo que
nos trasladáramos a vivir a Rancagua.
Era invierno cuando bajamos de Sewell.
Llovía mucho en Rancagua y a mí no me
gustaba el agua; estaba acostumbrado a la
nieve y me sentí muy solo sin el bullicio de
los niños en la nieve, que es muy alegre.
i Me pusieron en los Hermanos Maristas, un
colegio caro y muy exigente: premiaban a los
mejores con menciones honrosas, diplomas,
cuadros de honor, medalla al mérito y cuánta
cosa.
El Patito Feo
223
—"A ver, les decía yo, veamos con lo que
cuentan".
Con una cámara fotográfica, un sombrero
viejo, una escopeta, cualquier cosa era sufi-
ciente para mí. En base a eso les escribía y
dirigía los sketches y como tenía bastante
demanda comencé a cobrar: golosinas, bebi-
das, chocolates, hot-dogs completos, para los
recreos. Como que me fui profesionalizando
un poco desde chico.
También me escribí una novela en esa épo-
ca. Una cosa pequeña, de 30 a 40 páginas, de
cuaderno por los dos lados, que se la regalé
a una polola, con tan mala suerte que se le
perdió el cuaderno, única copia.
A pesar de ser chico de porte, tenía muchas
pololas. Le pegaba al dibujo y me especialicé
en composiciones con dibujos para las niñas;
porque, a todo esto el colegio era mixto, ¿ah?
Si yo era capaz de escribirme 15 páginas de un
tirón mientras mis compañeros apenas lleva-
ban media página escrita. Entonces comenzó
a correrse la voz entre los profesores que yo
tenía pasta de escritor, que iba a ser drama-
turgo y novelista.
Mi madre se apuró demasiado conmigo,
incluso pensó que yo podría llegar a ser un
niño prodigio, como Mozart o algo así, por
224
la facilidad que tenía para actuar, escribir,
dibujar y, además, para los deportes.
En realidad, tenía una facilidad extraordi-
naria para retener por la vista. Si alguien hacía
cualquier cosa delante mío yo podía imitarlo
sin ningún problema, así como la película de
Woody Allen en que el gallo era como un ca-
maleón y se transformaba con una enorme
facilidad, ¿ya? Yo retenía con la vista a una
velocidad prodigiosa, lo que a la larga me ha
perjudicado mucho más de lo que me ha ayu-
dado, pienso yo.
Terminé la enseñanza media y me fui a
estudiar a Santiago al IACC (Instituto de Artes
y Ciencias de la Comunicación), con muchas
esperanzas de mis padres y profesores pero no
me gustó nada. Era pura semiología: ¡más
aburrida la cuestión! Pasaban los meses y no
se veía una cámara fumadora por ninguna par-
te y cuando la mostraron, chis, como cinco
minutos para 30 alumnos. ¡Por muy rápido
que fuera para aprender no iba a llegar a nin-
guna parte por ese camino!
En la cuestión técnica no basta con echar
una miradita. Hay que apretar los botones,
presionar las teclas, sentir la máquina en los
dedos y para eso la semiología es bien poco
lo que sirve.
225
Me fui a otro instituto que, además, era
mucho más barato, donde se podían ocupar
los equipos para practicar y a eso me dediqué
como loco durante los tres años de estudio:
practicar, practicar y practicar haciendo cá-
mara, escribiendo libretos y dirigiendo pro-
gramas.
Cuando terminé, convencí a mis viejos que
en vez de comprarse vehículo invirtieran en
un equipo de media pulgada: grabador portá-
til, cámara, dos paquetes de baterías, trípode
y focos. Me preocupé personalmente que fue-
ra la mejor marca en el mercado, con garan-
tías y servicio técnico de primera.
Estilo propio
226
cualquier cantidad para hacerme una autocrí-
tica con la ayuda de un amigo mío que en-
contraba pésimo todo: el vestido de la novia,
el maquillaje, el peinado, el arreglo de la
iglesia. Genaro es estilista y ha viajado mucho
por Europa, entonces, encontraba todo horri-
ble de ordinario, incluyendo mi filmación.
"Que esta toma está larga, que el ángulo de la
cámara no es el mejor, que habría sido preferi-
ble tomarlo desde otro lado", o sea, me cagó
la película pero me abrió los ojos.
Comencé a ver televisión y a ir al cine en
forma sistemática, no sólo para entretenerme
sino para ver el trabajo del director. Le toma-
ba el tiempo a la duración de una toma, de los
planos, las secuencias y así fui adquiriendo
una especie de estilo propio para filmar ma-
trimonios.
Secuencia de la novia
227
comienzo a filmar el nerviosismo de los mo-
mentos finales.
Principalmente tomo acciones: la novia
poniéndose dificultosamente los aros frente
al espejo, un toque de cepillo en el pelo, cuan-
do se está poniendo el collar, las reacciones de
las hermanas mirándola emocionadas; un so-
llozo de la amiga íntima, como para darle un
toque emotivo; y hacer más creíble la escena.
También le dedico tiempo al vestido de no-
via. Planos generales, planos medios y deta-
lles: el encaje y quizás el escote, porque mu-
chas novias son muy provocativas en cuanto
al escote; detalles de las mangas y de los vue-
los. Hago todo un estudio en cuanto al diseño
del traje como dándole un poco de publicidad
también.
Finalmente la novia se mira al espejo para
ponerse el velo. Momento culminante, ¡es el
climax! Cierro la escena con un close-up del
rostro de la novia o quizás en el ramo, o en la
mano de la novia, dependiendo del caso.
Racontos
228
entonces la historia volvía al pasado y así uno
entendía el presente.
Ahí me ocurrió la idea de los racontos, pe-
ro me costó un montón convencer a una pare-
ja de novios que me dejara experimentar con
la idea. Finalmente, unos amigos estuvieron
de acuerdo y los cité a un parque a filmar las
escenas para el raconto dos días antes del
matrimonio. Los filmé caminando tomados
de la mano, después ella corriendo y él, si-
guiéndola en cámara lenta; después volviendo
a la vida real, tomándose algo en un café y
mirándose a los ojos. Todo esto con la música
de "Love Story".
Al insertarle los racontos a la secuencia de
la novia quedaba como una teleserie mucho
más entretenida y novedosa.
Perfeccioné los racontos hasta llegar a un
modelo "semiotico" de cuatro partes: la
primera es cuando se conocen, consiste en
mirarse y reconocerse; la segunda es el pincha-
zo, la atracción y tomarse la mano; la tercera
vendría siendo el comienzo del pololeo: con-
versan en un café tipo europeo, más bien fran-
cés, con música de Edith Piaf, y luego en la
cuarta parte van saliendo del café abrazados y
besándose.
Los racontos tienen que ser románticos y
por eso no hago racontos en los supermercados.
229
¡Parecen spots comerciales después! Ahora,
por muy romántico que sea el raconto,
debiera llevar un poquito de pimienta tam-
bién; o sea, algo de humor para romper con
la rutina. En una ocasión hice desaparecer a la
novia y la hice aparecer arriba del altar me-
diante un truco electrónico, pero como nadie
entendió el chiste opté por eliminar las notas
de humor por el momento. El público todavía
no está preparado para esos detalles.
Jamás hago ma's de cuatro racontos y cuan-
do las parejas no quieren racontos no les filmo
el matrimonio. A estas alturas, yo impongo
mis condiciones artísticas de trabajo.
Blanca y radiante...
230
crearle una inquietud al telespectador. ¿Qué
crestas le pasaría a la novia?
Paso por corte directo al auto de la novia
que se viene estacionando y cuando pone el
primer pie en tierra meto la marcha nupcial.
Punto culminante número dos. No espero que
entre a la iglesia, altiro no más la marcha nup-
cial y eso me tira pa' arriba la escena. Luego
corro desesperadamente hasta la puerta de la
iglesia para alcanzar a tomar la entrada de la
novia. Trabajo con dos colaboradores que me
siguen a todas partes: un asistente de cámara,
que además me hace el foco, y el iluminador
con cables de 80 a 100 metros. Para que la
gente no se enrede y se saque la cresta, el
asistente de cámara tiene que ir enrollando el
cable mientras voy retrocediendo y filmando
cámara en mano el séquito de la novia hasta
llegar al altar. Señal a los novios para que me
den tiempo de cambiar posición.
Ya estoy detrás del altar. Les hago otra
señal para que avancen y me hago un plano
general cuando la novia viene subiendo las
gradas hasta que el padrino se la entrega al
novio, punto culminante número tres, y corto
a un plano de las madres sollozando emocio-
nadas.
En lo posible trato de darle algún signifi-
cado a lo que les está diciendo el cura, todo lo
231
cual culmina con el beso a la novia, después
que el novio le levanta el velo, obviamente.
Punto culminante número cuatro. Les hago
una seña para que me den tiempo de cambiar-
me nuevamente de posición y ya estoy al otro
lado del altar. Con un leve movimiento de
mano les indico que pueden avanzar hacia la
salida y ahí repito la misma maniobra ante-
rior, pero al revés: retrocedo lentamente fil-
mando la salida de los novios.
Lo que se verá en pantalla es a los novios
besándose, visto desde atrás del altar, y luego,
por corte directo, dándose vuelta y avanzando
hacia la salida ¡Supercinematográfico!
En la calle provoco diversos cortes desde
varios ángulos, focalizándome en los novios
subiéndose al auto; el beso dentro del auto
pero mirando desde el vidrio de atrás y luego
el auto en movimiento desde la misma posi-
ción. Corto y me encaramo al auto en el
asiento del copiloto y sigo filmando desde el
interior. En pantalla veremos que el auto se
fue después del beso y a los novios, en con-
traplano, desde adentro del auto. ¿Ya?
Los calmo un poco: generalmente están
muy preocupados de cómo salió la ceremo-
nia, si estuvo llena la iglesia. Les doy ánimo y
filmo un poquito sus reacciones más íntimas.
232
Poco antes de llegar a la recepción me bajo
del auto y corro rápidamente hacia el lugar
donde me están esperando mis ayudantes.
Una vez instalados se le hace una señal lumíni-
ca al auto para que se aproxime permitiéndo-
me filmar la llegada y la bajada de los novios.
Corro al salón para filmar el vals, siempre
hay un vals que también es culminante. En-
tonces me encaramo arriba de una mesa para
tener mejor perspectiva, antes de lo cual está
el champañazo de los novios, claro, porque
primero viene el champañazo a los novios y
después viene el vals o viceversa y así me voy
compaginando en cámara porque al principio
editaba en la casa, pero me demoraba mu-
cho, así que ahora me tiro a cápela no más y
el corte lo provoco en cámara y me queda
perfecto sin bache. No dejo nada para des-
pués, excepto la música y los títulos. Me sale
fácil, donde ya me tengo incorporado un
guión mental con el largo y ritmo de las to-
mas.
Después del vals descansamos un rato, su
feroz champañazo, y comemos como enfer-
mos antes de la recepción.
Jamás pongo gente masticando en la re-
cepción porque sale horrible, ni tragando
tampoco. Apenas se llevan la comida a la
233
boca corto a otro plano de alguien sonriendo
o conversando.
Durante la fiesta privilegio arrugas y las
canas, en otras palabras, les doy importancia
a los abuelitos que a lo mejor en un tiempo
más ya no van a estar; entonces es bonito
que aparezcan en la teleserie pasándolo lo
mejor posible.
El otro día, en un matrimonio, había un
caballero de 70 años con 13 años de exilio
en Alemania. Venía recién llegando cuando
se le casa el primer nieto que vio llegar al
mundo y fue una emoción tan grande, me di-
jo, cuando lo entrevisté. Era bajito, como de
un metro cuarenta, pero un trompo para
bailar cumbia, "ni que hubiera estado exiliado
en Colombia", le decía yo.
The End
234
"Skorpios Video", por mi signo que es Escor-
pión, y con mi tema musical característico,
algo así como el de la Twenty Century Fox.
Cobro 30 mil pesos por la primera copia y
el cliente pone la cassette virgen. Las copias
adicionales tienen otro precio negociable, se-
gún el cliente.
Me acostumbré a trabajar a la velocidad del
sonido, pero siempre a nivel profesional, así
que el lunes siguiente ya tengo las copias lis-
tas.
Calculo haber filmado unos cincuenta ma-
trimonios y me ha servido de experiencia
ganarme unos pesos y ayudarles a pagar el
equipo que me compraron los viejos.
Pateando piedras
235
que la televisión es un monopolio imposible
de franquear para un joven.
Un día me encontré en la calle con la gente
del "Jappening con Ja", y no sé de dónde sa-
qué patas, pero me acerqué a ellos. Les dije
quién era y les pregunté con quién tenía que
hablar para escribirles cosas humorísticas. Me
dieron el teléfono del director del programa.
Lo llamé "n" veces, pero no estaba nunca; fi-
nalmente logré hablarle, gracias a la secretaria
que le dio vergüenza seguir negándolo. Me di-
jo que le mandara un currículo. Se lo mandé
y como no pasaba nada lo volví a llamar "n"
veces de nuevo. Me mandó a decir con la se-
cretaria que no tenía tiempo para hablar per-
sonalmente conmigo; que le dejara algunos
libretos para echarles una miradita. Se los de-
jé, pero nunca me llamaron de vuelta.
En el programa del profesor Brisas me di-
jeron: " ¡Ya! Mándanos unos libretos para ver
qué tal eres como libretista". Me saqué la ño-
ña trabajando. Les mandé quince libretos y
¿qué es lo que pasó? ¡Nada, excepto que me
copiaron las ideas! Sí, yo mismo vi varios de
mis libretos camuflados, completamente da-
dos vuelta, entonces me fui a hablar con el
productor para ver si conseguía algo, ya que
habían usado mis ideas. ¡Se negó a recibir-
me!
236
Me fui al Departamento de Prensa del Ca-
nal 11, a hablar con un amigo que había sido
profesor mío:
—"No te hagas ilusiones, me dijo, si aquí en
vez de contratar gente, la están echando".
Le pasé un currículo y unos libretos, por
si acaso.
—"Para qué me los vas a dejar, si aquí en
el Canal nadie los va a leer".
De la noche a la mañana
237
que les abren todas las puertas. Los ponen en
un pedestal por muy estúpidos que sean,
¡entonces me voy al extranjero, vuelvo como
extranjero y listo!
El pasaje lo tengo financiado con ahorritos
personales, la venta del equipo y el apoyo de
mis viejos. Me voy a la casa de un amigo que
vive en Suecia. Allá veremos dónde estudiar
televisión, porque acá lo único que estoy ha-
ciendo es pateando piedras como dicen "Los
Prisioneros" 1 . '
NOTA:
Grupo Rock.
238