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Las posiciones más críticas sobre el lugar de la escuela pueden agruparse en lo que
denominamos “corrientes pesimistas” acerca del poder de la educación. Su principal
argumento consiste en afirmar que la escuela puede poco y nada frente a otras variables
mucho más determinantes, como ser el origen socio económico de los alumnos, sus
capital cultural, etc. A modo de ejemplo, podemos reconocer dentro de esta línea
teórica, al conocido informe Coleman y a las denominadas corriente reproductivistas.
Estas perspectivas las denominamos “pesimismo pedagógico” ya que dejan a las escuelas
muy poco margen de acción. Reconocemos sin embargo, el enorme potencial de estas
corrientes teóricas para hacernos reflexionar sobre los circuitos paralelos que
encontramos dentro de los sistemas educativos (diferente calidad de escuelas según los
sectores sociales de los que provienen los alumnos) y para denunciar la discriminación
interna del sistema, que, una vez masificado el acceso de los alumnos, se ocupa de
realizar la segmentación “desde adentro”.
Esta actitud implica reconocer que hay cosas que podemos desde nuestro rol y otras que
no. Hay aspectos sobre los que podemos influir y es nuestra responsabilidad hacerlo y
otros que, aún cuando somos permeables a ellos, trascienden nuestro rol. Delimitar las
atribuciones de cada rol ayuda a construir las responsabilidades compartidas. En este
sentido, Blejmar (2005) señala “El grado de autonomía hace a la discrecionalidad del rol
que le es otorgado en la estructura para desarrollar su tarea. El maestro debe calificar a
sus alumnos. Esto no lo decide él sino el sistema. Pero cómo aplicará su juicio en esa
evaluación, cómo organizará la tarea, está bajo su autoridad” (Blejmar, 2005: 82).
Diferenciamos así las cosas sobre las que tenemos control y aquellas sobre las que no
podemos operar.
Como ya dijimos, nos parece importante reflexionar sobre el lugar de la escuela para
pensar en una gestión “posible”. Una gestión concebida dentro de “escenarios
optimistas, pesimistas y probables”, como afirma Blejmar.
Así como encontramos posturas bien diferentes, hasta antagónicas, respecto al margen
de acción de la escuela, también encontramos concepciones diferentes acerca de la
gestión educativa.
Algunas definiciones de gestión que podemos agrupar en esta primera postura: “la
gestiónbusca previsibilidad en los resultados” “la gestión esel medio para buscar el
control mediante indicadores formales”. Si bien algunas cuestiones podemos reconocer
como válidas, esta concepción de la gestión parece al menos insuficiente para pensarla
en términos educativos.
Gestionar es hacer que las cosas sucedan. Gestionar es, más que hacer, crear las
condiciones para el mejor hacer de un colectivo institucional, y eso a veces se “hace”
no haciendo. Gestionar es escuchar más allá de oír y comprender y decir más allá de
hablar (Blejmar, 2005)
Romero (2009) define de este modo las tres perspectivas recién analizadas:
Una buena escuela es, básicamente, una escuela que enseña. Nada más y nada menos.
Pero con esa definición no alcanza porque enseñar ha significado diferentes cosas a lo
largo del tiempo: disciplinar, moralizar, formar para el trabajo, instruir, transmitir,
construir, desafiar…
Una escuela que confía en que todos sus alumnos pueden aprender
o Promueve el progreso para que todos alumnos más allá de los conocimientos
que poseen y de los factores ambientales.
o Garantiza que cada alumno alcance el máximo nivel posible.
o Aumenta todos los aspectos relativos al conocimiento y desarrollo del alumno
(desarrollo integral más allá de las áreas académicas).
o Sigue mejorando año a año.
o Falta de visión
o Liderazgo desenfocado
o Disfunciones en las relaciones de personal (control, culpa, silencio, creación de
mitos, desconfianza)
o Prácticas de aula ineficaces (enfoques meramente transmisivos, escasa
interacción Docente-Alumno y Alumno-Alumno, practicas rutinarias, escasos
estímulos positivos, etc.)
Reynolds et al (1997), a su vez, agregan los resultados académicos como foco de las
buenas escuelas y enuncian las siguientes características encontradas en las “buenas
escuelas”:
o La clave del éxito son los resultados de los alumnos en el campo académico.
o Necesidad de utilizar datos cuantitativos duros para evaluar los resultados y
generar el compromiso de los participantes (responsabilidades compartidas).
o Orientación centrada en el problema (estrategias apropiadas para problemas
concretos y no objetivos ideales).
o Foco en el aula: el nivel de aprendizaje en el aula probablemente influye dos o
tres veces más en los resultados de los alumnos que el nivel de la escuela
(Creemers, 1994; Reynolds et al).
o Relevancia del papel del distrito escolar en el proceso de mejora.