Sunteți pe pagina 1din 83

Gené Juan Carlos Gené

Rito de
Adviento


in octavo
2012
Este libro se publica y ofrece gratuitamente a
los suscriptores de In Octavo, con el único
propósito de su puesta a disposición, en el mis-
mo sentido en que lo haría una biblioteca
pública. Esto no significa en modo alguno que
su contenido haya sido librado al dominio
público. Los propietarios de los derechos perti-
nentes están debidamente consignados. Cual-
quier uso alternativo, comercial o no, que se
haga de esta versión digital o se derive de ella
es absolutamente ilegal.

In Octavo

inoctavo.com.ar
Juan Carlos Gené

Rito de
Adviento


in octavo
2012
 Rito de Adviento

Noticia

Elías, un ateo de origen judío, acaba de descubrir el


cristianismo. Y se abraza a él con una pasión desme-
surada, lanzándose a recorrer con frenético misticis-
mo todos los grados de aproximación a la fe recién
descubierta: desde el bautismo y la comunión hasta
la ansiada ordenación como sacerdote, que le permi-
tirá, así lo cree, la felicidad infinita de compartir el
pan y el vino, el cuerpo y la sangre. Obsesionado por
la pasión de Cristo en su hora extrema, recorrerá él
mismo sin darse cuenta, en su afán de propagar la
buena nueva, las estaciones de su propia pasión, tro-
pezando una y otra vez contra los que se resisten a
ver y oír en todos los estamentos sociales, hasta que
sólo le quede la opción de hacer el don de su propia
persona.
La experiencia religiosa recorre el trabajo de Juan
Carlos Gené (1928-2012), dramaturgo, director y ac-
tor argentino que solía describir la representación
teatral como una suerte de liturgia. “El teatro es un
hecho misterioso vinculado a instintos tan profundos
que no hay otra manera de llamarlo que religioso.
No porque represente una religión particular, sino
porque está vinculado con el misterio de la vida y la
muerte”. Rito de Adviento conjuga en forma y conte-
nido esas visiones. En su calidad de autor, Gené ha
dejado obras como El herrero y el diablo (1955), Se
acabó la diversión (1967), El inglés (1974), Ulf
4
 Rito de Adviento
(1989), El sueño y la vigilia (1992), Ritorno a Cora-
llina, Golpes a mi puerta, y Todo verde y un árbol
lila (2007), y una serie basada en la vida y la obra
de Federico García Lorca: Memorial del cordero ase-
sinado (1986), Cuerpos presentes entre los naranjos
y la hierbabuena (1990), Delicadas criaturas del aire
(1993) y Aquel mar es mi mar (1998). También escri-
bió guiones para ciclos televisivos como Cosa juzga-
da (1969), La santa (1997), Los gringos (1984), Pája-
ro ángel (1974), Alguien como usted (1973), Alguien
como vos (1973), y Alta comedia, que el 18 de diciem-
bre de 1971 presentó Rito de Adviento con una me-
morable interpretación del actor Pepe Soriano.
El texto que aquí ofrecemos aparece publicado por
primera vez. Está basado en el guión que Gené escri-
bió para la televisión con la distribución habitual en
dos columnas, que coloca las indicaciones escénicas
a la izquierda y los parlamentos y las acotaciones a
la derecha. Al preparar esta edición electrónica
hemos optado por reordenarlo según el formato ca-
racterístico de las obras teatrales, más apto para la
lectura. Hemos respetado la división en siete partes,
exigida por la televisión; cuando corresponde, hemos
señalado explícitamente la división en escenas.

El Editor

5
 Rito de Adviento

Índice

Presentación del autor


Espacios escénicos
Personajes
Primera parte
Segunda parte
Tercera parte
Cuarta parte
Quinta parte
Sexta parte
Séptima parte

6
 Rito de Adviento

Presentación del autor

Vivir el cristianismo es una tarea que se reformula


día a día. La Iglesia misma va definiendo claramen-
te una orientación que fija el sentido cristiano de la
existencia en una base general de realización de la
justicia en el mundo.
Rito de adviento corresponde a una etapa de mi evo-
lución —es un trabajo de 1970— en que tal tenden-
cia es encarnada en un “francotirador” solitario que,
como tal, sólo puede encontrar su entrega asumiendo
la locura.
Elías, su protagonista, tiene algunos rasgos (no los
fundamentales, creo) de la figura del poeta Jacobo
Fichman. Pero se diferencia fundamentalmente en
que no participa para nada de las medievales con-
cepciones del genial Fichman. Elías se abre al men-
saje cristiano cuando la Iglesia se abre a la voz del
mundo de hoy. Y encuentra en él la columna verte-
bral que articula y da sentido a su vida. Si ésta ter-
mina en una elección de muerte —la locura— es por-
que Elías no es capaz de instrumentar una realiza-
ción concreta y real de la justicia, que no puede em-
prenderse individualmente.
Juan Carlos Gené

7
Rito de Adviento
 Rito de Adviento

Espacios escénicos

Portería, corredor y despacho parroquial


Bautisterio e iglesia pequeña
Recepción empresaria con escritorio
Despacho gerencial
Pensión: corredor con puertas que se abren a
habitaciones miserables.
Baño-habitación
Fonda de obreros en Llavallol
Despacho del superior de una orden
Celda en un hospicio

9
 Rito de Adviento

Personajes

Reparto por orden de aparición, con el elenco ori-


ginal *

Elías Pepe Soriano


Lucio, el Sacristán Víctor Manso
Pardo Federico Luppi
Párroco Fernando Labat
Secretaria Susana Lanteri
Ramón Rafael Salvatori
Nicanor, el sanjuanino Claudio Lucero
Marido Eduardo Ayala
Mujer Lily Vicet
Superior de la orden José Canosa
Mozo Carlos Antón
El padre Guerino Marchesi
El hijo Pablo Codevilla
Médico 1 Onofre Lovero
Médico 2 Walter Soubrié

10
 Rito de Adviento
Fieles asistentes a la misa
Sacerdote asistente al bautismo
Lector en la misa
Gente que espera ver a Pardo
Obreros
Albañiles
Pensionistas
Familias del interior

* Rito de Adviento fue transmitida el 18 de di-


ciembre de 1971 por el Canal 9 de Buenos Aires, co-
mo parte del ciclo Alta Comedia, con dirección gene-
ral de Juan Carlos Gené y producción de Telecenter
S.A.

11
Pepe Soriano en el papel de Elías
PRIMERA PARTE

Escena primera

La puerta cerrada de una portería parroquial,


con su hermetismo y tristeza habituales. Suena un
timbre. Un tiempo, aparece el SACRISTÁN, y abre la
mirilla. Una cara interrogante se asoma.

VOZ DE ELÍAS. — La paz.


SACRISTÁN. — ¿Qué busca?
VOZ DE ELÍAS. — Hermano, busco la paz y se la
deseo. ¿Por qué no me contesta?
SACRISTÁN. — (De mala gana) La paz. ¿Qué bus-
ca?
VOZ DE ELÍAS. — ¿Además de la paz? Al párroco.
Él me espera.
SACRISTÁN. — ¿De parte de quién?
VOZ DE ELÍAS. — De Elías.

(El sacristán parece dudar un momento, y luego


abre la puerta. ELÍAS aparece por primera vez;
 Rito de Adviento
tiene todo el aspecto de un pordiosero: saco y pan-
talones de orígenes distintos y muy ajados, cami-
sa sin corbata y evidentemente raída. Lleva un
paquete envuelto en papel de diario bajo el brazo.
Sonríe permanentemente como quien se encuen-
tra a las puertas de una imperecedera felicidad.)

SACRISTÁN. — (Con desconfianza) ¿Elías me di-


jo...? Creo que el párroco está ocupado.
ELÍAS. — (Con una sonrisa pícara, y señalando a
sus espaldas) ¿Para él también?
SACRISTÁN. — (Mira hacia afuera, y tiene una re-
acción inmediata) ¡Señor Pardo! Perdóneme, no
lo había visto... La mirilla esa es tan estrecha...
(Entra PARDO, que evidentemente había estado
esperando junto con Elías. Es un hombre eviden-
temente próspero, atractivo y más o menos con-
vencional.)
PARDO. — No es nada, Lucio. El párroco me mandó
llamar.
SACRISTÁN. — (Desconcertado, aludiendo a Elías)
¿Vienen juntos?
PARDO. — No, no... yo entré al hall y él estaba
ahí...
ELÍAS. — Yo estoy siempre en los lugares más ines-
perados, como el testimonio del Señor...
(El sacristán y Pardo lo miran molestos. Pausa)

14
 Rito de Adviento
PARDO. — (Al sacristán) ¿No sabe para qué me
quiere ver el párroco?
ELÍAS. — (A Pardo) Si yo fuera el párroco querría
decirle que usted no anda en buenos pasos.
PARDO. — (Molestísimo) Perdóneme, señor... Yo no
lo conozco.
ELÍAS. — Yo a usted sí.
PARDO. — ¿Ah, sí? ¿De dónde?
ELÍAS. — De aquí. Lo veo por primera vez. Pero lo
conozco.
SACRISTÁN. — ¡Oiga...! Yo lo voy a anunciar al
párroco. Pero no le falte el respeto a la gente.
(Elías se calla con una sonrisa que indica clara-
mente una humilde concesión. Pausa.)
SACRISTÁN. — Me permite, señor Pardo... Tengo
que ir a avisar...
PARDO. — (No le gusta la idea de quedarse solo con
Elías) Puedo volver en otro momento... Realmen-
te, estoy muy ocupado hoy.
SACRISTÁN. — Por favor, señor Pardo. Sé que el
párroco quiere agradecerle personalmente lo de
la cancha. Pase al despacho y tome asiento. Es
un minuto.

Escena segunda
El SACRISTÁN abre una puerta y hace pasar a
PARDO al despacho propiamente dicho, una habita-
15
 Rito de Adviento
ción despojada, con un crucifijo, escritorio, y ana-
queles con registros. Obviamente, ELÍAS intenta en-
trar también, pero el sacristán lo para.
SACRISTÁN. — Usted espere acá. (Cierra la puer-
ta, y se va)
(Elías observa a Pardo a través de las cortinas de
la puerta. Pardo ve que el extraño hombrecito lo
está mirando y se pone más incómodo. Silencio
largo. Finalmente Elías se decide, y entra él tam-
bién al despacho parroquial.)
ELÍAS. — Esa cancha que dijo... ¿Fútbol?
(Pausa. Pardo se resiste a contestar, pero la mi-
rada de Elías es tan cálida y tan exigente que no
puede evitarlo)
PARDO. — Basquet.
ELÍAS. — (Pausa. Muy meditativo) Es un deporte
un poco repugnante ése, ¿no cree...? Es como si
los demonios jugaran con el mundo, haciéndolo
picar... Bueno, eso es en realidad lo que están
haciendo.
(Silencio. Pardo no quiere dejarse arrastrar a lo
que siente como una provocación)
ELÍAS. — ¿De madera...? (Pausa) El piso de la can-
cha, digo.
PARDO. — Portland.
ELÍAS. — Claro... más barato. Pero si los chicos se
caen, se lastiman.
16
 Rito de Adviento
PARDO. — (Pisa el palito) Es una cancha al aire li-
bre. No puede ser de madera.
ELÍAS. — Claro... (Pausa. De pronto, con insólito
entusiasmo, como si se tratara de algo propio) ¿Y
por qué no la hacemos completa? En vez de do-
nar usted solamente el piso de portland... (Se de-
tiene) Se trata de una donación, ¿no?
(Pausa. Pardo está que revienta. No le gusta ser
tan obvio como para que ese maldito lo pesque.)
ELÍAS. — (Con reproche) ¿Qué? ¿No donó nada, en-
tonces?
PARDO. — (Otra pisada de palito) Sí, lo doné yo.
ELÍAS. — Por eso: complete la donación, y que sea
un gimnasio con techo y con piso de madera... Es
tan linda la madera, ¿no? Es la naturaleza, la
gloria de Dios... Eso sí, el techo con ventanales
directos hacia el sol. Ningún espacio cerrado de-
be aislarse de la gloria de Dios. Por eso en gene-
ral las iglesias no me gustan. Bueno, ¿qué le pa-
rece?
PARDO. — (Azorado, después de una pausa)
¡Oiga...! Le repito que yo a usted no lo conozco, ni
tengo por qué discutir eso con usted.
ELÍAS. — (Tomándolo afectuosamente de un brazo)
Hermano... Yo no discuto con vos... Te propongo
que seas realmente generoso...
PARDO. — ¡Suélteme! (Se pone de pie de un salto)

17
 Rito de Adviento
ELÍAS. — (Queda sentado, y como herido por lo que
acaba de pasar. Mira a Pardo a los ojos, con pe-
na) Y si no me conocés, ¿por qué te escapás de mi
afecto? Eso se hace con los que sabemos falsos o
traicioneros. Mirá: yo te conozco tanto, y sin em-
bargo te quiero. Sos mi hermano...
PARDO. — ¡Usted está loco!
ELÍAS. — (Sin oírlo. Se pone de pie y se acerca a él)
No me espantan tus pecados. ¿Por qué te dan as-
co los míos?
PARDO. — ¿Qué pecados?
ELÍAS. — Los tuyos, y los míos, digo...
PARDO. — ¿Qué sabe usted de mis pecados?
ELÍAS. — ¡Hermano...! Los tenés en la cara. (Le pa-
sa la mano por la solapa) Y en la ropa...
PARDO. — (Apartándose) ¡Le digo que no me toque!
ELÍAS. — (Sigue sin oírlo) Y no creas que me refiero
a tu buena ropa... Allá vos con tus gustos... Me
refiero a que la vestís como si fuera una toga de
senador romano, para decir “Aquí estoy yo…”
¿Sabés que el cuerpo es una morada del Espíritu
Santo?
PARDO. — ¿Por eso usted lo recibe con esa roña?
(Silencio. A Elías se le llenan los ojos de lágri-
mas. Pero son lágrimas de conmovida alegría.)
ELÍAS. — Hermano, querido... ¡Gracias!!

18
 Rito de Adviento
(El desconcierto de Pardo llega a su culmina-
ción.)
ELÍAS. — ¿No entendés...? Hasta ahora me recha-
zaste. Y ahora me insultás. Quiere decir que
existo para vos... Y que vas a llegar a querer-
me.... Qué misterio tan grande es el amor, ¿no?
PARDO. — (En un ruego) Por favor, déjeme en paz.
(Pardo se sienta en una silla más lejana. Elías
parece respetar su pedido y se sienta a buena dis-
tancia.)
ELÍAS. — (Como para sí) Vivimos tiempos difíciles.
La gente no cree en el misterio y en la revela-
ción. Y mirá: qué misterio hace que vos te quedes
aquí si yo te molesto.
PARDO. — (Muy agresivo) Ningún misterio. Es mi
paciencia. Y se terminó. (Se levanta y va derecho
hacia la puerta cruzando por delante de Elías,
quien le habla al pasar)
ELÍAS. — No vas a poder escapar. Estás condenado
a amarme...
(Efectivamente, cuando Pardo abre la puerta se
topa con el PÁRROCO que viene con el SACRISTÁN.)
PÁRROCO. — ¡Señor Pardo...! Le pido perdón por
hacerlo esperar...
ELÍAS. — No importa... Nos fue muy provechoso,
creo.
(Todos se vuelven hacia Elías.)
19
 Rito de Adviento
SACRISTÁN. — ¡Oiga! ¿No le dije que esperara
afuera?
ELÍAS. — Pero yo no te dije que lo iba a hacer, her-
mano. No te engañé. (Al párroco) Atienda,
nomás, padre... Yo no tengo apuro...
SACRISTÁN. — ¡Salga de acá!
ELÍAS. — (Mira al sacristán con mucha piedad.
Luego mira al párroco) Yo necesito de usted, pa-
dre. ¿Tengo que irme?
PÁRROCO. — No, claro... (Al sacristán) Está bien,
Lucio, no se preocupe.
SACRISTÁN. — Es que está molestando al señor
Pardo desde que llegó...
PÁRROCO. — (Mira a Elías con dureza, y luego a
Pardo) ¿Es cierto eso?
PARDO. — (No se atreve a cargar con la culpa de la
acusación, total no verá más a ese mendigo) No,
padre... no es eso.
ELÍAS. — (Llorando) ¡Y el mundo no lo ve! ¡Fuiste
generoso, hermano! Éste es el misterio revela-
do... (Silencio. Se adelanta hacia Pardo) Yo te pi-
do perdón. Fui soberbio con vos. Te hablé de tus
pecados y no de los míos... Y ya conocés el peor:
mi orgullo. (En otro tono) En cuanto a lo de la ro-
ña, querido... te juro que me lavo pero siempre
tengo aspecto de sucio...
PÁRROCO. — Perdóneme, señor... Lucio me dijo
que yo lo había citado.
20
 Rito de Adviento
ELÍAS. — Le informó mal. No dije que tenía cita.
Dije que usted me esperaba.
PÁRROCO. — Ajá... ¿y para qué?
ELÍAS. — (Pausa. Debe dominar su emoción para
poder hablar. Apenas logra pronunciar su deseo)
Quiero ser bautizado.
(La sorpresa pone en todos una mueca casi ridí-
cula)

FIN DE LA PRIMERA PARTE

21
SEGUNDA PARTE

El despacho parroquial. Conversan ELÍAS y el


PÁRROCO.

ELÍAS. — Cuarenta y dos años... Llevo treinta y


ocho en el país. No tengo ningún acento, ¿no es
cierto...? Mi chamuyo es el de un porteño cual-
quiera... En cambio usted es... (Se concen-
tra) ...entrerriano... Y del sur...
PÁRROCO. — Sí, de Gualeguaychú.
ELÍAS. — (Riendo con placer, como un chico) ¿Vio?
Dios me dio un oído de tísico. Aunque no sé cómo
me salvé de la tisis. Y conozco el país: oigo
hablar y casi siempre puedo decir provincia y
hasta región... ¿Qué le parece?
PÁRROCO. — (Condescendiente) Interesante.
ELÍAS. — Por ejemplo Lucio, el sacristán. Lucio se
llama, ¿no? También es entrerriano..., pero de
más al norte...
PÁRROCO. — (Ahora realmente impresionado) No-
goyá.
 Rito de Adviento
ELÍAS. — (Aplaude entusiasmado) ¿Vio...? Es difícil
que falle. Aunque una vez fallé. Fue en un bai-
longo en Misiones... Confundí a un paraguayo
con un correntino. Me tiró una puñalada... Sólo
me rompió la guitarra.
PÁRROCO. — (La personalidad de Elías lo confun-
de, pero no puede evitar el interés) Ah... Toca la
guitarra.
ELÍAS. — (Pausa. Parece ponerse triste) Ya no. No
tengo guitarra.
PÁRROCO. — ¿Por el paraguayo?
ELÍAS. — No. Él mismo me regaló otra... Ahí tiene,
padre. Eso también me empujó... Era un hombre
pecador: explotaba a otros... Y lloró cuando me
vio a mí triste... Claro, estaba un poco borracho,
pero nadie es distinto a sí mismo cuando está bo-
rracho. Era el dueño del boliche. Y me dio otra
guitarra. ¿No es un misterio eso...?
PÁRROCO. — Sí.
ELÍAS. — (Con la alegría de haber descubierto hace
tiempo esta verdad fundamental) ¿Por qué los
hombres creen en la vida, padre? Hay guerras,
hay hambre, hay miserias, hay tortura... Y la vi-
da sigue. Eso es una fe, ¿no cree...? ¿Y es o no es
un misterio?
PÁRROCO. — Lo es.
ELÍAS. — Míreme a mí... Tuve que cambiar mi gui-
tarra por comida... Fue hace un mes... Perdóne-
23
 Rito de Adviento
me... tengo hambre, ¿puedo comer? (Sin esperar
respuesta abre su paquete y saca pan. También
tiene yerba y un mate. Parte el pan y le da un pe-
dazo al sacerdote) Tome. Está fresco.
(El párroco toma el pan y come. Elías come con
gran placer mientras mira al sacerdote.)
ELÍAS. — Padre... tengo entendido que cuando los
adultos se bautizan, reciben inmediatamente la
Eucaristía, ¿no?
PÁRROCO. — Es la costumbre.
ELÍAS. — Me gustaría... ser fiel a esa costumbre.
¿Podré?
PÁRROCO. — Vamos por partes. Primero, antes de
bautizarse, conviene que usted haga el catecu-
menado.
ELÍAS. — (Confidente) Padre... me voy a aburrir
ahí. Sé lo que es el pecado original. Y quiero cre-
er que mi concepción de la cosa es igual a la de
San Ireneo.
PÁRROCO. — ¿Y cómo sabe usted lo que opinaba
San Ireneo, en el siglo II?
ELÍAS. — Porque lo leí... Y créame que lamento que
mis compatriotas no lean latín. Tiene cosas in-
traducibles.
PÁRROCO. — (Cada vez más asombrado) ¿Usted
lee latín?
ELÍAS. — (Humilde) Me defiendo.

24
 Rito de Adviento
(El párroco manotea el primer libro que encuen-
tra y se lo da, abierto. Elías lo mira, sonríe y lue-
go lee, con cierto pudor, como quien se avergüen-
za.)
ELÍAS. — Populus Dei sanctus de munere quoque
prophetico Christi participat; vivum Eius testi-
monium maxime per vitam fidei...
PÁRROCO. — (Lo interrumpe) ¿Sabe qué es eso?
ELÍAS. — Si no me equivoco, la Constitución De Ec-
clesia... Pero el espíritu está en la Epístola a los
hebreos: “Todo el pueblo de Dios participa del
don profético de Cristo y tiene que dar su testi-
monio como pueblo profético de Dios.”
(Pausa. El párroco está mudo.)
ELÍAS. — (Tímido) ¿Me equivoco? ¿No dice eso San
Pablo? Bueno, no es textual...
(Silencio)
PÁRROCO. — ¿Pero de dónde sabe usted todo eso?
ELÍAS. — De los libros. Y estos libros los inspiró
Dios. Bueno, que Dios me lo enseñó. ¿Quiere más
pan...?
PÁRROCO. — No, gracias... (Elías come contento)
Pero perdón, no entiendo... ¿Usted hizo estudios?
ELÍAS. — ¿Estudios...? ¿Usted quiere decir, una Fa-
cultad y esas cosas...? Sí, pero hace mucho... Yo
era muy joven y... bueno. Todos cometemos erro-
res.
25
 Rito de Adviento
PÁRROCO. — ¿Qué estudios hizo?
ELÍAS. — Espere... No me acuerdo bien... Sí, soy
profesor de lenguas... Ahora me acuerdo... Yo
tenía oído y... Bueno, eso. Pero en ese entonces
yo era ateo.
PÁRROCO. — (Pausa. No sabe realmente por dónde
abordar la cosa) Pero... ¿ejerció la docencia?
ELÍAS. — Sí... Una cosa repugnante... Niñitas del
liceo... No les importaba nada... (Con caridad)
En fin... Eran muy jóvenes... Largué todo y me
fui.
PÁRROCO. — ¿A dónde?
ELÍAS. — A tantas partes... Pero conocí el infier-
no... Trabajé en diarios. Periodista le llaman a
eso...
PÁRROCO. — ¿En qué diarios?
ELÍAS. — En todos. Pero, ¿qué importa? ¿Usted dis-
tinguiría a Satanás de Belcebú? Son el infierno.
Yo tenía que informar...
PÁRROCO. — ¿Y...?
ELÍAS. — Y yo informaba.
PÁRROCO. — Bueno...
ELÍAS. — Entonces me echaban. O me mandaban a
informar cosas como “Guarda cama la señora Fu-
lana de Tal”. Lo cual no es de por sí una noticia
apasionante. Sobre todo porque “guarda cama”
quiere decir “ha parido un hijo” dicha señora. Y
26
 Rito de Adviento
ese es el lenguaje de Dios. Dios no le dijo a Eva:
“Guardarás cama”, sino “Parirás con dolor…”
Está en el Génesis... Y ellos le tapan la boca a
Dios. Son el demonio... (Por el pan que come) Qué
bendición es el pan, ¿no? (Pausa breve) Perdóne-
me padre... Yo no soy uruguayo pero siempre lle-
vo el mate conmigo. ¿Le molestaría que tomara?
PÁRROCO. — (Desorientado) No, no... Tome, nomás...
ELÍAS. — Si usted no me hace dar agua caliente, no
voy a poder...
(El párroco toca un timbre. Entretanto, observa-
do por el sacerdote, Elías llena el mate con yer-
ba.)
ELÍAS. — ¿Usted toma amargo? Porque no tengo
azúcar.
PÁRROCO. — No. Yo no tomo, gracias...
(Entra el sacristán. Al ver a Elías esgrimiendo el
mate se detiene sorprendido.)
PÁRROCO. — Agua caliente. (El sacristán no se
mueve) Lucio, una pava de agua caliente...
SACRISTÁN. — Sí, padre, enseguida. (Se va)
ELÍAS. — (Con ternura por Lucio) Cómo lo asombra
la vida, ¿no? ¿Sabrá que él está vivo?
(Silencio)
PÁRROCO. — ¿Usted no tiene casa?

27
 Rito de Adviento
ELÍAS. — Tengo techo... casa, no. Una pensión en la
Avenida de Mayo... ¿Conoce esos sitios...? Ríase
de las villas miseria... Hasta dos familias en una
pieza... Y familias grandes, ¿eh? Cuatro, cinco
chicos cada una... Claro..., en el interior no hay
trabajo... Qué van a hacer, ¿no?... Yo estoy solo,
pero porque es un baño... Por eso no puedo ba-
ñarme mucho. La ducha está sobre la cama, y no
hay lugar para apartarla.
PÁRROCO. — Pero, ¿por qué vive así?
ELÍAS. — (No entiende) ¿Así como?
PÁRROCO. — En esa miseria. Usted es un hombre
instruido, inteligente...
ELÍAS. — (Sorprendidísimo) ¿Sí?
PÁRROCO. — ¡Por supuesto...!
ELÍAS. — Debe ser por eso, entonces...
PÁRROCO. — ¿Cómo por eso...?
ELÍAS. — Inteligencia viene de “inteligere”, ¿no?
Leer adentro. Yo leo adentro. Me echan siempre
o me ordenan mentir. Y yo quería otra vida para
mí. Pero encontré ésta. Fue un regalo de Dios.
PÁRROCO. — ¿La miseria?
ELÍAS. — ¡Sí!
(El párroco espera una explicación)
ELÍAS. — Todos somos hijos de Dios.
PÁRROCO. — Sí.

28
 Rito de Adviento
ELÍAS. — También los miserables.
PÁRROCO. — (No sabe adónde va Elías) Sí...
ELÍAS. — Algo anda mal entre los hombres, enton-
ces... ¿No le parece? No nos portamos como her-
manos.
(Pausa. En ese momento entra el SACRISTÁN con
la pava y un plato para apoyarla. La deja sobre
la mesa.)
ELÍAS. — Gracias. Lucio, ¿por qué se vino de su
provincia?
SACRISTÁN. — (Mira al párroco como para saber
si debe contestar. El párroco lo desampara. Ello
lo obliga a hablar) Me gustaba más acá.
ELÍAS. — ¿Por qué?
SACRISTÁN. — (Siempre tratando de saber si el
párroco está de acuerdo) No sé... Hay más de to-
do.
ELÍAS. — Paz se puede encontrar en cualquier par-
te.
SACRISTÁN. — (Contento de ponerle la tapa) Sí,
pero trabajo no.
(Elías sonríe y echa agua en el mate. El sacristán
mira al párroco como para consultarle si contestó
bien. Siente que algo anda mal pero no sabe qué.
Elías le ofrece el mate)
SACRISTÁN. — No, yo no, gracias. (Se va a escape)

29
 Rito de Adviento
ELÍAS. — Me tiene miedo. (Sonríe) Y yo lo quiero ya
tanto. (Chupa el mate en pleno idilio con el géne-
ro humano. Silencio)
PÁRROCO. — ¿Por qué quiere bautizarse?
(Silencio. Elías lo mira)
ELÍAS. — ¿No está claro, padre? Porque quiero sal-
varme...
PÁRROCO. — ¿De qué?
ELÍAS. — Hermosa pregunta. De perderme.
PÁRROCO. — (Lo pone a prueba) ¿Y qué es eso?
(Elías lo mira largamente)
ELÍAS. — Si yo entendí que Cristo es Dios en forma
humana. Y que sufrió la tortura y la muerte...
(Acota) La cruz era una tortura refinadísima,
¿sabía?... Bueno, si yo entendí eso y no estoy dis-
puesto a darme, me condeno. ¿Sí?
PÁRROCO. — Sí.
ELÍAS. — Quiero bautizarme y recibir a Cristo.
Quiero darme, ¿entiende?
(El párroco lo mira en silencio.)
ELÍAS. — Oiga, padre... ¿Cómo no toma mate si es
entrerriano?

FIN DE LA SEGUNDA PARTE

30
TERCERA PARTE

Escena primera
Recepción de dos o tres despachos lujosos. Una
secretaria en un escritorio, frente mismo a los ascen-
sores. Dos o tres sillones con GENTE QUE ESPERA. Se
abre el ascensor, y el ascensorista deja paso a ELÍAS
que, radiante, con el mismo aspecto ya conocido, se
dirige a la SECRETARIA.

ELÍAS. — La paz.
SECRETARIA. — ¿Cómo, señor?
ELÍAS. — La paz... Que le deseo paz... Sholem alei-
jem, como dirían mis padres... ¿Sabe lo que quie-
re decir?
SECRETARIA. — (Desconcertada) Sí...
ELÍAS. — (Eufórico) ¿Cómo? ¿Lo sabe...? Entonces,
¿usted es judía?
SECRETARIA. — ¡Sí!
ELÍAS. — ¡Yo también...! Mire que somos en el
mundo, ¿eh? (La besa) Sholem aleijem, herma-
na... ¿Usted es religiosa?
 Rito de Adviento
(La gente mira curiosa lo que ocurre. La secreta-
ria está muy alterada, aunque no puede evitar
sentirse conmovida.)
SECRETARIA. — No...
ELÍAS. — Como mis padres... Ateos... Bueno, enton-
ces quizá no le interese saber que me voy a bau-
tizar... ¿Rusos, sus padres?
SECRETARIA. — No, polacos. Galizianos. Pero
ellos son religiosos...
ELÍAS. — ¡No me diga...! ¡La felicito...! Tendría que
ser una bendición tener padres religiosos... Pero
no sé qué pasa: de padres ateos, salgo yo cristia-
no; de padres religiosos, sale usted atea... (Se ríe
a carcajadas) Cuánto por cambiar en este mun-
do, ¿no...? Por eso quiero verlo a Pardo. ¿Está?
SECRETARIA. — ¿Cómo, señor?
ELÍAS. — Que si está Pardo...
SECRETARIA. — No, digo... ¿Para qué dijo que
quiere verlo?
ELÍAS. — Para que me ayude a cambiar el mundo.
Él es cristiano y nosotros somos (mejor dicho,
creemos que somos, modestamente) la sal de la
tierra...
(La desorientación de la gente y de la secretaria
es total.)
SECRETARIA. — Perdóneme, pero ¿tiene cita?

32
 Rito de Adviento
ELÍAS. — ¿Otra vez con esas historias de citas...?
¿A usted le parecería sensato pedirle a Pardo
una cita para cambiar el mundo? No sea tan for-
mal, hermana..., que la vida pasa por encima su-
yo sin tantas formalidades... Dígale a Pardo que
lo vengo a buscar para que sea mi padrino de
bautismo. (La chica permanece inmóvil) ¡Vamos,
querida, que tenemos mucho que hacer!
(La secretaria va hacia la puerta del despacho.)
ELÍAS. — Señorita... Dígale que me bañé.
(La chica se mete adentro del despacho y cierra.
Elías se vuelve hacia la gente que lo mira. Silen-
cio.)
ELÍAS. — La paz...
(Algunos se atreven a responder con una ligerísi-
ma inclinación de cabeza. Silencio.)
ELÍAS. — (A la gente) Dios está en todas partes,
¿eh...? ¿Vieron a esa chica...? Es atea... Pero está
iluminada. Entendió enseguida... Y sus padres
son religiosos... ¿Qué importa qué religión? To-
dos hijos del mismo padre, aunque él dispone
cómo cada cual debe tratarlo... ¿Quieren pan?
(Abre su paquete y ofrece. La gente se escurre co-
mo puede.)
ELÍAS. — ¡Oigan...! ¡No me digan que no tienen
hambre! Son las once de la mañana. Y este pan
es exquisito. Me lo da un panadero de San Tel-
mo. Lo que prueba que los ángeles toman forma
33
 Rito de Adviento
humana para entenderse con nosotros... (Em-
pieza a alarmarse) ¡Oigan...! ¿Qué les pasa...? ¡Es
un pan de primera éste! Y todo el mundo tiene
hambre a esta hora... (El silencio de la gente lo
angustia, y la angustia le hace gritar) ¿Pero no
se dan cuenta de que están vivos, y que si están
vivos tienen que participar?
(En ese momento la puerta del despacho se abre,
y aparece PARDO junto con la SECRETARIA.)
PARDO. — (Gritando) ¿Qué pasa aquí? ¿Qué quiere
usted?
(Por razones que desconoce, a Elías le cuesta
apartarse de los que se negaron a “participar”
con él. Por fin se vuelve hacia Pardo.)
PARDO. — ¡Le estoy preguntando qué quiere!
ELÍAS. — (En tono tranquilo, a la secretaria)
¡Cómo...! ¿No se lo dijo...?
(La secretaria no se atreve a responder que no.)
ELÍAS. — (A la chica, suave pero con autoridad) ¿Y
por qué no?
PARDO. — ¿Me va a contestar qué quiere? ¿O llamo
directamente a la policía?
ELÍAS. — (Irrefrenable en el ruego) ¿La policía? ¡No,
por favor...!
(Silencio. Todos notan la angustia que esa ame-
naza le ha producido.)

34
 Rito de Adviento
PARDO. — Entonces conteste...
ELÍAS. — (Habla ahora como asustado, temiendo
un golpe sorpresivo) Me voy a bautizar.
PARDO. — (Severo) Me parece que se equivocó de
lugar. Yo no soy cura, y ésta no es una iglesia...
ELÍAS. — (Sin oírlo) Vine a buscarte. Necesito que
me ayudes a cambiar el mundo... Quiero ense-
ñarte a ver y oír.
(La gente comienza a prestar atención a lo que
dice Elías. Pardo mira a su alrededor, teme el
escándalo, cambia el tono, y opta por retirarlo de
la vista del público).
PARDO. — A ver, venga a mi oficina y diga lo que
tiene que decirme. (A la gente) Disculpen, seño-
res. (A la secretaria) Que no nos molesten. (Salen
Pardo y Elías)
SECRETARIA. — Sí, señor.

Escena segunda
PARDO introduce a ELÍAS en su despacho, una
típica oficina gerencial. Lo hace sentar, y él ocupa su
empinado sillón ejecutivo.
PARDO. — Bueno, a ver, ¿qué tengo que ver yo con
su bautismo, o lo que sea? ¿Por qué viene aquí?
ELÍAS. — (Explicativo) Porque mi camino se cruzó
con el tuyo en la parroquia. Y ahora quiero que
me acompañes por la senda de la salvación...
35
 Rito de Adviento
PARDO. — ¡Pero qué senda ni qué camino! ¡Yo a us-
ted no lo conozco!
ELÍAS. — (Con aparente ingenuidad) ¡Cómo! ¿No te
acordás? Yo llegué a la parroquia y toqué el tim-
bre y enseguida caíste vos... Hablamos sobre la
cancha de básquet...
PARDO. — (Lo interrumpe) ¡Me acuerdo perfecta-
mente!
ELÍAS. — Entonces no sé por qué decís que no me
conocés. Si hasta fuiste generoso conmigo y no
quisiste que el párroco me echara...
PARDO. — De lo que estoy arrepentido...
ELÍAS. — (Sin oírlo) Eso es lo que se llama el traba-
jo de la gracia.
PARDO. — ¡Váyase ya mismo!
ELÍAS. — Y te elegí a vos porque no sos natural-
mente generoso. Te cuesta... Me di cuenta por el
asunto de la cancha.
PARDO. — (Picado en su amor propio) ¿No soy ge-
neroso porque doné una cancha?
ELÍAS. — ¿No ves? Me echás pero querés dialogar...
Dialoguemos. No sos generoso porque donás lo
que te sobra... ¿Cuántos millones hacés desde
acá...? (Mira alrededor) Pardo S.A.C.I. y F. Ocho
empresas declaradas y unas cuantas medio pira-
tonas... Oíme: no te metas en vaciamientos por-
que yo no te lo voy a permitir...

36
 Rito de Adviento
PARDO. — (Horrorizado) ¿Usted me estuvo investi-
gando...?
ELÍAS. — Fui periodista... Una vez, en un festival
de cine, tuve que meterme en la pieza de una ita-
liana descomunal para “informar” si tenía o no
amores con un galán nuestro. Estaba en juego el
orgullo nacional. Tuve que esconderme en un
placard con el fotógrafo. Era una situación por
demás promiscua: yo y el fotógrafo ahí apreta-
dos, oliendo los perfumes del vestuario de esa va-
ca. Así que imaginate lo que puedo llegar a hacer
para saber de quién amo... ¡Uff...! No te imaginás
las cosas que sé sobre vos. Entre paréntesis, la
liquidación de DONOR.... Esa es la constructora,
¿no...? Bueno, no está nada clara esa liquidación.
(Silencio. Por fin Pardo cree entender. Mira fija-
mente a Elías, cuando suena el teléfono interno.)
PARDO. — (Atiende secamente y habla sin esperar
el mensaje) No estoy para nadie. (Cuelga. Silen-
cio. Hace un gesto a Elías, invitándolo a sentar-
se.)
ELÍAS. — (Sonríe feliz y se sienta) ¿Ves? El trabajo
de la gracia...
PARDO. — ¿Por qué le teme a la policía? (Una ex-
presión sombría pasa por el rostro de Elías. Al
parecer la palabra “policía” tiene la virtud de pa-
ralizar en él todo discernimiento. Pardo, que lo
nota, siente que está en el buen camino) Si yo tu-
viera cuentas pendientes con la policía no me
37
 Rito de Adviento
metería en estas cosas... (Silencio) Bueno... ¿qué
pasa con DONOR?
ELÍAS. — ¿Va a llamar a la policía?
PARDO. — (Estudia a Elías, que le inspira inseguri-
dad) No...
ELÍAS. — (Sonríe aliviado, se inclina hacia Pardo y
habla cuchicheando como si estuviera contando
un chisme de otra persona) Era una empresa
muy rara... Vos la creaste y le pasaste todo el pa-
sivo de la otra... ¿cómo es?
PARDO. — (Cauteloso) CANAL S.A....
ELÍAS. — No. Esa es la de las drogas... ¡Ehhh...!
¡ROMAR...! ¡Eso...! ROMAR S.A.
PARDO. — ¿Y...?
ELÍAS. — Hermano, eso no se hace...
PARDO. — No es delito eso.
ELÍAS. — ¿No es delito contra quién...? Creaste la
empresa para liquidarla. Y cuando la liquidaste
quedaron cientos de personas en la calle...
PARDO. — Yo había creado ese trabajo, es como to-
mar y despedir a un empleado.
ELÍAS. — Pero, ¿no ves...? El trabajo no es tuyo. El
trabajo es de Dios y Dios quiere que todos lo ten-
gan. Vos sos cristiano, ¿no?
PARDO. — Por supuesto.
ELÍAS. — No tan supuesto, hermanito. Te creés
dueño de las cosas....
38
 Rito de Adviento
PARDO. — ¿Y de quién son?
ELÍAS. — (Como siempre, sin oírlo) ... y de las per-
sonas.
PARDO. — (Vuelve a enfurecerse) ¡Y de quién son,
pregunto...!
ELÍAS. — ¿Las personas? De Dios, claro.
PARDO. — ¡Las cosas, digo!
ELÍAS. — Todo es de Dios. Nosotros administra-
mos. Pero vos como administrador sos un poqui-
to malversador... Tené cuidado porque te van a
relevar del cargo...
PARDO. — (Cortante. Quiere saber) Bueno, ¿qué es
lo que quiere?
ELÍAS. — ¿No te dije? “Los ciegos verán, los sordos
oirán”. Estás ciego y sordo, y yo vengo a abrirte
los ojos y los oídos... Quiero que seas mi padrino
de bautismo.
PARDO. — (Con intención) Claro... Y los padrinos
amparan..., socorren..., a falta de padres...
ELÍAS. — (Inocente) Sí...
PARDO. — Por ejemplo, con pensiones vitalicias...
ELÍAS. — Pensión vitalicia es lo que tengo yo en
Avenida de Mayo: un infierno. Pero me van a
echar, seguro; ni siquiera puedo pagarla.
PARDO. — Claro... claro... entiendo... Por eso... un
padrino rico... puede sacar de apuros...

39
 Rito de Adviento
ELÍAS. — (Seráfico) Quiero que llegues a ser po-
bre...
PARDO. — (Ya lo empieza a tomar con humor) ¿No
le parece demasiado?
ELÍAS. — (Feliz) ¡No! Te vamos a dejar desnudo y
sin nada... Entonces vas a empezar a vivir...
PARDO. — (Empieza a reírse a carcajadas y lo con-
tagia a Elías, que poco necesita para manifestar
su maníaca felicidad) ¿Desnudo...? ¿Y no tendré
frío?
ELÍAS. — (Riendo) ¡No...! Como los lirios del cam-
po.... ¿Te acordás? “Ellos no siembran, no cose-
chan, ni recogen en graneros. Y sin embargo
nuestro Padre Celestial los alimenta”.
PARDO. — (Siempre riendo los dos) Pero yo no soy
un lirio. Y mucho menos un estúpido...
ELÍAS. — (Se le apaga la risa) ¿Cómo?
PARDO. — Digo que si el arma que tenés para el
chantaje es la liquidación de DONOR, no es mu-
cho para dejarme en la calle...
ELÍAS. — (Desconcertado) ¿Chantaje...?
PARDO. — Lo que yo hice no es delito según el
Código Penal. ¿Por qué voy a darte nada...?
ELÍAS. — Pero qué tiene que ver el Código Penal...
PARDO. — Que vos no podés esperar que yo te ten-
ga miedo y te traspase mis bienes, porque si no
lo hago no me va a pasar nada, ¿entendés...?
40
 Rito de Adviento
ELÍAS. — ¿Traspasarme tus bienes...? ¿A mí...? ¿Y
para qué los quiero...?
PARDO. — No, está bien. No te preocupes por
echarte atrás. No grabé la conversación, no tengo
testigos. Así que de esto no te puedo acusar ante
la policía. A no ser que tengas antecedentes...
ELÍAS. — (Aterrado otra vez) ¿La policía...?
PARDO. — Pero sí te voy a acusar de escándalo en
mis oficinas y de violación de domicilio...
(Levanta el tubo)
ELÍAS. — (Se pone de pie) ¡La policía no, por favor!
PARDO. — (Al teléfono) Señorita, llame al Comando
Radioeléctrico, ¿quiere...?
ELÍAS. — Pero, ¿no entendés que no te estoy chan-
tajeando?
PARDO. — No me importa eso. ¡Quiero que te sa-
quen de aquí!
ELÍAS. — ¡Estás ciego y no querés ver, sordo y no
querés oir...! ¡No llames a la policía...!
PARDO. — Vos te lo buscaste... Te dije que me deja-
ras en paz...
ELÍAS. — Te traigo la luz y no querés tomarla...
(La secretaria llama por el intercomunicador)
PARDO. — (Atiende) Sí... ¿Ya vienen...? Gracias.
ELÍAS. — ¡Te estás condenando...! ¡La policía no...!
¡La policía no...!

41
 Rito de Adviento
(Desesperado, Elías sale a escape, atraviesa la
antesala y se interna en un corredor. Pardo lo si-
gue hasta la puerta. La SECRETARIA y la gente se
ponen de pie.)
SECRETARIA. — (A Pardo) ¿Era por él?
PARDO. — Sí...
SECRETARIA. — ¡Pobre...!
PARDO. — ¡Qué pobre...! ¡Es un chantajista!
SECRETARIA. — (Sin oírlo, esperanzada) A lo me-
jor se escapa, ¿no...?

FIN DE LA TERCERA PARTE

42
CUARTA PARTE

Escena primera
El pasillo de la pensión de Elías. La miseria y el
hacinamiento ofrecen un cuadro realmente amena-
zante. Es la hora de la cena. Casi todas las familias
comen lo que tienen y pueden, alrededor de mesas,
sobre camas y catres, etc. ELÍAS recorre el pasillo llo-
rando, sin mirar ni ver ese cuadro que ya le es tan
familiar y natural. Trae otra pena hoy. Se dirige
hacia el fondo del corredor, pero RAMÓN lo detiene.
VOZ DE RAMÓN. — Don Elías...
(Elías llora demasiado como para escuchar.)
RAMÓN. — (Aparece y le pone la mano en el hom-
bro) ¡Eh! ¡Don Elías...! (Al volverse Elías, advier-
te que las lágrimas lo bañan literalmente) ¿Le
pasa algo...?
ELÍAS. — Tengo pena...
RAMÓN. — (Pausa. Descolocado por la simple des-
cripción que Elías hace de su conmovedor estado)
Lo siento... Vea, don Elías... Yo no puedo aguan-
 Rito de Adviento
tar más la situación. Yo necesito que usted pa-
gue o se vaya...
ELÍAS. — Sí, claro... Pero no puedo pagar...
RAMÓN. — Sí, sí, ya sé... Pero un día de éstos yo no
voy a poder esperar más, ¿sabe...? Yo hoy le di su
pieza a un pensionista...
ELÍAS. — ¿Mi pieza...?
RAMÓN. — Sí... Yo le advertí al hombre que estaba
ocupada. Pero pagó adelantado por dos días... Si
se arreglan los dos... yo todavía a usted lo puedo
esperar... Pero ya le digo..., si se arreglan. Si
no... Yo lo siento, pero… (Se va sin esperar res-
puesta. Elías se vuelve hacia la puerta de vidrio
esmerilado que cierra su habitación. La abre len-
tamente)

Escena segunda

El baño-habitación de Elías. Tal como él lo había


dicho, se trata de una vieja casa donde se ha coloca-
do una cama turca que ocupa prácticamente todo el
espacio. Asoma por ahí un lavatorio y la ducha in-
útil amenaza con su flor a la cama misma. Hay un
estante con viejos libros encuadernados en pasta, un
crucifijo austero, y por ahí un bolsón de mano con el
exiguo equipaje de NICANOR, el pensionista que ron-
ca a pata suelta echado en la cama: la barba creci-
da, la ropa humilde o más bien pobrísima. ELÍAS en-
tra, cierra y se sienta en la cama a contemplarlo. De
44
 Rito de Adviento
pronto se inclina sobre él y le huele el aliento: huele a
vino. Se queda un momento quieto, las manos entre-
lazadas entre sus muslos, y la pena vuelve a crecer
en él hasta el llanto. Llega un momento en que el do-
lor es demasiado para soportarlo solo. Entonces sa-
cude suavemente al hombre, que parece aferrado al
sueño como a la salvación. Hay algunos quejidos de
protesta del huésped.

ELÍAS. — Che... oíme... oíme, hermano.


NICANOR. — (Está borracho, claro) ¿Mmm...?
¿Hermano? ¿Qué hermano...? Yo no tengo her-
mano... (En su borrachera descubre una tonada
cuyana) Dejame... tengo sueño...
ELÍAS. — Y yo tengo pena... No me dejes solo… (El
otro vuelve a dormirse. Silencio. Luego, como pa-
ra sí) “No pueden rezar y velar conmigo” (Pausa.
No se resigna a esa soledad quizás superior a
cuantas ha sufrido. Sacude al huésped) Che...
¿cómo te llamás...? Che... sanjuanino... ¿cómo te
llamás?
NICANOR. — ¿Mmm...? Pero dejame, te digo, ¿no
ves que necesito dormir la mona?
ELÍAS. — Sos sanjuanino vos, ¿no...?
NICANOR. — ¿Y qué te importa a vos? Dejame dor-
mir...
ELÍAS. — ¿De Caucete?
NICANOR. — Jáchal...

45
 Rito de Adviento
ELÍAS. — Ahí nomás, cerquita... Oíme, la difunta
Correa no es una santa... Pero yo la respeto.
NICANOR. — ¿Qué decís?
ELÍAS. — Que no es una santa porque no fue cano-
nizada. Pero si perseveramos, a lo mejor...
NICANOR. — De dónde saliste vos, bicho raro...
ELÍAS. — De Europa... hace años... Pero ya estoy
llegando...
NICANOR. — (Se ríe en su borrachera) Je... ¿Te
acordás en la radio, del viejo Bildigerno...?
ELÍAS. — (Entusiasmado) ¿Fernando Ochoa...?
¿Vos lo escuchabas...?
NICANOR. — (Riendo) Decía: “Ya estoy llegando...
Ya llego... Ya llegué…” Y después saludaba:
“Buenas y santas”. Era gracioso el viejito...
ELÍAS. — ¡Te das cuenta, hermano! Vos en San
Juan y yo aquí escuchábamos la misma palabra.
Dios quiere que el mundo sea una sola cosa... Y
nos da con qué. Y eso no es nada más que la ra-
dio. ¿Vos sabés todo lo que nos dio después...?
NICANOR. — (En realidad no lo sabe, y duda de
que nos haya dado nada) ¿Y qué nos dio?
ELÍAS. — Los satélites... Y aviones que cruzan el
aire a la velocidad del grito...
NICANOR. — Sí, pero míos no son, ¿eh...? ¿Trajiste
vino...?

46
 Rito de Adviento
ELÍAS. — No... qué vino... Si tenemos que dormir
los dos en esta cama porque no tengo plata...
NICANOR. — (Divertido, para defenderse de la an-
gustia) Hermanito... ¡no sos mi tipo vos!
ELÍAS. — Vos tampoco el mío. Pero yo me alegro.
NICANOR. — (Desalentado) ¿Y de qué?
ELÍAS. — Tengo mucha pena hoy... No quiero estar
solo...
NICANOR. — ¡Valiente...! Bueno estoy para aliviar
penas... Pucha, che... ¿ni un poco de vino tenés?
ELÍAS. — ¿Qué pena tenés vos?
NICANOR. — Estoy cansado, dejame dormir...
ELÍAS. — Ya no tenés sueño... Se te está pasando la
mona...
NICANOR. — ¡Qué desgracia, pucha...! Dos días
que camino... No doy más.
ELÍAS. — ¿Qué buscás?
NICANOR. — Trabajo.
ELÍAS. — ¿Y en dos días ya te cansaste?
NICANOR. — Es que llegué hace dos días.
ELÍAS. — ¿De San Juan?
NICANOR. — Ajá... (Pausa) Ciudad podrida ésta.
ELÍAS. — Sí. Es el infierno. Pero hay ángeles tam-
bién. Uno me da pan todos los días.
NICANOR. — ¿Y vino no?
47
 Rito de Adviento
ELÍAS. — No. (Pausa) Che, sanjuanino... Me quiero
bautizar.
NICANOR. — ¿Qué? Grandecito para eso, ¿no?
ELÍAS. — ¿Vos estás bautizado?
NICANOR. — Claro, pues...
ELÍAS. — Bueno, yo no. Por eso.
NICANOR. — ¿Y qué?
ELÍAS. — Quiero ser cristiano.
NICANOR. — ¿Y qué sos?
ELÍAS. — Nada. No soy nada. El que ve y no se da,
no es nada. Y se pierde...
NICANOR. — Ajá... ¿y vos qué ves?
ELÍAS. — Que vos sos mi hermano. Y no tenés tra-
bajo...
NICANOR. — (Cargándolo) Primos nomás, somos...
ELÍAS. — Hermanos... Y Cristo murió por todos...
NICANOR. — Eso dicen, sí...
ELÍAS. — Por eso yo quiero darte... todo.
NICANOR. — ¿Y qué me vas a dar si ni para vino
tenés?
ELÍAS. — (Pausa) Che, sanjuanino... ¿Vos creerías
que yo te quiero extorsionar...?
NICANOR. — “Esto…” ¿qué...?
ELÍAS. — Sacarte plata...
48
 Rito de Adviento
NICANOR. — (Se ríe) Y... locos hay siempre...
ELÍAS. — (Acusa el impacto de la palabra) ¿Por qué
decís eso?
NICANOR. — ¡Che...! ¿Por qué digo qué...? ¿Qué me
mirás con esa cara...?
ELÍAS. — Yo no estoy loco... ¿Qué quiere decir eso?
NICANOR. — ¿Loco...? Y... loco quiere decir loco...
¿Qué va a querer decir...? Loco.
ELÍAS. — ¿No ves...? Como decir que un perro es un
perro.
NICANOR. — Claro.
ELÍAS. — (Grita) ¡Claro un corno...! Un perro es un
cuadrúpedo, cubierto de pelos, y vivíparo, carní-
voro cuando adulto, y que se puede domesticar.
Pero, ¿qué es un loco?
NICANOR. — (Grita también) Pero dejame dormir,
te digo. ¡Yo también estoy triste...! ¡Dejame en
paz! (Se vuelve hacia la pared, dándole la espal-
da a ELÍAS)
ELÍAS. — (Como para sí) Estás triste porque estás
solo. Por eso yo te ofrezco acompañarte. Por eso
quiero bautizarme.
NICANOR. — Dejame de fregar, ¿querés?
ELÍAS. — No te sentís solo. Estás solo. Porque los
demás cristianos te dejan solo. Por eso, ¿te das
cuenta?

49
 Rito de Adviento
NICANOR. — (Se da vuelta, furioso) ¡Por eso qué, la
gran siete!
ELÍAS. — Por eso me quiero bautizar. Para acom-
pañar... Y exigir que te acompañen... (Pausa) Es
que necesito un padrino.
NICANOR. — ¡Pero mirá vos qué paparrucha!
ELÍAS. — (De pronto iluminado, casi en un grito)
¡Sanjuanino...! ¡Vos vas a ser mi padrino...!
NICANOR. — ¿Qué?
ELÍAS. — (Enternecido de comprobarlo) Sanjuani-
no... padrino... ¡Si hasta riman!

FIN DE LA CUARTA PARTE

50
QUINTA PARTE

Escena primera

El bautisterio de la parroquia. NICANOR, impre-


sionado por el papel que le toca desempeñar, mira
fijamente la mano que tiene extendida sobre el hom-
bro de Elías. Con los ojos cerrados, los labios tem-
blando por la emoción, ELÍAS recibe el agua bautis-
mal que el PÁRROCO, vestido con alba, o roquete y es-
tola blanca, derrama sobre su cabeza.

PÁRROCO. — Elías... yo te bautizo en el nombre del


Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo...
NICANOR. — (Tambaleante, hace un gran esfuerzo
por recordar lo que debe decir) Dios es amor: y el
que permanece en el amor, permanece en Dios.
PÁRROCO. — (Toma el recipiente con el Santo Cris-
ma) El Padre de Nuestro Señor Jesucristo te li-
beró del pecado y te incorporó a su pueblo
haciéndote renacer, por medio del agua y del
Espíritu Santo; ahora te unge con el crisma de la
salvación para que, permaneciendo unido a Cris-
to sacerdote, profeta y rey, vivas eternamente.
 Rito de Adviento
NICANOR y ELÍAS. — Amén.
(La mano del párroco unge con el Santo Crisma
la frente de Elías, quien siente como si esa cruz
de aceite en su frente se le grabara a fuego. Inme-
diatamente, el sacerdote, asistido por otro, le im-
pone la vestidura blanca.)
PÁRROCO. — Elías... eres ya una nueva criatura y
has sido revestido por Cristo. Que esta vestidura
blanca sea signo de tu dignidad, y con la ayuda
de la palabra y el ejemplo de los tuyos logres
mantenerla inmaculada hasta la vida eterna.
NICANOR y ELÍAS. — Amén.
PÁRROCO. — (Enciende una vela en el cirio pascual
que está al lado de la pila bautismal y se la da a
Nicanor) Recibe la luz de Cristo. Y vela para
que, iluminado por Cristo, viva siempre como
hijo de la luz, y perseverando en la fe salga al en-
cuentro del Señor junto con todos los santos
cuando Él vuelva.
(El párroco se acerca a Elías, que está ya lo sufi-
cientemente instruido del rito como para saber
que lo que se avecina es para él algo maravilloso.
PÁRROCO. — (Tocando los oídos y la boca de Elías)
El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar
a los mudos, te permita escuchar su palabra y
profesar la fe, para la gloria y alabanza de Dios
Padre.
NICANOR y ELÍAS. — Amén.
52
 Rito de Adviento
PÁRROCO. — Dios Todopoderoso, que nos hiciste
renacer a la vida eterna por medio del agua y del
Espíritu Santo, bendice a estos fieles de manera
que, siempre y en todas partes, se comporten co-
mo miembros de su pueblo, y concede su paz a
todos los aquí presentes.
NICANOR y ELÍAS. — Amén.
PÁRROCO. — (Bendiciéndolos a ambos) Descienda
sobre vosotros la bendición de Dios Todopodero-
so, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
NICANOR y ELÍAS. — Amén.
(Elías mira al párroco y a Nicanor llorando de
agradecimiento)

Escena segunda
Nave de la iglesia durante la celebración de la
misa bautismal. FIELES distribuidos en los bancos.
En la primera fila ELÍAS y NICANOR. El PÁRROCO
oficia frente al altar mayor.
PÁRROCO. — (Eleva la hostia sin partir) Porque Él
mismo, llegada la hora en que había de ser glori-
ficado por Ti, Padre santo, habiendo amado a los
suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo. Y mientras cenaba con sus discípulos,
tomó pan, te bendijo, lo partió, y se lo dio dicien-
do: Tomad y comed todos de él, porque éste es mi
cuerpo, que será entregado por vosotros. (Eleva
ahora el cáliz) Del mismo modo, tomó el cáliz,
53
 Rito de Adviento
lleno del fruto de la vid, te dio las gracias, y lo
pasó a sus discípulos diciendo: Tomad y bebed
todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre,
sangre de la alianza nueva y eterna, que será de-
rramada por vosotros y por todos los hombres
para el perdón de los pecados. (Pausa) Haced es-
to, siempre en memoria mía.
ELÍAS. — (Junto con toda la asamblea de los fieles)
Cada vez que comemos de éste pan y bebemos de
este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta
que vuelvas... (Ahora solo, para sí mismo) Hagan
esto siempre en memoria mía... Hagan esto siem-
pre en memoria mía...
(Desde el fondo de la iglesia ingresa PARDO, y va
buscando lentamente su ubicación)
PÁRROCO. — Fieles a la recomendación del Salva-
dor y siguiendo tu divina enseñanza, nos atreve-
mos a decir...
TODOS. — Padre nuestro que estás en el cielo. San-
tificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo...
ELÍAS. — (Habla como poseído con Nicanor, mien-
tras el rezo sigue) ¿Ves, sanjuanino? Que se haga
su voluntad en la tierra como en el cielo...
NICANOR. — (Intimidado) Callate.
ELÍAS. — Y nuestro pan de cada día.
NICANOR. — ¡Callate!

54
 Rito de Adviento
PÁRROCO. — Señor que dijiste a los apóstoles: Mi
paz os dejo, mi paz os doy, no mires nuestros pe-
cados sino la fe de tu iglesia y conforme a tu pa-
labra concédele la paz y la unidad. Tú que vives
y reinas por los siglos de los siglos.
TODOS. — Amén.
PÁRROCO. — La paz del Señor sea siempre con vo-
sotros.
TODOS. — Y con tu espíritu.
ELÍAS. — (Musita) La paz y la unidad...
NICANOR. — ¡Callate, caramba...!
PÁRROCO. — Dáos fraternalmente la paz.
(Todos los presentes, tan llenos de buena volun-
tad como de formalidad, se vuelven a sus vecinos
y se dan las manos. Algunas mujeres se besan en
la mejilla. Pero, como era de esperarse, el rito tie-
ne en Elías un contenido que va más allá.)
ELÍAS. — (Se vuelve a Nicanor y lo abraza sollozan-
do) ¡La paz, sanjuanino! La paz, querido... (Lo
suelta y lo mira)
NICANOR. — (Conmovido pero nervioso) Bueno...
Bueno... Elías...
ELÍAS. — La paz y la unidad... Que no te dejemos
más solo...
NICANOR. — Sí, está bien Elías...
ELÍAS. — (Se vuelve hacia un desconocido que tiene
al lado y lo abraza con tanto amor como al san-
55
 Rito de Adviento
juanino) La paz, hermano. Y la unidad. No lo de-
jemos solo al sanjuanino. No tiene trabajo. Y hay
muchos como él... (Se dirige hacia una SEÑORA
atrás, y le toma la cara amorosamente con las
manos) ¿Oíste, hermana...? Lo dijo el Maestro...
Y no hablo de Gardel ni de Leguizamo... Hablo
de Jesús... “Hagan esto siempre en memoria
mía…”
MARIDO DE LA SEÑORA. — Oiga... ¡Está bien!
Todos de acuerdo, ¡pero deje a mi mujer...!
(Por supuesto, se produce un rico revuelo en la
iglesia. El párroco no puede continuar con la mi-
sa.)
ELÍAS. — (Al marido, dulce, convincente) “Tu” mu-
jer, “tu” casa, “tu” automóvil, “tu” cepillo de dien-
tes. Ella es un ser humano. Le pertenece a Dios,
no a vos...
MARIDO DE LA SEÑORA. — ¡Oiga, suéltele la ma-
no! ¡No la manosee!
ELÍAS. — (La suelta, pero toma la cara del marido)
¿Qué pensamientos sucios te metieron en la ca-
beza, hermano...? Yo la quiero, ¡como a vos! ¿No
entendés eso? (Lo suelta y abraza a otro hombre)
La paz, querido mío. La paz, hermano...
(Hay chistidos y murmullos de protesta entre la
gente, pero Elías no puede contener su amor.
Abraza a una o dos personas más, pero al ir a
abrazar al próximo pega un grito. Es Pardo.)
56
 Rito de Adviento
ELÍAS. — ¡Pardo! ¡Hermano... cuánto te agradezco
que hayas venido! ¡Y sin la policía...! Paz... Otra
vez fuiste generoso...
PARDO. — ¡No me toque!
ELÍAS. — ¡Cómo que no te toque! ¡El sacerdote nos
mandó en nombre de Cristo darnos la paz! Yo
quiero abrazarte.
(El párroco hace una seña al LECTOR (un laico)
para que trate de hacer algo a fin de parar la co-
sa. El SACRISTÁN y el lector se dirigen hacia Elías
que ha arrinconado a Pardo.)
ELÍAS. — ¡No, hermano! ¡Esta es una fe, no una pa-
parrucha...! Necesito que me abraces...
NICANOR. — (Desesperado, tratando de separarlos)
Elías, viejo, ¡vamos!
(El sacristán y el lector llegan hasta donde force-
jean Elías, Pardo y Nicanor.)
ELÍAS. — (Grita ya con angustia) Pero, ¿por qué no
me abraza? ¡Si yo lo quiero! ¡Es mi hermano! ¡No
me toquen, déjenme! Él me va a abrazar...
¡Pardo!
(Entre todos sacan a la rastra a Elías, quien de
pronto se da cuenta que lo están echando de la
iglesia.)
ELÍAS. — (Desesperado) ¿Qué hacen? ¿Por qué me
llevan? ¡La comunión! ¡Falta la comunión! ¡Falta
la comunión! ¡Todavía no he comulgado!
57
 Rito de Adviento
¡Suélteme! ¡Padre! ¿Quiénes son estos que me
quitan el cuerpo y la sangre...?
(La asamblea canta la Antífona, que alguien pro-
pone adelantar para tapar los gritos de Elías,
que es conducido al interior de la iglesia. Nicanor
se queda un momento mirando a Pardo con para
él inexplicable antipatía. Luego sigue a Elías y a
sus silenciadores.)

Escena tercera
Despacho parroquial. El PÁRROCO sentado tras
su escritorio, ELÍAS parado frente a él; un poco más
atrás NICANOR, que parece asistir a Elías como co-
rresponde a un real padrino.
PÁRROCO. — ¡Eso no es amor! ¡Eso es escándalo!
(Golpea la mano fuertemente contra la mesa) ¡Y
no lo voy a permitir!
ELÍAS. — (Con aire confundido) Padre... El escán-
dalo lo hicieron ellos...
PÁRROCO. — (Mira a Nicanor, que está mudo y
asustado) ¿Lo oye...? Ahora resulta que el escán-
dalo lo hicieron ellos...
ELÍAS. — ¡Ellos se escandalizaron de mi amor!
PÁRROCO. — ¡Usted abrazó a una señora!
ELÍAS. — ¡No la abracé! Le tomé la cara. ¡Yo quería
besarla, pero el idiota del marido no me dejó!

58
 Rito de Adviento
PÁRROCO. — (A Nicanor) ¿Qué le parece...? (A
Elías) Siempre son idiotas los maridos de las
mujeres que queremos besar...
ELÍAS. — No mis cuñadas.
PÁRROCO. — ¿Cómo?
ELÍAS. — Que el marido de mi hermana no es un
idiota. Salvo que se oponga a que yo bese a mi
hermana.
PÁRROCO. — (Gritando) Pero esa mujer no es su
hermana...
ELÍAS. — (Gritando también) ¡No soy idiota, pa-
dre...! No salió del mismo vientre que yo. ¡Pero la
Iglesia me enseña que es mi hermana...!
(Silencio. El argumento es sólido. El párroco tra-
ta de tranquilizarse.)
PÁRROCO. — No se puede tomar todo al pie de la
letra...
ELÍAS. — No es la letra... Es el espíritu...
PÁRROCO. — Bueno, Elías... No quiero discutir es-
to...
ELÍAS. — Nadie quiere.
PÁRROCO. — Basta. (Pausa) ¿Qué pasó con Pardo?
ELÍAS. — Lo mismo: se negó a abrazarme. Como se
negó a ser mi padrino y me hizo correr con la po-
licía...
PÁRROCO. — ¿Cómo?

59
 Rito de Adviento
ELÍAS. — Y no es cierto que no me quiere. Me teme.
Porque yo me he propuesto no dejarlo dormir. Él
hace tramoyas con sus empresas, y el sanjuanino
no tiene trabajo.
PÁRROCO. — ¿Quién?
NICANOR. — (Aterrado) Habla de mí. Nicanor me
llamo.
ELÍAS. — (En lo suyo) ¿Es cristiano eso...?
PÁRROCO. — ¡Dios decide sobre el pecado o la vir-
tud si es cristiano!
ELÍAS. — Le pido perdón, padre, pero yo necesito
que me respondan...
PÁRROCO. — Dios le va a responder.
ELÍAS. — Es que él ya me ha respondido.
(Silencio. El párroco mira a Elías impresionado
por su convicción.)
ELÍAS. — (De pronto, con angustia agonizante)
¡Padre, por el amor de Dios! ¡No me niegue la
Eucaristía!

Escena cuarta

Ante el altar, con la iglesia vacía a sus espalda,


ELÍAS arrodillado y NICANOR de pie. Atrás, el PÁRRO-
CO con roquete y estola de color se acerca a él con el
copón y una hostia en la mano.

60
 Rito de Adviento
ELÍAS. — Señor, yo no soy digno de que entres en
mi casa, pero una palabra tuya bastará para sa-
narme.
PÁRROCO. — El cuerpo de Cristo.
ELÍAS. — Amén.
(El sacerdote pone la hostia en su boca. Elías cie-
rra los ojos, y una sonrisa que lo trasciende le ilu-
mina el rostro.)

FIN DE LA QUINTA PARTE

61
SEXTA PARTE

Despacho del superior de una orden. Están pre-


sentes el SUPERIOR, un hombre de edad, reposado y
cálido, y ELÍAS.

ELÍAS. — (Su monólogo debe tener la fuerza de un


Sermón de Agonía) Yo lo sé... Lo estudié... Yo
quería saber qué significaba humanamente esa
“Pasión…” Porque hay muchos, hoy, que sufren
cosas parecidas. Y quise saber qué era. Él tenía
miedo, pobrecito. ¡Tanto miedo...! Y San Lucas,
que era médico, nos dice que sudó sangre... Y
hay médicos que lo explican, usted sabe... Una
angustia y un miedo semejantes dilatan los capi-
lares de la piel y producen hemorragias mi-
croscópicas, la sangre se coagula y se mezcla con
el sudor. Tenía mucho miedo. (Llora amarga-
mente por la comprobación) Y lo flagelaron. Con
los flagra del ejército: un mango, tiras de cuero,
y en la punta bolitas de acero y huesitos de car-
nero. Él desnudo, totalmente desnudo. Y le
abrieron el cuerpo con esas herramientas roma-
 Rito de Adviento
nas. Y eso duele hasta el horror. Y la corona de
espinas... Cinco centímetros de púa dura como el
acero... Y cualquier estudiante de medicina sabe
que esta zona (Se señala la cara y la cabeza) es
riquísima en inervaciones nerviosas. Y esa coro-
na tenía miles de púas así. Y todos desfilan, lo
escupen, se burlan de su divinidad, de su fe en
nosotros y en la vida, y cada uno le da un basto-
nazo en la cabeza... Golpeaban a matar... Y sabe
que estos golpes alteran, además de doler y
humillar, alteran el equilibrio y la orientación...
Y así lo sacaron y lo hicieron cargar con la cruz...
SUPERIOR. — Escuche, por favor...
ELÍAS. — (Tarda un momento en volver a la reali-
dad, arrastrado por el horror de su propia evoca-
ción) ¿Mmm...? ¿Qué, padre?
SUPERIOR. — Yo sé todo eso... Pero esa precisión
médica sobre los sufrimientos de Jesús no nos
aclara por qué quiere usted ser sacerdote...
ELÍAS. — (Pausa. La observación lo desalienta
enormemente) Padre, ¡por favor...! Le expliqué ya
en todas las formas posibles... Hace meses que
hablo con todos los padres a quienes usted me
remite... Y vuelvo a explicar... desde el principio.
Quiero dar testimonio de su muerte. Porque ten-
go fe. Y ese dolor nos devolvió la dignidad de
hombres. Porque Él lo hizo por nosotros... Y yo
necesito administrar su palabra y sus sacramen-
tos. ¡Necesito dar toda esa alegría...! ¡Por Dios,
padre... si no, yo me voy a morir!

63
 Rito de Adviento
SUPERIOR. — (Lo mira serenamente. Toma una
carpeta y la hojea) No dudamos de su fe. Pero
hemos sabido cosas sobre usted.
ELÍAS. — ¿Cosas?
SUPERIOR. — No me obligue a decirlas si es que
imagina cuáles pueden ser...
ELÍAS. — (Pausa, mientras elabora rápida y angus-
tiosamente) Ninguna que me descalifique del sa-
cerdocio...
SUPERIOR. — Ojalá fuera así. Y hay algo que nos
preocupa más que el que haya estado preso...
ELÍAS. — (Reacciona gritando) No estuve preso. No
fui condenado por ningún juez. Me metieron en
Villa Devoto porque supusieron que era un vaga-
bundo.
SUPERIOR. — Sí, está bien. Perdone mi inexpe-
riencia legal. Pero le repito que eso no tendría
tanta importancia...
ELÍAS. — (Al acecho) ¿Tanta importancia como
qué?
SUPERIOR. — Como... lo otro... (Silencio) ¿Usted no
recuerda qué pasó después de Villa Devoto?
ELÍAS. — (Silencio. Elías no recuerda muy bien, pe-
ro no quiere ni hablar de eso. Con un hilo de voz)
Padre... mi solicitud ha sido rechazada, ¿no es
cierto?
SUPERIOR. — Sí.

64
 Rito de Adviento
ELÍAS. — (La pena lo ahoga) ¿Es por eso?
SUPERIOR. — Digamos que... No, eso es el pasado.
No lo creemos con el equilibrio suficiente para
entrar en la orden.
ELÍAS. — (Como para sí) Es por eso.

Escena segunda
ELÍAS recorre otra vez el pasillo sórdido de su
pensión. Otra vez las puertas abiertas sobre el haci-
namiento y la miseria. Pero esta vez, a medida que
deja atrás una puerta, la gente se va asomando para
mirarlo. Él no se da cuenta de que deja detrás suyo
la curiosidad y la expectativa. Al llegar a la puerta
de su baño-habitación, se detiene. En el suelo, sus li-
bros, su crucifijo, su mate y su pava, algunos paque-
tes, muchos cuadernos con sus escritos. Todo ha sido
sacado al pasillo. Mira todo con espanto porque sabe
lo que significa. Desde adentro de la habitación se
oye sonar insolentemente una radio. Abre violenta-
mente la puerta de vidrios esmerilados. Un descono-
cido lo mira desde la cama con aire hostil. En ese
momento llega RAMÓN.
RAMÓN. — Lo siento, don Elías, pero no pude espe-
rar más. Va a tener que irse...
ELÍAS. — ¿Y el sanjuanino...?
RAMÓN. — También se tuvo que ir. Muchos meses
sin pagar.
ELÍAS. — Pero él... no consigue trabajo...
65
 Rito de Adviento
RAMÓN. — Y yo y mi familia vivimos de este traba-
jo...
ELÍAS. — ¡Dios mío...! ¡El sanjuanino! ¿A dónde se
fue?
RAMÓN. — No sé.
ELÍAS. — ¡Pero cómo...! ¿Así se fue...? ¿Y me dejó
solo...? ¿Hoy tenía que hacerlo? ¿Justamente
hoy?
(Ramón se limita a cerrar la puerta del cuarto
para aislar a su nuevo y silencioso huésped de la
escena angustiosa. Elías mira a Ramón, mira a
la gente, a la que sólo ahora percibe a la expecta-
tiva. Luego mira sus cosas. Se agacha y penosa-
mente empieza a cargarlas. Cuando tiene pocas
cosas en los brazos, se encamina a la puerta y an-
tes de salir, se vuelve a todos y hasta intenta son-
reirles.)
ELÍAS. — La paz...

Escena tercera
Una fonda suburbana donde a mediodía se ape-
ñuscan operarios, albañiles y camioneros. Al ruido
de las conversaciones se suma el de las vitales carca-
jadas y los estentóreos pedidos de los mozos a la coci-
na. Por la puerta aparece ELÍAS. Se ve que los días
han pasado sobre él, desgastándolo. Parecería una
cuerda tensa, a punto de romperse. La privación y la
angustia de la soledad le han dado el aspecto de un
66
 Rito de Adviento
fantasma que insiste en sonreir con alegría. Para
completar su aspecto insólito, lleva en la mano, ata-
da con piolines, la pila de sus libros y cuadernos; de
un bolsillo le asoma la bombilla y se ha colocado al
cuello con una soga el crucifijo que pendía de su pa-
red. Entra al local y con su permanente sonrisa fra-
terna recorre las mesas deteniéndose en cada rostro,
como si buscara a alguien. Donde se detiene, cesan
conversaciones y risas, y sólo queda el asombro y la
molestia. Inquiere en todos los rostros, sonriendo
siempre y como pidiendo disculpas por hacerlo, y de
cuando en cuando musita un tímido “La paz”. Un
MOZO que lo ha visto proceder, se acerca.

MOZO. — Oiga, ¿qué quiere...?


ELÍAS. — Estoy buscando...
MOZO. — Ah, ¿sí?
ELÍAS. — Al sanjuanino.
MOZO. — ¿A quién?
ELÍAS. — Al sanjuanino... Mi amigo... No sé... Es
mi padrino, pero no sé cómo se llama... Para mí
se llama sanjuanino...
MOZO. — Pero, ¿trabaja por acá?
ELÍAS. — ¿Por acá...? No sé... ¿Dónde estamos?
MOZO. — En Llavallol...
ELÍAS. — ¡Dios mío...! ¡Cuánto caminé...! Y hace se-
manas ya... o meses... no sé. Quisiera un poco de
pan y vino, hermano...
67
 Rito de Adviento
MOZO. — Oiga... pan, vaya y pase. Pero el vino...
ELÍAS. — Es que lo necesito, ¡por favor!
MOZO. — Todos los curdas necesitan vino, ¡pero lo
tienen que pagar!
ELÍAS. — No es por eso... Yo no soy curda, herma-
no.
MOZO. — ¡No soy su hermano!
ELÍAS. — No te ampares en la mentira para negar-
me alto tan simple. No te pido un kilo de pan, ni
un litro de vino. Un mendrugo, un cachito, y un
dedo de vino. Sólo te pido que el mendrugo y el
vino sean limpios... y si el vino es blanco, mejor.
MOZO. — ¡Oiga! ¿Es una cachada esto? ¡Mándese a
mudar, ya! ¡Vamos!
ELÍAS. — Es tu oportunidad, hermano, no me nie-
gues esa nada que para mí es todo...
MOZO. — ¡Mándese a mudar, le digo! (Le da un em-
pujón)
(El cuerpo de Elías, trasegado por el hambre y la
penuria, no puede soportar el golpe y cae al suelo
con todo su bagaje. Algunos se incorporan de sus
sillas, impresionados. EL PADRE, un albañil ya
maduro y corpulento, devuelve el empujón al mo-
zo.)
EL PADRE. — (Con un grito) ¡No sea bestia! ¿No se
da cuenta?

68
 Rito de Adviento
MOZO. — (Intimidado, pero tratando de hacerse el
gallito) ¿De qué no me doy cuenta? Me está pi-
diendo vino, y si es blanco mejor...
(Mientras la gritería entre el mozo y el padre si-
gue, EL HIJO, un chico de unos trece años que es-
taba con el hombre en la mesa, ayuda a Elías a
incorporarse. Elías lo mira como a un ángel.)
EL PADRE. — ¡Un dedo de vino le pedía! ¡Yo lo es-
cuché!
MOZO. — ¿Y por qué no se lo da usted?
EL PADRE. — ¡Y claro que se lo voy a dar! ¡Y de co-
mer también...! Así que vaya trayendo vinito
blanco y cubierto para uno...
MOZO. — Pero, ¿no se da cuenta que es un loco?
ELÍAS. — (Se le viene al humo) ¿Un qué...? ¿Qué soy
yo?
EL PADRE. — Usted es mi amigo. Nada más que
eso... Venga, lo invito a mi mesa...
MOZO. — Pero...
EL PADRE. — Vino blanco y cubierto para uno.
(El mozo se va. La gente vuelve a sentarse y tarda
en dejar de curiosear al extraño personaje.)
EL PADRE. — (Acerca a Elías a la mesa donde espe-
ra el chico, aun de pie) Siéntese... Venga...
ELÍAS. — ¿Usted quiere decir con ustedes?
EL PADRE. — Sí...
69
 Rito de Adviento
ELÍAS. — Gracias... (Sinceramente agradecido, aun-
que lo encuentra natural. Mira al chico y se detie-
ne. Silencio) Su...
EL PADRE. — Mi hijo, sí...
(El chico le tiende virilmente la mano. Elías tiene
un momento de sobrecogimiento y timidez. luego
se la estrecha y permanece de pie, quieto.)
EL PADRE. — Bueno, sentémonos... (Se sienta, al
igual que el chico. Como Elías no lo hace, lo mi-
ran. Sólo entonces se sienta. Silencio) ¿Dice que
viene del centro caminando?
ELÍAS. — (Asombrado, apenas puede responder)
Sí... Plaza de Mayo... por ahí...
EL HIJO. — ¿Y cuánto hace que camina?
ELÍAS. — No sé... Mucho...
EL PADRE. — ¿Tiene hambre?
ELÍAS. — No. (El padre y el hijo se miran. Silencio)
EL PADRE. — Escuche... Yo lo vi pedir pan. ¿Por
qué es tan orgulloso...? Cómase unos ravioles...
ELÍAS. — Pero el pan no es para comer... No... Ya
me olvidé cómo era tener hambre... Y comer...
Salvo el pan...
EL HIJO. — Pero entonces se lo come...
ELÍAS. — No... Bueno, sí, de alguna manera sí. An-
tes, los antiguos hacían eso. Y ahora se hace en
algunas partes. Es mucho más humano y más
vivo, ¿no? Partir, y compartir el pan...
70
 Rito de Adviento
EL PADRE. — (Aunque no sabe de qué habla) Cla-
ro...
ELÍAS. — (Silencio. Los mira) ¿Ustedes están de
acuerdo?
EL PADRE. — ¡Por supuesto...! Qué mejor cosa que
compartir el pan...
ELÍAS. — (Parece muy conmovido) ¿Y ustedes lo
compartirán conmigo...?
EL HIJO. — ¡Seguro...! ¿No lo invitamos, acaso?
ELÍAS. — ¿Y quieren que yo... que yo... lo parta?
EL PADRE. — Pero claro... Si a usted le gusta
hacerlo...
ELÍAS. — (Al hijo) ¿Y a vos no te gusta?
EL HIJO. — (Sorprendido) Sí, claro... (Mira al pa-
dre como buscando inspiración para responder)
Si en la obra yo hago los sandwiches para mi
papá y para mí...
ELÍAS. — (Silencio. Los mira a los dos) ¿Trabaja
con usted?
EL PADRE. — Sí... cuando hay trabajo, claro... Si
no, no se para la olla...
ELÍAS. — (Apenas puede hablar) ¿Y ahora hay tra-
bajo?
EL PADRE. — No... Changas, nomás...
(Silencio. Elías está demasiado impresionado co-
mo para responder. En ese momento llega el MO-

71
 Rito de Adviento
ZO y deja el botellón de vino, y le tira delante un
plato y cubiertos.)
MOZO. — ¿Que va a comer?
ELÍAS. — Pan y vino. Gracias. (El mozo se va. Si-
lencio) Entonces... Ustedes quieren que lo haga
yo...
EL PADRE. — ¿Partir el pan? Sí... (Al hijo) ¿No es
cierto?
EL HIJO. — Sí, claro. ¿Y quién si no?
ELÍAS. — (Con las lágrimas pugnando por brotar
de sus ojos, toma de la panera un pan con las dos
manos, lo eleva un poco, y habla mirando al
hombre) Bendito seas, Señor, Dios del Universo,
por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del
hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora
te presentamos: él será para nosotros pan de vi-
da... (Deja el pan sobre la mesa y toma la copa en
la que ha echado un dedo de vino que mezcla con
muy poca agua. La eleva también. Siempre mi-
rando al hombre) Bendito seas Señor, Dios del
Universo, por este vino, fruto de la vid y del tra-
bajo del hombre, que recibimos de tu generosi-
dad y ahora te presentamos: él será para noso-
tros bebida de salvación. (Deja el vino en la me-
sa. Se recoge con los ojos cerrados, pero se inclina
claramente hacia el hombre) Bendice y acepta,
oh Padre, esta ofrenda haciéndola espiritual, pa-
ra que sea cuerpo y sangre de tu hijo amado
(Mira al chico) Jesucristo, Nuestro Señor, el cual
72
 Rito de Adviento
la víspera de su pasión, lo dio a sus discípulos y
les dijo: Tomad y comed todos de él, porque éste
es mi cuerpo, que será entregado por vosotros.
Del mismo modo, tomó este cáliz glorioso y
dándote gracias y bendiciéndote lo dio a sus
discípulos y dijo: Tomad y bebed todos de él, por-
que éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la
alianza nueva y eterna, que será derramada por
vosotros y por todos los hombres para el perdón
de los pecados. Haced esto siempre en memoria
mía. Éste es el sacramento de nuestra fe. (Parte
el pan y entrega un pedazo al hombre, que lo reci-
be y lo come) El cuerpo de Cristo. (Le tiende la co-
pa) La sangre de Cristo. (Ahora le tiende un pe-
dazo de pan al chico) El cuerpo de Cristo.
(Tiende la copa) La sangre de Cristo.
(Elías come y bebe en recogido silencio. Todos
quedan callados e inmóviles.)
ELÍAS. — Yo... no podría pedirles nada más... Ya
estoy colmado... Pero... yo sé que ahora ustedes
me van a dejar, y por eso quiero irme yo antes...
Pero yo quisiera estar menos solo... Yo quisiera
encontrar al sanjuanino... (El padre y el hijo se
miran. Silencio) ¿Lo voy a encontrar?
EL PADRE. — Sí...
(Elías se pone de pie lentamente y los mira por
última vez.)
EL PADRE. — Espere...

73
 Rito de Adviento
(En un plato ha quedado un pedazo de carne. El
hombre lo toma. El chico entiende enseguida,
abre un pan, y el hombre pone dentro la carne. Le
tiende el improvisado sandwich a Elías.)
EL PADRE. — Para el viaje...
(Elías se queda mirando ese regalo divino que no
se atreve a tocar. Por fin lo toma, mirando a los
dos con conmovedor agradecimiento. Se va yen-
do, sin dejar de mirarlos.)

FIN DE LA SEXTA PARTE

74
SÉPTIMA PARTE

Escena primera
Recepción de las oficinas de Pardo. El escritorio
con la SECRETARIA y GENTE esperando. El ascensor
se abre e irrumpe ELÍAS con todo su bagaje, esgri-
miendo como una lanza el sandwich intocado.
ELÍAS. — (Acercándose a la secretaria) La paz, her-
mana... Pronto, decile que estoy y que le traigo
un regalo maravilloso...
SECRETARIA. — Señor, ¡por favor...! El señor Par-
do se va a enojar mucho si lo ve por acá. ¡Váyase,
por favor...!
(Ya los que esperan empiezan a mirar con curio-
sidad y algo de espanto a Elías.)
ELÍAS. — Hermana, querida... ¡Él no puede enojar-
se! Le traigo el pan, ¡y tiene carne, también...!
SECRETARIA. — ¡Por favor, no levante la voz!
ELÍAS. — ¡Y cómo querés que no levante la voz...!
(A la gente) ¡Que lo oigan todos...! Ellos me invi-
taron a comer... ¡Estaban los dos! El Padre y el
 Rito de Adviento
Hijo. Y me sentaron a su mesa y me dejaron par-
tir el pan y darles el vino. Y me regalaron esto. Y
el Hijo mismo partió el pan y armó el sandwich.
Era para mí. ¿Pero todo ha de ser para mí? ¡Yo
ya estoy colmado! (A la secretaria) ¡Rápido, her-
mana! Esto fue ayer... Vine caminando.... El pan
va a estar muy duro... ¡Y la carne agria!
(La puerta de la oficina se abre e irrumpe PARDO
ya hecho una furia porque ha reconocido la voz y
el estilo del escándalo.)
PARDO. — Llame a la policía. ¡Ya!
ELÍAS. — (Esta vez no se amilana) ¡Pardo, querido!
Aquí está... Yo sabía que finalmente ibas a salir
de esa cueva para recibir el pan. El vino no me lo
dieron, pero me dieron la carne. Es peceto... Está
exquisito...
PARDO. — (A la secretaria que, tras una vacilación,
se ha acercado al escritorio) ¿Qué espera? ¡llame
al 101...!
ELÍAS. — Pardo... Yo no lo quiero para mí. Yo comí
en su propia mesa ya y... (Se interrumpe, extasia-
do)
SECRETARIA. — Sí, hola... Diagonal Norte 20, piso
11... Un hombre... Está... No sé... me ordenaron
llamar...
ELÍAS. — ¡Pardo! Si ellos aceptaron que yo partiera
el pan y les diera el vino... Quiere decir que
ellos... que ellos mismos, el Padre y el Hijo en

76
 Rito de Adviento
persona, me ordenaron... Pardo, hermano... En-
tonces... soy sacerdote... ¡Soy sacerdote…!
SECRETARIA. — Bien, señor... (Cuelga) Van a rati-
ficar la llamada.
ELÍAS. — ¡Pardo! Dejá de llamar a las puertas del
infierno, ¡que este pan con carne me lo dieron
ellos...! Tomalo, Pardo, comelo ya, antes de que
sea tarde. (Pardo da un manotazo al pan, que
vuela por el aire, Elías se demuda) ¡Dios mío,
Pardo! ¡Qué estás haciendo! Estaban haciendo
changas... Ni siquiera tenían trabajo fijo... Y me
invitaron a comer... ¿No entendés lo que vale el
pan y la carne de ellos?
(Suena el teléfono)
SECRETARIA. — Hola... Sí, señor... Esa dirección...
PARDO. — ¡Dígales que se apuren!
ELÍAS. — (Toma el cable del teléfono y lo arranca)
No vas a hablar más con ellos, Pardo. Yo mando
en tu alma. Y estoy aquí para que escupas todos
los demonios. ¡Escupilos, hermano! (Silencio)
¡Que los escupas, te digo...!
PARDO. — ¡Párenlo, nos va a matar!
(La respuesta de Elías es arrojar el teléfono con-
tra la pared y destrozarlo.)
ELÍAS. — Recogé ese pan y esa carne. Y comelos.
Son carne y sangre de pobres. ¡Y te lo han dado!

77
 Rito de Adviento
(Hay gente que grita y escapa. Elías responde vol-
cando el escritorio. Y como si esto desatara su di-
vino furor, entra a la carrera al despacho de Par-
do y comienza a destrozar.)
ELÍAS. — El Señor te ordenó... No tendrás negocio
a las puertas de mi casa. ¡Idiota...! ¡Creés que
Dios se encierra en las iglesias? El mundo es su
casa. Y tus boliches ofenden. ¡Abajo con... todo...
abajo con todo!
(Las luces se apagan lentamente sobre su feroci-
dad destructiva. Oscuridad. Silencio.)

Escena segunda
Una celda en un hospicio. Una mesa, papeles,
una puerta de rejas detrás. Dos MÉDICOS psiquiatras
escuchan atentamente, intercambiando miradas, el
relato de ELÍAS.
ELÍAS. — El cuerpo está colgado de los hombros.
Entonces los clavos no podían ir en la palma,
porque las manos se hubiesen desgarrado. Pero
aquí (Elías se señala las muñecas), aquí los hue-
sos son sólidos. Y el clavo entra justo ahí. ¿Saben
qué hay ahí...? Un tronco nervioso de este gro-
sor... Y todo nervio herido produce un dolor es-
pantoso... “eléctrico”, ¿no...? Bueno. Y ahí está el
Señor Jesús colgado como una res viva, lleno de
moscas pegadas a las llagas... El dolor es enor-
me... No sólo por los clavos, sino porque...
78
 Rito de Adviento
¿saben? Un crucificado muere por asfixia lenta.
¡Es el espanto...! Porque todos los músculos de la
respiración están sosteniendo el cuerpo colgado...
Y entonces el hombre se apoya en los pies y se
alza... Y un dolor nuevo y más grande lo traspa-
sa, pero puede respirar... Hasta que el dolor lo
vence y se afloja, pero entonces se asfixia... Y así
durante horas. Cuando por fin dijo “Todo está
acabado”, mi podre querido debía tener un hilito
de voz apenas audible por los coágulos de la bo-
ca... Eso hicieron con él. Eso hacen todavía. To-
dos los días. Los nazis lo hacían con los míos en
los campos de concentración.
(Silencio. Los médicos se miran.)
MEDICO 1. — ¿Usted es Cristo?
ELÍAS. — (Lo mira con furor primero, luego con pe-
na) Doctor... Usted ya me conoce, ¿no? Ya estuve
acá. Usted tiene mi ficha. Y sabe que no nací en
Belén. Ni pasé mi infancia en Nazaret.
MEDICO 2. — Cristo nace en todas partes, ¿no...?
ELÍAS. — (Con piedad por ellos) Doctor, la psi-
quiatría y la cristología se dan de patadas. Y us-
ted como cristólogo es un excelente psiquiatra...
MEDICO 2. — Pero Elías... (Sin asomo de burla, con
la seriedad del interrogatorio clínico) Usted es
por lo menos un profeta, ¿no es cierto? ¿Por qué
se llama Elías?

79
 Rito de Adviento
ELÍAS. — Manías de mi vieja de llamarme como mi
viejo... Como todos los que tienen un nombre fu-
lero...
MEDICO 1. — ¿No le gusta su nombre?
ELÍAS. — Sí.
MEDICO 1. — ¿Y entonces...?
ELÍAS. — (Les toma el pelo) Ese es el misterio. (Los
médicos se miran) Doctores... perdonen... A uste-
des los hace felices que yo haya vuelto al hospi-
cio, ¿no...? ¿Tanto me quieren...?
MEDICO 2. — Lo queremos mucho, Elías. Por eso
pensamos que lo mejor para usted hubiese sido
no salir nunca de aquí.
ELÍAS. — ¿Nunca más...?
MEDICO 2. — Me refiero al pasado...
ELÍAS. — En cambio el superior de la orden se re-
fería al futuro...
MEDICO 1. — ¿Quién...?
ELÍAS. — El superior. Quise entrar a esa orden y
me rechazaron. Averiguaron que había estado
aquí. Pero me ordené ante mejor jerarquía...
MEDICO 2. — Ah... ¿Usted es sacerdote?
ELÍAS. — ¡Por supuesto!
MEDICO 1. — ¿Y ante quién se ordenó?
ELÍAS. — Ante el Padre y el Hijo. En una fonda. Me
invitaron a su mesa y me permitieron consagrar.
80
 Rito de Adviento
Siempre lo hacía a escondidas. Pero ellos me pi-
dieron que lo hiciera. Y no sólo eso: comieron el
pan y bebieron el vino... (Observa el efecto de sus
palabras en los médicos y sonríe feliz. Muy suave)
Doctores... yo voy a ser bueno con ustedes... Pero
por favor: no más shock eléctrico... Es horroro-
so... (Pausa. Implorando) ¿Eh...?
MEDICO 2. — No, Elías... No más de eso. Pero,
¿cómo va a ser bueno con nosotros?
ELÍAS. — Soy cristiano, doctor... Y sacerdote. Lo
soy para darme, y usted existe si yo estoy loco...
Sin locos... ¿qué sería de los psiquiatras, no es
cierto...? ¡Y yo estoy tan cansado...! Y necesito
darme, ¿comprende...?
MEDICO 2. — No muy bien, continúe...
ELÍAS. — (Lo mira con una sonrisa de fatigada pie-
dad) Ustedes necesitan que les cuente todo, ¿no
es cierto?
MEDICO 1. — A lo mejor... usted lo necesita...
ELÍAS. — (Con una sonrisa que refleja la máxima
superioridad y condescendencia) No, hermanos...
yo no. Ustedes. Bueno. Si esto es lo que necesi-
tan... ¡escúchenlo...! Nací de un toro. Sin vaca.
Pero estaba muerto. Fui amante de Catalina de
Rusia y mucho antes de Eugenia de Montijo, co-
sa que pudo ser porque traspuse el tiempo. Pero
todo resultó mal porque aparecí casado con la
Lotería Nacional. Pero yo no soy el marido, sino
81
 Rito de Adviento
la mujer... Siempre el piola del barrio... se casa
con la más boba, ¿no es cierto?
(El médico anota febrilmente. Elías se inclina,
observando feliz lo que escribe el médico. Cuando
el médico lo mira, sigue hablando, mientras una
reja proyectada por el sol dibuja sobre su cara la
cruz del Calvario. Un himno gregoriano se va ele-
vando.)

FIN DE LA OBRA

82
La obra
Rito de Adviento
por
Juan Carlos Gené
fue puesta en el aire
por el Canal 9 de Buenos Aires
el 18 de diciembre de 1971.

Revisión del guión y edición electrónica:


© In Octavo, 2012.

Edición original:
© Herederos de Juan Carlos Gené, 2012.

S-ar putea să vă placă și