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TÍTULO II DE LA COSTUMBRE.

Las leyes constituyen el modo más común de las normas canónicas, pero no el único. Las
costumbres con carácter normativo son también un instrumento con el que cuenta la
Iglesia para crear su ordenamiento canónico. Se trata de las costumbres aprobadas por la
autoridad eclesiástica.
La costumbre tiene una gran importancia en el sistema de normas del ordenamiento
canónico, tanto por su venerable tradición, como porque constituye el medio más eficaz
para que incida en la configuración del orden social justo del pueblo de Dios, «la acción
común a todos los fieles en orden a la edificación del cuerpo de Cristo» (LG 32)
Razones de la existencia de las costumbres
En el orden natural la capacidad de una comunidad de darse leyes proviene de su mismo
origen como comunidad, es decir, del pacto o acuerdo social que la constituye.
Elementos constitutivos de las costumbres
El cuerpo de la costumbre está formado por:
a) Una conducta uniforme: Los miembros de una comunidad actúan siempre de la misma
manera ante las mismas circunstancias.
b) Repetida por la comunidad: No son algunos sino todos los miembros de la comunidad
que actúan según esa conducta uniforme. “Todos” no debe entenderse de una manera
numérica o matemática, sino moral.
c) Durante un cierto tiempo: No se trata de un comportamiento ocasional, debido a
circunstancias quizás pasajeras, sino de un modo de obrar que tiene una continuidad en el
tiempo.
El alma de la costumbre consiste en:
d) El ánimo de obligarse: La comunidad repite de manera uniforme este modo de obrar
durante un cierto tiempo, asumiendo que así es como se debe hacer. Esta voluntad o ánimo
de obligarse, en cuanto elemento psicológico y volitivo de la comunidad, suele llamarse
opinio iuris, y canónicamente se describe como animo iuris inducendi. (es como un pedido
tácito que la comunidad hace a la autoridad legislativa, ya sea pidiendo el cambio de una
ley que existe, pero no puede o no quiere cumplirse).
Causa eficiente de las costumbres
La comunidad capaz de originar una costumbre con fuerza normativa es la que es capaz de
recibir leyes. Aplicando la interpretación adoptada al referirnos a las comunidades capaces
de recibir leyes en la Iglesia, serán comunidades capaces de originar costumbres normativas
las personas jurídicas públicas dentro del ordenamiento canónico, es decir, las que son
creadas como tales por la autoridad eclesiástica y asumen como fin propio un fin público de
la Iglesia6. Serán, entonces, comunidades capaces de originar costumbres normativas la
Iglesia universal, las Iglesias particulares, los Institutos de vida consagrada, las Parroquias,
etc..
Los tipos de costumbres pueden ser:
a) Contra legem (contraria a la ley): Es la costumbre que consiste en un modo de obrar
contrario a las prescripciones de la ley.
b) Praeter legem (más allá de la ley): Es la costumbre que consiste en un modo de obrar en
materias que no están reguladas por la ley.
c) Secundum legem (conforme a la ley): Es la costumbre que consiste en un modo de obrar
conforme a las prescripciones de la ley.
Se puede mencionar también como otros:
a) Costumbre particulada: la que se da en una determinada región.
b) Costumbre ordinaria: aquella que lleva treinta años de existencia.
c) Costumbre centenaria: 100 años de existencia.
d) Costumbres inmemoriales: aquellas que llevan más de 100 años.
Necesidad de la forma externa o legal (canon 23)
Llamamos “forma legal” de las costumbres a las disposiciones del legislador que indican qué
condiciones deben cumplir para convertirse en normas capaces de obligar a la comunidad.
El legislador supremo expresa a través de esta forma legal su aprobación de las costumbres
dándoles la misma fuerza que una ley.
Podría discutirse si esta aprobación hace que la costumbre se convierta en un acto
normativo de la autoridad que la aprueba o si permanece como un acto normativo
realizado por la comunidad. Para responder a esta cuestión habrá que tener cuidado de no
plantearla a través de una oposición y mutua exclusión de los términos de la misma
(autoridad – comunidad), ya que no existe comunidad eclesial sin la autoridad ni existe una
autoridad eclesial sin comunidad.
Campos vedados a las costumbres (canon 24)
La primera restricción puesta por el legislador consiste en limitar los ámbitos en los que una
costumbre puede adquirir valor normativo. Lo hace fijando algunos campos o terrenos
normativos en los que no se admite su validez. No pueden adquirir fuerza normativa las
costumbres:
a) Contrarias al derecho divino: No pueden adquirir fuerza de ley las costumbres que sean
contrarias a las prescripciones del derecho divino.
b) Contrarias a la racionalidad: No pueden adquirir fuerza de ley las costumbres que no
sean razonables. Las costumbres son intrínsecamente razonables cuando son conformes a
los principios morales, y son justas y necesarias o al menos convenientes.
c) Reprobadas: No pueden adquirir fuerza de ley las costumbres que son reprobadas
expresamente por el derecho. Cuando el ordenamiento canónico reprueba expresamente
una costumbre le quita “desde afuera”, extrínsecamente, la racionalidad.
Cuerpo y alma de las costumbres canónicas (canon 25)
El canon 25 acude a la imagen hilemórfica del cuerpo y el alma para describir la costumbre,
utilizada al describir sus elementos constitutivos. Su elemento material, corporal, es la
conducta repetida en forma uniforme por una comunidad capaz de recibir leyes
(recordemos que, desde este punto de vista, le faltaría a la descripción de la costumbre un
elemento constitutivo, el transcurso del tiempo). Su elemento formal, que sostiene en el
ser al elemento material, es el alma, que en la costumbre está constituido por el ánimo iuris
inducendi, la intención de producir un derecho objetivo a través de ese determinado modo
constante, repetido, de obrar.

El C 25 formaliza dos fundamentales requisitos de la costumbre:


a) Que sea una norma con generalidad: que establezca soluciones de las que puedan
deducirse, tanto en las situaciones jurídicas activas como pasivas.
b) La costumbre ha de observarse con animo de introducir derechos, es decir la actitud
que lleva a aportar soluciones racionales vinculantes a problemas que en la vida de la
comunidad se plantean.
Por eso la aprobación de la costumbre puede ser de 3 modos:
a) Tácita: la que toma el legislador de simplemente aceptarla o tolerarla.
b) Especial: cuando la costumbre tiene un cierto realce.
c) Legal: cuando la costumbre por intervención del legislador se hace ley.
TITULO V. DE LOS ESTATUTOS Y REGLAMENTOS.
C 94 § 1 y 2, 95
C94 § 1 son las normas que se establecen a tenor del derecho de las corporaciones o en las
fundaciones, por las que se determinan su fin, constitución, régimen y forma de actuar.
§ 2 los estatutos de una corporación obligan solo a las personas que son miembros legitimo
de ella; los estatutos de una fundación, a quienes cuidan de su gobierno.
Los estatutos son normas que proceden de la autonomía de los entes y establecen el
despliegue de su propia vida jurídica. Todos los estatutos exigen en principio la revisión o
aprobación canónica. (normas o reglas).
C 95 los reglamentos son reglas o normas que se han de observar en las reuniones de
personas, tanto convocadas por las autoridades por la autoridad eclesiástica como
libremente promovidas por los fieles y también en otras celebraciones. Estas
reglamentarias obligan a quienes toman parte de ella.
¿Cuál es la diferencia entre estatutos y reglamentos?
Estatuto: duradera, revisa y aprueba canónicamente. Vida jurídica e Institucional.
Reglamentos: reglas o normas que se aplica, reuniones y celebraciones. Puede ser
institucional y grupos de personas no institucional.
Los estatutos están siempre comprendidos dentro del principio de legalidad: no pueden
modificar las leyes, sino que deben ajustarse a las mismas: se establecen ad normam iuris.
Sin embargo, ya que es posible que en algunos casos los estatutos sean establecidos y
promulgados por la potestad legislativa, puede suceder que en esos casos los estatutos
escapen de los límites de la ley, allí donde las mismas leyes prevean la posibilidad de leyes
particulares contrarias a las universales.
En el Código se hallan estatutos de algunas personas jurídicas públicas; por ejemplo, los de
algunas corporaciones como la diócesis14 o la parroquia15. Todos estos estatutos son
ciertamente de carácter legislativo. También son de carácter legislativo algunos estatutos
promulgados por la autoridad suprema de la Iglesia, como el de la Curia Romana.
Otros ejemplos de estatutos son las Constituciones o Códigos fundamentales de los
institutos de vida consagrada o sociedades de vida apostólica; no llevan el nombre de
estatutos, pero su contenido necesario nos muestra que lo son propiamente.
Los reglamentos son las reglas o normas que determinan la constitución, la conducción y el
modo de proceder en las reuniones de personas o de cualquier tipo de celebraciones, ya
sean convocadas por la autoridad eclesiástica o libremente promovidas por los fieles.
Determinan quiénes deben concurrir a estas reuniones o celebraciones, qué le corresponde
hacer a cada uno en ellas, quiénes las gobiernan, su disciplina interna y los procedimientos
o formas de actuar de cada uno de los que participan. Entre las celebraciones que se
regulan por los reglamentos hay que incluir las litúrgicas. Los reglamentos, entonces, no
miran al momento constitutivo de una persona jurídica, como los estatutos, sino a
momentos transitorios, como reuniones o celebraciones, y obligan a todos los que
participan en ellas
TITULO VIII DE LA POTESTAD DE RÉGIMEN.
CC 129, 131, 134-135, 143 § 1, 144.
Potestad régimen entendida como poder jurídico de gobierno se halla disociablemente
unida a la potestas sacra en cuanto conjunto de capacidades ontológicos de los ministros
sagrados.
Gentium vincula la potestas, es el ejercicio jurídico de los munera (obras, servicios o
funciones) sacramentalmente recibidos, a una posterior determinación canónica de la
autoridad competente, pero conceptualmente no la hace depender en exclusiva de los
munera (funciones) recibidos mediante el sacramento del orden.
En la codificación canónica, las expresiones potestad de régimen y potestad de jurisdicción
son equivalentes, y comprenden, según el c.135 § 1, tres funciones: la legislativa, la
ejecutiva y la judicial; en cambio, en los ordenamientos seculares, aunque existen los tres
mismos poderes, el término jurisdicción se refiere sólo al poder judicial.
• La potestad legislativa (c.135 § 2): «se ha de ejercer del modo prescrito por el derecho»
(principio de legalidad).
• La potestad judicial (c.135 § 3): «reside en los jueces [personas físicas singulares] y
tribunales [personas formando un colegio]».
• Respecto al ejercicio de la potestad ejecutiva, el c.135 § 4 sólo establece que deberán
observarse las prescripciones de los cánones siguientes. La razón de esta breve remisión es
que la potestad ejecutiva es una potestad caracterizada, a diferencia de las anteriores, por
las amplias posibilidades de delegación, y por ello el estudio de su régimen se difiere a los
cánones siguientes, que tratan sobre la extensión de su ejercicio (el36), sobre la posibilidad
de delegación (c.137) y el modo de interpretarla (c.138).
2. Características generales. Sujetos hábiles (cc.129-130)
Los CC. 129 y 130 sitúan la potestad de régimen en los siguientes términos: es de institución
divina, como la misma Iglesia; se llama también potestad de jurisdicción; puede ejercerse
en el fuero externo e interno.
son sujetos hábiles los sellados por el orden sagrado clérigos: diáconos, presbíteros y
obispos; los laicos pueden cooperar en su ejercicio a tenor del Derecho.
3. Clases de potestad de régimen: ordinaria y delegada (cc.131-132). Principios generales
sobre la potestad delegada (c.133)
a) La potestad de régimen ordinaria y delegada.
Toda potestad de régimen tiene la misma naturaleza y efectos, pero el Código hace una
distinción clásica de la misma teniendo como referencia su relación o no con el propio
oficio y el carácter autónomo o subordinado del mismo: potestad de régimen ordinaria
(propia o vicaria) y potestad de régimen delegada. Se llama potestad de régimen ordinaria
aquella vinculada por el propio Derecho (divino o humano) a la titularidad de un oficio.
Se dice potestad de régimen ordinaria propia aquella aneja a un oficio autónomo que se
ejerce en nombre propio, mientras que se denomina potestad de régimen ordinaria vicaria
aquella aneja a oficios auxiliares que se ejerce en nombre o representación del titular del
oficio principal, con el cual se forma una unidad de actuación.
La potestad de régimen delegada es concedida a la persona por sí misma, con
independencia de que esté desempeñando un oficio u otro entre cuyas facultades no
entraría el objeto de la delegación o ninguno. No se recibe, pues, como la ordinaria, a
través del oficio, sino a través de una delegación personal.
Las prescripciones sobre la potestad delegada son de aplicación a las facultades habituales.
b) Normas generales sobre la delegación de la potestad de régimen
La delegación es un acto jurídico consistente en un mandato de hacer algo concreto,
acompañado de la transmisión de la potestad necesaria para ello, dado a una persona por sí
misma y no en razón de su oficio. Por ello, es necesario que el acto de delegación fije los
términos en los cuales deba cumplirse.
4. El concepto de Ordinario (c.134)
El canon especifica los términos de «Ordinario» y de «Ordinario del lugar», por su
importancia en relación con la potestad de régimen. Se llaman ordinarios porque son
titulares de potestad de régimen ordinaria (propia o vicaria), lo cual no quiere decir que
sólo ellos la tengan, sino que hay muchos más sujetos con potestad de régimen ordinaria
conexa con su oficio que no entran en el concepto de Ordinario. Tampoco quiere decir que
todos los Ordinarios tengan la triple potestad legislativa, ejecutiva y judicial, sino que
pueden ser sólo titulares de la ejecutiva. De hecho, la consideración de Ordinario en el el34
viene determinada por dos elementos esenciales: la posesión de potestad ejecutiva y la
relación de autoridad-subdito entre el Ordinario y los fieles bajo su jurisdicción (según el
el36) por razón del domicilio o cuasidomicilio (c.107 § 1).
Son ordinarios (el C 34 § 1), además del Romano Pontífice: • Los obispos diocesanos y
aquellos que han sido nombrados para regir una Iglesia particular o una comunidad a ella
equiparada según el c.368. De acuerdo con ello, se equiparan a los obispos el prelado y el
abad territorial, el vicario y el prefecto apostólico, así como el administrador apostólico
estable. • También aquellos que han sido nombrados para sustituir interinamente a todos
los anteriores (cf. cc.413, 419, 420 y 421, sobre el administrador diocesano). • Igualmente,
los vicarios generales y episcopales de todos los anteriores, que tienen potestad ejecutiva
ordinaria.
• Respecto a sus miembros, los superiores mayores generales, provinciales y equiparados,
como el superior de una casa autónoma de institutos religiosos clericales y sociedades
clericales de vida apostólica de derecho pontificio que tienen, al menos, potestad ejecutiva
ordinaria general sobre los miembros de su institución. Son ordinarios del lugar todos los
anteriores menos los superiores mayores (el34 § 2). ¿Por qué se limita el concepto de
Ordinario a los superiores de institutos de derecho pontificio? La razón puede buscarse en
los inconvenientes de dispersión de la potestad de gobierno entre diversos ordinarios
diocesanos que se daría en el caso de que una institución de derecho pontificio estuviese
presente en varias diócesis y el Ordinario del que dependan sea en cada caso el de la
diócesis respectiva. Por la unidad de régimen del instituto se somete al gobierno de sus
propios superiores religiosos.
Extinción de la potestad ordinaria
El c 143 distingue entre la pérdida, que implica desaparición de la potestad, y la suspensión,
en la que la potestad sigue existiendo pero no puede ser ejercitada La potestad ordinaria se
extingue por la pérdida del oficio a que va aneja (ce 143 § 1) Las diversas causas por las que
se puede perder el oficio serán reguladas en los cc 184ss (transcurso del tiempo,
cumplimiento de la edad, renuncia, traslado, remoción o privación) Hay oficios que no
siguen esta regla, es decir, que se pierden automáticamente al cesar la potestad de la
autoridad que los confinó, como son los de vicario del obispo (c 481 § 1), o los cargos de
prefecto de los Dicasterios de la Cuna romana, que cesan al morir el Papa Son la excepción
La suspensión se da en los casos de remoción (ce 192-195) o privación del oficio (c 196),
cuando se apela contra la decisión, o se interpone recurso en vía administrativa contra el
decreto que las determina La potestad ordinaria no se extingue mientras se sustancia el
recurso, sino que queda en suspenso hasta la resolución del mismo, salvo que el Derecho
diga otra cosa.
d) Suplencia de la potestad ejecutiva de régimen (c 144)
El legislador ha previsto la existencia de casos en que no existiendo una real potestad
ejecutiva se crea erróneamente que la hay, y otros en que son serias las dudas sobre la
existencia de esa potestad En todos ellos, con el fin de salvar el normal ejercicio de la
potestad ejecutiva cuando falta la certeza absoluta sobre la validez de los actos de ella
derivados, y también para garantizar el bien espiritual y la tranquilidad de los fieles
destinatarios de esa potestad, el c 144 dispone que la Iglesia suple la potestad sobre la que
recae la duda o el error, de tal manera que el acto resulte jurídicamente eficaz No se trata
de sanar actos jurídicamente nulos, sino de impedir, a través de la suplencia, su nulidad
Actúa tanto en el fuero externo como en el interno, y solo es aplicable a la potestad
ejecutiva, no a la legislativa, ni a la judicial ni a la potestad de orden Los requisitos exigidos
para que opere la suplencia son:
1 ° La existencia de error común de hecho, que se da en los casos en que la comunidad (en
su mayoría), llevada por la apariencia de las circunstancias, se hace un juicio falso sobre la
potestad de una persona, creyendo que la tiene, cuando en realidad actúa sin ella El error
se produce efectivamente
2º La existencia de error común de derecho, que consiste en que se den una serie de
circunstancias o de actuaciones que puedan inducir a error, con independencia de que se
produzca el error efectivamente en un número mayor o menor de sujetos, o en ninguno
Basta con la posibilidad de que se produzca el error y no debe confundirse con el error
sobre el Derecho, sobre la ley En ambos supuestos, si el error se provoca o se procura
deliberadamente, supone una actuación ilícita y la posibilidad de sanción
3º La existencia de duda positiva y probable de derecho o de hecho En los casos de duda,
ésta se produce en el propio sujeto activo Sera de hecho si desconoce si posee la potestad
necesaria para realizar uno o vanos actos (por ejemplo, si se le ha concedido la licencia
requerida para asistir a un matrimonio), y de derecho si no sabe si la necesita o no, al no
aclararlo la ley La duda ha de ser positiva que haya una razón que haga suponer que existe
la potestad y probable razones de peso que sirvan para probar

CAPÍTULO XVI ELCÓMPUTO DELTIEMPO


Santo Tomás recoge la clásica definición del tiempo que nos brindaba Aristóteles: “el
tiempo es la medida del movimiento según el antes y el después”. A nadie puede escapar la
importancia de la medida del tiempo en los ordenamientos jurídicos, ya que los derechos y
deberes que los mismos regulan se desarrollan en el tiempo y la medida del mismo
necesariamente tendrá consecuencias.
1. Normas para el cómputo del tiempo (canon 200)
Las normas del Código sobre el cómputo del tiempo tienen un carácter supletorio, ya que
deben aplicarse siempre que en el derecho no se disponga expresamente otra cosa.
Bastará, entonces, una norma particular, una disposición estatutaria, o una disposición
expresa del derecho universal que sea distinta de estos cánones en algún caso especial para
que estas normas no deban aplicarse.
2. Tiempo continuo y tiempo útil (canon 201)
Se concibe como tiempo continuo el que transcurre y se computa sin ninguna interrupción.
Tiempo útil, en cambio, es el que se concede, por decisión de la autoridad eclesiástica, al
que usa o reclama algún derecho, y que no puede computarse cuando el interesado ignora
o no puede reclamar su derecho. La autoridad eclesiástica otorga este modo de medir el
tiempo cuando quiere garantizar la posibilidad de los fieles de ejercer sus derechos, de
modo tal que no pueda considerarse como tiempo transcurrido aquel que sucede mientras
el fiel no puede ejercer sus derechos, o porque los ignora o porque no tiene la posibilidad
de reclamar por ellos. En algunas oportunidades el legislador, al fijar plazos, dice
explícitamente que deben considerarse como tiempo útil, pero en muchas otras
oportunidades no indica si el tiempo señalado debe considerarse como tiempo continuo o
como tiempo útil. De todos modos, teniendo en cuenta que el tiempo por su propia
naturaleza es continuo, y que la doctrina por lo general lo ha interpretado así, cuando el
derecho no dice nada sobre el modo de computarse el tiempo se lo debe considerar como
tiempo continuo.
3. Unidades de medida del tiempo (canon 202)
Con la finalidad de evitar ambigüedades el Código define con precisión las diversas
unidades de tiempo que se utilizan en el ordenamiento canónico. El día debe entenderse
como el espacio de veinticuatro horas, contadas en forma continua a partir de la
medianoche, salvo que se disponga expresamente otra cosa. Encontramos muchos plazos
canónicos que están indicados dentro del Código con esta unidad de tiempo. La semana
debe entenderse como el espacio de tiempo que comprende siete días.
También esta unidad de tiempo es utilizada en el ordenamiento canónico, aunque con
mucha menor frecuencia que el día. En el Código la encontramos mencionada dos veces.
El mes puede considerarse de dos maneras distintas. En primer lugar, si se trata de tiempo
útil, el mes es el espacio de treinta días. Pero si es tomado como tiempo continuo, el mes
debe computarse según el calendario, y tiene tantos días como tiene en el calendario.
También esta unidad de tiempo es muy utilizada en el ordenamiento canónico para indicar
plazos. Finalmente, también el año puede considerarse de dos maneras distintas. En primer
lugar, si se trata de tiempo útil, el año debe considerarse como el espacio de trescientos
sesenta y cinco días. Pero si es tomado como tiempo continuo el año debe computarse
según el calendario y tendrá habitualmente trescientos sesenta y cinco días, salvo en los
años bisiestos, en los que tendrá trescientos sesenta y seis.
El cómputo de plazos (día a quo y día ad quem; canon 203)
Finalmente, el Código nos señala con precisión cómo deben computarse los plazos dentro
del ordenamiento canónico. En primer lugar, hay que tener en cuenta que el día en el que
se inicia el plazo (día a quo) no debe contarse, a no ser que el inicio del plazo coincida con el
comienzo del día (la hora 0), o que el derecho disponga expresamente otra cosa.
En cambio, el día final del plazo (día ad quem) se computa dentro del mismo, de modo tal
que el plazo vence cuando dicho día concluye, es decir, a las 24 horas, salvo que en algún
caso particular se establezca lo contrario.
Conforme a esto hay que tener en cuenta que cuando se fijan edades determinadas para la
idoneidad que requieren determinados oficios o funciones, o el ejercicio de determinados
derechos, dichas condiciones recién se alcanzan al concluir el día en que se cumplen los
años. Por esta razón en las fórmulas jurídicas para poner esas condiciones se suelen indicar
los años como “cumplidos” (explevit, expleverint, etc.)
Además, hay que tener en cuenta que, si el plazo consta de uno o más meses o años,
termina cuando concluye el último día del mismo número o, si en el mes de la conclusión
del plazo no existe ese número, en el último día del mes (sucederá así, por ejemplo, un
plazo de un mes que deba contarse desde el 31 de marzo; concluirá el 30 de abril).
Es necesario decir que no resulta comprensible la mención de las semanas dentro de este
canon ya que, teniendo éstas siete días, los plazos o lapsos de tiempo determinados en
semanas siempre contarán con un número fijo de días (7, 14, 21, 28, etc.), y su cómputo no
se ve afectado por la cantidad de días que tenga el mes o el año dentro de los cuales se
encuentren las semanas.
Presentamos finalmente algunos ejemplos de vencimientos de plazos, imaginando todas
las variantes que el sistema canónico para el cómputo del tiempo nos puede ofrecer:
a) Un mes, a partir del 31 de enero: se cumple el 28 o el 29 de febrero, a las 24 horas.
b) Un año, a partir del 29 de febrero de 2008: se cumplirá el 28 de febrero de 2009 a las 24
horas.
c) Un mes, a partir del 24 de febrero: se cumple el 24 de marzo a las 24 horas.
d) Una semana, a partir del 24 de febrero: se cumple el 3 de marzo a las 24 horas, o el 2 de
marzo a las 24 horas, si se trata de un año bisiesto.

Bibliografía
Álvarez, J. C. (2015). Codigo de derecho canonico 8va edicion. Panplona: EUNSA.
Bunge, A. W. (2006). libro I del codigo del derecho canonico. Buenos Aires: San Benito.

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