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Introducción:
Una de las cosas que hacemos cada domingo como parte de nuestra adoración
corporativa, es cantar y [danzar]. Esa es una práctica que es común a casi todas las
iglesias de Cristo alrededor del mundo.
Pero ¿por qué cantamos en nuestros cultos de adoración? ¿Lo hacemos por una
mera costumbre eclesiástica o porque tenemos garantía explícita en las Escrituras
de que Dios quiere que Su pueblo le cante alabanzas como parte de su adoración
corporativa?
Y ¿qué lugar debe ocupar este aspecto del culto en relación con otros aspectos,
tales como la predicación, la lectura de las Escrituras, la oración? ¿Es el canto un
aspecto sin importancia en el culto, algo así como una especie de relleno en lo que
esperamos la predicación de la Palabra, o posee por el contrario una importancia
capital mayor que la predicación misma?
Por otra parte, ¿cuál es el propósito que debemos tratar de alcanzar con
nuestros himnos en la adoración? ¿Qué características deben tener los himnos que
cantamos con miras a alcanzar ese propósito? ¿Cómo podemos distinguir entre un
himno apropiado para la adoración a Dios y uno que no lo es?
¿Es la música en sí misma un asunto neutral que debe ser determinado por la
preferencia de cada uno, o por la cultura a nuestro alrededor, o nos ha dejado Dios
en Su Palabra algunas enseñanzas y principios que nos sirvan de guía?
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Esos son algunos de los temas que vamos a abordar a partir de ahora en la serie
de sermones que iniciamos hace unas semanas atrás, y que fue interrumpida por
razones providenciales a finales de Noviembre, sobre la adoración y la alabanza a
Dios en el culto público.
Dice la Escritura, en Hch. 17:11, que los judíos de Berea eran más nobles que
los de Tesalónica, porque en vez de reaccionar airados al escuchar la predicación
de Pablo, más bien “escudriñaban cada día las Escrituras para ver si estas
cosas eran así”. Su apego a las Escrituras les permitió vencer todos sus prejuicios
religiosos, y recibir la verdad revelada de Dios con un corazón abierto.
Alguien dijo una vez que ser bíblico es hablar donde la Biblia habla y callar
donde la Biblia calla. Y nosotros, como pastores, debemos asegurarnos de que no
nos estamos extralimitando en nuestro ministerio de enseñanza, imponiendo
nuestras opiniones personales por encima de las Sagradas Escrituras.
Por causa del tiempo, en esta ocasión nos limitaremos a la primera pregunta,
dejando las otras dos para el próximo domingo, si el Señor lo permite. Veamos,
entonces, en primer lugar…
Si hay algo obvio en las Escrituras es que Dios quiere que Su pueblo redimido
le cante. En las Sagradas Escrituras el Espíritu Santo nos invita una y otra vez a
que expresemos nuestras alabanzas a Dios, cantando (Sal. 9:11; 30:4; 32:11;
33:1-3; 35:27).
Y así pudiéramos continuar citando texto tras texto, no solo en el libro de los
Salmos, sino también en el resto de las Escrituras, donde el pueblo de Dios es
exhortado a expresar sus alabanzas a través del canto.
Y más adelante, en el cap. 42, vers. 10: “Cantad a Jehová un nuevo cántico,
su alabanza desde el fin de la tierra; los que descendéis al mar, y cuanto
hay en él, las costas y los moradores de ellas. Alcen la voz el desierto y sus
ciudades, las aldeas donde habita Cedar; canten los moradores de Sela, y
desde la cumbre de los montes den voces de júbilo. Den gloria a Jehová, y
anuncien sus loores en las costas”.
Así como Pablo presupone que en el culto de adoración se ora, así también
presupone que en el culto de adoración se canta.
Otro pasaje muy relevante del NT en cuanto al lugar que debe ocupar el canto
en la vida del creyente, como individuo y como parte de un cuerpo, es Ef. 5:18-
19. Pablo presenta el canto allí como una manifestación visible de la llenura del
Espíritu Santo.
“No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed
llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y
cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros
corazones”.
Ahora bien, ¿cómo podemos ser llenos del Espíritu Santo? Una vez más,
miremos la comparación del texto. “No os embriaguéis con vino… antes bien
sed llenos del Espíritu”. Para embriagarse con vino hay que tomar mucho
vino; puede que una o dos copas no sean suficientes para que un adulto se
embriague, pero el que toma mucho vino, terminará embriagándose de vino.
Pablo dice en Col. 3:16, un texto paralelo al de Ef. 5: “La Palabra de Cristo
more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros
en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con
salmos e himnos y cánticos espirituales”.
“De la abundancia del corazón habla la boca”. ¿De qué hablará un hombre
lleno de la Palabra de Dios? De la Palabra de Dios. Y no me refiero al hecho de
que un hombre lleno del Espíritu será una especie de máquina repetidora de
versículos bíblicos. No. El punto es que el lenguaje de este hombre, y las ideas
que expresa, tendrán un aroma y un sabor distintivamente bíblico.
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Así como el agua que pasa a través del polvo del café en la cafetera, huele a
café y sabe a café, así también el hombre lleno de la Palabra de Cristo, en una
forma muy natural manifestará ese grato olor de Cristo y Su Palabra por donde
quiera que vaya.
Ahora, noten algo importante aquí. Pablo no se limita a decir que los hombres
y mujeres que están llenos del Espíritu, se edifican unos a otros, sino también
que lo hacen de una manera específica: “… hablando entre vosotros con
salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor
en vuestros corazones”.
Eso no quiere decir que los creyentes hablan cantando. En otros textos de las
Escrituras se nos exhorta a edificarnos unos a otros, amonestarnos y alentarnos
unos a otros en nuestras conversaciones ordinarias.
Pero tanto en Ef. 5:19 como en Col. 3:16, Pablo menciona el canto como una
forma particular en que los creyentes llenos del Espíritu, alaban a Dios y se
edifican unos a otros. Y nos preguntamos ¿por qué? ¿Por qué el Espíritu nos
impulsa a cantar y [danzar]? ¿Qué características tiene el canto, la letra
expresada musicalmente, como vehículo de expresión que lo distingue del
hablar ordinario?
Y a juzgar por el lugar tan prominente que Dios le ha dado a la música, tanto
en Su creación, la revelación general, como en Su Palabra, la revelación
especial, tal parece que tenemos razones suficientes para suponer que Dios ama
la música.
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El no solo llenó Su creación de ella, sino que dio al hombre una capacidad
sorprendente de producir música y de crear música. De hecho, la voz humana
sigue siendo el instrumento musical más versátil que existe.
Esa tendencia que el hombre tiene a expresar sus emociones a través del canto,
no es más que un reflejo de la imagen y semejanza de Dios en nosotros.
Nuestro Dios no solo creó la música, sino que El se revela a Sí mismo en Su
Palabra como un Ser que expresa sus emociones, cantando.
Dios pide de nosotros que le amemos con todo nuestro corazón, con toda
nuestra alma y con todas nuestras fuerzas; es decir, con todas nuestras
facultades como hombres. Y el canto es un vehículo a través del cual podemos
manifestar una dimensión de ese amor y confianza en Dios, que difícilmente
puede ser expresado con la misma intensidad a través de la prosa.
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Como alguien ha dicho: “La razón por la que nosotros cantamos es porque
existen profundidades y alturas e intensidades y tipos de emoción que no
podrían ser expresadas satisfactoriamente por la prosa, o aún por la lectura
poética. Existen realidades que demandan movernos de la prosa a la poesía, y
algunas demandan que la poesía sea llevada más lejos y convertida en canción”
(J. Piper; Dic. 28, 1997).
Con esto en mente, volvamos una vez más al tema de la llenura del Espíritu.
¿Cuál es la obra que hace el Espíritu de Dios en nuestros corazones para
traernos eficazmente a Cristo en arrepentimiento y fe? Iluminar nuestro
entendimiento para comprender en una forma salvadora las grandes verdades
del evangelio y transformar nuestros corazones para responder
apropiadamente.
Nosotros sabemos que el Dios que hizo los cielos y la tierra, nos escogió desde
antes de la fundación del mundo para hacernos partícipes de la salvación que es
en Cristo Jesús. Nosotros sabemos que en El todos nuestros pecados fueron
perdonados y que por Su pura gracia se nos ha concedido el don de la vida
eterna.
El Espíritu Santo no solo nos ha hecho entender estas verdades, sino que
también las hace reales en nuestra mente, en nuestros afectos y en nuestra
voluntad. Y eso es lo que hace que el creyente lleno del Espíritu, cante.
Ningún ser humano en este mundo tiene más razones objetivas para cantar y
[danzar] que el hijo de Dios, porque nadie ha sido hecho partícipe de realidades
más gloriosas, realidades que difícilmente podrán ser expresadas en toda su
dimensión únicamente a través de nuestro hablar.
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¿Saben por qué Dios se deleita cuando Sus hijos le alaban cantando? Porque
ese canto es una manifestación tangible de esa obra del Espíritu en nuestro ser
interior, implantando en nosotros aquellas verdades que El quiere que nosotros
conozcamos y creamos.
Por más terribles que sean nuestras circunstancias, Dios sigue sentado en Su
trono, Él sigue siendo sabio, bueno, misericordioso, amante y fiel. Y cuando un
creyente eleva su voz en alabanza, independientemente de las dificultades que
tenga a su alrededor, está proclamando su confianza inquebrantable en el Dios
de su salvación.
Entonces, ¿por qué cantamos? Porque Dios quiere que le cantemos, porque Él
se deleita en nuestro canto, a pesar de que Él conoce nuestras debilidades, y
sabe que muchas veces tenemos que luchar contra nosotros mismos para cantar
y [danzar] de corazón y no como un mero ejercicio de labios.
Hay una diferencia abismal entre el hipócrita que se conforma con su adoración
externa, y el creyente que está en el campo de batalla trayendo una y otra vez
sus pensamientos cautivos a la obediencia a Cristo.
Algún día todos los creyentes tributaremos a Dios una alabanza perfecta, pero
eso será cuando estemos en Su presencia, libres por completo de la actividad
del pecado en nuestras vidas. Mientras tanto, podemos y debemos seguir
trayendo nuestros sacrificios de alabanza, sabiendo que esos sacrificios
espirituales son aceptables a Dios por medio de Jesucristo, como dice en 1P.
2:4.
La sangre de Cristo que nos limpia de todo pecado, también purifica nuestras
alabanzas para que suban como olor fragante delante de Dios y sean un deleite
para Su corazón Paterno.
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Pablo no dice en Ef. 5 que los creyentes llenos del Espíritu que tienen buena
voz, son los que deben alabar al Señor con Salmos, con himnos y cánticos
espirituales. Allí dice simplemente que una de las manifestaciones visibles del
control del Espíritu en nuestras vidas, es que cantemos alabanzas.
“Pastor, ¿y qué de Col. 3:16? Porque allí dice que debemos cantar y [danzar]
con gracia”. Si, pero eso no se refiere a la gracia que algunos tienen de cantar y
[danzar] bien. De lo que Pablo está hablando allí es de la operación de la gracia
de Dios en nuestros corazones. Todos los que han sido salvados por gracia, por
esa misma gracia ahora pueden cantar y [danzar] alabanzas a Dios.
Pero hay otra dimensión del canto que no debemos pasar por alto, y que
veremos mucho más brevemente porque lo vamos a ampliar el próximo
domingo, y es el beneficio que nosotros derivamos y producimos al cantar y
[danzar].
Noten una vez más el texto de Ef. 5:19: “No os embriaguéis con vino, en lo
cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre
vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y
alabando al Señor en vuestros corazones”.