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¿Tiene sentido definirse hoy como marxista? Enrique Pampyn Martínez 
1984 

Índice 
0. A MODO DE INTRODUCCIÓN O LAS EXPECTATIVAS CAMBIAN 3

l.— LA VOLUNTAD CIENTÍFICA DE MARX 0 EL ANÁLISIS CIENTÍFICO Y LA


REVOLUCIÓN 4

2.— PROLIFERACIÓN DE MARXISMOS COMO EXPRESIÓN DE CRISIS 6

3.— ARTICULACIÓN DE 'CIENCIA' Y 'CRÍTICA' EN MARX 12

Bibliografía 16

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0. A MODO DE INTRODUCCIÓN O LAS EXPECTATIVAS CAMBIAN


Lo que empezó siendo un trabajo para un curso de doctorado cuyo resultado debía ser
una calificación, se ha convertido en el transcurso del mismo en una profunda ​obsesión
teórica.​

Para el que escribe, habitante de ​Europa ​(?), y heredero de la nostálgica ​utopía ​de un
mundo sin conflictos, de una sociedad homogénea, en la cual el hombre se transforme
en ​fin ​para sí mismo, el hecho de que "si admitimos todo lo que antecede [y, en
principio, lo admite] debemos reconocer que la utopía ha saltado hecha pedazos",
supone "una profunda crisis del pensamiento progresista“ (Paramio, 1984, p. 45). Y es
profunda en la medida en que pone en cuestión el sentido mismo de la ​utopía. Pues,
como dice Paramio,

"la esencia de la utopía es su unidad y su coherencia. (...) se parte de un


obstáculo central cuya solución, ideal o material, llevaría a la epifanía del orden
perfecto, coherente y unitario" (Paramio, 1984, p. 45).

Pero, además en el marxismo la utopía, que se rechaza como tal ​u-topía, es el


corolario de su análisis. Como dice Lechner,

"el postulado universal de la utopía [asegura] el consenso objetivo en torno a ella


(...) no habría una lucha entre utopías opuestas, pues sólo una puede ser
universal y, por tanto, capaz de obtener consenso" (Lechner, 1983, p. 141).

Es, en definitiva, una realización de valor que está dentro mismo del análisis marxiano
del modo de producción capitalista.

Aquí emerge la preocupación fundamental, el centro de la obsesión: toda teoría de la


transformación social ha de constituirse, en cuanto tal, como una articulación de ​ciencia
y ​crítica, de ​ciencia y​ ​valor. Pero, también emerge con claridad que tal articulación es
históricamente contingente y exige un fundamento real, esto es, en el mismo proceso
social. Aquí es donde surge el problema de la vigencia de la obra marxiana o, más
generalmente, del marxismo.

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De ahí que la pregunta que Paramio se hace —si tiene sentido definirse hoy como
marxista si tal definición supone “apostar por la superación revolucionaria del
capitalismo para llegar al socialismo, considerando a este proceso como algo inevitable
y científicamente demostrado por Marx” (Paramio, 1983, p. 144) me parece crucial. Y lo
es en la medida en que supone cuestionar un modelo de quehacer político que está
inmerso en una amplia tradición y, por lo tanto, se manifiesta como una tarea urgente.

l.— LA VOLUNTAD CIENTÍFICA DE MARX 0 EL ANÁLISIS CIENTÍFICO


Y LA REVOLUCIÓN
Volviendo sobre la pregunta, Paramio parece responder negativamente. Tal definición
ideológica no sólo no tiene sentido, sino que es contraria a la "voluntad científica de
Marx y al proyecto político socialista" (Paramio, 1983, p. 144).

Los argumentos son convincentes. Por un lado establece que el discurso ​científico d ​ e
Marx es un discurso legitimador de una propuesta política y, por otro, señala cómo la
intervención política de Marx es ideológica en la medida en que hace de ella un
problema de doctrina.1 Marx, por tanto, crea un cuerpo doctrinal que se constituye en
“aglutinante ideológico y movilizador en un proyecto político socialista" (Paramio, 1982,
p. 144). El elemento que le da fundamento es su ​teoría científica de la sociedad y de la
historia, que establece de modo inevitable un final revolucionario para la sociedad
capitalista. Queda establecida, así, una dependencia de su política respecto de su
ciencia y, por tanto, sólo si su ciencia es correcta lo será su política. Como dice el
propio Marx,

"se trata de las leyes mismas, de las tendencias mismas que actúan y se
imponen con férrea necesidad. (...) Aunque una sociedad haya descubierto la
pista de la ley natural de su movimiento —y el objetivo de esta obra estriba en
revelar la ley económica del movimiento de la sociedad moderna— no puede
saltarse ni abolir por decreto las fases de su desarrollo“ (Marx, 1976, pp. 17-18)-

Por tanto, la política sólo tiene cabida en los estrechos márgenes de la ciencia, cuya
característica no es otra que la de ser la ​partera de la historia —tal como dice el propio
Marx en El capital— o, para decirlo con palabras de Colletti, los objetivos de la clase

1
(Paramio, 1983, p. 143) Paramio cita como ejemplo La crítica del programa de Gotha de Marx, dando al
término ​ideología un carácter peyorativo en la medida en que se convierte en un discurso que oscurece
la comprensión de lo real. (...) Marx tan sólo repara en la distancia que le separaba de su propio
esquema doctrinal“ (p.145). Se puede ver lo mismo en su trabajo (Paramio, 1982, pp. 139-140)
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obrera serían "los pasos que se van alcanzando en la acción y como efecto de las
leyes ​que rigen el devenir de la sociedad" (Colletti, s. f.-b, p. 157). Y es esta
caracterización del proceso histórico como regido por ​leyes naturales lo que sirve tanto
a Marx como a Engels para distanciarse y diferenciarse del socialismo utópico. A
diferencia de éste, la ciencia de la historia de Marx ​está libre de valores, n ​ o se enfrenta
con la necesidad de un ideal, no atiende al ​deber ser sino al ​ser ​(Colletti, s. f.-b, p. 159).
Preso, pues, de una concepción sustancialista de la ciencia y de una teoría refleja del
conocimiento que establece un elemento fuerte (la materia) y un elemento derivado (lo
social), concepción que Marx traslada al análisis socio-histórico.

La fuerza del marxismo como praxis política deriva, pues, de la presencia no


reconocida de la falacia naturalista que tiene como sujeto receptor un grupo social
oprimido, al que asigna un papel redentor —de sí mismo y de toda la sociedad— y
cuyo fundamento, la garantía de salvación, es el discurso ​científico m ​ ismo. De esta
forma, la inevitabilidad del derrumbe, anuncio mismo del reino de la ​libertad ​y el fin de
la ​prehistoria, en la medida en que convierte al grupo oprimido en ​el s​ ujeto que llevará
a cabo la transformación social, pero sólo y cuando las condiciones estén
materialmente dadas —condiciones garantizadas en último término por las leyes
rectoras del desarrollo capitalista—, ofrece un elemento aglutinador que incluye una
realización de valor​. Además, es más que probable que dicho ​valor ​conectara
religiosamente con la confusión y los conflictos generados por el desarrollo de la
industria. Como señala Gouldner, la ​teoría del derrumbe ofrece una esperanza de
salvación, pero además “engendró nuevas identidades corporativas (el proletariado y el
partido) a las que dió un pathos exaltado, y a las que se prometió una misión y una
continuidad históricas" (Gouldner, 1983, p. 134).

Como dice Kelsen,

"encontrar los medios para realizar un fin presupuesto es, sin duda, una tarea
científica, ya que la relación entre causa y efecto, y el conocimiento de esta
relación es una función específica de la ciencia. Pero para hallar los medios para
la realización de un fin se debe antes determinar un fin concreto, y la
determinación de un fin (...) no es una función científica (...) al, basarse en un
juicio de valor(...) " (Colletti, s. f.-b; Kelsen, Citado por Colleti, p. 149).

Independientemente de si la afirmación de Kelsen es adecuada en relación al quehacer


científico, sirve en el presente contexto para expresar una exigencia, si lo que
queremos es ​ser fieles al marxismo como proyecto político socialista,​ hay que prestar
atención a la relación entre ​ciencia ​y ​política, entre el ​ser ​y el ​deber ser. Desde esta

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perspectiva, distinguir entre ​diacronía ​y ​sincronía ​en la teoría marxiana (Paramio, 1983,
p. 140) sólo puede tener un sentido ​analitico ​porque el aspecto sincrónico depende del
diacrónico o, al menos, el uno no puede darse sin el otro y viceversa.

Por tanto, al valorar al ​Marx ideólogo estamos valorando al ​Marx científico y es esto lo
que dicha distinción trata de eludir. La cuestión es si podemos separar ambos aspectos
—aun cuando sólo sea analiticamente— manteniendo una fidelidad a la ​voluntad d ​ e
Marx.

2.— PROLIFERACIÓN DE MARXISMOS COMO EXPRESIÓN DE


CRISIS
“(...) creo que se debe hablar de una auténtica explosión del marxismo en muchos
marxismos" (Salvatori, 1984, p. 79). Estas palabras pueden reflejar la situación del
marxismo y es, probablemente, la expresión de su ​crisis. Crisis que, en términos
generales, puede quedar definida, en su origen por dos tipos de cuestiones:

En primer lugar, la refutación dada por la historia de las predicciones que se sitúan en
el centro del paradigma marxiano. La ​llegada ​de la revolución socialista, anunciada por
las leyes del desarrollo capitalista y que reflejan un trayecto histórico en una dirección;
la ​polarización de la sociedad en dos clases antagónicas y la intensificación de la
tensión entre ambas en el momento de la crisis revolucionaria, la ​pauperización
creciente del proletariado; un modelo de transformación socialista de la sociedad
industrial de Occidente, basado en la violencia revolucionaria, modelo que sólo parece
haberse realizado en aquellos países para los cuales, en ningún caso, podía darse;
etc...

La previsión de Marx de la revolución en los países industrializados surge de la


contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción de tal modo
que las segundas impiden la realización de las primeras. Pero esto exige que la
contradicción posea un correlato ​dramático p ​ or el lado de los agentes sociales
implicados, sopena de entender el movimiento histórico como algo que se produce de
forma externa absolutamente al hombre. En definitiva, supone que la tensión entre las
clases antagónicas haya llegado al límite, es decir, que la clase dominante no pueda ya
mantener a la dominada y ésta se manifieste entonces como solución, como
revolución.

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“El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la


industria, desciende siempre más y más por debajo de las condiciones de vida
de su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más
rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la
burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante
de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de
existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de
asegurar a su esclavo la existencia, ni siquiera dentro del marco de la esclavitud
(...)" (Marx y Engels, s. f., pp. 33-34).

Es decir, en la medida en que se establece un sujeto revolucionario, que pasará a la


acción revolucionaria empujado por las condiciones materiales objetivas —esto es, la
crisis final—, es necesario postular la creciente caída en la miseria de la mayoría de la
sociedad. Sólo en este caso puede hablarse de condiciones que empujan en una
misma dirección a la gran mayoría de la población; es decir, de intereses objetivos
comunes. Lo que parece claro es que hoy no se dan estas condiciones y es difícil
pensar que puedan darse. Si esto es así, no sólo la historia ha desmentido la "gran ley
que Marx creía haber establecido, es decir, la relación necesaria entre intensificación
del desarrollo capitalista e intensificación del proceso revolucionario“ trastornándola "en
su sentido opuesto" (Salvatori, 1984, p. 74), sino que el análisis como tal, como
proyecto político revolucionario se tambalea.

En segundo lugar, hay que situar la aparición, sobre todo en los países industrializados,
de nuevos sujetos políticos que generan problemas de ubicación dentro del esquema
clásico del marxismo. ¿Cómo interpretar en términos de la lucha de clases problemas
sociales como el feminismo, el racismo, el nacionalismo, etc...?.

Como apuntan Bowles y Gintis (Bowles y Gintis, s. f., p. 69) la explicación reductiva
consistiría en afirmar que, por ejemplo, la dominación del hombre sobre la mujer se
deriva de la explotación de clase en el sentido de ​extracción de tiempo de plustrabajo​.
Sin embargo, "la dominación sexual puede no ser un sistema de explotación en la
medida en que no está necesariamente basada en la transferencia de tiempo de
plustrabajo al grupo dominante" (Bowles y Gintis, s. f., p. 93)2.

2
Los autores hacen una distinción conceptual entre ​explotación y ​dominación de tal manera que esta
última posee una prioridad conceptual frente a la primera en el sentido de que ​explotación s​ upone
dominación. Con ello la explotación de clase, entendida como transferencia de tiempo de plustrabajo
supone un sistema de dominación. Esta caracterización permite superar el reduccionismo económico y
entender los fenómenos sociales bajo la categoría más general de dominación política.
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Pero, probablemente, el elemento de mayor importancia de la crisis del marxismo sea


el mentís de las predicciones marxianas dado por la historia y la aparición de
revoluciones inspiradas en su obra en países subdesarrollados que han ido
deshaciendo la ilusión en el transcurso del tiempo de la posibilidad del socialismo. En la
medida en que la teoría parecía no adecuarse a los acontecimientos socio históricos,
se ha producido un esfuerzo más o menos continuado de revisión de alguno de sus
aspectos. Lo que parece claro es que el marxismo ha ido sufriendo importantes
torsiones paralelamente al desarrollo histórico después de la muerte de los padres.
Según Laclau y Mouffe el marxismo ha ido, en línea ascendente, de un claro
economicismo que implicaba ”el carácter subordinado de la política“ (Laclau y Mouffe,
s. f., p. 49) a una mayor relevancia de la misma como elemento definidor de la
dinámica social. Colletti reconoce también esta línea dentro del marxismo occidental.
Desde luego, hoy podemos decir, con palabras de Salvadori, que el marxismo ha
derivado en muchos marxismos que poseen "concepciones de la política, de la
sociedad y del mundo del todo diversas las unas respecto de las otras“ (Salvatori,
1984, p. 79). Lo paradójico de la situación es que todos ellos reclaman a Marx como su
referente teórico e, incluso, hablan de su marxismo como el más cercano a la obra
marxiana. Esta situación se parece más a una batalla interpretativa que sin querer
recuerda las ​guerras i​ ntestinas de una religión y, probablemente, sea el reflejo de su
bancarrota.

No obstante, la crisis del marxismo, según Gouldner, no está determinada sólo por los
factores externos enumerados; es decir, no está sólo determinada por el desmentido
que la historia ha dado a sus predicciones, sino también (y yo interpretaría que más
fundamentalmente) por el "agudizamiento de una contradicción siempre inherente a él
(el marxismo)“ (Gouldner, 1983, p. 43). Gouldner subraya la existencia de una tensión
en la misma obra de Marx que caracteriza como una pugna entre dos elementos
—determinismo y voluntarismo— que "genera y reproduce repetidamente, al menos,
dos subsistemas de teoría elaborada a los que llamaré marxismo científico y marxismo
crítico“ (Gouldner, 1983, p. 27). Gouldner establece, pues, dos conceptos analiticos
—tal como él los entiende— que le permiten subsumir bajo ellos los diversos tipos de
marxismos3.

Quizá lo más interesante de la tesis de Gouldner no sea la posibilidad de hacer una


clasificación de los distintos marxismos (por otro lado, inútil), sino que, por una parte,

3
Gouldner nos advierte que tales conceptos son, en realidad ​tipos ideales y, por ello, no responden a
ningún marxismo concreto. Señala también que la adscripción a uno u otro concepto de un ​marxismo
determinado dependerá de la mayor o menor presencia de elementos de uno y de otros. (ver (Gouldner,
1983, p. 76)
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da razón de la posibilidad interna de marxismos distintos que pueden presentar


diferencias notables en la comprensión del papel de la ciencia, la concepción de la
ideología, la acción política, etc... Así, mientras que para el marxismo científico la
política no tiene entidad por sí sola, debido a que el proceso histórico está determinado
por la estructura económica y por las leyes que la rigen —de ahí que haya que esperar,
para la acción política, el momento decisivo, dado por las condiciones materiales—,
para el ​marxismo crítico la política cobra importancia como elemento decisivo en la
transformación social. Para el ​marxismo crítico l​ a acción política práctica y los
elementos de conciencia pueden suplir la ausencia de las condiciones materiales.

​ e ser herederos de
Por otra parte da cuenta de la reivindicación de los ​marxismos d
Marx en la medida en que en la obra de Marx aparece una contradicción nuclear, cada
uno de los dos marxismos puede y tiene el derecho de reivindicar a Marx como su
origen teórico.

Lo menos atractivo del análisis que Gouldner hace de la crisis del marxismo es su
insistencia en la ​fundamentalidad ​de la contradicción interna. Si bien, explícitamente,
no sostiene que sea ​el ​factor ​fundamental, puede deducirse sin grandes problemas de
su propio texto. Al establecer como estructura profunda de la ciencias sociales
burguesas l​ a tensión que afecta al marxismo entre ​voluntarismo ​y ​determinismo, está
implícitamente afirmando que tal estructura profunda está presente en la obra de Marx.
Aún más claro puede verse cuando trata las anomalías del marxismo y su divulgación.
De su texto se desprende que dichas anomalías quedan subsumidas y reprimidas
dentro de la parte de la ​analitica subteórica (Gouldner, 1983, p. 337). Todas las
anomalías que Gouldner señala contradicen el economicismo del paradigma original.

"Si en el paradigma y la teoría (...) la política y el estado son derivados del


sistema de clases y obedecen a la clase dominante, las investigaciones
históricas también presentan al estado como dominando a la sociedad y hasta el
sistema de clases" (Gouldner, 1983, p. 330)4.

De esta forma coloca el origen teórico del marxismo crítico en los principios
subyacentes de la teoría, en la medida en que éstos expresan una mayor autonomía de
lo político y, por tanto, de lo superestructural, en detrimento de lo infraestructural

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Aquí Gouldner hace referencia, sobre todo, a El Dieciocho de brumario de Luis Bonaparte de Marx.
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(Gouldner, 1983, p. 347 y ss.)5. Sin embargo, el origen teórico del marxismo científico
es, para Gouldner, la teoría manifiesta.

Consecuentemente podríamos deducir que, según Gouldner, la crisis del marxismo era
inevitable y que los factores externos no han hecho otra cosa que iniciarla y agudizarla.
Pero lo que Gouldner parece no tener en cuenta es que la ​crisis del marxismo no es
otra cosa que la crisis de un ​modelo ​en el cual se articula tanto un análisis objetivo
​ ue se remite a un fundamento valorativo. Y que esta crisis
(científico) como una ​crítica q
tiene que ver, sin duda con el propio desarrollo histórico o, mejor, con el lugar que ha
ido ocupando el marxismo en el transcurso del tiempo. Probablemente no podamos
abstraer de la ​crisis ​la bancarrota de la ​utopía ​como el elemento en torno al cual ha de
darse el consenso objetivo. Esta bancarrota, por otro lado, no puede separarse,
tampoco del análisis ​objetivo, análisis que sirve de apoyo a una estrategia política en la
medida en que sitúa el centro del conflicto social en un punto determinado de la vida
social.

No obstante, el esfuerzo de Gouldner expresa también la necesidad de replantearse el


marxismo. Encarar la crisis del mismo podría no ser otra cosa que remover el marxismo
mismo desde sus cimientos; es decir, podría significar la demolición del marxismo
originario y la reconstrucción de una nueva teoría que, en la medida en que atienda a la
tensión entre determinismo y voluntarismo, presente una articulación entre ​la formación
de una voluntad política general,​ la definición por ello de un ​fin ​y el análisis objetivo de
la sociedad.

Entendido de esta manera, el marxismo como un cuerpo doctrinal acabado en sus


fundamentos pierde sentido. El análisis social centrado en el conflicto de clase como el
conflicto nuclear mediante el cual se explican todos los demás deja paso, de hecho, a
explicaciones donde el conflicto es ​descentrado. En esta línea de reconocimiento cabe
situar a Laclau y Mouffe (Laclau y Mouffe, s. f.)6 que sitúan lo ​económico —​ en sentido
técnico— dentro de lo político; también a Bowles y Gintis (Bowles y Gintis, s. f.) que
reinterpretan el concepto de ​explotación c​ omo situado dentro de un campo más amplio
de ​dominación política​; y, también, a Paramio que hace hincapié en la nueva estrategia
​ ue pasa por la formación de
política desde el reconocimiento del conflicto ​descentrado q
una ​voluntad general que incluya los movimientos sociales y los partidos políticos
(Paramio, 1984, p. 48).

5
"Los revolucionarios marxistas que tuvieron éxito —Lenin, Mao y Castro— se caracterizaron todos por
su capacidad para sumergirse bajo el nivel teórico manifiesto del marxismo científico (...) y establecer un
contacto revitalizador con sus supuestos básicos subyacentes", (Gouldner, 1983, p. 348)
6
También se puede ver el trabajo de Mouffe en (Mouffe, s. f., p. 115)
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Ahora bien, el problema surge cuando al evaluar la obra marxiana nos enfrentamos
inevitablemente con el marxismo como ideología política. En este caso, la experiencia
histórica muestra la inoperancia y, lo que es más grave, lo nocivo de la misma
(Paramio, 1984, p. 44). En tanto que la teoría de la revolución marxista implica un
sujeto revolucionario determinado ​apriorísticamente p ​ or su posición o lugar dentro del
proceso de producción y reproducción material de la sociedad —único lugar donde se
genera el conflicto— la eliminación de este (del sistema de propiedad) tiene como
efecto la desaparición del conflicto y, por tanto, la desaparición de los intereses
divergentes de los grupos sociales. El resultado es la sociedad homogénea donde el
interés de cada uno es el ​interés general​. Esta visión no es otra cosa que la expresión
de un maniqueísmo en la medida en que descubre científicamente ​lo malo,​ mientras
que lo ​bueno ​surgirá de la negación de lo. ​malo. Pero, además este maniqueísmo
productivista conlleva una mistificación del proceso histórico-social que esconde la
complejidad social y, como dice Paramio, "el carácter descentrado del conflicto”
(Paramio, 1984, p. 45).

Podemos concluir que si la teoría de la revolución marxiana no ha tenido eficacia


histórica mas que como "ideología negativa del anticapitalismo" (Salvatori, 1984, p. 79)
y que, como tal, no es otra cosa que una mistificación de la realidad social, es decir,
que se ha convertido en obstáculo para lo comprensión de los procesos sociales, hay
que enterrarla definitivamente. Ahora bien, enterrar "al marxismo como ideología
decimonónica del socialismo revolucionario" (Paramio, 1984) implica enterrar el
​ n la medida en que la fuerza de su ideología tiene su base en la
marxismo ​científico e
predicción que surge del análisis del capitalismo, del descubrimiento de las leyes que lo
rigen.

Si, como dice Salvadori, "el marxismo original está disuelto" (Salvatori, 1984, p. 80) en
la medida en que el proceso histórico ha vaciado de contenido la teoría, la cuestión,
pienso, que debemos afrontar es si tiene sentido, hoy, el intento de ​reconstrucción
(utilizando el término habermasiano) del mismo. Y, si lo tiene, al menos como programa
de investigación dentro de las ciencias sociales, según lo propone Paramio, la pregunta
subsiguiente gira en torno a la posibilidad de una ​nueva ​articulación del análisis
científico con la ​crítica ​de la sociedad occidental, esto es, con una propuesta de un ​fin ​u
objetivo de la transformación social.

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3.— ARTICULACIÓN DE 'CIENCIA' Y 'CRÍTICA' EN MARX


La doble pregunta planteada al final del apartado segundo pretende encontrarse de
plano con lo que constituye, según creo, el núcleo central de la teoría Marx. Cuando
éste realiza el análisis de la economía política clásica, esto es, cuando analiza el ​modo
de producción capitalista,​ no sólo lo hace desde un punto de vista técnico-económico,
sino que también lo hace como crítica. ​Crítica aquí parece tener el significado de que
las ​cosas ​no están bien. Es decir, que el propio análisis se define ​ya c​ omo un discurso
subvertidor del mundo y, por lo tanto, tiene una intención transformadora de la sociedad
capitalista7. La fuerza de la teoría marxiana deriva, precisamente, de esta conjunción8
de análisis científico y de crítica, esto es, de una intención transformadora que
proyecta, en cuanto tal, un modelo de sociedad distinto. Esta conjunción es, por otro
lado, la que da origen a las críticas centradas en la ​tendenciosidad d ​ e la obra de Marx
o en la confusión marxiana de juicios de hecho y juicios de valor.

Sin embargo, creo que una teoría que pretenda ir más allá de las reglas del juego
definidas por ​esta s​ ociedad y que ponga como fundamento la ​transitoriedad h ​ istórica
de las sociedades; en fin, una teoría que apueste por la transformación social, ha de
nacer comprometida; es decir, ha de presentar una articulación de lo objetivo y lo
valorativo. Hacer, por tanto, una distinción entre el aspecto ​sincrónico y​ ​diacrónico​,
distinción que permite disociar lo ​ideológico ​de lo ​científico, no puede, así, sin más, ser
fiel a la voluntad científica de Marx. De alguna manera, late el dilema —utilizando una
expresión que da título a un trabajo de Colletti— de "el marxismo: ¿ciencia o revolución
?" (Colletti, 1975a, p. 313). Ahora bien, tal dilema no existe o, si existe, ha de ser
resuelto.

Cuando Marx analiza el modo de producción capitalista no hace simple constatación de


lo fenoménico, como tampoco hace simple proyección ​moral. El intento marxiano
camina siempre en la cuerda floja entre un análisis de estilo ​físico-causal y una ​crítica
de la sociedad que incluye una propuesta de liberación, un modelo de sociedad ​libre,
una ​utopía.

Su ciencia se caracteriza porque parte de la determinación histórica presente (la


sociedad capitalista), conceptualizándola en relación con sociedades históricamente
anteriores (al mismo tiempo que las dota de sentido) y señala la especificidad del
7
Precisamente, Marx no analiza ​cualquier s​ ociedad, sino ​esta ​sociedad, la sociedad capitalista. Esta
​ el objeto del análisis es lo que permite, inicialmente, entenderlo como ​científico.
determinación d
8
Cuando hablo de conjunción no hablo de dos entidades en sí mismas, que después se juntan. Hablo,
más bien, de una unidad —presente en el propio concepto— desde el comienzo.
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capitalismo. Pero, su ​crítica v​ a más allá. Expresa la ​no ​neutralidad valorativa de la


teoría (y, por tanto, de lo real) respecto de los hechos.

Ahora bien, en la medida en que la conjunción de ciencia y crítica no puede entenderse


como realizada posteriormente (ver nota 8), esta ha de estar dada en la propia
conceptualización de la teoría. Pero, esto exige un planteamiento previo en torno a la
elección del fundamento, del lugar de partida. Esta elección está contenida en el propio
concepto de ​trabajo productivo humano,​ trabajo expresado como tal en la organización
social del mismo. Este es el que define tanto al hombre como a la sociedad y, por ello,
es el elemento interpretativo de lo real. Pero, esto incluye necesariamente un concepto
de ​naturaleza humana en cuyo centro se sitúa el concepto de ​trabajo como un proceso
en donde "la actividad del hombre opera, a través del medio de trabajo, un cambio en el
objeto de trabajo, ​cambio perseguido desde un principio"​ , extinguiéndose el proceso en
el producto (Marx, 1976, p. 245 [La cursiva es mía]). Pero, aquí, el ​producto ​no es
neutral respecto del productor en la medida en que Marx entiende el trabajo "en una
forma en la que pertenece al hombre“ (Marx, 1976, p. 242). Es un "intercambio material
entre el hombre y la naturaleza" (Marx, 1976, p. 250), un proceso ​previsto ​antes del
cual o, al mismo tiempo, el resultado está al comienzo, aunque de forma ideal, en la
mente del productor. El resultado es, pues, el ​fin, es la realización de lo ideal en el
elemento natural (Marx, 1976, p. 242)9. Es esta caracterización específica de trabajo
humano lo críticamente decisivo en la medida en que se convierte en lo esencialmente
humano. Esto es, en la medida en que el producto es una realización (un fin) pertenece
al productor. Pero, en la medida en que en el proceso se realiza un intercambio, el
productor depende del elemento material y queda determinado por éste. Por tanto, el
productor en el proceso de trabajo se crea a sí mismo, se reconoce y reconoce el
producto como una objetivación de sí mismo.

Tal como queda dicho en el proceso de trabajo está expresada una relación
sujeto-objeto, pero no entendida ​idealmente ​en el sentido de una relación de entes
autónomos —autonomía del sujeto respecto del objeto y viceversa—, ni como una
relación de entidades individuales. La relación, probablemente, habría que entenderla
—tomando en serio la afirmación de Marx de que el ser social determina la
conciencia— como ​productor social y ​producto social​; relación dada dentro de una
totalidad:​ el ser social (Colletti, 1975b, p. 11).

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Esta anticipación que supone Marx como característica del ​trabajo humano es la que nos puede dar la
pista para interpretar no economicistamente el marxismo y dar un nuevo papel a la intervención humana.
En la medida en que la anticipación no es sólo anticipación individual, sino social, podemos ver en ella la
posibilidad del plan, de la acción política como un elemento que incide, no sólo de modo ​inesencial en la
organización social.
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Por tanto, el ​trabajo humano sólo es tal si es trabajo social. Esta afirmación incluye de
hecho y desde el principio las ​relaciones sociales y, por tanto, presupone el ser social
mismo. Así conceptualizado, podemos entender el proceso social —y el histórico—
como una producción y reproducción del ser social —bajo el concepto de organización
social ​concreta d​ el trabajo— y, a la vez, la ​contingencia h
​ istórica del mismo.

En el análisis marxiano del modo de producción capitalista hay, pues, una denuncia
expresada por los mismos conceptos ​económicos o ​ ​técnicos. El Concepto de
explotación ​no es sólo un concepto técnico-económico que expresa una ​transferencia
de tiempo de plustrabajo​'10, sino que también apunta la crítica del mismo en la medida
en que incluye la ​expropiación d ​ el producto y, por tanto un sistema de propiedad que
exige del productor la alienación, la separación entre productor y producto.

De esta forma queda de manifiesto lo ajustado del análisis de Colletti al situar la ​teoría
del valor de Marx en el centro o núcleo de su análisis. Y lo es porque dota de sentido la
​ e la Economía política clásica. Esta, además, permite a Marx ir más allá de los
crítica d
economistas clásicos, cuyos análisis se habían centrado en la determinación de la
magnitud del valor de cambio, al preguntarse por qué el trabajo humano se presenta
como valor de cosas (Colletti, s. f.-a)11.

De lo anterior podemos concluir que cuando hablamos de ​sociedad ​y de ​humano


debemos hablar de ​totalidad ​social, en la cual se hallan tanto las ​ideas c​ omo los
objetos. Pero, tal como aparece planteado en Marx, el centro teórico lo constituye el
concepto de ​trabajo humano como trabajo productivo, es decir, el trabajo dentro de la
organización social concreta del mismo. Así, la relación con el trabajo productivo —por
tanto, con el sistema de propiedad— se convierte en el eje de la experiencia humana y
como tal la determina. La formación de la conciencia política, consiguientemente, está
determinada por el conflicto generado en el mismo proceso productivo, es decir, la
explotación ​se convierte en el elemento decisivo para la formación de la conciencia
política, en la medida en que es el elemento fundamental de la conciencia de clase. Por
tanto, el centro vital tanto del ​hombre c​ omo de la ​sociedad ​lo constituye el ​modo de
producción​, es decir, la organización social del trabajo, el sistema de propiedad. Si esto
es así, la conciencia de una situación de explotación debería determinar una conciencia
política revolucionaria.

10
Por otro lado, hay que señalar que no es un concepto arbitrario, sino que tiene un fundamento en la
sociedad; es decir, lo real es el sustento del concepto, un dato.
11
“[...] la teoría del valor de Marx es su misma teoría del fetichismo [...]; por este elemento se diferencia,
de principio, de toda la economía política clásica” (p. 114)
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Pero, en este punto, surgen los problemas. Convendremos en que la configuración de


la ​experiencia v​ aría históricamente según el desarrollo social y, por tanto, podremos
afirmar que el desarrollo mismo del capitalismo ha generado un nuevo marco de
experiencia ​que incluye ámbitos de experiencias alejados del proceso productivo en su
sentido literal. La aparición de ​nuevos ​sujetos políticos, expresión de conflictos sociales
no reductibles al de clase, puede ser un ejemplo que fortalezca esta afirmación.

Esto me lleva a pensar que falta una respuesta al problema de la formación de la


conciencia. Tal como dice Mouffe,

"el sujeto no es la fuente original de la conciencia [...] sino el producto de una


práctica especifica que opera a través del mecanismo de la interpelación. [...] El
agente social no posee uno sino varios principios de determinación ideológica:
es interpelado como miembro de un sexo, de una familia, de una clase social,..."
(Mouffe, s. f., pp. 118-119).

Si el sujeto es interpelado desde varios frentes, dependerá de la importancia relativa de


los mismos, la conciencia, y la importancia relativa de estos, probablemente,
dependerá de la propia organización social.

El hecho de que la sociedad ​post-industrial h ​ aya generado, antes que una


homogeneización del trabajador, una fragmentación del mismo y, por tanto, una
fragmentación de los intereses políticos —no necesariamente convergentes— y el
consumo de ​tiempo libre,​ el ocio, sólo posible cuando hay ​tiempo disponible p ​ ara el
mismo, determina la importancia del problema de la formación de la conciencia. Por
tanto, si lo que pretendemos es configurar una teoría que presente una articulación de
ciencia y crítica, tendremos que atender al problema de la formación de la conciencia
política. Y esto nos lleva a un nuevo ​sujeto c​ rítico, a una nueva concepción de la praxis
y, consecuentemente, a una nueva comprensión de la naturaleza de los conflictos
sociales.

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