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La interpretación
musical
cAlianza Música
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La interpretación musical
Traducción
de Barbara Zitman
Alianza Editorial
IS o n d W C .
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Título original:
Musical Performance. A Guide to Understanding
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por ]a Ley, que establece
penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjui
cios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o
en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución
artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la pre
ceptiva autorización.
I .os aurores............................................................................................................................. 9
Prelado................................................................................................................................... 13
Indice analitico.................................................................................................................... 21 b
l os autores
Itiiicl Ritterman ha sido directora del Royal College o f Music desde 1993 y
Itie nombrada Dama de la Orden del Imperio Británico en 2002. Ha traba
jólo profesionalmente como pianista solista y acompañante, y se ha especia
lizado en la educación y adiestramiento de intérpretes dotados. Sus temas de
investigación incluyen el desarrollo del conservatorio, la pedagogía instru-
memal y la interpretación histórica. Ha publicado obras sobre compositores
del siglo XIX y ha participado en numerosas conferencias nacionales e inter
nacionales.
¡L
/'/tjtítio 15
ofrece una bibliografía concisa para aquellos que deseen estudiar más profun
damente determinados temas. Esperamos sinceramente que este libro inspire
a los lectores a investigar más sobre la interpretación, bien sea leyendo dete
nidamente otros textos generales sobre su estudio (por ejemplo, mi libro The
Practice o f Performance: Studies in Musical Interpretaron, la obra de Jonathan
Dunsby Performing Music: Shared Concerns o la de Colin Lawson y Robin
Stowell The H istorical Performance o f Music: An Introduction), bien ahondan
do en publicaciones más especializadas. Si realmente este libro ha despertado
el interés por la interpretación y ha proporcionado respuestas para al menos
algunas de las preguntas planteadas anteriormente, entonces habrá cumplido
sin duda su propósito.
Quisiera agradecer a Sarah Smith por elaborar el índice y a Lucy Carolan
por su cuidadosa edición de las copias; a Ruth Milsom y Mark Wells por
preparar las ilustraciones de los capítulos 9 y 12; a mis alumnos de postgrado
del Royal Holloway de la Universidad de Londres por su entusiasmo por el
manuscrito, y a Penny Souster por su acostumbrada paciencia y sabios conse
jos.
J o h n R in k
P R IM E R A PARTE
Conceptos y preconceptos
1 La interpretación a través de la historia
C o l ín L a w so n
La in terpretación en contexto
Yo estaba seguro de que iba a gustar un pasaje que se encuentra justo en medio del
primer Allegro. El público se entusiasmó bastante, y hubo una tremenda ovación...
Como había observado que aquí todos los primeros y últimos Allegros comienzan
con todos los instrumentos a la vez, y generalmente al unísono, comencé el mío
con dos violines solamente, tocando pian o durante los primeros ocho compases, se
guidos inmediatamente de un forte-, el público, como yo esperaba, susurró «¡silen
cio!» durante el suave comienzo, y cuando escuchó el forte, comenzó a aplaudir in
mediatamente2.
El estudio de las músicas del mundo pone en duda la mayoría de las hipóte
sis apoyadas por los intérpretes occidentales, proporcionando por lo tanto un
provechoso sentido del contexto. En muchas culturas, la separación conven
cional entre el intérprete y el público nunca ha existido; mientras el instru
mentista o cantante improvisa, los espectadores responden, bien sea dando
golpecitos con la punta de los pies o los dedos de las manos, bien dando pal
madas, bien cantando o bailando. Los músicos se encuentran tanto en las ca
lles, mercados, ferias o tabernas como en lugares más formales, ya que la mú-
/,t interpretación a través de la historia 21
(¡recia y Roma
Hace cuarenta mil años, el hombre hacía música; las pinturas paleolíticas
descubiertas en la localidad francesa de Ariége muestran la imagen de un
hombre con una máscara de animal rascando un arco musical ante un públi
co formado por renos. Para la época clásica, la música despertaba el interés
de los grandes filósofos, al tiempo que invitaba a una amplia participación ri
tual. Escritores como Platón y Aristóteles consideraban que la formación
musical era de gran valor educativo. La relación entre música y poesía exigía
respuestas profundas al intérprete y al oyente que hoy en día no se pueden
recrear mediante una mera lectura de las fuentes que se han conservado. El
canto coral era particularmente importante, con frecuencia incorporaba dan
zas y siempre estaba acompañado por profesionales que tocaban instrumen
tos de viento y de cuerdas. El ritual formaba parte esencial de la interpreta
ción, ya que los coros cantaban en honor a los dioses o celebrando a hombres
famosos o atletas victoriosos. Aunque es poca la música que ha llegado hasta
nosotros, se han conservado tratados teóricos de Aristoxeno (siglo IV a.C.),
Ptolomeo (siglo II a.C.) y otros. Podemos conjeturar que la música griega era
fundamentalmente homofónica y que las voces cantaban juntas al unísono o
a la octava. Los romanos también tenían música litúrgica y otras músicas de
carácter público, música militar y canciones de trabajo, asimilando las in
fluencias de los países que conquistaban. Los intérpretes de instrumentos de
viento participaban en los rituales de sacrificio, en parte para alejar a los espí
ritus malignos e invocar a las deidades benignas; fueron representados con
frecuencia en relieves y eran muy respetados. Las festividades en honor a los
dioses se acompañaban de música procesional, que en el caso de Dioniso po
día ser desenfrenada y orgiástica. En la música militar, los trompetistas ejecu
taban señales establecidas y tocaban durante las marchas y ceremoniales; en
combate, sus sonidos estaban ideados para alentar a las tropas y confundir al
enemigo. Las canciones tradicionales proporcionaban un acompañamiento
rítmico para ciertas actividades como remar, cosechar y tejer, y se agrupaban
en géneros como nanas, canciones infantiles, canciones de cumpleaños y de
/,/ niti'r/>retucíón a través de la historia 23
/it iglesia.
M úsica p ro fa n a
I ii ép oca b arroca
tor importante a este respecto fue que la agrupación dirigida por Lully en la
corte de Luis X IV había sido especialmente famosa por su disciplina y unani
midad, y estableció los instrumentos de cuerda como una base para la or
questa. Poco después surgió en Italia un nuevo tipo de escritura virtuosa para
cuerdas, ejemplificada por el violinista-compositor romano Arcangelo Corelli.
E l periodo clásico
Durante la segunda mitad del siglo X V III, la música llegó a difundirse regular
mente a través de las ediciones publicadas. Incluso los textos fiables sólo ofre
cen una idea parcial de lo que se interpretaba originalmente, ya que los ins
trumentistas y cantantes seguían aportando una parte importante. Sin
embargo, los principales tratados de Quantz, Leopold Mozart y C. P. E.
Bach abarcan muchos aspectos de la práctica contemporánea. En ellos se es
tablece un paralelismo cercano entre la música y el lenguaje, y se valora espe
cialmente la habilidad del intérprete para emocionar al público. Las condi
ciones sociales favorecieron el auge del concierto público, que al principio
floreció en lugares pequeños, fomentando un estilo interpretativo claro e ín
timo. En las reseñas, las descripciones del nivel de calidad de los conciertos
son sumamente difíciles de interpretar. Un ejemplo famoso es la descripción
que hace Charles Burney de la orquesta de Mannheim como un ejército de
generales, tan capaz de planificar una batalla como de pelear en ella; luego
matizó su entusiasmo con una crítica a la afinación de los vientos, cuya aspe
reza era un problema orquestal universal5. Basándose en razones que ahora
consideraríamos mezquinas, una reseña notable de 1785-1786 de la orquesta
de Lyon señala que el director no tenía inteligencia, ni tampoco un estilo in
terpretativo preciso, y que había ausencias no autorizadas entre sus colegas.
La mayoría de los conciertos (a diferencia de la ópera) generalmente podía
contar con un solo ensayo, y a veces no había ninguno. En los programas se
valoraban especialmente la variedad y la novedad, y se combinaba música so
lista, de cámara y orquestal. Por ejemplo, el 25 de noviembre de 1781, el
concierto inaugural de la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig incluía una
sinfonía de Joseph Schmitt, un himno de Reichardt, el Concierto para violín
de Berger, un cuarteto de un autor desconocido actualmente, una sinfonía de
J. C. Bach, un aria de Sacchini y una sinfonía de E. W. Wolf.
En su obra A General History o f Music, Burney describe la sed de música
nueva que había en su siglo:
I m i I.i , guisantes o tréboles: y tal año estuvo sin cultivar. Pero n o queda n in g u n a de
«ii1« produ cciones, salvo quizá una pequeña parte de la cosecha del añ o pasado y las
«im illas y malas hierbas qu e ahora cu bren su su p erficie6.
Uim excepción importante a esta regla general fue, por supuesto, la populari-
ilrtil que nivo Haendel en Inglaterra hasta mucho después de su muerte. Para
( l i l i l í e s del siglo, empresarios como Salomon, quien contrató a Haydn para
pienu ión literal de la música de Bach y Haendel no refleja las intenciones del
i iimposiior9. A la inversa, cada vez más músicos consideraban que los estilos
Interpretativos contemporáneos no se adecuaban necesariamente a la música
ilr »‘pocas anteriores. Músicos como Arnold Dolmetsch fueron pioneros de la
HMU iniciación histórica que tuvo gran aceptación durante el siglo XX . Sus
lUtividades fueron oportunas, ya que la gran influencia de la dirección or-
llIlt'Miil de Wagner había hecho que la música de las generaciones anteriores
tonara más como la suya propia, reemplazando los elementos verbales de la
Interpretación por elementos pictóricos.
I\l ligio xx
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I Véase Christopher Small, Musicking, Hanover, NH, y Londres, Wesleyan University Press,
1998, para un análisis estimulante de las relaciones entre el público y los intérpretes.
( larta dirigida el 3 de julio de 1778 en París a Leopold Mozart, Salzburgo; Wolfgang Ama
deus Mozart, The Letters o f M ozart an d His Family, 3a ed., Emily Anderson (trad, y ed.),
Stanley Sadie y Fiona Smart (rev.), Londres, Macmillan, 1985, p. 558.
V Reproducido en Michael Forsyth, Buildings fo r Music, Cambridge, Mass., MIT Press, 1985,
p. 229.
•1 . Julius Levin en D ie M usik (1926), citado por Joseph Szigeti, Szigeti on the Violin, Londres,
( Cassell, 1969, p. 176.
1, C’liarles Burney, The Present State o f Music in Germany, the Netherlands, an d IM ited Provinces
117731, Nueva York, Broude Brothers, 1969, pp. 95-97.
( 1. Charles Burney, A General History o f Music, 4 vols.. Londres, Charles Burney, 1776-1789,
vol. II, p. 3 8 0 .’
/. Véase Pamela Poulin, «A view of eighteenth-century musical life and training: Anton Stad
lers “Musick Plan”», Music & Letters 71 (1990), pp. 215-224.
M. ). F. Schubert, Neue Singe-schide, Leipzig, Breitkopf & Härtel, 1804, p. 138.
9, F.bcnezer Prout, «Additional accompaniments», en George Grove (ed.), A Dictionary o f Mu
sic an d Musicians, 4 vols., Londres, Macmillan, 1879-1889, vol. I, p. 30.
III. Citado por Allan F. Moore, The Beatles: Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, Cambridge,
Cambridge University Press, 1997, p. 59.
I I. Serge Dorny, «Vital Signs», BBC Music M agazine (octubre 1999), pp. 53-54.
I.’ . Paul Hindemith, A Composer's World, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1952,
pp. 170-171.
I V Richard Taruskin, Text and Act: Essays on Music and Performance, Nueva York y Oxford, O x
ford University Press, 1995, p. 98.
M. Margaret Bent, «“Authentic” listening?», Early Music 25 (1997), p. 567.
I S. ( Comentario sobre la grabación realizada por The Hanover Band de la Primera sinfonía y el
Primer concierto para piano de Beethoven, Nimbus 5003 (1982).
Hi. Donald Jay Grout, «On historical authenticity in the performance of old music», en Jacob
Maurice Coopersmith (ed.), Essays on Music in Honor o f A rchibald Thompson Davison, Cam
bridge, Mass., Harvard University Press, 1957, p. 346.
I c( /itras complementnrias
Umwn, Howard Mayer, y Stanley Sadie (eds.): Performance Practice, 2 vols., Londres,
Macmillan, 1989.
I l.iskell, Harry: The Early Music Revival: A History, Londres, Thames and Hudson,
1988.
Kenyon, Nicholas (ed.): Authenticity an d Early Music, Oxford y Nueva York, Oxford
University Press, 1988.
34 l a ¡Hterpretaciàn m usigli
Interpretación»
Lectura de la partitura
i II'.m p l o 2 . 1 (a) John Dowland, «Lachrimae», compases 1-2, con realización en el sistema
superior (© Faber Music Ltd., 1974, 1978, 1981. Reproducido con permiso
de Faber Music Ltd. de The Collected Lute Music o f John Dowland, 3 a
ed„ transcrito y editado p or Diana Poulton y Basil Lam ); (b) Heinrich Bi-
ber, «Sonata del Rosario» num. 7 («La flagelación de Cristo»), compases 1-2;
(c) John Cage, Water Walk, principio (Edición Peters núm. 6771; © Hen-
mar Press Inc., Nueva York, 1961. Reproducido en nombre de los editores
con la am able autorización de Peters Edition Limited, Londres).
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3# _____________________________ L a interpretación m usical
EJEMPLO 2 . 2 J. S. Bach, Gavota II, «Overture nach Französischer Art» B W V 831, com
pases 1-10.
debía alargar sutilmente la primera corchea de cada par (notes inégales), aun
que su valor escrito fuese el mismo en apariencia.
Muchos elementos, incluso en una pieza bastante simple de música para
teclado, presuponen cierto sentido del contexto. El Ejemplo 2.2 muestra la
segunda Gavota de la «Ouverture nach Französischer Art» (Obertura en el
estilo francés) BW V 831 de J. S. Bach. Esta Obertura (que en este caso signi
fica Suite) fue una de las pocas obras que Bach publicó durante su vida. Apa
reció en 1735 en la Parte II del Clavierübung (Estudio para teclado), cuya
portada especifica que fue escrita para «clave con dos manuales». La indica
ción piano que aparece al principio del primer compás tiene un significado
importante, ya que con ella el compositor indica que ha de tocarse en el ma
nual superior, cuyos martinetes pulsan un solo juego de cuerdas afinado a 8'
y cuyo sonido corresponde a la nota escrita. En contraste, la Gavota I (que
precede y sigue a la Gavota II, como en la relación entre el minueto y el trío)
está marcada forte, indicando que se debe tocar en el manual inferior con sus
dos juegos de cuerdas, probablemente enriquecido incluso con un tercer jue
go (a 4') afinado a una octava por encima. Evidentemente, esta alternancia
de manuales crea un contraste dinámico entre las dos gavotas pero, más que
eso, produce un cambio significativo de timbre.
En la época, este instrumento habría estado «bien temperado». En otras
palabras, no estaba afinado según el «temperamento igual», que constituye la
manera habitual de resolver un problema fundamental en los instrumentos
de teclado moderno, a saber, que el «círculo» de quintas acústicamente puras
no regresa exactamente al punto de partida. En el siglo X V III, la solución pre
ferida consistía en una gama de temperamentos circulares en los que algunas
lición h istórica y e l in térp rete m oderno 39
(t iimi il< las armonías lejanas. Como consecuencia, cada tonalidad posee un
t ii ii ici propio. Existen muchas instrucciones bastante detalladas del siglo
'iii sobre cómo establecer diversos temperamentos circulares. Determinar
. ii il ri.i exactamente el que Bach prefería es cuestión de conjeturas, pero to
llos lus temperamentos circulares comparten ciertos principios generales. Un
tltt f i l o práctico bastante fiable para imaginar el efecto de estas afinaciones
>i i misidcrar que cada nota del teclado está afinada adecuándose a su forma
ni i-, imple, es decir, la que sea inferior según el orden de aparición de las al-
............ íes; de ahí que la nota inmediatamente por encima del Fa en el tecla-
ilo tonará mejor cuando funcione como un Fa# que como un Solk, y así su-
1 i niv.miente. Por lo tanto, el acorde de Re mayor — la tónica de la Gavota
Recitativo
¿Cómo aprendían estos principios los intérpretes del siglo X V III? Los
aprendían de sus maestros, sencillamente al escuchar a sus colegas, de los tra-
udos y de los ejemplos escritos. ¿Cómo los asimilamos hoy en día? De ma
nera directa, sólo de las últimas dos fuentes (e indirectamente de dichas
lilentes tal y como las interpretan nuestros maestros o intérpretes favoritos).
I ,as apoyaturas de este tipo fueron descritas, por ejemplo, por Francesco Gas-
p.irini en su obra L ’armonico pratico a l cím balo (Venecia, 1708 ) 1. Un análisis
uin más detallado puede encontrarse en la traducción profusamente comen-
lada que hiciera Johann Friederich Agrícola del tratado sobre canto de Pier
I rancesco Tosi8. Alessandro Scarlatti solía escribir exactamente las notas que
i|iiería que se cantasen en las cadencias como la que concluye el recitativo del
Ejemplo 2.4. El aria que le sigue supone un conocimiento similar de las con
venciones — particularmente las relacionadas con la ornamentación. Éstas
lambién son analizadas por Tosi (y Agrícola), pero existen algunos fascinan-
les ejemplos de arias operísticas ornamentadas por el propio Haendel9.
¿Quién debería cantar esta música? En su producción de 1731, Haendel
.isignó el papel protagonista de Rinaldo al famoso castrato Francesco Bernar-
tli, conocido como Senesino. Pero la parte de Argante (otro papel masculino)
era cantada por la contralto Francesca Bertolli. Actualmente, los papeles
masculinos de voces agudas tienden a ser asignados a falsetistas (contrateno-
res). El contratenor operístico es un invento del siglo X X — una solución in
necesaria al problema de la ausencia de castrati. Cuando Haendel se encon-
iró en una situación similar (es decir, cuando no encontraba castrati que
fueran suficientemente buenos), simplemente asignaba el papel a la mejor
42 L a interpretíH'ián m usical
II instrumento «apropiado*
l n este punto, quiero examinar el parámetro más obvio de los descritos ante-
i mí mente — la elección del instrumento— y considerar su importancia
tumo parte esencial de un conocimiento riguroso de la música escrita antes
di' nuestra época. Esto a su vez nos conduce a otra pregunta: ¿Hasta qué
punto los intérpretes deberían tener libertad para hacer caso omiso de (o se-
tpúr desconociendo) la información históricamente verificable sobre cómo
sonaba originalmente la música que tocan?
l'J interés por los instrumentos históricos se vio impulsado por la convic-
i ion de que la mejor manera de tratar la música de épocas anteriores es recrean
do los timbres instrumentales previstos por el compositor (en la medida en
que éstos se puedan establecer). Existe, claro está, un punto de vista alterna-
livo, que encontró su expresión más elocuente en los años 1870, cuando
l’liilipp Spitta afirmó que el pianoforte moderno «flotaba en la mente de
bach» , Spitta, incapaz de apreciar la belleza de un buen clave alemán del si-
l'Jo XVIII ( y que quizá nunca pudo escuchar uno en condiciones), estaba con
vencido de que la concepción intelectual de Bach iba por delante de la tec
nología instrumental — en otras palabras, que sus obras para teclado sólo
lueron reconocidas cuando surgió un instrumento digno de ellas.
De hecho, es interesante especular sobre cuál habría sido la reacción, por
ejemplo, de Mozart, ante un piano de mediados del siglo X IX , o incluso ante
un Steinway moderno de nueve pies. Puede que hubiera pensado (a la mane
ta de Spitta): «éste es el instrumento de mis sueños; es lo que realmente que
ría para mis conciertos», o en cambio, «si tan sólo hubiera conocido este ma
ravilloso instrumento, habría compuesto alguna música para él». Por otra
parte, puede que lo hubiera rechazado como un producto poco refinado y
más bien vulgar de una sociedad industrializada. No podemos saber con cer
teza cuál de estas reacciones (en caso de que fuera una de ellas) es la que ha
bría provocado el piano en Mozart — pero sí sabemos que le entusiasmaron
los fortepianos que conoció a finales de la década de 1770. Este hecho en sí
mismo debería ser más que suficiente para que cualquier intérprete que quie
ta tocar las obras de Mozart las tenga muy en cuenta.
Lo primero que uno nota cuando se ejecuta una obra de Mozart en un
instrumento de los que él conoció y amó es que la imagen generalizada de su
música como una expresión clásica de discreción y elegancia tiende a desva
necerse con bastante rapidez. Incluso una obra como el Concierto para piano
L a interpretación m usical
EJEMPLO 2.5 Mozart, Concierto p ara pian o en Si\> mayor K. 450, prim er movimiento,
compases 71-78 (piano y reducción orquestal).
Piano
Orquesta
I tt interpretación histórica y el intérprete moderno 45
cu Sib mayor, K. 450, que parece evocar un mundo de dramma giocoso al es
tilo de Figaro, utiliza los recursos del piano al máximo. El Ejemplo 2.5 co
mienza con el punto en el que el piano expone una idea delineada anterior
mente en los compases iniciales en un hermoso diálogo entre los vientos y las
cuerdas.
C'uando la parte solista alcanza la cadencia en el compás 86 (donde las
i uerdas realizan una transición de un compás a la relativa menor), se expan
de hasta abarcar el ámbito completo de cinco octavas (Fa ] a Fa’") del instru
mento de Mozart. Además, el sonido transparente del instrumento conviene
unto a las dobles terceras, tan predominantes en este ejemplo, como a las li
geras semicorcheas.
El manuscrito autógrafo de la Sonata en Mil» mayor Hob. X V I:4 9 de
I laydn asigna la obra al «Forte-piano» — siendo la primera sonata que el
compositor describe de esta manera. Además, en tres cartas que le escribió a
Maria Anna von Genzinger durante la época en que completó la sonata, en
junio de 1790, deja bastante claro que la había compuesto con un instru
mento específico en mente:
He escrito esta Sonata para Vuestra Alteza hace un año, y sólo el Adagio es bastante
reciente; recomiendo que preste especial atención a este movimiento, ya que con
tiene muchas cosas que analizaré para Vuestra Alteza cuando llegue la ocasión; es
bastante difícil pero está lleno de sentimiento. Es una pena, sin embargo, que Vues
tra Alteza no tenga un fortepiano de Schantz [sie], ya que con él podría lograr un
resultado doblemente eficaz n .
Es una pena que Vuestra Alteza no posea un fortepiano de Schantz [sic\, en el que
todo se expresa mejor. He pensado que Vuestra Alteza podría traspasar su clave
[Flügl\, que aún está en buenas condiciones, a Fräulein Peperl, y comprar uno nue
vo. Vuestras hermosas manos y su habilidad de ejecución se merecen eso y mucho
más. Sé que he debido componer esta Sonata de acuerdo con las capacidades de su
teclado [Clavier], pero me ha sido imposible porque ya no estoy acostumbrado a
él... 13.
EJEMPLO 2.6 Haydn, Sonata en Mi\> mayor Hob. XVI:49, segundo movimiento, compases
1- 16.
Adagio e cantabile
I </ Interpretación histórica y el intérprete moderno 47
Sin embargo, casi todas las características específicamente pianísticas son más
sutiles — cuestiones del tipo de fraseo cantabile en el que destacaba el forte
piano (véase el Ejemplo 2.6). No obstante, para una persona suficientemente
decidida, esta sonata podía tocarse en un clave.
Como hemos visto, Haydn le recomendó a la buena amiga para quien
había escrito la Sonata en Mib que adquiriera un instrumento más apropiado
(en este caso, uno más moderno). Podríamos imaginarnos a Haydn adaptan
do su carta y su recomendación a nosotros. Al fin y al cabo, se justificaría
igualmente que le señalara a los pianistas del siglo XXI que un instrumento li
gero como los de Schanz le vendría mejor a la sonata que un Steinway, cuyo
mecanismo es mucho más pesado. Y, como en el ejemplo de Mozart citado
.ulteriormente, el sonido más transparente de un fortepiano vienés de finales
del siglo XVIII es mucho más conveniente para las terceras que predominan
en esta sonata. A. Peter Brown comenta:
las diferencias entre el clave y el fortepiano del siglo XVIII no son, n¡ con mucho, tan
pronunciadas como la disparidad entre un Steinway o Bosendorfer moderno y el
antiguo fortepiano Stein o Walter. Los instrumentos fabricados en Alemania y Aus
tria durante el siglo XVIII tenían una articulación brillante y seca que poco tiene que
ver estéticamente con los grandes pianos ingleses, de sonido grueso y oscuro, que
son los verdaderos antecesores del instrumento moderno 14.
Esta ruptura de la relación con la orquesta, como hemos visto, se estaba preparando
hace tiempo. El arte pianístico moderno quiere retar a la [orquesta] sinfónica y so-
48 L a interpretación m usical
EJEMPLO 2.7 Beethoven, Tercer concierto p ara piano op. 37, segundo movimiento, compa
ses 1-12 (sólo la parte de piano).
bresalir mediante sus propios recursos; ello puede explicar la reciente extinción de
los conciertos para piano... Sin duda sería una pérdida, en caso de que el concierto
para piano y orquesta llegara a ser completamente obsoleto; pero, por otra parte,
difícilmente podemos contradecir a los pianistas cuando afirman: «No necesitamos
ninguna ayuda, nuestro instrumento puede bastarse por sí mismo». De manera que
debemos esperar con confianza al genio que nos mostrará una forma nueva y bri
llante de combinar la orquesta y el piano, de modo que el autócrata al teclado pue
da revelar la riqueza de su instrumento y su arte, mientras la orquesta, más que una
mera espectadora, incrementa el conjunto artístico con sus numerosas capacidades
expresivas17.
A los que escuchan por primera vez un piano antiguo les resulta muy fácil
advertir que es incapaz de hacer lo que un gran cola de nueve pies hace ma
ravillosamente. Ver más allá de esto, sin embargo, proporciona grandes re
compensas — escuchar su flexibilidad dinámica, sus gradaciones tonales y su
brillante agilidad, que explican el entusiasmo que sintieron Mozart, Haydn y
Beethoven por el instrumento.
I ii interpretación histórica y el intérprete moderno 49
t Jna vez que hemos aceptado que las intenciones de Haydn (o cualquier otro
uimpositor) se realizarán probablemente de la mejor manera en los instru
mentos para los que fueron concebidas sus obras, existe otra pregunta prácti-
i .1 y pertinente que debemos confrontar como músicos del siglo X X I: ¿hasta
qué punto deberíamos esforzarnos por adaptar los instrumentos a los reper-
lorios? Después de todo, Haydn recomienda no sólo un fortepiano vienés,
■ino los instrumentos de un constructor en particular. Sin embargo, para la
época en que compuso su siguiente y maravillosamente exuberante Sonata
i (l Mib mayor Hob. X V L 52 en 1794, le habían cautivado los instrumentos
que había conocido en Inglaterra de John Broadwood y sus contemporáneos,
que eran más robustos, con mecanismos más pesados y de sonido más rico.
( úando Haydn regresó a Viena en 1795 después de su segunda visita a In
glaterra, trajo consigo un nuevo «Grand piano Forte» de Longman y Brode-
lip (cuyo ámbito se extendía hasta el d o''”). De modo que, ¿debemos supo
ner que las tardías sonatas «inglesas» le estaban vedadas a Maria Anna von
( ienzinger (muy poco después de haber convencido a su marido para que in
virtiera en un Schanz) y debían ser evitadas por los fortepianistas que no tu
viesen acceso a un piano de estilo inglés de finales del siglo XVIII? En reali
dad, las últimas tres sonatas de Haydn no sobrepasan el ámbito de los
instrumentos vieneses (aunque lo explotan al máximo), de modo que quizá
I laydn quería asegurarse de que esas obras, por más que hubiesen estado ins
piradas en la sonoridad del piano inglés, siguieran siendo accesibles para sus
compatriotas.
Beethoven proporciona una interesante analogía, ya que sus composicio
nes para piano abarcan el período de mayores cambios de la historia del ins
50 L a interpretación m usical
(loriadas de muchas de sus sonatas para piano indican piano o clave como al-
tci nativas (aunque eso se debe más bien a las prioridades comerciales del edi-
toi que a una sincera flexibilidad por parte del compositor).
l a evidente disposición de estos compositores a adaptarse a las circuns
tancias debería ser un incentivo para los intérpretes modernos. Al menos en
licitas ocasiones, ellos estaban preparados para contemplar sustituciones
t liando el instrumento que tenían en mente para una obra en particular no
rst.iba disponible. Sin embargo, esa actitud realista no es lo mismo que la in-
ililerenda, y no puede utilizarse para justificar un incumplimiento total de
las i11 tenciones del compositor en cuanto a las alternativas instrumentales.
Además, sería una locura, ya que para participar de la esencia de las obras del
pasado es fundamental que nos acerquemos — literalmente— lo más posible
a su mundo sonoro. (Por desgracia, los límites de este ensayo no nos permi
ten considerar la falacia de que para lograr algo parecido al efecto original
li.ibría que aumentar los decibelios y timbres para los oídos acostumbrados a
los espectaculares conciertos actuales.)
( nncltisián
N otas
1. Respectivamente, Maurice Ravel, citado pot Marguerite Long, At the Piano with M aurice
Ravel, Londres, Dent, 1973, p. 16; Igor Stravinsky, Autobiography, Nueva York, Simon and
Schuster, [1936]; Nueva York, Norton, 1962, p. 75. Long también cita el siguiente diálogo
entre Ravel y Toscanini: Ravel — «Ése no es mi tempo»— , Toscanini — «Cuando toco su
tempo, la pieza resulta ineficaz»— , Ravel — «Entonces, no la toque»— , op. cit., p. 18.
2. Otras definiciones son: «Explicar, acertadamente o no, acciones, dichos o sucesos que pue
den ser entendidos de diferentes modos» (RAE); «Atribuir cierto significado a una expresión
o a otra cosa», «Particularmente, dar forma el artista, reflejando en ello su personalidad, a lo
que copia, reproduce o ejecuta» (María Moliner: Diccionario de uso del español).
3. François Couperin, L’A rt de toucher le clavecin, Paris, François Couperin, 1717, p. 39.
4. Giuseppe Tartini, Trattato d i música secondo la vera scienza deliarm onia , Padua, Seminario,
1754, p. 100, citado por Mark Lindley, «La “Pratica ben regolata” di Francescantonio Va-
llotti», Rivista Italiana d i Musicología 16 (1981), p. 72.
I it interpretación historien y el intérprete moderno 53
5. Para un punto de vista contrario, véase: Rudolf Rasch, «Does “well-tempered” mean “equal-
tempered?”», en Peter Williams (ed.), Bach, Handel, Scarlatti: Tercentenary Essays, Cambrid
ge, Cambridge University Press, 1985, pp. 293-310.
6. Citado por Hans T. David y Alfred Mendel (eds.), The New Bach Reader, revisado y amplia
do por Christoph Wolff, Nueva York y Londres, Norton, 1998, p. 156. Véanse también la
entrada «harpsichord» en Malcolm Boyd (ed.), Oxford Composer Companions: J . S. Bach,
Oxford, Oxford University Press, 1999, pp. 207-208 ; John Koster, «The quest for Bach’s
Clavier: an historiographical interpretation», Early Keyboard Journal 14 (1996), pp. 65-84; y
Sheridan Germann, «The Mietkes, the Margraves and Bach», en Peter Williams (ed.), op.
cit., pp. 119-148.
7. Traducido al inglés por Frank S. Stillings y Donald L. Burrows, The Practical Harmonist at
the Harpsichord, New Haven y Londres, Yale University Press, 1963.
8. Johann Friedrich Agricola, Anleitung zur Singekunst, Berlin, Winter, 1757; para el uso de las
apoyaturas en los recitativos, véase la traducción inglesa de Julianne C. Baird, An Introduc
tion to the A rt o f Singing by Johann Friedrich Agricola, Cambridge, Cambridge University
Press, 1995, pp. 174 ss.
9. Véanse George Frideric Haendel, Three Ornamented Arias, Winton Dean (ed.), Londres,
Oxford University Press [c. 1976]; y Winton Dean, «Vocal embellishment in a Handel
aria», en H. C. Robins Landon (ed.), Studies in Eighteenth-Century Music, Londres, Allen &
Unwin, 1970, pp. 151-159.
10. Carl Dahlhaus, Foundations o f Music H istory,J. B. Robinson (trad.), Cambridge, Cambridge
University Press, 1983, pp. 4 ss.
11. Philipp Spitta, Johann Sebastian Bach, Clara Bell y J. A. Fuller-Maitland (trad.), 2 vols.,
Londres, Novello [1884-1885]; Nueva York, Dover, 1951, vol. II, p. 44.
12. Carta escrita en Esterháza el 20 de junio de 1790 a Maria Anna von Genzinger, Viena;
H. C. Robbins Landon, Haydn, Chronicle an d Works, vol. II: Haydn a t Esterháza 1766-
1790, Londres, Thames and Hudson, 1978, pp. 743-744.
13. Carta escrita en Esterháza el 27 de junio de 1790 a Maria Anna von Genzinger, Viena;
ibid., p. 74 5 . He cambiado la traducción que hace Landon del término Clavier c orno «pia
no» por «teclado»; según A. Peter Brown {Joseph Haydns Keyboard Music: Sources an d Style,
Bloomington, Indiana University Press, 1986. p. 146), «Haydn utiliza el término Clavier
en un sentido genérico». Véase el texto original en Dénes Bartha y H. C. Robbins Landon
(eds.), Joseph Haydn: Gesammelte B riefe und Aujzeichnungen, Kassel, Barenreiter, 1965,
p. 242.
14. A. Peter Brown, op. cit., p. 171.
15. No es fácil determinar cuál era exactamente el instrumento que Beethoven tenía en mente
en este caso. Dado que el último movimiento asciende hasta d o "" (en los compases 346-
349), el candidato más probable es un Erard del tipo que adquirió en 1804 (después de la
primera interpretación del op. 37 en abril de 1803). Sin embargo, ya había otros instrumen
tos de ese tipo en Viena.
16. Citado por Leon Plantinga, Beethovens Concertos, Nueva York y Londres, Norton, 1999,
pp. 143-144.
17. Citado por León Plantinga, Schumann as Critic, New Haven, Yale University Press, 1967,
p. 204.
18. Carta escrita en Mannheim el 3 de diciembre de 1778 a Leopold Mozart, Salzburgo; Wolf
gang Amadeus Mozart, The Letters o f M ozart and His Family, 3 a ed., Emily Anderson (trad,
y ed.), revisado por Stanley Sadie y Fiona Smart, Londres, Macmillan, 1985, p. 638.
19. Carta escrita en Viena el 30 de septiembre de 1786 a Sebastian Winter, Donaueschingen;
ibid., p. 900.
54 L a interpretación m usical
20. Sería absurdo, por ejemplo, considerar el hecho de que en 1778 Mozart interpretó sus Va
riaciones sobre un Minueto de J. C. Fischer K. 179 en medio de un frío glacial ante un pú
blico apático en París como estímulo para reproducir esas condiciones al interpretar esa obra
hoy en día. Véase la carta que escribió Mozart el 1 de mayo de 1778 en París a su padre
Leopoldo en Salzburgo, en ibid., p. 531.
21. Véase Peter Kivy, Authenticities: Philosophical Reflections on M usical Performance, Ithaca y
Londres, Cornell University Press, 1995.
22. Richard Taruskin, «The pastness of the present and the presence of the past», en Nicholas
Kenyon (ed.), Authenticity and Early Music, Oxford y Nueva York, Oxford University Press,
1988, p. 140.
I ,,i confusión y la controversia tienden a reinar cada vez que se utiliza el tér
mino «análisis» en relación con la interpretación musical. Algunos estudiosos
tonsideran que el análisis «está implícito en lo que hace el intérprete», por
m;is «intuitivo y asistemático» que sea', mientras que para otros, los intérpre-
Ics deben emplear el análisis teórico riguroso de los «elementos paramétricos»
ilc la obra para poder sondear su «profundidad estética» 2. Indudablemente,
la interpretación musical requiere la toma de decisiones — conscientes o no—
en cuanto a las funciones contextúales de determinadas características musi-
i ales y la manera de proyectarlas. Incluso el pasaje más sencillo — por ejem
plo, una escala o una cadencia perfecta— estará formulado según la manera
en que el intérprete considere que dicho pasaje encaja dentro de una pieza
ilcterminada y las prerrogativas expresivas que le conceda. Tales decisiones no
son necesariamente intuitivas y asistemáticas: la mayoría de los intérpretes
examinan meticulosamente cómo «funciona» la obra y cómo superar sus di
versos retos conceptuales. Ese proceso es analítico en muchos sentidos, pero
es necesario explicar en qué consiste.
El objetivo de este capítulo es examinar la dinámica que existe entre los
pensamientos intuitivo y consciente que caracteriza potencialmente al proce
so analítico en relación con la interpretación. Después de examinar algunos
escritos en torno a este tema, describiré un método de análisis que puede be
neficiar a los intérpretes en lugar de constreñirlos3. Dicho método será ilus-
trado en un estudio de caso del Nocturno en Do# menor op. 27 núm. 1 de
( 'hopin.
56 L a interpretación m usical
finio y m étodo
A pesar de las muchas discrepancias entre los estudios publicados, el análisis re-
lili iun.ido con la interpretación puede dividirse en dos categorías principales:
I nmpás 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13
Compás 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25
11( ,l ha 3 .1 (b) Gráficos de las fluctuaciones de dinám ica y tempo en dos interpretaciones
,1, /l'reludio en M i menor op. 2 8 núm. 4 de Chopin (sólo la mano derecha; las unidades del
■/r vertical son arbitrarias pero parten de un cero real), reproducido de Eric Clarke, «Ex-
/•ir\iion in perform ance generativity, perception a n d semiosis», en Joh n Rink (ed.), The
IViaicc ot Performance: Studies in Musical Interpretation, Cambridge, Cambridge Uni
versity Press, 1995, p. 32.
60 L a interpretación m usical
i ii ’ il'i O 3.1 Mozart. Sonata p ara pian o en Do mayor K 545, prim er movimiento, (a)
compases 1-2; (b) compases 69-73.
Allegro
i |i m it o 3.2 Chopin, Nocturno en D oi menor op. 2 7 núm. 1; (a) compases 1-7; (b)
compases 2 9 -3 2 ; (c) compases 45 -5 2 ; (d) compases 53-56; (e) compases 65-
68; (f) compases 73-77; (g) compases 78-84; (h) compases 94-101.
% l » *% k * %í * *4 «
6 4 _________________________________________________ l,g interpretation m usical
e je m p l o 3.2 (Continuación)
(»<///v/.v y (¿o?) interpretación 65
Adagio
66 ___________ L a interpretación musical
Una de las primeras tareas analíticas «deliberadas» que puede abordar el in
térprete es determinar la forma de la música y su base tonal. La mayoría de
los músicos saben lo que es una forma binaria o ternaria, la forma sonata, la
forma rondó, etc., y puede ser útil analizar una obra en esos términos desde
el principio, seguido quizá de una descripción más detallada y personal que
destaque las principales secciones y subsecciones, el esquema tonal y otras ca
racterísticas. Sin embargo, este tipo de diagrama no tiene más valor musical
que un circuito eléctrico impreso, a no ser que uno comprenda sus símbolos
arquitectónicos en términos diacrónicos, es decir, en términos de tiempo y
proceso (sucesión de hechos en el tiempo). Esto es especialmente importante
para el intérprete por las razones expuestas anteriormente.
La estructura del Nocturno de Chopin es relativamente sencilla, como
demuestra la Figura 3.2. Está en forma ternaria, A-B-A' más coda, con una
división de la sección B en dos partes, definida por la melodía «con anima»
en Reb mayor, el equivalente enarmònico de la tónica mayor (véase el Ejem
plo 3.2e). La tonalidad de Reb mayor se ha alcanzado mediante una modula
ción desde Do# menor (sección A) pasando por Mi mayor a la dominante
(escrita como Lab mayor en el Ejemplo 3.2c), que actúa como un pivote im
portante en la sección B y la pieza en general. Después de una melodía nueva
que aparece en el compás 65, y de la ruptura de los compases 78-80, regresa
brevemente la dominante, que se mantiene hasta la repetición abreviada 16 de
la sección A.
Una vez más, la manera en que los intérpretes conciben el Nocturno no
debe corresponderse necesariamente con esta descripción «rigurosa». Los pia
nistas tienden en cambio a sentir las diversas áreas tonales como centros de
gravedad que atraen o repelen el flujo de la música — áreas que serán subra
yadas según su importancia, mereciendo menos énfasis (en la dinámica y la
extensión temporal) la tonalidad transitoria de Mi mayor, por ejemplo, que
la consecutiva dominante, que aparece en el clímax.
Imílis is y (¿oí) interpretación ___________________________________ __________ 6 7
locción A B a '
Compás 1 3 19 27 29 65 83 84 86
i — lll-V =l V i
l KiURA 3.2 Chopin. Nocturno en Do$ menor, op. 2 7 núm. 1: esquema fo rm a l y tonal
FIGURA 3.4 Dinámicas del Nocturno en Dot menor op. 27 núm. 1 de Chopin.
L a interpretación musical
Iiililisif y interpretación 71
Aunque resulta difícil idear una metodología general para el análisis melódi-
i o, puede ser instructivo trazar contornos melódicos en un papel sin las figu-
i . i s de las notas, sus plicas, cabezas y otros elementos que distraen nuestra vis-
música, y un gráfico literal del contorno melódico, que abarque pasajes bre
ves o extensos (que en este último caso probablemente representen sucesivas
iliuras), se puede parecer más a esa imagen auditiva que la notación original.
I .i Figura 3.5 traza el contorno melódico de la cadencia del Nocturno, cuya
ondulación y propiedades gestuales se hacen mucho más evidentes cuando se
destaca de esta manera21.
I I conocimiento de los patrones importantes dentro de una melodía, así
i orno de los más generales, también influirá en la manera en que los intér
neles proyectan la música, aunque su objetivo principal no es demostrar la
unidad motívica. Dichos patrones pueden sugerir un timbre o una articula-
i ion característica, así como texturas, ritmos y otros elementos recurrentes
i|iu influyen en la forma de la música. En el Nocturno de Chopin, las sec-
i iones A y A' — caracterizadas por un registro reducido y un movimiento
melódico predominantemente conjunto y monódico— presentan una evoca
dora contramelodía en los compases 20-26 y 89-93 (en forma abreviada) que
72 L a interpretación m usical
FIGURA 3.5 Chopin. Nocturno en D oí menor op. 2 7 núm. 1: contorno melódico de la ca
dencia (partitura reproducida de la prim era edición alem ana: B reitkopf & Härtel, 1836).
EJEMPLO 3.3 Chopin, Nocturno en Do% menor op. 2 7 núm. 1: Re\\ melódico en las sec
ciones A y A'; (a) compases 5 y 21 (véanse también los compases 9-10, 25,
26-28, 88, 9 2 y 9 3); (b) compases 13 y 17.
% l * *>L *
■56. * la *
Compás: 1 3 7 11 15 19 23 27
J I
intro 'coda'
29 33 37 41 45 49 53 57 61
Bi
J J J J J J
65 69 73 77 81
b2
J J J J. Ml
cadenza
84 86 90
A'
J
intro i
94 98
coda
J J J J J
J = un compás en la notación
FIGURA 3.6 Chopin, Nocturno en D oí menor op. 2 7 núm. I: reducción rítmica de la es
tructura de las frases.
l>i./!¡s is y (¿o?) interpretación _________75
i u toda la sección Bj conduce la música hacia un clímax en dos fases; y las fi
guras de tres negras repetidas y de una negra y cuatro corcheas de la sección
I', (J J J y J J J J J respectivamente) ayudan a crear la sensación de triunfo
Itasajero.
Sin embargo, la reducción rítmica referida anteriormente no está relacio-
ii.ida con detalles rítmicos como ésos, sino con propiedades rítmicas en un
nivel superior, a saber, la estructura de la frase. Los escritos sobre análisis des-
i liben diversas técnicas de reducción rítm ica22, aunque la más valiosa y acce
sible desde el punto de vista del intérprete podría ser representar cada com-
pis (11 otra unidad) como un valor rítmico proporcionalmente menor, como
una negra, y combinar esos ritmos de acuerdo con las frases que se perciben
<11 la música. El siguiente paso es discernir la forma dentro del diagrama re-
Reescribir la música
03
05
O
O
"O
<D
C0
co
ai
c
£
a
L a interpretación musical
FIGURA 3.7 Chopin, Nocturno en Doi menor op. 27 núm.l: reescritura de los compases 81-84 (con las dinámicas y ligaduras de Chopin).
AMiIHií » y (;o?) interpretación________________________________________________________ 7 7
■ni iv ambas.
I .i reescritura también permite representar características como la ejecu-
..... i rítmica a un nivel inferior, los estratos contrapuntísticos que pueden es-
i ii especialmente ocultos en la música para teclado, la distribución de las vo-
•i s entre ambas manos o entre los miembros de una agrupación, etc.
I .t Figura 3.7 presenta una reescritura de los compases 81-84 del Noctur
no de Chopin, elaborando particularmente las características métricas de la
■ idencia. Este diagrama surgió como respuesta a mi incertidumbre sobre
•ómo dar forma a la cadencia en una interpretación real: es producto de un
.in.ilisis deliberado que emprendí porque la mera intuición era incapaz de re
solver un problema muy difícil. El hecho de que el pasaje no esté dividido en
i ompases en el original dificultó la ubicación de los acentos métricos, así
mino la organización rítmica interna del grupo de quince corcheas (véase
I umplo 3.2g), factores que influyen en la dinámica, el rubato y la articula-
■ion y por lo tanto pueden extender o comprimir el contorno melódico de la
I igura 3.5. En mi análisis, que desempeñó el referido papel de recurso para
solucionar problemas, el compás 83b mantiene el 3/4 de los compases 81-
Mía, pero en el compás 83c se sugiere un 2/4, manteniendo constante la du-
i,ii ion de los compases al equiparar la blanca con la blanca con puntillo (de
modo que, retrospectivamente, el compás 83b parece un tresillo de negras).
I I grupo de quince corcheas se divide en los cuatro tresillos de los compases
K.kl-e, seguidos de un último tresillo en el compás 8 3 f que impulsa la música
hacia la octava sincopada sobre La (escrita como blanca en la partitura). A
continuación, un ritmo más lento y regular conduce al tresillo de negras del
compás 83i (el 3 que aparece por encima de la ligadura es de Chopin), que
implícitamente reestablece el compás de 3/4 de los compases 81-83b al tiem
po que prepara el regreso del c (compás común) de la sección A'.
Resulta interesante considerar si Chopin tenía en mente este tipo de es-
quema organizativo cuando compuso el Nocturno. Indudablemente, sus li
gaduras e indicaciones de dinámica y fraseo sugieren esa posibilidad, como
78 L a interpretación m usical
quizá también la estructura de las frases de ocho compases, que coincide con
su práctica habitual. Sin embargo, si los pianistas «deben» o no tener en
mente este tipo de esquema al interpretar el Nocturno es otro asunto. Crear
un diagrama como el de la Figura 3.7 tampoco implica que haya que atener
se a él durante la interpretación; de hecho, yo toco esta música mucho más
libremente de lo que sugiere esta nueva notación, por más reveladora que
haya sido en un momento dado 25. Los frutos de este tipo de ejercicios deben
ser asimilados como cualquier otro conocimiento adquirido durante el pro
ceso de elaboración de una interpretación — tal vez para que a partir de en
tonces los olvidemos y, sin embargo, los recordemos inconscientemente cada
vez que la música se hace realidad.
Notas
1. «La interpretación de una pieza musical es [...] la actualización de un acto analítico — aunque
dicho acto haya sido intuitivo y asistemático— [...] el análisis está implícito en lo que hace el in
térprete», Leonard Meyer, Explaining Music, Chicago, University of Chicago Press, 1973, p. 29.
2. «Los intérpretes no pueden sondear la profundidad estética de una gran obra sin examinar
detalladamente sus elementos paramétricos.» Eugene Narmour, «On the relationship of
analytical theory to performance and interpretation», en Eugene Narmour y Ruth A. Solie
(eds.), Explorations in Music, the Arts, and Ideas, Stuyvesant, Pendragon, 1988, p. 340.
11..)//'/« y (;o?) interpretación____________________________ _______________________ 79
' ( liando hablo de «intérpretes», me refiero principalmente a solistas, en oposición a los mú
sicos de orquesta o agrupaciones, aunque las técnicas analíticas propuestas aquí pueden uti-
li/.arse para preparar interpretaciones de dos o más músicos. También pueden aplicarse a
otros repertorios, a pesar de que este capítulo se centra en la música tonal de la tradición
clásica occidental.
i )anet Schmalfeldt, «On the relation of analysis to performance: Beethoven’s Bagatelles Op.
126, núms. 2 and 5», Journ alofM usic Theory 29 (1985), p. 28; subrayado en el original.
■ I dward T. Cone, M usical Form and M usical Performance, Nueva York, Norton, 1968, p. 34.
li l.ugene Narmour, op. cit., pp. 319 y 340; véase también el comentario de Narmour en la
nota 2.
Respectivamente, Form in Music, 2a ed., Englewood Cliffs, Prentice-Hall, 1986, p. 415, y
Musical Structure and Performance, New Haven, Yale University Press, 1989, p. 44.
H lonathan Dunsby, «Guest editorial: performance and analysis of music», Music Analysis 8
(1989), pp. 7, 9 y ss. Cfr. la p. 271 de este libro, donde Dunsby comenta que «el análisis es
tructural en alguna de sus formas simplemente debe ser parte del trabajo del intérprete»; «el
intérprete debe identificar la estructura, asimilarla y controlarla suficientemente bien en
tiempo real para representarla e, idealmente, transmitirla con precisión».
9. I lay que reconocer que los términos «análisis riguroso» y «análisis del intérprete» son rudi
mentarios, aunque la distinción resultará útil. Entre las técnicas de «análisis riguroso» se in
cluyen el análisis schenkeriano, la teoría de conjuntos y el análisis paradigmático.
III John Rink, reseña de Berry, M usical Structure, en Music Analysis 9 (1990), pp. 323, 3 2 4 y
328. Para un resumen más detallado de la bibliografía sobre análisis e interpretación, véase
Nicholas Cook, «Analysing performance, and performing analysis», en Nicholas Cook y
Mark Everist (eds.), RethinkingM usic, Oxford, Oxford University Press, 1999, pp. 239-261.
II Véanse también los capítulos 11 y 14 de este libro (especialmente las Figuras 11.1-11.3 y
14.1-14.3). Se utilizaron técnicas bastante diferentes para elaborar los diagramas de la Figu
ra 3.1. Para crear un gráfico de las fluctuaciones de tempo en una grabación en CD , se pue
de utilizar un ordenador que tenga lector de CD -RO M , pulsando una tecla para marcar el
comienzo de cada pulso o compás; después el ordenador une las marcas sucesivas con líneas,
como en la Figura 3.1a. Otra alternativa son los programas informáticos como «Sforzando»,
que permiten trazar las fluctuaciones de tempo y dinámica en las interpretaciones grabadas.
I.n cuanto a las interpretaciones pianísticas en vivo, la información digital obtenida median
te un Yamaha Disklavier define las propiedades expresivas (i.e., duración, dinámica y articu
lación) de cada nota, que puede representarse gráficamente como en la Figura 3.1b (véase
también las figuras 11.2 y 11.3). Obtener dicha información digital de la voz y otros instru
mentos es más difícil, lo cual explica en parte por qué predominan en estas publicaciones las
investigaciones sobre música para piano.
1 1.a breve coda de los compases 71-73 refuerza esa cadencia.
I t. Jonathan Dunsby, Performing Music: Shared Concerns, Oxford, Clarendon Press,1995, p.
46.
li, Joseph Kerman, Musicology, Londres, Fontana, 1985, p. 196.
IV Recomiendo a los lectores que consulten una edición Urtext y escuchen la mayor cantidad
de grabaciones posibles.
16. Tanto la sección A2 como la A ,’ carecen de un equivalente a los compases 11-18.
17. La nueva melodía de B, puede verse como otra exposición, y la coda como un regreso de al
menos la tónica mayor de B2 si no de su carácter triunfal.
18. Véase Bruno H. Repp, «Probing the cognitive representation of musical time: structural
constraints on the perception of timing perturbations», Cognition 44 (1992), pp. 241-281;
véase también el capítulo 13 de este libro.
80 L a interpretación m usical
Lecturas complementarias
Cone, Edward T.: M usical Form an d Musical Performance, Nueva York, Norton, 1968.
Cook, Nicholas: «Analysing performance, and performing analysis», en Nicholas Cook
y Mark Everist (eds.), Rethinking Music, Oxford, Oxford University Press, 1999,
pp. 239-261.
Dunsby, Jonathan: «Guest editorial: performance and analysis o f music», Music Analysis
8 (1989), pp. 5-20.
Lester, Joel: «Performance and analysis: interaction and interpretation», en John Rink
(ed.), The Practice o f Performance: Studies in M usical Interpretation, Cambridge,
Cambridge University Press, 1995, pp. 197-216.
Rink, John: artículo sobre Wallace Berry, Musical Structure an d Performance, en Music
Analysis 9 (1990), pp. 319-339.
— «Playing in time: rhythm, metre and tempo in Brahms’s Fantasien Op. 116», en
John Rink (ed.), The Practice o f Performance, cit., pp. 254-282.
Rothstein, William: «Analysis and the act o f performance», en John Rink (ed.), The
Practice o f Performance, cit., pp. 217-240.
4 Comprender la psicología de la
interpretación
E r ic C la r k e
que el intérprete debe producir las notas, ritmos, dinámicas, etc. (más o me
nos) correctos de una idea musical — en caso de que exista una referencia
(escrita o conceptual) con respecto a la cual se puede medir la «fidelidad».
Sin embargo, además de eso, se espera que los músicos den vida a la música,
que vayan más allá de lo que proporciona explícitamente la notación o la
transmisión oral — que sean «expresivos». Por lo tanto, no es de extrañar que
una parte sustancial de la investigación sobre la psicología de la interpreta
ción haya estado de alguna manera centrada en cuestiones de interpretación
y expresión.
Este capítulo tratará sobre tres aspectos de la psicología de la interpreta
ción: las habilidades físicas y mentales que intervienen en la interpretación,
la expresión en la interpretación y el cuerpo durante la interpretación. Los
tres temas serán considerados principalmente desde la perspectiva de la tradi
ción concertística occidental, ya que hasta ahora se han hecho muy pocas in
vestigaciones acerca de la psicología de otros tipos de interpretación — aun
que posiblemente muchas de las habilidades y características que se pueden
identificar y estudiar dentro de la tradición occidental también se emplean
en otras tradiciones interpretativas, permitiendo al menos cierta extensión
hacia otros contextos culturales. También existe una amplia literatura etno-
musicológica sobre diversas tradiciones interpretativas, parte de la cual hace
referencia directa a la teoría psicológica2.
Habilidades interpretativas
píele (]ue, leyendo a primera vista una fuga de Bach, no se fijó en un cambio
ilr i lave entre una página y la siguiente, de modo que produjo una serie de
(•i i o i v s que, sin embargo, mantuvieron la armonía subyacente en el pasaje y
I n expresión en la interpretación
trado que cuando se les pide a los intérpretes que toquen sin expresión, el ni
vel de variación de tempo y dinámica se reduce, pero no se elimina, conser
vando el mismo patrón general que se observa en condiciones normales 28.
Este aspecto de la expresión en la interpretación puede considerarse una con
secuencia de la comprensión espontánea e inconsciente de los elementos bá
sicos de la estructura musical por parte del intérprete: en términos sencillos,
parece imposible no tocar una nota al final de una frase con características
expresivas diferentes de las notas que se encuentran en medio de una frase.
Sin embargo, es obvio que los intérpretes también dan forma a la expresión
de sus interpretaciones, de manera consciente y deliberada, para lograr deter
minados resultados estilísticos y estructurales. Éste es uno de los propósitos
de la práctica (además de superar los problemas puramente técnicos), e im
plica cambios en la comprensión que tiene el intérprete de la música y en la
utilización equilibrada de diversos recursos expresivos. Todos estos procesos
pueden destacar las propiedades expresivas implícitas en la música, o bien su
perponer un patrón sobre ellas; como ha señalado Shaffer entre otros, las pe
queñas diferencias en la utilización y equilibrio de incluso unos pocos princi
pios expresivos producirán caracterizaciones potencialmente distintas de una
pieza29. Son relativamente pocos los estudios sistemáticos que se han realiza
do sobre los procesos psicológicos implicados en la práctica y el ensayo, así
como en la memorización 30.
Aunque la expresión puede obedecer a ciertas «reglas», los intérpretes
también poseen una habilidad (variable) para imitar un patrón expresivo que
han escuchado — incluso cuando dicho patrón carece de una base estructural
lógica31. En esas circunstancias, los intérpretes pueden crear un tipo de «ima
gen» auditiva de la interpretación que luego intentan copiar (más bien como
un imitador); o pueden intentar recordar una descripción verbal de la inter
pretación (por ejemplo, «acelerar hacia el final de la primera frase, disminuir
la velocidad en el medio de la segunda frase y después acelerar hacia el fi
nal»); o intentar concebir la interpretación como una imagen corpórea —
una especie de coreografía mental que capta y representa la forma de la inter
pretación. Estas estrategias son más o menos parecidas a las que utilizan los
alumnos para imitar a sus maestros o para calcar (quizá inconscientemente)
aspectos de una representación grabada o en vivo que pueda haberles influi
do. Ellas nos recuerdan que la interpretación y la expresión, lejos de ser con
tribuciones singulares de ejecutantes aislados, se desarrollan dentro de una
cultura a veces ensordecedoramente «ruidosa» de otras interpretaciones. Cua
lesquiera que sean la actitud y estrategia de los diversos intérpretes ante esa
abundancia de influencias, está claro que una teoría de la interpretación pre
sentada como una serie de reglas que relacionan la estructura con la expre
sión resulta demasiado abstracta e intelectual, y que la realidad es mucho
( '( »aprender hi psicología fie la interpretación 89
Notas
1. Véase RalfTh. Krampe y K. Anders Ericsson, «Deliberate practice and elite musical perfor
mance», en John Rink (ed.), The Practice o f Performance: Studies in M usical Interpretation,
Cambridge, Cambridge University Press, 1995, pp. 84-102; véase también el capítulo 7 de
este libro.
2. Por ejemplo, véanse John Baily, «Music structure and human movement», en Peter Howell,
Ian Cross y Robert West (eds.), M usical Structure an d Cognition, Londres, Academic Press,
pp. 2 3 7 -2 5 8 ; y Benjamin Brinner, Knowing Music, M aking Music, Chicago, University of
Chicago Press, 1995.
3. Carl E. Seashore, Psychology o f Music [1938], Nueva York, Dover, 1967.
4. L. Henry Shaffer, «Performances of Chopin, Bach and Bartók; studies in motor program
ming», Cognitive Psychology 13 (1981), pp. 3 2 6-376; y «Timing in solo and duet piano per
formances», Quarterly Jou rn al ofExperim ental Psychology 36A (1984), pp. 577-595.
5. Caroline Parker, «Music Performance», Annual Review o f Psychology 48 (1997), pp. 115-
138.
6. L. Henry Shaffer, «Performances of Chopin, Bach and Bartók: studies in motor program
ming», cit., p. 365.
7. Por ejemplo, véase Manfred Clynes y Janice Walker, «Neurobiologie functions of rhythm,
time and pulse in music», en Manfred Clynes (ed.), Music, M ind, and Brain: The Neuropsy
chology o f Music, Nueva York, Plenum, 1982, pp. 171-216.
8. Por ejemplo, véanse L. Henry Shaffer, «Performances of Chopin, Bach and Bartók: studies
in motor programming», cit.; y David Epstein, Shaping Time: Music, the Brain, and Perfor
mance, Nueva York, Schirmer Books, 1995.
9. L. Henry Shaffer, «Performances of Chopin, Bach and Bartók: studies in motor program
ming», cit.; y «Timing in solo and duet piano performances», cit.
10. L. Henry Shaffer, «Timing in solo and duet piano performances», cit.
11. Para un intento inicial, véase Lucy J. Appleton, W. Luke Windsor y Eric E. Clarke, «Coope
ration in piano duet performance», en Alf Gabrielsson (ed.), Proceedings o f the Third Trien
nial European Society fo r the Cognitive Sciences o f Music (ESCOM) Conference, Uppsala, Upp
sala University Press, 1997, pp. 471-474.
12. John A. Sloboda, «Experimental studies of music reading: a review», M usic Perception 2
(1982), pp. 222-236.
13. Andrew J. Waters, Ellen Towsend y Geoffrey Underwood, «Expertise in musical sight rea
ding: a study of pianists», British Jou rn al o f Psychology 89 (1998), pp. 123-149.
14. Véanse por ejemplo George R. Marek, «Toscaninis memory», en Ulric Neisser (ed.), Me
mory Observed: Remembering in N atural Contexts, San Francisco, W. H. Freeman, 1982, pp.
4 1 4 -4 1 7 ; Grace Rubin-Rabson, «Studies in the psychology of memorizing piano music. VI:
A comparison of two forms of mental rehearsal and keyboard overlearning», Journ al o f Edu
cational Psychology 32 (1941), pp. 593-602 (véanse también los ensayos I-V de la serie); Mi-
chiko Nuki, «Memorization of piano music», Psychologia 27 (1984), pp. 157-163; Roger
Chaffin, Gabriela Imreh y Mary Crawford, Practicing Perfection: Memory and Piano Perfor
mance, Mahwah, NJ, Erlbaum, 2002. Para una descripción de la investigación sobre la me
morización en general, véase Alan D. Baddeley, Human Memory: Theory and Practice, Hove,
Erlbaum, 1990.
15. Aaron Williamon, «The value of performing from memory», Psychology o f Music 27 (1999),
pp. 84-95; véase también el capítulo 8 de este libro.
16. Michiko Nuki, op. cit., p. 160. 1
< ¡nnprender In psicología de In interpretación 93
17. John A. Sloboda, Beate Hermelin y Neil O ’Connor, «An exceptional musical memory»,
Music Perception 3 (1985), pp. 155-170.
IK. Ibid., p. 165.
19. Carl E. Seashore, Psychology o f Music, cit., p. 9.
20. Por ejemplo, véase Peter Desain y Henkjan Honing, Music, M ind an d M achine, Amsterdam,
Thesis Publishers, 1992, p. 175; véase también Bruno H. Repp, «The aesthetic quality of
quantitatively average music performance: two preliminary experiments», Music Perception
14 (1997), pp. 4 1 9 -444, que evalúa las cualidades estéticas de una interpretación «prome
dio» generada artificialmente.
21. Por ejemplo, véanse Eric E Clarke, «Generative principles in music performance», en John
A. Sloboda (ed.), Generative Processes in Music: The Psychology o f Performance, Improvisation,
and Composition, Oxford, Clarendon Press, 1988, pp. 1-26; Johan Sundberg, «Computer
synthesis of music performance», en John A. Sloboda (ed.), Generative Processes in Music:
The Psychology o f Performance, Improvisation, an d Composition, cit., pp. 52-69; y Neil P.
McA. Todd, «A computational model of rubato», Contemporary Music Review 3 (1989), pp.
69-89.
22. Véase Manfred Clynes y Janice Walker, op. cit.
23. Véase L. Henry Shaffer, «Performances of Chopin, Bach and Bartók: studies inmotor pro
gramming», cit.
24. Véase Eric E Clarke, «Structure and expression in rhythnic performance», en Peter Howell,
Ian Cross y Robert West (eds.). M usical Structure and Cognition, cit., pp. 209-236.
25. Neil P. McA. Todd, «A model of expressive timing in tonal music», M usic Perception 3
(1985), pp. 33-58; véase también, del mismo autor, «A computational model of rubato»,
cit.
26. Bruno H. Repp, «Diversity and Commonality in music performance: an analysis of timing
microstructure in Schumanns Träumerei», Jou rn al o f the Acoustical Society o f America 92
(1992), pp. 2 546-2568.
27. Bruno H. Repp, «A microcosm of musical expression: I. Quantitative analysis of pianists’ ti
ming in the initial measures of Chopin’s Etude in E major», Journ al o f the Accoustical Society
o f America 104 (1998), pp. 1085-1100, y «A microcosm of musical expression: II. Quanti
tative analysis of pianists’ dynamics in the initial measures of Chopins Etude in E major»,
Journal o f the Accoustical Society o f America 105 (1999), pp. 1972-1988.
28. Véanse, por ejemplo, Carl E. Seashore, Psychology o f Music, cit., y Caroline Palmer, «Mapping
musical thought to musical performance», Journal o f Experim ental Psychology: Human Per
ception an d Performance 15 (1989), pp. 331-346.
29. L. Henry Shaffer, «Musical performance as interpretation», Psychology o f Music 23 (1995),
pp. 17-38.
30. Véanse, por ejemplo, Linda M. Gruson, «Rehearsal skill and musical competence: does
practice make perfect?», en John A. Sloboda (ed.), Generative Processes in Music: The Psycho-
logy o f Performance, Improvisation, and Composition, cit., pp. 91-112; Susan Hallam, «Pro
fessional musicians’ approaches to the learning and interpretation of music», Psychology o f
Music 23 (1995), pp. 111-128; Kacper Miklaszewski, «A case study of a pianist preparing a
musical performance», Psychology o f Music 17 (1989), pp. 9 5-109; Roger Chaffin, Gabriela
Imreh y Mary Crawford, Practicing Perfection: Memory an d Piano Performance, cit.; y el ca
pítulo 7 de este libro.
31. Véase Eric E Clarke, «Imitating and evaluating real and transformed musical performan
ces», Music Perception 10 (1993), pp. 317-343.
32. John Baily, «Music structure and human movement», en Peter Howell, Ian Cross y Robert
West (eds.). M usical Structure and Cognition, cit., pp. 242-256.
94 L a interpretación m usical
33. Alexander Truslit, Gestaltung und Bewegung in der Musiky Berlín-Lichterfelde, Chr. Friedrich
Vieweg, 1938; para un análisis, véase Patrick Shove y Bruno H. Repp, «Musical motion and
performance: theoretical and empirical perspectives», en John Rink (ed.), The Practice o f
Performance: Studies in M usical Interpretation , cit., pp. 55-83.
34. Neíl P. McA. Todd, «The kinematics of musical expression», Jou rn al o f the Acoustical Society
o f A m erica*)! (1995), pp. 1940-1949.
35. Jane W. Davidson, «Visual perception of performance manner in the movements of solo
musicians», Psychology o f M usic 21 (1993), pp. 103-113, y «What does the visual informa
tion contained in music performances offer to the observer? Some preliminary thoughts»,
en Reinhart Steinberg (ed.), Music and the M ind M achine: The Psychophysiology an d Psycho
pathology o f the Sense o f Music, Berlin, Springer Verlag, 1995, pp. 105-113; véase también el
capítulo 10 de este libro.
36. Véase Eric F. Clarke, Richard Parncutt, Matti Raekallio y John A. Sloboda, «Talking fingers:
an interview study of pianists’ views on fingering», M usicae Scientiae 1 (1997), pp. 87-109.
37. Véase también Bruno H . Repp, «A microcosm of musical expression: I. Quantitative analy
sis of pianists’ timing in the initial measures o f Chopins Etude in E major», cit.
38. Para otros enfoques relacionados, véanse John Rink, «Translating musical meaning: the ni
neteenth-century performer as narrator», y Nicholas Cook, «Analysing performance and
performing analysis», en Nicholas Cook y Mark Everist (eds.), Rethinking Music, Oxford,
Oxford University Press, 1999, pp. 2 17-238 y 239-261 respectivamente.
Lecturas eomplementarias
Introducción
El intérprete de una pieza debe procurar implicarse en las emociones que ha de ex
presar. Y como en la mayoría de las piezas hay una alternancia constante de emo
ciones, el intérprete debe saber discernir la naturaleza de la emoción que contiene
cada idea, y hacer que su ejecución se ajuste a ella constantemente. Sólo así mostra
rá adecuadamente las intenciones del compositor y las ideas que tenía en mente
cuando escribió la pieza»3.
estudiantes talentosos de muchas partes de Europa. Al igual que los tres vo
lúmenes de la obra Complete Theoretical and Practical Piano Forte School, op.
500 de Czerny19, los métodos creados por distinguidos intérpretes de la épo
ca — como los pianistas H um m el20 y Moscheles21 y el violinista Spohr22, fa
mosos en muchos de los principales centros musicales de Europa por sus gi
ras como virtuosos— traspasaron rápidamente las fronteras nacionales.
Reseñados concienzudamente en las principales revistas musicales de la épo
ca, los métodos más valorados fueron publicados en otros idiomas — general
mente en Viena, Londres y París— , ayudando así a desarrollar las perspecti
vas cada vez más cosmopolitas de la enseñanza de la interpretación a medida
que avanzaba el siglo.
Estilo e interpretación
peí del criterio y la intuición musical del alumno para darle forma a una in
terpretación, resulta sumamente fácil neutralizar su influencia en la práctica.
Aunque ha sido valioso en muchos aspectos, el aumento repentino del in
terés por la interpretación «auténtica» que tuvo lugar durante las décadas de
1980 y 1990 no ha hecho nada por resolver esta diferencia intrínseca. Mien
tras que los enfoques reconocidamente «auténticos» a menudo dicen tanto
sobre el gusto contemporáneo como sobre los gustos y valores musicales de
épocas remotas (como han argumentado Richard Taruskin y otros) 4J, desta
can sin embargo la necesidad de que los intérpretes y maestros sigan un ca
mino en el que permanezcan fieles tanto a sí mismos como a la música que
eligen interpretar. En una época de creciente diversidad de enfoques y actitu
des, la enseñanza de la interpretación debe ayudar a los músicos a esclarecer
sus convicciones personales como intérpretes; como afirma Jonathan
Dunsby: «Nos guste o no, hoy en día no puede haber un intérprete inocente,
si es que pudo haberlo alguna vez» 44> Una de las consecuencias perdurables
del movimiento de la interpretación histórica debería ser animar a los intér
pretes a adoptar un enfoque menos coercitivo y más creativo de la música
que interpretan, cualquiera que sea el repertorio. Como ha afirmado Nicho-
las Kenyon, «la tradición no es lo que era»4\ En vista del alcance del reperto
rio que actualmente se considera como normativo para los intérpretes, el co
nocimiento bien fundado de las nociones que aportan las disciplinas como la
estética, el análisis, la musicología (incluyendo la etnomusicología) y la psi
cología ya no puede ser una excepción. Para el intérprete en formación, su
importancia es mayor que nunca.
Sin embargo, los intérpretes jóvenes necesitan que se les ayude a adquirir
ese conocimiento y a no darle demasiado peso: no puede ser un sustituto del
instinto musical, o llegar a ser tan importante que silencie la voz personal.
Schnabel valoraba la enseñanza de Leschetizky porque funcionaba como
«una corriente que activaba o liberaba toda la vitalidad latente de la naturale
za del alumno. Iba dirigida a la imaginación, al gusto y a la responsabilidad
personal» 46. Ésas son las cualidades que la buena enseñanza de la interpreta
ción siempre ha fomentado. La coherencia estilística requiere ese enfoque in
tegral, en el que las ideas del compositor se complementan con los conoci
mientos del intérprete — conocimiento de sí mismo como de la música que
ejecuta. Sólo así los intérpretes podrán vestirse con su propia individualidad,
como lo describió Baillot, e interpretar con convicción y coherencia, no
como el «pájaro adiestrado» de C. P. E. Bach, sino utilizando con confianza
«las inspiraciones del corazón y los estallidos de la imaginación»47.
108 L a interpretación musical
Notas
1. Carl Philipp Emanuel Bach, Essay on the True Art o f Playing Keyboard Instruments (Versuch
iiber die wahre Art das Clavier zu spielen [1753, 1762]), William J. Mitchell (trad, y éd.),
Londres, Eulenburg, 1949, p. 150.
2. Véase John A. Sloboda, The M usical M ind: The Cognitive Psychology o f Music, Oxford, O x
ford University Press, 1985, p. 67.
3. Johann Joachim Quantz, On Playing the Flute [1752], 2a ed., Edward R. Reilly (trad.), Lon
dres, Faber and Faber, 1985, pp. 124-125.
4. Ibid., pp. 15-17.
5. Para comentarios, véase Carl Philipp Emanuel Bach, Essay on the True Art o f Playing Keybo
ard Instruments, cit., pp. 1-23 passim.
6. Véase Carl Czerny, «Recollections from my life», M usical Quarterly 62 (1956), p. 307.
7. Carta publicada en Hamburger unpartheiischer Correspondent, 7 (1773); citado de Carl Phi
lipp Emanuel Bach, Essay on the True Art o f Playing Keyboard Instruments, cit., p. 8.
8. Las otras cualidades — respaldadas igualmente por autores anteriores— son la digitación co
rrecta y los ornamentos apropiados; Carl Philipp Emanuel Bach, Essay on the True Art o f
Playing Keyboard Instruments, cit., p. 30.
9. Ibid., p. 148.
10. Ibid., p. 28.
11. Ibid., pp. 30-31.
12. Véase por ejemplo César Gardeton, Annales de la musique ou Almanach musical... [1819,
1820], Ginebra, Minkoff, 1978, pp. 39-43, que enumera trece escuelas de música inaugura
das en la época en Paris. En una carta que Mendelssohn escribió en París a Carl Friedrich
Zelter, Berlín (el 15 de febrero de 1832), comenta que en la ciudad había 1.800 profesores
de piano, pero que «aún no era suficiente» para satisfacer la demanda (Felix Mendelssohn,
Letters, trad, y ed. G. Selden-Goth, Londres, Paul Elek, 1946, p. 190). En M usique et musi
ciens (Paría, Pagnerre, 1862), Oscar Comettant, un importante crítico parisino de la época,
señala que el número de profesores de piano en París había ascendido a 20.000. Para co
mentarios sobre la situación en Inglaterra, véase Cyril Ehrlich, The M usical Profession in En
gland since the Eighteenth Century, Oxford, Clarendon Press, 1985, pp. 76-120.
13. El número de alumnos variaba de año en año (véase Constant Pierre, Le Conservatoire N a
tional de M usique et de D éclam ation..., Paris, Imprimerie nationale, 1900, p. 873. Para 1828
se habían inscrito 11.000 alumnos; de los 3.800 que se graduaron, 1.127 eran pianistas o
acompañantes (véase François-Joseph Fétis, «Statistique musicale de la France. Premier Arti
cle», Revue musicale 6 (1828-1829), pp. 126-127.
14. Constant Pierre, Le Conservatoire N ational de M usique et de Déclamation, cit., p. 125.
15. Estos métodos, diez en total, eran para flauta, clarinete, fagot, trompa (dos), serpentón, vio-
lin, violonchelo y voz, y otro de armonía, solfeo y los rudimentos de la música.
16. El método de Louis Adam y Louis-Wenceslas Lachnith, M éthode ou principe général du doig
té pour le forté-piano, Paris, Sieber, 1798, fue editado y publicado de nuevo por Adam en
1802 y 1804 con el título M éthode de piano du Conservatoire adoptée pour servir à l ’enseigne
ment dans cet établissement, Paris, Conservatoire Royal, 1802, 1804. La version reeditada en
1805, M éthode complète pour le piano, Paris, Conservatoire impérial de musique, 1805, ad
quirió aún más popularidad y fue publicado en dos ediciones alemanas y dos italianas.
17. Este método reemplazó al de Jean-Baptiste Cartier, L’A rt du violon... (París, Decombe,
[1798]), que el autor había dedicado al Conservatorio recién establecido. La edición de
1803 se siguió utilizando para la enseñanza hasta que fue reemplazado por L’A rt du violon de
Pierre Baillot (Paris, Dépôt Central de la Musique [1834]).
Sobre la enseñanza de la interpretación 109
18. Para detalles sobre los métodos para violín, véase Robin Stowell, Violin Technique an d Per
form ance Practice in the Late Eighteenth an d Early Nineteenth Centuries, Cambridge, Cam
bridge University Press, 1985, pp. 5-10, 368-374. Para una lista de los principales métodos
para violonchelo, véase Valerie Walden, One H undred Years o f Violoncello: A History o f Tech
nique and Performance Practice, 1780-1840 , Cambridge, Cambridge University Press, 1998,
pp. 300-301. Para tratados sobre teclado, véase Glyn Jenkins, «The legato touch and the
“ordinary” manner of keyboard-playing from 1750 to 1850: some aspects of the early deve
lopment of piano technique», tesis doctoral, Universidad de Cambridge, 1976.
19. Carl Czerny, Complete Theoretical an d Practical Piano Forte School, op. 500 (version inglesa
de J. A. Hamilton, 3 vols., Londres, R. Cocks & Co. [1839]; publicado también en París y
Viena).
20. Johann Nepomuk Hummel, Ausfuhrlich theoretisch-practische Ausweisung zum Piano-forte
Spiel, 3 vols., Viena, Haslinger, 1828.
2 1. François-Joseph Fétis e Ignaz Moscheles, M éthode des méthodes de piano, Paris, Schlesinger,
1837.
22. Louis Spohr, Violinschule, Viena, Haslinger [1832].
23. Carl Czerny, Complete Theoretical and Practical Piano Forte School, cit., Ill, pp. 99-100. Este
comentario hace eco a la opinion de Louis Adam, M éthode de pian o du Conservatoire adoptée
pour servir à l'enseignement dans cet établissement, cit. (1802), p. 234.
24. La enseñanza de piano en San Petersburgo antes del establecimiento del Conservatorio, por
ejemplo, estaba marcadamente influida por John Field (alumno de Clementi) y después por
Adolphe Henselt (alumno de Hummel).
25. En 1792, debido a presiones revolucionarias, Viotti se mudó a Londres, donde fue una figu
ra clave en la vida musical de la ciudad durante los siguientes cinco años.
26. La escuela de Baillot fue descrita por su alumno Eugène Sauzay, quien más tarde enseñó en
el Conservatorio (de 1860 a 1892); véase Brigitte François-Sappey, «La Vie musicale à Paris
à travers les Mémoires d’Eugène Sauzay», Revue de musicologie 60 (1974), pp. 159-210.
27. En 1835 se publicaron dos ediciones alemanas; le siguieron otras ediciones en francés y en
español. Está publicado en inglés con el título The Art o f the Violin, traducido y editado por
Louise Goldberg, Evanston, 111., Northwestern University Press, 1991.
28. Al principio, los alumnos extranjeros sólo eran admitidos en el Conservatorio de París con
una aprobación previa del ministerio.
29. «Los intérpretes, así como los compositores, han de tener su estilo personal.» Louis Adam,
M éthode de piano du Conservatoire adoptée pour servir à l ’enseignement dans cet établissement,
cit. (1802), p. 233.
30. Louis Spohr, Grand Violin School, C. Rodolphus (trad.), Londres, Wessel, s.f., p. 179; subra
yados del original.
31. Johann Nepomuk Hummel, A Complete Theoretical an d Practical Course o f Instructions on
the Art o f Playing the Piano Forte [1828], 3 vols., Londres, T. Boosey & Co., 1830, III,
p p . 43-50.
32. Carl Czerny, Complete Theoretical and Practical Piano Forte School, cit., Ill, pp. 34-35. Para
una descripción posterior, que abarca un repertorio más extenso, véase el capítulo 16, «The
accelerando and rallentando» en Adolph Kullak, The Aesthetics o f Pianoforte-Playing, Theo
dore Kullak (trad.), Hans Bischoff (ed.), 3 a ed., Nueva York, G. Schirmer, 1903, pp. 280-
294.
33. La portada de la obra de Czerny L'École des expressions, Londres, R. Cocks & Co., s.f., señala
que contiene melodías que incluyen «Ornamentos elegantes, en el estilo moderno, com
puestas expresamente como modelos, para la ornamentación improvisada». Su obra LÉcole
des ornements, Londres, R. Cocks Co., s.r., incluye ejemplos similares.
110 La interpretación m usical
34. Véase Mme Auguste Boissier, Liszt Pédagogue, París, Honoré Champion, 1927, p. 32.
35. Harold C. Schonberg, The Great Pianists, Londres, Victor Gollancz, 1964, p. 280. Para más
ejemplos, véase William S. Newman, The Sonata since Beethoven, Chapel Hill, University of
North Carolina Press, 1969, pp. 104-108.
36. Para una descripción de Clara Schumann como maestra, véase Nancy B. Reich, Clara Schu
mann: The Artist and the Woman, Ithaca y Londres, Cornell University Press,1985, pp. 288-
296.
37. Eduard Hanslick, Vienna’s Golden Years o f Music, 1850-1900, Henry Pleasants (trad, y éd.),
Londres, Victor Gollancz, 1951, pp. 39-44 passim.
38. Amy Fay, Music-Study in Germany, Nueva York, Dover, 1965, p. 275.
39. Citado de Harold C. Schonberg, The Great Pianists, cit., pp. 355-356.
40. Josef Hofmann, Piano Playing, Nueva York, Dover, 1976, pp. 54-55.
41. Duncan Druce, «Historical approaches to violin playing», en John I’aynter, Tim Howell, Ri
chard Orton y Peter Seymour (eds.), Companion to Contemporary M usical Thought, 2 vols.,
Londres y Nueva York, Routledge, 1992, II, p. 1013.
42. Alfred Brendel, «¿(Notes on a complete recording of Beethoven’s piano works», M usical
Thoughts an d Afterthoughts, Londres, Robson, 1976, pp. 23 y 25.
43- Véanse por ejemplo Richard Taruskin, «The pastness of the present and the presence of the
past», en Taruskin, Text and Act: Essays on Music an d Performance, Nueva York y Oxford,
Oxford University Press, 1995, pp. 90-154, y Robert Philip, Early Recordings and M usical
Style: Changing Tastes in Instrum ental Perform ance, 1900-1950, Cambridge, Cambridge
University Press, 1992, pp. 239-240.
44. Jonathan Dunsby, Performing Music: Shared Concerns, Oxford, Clarendon Press, 1995, p. 41.
45. Nicholas Kenyon, «Tradition isn’t what it used to be», conferencia dictada ante la Royal Phi-
llarmonic Society, Londres, 24 de febrero de 2001.
46. Artur Schnabel, My life an d Music, Gerrards Cross, Bucks., Colin Smythe, 1970, p. 125.
47. Pierre Baillot, The Art o f the Violin, Louise Goldberg (trad, y éd.), Evanston, 111., Northwes
tern University Press, 1991, pp. 13, 477.
Dunsby, Jonathan: Performing Music: Shared Concerns, Oxford, Clarendon Press, 1995.
Godlovitch, Stan: Musical Performance: A Phisolophical Study, Londres y Nueva York,
Routledge, 1998.
Howat, Roy: «What do we perform?», en John Rink (ed.), The Practice o f Performance:
Studies in M usical Interpretation, Cambridge, Cambridge University Press, 1995,
pp. 3 - 2 0 .
Kivy, Peter: «Live performances and dead composers: on the ethics o f musical interpre
tation, en Peter Kivy, The Fine Art o f Repetition: Essays in the Philosophy o f Music,
Cambridge, Cambridge University Press, 1993, pp. 95-116.
Sessions, Roger: «The performer», en Roger Sessions, The Musical Experience o f Composer,
Performer, Listener [1950], Princeton, Princeton University Press, 1971, pp. 68-86.
Taruskin, Richard: «On letting the music speak for itself», en Richard Taruskin, Text
an d Act: Essays on Music an d Performance, Nueva York y Oxford, Oxford University
Press, 1995, pp. 51-66.
6 El desarrollo de la habilidad interpretativa
J a n e D a v id s o n
Este capítulo analiza los factores más importantes que intervienen en el de
sarrollo de las habilidades musicales. En primer lugar, examina el concepto
de potencialidad musical; después presenta una investigación sobre las habi
lidades específicas requeridas para aprender a tocar un instrumento. Por últi
mo, examina cuál es la mejor manera de cultivar la habilidad de interpretar
para un público. Se ha procurado un equilibrio entre la teoría y la práctica
haciendo referencia tanto a las investigaciones publicadas sobre psicología y
educación musical como a informaciones anecdóticas y al material que con
tienen los manuales educativos. Aunque se hacen algunas referencias al
aprendizaje musical en otras culturas, este estudio se centra en el desarrollo
de la habilidad interpretativa de los niños dentro de un marco cultural occi
dental.
Los cinco factores que al parecer fueron decisivos para que Armstrong se
interesara por la música y se relacionara con ella han sido estudiados sistemá
ticamente por psicólogos de la música, y hoy en día se consideran fundamen
tales para el desarrollo de las habilidades musicales 6. A continuación, se exa
minarán en profundidad dichos factores y se harán algunas sugerencias sobre ¡
la mejor manera de fomentar las habilidades interpretativas.
Existen cada vez más pruebas de que el entorno comienza a influir en el indi
viduo antes de su nacimiento. Por ejemplo, el feto es capaz de oír música y
voces varias semanas antes del nacimiento y de reconocer esa música después
de nacer 7, lo que implica que ha tenido lugar algún tipo de aprendizaje. •
También se puede deducir que la experiencia fetal es en gran parte «musical» j
porque el feto siente los ritmos del cuerpo de su madre y oye las inflexiones ,
— los contornos melódicos— de los sonidos externos, incluyendo el habla y
la música. Es posible que la estimulación prenatal sea una de las experiencias
ambientales más importantes, y que los niños estimulados de esa manera se
beneficien en cuanto a su educación en general y su desarrollo musical en
particular. El mundo de la música comercial da por sentada la posibilidad del
aprendizaje prenatal, y ofrece a las mujeres embarazadas una variedad de pro
gramas musicales especiales que supuestamente tienen un efecto positivo en
el niño que está por nacer.
Se ha demostrado que en la infancia el «lenguaje materno»8 constituye la
base para el desarrollo de las habilidades de alternancia recíproca9. La comu
nicación gestual también es de vital importancia, y el ritmo, tempo y diná
mica de sus interacciones 10 son determinados por movimientos y prácticas
lúdicas como dar palmadas. El «lenguaje materno» y los juegos gestuales se
desarrollan para comunicar emociones y necesidades básicas. De esta manera
se forma la relación entre la emoción, el gesto físico y el significado musical.
Una característica musical expresiva como el rubato puede demostrar una re
lación con las primeras experiencias infantiles. Por ejemplo, las interacciones
físicas y vocales se ralentizan cuando están a punto de finalizar, y en la inter-
/-/ desarrollo de la h ab ilidad interpretativa 115
prefación musical esa noción se abstrae aún más como un medio para antici
par y prolongar el final de la música. La interacción casi musical entre los
cuidadores y los niños en las guarderías conduce por lo tanto al desarrollo
casi fortuito del significado musical y de algunas capacidades interpretati
vas 11.
El contacto temprano y frecuente con la música es potencialmente una
inversión a largo plazo, ya que despierta el interés y el compromiso del niño
con el aprendizaje. Por ejemplo, los investigadores 12 han descubierto que los
niños a los que se les ha cantado e incluido en juegos musicales durante la
importante etapa que abarca desde el nacimiento hasta los dos años desarro
llaron posteriormente habilidades musicales de alto nivel. Sin embargo, esa
intervención muy temprana no estaba estructurada ni formalizada. A los ni
ños se les permitía explorar los instrumentos musicales en sus casas o escu
char la música puesta en el equipo de sonido. Por el contrario, la mayoría de
los niños que abandonaron la música no habían recibido muchos estímulos
musicales antes de los dos años de edad, y en los casos en que sí los recibie
ron parecen haber sido demasiado infrecuentes como para ejercer una in
fluencia, o resultaron intimidatorios por estar estructurados formalmente.
Por ejemplo, uno de los niños tenía un profesor de violín que iba a su casa
desde que tenía dos años, y le atemorizaba tanto la experiencia que corría a
esconderse bajo su cama.
De este modo, la información que tenemos sugiere que una participación
informal y libre de los estímulos musicales a una edad muy temprana es de
gran importancia para su futuro desarrollo, ya que permite al niño conocer y
comprender la comunicación musical.
Juana d’Albret, madre del rey Enrique IV de Francia, pidió a los músicos de
la corte que tocaran para ella durante su embarazo, con la esperanza de que
su hijo desarrollara un carácter afable por haber escuchado las «dulces» melo
días. Curiosamente, los cronistas de la época señalan la naturaleza calmada
del rey. Esta anécdota revela una posible relación entre la exaltación física, la
respuesta emocional, el gusto por la música y el temperamento. Anthony
Kemp 13 ha escrito detalladamente sobre este tema, analizando si es la música
la que motiva a ciertas personalidades a relacionarse con ella o si las persona
lidades son formadas por la música. No existe una respuesta categórica, pero
hoy en día se sabe con bastante certeza que la relación con la música tiene un
efecto emocional positivo. En efecto, los que trabajan en el campo de la tera-
116 L a interpretación m usical
L a p ráctica p a r a ¡a perfección
Una serie de estudios han demostrado que la manera más eficaz de adquirir
habilidad es la práctica deliberada l8. En el campo de la música, se ha encon
trado una clara relación entre las horas acumuladas de práctica «formal» (es
calas, ejercicios técnicos y repertorio) y los logros alcanzados. Por ejemplo, en
un estudio sobre alumnos violinistas l9, K. Anders Ericsson et al. descubrie
ron que los mejores alumnos habían acumulado casi 10.000 horas de prácti
ca formal para la edad de veintiún años, mientras que los alumnos cuyos lo
gros eran mucho menores habían acumulado menos de la mitad. Además,
un estudio de John A. Sloboda et a l.20 reveló que los alumnos más sobresa
lientes no sólo practicaban mucho más que sus compañeros menos exitosos,
sino que además había una correlación directa entre las horas de práctica y la
calidad interpretativa en los exámenes musicales. Los investigadores estudia
ron cinco grupos de jóvenes que abarcaban desde los que habían abandona
do la música después de dos años de aprendizaje hasta aquellos que estaban
recibiendo una educación musical especializada con vistas a una carrera pro
fesional. Descubrieron que los alumnos de educación especializada avanza
E l desarrollo de la h abilidad interpretativa 117
ban mucho más rápidamente a través del sistema de exámenes prácticos que
los otros alumnos. Sin embargo, cuando calcularon las horas de práctica, des
cubrieron que todos los alumnos, independientemente del grupo, necesita
ban exactamente el mismo tiempo de práctica para alcanzar un nivel deter
minado. Los alumnos de educación especializada avanzaban mucho más
rápido porque practicaban más concentradamente que los otros alumnos.
Además de la práctica formal, Sloboda et al. también descubrieron que
los alumnos que avanzaban rápido eran los que participaban en prácticas in
formales, que incluían improvisaciones y tocar melodías conocidas de oído.
Por lo tanto, además de adquirir las habilidades técnicas para controlar el
instrumento y el repertorio, los alumnos sobresalientes también dedicaban
tiempo y esfuerzos a explorar cómo funcionan las estructuras musicales.
Como en el caso de Armstrong, tenían muchas oportunidades para el tanteo,
lo que permite alcanzar una comprensión de la estructura musical y la expre
sión.
El estilo y la estructura de la práctica también tienen mucho que ver en
cómo avanza el alumno en su aprendizaje musical. Por ejemplo, dos estudios
independientes, de Linda Gruson 21 y Kacper Miklaszewski22, revelaron que
inicialmente se trabajan fragmentos de una pieza durante períodos prolonga
dos, y a medida que esos fragmentos se vuelven más fluidos, se estudian gra
dualmente secciones más largas, primero de manera parcial, hasta desarrollar
un método integral. Susan H allam 23 demostró que los métodos parcial e in
tegral son dos enfoques sumamente diferentes de la práctica, y que algunas
personas prefieren uno de los dos. Sus detallados estudios demostraron que
los métodos de práctica son muy individuales, y que ninguno muestra una
correspondencia con el éxito.
Aunque la práctica es importante para adquirir habilidad, como demues
tra el caso de Armstrong, también es muy importante encontrar fuentes de
motivación para relacionarse con la música.
Las investigaciones sobre cómo los niños se vinculan con la música sugie- í
ren que las tres fuentes de motivación externas — extrínseca, social y éxito—
a menudo preceden y se desarrollan convirtiéndose en motivación intrínseca.
Previamente en este capítulo, cuando se consideró la importancia de las res
puestas emocionales, se demostró que la motivación intrínseca es el tipo de
motivación que facilita un compromiso a largo plazo con la música. Ha-
llam 26 ha escrito detalladamente sobre cómo ayudar a desarrollar la motiva
ción intrínseca, y sugiere las siguientes técnicas de enseñanza:
En otras palabras, las tareas musicales deben ser importantes para los |
alumnos y han de tener un nivel de complejidad óptimo, es decir, que los en
frente a un reto, pero que sea practicable. Hallam desarrolló sus técnicas ob- .
servando a muchos alumnos, pero también examinando las características
biográficas que comparten diversos músicos afamados 17.
En cuanto a las motivaciones externas, parece ser que los apoyos sociales
son los más comunes — por ejemplo, los amigos, la familia y los maestros.
Ellos pueden utilizar refuerzos materiales como dulces, dinero, pequeños ob- 1
sequíos o convites, abrazos y sonrisas para animarlos, pero su presencia y par
ticipación son lo más importante para el progreso en el aprendizaje.
/ / desarrollo d e la h a b ilid a d interpretativa 119
/ / p ap el del m aestro
ambiente de aprendizaje de los niños que se dieron de baja era negativo y an
gustioso.
Los investigadores también descubrieron que a partir de los once años de
edad muchos niños no necesitan fuentes externas de motivación, ya que de
sarrollan su propio vínculo con el instrumento30. En efecto, un estudio sobre
músicos adolescentes y sus actividades 31 reveló que su identidad estaba estre
chamente vinculada con tocar un instrumento musical. Se ha encontrado
que lo mismo es cierto en otros campos, como la música pop, en los que las
recompensas musicales llegan a vincularse con la identidad propia32.
De esta manera, el análisis de las investigaciones revela que la biografía de
Armstrong muestra los factores ambientales más importantes relacionados
con la adquisición de habilidades musicales. Pero ¿qué podemos decir sobre
las características de habilidades mismas?
Motas
1. Véase John A. Sloboda, Jane W. Davidson y Michael J. A. Howe, «Is everyone musical?»,
The Psychologist! (1994), pp. 349-354.
2. Robert Plomin, John C. DeFries y John C. Loehlin, «Genotype-environment interaction
and correlation in the analysis of human behavior», Psychological Bulletin 84 (1977), pp.
309 -3 2 2 .
3. Véase Rita L. Atkinson, Richard C. Atkinson, Edward E. Smith, Daryl J. Bern y Ernest R.
Hillgard, Introduction to Psychology, 10a ed., Orlando, Fla., Harcourt Brace Jovanovich,
1990, pp. 779 -7 80.
4. Los extremos superior e inferior de esa distribución presentan respectivamente la misma
cantidad de aventajados o incapacitados en alguna forma, pero como la suma de ambos es
de tan sólo el 5 por ciento, constituyen casos excepcionales.
i '/ desarrollo d e la h a b ilid a d interpretativa 12 3
5. James L. Collier, Louis Armstrong: An American Genius, Nueva York, Oxford University
Press, 1983-
6. Véase John A. Sloboda, Jane W. Davidson, Michael J. A. Howe y Derek G. Moore, «The
role of practice in the development o f expert musical performance», British Journal o f Psy
chology 8 7 (1996), pp. 287-309.
7. Véanse Peter G. Hepper, «An examination of foetal learning before and after birth», Irish
Journal o f Psychology 12 (1991), pp. 95 -1 0 7 , y Jean-Pierre Lecanuet, «Prenatal auditory ex
perience», en Irène Deliège y John A. Sloboda (eds.), Musical Beginnings: Origins and Deve
lopment o f Musical Competence, Oxford, Oxford University Press, 1996, pp. 3-34.
8. Es decir, las vocalizaciones de tipo «gu-gu, ga ga» entre un adulto y un niño.
9. Véase Colwyn Trevarthen, «Musicality and the intrinsic motive pulse: evidence from human
psychobiology and infant communication», Musicae Scientiae, número especial (1999-
2 0 0 0 ), pp. 155-215.
1í). Véase Mechthild Papousek, «Intuitive parenting: a hidden source o f musical simulation in
infancy», en Irène Deliège y John A. Sloboda (eds.), Musical Beginnings: Origins and Deve
lopment o f Musical Competence, cit., pp. 88-114.
\1. Véase Hanus y Mechthild Papousek, «Beginning of human musicality», en Reinhart Stein
berg (éd.), Music and the M ind Machine: The Psychophysiology and Psychopathology o f the Sen
se o f Music, Berlin, Springer Verlag, 1995, pp. 27-34.
12. Michael J. A. Howe, Jane W. Davidson, Derek G. Moore y John A. Sloboda, «Are there
early childhood signs of musical ability?», Psychology o f Music 23 (1995), pp. 162-176.
13. Anthony Kemp, The Musical Temperament, Oxford, Oxford University Press, 1996, viii,
pp. 234 -2 5 5 .
14. E.g. Gary Ansdell, Musicfo r Life: Aspects o f Creative Music Therapy with Adult Clients, Lon
dres, Jessica Kingsley, 1995.
15. E.g. Anne Savan, «The effect o f background music on learning», Psychology o f Music 27
(1999), pp. 138-146.
16. John A. Sloboda, «Musical Structure and emotional response: some empirical findings», Psy
chology o f Music 19 ( 1991 ), pp. 110-120.
17. John A. Sloboda, «Empirical studies o f emotional response to music», en Mari R. Jones y
Stephen Hoileran (eds.), Cognitive Bases o f Musical Communication, Washington, D .C .,
American Psychological Association, 1992, pp. 33-46.
18. Véase el capítulo 7 de este libro. Un caso examinado en los estudios de psicología que se
han publicado es el de S. F., un hombre capaz de aumentar su capacidad normal de memo
rización de cinco a siete ítems para recordar inmediatamente a ochenta ítems después de
200 horas de práctica sistemática de la tarea. Para un análisis, véase William G. Chase y
K. Anders Ericsson, «Skilled memory», en John R. Anderson (éd.), Cognitive Skills and their
Acquisition, Hillsdale, N J, Erlbaum, 1981, pp. 141-189.
19. K. Anders Ericsson, RalfTh. Krampe y Clemens Tesch-Rômer, «The role o f deliberate prac
tice in the acquisition o f expert performance», Psychological Review 100 (1993), pp. 363-406.
20. John A. Sloboda, Jane W. Davidson, Michael J. A. Howe y Derek G. Moore, «The role of
practice in the development of expert musical performance», op. cit.
2 1. Linda M . Gruson, «Rehearsal skill and musical competence: does practice make perfect?»,
en John A. Sloboda (ed.), Generative Processes in Music: The Psychology o f Performance, Im
provisation, and Composition, Oxford, Clarendon Press, 1988, pp. 91-112.
Kacper Miklaszewski, «A case study of a pianist preparing a musical performance», Psycho-
logy o f Music 17 (1989), pp. 95-109.
.U. Susan Hallam, «Professional musicians’ orientations to practice: implications for teaching»,
British Journal o f Music Education 12 (1995), pp. 3-19.
124 La interpretación m usical
24. Véase Susan Hallam, Instrumental Teaching: A Practical Guide to Better Teaching and Lear
ning, Oxford, Heinemann, 1998.
25. Véase Norman Feather (ed.), Expectations and Actions, Hillsdale, N L, Erlbaum, 1982.
2 6. Susan Hallam, Instrumental Teaching: A Practical Guide to Better Teaching and Learning, cit.,
pp. 104-106.
27. Algunos detalles pueden encontrarse, por ejemplo, en John A. Sloboda, Jane W. Davidson y
Michael J. A. Howe, «Is everyone musical?», cit.
28. Jane W. Davidson, Michael J. A. Howe, Derek G. Moore y John A. Sloboda, «The role of
parental influences in the development of musical ability», British Journal o f Developmental
Psychology 14 (1996), pp. 399-412.
29. Jane W. Davidson, Michael J. A. Howe, Derek G. Moore y John A. Sloboda, «The role of
teachers in the development o f musical ability», Journal o f Research in Music Education 46
(1998), pp. 141-160.
30. Véase Jane W. Davidson, John A. Sloboda y Michael J. A. Howe, «The role o f parents and
teachers in the success and failure of instrumental learners», Councilfo r the Bulletin o f Rese
arch in Music Education \27 (invierno 1995-1996), pp. 40-44.
31. Jane W. Davidson, «Self and desire: a preliminary exploration o f why students start and
continue with music learning», Research Studies in Music Education 12 (1999), pp. 30-37.
32. Véase Daniel Cavicchi, Tramps Like Us: Music and Meaning among Bruce Springsteen Fans,
Nueva York, Oxford University Press, 1998.
33. Susan Hallam, Instrumental Teaching: A Practical Guide to Better Teaching and Learning, cit.,
P \17* "
34. Véanse Desmond Sergeant, «Experimental investigation of absolute pitch», Journal o f Rese
arch in Music Education 17 (1969), pp. 135-143, y John A. Sloboda, The Musical Mind: The
Cognitive Psychology o f Music, Oxford, Oxford University Press, 1985.
35. John A. Sloboda y Jane W. Davidson, «The young performing musician», en Irène Deliège y
John A. Sloboda (eds.), Musical Beginnings: Origins and Development o f Musical Competence,
cit., pp. 171-190.
36. Jane W. Davidson, «The social in musical performance», en David J. Hargreaves y Adrian
C. North (eds.), The Social Psychology o f Music, Oxford, Oxford University Press, 1997, pp.
209 -2 2 8 .
37. Andrew Evans, The Secrets o f Musical Confidence, Londres, Thorson, 1994, pp. 79-133.
Lecturas cornplementarim
Introducción
¿Cuánto es suficiente?
«Muy pocas personas obtienen con su práctica todos lo beneficios que espe
ran, porque, en general, practican mal» 10. Eso comentó el famoso pianista
l’rédéric Kalkbrenner en su tratado de 1831, M éthode pour apprendre le p ia
no-forte. Probablemente es cierto que la mayoría de los músicos podrían me
jorar sus técnicas de estudio y con ello aumentar al máximo los resultados del
tiempo que pasan estudiando. Como se dijo en la introducción, el músico
t|iic se prepara para una interpretación tiene dos objetivos fundamentales:
lormular la interpretación de una obra musical y desarrollar la destreza técni
ca necesaria para realizar esa interpretación. Aunque esos dos objetivos están
128 L a interpretación musical
(1) Fase cognitiva, una fase inicial que requiere la atención consciente.
(2) Fase asociativa, caracterizada por el perfeccionamiento de la activi
dad y la eliminación de errores.
(3) Fase autónoma, en la que la habilidad ya no requiere la atención
consciente porque se ha vuelto automática13.
factoría de d escribir las variaciones expresivas de m odo que uno pueda incorporarlas
en su propia interpretación. Las técnicas expresivas son transm itidas de un m úsico
a o tro m ediante la dem ostración. Esa es la razón p or la que los grandes músicos
suelen estar m uy interesados en escuchar las interpretaciones de otros grandes m ú
sicos 20.
ello debe desarrollar las habilidades técnicas apropiadas para tocar o cantar
las notas y realizar su propia interpretación. Las prácticas técnicas e interpre
tativas requieren técnicas diferentes pero relacionadas entre sí.
A los músicos estudiantes y aficionados les resultará beneficioso estudiar
los métodos de trabajo de los intérpretes experimentados y profesores y reco
nocer que la práctica más productiva es aquella en la que hay una participa
ción mental consciente. Bien sea para desarrollar la técnica o para formular
una interpretación, la práctica será más eficaz si el músico tiene objetivos cla
ros y factibles y ha elegido los medios para realizarlos. El enfoque más co
mún es simplificar la tarea dividiendo el material musical en bloques sufi
cientemente pequeños como para asegurar un progreso.
En este sentido, la práctica se puede considerar una actividad mediante la
cual el intérprete identifica los problemas y busca la manera de resolverlos.
Los intérpretes deben supervisar sus propias acciones para evaluar la eficacia
de sus técnicas de práctica y para evitar los errores. Por otra parte, pueden
mejorar la eficiencia de sus prácticas planteándose continuamente las si
guientes preguntas mientras practican:
Notas
1. Véase Alien Newell y Paul Rosenbloom, «Mechanisms of skill acquisition and the law of
practice», en John R. Anderson (ed.), Cognitive Skills and their Acquisition, Hillsdale, NJ,
Erlbaum, 1981, p. 1; compárense las consideraciones sobre la práctica de los capítulos 9 y 10.
2. Pier Francesco Tosi, Observations on the Florid Song, John Galliard (trad.), Michael Pilking-
ton (ed.), Londres, Stainer and Bell [1723/1742], 1987, p. 27.
3. Daniel Gottlob Tiirk, School o f Clavier Playing, Raymond H. Haggh (trad.), Lincoln, Nebr.,
University of Nebraska Press [1789], 1982, p. 19.
4. Johann Joachim Quantz, On Playing the Flute, 2a ed., Edward R. Reilly (trad.), Londres, Fa
ber and Faber [1752], 1985, p. 118.
5. Johann Nepomuk Hummel, A Complete Theoretical and Practical Course o f Instructions on
the Art o f Playing the Piano Forte, 3 vols., Londres, T. Boosey & Co. [1828], 1830, I, p. iii,
6. Definieron la «práctica deliberada» como una «actividad sumamente estructurada con el ob
jetivo explícito de mejorar algún aspecto de la interpretación»; véase Ralf Th. Krampe y
K. Anders Ericsson, «Deliberate practice and elite musical performance», en John Rink
(ed.), The Practice o f Performance: Studies in Musical Interpretation, Cambridge, Cambridge
University Press, 1995, p. 86.
7. Ibid., p. 93.
8. Johann Nepomuk Hummel, A Complete Theoretical and Practical Course o f Instructions on
the Art o f Playing the Piano Forte, cit., I, p. iv.
P reparándose par/i Interpretar 135
9. Carl Philipp Emanuel Bach, Essay on the True A rt o f Playing Keyboard Instruments [Versuch
über die wahre A rt das Clavier zu spielen], William Mitchell (trad, y ed.), Londres, Eulen-
burg [1753, 1762], 1949, p. 101.
10. Frederic Kalkbrenner, Learning the Pianoforte, Sabilia Novello (trad.), Londres, J. Alfred
Novello, 1866, p. 19.
11. John A. Sloboda, The M usical M ind: The Cognitive Psychology o f Music, Oxford, Oxford
University Press, 1985, p. 90.
12. Victor Booth, We Piano Teachers, Londres, Hutchinson [1946], 1971, p. 77.
13. Paul M. Fitts y Michael I. Posner, Human Performance, Belmont, Calif., Brooks/Cole, 1967,
pp. 11-15.
14. James Ching, The Amateur Pianists Companion, Oxford, Hall, 1950, p. 102.
15. Linda M . Gruson, «Rehearsal skill and musical competence: does practice make perfect?»,
en John A. Sloboda (ed.), Generative Processes in M usic: The Psychology o f Performance, Im
provisation, and Composition, Oxford, Clarendon Press, 1988, pp. 91-112.
16. Kacper Miklaszewski, «A case study o f a pianist preparing a musical performance», Psycho-
logy o f Music 17 (1989), pp. 95-109.
17. Robert Gerle, The A rt o f Practising the Violin, Londres, Stainer Books, 1987, p. 17; cfr. el
capítulo 8 de este libro.
18. Dale Reubart, Anxiety and Musical Performance: On Playing the Piano from Memory; Nueva
York, Da Capo Press, 1985, p. 79; véase también el capítulo 9 de este libro.
19. Pier Francesco Tosi, Observations on the Florid Song, cit., p. 37.
20. John A. Sloboda, The Musical M ind: The Cognitive Psychology o f Music, cit., p. 88.
21. Susan Hallam, «Professional musicians’ approaches to the learning and interpretation of
music», Psychology o f Music 23 (1995), pp. 111-128.
22. Gyorgy Sándor, On Piano Playing, Nueva York, Collier Macmillan, 1981, p. 211.
23. Carl Philipp Emanuel Bach, Essay on the True A rt o f Playing Keyboard Instruments [Versuch
über die wahre A rt das Clavier zu spielen], cit., p. 152.
24. Véase John Rink, reseña de Wallace Berry, M usical Structure a nd Performance, en Music
Analysis 9 (1990), p. 323; véase también el capítulo 3 de este libro.
25. Johann Joachim Quantz, On Playing the Flute, cit., 254.
26. Fanny Waterman, On Piano Teaching and Performance, Londres, Faber and Faber, 1983, p.
34; cfr. los comentarios de Rachmaninoff citados en la p. 271 de este libro.
27. A. A. Wicinski, «Psichologiceskii analiz processa raboty pianista-ispolnitiela nad muzy-
kalnym proizviedieniem [A psychological analysis of how the pianist-performer works on a
musical composition], Izviestia Akademii Piedagogiceskich N auk Vyp 25 (1950), pp. 171-
21 5 , citado en Kacper Miklaszewski, «A case study o f a pianist preparing a musical perfor
mance», cit., p. 96.
28. Susan Hallam, «Professional musicians’ approaches to the learning and interpretation of
music», cit., pp. 117-121.
29. John Rink, reseña de Wallace Berry, M usical Structure and Performance, cit., p. 328; véase
también el capítulo 3 de este libro.
( ii'iison, Linda M.: «Rehearsal skill and musical competence: does practice make perfect?»,
en John A. Sloboda (ed.), G enerative Processes in M usic: T he Psychology of Perform ance,
Im provisation, a n d Composition , Oxford, Clarendon Press, 1988, pp. 91-112.
136 Lit intrrpretucion musical
Jorgensen, Harald, y Andreas C. Lehmann (eds.): D oes Practice M ake P erfect? C u rren t
Theory a n d Research on Instrum ental M usic Practice, Oslo, Norges Musikkhogskole,
1997.
Krampe, R alfT h ., y K. Anders Ericsson: «Deliberate practice and elite musical perfor
mance», en John Rink (ed.), T he Practice o f P erform ance: Studies in M usical In ter
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Miklaszewski, Kacper: «A case study o f a pianist preparing a musical performance»,
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Reubart, Dale: A nxiety a n d M usical P erform ance: O n Playing the Piano fro m M em ory,
Nueva York, Da Capo Press, 1985.
Sloboda, John A.: T he M usical M in d : T he C ognitive Psychology o f M usic, Oxford, O x
ford University Press, 1985.
# La memorización de la música
Aaron W il l ia m o n
i '.ti 1828, Clara Schumann sentó un precedente para los intérpretes musica
les al tocar en público sin partitura. Poco después, Franz Liszt, con su «predi
lección por el espectáculo, aprovechó la oportunidad para convertir este nue
vo acontecimiento en un ritual emocionante» 2. Una vez causó verdadero
138 L a hiterpretiición musical
íuror lanzando no sólo sus guantes blancos a las primeras filas del público — un
gesto por el que era conocido— , sino también su partitura. Semejantes efec
tos teatrales no eran bien recibidos por los críticos. De hecho, las interpreta
ciones de memoria fueron consideradas ostentosas y de mal gusto incluso
hasta finales del siglo XIX. En su libro With Your Oum Two Hands, Seymour
Bernstein describe sucintamente cómo la percepción y aceptación de la inter
pretación memorizada han cambiado desde el siglo XIX:
En 1861, sir Charles Hallé, el virtuoso británico, dio el primero de una serie de
conciertos dedicados a todas las Sonatas de Beethoven. Tocó de memoria. Para el
tercer concierto, se rindió ante los críticos londinenses y apareció en escena con las
partituras. Sin embargo... siguió tocando de memoria. Aún muchos años después,
en 1870, el dr. Hans von Bülow, cuyas proezas de memoria eran legendarias, se en
contró con que los críticos londinenses se oponían tanto como entonces a las inter
pretaciones de memoria. En este caso, sin embargo, el D aily Telegrapb censuró más
al público que al mismo von Bülow: su memoria, y no su musicalidad, es la que pa
rece haber causado la mayor impresión, reclamaron los críticos. No fue sino a fina
les del siglo XIX cuando tocar de memoria llegó a considerarse como una práctica
seria y no mero sensacionalismo. Indudablemente, hoy en día es mucho más inu
sual que un solista toque con partitura que sin ella3.
TABLA 8.1 Características de las interpretaciones, incluyendo una descripción de los cinco
tipos de interpretación e indicaciones sobre la presencia o no de un a tril y una
partitura
las interpretaciones sin atril que aquellas en las que aparece el atril, indepen
dientemente de que fuesen memorizadas. Esta respuesta fue aún más categó
rica para los espectadores músicos, lo que sugiere que su formación musical
les puede haber inculcado una inclinación a favor de las interpretaciones sin
atril. Las investigaciones futuras podrían aclarar la naturaleza de esta predis-
La memorización ríe la música 141
(a)
(e)
¡C óm o in terpretan d e m em oria?
l'dwin Hughes yTobias Matthay fueron dos de los primeros músicos y peda
gogos que escribieron ampliamente sobre cómo los músicos memorizan las
composiciones 6. Hughes, por ejemplo, destacó tres formas principales de
memorización musical: auditiva, visual y cinestésica. La m em oria auditiva
permite escuchar composiciones en el «oído interior», anticipar eventos que
se aproximan en la partitura y realizar evaluaciones simultáneas del progreso
ile tina interpretación. La memoria visual consiste en imágenes del papel es
crito y otras características de la interpretación que se retienen en la mente.
I .os pianistas y otros teclistas, por ejemplo, pueden recordar posiciones «de la
mano y los dedos, el aspecto de los acordes sobre el teclado y el patrón que
forman las diversas figuras cuando se tocan » 1. La memoria cinestésica (es de
cir, la memoria muscular o táctil) permite a los intérpretes tocar notas auto
máticamente. En el caso de los pianistas, se adquiere con un intenso entrena
miento de los dedos, las muñecas y los brazos, y puede existir en dos formas:
( I) posición y movimiento de nota a nota y (2) sentido de la resistencia de la
liria. Por otra parte, Hughes y Matthay insisten en que «no es posible una
memorización realmente inteligente sin un conocimiento de la armonía y la
lumia musical, y, para las formas de composición más estrictamente polifó-
1 4 4 _____ ___________ w teipretación música^
Dos investigaciones recientes explican cómo los músicos utilizan estos méto
dos cuando interpretan. Susan Hallam entrevistó a veintidós músicos profe
sionales y cincuenta y cinco novatos 10. Las entrevistas revelaron una diversi
dad individual considerable en el uso de las memorias auditiva, visual y
cinestésica. Un músico, por ejemplo, declaró que «a veces me resulta muy
útil la memoria visual, el aspecto de la página [...] Mi memoria visual no es
nada buena, excepto para la música». Otro afirmó que «una vez que te en
cuentras ejecutando un pasaje rápido, o uno en el que la música fluye conti
nuamente, el oído tiende a asumir el control» n .
Hallam descubrió que todos los músicos profesionales adoptaban una es- \
pecie de estrategia «analítica» consciente que implicaba desarrollar un cono
cimiento de la estructura de la música. Un director señaló: «no creo que el
método que yo utilizo para aprenderme las partituras [...] sea de ninguna uti
lidad para un instrumentista, ya que lo hago enteramente por análisis, que
para mí resulta infalible» 12. También afirmaron emplear una codificación
múltiple de la información (es decir, una combinación de memoria auditiva,
visual y cinestésica con estrategias analíticas) para proporcionar una mayor
seguridad durante la interpretación. Por ejemplo, uno de los músicos profe
sionales comentó:
ca [...] Hay piezas que he tocado tantas veces a lo largo de los años que simplemen
te sé cómo van y puedo tocarlas. Eso no es analítico, pero no me gustaría en abso
luto salir a escena y tocarlas porque creo que es posible que la memoria automática
me fallel3.
lín un estudio similar, Rita Aiello también examinó los métodos utilizados
por músicos profesionales para memorizar música l5. Entrevistó a siete pia
nistas concertistas para investigar cómo utilizan la memoria auditiva, visual y
anestésica y cómo enfocan la memorización de diversos tipos de música (por
ejemplo, composiciones polifónicas y atonales). Además, examinó el papel
que desempeñan la digitación, los recursos mnemotécnicos, la improvisación
y el conocimiento de la estructura musical en la memorización. Descubrió
varios temas en las respuestas de los participantes. En primer lugar, los músi
cos afirmaron que confiaban mucho más en la memoria auditiva que en la ci-
nestésica, aunque todos coincidieron en que es importante conocer los com
ponentes cinestésicos de una pieza (por ejemplo, la digitación). En segundo
lugar, todos los pianistas destacaron que tener una idea clara de la estructura
musical y analizar la partitura eran los métodos de memorización más im
portantes y seguros. En tercer lugar, cinco de los siete pianistas comentaron
que memorizaban de una manera «holística» dividiendo la pieza en secciones
breves para obtener una «recuerdo más sólido de toda la obra» l6. En cuarto
lugar, la capacidad de improvisar fue considerada una ventaja importante
para memorizar música; incluso un pianista que no sabía improvisar la consi
deró como una herramienta valiosa. Basándose en los resultados de su inves-
l igación, Aiello concluyó que, en general, los maestros deberían ayudar a sus
alumnos a memorizar música, fomentando en ellos el conocimiento detalla
do de la estructura musical y ayudándoles a analizar la partitura.
Las investigaciones de Hallam y Aiello, junto con las obras de Hughes y
Matthay, aportan un conocimiento profundo sobre cómo los músicos inter
146 L a interpretadon m usical
la capacidad de dejar a un lado los detalles y observar las relaciones a gran escala
pertinentes al contexto musical particular, que es lo que fomenta el análisis, forma
parte esencial de la manera en que el músico percibe el sonido musical. Para el in
térprete, es obvio que el análisis desempeña un papel en la memorización de parti
turas extensas, y, hasta cierto punto, en el discernimiento de las relaciones dinámi
cas y rítmicas a gran escala (aunque algunas de las afirmaciones de que el análisis
schenkeriano, en particular, es indispensable para intérpretes y directores han sido
indudablemente exageradas)17.
expertos en esos campos ls. Antes de aplicar a la música cualquier teoría so
bre la memoria experta, debemos determinar si la memoria musical es com
parable a otros tipos de memoria experta. Aunque la naturaleza de la inter
pretación musical difiere fundamentalmente de la de otras actividades como
el ajedrez o el atletismo, los músicos expertos comparten algunas de las mis
mas exigencias de memoria con otros especialistas. Por ejemplo, la memoria
desempeña un papel importante en deportes como la gimnasia y el patinaje
artístico, ya que los deportistas han de memorizar las secuencias de los movi
mientos que constituyen una actuación determinada y ejecutar dichos movi
mientos con referencia a unos modelos técnicos definidos. Debido a que las
habilidades técnicas son valoradas de acuerdo con unas formas ideales, los eje
cutantes deben hacer comparaciones entre las técnicas «reales» e «ideales»
durante la ejecución. Las bases para estas comparaciones se obtienen de la me
moria a largo plazo, adquirida a lo largo de muchos años de entrenamien
to l9. Los solistas, al igual que los expertos en los deportes mencionados,
practican minuciosamente para poder recordar las series de acciones que
constituyen una interpretación; se refieren a los modelos técnicos definidos
que esperan el público y el jurado; y supervisan su ejecución a medida que
transcurre para evaluar su calidad.
Habiendo introducido el tema de las comparaciones, podemos comenzar
a aplicar ciertos aspectos de las teorías existentes a la memoria musical. En
general, las investigaciones han revelado que las habilidades de memoria so
bresalientes están apoyadas en una amplia base de conocimientos específicos
de la actividad. En esa base de conocimientos, se recopila información conti
nuamente y se almacena en grupos significativos (o «bloques»), que se aso
cian frecuentemente con órdenes o actos físicos específicos20. Entre los ejem
plos básicos de esos bloques en la música se incluyen las escalas y los
arpegios. Los músicos practican escalas y arpegios durante horas para poder
reconocerlos y ejecutarlos con facilidad cuando leen a primera vista o memo-
rizan una pieza.
Una vez que ha adquirido una extensa base de datos significativos, el in
dividuo puede utilizarla para crear una representación mental de cualquier
información compleja que ha de ser memorizada 21. En términos sencillos,
una representación mental es una especie de mapa interno que se puede uti
lizar con confianza para recordar un material específico. Como en cualquier
mapa, se deben identificar en la práctica los hitos (o señales) importantes
dentro de la información y después usarlos para guiar la recuperación, de
modo que la interpretación resultante pueda seguir su curso22.
En términos musicales, una composición puede representarse en una je
rarquía que abarca desde el nivel más alto de comprensión global (la pieza en
su conjunto) hasta el nivel inferior (la pieza como notas separadas). Además,
148 Lti interpretación m usical
( 'onclttsiones
Las investigaciones recientes han arrojado luz sobre las maneras en que los
músicos memorizan música. Los músicos deberían ser conscientes de que
una característica sobresaliente del proceso de memorización es la creación y
empleo de representaciones internas para recuperar información específica, y
que se ha demostrado claramente que los profesionales utilizan para ello es
trategias analíticas. Aunque sería inverosímil recomendarles a todos los músi
cos que realicen un análisis formal minucioso de cada composición que eje
cuten, se les debería animar a que desarrollen sus propias estrategias
analíticas y las incorporen en las primeras fases del aprendizaje. Ello les per
mitirá reconocer señales importantes dentro de una pieza en las que podrán
confiar con seguridad, a las que podrán referirse a medida que progresa la in
terpretación o que les ayudarán a reanudar una interpretación que se ha inte
rrumpido inesperadamente.
Uno de los temas que deberían abordar las investigaciones venideras es la
medida en que ciertas estrategias analíticas son las más efectivas y eficaces.
Podemos sugerir naturalmente que a mayor diversidad de codificaciones de
la música, mayor será la cantidad de asociaciones y conexiones que se formen
con esa información y, por lo tanto, el ejecutante tendrá más posibilidades de
recordarla. En este sentido, aquellos intérpretes que se esfuerzan por apren-
150 L a interpretación m usical
Notas
1. Véase Roger Chaffin y Gabriela Imreh, «‘Pulling teeth and torture’: musical memory and
problem solving», Thinking and Reasoning^ (1997), pp. 315-316.
2. Seymour Bernstein, With Your Own Two Hands: Self-Discovery through Music, Nueva York,
Schirmer, 1981, p. 220.
3. Ibid., p. 220.
4. Edwin Hughes, «Musical memory in piano playing and piano study», Musical Quarterly 1
(1915), p. 595.
5. Aaron Williamon, «The value of performing from memory», Psychology o f Music 27 (1999),
pp. 84-95.
6. Respectivamente, Edwin Hughes, op. cit., y Tobias Matthay, On M emorizing and Playing
from Memory and On the Laws o f Practice Generally, Londres, Oxford University Press, 1926.
7. Edwin Hughes, op. cit., p. 598.
8. Ib id , p. 599.
9. Ibid., p. 599; véase Gabriela Imreh y Roger Chaffin, «Understanding and developing musi
cal memory: the views of a concert pianist and a cognitive psychologist», The American M u
sic Teacher (diciembre 1996/enero 1997), pp. 20-24.
10. Susan Hallam, «The development of memorisation strategies in musicians», discurso pre
sentado en el Séptimo Congreso sobre Psicología del Desarrollo (Cracovia, Polonia, 1995).
11. Ibid., p. 8.
12. Ibid., p. 6.
13. Ibid., p. 5.
14. Ibid., p. 7.
15. Rita Aiello, «Strategies for memorizing piano music: pedagogical implications», ponencia
cartel presentada en la Eastern Division of the Music Educators National Conference (Nue
va York, NY, 1999).
16. Ibid., p. 1.
17. Nicholas Cook, A Guide to Musical Analysis, Londres, Dent, 1989, p. 232; véase también el
capítulo 3 de este libro.
18. Véanse William G. Chase y Herbert A. Simon, «Perception in chess», Cognitive Psychology 4
(1973), pp. 55-81; K. Anders Ericsson y Walter Kintsch, «Long-term working memory»,
Psychological Review 102 (1995), pp. 2 11-245; Eric E Clarke, «Generative principles in mu
sic performance», en John A. Sloboda (ed.), Generative Processes in M usic: The Psychology o f
Performance, Improvisation, and Composition, Oxford, Clarendon Press, 1988, pp. 1-26; y
Andreas C. Lehmann y K. Anders Ericsson, «Expert pianistss mental representation of me-
tir-, -a-r a. fíe $0 mihiíyi 151
/ct-mrnm cmaplemenmrias
Bernstein, Seymour: W ith Your O wn Two H ands: Self-D iscovery through M usic, Nueva
York, Schirmer, 1981.
( lhaffin, Roger, Gabriela Imreh y Mary Crawford: P racticing P erfection: M em ory a n d
Piano I-'erform ance, Mahwah, N J, Erlbaum, 2002.
Matthay, Tobias: On M em o rizin g a n d Playing fro m M em ory a n d O n the Laws o f Practice
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Williamon, Aaron: «The value o f performing from memory», Psychology o f M usic 27
(1999), pp. 84-95.
T e r c e r a p a rte
Hacer música
9 De la partitura al sonido
P e t e r H ill
Dinámicamente, este pequeño Vorspiel es todo pianissim o, pero dentro de los lími
tes de ese pianissim o debe haber un ligero aumento y una subsiguiente reducción de
intensidad. Es una curva que asciende y luego desciende; la más suave de las curvas,
en la que cada acorde se enlaza con el siguiente. Tan restringida es su gama, tan es
trecho el margen entre tu acorde más suave y tu acorde menos suave, que si sobre
pasas en una fracción el límite superior de la curva, todo se vendrá abajo. Cada
acorde, aunque esté relacionado y enlazado con su vecino, tiene un peso diferente,
y la diferencia no es mayor que el peso de una pluma. Escuchas con autocrítica
156 La interpretación musical
Langsam
mientras la practicas. Experimentas. Tocas cada acorde con una presión uniforme y
ligera de modo que no haya aumento ni disminución de intensidad — todo pian is-
simo. Después intentas darle ese crescendo y dim inuendo infinitesimales que se dese
an realmente para darle forma y sentido a la fiase: pero está desproporcionado — te
has sobrepasado— , así que empiezas de nuevo. Ahora encuentras que tus acordes
suenan turbios, tu pedal es incorrecto, un acorde invade el terreno de otro en lugar
de fundirse suavemente con él sin empañarlo todo. Intentas solucionarlo. Pero, a
pesar del pianissim o que estás logrando, comienzas a darte cuenta de que tus acor
des no tienen carácter — son pesados, y a toda la frase le falta vida. Entonces, muy
delicadamente, pruebas dándole una fracción más de peso al dedo superior de tu
mano derecha [...] Todo ello es la búsqueda más fascinante que se pueda imaginar.
En tu búsqueda de luz y sombra te sientes tan feliz y abstraído como un pintor
mezclando los colores en su paleta, y la satisfacción del intérprete cuando ha logra
do producir esa ondulación perfecta, esa línea clara, cuando siente que por fin todo
el diseño es proporcionado y hermoso, es inmensa. Pero esa satisfacción o autosatis-
facción se experimenta muy pocas veces. Con la misma seguridad con la que te das
cuenta de que lo has logrado, tu aguzada sensibilidad te recuerda lo escurridiza que
es la recompensa y cuántas veces te has quedado sin ella '.
tud es típica del intérprete de mediados del siglo X X : respeta el texto y las in
tenciones del compositor, y ve la interpretación como el arte de leer entre lí
neas. Sin embargo, si nos trasladamos a la música escrita un siglo después de
Schubert, nos encontramos con que el espacio «entre las líneas», por lo visto,
ya está lleno de indicaciones, como en las obras de la Segunda Escuela Viene-
sa, que parecen especificar todos los matices. El aumento general de la infor
mación especificada por los compositores durante los últimos dos siglos su
giere que no confían en la capacidad de comprensión del intérprete o tienen
un afán de controlar todo, posturas de las que Stravinsky fue portavoz en sus
diatribas contra la «interpretación». En estas circunstancias, no es de extrañar
que los intérpretes se hayan inclinado por la interpretación textual. Esto es
especialmente cierto en cuanto a la música más reciente. En los ensayos, in
cluso de grupos de especialistas selectos, uno tiene la impresión de que la
partitura es la música: se le da prioridad absoluta a ejecutar correctamente to
das las indicaciones de la partitura, mientras que lo que la partitura pueda
expresar se da automáticamente.
El problema de la interpretación literal es que puede ser completamente
errónea. Un ejemplo clásico y bien documentado es el caso de las Variaciones
para piano op. 27 de Webern. El estudio de la historia de la interpretación de
esta obra revela que durante años los pianistas tomaron el aspecto austero de
la partitura al pie de la letra: las interpretaciones eran rigurosamente imper
sonales, sin añadir nada a las escasas indicaciones expresivas. Con el tiempo,
y gracias a los esfuerzos de los alumnos de W ebern3, se supo que aquello era
lo opuesto a sus intenciones, y que lo que realmente tenía en mente era una
constante interacción de rubato y luces y sombras. ¿Por qué, entonces, We
bern no anotó esos matices? Quizá eran demasiado sutiles para poder especi
ficarlos, o quizá dependían demasiado del instinto del pianista (incluyendo al
mismo Webern) como para imponerlos. Cualquiera que fuese la razón, el
error que cometieron los pianistas fue pasar por alto la diferencia del enfoque
de la notación entre las obras tempranas y tardías de Webern.
Otro ejemplo es uno que proviene de mi experiencia personal. Cuando
comencé a estudiar la música de Messiaen, las diferencias frecuentemente
mínimas de sus ritmos hicieron que me esmerara por lograr una precisión ex
trema; pero cuando finalmente tuve la oportunidad de estudiar con él, ese
aspecto de mi ejecución le pareció mecánico. Messiaen opinaba que el ritmo
y el fraseo deben ser flexibles, y por más compleja que sea la notación, la mú
sica nunca ha de sonar «como un estudio». Para Messiaen, la labor del intér
prete es inferir el significado y el «carácter» de lo que está escrito en la parti
tura — como en el «Nachtlied» de Schubert4.
Suponiendo que se han considerado los asuntos más generales — el estilo,
la notación y el papel del intérprete— , ¿cómo comenzamos con la partitura
/>* i/t partitura a l sonido 159
en sí? Cuando les planteo esta pregunta a mis alumnos, recibo una variedad
de respuestas. Una de las sugerencias es comenzar organizando la técnica: di
gitación, articulación, etc. El problema de ese enfoque es que trata a la parti
tura «como un estudio» y no como una pieza musical. Como la digitación y
la articulación pueden cambiar, incluso radicalmente, la manera en que sue
na la música, no podemos establecerlas con antelación, sin conocer el objeti
vo al que habrán de servir. Otra escuela de pensamiento prefiere establecer
un primer contacto con la partitura leyéndola a primera vista de principio a
lin. Esto también tiene sus desventajas. Las correcciones, modificaciones y
mejoras se realizarán por fragmentos, y, si no se tiene una visión fundamental
ilcl funcionamiento de la obra, el resultado será arbitrario. Los intérpretes
adquieren hábitos con una facilidad asombrosa. Y por lo general esa facilidad
se emplea mal, en lugar de aprovecharla. Si no tenemos una visión de cómo
debe sonar la música, seremos propensos a acostumbrarnos inconsciente
mente a los defectos de nuestra ejecución — defectos que son inevitables en
esta primera fase—- y a formar malos hábitos que, como todos sabemos, son
fáciles de adquirir pero muy difíciles de corregir.
Otra objeción que puede hacerse a ambos enfoques es que son retornos a
la infancia: el alumno obediente que primero se aprende las notas y al que
después, como recompensa, se le permite «ponerles la música». Por impor
tantes que sean, si «las notas» van primero, el peligro es que «la música» se
guirá a nuestra técnica, en lugar de guiarla, condicionada por nuestro nivel
de habilidad y también, hay que decirlo, por nuestros defectos.
En respuesta a estas objeciones, mis alumnos frecuentemente sugieren es
cuchar una grabación, como un modelo de interpretación. Sin embargo,
aunque es un paso en la dirección correcta — ya que da prioridad a la músi
ca— , es un atajo de perezosos, el equivalente musical a buscar la respuesta al
final del libro. Si nos limitamos a copiar la manera en que otros tocan, esta
mos admitiendo que lo que nosotros podemos ofrecer es de segunda catego
ría. De nuevo, es un mal empleo de la primera fase: si no tenemos nuestras
propias ideas, no podemos evitar que otros nos influyan excesivamente \
Entonces, ¿qué podemos hacer? Descartando las posibilidades menciona
das, la conclusión inevitable es que el primer paso es desarrollar nuestra pro
pia visión de la obra: el ideal es aprovechar el precioso momento en el que la
pieza nos es desconocida, cuando tenemos la mayor capacidad de aplicar una
percepción fresca. Sin embargo, debemos hacerlo sin que nos influyan in
conscientemente las inevitables limitaciones de nuestras habilidades. La solu
ción es trabajar intensamente con la partitura, pero escuchándola en nuestra
mente, alejados del instrumento. El beneficio musical es que podemos desa
rrollar nuestra comprensión de la obra sin estar limitados por las considera
ciones técnicas, centrándonos completamente en los aspectos musicales que
160 L a interpretación m usical
se deben decidir antes de practicar en el instrumento. Aunque pueda ser ob- '•
vio, debemos saber, al menos en el aspecto general, lo que estamos intentan
do hacer antes de buscar la manera de lograrlo.
A continuación hay dos ejemplos de cómo uno podría comenzar a pensar so
bre una partitura. La canción «L’ombre des arbres» de Debussy pone música 1
al poema de Verlaine en dos estrofas de cuatro versos. La música evoca el río ;
brumoso, cuya superficie actúa como un espejo que separa la realidad de la !
ilusión, los objetos reales de sus reflejos:
El motivo principal está formado por las dos armonías iniciales, que se me
cen entre acordes de séptima separados por un trítono, sobre Do# y Solí}
(véase el Ejemplo 9.2). Es quizá un equivalente musical de la imagen de
Verlaine, en el cual el Mi# (común a ambos acordes) actúa como una espe
cie de «horizonte», análogo a la superficie del agua, que más adelante se re
calca (como Fat|) en el compás 5 cuando la armonía cambia a una novena
menor sobre Mi, dándole un giro amargo a «Meurt comme de la fumée».
Hasta aquí la relación entre el poema y la música es clara. Pero en la segun
da mitad, misteriosamente, cada cual toma su camino. Verlaine utiliza su
imagen de la naturaleza como metáfora de la condición humana, en el
«viajante» cuya palidez se asemeja a la del paisaje y cuyas mayores aspira
ciones — como las ramas más altas— se pierden en las profundidades del
agua.
Esta resignación no es apoyada por la parte de piano, que avanza vertigi
nosamente con elocuentes secuencias cromáticas y, mientras la voz se apaga
(«Tes espérances noyées»), prorrumpe en una versión enormemente magnifi
cada de la armonía de Sol7. Finalmente, y más misteriosamente aún, este ato
lladero armónico se resuelve tranquilamente (en una armonía de Do# ma
yor), mientras el «horizonte» (Mi#) late con calma en la voz superior. De este
modo, la desesperanza del poema es aparentemente contradicha por la sere
nidad y la aceptación del postludio.
De la p artitu ra a l sonido 161
sentido de la lógica dramática de Beethoven a medida que las piezas del puz-
le encajan en su sitio. La gran ventaja de trabajar alejados del instrumento se
liace evidente, ya que uno puede experimentar y reflexionar a voluntad, de
sembarazado de los detalles técnicos que en esta fase representarían una dis
tracción inoportuna.
Todo este trabajo mental es similar a la preparación que realiza un director
.tutes del primer ensayo con orquesta. Como el director, ahora podemos abordar
el primer «ensayo» — la primera sesión de prácticas— con los fundamentos esen
ciales en su sitio: un esbozo de una concepción; un conocimiento del contexto,
de qué es lo que ocurre en la música y por qué; y, lo más importante, la habilidad
de escuchar la música en todas sus dimensiones. Incluso los problemas técnicos
164 L a interpretación musical
EJEMPLO 9.3 Beethoven, Sonata en La\> m ayor op. 110, p rim er m ovim iento, cowpthfs
40-56.
I ll .MPLO 9.4 Beethoven, Sonata en La\> mayor op. 110, prim er movimiento, compases 1-12.
EJEMPLO 9.5 Beethoven, Sonata en La\> m ayor op. 110, prim er m ovim iento, compases
70-72.
EJEMPLO 9.6 Beethoven, Sonata en La\> op. 110, prim er m ovim iento, compases 36-37.
EJEMPLO 9.7 Beethoven, Sonata en La\> op. 110, prim er m ovim iento, compases 95-105.
EJEMPLO 9.8 M ozart, Concierto p ara p ian o en L a mayor K. 488, p rim er m ovim iento,
compases 86-93.
la p artitu ra a l sonido 167
EJEMPLO 9.9 Bach, Suite Francesa núm. 6 en M i m ayor BW V 817, Bourrée, compases I
12 (m ano izqu ierda transportada dos octavas más arriba; m ano derecha
transportada una octava más abajo).
MI C j ' f f f-f
i .... n n~ n
MD J T J p J- J J |J n j J J J
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tp N * t ¿ . r r fr r f - p - t j • if f r r f r f r r...... r
difícil que es realmente la pieza. Sin embargo, en el Ejemplo 9.10, del Kla-
rierstück VII de Stockhausen, las técnicas de ejecución son tan inusuales que
i I intento de leerlo a primera vista es en gran parte inútil. Como muestra el
fragmento, Klavierstück VII está basado en aislar y combinar las resonancias
del piano. Estos sonidos «reflejados» se producen de dos maneras. El pianista
puede pulsar una o varias teclas sin que lleguen a sonar (indicadas en la parti
tura mediante notas con forma de rombo) levantando así sus apagadores y
hacer sonar los armónicos de las cuerdas correspondientes pulsando otras te-
t Lis con un agudo staccato. También puede prolongar los ataques como ecos,
volviendo a liberar la cuerda, que aún vibra, mediante el pedal o una nueva
pulsación insonora. Otra dificultad para el pianista es la eliminación gradual
de las resonancias, soltando las teclas una por una.
Estudiar este tipo de música «experimental», en la que las técnicas inter
pretativas le deben poco o nada a las técnicas del repertorio tradicional, nos
obliga a reconsiderar nuestro enfoque del aprendizaje y la práctica. Antes de
intentar tocar Klavierstück VII, dediqué varias horas a hacer anotaciones en la
partitura, asimilando y «probando» los detalles mentalmente, como una ma
nera de comprender sus efectos musicales. La recompensa de una prepara
ción esmerada es que, una vez al piano, podemos concentrarnos en el proble
ma esencial, el equilibrio entre la intensidad del ataque y las resonancias.
(Por cierto, ello varía notablemente según el piano y la acústica, y por lo tan
to se debe planificar de nuevo para cada interpretación.) El proceso de recrear
l.t partitura en sonido es fascinante, ya que uno explora diferencias de sonori
dad que a menudo son extremadamente sutiles. Esta nueva conciencia del
potencial del instrumento influye indudablemente en nuestra actitud hacia el
sonido en la interpretación clásica. Igualmente, uno comienza a ver la «técni
ca» desde una perspectiva más creativa: tocar música contemporánea nos ani-
170 L a interpretación musical
que hemos analizado, simplemente desde una perspectiva natural, parece pe
ligrosamente engañosa. Además, el estudio mental, lejos de reprimir las reac
ciones instintivas ante la música, está ideado para sacar el mayor provecho de
ellas. El problema, como he señalado antes, es la naturaleza de la práctica.
Debemos practicar, claro está, pero también debemos reconocer que la prác
tica puede embotar nuestra inteligencia creativa y enredarnos en hábitos que,
al acostumbrarnos a nuestros defectos, no nos permiten escucharnos como
somos realmente. Una solución es aprender el máximo posible sobre la obra
antes de llevarla al instrumento. Pero el objetivo principal del estudio mental
es liberar nuestra musicalidad, asegurar que los objetivos musicales — y no
los constreñimientos técnicos— sean lo primero. El ideal es que la música no
esté guiada por lo que podamos (o no podamos) hacer, sino por lo que que
remos y necesitamos hacer.
Notas
Cone, Edward T.: M usical Form an d M usical Perform ance, Nueva York, Norton, 1968.
Menuhin, Yehudi: U nfinished Journey, Londres, Macdonald and Janes, 1977.
Moore, Gerald: Am I too loud? M em oirs o f an Accompanist, Londres, Hamish Hamilton,
1962.
Neuhaus, Heinrich: The A rt o f Piano Playing, K. A. Leibovitch (trad.), Londres, Barrie
and Jenkins [1958], 1973.
Solti, Georg: Solti on Solti, Londres, Chatto and Windus, 1997.
Stein, Erwin: Form an d Perform ance, Nueva York, Knopf, 1962.
10 El lenguaje del cuerpo durante la
in terpretació n
Jane D a v id s o n
Introducción
mostró un vídeo en el que sólo se veían los movimientos del intérprete fue
t iip.iz de diferenciar claramente las interpretaciones de una misma pieza con
tus intenciones expresivas diferentes — interpretar sin expresión, con expre
sión normal o con expresión exagerada.
( '.onsiderar el cuerpo como la fuente de la expresión musical implica que
»Sl.i constituye un medio para comunicar cualidades básicas de la naturaleza
humana, cualidades que emergen del movimiento y que se traducen y abs
traen en formas musicales. En efecto, la retórica que rodea a la música revela
que la expresión musical utiliza mucho el cuerpo como metáfora — por
rjrmplo, «ha sido una interpretación conmovedora», o «su canto realmente
me animó». Por otra parte, escritores como Ray Jackendoff han sugerido
que la capacidad de movimiento que le atribuimos frecuentemente a la músi
ca (e.g. «la música corría por sus venas») puede tener realmente un origen
corporal (por ejemplo, activa nuestra fisiología del movimiento y equilibrio)
0 estar asociada a sonidos o imágenes que transmiten una sensación de movi
miento corporal. De acuerdo con esta línea de pensamiento, la expresión
musical está estrechamente relacionada con quiénes y qué somos. Roger
Si rutón advierte lo siguiente sobre lo que hacemos los oyentes:
O bservando a l in térprete
haber una correlación entre las valoraciones de la expresividad por parte del
público y el tipo específico de movimiento que empleaba el intérprete en ese
momento. Se encontraron varios gestos identificables: diversos grados de ele
vación y descenso de brazos y manos, que abarcaban desde ampulosos movi
mientos giratorios hasta pequeñas rotaciones de las muñecas, un movimiento
ondulante de los omoplatos y movimientos frontales y laterales de la cabeza.
Se encontró que todos los movimientos, incluyendo el balanceo generaliza-
do, provenían de la región de la cadera. Dado que el pianista estaba sentado,
se teorizó que la cadera representaba el punto de apoyo de su centro de gra
vedad, actuando por lo tanto como pivote para todos los movimientos del
torso. Este centro de gravedad parecía ser el punto central en el que se genera
la expresión física.
Se buscaron correspondencias entre los gestos utilizados por el pianista y
momentos específicos de la estructura musical, pero se descubrió que esos
gestos eran empleados de una manera bastante flexible, de modo que en las
interpretaciones que se repitieron con intenciones expresivas similares podía t
aparecer, por ejemplo, un movimiento de cabeza donde previamente se había
producido un movimiento ondulante de los omoplatos. Sin embargo, tam
bién se descubrió que tales gestos siempre aparecían en los mismos puntos de
la música, lo que sugería una estrecha relación entre la producción física de ¡
la expresión y su correlativo efecto sonoro expresivo. Por ejemplo, siempre se
producía un gesto en el límite o en el clímax de una frase, aunque variaba de
interpretación en interpretación.
Las investigaciones sobre la expresión física son escasas, pero se puede es
tablecer un paralelismo entre los descubrimientos de este estudio de caso y el
trabajo de James Cutting y sus colaboradores 10. Este último examina la natu
raleza de la expresión física observando la forma de andar de las personas; en
este caso, la «expresión» era la identidad y el género de cada persona. Los es
tudios demostraron que cualquier articulación del cuerpo (por ejemplo, la
cadera o el tobillo) proporciona una información igualmente expresiva en el
movimiento cíclico del andar. Los investigadores demostraron que, cuando
una persona anda, hay un punto en su cuerpo que funciona como una refe
rencia para los movimientos de todas las demás partes. Al tocar el piano, no
todo el cuerpo participa en la misma medida en la ejecución; por lo tanto, el
punto de referencia para los movimientos expresivos en el piano estará inevi
tablemente relacionado con la posición sentada y el centro de gravedad, y,
dados los hallazgos de Davidson, es muy probable que se encuentre en el
movimiento de balanceo.
La descripción de Cutting proporciona claramente una base para com
prender la importancia del movimiento de balanceo en las interpretaciones
pianísticas. Además, el autor ha refinado su descripción 11 para explicar el ha-
/ / lenguaje d e! cuerpo durante Li interpretación 177
sante o atractiva. De este modo, los gestos pomposos que hace Luciano Pava-
rotti con el brazo, agitando un pañuelo mientras canta, representan un acto
público y exagerado de expresión emocional, mientras que, al mismo tiem
po, los sutiles movimientos de sus ojos y su boca cuando canta una línea me
lancólica parecen expresar sus pensamientos y emociones más profundas,
convirtiéndose en actos de intensa revelación emocional y personal.
Naturalmente, todas las conductas que implican movimientos se apren
den de otras personas, y en la interpretación musical se puede reconocer con
frecuencia al profesor del alumno por la forma en que éste aborda el instru
mento. Por ejemplo, hay una profesora de violín muy respetada que enseña a
todos sus alumnos a doblar las rodillas de un modo particular para añadir
peso y relajación a su ejecución. Dicha profesora es inmediatamente recono
cible en los movimientos de cada uno de sus alumnos.
Martin Gellrich 15 ha investigado gestos superficiales aprendidos, como
los que hace Pavarotti con el brazo, y la manera en que éstos interactúan con
los movimientos expresivos esenciales e intrínsecos, como los gestos de los
ojos y la boca. Gellrich sugiere que los movimientos y gestos aprendidos
aportan una intención expresiva a la interpretación y pueden tener efectos
tanto positivos como negativos en la producción de la interpretación. Pue
den aportar una información al espectador que le ayudará a comprender la
interpretación, ya que los gestos pueden esclarecer significados, aunque el
movimiento en sí mismo sea «superfluo» en la producción del conjunto de la
música. Puede haber un nivel «superficial» de movimiento que el intérprete
añade a la interpretación. A la inversa, si estos gestos no son coherentes con
las intenciones del intérprete, pueden provocarle tensiones físicas, al inhibir
la fluidez y causar una incongruencia entre el gesto empleado y el objetivo de
la interpretación.
Sverkar Runeson y Gunnar Frykholm 16 han descrito las consecuencias
negativas de los gestos incongruentes en un trabajo que demuestra que las
disposiciones mentales se hacen explícitas en el movimiento. Utilizando
como experimento la simple tarea de levantar una caja, los investigadores pi
dieron a un grupo de observadores que dieran información sobre lo que po
dían ver cuando una persona levantaba una caja, y descubrieron que los ob
servadores podían detectar no sólo el peso de la caja, sino también cuánto
difería ese peso del que esperaba encontrar el que la levantaba. Más relevante
aún es el hecho de que los observadores detectaron la información falsa que
se les dio en algunos casos sobre el peso de la caja. Por lo tanto, la informa
ción engañosa y el peso verdadero de la caja se explicitaban conjuntamente.
Los gestos «superficiales» pueden contribuir de manera importante a la
producción y percepción de una interpretación musical. En efecto, en el es
tudio de las interpretaciones del pianista mencionado anteriormente, otra in
/ / ¡engttiije d el cuerpo durante la interpretación 179
Resumen
Notas
1. Para más detalles sobre estos temas, véase Jane W. Davidson, «The social in musical perfor
mance», en David J. Hargreaves y Adrian C. North (eds.), The Social Psychology o f Music,
Oxford, Oxford University Press, 1997, pp. 209-228. El capítulo 11 del presente libro ana
liza la naturaleza de la comunicación visual y auditiva entre los intérpretes de una agrupa
ción.
2. Para un estudio general de la habilidad, véase John A. Sloboda, The M usical M ind: The Cog
nitive Psychology o f Music, Oxford, Oxford University Press, 1985, pp. 215-236; véase tam
bién el capítulo 7 de este libro.
3. Véanse, por ejemplo, las indicaciones dadas en Esther Salaman, Unlocking Your Voice, Lon
dres, Victor Gollancz, 1990; y Eloise Ristad, A Soprano on H er H ead: Right-side Up Reflec
tions on Life and Other Performances, Moan, Ut., Real People Press, 1982.
4. Citado por Robin Stowell, Violin Technique and Performance Practice in the Late Eighteenth
and Early Nineteenth Centuries, Cambridge, Cambridge University Press, 1985, p. 271.
5. Para una traducción y resumen, véase Bruno H. Repp, «Music as motion: a synopsis of Ale
xander Truslit’s (1938) Gestaltung und Bewegung in der Musik», Psychology o f M usic 21
(1993), pp. 48-73.
6. Véanse Jane W. Davidson, «Visual perception of performance manner in the movements of
solo musicians», Psychology o f Music 21 (1993), pp. 103-113; y, de la misma autora, «What
type of information is conveyed in the body movements of solo musician performers?»,
Journ al o f Human M ovement Studies 6 (1994), pp. 279-301.
E l lenguaje del cuerpo durante la interpretación 181
7. Ray Jackendoff, Consciousness and the Computational Mind, Cambridge, Mass., M IT Press,
1988, p. 131.
8. Roger Scruton, The Aesthetic Understanding: Essays in the Philosophy o f Art and Culture, Lon
dres, Methuen, 1983, p. 84.
9. Véanse Jane W. Davidson, «The perception of expressive movement in music performance»
(tesis doctoral, City University, Londres, 1991); «What type of information is conveyed in
the body movements a solo musician performers?», cit.; y, «Understanding the expressive
movements o f a solo pianist», Deutsches Jahrbuch fu r Musikpsychologie (de próxima apari
ción).
10. James E. Cutting y Lynne T. Kozlowski, «Recognising friends by their walk: gait perception
without familiarity cues», Bulletin o f the Psychonomic Society 9 (1977), pp. 353-356; y James
E. Cutting, Dennis R. Proffitt y Lynne T. Kozlowski, «A biomechanical invariant for gait
perception», Journal o f Experimental Psychology: Human Perception an d Performance 4
(1978), pp. 357-372.
11. Véase James. E. Cutting y Dennis R. Proffitt, «Gait perception as an example of how we
may perceive events», en Robert D. Walk y Herbert L. Pick (eds.), Intersensory Perception
and Sensory Integration, Nueva York, Plenum Press, 1981, pp. 37-59.
12. Jane W. Davidson y Jeremy C. Dawson, «The development of expression in body move
ment during learning in piano performance», en David Wessel (ed.), Conference Proceedings
o f Music Perception and Cognition Conference, Berkeley, University o f California Press, 1995,
p. 31.
13. Descrita detalladamente en Jane W. Davidson «The social in musical performance», cit.
14. Jane W. Davidson y Daniela C . C. Coimbra, «Investigating performance evaluation by as
sessors of singers in a music college setting», Musicae Scientiae 5 (2001), pp. 33-54.
15. Martin Gellrich, «Concentration and tension», British Journal o f Music Education 8 (1991),
pp. 167-179.
16. Sverkar Runeson y Gunnar Frykholm, «Kinematic specification of dynamics as an informa
tional basis for person-and-action perception: expectations, gender, recognition and decepti
ve intention», Journal o f Experimental Psychology: General 112 (1983), pp. 585-615.
17. Véanse la obra de Paul Elkman y Wallace V. Friesen, «The repertory of nonverbal behaviour:
categories, origins, usage, and coding», Semiótica 1 (1969), pp. 49 -2 0 4 ; y Andrew Ellis y
Geoffrey Beattie, The Psychology o f Language and Communication, Londres, Weidenfeld and
Nicholson, 1986.
18. Véanse Mihalyi Csikszentmihalyi, Finding Flow: The Psychology o f Engagement with Everyday
Life, Nueva York, Basic Books, 1997.
19. Para más detalles, véase Jane W. Davidson, Stephanie E. Pitts y Jorge S. Correia, «Reconci
ling technical and expressive elements in young childrens musical instrument learning»,
Journal o f Aesthetic Education (de próxima aparición).
20. Véase un resumen detallado en Glenn D. Wilson, «Performance Anxiety», en David J. Har
greaves y Adrian C. North (eds.), op. cit., pp. 229-248; véase también el capítulo 12 de este
libro.
Lecturas complementarias
qué compás están tocando y cuándo entrar o parar. Sin embargo, hay otros
asuntos que considerar en relación a la coordinación del tempo, y analizare
mos tres de ellos en esta sección: el «reloj» del grupo, las habilidades para
mantener el tempo y la ilusión de sincronía.
Tocar a tempo con otras personas requiere algo más que simplemente contar
y seguir el tempo general, ya que, durante la interpretación, la ejecución de
cada compás ha de estar cuidadosamente administrada. Ello implica dos téc
nicas básicas: la anticipación y la reacción. Los intérpretes de cámara realizan
predicciones complejas que están estrechamente relacionadas con las reaccio
nes adquiridas por retroalimentación o feedback : sobre la base de la nota an
terior, ¿cuándo sonará la nota siguiente de un compañero? Michael Tree, in
tegrante del Cuarteto Guarnieri, afirma que «cada momento de nuestra
ejecución está condicionado por lo que acaba de ocurrir o lo que pensamos
que ocurrirá a continuación» 2. La anticipación de cada pulso y la reacción a
! it interpretación en grupo 185
La ilusión de sincronía
-6 -4 -2 0 2 4 6
Tiempos de emisión promedio relativos
FIGURA 11.1 Ejemplo hipotético de los tiempos de emisión promedio, en milisegundos, tic
un trío de cuerda (adaptado de RudolfA. Rasch, «Timing andsynchronisation in ensemblc
performance»); nótese que el violín es el prim ero, le sigue el violonchelo y por último Li
viola.
<'omunicación auditiva
Comunicación visual
Los intérpretes también pueden comunicar ideas entre ellos sobre la expre
sión utilizando el lenguaje corporal, es decir, por el medio visual. Jane Da-
vidson advierte que «las expresiones físicas de carácter musical proporcionan
un medio para comprender y compartir las intenciones musicales» 13. Por
ejemplo, los intérpretes de un cuarteto de cuerda no se moverán exagerada
mente durante un pasaje calmado y lento; mantendrán, en cambio, una pos
tura fija o, como mucho, un suave balanceo del torso superior.
/1 / interpretación en grupo 189
/./p a p e l d e l individuo
conjunto moldean y ajustan sus partes para encajarlas entre sí. Sin embargo,
el actor siempre tiene presente a su propio personaje, de modo que la obra se
define simultáneamente por cada actor como por la combinación de todo*
los actores. Lo mismo ocurre con la música de conjunto, ya que cada músico
imprime su propio sello al grupo, pero también intenta fusionarse con él.
Esta relación entre el individuo y el grupo será analizada a continuación.
En 1996, Mitch Waterman investigó las reacciones emocionales de los
intérpretes. Pidió a los músicos de un dúo de piano y un dúo de piano y vio
lonchelo que comentaran, después de una interpretación, sus sentimientos
según los momentos en que consideraban que «la música despertaba algo»
Waterman observó que cada intérprete tenía respuestas emocionales diferen
tes ante la música, por lo que concluyó que «los intérpretes no coinciden en sus
opiniones sobre los momentos emotivos dentro de una interpretación con
junta» 1 . Esto sugiere que los individuos no necesariamente experimentan lo
mismo cuando tocan juntos, ni comparten ideas sobre una interpretación,
sino que mantienen identidades bastante independientes.
Existen muchos tópicos en torno a la noción de conjunto musical que
menoscaban el papel del individuo: por ejemplo, la agrupación ideal se h í
descrito como «un organismo musical integrado que refleja la perspicacia co
lectiva de todos sus miembros» 18. En realidad, un conjunto es mucho má.s
complejo, y ciertamente menos «integrado», de lo que sugiere esa descrip
ción, ya que está relacionado tanto con los caracteres individuales como con
la combinación de éstos. Entonces, ¿qué sucede con el individuo cuando
toca en un grupo?
El siguiente análisis se centra en el caso de una pianista profesional que
interpreta el tercer movimiento (Largo) de la Sonata para violonchelo en Sol
menor, op. 65, de Chopin. En esta investigación comparé determinadas ca
racterísticas expresivas — tempo y dinámica— de dos interpretaciones pre
vias a un ensayo del dúo: la primera fue individual de la pianista, es decir,
que interpretó su parte en un contexto solista, y la segunda fue con el violon
chelista, o sea, en un contexto de grupo. La pianista preparó su parte sin rea
lizar consultas con el violonchelista, de modo que la interpretación a dúo re
presentó la primera ocasión en que los dos intérpretes se reunieron y tocaron
la obra juntos. Por tanto, los datos obtenidos reflejan la manera en que cam
bió la realización «a solo» de la pianista cuando tocó con el violonchelista.
La figura 11.2 muestra, compás por compás, las fluctuaciones de tempo
de ambas interpretaciones 19. En primer lugar, es evidente que el tempo gene
ral de la interpretación a dúo fue más lento que el de la interpretación a solo
de la pianista (lo cual se puede ver en el gráfico porque el perfil de tempo de
la interpretación a dúo se encuentra por debajo del perfil de tempo de la in
terpretación a solo). Esto demuestra que la interpretación de la pianista se
192 L a interpretación musical
entre los intérpretes 23 (de modo que el compositor ejerce cierta influencia en
las interacciones entre los músicos). Además, los intérpretes que son cons
cientes de los estereotipos sociales asociados a determinados grupos de ins
trumentistas (como el papel supuestamente inferior del segundo violín en un
cuarteto, o del subordinado pianista «acompañante») pueden ser influidos
por ellos, consciente o inconscientemente.
El estilo de liderazgo generado en un grupo determinará su ambiente so
cial. Por una parte, los miembros de un cuarteto de cuerda pueden intentar
trabajar juntos democráticamente, y así probablemente asegurarán que «los
miembros del grupo realizarán gustosamente una parte razonable del trabajo,
110 sólo durante los ensayos y conciertos (cuando el líder está presente), sino
también cuando practican sus partes en casa»24. Por otra parte, el director de
orquesta puede esforzarse por lograr un enfoque menos dictatorial delegando
gradualmente el control «por el bien del esfuerzo colectivo»25.
Aunque el papel del líder es vital al determinar la dinámica de grupo den
tro de un conjunto, la interacción entre los cointérpretes también es impor
tante. Huelga decir que una retroalimentación positiva entre los músicos ins
pirará un elevado nivel de confianza y ayudará al grupo a tocar bien juntos.
La interacción social entre los intérpretes es como un «proceso de desarrollo
constante» 26, que puede realizarse de la manera más eficaz durante los ensa
yos, cuando los músicos negocian sus ideas, tratan los conflictos e intentan
llegar a un acuerdo.
Un grupo florecerá mientras «cada individuo sienta que está contribuyen
do a su máxima capacidad artística y al mismo tiempo colaborando con sus
colegas para producir algo más hermoso de lo que se puede producir indivi
dualmente» 2 7 En los deportes de equipo se hace hincapié en la «sinergia» (el
potencial del grupo, que es mayor que la suma de los potenciales individua
les) y la «confluencia» (la sensación de pertenecer a un equipo). Los músicos
también pueden intentar generar el mismo espíritu cuando tocan juntos 28.
Por último, ¿por qué algunos grupos permanecen juntos durante más
tiempo que otros? Aparte de las razones prácticas (como que un miembro del
grupo se mude a otro sitio), los grupos exitosos intentan reconocer la in
fluencia de los estereotipos sociales y las paradojas del liderazgo y la demo
cracia, así como la necesidad de confrontación y compromiso 29. Aunque es
imposible predecir si los miembros de un grupo serán compatibles, y por
lanto tampoco la perdurabilidad de éste, está claro que las relaciones entre
ellos se desarrollarán y cambiarán continuamente. Después de todo, los in
térpretes de cámara profesionales no sólo hacen música juntos, también pa
san mucho tiempo juntos, por ejemplo, viajando. Las relaciones sociales y
musicales se deben cultivar, y sin duda las incompatibilidades de carácter
pueden surgir con el tiempo.
196 La interpretación musicnt
Conclusión
Notas
1. Véase L. Henry Shaffer, «l iming in solo and duet piano performances», Quarterly Journal t f
Experimental Psychology 3 6A (1984), p. 592.
2. Citado por David Blum, The A rt o f Quartet Playing: The Guarnieri Quartet in Conversation i
with David Blum, Ithaca, Cornell University Press, 1986, p. 20.
3. Véase L. Henry Shaffer, «Timing in solo and duet piano performances», cit., p. 587.
4. Lucy J. Appleton, W. Luke Windsor y Eric F. Clarke, «Cooperation in piano duet perfofr •
manee», en Alf Gabrielsson (ed.), Proceedings o f the Third Triennial European Society for thi
Cognitive Sciences o f Music (ESCO M ) Conference, Uppsala, Uppsala University Press, 1997» •
pp. 471 -4 7 4 . *\
5. Véase Rudolf A. Rasch, «Timing and synchronisation in ensemble performance», en John
A. Sloboda (ed.), Generative Processes in Music: The Psychology o f Performance, Improvisation* •
and Composition, Oxford, Clarendon Press, 1988, pp. 70-90.
6. IbidI, p. 71; véase también Jonathan Dunsby, Performing Music: Shared Concerns, Oxford*
Clarendon Press, 1995, pp. 64-65.
7. Véase Rudolf A. Rasch, «Timing and synchronisation in ensemble performance», cit,, ■
pp. 80-81.
8. Véanse Anthony Clayton, «Coordination between players in musical performance», tetil
doctoral, Universidad de Edimburgo, 1985, y Elaine C. Goodman, «Analysing the ensem
ble in music rehearsal and performance: the nature and effects of interaction in cello-piuno
duos», tesis doctoral, Universidad de Londres, 2000.
9. Según Blum (The A rt o f Quartet Playing: The Guarnieri Quartet in Conversation with David
Blum, cit., p. 16), «un exceso de rubato planificado puede coartar la verdadera libertad*!
véase también el capítulo 9 de este libro.
I ,t interpn'McioH en grupo 197
10. Caroline Palmer, «On the assignment of structure in music performance», Music Perception
14 (1996), p. 54.
I I. Abram Loft, Ensemble! A Rehearsal Guide to Thirty Great Works o f Chamber Music, Portland,
Ore., Amadeus Press, 1992, p. 17.
12. William Pleeth, Cello, compilado y editado por Nona Pyron, Londres, Kahn and Averill
[1982], 1992, pp. 113 y 119.
I3. Jane W. Davidson, «The social in musical performance», en David J. Hargreaves y Adrian
C. North (eds.), The Social Psychology o f Music, Oxford, Oxford University Press, 1997,
p. 222.
14. John Dailey, citado por David Blum, The A rt o f Quartet Playing: The Guarnieri Quartet in
Conversation with David Blum, cit., p. 14.
15. Lucy J. Appleton, W. Luke Windsor y Eric F. Clarke, «Cooperation in piano duet perfor
mance», cit., p. 47 4 ; véase también Anthony Clayton, «Coordination between players in
musical performance», cit., pp. 72-108.
16. Mitch Waterman, «Emotional responses to music: implicit and explicit effects in listeners
and performers», Psychology o f Music 24 (1996), p. 56.
17. Ibid., p. 65; en cambio, el estudio reciente de Goodman sobre los ensayos de grupo reveló
que a menudo los intérpretes intercambian opiniones sobre las ideas emocionales como una
manera de reconciliar los puntos de vista conflictivos sobre la interpretación de la música
(véase Elaine C. Goodman, «Analysing the ensemble in music rehearsal and performance:
the nature and effects of interaction in cello-piano duos», cit., pp. 105-152).
18. Abram Loft, Ensemble! A Rehearsal Guide to Thirty Great Works o f Chamber Music, cit., p.
18.
I*). El «factor tempo» de la Figura 11.2 expresa la diferencia entre el valor de las notas ejecuta
das por el intérprete en tiempo real y su valor metronómico «normal» (de modo que cuanto
mayor es el factor tempo, mayor es la velocidad real de la interpretación). La pianista tocó
en un Yamaha Disklavier, lo que permitió recuperar sus interpretaciones en formato MIDI.
Los datos MIDI fueron subsiguientemente analizados utilizando programas informáticos
avanzados como POCO .
20. El «valor de intensidad» en la Figura 11.3 refleja la dinámica o volumen de sonido de una
nota en una escala arbitraria de 0 a 1, partiendo de un cero real. A mayor valor, más fuerte
es la dinámica.
I. Para un análisis más amplio, véase Elaine C. Goodman, «Analysing the ensemble in music
rehearsal and performance: the nature and effects of interaction in cello-piano duos», cit.,
pp. 165-225.
22. Vivienne M. Young y Andrew M. Colman, «Some psychological processes in string quar
tets», Psychology o f Music 7 (1979), pp. 12-13.
23. Como afirma Loft (Ensemble! A Rehearsal Guide to Thirty Great Works o f Chamber Music,
cit., p. 18), «la prominente voz superior imprime un sello inevitable en el temperamento del
grupo».
24. Vivienne M. Young y Andrew M. Colman, «Some psychological processes in string quar
tets», cit., p. 16.
25. Yaakov Atik, «The conductor and the orchestra: interactive aspects of the leadership pro
cess», Leadership and Organisation Development Journal 13 (1994), p. 27.
26. John Dailey, citado por David Blum, The A rt o f Quartet Playing: The Guarnieri Quartet in
Conversation with David Blum, cit., p. 7.
27. John Harvey-Jones, All Together Now, Londres, Heinemann, 1994, p. 137.
.’8. Véase John Syer, «Team building: the development of team spirit», en Stephen J. Bull (ed.),
Sports Psychology: A Self-Help Guide, Marlborough, Crowood Press, 1991, pp. 123-143.
198 L a iiiU-rpntaemn musical
Appleton, Lucy J., W. Luke Windsor y Eric F. Clarke: «Cooperation in piano duet per
formance», en Alf Gabrielsson (ed.), Proceedings o f the Third Triennial European So
ciety fo r the Cognitive Sciences o f Music (ESCOM ) Conference, Uppsala, Uppsala
University Press, 1997, pp. 471-474.
Atik, Yaakov: «The conductor and the orchestra: interactive aspects o f the leadership
process», Leadership a n d Organisation Development Jottrnal 13 (1994), pp. 22-28.
Blum, David: The Art o f Quartet Playing: The Guarnieri Quartet in Conversation with
D avid Blum, Ithaca, Cornell University Press, 1986.
Rasch, Rudolf A.: «Timing and synchronisation in ensemble performance», en John A.
Sloboda (ed.), Generative Processes in Music: The Psychology o f Performance, Improvi
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Shaffer, L. Henry: «Timing in solo and duet piano performances», Quarterly Jou rn al o f
Experimental Psychology 36A (1984), pp. 577-595.
12 El miedo escénico
E l iz a b e t h V a l e n t i n e
Excitación
1 9 9 6 John Wiley & Sons Lim ited; reproducido con autorización de Lew Hardy; Graham
Jones y D an iel Gould, Understanding Psychological Preparation for Sport: Theory and
Practice o f Elite Performers, Chichester, John Wiley & Sons Limited, 1996, p. 151).
I I miedo escénico 203
C am as
Tratamientos
Técnicas físicas
Técnicas psicológicas
Tratamientos combinados
R ecom endaciones
examinamos al principio), com o elegir una pieza más fácil o estudiarla más
concienzudamente. Fármacos com o los betabloqueadores pueden considerar
se en circunstancias excepcionales, pero sólo como una medida temporal y
bajo supervisión médica: producen efectos secundarios indeseables y pueden
ser adictivos. Tener confianza en sí mismo ha de ser su objetivo. Si tiende a
ser ansioso y a reaccionar exageradamente en situaciones estresantes, conside
re una o varias de las siguientes medidas: (a) técnicas físicas de diversos tipos
que incluyen la relajación — por ejem plo, la autosugestión o la técnica de
Alexander— ; (b) técnicas conductuales, com o la desensibilización sistemáti
ca y el ensayo conductual; (c) el pensamiento positivo y el «autohabla», cen
trándose en la tarea misma en lugar de evaluar la interpretación, y en el pla
cer propio y del público en lugar de adoptar una actitud crítica. También se
pueden hacer combinaciones, com o imaginar interpretaciones exitosas. Si, a
pesar de estas precauciones, los costes siguen siendo mayores que los benefi
cios, entonces tal vez la interpretación pública no sea lo suyo.
Notas
12. John A. Fazey V Lew Hardy, The lnverted-U Hypothesis: A Catastrophe for Sport Psychology,
Leeds, The National Coaching Foundation, 1988.
13. Lew Hardy y Gaynor Parfitt, «A catastrophe model of anxiety and performance», British
Journal o f Psychology 82 (1991), pp. 163-178.
14. Glen D. Wilson, Psychology for Performing Artists: Butterflies and Bouquets, Londres, Jessica
Kingsley, 1994.
15. Ibid., la «ansiedad de rasgo» de la Figura 12.3 se refiere a una característica estable (es decir,
permanente y persistente) de la personalidad.
16. Véase Andrew Steptoe, «The relationship between tension and the quality o f musical per
formance», cit.
17. Véase Anthony Kemp, «The personality structure of the musician: I. Identifying a profile of t
traits for the performer», Psychology o f Music 9 (1981), pp. 3-14.
18. Véase Susan E. Marchant-Haycox y Glenn D. Wilson, «Personality and stress in performing
artists», Personality and Individual Differences 13 (1992), pp. 1061-1068.
19. Véase Andrew Steptoe y Helen Fidler, «Stage fright in musicians: a study of cognitive and
behavioural strategies in performance anxiety», cit. Para otro análisis de los factores persona
les en la ansiedad de actuación, véase Jolanta Ossetin, «Psychological aspects of performance
anxiety. Part I: Personality characteristics», Journal o f the International Society fo r the Study o f
Tension in Performance 5 (1988), pp. 26-30.
20. Albert LeBlanc, Young Chang Jin, Mary Obert y Carolyn Siivola, «Effect of audience o n
music performance anxiety», Journal o f Research in Music Education 45 (1997), pp. 480-
486.
21. Mary A. Leglar, «Measurement o f indicators of anxiety levels under varying conditions of (
musical performance», tesis doctoral, Universidad de Indiana, 1978.
22. Jennifer L. Abel y Kevin T. Larkin, «Anticipation of performance among musicians: physio*
logical arousal, confidence, and state anxiety», Psychology o f Music 18 (1990), pp. 171-182.
23. Melissa Brotons, «Effect of performing conditions on music performance, anxiety, and per
formance quality», Journal o f Music Therapy 31 (1994), pp. 63-81.
24. Wendy J. Cox y Justin Kenardy, «Performance anxiety, social phobia, and setting effects in ,
instrumental music students», Journal o f Anxiety Disorders 7 (1993), pp. 49-60.
25. Donald L. Hamman y Martha Sobaje, «Anxiety and college musicians: study of performan*
ce conditions and subject variables», Psychology o f Music 11 (1983), pp. 37-50.
26. Warren Brodsky y John A. Sloboda, «Clinical trial of a music generated vibrotactile thera
peutic environment for musicians: main effects and outcomc differences between therapy
subgroups», Journal o f Music Therapy 34 (1997), pp. 2-32. )
27. Suzanne B. Hanser, «Music therapy in stress reduction research», Journal o f Music Therapy
22 (1985), pp. 193-206. ¡
28. Véase Mary L. Wolfe, «Coping with musical performance anxiety: problem-focused and
30. Mary L. Wolfe, «Coping with musical performance anxiety: problem-focused and emotion-
focused strategies», cit., y Andrew Steptoe, «Stress, coping and stage fright in professional
musicians», Psychology o f Music 17 (1989), pp. 3-11.
31. Véase Alan Grishman, «Musicians’ performance anxiety: the effectiveness of modified pro
gressive muscle relaxation in reducing physiological, cognitive, and behavioral symptoms of
anxiety», tesis doctoral, Universidad de Pittsburg, 1989.
32. Véase William R. LeVine y Jeffrey K. Irvine, «In vivo EM G biofeedback to reduce left-hand
tension for string players», American String Teacher 31 (1981), pp. 10-12.
33. Robert Wesner, Russell Noyes, Jr. y Thomas L. Davis, «The occurence of performance an
xiety among musicians», Journal o f Affective Disorders 18 (1990), pp. 177-185, y Geoffrey I.
D. Wills y Gary Cooper, Pressure Sensitive: Popular Musicians Under Stress, Londres, Sage,
1988.
34. Véase Yvon-Jacques Lavallee, Yves Lamontagne, Gilbert Pinard, Lawrence Annable y Léon
Tétreault, «Effects on EM G feedback, diazepam and their combination on chronic an
xiety», Journal o f Psychosomatic Research 21 (1977), pp. 65-71.
35. Martin Fishbein, Susan E. Middelstadt, Victor Ottati, Susan Strauss y Alan Ellis, «Medical
problems among ICSOM musicians: overview o f a national survey», cit., pp. 1-8.
36. Para un informe, véase Paul M. Lehrer, Raymond C. Rosen, John B. Kostis y Daniel Green
field, «Treating stage fright in musicians: the use of beta-blockers», New Jersey M edicine 84
(1987), pp. 27-34.
37. Véase Klaus A. Neftel, Rolf H . Adler, Louis Kappeli, Maria Ross, Martin Dolder y Hans E.
Kaser, «Stage fright in musicians: a model illustrating the effect of beta blockers», Psychoso
matic M edicine 4 4 ( 1982), pp. 461 -469.
38. Véase James e Imogen Savage, «Beneficial effect o f nadolol on anxiety-induced disturbances
of musical performance in musicians: a comparison with diazepam and placebo», American
H eartJournal 108 (1984), pp. 1150-1155.
39. Véanse Michael Nielsen, «A study of stress amongst professional musicians», en Christopher
Stevens (ed.), M edical and Physiological Aspects o f the Alexander Technique, Aalborg, Dina
marca, International School for the Alexander Technique, 1988; y C . O. Brantigan y N . Jo
seph, «The effect o f beta blockade on stage fright», Rocky M ountain M edical Journal 76
(1979), p p . 2 27-232.
40. Véase Barry Green y Timothy C. Gallwey, The Inner Game o f Music, Garden City, NY,
Doubleday, 1986.
4 1. Véase Harry E. Stanton, «Reduction in performance anxiety in music students», Australian
Psychologist 2 9 (1994), pp. 124-147.
4 2. Michael Nielsen, «A study o f stress amongst professional musicians», cit.
43. Elizabeth R. Valentine, David F. P. Fitzgerald, Tessa L. Gordon, Jennifer A. Hudson y Eliza
beth R. C. Symonds, «The effect of lessons in the Alexander technique on music perfor
mance in high and low stress situations», Psychology o f Music 23 (1995), pp. 486-497.
44. Sylvia S. Appel, «Modifying solo performance anxiety in adult pianists», Journal o f Music
Therapy 13 (1976), pp. 1-16. Aunque es menos eficaz que la desensibilización sistemática
para reducir la ansiedad subjetiva, el análisis musical sí redujo el número de errores de ejecu
ción.
45. Barbara A. McCune, «Functional performance anxiety modification in adult pianists», tesis
doctoral, Columbia University Teachers’ College, 1982.
46. Véanse Robert Triplett, Stage Fright: Letting it Work fo r You, Chicago, Nelson-Hall, 1983;
Eloise Ristad, A Soprano on H er Head: Right-side Up Reflections on Life and Other Performan
ces, Moan, Ut., Real People Press, 1982; y Kato Havas, Stage Fright: Its Causes and Cures,
with Special Reference to Violin Playing Londres, Bosworth, 1973.
214 Lu intcrpretacièn m usical
4 7 . Véase Donald Meichenbaum, Stress Inoculation Training, Nueva York, Pergamon, 1985.
4 8 . Véase Paul Salmon, R. Schrodt y J. Wright, «A temporal gradient o f anxiety in a stressful
performance context», M edical Problems o f Performing Artists 4 (1989), pp. 77-80.
4 9 . Gladys Acevedo Sweeney y John J. Horan, «Separate and combined effects o f cue-controlled
relaxation and cognitive restructuring in the treatment of musical performance anxiety»,
Journal o f Counseling Psychology 29 (1982), pp. 486-497.
50. Margaret J. Kendrick, Kenneth D. Craig, David M. Lawson y Park O . Davidson, «Cogniti
ve and behavioral therapy for musical-performance anxiety», Journal o f Consulting and Cli
nical Psychology 50 (1982), pp. 353-362.
51. Véase Julie J. Nagel, David P. Himle y James D. Papsdorf, «Cognitive-behavioural treat
ment o f musical performance anxiety», Psychology o f Music 17 (1989), pp. 12-21.
52. Duncan B. Clark y W. Stewart Agras, «The assessment and treatment o f performance an
xiety in musicians», American Journal o f Psychiatry 148 (1991), pp. 598-605.
Lecturas complétaentarias
Lehrer, Paul M.: «A review of the approaches to the management o f tension and stage
fright in music performance», Jou rn al fo r Research in Music Education 35 (1987),
pp. 143-152.
Salmon, Paul G.: «A psychological perspective on music performance anxiety: a review
of the literature», M edical Problems o f Performing Artists 5 (1990), pp. 2-11.
Steptoe, Andrew: «Performance anxiety. Recent developments in its analysis and mana
gement», Musical Times 23 (1982), pp. 537-541.
Wilson, Glenn D .: «Performance anxiety», en David J. Heargraves y Adrian C. North
(eds.), The Social Psychology o f Music, Oxford, Oxford University Press, 1997, pp.
229-248.
— «Stage fright and optimal performance», en Psychology fo r Performing Artists: But
terflies an d Bouquets, Londres, Jessica Kingsley, 1994, pp. 185-203.
C uarta pa r te
Interpretar la interpretación
I
k
13 Escuchar la interpretación
E r ic C la r k e
Introducción
Los oyentes tienen acceso hoy en día a una mayor cantidad y variedad de in
terpretaciones musicales que en cualquier otra época de la historia, y su rápi
da expansión, que comenzó con la llegada de la industria de la grabación a
principios del siglo XX, no muestra señales de disminuir. Con la proliferación
y diversificación de la interpretación a través de las grabaciones, ha llegado
también un renovado interés por los ejecutantes como intérpretes y persona
lidades. Este capítulo trata sobre las diversas circunstancias en las que se es
cuchan las interpretaciones, sus respectivas repercusiones y los procesos per
ceptivos implicados en lo que los oyentes pueden escuchar y escuchan en la
interpretación.
El título de este capítulo sugiere que es posible escuchar el componente
interpretativo de lo que podríamos llamar «el sonido total de la música». ¿Se
puede defender este punto de vista? ¿Hasta qué punto y de qué manera los
oyentes son conscientes de la interpretación como un elemento que se pue
de separar de la música? De hecho, ¿se puede escuchar otra cosa que la inter
pretación? En el caso de la música que se basa en la partitura, y que confor
ma la tradición concertística occidental, podríamos justificar una distinción
entre «la música» y «la interpretación», aunque sólo sea porque la partitura
es una representación de la música, independiente de cualquier interpreta
ción particular. Pero ¿qué ocurre con la enorme cantidad de oyentes que
rara vez, si acaso, ven las partituras, o con la abrumadora mayoría de músi
cas que carecen de partituras? En resumidas cuentas, ¿acaso la gente escucha
218 L a interpretación musical
Circunstancias y actitudes
que los intérpretes deberían intentar hacer, no es de extrañar que los oyentes
puedan tener reacciones radicalmente divergentes: lo que a uno le resulta dís
colo y caprichoso (basándose quizá en que «se aleja de la partitura») a otro le
puede parecer comprometido e inspirado (por la «originalidad e idiosincrasia
de su interpretación»).
En muchas tradiciones musicales fuera de la música culta occidental, la
situación es aún más variable. No es que la distinción entre el intérprete y el
material desaparezca en las tradiciones orales, pero la relación cambia. Por
ejemplo, en el jazz tradicional, que posee un núcleo de melodías «clásicas» 4
que son reinterpretadas continuamente, tiene poco sentido considerar si un '
intérprete es más o menos fiel al original, aunque sólo sea porque a menudo ¡
existe cierto grado de incertidumbre sobre lo que es (o era) realmente el «ori
ginal» y un elevado nivel de ambigüedad incluso en los ejemplos más estable
cidos o definidos. Un «clásico» tiene una identidad que frecuentemente no es
mucho más que una estructura armónica/métrica y una melodía, y represen
ta una base sobre la cual se espera que los intérpretes exhiban sus habilidades
improvisatorias. Algunos oyentes pueden tener un sentido de la fidelidad al
«espíritu» del original y rechazar por consiguiente los tratamientos radicales
de los intérpretes peculiares, pero existe claramente un terreno considerable
para la libertad interpretativa del ejecutante — así como para la expectación f
de los oyentes, quienes cuentan con que efectivamente sea así. Los oyentes de |
jazz están más interesados en la interpretación y los intérpretes que en las
piezas y repertorios.
Sin embargo, el interés principal de este capítulo es la tradición concertís-
tica occidental y qué es lo que los oyentes escuchan en la interpretación de
esa música. Uno de los ideales de interpretación que se ha propuesto a me
nudo es que el oyente debería sentirse arrebatado por la fuerza de la interpre
tación sin percatarse del ejecutante como intermediario o como intérprete.
Para algunos oyentes, por lo tanto, la audición gratificante y concentrada i
hace que, paradójicamente, la interpretación sea inaudible: consideran que la
música les habla a ellos directamente. Peter Johnson escribió lo siguiente: «La
interpretación extraordinaria de una buena pieza musical es, sugiero, una in
vitación a la audición trascendental, en el sentido de que, paradigmática
mente, evita llamar la atención hacia sí misma como una interpretación (bien
sea por razones positivas o negativas)» s. Si el no percatarse de la interpreta
ción es para algunos oyentes una medida del éxito de ésta, entonces el ideal
del intérprete podría ser estar tan involucrado en la música, tan poseído por
ella, que se sienta identificado con el compositor o con la obra. El punto de
vista contrario sería una fascinación por la interpretación misma, con la ma
nera en que los ejecutantes hacen lo que hacen y las ilimitadas maneras en
que la música se realiza en la interpretación.
I scuchar Id interpretación 223
Aunque es posible que un oyente atento e interesado sea poco o nada cons
ciente de las características específicas de una interpretación, ese oyente pue
de llegar a ser consciente de los atributos de ésta. Además, como la percep
ción implica no sólo enterarse conscientemente, sino también un proceso
continuo e inconsciente de ajuste y reacción al entorno, los oyentes también
serán influidos por las características de la interpretación, independiente
mente de que se den cuenta o no. Los sonidos de una interpretación tienen
la capacidad de transmitir una gran cantidad de información al oyente, desde
las características físicas relacionadas con el espacio en el que tiene lugar la
interpretación y la naturaleza del instrumento hasta las propiedades menos
tangibles, como la ideología interpretativa del ejecutante. Una forma de
abordar esa gran diversidad es preguntarse qué especifican los sonidos de la
interpretación, y al hacerlo prestar toda la atención a las características de los
sonidos de la interpretación y su riqueza como fuente de información.
Espacio/instrumento!cuerpo
Las propiedades más físicas y tangibles de las interpretaciones son los espa
cios en los que se realizan, los instrumentos que se utilizan y las interacciones
físicas del ejecutante con ellos. En algunas músicas (por ejemplo, la música
antifonal de Andrea Gabrieli, o la obra Gruppen de Karlheinz Stockhausen,
en la que la música está distribuida espacialmente), la «geometría» del espa
cio es importante como componente de la estructura musical. Pero en gran
parte de la música de la tradición concertística occidental, el espacio es im
portante no como elemento estructural, sino por la manera en que transmite
el «aura» o carácter de la interpretación. Muchos oyentes prefieren escuchar
una obra como la Pasión según San Mateo de Bach, por ejemplo, en un «espa
cio» (bien sea el espacio real de la interpretación o el espacio virtual de una
grabación) amplio y resonante, por al menos dos razones. En primer lugar,
una acústica amplia y resonante se corresponde con el tipo de espacio para el
cual fue escrita esa música (una iglesia), y al transmitir ese espacio, la acústica
también transmite los materiales (piedra y madera), los entornos y la ideolo
gía (el culto cristiano) que están relacionados con la interpretación de esa
música. En segundo lugar, la música fue compuesta probablemente para ex
plotar la acústica a la que estaba destinada, y por tanto funciona mejor con la
reverberación amplia (y la consiguiente ola de sonido) que proveen dichos
espacios. Por el contrario, la mayoría del repertorio de música de cámara fue
compuesto para la interpretación doméstica, y la música puede verse afectada
224 L a interpretación m usical
si se toca en una acústica muy reverberante, no sólo porque las relaciones se
rán erróneas, sino también porque las texturas musicales se confunden.
Además de los espacios de interpretación, también influyen los instru
mentos y los ejecutantes, cuyas ejecuciones en el instrumento se reflejan en
sonidos. El sonido de una interpretación proyecta no sólo propiedades bási
cas como el instrumento que se está tocando, sino también la interacción fí
sica del ejecutante con él. La facilidad o el esfuerzo, la energía, la confianza y
el nivel de control de una interpretación son transmitidos claramente en el
sonido de una interpretación, y proporcionan al oyente una información so
bre el cuerpo del intérprete y su relación con el instrumento.
Las actitudes convencionales hacia el repertorio concertístico estándar
han tendido a subestimar el carácter físico de la interpretación, con respecto
al cual los oyentes suelen ser ambiguos. Dentro de una tradición que admira
la virtuosidad, los oyentes generalmente prefieren no percatarse de los esfuer- ’
zos que realiza el intérprete para mantener el control técnico de las piezas di
fíciles, pero sí quieren percibir su presencia física, implicados en mente y |
cuerpo en la «lucha heroica» por expresar y comunicar. Uno de los defectos
que presentan las simulaciones de interpretaciones humanas con sistemas in
formáticos (como el sistema CH A N T de simulación vocal desarrollado por \
el ICAM de París en los años 1980) es que carecen de toda sensación de
compromiso y «esfuerzo» físicos.
I
Eventos y procesos
un efecto vivido e inmediato, que deja tras de sí una estela de recuerdos cuya
historia de eventos e influencias acumuladas le da a la ola una forma deter
minada.
Al escuchar una interpretación, somos fundamentalmente conscientes de
lo que ocurre en el presente de un flujo continuo. Sin embargo, ese flujo no
es uniforme: en la interpretación de la mayoría de las músicas, hay determi
nados eventos que lo segmentan, proporcionando periódicamente la oportu
nidad de organizar los eventos de los últimos segundos y almacenarlos en la
memoria. De la misma manera, cuando escuchamos a alguien hablando, nos
percatamos en todo momento de los contenidos activos de la frase u oración
en curso — las palabras dichas en unos pocos segundos. Cuando el discurso
llega a un punto o un punto y coma, sintetizamos los contenidos de dicha
frase u oración como la esencia de lo que el hablante acaba de decir — tai vez
recordando literalmente la frase, pero principalmente en términos de lo que
significa. Y al mismo tiempo que esa parcela de significado está siendo regis
trada, se abre una nueva ventana de percepción inmediata que permite al
oyente proseguir su audición. En la música, esta segmentación del flujo de
información se deriva de una mezcla de propiedades estructurales (notas lar
gas, discontinuidades de alturas, funciones tonales, etc.) y características in
terpretativas (cambios de tempo, dinámica, articulación, etc.). Las diversas
maneras en que los intérpretes dan forma a los eventos de la interpretación
son analizadas en varios capítulos de este libro; la siguiente sección considera
si los oyentes captan o no esas características interpretativas, cómo lo hacen y
cómo las interpretan.
¿En qué medida los oyentes son conscientes de las microvariaciones de inter
pretación, y de qué manera les dan sentido? Varios estudios han demostrado
que, bajo condiciones controladas, los oyentes pueden detectar cambios mí
nimos en el tempó, del orden de los 30 a 50 milisegundos B, y otros estudios
han revelado que perciben igualmente los cambios en la dinámica y la ento
nación l4. Sobre la perceptibilidad de la articulación, el timbre y el vibrato se
liene menos información, en parte porque son características más complejas
que la duración, altura o intensidad del sonido. Igualmente, se han realizado
pocas investigaciones sobre la percepción de dichas características por parte
de los oyentes en condiciones normales de audición.
Bruno Repp, sin embargo, ha demostrado que la capacidad que tienen
los oyentes de detectar características detalladas de interpretación está marca
damente influida por el contexto musical. Cuando a un grupo de oyentes se
226 L a interpretación m usical
les hizo escuchar una breve sección de una sonata para piano de Beethoven
(el inicio del Minueto de la Sonata op. 31 núm. 3) en la que se prolongó la
duración de determinadas notas en varios puntos, éstos mostraron una va
riación perceptual considerable dependiendo de la ubicación de la prolonga
ción 15. En los puntos donde esperaban fluctuaciones expresivas en el tempo
(características de los finales de frases), los oyentes no detectaron los cambios
— como si por el hecho de ser previsibles dichos cambios resultaran imper
ceptibles. Por el contrario, cuando las fluctuaciones expresivas de tempo ocu
rrían en mitad de una frase, donde son menos probables, los oyentes fueron
particularmente conscientes de su presencia — como si resultaran más evi
dentes por ser incongruentes.
Aunque sólo considera un aspecto de la interpretación, el estudio de
Repp ilustra un principio general importante: que la capacidad de los oyen
tes de detectar las características detalladas de la interpretación depende mu
cho del contexto. Este principio puede influir tanto en la conciencia que tiene
el oyente de las características de la interpretación como en su manera de in
terpretarlas — es decir, cómo funcionan esas características como signos 16.
Una ralentización del tempo en medio de una frase puede interpretarse
como una intensificación expresiva, mientras que la misma ralentización al
final de una frase puede entenderse como una disminución de la tensión,
marcando la conclusión de un pasaje musical. Las diferentes interpretaciones
de una «misma» característica interpretativa son producto del sistema de rela
ciones estructurales y expresivas en el que se inserta cada característica de la
interpretación.
Las propiedades expresivas de la interpretación transmiten cualidades
emocionales y características estructurales. Patrik Juslin ha demostrado que
cuando a un intérprete se le pide que toque una pieza de tal modo que trans
mita un estado emocional específico, los oyentes pueden reconocer con segu
ridad qué estado está comunicando 17. Ésta es una versión controlada (y un
tanto artificial) de un hecho común, a saber, que los oyentes perciben emo
ciones transmitidas por la interpretación y suelen atribuirlas a los intérpretes
— independientemente de que las escuchen como verdaderos estados emo
cionales de los intérpretes o como emociones actuadas de una personalidad
adoptada.
Más de cien años de interpretaciones grabadas, junto con el desarrollo de
las prácticas interpretativas históricas, han puesto a nuestro alcance una fasci
nante diversidad de estilos e ideologías interpretativas. El estudio sistemático
sobre las diversas maneras en que éstas se especifican en sonido apenas ha co
menzado (aunque la obra de Robert Philip constituye un punto de parti
da) 18, pero es potencialmente fascinante. Para escuchar la expresión, la emo
ción, el estilo y la ideología de una interpretación, el oyente ha de identificar
Escuchar la interpretación 227
Conclusión
Notas
1. Véase Nicholas Cook, «The domestic Gesamtkunstwerk, or record sleeves and reception», en
Wyndham Thomas (ed.), Composition, Performance, Reception: Studies in the Creative Process
in Music, Aldershot, Ashgate, 1998, pp. 105-117.
2. Oliver Strunk, Source Readings in Music History: From Classical Antiquity through the Ro
mantic Era, Nueva York, Norton, 1950, p. 74.
3. Para una descripción fascinante de los rituales y circunstancias de la audición de conciertos
en el siglo XX, véase Christopher Small, «Performance as ritual: sketch for an enquiry into
the true nature of a symphony concert», en Avron Levine White (ed.), Lost in Music: Cultu
re, Style and the Musical Event, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1987, pp. 6-32.
4. Véase Denis Smalley, «The listening imagination: listening in the electroacoustic era», en
John Paynter, Tim Howell, Richard Orton y Peter Seymour (eds.), Companion to Contempo
rary M usical Thought, 2 vols., Londres y Nueva York, Routledge, 1 9 9 2 ,1, pp. 514-554.
5. Véase Michael Chanan, Repeated Takes: A Short History o f Recording and its Effects on Music,
Londres, Verso, 1995.
6. Un ejemplo de esto último es la grabación que realizó Evan Ziporyn para el sello Nonesuch
(7559-79451-2).
7. Wilfrid Mellers, «Present and past: intermediaries and interpreters», en Paynter et al. (eds.),
Companion to Contemporary Musical Thought, cit., II, pp. 920-930.
8. Peter Johnson, «Performance and the listening experience: Bach’s “Erbarme dich”», en Ni
cholas Cook, Peter Johnson y Hans Zender (eds.), Theory into Practice: Composition, Perfor
mance and the Listening Experience, Leuven, Leuven University Press, 1999, p. 85.
9. E.g., Heinrich Schenker, Free Composition (D er freie Satz), Ernst Oster (trad, y ed.), Nueva
York, Longman, 1979; y Fred Lerdahl y Ray Jackendoff, A Generative Theory o f Tonal Music,
Cambridge, Mass., M IT Press, 1983.
10. Véase, por ejemplo, Nicholas Cook, «The perception of Large-scale tonal closure», Music
Perception 5 (1987), pp. 197-205.
11. Jerrold Levinson, Music in the Moment, Ithaca y Londres, Cornell University Press, 1997.
12. Véanse John A. Michon, «The making of the present: a tutorial review», en John Requin
(ed.), Attention and Performance VII, Hillsdale, N J, Erlbaum, 1978, pp. 89-111; y Eric F.
Clarke, «Levels of structure in the organization of musical time», Contemporary Music Re
view 2 (1987), pp. 211-238.
13. Véase Eric F. Clarke, «The perception of expressive timing in music», Psychological Research
51 (1989), pp. 2-9.
Escuchar Li Interpretación 229
14. Para una perspectiva general, véase Brian Moore, An Introduction to the Psychology o f Hea
ring, 4 a ed., Londres, Academic Press, 1997.
15. Bruno H. Repp, «Probing the cognitive representation o f musical time: structural cons
traints on the perception of timing perturbations», Cognition 44 (1992), pp. 241-281.
16. Véase Eric F. Clarke, «Expression in performance generativity, perception and semiosis», en
John Rink (ed.), The Practice o f Performance: Studies in Musical Interpretation, Cambridge,
Cambridge University Press, 1995, pp. 21-54.
17. Véase, por ejemplo, Patrik Juslin, «Emotional communication in music performance: a
functionalist perspective and some data», Music Perception 14 (1997), pp. 383-418.
18. Robert Philip, Early Recordings and Musical Style: Changing Tastes in Instrumental Performan
ce, 1900-1950, Cambridge, Cambridge University Press, 1992; véase también el capítulo 14
de este libro.
19. Hans Keller, «The gramophone record», en Robert Matthew-Walker (ed.), The Keller Co
lum n: Essays by Hans Keller, Londres, Alfred Lengnick, 1990, pp. 22-25.
Chanan, Michael: Repeated Takes: A Short History o f Recording an d its Effects on Music,
Londres, Verso, 1995.
Day, Timothy: A Century o f Recorded Music, New Haven, Yale University Press, 2000.
Frances, Robert: The Perception o f Music, W. Jay Dowling (trad.), Hillsdale, N J, Erl-
baum, 1988.
Gaver, William: «What in the world do we hear? An ecological approach to auditory
event perception», Ecological Psychology 5 (1993), pp. 1-29.
Johnson, James H.: Listening in Paris: A Cultural History, Berkeley, University o f Cali
fornia Press, 1995.
Storr, Anthony: Music an d the Mind, Londres, Harper Collins, 1992.
14 El levado de las miraciones
O O
P eter J o h n so n
M étodos d e g rabación
que fue grabado por Robert Casadesus 8. Un ejemplo más trivial, de princi
pios de los años 1950, es el doblaje de los Do agudos de Kirsten Flagstad en
una grabación de EM I del Segundo Acto de «Tristán e Isolda» con Wilhelm
Fürtwangler. Esos Do agudos fueron cantados en realidad por Elizabeth Sch-
warzkopf5.
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30
Grabaciones (cronológicas)
C uartetos
EJEMPLO 1 4 . 1 Beethoven, Cuarteto de cuerda en Fa mayor, op. 135, tercer m ovim iento
(Lento assai), compases 1-12.
Cuarteto Flonzaley
Lindsays
FIGURA 14.2 Tempos d el Cuarteto de cuerda en Fa mayor, op. 135 de Beethoven, tercer
m ovim iento (Lento assai), compases 3-12, grabados p o r e l Cuarteto Flonzaley (1927) y The
Lindsays (1987), m edidos en pulsos de corchea p o r m inuto (i.e., valores m etronóm icos);
cuanto más alta es la barra, más breve es el pulso.
El legado de las grabaciones 241
EJEMPLO 14.2 Puccini, «E lucevan le stelle», Tosca, Acto III, compases 20-21 (basado en
la partitu ra vocal de Ricordi, p. 290).
L a interpretación de la s grabaciones
N otas
1. Véase Nicholas Cook, Music: A Very Short Introduction, Oxford, Oxford University Press,
1998, p. 13.
2. Véase Edward T. Cone, The Composer's Voice, Berkeley, University of California Press, 1974.
Para la interpretación «como un tipo de actuación», véase Joel Lester, «Performance and
analysis: interaction and interpretation», en John Rink (ed.), The Practice o f Performance:
Studies in Musical Interpretation, Cambridge, Cambridge University Press, 1995, p. 213;
véanse también los capítulos 7 y 11 de este libro.
3. Para dos ejemplos recientes, véase Ronald Woodley, «Strategies of irony in Prokofievs Violin
Sonata in F minor Op. 80», en John Rink (ed.), The Practice o f Performance: Studies in M u
sical Interpretation, cit., p. 170, y Peter Johnson, «Performance and the listening experience:
24 6 La interpretación m usical
Bach’s «Erbarme dich», en Nicholas Cook, Peter Johnson y Hans Zender (eds.), Theory into
Practice: Composition, Performance and the Listening Experience, Leuven, Leuven University
Press, 1999, pp. 55-101.
4. Para una historia general de la grabación, véase Michael Chanan, Repeated Takes: A Short
History o f Recording and its Effects on Music, Londres, Verso, 1995.
5. Véase Ronald Gelatt, The Fabulous Phonograph: 1877-1977, Londres, Collier Macmillan,
1977, p. 236.
6. Véase Joseph Horowitz, Understanding Toscanini: A Social History o f American Social Life,
Londres, Faber and Faber, 1987, para un excelente análisis crítico de las cintas de tres óperas
completas grabadas en Salzburgo en 1937.
7. Para un análisis, véase John Culshaw, Ring Resounding: The Recording o f «Der Ring des Nibe-
lungen», Londres, Seeker & Warburg, 1967.
8. Véanse las notas editoriales de Roger Nichols en la edición Urtext de Peters de M iroirs
(1991).
9. John Culshaw, Ring Resounding: The Recording o f «Der Ring des Nibelungen»,op.cit.,p.55.
10. Remasterizado en el CD de EMI CHS 7 6 1 038 2.
11. Para un análisis técnico de la asincronía, véase Carl E. Seashore, Psychology o f Music, Nueva
York, Dover [1938], 1967, pp. 248-253.
12. La colección Great Pianists o f the 20th Century incluye grabaciones de los pianistas antiguos
más importantes. Las grabaciones de Rachmaninoff están editadas en RCA 09026 61265.
13. Las grabaciones completas deTamagno se encuentran en la colección Pearl Opal, CD 9846.
14. John Steane, The Grand Tradition: Seventy Years o f Singing on Record, 1900-1970, 2 a ed.,
Londres, Duckworth, 1993, p. 10.
15. Robert Philip, Early Recordings and Musical Style: Changing Tastes in Instrumental Performan
ce, 1900-1950, Cambridge, Cambridge University Press, 1992, pp. 35-36.
16. La grabación del Cuarteto Flonzaley se encuentra en el sello Biddulph LAB089-90; y ladel
Cuarteto Busch, en EMI CHS 65306-2.
17. José A. Bowen, «Finding the music in musicology: performance history and musical works»,
en Nicholas Cook y Mark Everist (eds.), Rethinking Music, Oxford, Oxford University
Press, 1999, p. 435.
18. La línea ondulada de la Figura 14.1 (un polinomio de sexto orden) traza las tendencias
aproximadas de períodos más breves.
19. El nombre oficial de este cuarteto es «The Lindsays». Los tempos fueron tomados de ASV,
C D DCS 403.
20. Nonesuch, C D 979 170-2.
21. Los términos «vibrato» y «tremolo» se han utilizado para referir aspectos de lo que yo llamo
generalmente vibrato: véase Carl E. Seashore, Psychology o f Music, cit., p. 33.
22. La Figura 14.3 file creada a partir de la remasterización en CD del disco Enrico Caruso, The
Puccini Recordings (1902 -19 16 ), Vocal Archives, VA 1216, pista 10, 1’ 4 6 ”.
23. Los tests psicoacústicos demuestran que no es necesario que la fundamental esté presente.
Para un caso similar en un tono de violín, véase Carl E. Seashore, Psychology o f Music, cit., p.
98. En su ensayo «Performance and the listening experience: Bach’s Erbarme dich, cit., Peter
Johnson ofrece un análisis más detallado de mis métodos.
24. Exceptuando a algunas soubrettes, son pocas las voces operísticas actuales que tienen un vi
brato más rápido que 5 cps; las voces más maduras suelen oscilar a una frecuencia de 2 o 3
cps. Las conclusiones sobre el vibrato que ofrece John Steane en su excelente análisis crítico
del canto del siglo XX se pueden verificar mediante los métodos que he ¡lustrado; por ejem
plo, véase John Steane, The Grand Tradition: Seventy Years o f Singing on Record, 1900-1970,
cit., p. 135.
E l legado de las grabaciones 247
25. El primer volumen de la colección de Pearl Great Virtuosi o f the Golden Age (GEMM CD
9101) incluye piezas grabadas por Joachim, Ysaye, Elman y Sarasate. Nacido en 1831, Joa
chim tenía setenta y dos años cuando realizó esa grabación.
26. Léon Goossens y Edwin Roxburgh, Yehudi M enuhin Music Guides: Oboe, 2a ed., Londres,
Macdonald, 1980, p. 87.
27. La grabación se encuentra remasterizada en DG 453 804-2G C B 6. El segundo movimiento
es particularmente interesante en este respecto.
28. Un ejemplo hermoso de la trompa orquestal checa es el movimiento lento del Concierto
para violonchelo de Dvorak grabado en 1938 por Pau Casals y George Szell, remasterizado
en EMI CD H 7 63498 2. Se dice que esta grabación era una favorita de Fred Gaisberg,
principal productor de HM V desde las primeras grabaciones de Caruso de 1902 hasta su re
tiro en 1939.
29. Elizabeth Schwarzkopf, On and O ff the Record: A M emoir o f Waiter Legge, Londres, Faber
and Faber, 1982, p. 19.
30. Para un estudio de la ornamentación en la grabación, véase Will Crutchfield «Vocal orna
mentation in Verdi: the phonographic evidence», 19th Century Music, 7 (1983), pp. 3-54.
31. Analizo esta cuestión en Peter Johnson, «Performance and the listening experience: Bach’s
Erbarm e dich, cit., pp. 97 y ss.
32. La grabación de Hall se encuentra en Pearl GEM M CDS 9 9 5 1 /5 ; la de Menuhin, en EMI
CD C 5 55221-2.
3 3. Dos libros en los que se comienza a lidiar con esta cuestión son Michael Chanan, Repeated
Takes: A Short History o f Recording and its Effects on Music, cit.; y Evan Eisenberg, The Recor
ding Angel: Music, Records and Culture from Aristotle to Frank Zappa, Londres, Picador,
1987.
34. Véase Joel Lester, «Performance and analysis: interaction and interpretation», cit., p. 214.
Leeturns compleinentarias
Chanan, Michael: Repeated Takes: A Short History o f Recording an d its Effects on Music,
Londres, Verso, 1995.
Cook, Nicholas, Peter Johnson y Hans Zender (eds.): Theory into Practice: Composition ,
Performance an d the Listening Experience, Leuven, Leuven University Press, 1999.
Day, Timothy: A Century o f Recorded Music, New Haven, Yale University Press, 2000.
Eisenberg, Evan: The Recording Angel: Music, Records an d Culture from Aristotle to Frank
Zappa, Londres, Picador, 1987.
Horowitz, Joseph: Understanding Toscanini: A Social History o f American Social Life,
Londres, Faber and Faber, 1987.
Philip, Robert: Early Recordings a n d Musical Style: Changing Tastes in Instrumental Per
form ance, 1900-1950, Cambridge, Cambridge University Press, 1992.
15 La crítica de la interpretación musical
R aym o n d M o n elle
y Bernard Shaw naturalmente otorgan más espacio a las obras maestras que
eran nuevas en su día. Curiosamente, la descripción de ese elemento familiar
de la vida musical, la reseña de concierto, aún estaba por escribirse.
Sin embargo, hoy en día ese tipo de reseña predomina en la crítica musi
cal. ¿Cómo se ha producido ese cambio? Indudablemente, el abrupto declive
de la interpretación de música contemporánea ha llevado a los críticos a con
centrarse en los artistas intérpretes; en el siglo XVIII, mucha de la música que
se escuchaba acababa de salir de la pluma del compositor. Además, a menu
do los instrumentistas eran también compositores; interpretaban sus propias
obras, y los críticos naturalmente se centraban en las obras y no en los intér
pretes. Pero a medida que se consolidaba el canon de las obras clásicas — en
gran parte gracias a los críticos musicales— , las múltiples interpretaciones de
obras canónicas revelaban la medida en que los intérpretes contribuyen a la
experiencia de la música. Al principio (y esto es especialmente evidente en
los escritos de Shaw), se podían hacer comentarios, incluso desfavorables, so
bre obras que ya habían sido aceptadas dentro del canon, pero en la época
moderna, cuando la mayoría de las obras que se interpretan son canónicas,
no se espera que los críticos alaben a Haendel, o refunfuñen sobre Brahms
como lo hiciera Shaw. Se supone que han de centrarse en el intérprete.
Las primeras críticas musicales publicadas en revistas especializadas, como
Critica música (Hamburgo, 1722-1725) de Johann Mattheson o New erójf-
nete musikalische Bibliothek (Leipzig, 1736-1754) de Lorenz Mizler, contie
nen muy pocas evaluaciones interpretativas. A veces se encuentra alguna eva
luación general del estilo de un intérprete, pero rara vez se publicaban
reseñas de conciertos u óperas. Sin embargo, hacia finales del siglo XVIII los
informes sobre las producciones operísticas podían incluir descripciones
perspicaces de los cantantes; por ejemplo, la revista berlinesa Litteratur-und
Theater-Zeitung de 1781 incluye muchos informes sobre óperas. Ese mismo
año, la revista reseñó la visita a Berlín del bajo Ludwig Fischer, el primer Os-
min de D ie Entführung aus dem Serail (1782) de Mozart:
H e rr Fischer, can tan te im perial y real, estuvo varios días en la ciud ad; actuó dos ve
ces co m o el m ensajero en Zémire etA zor [de G rétry ], y en una ocasión , en tre los ac
tos, ca n tó dos arias de la gran ópera Giinther von Schwarzburg de H olzbauer. Los
en ten d id os se m aravillaron ante la pureza y exten sión de su voz, y tod o el p ú blico
estaba en can tad o co n su exitosa in terp retació n y la gran habilid ad de su c a n t o ...3.
H err E rn st, un h o m bre joven todavía, posee todos los recursos que, co m b in ad o s
co n la fuerza de su talen to ob viam en te excep cion al, pueden co n d u cirle en pocos
años al ca m in o que le co nvertirá en un o de los más grandes artistas vivos, ya que
tien e una facilidad inusual para los pasajes brillantes, los saltos, las d obles cuerdas,
etc., adem ás de un sonido p oten te y puro y un co n tro l diestro del arco; su ejecu ció n
de los Adagios tam p o co es despreciable, aunque no del todo elogiable. Sin em bargo,
es de lam en tar que H err E rn st, sin saberlo, se en cuen tre en un cam in o artístico falso,
ya que parece ser sim p lem en te un im itad o r y quiere tocar «a la Paganini» 6.
Ésta no es una reseña para el lector común. La revista esperaba que los lecto
res tuvieran cierto conocimiento de la técnica instrumental. El verdadero arte
del periodismo musical popular aún estaba por descubrirse.
La publicación de comentarios musicales en los diarios, a diferencia de las
publicaciones semanales o mensuales, comenzó a principios del siglo XIX,
252 L a interpretación m usical
gro estuvo bien ejecutada, pero, en la segunda, tan enérgica y vigorosa, la orquesta
careció de brío y calidez. Varias fluctuaciones de tempo impidieron que los violines
tocaran juntos, y a los bajos, por ser muy pocos, les faltó energía en el momento ex
plosivo [¿el tutti del compás 32?].
La ejecución... fue perfecta. El señor Tilmant [primer violín] hace bien en no to
marse demasiado literalmente el término «música de cámara» que aparentemente
sólo se aplica a la música íntima interpretada en un espacio pequeño. Su estilo am
plio y orquestal confiere una especie de amplitud sinfónica a un cuarteto que algu
nos de nuestros violinistas tocan de manera bonita y tacaña. Para que suene apasio
nado y expresivo — signos característicos de la interpretación musical moderna— ,
conviene que en ciertas cadencias melódicas haya un tratamiento flexible de esa
precisión y esa rigidez de tempo que al final le da una especie de aridez mecánica a
la idea musical, despojándola a veces de la inspiración y la poesía que debe de haber
animado al compositor cuando la escribió.
en su revista»9. Uno de los colaboradores era Ludwig Rellstab, hijo del críti
co del Vossische Zeitung, que sabía bastante sobre las reacciones de los intér
pretes ante sus críticas: el artículo que escribió en Berlín en 1826 sobre la
cantante Henrietta Sontag le había dado problemas con las autoridades, y
fue encarcelado durante tres meses en la fortaleza de Spandau, lo que lo con
virtió en el primer mártir de los críticos musicales l0.
También en Londres el poder de la prensa musical se hizo evidente. En
1846, The Times contrató a su primer crítico musical profesional, J. W. Da-
vison. Este escritor característico pronto comenzó a adquirir un enorme po
der sobre la profesión musical " . E n sus reseñas, da la impresión de ser un
crítico indulgente y generoso, alabando incluso a aquellos artistas cuyos de
fectos también tenía la obligación de reseñar. De tal manera, su reseña de la
representación de Lucia d i Lammermoor en la Royal Italian Opera del Co-
vent Carden en 1847, con Fanny Tacchinardi-Persiani y Lorenzo Salvi, com
bina característicamente un gran discernimiento y el deseo de no querer de
cir nada desfavorable sobre nadie:
El tesoro poético [...] permaneció en general oculto. ¿Carece [el pianista] de la se
creta resonancia del espíritu, o es que el puro placer del virtuosismo le constriñe?
Tocó el Traumeswirren de Schumann, uno de los pequeños poemas más hermosos
del compositor, como si fuera un étude cuyo objetivo es la máxima velocidad y el
máximo nivel de pianissim o — casi a la manera de un reloj musical. Incluso el mara
villoso movimiento central, ese núcleo del sueño, característicamente velado y ne
buloso, estuvo demasiado expuesto al sol matutino. Ocurrió lo mismo con la mara
villosa Novellette en Re, op. 21 núm. 4, de Schumann; hemos visto el salón de
baile, pero no la conmovedora historia de amor que allí se representó 14.
Tal vez nos sorprenda que el destacado defensor del formalismo estético
muestre semejante sensibilidad a la magia poética de la música.
Bastante diferente es el caso del contemporáneo menor de Hanslick, Ber-
nard Shaw, quien escribió críticas musicales entre 1876 y 1894 para The
Hornet, The Star (en el que firmaba como «Corno di Bassetto») y por último
The World, una revista semanal. En Shaw se combinaban un verdadero genio
para la crítica musical y una irresponsabilidad monstruosa. Era vulgar, insul
tante, divertidísimo, caprichoso e injusto, y el estándar de sus reseñas de con
ciertos era a veces lamentable. Le gustaba pretender ser un ignorante musi
cal, pero en realidad su conocim iento del repertorio era extenso y sabía
256 L a interpretación m usical
mucho sobre música, especialmente sobre canto, ya que su madre era can
tante. En lugar del aire de erudición que sustenta a los escritos de Hanslick,
los textos de Shaw sugieren el vox populi; Shaw hace comentarios sobre el
precio de los programas de mano, la avería de un vagón en las vías férreas o
una visita al dentista, como si fuesen tan importantes como el concierto.
Sus prejuicios son conocidos. No le gustaba Brahms ni Bruch, elogiaba a
Wagner, era cruel con Mendelssohn y admiraba a Hermann Goetz. Pero sus
reseñas de conciertos a veces son exasperantes. Una y otra vez, Shaw escribía
miles de palabras sobre un oratorio o una serie de conciertos sin decir nada
más que la ejecución había sido execrable, o excelente, todo ello mezclado
con muchos comentarios sobre lo anticuados que son los franceses o la plaga
de violinistas femeninas. Siempre, invariablemente, expresaba una opinión
personal. Critica un concierto de Joachim con el único objetivo de recomen
darnos que no escuchemos el Concierto para violín de Bruch. Comenta el
canto de Adelina Patti sólo para demostrar que Wagner, cantado correcta
mente, no cansa la voz.
El extraordinario ingenio y la brillantez de Shaw, por tanto, sólo son mar
ginalmente pertinentes al estudio de la crítica musical. En realidad, Shaw po
día escribir con agudeza y perspicacia sobre interpretación cuando quería. En
el siguiente fragmento de una reseña de la Novena Sinfonía de Beethoven,
dirigida por George Henschel, demuestra un profundo conocimiento y una
enorme simpatía por el estilo de Beethoven, pero no puede evitar la ridiculi-
zación en sus últimas frases:
Un resultado moral estimulante es más importante que el peligro que entraña cual
quier lectura errónea de la idea específica del compositor. Además, la pieza se recu
perará de su actual servicio militar con la misma facilidad con que se libró de sus
anteriores connotaciones metafísicas y políticas [...]
Para llevar la sinfonía a la acción directa, el señor Szell se vio obligado a desta
car la determinación del material masculino y franquear disimuladamente la im
* Se refiere a las clases de primeros auxilios que imparte esa organización humanitaria, funda
ción de la Orden Hospitalaria de San Juan (TV. de la T ).
258 La interpretación m usical
portancia de sus pasajes tiernos y gentiles. Hizo que las cuerdas tocaran fuerte y tos
camente, con ese impacto feroz que producen tan admirablemente las cuerdas sin
fónicas [...] Con la entrada de los trombones, al principio del último movimiento,
las trompas se quedaron tan irremediablemente descalificadas en esa competencia
de lanzamiento de peso como se habían quedado las maderas desde el principio.
Todo el desequilibrio hizo que Beethoven sonara como un compositor muy autori
zado y didáctico, que ciertamente era, pero también como un orquestador irreme
diablemente incompetente, que desde luego no era. Y precisamente esa ineficacia
musical de los contrastes orquestales fue lo que demostró que, a pesar de la gran
diosidad moral de la interpretación, se estaba quebrantando el espíritu de la obra,
sea cual sea nuestro modo de concebirlo17.
pede de precisión lacónica, más lista que erudita, más bromista que ingenio
sa y más popular que autorizada. En lugar de la majestuosidad de un extenso
artículo de reseña, los mejores críticos buscan hoy en día la crítica memora
ble de una sola línea. Reseñando una interpretación del guitarrista Carlos
Bonell de un canto mozárabe del siglo XI, la admirable escritora Hilary Finch
comentó que la música «giraba en pequeños círculos pentatónicos, tañida
justo por debajo de la boca de la guitarra, con una voz cobriza que parecía
provenir de más allá del tiempo mismo» 18.
Quizá el cambio de mira más importante de la crítica moderna es el des
cubrimiento de la «interpretación». Mientras que el objetivo de los críticos
anteriores era alabar o condenar, o al menos evaluar, la manera en que el in
térprete realizaba las «intenciones» del compositor, los críticos contemporá
neos han reconocido que el intérprete añade su personalidad y sus ideas a la
obra. Por lo tanto, puede haber diferentes realizaciones de una misma pieza,
y todas son válidas a su manera. En sus reseñas de una serie de conciertos de
Mahler para The Times, Joan Chissell señaló que Otto Klemperer y Jascha
Horenstein enfocaban de diferentes maneras la obra del compositor:
[la Primera Sinfonía de Mahler] es el Mahler joven, y el señor Horenstein hizo que
sonara joven. Incluyendo la repetición en el primer movimiento, la interpretación
duró una hora, pero el tiempo voló porque los ritmos eran muy animados y las tex
turas muy traslúcidas. Mientras que en la séptima y última semana, el doctor
Klemperer se mantuvo distante y objetivo, abandonando la mayoría de los detalles
a su suerte, Horenstein hizo todo lo contrario; todo estaba fraseado y coloreado con
precisión, y sin embargo no hubo el menor rastro de exageración emocionall9.
A veces los intérpretes y sus admiradores maldicen a los críticos por ser irres
ponsables, por dedicarse simplemente a llamar la atención, por tomar a la li
gera el trabajo de los artistas serios. La mayoría de los que escriben sobre mú
sica repudiarían esas acusaciones. Los críticos son honestos y generalmente
escriben con el corazón. Naturalmente, han de atraer el interés de sus lecto
res; la crítica musical no se puede escribir en el mismo estilo que los informes
económicos o los comentarios sobre boxeo, aunque la mayoría de nosotros
hemos aprendido algunas lecciones útiles de los cronistas deportivos23. Los
que discrepan de sus opiniones también acusan a los críticos de ofrecer sólo
la «opinión de una persona». Pero ése, claro está, es el único y verdadero ob
jetivo de la crítica musical. Como bien sabía Shaw, nuestros peores enemigos
seguirán comprando el periódico para leer nuestras críticas y maldecirlas de
nuevo.
N o ta s
14. Citado de Henry Pleasants (trad, y ed.), Eduard Hanslick, Music Criticism 1 846-1899, Har-
mondsworth, Penguin, 1950, pp. 123-124.
15. The World, 8 de marzo de 1893; citado de Bernard Shaw, G. B. S. on Music, con un prólogo
de Alec Robertson, Harmondsworth, Penguin, 1962, pp. 118-120. Es posible que la reseña
contenga una sutil indirecta a Hanslick, quien había descrito la música como un «arabesco».
16. La visión arrogante que tenía Henderson de la crítica de la interpretación ha sido citada al
principio de este capítulo.
17. New York H erald Tribune, 18 de marzo de 1945; citado de Virgil Thomson, The A rt o f Ju d
ging Music, Nueva York, Greenwood Press, 1969, pp. 140-141.
18. The Times, 28 de diciembre de 1999.
19. The Times, 9 de octubre de 1968.
20. Andrew Porter, Music o f Three Seasons, 1974-1877, Londres, Chatto & Windus, 1979, pp.
4 2 7 -4 2 8 ; la reseña fue publicada en The New Yorker, 8 de noviembre de 1976.
21. The Independent, 30 de agosto de 1999.
22. Ernest Newman escribía sobre deporte y sobre música, y Neville Cardus era crítico de músi
ca y de cricket.
Cone, Edward T.: «The pianist as critic», en John Rink (ed.), The Practice o f Perform an
ce: Studies in M u sical In terpretation , Cambridge, Cambridge University Press,
1995, pp. 241-253.
Haskell, Harry: The A ttentive Listener: Three Centuries o f M usic Criticism , Londres, Fa
ber, 1995.
Newman, Ernest: A M usical Critics Holiday, Londres, Cassell, 1925.
Price, Kingsley (ed.): On C riticizing M usic: Five P hilosophical Perspectives (T he Alvin
an d Fanny Blaustein T halheim er Lectures, 1978-1979), Baltimore, Johns Hopkins
University Press, 1981.
Thompson, Oscar: P ractical M usical Criticism , Nueva York, Da Capo Press [1934],
1979.
16 Los intérpretes y la interpretación
JONATHAN Ü U N SBY
tipo de «objetivo» y no es una actividad indiferente — una que, por así decir,
es tan buena en un día malo como en uno bueno. Interpretar requiere un
grado excepcionalmente alto de entrenamiento y habilidad, hasta un nivel
«casi sobrehumano» según uno de los principales directores del siglo pasa
do 2. En tercer lugar, la cita inicial no proviene de un pasado reciente, ni si
quiera de los últimos dos siglos, sino de 1 7 5 7 3, lo que nos indica que puede
transcurrir mucho tiempo sin que ocurran grandes cambios. En los años
1780 se escribía sobre la ejecución pianística de Mozart casi como si hubiera
sido el ganador de un concurso internacional reciente4, y la antigua mitolo
gía griega describía a Orfeo y sus poderes mágicos como intérprete de la lira
casi de la misma manera en que la «realidad» de los medios de comunicación
de principios del siglo XXI resucita la presencia casi divina de un Frank Sina-
tra o un Freddie Mercury — o, en el campo de la interpretación instrumen
tal, un Jim i Hendrix a la guitarra o un Stephane Grappelli al violín.
Interpretar música es una actividad tan positiva, en la que participan tan
tos tipos de atención y reflejos humanos, que los intérpretes piensan que se
trata en gran parte de lo que podríamos llamar «simplemente tocar» (y «sim
plemente cantar»). Pero indudablemente se necesita algo más para ir más allá
de la mera ejecución, y es aquí donde se debe establecer una diferencia entre
los intérpretes que se inclinan hacia el enfoque intuitivo y los que piensan
que un apoyo cognitivo minucioso produce mejores resultados. Hans Keller
— que no sólo era un notable crítico musical, sino también un excelente in
térprete y maestro de algunos de los mejores intérpretes de cuerda occidenta
les de las últimas décadas del siglo pasado— escribió acerca del «intérprete
irreflexivo que se enorgullece de “ser simplemente un intérprete”, y que nun
ca ha pensado sino sólo sentido la música — quien, de hecho, cree que el
pensamiento es enemigo del sentimiento, mientras que en la realidad musi
cal no existe ningún sentimiento que no se pueda pensar claramente» 5. En
este fragmento nos está diciendo que la premisa «qué siente el intérprete» es
inadecuada para el estudio y la práctica que estamos considerando en este li
bro. Más que nada, debemos recordar que, para el intérprete, el «sentimien
to» musical es una mezcla de emoción e inteligencia, de respuesta y control,
de empatia y dominio, de lo autónomo y lo propioceptivo (para utilizar tér
minos fisiológicos más técnicos). Expresándolo de la manera más simple
pero también más profunda, y en una forma que podamos comprender de
alguna manera, el «sentimiento» es una mezcla del ser y el hacer.
Es evidente que la crítica de la interpretación, la crítica constructiva, suele
ser extremadamente difícil. Escribir sobre piezas musicales, fenómenos tan
inefables y volubles, se vuelve al menos doblemente difícil cuando se escribe
sobre la interpretación de piezas musicales, sobre fenómenos que, por mucho
que podamos grabarlos gracias a la tecnología, son como, por ejemplo, un
Los intérpretes y la interpretación 265
partido de fútbol — una vez terminado, ha terminado para siempre. Sin em
bargo, el deseo de comprender y grabar lo que hacemos forma parte de la na
turaleza de los seres humanos. No hay una distancia inasible entre una pintu
ra rupestre de hace 20.000 años que representa la caza de un animal salvaje
— la desesperada y escabrosa inmediatez de lo que sucedió después nunca se
podrá recuperar— y una reseña escrita hace cien años sobre una interpreta
ción memorable de un aria que Puccini había compuesto entonces reciente
mente. Así como las prácticas de caza prehistóricas, esenciales para la super
vivencia, fueron transmitidas y codificadas, algunos músicos han afrontado el
hecho de que existe una práctica, de la música occidental, se han preguntado
cómo se interpreta y han tratado de expresarlo.
Este texto presenta algunas ideas que hay que explicar. Como para Gould la
música existe en un estado ideal — de hecho, una forma platónica— , para
Nattiez no es una exageración referirse a la «tiranía» de la cronología. A
modo de ilustración, propongo dos afirmaciones por lo visto similares:
las dificultades que planteaba W olf tanto al intérprete como al oyente eran nuevas y
múltiples. Exigía un nivel de precisión técnica que desconcertaba a sus contemporá
neos. Antes que Wolf, nadie había requerido interpretaciones con una gama tan
amplia de efectos auditivos. La forma declamatoria de la canción parecía insupera
ble; W olf suprimió, sin reparos, el bel canto y la coloratura " .
Planteadas como preguntas y no tanto como declaraciones, menos aún como res
puestas, muchas de las interpretaciones más originales e indagadoras de Gould se
encuentran entre las más reveladoras de todas las que han sido grabadas. Gould me
ha impulsado una y otra vez a regresar a la partitura y aprender de ella de nuevo — no
por emular a Gould, cuyos exagerados amaneramientos siguen siendo inimitables e
indeseables, sino en busca de un contacto renovado con el espíritu y la infinita fas
cinación de la música misma. No se le puede pedir nada más a un músico. En sus
mejores interpretaciones, y hasta un nivel que no ha sido superado por ningún otro
intérprete, Gould transmite una sensación de enorme alegría y asombro, y una ju
bilosa conciencia del privilegio que tenemos de estar vivos14.
en lugar del primero ls. Nadie culparía a Schuller por considerar asombroso,
incluso irritante, que se siguiera haciendo caso omiso del argumento plantea
do por el teórico Heinrich Schenker en 1925, como lo hiciera el director
Norman del Mar 19 casi setenta años después y como lo hicieron entretanto
miles de interpretaciones. Éste es un caso particular de una cuestión general
que Schuller confirma al estudiar grabaciones de ocho obras representativas
del repertorio sinfónico:
Hay algo que podemos afirmar acerca de lo que opinaba este intérprete sobre
la interpretación: ¡no estaba satisfecho! A ello hay que añadir que no se trata
ba en ningún modo de reclamar cierta «deshumanización» de una «realiza
ción». Schuller seguramente coincidiría con el pianista, notable escritor y
conferencista Alfred Brendel en que «comprender las intenciones del compo
sitor significa traducirlos a nuestra propia comprensión»21.
Qué creen los intérpretes que deberían pen sar sobre la música
vel analítico y explicar con precisión lo que piensan sobre el asunto. La expe
riencia de Schenker como uno de los pianistas acompañantes más famosos
de finales del siglo XIX y su convincente teoría sobre la estructura de obras
maestras occidentales le permitieron asegurar que los intérpretes siempre de
ben reconocer la primacía del conocimiento sobre la práctica. En un ensayo
de 1925 sobre el movimiento Largo de la Tercera Sonata para violín solo de
Bach, Schenker escribió: «Una vez que se entiende completamente el conte
nido de una pieza, la interpretación no plantea problemas» 25. Prosigue seña
lando que existe una correspondencia indudable entre, por ejemplo, la «ma-
tización dinámica primaria» de los eventos estructurales subyacentes de una
pieza (los que articulan el «argumento», por así decir) y las «matizaciones
propias» de la superficie musical: «Más allá de todas estas matizaciones en
tran en consideración otros matices, más delicados [...] Pero todos ellos han
de integrarse en el esquema dinámico primario y las matizaciones propias de
un orden estructural más elevado»26. Sin embargo, en otros puntos también
nos recuerda que el «orden estructural más elevado» no es excusa para que el
intérprete descuide los más pequeños detalles de una partitura, así como «el
mapa de ruta del alpinista le evita tener que franquear todos los caminos, ro
cas y atolladeros». Cada detalle, dice, «debe significar lo mismo para el intér
prete que para el compositor» 27.
Im presiones
Los comentarios finales también deberían ofrecer perspectivas. Las voces del
pasado, que con este capítulo se han introducido en los pensamientos futu
ros del lector, plantean unas exigencias claras. Piden compromiso y humil
dad, que deberían ser obvios. También plantean algunas cuestiones funda
mentales, cuyas respuestas son necesarias para proseguir con la urgente labor
de recrear la música del pasado en el futuro, pero que nunca llegarán a estar
«resueltas» para siempre. Presumiblemente, nunca habrá una definición clara
de lo que real y definitivamente «es» una pieza musical. Es probable que ni
siquiera la pregunta en sí misma sea la más inteligente y provechosa. Lo que
una pieza musical puede «ser» idealmente es una experiencia nouménica y
memorable que transforma la conciencia del oyente. Eso es lo que ofrecían
en su trabajo diario tanto Mozart y Murray Perahia, por citar a uno de los
primeros virtuosos del piano junto a uno de los más recientes, como Schuller
y Del Mar, dos directores recientes cuyas opiniones difícilmente podrían ser
más contrarias2S. Sin embargo, los intérpretes que nos hablan sobre la inter
pretación tienden a describir la punta del iceberg, como hemos visto, prefi
riendo naturalmente concentrarse en el efímero objetivo, el producto, que en
Los interpretes y la interpretación 273
N otas
1. Stan GodJovitch, M usical Performance: A Philosophical Study, Londres y Nueva York, Rou-
tledge. 1998, p. 127.
2. Hermann Scherchen, Handbook o f Conducting, trad. M. D . Calvocoressi, Londres, Oxford
University Press, 1933, p. 3.
3. Johann Friedrich Agricola, Anleitung zur Singekunst, Berlin, Winter, 1757; citado de Julian-
ne C. Baird (ed. y trad.), An Introduction to the A rt o f Singing by Johann Friedrich Agricola,
Cambridge, Cambridge University Press, 1995, p. 218. La obra de Agricola es una versión
alemana con comentarios del libro Opinioni de' cantori antichi e modemi de Pier Francesco
Tosi, escrito en 1723, que ya había aparecido en inglés en 1742 (Londres, Wilcox).
4. Véase por ejemplo el comentario que hace Michael Kelly sobre la técnica interpretativa de
Mozart en Louis Biancolli (ed.), The Mozart Handbook, Nueva York, Grosset & Dunlap,
1962, p. 134.
5. Hans Keller, The Great Haydn Quartets: Their Interpretation, Londres, Dent, 1986, p. 15.
6. José A. Bowen, «Finding the music in musicology; performance history and musical works»,
en Nicholas Cook y Mark Everist (eds.), Rethinking Music, Oxford, Oxford University
Press, 1999, p. 4 45; subrayado mío. Para más información sobre la idea de la «ilusión» en
los estudios sobre interpretación, véase Jonathan Dunsby, Performing Music: Shared Con
cerns, Oxford, Clarendon Press, 1995.
7.' Glenn Gould, «The prospects of recording», en Tim Page (ed.), The Glenn Gould Reader,
Nueva York, Knopf, 1984, p. 341.
8. Una extraordinaria contribución histórica a este debate fue el ensayo de Richard Taruskin
«The pastness of the present and the presence of the past», publicado por primera vez en
Nicholas Kenyon (ed.), Authenticity and Early Music, Oxford, y Nueva York, Oxford Uni
versity Press, 1988, pp. 137-207. La publicación de la obra de Peter Kivy, Authenticities:
Philisophical Reflections on Music Performance, Ithaca y Londres, Cornell University Press,
1995, marcó un hito en la filosofía de la música. Para una notable psicobiografía de Glenn
Gould, véase Peter Oswald, Glenn Gould: The Ectasy and Tragedy o f Genius, Nueva York,
Norton, 1997.
9. Jean-Jacques Nattiez, «Gould Hors-Temps», en Le Combat de Chronos et d'Orphée: essais, Pa
ris, Bourgois, 1993, pp. 46-47.
10. Dietrich Fischer-Dieskau, The Fischer-Dieskau Book ofL ieder: The Texts o f Over 7 5 0 Songs in
German Chosen and Introduced. Londres, Gollancz, 1976, p. 11.
11. Ibid., p. 20.
12. Ibid., p. 27.
13. Ibid., pp. 27-28.
14. Jeremy Siepmann, «Glenn Gould and the interpreter’s prerogative», The M usical Times,
131/1, enero 1990, p. 27.
15. Gerald Moore, Am I too Loud? Memoirs o f an Accompanist, Londres, Hamish Hamilton,
1962, p. 178; subrayado mío.
274 L a interpretación m usical
16. Esta noción se analiza ampliamente en Leonard Meyer, Music, the Arts, and. Ideas, Chicago,
University of Chicago Press, 1967.
17. Gunther Schuller, The Compleat Conductor, Nueva York, Oxford University Press, 1997,
p. 4.
18. Ib id , pp. 109-124.
19. Norman Del Mar, Conducting Beethoven, Oxford, Oxford University Press, 1992.
20. Gunther Schuller, op. cit., pp. 538-543.
21. Alfred Brendel, Musical Thoughts and Afterthoughts, Londres, Robson, 1976, p. 25; subraya
do mío.
22. Geoffrey Norris, Rachmaninoff, Londres, Dent, 1993, p. 78; subrayado mío. Esta cita tam
bién es analizada brevemente en Jonathan Dunsby, op. cit., pp. 93-94. Cfr. los comentarios
de Fanny Waterman, citados en la página 132 de este libro.
23. Las Danzas sinfónicas y el Cuarto concierto para piano son ejemplos del modernismo com
positivo de Rachmaninoff, no según los modelos de un Schoenberg o un Stravinsky, claro
está; sin embargo, hoy en día es obvio que Rachmaninoff no era un compositor «conserva
dor». Incluso Arnold Whittall, en su investigación sobre la historia esencial del modernismo
del siglo XX, elogia la música de Rachmaninoff por ser «completamente convincente en su
revitalización de las esencias de las tradiciones» (Musical Composition in the Twentieth Cen
tury, Oxford, Oxford University Press, 1999, p. 37).
24. Aunque este importante axioma quizá no necesite referencias, es una frase conocida que dijo
de pasada el pianista y director Murray Perahia durante un ensayo en Londres con la Aca
demy of St. Martin in the Fields, en abril del año 2000. En el capítulo 3 de este libro se am
plían opiniones similares.
25. «The Largo of Bach's Sonata No. 3 for Solo Violin [BWV 1005], traducción de John Roth-
geb, en Heinrich Schenker, The Masterwork in M usic: A Yearbook, vol. I, 1925, William
Drabkin (ed.), Cambridge, Cambridge University Press, 1994, p. 37. El título genérico de
los brillantes ensayos de Schenker es Das Meisterwerk in der Musik. Cfr. el análisis de la im
portancia de la preparación mental en el capítulo 9.
26. Heinrich Schenker, op. cit., p. 38.
27. «Further consideration of the Urlinie: I», traducción de John Rothgeb, en ibid., p. 109.
28. Dos de estos intérpretes también eran compositores — aunque evidentemente resulta raro
decir que Mozart «también» era compositor.
Strauss, J . N ., 80 Virdung, S ., 24
Strauss, S., 211 Vivaldi, A., 25
Stravinsky, I., 3 0 , 3 1 , 3 5 , 52, 158, 2 7 4
La consagración de la prim avera , 19, 30 Wagner, R., 2 9 , 2 4 9 , 2 5 3 , 2 5 5 , 2 5 6
La historia del soldado, 30 «El Anillo del Nibelungo», 2 3 4 , 2 4 6
Strunk, O ., 2 2 8 «Tristan e Isolda», 23 5
Sundberg, J ., 93 W aiden, V., 109
Sweeney, G . A ., 2 0 9 , 2 1 4 W alk, R .D ., 181
Syer, J ., 197 Walker, J ., 9 2 , 93
Symonds, E. R. C ., 2 1 3 Walter, B „ 2 5 9
Szell, G ., 2 4 7 , 2 5 7 W aterm an, F., 132, 135, 2 7 4
Szigeti, ] ., 33 W aterm an, M ., 190, 197
Waters, A . )., 92
Tachinardi-Persiani, E , 25 4 W eber, C . M . von, 105
Tam agno, F., 2 3 6 , 2 4 6 W ebern, A ., 158, 171
T artini, G ., 3 9 , 52 Variationen fü r Klavier op. 2 7 , 158, 171
Taruskin, R ., 3 2 , 3 3, 52, 5 4 , 107, 110, 2 7 3 Wesner, R., 2 1 3
Tchaikovsky, P., 2 4 9 Wessel, D ., 181
Tesch-Röm er, C ., 123, 126 W est, R ., 9 2 , 93
Tétreault, L., 2 1 3 W h ite, A. L ., 2 2 8
Thalberg, S ., 102 W hitem an, P., 29
Thom as, W ., 9 4 , 1 8 1 ,2 2 8 W hittall, A ., 2 7 4
T hom p son , O ., 261 W icinski, A .A ., 132, 135
T hom pson Davison, A., 33 W ieniaw ski, H ., 103
T ho m son , V., 2 5 7 -2 5 8 , 261 W illiam on, A., 8 5, 9 2 , 150, 151
T ilm ant, T „ 2 5 3 W illiam s, P., 53
Todd, N . P. M cA., 8 7 , 8 9 -9 0 , 9 3 , 94 W ills, G . I. D ., 2 1 3
Toscanini, A ., 5 2 , 9 2 , 2 2 1 , 2 4 6 , 2 4 7 W ilson, G . D ., 9 4 , 181, 2 0 3 , 2 0 4 , 2 1 2 , 21 4
Tosi, P. F., 4 1 , 126, 130, 134, 135, 2 7 3 W indsor, W. L., 9 2 , 196, 198
Towsend, E ., 92 W inter, P., 28
Travis, E ., 2 5 2 W inter, S., 53
Tree, M ., 184 W olf, E . W ., 26
Trevarthen, C ., 123 W olf, H ., 2 6 8
Triplett, R ., 2 1 3 W olfe, M . L., 2 1 1 ,2 1 2 , 2 1 3
Truslit, A ., 8 9 , 9 4 , 174, 180 W olff, C ., 53
Tulving, E ., 151 Woodley, R ., 24 5
T ü rk , D . G ., 1 26, 134 W right, R ., 2 1 4
Tynan, K ., 3 0
Tyrrell, J „ 2 7 4 Xenakis, I.
Evryali, 170
Underwood, G ., 92
Yerkes, R. M ., 2 0 2 -2 0 3 , 2 0 4 , 211
Valentine, E . R ., 151, 2 1 3 Young, V. M ., 197
Valentine, J . , 151 Ysaye, E ., 2 4 7
Vallotti, F., 53
Varèse, E ., 3 0 Zappa, F., 24 7
Verdi, G ., 2 9 , 2 3 6 , 2 4 7 Zelter, C . F., 108
Verlaine, P., 160-161 Zender, H ., 2 2 8 , 2 4 6 , 2 4 7
V iotti, G . B „ 103, 109 Ziporyn, E ., 22 8
Colín Lawson y Robín Stoweil
La interpretación histórica de U música
Charles Rosen
Las sonatas para piano de Beethoven
Dirk Bottger
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Sobre la ópera
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