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Una de las preguntas más respondidas a lo largo de la Historia es la pregunta sobre la felicidad.

¿Qué es la felicidad? Cada persona tendrá su propia respuesta en función de aquello que le
causa bienestar. Sin embargo, ¿es la felicidad el fin último del ser humano o una simple
máscara de su egoísmo?

Para mí, la felicidad es el fin último del ser humano, ya que, de una manera u otra, todas las
cosas que hacemos en nuestra vida son porque creemos que, a largo o a corto plazo, nos
acabarán reportando felicidad. Trabajamos para conseguir dinero, porque tener una
estabilidad económica que nos permita vivir sin preocupaciones nos hará felices. Anhelamos
amar y ser amados, porque buscamos en el amor la felicidad.

El ser humano, por naturaleza, tiende a huir del dolor. Cuando se le pregunta a una persona
cuál es la vida que le gustaría vivir, siempre se imagina rodeado de las cosas que le agradan,
nadando en el triunfo y en el éxito, y teniendo en su poder todo lo que necesita para ser feliz.
Por lo tanto, ese es el fin indiscutible del ser humano; un objetivo que no todos alcanzan, pero
que todos persiguen. En muchos casos, tenemos la ingenua convicción de que podemos ser
felices para siempre, sin altibajos, pero lo real es que solo somos felices “a veces” y durante
cortos espacios de tiempo, y, generalmente, cuando lo somos no nos damos cuenta.

La ética aristotélica defendía, además, que el bien se corresponde con la felicidad, que es el
“bien supremo”. Esto puede sumarse a la idea de la felicidad como fin último lo que, desde
este punto de vista, se correspondería con el bien. Yo considero que la felicidad no siempre se
corresponde con el bien, ya que hay personas que se sienten felices haciendo daño a los
demás o actuando en contra de los principios morales.

Una posible objeción a la creencia de la felicidad como fin último puede ser la idea de que el
verdadero fin del ser humano es otro, como por ejemplo, el amor hacia otros o la ayuda a los
demás. Hay personas que piensan que debemos luchar para solucionar los problemas del
mundo, aun a costa de nuestra propia felicidad; que el cumplimiento de ciertos objetivos está
por encima de la vida misma.

No obstante, en cierto modo también puede entenderse la felicidad como una meta egoísta.
Cada persona busca su propia felicidad, solo la suya, aunque su consecución implique la
desdicha de otros. Del mismo modo y tomando el anterior ejemplo del trabajo, las personas
queremos conseguir dinero para mantener nuestra estabilidad y para comprar aquello que
deseamos. Pocos arriesgarían su estabilidad (y su felicidad) por ayudar a otros, por lo que el
ser humano suele buscar su felicidad individual, no la felicidad colectiva.

En definitiva, cada afirmación tiene su parte de verdad: la felicidad es la meta a la que todos
queremos llegar, pero el camino que nos lleva hasta ella es egoísta, porque casi todos solo
buscamos la nuestra. Tal vez si saliéramos de nuestro individualismo y aprendiéramos a mirar
más allá de nuestro propio camino, lograríamos llegar hasta la auténtica felicidad.

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