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La leyenda de los Gatos Negros

Cuenta la leyenda que los Gatos, eran venerados y respetados en diversas


partes del mundo, pero todo esto cambió en la época de la Sagrada
Inquisición, ya que fueron perseguidos y erradicados en EEUU, España e
Italia. Se dice que en aquellos tiempos, muchas mujeres fueron acusadas
de Brujería.

 Muchos afirmaban que "ellas" recorrían los poblados convertidas en


enormes bolas de fuego o en cualquier animal que ellas deseaban. Esta
transformación les daba una fuerza física sobrenatural, chillidos
desagradables imposibles de soportar, largas y negras uñas como la
noche. Debido a estos sucesos, ellas eran condenadas y se les quemaba
en la hoguera. Se dice que en una ocasión, una de estas mujeres logró ser
perdonada, pero como sus verdugos no podían retractarse ante el público
que esperaban la ejecución, tomaron un Gato y lo pusieron en su lugar (el
color del Gato fue solo coincidencia).

 Curiosamente, el Gato logro huir en medio de la gente que de paso, esta


ya estaba convencida de que la Bruja, se había transformado en un Gato.
Desde entonces, los Gatos Negros son considerados portadores de la
brujería y mal agüero, y como eran "preferidos" de las Brujas, iniciaron su
caza y erradicación. Una vez cazados, todos los Gatos eran quemados en
la hoguera en cuaresma y día de san juan. Ya erradicado, tomaban sus
cenizas en puñados y luego las esparcían en sus casas para poder librarse
del mal de ojo y de las posibles plagas.

 A pesar de dicha acción, al poco tiempo se inició una terrible pandemia de


Peste Negra debido a las heces, parásitos y mordeduras de las Ratas que
aparecieron después del exterminio del Gato (su principal cazador) y al no
estar este, dio paso libre para que pueda extenderse y procrear.
La casa del río
Se dice que en cierta región de Los Pirineos, se encontraba una hermosa y
gigantesca casa, del otro lado del rio. Hacia tiempo que no se miraba
gente en ella así que grupo de chicos curiosos, se atrevió a cruzar el
puente, y entrar en la casa.

 Uno de los niños se quedó esperando por ellos sin cruzar el puente, pues
el agua lo asustaba demasiado. Los demás continuaron para satisfacer su
curiosidad, revisaron todas las puertas y ventanas hasta encontrar un
lugar por el cual entrar. Finalmente dentro, hurgando por aquí y por allá,
encontraron en algunas habitaciones enormes estanterías, desde el suelo
hasta el techo, repletas de frascos de cristal, con algunos líquidos de
colores y algún tipo de masa dentro de ellos, la luz era algo escasa, y
nadie había tenido la genial idea de cargar con una lámpara.

 Cuando se dirigían al segundo piso, vieron la horrible pintura de un


hombre sobre la chimenea, este tenía una expresión de enojo, y parecía
que seguía atento cada uno de sus movimientos. Los chicos continuaron
revisando el lugar, y encontraron un par de fósforos, que al encenderlos,
les permitieron ver que lo que había dentro de los frascos eran restos
humanos, fetos y animales deformes. Bajaron corriendo las escaleras, el
hombre del cuadro ya no estaba, aquello era en realidad una ventana,
desde la cual estaban siendo observados.

 El muchacho que se quedó fuera, solo escucho gritos aterradores, y salió
en busca de ayuda… Cuando las personas acudieron al lugar, no pudieron
encontrar a los chicos. Pero desataron su rabia contra todos aquellos
frascos de horrores, rompiéndolos uno tras otro, solo para darse cuenta
con tremendo terror… que sus hijos ya estaban dentro de ellos, hechos
también pedazos… en la casa que en épocas antiguas fue de un doctor,
acusado de perder la razón.
Mito la Madre de Agua
Es una verdadera diosa de las aguas, aunque sus pies sean volteados
hacia atrás no deja de ser bella, la Madre de agua deja rastros a la
dirección contraria a la que se dirige.
Esta mujer solo persigue a niños, a quienes se le dirige con ternura, los
enamora, los atrae con dulzura y amor maternal, situación que preocupa a
los padres de familia. Los niños atraídos por la Madre de agua se
enferman, sueñan con la hermosa rubia que los adora y la llaman con
frecuencia. Cuando los niños están cerca del río, que escuchan su voz la
siguen tirándose al agua con peligro.

Los campesinos creen que la Madre de agua surgió de una bella joven
española que se enamoró de un joven indígena, con quien tuvo un niño.
Cuando el padre de la joven se enteró de lo sucedido, ahogó al niño frente
a sus padres, luego mató al amante indígena. La madre desesperada se
lanzó al río, convirtiéndose en una apasionada por los niños y vengativa de
la humanidad. 
Mito el Cóndor
En un pueblo un hombre vivía con su hija, ella tenía como tarea cuidar a
las ovejas. Todos los días iba un joven a visitarla mientras ella cuidaba las
ovejas, hasta que un día se hicieron buenos amigos.

Un día soleado empezaron a jugar a que él la cargaba y ella a él, cuando


de pronto ella se dio cuenta que estaba volando. Desde ese día el joven se
convirtió en su cóndor, él la cuidaba, la alimentaba. Pasaron muchos años
los dos crecieron tuvieron hijos, pero ella no dejaba de pensar en su padre
y todas las noches lloraba ya que había abandonado a su padre y lo había
dejado solo con los animales.

Un día ella se encontraba regando las flores y encontró a una mariposa la


cual le pidió ayuda para volver a ver a su padre, la mariposa le dijo al
cóndor que su esposa y sus hijos habían desaparecido, mientras la
mariposa hablaba con el esposo ella escapaba con sus hijos y regresaba
con su padre.

Desde que ella regresó con su padre, el cóndor jamás volvió, ella todos los
días volaba para ver si veía al cóndor pero nunca más lo volvió a ver.
Uga la tortuga
Caramba, todo me sale mal! se lamenta constantemente Uga, la tortuga. Y
es que no es para menos: siempre llega tarde, es la última en acabar sus
tareas, casi nunca consigue premios a la rapidez y, para colmo es
una dormilona.
¡Esto tiene que cambiar! se propuso un buen día, harta de que sus
compañeros del bosque le recriminaran por su poco esfuerzo al realizar
sus tareas.
Y es que había optado por no intentar siquiera realizar actividades tan
sencillas como amontonar hojitas secas caídas de los árboles en otoño, o
quitar piedrecitas de camino hacia la charca donde chapoteaban los
calurosos días de verano.
-¿Para qué preocuparme en hacer un trabajo que luego acaban haciendo
mis compañeros? Mejor es dedicarme a jugar y a descansar.
- No es una gran idea, dijo una hormiguita. Lo que verdaderamente cuenta
no es hacer el trabajo en un tiempo récord; lo importante es acabarlo
realizándolo lo mejor que sabes, pues siempre te quedará la recompensa
de haberlo conseguido.
No todos los trabajos necesitan de obreros rápidos. Hay labores que
requieren tiempo y esfuerzo. Si no lo intentas nunca sabrás lo que eres
capaz de hacer, y siempre te quedarás con la duda de si lo hubieras
logrados alguna vez.
Por ello, es mejor intentarlo y no conseguirlo que no probar y vivir con la
duda. La constancia y la perseverancia son buenas aliadas para conseguir
lo que nos proponemos; por ello yo te aconsejo que lo intentes. Hasta te
puede sorprender de lo que eres capaz.
- ¡Caramba, hormiguita, me has tocado las fibras! Esto es lo que yo
necesitaba: alguien que me ayudara a comprender el valor del esfuerzo; te
prometo que lo intentaré.
Pasaron unos días y Uga, la tortuga, se esforzaba en sus quehaceres.
Se sentía feliz consigo misma pues cada día conseguía lo poquito que se
proponía porque era consciente de que había hecho todo lo posible por
lograrlo.
- He encontrado mi felicidad: lo que importa no es marcarse grandes e
imposibles metas, sino acabar todas las pequeñas tareas que contribuyen
a lograr grandes fines.

El niño y los clavos


Había un niño que tenía muy, pero que muy mal carácter. Un día, su padre
le dio una bolsa con clavos y le dijo que cada vez que perdiera la calma,
que él clavase un clavo en la cerca de detrás de la casa.
El primer día, el niño clavó 37 clavos en la cerca. Al día siguiente, menos, y
así con los días posteriores. Él niño se iba dando cuenta que era más fácil
controlar su genio y su mal carácter, que clavar los clavos en la cerca.
Finalmente llegó el día en que el niño no perdió la calma ni una sola vez y
se lo dijo a su padre que no tenía que clavar ni un clavo en la cerca. Él
había conseguido, por fin, controlar su mal temperamento.
Su padre, muy contento y satisfecho, sugirió entonces a su hijo que por
cada día que controlase su carácter, que sacase un clavo de la cerca.
Los días se pasaron y el niño pudo finalmente decir a su padre que ya
había sacado todos los clavos de la cerca. Entonces el padre llevó a su hijo,
de la mano, hasta la cerca de detrás de la casa y le dijo:
- Mira, hijo, has trabajo duro para clavar y quitar los clavos de esta cerca,
pero fíjate en todos los agujeros que quedaron en la cerca. Jamás será la
misma.
Lo que quiero decir es que cuando dices o haces cosas con mal genio,
enfado y mal carácter, dejas una cicatriz, como estos agujeros en la cerca.
Ya no importa tanto que pidas perdón. La herida estará siempre allí. Y una
herida física es igual que una herida verbal.
Los amigos, así como los padres y toda la familia, son verdaderas joyas a
quienes hay que valorar. Ellos te sonríen y te animan a mejorar. Te
escuchan, comparten una palabra de aliento y siempre tienen su corazón
abierto para recibirte.
Las palabras de su padre, así como la experiencia vivida con los clavos,
hicieron con que el niño reflexionase sobre las consecuencias de su
carácter. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
El león y el ratón
Después de un largo día de caza, un león se echó a descansar debajo de
un árbol. Cuando se estaba quedando dormido, unos ratones se atrevieron
a salir de su madriguera y se pusieron a jugar a su alrededor. De pronto, el
más travieso tuvo la ocurrencia de esconderse entre la melena del león,
con tan mala suerte que lo despertó. Muy malhumorado por ver su siesta
interrumpida, el león atrapó al ratón entre sus garras y dijo dando un
rugido:
-¿Cómo te atreves a perturbar mi sueño, insignificante ratón? ¡Voy a
comerte para que aprendáis la lección!-
El ratón, que estaba tan asustado que no podía moverse, le dijo
temblando:
- Por favor no me mates, león. Yo no quería molestarte. Si me dejas te
estaré eternamente agradecido. Déjame marchar, porque puede que algún
día me necesites –
- ¡Ja, ja, ja! – se rió el león mirándole - Un ser tan diminuto como tú, ¿de
qué forma va a ayudarme? ¡No me hagas reír!.
Pero el ratón insistió una y otra vez, hasta que el león, conmovido por su
tamaño y su valentía, le dejó marchar.
Unos días después, mientras el ratón paseaba por el bosque, oyó unos
terribles rugidos que hacían temblar las hojas de los árboles.
Rápidamente corrió hacia lugar de donde provenía el sonido, y se encontró
allí al león, que había quedado atrapado en una robusta red. El ratón,
decidido a pagar su deuda, le dijo:
- No te preocupes, yo te salvaré.
Y el león, sin pensarlo le contestó:
- Pero cómo, si eres tan pequeño para tanto esfuerzo.
El ratón empezó entonces a roer la cuerda de la red donde estaba
atrapado el león, y el león pudo salvarse. El ratón le dijo:
- Días atrás, te burlaste de mí pensando que nada podría hacer por ti en
agradecimiento. Ahora es bueno que sepas que los pequeños ratones
somos agradecidos y cumplidos.
El león no tuvo palabras para agradecer al pequeño ratón. Desde este día,
los dos fueron amigos para siempre.
Si conoces alguna otra fábula para niños y quieres compartirla con
nosotros y los demás padres, estaremos encantados de recibirla.

Fábula de la liebre y la tortuga, sobre el esfuerzo

En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa y vanidosa,


que no cesaba de pregonar que ella era la más veloz y se burlaba de ello
ante la lentitud de la tortuga.
- ¡Eh, tortuga, no corras tanto que nunca vas a llegar a tu meta! Decía la
liebre riéndose de la tortuga.
Un día, a la tortuga se le ocurrió hacerle una inusual apuesta a la liebre:
- Estoy segura de poder ganarte una carrera.
- ¿A mí? Preguntó asombrada la liebre.
- Sí, sí, a ti, dijo la tortuga. Pongamos nuestras apuestas y veamos quién
gana la carrera.
La liebre, muy ingreída, aceptó la apuesta.
Así que todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. El búho
señaló los puntos de partida y de llegada, y sin más preámbulos comenzó
la carrera en medio de la incredulidad de los asistentes.
Astuta y muy confiada en si misma, la liebre dejó coger ventaja a la
tortuga y se quedó haciendo burla de ella. Luego, empezó a correr
velozmente y sobrepasó a la tortuga que caminaba despacio, pero sin
parar. Sólo se detuvo a mitad del camino ante un prado verde y frondoso,
donde se dispuso a descansar antes de concluir la carrera. Allí se quedó
dormida, mientras la tortuga siguió caminando, paso tras paso,
lentamente, pero sin detenerse.
Cuando la liebre se despertó, vio con pavor que la tortuga se encontraba a
una corta distancia de la meta. En un sobresalto, salió corriendo con todas
sus fuerzas, pero ya era muy tarde: ¡la tortuga había alcanzado la meta y
ganado la carrera!
Ese día la liebre aprendió, en medio de una gran humillación, que no hay
que burlarse jamás de los demás. También aprendió que el exceso de
confianza es un obstáculo para alcanzar nuestros objetivos. Y que nadie,
absolutamente nadie, es mejor que nadie
Esta fábula enseña a los niños que no hay que burlarse jamás de los
demás y que el exceso de confianza puede ser un obstáculo para alcanzar
nuestros objetivos.
Si conoces alguna otra fábula para niños y quieres compartirla con
nosotros y los demás padres, estaremos encantados de recibirla.

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