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Homilía en la Misa radial (05. 04.

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Queridos hermanos:
Como el domingo pasado, celebramos esta Eucaristía a puertas cerradas, en la Iglesia
del Monasterio “San José” de las Hermanas Carmelitas Descalzas de Córdoba.
Este año, como consecuencia de la pandemia del coronavirus y del aislamiento social
preventivo, decretado por las autoridades públicas, la Semana Santa reviste
características particulares.
No nos es posible reunirnos en los templos. En la medida de lo posible, estamos
invitados a asociarnos a las celebraciones que llegan a nuestros hogares a través de la
televisión y de las distintas redes sociales.
Esta situación especial es una oportunidad para reunirnos y encontrarnos en familia,
para mirarnos, unirnos en momentos de recogimiento y de oración en torno a la
Palabra de Dios. La Comisión arquidiocesana de liturgia nos ofrece subsidios sencillos y
prácticos para estos espacios de encuentro y oración. Los podemos encontrar en las
redes sociales y en la página web del Arzobispado.
En este domingo de Ramos, la propuesta de la Iglesia en su liturgia es sumamente rica
y puede inspirarnos en camino hacia el triduo pascual del jueves, viernes y sábado
santos.
Acabamos de escuchar un importante fragmento de la narración de la pasión y muerte
de Jesús. Puede ser muy oportuno retomar este texto, más aún, releer todo el relato
de la pasión del Señor, en los capítulos 26 y 27 del evangelio según san Mateo.
San Pablo, por su parte, en la segunda lectura, tomada de la carta a los cristianos de
Filipos, ofrece una explicación luminosa de lo acontecido en los sucesos de la pasión y
muerte de Jesús.
El apóstol pone de relieve dos notas principales en las actitudes de Jesús durante su
pasión y muerte: su obediencia perfecta y amorosa a Dios su Padre y su solidaridad
efectiva con todos los hombres, sus hermanos, cuya condición comparte.
El texto de Isaías, proclamado en la primera lectura, adelanta, a su vez, de manera
impresionante los acontecimientos de la pasión del Señor. Se trata de un anuncio
realizado varios siglos antes de esos sucesos.
Por ese motivo, san Mateo en su evangelio destinado sobre todo a cristianos
provenientes del judaísmo, señala varias veces que las cosas sucedieron “para que se
cumplieran las Escrituras”.
Quizás nosotros hoy, en esta semana santa nos preguntamos: ¿cómo llevar adelante
uno de esos momentos de encuentro y de oración en torno a la Palabra de Dios?
Puede ayudarnos lo siguiente: ante todo, disponer y adornar especialmente un lugar
adecuado en casa; luego leer el texto sagrado, leerlo despacio, sin prisas; releerlo
quizás, para que resuene mejor su mensaje.

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Luego, preguntarnos con sencillez: ¿qué me dice a mi esta Palabra de Dios, este
evangelio, en mi situación actual?, ¿en qué me interpela; a qué me mueve?
Detenernos un momento en estas preguntas y en nuestras consideraciones al
respecto.
Finalmente, preguntarnos: ¿qué le respondo al Señor que me habla, me interpela, me
invita, me mueve? Una respuesta que implica un propósito, más aún, un compromiso
que debo procurar tener presente y revisar su cumplimiento. Este ejercicio puede ser
un buen inicio para habituarnos a meditar con frecuencia la Palabra de Dios.
Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia y maestra de oración, al referir su
experiencia personal al respecto, señala que ella comenzó a orar procurando acercarse
al Señor Jesús, representando en su interior las escenas y los momentos en que lo
descubría solo.
Al estar solo el Señor, se imaginaba Santa Teresa que aceptaría de buen grado su
compañía. Por ese motivo se representaba y se detenía sobre todo en el episodio de la
oración en el huerto de los olivos o del encuentro del Señor con la samaritana. A partir
de allí llevaba adelante su diálogo con Jesús, pidiendo su gracia para seguir
comprometidamente sus pasos. Santa Teresa era, en efecto, una mujer amante y
comprometida.
En estos días, desde la lectura orante del relato de la pasión y muerte de Jesús,
podemos redescubrir sobre todo que hemos sido amados “hasta el fin” por Jesús y, en
consonancia con ello, podemos disponernos a renovar nuestro bautismo en la vigilia
pascual, eligiendo a nuestra vez amar de veras. Amar no sólo porque “lo siento”,
como decimos comúnmente, sino porque “elijo” amar, jugando mi libertad, que es lo
más precioso que tengo en mis manos.
Una buena petición en estos días es suplicar la gracia de amar. Amar a Dios ante todo y
sobre todo. Amar a nuestros hermanos, haciendo el bien, no perjudicando a nadie,
haciendo feliz al otro, más aún, haciendo felices a todos, cuidando el bien común. Hoy,
de un modo especial, eligiendo quedarme en casa para cuidar a mis conciudadanos y
para cuidarme con ellos.
Que María Santísima nos acompañe en esta Semana Santa con su silencio, con su
cercanía y con el testimonio de su esperanza inquebrantable en el triunfo de Jesús
sobre la muerte por su santa y gloriosa resurrección.
Que Ella nos alcance también el fin de esta pandemia que aflige al mundo entero. ¡Que
así sea!

+ Carlos José Ñáñez


Arzobispo de Córdoba

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