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universidades de Bolonia y
Florencia, los talleres de Núremberg
y los pasillos del Vaticano, la vida
de Nicolás Copérnico, astrónomo,
médico y canónigo polaco,
transcurre en el turbulento siglo XVI.
Los caballeros teutónicos libran sus
últimas batallas, los reinos buscan
nuevas alianzas, la Reforma
comienza a agrietar la unidad de la
Iglesia y, en medio de todo ello,
Copérnico refuta las teorías de
Tolomeo y Aristóteles sosteniendo
que el Sol es el centro del universo.
Jean-Pierre Luminet
El enigma de
Copérnico
ePub r1.1
Ariblack 14.07.14
Título original: Le secret de Copernic
Jean-Pierre Luminet, 2006
Traducción: Francisco Rodríguez de Lecea
Me parece conveniente no
profundizar en la opinión de
Copérnico.
BLAISE PASCAL
PRÓLOGO
El libro que tenéis en las manos ha
sido escrito para divertir, pero también
para instruir. Instruir divirtiendo, era ya
el proyecto de Alexandre Dumas cuando
contó la historia de Francia en sus
novelas inimitables.
La historia de las ciencias, y sobre
todo la de los grandes hombres que la
forjaron, sigue aún ignorada en buena
parte por el público. Sin embargo, está
poblada de almas grandes y pequeñas,
de héroes y traidores, de príncipes y
mendigos, de temerarios y cobardes, o
en pocas palabras, de hombres y
mujeres animados por pasiones
celestiales y también terrenales,
intelectuales y también materiales,
espirituales y también carnales. En la
gran exploración de los misterios del
Universo, los celos, el ansia de poder y
de fama, la codicia, la mezquindad, se
codean con la altura de miras, el
desinterés, la abnegación y el fulgor del
espíritu.
En el curso de los siglos XVI y XVII,
un puñado de hombres extraños, sabios
astrónomos, volvió del revés nuestra
forma de ver y de pensar el mundo.
Ellos fueron precursores, inventores,
inspiradores, agitadores geniales…,
pero no sólo eso. Lo que por lo común
se ignora —tal vez porque sus
descubrimientos son tan extraordinarios
que eclipsan las peripecias de sus
existencias— es que también fueron
personajes fuera de lo común, caracteres
de excepción, verdaderas figuras
novelescas cuyas vidas están llenas de
intrigas, de suspense y de sorpresas…
La serie «Los constructores del
cielo», inaugurada con este primer
volumen dedicado a Copérnico, ilustra y
desarrolla el aforismo de Sherezade al
sultán en la noche ochocientos cuarenta
y nueve: «Pero los sabios, oh mi señor,
y los astrónomos en particular, no siguen
las costumbres de todo el mundo. Por
esa razón, las aventuras que les suceden
no son tampoco las de todo el mundo».
La serie dará de nuevo carne, huesos y
espíritu a los héroes de la humanidad
que fueron Nicolás Copérnico, Tycho
Brahe, Johannes Kepler e Isaac
Newton… Al construir una nueva visión
del Universo, todos ellos contribuyeron
a sentar las bases de nuestra civilización
moderna, con los mismos títulos que
Cristóbal Colón o Gutenberg.
¿Por qué elegirlos a ellos, en lugar
de a Darwin, Pasteur, Maxwell o
Einstein? Porque los siglos XVI y XVII
marcan una etapa esencial en la historia
de las ciencias, de la astronomía en
particular y de la civilización en
general.
¿Cuáles eran los conocimientos y las
controversias sobre la naturaleza y la
organización del mundo en aquella
época?
La cosmología de Aristóteles,
perfeccionada por la astronomía de
Tolomeo, había sido retocada durante la
Edad Media para ajustaría a las
exigencias de los teólogos. El Universo
antiguo y medieval era considerado algo
finito, muy pequeño, con la Tierra como
centro. El poder espiritual y temporal
ocupa naturalmente su lugar en el centro
de esa construcción, de modo que ese
modelo de Universo se impone y
conserva una supremacía indiscutible
hasta el siglo XVII.
La primera grieta aparece con el
canónigo polaco Nicolás Copérnico
(1473-1543). Copérnico propone un
sistema «heliocéntrico», en el cual el
Sol ocupa el centro geométrico del
Universo, mientras que la Tierra gira a
su alrededor y sobre sí misma. Pero
mantiene aún la idea de un cosmos
cerrado, limitado por la esfera de las
estrellas.
Copérnico no fue leído ni
comprendido en vida. Pasaron varios
decenios antes de que nuevas grietas
hicieran resquebrajarse el edificio
aristotélico. En 1572, el danés Tycho
Brahe (1546-1601) descubrió una nueva
estrella, y demostró que estaba situada
en las regiones celestes más lejanas, que
hasta ese momento eran consideradas
inmutables. Observó también cometas,
hizo construir el primer observatorio
europeo —un increíble palacio barroco
bautizado con el nombre de Uraniborg
(«Castillo de Urania»)—, y acumuló
durante treinta años las observaciones
más exactas sobre los movimientos de
los planetas.
El alemán Johannes Kepler
(1571-1630) fue el gran artífice de la
revolución astronómica. Mediante la
utilización de los datos de Tycho Brahe,
descubrió la naturaleza elíptica de las
trayectorias de los planetas, y refutó el
dogma aristotélico del movimiento
circular y uniforme como explicación de
los movimientos celestes.
En Italia, a partir de 1609, las
observaciones telescópicas de Galileo
abrieron definitivamente el camino a una
nueva visión del Universo, elaborada
sobre la base de un espacio infinito. Su
contemporáneo y compatriota Giordano
Bruno pagó con la vida su pasión por el
infinito y su obstinación en no
retractarse de su filosofía ante los
tribunales de la Inquisición. En Francia,
René Descartes elaboró un sistema
filosófico nuevo de un alcance
considerable, que propugnaba la
matematización de las ciencias físicas y
la separación del cuerpo y la mente.
Según él, el Universo se extiende en
todas direcciones hasta distancias
indefinidas y está ocupado enteramente
por una materia continua en estado de
agitación perpetua.
Ese cambio radical en la concepción
cosmológica tuvo su culminación en la
obra del inglés Isaac Newton
(1642-1727). Él explicó la mecánica
celeste a través de una ley de atracción
universal, que actúa en el seno de un
espacio infinito que, en su concepción,
es «el órgano sensible» de Dios.
Esa sucesión de ideas revolucionó la
astronomía y la ciencia en general. Pero
sobre todo, al impregnar otras esferas de
la actividad humana, condicionó la
eclosión y la evolución de nuestra
sociedad occidental moderna.
Querido Johannes,
Linz, 6 de febrero de
1628
«… la de Dioniso…».
El cráneo de Copérnico
La anécdota me ha llenado de
satisfacción, y más aún porque, si los
arqueólogos hubieran leído la reseña
biográfica que dedicó François Arago a
Copérnico (véase más arriba), no
habrían tardado tantos siglos en
localizar los restos del astrónomo
debajo del altar mayor. En efecto, he
aquí un párrafo entresacado de dicha
reseña… ¡Sin comentarios!
FIN
Notas
[1]Citaré, sin embargo, una obra poco
conocida pero muy inspirada: La
Structure poétique du monde: Copernic,
Kepler, de Fernand Hallyn (Seuil, Paris,
1987)<<
[2] Tychonis Brahei, equitis Dani,
astronomorum coryphaei, vitae Accessit
Nicolai Copernici, Georgii Peurbachii,
& Joannis Regiomontani, Astronomorum
celebrium, vita, Hagae Comitum (La
Haya), Vlacq, 1655.<<
[3]Vies des savants illustres: savants de
la Renaissance, Hachette (Paris), 1870.
<<
[4] «Biographies des principaux
astronomes», en Oeuvres complètes de
François Arago. Tome troisième.
Notices biographiques. Volume 3.
Publicadas por orden suya bajo la
dirección de M. J.-A. Barrai. París,
Gide et J. Baudry; Leipzig, T. O. Weigel,
1854.<<
[5]Discurso sobre Nicolás Copérnico,
Varsovia, 1818.<<
[6] Copernic et ses travaux, París, 1847.
<<
[7] The Sleepwalkers, Hutchinson
(Londres), 1959. Hay traducciones al
español.<<
[8]Véase mi novela histórica, Le Bâton
d’Euclide, Lattes, 2001.<<