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Circula tu imaginación 2

Antología para el Programa de


Fomento a la Lectura EntraLee

Educación Secundaria

Secretaría de Educación Pública


Administración Federal de Servicios Educativos en el Distrito Federal
A Leer/IBBY México
2012
Esta edición de Circula tu imaginación 2, Antología para el Programa de Fomento a la
Lectura EntraLee, en Educación Secundaria estuvo a cargo de la Administración Federal
de Servicios Educativos en el Distrito Federal a través de la Dirección General de
Innovación y Fortalecimiento Académico.
SECRETARÍA DE EDUCACIÓN PÚBLICA
Alonso Lujambio Irazábal
ADMINISTRACIÓN FEDERAL DE SERVICIOS EDUCATIVOS EN EL DISTRITO FEDERAL
Luis Ignacio Sánchez Gómez
DIRECCIÓN GENERAL DE INNOVACIÓN Y FORTALECIMIENTO ACADÉMICO
Mónica Hernández Riquelme
COORDINACIÓN
Daría Gpe. Chacón García
Michelle Susana Silveira Angeles

Uno se hace hombre, se hace más humano,


cuando tiene su propia biblioteca,
aunque sea de un solo libro.

Benito Taibo

DISEÑO
Alebrije visual
Diseño y formación de interiores: Maya Campos Farfán
Diseño de portada: Aarón Basurto Salazar

Compiladora: Angélica de Icaza


Responsable del Programa de Fomento a la Lectura EntraLee en A Leer/IBBY México

Con la colaboración de: Rafael Cessa, Luis Téllez y Lourdes Morán

Primera edición AFSEDF / A Leer/IBBY México

A Leer/IBBY México
Sede México. Parque España 13-A, Condesa, Cuauhtémoc, 06140, México D. F.

Administración Federal de Servicios Educativos en el Distrito Federal.,


Parroquia 1130, Santa Cruz Atoyac, Benito Juárez, 03310, México, D. F.

Impreso en México

DISTRIBUCIÓN GRATUITA-PROHIBIDA SU VENTA


Prohibida su reproducción por cualquier medio mecánico o electrónico sin autorización
escrita.
Índice
09 Presentación

11 Narrativa
11 Triunfo Arciniegas
12 Caperucita roja

17 Juan José Arreola


19 Carta a un zapatero que compuso mal unos zapatos

23 Elsa Bornemann
24 Mil grullas

31 Ray Bradbury
32 Idilio del Gordo y la Flaca

39 Luis Andrés Caicedo


40 Vacío

42 Italo Calvino
43 Al nacer el día

54 Julio Cortázar
55 Continuidad de los parques
57 Capítulo 7 de Rayuela
58 Propiedades de un sillón

59 Amparo Dávila
60 El huésped
65 Oscar de la Borbolla
67 Minibiografía del minicuento

70 Philip K. Dick
71 Más allá se encuentra el wub

83 Carlos Fuentes
85 El que inventó la pólvora

92 Eduardo Galeano
94 Ventana sobre la palabra (II)
94 Ventana sobre la utopía
94 Ventana sobre la palabra (IV)
95 Ventana sobre un hombre de éxito

96 Gabriel García Márquez


98 La luz es como el agua

102 Etgar Keret


104 Gotas
106 Aceras

110 Mónica Lavín


112 El asa

115 Agustín Monsreal


117 El mono en su trapecio

121 Augusto Monterroso


122 La brevedad
122 El mundo
122 Fecundidad
123 La Rana que quería ser una Rana auténtica
124 Haruki Murakami
125 Por falta de palabras

129 Montserrat Ordóñez


130 Una niña mala

132 José Emilio Pacheco


134 Tenga para que se entretenga

145 Milorad Pavic


147 Té para dos

159 Senel Paz


161 No le digas que la quieres

170 Elena Poniatowska


171 El recado

173 Juan Rulfo


175 Pédro Páramo (fragmento)

180 Annie Saumont


181 Dumbo

187 Ana María Shua


189 Despiértese
189 Almohada
189 Naufragio

190 Samanta Schweblin


192 Mariposas

194 Benito Taibo


195 Cumpleaños número 13
200 David Toscana
201 Princesas y luchadores

209 Kurt Vonnegut


211 Un largo paseo hasta siempre

220 Artículo periodístico, crónica y entrevista

220 Jorge Ibargüengoitia


222 Evolución del taco y de la torta compuesta

225 Fabricio Mejía Madrid


227 Chilangología

231 Carlos Monsiváis


233 Los espacios de Constanzo. La zona de desperdicio (Crónica)

237 Juan Rulfo


237 Pedro Páramo, treinta años después (Artículo)

240 Juan Villoro


242 Villoro confirma: Dios es redondo (Entrevista)

245 Poesía

245 Mario Benedetti


246 Te quiero
248 Verano

249 Jorge Luis Borges


251 De la salvación por las obras
252 Diecisiete haikús
254 Oliverio Girondo
255 1
257 18

258 Pablo Neruda


261 Poema 15
262 Poema 20
264 Oda a la tristeza

266 Octavio Paz


267 Libertad bajo palabra

269 Jaime Sabines


270 Los amorosos
273 La luna

274 Teatro

275 Román Chalbaud


275 Preguntas (Pieza breve)
Presentación

Un lector se aproxima a los libros a partir de las sensaciones y las


satisfacciones que le van provocando, haciendo de la lectura una
parte importante, pues se apropia de elementos, ideas y concep-
tos para relacionarse de mejor manera en diferentes ámbitos de
su vida.
El decidir: leer por gusto, da la posibilidad de que conozcan y dis-
fruten los diferentes géneros literarios, identifiquen aquéllos que
más les atraen, busquen y encuentren respuestas, imaginen y se
recreen con múltiples historias, se deleiten con poesías que tocan
fibras sensibles y emociones; todo esto lo pueden lograr al formar
parte de los espacios que brindan los círculos de lectura del Pro-
grama de Fomento a la Lectura EntraLee, en los que tienen
la oportunidad de explorar lo que diversos autores a través del
tiempo, con sus textos, han estado interesados en ofrecer y com-
partir en torno a su pensamiento, investigaciones, inquietudes,
sentimientos.
Con la intención de ingresar a este mundo maravilloso les brin-
damos la antología “Circula tu imaginación, 2” que ahora tienes
en tus manos y que es el resultado de un esfuerzo conjunto de
la Administración Federal de Servicios Educativos en el Distrito
Federal y la asociación civil “A Leer /IBBY México”, quien diseñó
este Programa EntraLee dirigido a jóvenes estudiantes, en la que
se compila una serie de los textos pensados en ustedes que tie-
nen el interés de formarse como lectores de manera voluntaria,
además de ser una valiosa herramienta para los profesores que los
acompañan.

Lic. Luis Ignacio Sánchez Gómez

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Narrativa

TRIUNFO ARCINIEGAS (Málaga, Colombia 1957-) Vive en la orilla del camino


de niebla de Monteadentro. Le gusta escribir sobre gatos, bandidos, án-
geles, vampiros y otros monstruos. Escribe en tardes de lluvia para quitar
nostalgia y en noches de luna llena para evitar pesadillas. 
Arciniegas se presenta:
Soy Triunfo Arciniegas, un imaginador, y me encantan los gatos y los unicornios,
los libros y Pink Floyd, Marilyn Monroe, Woody Allen y Flaubert, la lluvia desde la
ventana y las tardes de niebla, los barcos de papel y las cometas. Escribo y dibujo
historias para niños. Nací en Málaga, Colombia en el año del gallo, y vivo en una
casita de dos pisos de las afueras de Pamplona. La encontrarán porque es amarilla
con dos ventanas sin barrotes arriba y otra de hierro abajo, la más bonita de por
ahí. La puerta es de madera pintada de marrón, para más señas. No lo olviden. Si
escuchan el rumor de la máquina de escribir, que no debe confundirse con el vuelo
de los colibríes que bajan a almorzar, aléjense en silencio porque paso a limpio mi
próxima historia y, por favor, vuelvan otro día”.
Este escritor colombiano, nacido en 1957 y licenciado en Literatura en la
Universidad Javeriana de Bogotá, es autor de una amplia bibliografía dedica-
da a niños y jóvenes, caracterizada por un lenguaje gracioso y poético, de
gran sencillez estilística. Arciniegas se ha distinguido además por proponer
una narrativa que trasgrede estereotipos y fórmulas tradicionales y busca,
por medio de la sátira y la hipérbole, pero sin dejar de lado la elementalidad
del estilo, captar el interés de sus lectores. Sobre su incursión en el mundo
de la literatura infantil, el escritor comenta: “Cuando empecé a escribir para
niños descubrí el humor, aprendí a divertirme. Me extasié en la contempla-
ción de objetos. Di con otro mundo, exploré mi propia infancia, que como
toda infancia es infinita”.
Librería norma.com

11
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Caperucita Roja

E se día encontré en el bosque la flor más linda de mi vida. Yo, que


siempre he sido de buenos sentimientos y terrible admirador de la
belleza, no me creí digno de ella y busqué a alguien para ofrecérsela. Fui
por aquí, fui por allá, hasta que tropecé con la niña que le decían Cape-
rucita Roja. La conocía pero nunca había tenido la ocasión de acercarme.
La había visto pasar hacia la escuela con sus compañeros desde finales
de abril. Tan locos, tan traviesos, siempre en una nube de polvo, nunca
se detuvieron a conversar conmigo, ni siquiera me hicieron un adiós con
la mano. Qué niña más graciosa. Se dejaba caer las medias a los tobillos
y una mariposa ataba su cola de caballo. Me quedaba oyendo su risa en-
tre los árboles. Le escribí una carta y la encontré sin abrir días después,
cubierta de polvo, en el mismo árbol y atravesada por el mismo alfiler.
Una vez vi que le tiraba la cola a un perro para divertirse. En otra ocasión
apedreaba los murciélagos del campanario. La última vez llevaba de la
oreja un conejo gris que nadie volvió a ver.
Detuve la bicicleta y desmonté. La saludé con respeto y alegría. Ella hizo
con el chicle un globo tan grande como el mundo, lo estalló con la uña y se
lo comió todo. Me rasqué detrás de la oreja, pateé una piedrecita, respiré
profundo, siempre con la flor escondida. Caperucita me miró de arriba abajo
y respondió a mi saludo sin dejar de masticar.
—¿Qué se te ofrece? ¿Eres el lobo feroz?
Me quedé mudo. Sí, era el lobo, pero no feroz. Y sólo pretendía regalarle
una flor recién cortada. Se la mostré de súbito, como por arte de magia.
No esperaba que me aplaudiera como a los magos que sacan conejos del
sombrero, pero tampoco ese gesto de fastidio. Titubeando, le dije:
—Quiero regalarte una flor, niña linda.
—¿Esa flor? No veo por qué.

12
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

—Está llena de belleza —dije, lleno de emoción.


—No veo la belleza —dijo Caperucita—. Es una flor como cualquier otra.
Sacó el chicle y lo estiró. Luego lo volvió una pelotita y lo regresó a la boca.
Se fue sin despedirse. Me sentí herido, profundamente herido por su
desprecio. Tanto, que se me soltaron las lágrimas. Subí a la bicicleta y le di
alcance.
—Mira mi reguero de lágrimas.
—¿Te caíste? —dijo—. Corre a un hospital.
—No me caí.
—Así parece porque no te veo las heridas.
—Las heridas están en mi corazón —dije.
—Eres un imbécil.
Escupió el chicle con la violencia de una bala.
Volvió a alejarse sin despedirse.
Sentí que el polvo era mi pecho, traspasado por la bala de chicle, y el
río de la sangre se estiraba hasta alcanzar una niña que ya no se veía por
ninguna parte. No tuve valor para subir a la bicicleta. Me quedé toda la
tarde sentado en la pena. Sin darme cuenta, uno tras otro, le arranqué los
pétalos a la flor. Me arrimé al campanario abandonado pero no encontré
consuelo entre los murciélagos, que se alejaron al anochecer. Atrapé una
pulga en mi barriga, la destripé con rabia y esparcí al viento los pedazos.
Empujando la bicicleta, con el peso del desprecio en los huesos y el corazón
más desmigajado que una hoja seca pisoteada por cien caballos, fui hasta
el pueblo y me tomé unas cervezas. “Bonito disfraz”, me dijeron unos bo-
rrachos, y quisieron probárselo. Esa noche había fuegos artificiales. Todos
estaban de fiesta. Vi a Caperucita con sus padres debajo del samán del
parque. Se comía un inmenso helado de chocolate y era descaradamente
feliz. Me alejé como alma que lleva el diablo.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Volví a ver a Caperucita unos días después en el camino del bosque.


—¿Vas a la escuela? —le pregunté, y en seguida me di cuenta de que
nadie asiste a clases con sandalias plateadas, blusa ombliguera y faldita de
juguete.
—Estoy de vacaciones —dijo—. ¿O te parece que éste es el uniforme?
El viento vino de lejos y se anidó en su ombligo.
—¿Y qué llevas en el canasto?
—Un rico pastel para mi abuelita. ¿Quieres probar?
Casi me desmayo de la emoción. Caperucita me ofrecía su pastel. ¿Qué
debía hacer? ¿Aceptar o decirle que acababa de almorzar? Si aceptaba pasa-
ría por ansioso y maleducado: era un pastel para la abuela. Pero si rechazaba
la invitación, heriría a Caperucita y jamás volvería a dirigirme la palabra. Me
parecía tan amable, tan bella. Dije que sí.
—Corta un pedazo.
Me prestó su navaja y con gran cuidado aparté una tajada. La comí con
delicadeza, con educación. Quería hacerle ver que tenía maneras refinadas,
que no era un lobo cualquiera. El pastel no estaba muy sabroso, pero no se
lo dije para no ofenderla. Tan pronto terminé sentí algo raro en el estóma-
go, como una punzada que subía y se transformaba en ardor en el corazón.
—Es un experimento —dijo Caperucita—. Lo llevaba para probarlo
con mi abuelita pero tú apareciste primero. Avísame si te mueres.
Y me dejó tirado en el camino, quejándome.
Así era ella, Caperucita Roja, tan bella y tan perversa. Casi no le perdono
su travesura. Demoré mucho para perdonarla: tres días. Volví al camino del
bosque y juro que se alegró de verme.
—La receta funciona —dijo—. Voy a venderla.
Y con toda generosidad me contó el secreto: polvo de huesos de mur-
ciélago y picos de golondrina. Y algunas hierbas cuyo nombre desconocía.

14
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Lo demás todo el mundo lo sabe: mantequilla, harina, huevos y azúcar en


las debidas proporciones. Dijo también que la acompañara a casa de su
abuelita porque necesitaba de mí un favor muy especial. Batí la cola todo
el camino. El corazón me sonaba como una locomotora. Ante la extrañeza
de Caperucita, expliqué que estaba en tratamiento para que me instalaran
un silenciador. Corrimos. El sudor inundó su ombligo, redondito y profundo,
la perfección del universo. Tan pronto llegamos a la casa y pulsó el timbre,
me dijo:
—Cómete a la abuela.
Abrí tamaños ojos.
—Vamos, hazlo ahora que tienes la oportunidad.
No podía creerlo. Le pregunté por qué.
—Es una abuela rica —explicó. Y tengo afán de heredar.
No tuve otra salida. Todo el mundo sabe eso. Pero quiero que se sepa
que lo hice por amor. Caperucita dijo que fue por hambre. La policía se
lo creyó y anda detrás de mí para abrirme la barriga, sacarme a la abuela,
llenarme de piedras y arrojarme al río, y que nunca se vuelva a saber de mí.
Quiero aclarar otros asuntos ahora que tengo su atención, se-
ñores. Caperucita dijo que me pusiera las ropas de su abuela y lo hice
sin pensar. No veía muy bien con esos anteojos. La niña me llevó de la
mano al bosque para jugar y allí se me escapó y empezó a pedir auxi-
lio. Por eso me vieron vestido de abuela. No quería comerme a Ca-
perucita, como ella gritaba. Tampoco me gusta vestirme de mujer,
mis debilidades no llegan hasta allá. Siempre estoy vestido de lobo.
Es su palabra contra la mía. ¿Y quién no le cree a Caperucita? Sólo soy el
lobo de la historia. Aparte de la policía, señores, nadie quiere saber de mí.
Ni siquiera Caperucita Roja. Ahora más que nunca soy el lobo del bos-
que, solitario y perdido, envenenado por la flor del desprecio. Nunca le
conté a Caperucita la indigestión de una semana que me produjo su abuela.
Nunca tendré otra oportunidad. Ahora es una niña muy rica, siempre va

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

en moto o en auto, y es difícil alcanzarla en mi destartalada bicicleta. Es


difícil, inútil y peligroso. El otro día dijo que si la seguía molestando haría
conmigo un abrigo de piel de lobo y me enseñó el resplandor de la navaja.
Me da miedo. La creo muy capaz de cumplir su promesa.

De Caperucita Roja y otras historias perversas, Triunfo Arciniegas.


Editorial Panamericana.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

J UAN J OSÉ A RREOL A , aprendiz de encuadernador, dependiente de una


tienda de abarrotes, vendedor de tepache, peón de campo, periodista,
cobrador y panadero, entre muchos otros, nació en Ciudad Guzmán, Jalisco
en 1918, y murió en Guadalajara en 2001.
Gabriel García Márquez me llevó ante Fidel y le dijo: “Te presento a Juan José Arreo-
la, que es el escritor que más me gusta, después de mí”».
El brillante comienzo de la carrera que llevó a Juan José Arreola a obtener
el título de «autodidacta cum laudem» se inició al aprender a caminar —in-
cluso correr— al verse perseguido por un borrego negro. Empezó a escribir
a los diez años, a leer aprendió de oídas y el instinto se ocupó de ponerlo
a escribir tanta página entrañable. Ayudado por una memoria portentosa,
acumuló datos, nombres, textos y dibujos que con el tiempo adquirieron un
sentido completo al ordenarlos con un criterio algo menos disperso, mien-
tras trabajaba como corrector en el Fondo de Cultura Económica.
Cualquier faceta de la literatura, de la creación de formas y contenidos con
las letras y todos sus colaterales fueron el fin y el fondo de los proyectos
de Arreola. Libre, disperso y contradictorio en los márgenes y con ideas
fijas en el centro del meollo. Por ello, su dispersión fue de fogueo y la vista
rapaz lo más característico de ella. Las circunstancias se reunían a la puerta
de su casa con un par de palmadas. Así tuvo por ejemplo en sus manos
cuentos inéditos de García Márquez o Cortázar para publicar en Los presen-
tes o la primera copia manuscrita de Pedro Páramo buscando su opinión. A
cada golpe de timón se encontraba sin remedio con las personas que iban
a ser los personajes de veinte años después: Octavio Paz, Carlos Fuentes,
Augusto Monterroso, Rodolfo Usigli, Pablo Neruda... Tuvo Arreola la gracia
de tratarlos sin atenerse a otra convención ajena a su albedrío.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Igual que rechazó la oportunidad de viajar junto a Neruda como secretario


particular, cercó a Louis Jouvet hasta interesarle en su vocación teatral o
influyó decisivamente en la edición de la obra de Rulfo tal cual la había
configurado originariamente su amigo Juan. Evidentemente, practicaba el
antiguo arte de saber estar en el lugar propicio y actuar como si tal cosa.
Así lo hizo por ejemplo -aunque fuera por pasiva- participando en el argu-
mento original del cuento más famoso de Augusto Monterroso.
El amor por la literatura siempre fue complementario con el que sentía en
su relación con las mujeres, pasiones que le producían a su vez un hondo
temor y ciertas posturas extremas y fama de intransigente o misógino. 
(…) de alguna manera, mi acercamiento a la mujer, y mi acercamiento a la creación
literaria, están envueltos en el mismo temor. El acto de la creación, cuando ésta
es auténtica, resulta devorador. Yo temo y amo el amor y la literatura, los temo a
los dos.

Biografía de Juan José Arreola, de Luis Miguel Madrid


(Fundación Internacional José Guillermo Carrillo)

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Carta a un zapatero
que compuso mal unos zapatos

Estimable señor:
Como he pagado a usted tranquilamente el dinero que me cobró por repa-
rar mis zapatos, le va a extrañar sin duda la carta que me veo precisado a
dirigirle. En un principio no me di cuenta del desastre ocurrido. Recibí mis
zapatos muy contento, augurándoles una larga vida, satisfecho por la eco-
nomía que acababa de realizar: por unos cuantos pesos, un nuevo par de
calzado. (Éstas fueron precisamente sus palabras y puedo repetirlas.)
Pero mi entusiasmo se acabó muy pronto. Llegado a casa examiné de-
tenidamente mis zapatos. Los encontré un poco deformes, un tanto duros
y resecos. No quise conceder mayor importancia a esta metamorfosis. Soy
razonable. Unos zapatos remontados tienen algo de extraño, ofrecen una
nueva fisonomía, casi siempre deprimente.
Aquí es preciso recordar que mis zapatos no se hallaban completamente
arruinados. Usted mismo les dedicó frases elogiosas por la calidad de sus
materiales y por su perfecta hechura. Hasta puso muy alto su marca de
fábrica. Me prometió, en suma, un calzado flamante.
Pues bien: no pude esperar hasta el día siguiente y me descalcé para
comprobar sus promesas. Y aquí estoy, con los pies doloridos, dirigiendo a
usted una carta, en lugar de transferirle las palabras violentas que suscita-
ron mis esfuerzos infructuosos.
Mis pies no pudieron entrar en los zapatos. Como los de todas las perso-
nas, mis pies están hechos de una materia blanda y sensible. Me encontré
ante unos zapatos de hierro. No sé cómo ni con qué artes se las arregló
usted para dejar mis zapatos inservibles.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Allí están, en un rincón, guiñándome burlonamente con sus puntas tor-


cidas. Cuando todos mis esfuerzos fallaron, me puse a considerar cuidado-
samente el trabajo que usted había realizado.
Debo advertir a usted que carezco de toda instrucción en materia de
calzado. Lo único que sé es que hay zapatos que me han hecho sufrir, y
otros, en cambio, que recuerdo con ternura: así de suaves y flexibles eran.
Los que le di a componer eran unos zapatos admirables que me ha-
bían servido fielmente durante muchos meses. Mis pies se hallaban en ellos
como pez en el agua. Más que zapatos, parecían ser parte de mi propio
cuerpo, una especie de envoltura protectora que daba a mi paso firmeza y
seguridad. Su piel era en realidad una piel mía, saludable y resistente. Sólo
que daban ya muestras de fatiga. Las suelas sobre todo: unos amplios y pro-
fundos adelgazamientos me hicieron ver que los zapatos se iban haciendo
extraños a mi persona, que se acababan. Cuando se los llevé a usted, iban
ya a dejar ver los calcetines.
También habría que decir algo acerca de los tacones: piso defectuosa-
mente, y los tacones mostraban huellas demasiado claras de este antiguo
vicio que no he podido corregir. Quise, con espíritu ambicioso, prolongar la
vida de mis zapatos. Esta ambición no me parece censurable, al contrario,
es señal de modestia y entraña una cierta humildad. En vez de tirar mis
zapatos, estuve dispuesto a usarlos durante una segunda época, menos
brillante y lujosa que la primera. Además, esta costumbre que tenemos las
personas modestas de renovar el calzado es, si no me equivoco, el modus
vivendi de las personas como usted.
Debo decir que del examen que practiqué a su trabajo de reparación
he sacado muy feas conclusiones. Por ejemplo, la de que usted no ama su
oficio.
Si usted, dejando aparte todo resentimiento, viene a mi casa y se pone
a contemplar mis zapatos, ha de darme toda la razón. Mire usted qué
costuras: ni un ciego podía haberlas hecho tan mal. La piel está cortada
con inexplicable descuido: los bordes de las suelas son irregulares y ofrecen
peligrosas aristas.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Con toda seguridad, usted carece de hormas en su taller, pues mis za-
patos ofrecen un aspecto indefinible. Recuerde usted, gastados y todo,
conservaban ciertas líneas estéticas. Y ahora...
Pero introduzca usted su mano dentro de ellos. Palpará usted una ca-
verna siniestra. El pie tendrá que transformarse en reptil para entrar. Y de
pronto un tope; algo así como un quicio de cemento poco antes de llegar
a la punta. ¿Es posible? Mis pies, señor zapatero, tienen forma de pies, son
como los suyos, si es que acaso usted tiene extremidades humanas.
Pero basta ya. Le decía que usted no le tiene amor a su oficio y es cier-
to. Es también muy triste para usted y peligroso para sus clientes, que por
cierto no tienen dinero para derrochar.
A propósito, no hablo movido por el interés. Soy pobre pero no soy
mezquino. Esta carta no intenta abonarse la cantidad que yo le pagué por
su obra de destrucción. Nada de eso. Le escribo sencillamente para exhor-
tarle a amar su propio trabajo. Le cuento la tragedia de mis zapatos para
infundirle respeto por ese oficio que la vida ha puesto en sus manos; por
ese oficio que usted aprendió con alegría en un día de juventud... Perdón,
usted es todavía joven.
Cuando menos, tiene tiempo para volver a comenzar, si es que ya olvidó
cómo se repara un par de calzado.
Nos hacen falta buenos artesanos que vuelvan a ser los de antes, que
no trabajen solamente para obtener el dinero de los clientes, sino para po-
ner en práctica las sagradas leyes del trabajo. Esas leyes que han quedado
irremisiblemente burladas en mis zapatos.
Quisiera hablarle del artesano de mi pueblo que remendó con dedica-
ción y esmero mis zapatos infantiles. Pero esta carta no debe catequizar a
usted con ejemplos.
Sólo quiero decirle una cosa: si usted, en vez de irritarse, siente que algo
nace en su corazón y llega como un reproche hasta sus manos, venga a mi
casa y recoja mis zapatos, intente en ellos una segunda operación, y todas
las cosas quedarán en su sitio. Yo le prometo que si mis pies logran entrar

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

en los zapatos, le escribiré una hermosa carta de gratitud, presentándolo


en ella como hombre cumplido y modelo de artesanos.
Soy sinceramente su servidor.

De Confabulario, Juan José Arreola. Editorial Joaquín Mortiz.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

ELSA BORNEMANN (Buenos Aires, Argentina, 1952 -) Escribe cuento, can-


ciones, novela y piezas teatrales para niños y jóvenes. Se graduó como
Profesora en Letras (Universidad Nacional de Buenos Aires). Durante la úl-
tima  dictadura militar  que gobernó  Argentina, su libro Un elefante ocupa
mucho espacio fue censurado y pasó a integrar la lista de autores prohibidos.
Ese mismo cuento fue galardonado con la Lista de Honor del Premio Inter-
nacional Hans Christian Andersen otorgado por IBBY (International Board on
Books for Young People) por primera vez a un escritor argentino, al conside-
rárselo un ejemplo de la literatura de importancia internacional. Más tarde,
sus libros El último Mago o Bilembambudín y Disparatario fueron seleccionados
para integrar la lista The White Ravens, distinción que otorga la Internatio-
nale Jugendbibliothek de Múnich, Alemania.
La mamá de Elsa Bornemann se llama Blanca Nieves y su papá era un relo-
jero y campanero alemán que llegó a la Argentina para “sembrar” el reloj y
las campanas que hoy se ven en el Consejo Deliberante. De paso por Buenos
Aires, la belleza de la Blanca Nieves local lo eclipsó... y se quedó a vivir para
siempre en Argentina.
Todo parecía indicar que Bornemann sería escritora infantil. Tenía 16 años
cuando sus primeras historias llegaron al papel, y de allí a otros lectores fue-
ra de su escuela y de su hogar. Fue la vice-rectora de su secundaria la que
la ayudó a publicar su primera obra:Tinke-Tinke. Desde entonces, no paró de
escribir, ni de editar... con la mirada y la inspiración fija en los más chicos.

Publicado por La Bibliotecaria, Argentina.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Mil grullas

N aomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como
todos los chicos. Porque ellos eran nuevos en el mundo. También,
como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año
1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien
qué era lo que estaba pasando.
Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa
de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobre-
saltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos
granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las
reuniones familiares de cada anochecer en torno a la noticia de la radio, que
hablaban de luchas y muerte por todas partes. Sin embargo, creían que el
mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo.
¡Ah... y también se estaban descubriendo uno al otro!
Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando
suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más que ellos podían
transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos.
Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no
buscaba las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio... Pero Naomi
sabía que quería a ese muchachito delgado, que más de una vez se quedaba
sin almorzar por darle a ella la ración de batatas que había traído de su casa.
—No tengo hambre —le mentía Toshiro, cuando veía que la niña ape-
nas si tenía dos o tres galletitas para pasar el mediodía—. Te dejo mi vianda
—y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regreso a las
aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración.
Naomi... Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sueños
con sus largas trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de golpe para
poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aún...

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que


llegó puntualmente el 21 de junio y anunció las vacaciones escolares.
Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus
soleadas mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro
deseaban que empezara. Su comienzo significaba que tendrían que dejar de
verse durante un mes y medio inacabable.
A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos una de la otra,
sus familias no se conocían. Ni siquiera tenían entonces la posibilidad de
encontrarse en alguna visita. Había que esperar pacientemente la reanuda-
ción de las clases.
Acabó junio, y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque...
Se fue julio, y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque...
Y aunque no lo supieran: ¡Por fin llegó agosto! —pensaron los dos al
mismo tiempo.
Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto a sus
padres, hacia la aldea de Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí vivían los
abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas en todos los rincones de
su local. Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían mode-
lando la arcilla con la misma dedicación de otras épocas. Para cuando termi-
ne la guerra... —decía el abuelo—. Todo acaba algún día... —comentaba
la abuela por lo bajo—. Y Toshiro sentía que la paz debía de ser algo muy
hermoso, porque los ojos de su madre parecían aclararse fugazmente cada
vez que se referían al fin de la guerra, tal como a él se le aclaraban los suyos
cuando recordaba a Naomi.
¿Y Naomi?
El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que cami-
naba sobre la nieve. Sola. Descalza. Ni casas ni árboles a su alrededor. Un
desierto helado y ella atravesándolo.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Abandonó el tatami, se deslizó de puntillas entre sus dormidos herma-


nos y abrió la ventana de la habitación. ¡Qué alivio! Una cálida madrugada
le rozó las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.
El dos y el tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus:
Lento se apaga El verano Enciendo Lámpara y sonrisas.
Pronto Florecerán los crisantemos. Espera, Corazón.
Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una
cajita de laca en la que escondía sus pequeños tesoros de la curiosidad de
sus hermanos.
El cuatro y el cinco de agosto se lo pasó ayudando a su madre y a las tías
¡Era tanta la ropa para remendar! Sin embargo, esa tarea no le disgustaba.
Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir en un juego entretenido
lo que acaso resultaba aburridísimo para otras chicas. Cuando cosía, por
ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar
un deseo para que se cumpliese. La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó
en el pantalón de su hermano menor el ruego de que finalizara enseguida
esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa de su papá, el pedido de
que Toshiro no la olvidara nunca...
Y los dos deseos se cumplieron.
Pero el mundo tenía sus propios planes...
Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de Hiroshima.
Naomi se ajusta el obi de su kimono y recuerda a su amigo: -¿Qué estará
haciendo ahora?
“Ahora”, Toshiro pesca en la isla mientras se pregunta: ¿Qué estará ha-
ciendo Naomi?
En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima.
En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica
surca por primera vez un cielo. El cielo de Hiroshima.

26
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.


En ella, una mamá amamanta a su hijo por última vez.
Dos viejos trenzan bambúes por última vez.
Una docena de chicos canturrea: “Donguri-Koro Koro- Donguri Ko...”
por última vez. (Verso de una popular canción infantil japonesa.)
Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez.
Miles de hombres piensan en mañana por última vez.
Naomi sale para hacer unos mandados.
Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río.
Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desin-
tegran esa mañana. Y con ellos desaparecen edificios, árboles, calles, ani-
males, puentes y el pasado de Hiroshima.
Ya ninguno de los sobrevivientes podrá volver a reflejarse en el mismo
espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni retomar ningún camino
querido.
Nadie será ya quien era.
Hiroshima arrasada por un hongo atómico.
Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.
Recién en diciembre logró Toshiro averiguar dónde estaba Naomi. ¡Y que
aún estaba viva, Dios! Ella y su familia, internados en el hospital ubicado
en una localidad próxima a Hiroshima, como tantos otros cientos de miles
que también habían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora
instalado dentro de ellos, en su misma sangre. Y hacia ese hospital marchó
Toshiro una mañana.
El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era frío
exterior o su pensamiento lo que le hacía tiritar.

27
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al


techo. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura.Sobre su
mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.
—Voy a morirme, Toshiro... —susurró. No bien su amigo se paró, en
silencio, al lado de su cama—. Nunca llegaré a plegar las mil grullas que
me hacen falta...
Mil grullas... o “Semba-Tsuru”, como se dice en japonés.
Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas
sobre la mesita. Sólo veinte. Después, las juntó cuidadosamente antes de
guardarlas en un bolsillo de su chaqueta.
—Te vas a curar, Naomi —le dijo entonces, pero su amiga no le oía ya:
se había quedado dormida.
El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas.
Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontra-
ban temporariamente alojados) entendieron aquella noche el porqué de la
misteriosa desaparición de casi todos los papeles que, hasta ese día, había
habido allí.
Hojas de diario, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y
hasta algunos libros parecían haberse esfumado mágicamente. Pero ya era
tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorprendidos.
En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre las
sombras. Esperó hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él conti-
nuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el armario donde
se solían acomodar las mantas. Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo
la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvió a su lecho.
La tijera la llevaba oculta entre sus ropas.
Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recortó
primero novecientos ochenta cuadraditos y luego los plegó, uno por uno
hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles las que ella

28
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

misma había hecho. Ya amanecía, el muchacho se encontraba pasando hilos


a través de las siluetas de papel. Separó en grupos de diez las frágiles gru-
llas del milagro y las aprestó para que imitaran el vuelo, suspendidas como
estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra.
Con los dedos raspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien
tiras dentro de su furoshiki y partió rumbo al hospital antes de que su fa-
milia se despertara. Por esa única vez, tomó sin pedir permiso la bicicleta
de sus primos.
No había tiempo que perder. Imposible recorrer a pie, como el día ante-
rior, los kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de Naomi depen-
día de esas grullas.
—Prohibidas las visitas a esta hora —le dijo una enfermera, impidién-
dole el acceso a la enorme sala en uno de cuyos extremos estaba la cama
de su querida amiga.
Toshiro insistió: -Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho, Por
favor...
Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le
mostró las avecitas de papel. Con la misma aparentemente impasililidad con
que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un lado y le permi-
tió que entrara: Pero cinco minutos, ¿eh?
Naomi dormía.
Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso una silla sobre
la mesa de luz y luego se subió. Tuvo que estirarse a más no poder para
alcanzar el cielorraso. Pero lo alcanzó. Y en un rato estaban las mil grullas
pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con
alfileres.
Fue al bajarse de su improvisada escalera cuando advirtió que Naomi lo
estaba observando. Tenía la cabecita echada hacia un lado y una sonrisa
en los ojos.
—Son hermosas, Tosí-can... Gracias...

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

—Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas —y el muchacho abandonó


la sala sin darse vuelta.
En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil
grullas empezaron a balancearse impulsadas por el viento que la enfermera
también dejó colar, al entreabrir por unos instantes la ventana.Los ojos de
Naomi seguían sonriendo.
La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la im-
piedad de los adultos. ¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el
horror instalado en su sangre?
Febrero de 1976
Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó,
tiene tres hijos y es gerente de sucursal de un banco establecido en Lon-
dres. Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se
atreve a preguntarle por qué, entre el aluvión de papeles con importantes
informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre su es-
critorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar.
Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que
nadie consigue sorprenderlo.
Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de las máqui-
nas de calcular.
Grullas surgidas de servilletas con impresos de los más sofisticados res-
taurantes...
Grullas y más grullas. Y los empleados comentan, divertidos, que el
gerente debe de creer en aquella superstición japonesa.
—Algún día completará las mil... —cuchicheaban entre risas— ¿Se
animará entonces a colgarlas sobre su escritorio?
Ninguno sospechaba, siquiera, la entrañable relación que esas grullas
tienen con la perdida Hiroshima de su niñez. Con su perdido amor primero.
De Mil grullas, Elsa Bornemann. Editorial Alfaguara.

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RAY BRADBURY (1920-) Nació en Illinois, USA. Escritor autodidacta que desarrolló
una gran cultura y creatividad a través de la propia lectura, ha confesado que en
los primeros años de su vida fue un insaciable lector, y que las bibliotecas públicas
le dieron una formación tal que ninguna universidad le hubiera podido dar.

El hombre que subió por primera vez en un avión a los 62 años, que no tiene
ordenador y es un crítico con el uso de la tecnología, aseguró que:

La Humanidad debe colonizar otros mundos para lograr su inmortalidad; el hombre debió
quedarse hace cuarenta años en la Luna, formar ahí una base para continuar con la ex-
ploración hacia Marte y colonizarlo, “para encontrar la inmortalidad de la raza humana”
¡Nosotros somos los marcianos! y el hombre del futuro es un viajero espacial; sólo vivire-
mos eternamente cuando nos reguemos por el universo. Por toda la raza humana hay que
volver a la Luna y luego a Marte, tenemos que hacerlo.

El autor de obras como El hombre ilustrado, Crónicas marcianas y Fahrenheit 451 acon-
seja a los jóvenes ir a las bibliotecas ya que él mismo no pudo ir al instituro “por-
que era muy pobre” y se “pasaba tres días a la semana en las bibliotecas, durante
diez años” (…) La vida del escritor, hasta encontrar la fama, estuvo marcada por
su precariedad económica. “Tenía tan poco dinero, estaba recién casado y quería
escribir sin gastar dinero, fui a la UCLA (Universidad de California) y en un sótano
había unas máquinas de escribir a las que tenía que ponerle diez centavos de dólar
cada media hora, y en nueve días gasté nueve dólares, con eso hice la primera
versión de ‘Fahrenheit 451’”. Sin embargo, el suceso más crucial en su vida, según
ha confesado, fue su encuentro a los 14 años con ‘Míster Eléctrico’, un mago de
feria que le reveló la inmortalidad.

Existe un asteroide llamado (9766) Bradbury en su honor.


www.elmundo.es

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Idilio del Gordo y la Flaca

É L LA llamaba Stanley; ella a él, Ollie. Ella tenía 25 años, y él 32, cuando
se conocieron en uno de esos cocteles en los que todo el mundo se
pregunta qué diablos está haciendo ahí; pero nadie se va, así que todos
beben demasiado y mienten sobre lo maravillosa que les parece la reunión.
Ambos andaban para acá y para allá en aquella selva de gente, sin en-
contrar un árbol a cuya sombra arrimarse. Sus pasos los llevaron a toparse
en el centro de la insípida multitud. Tratando de cederse el paso mutua-
mente, se apartaron hacia un lado, y luego hacia el otro, varias veces, de
tal forma que no podían pasar, hasta que ambos rieron. Él, por impulso,
levantó su corbata con los dedos y la meneó, y ella inmediatamente se llevó
una mano a la mollera, se desordenó el pelo y empezó a parpadear, con un
gesto como de alguien a quien le han golpeado la cabeza.
—¡Stan! —exclamó él, al reconocer el ademán.
—¡Ollie! —respondió ella—. ¿Qué te has hecho?
—¿Por qué no me ayudas? —repuso él, mientras hacía ademanes tos-
cos, propios de los obesos.
Ambos se tomaron del brazo en medio de sonoras carcajadas.
—Yo —empezó a decir ella, con un brillo cada vez más intenso en la
cara—yo conozco el lugar, a menos de tres kilómetros de aquí, donde está
la escalinata de 131 peldaños por la que El Gordo y El Flaco, en 1932, subie-
ron y bajaron aquella caja con un piano adentro.
—Bien, ¡larguémonos de aquí! —gritó él.
Un portazo en el auto, un rugido del motor, y la ciudad de Los Ángeles,
a la luz del atardecer, fue pasando a toda carrera ante ellos.
Él frenó en donde ella le indicó que se estacionara.

32
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

—¡No lo puedo creer! ¿Es esa la escalinata?


—La misma, con sus 131 peldaños —respondió ella, mientras salía del
auto—. Ven, Ollie.
—Como quieras, Stan.
Se quedaron un momento mirando hacia arriba la pronunciada pen-
diente de concreto. Entonces ella le pidió con voz maravillosamente dulce:
“¡Sube! ¡Anda, sube!”
Él empezó a ascender, contando los escalones, primero en un susurro,
pero a cada número que pronunciaba, su voz aumentaba un decibelio de
alegría. Cuando llegó al 57, estaba perdido en el tiempo.
“¡Detente!”, gritó ella, a lo lejos. “¡No te muevas de ahí!”
Él se quedó quieto y se volvió. Ella llevaba una cámara en las manos.
Entonces él se llevó la mano instintivamente a la corbata, para hacerla re-
volotear al aire nocturno.
“¡Ahora, yo!”, pidió la dama, y subió corriendo y le entregó la cámara. Él
bajó a su vez, se volvió hacia arriba y la vio encogida de hombros y con el
gesto de perplejidad y desamparo de Stan. Él oprimió el obturador, y deseó
quedarse en aquel lugar para siempre.
Ella bajó lentamente los escalones que los separaban, lo miró directa-
mente a los ojos y exclamó:
—¡Estás llorando!
Él la miró también a los ojos, que tenía casi tan húmedos como él los
suyos, y le dijo:
—¡En menudo lío nos has vuelto a meter!
—¡Oh, Ollie! exclamó ella, y suspiró.
—¡Oh, Stan! —exclamó él, suspiró, y la besó suavemente. Luego, le
preguntó—: ¿Vamos a comprendernos para siempre?

33
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

—¡Para siempre!
Desde aquella hora crepuscular en la escalinata, sus días fueron largos
y estuvieron llenos de esa arrobadora risa que marca el pulso de todo gran
idilio, al principio y al precipitado final. Dejaban de reír sólo para besarse, y
dejaban de besarse sólo para reír.
Fueron a ver muchas películas, nuevas y viejas, pero principalmente las
de El Gordo y El Flaco. Se aprendieron de memoria las mejores escenas, y las
repetían a gritos cuando paseaban en auto por Los Ángeles, a medianoche.
Ella dejó que su alma rebosara como una fuente y lo bañara a él, y era
correspondida con el mismo gozo.
Durante aquel año subieron y bajaron la escalinata por lo menos una vez
al mes, y organizaron meriendas con champaña sobre los peldaños, en la
parte media de esa cuesta, y así descubrieron algo increíble.
—Deben de ser nuestras bocas —dijo él—. Hasta que te conocí, ig-
noraba que tenía boca. La tuya es la más asombrosa del mundo, y me hace
sentir que la mía lo es también. ¿Alguna vez te habían besado, pero de
veras, antes de que yo te besara?
—¡Nunca!
—Ni a mí. ¡Haber vivido tanto tiempo sin conocer nuestras bocas!
—Querida boca —lo atajó ella—, cállate y bésame.
Pero al final del primer año descubrieron algo aún más increíble. Él tra-
bajaba en una agencia de publicidad, y estaba anclado en Los Ángeles. Ella
era empleada de una agencia de viajes, y en poco tiempo se iría a trabajar
al extranjero. Esto los dejó anonadados; nunca lo habían considerado. Una
noche se sentaron frente a frente, y ella le dijo lánguidamente:
—Adiós.
—¿Qué? —preguntó él.
—Veo venir el adiós.

34
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Él la miró fijamente a la cara, y advirtió que su semblante no era triste


como el de Stan en las películas, sino triste a su manera.
—Stan, tú nunca me dejarás...
Pero más que afirmación, fue una pregunta. De pronto, ella cambió de
posición, y él parpadeó al mirarla, y le preguntó:
—¿Qué haces?
—¡Tonto!, estoy ante ti, de rodillas, pidiendo tu mano. Cásate conmigo,
Ollie. Ven conmigo a Francia. Yo te mantendré mientras escribes la gran
novela norteamericana.
—Pero…
—Te llevas tu máquina de escribir portátil, un montón de papel, y me
llevas a mí. Anda, Ollie. ¿Vienes conmigo?
—¿Para irnos al infierno en un año y arder eternamente?
—¿Tanto miedo tienes, Ollie? ¿No crees en mí, o en ti, o en algo? ¡Dios
mío! ¿Por qué serán tan cobardes los hombres?
Luego, ella insistió:
—Mira, nunca se lo había propuesto a nadie, y no lo volveré a hacer;
me duelen las rodillas. ¿Qué dices?
—A mí me suena familiar esta conversación.
—La hemos tenido muchas veces desde hace un año, pero nunca pu-
siste atención; estabas en la Luna.
—No; estaba irremediablemente enamorado.
—Tienes un minuto para decidirte. Sesenta segundos —ella fijó la mi-
rada en su reloj de pulsera.
—Levántate —le dijo él, un tanto incómodo.

35
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

—Si lo hago, será para salir e irme.


—¡Stan! —gimió él.
—¡Treinta segundos ! ¡Veinte, y ya sólo tengo doblada una rodilla !
¡Diez! ¡Estoy levantando el otro pie…! ¡Cinco ! ¡Uno !
Ya estaba de pie. Y continuó:
—Ahora me acerco a la puerta. Tú y yo somos personas muy especiales,
Ollie, y no creo que vuelvan a aparecer en el mundo ejemplares de nuestra
espléndida especie. Pero debo irme. Ahora, tengo la mano en picaporte, y...
—Y... —repitió él, muy quedo.
—Estoy llorando. Él empezó a levantarse, y ella meneó la cabeza.
—No; no lo hagas. Si me tocas, vas a hacer que me arrepienta. Ya me
voy. Pero iré a nuestra escalinata, sin piano, una vez al año, a la misma
hora de aquella primera noche, y si estás ahí, te secuestro, o me secuestras.
—Stan, Stan . . . —gimió él.
—¡Dios mío! —gimió ella.
—¿Qué?
—¡Cómo pesa esta puerta! No puedo moverla —sollozó—. Ya se abre.
Ya me fui.
Y la puerta se cerró.
Él volvió a la escalinata el 4 de octubre de cada uno de los tres años
siguientes, pero ella no acudió. Luego se le olvidó la cita dos años, y al sexto
la recordó; fue al atardecer y subió, porque vio algo en la parte media de la
cuesta. Era una botella de champaña, con un listón y una nota que decía:
“¡Ollie, querido Ollie! Recordé la fecha, pero en París. La boca no es la de
antes, pero está felizmente casada. Te quiere, Stan”.
Después de eso, él ya no volvió a la escalinata.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

De viaje por Francia, 15 años después, iba él caminando por los Campos
Elíseos con su esposa y sus dos hijas, al atardecer. De pronto vio a una her-
mosa mujer que se le acercaba de frente, escoltada por un hombre maduro,
muy serio, y un chico de pelo oscuro, muy guapo, que tendría unos 12 años.
Cuando se cruzaron, la misma sonrisa iluminó ambos rostros en el mis-
mo instante.
Él jugueteó con su corbata.
Ella se alborotó el pelo.
No se detuvieron. Pero él oyó que ella decía: “¡En menudo lío nos has
vuelto a meter!”, y remataba la frase con aquel nombre que le era tan fami-
liar, pues había sido suyo los años que había durado su idilio.
Sus hijas y su esposa lo miraron, y una de las muchachas le preguntó:
—¿Esa señora te llamó Ollie?
—¿Cuál señora?
—Papá —dijo la otra chica, acercándosele para verle los ojos—, ¡estás
llorando!
—No.
—Sí; estás llorando ¿Verdad, mamá?
—Bien sabes que tu papá llora hasta cuando lee el directorio telefónico
—comentó la esposa.
—No —repuso él—, sólo por 131 escalones y un piano. Recuérdenme
que las lleve allá algún día.
Siguieron caminando, y él se volvió hacia atrás, en el preciso momento
en que la mujer hacía lo mismo. Quizá él vio que ella articulaba con los la-
bios las palabras “¡Hasta luego, Ollie!”, o quizá no lo vio; pero sintió cómo su
propia boca se movía para articular en silencio: “¡Hasta luego, Stan!”

37
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Y siguieron caminando en direcciones opuestas por los Campos Elíseos,


a los últimos rayos de aquel sol de octubre.

casadelibro.bligoo.es/ /selección-de-relatos-cortos-Ray-Bradbury
Ray Bradbury en Imaginantes. http://www.imaginalee.org/

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

LUIS ANDRÉS CAICEDO (Santiago de Cali, Colombia, 1951- 1977) Desde muy
joven revela un marcado interés por la lectura y con sólo trece años escribe
su primer cuento: “El silencio” (1964). En 1972 fundó con Ramiro Arbeláez
y Hernando Guerrero el Cine Club de Cali y dos años después escribe el
cuento “Maternidad”, considerado su obra maestra. En su novela ¡Que viva
la música! es en donde asegura que vivir más de 25 años sería una vergüenza,
lo que es visto por muchos como la razón principal de su suicidio el 4 de
marzo de 1977 cuando tenía tan sólo 25 años de edad y había recibido una
copia del libro editado por una editorial argentina.
Caicedo encarna a la perfección el mito del adolescente eterno, alguien a quien vivir
más de veinticinco años le parece una “insensatez”. Es un producto redondo de los
años sesenta, que ensalzan la rebeldía juvenil, que idolizan la inmadurez adoles-
cente. Hay en sus obras algo de sus contemporáneos de la Onda, pero a diferencia
de ellos lo suyo no se acaba en el gesto contracultual del joven que usa el sexo, las
drogas y el rock como forma de rebelión ante sus padres y la sociedad; junto a ese
gesto está, también, la actitud de un crítico serio, que ha leído a Borges, a Pinter,
a Ionesco, y que está buscando obsesivamente cierta plenitud que sólo puede darle
los libros, las películas: —me hace falta un nuevo fervor por algún escritor, así
como lo tuve por Poe, Vargas Llosa, Lowry, Henry James, Hawthorne, Styron—.

Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, Bolivia, 1967) es profesor de Literatura


Latinoamericana en la Universidad de Cornell.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Vacío

A lo mejor no he debido de estarme tanto tiempo en la casa de Angelita,


porque cuando salí todo estaba vacío. Casi que me vuelvo para atrás.
Voltié la cara y ella me estaba diciendo adiós desde la ventana. Por primera
vez estuvimos juntos más de una hora. Nos amamos por primera vez. Ella
me dijo adiós desde la ventana.
Yo no podía regresar. Yo tenía que irme. Le sonreí a su cara que salía por
la ventana y empecé a caminar toc toc toc por el pavimento resquebrajado.
Me había metido las manos a los bolsillos. Recorrí muy despacio su calle,
los sauces que crecen a lado y lado, y la iluminación de mercurio, todo eso
vacío. No podía regresar, sus papás no demoraban en llegar, y quién sabe si
con su hermano. Yo no quiero morir tan joven. Vacía la esquina de la casa
de Angelita. Y la luna llena. Esa luna que se está llenando desde hace cuatro
días y hoy es cuando está más llena. Hoy es la noche del peligro, mano.
Vacío Sears. Cuando pasé por allí, no estaban ni siquiera los vigilantes que
cargan escopeta y que le tiran de una al primero que venga a robarle algo a
lo que los gringos tienen en Sears. Vacía toda la Avenida Estación pero yo
cerré bien los puños dentro de los bolsillos y caminé por la mitad de la calle,
echando ojo a cada sombra, a cada casa, a cada raya. Cuando paso por aquí
de día y todo eso, siempre pienso en Angelita. Desde la Avenida Estación se
ve su casa, la parte de atrás de su casa. Y cuando paso por aquí de día y hay
sol y todo eso y la gente que pulula, pienso por qué no ir donde Angelita,
tocar a la puerta, preguntar por ella, por qué no, qué tiene eso de malo, pasé
por detrás de su casa y pensé en ella. Me la imaginé ya casi dormida, abra-
zando una de las almohadas pensando en mí, pensando en mañana cuando
se levantara y me llamara por teléfono y yo le contestara, todo eso, contarle
que cuando salí de su casa la calle estaba vacía y que me había dado miedo al
principio pero después no, por algo es uno alumno de sexto del colegio San
Juan Berchmans. Desde donde yo estaba mirando se veían la ventana de sus
papás y la del cuarto de las mantecas y las cortinas de la sala.

40
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Me hubiera gustado treparme al techo, caminar hasta su cuarto y des-


pertarla de un beso en la mejilla, juntarle mi cara, respirarle en las orejas,
preguntarle por mí, que si me ha pensado mucho. Me hubiera gustado eso.
Tal vez si no hubiera salido tan tarde de su casa, no me hubiera encon-
trado esta calle tan vacía. Caminé despacio hasta Deiri Frost. Vacío Deiri
Frost allí donde uno se aparece cualquier día y se encuentra a los mucha-
chos, con Pedro y con Pablo y Chucho y Jacinto y José, toda la gente, y
eso es que le preguntan a uno que para dónde va y uno contesta para ver
a dónde es que lo invitan, y allí de una le plantean onda con cualquier par
de hembras, cosas así, cualquier día. Pero de día. Ahora el Deiri Frost estaba
vacío. Me arrimé bien a los vidrios para ver si veía al gringo que prepara los
helados, pero nada. Todo vacío. Si me encontrara con alguien, por qué no.
Con tanto amigos que tiene uno en Cali, por qué no. Me senté un rato en el
muro del Deiri Frost esperando a que pasara alguien conocido. Han debido
pasar como veinte minutos y no pasó nadie. Ni siquiera un taxi. Nada, y
esa luna llena Me paré del muro y caminé hacia arriba, por la Avenida Sexta
hasta que llegara a mi casa. Vacía la fuente, vacía la Bomba, vacío Oasis, allí
donde yo conocí a Angelita.

De Calicalabozo, Andrés Caicedo. Editorial Norma.

41
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

ITALO CALVINO (Santiago de las Vegas, Cuba, 1923 - Siena, Italia, 1985) Hijo
de un ingeniero agrónomo, se trasladó de San Remo, donde transcurrió la
mayor parte de su infancia y a Turín para seguir los mismos estudios que
su padre, pero enseguida los abandonó a causa de la guerra, durante la
cual luchó como partisano contra el fascismo. En 1944 se afilió al Partido
Comunista Italiano. Tres años más tarde publicaba, gracias a la ayuda de
Cesare Pavese, su primera novela, Los senderos de los nidos de araña, en la que
relataba su experiencia en la resistencia. Tras publicar algunas antologías de
relatos, de tipo fabulístico, con las cuales se alejaba de la escritura realista
de sus inicios, escribió la trilogía Nuestros antepasados, integrada por El viz-
conde demediado, El barón rampante y El caballero inexistente, narración fan-
tástica y poética, plagada de elementos maravillosos, en la que planteaba
el papel del escritor comprometido políticamente. Notable fue también su
interés por los problemas de la sociedad industrial contemporánea y la alie-
nación urbana, que quedó plasmado en otra especie de trilogía compuesta
por La especulación inmobiliaria(1957), La nube de smog (1958) y La jornada de
un interventor electoral (1963). Tras publicar Marcovaldo (1963), libro en el que
convergen las dos vertientes de su narrativa, la realista y la fantástica, su
poética se abrió a un nuevo clima cultural, moral y estilístico, determinado
por el interés hacia argumentos científicos o matemáticos y hacia la experi-
mentación literaria, pero en el que pervive claramente su característica acti-
tud irónica y deformadora con respecto a la realidad. En Cosmicómicas (1965)
y Ti con zero (1967) el dato científico, los modelos inventivos paradójicos, la
elaboración de increíbles teoremas o la construcción de situaciones irreales
tienen como objetivo verificar un pensamiento científico, pero también
huir de las costumbres de la imaginación para poder comunicar la verdad de
una manera muy personal y con gran virtuosismo estilístico.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Al nacer el día

Los planetas del sistema solar, explica G. P Kuiper, comenzaron a solidificarse en


las tinieblas por la condensación de una nebulosa fluida y uniforme. Todo estaba
frío y oscuro. Más tarde, el Sol empezó a concentrarse hasta reducirse casi a las
dimensiones actuales, y en ese esfuerzo la temperatura subió a miles de grados y
empezó a emitir radiaciones en el espacio.

O scuridad cerrada —confirmó el viejo Qfwfq—, yo era chico todavía, ape-


nas me acuerdo. Estábamos allí, como de costumbre, papá y mamá, la
abuela Bb’b, unos tíos que habían venido de visita, el señor Hnw, aquel que des-
pués se convirtió en caballo, y nosotros los chicos. Encima de las nébulas, me pa-
rece que ya lo he contado otras veces, estábamos como quien dice acostados,
en fin, achatados, quietos quietos, dejando que nos hiciera girar hacia donde
girara. No es que yaciéramos en el exterior, ¿comprenden?, en la superficie de
la nébula; no, allí hacía demasiado frío; estábamos debajo, como arrebujados en
un estrato de materia fluida y granulosa. Modo de calcular el tiempo no había;
cada vez que nos poníamos a contar las vueltas de la nébula empezaban las dis-
cusiones, porque en la oscuridad no había puntos de referencia; y terminábamos
peleando. Por eso preferíamos dejar transcurrir los siglos como si fueran minutos;
no quedaba más que esperar, permanecer a cubierto mientras se pudiera, dormi-
tar, llamarse de vez en cuando para tener la seguridad de que estábamos todos,
y -naturalmente- rascarse; porque, por mucho que se diga, todo aquel remolino
de partículas el único efecto que producía era una picazón molesta.
Qué esperábamos, nadie hubiera podido decirlo; claro, la abuela Bb’b se
acordaba todavía de cuando la materia estaba uniformemente dispersa en el
espacio, y el calor, y la luz; con todas las exageraciones que habría en aquellas
historias de los viejos, los tiempos habían sido en cierto modo mejores, o por
lo menos distintos, y se trataba para nosotros de dejar pasar aquella enorme
noche.

43
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

La que se encontraba mejor que nadie era mi hermana G’d (w)n por
su carácter introvertido: era una chica esquiva y le gustaba la oscuridad.
G’d (w)n elegía lugares un poco apartados, en el borde de la nébula, y con-
templaba lo negro, y dejaba escurrir los granitos de polvillo en pequeñas
cascadas, y hablaba para sí con risitas que eran como pequeñas cascadas de
polvillo, y canturreaba, y se abandonaba -dormida o despierta- a sueños.
No eran sueños como los nuestros -en medio de la oscuridad, nosotros
soñábamos otra oscuridad porque no se nos ocurría otra cosa-; ella soñaba
-por lo que podíamos entender de su desvarío- con una oscuridad cien ve-
ces más profunda y diversa y aterciopelada.
Mi padre fue el primero en darse cuenta de que algo estaba cambiando.
Yo dormitaba y su grito me despertó:
—¡Atención! ¡Aquí se toca!
Debajo de nosotros la materia de la nébula, que siempre había sido
fluida, empezaba a condensarse. En realidad, desde hacía algunas horas mi
madre había comenzado a revolverse, a decir:
—¡Uf! ¡No sé de qué lado ponerme!—, en fin, según ella había sentido
un cambio en el lugar donde estaba acostada: el polvillo ya no era el de
antes suave, elástico, uniforme, en el que uno podía removerse cuanto
quería sin dejar huellas, sino que se iba formando como una hondonada
o hundimiento, sobre todo donde ella solía apoyarse con todo su peso. Y
le parecía sentir allí debajo algo como muchos granitos o espesamientos
o protuberancias, que quizá estaban sepultos cientos de kilómetros más
abajo y pujaban a través de todos aquellos estratos de polvillo tierno. No es
que habitualmente hiciéramos mucho caso de estas premoniciones de mi
madre; pobrecita, para una hipersensible como ella, y ya bastante entrada
en años, la modalidad de entonces no era la más indicada para los nervios.
Y después a mi hermano Rwzfs, que por entonces era un niño, en cierto
momento, sintiendo, ¿qué sé yo?, que tiraba, que cavaba, en fin, que se
agitaba, le pregunté:
—¿Pero qué haces? —y él me dijo—: Juego.

44
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

—¿Juegas? ¿Y con qué?


—Con una cosa —dijo.
¿Comprenden? Era la primera vez. Cosas con qué jugar nunca había
habido. ¿Y cómo quieren que jugáramos? ¿Con aquella papilla de materia
gaseosa? Vaya diversión; estaba bien para mi hermana G’d (w)n, y gracias. Si
Rwzfs jugaba era señal de que había encontrado algo nuevo; tanto que en
seguida se dijo, en una de sus habituales exageraciones, que había encon-
trado un guijarro. Guijarro no, pero seguramente un conjunto de materia
más sólida o -digamos- menos gaseosa. Sobre este punto él nunca fue preci-
so, incluso contó patrañas según se le antojaba, y cuando llegó la época en
que se formó el níquel y no se hablaba sino de níquel, dijo: -¡Eso, era níquel,
jugaba con níquel! -por lo cual le quedó el sobrenombre “Rwzfs de níquel”.
(No como dicen ahora algunos, que lo llamamos así porque se volvió de ní-
quel no consiguiendo, por ser lento, pasar del estadio mineral; las cosas son
distintas, lo digo por amor a la verdad, no porque se trate de mi hermano;
siempre había sido un poco lento, eso sí, pero no de tipo metálico, sino más
bien coloidal; tanto que, siendo todavía muy joven, se casó con un alga,
una de las primeras, y no se supo más de él.)
En fin, parece que todos habían sentido algo menos yo. Oí –no recuerdo
si durante el sueño o ya despierto– la exclamación de nuestro padre: “¡Aquí
se toca!” una expresión sin significado (porque hasta entonces nadie había
tocado jamás nada, tengan la seguridad), pero que adquirió un significado
en el mismo instante en que fue dicha, esto es, significó la sensación que
empezábamos a experimentar, levemente nauseabunda, como una charca
de fango que nos pasara debajo, de plano, y sobre la cual nos parecía que
rebotábamos. Y yo dije, con tono de reprobación: “¡Oh, abuelita!”.
Me he preguntado muchas veces por qué mi primera reacción fue to-
mármelas con nuestra abuela. La abuela Bb’b, que había conservado sus
costumbres de otros tiempos, tenía a menudo cosas fuera de propósito: se-
guía creyendo que la materia estaba en expansión uniforme y, por ejemplo,
que bastaba tirar las basuras de cualquier manera para que se enrarecieran
y desaparecieran lejos.

45
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Que el proceso de condensación hubiese comenzado hacía un tiempo,


es decir, que la suciedad se espesase en las partículas de modo que no se
consiguiera sacarla de alrededor, no le entraba en la cabeza. Por eso yo
oscuramente relacioné aquel hecho nuevo del “¡se toca!” con algún error
que podía haber cometido mi abuela y lancé esa exclamación. Y entonces
la abuela Bb’b:
—¿Qué? ¿Encontraste el almohadón?
Este almohadón era un pequeño elipsoide de materia galáctica en forma
de rosca que la abuela había descubierto quién sabe dónde en los primeros
cataclismos del universo y había llevado siempre consigo para sentarse en-
cima. En cierto momento, en la gran noche, se había perdido, y mi abuela
me acusaba de habérselo escondido. Pero era cierto que yo había odiado
siempre aquel almohadón, tan sin gracia y fuera de lugar en nuestra nébula,
pero todo lo que podía reprochárseme es que no lo hubiera vigilado cons-
tantemente, como pretendía mi abuela.
Hasta mi padre, que con ella era muy respetuoso, no pudo menos de
hacérselo notar:
—¡Vamos, mamá, aquí esta ocurriendo quién sabe qué, y usted me
viene con el almohadón!
—¡Ah, yo decía que no podía dormir! —dijo mi mamá, con otra obser-
vación poco apropiada.
En ese momento se oye un gran: —¡Puach! ¡Uach! ¡Sgrr! —y compren-
dimos que al señor Hnw debía de haberle sucedido algo: escupía y expecio-
raba a todo vapor.
—¡Señor Hnw! ¡Señor Hnw! ¡Venga arriba! ¿Dónde ha ido a pa-
rar? —empezó a decir mi padre, y en aquellas tinieblas todavía sin
resquicio, a tientas, conseguimos atraparlo y alzarlo a la superficie de
la nébula, para que recobrase el aliento. Lo extendimos sobre aquel es-
trato exterior, que iba asumiendo entonces una consistencia coagulada
y resbalosa.

46
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

—¡Uach! ¡Se te pega encima esta cosa! —trataba de decir el señor


Hnw, cuya capacidad para expresarse nunca había sido muy notable—.
¡Uno baja, baja y ¡traga! ¡Scrach! —y escupía.
La novedad era ésta: ahora el que en la nébula no estaba atento, se
hundía. Mi madre, con el instinto de las madres, fue la primera en com-
prenderlo. Y gritó:
—Chicos, ¿estáis todos? ¿Dónde estáis?
En realidad éramos un poco distraídos, y si al principio, mientras todo se
mantenía regularmente durante siglos, nos preocupábamos siempre de no
dispersarnos, ahora ni se nos ocurría.
—Calma, calma. Nadie se aleje —dijo mi padre—. ¡G’d (w)n ¿Dónde
estás? ¡El que haya visto a los mellizos que lo diga!
Nadie contestó.
—¡Dios mío, se han perdido! —gritó nuestra madre. Mis hermanitos
todavía no estaban en edad de saber transmitir un mensaje; por eso se
perdían fácilmente y los vigilábamos continuamente.
—¡Voy a buscarlos! —dije.
—¡Sí, vé, valiente Qfwfq! —dijeron papá y mamá, y luego, súbitamen-
te arrepentidos—: ¡Pero si te alejas te pierdes tú también! ¡Quédate aquí!
Bueno, anda, pero avisa dónde estás: ¡silba!
Eché a andar en la oscuridad, en el pantano de aquella condensación
de nébula, emitiendo un silbido continuo. Digo andar, esto es, un modo de
moverse en la superficie, inimaginable pocos minutos antes, y que entonces
apenas si se podía hablar de él porque la materia oponía tan poca resistencia
que si no se prestaba atención, en vez de continuar sobre la superficie uno
se hundía al sesgo o directamente en perpendicular y terminaba sepultado.
Pero en cualquier dirección que se anduviera y en cualquier nivel, las proba-
bilidades de encontrar a mis hermanitos eran iguales: quién sabe dónde se
habían metido aquellos dos.

47
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

De pronto rodé; como si me hubieran hecho -se diría hoy- una zancadi-
lla. Era la primera vez que me caía, no sabía siquiera qué era ese “caerse”,
pero todavía estábamos sobre lo mullido y no me hice nada.
—No pisar aquí —dijo una voz—, Qfwfq, no quiero —era la voz de
mi hermana G’d (w)n.
—¿Por qué? ¿Qué hay ahí?
—Hice algo con algo... —dijo.
Me llevó un poco de tiempo darme cuenta, a tientas, de que mi herma-
na, frangollando con aquella especie de barro, había levantado una monta-
ñita toda pináculos, almenas y agujas.
—¿Pero qué te has puesto a hacer?
G’d (w)n daba siempre respuestas sin pies ni cabeza:
—Un afuera con un adentro dentro. Tzlll, tzlll, tzlll...
Seguí mi camino a tumbos. Tropecé también con el consabido señor
Hnw, que había terminado nuevamente de cabeza dentro de la materia en
condensación.
—¡Arriba, señor Hnw, señor Hnw! ¡Es posible que no consiga estar de
pie!— y tuve que ayudarlo de nuevo a salir, esta vez con un empujón de
abajo arriba, porque yo también estaba completamente inmerso.
El señor Hnw, tosiendo, soplando y estornudando (hacía un frío nunca
visto), desembocó en la superficie justo en el punto donde estaba sentada
la abuela Bb’b. La abuela voló por el aire y de pronto gritó:
—¡Mis nietitos! ¡Han vuelto mis nietitos!
—¡Pero no, mamá, es el señor Hnw!
No se entendía nada.
—¿Y mis nietitos?

48
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

—¡Aquí están! —grité—, ¡y aquí está también el almohadón!


Los mellizos debían de haberse fabricado tiempo atrás un escondite
secreto en el espesor de la nébula, y ellos eran los que habían ocultado allí
el almohadón para jugar. Mientras la materia era fluida ellos suspendidos en
el medio podían dar saltos mortales a través del almohadón en forma de
rosca, pero ahora estaban aprisionados en una especie de requesón espu-
moso: el agujero del almohadón estaba cerrado y se sentían comprimidos
por todas partes.
—¡Agarráos al almohadón —traté de hacerles comprender—, que os
saco afuera, pavos!
Tiré, tiré, en un momento, antes de que se dieran cuenta, ya estaban
haciendo cabriolas en la superficie, ahora cubierta de una costra fina como
clara de huevo. El almohadón, en cambio apenas afuera se había disuelto.
Vaya uno a saber qué clase de fenómenos ocurrían en aquellos tiempos, y
quién se los explicaba a la abuela Bb’b.
Justo entonces, como si no pudieran elegir un momento mejor, los tíos
se levantaron lentamente y dijeron:
—Bueno, se ha hecho tarde, quién sabe qué andarán haciendo los
chicos, estamos un poco inquietos, ha sido un gusto vernos, pero es mejor
que nos vayamos.
No se puede decir que se equivocaran; incluso hubiera sido lógico que se
alarmaran y se fuesen antes, pero estos tíos, quizá por el lugar a trasmano
en que vivían habitualmente, eran gentes un poco cohibidas. Tal vez habían
estado en vilo hasta entonces y no se habían atrevido a decirlo.
Mi padre dice:
—Si queréis iros yo no os retengo, pero pensad bien si no os conviene
esperar a que se aclare un poco la situación, porque por el momento no se
sabe con qué peligro puede uno toparse—. En una palabra, frases llenas de
buen sentido. Pero ellos:

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

—No, no, gracias por preocuparte, la charla ha sido agradable pero


no os molestamos más— y otras tonterías por el estilo. En fin, no es que
nosotros entendiéramos mucho, pero ellos realmente no se daban cuenta
de nada.
Estos tíos eran tres, para ser exactos: una tía y dos tíos, los tres largos
largos y prácticamente idénticos; nunca se entendió bien quién de ellos era
marido o hermano de quién, ni tampoco cuál era exactamente su relación
de parentesco con nosotros: en aquellos tiempos muchas eran las cosas que
se mantenían en la vaguedad.
Comenzaron a irse uno por uno, los tíos, cada cual en una dirección
diferente, hacia el cielo negro. De vez en cuando, como para mantener el
contacto, decían:
—¡O! ¡O! Y todo lo hacían así: no sabían proceder con un mínimo de
método.
Apenas se han ido los tres y sus ¡O! ¡O! ya se oyen desde puntos lejanísi-
mos, cuando deberían estar todavía allí, a pocos pasos. Y se oyen también
algunas exclamaciones que no sabíamos qué querían decir: —¡Pero aquí
hay el vacío! —¡Pero por aquí no se pasa! —¿Y por qué no vienes aquí?
—¿Dónde estás?
—¡Salta, hombre! —¡Y qué es lo que salto, vamos!—¡Desde aquí se
vuelve atrás! —En fin, no se entendía nada, salvo el hecho de que entre
nosotros y aquellos tíos se iban ensanchando enormes distancias.
La tía, que había sido la última en irse, se desgañitaba en un discurso
más razonado: —Y yo ahora me quedo sola encima de esta cosa que se
ha separado...
Y las voces de los dos tíos, debilitadas ahora por la distancia, que repe-
tían: Tonta... Tonta... Tonta...
Estábamos escrutando esa oscuridad atravesada de voces, cuando sucedió
el cambio: el único gran cambio verdadero al que me ha sido dado asistir, en
comparación con el cual el resto no es nada. En resumen: eso que empezó en

50
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

el horizonte, esa vibración que no se parecía a lo que entonces llamábamos


sonidos, ni a las nombradas ahora con el “se toca”, ni a otras; una especie de
ebullición seguramente lejana y que al mismo tiempo acercaba lo que estaba
lejos; en fin, de pronto toda la oscuridad fue oscuridad en contraste con otra
cosa que no era oscuridad, es decir, la luz. Apenas se pudo hacer un examen
más detenido del estado de cosas, resultó que había: primero, el cielo oscuro
como siempre pero que empezaba a no serlo; segundo, la superficie en que
nos encontrábamos, toda gibosa y encostrada, de un hielo sucio que daba
asco y que iba derritiéndose rápido porque la temperatura subía a toda má-
quina; y tercero, aquello que después llamaríamos una fuente de luz, es decir,
una masa que se iba poniendo incandescente, separada de nosotros por un
enorme espacio vacío, y que parecía probar uno por uno todos los colores en
vibraciones tornasoladas. Y además, allí en medio del cielo, entre nosotros y
la masa incandescente, un par de islotes iluminados y vagos que giraban en
el vacío llevando encima a nuestros tíos u otra gente, reducidos a sombras
lejanas y que emitían una especie de gañido.
Lo más, entonces, estaba hecho: el corazón de la nébula, al contraerse,
había desarrollado calor y luz, y ahora había el Sol. Todo el resto seguía ro-
dando alrededor dividido y agrumado en varios pedazos: Mercurio, Venus,
la Tierra, otros más allá, y lo que estaba, estaba. Y además, hacía un calor
de reventar.
Nosotros, allí, con la boca abierta, de pie, menos el señor Hnw que aún
seguía en cuatro patas, por prudencia. Y mi abuela, riéndose. Ya lo dije:
la abuela Bb’b era de la época de la luminosidad difusa, y durante todo
aquel tiempo oscuro había seguido hablando como si de un momento a
otro las cosas tuvieran que volver a ser iguales que antes. Ahora le parecía
que había llegado su momento; por un instante había querido hacerse la
indiferente, la persona para la cual todo lo que sucede es perfectamente
natural; después, como no le hacíamos caso, había empezado a reírse y a
apostrofarnos: Ignorantes... Más que ignorantes...
Pero no era de buena fe, a menos que la memoria ya no le funcionase
tan bien. Mi padre, basándose en lo poco que entendía, le dijo, siempre
con cautela:

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

—Mamá, ya sé en qué está pensando, pero éste parece realmente un


fenómeno distinto... —Y señalando el suelo—: ¡Mirad abajo! —exclamó.
Bajamos los ojos. La Tierra que nos sostenía aún era un amasijo gelatino-
so, diáfano, que se iba poniendo cada vez más sólido y opaco, empezando
por el centro, donde iba espesándose una especie de yema de huevo; pero
nuestras miradas conseguían todavía atravesarla de lado a lado, iluminada
por aquel Sol primero. Y en medio de esa especie de burbuja transparente
veíamos una sombra que se movía como nadando y volando. Y nuestra
madre dijo:
—¡Hija mía!
Todos reconocimos a G’d (w)n: espantada quizá por el incendio del Sol,
en un arrebato de su alma esquiva se había precipitado dentro de la ma-
teria de la Tierra en condensación, y ahora trataba de abrirse paso en la
profundidad del planeta, y parecía una mariposa de oro y de plata cada vez
que pasaba por una zona todavía ilununada y diáfana, o bien desaparecía
en la esfera de sombra que se dilataba y dilataba. ¡G d (w)n! JG’d (w)n!, gri-
tábamos, y nos echábamos al suelo tratando de abrirnos camino también
nosotros, para alcanzarla.
Pero la superficie terrestre se iba cuajando en una corteza porosa, y mi
hermano Rwzfs, que había conseguido hundir la cabeza en una grieta, por
poco queda destrozado.
Después no se la vio más: la zona sólida ocupaba ahora toda la parte
central del planeta. Mi hermana había quedado del otro lado y no supe
nada más de ella, si había permanecido sepulta en la profundidad o se había
puesto a salvo del otro lado, hasta que la encontré mucho después, en
Canberra, en 1912, casada con un tal Sullivan, jubilado de ferrocarriles, tan
cambiada que casi no la reconocí.
Nos incorporamos. El señor Hnw y la abuela estaban adelante, llorando,
envueltos en llamas azules y oro.
—¡Rwzfs! ¿Por qué has prendido fuego a la abuela?— había empezado
ya a gritar nuestro padre, pero al volverse hacia mi hermano vio que tam-

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

bién él estaba envuelto en llamas. Y además, mi padre, y mi madre, y yo,


todos nos quemábamos en el fuego. Es decir, no nos quemábamos, estába-
mos inmersos en él como en un bosque deslumbrante, las llamas se alzaban
en toda la superficie del planeta, era un aire de fuego en el cual podíamos
correr y cernirnos y volar, tanto que nos dio como una nueva alegría.
Las radiaciones del Sol iban quemando la envoltura de los planetas,
hecha de helio y de hidrógeno; en el cielo, donde estaban nuestros tíos,
giraban globos inflamados que arrastraban largas barbas de oro y turquesa,
como el cometa su propia cola.
Volvió la oscuridad. Creíamos ahora que todo lo que podía suceder había
sucedido, y:
—Ahora sí que es el fin —dijo la abuela—, haced caso a los viejos.
En cambio la Tierra apenas había dado una de sus vueltas habituales. Era
la noche. Todo acababa de empezar.

De Cosmicómicas, Italo Calvino. Editorial Siruela.


Italo Calvino en Imaginantes. http://www.imaginalee.org/

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

JULIO CORTÁZAR (Bruselas, 1914 – París, 1984) Se educó en Buenos Aires


de donde eran sus padres, cuya nacionalidad adoptó. Realizó estudios de
Letras y Magisterio, y trabajó durante algún tiempo de maestro rural. En
1951 fijó definitivamente su residencia en París, donde muere el 12 de fe-
brero de 1984
¿Qué es un cuento para usted?
(…) Aunque parezca broma, un cuento es como andar en bicicleta, mientras se
mantiene la velocidad el equilibrio es muy fácil, pero si se empieza a perder veloci-
dad ahí te caes y un cuento que pierde velocidad al final, pues es un golpe para el
autor y para el lector.
De una entrevista realizada por José Julio Perlado, el 24 de mayo de 1983, en
el hotel madrileño en donde se hospedaba el escritor argentino.
“En los libros de Cortázar juega el autor, juega el narrador, juegan los per-
sonajes y luego el lector, obligado a ello por las endiabladas trampas que lo
acechan a la vuelta de la página menos pensada.
Mario Vargas Llosa

«Cortázar nos ha dejado una obra tal vez inconclusa pero tan bella e indes-
tructible como su recuerdo.»
Gabriel García Márquez

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Continuidad de los parques

H abía empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por ne-
gocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se
dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes.
Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el
mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del
estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón fa-
vorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante
posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra
vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria
retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la
ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso
de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que
su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que
los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales
danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido
por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes
que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del últi-
mo encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa;
ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama.
Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las
caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta,
protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se
entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo
anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía
que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enreda-
ban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban
abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada
había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora
cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano


acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se se-
pararon en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al
norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con
el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos,
hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la
casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a
esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la
sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero
una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos
puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta
del salón, y entonces el puñal en la mano. La luz de los ventanales, el alto
respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón
leyendo una novela.

De Final del juego, Julio Cortázar. Editorial Alfaguara.


Julio Cortázar en Imaginantes. http://www.imaginalee.org/

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Rayuela

Capítulo 7

M e miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces juga-


mos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos
se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran,
respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mor-
diéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando
en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un
silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lenta-
mente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos
la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscu-
ra. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y
terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y
hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar
contra mí como una luna en el agua.

De Rayuela, Julio Cortázar. Editorial Alfaguara.


Julio Cortázar en Imaginantes. http://www.imaginalee.org/

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Propiedades de un sillón

“ En casa del Jacinto hay un sillón para morirse. Cuando la gente se pone
vieja, un día la invitan a sentarse en el sillón que es un sillón como
todos pero con una estrellita plateada en el centro del respaldo. La per-
sona invitada suspira, mueve un poco las manos como si quisiera alejar
la invitación y después va a sentarse en el sillón y se muere. Los chicos,
siempre traviesos, se divierten en engañar a las visitas en ausencia de la
madre, y las invitan a sentarse en el sillón. Como las visitas están ente-
radas pero saben que de eso no se debe hablar, miran a los chicos con
gran confusión y se excusan con palabras que nunca se emplean cuando
se habla con los chicos, cosa que a éstos los regocija extraordinariamente.
Al final las visitas se valen de cualquier pretexto para no sentarse, pero más
tarde la madre se da cuenta de lo sucedido y a la hora de acostarse hay
palizas terribles. No por eso escarmientan, de cuando en cuando consiguen
engañar a alguna visita cándida y la hacen sentarse en el sillón. En esos
casos los padres disimulan, pues temen que los vecinos lleguen a enterarse
de las propiedades del sillón y vengan a pedirlo prestado para hacer sentar
a una u otra persona de su familia o amistad. Entretanto los chicos van
creciendo y llega un día en que sin saber por qué dejan de interesarse por el
sillón y las visitas. Más bien evitan entrar en la sala, hacen un rodeo por el
patio, y los padres, que ya están muy viejos, cierran con llave la puerta de la
sala y miran atentamente a sus hijos como queriendo leer su pensamiento.
Los hijos desvían la mirada y dicen que ya es hora de comer o de acostarse.
Por las mañanas el padre se levanta el primero y va siempre a mirar si
la puerta de la sala sigue cerrada con llave, o si alguno de los hijos no ha
abierto la puerta para que se vea el sillón desde el comedor, porque la es-
trellita de plata brilla hasta en la oscuridad y se la ve perfectamente desde
cualquier parte del comedor. “

De Historias de cronopios y de famas, Julio Cortázar. Editorial Alfaguara.


Julio Cortázar en Imaginantes. http://www.imaginalee.org/

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

AMPARO DÁVILA nació en Pinos, un pueblo minero de Zacatecas, México,


en 1928. Fue una niña rebelde y valiente que pasaba horas aislada en el
campo con tan sólo cinco años. Estudió en el colegio de religiosas en San
Luís Potosí. Sus primeras lecturas fueron fruto de la biblioteca de su padre,
un hombre culto. En 1950 publicó Salmos bajo la luna, al que siguieron Me-
ditaciones a la orilla del sueño y Perfil de soledades. Se trasladó a Ciudad de
México para cursar estudios universitarios, allí se convirtió en la secretaria
de Alfonso Reyes.
Perteneciente a lo que algunos han llamado Generación de medio siglo, Dávila
es una de las pocas cuentistas mexicanas cuya literatura parece rebasar la
realidad sin entregarse a la fantasía, motivo por el que resultaría impreciso
categorizar su obra como literatura fantástica, que impresionó al mismo
Cortázar, con el que le unió una gran amistad.
Los temas centrales en su narrativa son la enajenación mental, el peligro,
la muerte, el miedo a los animales, lo siniestro y la locura; la mayoría de
estos temas giran en torno a personajes femeninos. Uno de sus recursos
es la ambigüedad: maneja historias con múltiples interpretaciones y finales
abiertos e inesperados que hacen de la lectura una experiencia fascinante.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

El huésped

N unca olvidaré el día en que vino a vivir con nosotros. Mi marido lo


trajo al regreso de un viaje. Llevábamos entonces cerca de tres años
de matrimonio, teníamos dos niños y yo no era feliz. Representaba para mi
marido algo así como un mueble, que se acostumbra uno a ver en determi-
nado sitio, pero que no causa la menor impresión. Vivíamos en un pueblo
pequeño, incomunicado y distante de la ciudad. Un pueblo casi muerto o
a punto de desaparecer.
No pude reprimir un grito de horror, cuando lo vi por primera vez.
Era lúgubre, siniestro. Con grandes ojos amarillentos, casi redondos y sin
parpadeo, que parecían penetrar a través de las cosas y de las personas.
Mi vida desdichada se convirtió en un infierno. La misma noche de su llega-
da supliqué a mi marido que no me condenara a la tortura de su compañía.
No podía resistirlo; me inspiraba desconfianza y horror. “Es completamen-
te inofensivo”, dijo mi marido mirándome con marcada indiferencia. “Te
acostumbrarás a su compañía y, si no lo consigues…” No hubo manera de
convencerlo de que se lo llevara. Se quedó en nuestra casa. No fui la única
en sufrir con su presencia. Todos los de la casa -mis niños, la mujer que me
ayudaba en los quehaceres, su hijito- sentíamos pavor de él. Sólo mi marido
gozaba teniéndolo allí. Desde el primer día mi marido le asignó el cuarto
de la esquina. Era ésta una pieza grande, pero húmeda y oscura. Por esos
inconvenientes yo nunca la ocupaba. Sin embargo él pareció sentirse con-
tento con la habitación. Como era bastante oscura, se acomodaba a sus ne-
cesidades. Dormía hasta el oscurecer y nunca supe a qué hora se acostaba.
Perdí la poca paz de que gozaba en la casona. Durante el día, todo mar-
chaba con aparente normalidad. Yo me levantaba siempre muy temprano,
vestía a los niños que ya estaban despiertos, les daba el desayuno y los en-
tretenía mientras Guadalupe arreglaba la casa y salía a comprar el mandado.
La casa era muy grande, con un jardín en el centro y los cuartos distribui-
dos a su alrededor. Entre las piezas y el jardín había corredores que protegían
las habitaciones del rigor de las lluvias y del viento que eran frecuentes.

60
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Tener arreglada una casa tan grande y cuidado el jardín, mi diaria ocupa-
ción de la mañana, era tarea dura. Pero yo amaba mi jardín. Los corredores
estaban cubiertos por enredaderas que floreaban casi todo el año. Recuerdo
cuánto me gustaba, por las tardes, sentarme en uno de aquellos corredores
a coser la ropa de los niños, entre el perfume de las madreselvas y de las
bugambilias. En el jardín cultivaba crisantemos, pensamientos, violetas de
los Alpes, begonias y heliotropos. Mientras yo regaba las plantas, los niños
se entretenían buscando gusanos entre las hojas. A veces pasaban horas,
callados y muy atentos, tratando de coger las gotas de agua que se esca-
paban de la vieja manguera. Yo no podía dejar de mirar, de vez en cuando,
hacia el cuarto de la esquina. Aunque pasaba todo el día durmiendo, no
podía confiarme. Hubo muchas veces que cuando estaba preparando la
comida veía de pronto su sombra proyectándose sobre la estufa de leña. Lo
sentía detrás de mí… yo arrojaba al suelo lo que tenía en las manos y salía
de la cocina corriendo y gritando como una loca. Él volvía nuevamente a
su cuarto, como si nada hubiera pasado. Creo que ignoraba por completo a
Guadalupe, nunca se acercaba a ella ni la perseguía. No así a los niños y a
mí. A ellos los odiaba y a mí me acechaba siempre.
Cuando salía de su cuarto comenzaba la más terrible pesadilla que al-
guien pueda vivir. Se situaba siempre en un pequeño cenador, enfrente de
la puerta de mi cuarto. Yo no salía más. Algunas veces, pensando que aún
dormía, yo iba hacia la cocina por la merienda de los niños, de pronto lo
descubría en algún oscuro rincón del corredor, bajo las enredaderas. “¡Allí
está ya, Guadalupe!”, gritaba desesperada.
Guadalupe y yo nunca lo nombrábamos, nos parecía que al hacerlo co-
braba realidad aquel ser tenebroso. Siempre decíamos: —Allí está, ya salió,
está durmiendo, él, él, él.
Solamente hacía dos comidas, una cuando se levantaba al anochecer y
otra, tal vez, en la madrugada antes de acostarse. Guadalupe era la encar-
gada de llevarle la bandeja, puedo asegurar que la arrojaba dentro del cuarto
pues la pobre mujer sufría el mismo terror que yo. Toda su alimentación se
reducía a carne, no probaba nada más.

61
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Cuando los niños se dormían, Guadalupe me llevaba la cena al cuarto.


Yo no podía dejarlos solos, sabiendo que se había levantado o estaba por
hacerlo. Una vez terminadas sus tareas, Guadalupe se iba con su pequeño a
dormir y yo me quedaba sola, contemplando el sueño de mis hijos. Como la
puerta de mi cuarto quedaba siempre abierta, no me atrevía a acostarme,
temiendo que en cualquier momento pudiera entrar y atacarnos. Y no era
posible cerrarla; mi marido llegaba siempre tarde y al no encontrarla abierta
habría pensado… Y llegaba bien tarde. Que tenía mucho trabajo, dijo algu-
na vez. Pienso que otras cosas también lo entretenían…
Una noche estuve despierta hasta cerca de las dos de la mañana, oyén-
dolo afuera… Cuando desperté, lo vi junto a mi cama, mirándome con su
mirada fija, penetrante… Salté de la cama y le arrojé la lámpara de gasolina
que dejaba encendida toda la noche. No había luz eléctrica en aquel pueblo
y no hubiera soportado quedarme a oscuras, sabiendo que en cualquier
momento… Él se libró del golpe y salió de la pieza. La lámpara se estrelló en
el piso de ladrillo y la gasolina se inflamó rápidamente. De no haber sido por
Guadalupe que acudió a mis gritos, habría ardido toda la casa. Mi marido no
tenía tiempo para escucharme ni le importaba lo que sucediera en la casa.
Sólo hablábamos lo indispensable. Entre nosotros, desde hacía tiempo el
afecto y las palabras se habían agotado.
Vuelvo a sentirme enferma cuando recuerdo… Guadalupe había salido a la
compra y dejó al pequeño Martín dormido en un cajón donde lo acostaba du-
rante el día. Fui a verlo varias veces, dormía tranquilo. Era cerca del mediodía.
Estaba peinando a mis niños cuando oí el llanto del pequeño mezclado con
extraños gritos. Cuando llegué al cuarto lo encontré golpeando cruelmente al
niño. Aún no sabría explicar cómo le quité al pequeño y cómo me lancé contra
él con una tranca que encontré a la mano, y lo ataqué con toda la furia con-
tenida por tanto tiempo. No sé si llegué a causarle mucho daño, pues caí sin
sentido. Cuando Guadalupe volvió del mandado, me encontró desmayada y a
su pequeño lleno de golpes y de araños que sangraban. El dolor y el coraje que
sintió fueron terribles. Afortunadamente el niño no murió y se recuperó pronto.

62
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Temí que Guadalupe se fuera y me dejara sola. Si no lo hizo, fue porque


era una mujer noble y valiente que sentía gran afecto por los niños y por
mí. Pero ese día nació en ella un odio que clamaba venganza.
Cuando conté lo que había pasado a mi marido, le exigí que se lo llevara,
alegando que podía matar a nuestros niños como trató de hacerlo con el pe-
queño Martín. “Cada día estás más histérica, es realmente doloroso y depri-
mente contemplarte así… te he explicado mil veces que es un ser inofensivo.”
Pensé entonces en huir de aquella casa, de mi marido, de él… Pero no tenía
dinero y los medios de comunicación eran difíciles. Sin amigos ni parientes
a quienes recurrir, me sentía tan sola como un huérfano.
Mis niños estaban atemorizados, ya no querían jugar en el jardín y no
se separaban de mi lado. Cuándo Guadalupe salía al mercado, me encerraba
con ellos en mi cuarto.
—Esta situación no puede continuar —le dije un día a Guadalupe.
—Tendremos que hacer algo y pronto —me contestó.
— ¿Pero qué podemos hacer las dos solas?
—Solas, es verdad, pero con un odio…
Sus ojos tenían un brillo extraño. Sentí miedo y alegría.
La oportunidad llegó cuando menos la esperábamos. Mi marido partió
para la ciudad a arreglar unos negocios. Tardaría en regresar, según me dijo,
unos veinte días. No sé si él se enteró de que mi marido se había marcha-
do, pero ese día despertó antes de lo acostumbrado y se situó frente a mi
cuarto. Guadalupe y su niño durmieron en mi cuarto y por primera vez
pude cerrar la puerta. Guadalupe y yo pasamos casi toda la noche haciendo
planes. Los niños dormían tranquilamente. De cuando en cuando oíamos
que llegaba hasta la puerta del cuarto y la golpeaba con furia…
Al día siguiente dimos de desayunar a los tres niños y, para estar tran-
quilas y que no nos estorbaran en nuestros planes, los encerramos en mi
cuarto. Guadalupe y yo teníamos muchas cosas por hacer y tanta prisa en
realizarlas que no podíamos perder tiempo ni en comer.

63
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Guadalupe cortó varias tablas, grandes y resistentes, mientras yo busca-


ba martillo y clavos. Cuando todo estuvo listo, llegamos sin hacer ruido has-
ta el cuarto de la esquina. Las hojas de la puerta estaban entornadas. Con-
teniendo la respiración, bajamos los pasadores, después cerramos la puerta
con llave y comenzamos a clavar las tablas hasta clausurarla totalmente.
Mientras trabajábamos, gruesas gotas de sudor nos corrían por la frente.
No hizo entonces ruido, parecía que estaba durmiendo profundamente.
Cuando todo estuvo terminado, Guadalupe y yo nos abrazamos llorando.
Los días que siguieron fueron espantosos. Vivió muchos días sin aire, sin
luz, sin alimento… Al principio golpeaba la puerta, tirándose contra ella,
gritaba desesperado, arañaba… Ni Guadalupe ni yo podíamos comer ni
dormir, ¡eran terribles los gritos…! A veces pensábamos que mi marido re-
gresaría antes de que hubiera muerto. ¡Si lo encontrara así…! Su resistencia
fue mucha, creo que vivió cerca de dos semanas…
Un día ya no se oyó ningún ruido. Ni un lamento… Sin embargo, espe-
ramos dos días más, antes de abrir el cuarto.
Cuando mi marido regresó, lo recibimos con la noticia de su muerte
repentina y desconcertante.

De Obra reunida, Amparo Dávila. Fondo de Cultura Económica.

64
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

OSCAR DE LA BORBOLLA (Ciudad de México, 1949). Ensayista, narrador y


poeta. Obtuvo la maestría en filosofía en la UNAM y el doctorado en la
Universidad Complutense de Madrid, becado por el Instituto de Coopera-
ción Iberoamericana. Ha sido profesor de filosofía en la FES-Acatlán de la
UNAM, titular en el área de metafísica y ontología; coordinador de talleres
en universidades, casas de cultura y el CNIPL del INBA; asesor del secretario
de Educación Pública; guionista de los programas radiofónicos “Ucronías
Radiofónicas” en Radio Educación y “La Carta Radiofónica” en Radio Trece;
conferencista en la mayoría de las universidades de la República Mexicana y
en innumerables universidades de Estados Unidos, Canadá y España; miem-
bro de la Comisión Dictaminadora de la Dirección General de Bibliotecas de
la UNAM y de los consejos de redacción de Los Universitarios, Plural y Blanco
Móvil. Su obra ha sido traducida al inglés, francés y serbocroata.
(…) A nadie hay que enseñarle a disfrutar el dulce, pero para apreciar to-
dos los demás sabores hay que aprender. A nadie hay que enseñarle a disfru-
tar las melodías cuyos ritmos son simples; pero para gozar la música de con-
cierto hay que aprender. A nadie hay que enseñarle a interesarse en un chiste
o en una anécdota; pero para llegar al placer de la literatura hay que aprender.
¿Cómo aprender? Quien se formula esta pregunta ya anda muy avanzado en el
camino que va a la solución, ya se preocupa por el hecho de que nacemos con muy
pocas ventanas hacia el placer (al principio sólo nos gusta lo dulce y la ternura que,
dicho sea de paso, es sinónimo de dulzura) y anda explorando, experimentando y
esa curiosidad es, precisamente, la clave del asunto, pues la curiosidad hace que el
mundo se abra: el mundo donde todas las cosas –si uno sabe– son fuentes de pla-
cer, lo mismo la espiral de un caracol que lentamente se arrastra por una hoja al fi-
nal de la lluvia que la espiral de la nebulosa de Orión que parece inmóvil en el confín
del universo… Quienes se preguntan ya están del otro lado o llegarán muy pronto.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

(…) Porque, ¿cuál es el verdadero meollo del placer de la lectura? No se trata de


conocer las mejores historias, las mejores ideas, las mejores formas de escritura, en
suma, no se trata de aprender, sino de gozar; el aprender vendrá por añadidura. El
gozo de la lectura radica en la sensación de acceder a otro mundo, ese donde las
palabras impresas se levantan ante nosotros como mundo y, por ello, no importa
si el acceso es lerdo, está mal escrito o incluso si es contrario a las buenas costum-
bres; lo importante es entrar, porque ya adentro, al margen de lo que cada quien
encuentre o busque, se experimenta el placer de vivir otra vida, de pensar otras
ideas y de estar en esa insuperable aventura que consiste en recibir todo lo que nos
avientan las palabras.
El sibarita de la lectura, Oscar de la Borbolla.
Revista Club de Lectores número 9.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Minibiografía del minicuento

C omo no nacemos sabiendo, ni el saber nos viene en la memoria genéti-


ca, es forzoso que haya en nuestro pasado una etapa cuando nada sa-
bíamos acerca de algo. Por lo regular, solemos olvidar ese tiempo y vivimos
con la vaga impresión de que desde siempre fuimos lo que somos ahora.
Para ilustrar esta idea, he de decir que yo casi no puedo imaginarme cómo
fue que aprendí a leer, no soy capaz de verme en esos años párvulos ante
el tapiz indescifrable de las letras de un libro, ni dibujando mil veces con la
mano crispada mis primeras vocales. Sin embargo, así debió de ser, pues
nadie sale del analfabetismo sin emprender titánicos esfuerzos.
No obstante, mientras que hay muchas experiencias cuyo origen en mí
se ha borrado, hay otras que tengo perfectamente bien fechadas: recuerdo
como si hubiese sido ayer, mi primer coito, mi primer romance, el primer
golpe que me hizo rodar inconsciente en medio de un griterío y las burlas de
mis compañeros de la escuela primaria. Con esta nitidez guardo el recuerdo
de mi primer contacto con el minicuento. Ocurrió en mi pubertad, cuando
mi carácter retraído y huraño me aislaba de la gente y me lanzaba no a las
autistas pantallas de los videojuegos de hoy –esos escapes no existían en-
tonces-, sino a las calzadas de los cementerios, al laberinto de tumbas que
hay en los panteones, pues era un púber romántico que, con un libro bajo
el brazo, se perdía entre las criptas en busca de un sauce que diera sombra a
la lectura. Y una tarde, me instalé bajo un pirul que salpicaba las páginas de
mi libro con su viscosa savia. Harto de la llovinza vegetal, me levanté y des-
cubrí el minicuento: los mejores minicuentos, la antología más maravillosa
de minicuentos. No me refiero –y no se me tome a mal– a los escritos por
Monterroso, ni a los poemínimos de Huerta, que sin duda son espléndidos,
sino a los minicuentos perpretados por los primeros minicuentistas, por los
verdaderos inventores del género, es decir, a los minicuentos que figuran en
la mayoría de las lápidas: a los epitafios: 1919-1958, mamita: tus hijos te ex-
trañan—, o aquel otro más lacónico aún que decía: “Sin ti no vivo, Pepe”.

67
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Me encantaba caminar por el panteón de Dolores, sentir con los dedos


los surcos empolvados de las letras labradas en las placas de mármol, la
frialdad habladora del granito. Entonces no sabía, por supuesto, que esas
brevísimas historias constituían un género literario; pero sí sabía que eran
frases sentidas que resumían vidas enteras y me dedicaba a expandirlas, a
desenvolver con la imaginación los detalles omitidos por los redactores, y
de un simple epitafio generaba una novela completa: tres o cuatro horas
frente a cualquiera de las frases me permitían comprender lo que sólo la
buena literatura nos entrega: la alegre certeza de que existen muchas vidas
y la trágica evidencia de que todas son truncadas por la muerte.
Mis paseos por los cementerios hicieron de mí un turista de la muerte,
un intruso de los dramas ajenos, pues a veces me tocaban tumbas frescas
y, al mezclarme entre los deudos, llegaba a conocer a los personajes llorosos
que luego, pasadas las semanas, estarían con sus nombres en los epitafios,
en los nuevos, recién publicados, minicuentos. Estos contactos no siempre
me gustaban, pues era como si primero hubiese visto la película y luego
leído la novela y, como se comprenderá fácilmente, no siempre es la mejor
forma de acercarse a una historia. Prefiero el escueto epitafio al vivo drama
familiar in extenso.
Ahora, para terminar, voy a ofrecerles, en primer término, el mejor mini-
cuento que conozco, en segundo, el más famoso y, finalmente, uno hecho
por mí para esta ocasión y que, espero, sea el definitivamente más corto
de cuantos puedan inventarse.
El mejor minicuento que he leído está en una lápida del Panteón Jardín:
consta de una sola palabra, pero es una palabra que resume la vida de va-
rios personajes, que muestra la pasión, los disgustos, los desgarramientos,
la traición, los celos, la decepción, la rabia. Sobre una sobria piedra negra
puede leerse esta hondísima historia: “Desgraciada”.
El más famoso minicuento forma parte de la literatura épica y está ar-
mado con narrador autodiegético: es la archiconocida frase dicha por César
al vencer a Farnaces: “Veni, vidi,vici”.

68
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Aclaro que César la compuso con cabal conciencia y con una plena in-
tención de síntesis, pues buscaba informar al Senado, con una historia rápi-
da, la rapidez de su victoria.
El minicuento más breve posible empecé a componerlo en mi perdida puber-
tad de paseante de panteones, en los tiempos cuando descubrí mi vocación lite-
raria y filosófica. En él se resumen no sólo mis dudas frente a la vida y la muerte,
sino la incertidumbre mortal del hombre frente a su destino. Este minicuento dice
exclusivamente: “Y”.

De Relatos vertiginosos. Antología de cuentos mínimos, Oscar de la Borbolla,


Selección y prólogo de Lauro Zavala. Editorial Alfaguara.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

PHILIP K. DICK nació en Chicago en 1928 y residió la mayor parte de su vida


en California. Escritor precoz, empezó a dedicarse a ello profesionalmente
en 1952, para publicar un total de treinta y seis novelas y cinco colecciones
de relatos a lo largo de su vida. En 1962 ganó el premio Hugo a la mejor
novela con El hombre en el castillo, y en 1975, el premio John W. Campbell
Memorial con Fluyan mis lágrimas, dijo el policía. Murió en marzo de 1982 sin
llegar a ver la primera adaptación cinematográfica de su obra, Blade Runner.
La ciencia ficción no puede ser definida como “un relato, novela o drama ambien-
tado en el futuro”, desde el momento en que existe algo como la aventura espacial,
que está ambientada en el futuro pero no es ciencia ficción; se trata simplemente
de aventuras, combates y guerras espaciales que se desarrollan en un futuro de
tecnología superavanzada.
¿Y por qué no es ciencia ficción? ¿A qué podemos llamar ciencia ficción? Tenemos
un mundo ficticio; éste es el primer paso. Una sociedad que no existe de hecho, pero
que se basa en nuestra sociedad real; es decir, ésta actúa como punto de partida. La
sociedad deriva de la nuestra en alguna forma, tal vez ortogonalmente, como sucede
en los relatos o novelas de mundos alternos. Es nuestro mundo desfigurado por el
esfuerzo mental del autor, nuestro mundo transformado en otro que no existe o que
aún no existe. Este mundo debe diferenciarse del real al menos en un aspecto que debe
ser suficiente para dar lugar a acontecimientos que no ocurren en nuestra sociedad o
en cualquier otra sociedad del presente o del pasado. Una idea coherente debe fluir en
esta desfiguración; quiero decir que la desfiguración ha de ser conceptual, no trivial
o extravagante... Ésta es la esencia de la ciencia ficción, la desfiguración conceptual
que, desde el interior de la sociedad, origina una nueva sociedad imaginada en la
mente del autor, plasmada en letra impresa y capaz de actual como un mazazo en
la mente del lector, lo que llamamos el shock del no reconocimiento. Él sabe que la
lectura no se refiere a su mundo real. Ray Bradbury
Biblioteca Digital Ciudad Seva

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Más allá se encuentra el wub

F altaba poco para terminar de cargar. El optus, de pie, con los brazos cruza-
dos, fruncía el ceño. El capitán Franco bajó despacio por la pasarela y sonrió.
—¿Qué ocurre? —le preguntó—. Te pagan por esto.
El optus no dijo nada. Recogió sus ropas y dio media vuelta. El capitán
pisó el borde de la túnica.
—Espera un momento, no te vayas; aún no he terminado.
—¿De veras? —El optus se volvió con dignidad—. Regreso a la aldea.
Contempló los animales y los pájaros que eran conducidos hacia la nave.
He de organizar nuevas cacerías.
Franco encendió un cigarrillo.
—¿Por qué no? A vosotros os basta con salir a campo abierto y seguir
pistas. Pero cuando estemos a mitad de camino entre Marte y la Tierra...
El optus se marchó sin contestar. Franco se reunió con el primer piloto
al pie de la pasarela.
—¿Cómo va todo? —consultó el reloj—. Hemos hecho un buen negocio.
El piloto le miró con cara de pocos amigos.
—¿Cómo explica eso?
—¿Qué le pasa? Lo necesitamos más que ellos.
—Nos veremos después, capitán.
El piloto subió por la pasarela y se abrió paso entre las aves zancudas
marcianas. Franco le vio desaparecer en el interior de la nave. Iba a seguirle
hasta la portilla cuando lo vio.

71
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

—¡Dios mío!
Se quedó mirando con las manos en las caderas. Peterson venía por el
sendero, con la cara congestionada, arrastrándolo todo con una cuerda.
Lo siento, capitán —dijo, manteniendo tensa la cuerda.
Franco avanzó hacia él.
—¿Qué es eso?
El wub desplomó su enorme cuerpo lentamente. Se sentó con los ojos
entornados. Algunas moscas zumbaban sobre su flanco y las espantó con
la cola.
Se hizo el silencio.
—Es un wub —explicó Peterson—. Se lo compré a un nativo por cincuenta
centavos. Dijo que era un animal muy raro. Muy respetado.

—¿Esto? —Franco aguijoneó el inmenso flanco del wub—. ¡Si es un cerdo!


¡Un inmundo cerdo grande!

—Sí, señor, es un cerdo. Los nativos lo llaman wub.


—Un gran cerdo. Debe de pesar unos doscientos kilos.
Franco agarró un mechón del hirsuto pelo. El wub jadeó. Abrió sus ojos peque-
ños y húmedos, y su gran boca tembló.

Una lágrima se deslizó por la mejilla del animal y cayó al suelo.

—Tal vez sea comestible —dijo Peterson, nervioso.

—Pronto lo averiguaremos —respondió Franco.


El wub sobrevivió al despegue, profundamente dormido en la bodega
de la nave. Cuando ya estaban en el espacio y todo funcionaba con nor-
malidad, el capitán Franco ordenó a sus hombres que subieran al wub para
dilucidar qué clase de animal era.

72
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

El wub gruñó y resopló mientras ascendía a duras penas por el pasillo.


—Vamos —masculló Jones tirando de la cuerda.
El wub se retorcía y su piel rozaba las lisas paredes cromadas. Desem-
barcó en la antecámara y cayó pesadamente en al suelo. Los hombres se
levantaron de un salto.
—¡Santo cielo! —exclamó French—. ¿Qué es eso?
—Peterson dice que es un wub —respondió Jones—. Es suyo.
Le dio una patada al wub, y el animal, jadeante, se puso en pie con gran
dificultad.
—¿Y ahora qué le pasa? —dijo French acercándose—. ¿Se va a poner
enfermo?
Todos lo contemplaban. El wub puso sus ojos en blanco y luego miró a
los hombres que lo rodeaban.
—Quizá tenga sed —aventuró Peterson
Fue a buscar agua. French sacudió la cabeza.
—Ya entiendo por qué hemos tenido tantos problemas para despegar.
Me he visto obligado a revisar todos mis cálculos de lastre.
Peterson volvió con el agua. El wub, agradecido, la lamió a grandes
lengüetazos y salpicó a la tripulación.
El capitán Franco apareció en la puerta.
—Echémosle un vistazo. —Avanzó con mirada escrutadora—. ¿Lo
compraste por cincuenta centavos?
—Sí, señor —dijo Peterson—. Come de todo. Le di cereales y le gus-
taron, y después patatas, forrajes y las sobras de nuestra comida, y leche.
Creo que le gusta comer. Una vez ha llenado el estómago, se echa a dormir.

73
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

—Entiendo. Bien, me gustaría saber cuál es su sabor. Creo que no con-


viene alimentarlo tanto, ya está bastante gordo. ¿Dónde está el cocinero?
Que se presente al instante. Quiero averiguar
El wub dejó de beber y miró al capitán.
—Le sugiero, capitán, que hablemos de otros asuntos —dijo el wub.
Un pesado silencio se abatió sobre la habitación.
—¿Quién ha dicho eso? —preguntó el capitán Franco.
—El wub, señor —dijo Peterson—. Ha hablado.
Todos miraron al wub.
—¿Qué ha dicho? ¿Qué ha dicho?
—Ha sugerido que habláramos de otras cosas.
Franco se acercó al wub. Dio vueltas a su alrededor y lo examinó desde
todos los ángulos. Luego volvió a reunirse con sus hombres.
—Tal vez haya un nativo en su interior, —reflexionó en voz alta—. Tal
vez deberíamos abrirlo y confirmarlo.
—¡Dios mío! —exclamó el wub—. ¿Sólo piensan en matar y trinchar?
—¡Salga de ahí! ¡Quien quiera que sea, salga! —gritó Franco con los
puños apretados.
No se produjo el menor movimiento. Los hombres miraban al wub,
pálidos y procurando mantenerse juntos.
El wub agitó la cola y eructó.
—Perdón —se disculpó.
—Creo que no hay nadie dentro —susurró Jones.
Los hombres se miraron entre sí.

74
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

El cocinero entró.
—¿Me mandó llamar, capitán? ¿Qué es eso?
—Es un wub —dijo Franco—. Nos lo comeremos. ¿Por qué no lo mide
y trata de...
—Antes que nada, deberíamos hablar —interrumpió el wub—. Con
su permiso, me gustaría discutir este asunto. Veo que no nos ponemos de
acuerdo en algunos aspectos fundamentales.
El capitán tardó un rato en contestar. El wub esperó pacientemente y
aprovechó para sacarse el agua de las mandíbulas.
—Vamos a mi despacho —dijo finalmente el capitán.
Se volvió y salió de la habitación. El wub se levantó y fue tras de él. Los
hombres lo siguieron con la mirada y le oyeron subir la escalera.
—Me gustaría saber cómo terminará todo esto —dijo el cocinero—.
Bien, vuelvo a la cocina. Informadme de cualquier novedad.
—Claro —dijo Jones—. Claro.
El wub se dejó caer en un rincón con un suspiro.
—Le ruego me disculpe, pero me encantan todas las formas de descan-
so. Cuando se es tan grande como yo…
El capitán asintió con un gesto de impaciencia. Tomó asiento ante su
escritorio y entrelazó las manos.
—Bien, empecemos de una vez. Es usted un wub, si no me equivoco.
—Creo que sí. Quiero decir que así es como nos llaman los nativos,
aunque tenemos nuestra propia denominación.
—Habla nuestro idioma ¿Estuvo en contacto con terrícolas anterior-
mente?
—No.

75
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

—Entonces ¿cómo lo hace?


—¿Hablar su idioma? ¿Estoy hablando en su idioma? No soy consciente
de hablar ninguna lengua en particular. Examiné su mente...
—¿Mi mente?
—Estudié los contenidos, en especial el depósito semántico, como yo
lo llamo...
—Entiendo. Telepatía, claro.
—Somos una raza muy antigua. Muy antigua y voluminosa. Nos cuesta
mucho desplazarnos. Como comprenderá, algo tan lento y pesado está a
merced de formas más ágiles de la vida. Consideramos que sería inútil basar
nuestra supervivencia en la fuerza física. Demasiado pesados para correr,
demasiado blandos para combatir, demasiado pacíficos para cazar por di-
versión...
—¿Y de qué viven?
—Plantas, vegetales, comemos casi de todo. Somos tolerantes, libres y
eclécticos. Vivimos y dejamos vivir. Por eso hemos durado tanto. Y por eso
me opuse con tanta vehemencia a ser introducido a una olla. Vi la imagen
en su mente: la mayor parte de mi cuerpo en el congelador, otra en la olla,
un pedacito para el gato...
—¿Así que lee la mente? —interrumpió el capitán—. Muy interesante.
¿Qué más? Quiero decir, ¿posee alguna otra capacidad semejante?
—Nada importante —respondió el wub distraído, paseando la mirada
por la habitación—. Un bonito despacho, capitán, muy limpio. Respeto
las formas de vida que aman la pulcritud. Algunas aves marcianas son muy
aseadas: sacan los desperdicios del nido y luego barren.
—Fascinante, pero volviendo a lo que hablábamos...
—Desde luego. Usted habló de cocinarme. Según he oído, el sabor
es agradable. Un poco grasos pero tiernos. ¿Aunque cómo lograremos

76
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

establecer una relación perdurable entre su pueblo y el mío si persiste en


actitudes tan bárbaras? ¿Comerme? Deberíamos discutir otras cuestiones:
filosofía, arte...
—¡Filosofía! —exclamó el capitán poniéndose en pie—. Quizá le inte-
rese saber que el próximo mes apenas tendremos nada para comer, algunas
provisiones se han echado a perder...
—Lo sé. —El wub asintió con la cabeza—. Pero ¿no estaría más de
acuerdo con sus principios democráticos que lo sorteáramos? Después de
todo, la democracia consiste en proteger a las minorías de tales abusos. Si
cada uno tiene derecho a votar...
El capitán fue hacia la puerta.
—Está loco —rezongó.
Abrió la puerta. Abrió la boca.
Se quedó petrificado, con la boca abierta, la mirada perdida, los dedos
sujetando el tirador.
El wub le miró. Luego salió de la habitación y pasó por delante del capi-
tán. Se alejó por el corredor, absorto en sus pensamientos.
La habitación estaba en silencio.
—Como verá —dijo el wub—, tenemos mitos comunes. Sus mentes
albergan muchos símbolos mitológicos familiares: Ishtar, Ulises
Peterson estaba sentado sin decir nada, con la vista fija en el suelo. Se
removió en su silla.
—Siga —dijo—. Siga, por favor.
—Su Ulises es una figura común a casi todas las razas autoconscientes.
Desde mi punto de vista, Ulises vaga como un individuo consciente de sí
como tal. Es la idea de la separación de la familia o del país. El proceso de
individuación.

77
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

—Pero Ulises acaba volviendo a casa—. Peterson miró por el ojo de


buey las estrellas, las incontables estrellas que brillaban con intensidad en el
universo vacío—. Al final, vuelve a casa.
—Como lo hacen todas las criaturas. El momento de la separación es
un período transitorio, un breve viaje del alma. Tiene un principio y un fin.
El viajero errante regresa a su país y a su raza...
La puerta se abrió. El wub se calló y volvió su gran cabeza.
El capitán Franco entró en la habitación seguido de sus hombres. Titu-
bearon en el umbral.
—¿Te encuentras bien? —preguntó French.
—¿Te refieres a mí? —replicó Peterson, sorprendido—. ¿Por qué?
—Ven aquí —ordenó el capitán Franco empuñando una pistola—.
Levántate y acércate.
Hubo un silencio.
—Adelante —dijo el wub—. No importa.
Peterson se puso en pie.
—¿Para qué?
—Es una orden.
Peterson se dirigió a la puerta. French le cogió del brazo.
—¿Qué pasa? —Peterson se soltó con un movimiento brusco—. ¿Qué
os pasa a todos?
El capitán Franco avanzó hacia el wub. El wub le miró desde el rincón
en donde estaba echado junto a la pared.
—Es interesante que siga obsesionado con la idea de comerme. Me
pregunto la razón.

78
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

—Levántese —ordenó Franco.


—Si insiste —El wub se incorporó con un gruñido—. Tenga paciencia.
Me cuesta mucho.
Logró ponerse en pie, jadeando y con la lengua fuera.
—Mátelo ya —dijo French.
—¡Por el amor de Dios! —exclamó Peterson.
Jones se volvió hacia él con los ojos llenos de miedo.
—Tú no le viste como una estatua con la boca abierta. Aún seguiría allí
si no hubiéramos bajado.
—¿Quién? ¿El capitán? —preguntó Peterson—. Pero si está bien.
Todos miraban al wub, en pie en medio de la habitación. Respiraba
entrecortadamente.
—Vamos —dijo Franco—. Apártense.
Los hombres se apelotonaron en la puerta.
—Tiene miedo, ¿verdad? —habló el wub—. ¿Qué le he hecho? Me
repugna la idea de lastimar a alguien. Sólo he intentado protegerme. ¿Es-
peraba que me precipitara alegremente hacia mi muerte? Soy un ser tan
sensible como ustedes. Tenía curiosidad por ver su nave, por saber algo más
sobres sus costumbres. Le sugerí al nativo...
La pistola osciló.
—¿Ven? —dijo Franco—. Ya me lo parecía.
El wub se tiró al suelo, tembloroso. Estiró las patas y enrolló la cola.
—Hace mucho calor —dijo—. Debemos de estar cerca de los moto-
res. Energía atómica. Desde un punto de vista técnico han logrado cosas
maravillosas, pero sus científicos no están preparados para resolver proble-
mas morales, éticos...

79
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Franco se volvió hacia los tripulantes, apiñados a su espalda, silenciosos


y con los ojos abiertos de par en par.
—Yo lo haré. Pueden mirar, si quieren.
—Trate de darle en el cerebro —aprobó French—. No es comestible.
No tire al pecho. Si la caja torácica revienta, tendremos que ir sacando los
huesos.
—Escuchad —dijo Peterson lamiéndose los labios—. ¿Qué ha hecho?
¿Ha causado algún mal? Os estoy haciendo una pregunta. Y, además, es
mío. No tenéis derecho a matarlo. No es vuestro.
Franco levantó la pistola.
—Yo me voy —dijo Jones, pálido y descompuesto—. No quiero verlo.
—Yo también —dijo French.
Ambos salieron tropezando y murmurando. Peterson permaneció junto
a la puerta.
—Me hablaba de los mitos —musitó—. Es incapaz de hacerle daño
a nadie.
Se marchó.
Franco se acercó al wub. Éste levantó los ojos y tragó saliva.
—Qué locura —dijo—. Lamento que desee hacerlo. Recuerdo una
parábola de su Salvador
Se interrumpió y fijo la vista en la pistola.
—¿Será capaz de mirarme a los ojos cuando lo haga? ¿Será capaz?
—Desde luego. Allá en la granja teníamos cerdos, apestosos jabalíes,
Claro que seré capaz.
Sin apartar la mirada de los ojos húmedos y brillantes del wub, apretó
el gatillo.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

El sabor era excelente.


Estaban sentados con semblante de tristeza alrededor de la mesa; algunos
apenas comían. El único que parecía disfrutar del plato era el capitán Franco.
—¿Más? —preguntó—. ¿Más? ¿Un poco más de vino?
—Yo no —respondió French—. Vuelvo a la sala de control.
—Yo tampoco. —Jones se puso de pie y empujó la silla hacia atrás—.
Hasta luego.
El capitán les vio marcharse. Algunos de los que quedaban también se
excusaron.
—¿Qué les ocurre a todos? —preguntó el capitán a Peterson.
Éste permanecía sentado con la vista fija en el plato, en las patatas, en
los guisantes y en el trozo de carne tierna y humeante.
Abrió la boca, pero no emitió ningún sonido.
El capitán apoyó la mano en el hombro de Peterson.
—Ahora es tan sólo materia orgánica. La esencia vital ha desapareci-
do. —Mojó un trozo de pan en la salsa—. Me gusta comer. Es uno de los
grandes placeres de la vida. Comer, descansar, meditar, discutir de algunas
cosas.
Peterson asintió con un gesto. Otros dos hombres se levantaron y se
marcharon. El capitán bebió agua y suspiró.
—Bien, he de admitir que es una comida muy agradable. Todo lo que
me habían dicho del sabor del wub era cierto. Exquisito. Aunque me advir-
tieron, hace tiempo, que no lo hiciera nunca.
Se secó los labios con la servilleta y se recostó en la silla. Peterson mira-
ba la mesa con expresión de tristeza.
El capitán le observó atentamente.

81
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

—Vamos, vamos, anímese. Hablemos de cualquier cosa.


Sonrió.
—Cómo decía antes de que interrumpieran, el papel de Ulises en los
mitos...
Peterson se levantó de un salto con los ojos bien abiertos.
—Como iba diciendo, Ulises, desde mi punto de vista…

De Cuentos completos I, Philip K. Dick. Minotauro.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

CARLOS FUENTES. Hijo de diplomático, pasó su infancia en diversos países, y


ya en México se licenció en Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de
México, estudiando después Economía en el Instituto de Altos Estudios Inter-
nacionales de Ginebra. Ha sido delegado de México en numerosos organismos
internacionales y de 1972 a 1976 embajador de nuestro país en Francia. Ha
sido profesor en las universidades de Princeton y Columbia, y catedrático en
las de Harvard y Cambridge. Gran aficionado al cine, ha escrito varios guio-
nes cinematográficos. Durante toda su vida, ha colaborado en periódicos y
revistas de ambos lados del Atlántico. Entre otros honores, es Doctor Honoris
Causa por numerosas universidades, miembro de la Legión de Honor, Medalla
de Isabel la Católica, y ha recibido importantes premios como el Miguel de
Cervantes en 1987 y el Príncipe de Asturias de las Letras en 1994.
No existe la libertad, sino la búsqueda de la libertad, y esa búsqueda es la
que nos hace libres.
La memoria es el deseo satisfecho.
Sólo dañamos a los demás cuando somos incapaces de imaginarlos.
Carlos Fuentes

Fuentes recuerda que siendo aún muy joven Reyes lo invitaba a su casa en
Cuernavaca: “don Alfonso me reclamaba mis ausencias, mis lagunas litera-
rias: ¿Cómo es posible que no hayas leído a Laurence Sterne?”, le recrimi-
naba. “No has entendido bien a Stendhal”, le reprochaba. “El mundo no
empezó hace diez minutos”, le advertía aquel sabio.
Y Carlos Fuentes evocaría años después: “Todo esto me irritaba; yo leía a
contrapelo de sus enseñanzas, lo moderno, lo más estridente, sin entender
que estaba aprendiendo su lección: no hay creación sin tradición, lo nuevo

83
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

es una inflexión de la forma precedente, la novedad es siempre un trabajo


sobre la tradición. Borges ha dicho de Alfonso Reyes que escribió la mejor
prosa castellana de nuestro tiempo”.
Gracias a esas influencias, el mundo familiar de la diplomacia y la cultura
universal de Alfonso Reyes, Fuentes enfocó simultáneamente sus preocupa-
ciones sociales, intelectuales, estéticas y culturales a la realidad mexicana,
pero también a la del mundo entero. Esto le permitió una vasta compren-
sión no sólo de la cultura, la literatura y el arte, sino también de la política,
de los conflictos internacionales, de las religiones, de las ideologías, de las
tecnologías, y claro, cuando llegó la globalización Fuentes ya se había aso-
mado a ella.
el universal.com.mx

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

El que inventó la pólvora

U no de los pocos intelectuales que aún existían en los días anteriores a la


catástrofe, expresó que quizá la culpa de todo la tenía Aldous Huxley.
Aquel intelectual -titular de la misma cátedra de sociología, durante el año
famoso en que a la humanidad entera se le otorgó un Doctorado Honoris
Causa, y clausuraron sus puertas todas las Universidades-, recordaba toda-
vía algún ensayo de Music at Night: los snobismos de nuestra época son el
de la ignorancia y el de la última moda; y gracias a éste se mantienen el
progreso, la industria y las actividades civilizadas. Huxley, recordaba mi ami-
go, incluía la sentencia de un ingeniero norteamericano: «Quien construya
un rascacielos que dure más de cuarenta años, es traidor a la industria de la
construcción». De haber tenido el tiempo necesario para reflexionar sobre la
reflexión de mi amigo, acaso hubiera reído, llorado, ante su intento estéril
de proseguir el complicado juego de causas y efectos, ideas que se hacen
acción, acción que nutre ideas. Pero en esos días, el tiempo, las ideas, la
acción, estaban a punto de morir.
La situación, intrínsecamente, no era nueva. Sólo que, hasta entonces,
habíamos sido nosotros, los hombres, quienes la provocábamos. Era esto lo
que la justificaba, la dotaba de humor y la hacía inteligible. Éramos nosotros
los que cambiábamos el automóvil viejo por el de este año. Nosotros, quie-
nes arrojábamos las cosas inservibles a la basura. Nosotros, quienes optába-
mos entre las distintas marcas de un producto. A veces, las circunstancias
eran cómicas; recuerdo que una joven amiga mía cambió un desodorante
por otro sólo porque los anuncios le aseguraban que la nueva mercancía era
algo así como el certificado de amor a primera vista. Otras, eran tristes; uno
llega a encariñarse con una pipa, los zapatos cómodos, los discos que aca-
ban teñidos de nostalgia, y tener que desecharlos, ofrendarlos al anonimato
del ropavejero y la basura, era ocasión de cierta melancolía.
Nunca hubo tiempo de averiguar a qué plan diabólico obedeció, o si todo
fue la irrupción acelerada de un fenómeno natural que creíamos domeñado.

85
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Tampoco, dónde se inició la rebelión, el castigo, el destino –no sabemos cómo


designarlo–. El hecho es que un día, la cuchara con que yo desayunaba, de
legítima plata Christoph, se derritió en mis manos. No di mayor importancia
al asunto, y suplí el utensilio inservible con otro semejante, del mismo diseño,
para no dejar incompleto mi servicio y poder recibir con cierta elegancia a
doce personas. La nueva cuchara duró una semana; con ella, se derritió el
cuchillo. Los nuevos repuestos no sobrevivieron las setenta y dos horas sin
convertirse en gelatina. Y claro, tuve que abrir los cajones y cerciorarme: toda
la cuchillería descansaba en el fondo de las gavetas, excreción gris y espesa.
Durante algún tiempo, pensé que estas ocurrencias ostentaban un carácter
singular. Buen cuidado tomaron los felices propietarios de objetos tan valiosos
en no comunicar algo que, después tuvo que saberse, era ya un hecho univer-
sal. Cuando comenzaron a derretirse las cucharas, cuchillos, tenedores amari-
llentos, de aluminio y hojalata, que usan los hospitales, los pobres, las fondas,
los cuarteles, no fue posible ocultar la desgracia que nos afligía. Se levantó un
clamor: las industrias respondieron que estaban en posibilidad de cumplir con
la demanda, mediante un gigantesco esfuerzo, hasta el grado de poder reem-
plazar los útiles de mesa de cien millones de hogares, cada veinticuatro horas.
El cálculo resultó exacto. Todos los días, mi cucharita de té -a ella me
reduje, al artículo más barato, para todos los usos culinarios- se convertía,
después del desayuno, en polvo. Con premura, salíamos todos a formar
cola para adquirir una nueva. Que yo sepa, muy pocas gentes compraron al
mayoreo; sospechábamos que cien cucharas adquiridas hoy serían pasta ma-
ñana, o quizá nuestra esperanza de que sobrevivieran veinticuatro horas era
tan grande como infundada. Las gracias sociales sufrieron un deterioro total;
nadie podía invitar a sus amistades, y tuvo corta vida el movimiento, malen-
tendido y nostálgico, en pro de un regreso a las costumbres de los vikingos.
Esta situación, hasta cierto punto amable, duró apenas seis meses. Alguna
mañana, terminaba mi cotidiano aseo dental. Sentí que el cepillo, todavía en
la boca, se convertía en culebrita de plástico; lo escupí en pequeños trozos.
Este género de calamidades comenzó a repetirse casi sin interrupciones.
Recuerdo que ese mismo día, cuando entré a la oficina de mi jefe en el
Banco, el escritorio se desintegró en terrones de acero, mientras los puros

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

del financiero tosían y se deshebraban, y los cheques mismos daban extra-


ñas muestras de inquietud... Regresando a la casa, mis zapatos se abrieron
como flor de cuero, y tuve que continuar descalzo. Llegué casi desnudo: la
ropa se habla caído a jirones, los colores de la corbata se separaron y em-
prendieron un vuelo de mariposas. Entonces me di cuenta de otra cosa: los
automóviles que transitaban por las calles se detuvieron de manera abrupta,
y mientras los conductores descendían, sus sacos haciéndose polvo en las
espaldas, emanando un olor colectivo de tintorería y axilas, los vehículos,
envueltos en gases rojos, temblaban. Al reponerme de la impresión, fijé los
ojos en aquellas carrocerías. La calle hervía en una confusión de caricaturas:
Fords Modelo T, carcachas de 1909, Tin Lizzies, orugas cuadriculadas, vehí-
culos pasados de moda.
La invasión de esa tarde a las tiendas de ropa y muebles, a las agencias
de automóvil, resulta indescriptible. Los vendedores de coches -esto podría
haber despertado sospechas- ya tenían preparado el Modelo del Futuro,
que en unas cuantas horas fue vendido por millares. (Al día siguiente, todas
las agencias anunciaron la aparición del Novísimo Modelo del Futuro, la
ciudad se llenó de anuncios démodé del Modelo del día anterior -que, cier-
tamente, ya dejaba escapar un tufillo apolillado-, y una nueva avalancha de
compradores cayó sobre las agencias.) Aquí debo insertar una advertencia.
La serie de acontecimientos a que me vengo refiriendo, y cuyos efectos
finales nunca fueron apreciados debidamente, lejos de provocar asombro o
disgusto, fueron aceptados con alborozo, a veces con delirio, por la pobla-
ción de nuestros países. Las fábricas trabajaban a todo vapor y terminó el
problema de los desocupados. Magnavoces instalados en todas las esquinas,
aclaraban el sentido de esta nueva revolución industrial: los beneficios de
la libre empresa llegaban hoy, como nunca, a un mercado cada vez más
amplio; sometida a este reto del progreso, la iniciativa privada respondía a
las exigencias diarias del individuo en escala sin paralelo; la diversificación
de un mercado caracterizado por la renovación continua de los artículos de
consumo aseguraba una vida rica, higiénica y libre.
«Carlomagno murió con sus viejos calcetines puestos -declaraba un car-
tel- usted morirá con unos Elasto-Plastex recién salidos de la fábrica.» La
bonanza era increíble; todos trabajaban en las industrias, percibían enormes

87
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

sueldos, y los gastaban en cambiar diariamente las cosas inservibles por los
nuevos productos. Se calcula que, en mi comunidad solamente, llegaron a
circular en valores y en efectivo, más de doscientos mil millones de dólares
cada dieciocho horas.
El abandono de las labores agrícolas se vio suplido, y concordado, por
las industrias química, mobiliaria y eléctrica. Ahora comíamos píldoras de
vitamina, cápsulas y granulados, con la severa advertencia médica de que
era necesario prepararlos en la estufa y comerlos con cubiertos (las píldoras,
envueltas por una cera eléctrica, escapan al contacto con los dedos del co-
mensal). Yo, justo es confesarlo, me adapté a la situación con toda tranqui-
lidad. El primer sentimiento de terror lo experimenté una noche, al entrar
a mi biblioteca. Regadas por el piso, como larvas de tinta, yacían las letras
de todos los libros. Apresuradamente, revisé varios tomos: sus páginas, en
blanco. Una música dolorosa, lenta, despedida, me envolvió; quise distin-
guir las voces de las letras; al minuto agonizaron. Eran cenizas. Salí a la ca-
lle, ansioso de saber qué nuevos sucesos anunciaba éste; por el aire, con el
loco empeño de los vampiros, corrían nubes de letras; a veces, en chispazos
eléctricos, se reunían... amor rosa palabra, brillaban un instante en el cielo,
para disolverse en llanto. A la luz de uno de estos fulgores, vi otra cosa:
nuestros grandes edificios empezaban a resquebrajarse; en uno, distinguí la
carrera de una vena rajada que se iba abriendo por el cuerpo de cemento.
Lo mismo ocurría en las aceras, en los árboles, acaso en el aire. La mañana
nos deparó una piel brillante de heridas. Buen sector de obreros tuvo que
abandonar las fábricas para atender a la reparación material de la ciudad; de
nada sirvió, pues cada remiendo hacía brotar nuevas cuarteaduras.
Aquí concluía el periodo que pareció haberse regido por el signo de las
veinticuatro horas. A partir de este instante, nuestros utensilios comenza-
ron a descomponerse en menos tiempo; a veces en diez, a veces en tres o
cuatro horas.
Las calles se llenaron de montañas de zapatos y papeles, de bosques
de platos rotos, dentaduras postizas, abrigos desbaratados, de cáscaras de
libros, edificios y pieles, de muebles y flores muertas y chicle y aparatos de
televisión y baterías. Algunos intentaron dominar a las cosas, maltratarlas,

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

obligarlas a continuar prestando sus servicios; pronto se supo de varias


muertes extrañas de hombres y mujeres atravesados por cucharas y esco-
bas, sofocados por sus almohadas, ahorcados por las corbatas. Todo lo que
no era arrojado a la basura después de cumplir el término estricto de sus
funciones, se vengaba así del consumidor reticente.
La acumulación de basura en las calles las hacía intransitables. Con la
huida del alfabeto, ya no se podían escribir directrices; los magnavoces de-
jaban de funcionar cada cinco minutos, y todo el día se iba en suplirlos con
otros. ¿Necesito señalar que los basureros se convirtieron en la capa social
privilegiada, y que la Hermandad Secreta de Verrere era, de facto, el poder
activo detrás de nuestras instituciones republicanas? De viva voz se corrió la
consigna: los intereses sociales exigen que para salvar la situación se utilicen
y consuman las cosas con una rapidez cada día mayor. Los obreros ya no
salían de las fábricas; en ellas se concentró la vida de la ciudad, abandonán-
dose a su suerte edificios, plazas, las habitaciones mismas. En las fábricas,
tengo entendido que un trabajador armaba una bicicleta, corría por el patio
montado en ella; la bicicleta se reblandecía y era tirada al carro de la basura
que, cada día más alto, corría como arteria paralítica por la ciudad; inmedia-
tamente, el mismo obrero regresaba a armar otra bicicleta, y el proceso se
repetía sin solución. Lo mismo pasaba con los demás productos; una camisa
era usada inmediatamente por el obrero que la fabricaba, y arrojada al mi-
nuto; las bebidas alcohólicas tenían que ser ingeridas por quienes las embo-
tellaban, y las medicinas de alivio respectivas por sus fabricantes, que nunca
tenían oportunidad de emborracharse. Así sucedía en todas las actividades.
Mi trabajo en el Banco ya no tenía sentido. El dinero había dejado de
circular desde que productores y consumidores, encerrados en las factorías,
hacían de los dos actos uno.
Se me asignó una fábrica de armamentos como nuevo sitio de labores.
Yo sabía que las armas eran llevadas a parajes desiertos, y usadas allí; un
puente aéreo se encargaba de transportar las bombas con rapidez, antes de
que estallaran, y depositarlas, huevecillos negros, entre las arenas de estos
lugares misteriosos.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Ahora que ha pasado un año desde que mi primera cuchara se derritió,


subo a las ramas de un árbol y trato de distinguir, entre el humo y las sirenas,
algo de las costras del mundo. El ruido, que se ha hecho sustancia, gime so-
bre los valles de desperdicio; temo -por lo que mis últimas experiencias con
los pocos objetos servibles que encuentro delatan- que el espacio de utilidad
de las cosas se ha reducido a fracciones de segundo. Los aviones estallan en
el aire, cargados de bombas; pero un mensajero permanente vuela en heli-
cóptero sobre la ciudad, comunicando la vieja consigna: «Usen, usen, consu-
man, consuman, ¡todo, todo!» ¿Qué queda por usarse? Pocas cosas, sin duda.
Aquí, desde hace un mes, vivo escondido, entre las ruinas de mi antigua
casa. Huí del arsenal cuando me di cuenta que todos, obreros y patrones,
han perdido la memoria, y también, la facultad previsora... Viven al día,
emparedados por los segundos. Y yo, de pronto, sentí la urgencia de re-
gresar a esta casa, tratar de recordar algo apenas estas notas que apunto
con urgencia, y que tampoco dicen de un año relleno de datos- y formular
algún proyecto.
¡Qué gusto! En mi sótano encontré un libro con letras impresas; es Trea-
sure Island, y gracias a él, he recuperado el recuerdo de mí mismo, el ritmo
de muchas cosas... Termino el libro («¡Pieces of eight! ¡Pieces of eight!») y
miro en redor mío. La espina dorsal de los objetos despreciados, su velo
de peste. ¿Los novios, los niños, los que sabían cantar, dónde están, por
qué los olvidé, los olvidamos, durante todo este tiempo? ¿Qué fue de ellos
mientras sólo pensábamos (y yo sólo he escrito) en el deterioro y creación
de nuestros útiles? Extendí la vista sobre los montones de inmundicia. La
opacidad chiclosa se entrevera en mil rasguños; las llantas y los trapos, la
obesidad maloliente, la carne inflamada del detritus, se extienden ente-
rrados por los cauces de asfalto; y pude ver algunas cicatrices, que eran
cuerpos abrazados, manos de cuerda, bocas abiertas, y supe de ellos.
No puedo dar idea de los monumentos alegóricos que sobre los desper-
dicios se han construido, en honor de los economistas del pasado. El dedi-
cado a las Armonías de Bastiat, es especialmente grotesco. Entre las páginas
de Stevenson, un paquete de semillas de hortaliza. Las he estado metiendo
en la tierra, ¡con qué gran cariño!... Ahí pasa otra vez el mensajero:

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

«USEN TODO... TODO... TODO»


Ahora, ahora un hongo azul que luce penachos de sombra y me ahoga en
el rumor de los cristales rotos...
Estoy sentado en una playa que antes -si recuerdo algo de geografía- no
bañaba mar alguno. No hay más muebles en el universo que dos estrellas,
las olas y arena. He tomado unas ramas secas; las froto, durante mucho
tiempo... ah, la primera chispa...

De Los días enmascarados, Carlos Fuentes. Ediciones Era.


Carlos Fuentes en Imaginantes. http://www.imaginalee.org/

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

En EDUARDO GALEANO conviven el periodismo, el ensayo y la narrativa,


siendo ante todo un cronista de su tiempo, certero y valiente, que ha re-
tratado con agudeza la sociedad contemporánea, penetrando en sus lacras
y en sus fantasmas cotidianos. Lo periodístico vertebra su obra de manera
prioritaria. De tal modo que no es posible escindir su labor literaria de su
faceta como periodista comprometido. Nace en Montevideo el 3 de sep-
tiembre de 1940. A los 14 años entra en el mundo del periodismo, publican-
do dibujos que firmaba “Gius”, por la dificultosa pronunciación castellana
de su primer apellido (Hughes). Algún tiempo después empieza a publicar
artículos, que firma ya como Galeano. Desempeñó todo tipo de oficios:
fue mensajero y dibujante, peón en una fábrica de insecticidas, cobrador,
taquígrafo, cajero de banco, diagramador, editor y jefe de redacción del
semanario Marcha y director del diario Epoca. En 1973, en Buenos Aires,
fundó la revista Crisis.Estuvo exiliado en Argentina y España. En dos oca-
siones, en 1975 y 1978, Galeano obtuvo el premio Casa de las Américas. En
1989, recibió en los Estados Unidos el American Book Award por Memoria
del fuego.Sus obras han sido traducidas a más de veinte lenguas.
Alguna vez leí que usted prefería definirse a sí mismo como un escritor que
quisiera contribuir al rescate de la memoria secuestrada de toda América,
pero sobre todo de América Latina, tierra despreciada y entrañable. Como
eso usted lo ha logrado sobradamente, si me preguntaran diría que, en ese
mar de fueguitos que describe aquel hombre del pueblo de Neguá que pudo
subir al alto cielo y contemplar la vida humana, Eduardo Galeano es una de
aquellas personas que arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos
sin parpadear.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

La vida arde en sus escritos, en su testimonio y su compromiso político con


la causa de la liberación de los pueblos latinoamericanos, por la que aún hoy
seguimos y seguiremos luchando.
Palabras de Cristina Fernández de Kirchner en el acto que distinguió a Eduardo
Galeano como Primer Ciudadano Ilustre del Mercosur.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Ventana sobre la palabra (II)

E n Haití, no se puede contar cuentos durante el día. Quien cuenta de día,


merece la desgracia: la montaña le arrojará una pedrada a la cabeza, su
madre sólo podrá caminar en cuatro patas.
Los cuentos se cuentan en la noche, porque en la noche vive lo sagra-
do, y quien sabe contar cuenta sabiendo que el nombre es la cosa que el
nombre nombra.

Ventana sobre la utopía

E lla está en el horizonte —dice Fernando Birri—. Me acerco dos pasos,


ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez
pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué
sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar.

Ventana sobre la palabra (IV)

M agda Lemonnier recorta palabras de los diarios, palabras de todos


los tamaños, y las guarda en cajas. En caja roja guarda las palabras
furiosas. En caja verde, las palabras amantes. En caja azul, las neutrales.
En caja amarilla, las tristes. Y en caja transparente guarda las palabras que
tienen magia.
A veces, ella abre las cajas y las pone boca abajo sobre la mesa, para que
las palabras se mezclen como quieran. Entonces, las palabras le cuentan lo
que ocurre y le anuncian lo que ocurrirá.

94
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Ventana sobre un hombre de éxito


No puede mirar la luna sin calcular la distancia.
No puede mirar un árbol sin calcular la leña.
No puede mirar un cuadro sin calcular el precio.
No puede mirar un menú sin calcular las calorías.
No puede mirar un hombre sin calcular la ventaja.
No puede mirar una mujer sin calcular el riesgo.

De Las palabras andantes, Eduardo Galeano. Siglo Veintiuno Editores.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ


Apunte biográfico, Por Olga Martínez Dasi
“He sido capaz de escribir porque Mercedes llevó el mundo sobre sus espaladas”.
“El secreto de la felicidad es hacer sólo aquello con lo que uno disfruta”.
Gabriel García Márquez nace el 6 de marzo de 1928, en Aracataca, un
pueblo de la costa atlántica colombiana. “Gabo”, como se le conoce ca-
riñosamente, fue el mayor de una familia numerosa de doce hermanos,
que podríamos considerar de clase media: Gabriel Eligio García, su padre,
fue uno de los numerosos inmigrantes que, con la “fiebre del banano”,
llegaron a Aracataca en el primer decenio del siglo XX. Su madre, Luisa
Santiaga Márquez, pertenecía, en cambio a una de las familias eminentes
del lugar: era hija del coronel Nicolás Márquez y de Tranquilina Igua-
rán, que no vieron con buenos ojos los amores de su hija con uno de
los “aventureros” de la “hojarasca” (como se llamaba despectivamente
a los inmigrantes), que desempeñaba el humilde oficio de telegrafista.
Por eso, cuando tras vencer múltiples dificultades, Gabriel Eligio y Luisa
Santiaga consiguieron casarse, se alejaron de la familia y se instalaron
en Riohacha. Sin embargo, cuando tenía que nacer su primer nieto, sus
padres convencieron a Luisa Santiaga de que diera a luz en Aracataca.
Poco después Gabriel Eligio y Luisa Santiaga regresaron a Riohacha, pero
el niño se quedó con sus abuelos hasta que, cuando tenía ocho años,
murió el abuelo, al que García Márquez consideró siempre “la figura más
importante de mi vida”.
De esos primeros ocho años de “infancia prodigiosa” surge lo esencial del
universo narrativo y mítico de García Márquez, hasta el punto de que, con
alguna exageración, ha llegado a decir: “Después todo me resultó bastante

96
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

plano: crecer, estudiar, viajar... nada de eso me llamó la atención. Desde


entonces no me ha pasado nada interesante”.
Lo que sí es cierto es que los recuerdos de su familia y de su infancia, el
abuelo como prototipo del patriarca familiar, la abuela como modelo de
las “mamás grandes” civilizadoras, la vivacidad del lenguaje campesino, la
natural convivencia con lo mágico... aparecerán, transfigurados por la fic-
ción, en muchas de sus obras (La hojarasca, Cien años de soledad, El amor en
los tiempos del cólera) y el mundo caribeño, desmesurado y fantasmal de
Aracataca se transformará en Macondo, que en realidad era el nombre de
una de las muchas fincas bananeras del lugar y que según unos alude “a un
árbol que no sirve pa un carajo” y según otros “a una milagrosa planta capaz
de cicatrizar heridas”.
Como el propio novelista explica:
Quise dejar constancia poética del mundo de mi infancia, que transcurrió en una
casa grande, muy triste, con una hermana que comía tierra y una abuela que adi-
vinaba el porvenir, y numerosos parientes de nombres iguales que nunca hicieron
mucha distinción entre la felicidad y la demencia.
Soy escritor por timidez. Mi verdadera vocación es la del prestidigitador, pero me
ofusco tanto tratando de hacer un truco, que he tenido que refugiarme en la sole-
dad de la literatura.

97
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

La luz es como el agua


En Navidad los niños volvieron a pedir un bote de remos.
—De acuerdo —dijo el papá, lo compraremos cuando volvamos a Car-
tagena.
Totó, de nueve años, y Joel, de siete, estaban más decididos de lo que
sus padres creían.
—No —dijeron a coro—. Nos hace falta ahora y aquí.
—Para empezar —dijo la madre—, aquí no hay más aguas navegables
que la que sale de la ducha.
Tanto ella como el esposo tenían razón. En la casa de Cartagena de In-
dias había un patio con un muelle sobre la bahía, y un refugio para dos yates
grandes. En cambio aquí, en Madrid, vivían apretados en el piso quinto del
número 47 del Paseo de la Castellana. Pero al final ni él ni ella pudieron
negarse, porque les habían prometido un bote de remos con su sextante y
su brújula si se ganaban el laurel del tercer año de primaria, y se lo habían
ganado. Así que el papá compró todo sin decirle nada a su esposa, que era
la más reacia a pagar deudas de juego. Era un precioso bote de aluminio con
un hilo dorado en la línea de flotación.
—El bote está en el garaje —reveló el papá en el almuerzo—. El pro-
blema es que no hay cómo subirlo ni por el ascensor ni por la escalera, y en
el garaje no hay más espacio disponible.
Sin embargo, la tarde del sábado siguiente los niños invitaron a sus
condiscípulos para subir el bote por las escaleras, y lograron llevarlo hasta
el cuarto de servicio.
—Felicitaciones —les dijo el papá, ¿ahora qué?
—Ahora nada —dijeron los niños—. Lo único que queríamos era tener
el bote en el cuarto, y ya está.

98
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

La noche del miércoles, como todos los miércoles, los padres se fueron
al cine. Los niños, dueños y señores de la casa, cerraron puertas y ventanas,
y rompieron la bombilla encendida de una lámpara de la sala. Un chorro de
luz dorada y fresca como el agua empezó a salir de la bombilla rota, y lo
dejaron correr hasta que el nivel llegó a cuatro palmos. Entonces cortaron la
corriente, sacaron el bote, y navegaron a placer por entre las islas de la casa.
Esta aventura fabulosa fue el resultado de una ligereza mía cuando par-
ticipaba en un seminario sobre la poesía de los utensilios domésticos. Totó
me preguntó cómo era que la luz se encendía con sólo apretar un botón, y
yo no tuve el valor de pensarlo dos veces.
—La luz es como el agua —le contesté: uno abre el grifo, y sale.
De modo que siguieron navegando los miércoles en la noche, apren-
diendo el manejo del sextante y la brújula, hasta que los padres regresaban
del cine y los encontraban dormidos como ángeles de tierra firme. Meses
después, ansiosos de ir más lejos, pidieron un equipo de pesca submarina.
Con todo: máscaras, aletas, tanques y escopetas de aire comprimido.
—Está mal que tengan en el cuarto de servicio un bote de remos que
no les sirve para nada —dijo el padre—. Pero está peor que quieran tener
además equipos de buceo.
—¿Y si nos ganamos la gardenia de oro del primer semestre? —dijo
Joel.
—No —dijo la madre, asustada—. Ya no más.
El padre le reprochó su intransigencia.
—Es que estos niños no se ganan ni un clavo por cumplir con su deber
—dijo ella—, pero por un capricho son capaces de ganarse hasta la silla
del maestro.
Los padres no dijeron al fin ni que sí ni que no. Pero Totó y Joel, que ha-
bían sido los últimos en los dos años anteriores, se ganaron en julio las dos
gardenias de oro y el reconocimiento público del Rector. Esa misma tarde,

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

sin que hubieran vuelto a pedirlos, encontraron en el dormitorio los equi-


pos de buzos en su empaque original. De modo que el miércoles siguiente,
mientras los padres veían El último tango en París, llenaron el apartamento
hasta la altura de dos brazas, bucearon como tiburones mansos por debajo
de los muebles y las camas, y rescataron del fondo de la luz las cosas que
durante años se habían perdido en la oscuridad.
En la premiación final los hermanos fueron aclamados como ejemplo
para la escuela, y les dieron diplomas de excelencia. Esta vez no tuvieron
que pedir nada, porque los padres les preguntaron qué querían. Ellos fueron
tan razonables, que sólo quisieron una fiesta en casa para agasajar a los
compañeros de curso.
El papá, a solas con su mujer, estaba radiante.
—Es una prueba de madurez —dijo.
—Dios te oiga —dijo la madre.
El miércoles siguiente, mientras los padres veían La Batalla de Argel, la
gente que pasó por la Castellana vio una cascada de luz que caía de un viejo
edificio escondido entre los árboles. Salía por los balcones, se derramaba
a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente
dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama.
Llamados de urgencia, los bomberos forzaron la puerta del quinto piso,
y encontraron la casa rebosada de luz hasta el techo. El sofá y los sillones
forrados en piel de leopardo flotaban en la sala a distintos niveles, entre las
botellas del bar y el piano de cola y su mantón de Manila que aleteaba a media
agua como una mantarraya de oro. Los utensilios domésticos, en la plenitud
de su poesía, volaban con sus propias alas por el cielo de la cocina. Los instru-
mentos de la banda de guerra, que los niños usaban para bailar, flotaban al
garete entre los peces de colores liberados de la pecera de mamá, que eran los
únicos que flotaban vivos y felices en la vasta ciénaga iluminada. En el cuarto
de baño flotaban los cepillos de dientes de todos, los preservativos de papá,
los pomos de cremas y la dentadura de repuesto de mamá, y el televisor de la

100
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

alcoba principal flotaba de costado, todavía encendido en el último episodio


de la película de media noche prohibida para niños.
Al final del corredor, flotando entre dos aguas, Totó estaba sentado en
la popa del bote, aferrado a los remos y con la máscara puesta, buscando el
faro del puerto hasta donde le alcanzó el aire de los tanques, y Joel flotaba
en la proa buscando todavía la altura de la estrella polar con el sextante,
y flotaban por toda la casa sus treinta y siete compañeros de clase, eter-
nizados en el instante de hacer pipí en la maceta de geranios, de cantar el
himno de la escuela con la letra cambiada por versos de burla contra el Rec-
tor, de beberse a escondidas un vaso de brandy de la botella de papá. Pues
habían abierto tantas luces al mismo tiempo que la casa se había rebosado,
y todo el cuarto año elemental de la escuela de San Julián el Hospitalario se
había ahogado en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana,
en Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos
helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron
maestros en la ciencia de navegar en la luz.

De Extraños peregrinos: Doce cuentos, Gabriel García Márquez. Editorial Diana.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

ETGAR KERET nació en Tel Aviv, en 1967. En la actualidad es el escritor más


popular entre la juventud israelí. Keret comenzó a escribir en 1992 y ha pu-
blicado cuatro libros de cuentos, una novela, tres libros de cómics y un libro
para niños. Sus libros han sido best sellers en Israel y han recibido los elogios
de la crítica internacional. Ha sido traducido a 16 idiomas, incluyendo el
coreano y el chino. Extrañando a Kissinger fue nombrado entre los cincuenta
libros israelíes más importantes de todos los tiempos.
Su popularidad entre los jóvenes de Israel se debe a que ha quebrantado la
típica relación entre el escritor y el lector que prevalecía en su país. “Para
muchos jóvenes fue una nueva experiencia encontrarse con un escritor que
se presenta tan trastornado como ellos, que tiene los mismos problemas
que ellos. Estaban habituados a que el escritor fuera un maestro o un pa-
dre, no un amigo”.
El autor de Extrañando a Kissinger se reconoce a sí mismo como un hombre
tan disfuncional como los personajes que a menudo crea en sus cuentos.“
Usualmente uno escribe del mundo que conoce y me temo que soy una
persona a la que le cuesta trabajo integrarse”. De ahí que no sea raro en-
contrar en sus historias a personajes como el hombre que siempre termina
sus relaciones de pareja en un taxi, los padres de Liam Goznik que se enco-
gen constantemente, una chica que da a luz a un pony o el músico al que
encierran en una botella.
Para Keret, la ironía y el humor son mecanismos de supervivencia a los
que recurre tanto en las historias que inventa como en su vida diaria, pues
creció en un barrio duro, donde abundaban los asesinos.El escritor no es un
hombre de rutinas, al grado de que cuando tenía su departamento de solte-

102
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

ro siempre dormía en lugares diferentes, el sofá y hasta el balcón hacían las


veces de cama. “Es probable que una persona más organizada escriba nove-
las, pero cuando eres desordenado te inclinas más por los cuentos porque
son como una explosión, no son resultado de un proceso continuo”, explica.
Si tuviera como tema el océano, escribiría sobre las olas y, de inspirarse en
un coche, su color y su marca pasarían a un segundo plano para hablar del
choque que ocurriría en el siguiente minuto.
Los cuentos de Keret parecen a menudo inconclusos, pero él explica la
razón: “cuando escribo quiero transmitir fragmentos de vida que continúan
aunque la historia en apariencia se haya terminado”.
Tomado del Periódico Reforma (México)

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Gotas

M i novia dice que alguien en Estados Unidos ha inventado una pastilla


que hace que no te sientas solo. Lo oyó ayer, en la cápsula informativa
Sesenta segundos de la emisora del ejército, y ya le está enviando una carta
urgente a su hermana para que le compre un cargamento y se lo mande
por correo. En Sesenta segundos dijeron que en la Costa Este la venden en
todos los comercios y que en Nueva York ya ha causado furor. Viene en
dos presentaciones: en gotas o en aerosol. Mi novia lo ha pedido en gotas,
porque puede que no se quiera sentir sola, pero lo que no quiere es dañar
la capa de ozono. 
Las gotas te las echas en el oído y al cabo de veinte minutos dejas
de sentirte solo. Actúan químicamente sobre no sé que zona del cerebro,
habían explicado por la radio, pero mi novia no lo había entendido bien.
Porque no es que sea precisamente Madame Curie, mi novia, y yo hasta
diría que es un poco boba. Se pasa el día sentada pensando en que le voy
a ser infiel, que la voy a dejar y cosas así. Pero yo la quiero, la quiero con
locura. Cuando vuelve de la oficina de correos me dice que ahora ya puede
dejar de vivir conmigo. Porque las gotas, tarán-tarán, van a llegar pronto y
ya no le va a dar miedo estar sola.
—¿Dejarme? —le digo—. ¿Por unas gotas? ¿Cómo es posible?
Pero si la quiero, la amo con locura.
—Vete, si quieres —le digo—, pero quiero que sepas que ni esas
asquerosas gotas para los oídos ni ningunas otras te van a querer como yo
te he querido. 
Lo que sí es verdad es que las gotas de los oídos no le van a ser infieles.
Eso es lo que ella dice, después, se va. Como si yo sí le fuera a ser infiel.
Ahora ha alquilado una buhardilla en Florentín y todos los días espera al
cartero. Yo, por mi parte, no tengo ninguna relación con el correo, no me

104
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

emociona, y es que no tengo amigos en el extranjero que me manden co-


sas. Si los tuviera, hace ya tiempo que habría ido a visitarlos. Habría salido
a tomar unas copas con ellos y les habría contado mis penas.
Los abrazaría mucho y no me avergonzaría de llorar delante de ellos y
todas esas cosas. Podríamos estar juntos años, pasarnos así la vida entera.
De la manera más natural, como siempre se ha hecho, muchísimo mejor
que con unas gotas.

De Extrañando a Kissinger, Etgar Keret. Editorial Sexto Piso.


Etgar Keret en Imaginantes. http://www.imaginalee.org/

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Aceras

C omo siempre, llegué una semana después. Nunca me aparezco en esa


fecha en concreto. Al entierro y al primer aniversario sí fui todavía. Pero
todas esas miradas, los enérgicos apretones de manos, la madre que me
sonríe con ojos lacrimosos y me pregunta cuándo voy a terminar la carrera,
eso es lo que me ha hecho dejar de acudir. Además, a mí esa fecha no me
dice nada, a pesar de que es muy fácil de recordar. El doce del doce.
Una de las hermanas de Ronen es médico en el Beilinson y justamente
estaba de guardia cuando te dejó de latir el pulso. He oído a Ronen decirle
a Yizhar que moriste exactamente, pero exactamente a las doce en punto.
A Ronen eso lo tenía entusiasmadísimo:
—El doce del doce a las doce, ¿te das una idea de la concatenación de
casualidades que supone? —susurró en un tono de voz tan alto que todos
lo oyeron—. Es como una señal del cielo.
—Realmente impresionante —masculló Yizhar —, pero sólo con que
hubiera aguantado otros doce minutos con doce segundos, seguro que hu-
bieran sacado un sello de correos en su honor o algo parecido.
La verdad es que resulta fácil de recordar, la fecha quiero decir, y la
señal de tráfico que robamos juntos el día de Kippur. Y el bumerán tan
ridículo que te trajeron de Australia, ése que lanzábamos en el parque
cuando éramos niños y que nunca volvía. Cada año vengo, me coloco
junto a tu tumba y me pongo a recordar cosas, algo nuevo cada vez. Y
es que no se me ha olvidado nada, lo recuerdo todo muy bien. Nos ha-
bíamos tomado cinco cervezas cada uno y después de eso te pegaste tres
latigazos de vodka. Yo me encontraba bien aquella noche, un poco espe-
so, pero bien. ¿Y tú? Tú estabas completamente bebido. Salimos del pub
y nos encaminamos hacia tu casa, que estaba a unos cientos de metros
de allí. Llevábamos puestos los impermeables grises que nos habíamos
comprado juntos en Najalat Binyamin. Tu andar era bastante inestable,

106
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

así que chocaste con un poste de teléfono con el hombro, diste un paso
atrás y le clavaste una mirada confusa.
Cerré los ojos y la negrura de las pestañas cerradas se me mezcló con las
oscuras corrientes del alcohol. Intenté pensar que estabas lejos de mí, diga-
mos que en otro país, y ese pensamiento me asustó tanto que al instante
abrí los ojos sólo para verte dar otro paso confuso y desplomarte hacia
atrás, como un niño que acaba de inventar un juego nuevo.
—Hemos ganado —me dijiste cuando te ayudé a levantarte —. He-
mos ganado —volviste a decir.
Yo ni siquiera sabía de qué estabas hablando. Después dimos unos cuan-
tos pasos más y te volviste a caer, esta vez a propósito. Simplemente dejas-
te caer el cuerpo hacia delante y yo te agarré por el cuello del impermeable,
una décima de segundo antes de que te dieras de cara contra la acera.
—Dos a cero —dijiste mientras te apoyabas en mí —. Somos tan
buenos que las aceras no tienen la más mínima posibilidad.
Seguimos caminando hacia tu casa, cada tantos metros te lanzabas
contra la acera y yo te sujetaba en el último segundo. Por el cinturón, por
la cadera, por el pelo. No te dejaba llegar al suelo.
—Seis a cero —dijiste, y después—: nueve a cero.
Nos parecía un juego maravilloso y éramos buenísimos en él. No podía-
mos perder.
—Venga, vamos a dejarlas en cero —te susurré al oído. Y realmente
lo conseguimos. Llegamos a tu casa con el sorprendente resultado de vein-
tiuno a cero. Entramos en el portal dejando atrás unas acercas humilladas.
En tu departamento nos encontramos con tu compañero viendo la tele.
—¡Las hemos derrotado! —le dijiste al entrar, y él sólo se frotó un ojo
tras el cristal de los lentes mientras nos decía que teníamos un aspecto
espantoso.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Fui a lavarme la cara, pero antes de llegar al lavabo vomité en la bañera.


Te oí gritar en el pasillo que así no estabas dispuesta a mear. Salí del cuarto
de baño y te vi dando tumbos con los pantalones caídos por debajo de las
rodillas.
—No pienso hacer pipí si tú me agarras —le dijiste a tu compañero de
departamento—. No me fío de ti. Sólo si él me ayuda —añadiste señalán-
dome a mí—, sólo con él.
—No creas que tiene nada contra ti —le dije a tu compañero sonrién-
dole, lo que pasa es que nosotros ya somos unos expertos en esto.—Y te
sujeté por las caderas.
—Están completamente mal de la cabeza —comentó tu compañero
de despartamento, haciendo un gesto de lástima con la cabeza mientras
volvía a sentarse frente a la televisión.
Tú, entretanto, habías terminado de mear y yo vomité otra vez. De
camino hacia la cama volviste a caerte, pero de milagro te agarré y los dos
nos caímos al suelo.
—Sabía que me agarrarías —te reíste—. Mira. —Intentaste ponerte
en pie—. Ya no me da miedo caerme.
Hay dos niños, aquí, junto a tu tumba, que lanzan una pelota de tenis
a las lápidas. Me parece que he captado las reglas de su juego. Si le dan a la
lápida de un oficial, un tanto es de ellos. Pero si le dan a la de un soldado
raso, el tanto es del cementerio. Le han dado a tu lápida y la pelota ha
rebotado para venir a caer directamente a mis manos. La he atrapado. Uno
de los niños se me ha acercado con paso vacilante.
—¿Es usted el guardia? —me ha preguntado, y yo he negado con la
cabeza—. ¿Entonces nos va a devolver la pelota? —ha añadido, dando un
paso hacia mí.
Se la he dado. Él se ha acercado a la lápida y ha fruncido los ojos for-
zando la vista.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

—¡Subcomandante en jefe! —le ha gritado a su amigo, que estaba un


poco más lejos.
—¿Y eso qué es? —ha preguntado este último.
El que ya tenía la pelota se ha encogido de hombros y me ha preguntado:
—¿Subcomandante en jefe es un oficial, verdad?
—Pues claro que es un oficial —le he contestado yo.
—¡Bien! —ha gritado él y ha lanzado la pelota bien alto.
—¡Ocho a siete! Y entonces su compañero ha venido corriendo hacia
él gritando:
—¡Hemos ganado a las lápidas! ¡Hemos ganado a las lápidas! Y los dos
se han puesto a saltar y a gritar como si por lo menos hubieran ganado el
campeonato del mundo.

De Extrañando a Kissinger, Etgar Keret. Editorial Sexto Piso.


Etgar Keret en Imaginantes. http://www.imaginalee.org/

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Bióloga publica novela en Argentina


Entrevista a MÓNICA LAVÍN. (Fragmento) Por Gianmarco Farfán Cerdán
Y cómo usted que es bióloga de profesión ahora le dedica todo su
tiempo a la literatura. ¿Cómo una bióloga termina de literata?
Ja, ja…
Que parecen tan…
Tan distintos.
…contrapuestos.
Me gustaba escribir desde adolescente, pero ni sabía cómo se hacía uno
escritor. Me parecía que era un divertimento, no una cosa seria. Me gus-
taba, hacía mis cuentitos, me la pasaba muy bien, y la ciencia también me
gustaba mucho. Quizás uno de mis problemas o circunstancias es que siem-
pre me han gustado muchas cosas, pero ahora descubro que con la palabra
escrita todas se pueden, ahí pueden estar todas. En cambio, en la biología
no puede estar todo lo demás. A la hora de estar estudiando me gustaba la
ciencia, el saber, causa-efecto, entender. Ahora comprendo que la literatura
es una forma de entender o tratar de entender la conducta humana. Que
es tan ambigua, tan inapresable, nunca la vas a poder definir exactamente,
no hay nada que puedas comprobar, son verdades relativas. Por ello es, ab-
solutamente, para mí más atractiva que la ciencia. Tengo sed de curiosidad
para el entendimiento del mundo. Estudié biología, pero siempre pensando:
“¡Ay, me debería salir y estudiar letras! ¿O qué debería hacer?”
Siempre como dividida iba a un taller de cuento con Mempo Giardinelli,
argentino que vivía en México, y ahí iba escribiendo mis cuentos. Termi-

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

né biología, empecé a trabajar de bióloga. Pero siempre con una especie


de cojera, no totalmente de pie en aquello. Luego descubrí que la cien-
cia es una pasión, igual que la literatura o cualquier arte. Y había que
decidir entre las pasiones. De repente un trabajo de investigación muy
específico me desalentó, no me vi ya como una investigadora especia-
lizada. Me iba a una maestría, tenía la beca y dije no. Y me fui hacia
divulgación de la ciencia, talleres de ecología para niños, hice un libro
para niños mezcla de cuento con ciencia, y así me fui deslizando al in-
cierto camino de la escritura. Y a leer un poco, no con orden académico,
porque yo no lo había tenido, sino por gusto. Me empecé a hacer amiga
de algunos escritores, saqué mi primer libro de cuentos y seguí por ahí.

Y también usted promueve la lectura con este libro Leo, luego escribo…
Sí. Me ha dado sorpresas porque es un libro que usan los maestros. Original-
mente era pensado para que lo leyeran estudiantes Nosotros le llamamos
la preparatoria. De los 15 a los 18 años. Ese era el público en el que se había
pensado. Y tiene que ver con mi experiencia de dar talleres literarios. Saber
qué cuentos producen y funcionan como provocadores, como experiencias
cimbradoras y memorables. Fue una oportunidad de juntar todo esto. Es
un libro que circula en Centroamérica, que está en las bibliotecas de las
escuelas en México. Uno nunca sabe qué va a pasar con los libros, es tan
curioso. Hay unos que se mueren o que nadie sabe de ellos.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

El asa

H a llegado la hora del café y, por una extraña fortuna de los tiempos,
Elena ha comido a solas con su madre, en la casa de ésta. Sobre el
mantel color salmón, de pesado lino con bordados blancos, las tazas peque-
ñas aguardan el líquido café de la jarra que traerá la servidumbre. La madre
de Elena espera a que se haya retirado la vieja sirvienta para verter el líquido
y seguir conversando. ¿Quieres azúcar?, pregunta como siempre, ajena a la
negativa de Elena desde hace 30 años, mucho antes de que se fuera de
casa. ¿Crema? Sí, responde Elena tomando la jarrita. Esas preguntas son
un hábito, una cortesía, un protocolo. Elena y su madre hablan de Juan,
el hermano que vive en otro país, de las hijas de Elena, de la que estudia
Historia, de la que quiere ser cantante. Elena cuenta que se encontró a un
antiguo compañero de la escuela, pregunta a su madre si lo recuerda. Dice
que no, pues él a ti sí, insiste Elena. Ha preguntado si sigues igual de guapa.
Su madre ya no vive en la casa donde Elena creció, pero algunos muebles y
cuadros persisten. Elena mira el sillón de pana café y coloca a ese compañe-
ro y a otros que se ponen de pie tímidamente para saludar a su madre algún
viernes de reunión, cuando la sala de casa se llenaba de cuerpos y algarabía.
Cuando me los encuentro suelen bromear y confiesan que era a ti a la que
iban a ver y no a mí. La madre de Elena sonríe atenta a la taza donde em-
pina la jarra de café. El líquido brota espeso y aromático del pico blanco de
porcelana. Elena se maravilla con el cutis de su madre que no esconde su
buena estirpe mediterránea: lozano, terso, capaz de disimular el tiempo. Le
mira el pelo y los ojos y le cuesta trabajo suponer que entonces su madre
tenía la edad que ella tiene ahora. Le cuesta trabajo imaginarla como ella se
reconoce en el espejo. Cuando ella entra a casa y sorprende a sus hijas con
amigos le llega esa vaga sensación de ser su madre y sonríe sospechando
que tal vez esos muchachos la contemplen con cierto embeleso que no
confesarán hasta pasadas varias décadas.
Elena corta el café con un hilo de crema y lo menea con una cuchara
pequeña. Son las de siempre, dice por reafirmar que algunas cosas persis-

112
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

ten. Nos las regaló Antonio cuando nos casamos, explica su madre. Ya lo ha
dicho en otras ocasiones, pero Elena atiende de manera diferente. Antonio
ya está muerto y su padre ya no vive con su madre. Observa las cucharas
pequeñas ajenas a su pacto con las bocas convocadas alrededor de la mesa.
Las cucharas cómplices de sobremesa. Las cucharas y el café. Su madre
como punto de unión de cucharas, tazas y bocas. Coge la taza por el asa, le
advierte a Elena. La misma orden. Eso también persiste, sonríe Elena y ac-
cede. Es verdad que tiene la manía de tomar la taza por el cuerpo, le gusta
ese calor atenuado por la cerámica en las yemas de los dedos. A los dieciséis
años se enganchaba en una discusión inacabable que terminaba con su brus-
ca retirada del ante comedor donde solían pasar las sobremesas. Qué que
más daba por dónde se tomaba la taza. Y la mamá, que para qué creía que
tenían ese adminículo, que no eran tazones chinos, que en ellas se bebía
el café o el chocolate. Que las de consomé tenían dos y que así uno no se
quemaba las manos. Y Elena defendiéndose, que si se quemara las manos,
por supuesto no sería tan tonta para no tomarla por el asa. Que las formas
en la mesa tenían una razón, seguía su madre sin oírla. Que si no, por qué
no se ataba la servilleta a la cabeza. Y Elena indignada decía que por qué le
daba importancia a una cosa tan tonta. Que en lugar de disfrutar la plática
estaba discutiendo de buenas costumbres, que todo lo que le importaba era
que se comportara uno como debe ser y no lo que Elena sentía. Por si te
invitan a comer a un castillo, decía siempre su madre y Elena lo repetía con
sus propias hijas, y ellas reclamaban que a ella no le interesaba lo que te-
nían que decir: puros regaños. No sorber, esperar la señal del anfitrión para
tomar la cuchara de la sopa, no comer pan con la sopa, dejar los cubiertos
paralelos sobre el plato al terminar, no poner la servilleta sobre la mesa. La
misma retahíla sobada por generaciones. La misma fijación con el asa.
Toma la taza por el asa, le dijo a la hija mayor cuando empezó a beber
café y a fumar cigarrillos en la sobremesa familiar. Que no fumes en la
mesa. Pero si mi abuela lo hace, se defendía y Elena perdía, y perdía tam-
bién con lo del asa porque recordaba cuánto disgusto le producía que su
madre no escuchase lo que ella quería contarle, que si el profesor tal, que
si el chico tal, que si le habían dicho que su composición de español era
muy buena, que si la fiesta del fin de semana, nada, el asa, el asa. Y salía

113
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

por piernas abominando el orden de su casa, las cosas en su exacto lugar,


pateando los flecos de la alfombra del recibidor que su madre luego peinaría
con las manos para que quedaran parejos, lisos, perfectos. Qué trabajo el
de la perfección. Sonrió ajena a lo que le explicaba su madre. Tu hermano
compró una casa e insiste que vayamos a verla. Estaría bien, dijo Elena sa-
liendo del antecomedor de la otra casa, de los flecos del tapete y de tanto
disgusto inútil. Hacía tantos años que no vivían juntas que los motivos de
desacuerdo poco tenían que ver con el espacio compartido. Nadie recogía la
ropa detrás de ella, acomodaba los ceniceros, los cuadros. Ahora le hubiera
gustado que su casa tuviera el aspecto de la de su madre: las cosas en su
sitio, equilibradas. Una escenografía de color y luz que arropaba el ánimo.
A veces su madre le insistía que reposara antes de irse. Tienes ojeras, decía,
como queriendo desandar el tiempo y encontrarse con la cara despreocupa-
da de una niña hacía mucho abandonada. Pero Elena tenía mucho trabajo,
siempre mucho trabajo y una añoranza que distraía, tal vez, con ese llenar
la vida de compromisos. El sosiego la asustaba. Y no había pensado en ello
hasta esa tarde, cuando aceptó la siesta. Dejó la taza propiamente tomada
por el asa en la mesa y siguió a su madre a la habitación de al lado. Las cosas
habían cambiado. Su padre ya no estaba allí frente al televisor, pero la luz
de la terraza pintaba los espacios con la calidez de siempre. Pensó de golpe
que sería insoportable estar sin su madre, ¿quién construiría la escenografía
del bienestar? Caminó lacia, abstraída. Se sentó al borde de la cama y dejó
caer los zapatos. Su madre, entonces, la tapó como cuando era niña y le
acarició su frente de adulta, de adulta muy adulta que en ese momento
empequeñecía y volvía a sus brazos, sumisa ante el cobijo, ante la certeza
de que esa mano sobre su frente se llevaba todos los pesares.
Era una dulce ficción. Pensó cuánto le gustaría parecerse a su madre y
que pasados los años ella pudiera dar a sus hijas ese sosiego. Su madre le
puso la cobija encima y ella cerró los ojos. Era tan sencillo tomar la taza
por el asa, insistiría a sus hijas que lo hicieran. Descansa, dijo su madre y
Elena sonrió.

De Atrapadas en la escuela, Mónica Lavín. Selector.

114
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

AGUSTÍN MONSREAL

Biografìa arbitraria del autor


Al parecer, nació un 25 de septiembre en la ciudad de Mérida (Libra con
ascendente en Escorpio) y murió un 14 de octubre en su casa de París. Es
decir que nació y murió donde se le pegó la gana. Como se puede advertir,
son contemporáneos suyos Orestes Santiago, Darío Primero, Amina de la
Cruz, Claudina Cármina y Eurídice Benita, entre otros célebres autores.
Adrede, no conoció ni leyó nunca a ninguno de ellos, lo que impidió cual-
quier sospecha de contaminación literaria y le otorgó mayor autenticidad,
originalidad e irresponsabilidad para llegar a la senectud salpicado de culpas,
sufrimiento, autocastigo y la alegre certeza de no ser nada. Sus padres fue-
ron Gilda y Efraín, y recibió instrucción e influencia de la maestra Isabelita
Neda, quien se bañaba desnuda en la pileta del patio de la casa de al lado,
además de brindar asesorías para la dicha sexual a solas o en pareja en ins-
tituciones públicas y privadas.

Semblanza literaria
En 1978 obtuvo el Premio Nacional de Cuento de San Luis Potosí con el
libro Los ángeles enfermos. En 1982 fue galardonado en el XIV Certamen Na-
cional de Periodismo por su columna Tachas del periódico Excélsior. En 1987
obtuvo el Premio Antonio Mediz Bolio con el libro La banda de los enanos
calvos. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores en el periodo 1971-72,
y de 1994 a 2000 fue miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

115
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Por su trayectoria literaria recibió el Premio Antonio Mediz Bolio en 1996.


En 1999 fue distinguido con La Medalla Yucatán, máximo reconocimiento
que otorga el gobierno del estado. En Mérida, su ciudad natal, se instituyó
desde 1995 el Premio de Cuento Agustín Monsreal.
www.agustinmonsreal.com

116
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

El mono en su trapecio

M i otro yo, el enamoradizo Heliogábalo Basílides, me invitó a tomar un


café con leche en una librería de avenida Juárez donde acostumbran
dejarse ver y oír unas muchachas de piernas espléndidas, pechos amorosos y
bocas para muchos besos. Aunque a veces ocurre que, como si se pusieran
de acuerdo, todas aparecen cual remedios contra la lujuria perversamente
resguardadas en pantalones, suéteres, chamarras, gabardinas y zapatones
tenis y entonces uno tiene que disimular su frustración aplicándose a leer la
contraportada de algún manual de astrología o a conversar consigo mismo
sobre literatura fantástica. Esa tarde, desgraciadamente, no pude acudir a
la cita porque justo a las siete y cuarto de la mañana me rompí una pierna
al bajarme de un columpio en el parque España y luego perdí el resto del
día en lo que me la enyesaban y las enfermeras me autografiaban el yeso.
Qué terror, qué angustia, qué soledad sin límites se apoderó de mi alma
y de mi corazón esa noche cuando llegué a mi departamento. Cuántos pla-
tos sucios, cuánta ropa tirada, cuánto silencio a mi alrededor fuera del chas-
quido monótono, infeliz de la bomba de agua. Me sentí, de pronto, como
cuando era chiquito y mis padres se iban al cine y no había nadie cerca para
consolarme si me asustaba. Como pude, conseguí tragarme tres píldoras:
una amarilla, una verdecita pálido y una para domeñarle sus nervios al dolor.
Al poco rato, traumado por el suceso, incómodo por la novedosa rigidez de
mi pierna fracturada y atontado, desguanzado por la alevosía de los anti-
bióticos, cerré los ojos. En lo profundo del sueño, durante mucho tiempo,
en un lugar seco, desértico, peleé con un tipo que tenía la facha de quien
ha sido un personaje secundario toda su vida.
Cuando por fin, con una mezcla de miedo, confusión y fatiga, recobré el
sentido, Heliogábalo estaba sentado frente a mí, con los brazos cruzados,
contemplándome como si contemplara una uña sucia.

117
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

—¿Qué te pasa, manito? —me preguntó pasándome una vasija, la cre-


ma de afeitar y la navaja—. ¿Por qué esa cara?
—Es que dormí muy mal anoche —le contesté a la vez que determi-
naba no rasurarme (por si viniese a visitarme Lady Macbeth, porque ella
sabe que frotar mi barba crecida contra su mejilla es mi mejor manera de
demostrarle el ímpetu con que la deseo).
—Ah, vaya. ¿Y a qué se debió? —volvió a preguntar él, con tanto in-
terés como si indagara acerca del porvenir de una cucharita de plástico—.
¿Tomaste café después de las nueve, o cenaste fuerte, o dormiste bocarriba
o qué te pasó?
—No, nada de eso —le dije sacándome desde la raíz de los pulmones
un suspiro melindroso, apesadumbrado—. Lo que sucede es que, sabes,
desde hace días siento que me sobra la mitad de la cama.
Luego de hacernos esta honda confesión, necesaria pero inesperada, le
di cuerda a mi reloj de pulsera inservible y, un poco por atenuar el efecto
brutal de mis palabras tan llenas de sinceridad, me puse a cantar con aire
de nostalgia caribeña la segunda parte de “Bienaventurados los que pisan
fuerte”, del archiduque Johann Difelio Hammerklavier. El color ligeramente
dramático, casi rayano en la depresión de esta pieza no logró, sin embargo,
devolverme la presencia de ánimo. De modo que, con la celeridad que mi
lamentable estado permitía, me levanté, me calcé la bata de entrecasa, cogí
a Heliogábalo de muleta y fui al baño a cepillarme el pelo y rociarme un
enjuague bucofaríngeo y después a la cocina a prepararme un par de huevos
al credo, un atole de vainilla y unos bisquets con mermelada de frambuesa.
(Recordé, al echarle un vistazo al calendario, que tengo que pedir un tanque
de gas y concluir la tercera parte de mi ensayo sobre la influencia del jitoma-
te en los comportamientos sexuales de la era posmoderna.) Cuando terminé
de desayunar, había decidido llenar esa mitad de cama que me sobraba.
¿Una mujer de planta en esta casa? —exclamó Heliogábalo con un ges-
to de espanto semejante al que hace Agamenón cada que Clitemnestra se
acerca con el cuchillo de cocina a pedirle el gasto—. ¿Te das cuenta de lo
que dices?

118
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

—Sí, por supuesto que sí —albricié, descrucificándome, experimen-


tando una efervescencia como de gastritis en la garganta. Ya me cansé
de dormir solo y de comer solo, y de pasarme las horas platicando con las
paredes o con el retrato en blanco y negro de mamá. Estoy harto de que
en el mercado y en la panadería y en la lavandería automática, se comente
a mis espaldas: “Ay, si vive solo es porque ha de ser misógino, ¿no crees?; o
quién quita y es maricón, tú; o a lo mejor es un libidinoso que quiere que
su señora le haga cosas indebidas; o es de esos que van al psicoanalista;
o no le gusta trabajar y ni modo que ninguna mujer acepte vivir con él si
no la va a mantener.” Sí, ya estoy harto de la patraña de mí mismo. Ya no
soporto más mis propias bufonerías, esta máscara de feliz profesional que
se contenta con la gloria efímera de los amoríos ocasionales. Quiero volver
a ser sincero, de veras. Llenar de nuevo mi destino.
—Vaya, vaya, vaya. ¿Ilusiones de adolescente emocional a estas altu-
ras? —inquirió Heliogábalo con una combativa mueca de ironía y despre-
cio—. No pierdas el tiempo, mano. Desgraciado una vez, desgraciado para
toda la vida.
—Es en serio, Heliogábalo.
—Ah, bueno, si es en serio alevoseó él con expresión de estar tratando
de averiguar cuál es la célula del cerebro que induce al hombre a querer
sentar cabeza—. ¿Y quién es la elegida?
Aquí fue donde se me emperjuició el duodeno y la pierna me empezó
a doler hasta desclavijarme. Porque no tengo mujer a la vista. Digo, una
mujer capaz de contentarme el sueño y aproximarme a la dicha. Y deseo
tenerla. Y el fantasma de Dostoievski me dice que el matrimonio es la
muerte moral de toda alma orgullosa, de todo espíritu independiente. Y
Faulkner se aproxima y refunfuña que lo mejor es vivir en un sueño sin llegar
a realizarlo, pues de lo contrario se llega a la saciedad. O a la tristeza, que es
peor. Y los médicos creen que tardaré enyesado dos meses, por lo menos. Y
yo, mientras tanto, a escondidas de Heliogábalo, es decir, a espaldas de mí
mismo, escribo estas líneas para hacer del conocimiento de mis apreciadas
admiradoras que ahora sí estoy dispuesto a vivir acompañado, y que los

119
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

zapatos de mi preferencia son los mocasines de color café, gris o negros, en


sus diferentes tonalidades.
Las interesadas en ocupar la mitad vacante en mi cama pueden llamar-
me por teléfono (de 2 a 4, si es por la tarde, y de 10 a 12, por la noche) para
que les informe con mayor precisión y detalle sobre la medida exacta de mi
pie y mi pasión artesanal por el calzado.

De Cuentos de fugitivas y solitarios, Agustín Monsreal.


Ficción. Universidad Veracruzana.

120
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

AGUSTO MONTERROSO (Tegucigalpa, 1921– Ciudad de México 2003.) A los


15 años su familia se estableció en Guatemala y desde 1944 fijó su residen-
cia en México, país al que se trasladó por motivos políticos. Tito, como lo
llamaban sus allegados, considerado como uno de los maestros de la mini-
ficción, abordó en su obra temas complejos y fascinantes, con una provoca-
dora visión del mundo y una narrativa deliciosa. Y el mejor ejemplo de esto
es esa pieza extraordinaria de la brevedad: Cuando despertó, el dinosaurio
todavía estaba allí, del cual Monterroso aseveró que “sus interpretaciones
eran tan infinitas como el universo mismo”.
Y aunque fue a dormir…
Monterroso todavía está aquí.
Maestro de un humor basado en la verdad y en la mentira humanas que,
a final de cuentas, él siempre trató como una y la misma cosa, Augusto
Monterroso recibió múltiples galardones. Entre ellos, quizá el más preciado,
el de ser el mejor amigo que un hombre puede recordar. Sus seres queridos
sólo tienen elogios para el hombre, el creador y el amigo.
Su principal enseñanza fue su manera de entender y vivir la amistad, de una forma
entrañable y tan suya, mezclada de humor y finura, y al mismo tiempo de una
inteligencia aguda. La ausencia de una persona así no se puede explicar.

Alvaro Mutis, declaraciones a La Jornada el 9 de febrero de 2003.


Tomado de la revista Club de Lectores (México)

121
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

La brevedad
Con frecuencia escucho elogiar la brevedad y, provisionalmente, yo mismo
me siento feliz cuando oigo repetir que lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Sin embargo, en la sátira Horacio se pregunta, o hace como que le
pregunta a Mecenas, por qué nadie está contento con su condición, y el
mercader envidia al soldado y el soldado al mercader. Recuerdan, ¿verdad?
Lo cierto es que el escritor de brevedades nada anhela más en el mundo
que escribir interminablemente largos textos, largos textos en que la ima-
ginación no tenga que trabajar, en que hechos, cosas, animales y hombres
se crucen, se busquen o se huyan, vivan, convivan, se amen o derramen
libremente su sangre sin sujeción al punto y coma, al punto.
A ese punto que en este instante me ha sido impuesto por algo más
fuerte que yo, que respeto y que odio.

El mundo

Dios todavía no ha creado el mundo; sólo está imaginándolo, como entre


sueños. Por eso el mundo es perfecto, pero confuso.

Fecundidad
Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea.

De Tríptico, Augusto Monterroso. Colección Tierra Firme.


Fondo de Cultura Económica.

122
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

La Rana que quería ser una Rana auténtica

Había una vez una Rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días
se esforzaba en ello.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscan-
do su ansiada autenticidad.
Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o
de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en
la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse
(cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y
reconocían que era una Rana auténtica.
Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, espe-
cialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar
para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa
para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar
las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con
amargura cuando decían que qué buena Rana, que parecía Pollo.

De Cuentos, fábulas y lo demás es silencio, Augusto Monterroso.


Editorial Alfaguara.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

HARUKI MURAKAMI (12 de enero de 1949) A pesar de haber nacido en


Kioto, vivió la mayor parte de su juventud en Kðbe. Su padre era hijo de
un sacerdote budista. Su madre, hija de un comerciante de Osaka. Ambos
enseñaban literatura japonesa.
Su primer trabajo fue en una tienda de discos (tal como uno de sus per-
sonajes principales, Toru Watanabe de Norwegian Wood). Antes de terminar
sus estudios, Murakami abrió el bar de jazz “Peter Cat” (‘El Gato Pedro’) en
Tokio, que funcionó entre 1974 y 1982. En 1986, con el enorme éxito de su
novela Norwegian Wood, abandonó Japón para vivir en Europa y América,
pero regresó a Japón en 1995 tras el terremoto de Kobe, donde pasó su
infancia, y el ataque de gas sarín que la secta Aum Shinrikyo (‘La Verdad
Suprema’) perpetró en el metro de Tokio. Más tarde Murakami escribiría
sobre ambos sucesos.
La ficción de Murakami, que a menudo es tachada de literatura pop por
las autoridades literarias japonesas, es humorística y surreal, y al mismo
tiempo refleja la soledad y el ansia de amor en un modo que conmueve a
lectores tanto orientales como occidentales. Dibuja un mundo de oscilacio-
nes permanentes, entre lo real y lo onírico, entre el gozo y la obscuridad.
Es un defensor de la cultura popular. Le encantan las series de televisión, las
películas de terror, las novelas de detectives, la ropa de sport, las canciones
pop..., ya que todo ello le sirve como nexo con los lectores. Muchas de sus
novelas tienen además temas y títulos referidos a una canción en particular,
como Dance, Dance, Dance (The Dells), Norwegian Wood (The Beatles),
entre otras. Murakami, también es un aguerrido corredor y triatleta. Sale
a practicar todos los días, lo cual lo conserva en muy buena forma para su
edad. A pesar de que comenzó a correr a una edad relativamente tardía (33
años) ya ha completado varios maratones. Mientras la gente va a Hawai de
vacaciones, él va a correr y a trabajar.

124
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Por falta de palabras

S obre encontrarse a la chica 100% perfecta una bella mañana de abril.


Una bella mañana de abril, en una callecita lateral del elegante barrio de
Harajuku en Tokio, me crucé con la chica 100% perfecta. A decir verdad,
no era tan guapa. No sobresalía de ninguna manera. Su ropa no era nada
especial. En la nuca su cabello tenía las marcas de recién haber despertado.
Tampoco era joven —debía andar alrededor de los treinta-, ni siquiera
cerca de lo que comúnmente se considera una “chica”. Aun así, a quince
metros sé que ella es la chica 100% perfecta para mí. Desde el momento
que la vi algo retumbó en mi pecho y mi boca quedó seca como un desier-
to. Quizá tú tienes tu propio tipo de chica favorita: digamos, la de tobillos
delgados, o grandes ojos, o delicados dedos, o sin tener una buena razón te
enloquecen las chicas que se toman su tiempo en terminar su merienda. Yo
tengo mis propias preferencias, por supuesto. A veces en un restaurante me
descubro mirando a la chica de la mesa de junto porque me gusta la forma
de su nariz. Pero nadie puede asegurar que su chica 100% perfecta corres-
ponde a un tipo preconcebido. Por mucho que me gusten las narices, no
puedo recordar la forma de la de ella —ni siquiera si tenía una. Todo lo que
puedo recordar de forma segura es que no era una gran belleza. Extraño.
—Ayer me crucé en la calle con la chica 100% perfecta —le digo a
alguien.
—¿Sí? —él dice— ¿Estaba guapa?
—No realmente.
—De tu tipo entonces.
—No lo sé. Me parece que no puedo recordar nada de ella, la forma de
sus ojos o el tamaño de su pecho.
—Raro.

125
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

—Sí. Raro.
—Bueno, como sea —me dice ya aburrido— ¿Qué hiciste? ¿Le hablas-
te? ¿La seguiste?
—Nah, sólo me crucé con ella en la calle. Ella caminaba de este a oeste y
yo de oeste a este. Era una bella mañana de abril. Ojalá hubiera hablado con
ella. Media hora sería suficiente: sólo para preguntarle acerca de ella misma,
contarle algo acerca de mí, y –lo que realmente me gustaría hacer- explicarle
las complejidades del destino que nos llevaron a cruzarnos uno con el otro en
esa calle en Harajuku en una bella mañana de abril en 1981. Algo que seguro
nos llenaría de tibios secretos, como un antiguo reloj construido cuando la
paz reinaba en el mundo. Después de hablar, almorzaríamos en algún lugar,
quizá veríamos una película de Woody Allen, parar en el bar de un hotel
para unos cócteles. Con un poco de suerte, terminaríamos en la cama. La
posibilidad toca en la puerta de mi corazón. Ahora la distancia entre nosotros
es de apenas 15 metros. ¿Cómo acercármele? ¿Qué debería decirle? Buenos
días señorita, ¿podría compartir conmigo media hora para conversar? Ridículo.
Sonaría como un vendedor de seguros. Discúlpeme, ¿sabría usted si hay en el
barrio alguna lavandería 24 horas? No, simplemente ridículo. No cargo nada
que lavar, ¿quién me compraría una línea como esa? Quizá simplemente sirva
la verdad: Buenos días, tú eres la chica 100% perfecta para mí. No, no se lo
creería. Aunque lo dijera es posible que no quisiera hablar conmigo. Perdóna-
me, podría decir, es posible que yo sea la chica 100% perfecta para ti, pero
tú no eres el chico 100% perfecto para mí. Podría suceder, y de encontrarme
en esa situación me rompería en mil pedazos, jamás me recuperaría del golpe,
tengo treinta y dos años, y de eso se trata madurar. Pasamos frente a una
florería. Un tibio airecito toca mi piel. La acera está húmeda y percibo el olor
de las rosas. No puedo hablar con ella. Ella trae un suéter blanco y en su
mano derecha estruja un sobre blanco con una sola estampilla. Así que ella le
ha escrito una carta a alguien, a juzgar por su mirada adormecida quizá pasó
toda la noche escribiendo. El sobre puede guardar todos sus secretos. Doy
algunas zancadas y giro: ella se pierde en la multitud. Ahora, por supuesto, sé
exactamente qué tendría que haberle dicho. Tendría que haber sido un largo
discurso, pienso, demasiado tarde como para decirlo ahora. Se me ocurren
las ideas cuando ya no son prácticas. Bueno, no importa, hubiera empezado

126
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

“Érase una vez” y terminado con “Una historia triste, ¿no crees?”.
Érase una vez un muchacho y una muchacha. El muchacho tenía die-
ciocho y la muchacha dieciséis. Él no era notablemente apuesto y ella no
era especialmente bella. Eran solamente un ordinario muchacho solitario y
una ordinaria muchacha solitaria, como todo los demás. Pero ellos creían
con todo su corazón que en algún lugar del mundo vivía el muchacho 100%
perfecto y la muchacha 100% perfecta para ellos. Sí, creían en el milagro.
Y ese milagro sucedió. Un día se encontraron en una esquina de la calle.
—Esto es maravilloso —dijo él—. Te he estado buscando toda mi vida.
Puede que no creas esto, pero eres la chica 100% perfecta para mí. —Y
tú —ella le respondió— eres el chico 100% perfecto para mí, exactamen-
te como te he imaginado en cada detalle. Es como un sueño. Se sentaron
en la banca de un parque, se tomaron de las manos y dijeron sus historias
hora tras hora. Ya no estaban solos. Qué cosa maravillosa encontrar y ser
encontrado por tu otro 100% perfecto. Un milagro, un milagro cósmico. Sin
embargo, mientras se sentaron y hablaron una pequeña, pequeñísima astilla
de duda echó raíces en sus corazones: ¿estaba bien si los sueños de uno se
cumplen tan fácilmente? Y así, tras una pausa en su conversación, el chico
le dijo a la chica: Vamos a probarnos, sólo una vez. Si realmente somos
los amantes 100% perfectos, entonces alguna vez en algún lugar, nos vol-
veremos a encontrar sin duda alguna y cuando eso suceda y sepamos que
somos los 100% perfectos, nos casaremos ahí y entonces, ¿cómo ves? —Sí
—ella dijo—, eso es exactamente lo que debemos hacer. Y así partieron,
ella al este y él hacia el oeste. Sin embargo, la prueba en que estuvieron
de acuerdo era absolutamente innecesaria, nunca debieron someterse a ella
porque en verdad eran el amante 100% perfecto el uno para el otro y era
un milagro que se hubieran conocido. Pero era imposible para ellos saberlo,
jóvenes como eran. Las frías, indiferentes olas del destino procederían a
agitarlos sin piedad.
Un invierno, ambos, el chico y la chica se enfermaron de influenza,
y traspasaron semanas entre la vida y la muerte, perdieron toda memo-
ria de los años primeros. Cuando despertaron sus cabezas estaban vacías
como la alcancía del joven D. H. Lawrence. Eran dos jóvenes brillantes y
determinados, a través de esfuerzos continuos pudieron adquirir de nuevo

127
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

el conocimiento y la sensación que los calificaba para volver como miem-


bros hechos y derechos de la sociedad. Bendito el cielo, se convirtieron
en ciudadanos modelo, sabían transbordar de una línea del subterráneo a
otra, eran capaces de enviar una carta de entrega especial en la oficina de
correos. De hecho, incluso experimentaron otra vez el amor, a veces el 75%
o aun el 85% del amor. El tiempo pasó veloz y pronto el chico tuvo treinta
y dos, la chica treinta Una bella mañana de abril, en búsqueda de una taza
de café para empezar el día, el chico caminaba de este a oeste, mientras
que la chica lo hacía de oeste a este, ambos a lo largo de la callecita del
barrio de Harajuku de Tokio. Pasaron uno al lado del otro justo en el centro
de la calle. El débil destello de sus memorias perdidas brilló tenue y breve
en sus corazones. Cada uno sintió retumbar su pecho. Y supieron: Ella es la
chica 100% perfecta para mí. Él es el chico 100% perfecto para mí. Pero el
resplandor de sus recuerdos era tan débil y sus pensamientos no tenían ya la
claridad de hace catorce años. Sin una palabra, se pasaron de largo, uno al
otro, desapareciendo en la multitud. Para siempre. Una historia triste, ¿no
crees? Sí, eso es, eso es lo que tendría que haberle dicho.

De Sauce ciego, mujer dormida, Haruki Murakami. Tusquets.


Haruki Murakami en Imaginantes. http://www.imaginalee.org/

128
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

MONTSERRAT ORDÓÑEZ (Barcelona 1941-Bogotá 2001)


Por Natalia M. Ramírez. University of Pittsburgh
Mujer independiente, autosuficiente, crítica, rebelde y firme. Vivió sacian-
do el deseo de pronunciar lo inexpresable; afirmando lo mudo, silenciado
y prohibido. Por medio de las palabras, la lectura y la escritura descubrió la
vida de los adultos, la vida oculta y secreta de la cual no se debía hablar.
Terminó la escuela secundaria en una época en que “se decía que una mujer
con bachillerato ya había estudiado lo que necesitaba”.Sin embargo, desde
antes de graduarse en 1958 junto con siete compañeras más, ya sabía que
quería estudiar idiomas y literatura. Así la escritura y la lectura fueron sus
pasatiempos favoritos y luego su profesión.Desde niña siempre se sintió
colombiana, como se lo inculcó su papá, aunque sus peores años fueron
los vividos en Bucaramanga (1959-62) luego de haber nacido y vivido sus
primeros quince años en Barcelona, España. “Mi vida anterior, el colegio, las
amigas, los libros, los estudios, los lugares conocidos, todo quedó anulado...
Bucaramanga era el limbo, el trópico desembrujado de García Márquez, el
trópico sin encanto, el trópico que yo identificaría con el ruido de las chicha-
rras: no pasa nada más, las chicharras suenan y todos nos adormecemos”.
Tal vez fueron esos tres años los que infundieron en ella el deseo de viajar y
aprender viajando, no obstante los viajes siempre la dejaran extenuada, con
más trabajo acumulado, con deseos de encerrarse en su casa, entregarse a sí
misma, a sus pasiones y proyectos. “No me paren bolas, gritará la niña mala
que quiere estar sola. No me miren. No me toquen. Sola, solita, se subirá con
el gato a sillas y armarios, destapará cajas y bajará libros de estantes prohibidos.
Cuando tenga su casa y cierre la puerta, no entrará el hambre del alma, ni los
monos amaestrados, ni curas ni monjas. El aire de la tarde la envolverá en sol
transparente”, se pondrá a arreglar el jardín, a escribir poemas y a investigar.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Una niña mala


Her power is her own.
She will not give it away.
Sandra Cisneros
The House of Mango Street

Q uiero ser una niña mala y no lavar nunca los platos y escaparme de la
casa. No voy a explicarle las tareas a nadie, ni a tender la cama. No
quiero esperar en el balcón, suspirando y aguantando lágrimas, la llegada de
papá. Ni con mamá ni con nadie. Cuando sea una niña mala gritaré, lloraré
dando alaridos hasta que la casa se caiga. Cuando sea una niña mala no vol-
veré a marearme ni a vomitar. Porque no voy a subir al auto que no quiero,
ni voy a comer lo que no quiero, ni a temer que alguien diga si vomitas te
lo tragas, pero a papá no se lo hacen tragar. Yo voy a ser una niña mala y
sólo voy a vomitar cuando me dé la gana, no cuando me obliguen a comer.
Llegaré con rastros de lápiz rojo en la camisa, oleré a sudor y a trago
y me acostaré con la ropa sucia puesta, roncaré hasta despertar a toda la
familia. Todos despiertos, cada uno callado en su rincón respirando miedo.
Quiero ser el ogro y comerme a todos los niños, especialmente a los que
no duermen mientras yo ronco y me ahogo. Porque los niños cobardes me
irritan. Quiero niños malos, y quiero una niña mala que no se asusta por
nada. No le importa ni la pintura ni la sangre, prefiere las piedras al pan
para dejar su rastro, y aúlla con las estrellas y baila con su gato junto a la
hoguera. Ésa es la niña que voy a ser. Una niña valiente que puede abrir y
cerrar la puerta, abrir y cerrar la boca. Decir que sí y decir que no cuando
le venga la gana, y saber cuándo le da la gana. Una niña mojada, los pies
húmedos en el charco de lágrimas, los ojos de fuego.
La niña mala no tendrá que hacer visitas ni saludar, pie atrás y reve-
rencia, ni sentarse con la falda extendida, las manos quietas, sin cruzar las
piernas. Las cruzará, el tobillo sobre la rodilla, y las abrirá, el ángulo de más

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

de noventa, la cabeza alta y la espalda ancha y larga, y se tocará donde le


provoque.
No volverá a hacer tareas, ni a llevar maleta, ni a dejarse hacer las tren-
zas, a tirones, cada madrugada, entre el huevo y el café. Nadie le pondrá
lazos en la coronilla ni le tomarán fotos aterradas. Tendrá pelo de loba y se
sacudirá desde las orejas hasta la cola antes de enfrentarse al bosque.
No me paren bolas, gritará la niña mala que quiere estar sola. No me
miren. No me toquen. Sola, solita, se subirá con el gato a sillas y armarios,
destapará cajas y bajará libros de estantes prohibidos. Cuando tenga su casa
y cierre la puerta, no entrará el hambre del alma, ni los monos amaestra-
dos, ni curas ni monjas. El aire de la tarde la envolverá en sol transparente.
Las palomas y las mirlas saltarán en el techo y las terrazas, y las plumas la
esperarán en los rincones más secretos y se confundirán con los lápices y
las almohadas. Se colarán gatos y ladrones y tal vez alguna rata, por error,
porque sí, porque van a lo suyo, de paso, y no saben de niñitas, ni buenas
ni malas. Armará una cueva para aullar y para reír. Para jugar y bailar y en-
roscarse. Para relamerse.
Ahora el balcón ya está cerrado. El gato todavía recorre y revisa los
alientos. Es tarde y la niña buena, sin una lágrima se acurruca y se duerme.

De 17 Narradoras latinoamericanas, Montserrat Ordóñez.


Coedición Latinoamericana CERLALC-UNESCO.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

JOSÉ EMILIO PACHECO (Ciudad de México,1939)


La pasión por la metáfora, la concentración en unas cuantas líneas de un relato
casi siempre pesaroso, el gusto por los relatos inesperados, el despliegue del poder
de síntesis, el ejercicio múltiple de la metáfora, el juego de analogías como espejos
de la devastación, la alabanza jubilosa del paisaje. En poesía, ajusta sus dones
melancólicos, su pesimismo que es resistencia al autoengaño, su fijación del sitio de
la crueldad en el mundo, su poderío aforístico.
Carlos Monsiváis

Poeta, ensayista, traductor, novelista y cuentista, integrante de la llamada


«Generación de los años cincuenta» (en esa década ya figuraba en antologías
al lado de los grandes poetas latinoamericanos), José Emilio Pacheco estudió
en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde inició sus activi-
dades literarias en la revista Medio Siglo; tradujo del inglés y publicó libros
de lírica y narrativa. Compartió, al lado de Carlos Monsiváis, la dirección
del suplemento de la revista Estaciones; fue secretario de redacción de la
Revista de la Universidad de México y de México en la Cultura, suplemento
de Novedades, y fue jefe de redacción de La Cultura en México, suplemento
de Siempre! Dirigió la colección Biblioteca del Estudiante Universitario publi-
cada por la UNAM, que reúne obras literarias desde el pasado prehispánico
al México contemporáneo. Es especialista en Literatura mexicana del siglo
XIX, así como profundo conocedor de la obra de Jorge Luis Borges, en cuyo
honor dictó una serie de conferencias en 1999. Desde hace décadas ha sido
profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México, en la Universidad
de Maryland (College Park), en la Universidad de Essex y en algunas otras
de Estados Unidos, Canadá, y Reino Unido. En la actualidad es una figura
central de la literatura mexicana y miembro de El Colegio Nacional desde

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

1986; fue nombrado miembro honorario de la Academia Mexicana de la


Lengua en 2006.
El 21 de abril de 2010 dejó una serie de objetos en la Caja de las Letras del
Instituto Cervantes para que se abran 100 años después, en 2110. En el
momento de depositarlo dijo: Lo dejo para que quien abra esto en cien años sepa
quién fui, porque no creo que nadie recuerde mi obra.

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Tenga para que se entretenga

Estimado señor: Le envío el informe confidencial que me pidió. Incluyo


un recibo por mis honorarios. Le ruego se sirva cubrirlos mediante cheque
o giro postal. Confío en que el precio de mis servicios le parezca justo. El
informe salió más largo y detallado de lo que en un principio supuse. Tuve
que redactarlo varias veces para lograr cierta claridad ante lo difícil y aun lo
increíble del caso. Reciba los atentos saludos de
Ernesto Domínguez Puga
Detective Privado
Palma 10, despacho 52
México, Distrito Federal,
sábado 5 de mayo de 1972.

Informe confidencial
El 9 de agosto de 1943 la señora Olga Martínez de Andrade y su hijo de seis
años, Rafael Andrade Martínez, salieron de su casa (Tabasco 106, colonia
Roma). Iban a almorzar con doña Caridad Acevedo viuda de Martínez en su
domicilio (Gelati 36 bis, Tacubaya). Ese día descansaba el chofer. El niño no
quiso viajar en taxi: le pareció una aventura ir como los pobres en tranvía y
autobús. Se adelantaron a la cita y a la señora Olga se le ocurrió pasear al
niño por el cercano Bosque de Chapultepec.
Rafael se divirtió en los columpios y resbaladillas del Rancho de la Hor-
miga, atrás de la residencia presidencial (Los Pinos). Más tarde fueron por las
calzadas hacia el lago y descansaron en la falda del cerro. Llamó la atención
de Olga un detalle que hoy mismo, tantos años después, pasa inadvertido
a los transeúntes: los árboles de ese lugar tienen formas extrañas, se hallan
como aplastados por un peso invisible. Esto no puede atribuirse al terreno
caprichoso ni a la antigüedad.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

El administrador del Bosque informó que no son árboles vetustos como


los ahuehuetes prehispánicos de las cercanías: datan del siglo XIX. Cuando
actuaba como emperador de México, el archiduque Maximiliano ordenó
sembrarlos en vista de que la zona resultó muy dañada en 1847, a con-
secuencia de los combates en Chapultepec y el asalto del Castillo por las
tropas norteamericanas.
El niño estaba cansado y se tendió de espaldas en el suelo. Su madre
tomó asiento en el tronco de uno de aquellos árboles que, si usted me lo
permite, calificaré de sobrenaturales. Pasaron varios minutos. Olga sacó su
reloj, se lo acercó a los ojos, vio que ya eran las dos de la tarde y debían irse
a casa de la abuela. Rafael le suplicó que lo dejara un rato más. La señora
aceptó de mala gana, inquieta porque en el camino se habían cruzado con
varios aspirantes a torero quienes, ya desde entonces, practicaban al pie de
la colina en un estanque seco, próximo al sitio que se asegura fue el baño
de Moctezuma.
A la hora del almuerzo el Bosque había quedado desierto. No se es-
cuchaba rumor de automóviles en las calzadas ni trajín de lanchas
en el lago. Rafael se entretenía en obstaculizar con una ramita el paso
de un caracol. En ese instante se abrió un rectángulo de madera ocul-
to bajo la hierba rala del cerro y apareció un hombre que dijo a Rafael:
—Déjalo. No lo molestes. Los caracoles no hacen daño y conocen el reino
de los muertos.
Salió del subterráneo, fue hacia Olga, le tendió un periódico doblado y
una rosa con un alfiler:
—Tenga para que se entretenga. Tenga para que se la prenda.
Olga dio las gracias, extrañada por la aparición del hombre y la ama-
bilidad de sus palabras. Lo creyó un vigilante, un guardián del Castillo, y
de momento no reparó en su vocabulario ni en el olor a humedad que se
desprendía de su cuerpo y su ropa. Mientras tanto Rafael se había acercado
al desconocido y le preguntaba:
—¿Ahí vives?

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—No: más abajo, más adentro.


—¿Y no tienes frío?
—La tierra en su interior está caliente.
—Llévame a conocer tu casa. Mamá, ¿me das permiso?
—Niño, no molestes. Dale las gracias al señor y vámonos ya: tu abue-
lita nos está esperando.
—Señora, permítale asomarse. No lo deje con la curiosidad.
—Pero, Rafaelito, ese túnel debe de estar muy oscuro. ¿No te da miedo?
—No, mamá.
Olga sintió con gesto resignado. El hombre tomó de la mano a Rafael y
dijo al empezar el descenso:
—Volveremos. Usted no se preocupe. Sólo voy a enseñarle la boca de
la cueva.
—Cuídelo mucho, por favor. Se lo encargo.
Según el testimonio de parientes y amigos, Olga fue siempre muy dis-
traída. Por tanto, juzgó normal la curiosidad de su hijo, aunque no dejaron
de sorprenderla el aspecto y la cortesía del vigilante. Guardó la flor y desdo-
bló el periódico. No pudo leerlo. Apenas tenía veintinueve años pero desde
los quince necesitaba lentes bifocales y no le gustaba usarlos en público.
Pasó un cuarto de hora. El niño no regresaba. Olga se inquietó y fue
hasta la entrada de la caverna subterránea. Sin atreverse a penetrar en
ella, gritó con la esperanza de que Rafael y el hombre le contestaran.
Al no obtener respuesta, bajó aterrorizada hasta el estanque seco. Dos
aprendices de torero se adiestraban allí. Olga les informó de lo sucedido y
les pidió ayuda.
Volvieron al lugar de los árboles extraños. Los torerillos cruzaron miradas
al ver que no había ninguna cueva, ninguna boca de ningún pasadizo. Bus-

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

caron a gatas sin hallar el menor indicio. No obstante, en manos de Olga


estaban la rosa, el alfiler, el periódico -y en el suelo, el caracol y la ramita.
Cuando Olga cayó presa de un auténtico shock, los torerillos entendieron
la gravedad de lo que en principio habían juzgado una broma o una posibili-
dad de aventura. Uno de ellos corrió a avisar por teléfono desde un puesto a
orillas del lago. El otro permaneció al lado de Olga e intentó calmarla.
Veinte minutos después se presentó en Chapultepec el ingeniero Andra-
de, esposo de Olga y padre de Rafael. En seguida aparecieron los vigilantes
del Bosque, la policía, la abuela, los parientes, los amigos y desde luego la
multitud de curiosos que siempre parece estar invisiblemente al acecho
en todas partes y se materializa cuando sucede algo fuera de lo común.
El ingeniero tenía grandes negocios y estrecha amistad con el general Maxi-
mino Ávila Camacho. Modesto especialista en resistencia de materiales
cuando gobernaba el general Lázaro Cárdenas, Andrade se había vuelto
millonario en el nuevo régimen gracias a las concesiones de carreteras y
puentes que le otorgó don Maximino. Como usted recordará, el hermano
del presidente Manuel Ávila Camacho era el secretario de Comunicaciones,
la persona más importante del gobierno y el hombre más temido de Méxi-
co. Bastó una orden suya para movilizar a la mitad de todos los efectivos
policiales de la capital, cerrar el Bosque, detener e interrogar a los torerillos.
Uno de sus ayudantes irrumpió en Palma 10 y me llevó a Chapultepec en un
automóvil oficial. Dejé todo para cumplir con la orden de Ávila Camacho.
Yo acababa de hacerle servicios de la índole más reservada y me honra el
haber sido digno de su confianza.
Cuando llegué a Chapultepec hacia las cinco de la tarde, la búsqueda
proseguía sin que se hubiese encontrado ninguna pista. Era tanto el poder
de don Maximino que en el lugar de los hechos se hallaban para dirigir la
investigación el general Miguel Z. Martínez, jefe de la policía capitalina,
y el coronel José Gómez Anaya, director del Servicio Secreto. Agentes y
uniformados trataron, como siempre, de impedir mi labor. El ayudante dijo
a los superiores el nombre de quien me ordenaba hacer una investigación
paralela. Entonces me dejaron comprobar que en la tierra había rastros del
niño, no así del hombre que se lo llevó.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

El administrador del Bosque aseguró no tener conocimiento de que hu-


biera cuevas o pasadizos en Chapultepec. Una cuadrilla excavó el sitio en
donde Olga juraba que había desaparecido su hijo. Sólo encontraron cascos
de metralla y huesos muy antiguos. Por su parte, el general Martínez decla-
ró a los reporteros que la existencia de túneles en México era sólo una más
entre las muchas leyendas que envuelven el secreto de la ciudad.
La capital está construida sobre el lecho de un lago; el subsuelo fangoso
vuelve imposible esta red subterránea: en caso de existir, se hallaría anegada.
La caída de la noche obligó a dejar el trabajo para la mañana siguiente.
Mientras se interrogaba a los torerillos en los separos de la Inspección, acom-
pañé al ingeniero Andrade a la clínica psiquiátrica de Mixcoac donde atendían
a Olga los médicos enviados por Ávila Camacho. Me permitieron hablar con
ella y sólo saqué en claro lo que consta al principio de este informe.
Por los insultos que recibí en los periódicos no guardé recortes y ahora
lo lamento. La radio difundió la noticia, los vespertinos ya no la alcanza-
ron. En cambio los diarios de la mañana desplegaron en primera plana y
a ocho columnas lo que a partir de entonces fue llamado “El misterio de
Chapultepec’’. Un pasquín ya desaparecido se atrevió a afirmar que Olga
tenía relaciones con los dos torerillos. Chapultepec era el escenario de sus
encuentros. El niño resultaba el inocente encubridor que al conocer la
verdad tuvo que ser eliminado. Otro periódico sostuvo que hipnotizaron
a Olga y la hicieron creer que había visto lo que contó. En realidad el
niño fue víctima de una banda de “robachicos’’. (El término, traducido
literalmente de kidnapers, se puso de moda en aquellos años por el gran
número de secuestros que hubo en México durante la Segunda Guerra
Mundial.) Los bandidos no tardarían en pedir rescate o en mutilar a Rafael
para obligarlo a la mendicidad.
Aún más irresponsable, cierta hoja inmunda engañó a sus lectores con
la hipótesis de que Rafael fue capturado por una secta que adora dioses
prehispánicos y practica sacrificios humanos en Chapultepec. (Como usted
sabe, Chapultepec fue el bosque sagrado de los aztecas.) Según los miem-
bros de la secta, la cueva oculta en este lugar es uno de los ombligos del

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

planeta y la entrada al inframundo. Semejante idea parece basarse en una


película de Cantinflas, El signo de la muerte.
En fin, la gente halló un escape de la miseria, las tensiones de la gue-
rra, la escasez, la carestía, los apagones preventivos contra un bombardeo
aéreo que por fortuna no llegó jamás, el descontento, la corrupción, la
incertidumbre...
Y durante algunas semanas se apasionó por el caso. Después, todo que-
dó olvidado para siempre.
Cada uno piensa distinto, cada cabeza es un mundo y nadie se pone
de acuerdo en nada. Era un secreto a voces que para 1946 don Maximino
ambicionaba suceder a don Manuel en la presidencia. Sus adversarios asegu-
raban que no vacilaría en recurrir al golpe militar y al fratricidio. Por tanto,
de manera inevitable se le dio un sesgo político a este embrollo: a través de
un semanario de oposición, sus enemigos civiles difundieron la calumnia de
que don Maximino había ordenado el asesinato de Rafael con objeto de que
el niño no informara al ingeniero Andrade de las relaciones que su protector
sostenía con Olga.
El que escribió esa infamia amaneció muerto cerca de Topilejo, en la ca-
rretera de Cuernavaca. Entre su ropa se halló una nota de suicida en que el
periodista manifestaba su remordimiento, hacía el elogio de Ávila Camacho
y se disculpaba ante los Andrade. Sin embargo, la difamación encontró un
terreno fértil, ya que don Maximino, personaje extraordinario, tuvo un gus-
to proverbial por las llamadas “aventuras’’. Además, la discreción, el profesio-
nalismo, el respeto a su dolor y a sus actuales canas me impidieron decirle
antes a usted que en 1943 Olga era bellísima, tan hermosa como las estrellas
de Hollywood pero sin la intervención del maquillista ni el cirujano plástico.
Tan inesperadas derivaciones tenían que encontrar un hasta aquí. Gra-
cias a métodos que no viene al caso describir, los torerillos firmaron una
confesión que aclaró las dudas y acalló la maledicencia. Según consta en
actas, el 9 de agosto de 1943 los adolescentes aprovechan la soledad del
Bosque a las dos de la tarde y la mala vista de Olga para montar la farsa de
la cueva y el vigilante misterioso. Enterados de la fortuna del ingeniero, que

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

hasta entonces había hecho esfuerzos por ocultarla, se proponen llevarse al


niño y exigir un rescate que les permita comprar su triunfo en las plazas de
toros. Luego, atemorizados al ver que pisan terrenos del implacable herma-
no del presidente, los torerillos enloquecen de miedo, asesinan a Rafael, lo
descuartizan y echan sus restos al Canal del Desagüe.
La opinión pública mostró credulidad y no exigió que se puntualizaran
algunas contradicciones. Por ejemplo, ¿qué se hizo de la caverna subterrá-
nea por la que desapareció Rafael? ¿Quién era y en dónde se ocultaba el
cómplice que desempeñó el papel de guardia? ¿Por qué, de acuerdo con el
relato de la madre, fue el propio niño quien tuvo la iniciativa de entrar en
el pasadizo? Y sobre todo ¿a qué horas pudieron los torerillos destazar a
Rafael y arrojar los despojos a las aguas negras -situadas en su punto más
próximo a unos veinte kilómetros de Chapultepec- si, como antes he dicho,
uno llamó a la policía y al ingeniero Andrade, el otro permaneció al lado de
Olga y ambos estaban en el lugar de los hechos cuando llegaron la familia
y las autoridades?
Pero al fin y al cabo todo en este mundo es misterioso. No hay ningún
hecho que pueda ser aclarado satisfactoriamente. Como tapabocas se pu-
blicaron fotos de la cabeza y el torso de un muchachito, vestigios extraídos
del Canal del Desagüe. Pese a la avanzada descomposición, era evidente
que el cadáver correspondía a un niño de once o doce años, y no de seis
como Rafael. Esto sí no es problema: en México siempre que se busca un
cadáver se encuentran muchos otros en el curso de la pesquisa.
Dicen que la mejor manera de ocultar algo es ponerlo a la vista de to-
dos. Por ello y por la excitación del caso y sus inesperadas ramificaciones,
se disculpará que yo no empezara por donde procedía: es decir, por inte-
rrogar a Olga acerca del individuo que capturó a su hijo. Es imperdonable
-lo reconozco- haber considerado normal que el hombre le entregara una
flor y un periódico y no haber insistido en examinar estas piezas. Tal vez un
presentimiento de lo que iba a encontrar me hizo posponer hasta lo último
el verdadero interrogatorio. Cuando me presenté en la casa de Tabasco 106
los torerillos, convictos y confesos tras un juicio sumario, ya habían caído
bajo los disparos de la ley fuga: en Mazatlán intentaron escapar de la cuerda

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

en que iban a las Islas Marías para cumplir una condena de treinta años por
secuestro y asesinato. Y ya todos, menos los padres, aceptaban que los res-
tos hallados en las aguas negras eran los del niño Rafael Andrade Martínez.
Encontré a Olga muy desmejorada, como si hubiera envejecido varios
años en unas cuantas semanas. Aún con la esperanza de recobrar a su hijo,
se dio fuerzas para contestarme. Según mis apuntes taquigráficos, la con-
versación fue como sigue:
—Señora Andrade, en la clínica de Mixcoac no me pareció oportuno
preguntarle ciertos detalles que ahora considero indispensables. En primer
lugar ¿cómo vestía el hombre que salió de la tierra para llevarse a Rafael?
—De uniforme.
—¿Uniforme militar, de policía, de guardabosques?
—No, es que, sabe usted, no veo bien sin mis lentes. Pero no me gusta
ponérmelos en público. Por eso pasó todo, por eso...
—Cálmate -intervino el ingeniero Andrade cuando su esposa comenzó
a llorar.
—Perdone, no me contestó usted: ¿cómo era el uniforme?
—Azul, con adornos rojos y dorados. Parecía muy desteñido.
—¿Azul marino?
—Más bien azul claro, azul pálido.
—Continuemos. Apunté en mi libreta las palabras que le dijo el hombre
al darle el periódico y la flor: “Tenga para que se entretenga. Tenga para que
se la prenda.’’ ¿No le parecen muy extrañas?
—Sí, rarísimas. Pero no me di cuenta. Qué estúpida. No me lo perdo-
naré jamás.
—¿Advirtió usted en el hombre algún otro rasgo fuera de lo común?

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

—Me parece estar oyéndolo: hablaba muy despacio y con acento.


—¿Acento regional o como si el español no fuera su lengua?
—Exacto: como si el español no fuera su lengua.
—Entonces ¿cuál era su acento?
—Déjeme ver... quizá... como alemán.
El ingeniero y yo nos miramos. Había muy pocos alemanes en México.
Eran tiempos de guerra, no se olvide, y los que no estaban concentrados
en el Castillo de Perote vivían bajo sospecha. Ninguno se hubiera atrevido a
meterse en un lío semejante.
—¿Y él? ¿Cómo era él?
—Alto... sin pelo... Olía muy fuerte... como a humedad.
—Señora Olga, disculpe el atrevimiento, pero si el hombre era estrafala-
rio ¿por qué dejó usted que Rafaelito bajara con él a la cueva?
—No sé, no sé. Por tonta, porque él me lo pidió, porque siempre lo he
consentido mucho. Nunca pensé que pudiera ocurrirle nada malo... Espe-
re, hay algo más: cuando el hombre se acercó vi que estaba muy pálido...
¿Cómo decirle...? Blancuzco... Eso es: como un caracol... un caracol fuera
de su concha.
—Válgame Dios. Qué cosas se te ocurren —exclamó el ingeniero An-
drade. Me estremecí. Para fingirme sereno enumeré:
—Bien, con que decía frases poco usuales, hablaba con acento alemán,
llevaba uniforme azul pálido, olía mal y era fofo, viscoso. ¿Gordo, de baja
estatura?
—No, señor, todo lo contrario: muy alto, muy delgado... Ah, además
tenía barba.
—¿Barba? Pero si ya nadie usa barba —intervino el ingeniero Andrade.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

—Pues él tenía —afirmó Olga.


Me atreví a preguntarle:
—¿Una barba como la de Maximiliano de Habsburgo, partida en dos
sobre el mentón?
—No, no. Recuerdo muy bien la barba de Maximiliano. En casa de mi
madre hay un cuadro del emperador y la emperatriz Carlota... No, señor, él
no se parecía a Maximiliano. Lo suyo eran más bien mostachos o patillas...
como grises o blancas... no sé.
La cara del ingeniero reflejó mi propio gesto de espanto. De nuevo quise
aparentar serenidad y dije como si no tuviera importancia:
—¿Me permite examinar la revista que le dio el hombre?
—Era un periódico, creo yo. También guardé la flor y el alfiler en mi
bolsa. Rafael ¿no te acuerdas qué bolsa llevaba?
—La recogí en Mixcoac y luego la guardé en tu ropero. Estaba tan
alterado que no se me ocurrió abrirla.
Señor, en mi trabajo he visto cosas que horrorizarían a cualquiera. Sin
embargo nunca había sentido ni he vuelto a sentir un miedo tan terrible
como el que me dio cuando el ingeniero Andrade abrió la bolsa y nos mos-
tró una rosa negra marchita (no hay en este mundo rosas negras), un alfiler
de oro puro muy desgastado y un periódico amarillento que casi se deshizo
cuando lo abrimos. Era La Gaceta del Imperio, con fecha del 2 de octubre
de 1866. Más tarde nos enteramos de que sólo existe otro ejemplar en la
Hemeroteca.
El ingeniero Andrade, que en paz descanse, me hizo jurar que guardaría
el secreto. El general Maximino Ávila Camacho me recompensó sin medida
y me exigió olvidarme del asunto. Ahora, pasados tantos años, confío en
usted y me atrevo a revelar -a nadie más he dicho una palabra de todo
esto- el auténtico desenlace de lo que llamaron los periodistas “El misterio
de Chapultepec’’. (Poco después la inesperada muerte de don Maximino iba

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

a significar un nuevo enigma, abrir el camino al gobierno civil de Miguel


Alemán y terminar con la época de los militares en el poder).
Desde entonces hasta hoy, sin fallar nunca, la señora Olga Martínez
viuda de Andrade camina todas las mañanas por el Bosque de Chapultepec
hablando a solas. A las dos en punto de la tarde se sienta en el tronco venci-
do del mismo árbol con la esperanza de que algún día la tierra se abrirá para
devolverle a su hijo o para llevarla, como los caracoles, al reino de los muer-
tos. Pase usted por allí y la encontrará con el mismo vestido que llevaba el
8 de agosto de 1943: sentada en el tronco, inmóvil, esperando, esperando.

De El principio del placer, José Emilio Pacheco. Ediciones Era.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

MILORAD PAVIC:
He sido escritor durante los últimos doscientos años. Hace tiempo, en 1766,
un Pavic publicó una colección de poemas en Budim y nos hemos conside-
rado una familia de escritores desde entonces. Nací en 1929 en los bancos
de uno de los cuatro ríos de Paradise, a las 8:30 de la mañana. La primera
vez que las bombas llovieron sobre mí, yo tenía doce años. La segunda vez
ya tenía quince. Entre esos dos bombardeos caí enamorado por primera vez
y estuve obligado a aprender alemán en la época de la ocupación alemana.
También aprendí en secreto inglés, de un caballero que fumaba tabaco en
una pipa.
A la vez olvidé el francés por primera vez (más adelante lo olvidaría dos ve-
ces más). Finalmente, en una perrera, un oficial emigrante del imperio ruso
comenzó a enseñarme el idioma de los libros de poemas de Fet y Tyutchev,
los únicos libros rusos que él tenía.
(…) Era el escritor menos leído en mi país hasta 1984, después de lo cual
fui el más leído. Escribí una novela en forma de diccionario, una segunda
en forma de crucigrama, una tercera en forma de clepsidra (reloj de arena)
y una cuarta en forma de libro del tarot. Intenté que las novelas fueran lo
menos problemáticas posibles. Creo que la novela es una clase de cáncer
-viven de sus metástasis-. Ante mi asombro, mis libros se han traducido ya
73 veces a diversos idiomas.
De pronto, no tengo ninguna biografía. Tengo solamente una bibliografía.
Los críticos en Francia y España han comentado que soy el primer escritor
del siglo XXI, pero viví en el vigésimo siglo en el que la culpabilidad de la
inocencia no tuvo que ser probada. Sabía que no debía tocar la vida con
la misma mano que había tocado a los muertos en mis sueños. Las decep-
ciones más grandes de mi vida han venido de mis victorias. La victoria no

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

se paga. No he matado a ninguna persona. Pero me han matado. Mucho


antes de mi muerte. Habría sido mejor para mis libros que su autor hubiera
sido un turco o un alemán.
Era el mejor escritor conocido de la nación mas odiada del mundo -la na-
ción serbia-. El siglo XXI empezó para mí en la fecha de 1999, cuando
los airforces de la OTAN bombardearon Belgrado y Serbia. Desde enton-
ces el río Danubio, en cuyos bancos yo había nacido, no es navegable.
Pienso que Dios me ha agradecido con un infinito favor concediéndome la
alegría de la escritura, y me castigó en igual medida, quizás debido precisa-
mente a esa alegría.

Novelista, cuentista, poeta, traductor e historiador


literario, Pavic murió en 2009.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Té para dos

E l escritor les aconseja, queridos lectores, que no lean este cuento un


miércoles y de ninguna manera antes del mes de mayo. Además, lo más
conveniente sería que lo leyeran por las noches y en la cama. Descubrirán
las razones por ustedes mismos. Aún debo decir que en este cuento no hay
héroes; los únicos héroes aquí son ustedes, sus lectores.
Yo sé que, mientras escribo esto, mi ojo izquierdo mira el papel como el
ojo de mi padre, y el derecho, como el ojo de mi madre. Tal vez por esa ra-
zón esto no resulta tanto un cuento como una especie de elixir de amor, y
estos renglones se convierten en las instrucciones para el uso de dicho elixir.
Ustedes, no obstante, saben que la diferencia entre dos amores puede ser
más grande que la diferencia entre el amor y el odio. Quizás por eso cada
amor grande empieza con tres pequeñas mentiras y son justamente ellas,
esas pequeñas mentiras, lo que tenemos que agregar al cuento como base
para esta pócima de amor.
La primera de ellas, queridos lectores, sean quienes sean o se llamen
como se llamen, será su nombre secreto, es decir falso. Así que el nombre
de la lectora de este cuento será desde ahora Aseneta, como la esposa
del hermoso Josefo, mientras que el nombre secreto del lector será Aris-
tin como se llamaba un escritor del siglo XII.
Pero el elixir de amor aquí ofrecido podrán aprovecharlo, queridos Ase-
neta y Aristin, sólo si pasan por una iniciación especial, es decir, si logran
alinearse entre los héroes de este cuento. Porque no todos los lectores de
este texto podrán realizarlo. Por otro lado, tengan en cuenta que eso no
es inocuo, porque la conversión del lector en el héroe de un libro le da la
posibilidad al escritor de lastimarlo, incluso de matarlo, en cuestión de dos
renglones. Sin embargo, nuestro objetivo aquí es el amor, y no la muerte,
un elixir de amor, y no un veneno. Así que ármense de valor y escuchen las
primeras instrucciones.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Aparentemente, todo parece bastante fácil, es suficiente que en un


futuro cercano mientan tres veces, pero también se necesita que algo ya
haya ocurrido en su pasado reciente. Un evento aparentemente pequeño e
insignificante, que, sin embargo, representa la condición para acceder a la
pócima del amor.
Mis instrucciones seguirán por separado para Aseneta y después para
Aristin, porque difieren dependiendo de su destinatario.

Instrucciones para Aseneta


1. Querida Aseneta, tal vez tiene usted unos maravillosos ojos negros que
lanzan miradas aromáticas a su alrededor, tal vez siembra tras de sí som-
bras costosas y tal vez orina agua de colonia, como dijo una escritora,
pero eso no le ayudará a llegar a ser la heroína de este libro. Lo puede
conseguir sólo la lectora que antes del día en que empieza a leer este
cuento haya perdido una llave. Una llave cualquiera. La llave del maletín
de maquillaje, la llave de su auto, o de un departamento ajeno, da igual.
Si eso le ha pasado está en buen camino y sólo usted puede considerarse
la heroína de este cuento y la portadora del nombre falso de Aseneta.
Ninguna otra. Las demás lectoras pueden tirar este libro, inclusive, por-
que él ya no se refiere a ellas.
2. Su siguiente deber, querida Aseneta, es soñar un sueño. Antaño los
monjes de Constantinopla curaban las enfermedades del sueño de sus
hermanos, o de otra gente, solicitándole a toda la hermandad de su
monasterio que una determinada noche soñara el mismo sueño, pre-
viamente descrito. Algo semejante se necesita aquí también. Sólo que
aquí el modelo tiene que ser un sueño femenino, por lo que vamos a
aprovechar un sueño que había soñado mi media hermana. Así que la
lectora que se sentó a leer este cuento habiendo olvidado en algún lugar
una llave, por lo que tiene derecho a llevar el nombre de Aseneta, debe
soñar el siguiente:

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Sueño femenino
Sueño que camino de noche por una calle desierta. Es tarde, está
oscuro, empiezo a sentir miedo cuando de pronto escucho unos pasos
detrás de mí. Son pesados y resuenan cada vez con más velocidad.
Aún estoy lejos de mi casa, me apresuro, y luego empiezo a correr con
pánico. Los pasos pesados son cada vez más frecuentes y el desconoci-
do a mis espaldas está corriendo. Me persigue. En una esquina alcanzo
a verlo con el rabillo del ojo. Es un hombre más robusto que yo, que
apresura su paso sin hablar en la oscuridad. Allí ya no hay calles, sólo
una zona densamente poblada; uno atraviesa los patios de las casas,
viejas escaleras, pasa por los pórticos, a veces por las antesalas aban-
donadas de las casas. De pronto, como suele ocurrir en los sueños, las
piernas ya no me obedecen. Sigo corriendo, pero no me muevo de
un portal que me observa con su oscuridad. Me quedo paralizada. El
desconocido se acerca cada vez más, casi me cubre su sombra, pero
en el momento decisivo de repente deja de perseguirme, se detiene en
una esquina, se para junto a la pared y orina por un largo, largo rato...
3. Por supuesto que a la mañana siguiente, en cuanto se despierte, querida
Aseneta, usted se dará cuenta que no lo ha logrado. No ha soñado el
sueño solicitado, sino algún otro, diferente, quién sabe cuál. Pero no se
preocupe. Eso no importa en absoluto. El sueño, en realidad, no le fue
solicitado para que lo soñara, porque hoy en día ya nadie sabe hacerlo,
sino para recordarlo muy bien. Incluso, hay una razón adicional, pero
cada cosa en su momento. Ahora debe buscar algún arete suyo. Cual-
quiera. Necesitará sólo uno. Póngalo en su bolso.
4. El siguiente miércoles debe ir a la terraza de la taberna más cercana a
la iglesia principal de su lugar (aquí en Belgrado, sería la terraza de la
taberna “El signo de interrogación” en la calle Kralja Petra, número 6).
Al medio día debe sentarse allí, al sol, y ordenar un té. Mientras lo esté
bebiendo ponga sobre la mesa aquel arete. Luego ya no tendrá que hacer
nada, salvo esperar. Debe esperar a un joven que pondrá sobre la mesa
ante usted una llave sin cortar. Sin embargo, la espera es un oficio difícil.

149
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

También una buena escuela Pero, tenga cuidado, el cuento en este pun-
to puede dejar de ser un cuento de amor en un sentido clásico. Porque,
sólo Dios sabe a quién traerá la casualidad ante usted un miércoles en
la terraza de la taberna para que en un té para dos se tope con quien le
hace falta en la vida Puede suceder que nadie con una llave aparezca no
sólo ese miércoles, sino tampoco el siguiente. O puede suceder que un
solo joven con una llave sin cortar se tope con diez chicas con aretes so-
bre la mesa. Es decir, este cuento se convirtió en una tienda de elixir de
amor, pero éste, como todas las demás pócimas mágicas, no es inocuo.
*
En este lugar de pronto dejé de escribir porque en mi mente apareció una
pregunta clara como el cristal: ¿Por qué le mientes? ¿Por qué mientes a
Aseneta, si sabes muy bien que es totalmente incierto que algo ocurra y
qué cosa puede ocurrir el miércoles siguiente en la terraza de dicha taberna?
Al pensarlo un poco me respondí a mí mismo: Porque cada gran amor em-
pieza con tres pequeñas mentiras

Instrucciones para Aristin


1. Querido Aristin, usted puede tener las manos y la voz que hacen temblar
los oídos femeninos, los bigotes que embellecen su sonrisa y la sonrisa
que embellece sus bigotes, pero eso no va a ayudarle a convertirse en el
héroe de este cuento. El lector atinará fácilmente si él es el verdadero,
si es el único que puede lograrlo, si por la noche, en la cama, cuando
se disponga a leer este cuento, recordara que hace poco encontró en el
pasto o en la calle un arete perdido. Un arete femenino común que no
tiene que ser caro en absoluto. Ese lector es el elegido. Y sólo él tiene
derecho de llevar el nombre secreto del héroe de este cuento: Aristin.
Los demás ya pueden desistir de los intentos y la lectura de este cuento
ya no les va a concernir.
2. Si ha leído la instrucción del punto 2 para Aseneta se refiere a usted
también. Aquí está el sueño que se requiere de usted para los fines

150
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

mencionados con la advertencia de que se trata de un sueño masculino


que yo había soñado, por lo que supongo lo podrá soñar usted también,
Aristin...
Sueño masculino
Sueño que estoy acostado en una cama. Arriba de mí está el techo
de madera al cual está sujeta una mesa cuadrada puesta para comer.
Parece como si estuviera clavada a un suelo de madera volteado. En la
mesa están de cabeza, pero sin caerse, un plato lleno de comida, tene-
dor, cuchara y cuchillo, una fuente con pan y un vaso de aguardiente
de ciruela pasa. Tal vez en el plato está el bagre frito en agua para el
Día de San Nicolás. El techo es bajo y la mesa está justamente a una
distancia que acostado pueda tomarme el aguardiente y almorzar todo
lo que hay en ella. Y eso resulta tan fácil que causa un placer supremo,
una calma y felicidad que desconocemos en la Tierra. Todo allí es com-
pletamente “natural”, adaptado al cuerpo, un cuerpo astral, que está
conectado con mi cuerpo a través de mi ombligo astral... Mientras
aquí, en la Tierra, camino por un bosque y me duele cada hoja
3. Querido Aristin, creo que usted no pudo soñar el sueño exigido y
comerse allí el almuerzo, aquel bagre frito en agua para el Día de San
Nicolás. Pero no se desespere. Usted ya sabe, porque echó un vistazo en
las instrucciones para Aseneta, que el sueño no se le exige para soñarlo,
sino para otros propósitos. Por eso, continúe ahora su camino, es decir,
pase por una tienda y cómprese la llave sin cortar.
4. El siguiente miércoles váyase a la terraza de la taberna más cercana
al templo de su lugar (aquí, en Belgrado, está en la calle Kralja Petra,
número 6, donde se encuentra la taberna “El signo de interrogación”).
Tendrá que estar allí al mediodía y buscar a una persona femenina que
esté tomando té y sobre la mesa ante ella tenga un arete femenino.
Acérquese a ella, ponga la llave sobre la mesa y pregúntele si usted puede
sentarse. Si ella no le da permiso, preséntese, dígale que se llama Aristin.
Si ella es Aseneta, se puede suponer que le ofrecerá el asiento y usted le
contará lo que soñó la noche anterior. En realidad, el sueño que no ha

151
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

soñado, sino que le fue exigido. Cuénteselo como si lo hubiera soñado,


aunque no lo hubiera hecho. Si también ella le cuenta un sueño que le
fue pedido, el cual usted ya leyó en este cuento, se cumplió el objetivo y
todos los requisitos están ahí. Es decir, cada amor grande empieza, como
dijimos, con tres pequeñas mentiras. Esa condición la habrán cumplido
los dos parcialmente, mintiendo haber soñado lo que no soñaron y pre-
sentando sus nombres falsos.
Eso significa que están en el mejor camino para aprovechar el elixir de amor
y convertirse en los protagonistas de un gran amor. Si Aseneta le pregunta
a usted, querido Aristin:
¿Por qué precisamente una llave y por qué precisamente un arete?, us-
ted contestará lo siguiente:
No tiene ninguna importancia si es una llave o un arete. Lo importante
es que a los hombres, por lo general, les falta algo de atención, así que
alguien que fue lo suficientemente atento para notar en el pasto o en la
calle un arete perdido es muy recomendable. A las chicas, por lo general, les
falta ser un poco distraídas, entonces, es recomendable la que puede llegar
a perder unas llaves. Esos dos, según parece, podrían formar una pareja
bastante armoniosa...
*
En este lugar interrumpí por segunda vez la escritura de este cuento porque
en mi mente apareció una pregunta clara como el cristal: ¿Por qué le mien-
tes? ¿Por qué mientes a Aristin, si sabes muy bien que todo es totalmente
incierto? Porque los que lo intenten experimentarán por sí mismos que
una relación basada en llaves sin cortar y una chuchería femenina no debe
significar gran cosa. Puede ocurrir que Aseneta y Aristin simplemente no se
gusten. O aún peor, puede darse el caso que, yo mismo me lo imaginaba,
que Aseneta o Aristin no encuentren a nadie para tomarse un té para dos
con ellos, alrededor del medio día en la terraza junto a la iglesia. La cosa
puede convertirse en la amistad entre dos chicos, un compañerismo mutua-
mente útil entre un viejo y una joven, la plática entre dos viejas, un roman-
ce entre dos lesbianas o quién sabe qué más. Entonces, ¿por qué mientes

152
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

a Aristin? Porque cada gran amor, me respondí a mí mismo, empieza con


tres pequeñas mentiras.
Casi dos años después de que este cuento fuera escrito y publicado en
un periódico me llamó por teléfono una voz masculina, me dijo que no nos
conocíamos, que era mi lector y que tenía que decirme algo extraordinario
en relación con el cuento “Té para dos”. Quedamos en encontrarnos en
la terraza de la taberna “El signo de interrogación”. En ese entonces yo
ya había cumplido setenta años, había entrado en el siglo XXI  y empe-
zaba a olvidar sin orden muchas cosas: cazar cornejas, tirar los guijarros
sobre la superficie del agua, entrar por la puerta de espaldas, días de la
semana primero en ruso y después en francés, mientras que los nombres
de días en inglés brotaban de mi memoria a pesar de que jamás lo había
aprendido bien. En resumen, el alma se me salía por la nariz, y yo tenía
que estornudar cada mañana. Aunque todavía no me olvidaba cómo reír.
Por eso me reí en el auricular, él no lo hizo, y nos encontramos en la te-
rraza de la taberna ”El signo de interrogación”. Él estaba tomando café y
leyendo el periódico “La voz pública”. Estaba en la mejor edad, cuando las
virtudes aún no empiezan a convertirse en vicios. Vestía bien, de negro,
tenía tres caras transparentes una encima de la otra, cada una hermosa a
su propia manera. Y tres tipos de cabellos en la cabeza: uno cerdoso, otro
parecido a plumas y un corto pasto hirsuto en la mollera. Con su mirada
podía congelar el agua en el vaso delante de él... Yo me desconcerté y con-
cluí: Dios cura, nosotros sólo cambiamos vendajes... Me contó lo siguiente:

El cuento del lector


“Antes que nada, quiero decirle que yo no soy ningún ratón de bibliote-
ca. Es todo un milagro que haya leído su cuento y el milagro se dio de la si-
guiente manera. Un día mientras paseaba por Kalemegdan, mi mirada cayó,
por pura casualidad, sobre un objeto que brillaba en el pasto. Me agaché y
encontré un arete femenino. Parecía un poco aplastado, probablemente
pisado, pensé, y lo metí en el bolsillo. Lo olvidé allí, porque los bolsillos son
los mejores lugares para olvidar cosas. Cuando después de algunos días volví
a ponerme el mismo saco palpé el arete en el bolsillo, primero sorprendido

153
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

de que estuviera ahí, pero luego pasé por “El Bazar del Milenio” a visitar a
un joyero que fue mi compañero de escuela.
—¿De dónde sacaste esta maravilla? —preguntó.
—La encontré.
Examinó el arete bajo la lupa y dijo:
—Oro de catorce quilates con tres diamantes, tres verdaderos diamantes.
—¿Cuánto vale eso?
Mi amigo dijo una suma aproximada que hizo dar vueltas a mi cabeza.
Siguió examinando el arete cuidadosamente bajo la lupa.
—En el arete hay un poco de sangre seca. Fue arrancado de la oreja de
una chica. Por eso está un poco deformado...
Al devolverme la joya mi amigo quedó un poco pensativo y agregó:
—Yo sé de quién es ese arete.
Me quedé pasmado.
—¿Estás bromeando?
—Lo sabe todo el mundo. Perteneció a Ksenia Kaloper. Hace un mes
todos los periódicos escribieron sobre ella. Fue robada y asesinada en Kale-
megdan. Sabes aquello: “Nena, ¡quítate la chuchería para que no te arran-
que la oreja!” No obedeció. A juzgar por los periódicos, le arrancaron los
aretes, le quitaron las sortijas de las manos y un anillo de un pie, todo con
violencia y rapidez. El asesino tenía prisa. El anillo del pie fue encontrado
ahí mismo. Lo demás no...
—¿Y qué hago ahora con esto?
—Tienes varias posibilidades, cada una peor que la anterior. Entregar el
asunto a los órganos de justicia, devolver el arete a la familia de la difunta
Ksenia Kaloper, vendérmelo a mí bajo la condición de que yo quiera com-

154
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

prarlo. En los tres casos tendrías que explicarle a la policía cómo lo obtuviste.
Desesperado regresé el arete al bolsillo y decidí olvidarlo allí de nuevo. Por
ahora. Antes de salirme de la tienda mi amigo me gritó:
—Todo eso tiene un lado bueno.
—¿Cuál?
—Te convertiste en el personaje de un cuento.
—¿Cuál cuento? —me quedé asombrado de nuevo.
—El cuento se llama “Té para dos” y sus personajes llegan a ser todos
aquellos que encontraron cualquier arete en cualquier lugar. Yo leí hace
poco en un periódico. Un momento... aquí está.
De un montón de periódicos sacó uno y me tendió su cuento. Así llegué
a “Té para dos”. Y así se dio que leyera su cuento.
En un momento pensé irme a la cita en la terraza del “Signo de in-
terrogación”, hasta conseguí una llave sin cortar, por si acaso, pero esas
intenciones se vieron impedidas entonces por un gran cambio en mi vida.
Dos semanas después de haber leído “El té para dos” me dieron ines-
peradamente un empleo en el extranjero. Estuve fuera de Belgrado varios
meses, trabajaba en Moscú y tenía la intención de continuar mi vida allá
cuando me avisaron que mi padre había muerto, así que vine a enterrarlo
y a encargarme de su departamento. Después del funeral y de los demás
trámites regresé al desierto hogar paterno lleno de cosas viejas que desde
hace mucho habían perdido sus aromas y adquirieron una especie de tufo
común. Miraba fijamente esas cosas y a mí mismo en medio de ellas a
través de un espejo de mi padre, gastado y con un agujero y sentí que el
hombre cada día tenía la oportunidad de ser inteligente al menos por un
instante. Porque todo hombre pasa cada día, sin siquiera percatarse, por
un semi-instante anterior a su nacimiento y por un semi-instante posterior
a su muerte. Entre esos dos semi-instantes está la gota de la sabiduría que
apenas notamos... Con esos pensamientos me tumbé en la cama, pero no
pude dormirme. Toda la noche estuve dando vueltas y me levanté tarde sin

155
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

pegar un ojo. Miré por la ventana, me di cuenta de que era casi mediodía
y de que era primavera; me puse mi viejo saco que estaba en el armario y
que no me había puesto en mucho tiempo. Palpé una llave en el bolsillo, la
saqué, me pregunté de qué era y con sorpresa noté que no tenía cortes. Me
acordé, por supuesto, que estaba preparada para la cita en la taberna “Sig-
no de interrogación”, pero que jamás tuve tiempo de verificar si funcionaba
o no. En el otro bolsillo estaba, desde luego, el arete de oro con diamantes.
De pronto se me ocurrió que podría tomarme el café de la tarde, que nece-
sitaba sobremanera, justo en “Signo de interrogación” y me fui directamente a
la calle Kralja Petra. Hacía calor, en la terraza había mucha gente sentada, y no
quedaban mesas desocupadas. En una mesa noté a una chica sola tomando té.
Tenía un zapato negro con el tacón blanco, y otro blanco con el tacón negro,
junto a su taza estaba un arete. De oro con tres piedritas brillantes.
Con tres diamantes. Algo deformado. Me quedé petrificado. El otro
igual a ése, estaba en mi bolsillo. Al acercarme, puse aquella llave sobre la
mesa y dije:
—Buenas tardes, soy Aristin, ¿puedo sentarme?
—Cuéntame un poco de eso —contestó la chica— ¿quién se llama
así hoy en día? Es decir, mientes, pero siéntate, ya que el lugar está lleno.
Tómate un café y largo de aquí.
Me senté, pedí un café e intenté una vez más. Le pregunté:
—¿Quiere que le cuente lo que soñé anoche?
—Está bien, si no va para largo. De todos modos estamos matando el
tiempo —dijo.
Entonces empecé a contarle el sueño que me fue encargado en el “Elixir
de amor”:
—Sueño que estoy acostado en una cama. Arriba de mí está el techo
de madera al cual está sujetada una mesa cuadrada puesta para comer.
Parece como si estuviera clavada a un suelo de madera volteado...

156
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

—Mientes de nuevo. En tus ojos veo que anoche no pegaste un ojo.


¿Cómo pudiste soñar despierto?
Ante esas palabras yo quise levantarme de la mesa cuando ella preguntó:
—¿Y dónde está tu arete?
—¿Disculpe? —me desconcerté, pero empecé a revisar mis bolsillos
aunque sabía que, por ahora, no iba a enseñarle el arete de ninguna mane-
ra. Finalmente pregunté sólo por decir algo:
—¿Cuál arete?
Creo que mi rostro lucía una sonrisa acartonada mientras pagaba el café,
pero ella no desistía:
—¿Cómo que cuál arete? El que es prerrequisito para que te conviertas
en el héroe del cuento “Té para dos” y vengas acá. ¡Felicidades! Es tu tercera
mentira hoy. ¡Mentiste antes de que terminaras de leer el cuento! Tú no
encontraste ningún arete en absoluto...
Me reí y regresé a la mesa. Desde entonces empezamos a vernos a diario.
En las mañanas, mientras me iba a trabajar, la dejaba sola en mi apar-
tamento. Era fácil notar que revisaba los cajones en mi ausencia. Buscaba
los diamantes. Anteayer, por fin, le enseñé el arete. Le dije que lo había
comprado para mi hermana, que supuestamente usaba esos adornos siem-
pre en una sola oreja. Sabía que eso iba a obligarla a ella y a su cómplice,
probablemente el asesino de Kalemegdan, a descubrirse y comenzar a ac-
tuar con rapidez antes de que el arete, que apenas encontraran en mi casa,
se esfumara de mis manos. Así podía agarrarlos y entregarlos a las manos
de la ley...”
*
Ese fue el cuento del joven. Estábamos sentados tomando café y calla-
mos por un instante, cuando el joven apuntó con la mano hacia la chica que
estaba entrando en la terraza. Tenía los labios pintados de un brillo labial
negro, y en el moño una aguja de plata con una canica de vidrio verde.

157
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Calzaba un zapato blanco con el tacón negro y otro negro con el tacón
blanco Un paso blanco, un paso negro, otra vez blanco, otra vez negro.
Y luego... un silencio particular. Un silencio salado, diría. Él se levantó, se
besaron y mientras todos miraban ese beso, ella le dio la mano a pesar de
que él tuviera sus dos manos alrededor de los hombros de ella. Después se
volvió hacia mí y se presentó:
—Aseneta. Se ve que usted ha desechado más gorras en su vida que
las que yo he comprado. Usted tuvo razón. Aquel elixir suyo sí funciona.
Cada amor grande empieza con tres pequeñas mentiras... Entonces la chica
puso ante mí, sobre la mesa, una caja de dulces con whiskey para hombres
“Laroshell de Luxe”.
—Es para usted —agregó—, además le tengo dos preguntas, profesor.
Primero, el elixir del amor, su té para dos, ¿también le concierne a usted?
Segundo, ¿se puede considerar como una pequeña mentira algo que en el
futuro llegará a ser una gran verdad?
—Por supuesto —dije.
—¿Por qué, entonces, no toma un poco de su elixir de amor que con
tanta generosidad nos ofrece a nosotros?
Me reí, ellos se despidieron y se fueron abrazados, y yo ordené en vez
de café un té de menta con alcaravea. Como si esperara a alguien en un
té para dos. Al abrir “La Voz Pública” que Aristin dejó en la mesa, leí en el
periódico que ese día yo había muerto en las primeras horas de la mañana.
*
Mi querida lectora y mi querido lector, seas quien seas, recordarás que
mis palabras al final de este cuento son, en realidad, mi declaración de amor
hacia ti. Mi tercera pequeña mentira que llegará a ser verdad en el futuro.
Porque cada gran amor empieza con tres pequeñas mentiras.

De Siete pecados capitales, Milorad Pavic. Editorial Sexto piso


Milorad Pavic en Imaginantes. http://www.imaginalee.org/

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

SENEL PAZ Vivió su infancia y juventud en la localidad de Cabaiguán, donde


realizó sus estudios de grado medio. En 1973 marchó a La Habana, licen-
ciándose en Periodismo en la Universidad. Trabajó en el periódico Adelante
y en el Departamento de Divulgación del ministerio de Cultura Cubano. Ha
sido director de la Cátedra de Guión en la Escuela Nacional de Cine y Tele-
visión de San Antonio de los Baños. Es también guionista cinematográfico.
Ha recibido numerosos premios, entre ellos el Juan Rulfo.
Nací en la zona rural del centro de Cuba, en una familia humilde de campesinos
que no sabían leer ni escribir. Toda una familia de analfabetas. El contraste de la
pobreza de esa zona, es la belleza del Escambray. No había en mi casa un solo libro
y no teníamos radio para escuchar las noticias. Teníamos que caminar kilómetros
para llegar donde nuestros vecinos que tenían radio. Esas largas sesiones de orali-
dad entre los campesinos marcaron mi vida.
La oralidad en zonas campesinas adquiere una gran relevancia: contarse cuentos
unos a otros, es parte de la vida diaria.
Eso influyó mucho en mí. Fui el primero de mi familia que llevó un libro a casa.
Empecé a conocer los libros en la escuela. Llegué tarde a la lectura, pero fue decisivo
descubrir la biblioteca de la escuela y tener profesores maravillosos que advirtieron
en mí mi vocación fuerte para la lectura y se convirtieron en suministradores de
libros. El libro era un objeto raro e innecesario en la casa, y el acto de leer una
experiencia extraña para mis padres. Recuerdo que una vez mi abuela viéndome
leer me dijo: “Ahora que no estás haciendo nada”. Poco a poco adquirí esa vocación
que me llevó a encontrar bibliotecas y amigos que tenían libros. El primer libro
que me deslumbró fue “La edad de oro”, que estaba en el programa educativo de
la primaria en Cuba. Luego, el gran autor de importancia que yo leía mucho y
entendía poco era Alejo Carpentier. Más tarde caí en el mundo de las aventuras al
descubrir a Julio Verne y a Emilio Salgari. En aquel entonces había una explosión

159
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

de ediciones en Cuba y se publicaban libros de distintas latitudes y géneros, yo leía


en desorden hasta descubrir la literatura del Boom latinoamericano. Eso me atrapó
intensamente, hasta el punto que alrededor de mis veinte años leía más literatura
latinoamericana que cubana, más a García Márquez, Vargas Llosa, Juan Rulfo, Julio
Cortázar, Onetti, y menos a Borges y los cubanos. Llegó un momento en que tuve
conciencia de asomarme a otras literaturas como la norteamericana o la rusa, en la
isla se publicaba un poco de todo: la literatura africana y del Caribe, la soviética,
toda la variedad del momento. Es curioso pero recientemente hice un viaje al Japón
y quedé deslumbrado al conocer y explorar nuevos autores que no tenía noticias,
además de los que ya conocía: a Kawabata y Mishima”.
Senel Paz

160
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

No le digas que la quieres

A rnaldo enteró a todo el mundo de que aquella noche yo me acostaría


con una mujer. Claro, no les dijo que era Vivian, pero vaya, alguien
tuvo que imaginárselo porque en esa escuela nadie es bobo. Entonces aquel
día esperé a que todos se bañaran y cuando no faltaba nadie y nadie me
iba a apurar, entré y empecé a bañarme yo, con toda mi calma. Me restre-
gaba duro, bien duro, jabón una y otra vez, uña. Pensaba que a lo mejor
ella me olería aquí, allí, me tocaba, no sé, seguramente me iba a tocar y
quería estar bien limpio y oler bien y repasaba mentalmente los lugares
donde a mi vez la besaría, donde tenía que besarla, según Arnaldo, para
que nunca me olvidara, para que nunca olvidara esa primer vez con un
hombre, conmigo, y que cuando sea incluso una viejecita, al pensar en mí
me tenga en un alto concepto. Entonces Arnaldo me había explicado tres
o cuatro cosas que hay que hacerles a las mujeres, y sobre todo me explico
que nunca. Por nada de la vida. Le dijera que la quería, ni en el momento
supremo, porque si una mujer sabe que tú la quieres, mira, ahí mismo te
perdiste, te coge la baja y te hace sufrir lo que le dé la gana. Pero aquel día
yo cantaba y todo. Me restregué las orejas, por aquí, por allá, me lavé la
cabeza con champú, tres ojos, me froté la espalda, me afeité de lo mejor,
me cepillé los dientes y la lengua, ya te digo. Quedé que brillaba y tenía una
contentura tan grande que me sonreía cada vez que tropezaba conmigo en
el espejo y me hacia señitas como si fuera un Charles Chaplin o alguien así
porque imagínate, sabía lo que iba a pasar, y era la primera vez, y era con
Vivian y, te lo juro, trataba de no pensar en nada, no adelantarme a los
acontecimientos y respetarla mucho con la mente; pero, tú sabes cómo es
la mente de uno, la mente mía, que a la mente mía tú le dices no pienses
esto porque esto es una falta de respeto y ella te dice: sí, sí, yo no voy a
pensar en eso. Mentiras, es lo que más piensa. Entonces figúrate, me di
cuenta de lo que la mente mía estaba pensando, pero yo quería respetar
a Vivian y no quería adelantarme a los acontecimientos; sin embargo la
mente mía, te digo, estaba pensando eso y el sexo, él solo, se me fue em-

161
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

bullando, y lo que hice fue agarrarme fuerte del lavamanos y concentrarme


bien e imaginarme un campo de florecitas, bien extenso, muchas, muchas
florecitas, y se me pasó, la respeté, porque cuando yo me excito por gusto
o en un momento en que no debe ser, en el aula, vamos a decir, un ejem-
plo, pienso en florecitas y me da resultado. Pero tienen que ser amarillas.
Entonces aquel día estaba en el baño, te lo dije, muy contento y sintiendo
esa emoción que yo siento cuando pienso en Vivian, y otras emociones, y
ya había acabado y estaba resplandeciente y abrí la puerta, aquel día. Ala-
bao, todo el mundo estaba esperándome, tan calladitos que yo no los había
oído, formados en una doble hilera que iba hasta mi cama, la corte esa que
va a despertar a los reyes, “¡Eeeéeeh!”, me recibieron. Aquellos bandidos. Y
de inmediato almohadazos y pescozones. Trate de cerrar. “¿Así que te ibas
a hacer el hombre sin decírselo a los socios, eh?” “¡Hay que perfumarlo!” y
me cargaron en cueros y me subieron a una silla, entre cocotazos y empu-
jones, “¿Le untamos betún en los huevos para que le brillen?” “No, no, no,
caballeros, eso, no, que se demora”. “¿Y pasta de dientes en los sobacos?”
“¡Traigan talco!” Decidieron que no estaría elegante con camisa de salir, qué
calladito me lo tenía, ¿he?, sino con el pulóver lilita que le trajeron a Jorge
de Checoslovaquia, había tomado ostiones, ¿eh? Me echaron como cinco
tipos de desodorantes y perfumes, me obligaron a comer un caramelo de
menta para que no tuviera mal aliento. “Yo nunca tengo mal aliento”. Me
revisaron las uñas, me llevaron hasta el espejo y cuando se cansaron de
peinarme decidieron que no había actor de cine mejor tipo. Revisaron mi
cartera y agregaron la contribución de los socios. Estaban burlones, ami-
gos, envidiosos, pero eran como las tres, caballeros, tarde, y me dejaron,
aquellos bandidos. Arnaldo me explicó una vez más cómo tenía que hacer
para que en el lugar no notaran que era novato, y deseé suerte, mucha
suerte, que cuando regresara lo despertara y le contara, y que no le dijera
a Vivian que la quería, que no se lo dijera, mira que a mí se me notaba que
podía caer en esa debilidad. Yo todavía dudaba, te lo digo, a esa hora. Me
preguntaba si estaba haciendo bien, si hice bien en exigirle esto a Vivian y
si eso era quererla como yo la quería, pedirle eso.
Pero yo no podía arrepentirme, no había modo, figúrate. ¿Arnaldo qué
pensaría? Ya ahora lo saben los otros. ¿Comprendes que no podía arrepentir-

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

me? A menos que me diera un dolor de estómago bien grande o que empe-
zara a llover de verdad. Pero nada, y de repente me acordé de los flanes. De
eso me acordé. Antes a mí no me gustaban estos dulces, o no me gustaban
especialmente, pero que en la beca los dan a menudo y su movimiento sua-
ve, su modo de ser erectos, su color, esa manera en que te miran los flanes
con ganas de que te los comas, a mí me recuerdan los senos de Vivian, dirás
que estoy loco, sus senos tan lindos que caven en el hueco de mi mano, en
un solo beso de mi boca, y me como tres, cuatro, cinco flanes, los cambio
por el pescado. Aunque no sé si fue en ese momento que me pasaron los
flanes por la cabeza, o si fue después, mientras iba a buscarla a ella a su
albergue. Me salió vestida de negro. Una rubia vestida de negro es lo más
lindo que hay. Y tampoco podía echarme para atrás porque tenía un com-
promiso político. Sí. El año pasado salí joven ejemplar pero no quedé mili-
tante porque me faltaba madurez, dijeron, y tenía que trabajar, me dieron
un año para que trabajara y cogiera madurez, leyera los periódicos, la situa-
ción internacional. Y yo hacía todo eso hasta que llegó Vivian al aula, que
ya te dije cómo me puse y en esta asamblea de ejemplares, muchacho, no
votaron por mí ni nueve gentes. Yo me había adelantado y había mandado
a decir en casa que había salido ejemplar y esta vez sí seguro sería militante.
Me precipité y no votaron por mí. Una hora ahí criticándome, diciendo que
había perdido condiciones y que cuál era mi opinión porque lo importante
era que yo aceptara las críticas, las interiorizara como dice el compañero de
juventud, y dije que sí que las aceptaba, que las interiorizaba, pero me fijé
bien en todo el que no votó por mí. Javierito no votó. Después Arnaldo me
dijo que guardar reservas era pero, que me fijara en que yo no atendía a las
clases y me pasaba la vida cogiéndole las manos a Vivian. “Aparte de que
tú no tienes combatividad, Pedrito, y el mundo necesita que tú te ocupes
más de él”. Yo y Arnaldo en un rincón discutiendo, analizando estas cosas.
A él lo mandaron a hacer trabajo político conmigo, me di cuenta, y lo sentía
porque es como mi hermano, pero le iba a quedar mal, hasta que me dijo:
“¿Tú sabes lo que a ti te pasa? El problema con Vivian”. “Yo no tengo
ningún problema con Vivian, déjate de eso”. “Si, chico. Vivian es una mujer
que exige mucho; y las relaciones de ustedes han llegado a un punto, han
alcanzado un desarrollo, como decirte, vaya, que se tienen que acostar. O

163
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

más nunca serás militante”. ¿Qué tipo de mujer creía él que ella era? “Mire,
compadre –me atajó-, convénzala ¿Tú sabes qué pasa? Que ahora no es
como antes. Antes cumplías los trece o catorce años y tu papá o un herma-
no tuyo te llevaba a un prostíbulo y ya, empezabas. Ahora no porque esta-
mos en el socialismo y eso era una lacra social y, claro, hubo que eliminarla.
Pero, ¿sabes qué? Que nosotros nos quedamos en el aire. Debieron haber
dejado un prostíbulo, uno solito, pedagógico, para nosotros los becados,
¿no crees?” Lo miré no muy convencido y él continuó su explicación: “En-
tonces uno se tiene que acostar con la novia. El manifiesto comunista dice
que en el socialismo el amor es libre”. “¿El manifiesto comunista dice eso?
Voy a leerlo”. “Léelo, léelo, que dice otras cosas, además.” Me quedé pen-
sando en todo esto. La cosa política, quiero decir. Y me juré que iba a ocu-
parme del mundo, de verdad, y no iba a tener más fallas. No le juré eso al
Che porque el Che no es un santo ni nada, pero me estaba acordando de él
cuando iba a recoger a Vivian aquel día. No, yo pensaba en ella y veía cómo
me arreglaba el menudo para que no me siguiera sonando en los bolsillos
al caminar. Pensaba en nuestra conversaciones, las volvía a conversar, esas
interminables conversaciones nuestras en el aula, en los recesos. Gracias a
ellas sé de memoria el nombre de sus familiares, los cumpleaños, y ella el
de los míos, la disposición de su casa, los lunares que tenemos. Nos hemos
contado millones de veces cómo están ordenados nuestros albergues, quién
duerme en cada litera. Quienes se bañan todo los días y los defectos que
tienen, si son egoístas, si comparten la comida, si roncan, los militantes que
consideramos buenos de verdad. Hemos hablado y hablado: del director, de
los profesores, de la escuela, de lo que haríamos si de pronto vemos a Fidel.
Le he contado casi todo lo que sé de lo que significa ser hombre, cómo es
el desarrollo de nosotros, que las tetillas me dolieron como loco a los doce y
trece años y que no hay como un golpe en los testículos y ella en los senos.
¿Tú no hablas de esas cosas con tu novia?
Nosotros sí y nos escribimos en las últimas páginas de las libretas, de las
mías porque con las suyas es muy celosa. Las tiene forradas, y sobre cada
forro una fotografía del Che. Lo miramos a veces, al Che. “¿Dónde estará
ahora?”, me pregunta. “En algún lugar de América”, le digo. “A veces pienso
que puede pasarle algo”. “¿Al Che? No, muchacha, no. ¿Tú eres boba?”. Y

164
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

mientras conversamos nos miramos de cerquita, a los ojos, miro su boca,


tan roja, qué boca tiene Vivian. Y nos tomamos las manos a ver si están
frías o tibias, para ver quien las tiene más grandes y siempre soy yo, para
estudiarnos las líneas de la vida y la muerte. Todo esto disimulado y ¿tú
entiendes? Porque cuando esto todavía no éramos novios. A ella le gustan
los Beatles y Silvio Rodríguez, y a mí solo los Beatles, aunque no sé si a
nosotros nos pueden gustar los Beatles porque ellos son americanos o ingle-
ses. Lo que más le gusta de Silvio Rodríguez es que siendo revolucionario y
todo anda con melena y la ropa sucia. Eso es ser hippie, rebelde por gusto,
protesto, pero ella lo defiende y lo defiende. “Bah –le exploto a veces-, a ti
lo que te gusta”. “No me gusta, no; pero me da rabia que no comprendas
que él lo que quiere decir es que nosotros somos como nosotros y que no
nos planifiquen tanto las cosas”. ¿Y te acuerdas de aquel día terrible? Le
había dicho que teníamos que conversar algo muy importante, teníamos
que vernos en el receso. Iba a enamorarla. No podía seguir sin enamorarla y
quería encontrar una forma bien original. Arnaldo me contó que él enamoró
a una muchacha jugando a adivinar palabras en una libreta. Le escribió Me
gustas, la M y los guiones, y ella lo adivinó, pero Vivian en cuanto compren-
dió lo que decía no quiso seguir. En una novela leí que una muchacha le dijo
al muchacho, ofreciéndole las manos: “Léeme el destino”. Y él le contestó:
“Tu destino no está en tus manos sino en las mías”. Oye, qué lindo eso,
compadre, ¿por qué no se me ocurrió a mí? Entonces cuando llegamos a
la escuela aquella mañana, todo el mundo estaba formado en el patio cen-
tral, incluso los estudiantes de segundo año, que reciben las clases por la
tarde, y la gente guardaba silencio como jamás se había logrado en aquel
patio, la mañana ésta. La busqué y la miré de lejos, queriéndole decir que
en el receso íbamos a hablar aquella cosa importante, ¿se acordaba?, pero
ella lo que me preguntó con los ojos fue: “¿Qué pasa? ¿Sabes qué pasa?”, y
entonces yo también comprendí que pasaba algo. Los profesores estaban
bajo los almendros y lo sabían. Algunas maestras lloraban. El director subió
a la tarima y nos miró a todos atentos a él. Si hubieras visto aquella mirada
del director. Ya no quedaba duda de que algo grave había ocurrido, pero
¿qué era?, ¿irían a botar a alguien? El director, nervioso, dio unos golpecitos
en el micrófono que funcionaba perfectamente y no necesitaba que nadie
lo golpeara, y es que no podía, no le salían las palabras y nos miraba. Hasta

165
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

que finalmente lo dijo de un tirón: “Mataron al Che en Bolivia. Iremos a la


plaza a una velada solemne, la mayor disciplina, vayan para la aulas”. Así
dijo. Sentí que Vivian se echaba sobre mi hombro y oí que lloraba. “Sabía
que eso podía pasar un día”, dijo, y nos fuimos hacia el aula, sintiéndonos
mal. Viendo la mirada del Che en todas partes, su sonrisa, cuando dice: en
el imperialismo no se puede confiar ni un tantico así, como si camináramos
bajo un cielo de imágenes del Che y en cada hoja de los almendros hubiera
imágenes suyas y una lluvia. María se nos unió. “¡Ay Vivian, ay Pedrito!”,
dijo, y nos fuimos los tres abrazados. Qué tristeza sus libretas. Quitó los fo-
rros y los guardó en silencio. Finalmente dijo que no lo creía, no lo creía de
ninguna manera porque no, eso no podía ser. Y yo le dije ojalá, Vivian, pero
figúrate, ¿Estás loca? De todos modos nos quedamos con algún pedacito
de ilusión, hasta que estuvimos en la plaza, y el Fidel más triste del mundo
dijo que si, que al Che lo habían matado en Bolivia, pero que nosotros no
podíamos morirnos por eso ni nada, y regresamos a la escuela, ella y yo
tomados de la mano, no porque fuéramos novios, no, sino para ayudarnos.
Y no la enamoré esa semana, creo que ni la otra, no me acuerdo, y no por
nada, se me quitaron los deseos...
Pero bueno, aquel otro día tenía puesto el vestido negro que te dije y
fuimos al cine y cuando salimos del Payret, qué linda estaba la noche. Había
llovido y había luces y colores y mucha gente y humedad y caminaba a mi
lado, apretada a mí, con su pelo suelto. “¿Por qué te vas tan de prisa? ¿Qué
te pareció la película? Vamos a comentarla”, y empezó a decir su parecer, el
enfoque social no se qué cosa. Yo no la oía ni había visto la película y el
corazón se me quería salir porque en el cine, imagínate, se me ocurrió acor-
darme de que hay parejas, dicen, que la primera vez no pueden: ella coge
miedo, la membrana esa es muy resistente y no se rompe, la muchacha
tiene unas hemorragias tremendas y hay que llamar la ambulancia, o él no
reacciona porque se pone nervioso, los nervios no lo dejan. Si mis nervios
me hacen eso los mato. Y le dije: “No vamos a la beca”. “¿Y adónde vamos?”
“A un lugar”. No le había explicado nada más desde que hablamos de esto
y la convencí, y habíamos llegado. Entramos a un edificio, rápido, hablé con
un hombre, rápido, pagué dos ochenta, rápido, subimos escaleras, rápido,
pasamos puertas, pasamos puertas, pasamos puertas, rápido, la llave no

166
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

quería abrir, abrió, entramos... y me quedé contra la pared, oyéndome el


corazón. La luz estaba encendida y Vivian avanzó dos o tres pasos, se de-
tuvo, cambió la cartera de mano, así como cambia ella la cartera de mano.
El cuarto era alto y feo, horrible, para qué te cuento. Había un escaparate
pequeño, sin puertas y con percheros de alambre todos jorobados. Sobre
una mesa despintada, una palangana con agua, una jarra de aluminio, dos
vasitos soviéticos, papel sanitario y jaboncitos de olor. La luz amarillenta
proyectaba figuras contra la pared, en la que había dibujos y palabras gro-
seras. Vivian fue hasta la ventana, que estaba abierta, y yo leí exactamen-
te sobre su cabeza, pero lejísimos, ocultándose un poco en su pelo, ese le-
trero rojo que dice Revolución es construir y que está sobre algún edificio
de La Habana. Lo leí como cinco veces y no me atreví a hablar. En la ven-
tana también estaba la luna y unos celajes que le pasaban por delante. Era
lindo, no pude dejar de mirarlo y de repente me calmé un poco. Yo sé que
ya nosotros no tenemos que fijarnos en la luna y que eso es ser romántico
y dulzón, esta parte yo no sé la cuento a Arnaldo, pero se veía lindo, te lo
juro, y Vivian se volvió lentamente. Qué impresión me hizo. Como nunca.
Cierro los ojos y la veo. Qué linda estaba, tú, qué linda. Estoy tan enamo-
rado de ella que me da vergüenza, sino te lo contaba. Los dolorcitos en el
corazón las cosas que hago. Me preguntó con una voz terrible: “¿Esto es una
posada, verdad?” Iba a responderle que no, a decirle que era un hotel malo,
de segunda, pero le dije la verdad. “Sí”. Un si chiquitico. Me dio la espalda.
Al rato la escuché decir: “Ay, mi madre, ya estoy en una posada. Es lo que
dice mamá: yo soy mala, en mí no se puede confiar. Ella creyéndome muy
tranquila en la escuela y yo en una posada, con mi novio”. Me fui acercan-
do, no sabía que decirle, que hacer, imagínate, tenía razón, para uno no es
lo mismo, si yo le digo a mi mama que estoy en una posada con una mujer
se pone contentísima, y empecé a sentirme mal, a arrepentirme de haberla
llevado, a comprender su situación. Menos mal que me acordé de lo que
dice Arnaldo, que a las mujeres no se les puede coger lástima porque ni a
ellas mismas les gusta eso. Se viró, tú, con los ojos muy abiertos. “¿No te-
nías otro lugar donde llevarme?” No tenía, no, ¿qué sabía yo de esos luga-
res?, yo también era la primera vez. Me dolió que me hablara así, que no
me comprendiera, y me sentí peor. “Si tú quieres –le dije-, si no te gusta el
lugar, no vamos y yo no me pongo bravo ni nada”. Y la abracé para ayudar-

167
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

la a no estar sola, a no sentirse culpable ella sola, en todo caso el culpable


era yo, ¿no?, y para decirle que sí, estaba allí, pero con un hombre que,
bueno, la quería tanto, era el hombre de su vida, y entonces el lugar no
tenía esa importancia. También ella me abrazó y me quería y quedé frente
a la ventana abierta. Cruzo un ómnibus metiendo tremendo ruido. “Seguro
que es una 27”, pensé. “No nos pongamos nerviosos —dijo ella—, sólo
que es una pena que tengamos que hacerlo en un cuarto tan feo”. De ver-
dad, tú, esos lugares deberían ser más lindos, y no que uno siente que está
haciendo algo malo. Luego apagó la luz, a las mujeres les gusta la luz apa-
gada, y se fue desvistiendo. Qué lindo se quitó la ropa, no te figuras, y se
sentó al borde de la cama. La claridad que entraba por la ventana, de la
luna, y eso la iluminaba. Me quité el pulóver. Oí como el pulóver cayó al piso
y me sentí satisfecho de haberme puesto el pantalón negro, no el otro,
porque la porteñuela del negro es de zíper, me sentí tan varón al descorrer-
lo delante de una mujer y saber que también ella lo había escuchado, y al
pantalón que bajaba por mis muslos, salía de mis piernas, caía al piso y es-
tábamos ambos desnudos, sin saber mucho que hacer. Temíamos que en
ese momento se abriera la puerta y apareciera el director de la escuela, su
mamá, el ministro de educación, escandalizados y la mamá gritara: “Ay,
Dios santo, Virgen del cielo, Gran poder de Dios, lo que está haciendo mi
hija. Si el padre la coge la mata”. Te lo juro. Esperamos, esperamos y no
apareció nadie. Me acerqué, nos miramos, nos abrazamos como por prime-
ra vez en el mundo y fuimos lentamente dejándonos caer en las sabanas.
Empezamos a deshacer torpezas, a adivinar, a dejarnos llevar por una brisa
que soplaba, fuerte olor a mar. El instinto nos guiaba y no nos pareció que
estábamos suficientemente abrazados hasta que descubrimos las flores. Ha-
bía flores húmedas en todo el cuarto: acolcohaban el piso de la cama,
adornaban las paredes, pendían del techo, sobresalían del descanso de la
ventana. Pusimos atención y nos llegaron los pequeños ruiditos del amor:
un río lejano, caracoles, dos hojas y estaban también nuestros cuerpos, su
piel y la mía, nuestros labios y manos y ojos y pelo. Nos estábamos bebien-
do, tanto que vimos dos niños que corrían un amanecer, cuesta arriba, por
un prado de brillantes girasoles. Iban asustando las mariposas. Ella llevaba
una sombrilla, él una espada y un tambor, los dos vestidos de blanco y co-
gidos de la mano. Cuando comenzó la lluvia se lanzaron sobre los girasoles,

168
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

pero no se hundieron, quedaron flotando y comenzaron a dar vueltas abra-


zados, rodeados de mariposas; se miraron a los ojos, y ella vio que él se
erguía, levantaba la espada, que brilló en lo alto, destellos azulados, y sintió
que la mataba y quedaron abrazados, rodaron nuevamente entre las flores,
los ojos cerrados, y comenzaron a descender, a descender, perseguidos por
todos los girasoles, y mientras bajaban, dejando tras ellos una estela de
colores, iban viendo y pronunciando todas las palabras: pormarrosa, hoja-
rasca, arena, zaguán, obelisco, conejo, palmareal, jícara, almidón, paloma...
y cuando la última palabra se desprendió y se perdió, estaban tendidos bajo
un árbol frondoso, como abandonados allí por la resaca, y nosotros dos,
Vivian y yo, nos moríamos en otra parte o allí mismo, muy lejos o muy
cerca, y en el último instante de vida vimos, o sentimos, que los niños se
incorporaban, vestidos de blanco, y cogidos de la mano se alejaban; pasaron
sobre nosotros, ella con la cinta en la mano, había perdido su sombrilla, él
repiqueteando el tambor; ella le decía cosas a Vivian, muy alto porque ya
iban distantes, y yo no las comprendía aunque me sentía feliz; él me decía
a mí, contento, saludando con la mano y cada vez más lejos, más lejos, más
felices, hasta que se perdieron, se perdieron... Poco a poco nosotros fuimos
resucitando. Nos volvieron las palabras a la mente, la respiración a los pul-
mones, y me moví sobre Vivian, que se quejó blandamente y sonrió, ya sin
esfuerzos para mantener sus dedos dentro de mi pelo. Me incorporé algo, y
no entendí lo que estaba sintiendo. Escuchaba una música lejana, jamás
oída, y me levanté aún más, olí, y seguía sintiendo lo que sentí, y vi su pelo
desparramado en la almohada, y la sonrisa de ella, y los senos, y los ojos,
abiertos pero cerrados, de los que goteaba un brillo y aunque me acordé de
Arnaldo, no pude y se lo dije: te quiero, le dije, me abracé de nuevo a su
cuerpo, y una bandada enorme de pájaros levantó el vuelo en mi mente,
como una estampida.

De Subidos de tono. Cuentos de amor, Senel Paz.


Coedición Latinoamericana (Bogotá)

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

ELENA PONIATOWSKA. Hélene Elizabeth Louise Amelie Paula Dolores Ponia-


towska Amor nació el 19 de mayo de 1933. Su madre, Dolores Amor, se casó
con el heredero de la corona polaca Jean Evremont Poniatowski Sperry, y en
París nacieron Hélene y Sofía. Elena heredó el título de princesa de Polonia,
aunque ella misma afirma que le importa muy poco y no frecuenta a su
familia europea, que la llama “La Princesa Roja”. Destinada en principio al
matrimonio con un príncipe europeo, Elena decidió sin embargo dedicarse
al periodismo. En 1953 empezó a trabajar en el Excelsior escribiendo cró-
nicas de sociales. Resultó una osadía lanzarse a entrevistar a los grandes
artistas mexicanos, de quienes nada sabía. Un año permaneció en Excélsior,
y de ahí pasó a Novedades, donde se ganó un público que la seguía gracias
a sus textos impredecibles. En 1955 publicó su primera novela, Lilus Kikus.
En una azotea de la calle de Revillagigedo, Elena Poniatowska se vio des-
lumbrada por una lavandera que hablaba fuerte y con sabiduría: Josefina
Bórquez. Una larga entrevista con este personaje formidable se acabó con-
virtiendo en la novela Hasta no verte Jesús mío, con la que ganó el Premio
Mazatlán de Literatura. Elegido presidente Luis Echeverría, Secretario de
Gobernación durante el sacrificio de 1968, concedió el premio literario Xa-
vier Villaurrutia a Elena Poniatowska en 1971 por La noche de Tlatelolco, pero
ella lo rechazó. En 1979 recibió el Premio Nacional de Periodismo.
Cronista del terremoto del 85 y del conflicto en Chiapas, sigue compagi-
nando su labor periodística con la literaria. Es doctora Honoris Causa por la
Universidad de Sinaloa, por la de Toluca, por la de Columbia (Nueva York) y
por la de la Florida en Miami, pero el título del que se siente más orgullosa
es el de abuela.

170
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

El recado

V ine Martín, y no estás. Me he sentado en el peldaño de tu casa, recar-


gada en tu puerta y pienso que en algún lugar de la ciudad, por una
onda que cruza el aire, debes intuir que aquí estoy. Es este tu pedacito de
jardín; tu mimosa se inclina hacia afuera y los niños al pasar le arrancan las
ramas más accesibles... En la tierra, sembradas alrededor del muro, muy
rectilíneas y serias veo unas flores que tienen hojas como espadas. Son azul
marino, parecen soldados. Son muy graves, muy honestas. Tú también eres
un soldado. Marchas por la vida, uno, dos, uno, dos... Todo tu jardín es
sólido, es como tú, tiene una reciedumbre que inspira confianza.
Aquí estoy contra el muro de tu casa, así como estoy a veces contra el
muro de tu espalda. El sol da también contra el vidrio de tus ventanas y
poco a poco se debilita porque ya es tarde. El cielo enrojecido ha calentado
tu madreselva y su olor se vuelve aún más penetrante. Es el atardecer. El día
va a decaer. Tu vecina pasa. No sé si me habrá visto. Va a regar su pedazo
de jardín. Recuerdo que ella te trae una sopa cuando estás enfermo y que
su hija te pone inyecciones... Pienso en ti muy despacio, como si te dibujara
dentro de mí y quedaras allí grabado. Quisiera tener la certeza de que te
voy a ver mañana y pasado mañana y siempre en una cadena ininterrumpi-
da de días; que podré mirarte lentamente aunque ya me sé cada rinconcito
de tu rostro; que nada entre nosotros ha sido provisional o un accidente.
Estoy inclinada ante una hoja de papel y te escribo todo esto y pienso
que ahora, en alguna cuadra donde camines apresurado, decidido como
sueles hacerlo, en alguna de esas calles por donde te imagino siempre:
Donceles y Cinco de Febrero o Venustiano Carranza, en alguna de esas
banquetas grises y monocordes rotas sólo por el remolino de gente que va
a tomar el camión, has de saber dentro de ti que te espero. Vine nada más
a decirte que te quiero y como no estás te lo escribo. Ya casi no puedo
escribir porque ya se fue el sol y no sé bien a bien lo que te pongo. Afuera
pasan más niños, corriendo.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Y una señora con una olla advierte irritada: “No me sacudas la mano
porque voy a tirar la leche...” Y dejo este lápiz, Martín, y dejo la hoja ra-
yada y dejo que mis brazos cuelguen inútilmente a lo largo de mi cuerpo y
te espero. Pienso que te hubiera querido abrazar. A veces quisiera ser más
vieja porque la juventud lleva en sí, la imperiosa, la implacable necesidad de
relacionarlo todo con el amor.
Ladra un perro; ladra agresivamente. Creo que es hora de irme. Dentro
de poco vendrá la vecina a prender la luz de tu casa; ella tiene llave y en-
cenderá el foco de la recámara que da hacia afuera porque en esta colonia
asaltan mucho, roban mucho. A los pobres les roban mucho; los pobres
se roban entre sí... Sabes, desde mi infancia me he sentado así a esperar,
siempre fui dócil, porque te esperaba. Sé que todas las mujeres aguardan.
Aguardan la vida futura, todas esas imágenes forjadas en la soledad, todo
ese bosque que camina hacia ellas; toda esa inmensa promesa que es el
hombre; una granada que de pronto se abre y muestra sus granos rojos,
lustrosos; una granada como una boca pulposa de mil gajos. Más tarde esas
horas vividas en la imaginación, hechas horas reales, tendrán que cobrar
peso y tamaño y crudeza. Todos estamos -oh mi amor- tan llenos de retra-
tos interiores, tan llenos de paisajes no vividos.
Ha caído la noche y ya casi no veo lo que estoy borroneando en la hoja
rayada. Ya no percibo las letras. Allí donde no le entiendas en los espacios
blancos, en los huecos, pon: “Te quiero...” No sé si voy a echar esta hoja
debajo de la puerta, no sé. Me has dado un tal respeto de ti mismo... Quizá
ahora que me vaya, sólo pase a pedirle a la vecina que te dé el recado: que
te diga que vine.

De Los cuentos de Lilus Kikus, Elena Poniatowska. Universidad Veracruzana.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

JUAN RULFO (Sayula, México, 1918 - Ciudad de México, 1986)


Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las
literaturas de lengua hispánica, y aun de toda la literatura”.
Jorge Luis Borges
Este gran escritor y fotógrafo mexicano, cuyo verdadero nombre era Juan
Nepomuceno Carlos Pérez Vizcaíno, pertenecía a una familia acomodada,
que perdió todo durante la Revolución. Jalisco era un estado aislado, mí-
sero, fanático y violento. La adopción del apellido Rulfo fue debido a una
petición de la abuela María Rulfo, pues en su familia fueron siete hermanas
y un solo varón que murió soltero y sin descendencia. Para evitar que se
perdiera el apellido pidió a sus nietos que adoptaran el Rulfo.
Desde muy joven pierde a su padre, asesinado de un disparo en la nuca, y
luego a su madre, por lo que fue recluido en un orfanato de Guadalajara.
También varios tíos suyos murieron en circunstancias trágicas. Por eso, el
elemento fundamental en sus relatos rulfianos será la muerte. Pocas veces
se refiere a ella directamente, pero su sombra figura en cada enunciado.
La muerte es el ambiente en el que los personajes viven (¿o mueren?) su
historia.
Rulfo llega por primera vez a la capital en el año de 1935. Si bien pretende
continuar sus estudios, lo cual le fue imposible ya que éstos no le son reva-
lidados. En realidad, “la idea de la ciudad” nunca es de su agrado, ni lo ve
como objetivo, se instala en ella buscando una forma de vida. Más tarde
confirmará, durante una entrevista, “que la ciudad no le dice gran cosa”. Él
escribirá sobre los pueblos y las comunidades campesinas mexicanas mante-
nidas en la marginalidad y el olvido. Es en los años cuarenta cuando intenta
escribir su primera novela con temática urbana, “El hijo del desaliento”, que
destruye inmediatamente por considerarla una novela autobiográfica llena de

173
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

divagaciones personales, sin ningún interés literario. Se volvió conocido sobre


todo como escritor y colaboró en las principales publicaciones del país. En
la ciudad de México ocupó el cargo del departamento editorial del Instituto
Nacional Indigenista. En 1945 publica los cuentos “Nos han dado la tierra”
y “Macario” en la revista Pan, de Guadalajara.
En 1948 publica “La cuesta de las comadres”, dos años después “Talpa” y
en 1954 aparece, en la colección “Letras Mexicanas” del Fondo de Cultura
Económica, El llano en llamas. En esa misma colección publica Pedro Páramo,
con un tiraje de 2000 ejemplares, la novela a la que hace referencia Borges.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Pedro Páramo
(Fragmento)

V ine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro
Páramo. MI madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en
cuanto ella muriera. Le apreté las manos en señal de que lo haría; pues ella
estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. “No dejes de ir a
visitarlo —me recomendó —. Se llama de este modo y de este otro. Estoy
segura de que le dará gusto conocerte.” Entonces no pude hacer otra cosa
sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun
después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
Todavía antes me había dicho:
—No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado
a darme y nunca me dio El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
—Así lo haré, madre.
Pero no pensé en cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé
a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me
fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor
llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.
Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente,
envenenado por el olor podrido de las saponarias.
El camino subía y bajaba: “Sube o baja según se va o se viene. Para el que va,
sube; para el que viene, baja”.
—¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?
—Comala, señor.
—¿Está seguro de que ya es Comala?
—Seguro, señor.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

—¿Y por qué se ve esto tan triste?


—Son los tiempos, señor.
Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su
nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Co-
mala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo
los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver: “Hay
allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura ver-
de, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando
la tierra, iluminándola durante la noche.” Y su voz era secreta, casi apagada,
como si hablara consigo misma… Mi madre.
—¿Y a qué va usted a Comala, si se puede saber? —oí que me pregun-
taban.
—Voy a ver a mi padre —contesté.
—¡Ah! —dijo él.
Volvimos al silencio.
Caminábamos cuesta abajo, oyendo el trote rebotado de los burros. Los
ojos reventados por el sopor del sueño, en la canícula de agosto.
—Bonita fiesta le va a armar —volví a oír la voz del que iba allí a mi
lado—. Se pondrá contento de ver a alguien después de tantos años que
nadie viene por aquí.
Luego añadió:
—Sea usted quien sea, se alegrará de verlo.
En la reverberación del sol, la llanura parecía una laguna transparente,
desecha en vapores por donde se traslucía un horizonte gris. Y más allá, una
línea de montañas. Y todavía más allá, la más remota lejanía.
—¿Y qué trazas tiene su padre, si se puede saber?
—No lo conozco —le dije —. Sólo sé que se llama Pedro Páramo.

176
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

—¡Ah! Vaya.
—Sí, así me dijeron que se llamaba.
—Oí otra vez el —¡ah! del arriero.
Me había topado con él en Los Encuentros, donde se cruzaban varios
caminos. Me estuve allí esperando, hasta que al fin apareció este hombre.
—¿Adónde va usted? —le pregunté.
—Voy para abajo, señor.
—¿Conoce un lugar llamado Comala?
—Para allá mismo voy.
Y lo seguí. Fui tras él tratando de emparejarme a su paso; hasta que
pareció darse cuenta de que lo seguía y disminuyó la prisa de su carrera.
Después los dos íbamos tan pegados que casi nos tocábamos los hombros.
—Yo también soy hijo de Pedro Páramo —me dijo.
Una bandada de cuervos pasó cruzando el cielo vacío, haciendo cuar, cuar,
cuar.
Después de trastumbar los cerros, bajamos cada vez más. Habíamos
dejado el aire caliente allá arriba y nos íbamos hundiendo en el puro calor
sin aire. Todo parecía estar como en espera de algo.
—Hace calor aquí —dije.
—Sí, y esto no es nada —me contestó el otro—. Cálmese. Ya lo sen-
tirá más fuerte cuando lleguemos a Comala. Aquello está sobre las brasas de
la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que
allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija.
—¿Conoce usted a Pedro Páramo? —le pregunté.
Me atreví a hacerlo porque vi en sus ojos una gota de confianza.

177
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

—¿Quién es? —volví a preguntar.


—Un rencor vivo —me contestó él.
Y dio un pajuelazo contra los burros, sin necesidad, ya que los burros
iban mucho más delante de nosotros, encarrerados por la bajada.
Sentí el retrato de mi madre guardado en la bolsa de la camisa, calen-
tándome el corazón, como si ella también sudara. Era un retrato viejo,
carcomido por los bordes; pero fue el único que conocí de ella. Me lo había
encontrado en el armario de la cocina, dentro de una cazuela llena de yer-
bas: hojas de toronjil, flores de Castilla, ramas de ruda. Desde entonces lo
guardé. Era el único. Mi madre siempre fue enemiga de retratarse. Decía
que los retratos eran cosa de brujería.
Y así parecía ser; porque el suyo estaba lleno de agujeros como de aguja,
y en dirección del corazón tenía uno muy grande donde bien podía caber
el dedo del corazón.
Es el mismo que traigo aquí, pensando que podría dar buen resultado
para que mi padre me reconociera.
—Mire usted —me dice el arriero, deteniéndose—: ¿Ve aquella loma
que parece vejiga de puerco? Pues destrasito de ella está la Media Luna.
Ahora voltié para allá. ¿Ve la ceja de aquel cerro? Véala. Y ahora voltié para
este otro rumbo. ¿Ve la otra ceja que casi no se ve de lo lejos que está?
Bueno, pues eso es la Media Luna de punta a cabo. Como quien dice, toda
la tierra que se puede abarcar con la mirada. Y es de él todo ese terrenal. El
caso es que nuestras madres nos malparieron en un petate aunque éramos
hijos de Pedro Páramo. Y lo más chistoso es que él nos llevó a bautizar. Con
usted debe haber pasado lo mismo, ¿no?
—No me acuerdo. ¡Váyase mucho al carajo!
—¿Qué dice usted?
—Que ya estamos llegando, señor.
—Sí, ya lo veo. ¿Qué pasó por aquí?

178
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

—Un correcaminos, señor. Así les nombran a esos pájaros.


—No, yo le preguntaba por el pueblo, que se ve tan solo, como si es-
tuviera abandonado. Parece que no habitara nadie.
—No es que lo parezca. Así es. Aquí no vive nadie.
—¿Y Pedro Páramo?
—Pedro Páramo murió hace muchos años.

De Pedro Páramo, Juan Rulfo. Fondo de Cultura Económica.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

ANNIE SAUMONT nació en 1927 en Cherburgo, Francia y pasó su infancia


y adolescencia cerca de Rouen. Es traductora especializada en literatura
anglosajona. Además de su trabajo como traductora empezó a escribir y
a publicar sólo a petición de sus editores. Actualmente es autora de una
docena de libros. En 1981 recibió el Premio Goncourt.
Con un estilo sobrio y de una formidable precisión e inventiva, Annie Saumont nos
muestra el absurdo de nuestras vidas.
Editions du chemin de fer

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Dumbo

H acía como mil años que ya ni me acordaba d’él. Y tuvo –qué mala pata- que
venirme su recuerdo a la cabeza justo cuando estaba presentando mi examen
escrito para sacar el certificado. De repostero. Francés y matemáticas, si no tenías
el promedio, te eliminaban. Los profesores del LEP1 s’imaginaban que la iba a hacer
sin broncas.

Sólo que en el salón de exámenes el que nos cuidaba que hast’eso era
buena onda me dijo así como sin querer la cosa, No pongas esa cara de
tortura.
Entonces, ¡chin!, que me acuerdo.
Tuve un chorro de faltas de ortografía y troné aritmética.
Así que ‘ora me dedico a almacenar mercancía. Y además con contrato
eventual, como le dicen.
En vez de ser aprendiz de repostero. De amasar pastas batir huevos a
punto de turrón espesar cremas. Acomodarles adornos de azúcar rosa a los
pasteles.
Por la palabra.
Y por él. Dumbo.
Aunque bueno, no es culpa suya. Aquello sucedió cuando éramos chi-
cos. Un día que la escuela estaba cerrada. El día de la huelga de los maestros
y los profes. Me había reunido en el estacionamiento con mis cuates de la
unidad. Juntos siempre nos la pasábamos bien. Y Dumbo siempre nos anda-
ba siguiendo, quería ser parte de la banda. Él venía del B4, un lugar donde
vivía gente con la que casi no nos juntábamos.

1 Siglas de Liceo de Enseñanza Profesional. Se trata de centros educativos –nivel prepa-


ratoria- que ofrecen formación rápida para oficios manuales. (N. del T.)

181
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Nuestras mamás habían dicho: Jueguen a juegos tranquilos. Siempre


decían eso. O tan sólo: Esténse en paz. Sin muchas esperanzas de que les
hiciéramos caso.
Aquél día también estaba una niña que nomás no se nos quitaba de
encima. Por eso como que yo y mis cuates ya no sabíamos muy bien en
qué rolarla. A ella nos hubiera gustado apantallarla y al mismo tiempo nos
intimidaba. Así que tomó el mando. Hicimos lo que nos dijo. Que íbamos
a jugar a encontrar palabras. Y empezó con el mochilón. Una babosada. La
típica babosada de niñas.
—Mire mire don Simón
—¿Qué meto en mi mochilón?
El chiste del juego es que rápido y por turnos cada quien debe encontrar
palabras que terminen en ón.
Un melón con jabón el botón un tacón un ratón el polvorón
A Dumbo tuvimos que explicarle lo que era un mochilón. Aunque allá en
su tierra que es África dicen que hay millones de bolsas costales mochilas.
Pero Dumbo no entendía lo que decíamos más que a medias porque en su
casa su mamá hablaba con sus palabras de allá.
La primera vez sí le salió. Dumbo dijo, Un bombón. Dándose ínfulas,
muy orgulloso de que había agarrado la onda.
La segunda vez empezó a necear. Un balón de acuerdo, pero un avión
no. Decía que no iba a caber. Un avión. En un mochilón. Y tampoco un
camión, ni un vagón. En serio.
La niña se desesperaba, Oye ¿qu’estás tarado o qué? La palabra es lo
único que se le mete.
Luego seguía
—Diga diga don Fermín
—¿Con qué lleno el petaquín?

182
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Un patín tu balancín, aunque no quepa, Dumbo. El cojín con aserrín. El


un tu mi (palabras en ín). Dumbo nos machaba con sus eso qué e’ eso qué
e’ eso qué e’. Ya no le contestábamos. Y luego uno dijo mi pajarín. Pa’echar
relajo.
Luego así
—Oiga oiga doña Pura
—¿Qué tapo con la envoltura?
La fritura la locura la gordura mi hermosura una costura qué revoltura.
El Dumbo seguía haciéndonos enojar con sus eso qué e’. Decíamos,
Dumbo aguas, no la totúa. La tortura.
Dumbo se burló. Dijo, Eso yo sí sé qué e’. Dijo que allá en su tierra donde
había guerra todo el tiempo, cuando todavía era casi un bebé la prima que
lo cuidaba mientras su mamá de él se había ido muy lejos para tratar de ver
a su papá qu’estaba en la cárcel le había dicho un día que su papá ya no iba
a regresar. Que se había muerto de tortura.
Oímos su palabrerío. Luego dijimos, Ya párale ¿no? El Dumbo andaba
presumiendo y eso nos hartaba. Gritamos, Pues mi papá. Inventamos, Pues
mi papá se rompió una pierna persiguiendo a unos vagos pues a mi papá
por poquito lo atropellan por ayudarle a una viejita a cruzar la calle pues a
mi papá le dio gripe por salvar un gato que se había caído al agua. Y Dumbo
siempre replicaba, Sí pero. Es que. No es lo mismo. Es que no es como mi
papá que.
Al final ya estábamos hasta el gorro. Dijimos, Burundanga ya no estés
fregando. Tú y tu jodida tortura.
Y luego uno que dice, En primera si alguien te tortura eso no prueba
que eres valiente. Porque no lo puedes evitar.
El Dumbo protestó. Su papá lo habría podido evitar. Precisamente si
no hubiera sido tan valiente. Todos los trancazos que le daban eran para
hacerlo hablar.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Y no había hablado.
Burundanga Muchilanga —no sabíamos qué decir y entonces nos burlá-
bamos. El Dumbo que nos pega un grito, Y ya no les voy a hablar.
Fue la niña la que primero dijo, medio molesta, ‘Ora verás chiquito, con
unas cuantas cosquillas y confiesas lo que sea. Te lo apuesto. Hasta cosas
que son puras invenciones.
Hasta que por ejemplo mataste a la maestra para comértela y ahora ya
cerraron la escuela.
El Dumbo dijo, —No no voy a hablar.
Nos daba risa. Respondimos que a veces una patada en las nalgas hace
cambiar de opinión.
No voy a confesar. Volvió a decir.
Nos enojamos un poco. Le presumimos, ¿Y si te obligamos? Dijimos y si
te y si te. Dumbo repetía, No no voy a hablar.
Cuando de verdad ya estuvimos hasta el copete de verlo que todo le
valía, que lo rodeamos y lo teníamos bien encerradito, primero se puso a
chiflar como si nada. Fui yo el que lo agarró de su pelo rizado, me sorpren-
dió lo tenía suavecito, tan suavecito que por poco le aconsejo, Vete a tu
casa pinche escuincle. Yo tenía ocho años y a lo mejor él también pero él
como qu’estaba chaparrito.
Con que le hubiera dicho eso —vete a tu casa— ahorita no estaría yo
moviendo cajas con estos cuates de mantenimiento. Que vienen de África
ellos también.
No dije nada.
Dumbo tampoco dijo nada cuando le amarramos las manos, un chorro
de vueltas con un lazo bien grueso, y luego le atamos los pies con una
bufanda anudada muy fuerte. Nos pusimos a meterle pañuelos en la boca,

184
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

masculló algo. Le quitamos los pañuelos un momento para darle una última
oportunidad, Entonces qué ¿vas a hablar? ¿Confiesas, güey?
—Taba chillando. Volvió a repetir, No voy a hablar.
Pus sí, ¿cómo iba a hablar con todos esos kleenex entre los dientes?
Ya no me acuerdo quién empezó. La madriza. Yo no. Pero cuando ya
dos o tres iban encarrerados le entré.
La niña pellizcaba retorcía. Nosotros golpeábamos.
Y decíamos, Eso querías ¿verdad? Tu tortura. Ya estás contento ¿no? Ya
te salió sangre.
Y qu’el más grande —ocho años y medio— decide, Ahora hacen falta
cerillos. Pegó la carrera para ir a buscar. Y rápido estaba de vuelta también
con un encededor. Dijo, Mi mamá estaba planchando ni se fijó pero por
poquito.
Tan por poquito que su mamá se apareció justo cuando al pinche Dum-
bo le habían quitado los papos y ya le iban a calentar las patrullas.
La señora pegó un grito.
Fue un grito enorme. Hasta se nos subieron. Al cuate de los cerillos se le
cayó la caja. Su mamá por fin preguntó, con una voz que ya casi ni se oía,
¿Pero qué están haciendo?
Pus qué no ve, estamos jugando. Contesté.
Después los mayores dijeron que no éramos más que unos chamacos,
que no nos dábamos cuenta. Que era culpa de la época. Tantas atrocidades
en el mundo. Tantas desgracias tantos muertos. Y Dumbo no’staba muerto.
Nomás bastante magullado.
Nunca supe qué fue de él. Desde entonces, la gente de las unidades ha
ido de aquí para allá. A lo mejor se regresó a su tierra. Allá. Con los de su
familia. Que hablaban bien pero bien chistoso.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Y yo después —mil años después, el año pasado— troné mi examen.


Por la palabra. Que sacó así nomás el cuidador aquel qu’era buena gente.
Una palabra que se oye seguido, que se lee en los periódicos, que dicen en
la tele. Por lo general ni le pongo atención.

De Más allá de la sospecha. Un panorama de la narrativa francesa contemporánea.


Annie Saumont, Prólogo y compilación de Philippe Ollé-Laprune, Almadía.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

ANA MARÍA SHUA (Buenos Aires en 1951) A los seis años alguien me puso en las
manos un libro con un caballo en la tapa. Esa misma noche yo fui ese caballo. Al
día siguiente ninguna otra cosa me interesaba. Quería mi pienso, preferiblemente
con avena y un establo con heno limpio y seco. Nunca antes había escuchado
las palabras pienso, avena, heno, pero sabía que como caballo necesitaba enten-
derlas. Durante una semana pude haber sido Black Beauty pero fui Azabache, en
una traducción inteligente y libre. Fui caballo de tiro y caballo de alquiler, recibí
latigazos, estuve a punto de morir, fui rescatado... y llegué a la última página.
Entonces, con terrible dolor, volví a mi cuerpo y levanté la cabeza: el resto del
mundo todavía estaba allí. ‘Deja eso que te va a hacer mal’, decía mi madre. ‘No se
lee en la mesa’, decía mi padre. Entonces descubrí que podía volver a empezar. Y
otra vez fui Azabache y otra vez y otra vez.( ) Después descubrí que podía ser un
pirata y muchos, y la ciudad de Maracaibo y ser hombre, manatí, horror o piedra.
Lo que acababa de empezar en mi vida no era un hábito: era una adicción, una
pasión, una locura.”

(“Confieso que he leído”, publicado en Benjamín —Boletín de ALIJA—, N° 21,


diciembre de 1999)

1) Como escritora, ¿qué elementos consideras que debe tener un microrre-


lato para ser eficaz?
Dientes afilados.
2) ¿Qué diferencias fundamentales encuentras entre escribir una novela, un
microrrelato y un cuento para niños?
Diferencias comparables a las que hay entre una aspirina y un elefante.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

3) ¿Por qué crees que se ha producido el auge reciente de la microficción?


Por dos razones: a) es un formato muy adecuado para Internet b) hace veinte
años la crítica académica “descubrió” la microficción como un género diferente
del cuento breve.
4) Como lectora, ¿qué autores y/o libros nos recomendarías?
¡Tantos! Kafka, Valenzuela, Apollinaire, Brasca, Cocteau, Monterroso, Britto Gar-
cía, Gómez de la Serna, Jiménez Eman, Max Aub, Arréola, Calvino, Otxoa, Sam-
perio, Borges, Cortázar, Denevi y muchos muchos otros. No hay por qué elegir.
5) ¿Qué consejo le darías a los microrrelatistas que recién comienzan?
Paciencia en el tallado y pulido.
6) Además de la literatura, ¿qué otras cosas te apasionan?
La familia.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Despiértese
Despiértese, que es tarde, me grita desde la puerta un hombre extraño.
Despiértese usted, que buena falta le hace, le contesto yo. Pero el muy
osbtinado me sigue soñando.

Sueño # 69
Almohada
Yo todo lo consulto con la almohada porque la sé de buen juicio. Ella me
escucha en silencio y me responde son sensatez. En la conversación in-
terviene la frazada. (Al final siempre le hago caso al colchón, que es un
irresponsable.)

Sueño # 117
Naufragio
¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo.
¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo.
¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo.
¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el
segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un
lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un
diccionario, nos vamos a pique sin remedio.

De La sueñera, Ana María Shua. Editorial Alfaguara.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

SAMANTA SCHWEBLIN (Buenos Aires, Argentina, 1978) es una reconocida


autora de relatos, ganadora de premios como el del Fondo Nacional de las
Artes y de la Casa de las Américas por su antología Pájaros en la boca. Varios
de sus relatos han sido traducidos y publicados en francés, inglés o alemán
para revistas y antologías de reconocido prestigio.

Lo fantástico, lo silencioso
Por Cristóbal Carrasco
En la mayoría de los cuentos de SAMANTA SCHWEBLIN hay una bús-
queda por la precisión en su prosa que no sólo es correcta, sino que es
necesaria para la diversidad de personajes que cohabitan en su libro. Desde
el relato en primera persona de un niño en “Papá Noel duerme en casa”,
hasta la narración de una mujer fantasiosa en “El hombre sirena”, o la
excelente historia de “Bajo Tierra”, contada por un viajero que escucha a
un anciano relatar la historia de su pueblo, los narradores funcionan como
testigos comunes embrujados por las historias que los circundan. Son esos
conflictos los que Schweblin maneja con una destreza envidiable, y son esos
los puntos los que hacen a Schweblin una gran narradora de cuentos.Pero
hay algo más. Las historias de Pájaros en la boca se articulan constantemente
–y en este punto es imposible no notar las influencias de Raymond Carver,
Dino Buzzati o Julio Cortázar– sobre la base situaciones extraordinarias que
en algunos casos no pretenden ser explicadas por el narrador, y en otros
parecen ser ajenos a los protagonistas. Relatos como “En la estepa” o “Ca-
bezas contra el asfalto”, son los mismos personajes quienes consienten en la
extrañeza de su propia historia, y por lo tanto la connotación de fantástico
se vuelve mucho más difusa, pues es parte del silencio que cada uno de
esos personajes guarda. Sin embargo, cuentos como “La medida de las co-
sas” –que sitúa a los dueños de una juguetería frente un adulto amante de

190
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

los juguetes– o “Breve conversación con Coronelio”, parecen usar la fórmula


contraria: en la narración, el silencio es mucho menor y lo fantástico –más
bien, la conciencia de lo fantástico– cobra más fuerza.
El ingenio de Schweblin, entonces, no está sólo en callar, sino que en
saber hablar cuando es importante hacerlo. Y esa destreza –que no es sino
un ejercicio de sensatez– no se advierte sólo en sus presentaciones, en las
entrevistas o en las giras promocionales, sino que la mayoría de los cuentos
de Pájaros en la boca.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Mariposas

Y a vas a ver qué lindo vestido tiene hoy la mía, le dice Calderón a Go-
rriti, le queda tan bien con esos ojos almendrados, por el color, viste;
y esos piecitos... Están junto al resto de los padres, esperan ansiosos la
salida de sus hijos. Calderón habla pero Gorriti sólo mira las puertas todavía
cerradas. Vas a ver, dice Calderón, quédate acá, hay que quedarse cerca
porque ya salen. ¿Y el tuyo cómo va? El otro hace un gesto de dolor y se
señala los dientes. No me digas, dice Calderón. ¿Y le hiciste el cuento de los
ratones ? Ah, no; con la mía no se puede, es demasiado inteligente. Gorriti
mira el reloj. En cualquier momento se abren las puertas y los chicos salen
disparados, riendo a gritos en un tumulto de colores, a veces manchados
de témpera, o de chocolate. Pero por alguna razón, el timbre se retrasa.
Los padres esperan. Una mariposa se posa en el brazo de Calderón, que se
apura a atraparla. La mariposa lucha por escapar, pero él une las alas y la
sostiene de las puntas. Aprieta fuerte para que no se le escape. Vas a ver
cuando la vea, le dice a Gorriti sacudiéndola, le va a encantar. Pero aprieta
tanto que empieza a sentir que las puntas se empastan. Desliza los dedos
hacia abajo y comprueba que la ha marcado. La mariposa intenta soltarse,
se sacude y una de las alas se abre al medio como un papel. Calderón lo
lamenta, intenta inmovilizarla para ver bien los daños, pero termina por
quedarse con parte del ala pegada a uno de los dedos. Gorriti lo mira con
asco y niega, le hace un gesto para que la tire. Calderón la suelta. La mari-
posa cae al piso. Se mueve con torpeza, intenta volar pero ya no puede. Al
fin se queda quieta, sacude cada tanto una de sus alas, pero ya no intenta
nada más. Gorriti le dice que termine con eso de una vez y él, por el propio
bien de la mariposa por supuesto, la pisa con firmeza. No alcanza a apartar
el pie cuando advierte que algo extraño sucede. Mira hacia las puertas y
entonces, como si un viento repentino hubiese volado las cerraduras, las
puertas se abren, y cientos de mariposas de todos los colores y tamaños
se abalanzan sobre los padres que esperan. Piensa si irán a atacarlo, tal vez
piensa que va a morir. Los otros padres no parecen asustarse; las mariposas

192
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

sólo revolotean entre ellos.


Una última cruza razagada y se une al resto. Calderón se queda mirando
las puertas abiertas, y tras los vidrios del hall central, las salas silenciosas.
Algunos padres todavía se amontonan frente a las puertas y gritan los nom-
bres de sus hijos. Entonces las mariposas, todas ellas en pocos segundos,
se alejan volando en distintas direcciones. Los padres intentan atraparlas.
Calderón, en cambio, permanece inmóvil. No se anima a apartar el pie de
la que ha matado, teme, quizá, reconocer en sus alas muertas, los colores
de la suya.

De Pájaros en la boca, Samanta Schweblin. Almadía.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

BENITO TAIBO (Ciudad de México (1960) periodista, historiador, publicista


y productor.
Cuenta Benito Taibo que estaba inmerso en la escritura de una novela so-
bre el narco, llevaba alrededor de un centenar de páginas, cuando se dio
cuenta de que la realidad era suficiente para los lectores, como para en-
cima aventarles otra historia acerca del tema. Aun cuando acepta que la
trama inconclusa puede reaparecer en cualquier momento, prefirió dedicar
su tiempo literario a rendirle un homenaje al libro y a las historias que con-
tiene, muchas de las cuales determinaron su vida y la de muchos lectores,
hasta convencerse de que pueden funcionar como una especie de tabla de
salvación frente a los sinsabores de la vida.
(…) Esas luchas se reflejan en Persona normal (Destino, 2011) “Te das cuenta
de que te conviertes en una persona normal, porque te crece un pedazo de
tela abajo del cuello -la corbata-, te sale un reloj en la mano, dejas de brin-
car en los charcos, dejas de reírte con las cosas que te reías y lo que intenté
con Persona normal es hacer un homenaje a todos esos libros y autores que
me determinaron en la vida: contiene 126 libros, 93 autores, dos millones de
feroces persas, 300 espartanos libres, cuatro mosqueteros, unos vampiros y
un par de hombres-lobo con mucho pelo, no lampiños.”
Se trata de una apuesta por demostrar la importancia de los libros, esa
cama mullida y cama de clavos de faquir: esa almohada para tener los
mejores sueños o las peores pesadillas, paraguas para el sol y la lluvia, capa
para volar. “Contiene el universo, es herramienta tecnológica insuperable.
Estoy convencido de que en los libros está nuestra tabla de salvación, por
eso hago este enorme homenaje al libro y a la lectura como herramienta
transformadora de la sociedad y del ser humano, como posibilidad de la
otredad: de poder encontrar la humanidad que tenemos dentro.”

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Cumpleaños número 13

V oy a cumplir trece años. Una semana antes de que suceda, el tío Paco
pregunta a cada rato la manera en que quiero celebrarlo. Aparece junto
a mi cama, en la mesita de noche, todas las mañanas, una notita escrita
que va diciendo: “¡Faltan siete días!”, “¡Faltan seis días!”, “¡Faltan cinco días!”.
Parece que anunciaran el despegue de una espectacular misión espacial
hacia la Luna o el lanzamiento de un nuevo refresco que todo el país está
esperando. Creo que el tío está intentando hacerme feliz, me queda claro;
pero, sobre todo, intenta que se me quite la pesadumbre ésa, la amarga y
dolorosa que no acaba de abandonarme desde que mis padres murieron.
Los niños son (¿somos?) crueles. En pleno partido de futbol en la escuela
y ante una entrada que, confieso, hice con demasiada fuerza sobre el to-
billo de un rival, sin mala fe, sólo llevado por la emoción del encuentro, el
compañero, tirado en el suelo, exagerando un poco sus muecas de dolor,
me miró directamente a los ojos, mientras yo le extendía una mano para
que se levantara y me gritó: “¡Huérfano!”
Me quedé inmóvil, pensando con cuál insulto doblemente poderoso y
contundente responderle. Pero me quedé callado. No era un insulto en
regla, más bien, describía mi actual condición. Era como llamar ciego a un
ciego, cojo a un cojo o sordo a un sordo, aunque este último no pudiera
oírlo. Pero me dolió. No por la palabra, más bien por su irreversibilidad. Pue-
des dejar de ser ciego si te operan la vista; usar muletas o una prótesis para
caminar, en caso de que te falte una pierna; tener un aparato de ésos de
pequeñísimas pilas para escuchar. Pero la muerte no tiene marcha atrás. Es
cierto que alguien puede adoptarte y volver así a tener padres. Pero padres
adoptivos. No me parece que sea igual.
Tengo un amigo adoptado que se llama Wolfgang, como Mozart. Es
moreno moreno y lo llamamos Wolf, lobo en inglés. A él le gusta, se siente
como comando de misiones especiales o jefe de una tribu apache. Cada vez

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

que alguien le dice su nombre completo lo corrige inmediatamente: “Wolf,


me llamo Wolf”.
El caso es que Wolf sostiene que es exactamente lo mismo ser adoptado o
no. Incluso, que muchos adoptados son más queridos porque fueron elegidos,
mientras los que salen del vientre materno son queridos simplemente por ese
motivo. “Piénsalo —me dice—. Mi mamá siempre dice que el día que nos en-
contramos por primera vez, nos quedamos viendo fijamente a los ojos y los dos,
al mismo tiempo, dijimos, sin decirlo, “¡Somos el uno para el otro!” En cambio,
los hijos que nacen de padres “naturales”, aunque no sean el uno para el otro,
se jodieron y tienen que aguantarse para siempre, quieran o no quieran al otro.”
No le faltaba razón. Conozco a más de uno que le tocaron en suerte unos
padres malísimos de malolandia; de ésos que no están nunca o que lo dejan
encargado con cualquiera, y generalmente “cualquiera” no tiene ni idea de cuá-
les son los sueños, las necesidades y los deseos de los niños. A mí me tocó el
premio mayor en la rifa: el tío Paco. Ése que pone en la mesita el recordatorio
de los días que faltan para que cumpla trece, como si fuera un suceso que me-
reciera salir en la televisión, en el noticiero de la diez, como noticia exclusiva.
Si fuera judío me haría un Bar Mitzvá, dice el tío Paco. Sólo que no es el día
exacto del cumpleaños, sino un día después. Es cuando los niños judíos dejan
de ser niños y se convierten en adultos. A los trece años y un día, exactamente.
Debe ser un número muy importante, porque también a los trece, los niños
masai, esa tribu de guerreros africanos altos, fuertes y valientes, salen a dar su
“largo viaje”. Pasan una semana solos en la selva o en el desierto, no me queda
muy claro, sin comida ni agua, sólo con una lanza, y tienen que sobrevivir. Cuan-
do regresan a la aldea, ya son adultos. Me parece que pasa lo mismo con algunos
muchachos de Australia, los aborígenes de allí. Leí que la palabra aborigen viene
del latín y significa “desde el origen”, o sea, que estaban allí, en su mundo, antes
de que llegaran los colonizadores europeos y les hicieran la vida de cuadritos. En-
tre algunas tribus originarias de Norteamérica, que no “indios”, porque ésos son
de la India, al llegar a la adultez, su cabeza es coronada por una pluma de halcón.
El caso es que voy a cumplir trece años y, por lo visto, se necesita algún
ritual que marque claramente que dejaré de ser niño para convertirme en
adulto.

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Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Pero no soy judío, ni masai, ni aborigen australiano, así que no tengo


ni idea qué va a pasar, o qué se le ocurrirá a mi tío Paco. Porque si algo
tiene el tío Paco, son ideas. Algunas divertidísimas y otras, incluso, un poco
peligrosas.
Dentro de mí hay una especie de confusión confusa. Voy a ser adulto,
pero la verdad, me siguen encantando algunas cosas que parecería que
son de niño: las canicas de colores, los álbumes de estampas, las paletas
heladas, las caricaturas en la televisión. Y algunas que son de adulto,
como Roxana, la baraja española, los noticieros y, sobre todo, los libros.
En mi escuela casi nadie lee. Bueno, miento. Leen los libros de la escuela.
Los de historia de México, geografía, inglés y ¡puajjj!, matemáticas Y yo,
en cambio, y gracias al tío Paco, he leído, sobre todo desde que murieron
mis padres, ya veinte libros.
Los mejores: Sandokán y los tigres de la Malasia y El corsario negro, de
Salgari; La vuelta al mundo en ochenta días y De la Tierra a la Luna, de Julio
Verne; El conde de Montecristo y Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas.
Ahora mismo estoy leyendo El diario de Ana Frank, que obviamente es de
Ana Frank. Trata sobre una niña judía que cuenta cómo ella y otras siete
personas se ocultan en la Ámsterdam de los nazis. No tengo que decir quié-
nes eran los nazis y las barbaridades que hicieron, porque todo el mundo lo
sabe, o debería saberlo. Es tristísimo y, al mismo tiempo, como que te da
valor, fuerza, esperanza. Curiosamente, el diario que le regalaron para que
escribiera, se lo dieron a los ¡trece años! ¿No son demasiadas casualidades?
No es lo mismo que leer los libros de la escuela. Y, sin embargo, apren-
des, de otra manera pero aprendes. Es más divertido. Soy de los pocos de
mi salón que saben dónde está Malasia, si no es que el único. El tío Paco
siempre dice que esos libros, lo que hacen en ti es crear una “educación
sentimental”. No sirven para hacerte profesionista o ingeniero o médico.
Sirven para hacerte mejor persona. Para que seas lo que quieres ser, pero
humano. Y humano es el que piensa por sí mismo, el que se enoja ante las
injusticias, el que celebra que se salve el niño en la inundación, el que cree
firmemente en lo que cree, el que tiene sueños, el que puede enamorarse
perdidamente, a pesar de no tener siquiera, todavía, trece años.

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Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Dice el tío Paco cosas maravillosas sobre los libros, y lo apunté exactamen-
te como lo dijo para no olvidarlo nunca: “Tabla para el náufrago, escudo para
el bueno y horca para el ruin, paraguas para el sol y la lluvia, capote de torero,
ladrillo que hace paredes que hace casas que hace ciudades que hace mundos.
El libro es jardín que se puede llevar en el bolsillo, nave espacial que viaja en la
mochila, arma para enfrentar las mejores batallas y afrentar a los peores ene-
migos, semilla de libertad, pañuelo para las lágrimas. El libro es cama mullida y
cama de clavos, el libro te obliga a pensar, a sonreír, a llorar, a enojarte ante lo
injusto y aplaudir la venganza de los justos. El libro es comida, techo, asiento,
ropa que me arropa, boca que besa mi boca. Lugar que contiene al universo”.
Me gusta lo que dice y me gusta cómo lo dice. El libro es uno de mis dos
mejores amigos. El otro, por supuesto, es el tío Paco.
Llega el día de dejar de ser niño, según tantos indicios que han ido apa-
reciendo en el camino. Hay junto a la cama una nueva nota que dice sólo
en grandes caracteres marcados con plumón: “¡HOY!”
Salto de la cama para buscar el regalo, la sorpresa, el ritual de iniciación
a ese nuevo mundo que me espera. En la puerta del cuarto, dentro, hay un
papel en el suelo con una y yo la sigo. Hay decenas de flechas por el suelo
marcando el camino. Bajo las escaleras tras ellas. Voy tan concentrado, tan
regocijado, tan emocionado, que casi choco con el tío Paco, que está frente
a la puerta cerrada que da al comedor.
Me abraza. Me dice felicidades. Me da la mano ceremoniosamente.
—¿Para qué son las flechas? —pregunto impaciente.
—Un mapa para los que cumplen trece años. Son para marcar el lugar
donde se encuentra la Isla del Tesoro. Tu regalo.
Quiero abrir la puerta, pero me lo impide con un cariñoso gesto. Me
estoy imaginando miles de cosas, desde lanzas masai hasta diarios para
escribir mi propia vida y cómo salvarme de los nazis.
—Tras esa puerta está algo que cambiará tu vida para siempre. Antes
de abrir, tienes que hacer un solemne juramento.

198
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Sí, es un ritual de paso, como me lo imaginé. Voy a volverme hombre.


A lo mejor dentro hay una armadura plateada y brillante, un caballo blanco,
una alfombra voladora, el Nautilus del capitán Nemo. ¡Qué se yo! Me arrodi-
llo como se arrodillan los caballeros de Arturo, el de la mesa redonda. El tío
se pone serio. Me posa una mano sobre la frente.
—¿Juras cuidar tu regalo, respetarlo, honrarlo, disfrutarlo hasta la locura?
—¡Juro! —exclamo tan seriamente como puedo.
—Adelante. ¡Bienvenido al regocijo! —dice él abriendo la puerta.
La mesa del comedor está llena de cajas. También hay por el suelo.
Cuento, a ojo de pájaro, por lo menos treinta. No entiendo nada.
—Abre cualquiera. Son todas tuyas.
Me abalanzo a la más cercana. Quito desesperadamente la cuerda que la
ata. El tío debió haber pasado toda la noche llevando cajas hasta allí.
Está llena de libros.
Por encima leo algunos títulos: El nombre de la rosa, Los relámpagos de
agosto, El principito, Poeta en Nueva York, La sombra del caudillo, El hombre que
fue jueves…
—Era mi biblioteca. Ahora es tuya. Sólo tuya.
Tengo ganas de llorar y me aguanto. Sé cuánto ama sus libros. Mis libros.
Me estaba regalando la imaginación, la pasión, la aventura, los pensamientos
de otros, sus sueños, sus desgracias, sus anhelos. Ahora también son míos.
Uno se hace hombre, se hace más humano, cuando tiene su propia
biblioteca, aunque sea de un solo libro.
Tengo mi lanza masai, mi Bar Mitzvá, mi rito de iniciación aborigen, mi
diario, mi pluma de halcón. Tengo origen y destino. Ya lo tengo todo. Me
queda claro.
De Persona normal. Benito Taibo. Destino, 2011.

199
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

DAVID TOSCANA. “El hombre que cambió la ingeniería por la literatura”,


nació en Monterrey, Nuevo León, en 1961. Ha publicado cinco novelas: Las
bicicletas, Estación Tula, Santa María del Circo (reconocida por el Publisher’s
Weekly como uno de los mejores libros del 2002), Duelo por Miguel Pruneda
y El último lector; ganadora de los premios nacionales Colima y José Fuentes
Mares, así como del Premio de Narrativa Antonin Artaud 2005. La obra de
Toscana ha sido traducida al alemán, árabe, griego, inglés, serbio y sueco.
Fue becario del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes en el género
de novela y en 1994, formó parte del International Writers Program, en la
Universidad de Iowa, y del Berliner Künstlerprogramm. En Brindis por un
fracaso, libro de cuentos donde se recopilan textos aparecidos en Historias
del Lontananza (llamado después Lontananza); en las antologías de narrativa
Dispersión Multitudinaria y Nuevas líneas de investigación. 21 relatos sobre la
impunidad; y en la revista cultural Letras Libres.
Son sies los textos que conforman el volumen. En ellos, Toscana pone de
manifiesto su estilo ágil, breve, lleno de mordaz ironía. El autor, onettia-
no confeso, presenta a sus personajes inmersos en un tedio que los hace
emprender hazañas quijotescas para salir de su mediocridad, mismas que
desembocan, sin remedio, en el fracaso más abyecto.

200
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Princesas y luchadores

L a temperatura se acercaba a los treinta grados y sin embargo, por inercia


de otros días de frío, las ventanas se mantenían cerradas, encendidos los
pilotos de los calentadores y en el refrigerador no había cerveza. Sudaban
las manos gruesas, blancuzcas de Robledo. Llevábamos poco más de una
hora bebiendo, hablando de los gastos, los regalos, los parientes que nos
visitan, si en la cena de Navidad comemos pavo o tamales o pierna de puer-
co. Yo miraba el reloj de vez en cuando porque tenía compromiso para esa
noche; mi mujer me estaba esperando.
Robledo me había llamado esa tarde para citarme en su casa.
—Pero es Nochebuena —le dije.
—También es una noche para los amigos —respondió—. Además, Na-
cho ya dijo que sí.
En la mesa se erguían dos botellas de tequila; una de ellas casi la ha-
bíamos vaciado, sobre todo Robledo, que bebía con más prisa que gusto.
Entre trago y trago me enteré de que en un principio Nacho tampoco
había querido asistir, pero Robledo lo convenció con el mismo argumento:
Toscana ya dijo que sí.
La bolsa de papas fritas que llevé por no llegar con las manos vacías
continuaba intacta, cerrada sobre una silla, como un invitado más.
—No entiendo qué niño puede desear una pista Hot Wheels —dijo
Nacho—.Los coches no alcanzan a dar ni una vuelta antes de accidentarse.
Era un comentario natural en Nacho, que se consideraba un abanderado
contra el consumo. Decía otras cosas, como: si yo fuera un consumidor pro-
medio, todos los comercios se irían a la quiebra; o bien: en mi época reci-
bíamos un balón de futbol y nos hacíamos hombres, ahora reciben un juego
electrónico y se hacen idiotas. Y hablaba con el desparpajo de un soltero, a

201
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

salvo de una mujer que le exigiera el gasto, de unos hijos que pidieran una
pista o un juego electrónico para Navidad.
—En estas fechas todo se justifica —Robledo dio otro trago de tequi-
la— con tal de ver la sonrisa de un niño.
Nacho y yo nos miramos, incrédulos. Robledo nunca se expresaba de
ese modo y su ya patente borrachera no servía como excusa. Mucho menos
porque cinco meses atrás lo habían echado de la mueblería donde trabaja-
ba, y para un desempleado la Navidad se convierte en un problema mayor
que el cobrador de la renta.
—Ahora vuelvo —dijo Robledo, y subió las escaleras rumbo a su re-
cámara.
—¿Qué le pasa a este güey? —preguntó Nacho.
Yo alcé los hombros y miré de nuevo mi reloj.
—Las nueve —dije—. Ya me tengo que ir.
Tomé la bolsa de papas, pues la cena de Nochebuena se haría en mi
casa, con la familia de mi mujer.
—Yo también me largo —dijo Nacho.
Alcé la voz para llamar a Robledo; él entreabrió la puerta y nos pidió que
lo esperáramos un minuto.
Nacho y yo nos acercamos a la puerta. Imaginé que Robledo nos daría
un regalo y eso, en vez de halagarme, me molestó. Yo no tenía nada para
él, y yo sí tenía empleo.
Apareció en la cima de las escaleras, con traje de Santa Clos y un costal
a su espalda; luego bajó con cierta torpeza, riendo sin felicidad. Robledo era
gordo, de piel blanca y casi totalmente calvo. Su frente sudorosa reflejaba
el foco de la sala. El disfraz le iba bien, pero me incomodaba ver a mi amigo
vestido de ese modo.
—No seas imbécil —le gritó Nacho.

202
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Me pregunté cuál sería el plan de Robledo. ¿Para qué había invitado a


sus dos amigos? ¿Qué contenía ese costal? Si recibir un regalo me resultaba
molesto, la cosa empeoraba si para eso había que representar un acto con
Santa Clos. ¿Qué nos pediría? ¿Que nos sentáramos en sus piernas? Sin una
respuesta satisfactoria, sólo pensaría que Robledo nos quiso echar a perder
la Nochebuena. Nacho se acercó a mí para susurrar:
—Me deprime.
Yo asentí. El efecto de alegría que me había transmitido el alcohol se
extinguió. Robledo se acercó a la mesa, se desplomó en la silla y bebió el
resto de tequila en la botella. Dejó caer el costal y algunos juguetes se
desparramaron por el suelo. Vi luchadores de plástico, princesas de goma;
ambos de una pieza, sin articulaciones.
—La esposa de mi ex patrón sostiene un hospicio —dijo sin alzar la
vista—. Me pidió que le ayudara.
—¿Y tu mujer qué opina de esto? —pregunté—. ¿Qué dicen tus hijos?
Él se llevó índice y pulgar a la boca para sacarse una pelusa de la barba
sintética pegada en la lengua.
—No tienen por qué saberlo —respondió.
Abrió la otra botella, pero no se sirvió. Mientras se ajustaba la chaqueti-
lla y aflojaba el cinturón, mencionó la alegría de los niños, el significado de
la Navidad, la tristeza de quienes en esa noche no tienen a sus padres. Algo
contó sobre su propia infancia, pero ya no le puse atención.
—¿Cuánto te van a pagar? —irrumpió Nacho.
—No es por el dinero —respondió Robledo.
Me sentí mal por la bolsa de papas en mis manos. La deposité en la silla.
Nacho sacó su cartera y tomó unos billetes; los arrugó y los arrojó sobre la
mesa.
—Toma —dijo— y evítate el ridículo.

203
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

La actitud de Nacho me pareció cruel, pero justa. Por eso yo también


saqué mi cartera y puse en la mesa tres billetes.
Robledo se pudo haber molestado, pudo echarnos de su casa, pero
resultaba imposible mostrarse digno dentro de un traje de Santa Clos. Por
eso nos acompañó a la puerta.
—Feliz Navidad —dijo.
Nacho se montó en su auto y arrancó. Yo volteé hacia Robledo antes
de entrar en el mío.
—¿Te llevo a algún lugar?
—No —respondió—. El hospicio del padre Plancarte está a cinco ca-
lles de aquí; me voy caminando.
Cuando me detuve en el semáforo de la esquina miré por el retrovisor.
Robledo continuaba ahí, ondeándome un adiós.
Mi hijo mayor abría el regalo que le dieron sus tíos, un soldado equipado
para misiones especiales, cuando sonó el teléfono. Era Josefina, la mujer de
Robledo.
—¿Sabes dónde está? —dijo luego de los saludos.
—No lo he visto —respondí, y de inmediato me arrepentí de mi menti-
ra. Hubiera bastado con decirle que estuvimos juntos alrededor de las nueve.
—Me dijo que tenía que hacer un trabajo —explicó Josefia—, pero me
aseguró que estaría aquí antes de las once.
Vi mi reloj. Eran las doce y cuarto. Ella me comentó que toda la familia
estaba reunida en casa de un hermano de Robledo, y sólo esperaban su
llegada para abrir los regalos.
—Entonces no debe de tardar.
Terminamos la conversación con la promesa de llamarnos si nos ente-
rábamos de algo. Regresé a la sala, donde una de mis cuñadas decía “qué

204
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

preciosidad” cuando la abuela Marica quitó la envoltura a una bola de cristal


con la Venus de Milo dentro.
Caí en la cuenta de que el siguiente paso de Josefina sería llamarle a
Nacho; entonces corrí al teléfono y marqué su número. Estaba ocupado.
Quizá Nacho le contaría que estuvimos bebiendo, y Josefina se preguntaría
el porqué de mis mentiras. Continué marcando el número una y otra vez
hasta que pasó la llamada. Por suerte resultamos igual de mentirosos y se
había mantenido en secreto nuestra reunión con tequila y el hospicio del
padre Plancarte.
—Vamos a buscarlo —le dije.
Acordamos que pasaría a recogerlo en quince minutos. Mi mujer puso
una serie de objeciones, pero al fin la convencí. Cuando me dirigía a la
puerta alcancé a escuchar que mi cuñada otra vez decía “Qué preciosidad”.
*
Estacioné el auto frente al hospicio del padre Plancarte e hicimos sonar
la campana de la verja. Luego de unos segundos se asomó la cabeza de una
monja.
—Disculpe —le dije—. Buscamos al padre Plancarte.
—Así se llama el hospicio —respondió la monja—, pero hace más de
ochenta años que el padre Plancarte está con el Señor.
La monja se aproximó a la verja con un gesto que se adivinaba severo a
pesar de la oscuridad.
—¿Ustedes tienen que ver con el Santa Clos que nos dejó plantados?
Los niños se fueron a dormir muy tristes.
En la segunda planta se menearon las cortinas. Los niños aún esperaban.
—Sólo eran unos muñecos de plástico —Nacho alzó la voz.
Quedamos un rato en silencio, los tres esperábamos a que hablara cual-
quiera de los otros dos.

205
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

—Hubo tamales y chocolate caliente —dijo la monja—. No la pasamos


tan mal.
Me dieron ganas de arrojarle unos billetes tal como se los habíamos
arrojado a Robledo. Hace falta muy poco dinero para llenar un costal con
luchadores y princesas.
Nos dirigimos a casa de Robledo, despacio, haciendo pausas en cada
esquina, mirando a un lado y a otro, pensando que tal vez la borrachera lo
había tumbado en cualquier banqueta y dormía con su costal como almo-
hada; sin gorra, sin barbas, descamisado por el calor.
Nada.
Llegamos a su casa y tocamos alternativamente la puerta y el timbre.
Nada.
Por la cortina entreabierta distinguimos que faltaba la segunda botella
de tequila. No había rastros de Robledo ni del costal con juguetes. El dinero
seguía sobre la mesa; la bolsa de papas, sobre la silla.
—No puede estar muy lejos —dijo Nacho.
Y abordamos el auto para rondar en la cuadrícula del barrio.
—Robledo no nos citó en su casa para festejar la Nochebuena, ni para
que bebiéramos tequila, ni para regalarnos un luchador de plástico.
Nacho me miró sin saber de qué le hablaba. Doblé a la derecha por una
calle oscura, otra calle oscura como cualquiera por ese rumbo. Creí distinguir
la silueta de una persona en el suelo, pero se trataba de unas bolsas de basura.
—Hubiera bastado una palmada en la espalda —continué—.
Si no contaba con su familia al menos nos tenía a nosotros.
Nacho asintió, pero no supe si era una seña afirmativa o el mero vaivén
de la cabeza porque en ese momento una de las llantas pasó por un bache.

206
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

—¿Alguna vez te contó por qué lo echaron de la mueblería?


—No —respondió.
Tampoco a mí me lo había contado, pero una vez me confió que echaba
de menos su empleo, que le gustaría volver.
Divisé a una persona en la acera y detuve el auto. Pronto distinguí que no
era Robledo; se trataba de un hombre que sacaba varios paquetes de la cajue-
la de su auto. Asomé la cabeza para preguntarle si había visto a una persona
con traje de Santa Clos. El hombre respondió que no y yo reanudé la marcha.
—Ya son cinco meses sin empleo.
Seguro Nacho no quería pensar en el asunto, porque me dijo:
—Santa Clos se vería mejor vestido de azul.
—Tal vez —dije—. Pero sería más difícil hallarlo en la noche.
—La figura de Santa Clos es como la de Dios que pintan en las iglesias
—dijo Nacho—, sólo que Dios nunca sonríe.
Frené en seco.
—Mira.
—¿Qué? —preguntó Nacho—. ¿Lo encontraste?
Bajé del auto y me apresuré hacia el punto donde caía la luz de los faros
sobre la calle. En un radio de dos metros yacían tres luchadores y una prin-
cesa. Los recogí y revisé los alrededores, echando un vistazo bajo los autos
estacionados, en los portales de las casas, entre algunos arbustos.
Regresé al auto, entregué a Nacho los juguetes y arranqué. Él tomó dos
luchadores y simuló una pelea entre ellos.
Un luchador tenía máscara y mallas rojas; el otro, azules.
*

207
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Llevábamos casi dos horas rondando por las mismas calles, pero me
negué a ir más lejos. Nos detuvimos frente a un teléfono público y llamé a
mi mujer. No había noticias de Robledo; Josefina no había vuelto a llamar.
—Ya es hora de que regreses —me dijo—. Tus hijos te esperan.
Le aseguré que sólo daríamos una vuelta más; media hora a lo sumo.
Pasamos de nuevo frente a casa de Robledo. Nada. Me detuve en la
siguiente esquina, junto a un muro de luces parpadeantes. Eran mentiras
de mi mujer: mis hijos no me esperaban; acaso estaban durmiendo, acaso
el mayor pensaba en su soldado equipado para misiones especiales y el me-
nor en otra cosa. La abuela Marica procuraría un accidente para romper la
Venus de Milo. Cerré los ojos un instante. Tal vez la monja también mintió
y no hubo tamales ni chocolate caliente.
El luchador de mallas rojas había perdido; ahora peleaba el azul contra
el verde.
No sé cuántas vueltas más dimos. La media hora se alargó; supe que mi
mujer estaría furiosa, pero seguimos buscando hasta que comenzó a ama-
necer, hasta que llegó la hora de aceptar nuestro fracaso.
Aunque Nacho tenía los ojos abiertos, yo sabía que soñaba. En sus
manos la princesa besaba al luchador verde, el vencedor, que continuaba
en su pose retadora, puños cerrados, piernas abiertas, rodillas un poco
flexionadas, la única pose de un plástico inmóvil, incapaz de abrazar a la
mujer amada. Pero ella igual lo besaba y Nacho sonreía como un huérfano.

208
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

De Brindis por un fracaso, David Toscana. Aldus y el Consejo Nacional para la


Cultura y las Artes.

KURT VONNEGUT JR. (Indianápolis, 11 de noviembre de 1922 - Nueva York,


11 de abril de 2007), hijo de Edith Lieber y del acaudalado arquitecto Kurt
Vonnegut. A pesar del alto linaje familiar, su riqueza se vio maltrecha debi-
do a la crisis económica de la Gran Depresión de finales de los años 20.Co-
menzó a estudiar Bioquímica en la Universidad Cornell, en donde realizó
colaboraciones periodísticas. En el año 1942 abandonó Cornell para ingresar
en el ejército. En 1944, mientras Kurt estaba participando en la Segunda
Guerra Mundial, su madre se suicidó con una sobredosis de somníferos.
A finales de ese mismo año Vonnegut fue capturado por los nazis en el
Bulge y confinado en Dresde, asistiendo al terrible bombardeo al que se
ve sometida la ciudad alemana. Esta experiencia le valió como base de su
obra más popular, Matadero 5 (1969), una novela que mezclaba realidad y
ciencia-ficción con tintes surrealistas para configurar una visión crítica, no
exenta de humor, de la sociedad y especialmente de la crueldad bélica,
convirtiéndose en uno de los libros pacifistas más importantes del siglo XX.
Esta constante crítica social, con tendencia a la sátira y el humor negro
con empleo de elementos vanguardistas y fantásticos fueron la base de sus
trabajos más prestigiosos.
En 2007 falleció a los 84 años de edad tras sufrir daños cerebrales después
de una caída.
El verdadero terror es levantarse una mañana y descubrir que tus compañeros de
instituto están gobernando el país.
Una de las pocas cosas buenas del mundo moderno: Si mueres en televisión no
morirás en vano. Habrás entretenido a mucha gente.

209
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Somos lo que pretendemos ser, así que elige bien lo que pretendes ser.
Reír y llorar pueden ser respuestas al agotamiento y la frustración. Por mi parte
yo prefiero reír, simplemente porque hay menos que limpiar después.
Los seres humanos serán más felices cuando encuentren caminos para vivir como
las antiguas comunidades primitivas. Esa es mi utopía.
Me pregunto quien nos ha dado el derecho de estropear nuestro planeta.

Kurt Vonnegut Jr.

210
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Un largo paseo hasta siempre

H abían crecido siendo vecinos, a orillas de una ciudad, cerca de campos y


bosques y huertos, no lejos de un hermoso campanario perteneciente
a un colegio para ciegos.
Tenían ya veinte años y no se habían visto por casi uno. Entre ellos hubo
siempre una cordialidad juguetona y placentera, pero nunca se hablaron de amor.
Él se llamaba Newt y ella Catherine. Aún temprana la tarde, Newt llamó
a la puerta de Catherine. Ésta vino a la puerta. Llevaba en la mano una gor-
da y reluciente revista que había estado leyendo. Una revista dedicada to-
talmente a cuestiones de novias. “¡Newt!”, exclamó, sorprendida de verlo.
—¿Puedes salir a dar un paseo? —preguntó el muchacho. Era una
persona tímida, incluso con Catherine. Ocultaba su timidez hablando
como si estuviera ausente, como si sus verdaderos intereses se encon-
traran lejos de allí... como si fuera un agente secreto que se hubiera
detenido en aquel lugar brevemente, mientras cumplía una misión que
lo llevaba de un lugar hermoso, lejano y siniestro a otro. Este modo de
hablar había sido siempre su estilo, incluso en cuestiones que le preocu-
paban desesperadamente.
—¡Un paseo! —repitió Catherine.
—Un pie delante del otro —contestó Newt—, entre las hojas y por
encima de puentes
—No tenía la menor idea de que estuvieras en la ciudad —dijo la chica.
—Acabo de llegar.
—Veo que sigues en el ejército —comentó ella.
—Siete meses más por cumplir —dijo Newt, quien era soldado de
primera en el cuerpo de artillería. Traía el uniforme arrugado, los zapatos
porosos y necesitaba afeitarse. Estiró la mano, pidiendo la revista.
211
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

—A ver ese hermoso librito.


—Me voy a casar, Newt —dijo ella, pasándole la revista.
—Ya lo sé. Demos un paseo.
—Estoy muy ocupada, Newt. Me caso dentro de una semana.
—Si damos un paseo, te pondrás sonrosada. Te volverás una novia
sonrosada —dijo Newt, pasando las hojas de la revista—. Una novia son-
rosada como ésta, o ésta, o ésta —agregó, mostrándole a Catherine una
novia sonrosada tras otra.
La chica se sonrojó, pensando en aquellas novias sonrosadas.
—¿Entonces sabes de quién se trata?
—Mamá me escribió. ¿De Pittsburg, verdad?
—Sí. Te gustará.
Tal vez.
—Newt, ¿podrías podrías venir a la boda?
—Eso, lo dudo.
—¿Es corta tu licencia?
—¿Licencia? —dijo, mientras estudiaba un anuncio de dos pájinas de-
dicado a una vajilla de plata. No estoy de licencia.
—¿Cómo?
—Soy lo que suele llamarse un desertor.
—¡Oh, Newt, no!
—Seguro que sí —afirmó, sin dejar de ver la revista.
—Pero ¿por qué, Newt?

212
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

—Necesitaba saber qué dibujo había elegido para tu vajilla —y se


puso a leer en la revista los nombres de los distintos estilos—. ¿Albemarle?
¿Heather? ¿Legend? ¿Rambler Rose? —alzó la vista y dijo sonriendo:
—Pienso regalarles, a ti y a tu esposo, una cuchara.
—Newt, Newt… dime la verdad.
—Deseo dar un paseo.
La chica se estrujaba las manos, llena de angustia fraternal.
—Oh, Newt, me estás engañando. En realidad no desertaste.
Newt imitó en voz baja el sonar de una sirena policíaca y luego levantó
las cejas.
—¿De... de dónde?
—Fort Bragg.
—¿Carolina del Norte?
—Exacto. Cerca de Fayetteville, donde Scarlet O´Hara fue a la escuela.
—¿Cómo llegaste aquí, Newt?
El muchacho levantó el pulgar, haciendo el gesto de pedir un aventón.
“Me tomó dos días”, dijo.
—¿Lo sabe tu madre?
—No vine a ver a mi madre.
—¿Pues a quién viniste a ver?
—A ti.
—¿A mí? ¿Por qué a mí?
—Porque te amo. Y ahora, ¿podemos comenzar nuestro paseo? Un pie
delante del otro, entre las hojas y por encima de los puentes...

213
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Paseaban ya, por un bosque cuyo suelo estaba cubierto de hojas cafés.
Catherine, enojada, dicho rechinando los dientes y cercana a las lágrimas:
—Newt, esto es una verdadera locura.
—¿Por qué habría de serlo?
—Qué momento tan inoportuno para decirme que me amas. Nunca
me hablaste así.
Y se detuvo.
—Sigamos andando —dijo él.
—No. Hasta aquí y ni un paso más. No debí salir contigo.
—Pero lo hiciste.
—Por alejarte de la casa. Si hubiera pasado alguien y te hubiera escu-
chado hablar como lo estabas haciendo, y a una semana de la boda…
—¿Qué habría pensado?
—Que estabas loco.
—¿Por qué?
Respirando profundamente, Catherine se lanzó a un largo discurso:
—Déjame decirte que me honra mucho la locura que has cometido. No
creo que hayas desertado, aunque tal vez lo hiciste. No puedo creer que en
verdad me amas, aunque tal vez así sea. Pero...
—Te amo —dijo Newt.
—Bien, pues me siento muy honrada por ello y te aprecio mucho como
amigo, Newt, muchísimo Pero es demasiado tarde —y se apartó un paso
del chico—. Nunca intentaste ni siquiera besarme —agregó, protegiéndo-
se con las manos—. No quiero decir que lo hagas ahora, sino que todo re-
sulta demasiado inesperado. No tengo la menor idea de cómo responderte.
—Pues camina un poco más. Goza del momento.

214
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Comenzaron a caminar de nuevo.


—¿Cómo saber qué esperar? Nunca hice nada parecido.
—¿Esperabas que me lanzara en tus brazos?
—Quizás.
—Siento haberte decepcionado.
—No estoy decepcionado. No contaba con ello. Pero esto, simplemen-
te caminar, es muy agradable.
Catherine volvió a detenerse.
—¿Sabes qué va a ocurrir en este momento?
—No.
—Pues que nos estrechemos la mano. Nos estrechamos la mano y nos
separamos como amigos. Eso es lo que va a ocurrir en este momento.
Newt asintió con la cabeza.
—Muy bien. Recuérdame de vez en cuando. Recuerda cuánto te amaba.
Sin poderlo remediar, Catherine rompió a llorar. Volviéndose de espal-
das a Newt, se puso a mirar la infinita columnata del bosque.
—¿Qué quiere decir esto?
—¡Que estoy enojada! —contestó Catherine. Y apretando los puños
agregó—: No tienes ningún derecho...
—Si te amara, te lo habría hecho saber antes.
—¿Lo habrías hecho?
—Sí —y volviéndose hacia él, lo miró, el rostro completamente enro-
jecido—. Lo habrías sabido.
—¿Cómo?

215
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

—Lo habrías visto. Las mujeres no somos muy duchas en ocultar eso.
Newt se puso en ese momento a observar de cerca el rostro de Catherine.
Para consternación de la chica, lo que había dicho era cierto: una mujer no
sabe cómo ocultar su amor. Y entonces hizo lo que tenía que hacer. La besó.
—¡Qué difícil es entenderse contigo! —exclamó Catherine cuando
Newt la soltó.
—¿Conmigo?
—No debiste hacerlo.
—¿No te gustó?
—¿Qué esperabas? ¿Un abandono pasional y salvaje?
—Ya te lo dije, nunca sé lo que va a pasar a continuación.
—Yo sí. Que nos vamos a decir adiós.
—Muy bien —dijo Newt, frunciendo el ceño ligeramente.
Catherine lanzó otro discursito:
—No lamento que nos hayamos besado. Fue grato. Debimos hacerlo
antes, ya que fuimos tan amigos. Siempre te recordaré, Newt. Buena suerte.
—También para ti.
—Gracias, Newt.
—Treinta días.
—¿Treinta días qué?
—Treinta días de encierro. Eso es lo que va a costarme un beso.
—Yo lo siento. Pero no te pedí que desertaras.
—Ya lo sé.
—Desde luego, no te pereces ninguna medalla de héroe por haber he-
cho algo tan tonto como lo que hiciste.
216
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

—Ha de ser agradable sentirse héroe. ¿Es Henry Stewart Chasens un


héroe?
—Podría serlo, si llegara el caso —dijo Catherine, notando con inquie-
tud que habían comenzado a pasear nuevamente. El adiós quedaba atrás.
—¿Lo amas de verdad? —preguntó Newt.
—¡Claro que lo amo! —contestó violentamente—. ¡No me casaría con
él si no lo amara!
—¿Y qué tiene de bueno el chico?
—¡Pues vaya! —exclamó Catherine, deteniéndose—. ¿Te das cuen-
ta de cuán ofensivo es lo que preguntas? ¡Henry tiene muchas, muchas,
muchas cosas buenas! Sí. Y tal vez muchas, muchas, muchas cosas malas
también. Pero nada de esto te concierne. ¡Amo a Henry y no tengo por qué
discutir contigo sus méritos!
—Perdón.
—¡Pues vaya! —dijo Catherine.
Newt la besó otra vez. Y la besó porque ella lo deseaba. Se encontraban
en una huerta extensa.
—¿Cómo es que nos alejamos tanto de casa, Newt?
—Un pie delante del otro, entre las hojas y por encima de los puentes…
—Se van sumando… los pasos.
En la torre de la cercana escuela para ciegos sonaron campanadas.
—La escuela para ciegos —dijo Newt.
—La escuela para ciegos —dijo Catherine, que sacudía la cabeza llena
de aletargada perplejidad—. Es hora de regresar.
—Dime adiós.
—Cada vez que lo hago —comentó Catherine— recibo un beso.

217
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Newt se sentó sobre el bien cortado pasto, bajo un manzano.


—Siéntate —dijo.
—No.
—No te tocaré.
—No te creo.
Catherine se sentó bajo otro árbol, a unos seis metros del chico. Cerró los ojos.
—Sueña con Henry Stewart Chasens —dijo Newt.
—¿Cómo?
—Que sueñes con tu admirable casi esposo.
—Muy bien, así lo haré —contestó ella. Y cerrando los párpados apre-
tadamente, tuvo vislumbres de su casi esposo. Newt bostezó.
Las abejas zumbaban entre los árboles y Catherine estuvo a punto de
dormirse. Al abrir los ojos, vio que Newt se había dormido en serio. Comen-
zó a roncar suavemente. Lo dejó dormir por una hora. Y mientras él dormía,
lo estuvo adorando con todo el corazón.
Las sombras de los manzanos se alargaron hacia el este. En la torre de
la escuela para ciegos las campanas volvieron a sonar.
—Ali-ali-ali —cantó un aliolín.
En algún sitio, allá lejos, el arranque de un automóvil se puso en marcha
y falló, lo intentó de nuevo y volvió a fallar y luego otra vez. Catherine
abandonó su árbol y se hincó junto a Newt.
—Newt.
—¿Hummmmm? —dijo él, abriendo los ojos.
—Es tarde.
—Hola, Catherine.

218
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

—Hola, Newt.
—Te amo.
—Lo sé.
—Demasiado tarde.
—Demasiado tarde —confirmó ella.
Poniéndose de pie, Newt se estiró haciendo suaves ruidos.
—Un agradable paseo —dijo.
—Así lo creo.
—¿Es aquí donde nos separamos?
—¿Adónde vas a ir?
—Pediré un aventón hasta el pueblo y me entregaré.
—Buena suerte.
—También para ti. Cásate conmigo, Catherine.
—No.
Sonriendo, la miró fijamente por un momento. Y después se alejó ca-
minando con rapidez.
Catherine estuvo observadno cómo se iba empequeñeciendo en aquella
larga perspectiva de sombras y árboles, sabiendo que si en aquel momento
se detuviera y la llamara, correría hacia él. No tendría alternativa.
Newt se detuvo. Se volvió. La llamó. —Catherine—, dijo. Y ella corrió
hasta él y lo rodeó con sus brazos, sin poder hablar.

De Leo, luego escribo, Mónica Lavín (compiladora). Lectorum.

219
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Artículo periodístico, crónica


y entrevista
JORGE IBAURGÜENGOITIA (Guanajuato, México, 22 de enero de 1928 - Mejo-
rada del Campo, Madrid, 27 de noviembre de 1983)
Por Jorge Ibargüengoitia

La conferencia dio principio con cinco minutos de retraso y con la asistencia


del conferenciante, el jefe del Departamento de Literatura, el señor Crespo
de la Serna y cuarenta y seis desconocidos.
Después de presentarse a sí mismo, el conferenciante explicó que no iba a
leer la conferencia, por la sencilla razón de que no la tenía escrita; y que
no la tenía escrita, porque consideraba que si dicha conferencia formaba
parte de un ciclo intitulado “Los narradores ante el público”, y allí estaba
el narrador y allí estaba el público, no hacía falta ningún papelito. Dijo que
lo ideal sería que el público preguntara y el narrador contestara, pero que
como creía que el público real era incapaz de hacer preguntas atinadas, iba
a comenzar haciendo las tres preguntas fundamentales que hubiera hecho
un espectador ideal, iba a responderlas y que después, el público real ten-
dría derecho a hacerle las preguntas que considerara pertinentes.
Las tres preguntas fundamentales fueron las siguientes: ¿Por qué escribía el
conferenciante? ¿Cómo escribía? ¿Qué escribía? La primera se refería a sus
motivos, la segunda a sus métodos y la tercera a sus obras.
Al contestar la primera pregunta, el conferenciante declaró que escribía
por deformación profesional. Los escritores se llaman escritores porque es-
criben y tienen que seguir escribiendo para seguir llamándose escritores.
Los escritores son como las gallinas, que tienen que poner un huevo de
vez en cuando para justificar su existencia. Éste es el motivo fundamental
de todo escritor: escribe, porque es escritor; pero además, todo escritor
tiene motivos secundarios: hay quien escribe por dinero, hay quien escribe

220
Circula tu imaginación 2 Å ARTÍCULO PERIODÍSTICO, CRÓNICA Y ENTREVISTA

por vanidad, hay quien escribe porque cree que sabe algo que los demás
ignoran y que conviene que todo el mundo sepa, hay quien escribe porque
quiere leer un libro que no existe.
El conferenciante declaró que lo que ha ganado por los libros que ha es-
crito es una miseria incapaz de tentar a un mendigo; que los elogios que
ha recibido son nada comparados con las censuras que se le han hecho y
que además, ha sido elogiado por sus vicios más censurables y censurado
por sus virtudes más elogiables, agregó que no aspira a ser declarado Hijo
Predilecto de su ciudad natal, ni a que fragmentos de sus obras lleguen a
formar parte de las Lecturas selectas incluidas en el Libro de Texto Gratuito,
ni a ser Miembro de Número de la Academia de la Lengua, ni a que una
escuela rural lleve su nombre. Con lo anterior quedan descartados el dinero
y la vanidad de sus posibles motivos secundarios. ¿Tiene entonces inten-
ción didáctica el conferenciante? Es decir, ¿cree que sabe algo que todo el
mundo ignora y que conviene que todo el mundo sepa? El conferenciante
está convencido de que sabe muchas cosas que la mayoría de las personas
ignoran, pero no ve la utilidad de (ni tiene mayor interés en) que lo que él
sabe lo sepan también los demás.
A continuación, el conferenciante confesó que escribe un libro cada vez que
quiere leer un libro de Jorge Ibargüengoitia, que es su escritor predilecto.

Relación de la conferencia dada en el ciclo “Los narradores ante el público, cele-


brada en la sala Manuel M. Ponce, el 12 de agosto de 1966, y organizado por el
Instituto Nacional de Bellas Artes.

221
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Evolución del taco y de la torta compuesta

U no de los más importantes inventores que ha habido en la historia del


Distrito Federal es el gran tortero Armando, inventor de las tortas que
llevan su nombre. Su importancia en la evolución alimenticia de los mexicanos
es tal que ya nadie se acuerda de como eran las tortas antes de Armando.
Según la leyenda, la carrera de Armando culminó en una misión diplo-
mática. Dicen que con motivo de algún suceso espectacular: el Centenario
de la Consumación de la Independencia o la firma de algún tratado, se
decidió que la embajada de Mexico en Francia diera un fiestón, y para aten-
der debidamente al cuerpo diplomático y a los funcionarios del Gobierno.
Armando viajó a Francia, en barco, con un canasto de aguacates.
La torta de Armando es una creación barroca en la que intervienen
aproximadamente veinticinco elementos -entre los que se cuentan el filo
del cuchillo y la habilidad del operador para rebanar la lechuga- en un orden
riguroso. Si se altera el orden -por ejemplo, si se pone primero el chipotle
y después el queso- o si la calidad de alguno de los elementos falla -que el
aguacate sea pagua- lo que se come uno, en vez de ser torta compuesta,
es un desastre. Las tortas de Armando estaban hechas con carnes que a
nadie le gustan ahora -lengua, galantina, queso de puerco- y se debían
comer acompañadas de un vaso chicha y de encurtidos en vinagre, de los
que había amplia provisión en cada mesa, y que consumidos en abundancia
provocaron la extrema unción de cuando menos un cliente, que yo sepa.
Conviene agregar que el cliente se recuperó y que vivió cuarenta años más,
que empleó en narrar su proeza y repetirla varias veces.
La torta de Armando es clásica, y como tal, pasó a la historia. En lo
complicado de su concepción, en la variedad de los elementos que intervie-
nen al hacerla y en la pericia necesaria para elaborarla, estaban las semillas
de su muerte.
La torta de Armando no pudo adaptarse a las necesidades de la vida

222
Circula tu imaginación 2 Å ARTÍCULO PERIODÍSTICO, CRÓNICA Y ENTREVISTA

moderna ni a las condiciones del mercado, y fue sustituida por algo mucho
más práctico: la torta caliente de pavo, que es otro invento genial.
La torta caliente de pavo deslumbra por su sencillez. No tiene más que
rebanadas de pavo asado y guacamole. La tapa de la telera va mojada en
la salsa del pavo. Esta torta tuvo su apogeo en la época de Alemán y es
coetánea del principio de nuestra industrialización, y con la idea -desechada
hoy en día- de que el guajolote es el animal más suculento. La torta de pavo
caliente a su vez, fue sustituida por la torta caliente de pierna -que empezó
a tomar impulso a fines del periodo de Ruiz Cortines, y llegó a su apogeo
en la época de López Mateos-. No se diferencia de la anterior más que en
el animal del que proviene la carne de que está hecha. La torta de pierna
tiene aceptación todavía en la actualidad, pero es evidente que va de salida.
Al estudiar la evolución anterior, se puede prever que la próxima muta-
ción implicará un cambio de animal, probablemente hacia uno más grande
-del guajolote al puerco y del puerco a la res- y una simplificación en la
fabricación de la torta. Es decir, que la torta del futuro es el pepito.
Un día, cuando yo era niño, llegó mi abuelo a la casa y mientras se
quitaba los guantes anuncio con cierta solemnidad que acababa de ver, en
la esquina de 16 de Septiembre y San Juan de Letrán a unos hombres que
vendían tacos que estaban envueltos en un “jorongo colorado”.
—Me comí tres y no están mal —dijo.
La introducción en el mercado de los tacos sudados constituye uno
de los momentos culminantes de la tecnología mexicana comparable en
importancia a la invención de la tortilladora automática o a la creación del
primer taco al pastor. El taco sudado es el Volkswagen de los tacos: algo
práctico, bueno y económico. Entre que pide uno los tacos y se limpia uno
la boca satisfecho, no tienen por que haber pasado más de cinco minutos.
Se conservaron en primera línea durante seis periodos presidenciales y si
han caído últimamente en desuso se debe únicamente a la idea, neurótica
pero en boga, de que todo alimento que no se elabora en presencia del
cliente es venenoso.

223
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

En lo que respecta a los tacos al carbón, cabe decir lo siguiente: es una


lástima que el mexicano haya necesitado cuatrocientos años para darse
cuenta de que también de carne de res se pueden hacer tacos y que este
descubrimiento haya ocurrido en la época en que nuestra riqueza forestal
daba las últimas boqueadas. Tecnológicamente son un retroceso. Fracaso de
la técnica, pero triunfo de la mercadotecnia. Algo inventado para aumentar
los precios haciéndole creer al cliente que está comiendo regalado.
—¡Hombre, un bistec y dos tortillas por tres pesos! ¿Qué más puede
uno pedir?
Nadie le advierte que puede comerse ocho sin sentirse satisfecho.

De Instrucciones para vivir en México, Jorge Ibargüengoitia.


Editorial Joaquín Mortiz.

224
Circula tu imaginación 2 Å ARTÍCULO PERIODÍSTICO, CRÓNICA Y ENTREVISTA

FABRIZIO MEJÍA MADRID. Nació en la ciudad de México el mismo año del


movimiento de 68. Es novelista (autor de Hombre al agua, que ganó el premio
Antonin Artaud, El rencor, y Díaz Ordaz: disparos en la oscuridad, de reciente
publicación; periodista (colabora con varias revistas y periódicos mexicanos
(Reforma, Proceso, Letras Libres, La Jornada) y el cronista más joven antologado
por Carlos Monsiváis en la nueva edición de A ustedes les consta, revisión de la
crónica mexicana en los siglos XIX y XX. Otras obras suyas son Viaje alrededor de
mi padre, Pequeños actos de desobediencia, y Entre las sábanas.
Decidí no volver a presentar mis libros para ahorrarme la escena en que llevan a mi
abuela arrastrando los pies con un tanque de oxígeno. O a las tías sobreactuadas co-
queteando con alguien que creen que es un novelista y resulta que es el que conecta el
sonido. O a mis padres conmovidos diciendo, sin entender nada, con el libro entre las
manos: “Uhm, qué bien”. Si son los libros de uno, la presentación se asemeja peligro-
samente a una intervención quirúrgica. Sólo en esas dos ocasiones la familia se toma
en serio el irte a ver. Y, en muchos sentidos, escribir un libro, sobre todo una novela,
es haber estado internado en un hospital en riesgo de no salir nunca más. Como en
todo hay que saber cuándo ya está bien y salir a respirar el fresco, aunque sea en bata
y pantuflas, y la sonda de café todavía conectada a la vena.
Tratándose de los libros de otros, la presentación cambia de aspecto. Es un excelen-
te momento para repartir elogios sin mesura, chistes locales, amenazas veladas y,
si no es tu amigo, destrozar su obra. Hay tres tipos de presentadores: los que van
a hablar de sí mismos porque nadie los escucha en sus casas –son el tipo de gente
que te toma del brazo mientras conversa contigo, lo que indica que mucha gente se
ha ido cuando estaban hablando–, los que disectan el texto en treinta minutos sin
tomar agua –cada vez que pasa una página, la gente se fija en el tambache que le
queda por leer y suspira– y, por último, están los que sólo destruyen diciendo cosas
como: “Este autor no es Dostoievski”. Pues no es, animal. Ni tú, Edmund Wilson.

225
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Estos últimos presentadores van y atacan sin ponerse a pensar que, quizás,
el libro en cuestión le costó al autor una ciática, hemorroides o un matri-
monio.

Fabricio Mejía Madrid, Teoría y práctica de la presentación de libros (fragmento).


Pie de Página. Revista de libros. Bogotá, Colombia.

226
Circula tu imaginación 2 Å ARTÍCULO PERIODÍSTICO, CRÓNICA Y ENTREVISTA

Chilangología

D e morirme, en ningún otro lado tanta gente me desconocería como


en la ciudad en la que nací. Eso es lo que acaso me gusta de ella: es la
última instancia, el último lugar sobre la tierra donde se viene a morir con
millones de extraños que se mirarán con prisa pero con mucha curiosidad en
su mutua agonía semanal: del Domingo de Dolores al Viernes de Resurrec-
ción. La gente que se ha salvado hasta ahora de la muerte me recuerda a la
ciudad después de que ha llovido. Un rezo se escucha mientras se seca. Es
un rezo por los supervivientes. Esa ciudad es una donde nada se destruye
ni se crea, todo se reglamenta
una ciudad que es necesario sobrevolar para saber cómo circularla
una ciudad donde todo se hunde, se inunda o se desbarranca
una ciudad que tiene unas banquetas que contienen iniciales de perso-
nas que estuvieron enamoradas
una ciudad en la que una Virgen de Guadalupe pintada en la pared es el
único antídoto verdadero contra las bolsas de basura en esa calle
una ciudad donde un edificio que pasó cinco años en construcción, de
repente ya no está
una ciudad donde una cubeta en la calle marca el lugar de un automóvil
que todavía no ha llegado
una ciudad que tiene un Zócalo que sólo sirve para ser cruzado
una ciudad cuya comida es una suma de aperitivos que conducen a más
aperitivos
una ciudad cuyo concepto de elegancia es todo lo que está entre una
carroza en forma de calabaza y una canción de Agustín Lara
una ciudad donde el antojo es el único alimento de los gordos

227
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

una ciudad donde lo viejo se recicla tanto que una lata de refresco pue-
de haber sido, en su origen, un taxi
una ciudad donde las bodas se planean en función del álbum de fotos
una ciudad donde los adornos de las casas son lo más parecido a lo que
sobrevivió de una venta de garaje
una ciudad donde todos somos héroes porque nadie estaba preparado
para la catástrofe que nos sorprende todos los años
una ciudad donde el fútbol, los toros y las luchas son divertidos sólo por
los espectadores
una ciudad donde puedes pasar tan cerca de la flama de un taquero que
casi termina tratando de venderte tu propia mejilla al pastor
una ciudad donde, en el mismo puesto de la calle, un tipo vende alar-
mas contra robo y llaves maestras para abrir puertas
una ciudad donde los cables de electricidad son rastafari
una ciudad donde las doncellas mexicas de los calendarios están tan
buenas que uno se pregunta por qué los aztecas, en vez de sacrificarlas, no
hacían películas
una ciudad donde los rótulos de los camiones nos hace perdonarles la
forma en que nos atropellaron
una ciudad donde la gente tiene confianza en una pollería sólo porque
tiene un retrato del Papa
una ciudad donde los indigentes no acarrean, como en Nueva York,
carritos de súper, sino guitarras
una ciudad donde si preguntas por una calle, todo mundo opina y siem-
pre te pierdes
una ciudad donde los taxis son “ecológicos” sólo porque están pintados
de verde

228
Circula tu imaginación 2 Å ARTÍCULO PERIODÍSTICO, CRÓNICA Y ENTREVISTA

 una ciudad donde la gente no te vende pescado sino su palabra de


honor de que está fresco
una ciudad donde lo pirata no es la mala imitación del producto sino
del precio
una ciudad donde la letra “ch” inicia el 80% del vocabulario local
una ciudad donde el delantal es el traje típico
una ciudad donde los únicos buzos están en el drenaje profundo
una ciudad en la que, cuando explota el volcán, la gente no huye sino
que lo sube para “ir a ver”
una ciudad donde los emblemas de las estaciones del metro guardan
secretos irresolubles
una ciudad donde el fotomural sustituyó al viaje
una ciudad donde cualquier espacio de más de diez metros de largo es
considerado una cancha de fútbol
una ciudad donde, tras diez segundos de que el repartidor azotó un ci-
lindro de gas, todos los espectadores suspiran con alivio y encienden cigarros
una ciudad donde las varillas pelonas son el signo de que el ingeniero ya
huyó con el presupuesto
una ciudad donde los danzantes aztecas usan plumas porque no tienen
el cabello suficiente para ser punks
una ciudad donde el único uso de los postes es amarrar en ellos adornos
de colores chillantes
una ciudad donde es más importante la iluminación que la fiesta
una ciudad donde el 90% de los hogares cuenta con un cuadro de la
Última Cena
una ciudad donde los perros son amarillos

229
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

una ciudad donde los pájaros son del color del aceite quemado sobre las
banquetas, tan manchadas que ya nadie puede leer las iniciales de los que
estuvieron enamorados
una ciudad donde el canto de los gallos por la mañana fue sustituido por
las alarmas de los coches
una ciudad donde los jabones son los sustitutos de las hechiceras
una ciudad en la que los deportes locales son leer el periódico a través
del hombro de quien lo va leyendo, oír conversaciones de la mesa de junto,
y mirar por las ventanas
una ciudad donde el primer día de la primavera las calles amanecen
cubiertas por flores moradas que, si las pisas, eyaculan
una ciudad donde una cabeza de cerdo no es un adorno puesto por el
taquero, sino su manjar más codiciado
una ciudad donde existe la misma posibilidad de que el mismo que te
amenaza con un cuchillo, te mate o esté tratando de vendértelo
una ciudad donde un auto compacto puede contar con una canastilla de
bicicleta y una bicicleta con un estéreo de tres bocinas
una ciudad donde todos están convencidos de que ellos podrían hacer
mucho mejor el trabajo del director técnico del equipo de fútbol, del mecá-
nico automotriz y del presidente
una ciudad donde el muralismo pasó de los edificios de gobierno a la
cortina metálica del cerrajero
una ciudad donde nos cansamos tanto de esperar que los ovnis aterri-
zaran que hicimos palacios en forma de naves espaciales que permanecen
a la velocidad de la luz
una ciudad donde una panorámica de su monstruosidad es el único
argumento para irse de vacaciones.
Y quizá unas vacaciones era todo lo que necesitaba. Irme un rato, nada más.
Revista Letras Libres, noviembre de 2003 (México)
230
Circula tu imaginación 2 Å ARTÍCULO PERIODÍSTICO, CRÓNICA Y ENTREVISTA

CARLOS MONSIVÁIS. Periodista, cronista, ensayista y narrador mexicano.


Nació en la ciudad de México en 1938 y murió el 19 de junio de 2010.
Carlos Monsiváis en sus 65 años
Señores miembros del jurado
qué ganaría con mentirles
soy un lector empedernido
me leo todo —no me salto
ni los avisos económicos…

por eso pido que me den


el Premio Nóbel de Lectura
a la brevedad imposible
Nicanor Parra

Carlos Monsiváis que se considera antes que nada: “un simple lector”, sor-
prende porque, además de ser merecedor, como diría Nicanor Parra, del
Premio Nobel de Lectura, se ha convertido -a través de dos herramientas
como la inteligencia y la ironía- en una de las voces críticas y narrativas más
importantes de nuestro país y de muchos otros.
Parece estar en todas partes, comentar sobre cualquier tema (en especial
sobre literatura, cine, arte y política), sin embargo siempre saldrán de su voz
o de su pluma reflexiones de impresionante humor, frescura y profundidad.
Testigo y desentrañador de nuestro tiempo, por lo general pone el dedo
en la llaga de las heridas sociales con la más fina ironía y la más dramática
(aunque a él le gustaría que dijéramos melodramática) puntería.

231
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Admirador de Salvador Novo: “Para mí, Novo es la posibilidad de la ironía,


de la sátira, del buen humor, de la inteligencia, del periodismo culto, del
malabarismo perfecto...”, creemos, que en esa misma línea, sin concesiones
y con mayor reto, ante el bombardeo de los medios de comunicación, Mon-
siváis ha sido un fiel seguidor de su maestro y, como él, se ha convertido
en un ojo crítico inexorable para comprender las manifestaciones culturales
(de cualquier índole) de nuestro tiempo.
Sirvan estas páginas para hacer un pequeño homenaje en sus 65 años (na-
ció el 4 de mayo de 1938), a este hombre, ese “clarividente que nos guía
(aunque le choque ser gurú)”, como lo llama su amiga Elena Poniatowska,
desplegando una serie de textos de su pluma que hemos disfrutado y algu-
nas reflexiones que se han realizado sobre su trayectoria:
Felicidades y enhorabuena maestro

Jennie Ostrosky y Belén Carranza

232
Circula tu imaginación 2 Å ARTÍCULO PERIODÍSTICO, CRÓNICA Y ENTREVISTA

Los espacios de Constanzo.


La zona de desperdicio

E n los centros urbanos en perpetua expansión, se consolida y amplía un


espacio: el del “desperdicio humano”. Cada ciudad con ochocientos mil
o un millón de habitantes, genera su propia zona prescindible, compuesta
por esa “gente sin oficio ni beneficio”, en el filo de la navaja entre la sobrevi-
vencia y el delito. Son empleados a disgusto con su trabajo, ex-presidiarios,
prostitutas, pushers en pequeña escala, campesinos expulsados de su tierra
por el hambre y la violencia, trasvestis, débiles mentales abandonados por
sus familias.
Los prescindibles viven donde pueden y como pueden, en hoteles de
paso, en casuchas, en casas abandonadas, en vecindades, en sitios que
les alquilan otros como ellos. No tienen identidad o identificación posible,
vagan por las calles o se encierran en sus habitaciones a sumergirse en los
pozos televisivos, viajan sin ataduras ni agenda, en la indistinción entre
el anonimato y el exhibicionismo a su alcance. Un día, de pronto, ya no
aparecen y su ausencia apenas si causa algunas preguntas de rutina. “Ya
volverá, o si no, da igual”, dicen los pocos que se acuerdan. La familia es un
accidente o el ámbito brumoso que sólo se conserva mientras no se pida
ayuda. Y su existencia parece horrenda, inútil, provisional.
Constanzo elige a sus víctimas entre los habitantes de la zona prescin-
dible de la sociedad. ¿Quién se obsesiona por la suerte de un “madrina” de
la policía? ¿A quién le atañe si un campesino analfabeta, que salió de su
pueblo a hacerla en el Norte, anda en Brownsville o en Chicago o en Rey-
nosa? ¿A quién le importan los restos descuartizados de un trasvesti ? A los
“prescindibles”las familias los dan por muertos o, con frecuencia por jamás
nacidos. Los “desechables”, expulsados de sus comunidades y regiones por
el desempleo, el cacicazgo, la mala fama y el hambre.

233
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Al extraer sus cómplices de ese sector, Constanzo eleva su condición de


jefe de secta a la de dueño de la vida y de la muerte. Así, será el financiero
y el sacerdote, el líder arriesgado y el representante del Más Allá.
La ruina de Constanzo se inicia cuando elige para el sacrificio a un ha-
bitante de la zona imprescindible, el joven Mark Kilroy. Al matarlo el grupo
transgrede sus límites; su ventaja ha sido la indiferencia de la policía hacia
quienes no importan, y nunca obtendrán solidaridad alguna. Kilroy sí tiene
padres que lo reclaman, instituciones que lo defienden, la identidad que no
se desvanece.

El clímax regresó al infierno


El 6 de mayo de 1989, un grupo de judiciales que investiga un auto ro-
bado se detiene ante un edificio en Río Sena 19, en la colonia Cuauhtémoc.
(En otra versión, ya iban por el grupo de Constanzo pero se equivocan de
calle, entran a un departamento y disparan a su albedrío. Luego se dan
cuenta del error.) En el departamento de Río Sena se encuentran Constan-
zo, Sara, el Duby, Omar y Martín, otro amante del Padrino. Ya se retiran los
judiciales cuando encuentran un papel donde se solicita auxilio (enviado por
Sara Aldrete). Deciden quedarse y se oye un grito: “Ya nos llevó la chinga-
da”. Acto seguido, desde el departamento 11 se les dispara con metralleta.
La policía manda por refuerzos y la balacera se acrecienta. El Padrino tira
centenarios de oro y billetes de cien dólares por la ventana y en español y,
según dice el Duby, en algún “idioma extraño”, maldice a sus perseguidores
mientras les dispara sin puntería alguna: “¡Tomen, cabrones! ¡Agarren esto,
muertos de hambre! ¡Van a morir todos! ¡Este dinero no será para nadie! ¡No
me detendrán, hijos de la chingada! ¡Los veré en el infierno!”. En la calle, sin
miedo o timidez reconocible, policías y curiosos recogen el dinero.
En el departamento, una secuencia de pesadilla bélica. El ruido de los
disparos ensordece y Constanzo se jacta: “No se escondan. Los mataremos
a todos”, mientras le implora su intervención a las deidades Ochosi y Ele-
gguá y quema fajos de dólares. De acuerdo a los relatos de Omar, el Duby
y Sara, se vive en el departamento una escena trágica filtrada por el gran-

234
Circula tu imaginación 2 Å ARTÍCULO PERIODÍSTICO, CRÓNICA Y ENTREVISTA

guignol. Al irse acabando las balas, Constanzo se calma. “Recuerden nues-


tro pacto. Moriremos ahora y volveremos. Naceremos de nuevo”. Trata de
convencer a Omar que los mate y se suicide. Omar se niega. Martín acepta
morir con el Padrino. El Duby no quiere matarlo, y Constanzo amenaza con
perseguirlo desde el infierno.
El Duby acepta, Omar y Sara se abrazan en la cama, Constanzo y Martín
se meten en el closet y el Duby los ametralla. Poco más tarde da señales
de rendición.

Los seguidores: Sara María Aldrete


Para Sara María Aldrete, estudiante destacada en Brownsville, el trato
con Adolfo de Jesús Constanzo le resulta la experiencia más extraordinaria.
Él no participa en la estrechez de miras de Matamoros, es elegante, es pró-
digo. Al principio se siente envuelta en un romance. Luego, al cerciorarse
de las inclinaciones sexuales de Costanzo, cree hallarse en la cima de una
gran empresa. Ella recluta, enlaza, informa, conspira y al irse extendiendo
la cadena de crímenes se limita a enterarse. Ella no asesina, no se rebela,
permanece al lado de Constanzo en la huída patética. ¿Para qué irse si todo
da igual, para qué tener reacciones morales si la gente se va a seguir mu-
riendo? En la imaginación del amarillismo, Sara es la Madrina, la Sacerdotisa
del Mal. A lo que parece, sólo es un cómplice menor de la orgía de sangre
que la rebasa y nulifica.

Los protagonistas: el Duby


Muy temprano, el Duby aprende las reglas que normarían su juego o su
falta de juego. Mata a un hombre en una riña de campiña y huye. Se le
invita a un grupo y él cede ante lo irresistible: el trabajo bien remunerado.
No se aferra a punto de vista alguno, acepta no consumir droga, participa
sin protesta alguna en el primer asesinato, y nada lo perturba. En su cuadro
valorativo, hecho de incomprensiones y fragmentos informativos, la vida
humana es asunto menor, y esto no depende de “Muerte de Dios” alguna, o

235
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

de la irracionalidad de la santería, sino del registro del sitio que ocupa en el


mundo, en su mundo. Sólo unos cuantos le reconocen existencia plena y a
él da igual porque sabe hacer lo que muchos. Y su conclusión es inexorable:
si yo soy nadie, los demás no me aventajan en estatura.
El Duby no respeta la vida ajena. Nunca le ha hecho falta tal actitud. No
es, un asesino nato, si tal cosa existe; es alguien que mata porque ya lo hizo
alguna vez, y porque a eso lo lleva el compromiso con el jefe.
En su mapa moral el elemento determinante es el temor al castigo. Él
no cree representar el mal, ni halla su identidad en el culto de las fuerzas
demoníacas.
“¡Esto está muy grueso!”, es el primer comentario que a Duby le me-
rece su primer asesinato, donde aferra la pierna de una persona a quien
degüellan. “¡Qué grueso!”. Es decir, qué terrible, qué increíble, y de ningún
modo qué inmoral. El Duby actúa —esto desprendo del conjunto de sus
declaraciones y acciones— al margen de criterios éticos, como inmerso
en la película que ni decide ni concibe, y en donde él, un extra, obtiene
como pago la impunidad y la promesa de inmortalidad. En la ausencia de
convicciones y creencias que lo determina, él acepta lo que le dicen: jamás
será detenido, jamás le tocarán las balas, no será interrogado, y ocupará un
sitio de privilegio en el otro mundo, si es que existe. Y si hay una fe que lo
determina es el impulso de las armas de fuego.

De Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México, Carlos Monsiváis.


Random House Mondadori.

236
Circula tu imaginación 2 Å ARTÍCULO PERIODÍSTICO, CRÓNICA Y ENTREVISTA

Pedro Páramo,
treinta años después

El siguiente artículo es el último que escribió el escritor mexicano Juan Rulfo, en


marzo de 1985, para la agencia EFE y su Sección de “Grandes Firmas”.

M is amigos de la agencia EFE me recuerdan que Pedro Páramo cumplió


treinta años este mes de marzo. Pedro Páramo y El llano en llamas han
caminado por el mundo no gracias a mí, sino a los lectores con quienes
ahora deseo compartir mi experiencia. Nunca me imaginé el destino de
esos libros. Los hice para que los leyeran dos o tres amigos, o más bien por
necesidad.
En 1933, cuando llegué a la ciudad de México, aún no tenía quince años.
En la Preparatoria no me revalidaron mis estudios de Guadalajara y sólo
pude asistir como oyente. Viví al cuidado de un tío, el coronel Pérez Rulfo
en el Molino del Rey; escenario que fue de una batalla durante la invasión
norteamericana en 1847 y hoy es cuartel de guardas presidenciales junto a
la residencia de Los Pinos. Mi jardín era todo el bosque de Chapultepec. En
él podía caminar a solas y leer.
No conocía a nadie. Convivía con la soledad, hablaba con ella, pasaba
las noches con mi angustia y mi conciencia. Hallé un empleo en la oficina
de migración y me puse a escribir una novela para librarme de aquellas sen-
saciones. De “Hijo del desaliento” sólo quedó un capítulo aparecido mucho
tiempo después como “Un pedazo de noche”.
Tuve la fortuna de que en Migración trabajara también Efrén Hernán-
dez, poeta, cuentista, autor de “Tachas” y director de América. Efrén se
enteró no sé cómo de que me gustaba escribir en secreto y me animó a
enseñarle mis páginas. A él le debo mi primera publicación: “La vida no es
muy seria en sus cosas”.

237
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

No soy un escritor urbano. Quería otras historias, las que imaginaba a


partir de lo que vi y escuché en mi pueblo y entre mi gente. Hice “Nos han
dado la tierra” y “Macario”. En 1945 Juan José Arreola y Antonio Alatorre
publicaron estos cuentos en la revista Pan de Guadalajara.
En la posguerra entré como agente viajero en la Goodrich Euzkadi. Conocí
toda la República pero tardé tres años en dar otra colaboración: “La cuesta
de las comadres” a la revista América. Efrén Hernández logró sacarme también
“Talpa” y “El llano en llamas” en 1950 y “Diles que no me maten” en 1951.
Al año siguiente Arnaldo Orfila Reynal, Joaquín Diez Canedo y Alí Chu-
macero iniciaron en el Fondo de Cultura Económica la serie “Letras Mexica-
nas”. Me pidieron mis cuentos y con el título de El llano en llamas el volumen
empezó a circular en 1953.
Acababa de establecerse el Centro Mexicano de Escritores con parte de
la segunda promoción de becarios, con Arreola, Chumacero, Ricardo Gari-
bay, Miguel Guardia y Luisa Josefina Hernández. Cada miércoles por la tarde
nos reuníamos a leer y criticar nuestros textos en una casa de la avenida
Yucatán. Presidían las sesiones Margaret Shedd, directora del Centro y su
coordinador, Ramón Xirau.
En mayo de 1954 compré un cuaderno escolar y apunté el primer capítulo
de una novela que durante años había ido tomando forma en mi cabeza.
Sentí por fin haber encontrado el tono y la atmósfera tan buscada para el
libro que pensé tanto tiempo. Ignoro todavía de dónde salieron las intuiciones
a las que debo Pedro Páramo. Fue” como si alguien me lo dictara. De pronto, a
media calle, se me ocurría una idea y la anotaba en papelitos verdes y azules.
Al llegar a casa después de mi trabajo en el departamento de publicidad
de la Goodrich, pasaba mis apuntes al cuaderno.
Escribía a mano, con pluma fuente Sheaffers y en tinta verde. Dejaba
párrafos a la mitad, de modo que pudiera dejar un rescoldo o encontrar el
hilo pendiente del pensamiento al día siguiente. En cuatro meses, de abril a
agosto de 1954, reunía trescientas páginas. Conforme pasaba a máquina el
original destruía las hojas manuscritas.

238
Circula tu imaginación 2 Å ARTÍCULO PERIODÍSTICO, CRÓNICA Y ENTREVISTA

Llegué a hacer otras versiones que consistieron en reducir a la mitad


aquellas trescientas páginas. Eliminé toda divagación y borré completamen-
te las intromisiones del autor. Arnaldo Orfila me urgía a entregarle el libro.
Yo estaba confuso e indeciso. En las sesiones del Centro, Arreola, Chu-
macero, la señora Shedd y Xirau me decían: “vas muy bien”, Miguel Guardia
encontraba en el manuscrito sólo un montón de escenas deshilvanadas.
Ricardo Garibay, siempre vehemente, golpeaba la mesa para insistir en que
mi libro era una porquería.
Coincidieron con él algunos jóvenes escritores envitados a nuestras se-
siones. Por ejemplo, el poeta guatemalteco Otto Raúl González me acon-
sejó leer novelas antes de sentarme a escribir una. Leer novelas es lo que
había hecho toda mi vida. Otros encontraban mis páginas “muy faulkneria-
nas”, pero en aquel entonces aún no leía a Faulkner.
No tengo nada que reprocharles a mis críticos. Era difícil aceptar una
novela que se presentaba, con apariencia realista, como la historia de un
cacique y en verdad es el relato de un pueblo: una aldea muerta en donde
todos están muertos. Incluso el narrador y sus calles y campos son recorri-
dos únicamente por las ánimas y los ecos capaces de fluir sin límites en el
tiempo y en el espacio.
El manuscrito se llamó sucesivamente Los murmullos y Una estrella junto
a la luna. Al fin, en septiembre de 1954, fue entregado al Fondo de Cultura
Económica; se tituló Pedro Páramo. En marzo de 1955 apareció en una edi-
ción de dos mil ejemplares. Archibaldo Burns hizo la primera reseña, nega-
tiva, en México en la cultura, el gran suplemento que dirigía en aquellos años
Fernando Benítez, con el título de “Pedro Páramo o la unción y la gallina”,
que jamás supe qué diantres significaba.

De Los murmullos. Antología periodística en torno a la muerte de Juan Rulfo. Selección


de Alejandro Sandoval, Felipe de Jesús Hernández y Arturo Trejo Villafuerte,
Delegación Cuauhtémoc.

239
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

JUAN VILLORO (Distrito Federal, 1956) no ha dejado género sin explo-


rar. Con su novela El testigo ganó el Premio Herralde en 2004. También
hay que mencionar, Materia dispuesta y El disparo de argón. Como cuen-
tista en La casa pierde y Los culpables (Premio Antonin Artaud en México,
del que Villoro donó 40 mil pesos -la mitad de la dotación, unos 4 mil
dólares- a la creación de una biblioteca infantil en Oaxaca), ensayista en
Efectos personales y De eso se trata, cronista en Tiempo Transcurrido, Palmeras
de la brisa rápida (un viaje a Yucatán), Los once de la tribu, Safari acciden-
tal y Dios es redondo , guionista cinematográfico ( Vivir mata ); ha sido
traductor de Georg Christoph Lichtenberg y Truman Capote, fue agrega-
do cultural de la Embajada de México en Berlín y director, a mediados
de los noventa, del suplemento cultural del diario mexicano La Jornada.
Además ha escrito libros para niños, como Las Golosinas Secretas, El Profesor
Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica, Autopista Sanguijuela, y el Té de Tornillo del
Profesor Ziper.

Juan Villoro, un niño muy serio...


Por Rodrigo Morlesin

Villoro es uno de esos escritores que no dejan de sorprender. Igual habla


de fútbol que de música, o de una novela que haya escrito o un libro para
niños. Su voz es escuchada y reconocida no sólo en México, sino en España
y Latinoamérica también.
Recientemente lanzó dos cuentos cortos para niños (uno más corto que el
otro) se llaman: La Gota Gorda, historia inspirada en su experiencia durante
el terremoto en Chile en 2010 y La Cancha de los Deseos, cuento que narra

240
Circula tu imaginación 2 Å ARTÍCULO PERIODÍSTICO, CRÓNICA Y ENTREVISTA

las desventuras de una selección nacional de futbol que siempre pierde,


pero que el entusiasmo de la gente nunca decae (cualquier parecido con la
realidad...).
Villoro es como esos niños que siempre están pensando, que siempre traen
un asunto importante en la cabeza que no los deja en paz, y hasta cuando
ríe lo hace seriamente ya que la risa es un asunto muy importante.

Entrevista a Juan Villoro


Por Rosana Ricárdez

El infierno y el cielo no están en el más allá,


están en la cancha y sólo duran 90 minutos.

241
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Juan Villoro
Villoro confirma... Dios es redondo
Rosana Ricárdez. Después del libro, ¿descubrió que Dios es redondo?

Juan Villoro. Dios es redondo es una frase que le aplico al futbol. Hace
algunos años Manuel Vázquez Montalbán escribió un libro llamado Futbol,
una religión en busca de un Dios y yo me pregunté que si hubiera algún dios
pues éste sin duda sería la pelota, que es un dios bastante precario, bas-
tante doméstico, pero que al mismo tiempo suele definir los partidos y el
destino, a veces la pelota bota de manera imprevista y no sabemos qué re-
sultado va a dar, en el futbol éste sería un poco el objeto del deseo; sería el
dios que preferiría el juego. El hecho de que sea redondo hace que el balón
tenga la perfección anhelada por muchas religiones, pero por supuesto se
trata de una descripción un poco bromista porque obviamente el futbol no
es una religión. Se parece mucho en el aspecto de que se necesita fe para
apoyar un equipo y de que los seguidores buscan milagros que beneficien
a los suyos, pero no hay ningún sentido de la trascendencia en el futbol. El
infierno y el cielo no están en el más allá, están en la cancha y sólo duran
90 minutos.
Pero, ¿se puede establecer una analogía entre futbol, política y religión? En
cuanto a esta religiosidad...
JV. Pero no quisiera que se forzaran las comparaciones, ya mencionaba lo
que tiene el futbol de religiosidad: mucho elemento de superstición y de
alguna manera es una religión laica y provisional. Nada más.
En cuanto a la política, el futbol no se parece a la política en el juego, lo
que pasa es que el futbol ocurre en una sociedad determinada y el futbol
es espejo de lo que pasa en esa sociedad, entonces se deja influir por los
aspectos que tiene la sociedad, tiene que ver con la comercialización, con
la corrupción, con el poder político, con la manipulación, con el consumo
de estupefacientes, con la violencia, con los problemas sociales de un país,

242
Circula tu imaginación 2 Å ARTÍCULO PERIODÍSTICO, CRÓNICA Y ENTREVISTA

y ha habido guerras que se han derivado de un juego de futbol. Pero se


trata de un juego que al insertarse en una sociedad asume las condiciones
de esa sociedad.
Recuerdo La guerra del futbol (entre Honduras y El Salvador), de Kapuscinski.
JV. Sí, claro.
¿Qué significa haber sido premiado por ejercer dos pasiones: el futbol, como
deporte mismo, y su narrativa?
JV. A mí me da muchísmo gusto, primero porque se trata de la unión de
dos pasiones: la escritura y el futbol. Por otra parte porque el premio lleva
el nombre de Vázquez Montalbán, que fue un gran pionero en este campo.
Él empezó a escribir de futbol cuando se consideraba que no era una acti-
vidad tan propia o tan digna de los intelectuales. En los años cincuenta se
consideraba un desdoro y demasiado populachero escribir de algo como el
futbol. Creo que de manera errónea se pasaba por alto que el futbol aglu-
tina la pasión de muchísima gente y en esa medida puede expresar, en la
manera en que se organiza la sociedad y en que esa sociedad se ve reflejada
en los estadios, Vázquez Montalbán lo supo entender muy bien y él fue el
gran pionero en el idioma de este campo.
¿Hubo una primera intención o fue modificándose conforme fue escribiendo
el libro?
JV. La verdad es que yo no tenía una idea de hacer un libro. Empecé a
escribir crónicas de futbol en 1990, cuando fui al mundial de Italia. En
aquella época yo tenía que convencer a las redacciones que me dejaran
escribir de futbol porque no soy un especialista deportivo, ni experto, y
más bien yo quería escribir desde la afición de un narrador. No siempre fue
fácil convencer a la gente de que podía publicar esto, por ejemplo cuando
fui al mundial del 90.
En El Nacional me pagaron el viaje, lo cual para mí ya era mucho, pero me fui
sin sueldo, y así muchas veces fui escribiendo más por el gusto de hacerlo que
pensando en el resultado profesional que iba a tener para mí. Durante mucho
tiempo escribí de distintas maneras, a veces entrevistas, crónicas de un mo-

243
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

mento, a veces episodios históricos, sin pensar en hacer un libro. Fue en 1998,
cuando después del mundial de Francia, me encontré con bastante material
y empecé a pensar en la idea de hacer un libro, pero yo no quería que el libro
fuera una recopilación arbitraria de los muchos textos que había escrito, no
quería que fuera una especie de cajón de sastre en donde yo metía todos los
retazos que había hecho. Empecé a trabajar en el libro hace un par de años,
aunque reescribí muchas cosas con ese fin, escribí otras que eran originales,
de modo que fue en los dos últimos años en los que fui configurando el libro,
yo quería que tuviera una lógica y una unidad pues equivalente a la de un
partido, que se pudiera leer de principio a fin como un todo, entonces así fue
como muy lentamente surgió Dios es redondo.
No era un experto en deportes, pero la pasión es lo que mueve el mundo: al
periodista, al escritor y al deportista...
JV. Yo lo que creo que es fascinante en el futbol es justamente cómo es-
tructura y organiza la pasión. Creo que para conocer una época hay que
conocer en qué se apasiona la gente de una época. El hecho de que el
futbol sea la pasión mejor repartida en el planeta pues nos da una clave del
mundo en que estamos viviendo. A mí me interesa insertarme como un
testigo de esa pasión, por eso me gusta mucho narrar lo que pasa en la can-
cha, pero sobre todo cómo eso impacta a un determinado público, cómo
configura una infancia o un destino, e incluso cómo impacta a los propios
protagonistas de la gesta, a los jugadores. No me atrevería a dar consejos
técnicos a un entrenador o a un jugador porque soy un aficionado, pero
justamente quiero ser testigo de esta afición, y es ahí donde condenso mi
punto de vista. Y por supuesto que en la afición también hay componentes
sicológicos, económicos, sociales, culturales, políticos, y trato de ver cómo
todo esto se cruza.
Revista La clé des langues, 2010

244
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Poesía

MARIO BENEDETTI (Paso de los Toros, Uruguay, 1920 – Montevideo, Uru-


guay, 2009), integrante de la Generación del 45, es uno de los escritores
más universales que ha dado Latinoamérica, dotado con un estilo sencillo,
directo y bello. Su producción literaria incluyó más de ochenta libros, al-
gunos de los cuales han sido traducidos a más de veinte idiomas. Abordó
diversos géneros literarios, pero quizá su novela más conocida sea La tregua.
Tras el Golpe de Estado del 27 de junio de 1973, Benedetti renuncia a su
cargo en la universidad y se ve obligado a exiliarse, partiendo hacia Buenos
Aires (Argentina). Posteriormente viaja a Perú, Cuba y España, pasando casi
diez años fuera de su patria. Benedetti regresa a Uruguay en 1983 y es nom-
brado Miembro del Consejo Editor de la nueva revista “Brecha”. A partir de
1986 comienza a recibir innumerables premios y distinciones por sus obras.
No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda, y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay
vida en tus sueños. Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo, porque cada día
es un comienzo nuevo, porque esta es la hora y el mejor momento.

245
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Te quiero
Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia

si te quiero es porque sos


mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos

tus ojos son mi conjuro


contra la mala jornada
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro

tu boca que es tuya y mía


tu boca no se equivoca
te quiero porque tu boca
sabe gritar rebeldía

si te quiero es porque sos


mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos

y por tu rostro sincero


y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero

246
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

y porque amor no es aureola


ni cándida moraleja
y porque somos pareja
que sabe que no está sola

te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso

si te quiero es porque sos


mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos

De Canciones de amor y desamor. Inventario I, Mario Benedetti.


Punto de lectura, Editorial Alfaguara.

247
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Verano
Voy a cerrar la tarde
se acabó
no trabajo
tiene la culpa el cielo
que urge como un río
tiene la culpa el aire
que está ansioso y no cambia
se acabó
no trabajo
tengo los dedos blandos
la cabeza remota
tengo los ojos llenos
de sueño
yo qué sé
veo sólo paredes
se acabó
no trabajo
paredes con reproches
con órdenes
con rabia
pobrecitas paredes
con un solo almanaque
se acabó
no trabajo
que gira lentamente
dieciséis de diciembre

Iba a cerrar la tarde


pero suena el teléfono
si señor enseguida
comonó cuandoquiera.

De Poemas de la oficina. Inventario I, Mario Benedetti.


Punto de lectura, Editorial Alfaguara.
248
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

JORGE LUIS BORGES nació en Buenos Aires en 1899. A los siete años escribió
en inglés un resumen de la mitología griega, «La víscera fatal», inspirado en
un episodio de El Quijote, y a los nueve tradujo del inglés «El príncipe feliz»
de Oscar Wilde.
Es una de las grandes voces de la poesía contemporánea, autor de nu-
merosos ensayos, cuentos y poemas. El Premio Formentor otorgado por el
Congreso Internacional de Editores en 1961, compartido con Samuel Bec-
kett, fue el punto de partida para lograr su reputación en todo el mundo
occidental. Recibió luego el título de Commendatore por el gobierno italiano,
el de Comandante de la Orden de las Letras y Artes por el gobierno francés, la
insignia de Caballero de la Orden del Imperio Británico, el Premio Cervantes, el
Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de escritores, y el Premio Nacional
de Literatura en 1956.
Ciego a los 55 años, personaje polémico, con posturas políticas que le im-
pidieron ganar el Premio Nobel de Literatura al que fue candidato durante
casi treinta años, Borges siempre soñó con que la posteridad le perdonara
sus errores y le concediera la gloria de que se lo recordase por sus mejores
textos. Falleció en Ginebra, Suiza, en 1986.
En la revista Nature el científico argentino Rodrigo Quian Quiroga publica
una investigacion acerca de la capacidad de abstracción. Recurrió a Borges
para profundizar su descubrimiento sobre la memoria. Según el científico,
hace 70 años, Borges anticipó el tema en Funes el memorioso.

Ya de chico Borges había logrado cautivarlo. Ahora de grande, ya un prestigioso


científico, confirma con placer y admiración la absoluta genialidad del escritor.
Rodrigo Quian Quiroga –profesor de Bioingeniería en la Universidad de Leicester–

249
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

descubrió que existen neuronas que tienen la capacidad de abstraer. Su hipótesis es


que quien no posee estas neuronas es incapaz de hacer abstracciones. Lo genial es
que Borges abordó el tema casi 70 años atrás. Funes el memorioso. Ahí está todo.
Borges dice que alguien como Funes, con una memoria infinita, no es capaz de
pensar, de abstraer.
Lo que yo argumento es que alguien como Funes y probablemente personas con
autismo, justamente no tendrían el tipo de neuronas abstractas que yo descubrí.
Lo increíble es que Borges publicó esta historia en 1944 y sus razonamientos fueron
brillantes, mucho antes de que existiera todo el conocimiento que tenemos ahora
de cómo funciona la memoria.

250
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

De la salvación por las obras

E n un otoño, en uno de los otoños del tiempo, las divinidades del Shinto
se congregaron, no por primera vez, en Izumo. Se dice que eran ocho
millones pero soy un hombre muy tímido y me sentiría un poco perdido
entre tanta gente. Por lo demás, no conviene manejar cifras inconcebibles.
Digamos que eran ocho, ya que el ocho es, en estas islas, de buen agüero.
Estaban tristes, pero no lo mostraban, porque los rostros de las divini-
dades son kanjis que no se dejan descifrar. En la verde cumbre de un cerro
se sentaron en rueda. Desde su firmamento o desde una piedra o un copo
de nieve habían vigilado a los hombres. Una de las divinidades dijo: Hace
muchos días, o muchos siglos, nos reunimos aquí para crear el Japón y el
mundo. Las aguas, los peces, los siete colores del arco, las generaciones de
las plantas y de los animales, nos han salido bien. Para que tantas cosas no
los abrumaran, les dimos a los hombres la sucesión, el día plural y la noche
una. Les otorgamos asimismo el don de ensayar algunas variaciones. La
abeja sigue repitiendo colmenas; el hombre ha imaginado instrumentos: el
arado, la llave, el calidoscopio. También ha imaginado la espada y el arte
de la guerra. Acaba de imaginar un arma invisible que puede ser el fin de
la historia. Antes que ocurra ese hecho insensato, borremos a los hombres.
Se quedaron pensando. Otra divinidad dijo sin apuro: Es verdad. Han
imaginado esa cosa atroz, pero también hay ésta, que cabe en el espacio
que abarcan sus diecisiete sílabas. Las entonó. Estaban en un idioma desco-
nocido y no pude entenderlas.
La divinidad mayor sentenció: Que los hombres perduren.
Así, por obra de un haikú, la especie humana se salvó.

De Atlas, Jorge Luis Borges y María Kodama. Editorial Sudamericana.

251
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Diecisiete haikú
1 8
Algo me han dicho En el desierto
la tarde y la montaña. acontece la aurora.
Ya lo he perdido. Alguien lo sabe.

2 9
La vasta noche La ociosa espada
no es ahora otra cosa sueña con sus batallas.
que una fragancia. Otro es mi sueño.

3 10
¿Es o no es El hombre ha muerto.
el sueño que olvidé La barba no lo sabe.
antes del alba? Crecen las uñas.

4 11
Callan las cuerdas. Ésta es la mano
La música sabía que alguna vez tocaba
lo que yo siento. tu cabellera.

5 12
Hoy no me alegran Bajo el alero
los almendros del huerto. el espejo no copia
Son tu recuerdo. más que la luna.

6 13
Oscuramente Bajo la luna
libros, láminas, llaves la sombra que se alarga
siguen mi suerte. es una sola.

7 14
Desde aquel día ¿Es un imperio
no he movido las piezas esa luz que se apaga
en el tablero. o una luciérnaga?
252
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

15
La luna nueva
ella también la mira
desde otro puerto.

16
Lejos un trino.
El ruiseñor no sabe
que te consuela.

17
La vieja mano
sigue trazando versos
para el olvido.

De La cifra, Jorge Luis Borges. Alianza Editorial.


Jorge Luis Borges en Imaginantes. http://www.imaginalee.org/

253
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

OLIVERIO GIRONDO. Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1891. Fue el me-


nor de cinco hijos de una familia cuyos recursos le permitieron viajar desde
muy pequeño a Europa y sentirse atraído dede entonces tanto por los viajes
como por la poesía. A los veintiún años publicó su primere libro de poesía y
no dejó de escribir sino hasta su muerte, en 1967.
En unas líneas dirigidas a Evar Méndez acompañando la carta incluida luego en
Veinte Poemas -carta, por otra parte, que pareciera haber sido escrita hoy mismo-
dice Girondo: “Un libro, -y sobre todo un libro de poemas- debe justificarse por
sí mismo, sin prólogos que lo defiendan o lo expliquen”. La poesía, es verdad, no
puede “explicarse”, dada la inmanencia con que usa el lenguaje.
Sólo es posible exponer el sentido de un poema, según la sensibilidad del lector,
seguir algunas de las significaciones contenidas en la obra de un poeta, y que de
ningún modo la agotan, pues cada lector establecerá con ella una relación propia,
descubrirá nuevos ecos en nuevas direcciones.

Enrique Molina [prólogo a las Obras Completas]

254
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

M e importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias
o como pasasa de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy
importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodi-
síaco o con aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una
nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero
eso sí! –y en esto soy irreductible– no les perdono, bajo ningún pretexto,
que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan
seducirme!
Ésta fue –y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de
María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pro-
nóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del co-
medor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando
realizaba sus compras, sus quehaceres.
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo
por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
—¡María Luisa! ¡María Luisa!— y a los pocos segundos, ya me abrazaba con
sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproxi-
maba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como
dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje for-
zoso de un espasmo.

255
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera aunque nos haga ver, de
vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre
las nubes... las de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase
de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que hay una diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a sesenta y
ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer
pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni
tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.

De Obras de Oliverio Girondo, Losada.

256
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

18

Llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño.


Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la cami-
seta.
Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños fami-
liares, llorando.
Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo... si es verdad que los cacuíes y
los cocodrilos no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorar-
lo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura.
Llorar improvisando, de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

De Obras de Oliverio Girondo. Losada.

257
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

PABLO NERUDA
El más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma. Gabriel García Márquez
Ningún poeta del hemisferio occidental de nuestro siglo admite comparación con
él. Harold Bloom

Nace en Parral, Chile, en 1904 y muere en Santiago el 23 de septiembre


de 1973
Premio Nobel de Literatura en 1971. En sus Memorias el poeta recuerda:
“El anciano monarca nos daba la mano a cada uno; nos entregaba el diploma, la
medalla y el cheque (...) Se dice (o se lo dijeron a Matilde para impresionarla) que
el rey estuvo más tiempo conmigo que con los otros laureados, que me apretó la
mano con evidente simpatía. Tal vez haya sido una reminiscencia de la antigua
gentileza palaciega hacia los juglares.
Neruda aprendió a amar la naturaleza en sus años de infancia durante sus
recorridos en tren hacia la exuberante vegetación de Boroa. Esas frías y hú-
medas tierras australes, bordeadas por el más puro océano Pacífico, emer-
gen en una poética de la desesperanza, de la soledad del ser humano y del
amor. En 1924 publicó su famoso Veinte poemas de amor y una canción deses-
perada, tres años después, en 1927, comenzó su larga carrera diplomática
como cónsul en diversas ciudades del mundo. En sus múltiples viajes cono-
ció en Buenos Aires a Federico García Lorca y en Barcelona a Rafael Alberti.
Durante la Guerra Civil Española y conmovido por el asesinato de su ami-
go García Lorca, Neruda se compromete con el movimiento republicano,
primero en España y luego en Francia, donde comienza a escribir España
en el corazón (1937). En esa época conoce a Octavio Paz y de inmediato

258
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

nace entre ellos una amistad, sin embargo, tiempo después, ya en México
tuvieron un altercado por diferencias ideológicas, llegando casi a los golpes.
Más de veinte años después, hubo una reconciliación entre Neruda y Paz
en el Festival Internacional de Poesía de Londres. Paz diría con respecto a
su colega: “Musito el nombre de Pablo Neruda y me digo: lo admiraste, lo
quisiste y lo combatiste. Fue tu enemigo más querido”.
Es en México, cuando es nombrado Cónsul General, donde reescribe su
Canto General de Chile transformándolo en un poema del continente sudame-
ricano. Esta obra, titulada Canto General, fue publicada en México en 1950,
y también clandestinamente en Chile.
Regresa a a su país natal en 1943. Neruda recibe el Premio Nacional de
Literatura de Chile en 1945. En ese año es electo Senador de la República;
se unirá en julio del mismo año al Partido Comunista. Un año después en
las elecciones chilenas llega al poder Gabriel González Videla. La represión
desencadenada por este último contra los trabajadores mineros en huelga
llevará a Neruda a protestar vehementemente en el Senado. Neruda se
transforma entonces en el más fuerte antagonista del Presidente, dictando
discursos en el Senado y publicando artículos contra el Gobierno en el ex-
tranjero, ya que el diario del partido comunista chileno El Siglo estaba bajo
censura. Neruda criticó fuertemente a González Videla llamándolo “Rata”,
lo acusó de ser amigo de los nazis durante sus años de embajador en París,
a quienes invitaba a elegantes cenas a la embajada chilena, de vender el
país a empresas americanas e incluso menciona a la esposa de éste Rosa
Markmann, de ocultar sus orígenes judíos mientras vivieron en Europa du-
rante la Segunda Guerra Mundial y de enriquecerse comprando diamantes
a europeos empobrecidos y casando a su descendencia con las familias más
ricas de América del Sur.
En 1969 es nombrado “Miembro honorario” de la Academia Chilena de la
Lengua. Ese año, durante la campaña para la Elección presidencial de Chile
(1970), el Partido Comunista lo elige como pre-candidato, pero renuncia
en favor de Salvador Allende como candidato único de la Unidad Popular,
que triunfa en las elecciones de 1970. El gobierno de la Unidad Popular lo
designa Embajador en Francia, cargo al que renuncia, por razones de salud,

259
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

en 1973. El 19 de septiembre es trasladado de urgencia desde su casa de Isla


Negra a Santiago. Finalmente, el 23 de septiembre, Pablo Neruda muere.
Días antes, el 11 de septiembre, el gobierno de Allende había sido violenta-
mente derrocado por el golpe de Estado encabezado por el general Augusto
Pinochet, la casa de Neruda en Santiago saqueada y sus libros incendiados.
Su funeral fue realizado en el Cementerio General, rodeado de soldados ar-
mados de ametralladoras. Aún así, se escuchaban desafiantes gritos de ho-
menaje a él y a Salvador Allende, junto a la entonación de La Internacional.

260
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

Poema 15

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,


y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.


Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.

Eres como la noche, callada y constelada.


Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

De Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Pablo Neruda.


Editorial Nacimiento (Chile)

261
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Poema 20

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo. “La noche está estrellada,


Y tiritan, azules, los astros, a lo lejos”.

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.


Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.


La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.


Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.


Pensar que no la tenga. Sentir que la he perdido.

Oìr la noche inmensa, más inmensa sin ella.


Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.


La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.


Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla, mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

262
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.


Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.


Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.


Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.


Es tan corto el amor y tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta, la tuve entre mis brazos,


Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,


Y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

De Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Pablo Neruda.


Editorial Nacimiento (Chile)

263
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Oda a la tristeza

Tristeza, escarabajo
de siete patas rotas,
huevo de telaraña,
rata descalabrada,
esqueleto de perra:
Aquí no entras.
No pasas.
Ándate.
Vuelve al sur con tu paraguas,
vuelve
al norte con tus dientes de culebra.
Aquí vive un poeta.
La tristeza no puede
entrar por estas puertas.
Por las ventanas
entra el aire del mundo,
las rojas rosas nuevas,
las banderas bordadas
del pueblo y sus victorias.
No puedes.
Aquí no entras.
Sacude
tus alas de murciélago,
yo pisaré las plumas
que caen de tu manto,
yo barreré los trozos
de tu cadáver hacia

264
Circula tu imaginación 2 Å NARRATIVA

las cuatro puntas del viento,


yo te torceré el cuello,
te coseré los ojos,
cortaré tu mortaja
y enterraré tus huesos roedores
bajo la primavera de un manzano.

De Odas elementales, Pablo Neruda. Editorial Losada (Buenos Aires)

265
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

OCTAVIO PAZ. Nació en la ciudad de México, en 1914. Muy joven comienza su


actividad literaria colaborando en diversas revistas y diarios como “Bandaral”
y “Cuadernos del Valle de México”. Asimismo, en 1933 publica su primer libro
de poemas llamado Luna silvestre. Durante la Guerra Civil Española, en 1937,
Octavio Paz viaja a España en donde hizo amistad con varios intelectuales
republicanos y publica poemas como “Perfil del Hombre” y “No pasarán”. En
1939 junto con Efraín Huerta funda la revista de poesía y crítica “Taller” la cual
ocupa un papel muy importante en la renovación literaria mexicana, ya que
estaba integrada por escritores jóvenes y donde se publicaron traducciones
de algunos textos importantes de la poesía universal moderna.En 1940 funda
la revista “El hijo pródigo” con Xavier Villaurrutia. Tres años después ocupa un
cargo diplomático en los Estados Unidos y después de dos años recibe la beca
de la Fundación Guggenheim. En 1945 ingresa al servicio exterior mexicano.
Reside en París –donde participa en el movimiento surrealista- ; en 1952 viaja
a la India y Japón donde conoce poesía y pensamientos orientales. Tres años
después con la ayuda de Leonora Carrington, Juan Soriano y Juan José Arreola
funda el grupo “Poesía en Voz Alta” al mismo tiempo que colabora con “Re-
vista mexicana de literatura” y en “El corno emplumado” donde practica y
defiende las posiciones experimentales del arte contemporáneo. En el año de
1962 fue embajador de México en la India, pero en 1968 renuncia a ese cargo
como protesta por los sucesos estudiantiles. En 1971 regresa al país donde
dirige la revista “Plural” (hasta el “golpe a Excelsior de 1976). Más adelante se
une con otros intelectuales para fundar y dirigir la revista “Vuelta” la cual se
convierte en la revista con mayor prestigio.
Recibió varios premios literarios, como el del Príncipe de Asturias, el Premio
Cervantes y el de Tocqueville, Pero el mayor de todos fue el Premio Nobel,
en 1990, otorgado como reconocimiento universal a su obra. Fue el primer
escritor mexicano en recibirlo, y uno entre los varios concedidos a los auto-
res de la literatura hispánica. Muere en la ciudad de México en 1998.

266
Circula tu imaginación 2 Å POESÍA

Libertad bajo palabra


Allá, donde terminan las fronteras, los caminos se borran. Donde empieza
el silencio. Avanzo lentamente y pueblo la noche de estrellas, de palabras,
de la respiración de un agua remota que me espera donde comienza el alba.
Invento la víspera, lo noche, el día siguiente que se levanta en su lecho
de piedra y recorre con ojos límpidos un mundo penosamente soñado.
Sostengo al árbol, a la nube, a la roca, al mar, presentimiento de dicha,
invenciones que desfallecen y vacilan frente a la luz que disgrega.
Y luego la sierra árida, el casería de adobe; la minuciosa realidad de un
charco y un pirú estólido, de unos niños idiotas que me apedrean, de un
pueblo rencoroso que me señala. Invento el terror, la esperanza, el mediodía
–padre de los delirios solares, de las falacias espejeantes, de las mujeres que
castran a sus amantes de un ahora.
Invento la quemadura y el aullido, la masturbación en las letrinas, las
visiones en el muladar, la prisión, el piojo y el chancro, la pelea por la sopa,
la delación, los animales viscosos, los contactos innobles, los iterrogatorios
nocturnos, el examen de conciencia, el juez, la víctima, el testigo. Tú eres
esos tres. ¿A quién apelar ahora y con qué argucias destruir al que te acusa?
Inútiles los memoriales, los ayes y los alegatos. Inútil tocar a puertas con-
denadas. No hay puertas, hay espejos. Inútil cerrar los ojos o volver entre
los hombres: esta lucidez ya no me abandona. Romperé los espejos, haré
trizas mi imagen –que cada mañana rehace piadosamente mi cómplice,
mi delator. La soledad de la conciencia y la conciencia de la soledad, el día
a pan y agua, la noche sin agua. Sequía, campo arrasado por un sol sin
párpados, ojo atroz, oh conciencia, presente puro donde pasado y provenir
arden sin fulgores ni esperanza. Todo desemboca en esta eternidad que no
desemboca.
Allá, donde los caminos se borran, donde acaba el silencio, invento la
desesperación, la mente que me concibe, la mano que me dibuja, el ojo
que me descubre.

267
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Invento al amigo que me inventa, mi semejante, y a la mujer, mi contra-


rio: torre que corono de banderas, muralla que escalan mis espumas, ciudad
devastada que renace lentamente bajo la dominación de mis ojos.
Contra el silencio y el bullicio la Palabra, libertad que se inventa y me
inventa cada día.

De Libertad bajo palabra, Octavio Paz. Fondo de Cultura Económica.


Octavio Paz en Imaginantes. http://www.imaginalee.org/

268
Circula tu imaginación 2 Å POESÍA

JAIME SABINES. Poeta y ensayista mexicano nacido en Tuxtla Gutiérrez


en 1926.
Radicó en Ciudad de México desde 1949 cuando inició sus estudios en Filo-
sofía y Letras. Aunque escribió sus primeros poemas antes de los dieciocho
años, fue en la UNAM donde publicó Horal a la edad de veintitrés años. En
1985 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes. En 1986, con motivo de
sus sesenta años, fue homenajeado por la UNAM y el INBA. Ese mismo año
el Gobierno del Estado de Tabasco le entregó el Premio Juchimán de Plata.
En 1991, el Consejo Consultivo le otorgó la Presea Ciudad de México y en 1994
el Senado de la República lo condecoró con la medalla Belisario Domínguez.
Por su libro Pieces of Shadow (Fragmentos de sombra), antología de su poesía
traducida al inglés y editada en edición bilingüe, obtuvo el Premio Mazatlán
de Literatura 1996. Octavio Paz calificó a Sabines como uno de los mejores
poetas contemporáneos de nuestra lengua, y agregó: Su humor es un chaparrón
de bofetadas, su risa culmina en un aullido, su cólera es acerada y su ternura colé-
rica. Pasa del jardín de la infancia a la sala de operaciones. Para Sabines, todos los
días son el primero y el último día del mundo.
Tras una larga enfermedad falleció en Ciudad de México en 1999.
Morir es retirarse, hacerse a un lado, ocultarse un momento, estarse quieto, pasar
el aire de una orilla a nada y estar en todas partes en secreto.
Jaime Sabines

269
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

LOS AMOROSOS

Los amorosos callan.


El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.

Los amorosos andan como locos


porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre ¡qué bueno! han de estar solos.

Los amorosos son la hidra del cuento.


Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.

270
Circula tu imaginación 2 Å POESÍA

En la obscuridad abren los ojos


y les cae en ellos el espanto.

Encuentran alacranes bajo la sábana


y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,


sin Dios y sin diablo.

Los amorosos salen de sus cuevas


temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor como en una lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,


a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.

Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,


la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,


a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.

Los amorosos se ponen a cantar entre labios


una canción no aprendida.

271
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Y se van llorando, llorando


la hermosa vida.

De Uno es el poeta. Antología, Jaime Sabines.


Edición de Carmen Alemany Bay. Colección Visor de Poesía. Madrid.

272
Circula tu imaginación 2 Å POESÍA

LA LUNA
La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía.
Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir

Pon una hoja tierna de la luna


debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.

Lleva siempre un frasquito del aire de la luna


para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.

De Uno es el poeta. Antología, Jaime Sabines.


Edición de Carmen Alemany Bay. Colección Visor de Poesía. Madrid.
Jaime Sabines en Imaginantes. http://www.imaginalee.org/

273
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

Teatro

ROMÁN CHALBAUD. Dramaturgo, director de teatro, de cine y televisión,


Román Chalbaud nació en Mérida, Venezuela, en 1931. Estudia en el Teatro
Experimental de Caracas y después toma un curso de dirección con Lee
Strasberg, en Nueva York. El primer largometraje dirigido por Chalbaud,
Caín adolescente (1959), fue una adaptación de su primera obra de teatro, en
una fecha en que daba señales de animación la estética y los conceptos de
la primera etapa del Nuevo Cine Latinoamericano. El cine de Chalbaud de-
marcó que Venezuela no quedaría fuera de ese movimiento impulsado por
la influencia neorrealista.
Sus obras se desarrollan en contextos sociales marginales y su búsqueda
retrata, de forma áspera y tangible, el perfil de la Venezuela contemporá-
nea. Sus personajes están dibujados con humor y podrían definirse como
tipos, más que como arquetipos. Es el director y productor del largometraje
El Caracazo (2006), la película más cara en la historia del cine venezolano.
Román Chalbaud no ha inventado otra Venezuela en su teatro, lo que hizo fue
desenmascarar, arrancó el suburbio de la ignorancia. Ello permitía al público fundar
una nueva realidad completa, formada por la oficialista petrodólar y por la de los
desheredados. El dramaturgo invitó a mirar de frente la corrupción, la violencia,
la confusión de valores, la anarquía y el caos que sacudían al país, mientras que
sus habitantes se debatían en encontrar un espacio dentro de este maremagnun,
todo ello unido al resto de la problemática del hombre contemporáneo, con su
aislamiento, sus relaciones amorosas, la sexualidad y la relaciones interpersonales.
Carmen Márquez Montes

274
Circula tu imaginación 2 ÅTEATRO

PREGUNTAS
(Pieza breve)

Reparto:
Rita
Mario
Esteban
Enfermera

Sala de recepción de una clínica dental. Salida a la calle, entrada al consultorio,


puerta que comunica con un baño. Esteban, hombre maduro, está sentado en el
único banco de tres puestos, leyendo un libro. Entran dos jóvenes: Rita, seguida
por Mario.
RITA: ¿No entiendes que me duele?
MARIO: ¿Y tú no entiendes que lo que yo te sugiero es ir a ver a mi tía Ma-
tilde, que es una gran dentista?
RITA: (Llorando.) ¿No hay nadie aquí?
MARIO: ¿Por qué no me haces caso?
RITA: ¿Hay que hacer siempre lo que tú digas?
MARIO: ¿No será al revés?
RITA: ¿Por qué los hombres serán tan egoístas? (Regresando a la puerta de
entrada.) ¿Quién era ese que nos seguía?
MARIO: ¿Quién?
RITA: ¿No te diste cuenta que un hombre nos seguía?
MARIO: ¿Estas segura?

275
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

RITA: ¿Pero no te diste cuenta? (Llamando de nuevo.) ¿Aquí no hay quien


atienda?
MARIO: ¿Tú conoces a este dentista? ¿No es un peligro entregarse al primer
dentista que encuentras en la calle?
RITA: ¿Y cuál es la diferencia? ¿No son todos unos sacamuelas?
MARIO: ¿Por qué no vamos a la clínica de mi tía Matilde?
RITA: ¿Vas a seguir insistiendo?
MARIO: ¿Le vas a entregar tu boca a un desconocido?
RITA: ¿No te la entregué a ti?
MARIO: ¿Cuándo?
RITA: ¿No te acuerdas de “Mascarada”?
MARIO: ¿Qué es “Mascarada”?
RITA: ¿Te das cuenta de que eres un imbécil. ¿No te acuerdas que “Masca-
rada” es la discoteca donde nos dimos el primer beso? (Se queja del dolor.
Se sienta en el banco donde está Esteban y se da cuenta de su presencia.) ¿Desde
cuándo está usted aquí?
ESTEBAN: ¿Le preocupa?
MARIO: (Se sienta en el medio de los dos.) ¿Te duele?
RITA: ¿Por qué no haces algo, en lugar de preguntar estupideces?
MARIO: ¿No puedes tener un poco de paciencia?
RITA: ¿Paciencia? ¿Eso es lo que me recomiendas? (A Esteban.) ¿Podría decir-
me, señor, aquí no hay una enfermera, una secretaria, alguien que atienda?
ESTEBAN: ¿Perdón?
RITA: ¿No entiende lo que le digo? ¿O no quiere entender? ¿No se da cuenta

276
Circula tu imaginación 2 ÅTEATRO

de que mi caso es una emergencia, que me van a estallar las mandíbulas?


¿Quiere que le diga algo? ¿Usted cree que yo lo voy a dejar pasar primero
que yo? (A Mario.) ¿Por qué no le dices a este señor que estoy grave y que
el doctor me va a atender a mí primero?
MARIO: ¿Quieres quedarte tranquila?
RITA: ¿Tranquila? ¿Cómo voy a estar tranquila, imbécil? ¿Te vas a poner de
su parte?
ESTEBAN: ¿Por qué lo llama imbécil?
RITA: ¿Y usted por qué se mete? ¿No cree que si yo lo llamo imbécil varias
veces seguidas es porque lo conozco bien y sé que es un imbécil? ¿Usted
nos conoce acaso? , ¿lo conoce a él?, ¿me conoce a mí? ¡¿No nos conoce,
verdad?!
MARIO: ¿Quieres callarte?
RITA: ¿Me vas a mandar callar? ¿Tú a mí? ¿Qué te has creído?
MARIO: ¿Quieres serenarte, Rita?
RITA: ¿Serenarme? ¿No sabes lo que es un dolor de muelas? ¿Nunca te han
dolido, o es que a ti nunca te duele nada?
MARIO: ¿Quieres dejarme ver? ¿Por qué no abres la boca? ¿Puedes enseñar-
me?
¿Cuál es la que te duele?
RITA: (Abriendo la boca y metiendo sus dedos en ella.) ¿Ves la última? ¿La última
de este lado? ¿Ves aquí ? ¿Por qué no miras aquí? ¿Por qué te empeñas en
mirar a la izquierda si es a la derecha? ¿No ves aquí? ¿No tiene un agujero?
¿Cómo es? ¿Es profundo?
MARIO: ¿Estás segura de que ésa es la muela dañada?
RITA: ¿Y lo pones en duda? ¿Por qué no me prestas un pañuelo?

277
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

MARIO: ¿Me has visto alguna vez usar pañuelo?


RITA: ¿Por qué siempre me sacas de quicio?

Entra a escena la enfermera

ENFERMERA: ¿Quién es el próximo?


RITA: ¿Quiere decir la próxima?
MARIO: (A Esteban) ¿Le permitiría pasar a ella primero?
ESTEBAN: ¿A quién? ¿A su esposa?
MARIO: ¿Usted cree que ella y yo estamos casados?
RITA: ¿Y qué pasa? ¿Qué tiene de malo? ¿No lo vamos a estar algún día?
ESTEBAN: ¿Usted cree?
RITA: ¿Cómo dice?
ENFERMERA: ¿Pero qué relajo es éste? ¿Quién pasa primero?
RITA: (A Mario.) ¿Me acompañas?
MARIO: ¿Tú quieres que yo pase contigo?
RITA: ¿Tú qué piensas? ¿No sería un acto de solidaridad de tu parte?
MARIO:¿Te gustaría?
RITA: ¿Y a ti? ¿No te gustaría?
MARIO: ¿Ver cómo te sacan la muela?
RITA: ¿Y quién dijo que me la van a sacar?
MARIO: ¿No viniste a eso?

278
Circula tu imaginación 2 ÅTEATRO

RITA: ¿Estás seguro de que vine a eso? ¿Por qué inventas, por qué no te das
cuenta de la realidad y te imaginas cosas que no son?
ENFERMERA: (Dirigiéndose al escritorio.) ¿Y ustedes creen que el doctor va a
aceptar testigos? ¿Se imaginan que en el interior del consultorio caben más
de tres personas? (A Rita, dándole una hoja.) ¿Usted tiene historia? ¿Quiere
llenar este formulario?
RITA: ¿Burocracia? ¿Cómo se le ocurre en este momento? ¿No tiene com-
pasión?
ENFERMERA: ¿Usted cree que si tuviera compasión trabajaría aquí? ¿Cuántos
gritos al día, cuántos malos olores, cuántas muelas podridas) (Refiriéndose a
la hoja.)
ENFERMERA: ¿No la va a llenar?
MARIO: ¿No ve que no tiene fuerzas? ¿Por qué no la pasa?
ENFERMERA: ¿Tiene con qué pagar?
RITA: ¿Cómo dice? ¿Cómo se atreve?
MARIO: ¿Por qué no pasas, Rita? ¿Para qué sigues hablando con ella?
ENFERMERA: ¿Sabe usted que para pasar por esa puerta antes tiene que
entendérselas conmigo? (A Esteban.) Usted llegó primero, ¿no es cierto?
RITA: ¿No dijo el señor que él me cedía su turno?
ENFERMERA: ¿A mí (A Esteban.) ¿Usted me dijo algo?
RITA: ¿Él no le dijo nada? ¿Quiere que se lo diga yo? ¿Sabe que voy a pasar
primero porque me da la gana? ¿O quiere un poco de violencia? ¿Le gusta
la violencia?

Rita empuja a la enfermera y entra al consultorio. La Enfermera la sigue. Pausa.


Mario se paseo nervioso. Por fin se sienta junto a Esteban.

279
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

MARIO: ¿No nos conocíamos de antes?


ESTEBAN: ¿Tú y yo?
MARIO: ¿Eras tú el que nos seguía, verdad?
ESTEBAN:¿Yo? ¿Seguirlos? ¿Acaso no estaba aquí cuando ustedes llegaron?
MARIO: ¿No sería que cuando ella vio el aviso: “Clínica Dental” y dijo “En-
tremos”, tú te adelantaste y entraste primero que nosotros? ¿Por qué nos
sigues?
ESTEBAN: A que no adivinas.
MARIO: ¿Será lo que estoy pensando?

Se oye un grito desgarrador. Es Rita. Mario y Esteban miran hacia el consultorio.


Aparece la Enfermera salpicada de sangre.

ENFERMERA: ¿Quieren creer que echó sangre hasta por las narices, que abo-
feteó al doctor y me dio un mal golpe? ¿Saben que no pienso entrar nue-
vamente, aunque el doctor me despida? (A Mario.) ¿Desde cuándo es su
novia? ¿No se da cuenta de que es insoportable? ¿Qué tipo de sangre tiene?
¿Negativa, verdad? ¿Se ha acostado con ella? ¿Quiere un consejo? ¿Por qué
no se hace una hematología completa? (Entra en el baño.) ¿Habrá toalla y
papel toilette? ¿No será mejor bañarme? (Entra al baño.)
ESTEBAN: ¿Qué piensas hacer?
MARIO: ¿Cuándo?
ESTEBAN: Con tu vida.
MARIO: ¿Cuál vida?
ESTEBAN: ¿Tienes varias como los gatos?

280
Circula tu imaginación 2 ÅTEATRO

MARIO: ¿No será una sola: perra vida?


ESTEBAN: ¿No la piensas cambiar?
MARIO: ¿Cara o cruz como tirar una moneda?
ESTEBAN: ¿Soñar o esperar?
MARIO: ¿Seguir esperando?
ESTEBAN: ¿No sabes lo que te espera?
MARIO: ¿Estás hablando de felicidad?
ESTEBAN: ¿No sería ingenuo..? ¿Para qué hablar de algo que no importa?
ESTEBAN: ¿La conoces? ¿Sabes cómo es?
MARIO: ¿Y tú? ¿La persigues?
ESTEBAN: ¿No es mejor dejar que ella aparezca de pronto...?
MARIO: ¿Puedes pasar?
ESTEBAN: ¿Qué crees?
MARIO: ¿Huir?
ESTEBAN: ¿Quieres que te lo diga? ¿Sabes que te persigo desde hace un año,
y que conozco todas las novias que has tenido?
MARIO: Rita es la peor, ¿verdad?

La Enfermera sale del baño, secándose. Esteban le susurra a Mario en el oído.

ESTEBAN: ¿Nos vamos?


MARIO: ¿Y la dejo aquí?

281
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

ESTEBAN: ¿Y no crees que es eso lo que se merece?


MARIO: ¿Qué me ofreces?
ESTEBAN: ¿Qué quieres?
MARIO: ¿Puedo pedir lo que quiera?

Esteban asiente. Se escucha otro grito de Rita. Esteban se levanta y mira a Mario,
esperando que él haga lo mismo. Pausa. Mario se levanta. Pausa. Se miran. La
Enfermera no pierde detalle. Esteban sale de la clínica. Mario lo sigue.
Cuando están saliendo, la Enfermera los interroga.

ENFERMERA: ¿Y ni siquiera se despiden?

Pero ellos no la escuchan o fingen no escucharla. La Enfermera se sigue secando


con una gruesa toalla.

Rita sale del consultorio, desencajada.


RITA: ¿Por qué entré aquí? ¿A esta sala de tortura? ¿Cómo es posible que ese
monstruo me haya sacado tres muelas de un solo golpe? ¿Y Mario? ¿Dónde
está Mario?
ENFERMERA: ¿Qué quiere que le diga?
RITA: ¿Dónde está?
ENFERMERA: ¿Si no está aquí no será que se habrá ido?
RITA: ¿Pero qué dice?
ENFERMERA: ¿Usted lo conocía bien?

282
Circula tu imaginación 2 ÅTEATRO

RITA: ¿No se dio cuenta de que es mi novio?


ENFERMERA: ¿Y eso qué significa?
RITA: ¿Novio? ¿No significa? ¿Para usted no significa nada “novio”?
ENFERMERA: ¿Desde cuándo? ¿Cree que tuve uno alguna vez?
RITA: ¿Acaso todas las mujeres no tenemos aunque sea un solo novio en
nuestra dura existencia?
ENFERMERA: ¿Todas? ¿Usted no sabe que algunas tenemos que ser nuestro
propio hombre?
RITA: ¿Cómo?
ENFERMERA: ¿O el hombre de otras mujeres?
RITA: ¿Está bromeando, verdad?
ENFERMERA: ¿Quiere que se lo demuestre?
RITA: ¿Es que acaso sabemos a dónde vamos?

La Enfermera se sienta junto a Rita.

ENFERMERA: ¿Quiere que le diga que me dio asco su sangre? ¿Su violencia?
RITA: ¿Mi volencia? ¿No soy mansa como una paloma?
ENFERMERA: ¿Quién le dijo que las palomas son mansas? ¿No sabe que son
los animales más crueles?
RITA: ¿Y me habla de crueldad usted, una enfermera que debería ser un
remanso de paz, un camino de dulzura, una venda de cariño?
ENFERMERA: ¿A qué le tiene miedo? ¿A la soledad?

283
Antología para el Programa de Fomento a la Lectura EntraLee

RITA: ¿Cómo es la soledad?


ENFERMERA: ¿Cómo si te quitaran los dientes uno a uno ?
RITA: ¿Así de horrible?
ENFERMERA: ¿Cómo si te arrancaran las muelas hasta dejarte una encía viva,
descarnada..? ¿Será así?
RITA: ¿Se fue entonces para siempre?
ENFERMERA: ¿Usted qué piensa?
RITA: ¿Me permite esperarlo?
ENFERMERA: ¿Piensa esperarlo aunque no vaya a regresar jamás? ¿Por qué
no lo piensa mejor?
RITA: ¿Puedo quedarme aquí y pensar?
ENFERMERA: ¿Y quiere que la acompañe, verdad? ¿Y si yo le dijera que usted
es la persona más desagradable que he conocido?
RITA: ¿Y eso qué importa? ¿Está segura que no regresará?
ENFERMERA: ¿Usted cree que en estos tiempos podemos estar seguros de
algo?

Pausa. Silencio

Telón.

De Juegos escénicos para jóvenes. Teatro latinoamericano breve. Selección y prólogo


de Emilio Carballido, Román Chalbaud. Editorial Alfaguara.

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Índice de autores
Triunfo Arciniegas Carlos Monsiváis
Juan José Arreola Agustín Monsreal
Mario Benedetti Augusto Monterroso
Jorge Luis Borges Haruki Murakami
Elsa Bornemann Pablo Neruda
Ray Bradbury Montserrat Ordóñez
Andrés Caicedo José Emilio Pacheco
Italo Calvino Milorad Pavic
Julio Cortázar Octavio Paz
Román Chalbaud Senel Paz
Amparo Dávila Elena Poniatowska
Oscar de la Borbolla Juan Rulfo
Philip K. Dick Jaime Sabines
Carlos Fuentes Annie Saumont
Eduardo Galeano Ana María Shua
Gabriel García Márquez Samanta Schweblin
Oliverio Girondo Benito Taibo
Jorge Ibargüengoitia David Toscana
Etgar Keret Juan Villoro
Mónica Lavín Kurt Vonnegut
Fabricio Mejía Madrid
Esta edición de Circula tu imaginación 2, Antología para el Programa de Fomento a la
Lectura EntraLee, en Educación Secundaria se terminó de imprimir en febrero de 2012, en
los talleres de Impresora y Encuadernadora Progreso S.A. de C.V., (IEPSA).
Calz. De San Lorenzo, 244, 09830, México, D.F.
Se tiraron 20,000 ejemplares

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