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Hagia Sophia

Thomas MERTON, Emblems ofa Season ofFury (1963)

l. AMANECER. HORA DE LAUDES


En todas las cosas visibles existe una fecundidad invisible, una luz difusa, una mansedumbre sin
nombre, una plenitud escondida. Esta misteriosa Unidad e Integridad es la Sabiduría, la Madre de
todo: Natura naturans. En todas las cosas existe una dulzura y pureza inagotables, un silencio que
es una fuente de acción y de alegría. Se eleva con una delicadeza sin palabras y fluye hacia mí desde
las raíces ocultas de todo el ser creado, acogiéndome con ternura, saludándome con indescriptible
humildad. Es a la vez mi propio ser, mi propia naturaleza y el Don del Pensamiento y del Arte de
mi Creador dentro de mí, hablando como Hagia Sophia, hablando como mi hermana, la Sabiduría.
Estoy despierto, he nacido de nuevo a la voz de ella, de mi Hermana, enviada hacia mí desde las
profundidades de la fecundidad divina.
Supongamos que soy un hombre durmiendo en un hospital. En verdad, soy ese hombre que está
durmiendo. Es dos de julio, fiesta de la Visitación de Nuestra Señora. Una fiesta de la Sabiduría.
A las cinco y media de la mañana estoy soñando en una habitación muy tranquila, cuando una
voz baja me despierta de mi sueño. Soy como toda la humanidad despertando de todos aquellos
sueños que se han soñado durante todas las noches del mundo. Es como Cristo el Único
despertando en todos los seres separados que estuvieron separados, aislados y solos en todos los
lugares de la Tierra. Es como si todas las mentes regresasen juntas hacia la conciencia, viniendo
desde todas las distracciones, contradicciones y confusiones, hacia la unidad del amor. Es como el
primer amanecer del mundo (cuando Adán, al oír la dulce voz de la Sabiduría, despertó de la no­
existencia y la reconoció), y es como el Último Amanecer del mundo, cuando todos los fragmentos
de Adán retornen de la muerte a la voz de Hagia Sophia, y reconocerán dónde están.
Así es el despertar de un hombre, una mañana, a la voz de una enfermera del hospital.
Despertando de la languidez y la oscuridad, del desamparo, del sueño, enfrentando nuevamente la
realidad y enterándose que es delicadeza.
Es como ser despertado por Eva. Es como ser despertado por la Santa Virgen. Es como surgir
desde la nada primordial y levantarse en la claridad, en el Paraíso.
En la fresca mano de la enfermera se halla el toque de toda vida, el toque del Espíritu.
Así clama la Sabiduría para quienes han de escucharla (sapientia clamitat in plateis) y clama
especialmente para los pequeños, los ignorantes y los desamparados.
¿Quién es más pequeño, quién es más pobre que el hombre desamparado que duerme en su
cama, sin conciencia y sin defensa? ¿Quién es más confiado que aquel que cada noche debe
encomendarse al sueño? ¿Cuál es la recompensa de su confianza? La delicadeza viene a él cuando se
halla más desamparado y lo despierta, fresco de nuevo, comenzando a estar sano. El amor lo toma
por la mano y le abre las puertas de otra vida, de otro día.
(Sin embargo, aquel que se ha defendido, ha luchado por sí mismo en la enfermedad, ha hecho
planes para sí mismo, se ha guardado a sí mismo, se ha amado solo a sí mismo y ha velado por su

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propia vida durante toda la noche, al final muere de cansancio. Para él no existe novedad. Todo
está raído y viejo.)
Cuando el desamparado se despierta fortalecido a la voz de la misericordia, es como si la Vida,
su Hermana, como si la Santa Virgen (su propia carne, su propia hermana), como si la Naturaleza
hecha sabia mediante el Arte y la Encarnación de Dios estuviese sobre él y lo invitara con
inexpresable ternura a despertarse y a vivir. Esto es lo que significa reconocer a Hagia Sophia.

11. TEMPRANO POR LA MAÑANA. HORA DE PRIMA


¡Oh la bendita, silenciosa, que habla en todo lugar!
No escuchamos la voz baja, la voz delicada, la misericordiosa y femenina.
No escuchamos la misericordia, o el amor que cede, o la no-resistencia, o la no-represalia. En
ella no existe razones ni respuestas. Sin embargo, ella es el candor de la luz de Dios, la expresión de
Su simplicidad.
No escuchamos el perdón sin quejas que inclina el rostro inocente de las flores hacia la tierra
llena de rocío. No vemos a la Niña que está presa en toda la gente y que no dice nada. Ella sonríe,
puesto que, aunque la han encadenado, no puede estar presa. No es que ella sea fuerte ni inteligente,
simplemente no entiende el aprisionamiento.
Al desamparado, abandonado al dulce sueño, la delicada lo despertará: Sophia.
Todo lo dulce de su ternura le hablará por todas partes, en cualquier cosa, sin cesar, y nunca más
volverá a ser el mismo. Se habrá despertado, no para la conquista y el placer oscuro, sino para la
impecable y pura simplicidad de la Consciencia única en todo y a través de todo: Sabiduría única,
Niña única, Significación única, Hermana única.
Las estrellas se regocijan en su ocaso y en el amanecer del Sol. Las luces celestiales se regocijan a
la salida de un único hombre para hacer un nuevo mundo al amanecer, porque él ha surgido de la
confusa noche oscura primordial para llegar a la conciencia. Ha expresado el nítido silencio de
Sophia en su propio corazón. Se ha vuelto eterno.

111. LA MAÑANA EN SU PLENITUD. HORA DE TERCIA


El sol resplandece en el cielo como el Rostro de Dios, pero no conocemos su semblante como
terrible. Su luz se difunde en el aire y la luz de Dios se difunde a través de Hagia Sophia.
No vemos a aquel que es el Enceguecedor en la oscura vacuidad. Él nos habla delicadamente en
diez mil cosas, en las cuales Su luz es una única plenitud y una única Sabiduría. Y así, Él brilla no
sobre ellas sino desde dentro de ellas. Tal es la amorosa ternura de la Sabiduría.
Todas las perfecciones de las cosas creadas existen también en Dios; por lo tanto, él es Padre y
Madre al mismo tiempo. Como Padre, él se eleva en un poderío solitario rodeado de oscuridad.
Como Madre, Su resplandor se difunde, abrazando a todas Sus criaturas con una ternura y una luz
misericordiosas. El Resplandor difuso de Dios es Hagia Sophia. Nosotros la llamamos Su "gloria".
En Sophia, Su poder se percibe únicamente como misericordia y como amor.
(Cuando las reclusas de la Inglaterra del s. XIV escuchaban las Campanas de su Iglesia y miraban
desde su ventana hacia las colinas y los pantanos dominados por un cielo benévolo, hablaban en sus
corazones a "Jesús, nuestra Madre". Era Sophia que había despertado en sus corazones infantiles.)

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Quizás, en un aspecto muy primmvo, Sophia es la Ousia desconocida, oscura, sin nombre.
Quizás ella es incluso la Naturaleza Divina, Una en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y quizás
ella está en la luz infinita inmanifiesta, sin esperar a ser conocida como luz. No lo sé. Desde el
silencio, la Luz es pronunciada. No la escuchamos ni la vemos hasta que es pronunciada.
En el Principio sin Nombre, sin Principio, estaba la Luz. No hemos visto ese Principio. No sé
dónde está ella, en ese Principio. No hablo de ella como de un Principio, sino como una
manifestación.
Ahora la Sabiduría de Dios, Sophia, surge, extendiéndose desde "un extremo al otro con
potencia". Ella quiere también ser el eje invisible de toda naturaleza, el centro y significado de toda
la luz que existe en todo y para todo. Lo más pobre y lo más humilde, lo más oculto en todas las
cosas, es, no obstante, más obvio en ellas y bastante manifiesto, pues es el propio ser de ellas que
tenemos ante nosotros, desnudo y sin cuidado.
Sophia, la niña, está jugando en el mundo, obvia e invisible, jugando codo el tiempo ante el
Creador. Ella hace sus delicias de estar con los niños de los hombres. Ella es su hermana. El corazón
de la vida que existe en codas las cosas es ternura, misericordia, virginidad, la Luz, la Vida entendida
como pasiva, como recibida, como otorgada, como tomada, como renovada incansablemente por
el Don de Dios. Sophia es Don, es Espíritu, Donum Dei. Ella es Dios-dada y el propio Dios como
Don. Dios como codo y Dios reducido a Nada: inacabable nonada. Exinanivit semetipsum.
Humildad como fuente de luz sin declino.
Hagia Sophia en codas las cosas es la Luz Divina reflejada en ellas, entendida como una
participación espontánea, como la invitación de ellas al Banquete de Boda.
Sophia es Dios compartiéndose a Sí mismo con las criaturas. Es desborde, y el amor por el cual
Él es dado, y conocido, poseído y amado.
Ella está en todas las cosas como el aire que recibe los rayos del sol. En ella, aquellas prosperan.
En ella, glorifican a Dios. En ella, se regocijan para reflejarlo. En ella, son unidas a Él. Ella es la
unión entre ellas. Ella es el Amor que las une. Ella es vida como comunión, vida como acción de
gracias, vida como alabanza, vida como fiesta, vida como gloria.
Puesto que recibe de manera perfecta, no existe ninguna mancha en ella. Ella es amor sin tacha
y gratitud sin autocomplacencia. Todas las cosas la alaban mediante el ser ellas mismas y el participar
en el Banquete de Boda. Ella es la Novia, el Banquete y la Boda.
El principio femenino en el mundo es la fuente inagotable de actualizaciones creativas de la
gloria del Padre. ¡Ella es Su manifestación en radiante esplendor! Pero ella permanece invisible,
vislumbrada solo por unos pocos. A veces no existe absolutamente nadie que la reconozca.
Sophia es la misericordia de Dios en nosotros. Ella es la ternura con la que el infinitamente
misterioso poder del perdón convierte la oscuridad de nuestros pecados en la luz de la gracia. Ella
es la inagotable fuente de benevolencia, y casi pareciera ser en sí misma toda misericordia. Es así
como ella obra en nosotros una obra más grandiosa que la Creación: la obra del nuevo ser en la
gracia, la obra del perdón, la obra de la transformación que va de esplendor en esplendor tamquam
a Domíní Spiritu. Ella es en nosotros la contraparte complaciente y tierna del poder, la justicia y el
dinamismo creativo del Padre.

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IV. AL ATARDECER. HORADE COMP LETAS. SALVE REGINA
Ahora la Santa Virgen María es el ser creado único que realiza y demuestra en su vida todo lo
que está escondido en Sophia. Por eso puede decirse que ella es una manifestación personal de
Sophia, la cual es en Dios Ousia antes que Persona.
Natura en María se transforma en Madre pura. En ella, Natura es como fue en el origen de su
divino nacimiento. En María, Natura es totalmente sabia, se manifiesta como una persona
totalmente prudente, totalmente amorosa y totalmente pura; no un Creador ni un Redentor sino
Creatura perfecta, perfectamente Redimida, el fruto de todo el grandioso poder de Dios, la perfecta
expresión de la sabiduría en la misericordia.
Es ella, es María, Sophia, quien, tanto en la tristeza como en la alegría, con la plena conciencia
de lo que está haciendo, depone en la Segunda Persona, el Lagos, una corona, que es su Naturaleza
Humana. Así, su consentimiento abre la puerta de la naturaleza creada, del tiempo, de la historia,
a la Palabra de Dios.
Dios penetra en su Creación. A través de su sabia respuesta, a través de su comprensión
obediente, a través del suave consentimiento obediente de Sophia, Dios penetra sin publicidad en
la ciudad de los hombres rapaces.
Ella no Lo corona con lo que es glorioso sino con lo que es más grande que la gloria: lo único
más grande que la gloria es la debilidad, la nada, la pobreza.
Ella envía al infinitamente Rico y Poderoso como un pobre y desamparado en Su misión de
inexpresable misericordia, para morir por nosotros en la Cruz.
Caen las tinieblas. Aparecen las estrellas. Los pájaros comienzan a dormir. La noche abraza la
mitad silenciosa de la tierra. Un vagabundo, un indigente errante con pies sucios, encuentra su
camino en una nueva ruta. Un Dios sin hogar, perdido en la noche, sin papeles, sin identificación,
sin siquiera un número, un frágil exiliado descarcable reposa en la desolación, bajo las dulces estrellas
del mundo y Se encomienda al sueño.

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