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La Constitución nacional adoptada establecía la forma representativa, republicana y federal de gobiernos y

aseguraba la división de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Garantizaba los derechos de las personas,
la libertad de comercio, la política inmigratoria, el libre tránsito de los ríos interiores, y adoptaba la religión
católica como religión oficial sostenida por el Estado argentino, entre otras cuestiones debatidas. Estas ideas
fueron categóricamente formuladas por la generación del 37, hombres que defendían la libertad individual
como signo de prosperidad económica y progreso social, y sin lugar a dudas como herramienta para la
prevención de dictaduras en las masas, tales como las que habían sufrido con los mandatos rosistas. Entonces,
se formuló una organización electoral indirecta que permitiera preservar la justa libertad reclamada con tanto
fervor años atrás.

En análisis de la sanción de la Constitución nacional el 1 de mayo de 1853, el primer disturbio lo generó


Buenos Aires, al no integrase empíricamente a la organización constitucional a pesar de estar establecida en
ella la federalización de la provincia porteña y la nacionalización de la Aduana del puerto de Buenos Aires y sus
ingresos.

Con respecto a Alberdi y Sarmiento, dos intelectuales de la historia argentina, y su opinión sobre el debate de
si la Constitución sancionada en 1853 era o no, una mera copia de la Constitución de los Estados Unidos, ellos
sostenían que si bien ambas Constituciones era muy similares entre sí, la nuestra poseía su originalidad basada
en los seis u ocho artículos que manifiestan “la expresión de los antecedentes históricos del país y de las
necesidades de su vida moderna”. Eso quiere decir, que utilizaron esencialmente la experiencia histórica con el
régimen rosista para desvirtuar los actos tiránicos y barbáricos y promulgar la civilidad como la libertad que
hay que seguir.
El interés pronunciado por erradicar la barbarie, es motor para legislar leyes de inmigración europea que
pudiesen lograr la desaparición del “desierto” y de los nativos, considerados fuentes caudalosas de lo bárbaro
y lo retrograda. La migración era igual vista como una ley de poblamiento fructífera para la economía del país
y la multiplicación de los centros urbanos encaminados a consolidar una cultura progresista. Pero, tanto
Alberdi como Sarmiento afirmaban que para un óptimo desarrollo de la patria, Buenos Aires tendría que
redimirse a compartir con las provincias los ingresos de su aduana por ser el tesoro del país. A esta norma, se
consagraba además como solución a los disturbios de la organización nacional, la libre navegación de los
afluentes del río de La Plata —los ríos Paraná y Uruguay— para todas las banderas del mundo; y abría todos
los puertos argentinos al comercio directo que antes monopolizaba el puerto de Buenos Aires.
Definimos así, que la postura de Sarmiento y Alberdi para la bonanza de la patria, constituía en que el régimen
federal sancionado buscase la plena libertad comercial, especialmente relacionada a la libertad de tránsito por
los ríos de todo el país, y de acuerdo a dicha política liberal, nacionalizar el puerto de Buenos Aires y abogar
por la inmigración europea que permita extender la frontera con el indio, aumentando el capital con lo que
sustentar el futuro progreso nacional.
Desde siempre, la corrupción gana.

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